Obstetricia (Xavier Velasco)

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Para un fugaz reporte de obstetricia literaria: (Santas Violettas, Batman) Xavier Velasco

Ante la comezn del penltimo captulo, pero an con la discrecin propia del ndice, el autor se reporta en fullmoontonic.com. **

He contado esta historia varias veces, pero nunca es igual. No es una historia que pueda pasar, sino una que pas entre ciertos lectores, su valor es ms alto por esta inaprehensible circunstancia. No obstante, al tratarse de un obvio imposible, cada vez que la cuento debo poner el nfasis en el solo ingrediente que me parece por s mismo bastante para vencer el celo de los ms escpticos: la perplejidad del narrador. Cuento, pues, una historia que no puedo creer, y que slo la creo porque me ha sucedido. Pero al tratar de hacerlo, pienso: Nadie me va a creer. Y a lo mejor por eso nunca me queda igual, puesto que lo que narro es el transcurso (tardo, traicionero, artificioso) de mi incredulidad, con la vehemencia suficiente para que lo que es cierto tambin parezca cierto. Por qu, si cuento la verdad, experimento las angustias del mentiroso, hasta el punto de emplear sus mismos artilugios? Porque despus de lo que me ha pasado, y ms an tras todo aquello que no me ha pasado, creo en la realidad como una pura invitacin a las mentiras. Cuando Wim Wenders decidi viajar por cuatro continentes filmando a su espectacular mujer en Hasta el fin del mundo, antes debi enfrentarla a la decisin de abandonar la carretera, contradiciendo los consejos de la computadora automotriz todo dentro del guin, se entiende. As, Solveig Dommartin se inserta en una historia misteriosa y absurda en el papel de Claire Torneur: la mujer aburrida de su existencia ccilica que a partir de ese punto se relacionar con asaltabancos, espas, cientficos y dems

personajes de la vida irreal. A veces, las historias se tuercen es decir, comienzan cuando al protagonista se le ocurre desviarse del camino, ya desafiando a la rutina pero an inconsciente de que algo le aguarda. Pues cuando uno decide, por ejemplo, no llegar esa noche a su casa, y as perderse entre las calles sin destino fijo, lo que hace no es buscar el inicio de una historia, sino apenas plantar alguna resistencia irracional contra la perspectiva de obedecer a un guin insulso. Y esa noche poda ser la una, pero yo no quera volver a mi casa. No me daba la gana, prefera ir a dar vueltas. A las calles, a la ciudad entera, pero ms que otra cosa vueltas a La Novela: ese monstruo mayor en etapa embrionaria cuyo mayor placer consiste en esquivar a quien lo engendra. De ah que sus maysculas rampantes subrayen dos problemas irresueltos: su desmesurada importancia y su escandalosa inexistencia; la una culposa y subjetiva, la otra, objetiva e hiriente. Se piensa en La Novela para ensalzar no tanto su grandeza, como la pequeez de quien pasan los aos y sigue sin saber cmo escribirla. Verla as, con maysculas, es encontrar coartada para nunca terminarla lo que sea de cada quin, empezarla se facilita mucho ms. Me haba acostumbrado a hablar de La Novela como de un convidado improbable, igual que esas parejas estriles que se cansan de todo menos de hablar del hijo que no tienen. Claro que en esto de escribir novelas no hay un doctor que diga: Lo siento, pero es usted clnicamente estril, dedquese mejor a la publicidad. Porque si lo dijera, sera preciso sacarle los ojos y saltar de clavado hacia el vaco, con tal de fecundar al vulo inasible. Para el ao dos mil, haba dejado de hablar de La Novela (no poda siquiera soportar el peso de esas maysculas obscenas y esclavistas, amn de megalmanas y delirantes). Asimismo, en el nombre del gran feto hipottico haba conducido a mis dems proyectos a un naufragio seguro aunque no s si aquellos esquiroles bien pagados merecieran el calificativo de proyectos, de modo que al final no quedara sino la urgencia de escribir la historia tantas veces cancelada, cuya protagonista se me apareca intensa, vehemente, impostergable, pero tambin borrosa, inmaterial, con ms

sombra que cuerpo. Se haba llamado de tantas maneras como veces haba yo intentado reiniciar el proyecto, pero el hecho es que en junio del dos mil segua sin tener nombre, voz o facciones. La Herona era, pues, tan abstracta como La Novela. Y eso era lo que me joda la existencia, al punto que haban dado las tres y media y segua sin ganas de irme a dormir, recorriendo Insurgentes como un espectro sin propsitos. Hasta que de la nada baj el ngel. As le puse: Angel. Se lo deca echando un poco el aire para afuera, en un ingls chilango que aspiraba a elevarse sobre los mismos cielos que de la sombrilla mgica de Mary Poppins a los ngeles trapecistas de Wim Wenders haban dado cuerpo a tantas quimeras aladas. Pronunciaba: heinyel, vaciando un poco los pulmones en la h, y luego deteniendo a la lengua un instante en la n, para mejor interiorizar la experiencia ultraterrena. Y no era para menos: la mujer se me haba aparecido como una visitacin anglica, detrs de un puesto de tacos cuya misin expresa era, a todas luces, darle cuerpo y textura al espejismo. Una mujer, por cierto, desconcertantemente hermosa; demasiado para no abrir la puerta y antes: la boca, bajar del coche y alegrarme cual sbdito propicio al captar la pregunta, proferida con el acento propio de una perseguida de la N.K.V.D.: Do you speak english? Cualquiera en mi lugar habra hablado ruso, de ser preciso sin acento, pero ca en la trampa de creer que el ingls segunda lengua de los dos alcanzara para entendernos, sobre todo despus de haberme recibido con una alegora escandalosamente bblica: no bien le confirm que hablaramos en ingls, la mujer alta, pelo castao, ojos de color miel, expresin de complicidad despreciativa, que al poco iba ganando el rango de seductora insolencia extendi el brazo hacia m, hasta ofrecerme la manzana que traa en la mano. Y bien, despus de guio tan apremiante, no tena ms opcin que la de abandonar la carretera. Supongo que eso fue lo que hice cuando la invit a subir. Su ingls era marcado, tosco, fundamental, como el de esos espas

rusos que solan ir detrs de Mr. Bond, y a menudo delante; su voz, una profunda y cavernosa insinuacin de caos. Una voz abismal, donde las haya, con el tono burln de quien jams confa en lo que ve. Ingredientes bastantes para ir por Insurgentes presa de una ansiedad morbosa y narcisista: la de quien cree que vive un peligro extraordinario. Porque no poda ser que tamao viejorrn se apareciera as, ah, a esa hora; que me llevara como a un ciego por las calles de la colonia Doctores; que al llegar a su hotel el Andrade, un pequeo elefante de concreto, saturado de espejos por fuera y por dentro, de forma que sus muros repiten as las miserias del entorno como las de sus huspedes me ofreciera vino, y con ello me abriera las puertas de su cuarto. (Que una cosa como stas ocurra sin motivo es de por s un evento extraordinario, pero que tenga que pasarte justo cuando atraviesas el infierno de la pgina en blanco, y de pronto compruebes que sus palabras llenan exactamente tus silencios es, ms que milagroso, inconcebible. Y an ms: sospechoso. Tena que haber un truco, un complot, una pandilla de malandros multinacionales aguardando para asaltarme, secuestrarme, chantajearme...) Segn algunos clsicos del budismo, la verdad podra hallarse no tanto en el objeto precioso de nuestras obsesiones, sino acaso en el dedo que las seala. Durante una vergonzosa cantidad de aos, quise mirar la historia desde una perspectiva irrelevante: la de un hombre que segua a una mujer. Como autor, era un ciego siguiendo a otro ciego, que a su vez iba tras una mujer sin cuerpo. Como perseguidor de la verdad, tal vez me haba puesto a ver el dedo equivocado. Nada que no pudiese arreglarse mordiendo una manzana: una vez que bajamos del coche, ya en el estacionamiento del hotel, el ngel de Insurgentes habame comprometido a seguirla a cualquier precio. Como pasa con todos los contratos incondicionales, el que yo haba firmado empezaba y terminaba en el origen mismo del mal mayor: una pgina en blanco. No tenamos ni una hora de conocernos y yo insista en que toda mi

vida pendiera de ella. No de otro modo, pues, poda explicarse que llevara ms de veinte minutos a solas en su cuarto, preguntndome si deba esperar, con esa deliciosa taquicardia, por el regreso de mi inconcebible anfitriona, o salir desbocado hacia el estacionamiento. Consciente de que la segunda opcin significaba la probable salvacin de mi pellejo y el seguro naufragio de La Novela, me decid por lo realmente importante. Una forma exquisita y literariamente correcta de legitimar el asedio tenaz de un deseo contra el que no haba paranoia ni precaucin que valieran: me iba a quedar ah, as luego se me aparecieran cinco villanos de David Lynch juntos, listos para cobrarme a navajazo limpio la osada de haberme besuqueado con la devotchka. Me iba a quedar ah porque, como cualquiera en mi lugar, poda establecer una clara diferencia entre besarse y besuquearse, puesto que mientras el primer verbo implica un acto simple, el segundo designa una suerte de reincidencia compulsiva. Todos los das nos besamos con decenas o cientos de personas, pero slo nos besuqueamos con las escogidas. O, todava mejor, las escogibles. Y debo confesar que en tal materia, el ngel de Insurgentes obtena las ms altas calificaciones. Uno puede besarse felizmente con quien le conviene, pero slo si luego podr besuquearse con quien, supuestamente, no le conviene. Claro que si de conveniencias se trataba, yo resultaba todava ms inconveniente para ella. Y eso lo comprob cuando la rusa, de vuelta en el cuarto, se entreg a compartir conmigo una sopa ramen tibia con queso Filadelfia, y mientras procedamos a besuquearnos, atrapados por una reincidente orga de tallarines, ductilsimo queso y un par de variedades de saliva, me dijo en el odo: Podra estar cobrando por esto. O sea que mientras el narrador perda el sosiego, la vergenza y la brjula, su compaa inconveniente dejaba de ganar tres, cuatro mil pesos? No quise preguntrselo, celoso tanto de la verosimilitud del milagro como de la etiqueta del gorrn. O es que acaso se vale preguntar por el precio de lo que nos regalan? Y ah estaba el problema: que mientras otros salan del entuerto con cuatro, cinco mil pesos?, yo firmaba un papel en blanco y le peda al ngel de Insurgentes que lo llenara. Cmo negar que haba en aquel vrtigo hambriento y besuqueante el extravo fugaz de una ruleta en movimiento?

Ciertamente, no tenamos razones de peso para besarnos. Pero qu tal para besuquearnos? Aunque ms que razones, motivos o pretextos, galopbamos esa noche a lomos de sendas sinrazones, puesto que, como ya expliqu, tanto ella como yo ramos altamente inconvenientes el uno para el otro. Cunto cuesta una brjula? Seguramente ms, mucho ms que mi sosiego y mi vergenza, pero sin duda mucho menos que cinco, seis mil pesos? Hasta ese momento, no pareca ser tanto lo que yo perda como lo que ella dejaba de ganar, y habr sido por ello que de pronto perd tambin la cuenta. No s las veces, ni las horas, ni los secretos que nos entregamos uno al otro, y me niego a creer que media botella de vino blanco haya bastado para volver difusos los lmites de una realidad que haca tantas horas andaba de vacaciones. Cuntas horas, por cierto? Poco menos de nueve: recin haba dado el medioda cuando abr el ojo slo para confirmar la estridente vigencia de lo imposible: la mujer me abrazaba con una suerte de ternura perezosa, y a ratos ronroneaba una palabrera rusa que me invitaba a contemplar su sueo como Ana Karenina sin subttulos. En su nica historia conocida Novela con cocana, el virtualmente annimo M. Agueev nos habla de un protagonista que se pierde en los bulevares de Mosc, deseoso de encontrar una mirada de complicidad sucia y oscura, comparable a la de quienes recin asesinaron juntos a un nio. Ciertamente, no es la mejor manera de buscar esposa, pero hay pocas ms eficaces para encontrar un personaje. A veces, sobre todo mientras se besuquea ardientemente con una obvia tercera en discordia, el narrador olvida su propsito, pero ello no le exime de cumplirlo a cabalidad. De ah que, cuando cree que disfruta de un romance al vapor, lo que en realidad hace es contagiarse de una enfermedad a largo plazo, y muy probablemente perder a la persona para ir detrs del personaje. Pero eso no poda imaginarlo entonces, o lo que es an peor: no quera. Porque entonces sus muslos abarcaban el total de mi horizonte, y muy difcilmente otro jueves a medioda en la Doctores iba a alcanzar jams semejantes niveles de ensoada y vibrante nitidez. Estaba en lo ms alto de la ola; no poda detenerme a hacer cuentas, a riesgo de caerme de la tabla antes de tiempo.

En lugar de eso, experimentaba un deleite torcido de pensar: Nadie sabe dnde estoy. Y ms: Nadie sabe cmo llegu a donde estoy. Y ms an: Nadie sabe con quin. Y ms que nada: Nadie me lo creera. Empezando por m, que segua sin saber con quin diablos estaba. Y era sta una ignorancia literal: haba una legin de demonios variopintos habitando los pensamientos del ngel de Insurgentes, y apenas unos cuantos se expresaban en ingls. Contra lo que ms de un libidinoso racionalista pudo sospechar, El ngel de Insurgentes no prestaba servicios profesionales algunos en la citada avenida: le he puesto aqu ese nombre porque all la encontr, y si no empleo el verdadero es porque a se me lo he robado con diversos propsitos. Como dice mi padre, es asunto americano. Estbamos en el trabajo del ngel de Insurgentes, que de ninguna forma transcurra en ste u otro escaparate asfltico, sino al cobijo de uno de esos clubes para hombres solos donde, como a m no me daba la gana saberlo, cualquiera poda embarrarse sus encantos en la jeta por quince pinches dlares. No hay abuela que no est lista para prevenirnos contra una mujer as, an si le explicamos que una noche completa con la interfecta poda llegar a cotizarse en seis, siete mil dlares? O eran pesos? Para la hora de la comida, no slo las equivalencias monetarias se me haban trastocado en el cerebro, sino seguramente todas las dems. Sobre todo cuando su celular sonaba, cada vez para distraerla en intolerables regateos con sus prospectos de clientes, para los cuales me apresur a confeccionar una invectiva quizs ms grande que ellos, pero an inferior a mi desprecio: Pobres diablos sin huevos. Haba en lo nuestro un dejo de cinismo exhibicionista. Muy cachondo, por cierto. Especialmente a la hora de tomar no s si debera decir embestir nuestros sagrados alimentos, mismos que consagrbamos, ante decenas de testigos, a travs de voraces besuqueos donde igual me daba ella los pedazos de sushi directo de sus labios, que entregbame yo a rescatar impamente los ltimos arroces del escarpado fondo de su escote. Por no hablar del placer de que esto sucediera a las tres de la tarde en el

Sushi-Itto de Altavista, frente a madres que nos miraban indignadas e hijos que se codeaban unos a otros, encantados con la escena. Imposible saber, en tan idlicas e inciertas circunstancias, a qu especies de diablos estbamos alimentando, o a cunto ascendera mi deuda por tamao banquete. Mis amores son breves, pero fulminantes, sentencia por ah un personaje de Rubem Fonseca. Cuando cuento esta historia, siempre llega el momento de aclarar que su final dista de ser feliz, o siquiera infeliz. Puesto que, peor que todo, es un final incierto. Y, espero, fulminante. Mi relacin con el ngel de Insurgentes, intempestivamente rota tras una discusin en la que el ingls no alcanz para trocar los gritos por besuqueos, me condujo a seguirla a ella, antes que a La Novela. En aquellos tres das imposibles, transcurridos en medio de pasiones veloces y miedos trepidantes, slo supe de aquella rusa impetuossima lo necesario para hoy, ms de dos aos despus, an estar tras su pista: descifrando sus cdigos como un hacker poseso. Ya no sigo a una rusa, ni osara llamar a la que sigo ngel de Insurgentes, so pena de ganarme unas justas cachetadas de su parte. Han pasado ms de seiscientas cuartillas desde que sucedi la historia que hasta aqu slo empec a relatar. Cmo es que un acontecimiento supuestamente real desemboca de un modo imperceptible en la ficcin? Supongo que este texto y la novela lo explicaran juntos mucho mejor que yo, pero si de explicar se trata, bastara con decir que la visitacin anglica realiz el milagro de obligarme a mirar hacia un distinto dedo: ya no aquel que sealaba al perseguidor, sino el que desde siempre haba apuntado hacia la perseguida. En tan incierto trance, no es de extraar que, como los correctores ya lo han advertido, la novela haya perdido sus maysculas. Toda ficcin comienza cuando, deseosos de extender los lmites de la realidad, y eventualmente digerirla mejor, nos desviamos de la carretera, y as nos preguntamos ya no tanto por lo que pasa, como por todo lo que podra pasar: un cosmos infinito en el que acaso preferiramos perdernos,

antes que continuar rodando por aquel despropsito asfaltado. Durante varios aos, la publicidad y los cdigos electrnicos me dieron una suerte de hueca prosperidad material, donde hasta la recompensa ms grande siempre ofrecida, jams entregada apareca nfima frente al friolento embrin de La Novela. Desde mediados de dos mil en adelante, una beca me permita abandonar la carretera hacia Ninguna Parte y encerrarme en la obsesin que hoy, bien alimentada por una suerte de constancia irresponsable (lase: libre de maysculas), me faculta para hablar de la novela como un cuerpo que se mueve, repta y de pronto ya camina: un espectculo ms bien deplorable, que ahora mismo, aqu, me esmero en ocultar. A la ficcin la realidad le estorba, por imperfecta. Y porque ir por ah exhibiendo como si nada las imperfecciones tiene que ver ms con la obscenidad que con la seduccin. Y lo que a la ficcin le gusta es seducir: de ah que, a diferencia de la realidad, se preocupe por ser, y todava ms: parecer, perfectamente verosmil, aun dentro de su probable extravagancia. Lo inverosmil nunca pasa en la literatura, seguramente porque slo la realidad corrupta de raz resiste la incongruencia. Vuelvo atrs en el prrafo y anoto cuatro cualidades, no exactamente halagadoras: imperfeccin, obscenidad, extravagancia, incongruencia. Todas ellas encajan en el personaje, mas para hacerlas concebibles debo apelar a la verosimilitud que la historia del ngel de Insurgentes no conoci jams. No es acaso deber de las bailarinas de mesa permanecer, en lo posible, inverosmiles? A veces, el poder de convencimiento de una ficcin se mide por la seguridad que ostenta su autor al desvelarla. En mi caso, tengo slo un par de slidas certezas: una es que no soy yo, sino ella, quien sabe toda la verdad (y nada ms que tal) de esta historia escurridiza; la otra es que ella, la mujer a la que he seguido como un beato, est tan cerca de entregarme sus secretos como estoy yo de abandonarla a un lado de la carretera. Hasta entonces, y para obvio pesar de estas lneas, nombre e historia son necesariamente asunto americano **, particularmente para quien la narra, y todava a finales del dos mil dos persigue los vestigios de una historia que se le est cerrando en la jeta, como a otros se les cierran las puertas en los

dedos. None of your motherfuckin business, aj? me dice cada noche, con su ingls de almacn, de lobby, de olor a dlar fresco y carne que se quema en el empeo de forrarse de un glamour plstico que comienza y termina en las palabras: esas putas mentirosas, alcahuetas que cuentan su novela con la voracidad que, apenas me volteo, emplean en contar los dlares ajenos. Robar, fingir, mentir: tales son los recursos de la novela, y los del ngel codicioso a quien no puedo sino perseguir como un endemoniado. En la historia que narro, la protagonista experimenta una suerte de cosquilla malvola cada vez que rompe una regla y se da a imaginar la indignada opinin de su familia; algo muy similar al motivo de mi persecucin: cometer esa fechora inenarrable, y al menos una vez lograr que lo imposible aparezca posible. Hacer de una novela una fechora: tal vez sea sa la enseanza del ngel de Insurgentes.

* Texto previo a la terminacin de Diablo Guardin, VI Premio Alfaguara de Novela (noviembre, 2002). ** El ttulo de la novela fue secreto capital hasta la maana del 24 de febrero de 2003, segn revela la fotografa, correspondiente a la ltima semana de escritura (diciembre, 2002), cuando el autor, que a todo esto estaba en los huesos, tuvo a mal rebanarse un dedo ndice... y acab la novela corrigiendo en pantalla con tres de los cuatro dedos que comnmente utiliza en el teclado. (Atencin, crtica especializada: el autor que trabajaba al 75 % de su capacidad.)

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