Sobre La Esclavitud - Gregorio XVI

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In Supremo Apostolatus

Gregorio XVI

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El espritu del cristianismo y la esclavitud Indudablemente, tan pronto como empez a difundirse la luz del Evangelio, sintieron que entre los cristianos se aliviaba mucho su situacin aquellos desdichados que, en un tan gran nmero y principalmente con ocasin de las guerras, iban a parar a una dursima esclavitud. Pues, inspirados los apstoles por el espritu divino, enseaban ciertamente a esos mismos esclavos que obedecieran a sus seores carnales como a Cristo y que cumplieran de corazn la voluntad de Dios, pero mandaban a los seores que se portaran bien con sus siervos, que les proporcionaran cuanto es justo y equitativo y que amainaran sus rigores, sabiendo que de unos y otros hay un Seor en el cielo y que ante l no hay acepcin de personas. Recomendndose tan encarecida y universalmente por la ley del Evangelio la sincera caridad para con todos y habiendo declarado Nuestro Seor Jesucristo que l haba de considerar como hecho a l mismo en persona lo que se otorgare o denegare de benignidad y de misericordia a los pobres e indigentes, fue fcil no slo que los cristianos consideraran a sus esclavos ms bien como hermanos, sino tambin que se sintieran ms dispuestos a conceder la libertad a los que la merecan; lo cual dice Gregorio Niseno que, al principio, sola hacerse con motivo de la celebracin de la Pascua. Y no faltaron quienes, encendidos por el fuego de una ms ardiente caridad, se sometieron ellos mismos a esclavitud para redimir a otros, testificando haber conocido a muchos de ellos el varn apostlico y predecesor nuestro, de santsima recordacin, Clemente I. As, pues, disipada totalmente con el progreso de los tiempos la bruma de las supersticiones paganas y suavizadas las costumbres de los pueblos aun ms rudos con el beneficio de la fe operante por medio de la caridad, llegaron las cosas a tanto, que desde hace muchos siglos no han existido esclavos en la mayor parte de las naciones cristianas. A pesar de todo, sin embargo, y lo decimos con dolor, ha habido despus de entre los mismos fieles quienes, torpemente obcecados por el ms srdido afn de lucro, no han vacilado en someter a esclavitud, en apartadas regiones de la tierra, a los indios, a los negros o a otros desdichados, o, una vez establecido y ampliado el comercio de los que haban sido cautivados por otros, en prestar su colaboracin a este horrendo crimen.

Condenaciones pronunciadas por los Sumos Pontfices No omitieron ciertamente muchos Romanos Pontfices, predecesores nuestros de gloriosa memoria, reprender gravemente, segn era su deber, la conducta de stos, en cuanto nociva para la salud espiritual de estos mismos e ignominiosa para el nombre cristiano; previendo, adems, que de tal comportamiento habra de seguirse que los infieles se obstinaran cada vez ms en el odio a nuestra verdadera religin. A esto se refiere la carta apostlica de Paulo III, de 29 de mayo de 1537 al cardenal arzobispo de Toledo, y la todava ms extensa de Urbano VIII, de 22 de abril de 1639, al colector de derechos de la Cmara Apostlica de Portugal, en las cuales se reprende gravsimamente a los que osaren o presumieren someter a esclavitud a los indios occidentales o meridionales, venderlos, comprarlos, cambiarlos o donarlos, separarlos de sus mujeres y sus hijos, despojarlos de sus cosas y sus bienes, llevarlos o transportarlos a otros lugares o privarlos de cualquier modo de la libertad, retenerlos en servidumbre, o prestar a los que hagan tales cosas consejo, auxilio, favor o ayuda bajo ningn pretexto ni color, o predicar o ensear que esto sea lcito, o cooperar, sea

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de la manera que fuere, a lo predicho. Posteriormente confirm las sanciones de estos memorables Pontfices y las renov Benedicto XIV en una nueva carta apostlica a los obispos del Brasil y de cualquiera otra regin, con fecha de 20 de diciembre de 1741, en la cual estimula hacia los mismos fines la solicitud de los referidos obispos. Ya antes otro predecesor nuestro ms antiguo que stos, Po II, cuando el imperio de los portugueses se extenda a la Guinea, escribi, con fecha de 7 de octubre de 1462, al obispo rucibense, que marchaba a aquellas tierras, una carta, en la que no slo imparti al referido obispo las facultades oportunas para ejercer all con mayor fruto el sagrado ministerio, sino tambin con la misma ocasin reprendi gravemente a los cristianos que tenan en servidumbre a los nefitos. Y en nuestros tiempos tambin Po VII, llevado por el mismo espritu de religin y de caridad que sus antecesores, interpuso celosamente su influencia sobre los poderosos para que se acabara definitivamente el comercio de negros entre cristianos.

Su eficacia Estas disposiciones y cuidados de nuestros predecesores favorecieron indudablemente no poco, con la ayuda de Dios, a los indios y dems antes indicados, contra la ambicin de los empresarios y mercaderes cristianos, pero no tanto, sin embargo, que esta Santa Sede tuviera motivos para felicitarse por el pleno xito de sus desvelos, puesto que el comercio de negros, aun cuando aminorado en parte, es ejercido todava por muchos cristianos. Por lo cual Nos, anhelando vivamente apartar de toda tierra de cristianos un mal de tanta enormidad, y examinando el asunto con toda madurez, despus de haber llamado a consulta a nuestros venerables hermanos los cardenales de la Santa Iglesia Romana, siguiendo las huellas de nuestros predecesores, advertimos con apostlica autoridad a todos los fieles cristianos de cualquier condicin y les amonestamos gravemente que nadie se atreva de aqu en adelante a maltratar o despojar de sus bienes, o someter a esclavitud, o prestar favor y ayuda a otros que tal hagan, o ejercer ese inhumano comercio en que los negros, como si no fueran hombres, sino pura y simplemente bestias, sometidos en todo caso a esclavitud, se compran, se venden y se los dedica con frecuencia a trabajos pesados y extenuadores sin distincin alguna y contra todo derecho de justicia y de humanidad, y, adems, antepuesta igualmente la razn del lucro, mediante el comercio, los primeros ocupantes de los negros fomentan en sus territorios disensiones y en cierto modo guerra perpetua. As, pues, Nos reprobamos con apostlica autoridad todo lo antedicho como absolutamente indigno del nombre cristiano, y con la misma autoridad prohibimos estrictamente y mandamos que ningn eclesistico o laico defienda como lcito, bajo cualquier pretexto o color, ese comercio de los negros, o predique algo contra lo que aconsejamos en esta carta, o presuma ensearlo, como quiera que fuere, en pblico o privado.

Publicacin de la encclica Y para que esta carta nuestra sea conocida ms fcilmente por todos, ni nadie pueda alegar ignorancia acerca de la misma, decretamos y mandamos que se coloquen en el atrio de la baslica del Prncipe de los Apstoles y de la Cancillera Apostlica, e igualmente de la Curia

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General en el Monte Citatorio, y en la plaza del Campo de Flora de la Urbe, mediante alguno de nuestros pregoneros, sea divulgada, segn es costumbre, y se fije all mismo un ejemplar. Dada en Roma, junto a Santa Mara la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 3 de diciembre de 1839, ao noveno de nuestro pontificado.

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