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HERIDOS POR LA BELLEZA

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HERIDOS POR LA BELLEZA

P. MAURO-GIUSEPPE LEPORI OCIST

PROF. MARC ALIGUER


AL. ÁNGELA JANELLY GARCIA CORTES
El rostro inefable

El rostro del Señor rompe el aparente silencio de Dios sobre los sufrimientos de sus discípulos, ya
sea de los que abrazan la cruz o de los débiles que reniegan de Cristo. La belleza del rostro de Jesús
está directamente ligada a la misión, a la evangelización, al testimonio de la fe.

El papa Francisco dice que si la evangelización doctrinal y moral fracasa no es porque no sea
verdadera, sino porque con frecuencia se ejerce sin despertar el atractivo de Cristo en el corazón
de los hombres con la belleza de su presencia y de su palabra. Y Benedicto XVI dice que el
evangelizador tiene que fecundar toda su obra teológica, doctrinal y magisterial con la poesía de su
Jesús de Nazaret.

¿Pero que naturaleza es la belleza de Cristo? Es un misterio, un misterio del que nunca
conseguiremos decir: ¡Ya lo he comprendido! Pues la fascinación del rostro de Cristo se encierra en
el hecho de que nunca terminaremos de descubrirlo. Además, la belleza verdadera no podemos
poseerla mas que como pobres, más aún, como mendigos. Es decir, desde la pequeñez verdadera,
la que no pretende aferrar, poseer la belleza viva. Es por ello que podemos decir que la belleza
hiere porque nos humilla, nos arranca la seguridad sobre la que pretendemos apoyarnos para
sentirnos seguros y tranquilos.

¿Qué es la belleza?

¿Por qué nos hiere esto?

Cuando Dios creo todas las cosas, cada tarde veía que “eran buenas” (Gn1) en hebreo bueno y
bello se expresan con la misma palabra. Es decir, fue como si Dios viese que en la criatura humana
se daba la belleza de la belleza, la bondad de la bondad de toda criatura. Como si el hombre fuese
el espejo de cualquier otra belleza. Pero esto significa que la belleza del hombre, a imagen de la
belleza de Dios, es esencialmente el asombro frente a la belleza del otro. Pues en la experiencia del
asombro, el hombre hace experiencia de ser creado como belleza de belleza. La belleza tiene que
ver con nuestra identidad, profundidad y originalidad. Dicho esto, el hombre necesita de una
belleza delante de si, una belleza donada. El hombre está hecho para percibir y acoger la belleza
como don.

La belleza traicionada

La primera rendición de Eva a la tentación, no fue tanto consumir el fruto prohibido, sino la mirada
con la que el asombro original se corrompió reduciéndose a concupiscencia. La serpiente consiguió
que perdieran de vista la gratuidad de la belleza de la realidad creada. Basto una mirada torcida,
una mirada desviada de esta naturaleza para desnaturalizar todo lo humano, también toda la
belleza de la creación perdió su sentido, su orden, su armonía.

Pero la naturaleza no necesita la ausencia del hombre, sino que el hombre sea verdaderamente el
mismo. La belleza de la creación no tiene sentido sin el hombre y sin el asombro. Pues Dios la hirió
allí donde toda belleza tiene sentido y se cumple, es decir, en el corazón del hombre hecho para
asombrarse de todo aquello que es donado por Dios. Porque Dios no había prohibido mirar el
fruto, admirarlo, sino comerlo. La prohibición de aferrar y consumir el fruto era como una disciplina
del asombro, una educación, un entrenamiento para hacer el asombro más intenso.

La degeneración del asombro: el miedo

El primer sentimiento que aflora en el corazón de hombre pecador después de la traición es el


miedo. No dice “me dio vergüenza porque este desnudo”, sino “me dio miedo”. La realidad que
antes era solo bella y buena, ahora quita el aliento y agita el corazón que antes se ensanchaba de
alegría.

Cuando se pierde de la relación de asombro confiado delante de esta realidad, que es la realidad de
las realidades, entonces todo se corrompe, todo empeora, todo se desnaturaliza, todo enloquece.
Si se tiene miedo de esta realidad de un Dios amigo del hombre, se tiene miedo de todo.

El pecado ha arruinado esta relación, la ha arruinado en el corazón del hombre. El pecado no ha


arruinado la realidad, sino la razón, la relación humana con la realidad.

La reconquista de la belleza

El miedo es como un foso profundo en el que el ser humano ha caído huyendo de la bondad de la
realidad. El miedo es el malestar inquieto en el cual el hombre se encuentra. Uno permanece ahí
porque piensa que no puede vencer la amenaza de la realidad. La negatividad de las cosas no esta
en Dios, la negatividad es el miedo del hombre. ¿Qué puede salvar al hombre de este miedo a la
realidad? Después del pecado, es siempre la realidad, el don de la realidad, la realidad como
acontecimiento, la belleza como belleza, como bondad, no renuncia nunca a estar hecha para el
asombro del hombre. La reconquista de la belleza está en hacerse peregrina en busca del asombro.

La belleza de Cristo invade toda la fealdad del Hombre de la Pasión. No hay nada mas real y al
mismo tiempo mas bueno y bello que todo lo que el Padre pone en las manos del Hijo. Y esta
belleza es el amor, es la caridad de Cristo. Y este amor traspasa hasta el fondo, el horror de la
muerte en cruz.

Para amarnos hasta el final, para amarnos hasta la muerte, Cristo va hasta el final, llega hasta la
muerte, entra en ella. Y con él entra también todo lo que es Él es, toda su belleza, toda su verdad,
toda su divinidad. Al expulsar al hombre del Edén, Dios salió con él, siguió sus huellas para
alcanzarlo con su compañía, con su amistad hasta el final, hasta el extremo del abandono, de la
muerte, del sepulcro, de los infiernos. La belleza que nuca decae, porque es la belleza en su
esencia, es la compañía de Dios al hombre, al hombre pecador.

¿Qué es la belleza del Resucitado sino la belleza de una compañía mas fuerte que el pecado y que
la muerte? Es la belleza de Él con nosotros, que rápidamente se vuelve belleza entre nosotros con
Él, en Él, para él. En la belleza de la compañía de Cristo y en Cristo, el hombre y el mundo son
alcanzados por la belleza original de Dios que bendice a toda criatura, que habla bien de cada
criatura.

La belleza de toda belleza, aquella en la cual la belleza del hombre es redimida y renovada, es la
belleza de la comunión de Dios con la humanidad, y de la humanidad con Dios. La belleza herida es
la compañía herida.

Ver a Dios, muriendo a uno mismo

Pero incluso cuando todo va bien, la belleza de la compañía hiere. Fue la herida de una tristeza
aguda. Después se transformó, casi de golpe, en alegría. En cristo, el rostro del Misterio se ha
ofrecido completamente a nuestra mirada. Pues no se puede ver el rostro de Dios sin morir a uno
mismo para vivir en él, en su belleza, en su compañía, en la belleza de su compañía.

Esta es la herida mortal que también la belleza del rostro de Cristo desvelado a los hombres e
inflige a nuestros corazones; es esta la muerte que se pide y se concede a nuestra libertad. Es la
muerte libre de los mártires. Muerte de amor y no de temor.

La contemplación de la belleza de Cristo coincide con la muerte a si mismo para llegar a ser
comunión, comunidad. Esa belleza acogedora, plena, llena de paz, de misericordia, como el seno de
su madre. Es por ello que a menudo es la pobreza humana de las comunidades la que nos pide que
ofrezcamos el costado a esta lanza que hace brotar la vida de la Iglesia. Pero nos hiere
precisamente porque nos pide y nos concede morir a nosotros mismos.

Bajo las alas de la paloma

La paloma es el símbolo mas bello de la belleza que coincide con la bondad, porque es el símbolo
de la belleza de la comunión divina que es el Espíritu Santo. Pero precisamente allí, como en cada
situación de la que tenemos la tentación de huir, o de la que estamos ya huyendo, es donde sucede
algo que trastoca todo, como le paso a Pedro en el patio del sumo sacerdote.

Y estoy aquí para ti, te miro a ti, te amo a ti, te deseo a ti, tu belleza, mi Belleza reflejada en ti, y
desde ti en quien no me ve, no me conoce, y no sabe que mi mirada es la fuente de toda belleza,
de la belleza de cada hombre. Y es aquí, es en ellos, donde mi mirada juzga en silencio vuestras
falsas bellezas, vuestras bellezas sin fuente, sin raíz, sin Mi. Vuestras bellezas sin comunión, ni con
dios, ni entre vosotros.

Yo me vuelvo siempre para miraros, me vuelvo a miraros con amor. Mi mirada es la Belleza que
hiere, pero con una herida que permite a la belleza brotar de nuevo, siempre de nuevo, en el
mundo humano, en cada mundo humano.

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