Estudio naturaleza del amparo

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1.

En el Mundo
BREVES ANTECEDENTES
- Roma.: Interdicto homine
HISTÓRICOS DEL AMPARO ,libero exhibendo, que tenía por objeto la
protección de la libertad personal.
- Ihtercessio Tribunicia.: Procedimiento sumario protector de la Iibertad y los
bienes del ciudadano de Roma por actos arbitrarios del poder público.
- Fuero de Aragón.: Se le conoce también como "Procesos de Aragón", en cual
se enumeraban los derechos fundamentales del gobernado, y las bases para
su debido cumplimiento; la interpretación de las leyes se encomendaba al
Justicia Mayor.
- Francia.: La exaltación del individualismo producto de la Revolución Francesa
fue consignada en la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano" de 1789. Se crearon tres órganos encargados de, garantizar el
cumplimiento de la Ley Suprema, las reglamentaciones secundarias y los
derechos del hombre. a) El Senado Conservador. b) El Consejo de Estado, que
surge en la Constitución Napoleónica de 1800, y constituyó un medio de
defensa de los ciudadanos para oponerse á las arbitrariedades de la
administración pública, y c) La Corte de Casación. Tribunal que tuvo por
finalidad la anulaci6n de las resoluciones civiles o penates por errores
oirregularidades de fondo y forma en el procedimiento, así como garantizar la
legalidad.
- Inglaterra.: Common Law (Carta Magna de Inglaterra) se instauró el conjunto
de normas generales y los medios idóneos para su cumplimentar las resolucio-
nes consuetudinarias de los tribunales. La Carta Magna de 1215, que consagra
las libertades del individuo. El Habeas Corpus (Writ of Habeas Corpus) de
1688. Estatuto que estableció un procedimiento de carácter consuetudinario
que permitía someter a consideración de los jueces el análisis de legalidad de
las órdenes de aprehensión y las causas que las originaron, limitando las
facultades de la corona y de los actos arbitrarios de los particulares.
- Estados Unidos de América.: Su constitución es uno de los documentos de
mayor trascendencia en la democracia y los regímenes constitucionales, las
ideas de democracia, división de poderes, federalismo y supremacía de la
constitución fueron factor fundamental en México. Su sistema de defensa legal
no es unitario como en nuestro país, sino integrado por diversos recursos o
medios de impugnación como el Writ of, Habeas Corpus. Instrumento local
regido por leyes estatales y cuyo conocimiento se abocan los tribunales
jurisdiccionales de cada entidad federativa. Writ of Certiorati. Recurso
extraordinario que se interpone ante el superior jerárquico a efecto de que re-
visar que el procedimiento estuvo apegado a derecho. Writ Of lnjuction.
Mandamiento de tribunales civiles para impedir o suspender la ejecución de un
acto ilícito realizado por un particular o autoridad competente, entre otros.

Los creadores del juicio de amparo en México fueron influidos por el sistema legal
norteamericano, estructurado por diversos ideológicos entre los que figuran Alexis de
Tocquerville (La Democracia en América), Hamilton, Madison y Jay (EI Federalista).

México
Época prehispánica.·· No se encuentra ningún antecedente del amparo, puesto las relaciones
entre los miembros de la comunidad, se sancionaban con diversas penalidades por hechos
delictuosos, quedando al arbitrio del jefe supremo la administración de justicia.
En la Colonia. Existió un medio de control incierto otorgado por el Virrey, que protegía los
"derechos de las personas contra actos de autoridades políticas o de particulares, respetando
sus posesiones o derechos que no hubiesen sido desconocidos judicialmente. Encontramos
también la institución de "obedézcase y no se cumpla" del derecho español.
Constitución de Apatzingán de 1814. Previamente a la consumación de la Independencia de
México, se consagraron diversas garantías individuales y derechos universales que el poder
público debería respetar, sin expresar la forma y términos para su cumplimiento.

Constitución Federal de 1824. Considerada como el segundo código político mexicano,


estableció la forma de gobierno dentro un régimen federal, y en forma imprecisa o secundaria
las garantías individuales. En su artículo, 137, fracción V, párrafo sexto, se plasmaron las
atribuciones de la Suprema Corte de Justicia de "conocer de las infracciones a la Constitución y
leyes generales, según se prevenga por la ley" sin embargo la ley reglamentaria nunca se
expidió.

Constitución Centralista de 1836. También conocida como "Siete, Leyes Constitucionales", que
además de modificar el régimen federativo por el centralista instituyó un sistema de control
constitucional por órgano político depositado en el Supremo Poder Conservador, integrado por
cinco miembros, con facultades para declarar la nulidad de la ley o decreto en el término de
dos meses siguientes de su expedición, cuando fueran contrarios al texto o espíritu de la
Constitución; asimismo, nulificar los actos de la Suprema Corte de Justicia, a instancia de los
otros poderes, en caso de usurpación de facultades. Constituía un cuarto poder de tipo político
y sus declaraciones tenían validez absoluta y general (erga omnes), se formó por la influencia
francesa del Senado Conservador y tenía por objeto la defensa de la constitucionalidad de las
leyes.

Constitución Yucateca de 1840. El Estado de Yucatán abarcaba también el territorio de


Campeche y Quintana Roo, y por razones políticas y sociales derivada de la rebelión
centralista se encontraba separado; de la República Mexicana: El 23 de diciembre de 1840 la
comisión redactora integrada por el jurista y político liberal Manuel Crescencio Rejón, formu-
laron el proyecto de reformas, a la Constitución Política del Estado de Yucatán, que: incluía las
garantías individuales de libertad religiosa y los derechos fundamentales de la persona privada
de su libertad.
Estaba integrada por, la parte orgánica que contenía un catálogo amplio y sistemático de
garantías individuales y derechos del gobernado, y sobre todo consignaba un medio o juicio de
control de la Constitución por órgano jurisdiccional, al que le denominaron "amparo", con la
finalidad de hacer efectivas las garantías individuales de los individuos de la localidad o los
extranjeros contra actos del Gobierno del Estado.
El artículo 53 establecía el conocimiento de la Corte Suprema de amparar en el goce de los
derechos a los que le pidan su protección, contra leyes o decretos de la Legislatura o actos del
ejecutivo contrarios a la Constitución Local, limitándose en ambos casos a reparar el agravio en
la parte en que estas o la Constitución. Hubiesen sido violadas. Dotando al Poder Judicial de
las facultades de proteger las garantías individuales del oprimido por los empleados del orden
público, que abusarán casi siempre de la fuerza.

Los jueces de primera instancia también tenían competencia para conocer de este medio de
impugnación contra de actos del Poder Judicial; y contra sus actuaciones conocía el Tribunal
Superior. Los principios jurídicos del amparo se reflejaban en la solicitud de parte agraviada
contra los actos de autoridad por vía de acción, cuyos titulares eran únicamente los
particulares; asimismo la protección sólo surtía efectos al solicitante de los actos reclamados,
subsistiendo este concepto de relatividad de las sentencias en la actualidad.
Este sistema fue el primer ordenamiento de control jurisdiccional creado en México y América
Latina; cuando la provincia disidente se integró a nuestra República, sus bases y lineamientos
constituyeron un aporte fundamental en el juicio constitucional.

Proyectos Previos. En 1842 se formó una comisión integrada por siete personas, con el
propósito de elaborar un proyecto de reformas a la Constitución de 1836, en especial la forma
de gobierno que debería adoptarse, ya que la mayoría se inclinaba por la centralista, la minoría
propugnaba por la federalista, lo que provocó que cada grupo formulara su propio proyecto. En
esta comisión figuraron, los juristas Mariano Otero, Espinoza de los Monteros y Muñoz Ledo.
En el proyecto de la minoría de corte individualista y liberal, se plasmó la creación de un "medio
de control mixto" de los derechos individuales y de la Constitución; jurisdiccional y político...
En el proyecto de la mayoría, en la que intervino Don José Fernando Ramírez se establecía,
una defensa constitucional, dejando al Senado la facultad de declarar nulos los actos del Poder
Ejecutivo contrarios a la Constitución, a las cartas de los departamentos o a las leyes
generales, con efectos erga omnes a las sentencias dictadas con motivo de este medio de
defensa
Los proyectos anteriores no se plasmaron en ninguna disposición legal, puesto que por decreto
del 19 de diciembre de 1842, Nicolás Bravo titular del Poder Ejecutivo, ordenó la disolución de
dicha comisión, para crear en su lugar la Junta de Notables, encargada de expedir las bases de
la organización de la República, Mexicana.

Bases Orgánicas de 1843. En el mes de diciembre de 1842 se creó la Junta de Notables con el
propósito de elaborar lo que después se conoció como las Bases Jurídicas de la Organización
Política de la República Mexicana o “Bases Orgánicas de 1843”, que fueron sancionadas por el
Supremo Gobierno Provisional el 12 de junio de ese mismo año, publicadas en el Bando
Nacional el día 14 de junio de 1843.
En este ordenamiento se suprimió el Supremo poder Conservador, y se atribuyó, al Poder
Judicial la función de revisar las sentencias de los jueces inferiores en los asuntos civiles y
penales; además se facultó al Congreso para reprobar los decretos expedidos en las
asambleas departamentales, contrarios a la Constitución o a las leyes con sujeción a las Bases
Orgánicas.

Acta de Reforma de 1847. A finales de 1646 se crea el Congreso Nacional Extraordinario con
el objeto de reformar la Constitución Federal de 1824, y quien se encargó de expedir el Acta de
Reforma de 1847.
E dicho congreso Manuel Cr4escencio Rejón, proclamó el sistema federal y la creación del
juicio de amparo; por su parte- Mariano Otero en su célebre "voto particular" de 5 de abril de
1647, señalando que, para, asegurar los derechos del hombre, que la Constitución reconoce,
se expedirá una ley que fijará las garantías de libertad, seguridad, propiedad e igualdad de que
gozan todos los habitantes de la República y los medios para hacerlas efectivas.
En su artículo 25 del acta constitución de reforma de 18 de mayo de 1847 se crea un medio de
control de la Constitución, para la protección de las garantías individuales mediante un sistema
mixto de protección constitucional; denominado "juicio de amparo" que contenía los principios
de instancia de parte agraviada, prosecución judicial, relatividad de los efectos de las
sentencias de amparo, también conocido como: fórmula "Otero, "correspondiendo a los
particulares el ejercicio de la acción.
Se otorgó competencia a los Tribunales de la Federación para proteger a los habitantes de la
República sus derechos establecidos en la Constitución, por los ataques de los poderes:
Ejecutivo y Legislativo de la Federación o de los Estados.

La idea del acta de reforma era estructurar un Estado democrático en que el Gobierno
estuviera sometido al Derecho se observa el fervor por el sistema federal y su anhelo de que
las leyes del Congreso General como, las locales no tuvieran aplicación si contravenía a la
Constitución Federal.
También se consignó la protección de la Constitución por órgano político ya que se otorgaban
facultades al Congreso General para declarar la nulidad de las Leyes de los estados contrarias
a la Constitución o las Leyes generales, por iniciativa de la Cámara de Senadores. El propio
Congreso General y las Legislaturas, eran los órganos encargados de denunciar la existencia
de leyes contrarias a la Constitución.
En el artículo 25 del acta de reforma se crea el juicio de amparo como medio de control por
órgano jurisdiccional y en los artículos 22, 23 y 24, se establece un "medio de control de leyes"
por órgano político, identificado como sistema mixto o híbrido, "por lo que su fuerza jurídica era
relativa:
 Primera Sentencia de Amparo: Bajo la Vigencia del Acta de Reforma no se expidió
ninguna Ley reglamentaria; "sin embargo el 13 de agosto de 1849 en el Juzgado de
Distrito de San Luis Potosí se dictó la primera sentencia de amparo, por parte de Don
Pedro Zamano encontrándose en suplencia por ausencia del titular, que en la parte
conducente indica:
"Impone al juzgador de mi cargo la obligación de amparar a cualquier ciudadano contra
los ataques violentos, ya sea de los supremos poderes de la nación, ya de los estados
que la circunstancia de no haberse reglamentado el modo, en que tal protección debe
dispensarse, no es ni puede ser un obstáculo para cumplir con ese sagrado deber
porque nadie puede ocultarse el modo de substanciar un expediente y que, de no dar
cumplimiento al citado artículo 25 del Acta de Reforma, resultaría una contravención
del objeto y fin que los legisladores se propusieron, no menos que una notable
infracción.”

 Constitución Federal de 1857. El Congreso Constituyente integrado por los principales


miembros del Partido Liberal durante la guerra de reforma redactaron esta Carta
Fundamental, bajo la premisa de que el hombre y sus derechos deben ser el objeto pri-
mordial de las instituciones sociales.
Con la influencia del jurista Ponciano Arriaga y José María Mata se modifica el sistema
de control constitucional por órgano político de Mariano Otero contemplado en la
Constitución centralista de 1636, por el Sistema de Control por Órgano Judicial,
facultado a los Tribunales de la Federación para proteger la constitución en casos de
violaciones a las garantías individuales mediante el juicio de amparo, cuyas re-
soluciones no tendrían efectos declarativos generales, sino de aplicación relativa,
subsistiendo la denominada fórmula Otero.
En su artículo 101 del ordenamiento invocado, se establecieron los supuestos de
procedencia del juicio constitucional, y en el numeral 102 son consagrados los
principios fundamentales de instancia de parte agraviada, prosecución judicial, estricto
derecho y relatividad de las sentencias.
El amparo procedía contra cualquier acto de autoridad o ley que, afectara las garantías
individuales; los Tribunales de la Federación (Jueces de Distrito y Suprema Corte de
Justicia) serían los encargados de conocer del procedimiento que por actos o disposi-
ción legal de las autoridades públicas afectaren los derechos del gobernado o por
invasión de las atribuciones de las autoridades federales a las entidades federativas.

 Primera Ley de Amparo. El 26 de noviembre de 1861; se promulgó la primera ley


reglamentaria bajo el régimen de presidente Benito Juárez. La segunda el 20 de enero
de 1869 que estuvo vigente en la época de Ignacio Luis Vallarta y Orgazón, Presidente
de la Suprema Corte, crea un procedimiento más elaborado y se refiere a la
suspensión: del acto, reclamado. La tercera el 14 de diciembre de 1882 en la cual se
introducen el amparo en asuntos civiles y las responsabilidades en el juicio; asimismo
se expidieron los Códigos de Procedimientos Federales de 6, de octubre de 1897 que
contenía un capítulo relativo del juicio de amparo reglamentado en forma similar que
los ordenamientos anteriores, y el Código Federal de Procedimientos Civiles de 26 de
diciembre de 1908 en el mandato de Porfirio Díaz, que también reguló el proceso de
amparo, sin embargo con la jurisprudencia de la Corte con mayor experiencia se
estructuraron con mayor precisión las instituciones del procedimiento como el tercero
perjudicado, los casos de improcedencia y sobreseimiento, identificándolo como un
verdadero juicio o proceso y no un simple recurso.
La difícil situación de México hizo imposible la aplicación de la Carta Magna de 1857 y
fue hasta 1867 con la expulsión del emperador Maximiliano y el triunfo de la República
cuando tuvo relativa vigencia, ya que la revolución maderista de 1910 los aconte-
cimientos de la decena trágica y finalmente en 1914, Venustiano Carranza con el Plan
de Guadalupe desapareció los tres poderes, por lo que hasta 1917 la Corte se volvió a
instalar.

Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917. El 1º de diciembre de 1916 al


instalarse en Querétaro el Congreso Constituyente el jefe del ejercito Constitucionalista
Venustiano Carranza, se refirió al amparo como el instrumento más efectivo para garantizar la
libertad y los derechos individuales, sin dejar de reconocer que se había convertido en una
arma política del poder federal contra las entidades federativas.
En este ordenamiento se limitó en individualismo exacerbado de la Constitución de 1851;
transformándose en un documento de, protección social, también se abandonó la tesis
iusnaturalista que consideraba que los derechos humanos eran preexistentes y superiores a
cualquier ordenamiento legal, y con la influencia del positivismo jurídico se estableció que "el
Estado mediante el sistema jurídico nacional determina tales derechos.
En el artículo 103 se reproducen los supuestos de procedencia del juicio de amparo de la
Constitución de 1857 y se introduce el artículo 107 las bases fundamentales a que debe
sujetarse el juicio de garantías.
El Congreso elevó a la categoría constitucional la institución del juicio de Amparo, como
protector de la legalidad; regulando de manera clara y explícita sus principios, la competencia
de la Suprema Corte de Justicia para resolver el juicio de amparo contra las sentencias
definitivas en materia civil y penal; delimitó la procedencia del amparo indirecto ante los Jueces
de Distrito a leyes y actos de autoridad jurisdiccional que no resuelvan el fondo del asunto, y,
aún fuera de juicio o después de concluido aquellos actos de ejecución irreparable y el amparo
por persona extraña al procedimiento.
Se introducen figuras del procedimiento como la jurisdicción concurrente, y competencia
auxiliar, ratificando los principios de promoción del amparo a instancia de parte agraviada,
prosecución judicial del amparo y de relatividad de los efectos de las sentencias; instituyendo
por primera ocasión la suspensión del acto reclamado y la responsabilidad de las autoridades
del conocimiento por incumplimiento, e general las reglas procesales y su ejercicio.

 Ley de Amparo. El 18 de Octubre de 1919 se promulgó la ley reglamentaria respectiva


en la que s derogó el Recurso de Casación al otorgar a la Suprema Corte competencia
originaria pata conocer en única instancia de los juicios de amparo contra sentencias
definitivas en materia civil y penal, se establece el Recurso de Súplica, que par ser
contraria a la letra y al espíritu de los artículos 103 y 107 Constitucionales
posteriormente fue derogado.
Bajo la vigencia de la Constitución de 1917 se han expedido dos leyes reglamentarias;
la del 10 de enero de 1919 y la vigente que se expidió el 30 de diciembre de 1935, que
entró en vigor el 10 de enero de 1936, la cual ha sido modificada en 1951,1964 (en
materia agraria), 1964, 1967, 1976 (sistemática en materia general y agraria) en 1983,
1987, 1994 entre otras, en lo relativo a competencias, desregulación de requisitos
procesales y en la creación del amparo social.
 Amparo Social. El Amparo no fue concebido para proteger derechos sociales; sino
derechos individuales, y si bien en la Constitución de 1917 se establecieron en los
artículos 27 y 123 garantías a favor de las trabajadores y campesinos, fue hasta 1936
con la expedición de la Ley de Amparo y en posteriores reformas cuando se fijaron las
bases del amparo social, con figuras como la suplencia de la queja del trabajador, la
suspensión del acto reclamado con garantía de subsistencia y la competencia de la
Cuarta Sala para conocer de amparos contra laudos pronunciados por las Juntas de
Conciliación y Arbitraje.
PRINCIPIOS DEL JUICIO
1. Generalidades
DE AMPARO Los principios del amparo son los fundamentos, ba-
ses generales o características propias que rigen el ejercicio de la acción, así como, el
procedimiento, las sentencias, los recursos. Y los mecanismos de ejecución de este sistema de
control constitucional que le dan autonomía.
Con la experiencia de más de medio siglo fueron vertidos con amplitud y precisión, en el
artículo 107 de la Constitución General de la República de 1917, ya que los legisladores de
Querétaro tuvieron el acierto de no dejar en los Congresos Locales la fijación de las bases
constitucionales del juicio de garantías.

2. Relación de Principios
Instancia de Parte Agraviada. El amparo es un juicio de control de la constitucionalidad por
órgano jurisdiccional federal, que se promueve por el gobernado por vía de acción, titular de
este derecho.
Las autoridades no pueden actuar o intervenir en forma oficiosa, (Como lo pretendía Otero: en
su sistema híbrido, en que los órganos del Estado podían denunciar las violaciones al orden
legal).
La fracción I del artículo 107 Constitucional (cuyo antecedente directo es el artículo 102 de la
Constitución de 1857) indica que el juicio de garantías, se inicia a instancia o iniciativa de parte
con el objeto de hacer efectivas sus garantías individuales, excluyendo así, la posibilidad de
que uno de los poderes cuestione la constitucionalidad de los actos del otro, evitando conflictos
políticos entre órganos de gobierno.
El juicio de amparo únicamente puede promoverse por la parte a quien perjudique la ley, el
tratado, internacional, el reglamento o cualquier otro acto que se reclame, pudiendo hacerlo por
sí, por su representante, por su defensor si se trata de un acto que, corresponda alguna causa
criminal, por medio, de algún pariente o persona extraña en los casos en que esta ley lo
permita expresamente; y sólo podrá seguirse por el agraviado, por su representante legal o por
su defensor. (Art. 4).
Luego entonces, es indispensable la existencia de la persona que se considere agraviada, lo
que supone que el juzgador solo actúa a petición de los interesados impulsando con su
iniciativa el procedimiento.

Existencia de Agravio Personal y Directo de Carácter Jurídico. Las personas físicas o morales
que intenten la acción constitucional deben ser el titular del derecho público subjetivo
consignados en la Constitución, y que resulten afectados en sus garantías individuales en
forma objetiva por el acto, que se reclama.
Doctrina. Agravio es el perjuicio o menoscabo que sufre el gobernado en su esfera de derechos
por el acto de autoridad.

Jurisprudencia. Perjuicio no debe entenderse conforme a la Ley Civil como la privación de


cualquier ganancia lícita que pudiera haberse obtenido, sino cómo sinónimo de ofensa o
agravio que se hace a /os derechos o intereses de una persona.

El agravio debe ser "personal", es decir, debe recaer en una persona determinada física o
moral, quien tenga el carácter de titular de los derechos conculcados por la autoridad. El
perjuicio que cause debe ser “directo” en el tiempo de realización del acto reclamado, puede
ser pasada cuando sus efectos concluyeron; presente cuando se están realizando o inclusive
inminentemente futuros que no se han realizado pero se presume su realización. Los actos que
no afecten los intereses jurídicos del quejoso, provocan la improcedencia del amparo (73-V).

Jurisprudencia. La acción de amparo, recae directamente en una persona determinada, con


una realización pasada, presente o inminente, debe haberse causado una afectación de inte-
reses o ser de realización futura pero pronta y cierta.

Definitividad del Acto Reclamado. Constituye la obligación del afectado de agotar previamente
a la interposición del amparo todos los recursos ordinarios legalmente permitidos.
Fundamento. Artículo 107, fracciones 111, incisos a) y b) y IV de la Constitución de 1917.

Doctrina. El amparo un juicio extraordinario, previo a su promoción deben agotarse los recursos
o medios de defensa previstos en la ley que rige, al acto, mediante los cuales se pueda
modificar, revocar o anular de manera ordinaria los actos de autoridad que afecten sus
intereses jurídicos.
El principio de definitividad supone el agotamiento o ejercicio previo y necesario de todos los
recursos que la ley que rige al acto reclamado establezca para atacarlo, bien sea
modificándolo, confirmándolo o revocándolo de tal suerte que existiendo dicho medio de
impugnación, sin que lo interponga el quejoso el amparo es improcedente.

Improcedencia. La demanda de las garantías debe desecharse cuando no se cumpla con el


principio de definitividad, y para el caso de que erróneamente sea admitida se configura la
causal de sobreseimiento.

Excepciones. No existe la obligación de acatar este principio cuando se reclamen los siguientes
actos:

 Los que afecten a personas extrañas al juicio.


 Los que sean de imposible reparación.
 Los administrativos respecto de los cuales la ley exija mayores requisitos para
suspender la ejecución, o no se establezca esta medida cautelar.
 Los que importen una violación a las garantías consagradas en los artículos 16;en
materia penal y 20 de la constitución.
 Leyes, cuando se impugne el primer acto de aplicación.
 Los que importen peligro de privación de la 'libertad de la vida: o cualquier acto
prohibido por el artículo 22 de la Carta Magna;
 Aquellos que únicamente se reclamen violaciones directas a la Constitución como lo es
la garantía de audiencia.
 Aquellos cuyos recursos ordinarios o medios de defensa se encuentren comprendidos
en un reglamento y en la Ley no se esté prevista su existencia.
 Actos por violaciones al derecho de petición.

Relatividad de las Sentencias. Los efectos de las sentencias que concedan el amparo,
únicamente deben circunscribirse a proteger al agraviado y obligar a la autoridad responsable a
su cumplimiento específico, sin hacer ninguna declaración de carácter general.

Antecedente. Formula Otero. Artículo 102, segunda parte de la Constitución de 1957. La


sentencia será siempre tal, que sólo se ocupará de los individuos, limitándose a protegerlos y
ampararlos en los casos especiales sobre el que verse el proceso, sin hacer ninguna
declaración general respecto de la ley o acto que la motivare.

Fundamento. Artículo 107 fracción II de la Constitución de 1917. La sentencia será siempre tal,
que sólo se ocupé de individuos particulares, limitándose a ampararlos y protegerlos en el caso
especial sobre el que verse la queja, sin hacer una declaración general respecto de la ley o
acto que la motivare.

Ley de Amparo. Las sentencias que se pronuncien en los juicios de amparo sólo se ocuparán
de los individuos particulares o de las personas morales, privadas u oficiales; que lo hubiesen
solicitado, limitándose a ampararlos y protegerlos, si procediere, en el caso, especial sobre el
que verse la demanda sin hacer una declaración general respecto de la ley o acto que la
motivare."(Art. 76).

Jurisprudencia. Corresponde cumplir el fallo de garantías a las autoridades directas y, a las


demás que por razón de sus funciones tengan que intervenir en su ejecución.

Revisión del Concepto. Siguiendo el principio de igualdad ante la Ley, deben revisarse sus
alcances ya que sí la jurisprudencia declara inconstitucional un precepto de legislación
ordinaria, la consecuencia es dejarlo sin efectos en lo general, ya que puede afectar por igual a
toda la sociedad.
Prosecución Procesal. Es la obligación de las partes y del juzgador de sujetarse en el juicio de
amparo a las formalidades y términos que establece los dispositivos legales aplicables.
El amparo no es, un recurso, sino un juicio extraordinario y autónomo, en consecuencia sus
procedimientos responden al, carácter que la ley, la jurisprudencia y la doctrina le atribuyen.

Fundamento. Artículo 107 párrafo primero de la Constitución: "Todas las controversias de que
habla el artículo 103 se sujetarán a los procedimientos y formas del orden jurídico
que,"determina la ley;" .

Requisitos. La observancia de los procedimientos y formas esenciales establecidas en la


Constitución y su ley reglamentaria ya que no existe una instancia superior de impugnación,
salvo los propios recursos del amparo, por lo que el acatamiento cuidadoso a las formalidades
es fundamental.

Ley de Amparo. El juicio de amparo se substanciará y decidirá con arreglo a las formas que se
determinen en el presente libro, ajustándose en materia agraria, a las prevenciones específicas
a que se refiere el libro segundo de esta Ley. A falta de disposición expresa, se estará a las
prevenciones del Código Federal de Procedimientos Civiles; (Art. 2).
En los juicios de amparo todas las, promociones deberán hacerse por escrito, salvo, las que se
realicen en las audiencias y notificaciones, así como en las comparecencias a que, se refiere el
artículo 117 de la Ley. Las copias certificadas que se expidan la substanciación del juicio de
amparo directo o indirecto, no causarán contribución alguna." (Art. 3).

Alcances. Este principio rige desde la presentación de la demanda de amparo, hasta que el
juzgador emita la sentencia definitiva y sea cumplimentada cabalmente por la autoridad
responsable.

Estricto Derecho. La autoridad federal al emitir la sentencia de amparo, solo debe tomar en
cuenta los conceptos de violación o agravios aducidos por el quejoso o recurrente.

Fundamento de Amparo. En las sentencias que se dicten en los juicios de amparo, el acto
reclamado se apreciará como aparezca probado ante la autoridad responsable, y no se
admitirán si se tomarán en consideración las pruebas que no se hubiesen rendido ante dicha
autoridad para comprobar los hechos que motivaron o fueron objeto de la resolución
reclamada. (Art. 78)

Ley de Amparo. En las sentencias que se dicten en los juicios de amparo, el acto reclamado se
apreciará tal como aparezca probado ante la autoridad responsable, y no se admitirán ni se
tomarán en consideración las pruebas que no se hubiesen rendido ante dicha autoridad para
comprobar los hechos que motivaron o fueron objeto de la resolución reclamada. (Art.78)

Excepciones. De algunos grupos sociales o personas carecen de los medios económicos


suficientes o de representación y con frecuencia no tienen acceso a una adecuada defensa
legal, en tajes casos opera la suplencia de la queja.

Suplencia de las Deficiencias de la Demanda. Los tribunales de amparo tienen la obligación de


suplir las deficiencias de, la demanda de garantías, perfeccionándola, completándola,
integrándola o en su caso haciendo valer conceptos de violación, no incluidos por el agraviado,
en los supuestos previstos por el artículo 76 bis de la Ley de Amparo que indica:

"Art. 76 bis. Las autoridades que conozcan del juicio de amparo deberán suplir la deficiencia de
los conceptos de violación de la demanda, así como de los agravios formulados en los
recursos que esta Ley establece, conforme a lo siguiente:

I. En cualquier materia cuando el acto reclamado se funde en leyes declaradas


inconstitucionales por la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia.
II. En materia penal, la suplencia operará aún ante la ausencia de conceptos de
violación.
III. En materia agraria, conforme a lo dispuesto por el artículo 227 de esta Ley.
IV. En materia laboral, la suplencia sólo se aplicará a favor del trabajador.
V. A favor de los menores de edad o incapaces.
VI. En otras materias, cuando se advierta que ha habido en contra del quejoso o del
particular recurrente una violación manifiesta de la Ley que lo haya dejado sin
defensa.”

La suplencia implica el análisis integral de los conceptos de violación o agravios expresados


deficientemente, ya que si no existen no hay nada que suplir, y lejos de una suplencia se crean
conceptos de violación inexistentes.
En materia civil cuando se trata de menores ,o incapacitados; en materia administrativa o
agraria, cuando el quejoso es un núcleo ejidal o comunal; en penal opera aún ante la ausencia
de conceptos de violación; en cualquier materia cuando el acto reclamado se funde en leyes
declaradas inconstitucional por la jurisprudencia de la Corte; en contra de violaciones
manifiestas de la ley que haya dejado sin defensa al particular.
Jurisprudencia. En materia laboral la suplencia de la queja opera, solo a favor del trabajador y
sin expresión de agravios.

Suplencia del Error. Lis tribunales de amparo, deben corregirse los errores que adviertan al
citar los preceptos constitucionales o legales que se estimen violados, y podrán examinar en su
conjunto los agravios y conceptos de violación, así como los respectivos razonamientos de las
partes a fin de resolver la cuestión efectivamente planteada, pero sin cambiar los hechos
expuestos en la demanda. (Art. 79).

Críticas. Otorgar facultades al juzgador para suplir las deficiencias de la demanda de amparo
se desnaturaliza su función, ya que no puede ser jamás abogado de ninguna de las partes
porque afecta su imparcialidad. Es deseable que el amparo no sea tan rígido, cuando se trate
del reo, incapaces, menores o trabajadores mar representados, pero también debe limitarse la
facultad de suplir la queja deficiente, porque puede provocar la anarquía jurídica.
EL JUICIO CONSTITUCIONAL AMERICANO
I. ORÍGENES
Como en los demás casos en que hemos estudiado los orígenes y el desenvolvimiento
de una institución estadounidense, vamos a encontrar sus primeras raíces en las insti-
tuciones inglesas. Hacia el siglo XVII reinaba en Inglaterra Jacobo I, quien se
caracterizó por la forma arbitraria y despótica con que trató de gobernar. Jacobo I
sustentaba y trataba de aplicar en la práctica la tesis del derecho divino de los reyes,
tesis mediante la cual se afirmaba, como sabemos, que el monarca no responde de
sus actos sino ante Dios, que sus facultades no tienen limitación impuesta por ninguna
autoridad humana. Durante el reinado de Jacobo I surgió un jurista inglés de gran
categoría, Eduardo Coke, que adquirió un gran prestigio en su época y fue designado
con el título general de "inventor de la Carta Magna", porque en la época en que vivió
(1552-1634), cuatro siglos después de dictada la Carta Magna -ésta, que constituía
una síntesis o resumen de los principios generales de la Common Law, había sido
relegada al olvido y se había refundido en la Common Law-, en esa época, decimos,
Coke hizo un análisis de los principios de la Carta Magna llevándolos a sus últimas
conclusiones; de aquí que se designara a este jurista con el nombre de "inventor de la
Carta Magna".

II. TESIS DE EDUARDO COKE


Eduardo Cake sostuvo una tesis de gran importancia teórica desde el punto de vista
de la supremacía judicial. Consideró que la Carta Magna tenía el carácter de ley
superior no sólo al monarca, sino al Parlamento inglés mismo, y concluyó que siendo
la Carta Magna síntesis de los principios de la Common Law, tenía, como ésta, el
carácter de una ley superior que no podía ser derogada ni violada, concretamente por
el monarca ni por el Parlamento. Afirmó, además, que la autoridad que debía velar por
la supremacía de la Common Law y de la Carta Magna debía ser la autoridad judicial;
sostuvo, así, la tesis de la supremacía judicial como medio de controlar al monarca y al
Parlamento en el acatamiento a la Common Law. Consideró que si el Parlamento
dictaba una ley contraria a los principios inherentes a la Common Law, dicha ley no
debía ser aplicada por la autoridad judicial; que si el monarca expedía un decreto o
dictaba una orden que contrariasen los principios de la Common Law, debía
igualmente ser rechazada su ejecución.

Naturalmente que cuando trató de llevar a la práctica su teoría, Eduardo Coke entró en
pugna con el monarca.
Eduardo Coke fue presidente del tribunal inglés llamado el Common Pleas, y
entonces, al presentarse casos concretos, tuvo oportunidad de sostener prácticamente
la tesis de la supremacía judicial que antes afirmara en teoría. Jacobo I, por ejemplo,
dio una orden a los tribunales ingleses, y a la Corte del Common Pleas en especial,
para que no resolvieran ninguna controversia sin consultarle previamente. La Corte del
Common Pleas, a moción de Coke, declaró que no debía acatarse la orden por ser
arbitraria y contraria a los estatutos generales del reino.
Surgió un conflicto entre los tribunales del Common Pleas y los tribunales
eclesiásticos, un conflicto de jurisdicción. El monarca pretendió ejercitar la facultad
inherente a la prerrogativa real de separar el conocimiento del litigio de los tribunales
del Common Pleas para resolverlo por sí mismo, y ordenó a esa Corte que le remitiera
el expediente. La Corte del Common Pleas declaró que la orden no debía ser
obedecida, porque la única autoridad competente para resolver el conflicto planteado
era la autoridad judicial. Jacobo I insistió en que tenía él facultad para resolver el
conflicto, y observó que estando dotado de razón natural y siendo las leyes principios
racionales, podía perfectamente sentenciarlo. La Corte, a moción de Eduardo Coke,
contestó que reconocía que el monarca estaba dotado de razón natural, pero que ni
aun así podía resolver la controversia planteada, porque el desarrollo de las funciones
judiciales sólo podían llevarse a cabo por individuos especializados, que hubieran
hecho estudios detenidos de los principios artificiales contenidos en las leyes. De nada
sirvió que Jacobo I invocara la prerrogativa real de que, siendo el juez delegado del
monarca en la función de administrar justicia, en cualquier momento el monarca podía
reivindicar la función jurisdiccional y resolver por sí mismo la controversia que estimara
conveniente, porque el Tribunal del Common Pleas declaró que sería contrario a las
costumbres y estatutos de Inglaterra que una autoridad que no fuera un tribunal
judicial fallara una controversia.

Naturalmente que la pugna entre el monarca y Eduardo Coke tuvo que redundar en la
destitución de éste. Pero el jurista continuó exponiendo su doctrina en teoría,
escribiendo libros para desarrollarla, y esto es tanto más importante cuanto que las
obras de Coke tuvieron gran difusión en las colonias inglesas de Norteamérica que
entonces se fundaban y empezaban a desarrollarse.

La tesis de Coke y la organización constitucional inglesa


Debe observarse, desde luego, que la tesis de la supremacía judicial de Coke, en
cuanto afirmaba, en primer término, que la Common Law tenía el carácter de ley
superior al monarca y al Parlamento, no era lógica en relación con la organización
constitucional de Inglaterra, país que vivía bajo un régimen de constitución flexible. En
el concepto de que el Parlamento puede hacerlo todo, es soberano en lo que
concierne a su función legislativa; en el concepto de que no existe en Inglaterra una
Constitución rígida con el carácter de ley formalmente superior a las demás leyes, no
puede plantearse jurídicamente el problema de control de la constitucionalidad de las
leyes. No existe distinción formal entre leyes constitucionales y leyes ordinarias, el
mismo órgano que dicta unas dicta las otras: el Parlamento. En consecuencia, si el
Parlamento dicta una disposición contraria a otra anterior, debe entenderse derogada
precedente y no puede afirmarse que el Parlamento esté violando la disposición
anterior. Así, la tesis de la supremacía judicial de Coke, en cuanto consideraba que las
leyes del Common Law eran obligatorias para el Parlamento, no encontraba una clara
justificación en la organización constitucional inglesa.

Organización constitucional de las colonias inglesas de Norteamérica


Pero las colonias inglesas de Norteamérica van a fundarse y a desarrollarse bajo un
sistema constitucional más propicio para el desenvolvimiento de una tesis semejante a
la que afirmaba Coke; van a establecerse ya desarrollarse bajo un sistema en el que
existen leyes con una autoridad formal superior a otras leyes. Ya hacíamos notar con
anterioridad cómo en las Cartas de Fundación que precedían el establecimiento de las
colonias se consignaban principios generales de organización colonial y, además, se
determinaba que las leyes que en las colonias se dictaran no podían ser contrarias ni a
las disposiciones contenidas en la Carta ni a las leyes y estatutos de Inglaterra. Así, en
el momento en que se encontró por un juez que una ley colonial era contraria a las
prescripciones contenidas en la Carta de Fundación o a las leyes e instituciones
inglesas, reconociendo que dicha ley colonial era formalmente inferior a las
disposiciones de la Carta de Fundación o a las leyes y estatutos de Inglaterra, pudo
hacerse a un lado su aplicación. Es decir, la Carta de Fundación y las leyes e
instituciones inglesas vinieron a tener en las colonias inglesas de Norteamérica el
carácter de superreyes, vinieron a significar una ley rígida que no podía ser derogada
o modificada por leyes inferiores.
Al independizarse las colonias inglesas, algunas conservaron su misma Carta de
Fundación en la categoría de Constitución especial; otras, se dieron una Constitución
especial redactada expresamente para ese objeto. Pero en unas y otras pudo
continuar planteándose un problema de control de constitucionalidad de las leyes
inferiores cuando éstas eran contrarias a la Constitución de la colonia.
Finalmente, al organizarse las colonias en una Federación, la Constitución Federal
vino a tener el carácter de ley superior a las leyes de los Estados y a las
Constituciones mismas de las entidades federativas, de manera que pudo seguir
planteándose el problema de control de la constitucionalidad de leyes inferiores o de
Constituciones locales.

Fracaso práctico original de la tesis de la supremacía judicial


Sin embargo, la tesis conforme a la cual la autoridad judicial federal podría velar por el
cumplimiento de la Constitución, por la observancia de la Constitución Federal por
parte de las autoridades de los Estados, no pudo arraigar en la jurisprudencia
norteamericana sino al cabo de muchos años de haber sido organizada la Federación.
Las colonias manifestaron durante mucho tiempo una gran repugnancia por la
intromisión de autoridades federales en sus asuntos propios. Además, una facultad
expresa del Poder Judicial Federal para calificar la legalidad o constitucionalidad de
los actos de las autoridades locales, y especialmente de leyes, no encontraba claro
fundamento en la Constitución Federal. La afirmación de semejante facultad tuvo que
ser derivada de una disposición constitucional, contenida en la Carta Federal, pero
mediante una obra jurisprudencial especialmente desarrollada por Marshall, persis-
tente durante mucho tiempo. La Constitución Federal, al establecer las funciones de
los tribunales federales, prescribía que podrían conocer de los casos de derecho o de
equidad derivado de la Constitución, de las leyes federales o de los tratados. De dicha
disposición pudo derivar Marshall el principio conforme al cual los tribunales de la
Federación, en última instancia, podrían examinar la constitucionalidad o
inconstitucionalidad de un acto de autoridad local.
En un principio, tal posibilidad fue expresamente negada. Cita Rabasa tres casos que
ponen de relieve el fracaso práctico original de la tesis. El primer caso tuvo realización
con anterioridad a la independencia de las colonias: se dictó en el Estado de Rhode
Island una ley sobre circulación obligatoria de papel moneda que establecía sanciones
para los que infringieran sus disposiciones y determinaba cómo en el procedimiento
que debería seguirse para aplicar dichas sanciones no tendría intervención el jurado.
La Carta de Fundación de Rhode Island reconocía en favor de los colonos la garantía
del jurado; la ley en cuestión aparecía, por tanto, como contraria a una disposición
expresa de la Carta de Fundación. El tribunal judicial ante el que se planteó el
problema declaró que la ley en su disposición relativa era nula por contraria a la Carta
de Fundación, por desconocer en contra de los miembros de la colonia una garantía
que establecía en su favor la Carta de Fundación. Pero el fallo del tribunal, lejos de ser
respetado, provocó un gran escándalo y motivó el enjuiciamiento de los miembros del
tribunal que había dictado la resolución, y aunque en el juicio fueron absueltos, no
fueron reelectos para sus cargos, es decir, prácticamente fueron privados de sus
puestos.

Un segundo caso se presentó en el Estado de Ohio -ya en relación con la Constitución


Federal- con motivo de una ley local relativa a funciones de jueces de paz, que
igualmente fue declarada nula por contraria a la Constitución por un tribunal local. El
fallo provocó gran indignación por parte del Poder Legislativo y dio margen también al
enjuiciamiento de los jueces que habían hecho tal declaración.
El tercero de los casos que venimos examinando, y que nos presenta el primer ensayo
realizado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación para hacer imperar la
Constitución frente a un Estado, también fue un fracaso. La Constitución establecía la
posibilidad de que los tribunales federales, la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
conocieran en única instancia de demandas formuladas contra un Estado por uno o
más vecinos de otro Estado. El Estado de Georgia fue demandado ante la Suprema
Corte de Justicia por cierto número de vecinos de otro Estado. La doctrina había
interpretado el precepto relativo de la Constitución Federal en el sentido de que
únicamente debería seguirse el juicio contra el Estado cuando éste lo aceptara
expresamente, para no deprimir su soberanía. Pero la Suprema Corte de Justicia no
adoptó dicha tesis; citó al Estado de Georgia al juicio, y no habiendo comparecido,
dictó sentencia de rebeldía. La agitación que provocó la sentencia fue muy grande, a
tal grado que el Estado de Georgia dictó un decreto en el que se determinaba que se
aplicaría la pena de muerte a cualquiera que pretendiese ejecutar la sentencia de la
Corte en su territorio. La agitación general que se produjo en la Unión Americana
provocó una aclaración constitucional en virtud de la cual se establecía, con el carácter
de ley expresa, la interpretación que al precepto relativo a demanda formulada por
vecinos de un Estado contra otro Estado había dado la doctrina. El artículo XI de las
Enmiendas y Adiciones a la Constitución de los Estados Unidos dice textualmente: "El
poder Judicial de la Federación no podrá conocer de ningún litigio de estricto derecho
o de equidad, comenzado o proseguido contra uno de los Estados Unidos por ciuda-
danos de otro Estado, o por ciudadanos o súbditos de un Estado extranjero." Además,
el caso dio ocasión para que en muchos Estados se hablara de reivindicación de la
autonomía local y se desconociera la posibilidad de que poderes federales pudiesen
intervenir para controlar la constitucionalidad de los actos realizados por las
legislaturas de los Estados.
Competencia de los Tribunales Federales según su Ley Orgánica
La Ley Orgánica de los Tribunales de la Federación establecía tres casos generales
en los que dichos tribunales podían intervenir para la resolución de un problema de
constitucionalidad: en primer término, el caso de acuerdo con el cual en la controversia
seguida ante el tribunal local se hubiera discutido la validez de una disposición
constitucional, de un tratado o de un acto de autoridad federal, y la sentencia fuera
contraria a dicha validez; en segundo lugar, el caso en el cual en la controversia se
hubiera impugnado de contraria a la Constitución una ley de un Estado o un acto de
autoridad local y la sentencia fuera favorable para su validez; en tercer término, el
caso en el que en la controversia se hubiera desconocido un derecho o una
prerrogativa que se fundara en la Constitución o en una ley federal. En tales casos la
Corte podía intervenir, pero como tribunal de apelación, después de que hubiera
intervenido el tribunal de última instancia del Estado.
Como vemos, la afirmación de que el Poder Judicial Federal podría controlar la
constitucionalidad de las leyes y actos de los Estados o la constitucionalidad de leyes
y actos en general, no se había realizado muy claramente en la ley y mucho menos en
la práctica. Fue debido a los esfuerzos de Marshall como la tesis pudo establecerse.
En un principio, la tendencia separatista de las colonias norteamericanas era más
fuerte que la tendencia federalista; la unión se había adoptado como un mal necesario,
para poderse independizar de Inglaterra. Aunque en la Constitución americana existen
esos principios vagos de la supremacía judicial y competencia de los poderes
judiciales federales, es inherente al pueblo americano, como derivado del inglés, la
tendencia a no establecer una ley sino hasta que ésta ha sido aplicada durante mucho
tiempo, esto es, la tendencia tradicionalista que atribuye mayor fuerza a una
costumbre practicada por los tribunales que a una ley. Esto da lugar a que una ley no
por el hecho de ser dictada es desde luego respetada; la ley no adquiere su prestigio
sino hasta que es aplicada. Por eso es interesante la obra de Marshall, porque fue él
quien sentó la tesis jurisprudencial de la supremacía de los poderes judiciales
federales.

Ejecutoria de Marshall en el caso “Marbury contra Madison”.


Es clásico en la jurisprudencia de los Estados Unidos el caso llamado “Marbury contra
Madison”, en el cual Marshall tuvo oportunidad de dictar una ejecutoria en la que
estableció claramente la posibilidad en favor de los poderes judiciales federales de
controlar la constitucionalidad de leyes y actos en general. La ejecutoria es de tal
importancia, que merece ser leída en sus párrafos más interesantes. El caso Marbury
contra Madison era el siguiente: William Marbury había obtenido un nombramiento de
juez de paz en el Distrito de Columbia, del Presidente Adams, al ser sustituido éste por
el presidente Jefferson, el secretario de éste último, James Madison, negó a Marbury
la entrega de su nombramiento de juez de paz. Entonces Marbury solicitó de la
Suprema Corte de Justicia la expedición del llamado writ af mandamus, o sea una
orden restringida a Madison para que le entregara el nombramiento. Se planteó, con
este motivo, ante la Suprema Corte de Justicia el problema siguiente: la demanda de
Marbury se fundaba en una disposición de la Ley Orgánica de Tribunales de la
Federación que autorizaba a la Suprema Corte de Justicia de la Nación para expedir
writs af mandamus en tales casos; pero dicha disposición de la Ley Orgánica aparecía
contraria a la Constitución, porque de acuerdo con ésta la Suprema Corte de Justicia
no podría intervenir como tribunal de única instancia sino con motivo de casos
concretos que afectaran a cónsules y representantes diplomáticos, y para resolver
controversias en que un Estado fuese parte. En todos los demás casos de
competencia de los tribunales de la Federación la Corte debía intervenir sólo como
tribunal de apelación; es así que la disposición de la Ley Orgánica daba a la Suprema
Corte facultad para expedir desde luego writs af mandamus como tribunal de única
instancia; luego se planteaba el problema de si la Ley Orgánica era o no conforme a la
Constitución. Marshall establece en la ejecutoria citada, los siguientes principios:

"El gobierno de los Estados Unidos ha sido llamado enfáticamente un gobierno de


leyes y no de hombres. Seguramente dejaría de merecer esta alta denominación si las
leyes no proporcionaran ningún medio de reparar la violación de determinado derecho
legalmente adquirido."
Como vemos, esta primera parte de la ejecutoria no significa sino el reconocimiento de
la existencia de un régimen constitucional, el reconocimiento de un principio de
legalidad constitucional en virtud del cual las disposiciones constitucionales deben ser
estrictamente cumplidas. Pero, además, en ella se afirma que debe lógicamente
concluirse la existencia de un procedimiento tendiente a reparar las violaciones que las
disposiciones constitucionales sufran en perjuicio de un individuo.

Cuando la legislatura impone a los funcionarios administrativos ciertas obligaciones que deben
cumplir de manera perentoria; cuando los derechos de los particulares dependen del
cumplimiento de esas obligaciones, la conducta de las autoridades referidas queda sujeta a las
leyes, no pudiendo a su arbitrio violar los derechos por otros adquiridos.
...
Cuando la ley señala expresamente a un funcionario un deber y los derechos de los
particulares dependen del cumplimiento de ese deber, es claro que el particular que se
considere perjudicado tiene derecho de acudir a las leyes de su patria en demanda de
reparación.
...
El problema de determinar si un derecho ha sido adquirido o no, es por su naturaleza judicial, y
debe ser juzgado por la autoridad judicial.

Apoya Marshall la tesis de que es el Poder Judicial el capacitado, por la naturaleza


misma de sus funciones, para reparar las violaciones constitucionales que las
autoridades cometan con perjuicio de una persona determinada, es decir, afirma el
supuesto de la tesis de la supremacía judicial para el efecto del cumplimiento de la
Constitución.

Si uno de los jefes de las secretarías comete un acto ilegal, so pretexto del desempeño de sus
funciones, por el cual sufre perjuicio un particular, no puede pretenderse que el solo hecho de
ocupar el puesto lo exima de ser demandado en la vía ordinaria de los procesos y ser obligado
así a obedecer las prescripciones de la ley.
Por lo tanto, es éste un caso claro de mandamus, o de obligar la entrega del nombramiento o
de un certificado de él; y solamente queda por investigar si puede ser expedido por esta Corte.

Es decir, desde el momento en que la demanda tenía por finalidad hacer que un Poder
Judicial (la Suprema Corte de Justicia) obligara a una autoridad (Madison, secretario
del presidente Jefferson) al cumplimiento de una obligación que le imponía la ley
(entregar el nombramiento de juez de paz a Marbury), la Corte estudiaba en primer
término si dicha obligación existía efectivamente y si la autoridad competente para
constreñir al obligado al cumplimiento de su deber era la autoridad judicial; y resolvía
el problema en sentido afirmativo. Declaraba que las leyes eran obligatorias para las
autoridades, y que si éstas violaban las leyes en perjuicio de un particular, éste podía
acudir al Poder Judicial reclamando la violación concreta cometida por la autoridad. A
continuación examinaba el problema de si en el concepto de que podía un Poder
Judicial expedir un writ of mandamus para obligar a una autoridad al cumplimiento de
sus obligaciones, dicho tribunal judicial podría ser desde luego la Suprema Corte de
Justicia.

Julio 4
A continuación examina la ejecutoria: si en el caso concreto la Suprema Corte tenía o
no jurisdicción. En principio, dice la ejecutoria, puede una autoridad judicial federal
expedir un writ of mandamus de esta naturaleza; pero ¿puede la Suprema Corte de
Justicia, en el caso concreto, ser la autoridad judicial federal que expida el writ?

La ley que provee al establecimiento de los tribunales judiciales de los Estarlos Unidos
autorizan a la Suprema Corte para expedir writs of mandamus en los casos justificados por los
principios y usos del derecho, respecto de todos los funcionarios públicos sujetos a la autoridad
de los Estados Unidos.
El secretario de Estado (Madison era secretario de Estado), por ser una persona que
desempeña un cargo sujeto a la autoridad de los Estados Unidos, se halla precisamente dentro
de la letra de la prescripción; y si esta Corte no está autorizada para expedir a un funcionario
de esa categoría un writ of mandamus, es porque la ley es anticonstitucional y, por tanto,
carece absolutamente de fuerza obligatoria, no pudiendo por lo mismo señalar los deberes que
(en su expresión gramatical) trata de señalar, ni tener la fuerza obligatoria que las palabras que
emplea le quieren proporcionar.

El problema se plantea del siguiente modo: La ley que autoriza a la Corte para expedir
writs of mandamus ¿es o no conforme a la Constitución? Resuelto ya que la ley es
inconstitucional, se pregunta la Corte: ¿Puede el Poder Judicial Federal examinar si
existe o no esa conformidad? Las razones que la ejecutoria da para contestar
afirmativamente esta última pregunta, es decir, para demostrar que sí encaja dentro de
las funciones del Poder Judicial Federal calificar la constitucionalidad de una ley, son
las siguientes:

La Constitución deposita todo el poder judicial de los Estados Unidos en una Suprema Corte y
en aquellos tribunales inferiores que de tiempo en tiempo el Congreso ordena que sean
establecidos. Dicho poder se extiende expresamente a todas las causas que surjan bajo las
leyes de los Estados Unidos; y en consecuencia en alguna forma puede ejercitarse en el caso
presente, ya que el derecho reclamado es concedido por una ley de los Estados Unidos.
En la distribución del poder referido se ha declarado que la Suprema Corte conocerá en una
sola instancia de todos los casos que afecten a los embajadores, ministros públicos, lo mismo
que a los cónsules, y de aquellos en que un Estado fuere parte. En todos los demás casos
conocerá en apelación. (Art. llI, Sección 2a, inciso 2).

Hay que hacer notar, desde luego, como se está planteando el problema de
constitucionalidad de la ley. La Constitución determina (vamos a encontrar un sistema
semejante en la Constitución nuestra) que en tales y cuales casos son competentes
los poderes judiciales federales; pero como los poderes judiciales federales se
distinguen en Suprema Corte de Justicia, Tribunales de Circuito y Juzgados de
Distrito, el problema está en saber de qué casos puede conocer la Corte en única
instancia, separando estos casos de aquellos que debiera conocer en última instancia,
y de los cuales, inicialmente, ya haya conocido un Juzgado de Distrito o un Tribunal de
Circuito.

Para facultar a esta Corte, por lo tanto, para expedir un mandamus, tiene que probarse que
dicha expedición se hace el ejercicio de jurisdicción de apelación, o que se ha autorizado a un
tribunal para ejercer la jurisdicción mencionada.

En jurisdicción por apelación es criterio esencial que se revisen y corrijan los procedimientos de
una causa ya instituida, sin que se cree esa causa. Por lo tanto, aunque se puede dirigir un
mandamus a los tribunales, sin embargo, el expedir dicho writ a un funcionario con el fin de que
se entregue un documento, equivale a ejercitar una acción original para dicha entrega, por lo
que más bien parece tratarse de un acto de jurisdicción original que de un acto realizado en
ejercicio de jurisdicción de apelación.

Dice la Corte: yo no tengo jurisdicción original sino para conocer de casos en que un
Estado sea parte o de casos en que intervengan representantes diplomáticos. En este
caso concreto se solicita de mí la expedición de una orden para que un funcionario
federal cumpla con una obligación. ¿Puede hablarse de que la cuestión planteada lo
sea en apelación? No, sino que se solicita mi intervención en única instancia. Ahora
bien, concluye la Corte:

Por lo mismo, la facultad que el decreto que establece los tribunales judiciales de los Estados
Unidos da a la Suprema Corte para expedir writs af mandamus a funcionarios públicos, parece
no estar consagrada por la Constitución; por lo cual se hace necesario examinar si puede
ejercerse una jurisdicción conferida de este modo.

Julio 6
Continuamos con el comentario de la ejecutoria de Marshall. Habíamos visto ya la
parte en que se establece, en primer término, la tesis en el sentido de que si un
particular está interesado en el cumplimiento de una obligación por parte de una
autoridad, puede acudir ante una judicial para que ésta constriña a la responsable al
cumplimiento de su obligación; es decir, la parte de la ejecutoria en la cual se
establece que en un principio sí es procedente la expedición de un writ of mandamus
por una autoridad judicial federal para hacer presión sobre otra autoridad a fin de que
ésta cumpla con una obligación que le impone la ley.
En segundo lugar, analizábamos la ejecutoria en la parte que examina si en el caso
concreto tenía competencia la Suprema Corte de Justicia para expedir el writ of
mandamus. Para resolver esto, tenía que plantearse el problema relativo a determinar
si la Ley Orgánica de los Tribunales, que la autorizaba en términos generales para
expedir writs of mandamus, era o no conforme a la Constitución.
Hoy vamos a leer y examinar si la autoridad judicial federal puede plantearse y
resolver el problema de si una ley es o no conforme con la Constitución, y en caso de
que la encuentre inconforme, si puede declarado así.

La cuestión relativa a si un acto contrario a la Constitución puede ser ley de la tierra, es una
cuestión sumamente interesante para los Estados Unidos; pero afortunadamente, no es tan
difícil como interesante. Únicamente es necesario, para decidida, reconocer ciertos principios
bien establecidos desde hace mucho tiempo.
Que el pueblo tiene un derecho original de establecer, para su gobierno futuro, aquellos
principios que en su opinión lo conduzcan a su propia felicidad, es la base sobre la cual se ha
erigido toda la estructura americana. El ejercicio de ese derecho original significa un esfuerzo
muy grande, que ni puede ni debe ser frecuentemente repetido. Por lo tanto, los principios así
establecidos se consideran fundamentales. Y desde el momento en que es suprema la
autoridad de que proceden, la cual, además, sólo en ocasiones puede actuar, se designan
también como permanentes.
La voluntad originaria y suprema organiza el gobierno y distribuye a los diversos
departamentos sus facultades respectivas. Puede, o bien detenerse aquí, o bien establecer
ciertos límites que no podrán trascender esos departamentos.

El gobierno de los Estados Unidos puede situarse dentro de estos últimos lineamientos. Las
facultades del poder legislativo están definidas y limitadas; y a fin de que esos límites no
puedan olvidarse o equivocarse, se ha escrito la Constitución. ¿Con qué objeto se habrían
limitado las facultades y para qué establecer por escrito esas limitaciones si en cualquier
tiempo los limites referidos pudieran trascenderse precisamente por aquéllos a quienes deben
restringir? La distinción entre un gobierno con facultades limitadas y otro con facultades
ilimitadas quedaría abolida si dichos límites no restringieran a las personas a quienes se
imponen y si actos prohibidos y actos permitidos significan una obligación igual. Es demasiado
clara para ser discutida la proposición de que la Constitución controla cualquier acto legislativo
que le repugna; o la de que el poder legislativo no puede alterar la Constitución mediante un
acto ordinario.
Es decir, se está examinando en primer término si el Poder Legislativo encuentra un
límite en la Constitución y, naturalmente, resuelve la ejecutoria el problema
afirmativamente. Se sostiene tácitamente una tesis similar a la de Rabasa respecto de
la soberanía popular. La soberanía popular, como poder ilimitado, radica en el pueblo
y se ejerce en el momento en que se dicta la Constitución: las reglas constitucionales
se establecen sin límite de ninguna clase. Dictada la Constitución, ésta tiene el valor
de una ley superior; desde el momento en que se organizan los poderes públicos y
que no encuentran más fundamento que la Constitución, no deben obrar sino con las
facultades que ella les da. Ninguno de los poderes puede incurrir en infracciones a los
principios constitucionales.
Entre estas alternativas no hay término medio. O la Constitución es una ley suprema, fuera del
alcance de los medios ordinarios de reforma, o está al mismo nivel de los actos legislativos
comunes, y como los demás actos, es alterable a voluntad del poder legislativo.
Si la primera parte de dicha alternativa es la verdadera, entonces un acto legislativo contrario a
la Constitución no es una ley (es decir, la Constitución tiene valor superior a las demás leyes);
si la segunda parte es la verdadera, entonces las constituciones escritas son tentativas
absurdas del pueblo para limitar un poder que por su propia naturaleza es ilimitable.
Seguramente que todos los que han redactado constituciones escritas han tenido por fin formar
la ley fundamental y suprema de la nación, y por consiguiente, la teoría de todo gobierno de
esta clase tiene que ser la de que un acto del poder legislativo que repugne a la Constitución,
es nulo.
Dicha teoría está esencialmente vinculada a una constitución escrita, y por lo mismo, esta
Corte deberá considerarla como uno de los principios fundamentales de nuestra sociedad. Por
tanto, no debe perderse de vista en las siguientes consideraciones acerca de este asunto.

De acuerdo con la ejecutoria, en el concepto de que el Poder Legislativo está regulado


por la Constitución y de que en un país de régimen constitucional los actos que este
Poder Legislativo realice desconociendo la Constitución deben tener una sanción, esta
sanción debe ser la nulidad de la ley contraria a las disposiciones constitucionales.

Si un acto de una legislatura contrario a la Constitución es nulo, ¿puede obligar a los tribunales
y compelerlos a darle efecto, no obstante su invalidez? O, en otras palabras, aunque no sea ley
¿constituye una regla tan obligatoria como si lo fuera? Esto equivaldría a nulificar de hecho
todo lo que en teoría se ha establecido; y parecería a primera vista un absurdo demasiado
craso para seguir insistiendo en él. A pesar de todo, recibirá atenta consideración.

En el momento en que se presenta el acto legislativo ordinario contrario a la


Constitución, se plantea en doctrina el problema relativo a determinar si, en el
concepto de que dicho acto legislativo no debe producir efectos, puede imperar sobre
la autoridad judicial.
Viene enseguida una parte sumamente interesante de la ejecutoria, porque va a
fundar la tesis de acuerdo con la cual compete al Poder Judicial velar por la
supremacía de la Constitución y sanciona las violaciones constitucionales de las leyes
ordinarias.

Es, ciertamente, de la competencia y del deber del poder judicial, declarar qué es la ley.
Quienes aplican la regla a casos particulares tienen necesidad de interpretar esa regla. Si dos
leyes están en conflicto, los tribunales tienen que decidir cuál de las dos debe aplicarse.
Por lo tanto, si una ley está en oposición con la Constitución, si la ley lo mismo que la
Constitución se aplica a un caso particular, de manera que el tribunal esté en posibilidad de
decidir el caso de acuerdo con la ley, ignorando la Constitución, o de acuerdo con ésta sin
tomar en consideración la ley, el tribunal tiene que determinar cuál de esas reglas en conflicto
es la que debe regir el caso. Es ésta la verdadera esencia del deber judicial.

En ocasiones la sentencia es considerada como un silogismo, cuya premisa mayor es


la ley -se dice esto en forma metafórica, pues desde un punto de vista lógico la
comparación no cabría-, la premisa menor es el caso concreto materia de la
controversia, y la conclusión es ya la parte resolutiva de la sentencia. La conclusión
deriva de la aplicación de la ley al caso concreto. En consecuencia, el primer problema
que lógicamente se plantea la autoridad judicial es determinar cuál es la ley. Cuando
una ley aparece contraria a la Constitución, es un antecedente necesario de la
sentencia la estimación que haga la autoridad de cuál ley debe aplicar, si la Constitu-
ción o la ley ordinaria. La ejecutoria de Marshall va a formular ideas semejantes a las
que expone Jéze cuando habla (como lo hicimos notar a su debido tiempo) de la
posibilidad general de que el Poder Judicial controle la supremacía constitucional.

Sí, entonces, los tribunales van a acatar la Constitución, y ésta es superior a cualquier acto
ordinario de la legislatura, la Constitución, y no dicho acto ordinario, tiene que regir el caso al
que las dos se aplican. Es decir, afirmar que la autoridad judicial debe aplicar la ley contraria a
la Constitución es violar ésta.
Luego quienes opinen contra el principio de que la Constitución debe ser para los tribunales la
ley suprema, se ven obligados a sostener que los tribunales deben cerrar los ojos a la
Constitución y ver únicamente la ley.
Esta doctrina subvertiría la verdadera función de toda constitución escrita. Declararía que un
acto que de acuerdo con los principios y teorías de nuestro gobierno es enteramente nulo, a
pesar de esto, en la práctica podría considerarse enteramente obligatorio. Declararía que si la
legislatura hiciere lo que está expresamente prohibido, tal acto, no obstante la prohibición
expresa, en realidad estaría en vigor. Equivaldría esto a dar al poder legislativo una
omnipotencia práctica y real, con la misma extensión con que se registren sus facultades
dentro de los límites estrechos. Sería lo mismo que prescribir límites y declarar que éstos
pueden ser trascendidos a voluntad.
El poder judicial de los Estados Unidos se extiende a todas las causas que surjan bajo el
imperio de la Constitución.

La tesis más claramente expuesta, es la siguiente: Conforme a precepto expreso de la


Constitución, las atribuciones o funciones del Poder Judicial de la Federación se
extienden a todos los casos de derecho y equidad que deriven de la Constitución, de
las leyes federales y de los trabajos celebrados o por celebrarse, bajo
la autoridad de la Federación. Si pues una función fundamental del Poder Judicial
deriva de la propia Constitución para examinar los casos que su aplicación plantee,
sería absurdo que al ejercitar esa facultad pudiera hacer abstracción de la Constitución
misma. Si su poder no proviene sino de la Constitución, sería absurdo que pudiera, al
ejercitar ese poder, no tomada en cuenta. Como conclusión de esta serie de principios
doctrinales, se afirma la posibilidad de que la autoridad judicial federal examine un
conflicto entre la Constitución y una ley ordinaria, y si se encuentra que la ley ordinaria
es contraria al texto constitucional, decida conforme a éste, haciendo prácticamente
nugatoria la ley ordinaria.

Ésta es, fundamentalmente, la base de un control jurisdiccional de la


constitucionalidad de las leyes por vía de excepción. En el concepto de que una
controversia aparentemente puede resolverse mediante aplicación de una ley
anticonstitucional, se considera que pueden los jueces, en uso de sus atribuciones
generales, resolver la controversia haciendo a un lado la ley contraria a la
Constitución.
Sentada la tesis en la ejecutoria "Marbury contra Madison", fue extendida por el mismo
Marshall a una serie de casos similares. Así, llegó a sentarse con carácter de principio
fundamental en la jurisprudencia constitucional, que la autoridad judicial federal podía
controlar la constitucionalidad de leyes y actos de otras autoridades.

III. PROCEDIMIENTOS GENERALES PARA HACER EFECTIVA LA


SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL EN LOS ESTADOS UNIDOS
La forma como en Estados Unidos se ejercita este control jurisdiccional es muy
compleja. No existe, desde luego, como en nuestro régimen, un solo procedimiento
(entre nosotros el juicio de amparo) para llevar ante una autoridad judicial federal el
conocimiento de un problema y obtener de ella la resolución en que tenga aplicación la
Constitución, una ley federal o un tratado. Existen numerosos procedimientos, unos
derivados de la Common Law; otros, de la jurisprudencia de equidad, en virtud de los
cuales puede provocarse la intervención del Poder Judicial Federal para llenar sus
funciones propias de interpretar la Constitución y aplicarla de preferencia a cualquier
otra ley que la infrinja. Estos procedimientos generales existen en Estados Unidos, se
designan con la denominación general de writs, y son los siguientes: writ of habeas
corpus, heredado de la práctica consuetudinaria inglesa; writ of error, writ of certiorari,
writ of mandamus, writ of prohibition y writ of injunction. Haremos una relación muy
breve a cada uno de estos procedimientos.

Writ of error
Procede para el efecto de que la autoridad judicial federal examine si una sentencia
dictada por una autoridad se funda en una debida aplicación de las leyes de fondo.
Mediante la interposición del writ of error se provoca, por tanto, la tramitación de una
segunda instancia. El writ será interpuesto contra la sentencia dictada por el Tribunal
Superior de un Estado en el que la sentencia relativa fue dictada. El writ of error tiene,
pues, una naturaleza semejante a la que tenía entre nosotros el recurso de casación
que, como sabemos, procedía con el carácter de recurso extraordinario para reparar
errores de derecho en los que hubieran incurrido los tribunales al dictar sus
sentencias. Puede actualmente encontrarse semejanza entre el writ of error y el
amparo directo ante nuestra Suprema Corte de Justicia, por violación de leyes de
fondo. Al estudiar el art. 14 constitucional hicimos notar cómo el amparo directo ante la
Suprema Corte contra sentencias definitivas puede fundarse, sea en la violación de
leyes del procedimiento, sea en la violación de leyes de fondo aplicadas al dictar la
sentencia en cuestión. El amparo promovido por violación de leyes de fondo en las
sentencias tendría como correspondiente en el derecho angloamericano al writ of
error. Entre el recurso de súplica y el writ of error podrían encontrarse también notas
de similaridad. Procede la súplica en forma de una segunda o tercera instancia que va
a tramitarse ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando se trata de
controversias que son resueltas mediante aplicación de leyes federales.

Writ of certiorari
Procede cuando en un procedimiento judicial se ha incurrido en violación de leyes del
procedimiento. Este recurso parece que es muy poco utilizado en los Estados Unidos.
Podrían encontrarse semejanzas entre este writ y nuestro juicio de amparo, por
violación de leyes del procedimiento.

Writ of mandamus
Es un procedimiento en virtud del cual se obtiene de la autoridad judicial la expedición
de lo que se denomina mandamus, o sea un mandamiento dirigido a una autoridad
para constreñida al cumplimiento de una obligación en cuya ejecución está interesado
un particular. En ocasiones la expedición del mandamus procede aun contra
particulares, cuando se trata de particulares que obren en el desempeño de
determinada función. Sólo escapan a la esfera de acción del mandamus el Presidente
de la República y los gobernadores de los Estados. Con esa excepción, el mandamus
puede ser solicitado respecto de toda clase de autoridades, sean locales o federales.
Basta para la procedencia del mandamus que efectivamente esté obligada la autoridad
contra la que se dirija, a cumplir determinada obligación y que un particular tenga un
interés concreto en el cumplimiento de dicha obligación. En los casos en que la
autoridad goce de una posibilidad discrecional para realizar o no un acto, es
improcedente el madamus porque entonces propiamente no existe obligación. El
mandamus es, en ocasiones, utilizado para obligar a los jueces a realizar un acto que
tienen obligación de ejecutar y que sin embargo no ejecutan; por ejemplo, procede el
mandamus cuando un juez se niega a sentenciar una controversia; entonces puede
obtenerse la expedición de un writ of mandamus que obligue al juez a dictar sentencia
en el negocio.
Procede también el writ cuando el juez se niega a practicar un embargo, a mandar
hacer una notificación, etcétera.
Desde este punto de vista, dada la tramitación rápida del procedimiento, ya hacíamos
notar desde años anteriores la superioridad de este procedimiento concreto sobre el
juicio de amparo para garantizar el respeto del derecho de petición. El derecho de
petición viene a ser correlativo, de acuerdo con el precepto constitucional del caso, de
una obligación de la autoridad a quien la petición se dirige de acordar la petición en un
término breve si la violación del derecho de petición, es decir, la circunstancia de que
la autoridad a quien se dirige no la acuerde en ningún sentido, no encuentre un medio
efectivo de ser reparada en el juicio de amparo porque la actitud violatoria de la
autoridad responsable es negativa, no implica la ejecución de un acto sino la
abstención de acordar la petición formulada.
La suspensión en el juicio de amparo es improcedente contra actos negativos, porque
sólo se suspende aquello que puede ser suspendido, y desde un punto de vista
estrictamente lógico no puede ser suspendido sino un acto y no una abstención. De
aquí que hasta que se dicte sentencia en el fondo del amparo y en virtud de ella se
declare que la autoridad responsable -al no acordar la petición relativa- incurrió en
violación de garantías; hasta entonces propiamente existirá una obligación a cargo de
la autoridad (obligación derivada del fallo) de acordar la petición, y hasta entonces
podrá hacerse presión sobre ella ya con fundamento en la sentencia dictada por el
juez de Distrito, para que respete el derecho ejercitado ante ella. Pero como la
sentencia que se dicte en el fondo del amparo puede recaer después de mucho tiempo
-si la sentencia del juez de Distrito causa ejecutoria, vendrá a los dos o tres meses, y
si es recurrida, la sentencia de la Corte vendrá después de varios años- la garantía es
ilusoria, sobre todo si nos colocamos desde el punto de vista de que el derecho de
petición es puramente formal: implica la obligación a cargo de la autoridad de acordar
la petición, pero no implica determinado sentido de la resolución relativa.
Al cabo de mucho tiempo podrá la autoridad acordar la petición en forma negativa, y si
al hacerlo incurre en una nueva violación de garantías porque la resolución que dicte
sea contraria a la ley, se necesitará la interposición de un nuevo amparo contra la
resolución dictada. De manera que la garantía que el derecho de petición encuentra en
el juicio de amparo es nugatoria. En cambio en el procedimiento americano, en virtud
del writ of mandamus, la autoridad judicial, en un término muy breve, ordena al
funcionario designado como autoridad responsable dé el debido cumplimiento a la
obligación que la ley le impone.

Decíamos que en algunas ocasiones es solicitada la expedición del writ of mandamus


respecto de un particular, y en efecto, como observa Mauricio Minchen en su tesis en
la que hace una comparación entre las Constituciones americana y mexicana, en
algunos casos se han expedido writs of mandamus para el efecto de constreñir a
consejeros o comisarios de sociedades para que cumplan con sus obligaciones:
convoquen asambleas, rindan informes etcétera.

Writ of prohibition
Es semejante al writ of mandamus en cuanto implica la misma posibilidad de que la
autoridad judicial federal obligue a una autoridad al cumplimiento de una obligación.
Sólo que en el caso del writ of prohibition, en lugar de ser un mandamiento positivo el
que expide la autoridad judicial, es una prohibición. Entonces se solicita de la
autoridad judicial federal que prohíba a la responsable la ejecución de determinado
acto o que suspenda la secuela de determinado procedimiento. Así, observa Minchen
que el procedimiento es aplicado en el mayor número de casos para evitar que una
autoridad judicial incompetente continúe conociendo de una controversia a cuyo
conocimiento se ha abocado.

Writ of injunction
Es calificado como el procedimiento más amplio a que puede acudirse para obtener
que las autoridades judiciales velen por la supremacía constitucional. El writ of
injunction es un procedimiento que encuentra su fuente en la jurisprudencia de
equidad y que reconoce como antecedente los interdictos. Se distinguen dos clases de
injunction: prohibitiva y de mandato. La injunction de mandato implica la orden de una
autoridad para la realización de un acto. La injunction prohibitiva implica la prohibición
de la realización de un acto.
La institución tiene similaridad con los interdictos. Si examinamos, por ejemplo, los
efectos de los interdictos de obra nueva, de una obra peligrosa, encontraremos cómo
el efecto de los interdictos es evitar la continuación de una obra que se está realizando
con perjuicio de un particular u obtener la demolición de la obra que amenaza ruina.
Es claro que se trata de relaciones de particular a particular; pero un procedimiento
semejante es aplicado al caso de relaciones entre particulares y autoridades.

El radio de acción del writ of injunction es muy amplio, porque puede interponerse
invocando violación de derechos consagrados por la Constitución Federal o por las
Constituciones locales, por la Common Law, por la jurisprudencia y por la equidad. A
tal punto es amplia la procedencia del recurso, que el mismo Minchen cita casos en los
que el Procurador General de la República ha acudido a la solicitud del writ of
injunction para evitar, por ejemplo, que tenga lugar una huelga de trabajadores de un
servicio público. Se solicita la expedición de una orden para los jefes de los sindicatos
obreros, por ejemplo, de trabajadores del servicio de correos o ferrocarriles a fin de
que no vayan a la huelga. Precisamente desde este punto de vista uno de los
argumentos que se han invocado por los tratadistas europeos para atacar el llamado
gobierno de los jueces, o sea el régimen en que las autoridades judiciales federales
pueden hacer imperar la Constitución sobre las leyes ordinarias, consiste en afirmar
que la práctica de este sistema es un obstáculo para el progreso, porque la autoridad
suprema radica en los jueces y éstos son por lo general individuos conservadores; que
en Estados Unidos el sistema presenta el inconveniente práctico de ser un estorbo
para el desenvolvimiento obrero, desde el momento en que se han reconocido a los
jueces facultades tan amplias como éstas de ordenar que los trabajadores de
determinado sindicato no vayan a la huelga, restringiéndoles el uso de un derecho que
ha sido reivindicado por la clase obrera.

Writ of habeas corpus


Finalmente, el writ of habeas corpus nos es conocido ya por la alusión que hicimos de
él cuando estudiamos el desenvolvimiento de las libertades individuales inglesas. El
writ of habeas corpus es un procedimiento encaminado a proteger la libertad individual
contra posiciones o detenciones arbitrarias.

IV. IDEAS DE VALLARTA

Don Ignacio Vallarta emprendió una comparación entre el juicio de amparo mexicano y
el writ of habeas corpus angloamericano con el fin de demostrar que el juicio de
amparo mexicano era una institución muy superior al habeas corpus. Mientras el writ
of habeas corpus -decía Vallarta - es un procedimiento tan sólo encaminado a proteger
al individuo en su libertad contra prisiones arbitrarias, el juicio constitucional mexicano
tiene una triple finalidad: en primer lugar, protege al individuo en el ejercicio de todos
los derechos fundamentales que en su favor consigna la Constitución; en segundo
término, es un medio de conservación del equilibrio entre los poderes federal y locales,
inherente al régimen federal; es, finalmente, un medio para evitar que las autoridades
locales o federales se extralimiten en sus funciones constitucionales con perjuicio de
un particular. Desde este punto de vista el amparo es, por tanto, superior al habeas
corpus.

Y si desde un punto de vista práctico el habeas corpus tiene efectos más restringidos
que el juicio de amparo, aun desde un punto de vista meramente teórico el habeas
corpus desconoce la conclusión lógica del principio en que se inspira. Porque -
afirmaba Vallarta- si existen derechos de tanto o mayor valor que el derecho a la
libertad individual, tales como el derecho a la vida, a la libertad de trabajo, a la libertad
religiosa, etcétera, cuyo valor con relación a otros derechos dependerá de cada
individuo; si existen derechos con valor supremo, decía Vallarta, no es lógico
establecer una institución protectora tan sólo de la libertad individual y no hacer
extensivos los beneficios de la institución a otros derechos del mismo o mayor valor.
Observaba además Vallarta que el writ of habeas corpus, a diferencia del juicio de
amparo, no sólo procede contra actos de autoridades sino contra particulares. Pero
esto, según Vallarta, no implica superioridad, sino por el contrario, inferioridad del
procedimiento angloamericano respecto de nuestro juicio constitucional. El habeas
corpus, decía, ha sido utilizado en ocasiones para obtener, por ejemplo, que uno de
los cónyuges divorciados entregara al otro los hijos que aquél tenía bajo su patria
potestad; para que el propietario de esclavos obtuviera la restitución de los esclavos
por parte de otro particular que los tenía en su poder, o para que los tutores obtuvieran
el dominio físico de sus pupilos. En todos estos casos se planteaban ante el juez
problemas de difícil solución, problemas de derecho civil que no encuentran solución
adecuada en un procedimiento tan rápido como el writ of habeas corpus. En el sistema
mexicano, la controversia entre particulares puede decidirse ante la autoridad judicial
común, no por la vía de amparo, sino por procedimientos más amplios en los que
existe mayor posibilidad de prueba, de alegatos, en los que puede dictarse una
sentencia con mejor fundamento y mayor acopio de datos.
Crítica de Rabasa a las ideas de Vallarta

Rabasa consideró que toda la exposición de Vallarta relativa a la comparación entre el


habeas corpus y nuestro juicio constitucional era errónea. Estimó, en principio, que el
error fundamental de Vallarta había consistido en establecer una comparación entre
ambas instituciones, siendo que la comparación debía haberse establecido entre el
juicio constitucional íntegro de los Estados Unidos y el juicio mexicano. La
comparación hecha por Vallarta entre el habeas corpus y el juicio de amparo no tiene
más valor que el de la comparación de un todo con una mínima parte de otro todo. El
writ of habeas corpus no es el juicio constitucional americano íntegro; el writ of habeas
corpus no resume íntegramente el procedimiento al que puede acudirse en los
Estados Unidos para obtener la observancia de la Constitución. Existen, al lado del
habeas corpus, una multitud de procedimientos (todos a los que hemos hecho
relación) en virtud de los cuales puede provocarse la intervención de la autoridad
judicial federal para llenar su misión controladora de la supremacía de la Constitución.

Vallarta, dice Rabasa, partía de tres afirmaciones, todas falsas: 1ª. La que consideraba
que el origen del amparo se encontraba en el habeas corpus; la 2a. La que concluía
que el amparo era superior al habeas corpus, y 3a. La que, como inferencia de la
anterior, concluía que en la Constitución mexicana se encontraba un régimen mucho
más liberal de protección de los derechos fundamentales. Estas proposiciones, dice
Rabasa, son falsas.

Refutando estas ideas, afirma Rabasa que el amparo no se origina en el habeas


corpus. Si puede encontrarse una relación de causa a efecto entre el juicio
constitucional mexicano y alguna institución de Norteamérica, dicha relación no existe
entre el habeas corpus y el juicio de amparo, sino entre el juicio constitucional
americano en su integridad y el juicio constitucional nuestro. El habeas corpus,
observa Rabasa, no fue establecido por la Constitución Federal de los Estados
Unidos; el habeas corpus, heredado de las instituciones de Inglaterra, era practicado
en las colonias inglesas de Norteamérica; continuó siendo aplicado en las colonias
cuando adquirieron el carácter de Estados independientes regidos por sus leyes
propias. En la Constitución Federal el único precepto que se refirió al habeas corpus
fue el que establecía que dicho beneficio no podía ser suspendido sino en los casos
de rebelión, invasión o perturbación grave de la paz pública (Art. 1, Sec IX, párrafo 2).
De acuerdo, pues, con la Constitución, el procedimiento ya existente debía seguirse
practicando, reglamentado por las leyes de los Estados. La Constitución Federal, para
fundar la posibilidad de que el Poder Judicial Federal controlara la supremacía
constitucional, consagró un principio de contenido más amplio que el que contienen los
preceptos de las demás Constituciones relativo a funciones del Poder Judicial: afirmó
que el Poder Judicial conocería de todos los casos de derecho y equidad derivados de
la Constitución, leyes federales y tratados (art. III, Sec.II, 1). De este modo, la Cons-
titución no consagró ni estableció el habeas corpus, sino que lo conservó como
institución protectora de la libertad individual; pero además estableció un principio
general más amplio que el consagrado en nuestra Constitución, que pudo servir de
fundamento mediante el desenvolvimiento de que fue objeto por una jurisprudencia
ulterior al juicio constitucional íntegro.

En cambio, en nuestro medio el juicio de amparo fue establecido por la Constitución de


57, y como no había existido antes un procedimiento similar al habeas hábeas,
protector tan sólo de la libertad individual, no era de ninguna utilidad establecer dos
especies de juicios: uno protector de la libertad individual y otro protector de los demás
derechos fundamentales. Lo que hizo el Constituyente fue establecer una sola
institución que protegiera al individuo en el goce de todos sus derechos de valor
fundamental. Pero el sistema así establecido no puede calificarse sin error de más
amplio que el establecido en Estados Unidos. Mientras que en Estados Unidos, dado
aquel principio general que contiene la competencia del Poder Judicial Federal de
facultado para conocer de todos los casos derivados de la Constitución, toda violación
de la Constitución, toda controversia en la que la Constitución tenga aplicación, puede
llevarse al conocimiento de las autoridades judiciales federales. Entre nosotros, en el
concepto de que los casos generales de procedencia del juicio de amparo son objeto
de una enumeración estricta, todo lo que no encaje dentro de esta enumeración no
puede ser llevado al conocimiento de las autoridades judiciales federales por vía de
amparo, y no puede decirse, entonces, que toda violación a la Constitución puede
resolverse por una autoridad judicial federal.

El juicio de amparo mexicano tiene deficiencias desde este punto de vista; esto es,
deficiencias si se parte del prejuicio de considerarlo como una institución que conduce
siempre a dar cumplimiento a la Constitución en forma perfecta. No todas las
violaciones constitucionales encuentran limitación en el juicio de amparo, sino tan sólo
aquellas: 1o. que redundan en perjuicio de un particular; 2o. que implican violación de
garantías individuales o afectación de la soberanía federal por las locales, o de éstas
por aquéllas. Por lo mismo, dice Rabasa, no puede concluirse que la Constitución
mexicana otorgue garantías o tenga instituciones más liberales o amplias que las
correlativas de los Estados Unidos.

Julio 8
Exponíamos la opinión de Vallarta en lo relativo a la comparación entre el juicio de
amparo y el writ of habeas corpus, y hacíamos notar también que en opinión de
Rabasa la tesis de Vallarta se fundaba en un error: considerar que la institución que en
los Estados Unidos correspondía a nuestro juicio de amparo era el habeas corpus,
siendo que según Rabasa, si de instituciones se trata, la comparación debe
establecerse entre el juicio constitucional americano íntegro, comprendiendo todos los
diversos writs a cuya interposición puede acudirse para hacer efectiva la supremacía
de la Constitución sobre las leyes y actos de autoridad, y el juicio de amparo
mexicano. Además, exponíamos concretamente las razones que conducían a Rabasa
a afirmar que la comparación entre el habeas corpus y el amparo era equívoca.

Diferencias entre el juicio de amparo y el writ of habeas corpus


Como diferencias más salientes entre ambos procedimientos, pueden señalarse las
siguientes: el amparo se promueve ante juzgados federales; únicamente un juez
federal puede fallar en el fondo un amparo. En cambio, en los Estados Unidos, el
conocimiento de un writ de habeas corpus compete a las autoridades locales
juntamente con las federales. Únicamente interviene una autoridad federal cuando la
interposición del writ afecta a un funcionario federal, tanto porque el funcionario federal
sea quien lo esté solicitando, cuanto porque él sea el designado como autoridad
responsable contra la cual debe dirigirse el writ. Insiste Rabasa en cómo el writ of
habeas corpus es normado por las leyes de los Estados, de tal suerte que en unos
Estados es mucho más amplia la procedencia del writ que en otros. No es la
legislación federal la que lo reglamenta, la que lo organiza, la que establece los casos
de procedencia. La Constitución Federal lo único que establece es la garantía de que
el beneficio del habeas corpus sólo será suspendido en los casos de rebelión, invasión
o perturbación grave de la paz pública; es decir, consigna un principio relativo a
suspensión de garantías, pero considerando que la garantía es preexistente a la
Constitución y que está normada por las leyes de los Estados.
El juicio de amparo es un procedimiento que presenta la característica de unidad, a
diferencia de los procedimientos americanos, que son múltiples; pero en la práctica,
para el litigante lo mismo da disponer de varios procedimientos que de uno solo que
llene funciones equivalentes a las de aquéllos. De manera que este carácter de unidad
del juicio de amparo queda reducido a una mera cuestión científica.

Semejanzas entre el juicio de amparo y el writ of habeas corpus


De todas suertes, al maestro Azuela le parece que aunque la comparación de Vallarta
se funda en el error de hacer abstracción de todos los demás writs del derecho
norteamericano que conducen a hacer efectiva la supremacía de la Constitución, la
comparación hecha por Vallarta tiene el valor relativo de poner de relieve la parte en
que ambas instituciones son comunes: en cuanto el juicio de amparo puede ser
interpuesto con el objeto de evitar o reparar un agravio a la garantía de libertad
individual, tiene indudablemente semejanzas con el habeas corpus.

Cuando estudiamos la situación del individuo en Inglaterra hicimos notar cómo el


efecto de la resolución que un juez de Distrito dicta en el incidente de suspensión
cuando el quejoso se encuentra privado de su libertad, consiste en que el detenido
queda a disposición del juez de Distrito, es decir, que su condición jurídica en cuanto a
su libertad personal depende ya no de las resoluciones o de la voluntad de la
autoridad que lo tiene detenido, sino del juez de Distrito, quien, si procede, puede
conceder la libertad bajo caución. De la misma suerte, en el caso del habeas corpus,
el juez que expide el writ puede decretar la libertad bajo fianza, facultad de que goza el
juez de Distrito en México, cuando la libertad caucional sea procedente. Tratándose de
autoridades administrativas que han practicado la aprehensión sin relación ninguna
con autoridades judiciales, cuando no han aprehendido con el objeto de consignar al
detenido a las autoridades judiciales, la libertad bajo fianza debe proceder. Cuando la
detención es motivada por un mandato de autoridad judicial, sea que el detenido se
encuentre a disposición de una autoridad administrativa transitoriamente o a
disposición de la autoridad judicial, la procedencia de la libertad bajo fianza tendrá que
normarse por los Códigos de Procedimientos Penales aplicables y, en principio, por el
artículo 20 constitucional. Cuando el detenido se encuentre acusado por un delito que
podría ser castigado con una pena mayor de cinco años de prisión, entonces la
libertad bajo fianza debe ser denegada. De todas maneras sí se notan semejanzas
claras entre el procedimiento en el juicio de amparo, cuando es interpuesto como
medio protector de la libertad individual, y el writ of habeas corpus.

En cuanto a los efectos de la sentencia que otorgue el amparo, y los efectos de la


resolución que finalmente declare procedente el writ of habeas corpus, ambas
resoluciones fundadas en la consideración de que la detención es arbitraria, son
idénticos. El efecto consiste en la libertad absoluta del detenido.
Hecha relación a estos procedimientos generales norteamericanos que simplemente
hemos enumerado y respecto de los cuales sólo hemos determinado su procedencia
general, es útil hacer una relación aunque sea muy breve al interdicto romano llamado
homine libero exhibendo, que algunos han considerado como antecedente lejano del
juicio de amparo, y a los procesos forales aragoneses. Haremos después un estudio
de la evolución del juicio de amparo a través de nuestras Constituciones y, por último,
el comentario de los artículos 103 y 104 constitucionales y de su ley reglamentaria.

EL INTERDICTO ROMANO DE HOMINE I. INTERDICTO


ROMANO DE HOMINE
LIBERO EXHIBENDO Y LOS PROCESOS LIBERO EXHIBENDO
FORALES DE ARAGÓN En algunas ocasiones se habla
del interdicto romano llamado
de homine libero exhibendo (Dig. Lib. 43, tít. 29) designándolo como un antecedente del juicio
I. INTERDICTO
EL INTERDICTO ROMANO DE HOMINE
ROMANO DE HOMINE
LIBERO EXHIBENDO Y LOS PROCESOS LIBERO EXHIBENDO
FORALES DE ARAGÓN En algunas ocasiones se habla
del interdicto romano llamado
de homine libero exhibendo (Dig. Lib. 43, tít. 29) designándolo como un antecedente del juicio de
amparo mexicano; pero las semejanzas que entre el interdicto romano y nuestro juicio de amparo
existen son tan superficiales que sólo puede establecerse entre ambas instituciones una
semejanza remota. El interdicto se promovía ante el pretor para el efecto de obtener que un
particular que tenía secuestrado a un hombre libre lo pusiera en libertad (proponitur tuendae
libertatis causa: videlicet, ne homines liberi retineantur a quoquam, que se propone por causade
defender la libertad: esto es, para que ninguno retenga los hombres libres). Para beneficiar de los
efectos del interdicto la única condición necesaria era la condición de hombre jurídicamente libre,
independientemente de que se fuera mayor o menor de edad, del sexo masculino o del femenino.
Por lo demás, cualquier persona podía también solicitar la intervención del pretor para llenar su
misión protectora en favor del secuestrado, porque era un principio inherente a la ley romana el
que determinaba que a nadie podía evitarse la realización de actos que favorecieran la libertad
(nemo prohibendus est libertati fouere). En el supuesto de que varias personas acudieran a la
interposición del interdicto en favor de un mismo agraviado, el pretor gozaba de la facultad de
escoger -entre todos los que habían provocado su intervención-aquél que en su concepto, según
el parentesco que los ligara o su mayor o menor dignidad, hubiera de continuar la defensa
mediante el interdicto. El efecto del interdicto romano de homine libero exhibendo era producir una
obligación a cargo del secuestrador de exhibir materialmente a la persona del secuestrado ante
el pretor, "de manera que pudiera ser visto y tocado", según términos textuales de las
disposiciones relativas (id est in publicum procedure, et videndi tangendique hominis facultatem
praebere). Desde este punto de vista la relación entre el habeas corpus y el interdicto romano
es muy clara, porquelos efectos de ambos procedimientos son idénticos: la presentación material
del secuestrado. Sin embargo, tiene ya el interdicto romano con el habeas corpus la diferencia
que concierne a que mientras el habeas corpus procedía contra particulares pero también contra
autoridades, el interdicto romano de homine libero exhibendo sólo era procedente contra
particulares.
Esta observación pone también de relieve la enorme diferencia que existe entre nuestro juicio de
amparo y el interdicto romano. El juicio de amparo nuestro no procede contra actos de particulares
sino contra actos de autoridad que vengan a desconocer la afirmación de derechos fundamentales
del individuo oponibles a la autoridad, o que se realicen con invasión dejurisdicciones. El interdicto
romano no reposa en semejante fundamento; concierne a relaciones jurídicas entre particulares
y no entre particulares y autoridades.
Recordemos que cuando estudiábamos la situación del individuo en Roma hicimos notar cómo
había doctrinas que consideraban que no existió libertad individual en Roma, mientras que otras
tesis afirmaban que sí existió. Pero unas y otras estaban conformes en el hecho de queno llegó
a hacerse una enumeración expresa de derechos fundamentales individuales frente a las
autoridades. No existiendo esta afirmación, tampoco era posible que se organizara un
procedimiento que garantizara esos derechos. Si no se habían declarado derechos fundamentales
del individuo frente a la autoridad, era ilógico el establecimiento de un procedimiento para
reclamar su violación. Así pues, el interdicto de homine libero exhibendo sólo puede
relacionarse con el juicio de amparo mexicano en cuanto a que los dos procedimientos podrían
ser utilizados como medios para defender la libertad individual.

II. PROCESOS FORALES ARAGONESES


Entre los procesos forales aragoneses y el juicio constitucional mexicano existe una relación más
estrecha que la que puede existir entre el interdicto romano y el mismo juicio constitucional
mexicano. Parece ser que los procesos forales aragoneses tuvieron su origen en un privilegio
establecido por una ley de Pedro III en el siglo XIV, es decir, en plena Edad Media. Dicho
privilegio establecía un sistema protector de los derechos fundamentales de los hombres libres
de Aragón, complementado en forma tal por leyes ulteriores, que se le consideró con razón
muy superior al que derivaba de la Carta Magna inglesa. Cuando los aragoneses eligieron rey,
dicen los tratadistas, no sólo fijaron leyes conforme a las cuales el monarca debía gobernar, sino
que previeron el caso de que dichas disposiciones fueran infringidas, estableciendo una
autoridad judicial especial, el Justicia de Aragón, con la función de desempeñar el papel de árbitro
entre el pueblo y el monarca, a fin de reparar las injusticias en que éste incurriera por infracción
a las leyes.
El sistema era protector de los individuos, tanto en su persona como en sus bienes, y tanto en
lo referente a relaciones de particular a particular como de relaciones de autoridad con autoridad.
Pero no podía desde luego ser un sistema tan completo como el que existió con posterioridad a
la Revolución Francesa, porque únicamente se beneficiaban de él los hombres libres y no los
vasallos de los señores.
Los procesos forales, que eran los procedimientos a que debería acudirse para obtener la
reparación de los daños que al individuo se causaran en sus propiedades o en su persona,
eran cuatro:

proceso foral de manifestación de las personas, que es el más interesante; proceso foral de
aprehensión, proceso foral de inventario y el proceso foral llamado de juris firma.
Podían intervenir para el trámite y resolución de estos procedimientos tanto los jueces del reino
como el justicia mayor. Pero los jueces del reino intervenían en el caso de que las violaciones a la
persona o bienes de un individuo procedieran de actos de particulares, y el justicia mayor
intervenía cuando dichas violaciones encontraran su fuente en actos de autoridad.

Proceso foral de aprehensión


Era un procedimiento protector de la posesión de bienes inmuebles. Procedía para el efecto de
que quien fuera atacado en su posesión de bienes inmuebles fuera mantenido en la posesión
mientras se definía en juicio quién tenía derecho a dicha posesión.

Proceso foral de inventario


Tenía efectos en absoluto idénticos a los del proceso foral de aprehensión, sólo que procedía
para proteger la posesión de bienes muebles. Se llamaba de inventario porque para definir los
efectos de las resoluciones judiciales que en dicho proceso se dictaban, se hacía previamente
un inventario de los muebles, papeles y documentos en general a que el procedimiento se refería.

Proceso foral de manifestación de las personas


Este proceso foral aragonés es el que presenta para nosotros mayor importancia porque era
principalmente mediante ese procedimiento como el justicia mayor de Aragón desempeñaba sus
funciones protectoras del individuo contra las arbitrariedades de las autoridades. Los efectos del
proceso de manifestación de las personas podían ser muy variados. Desde luego, existía una
disposición en la ley aragonesa similar a la que encontramos consignada en nuestro artículo 19
constitucional. Se establecía así, que si un individuo “había sido preso sin hallarle en flagrante
delito, o sin instancia de parte legítima, o contra ley y fuero, o si a los tres días de la prisión o se
le comunicaba la demanda, por más que pasase sobre él acusación o sentencia capital, debía
ser puesto en libertad por espacio de veinte y cuatro horas”. Toda persona interesada en dar
efectividad a esta garantía de la libertad personal podía acudir al proceso foral de manifestación
de las personas que interponía ante el justicia mayor, naturalmente contra actos de autoridad. El
justicia mayor tomaba bajo su protección al detenido, en cualquier lugar en que se encontrara,
independientemente de que estuviera en una cárcel o en lugar sagrado –decían las
disposiciones relativas-, y juzgaba acerca de la legalidad de su detención. Podía el justicia mayor
poner al detenido en libertad bajo caución o devolverle la libertad definitivamente si encontraba
enteramente ilegal el procedimiento que había motivado su detención. Existió hasta una cárcel
esencial, denominada cárcel de los manifestados, en donde quedaban a disposición del justicia
mayor las personas agraviadas, a fin de que quedaran a cubierto de todo dolo o arbitrariedad de
las personas que los habían detenido, aun del rey mismo.
En virtud de este proceso foral podía el justicia mayor abocarse al conocimiento de una causa
seguida ante juez incompetente; podía nulificar los efectos de una sentencia dictada con notoria
injusticia; podía ordenar que se sacara copia auténtica de un expediente cuando se manifestaba
el temor de que fuera alterado, y tomar las precauciones necesarias para la conservación de
documentos interesantes a las partes para que no fueran sustraídos.
Los efectos del proceso foral de manifestación de las personas no podían ser más amplios. En
numerosas ocasiones individuos de Aragón fueron salvados de la aplicación de la pena capital
por intervención del justicia mayor, momentos antes de que les fuera aplicada.

Proceso foral de juris firma


El proceso foral llamado de juris firma correspondía a las llamadas firmas de derecho, que eran
mandatos inhibitorios o prohibitivos que los jueces o el justicia mayor expedían y en virtud de
los cuales se ordenaba a los particulares o a las autoridades contra quienes se dirigía que no
ejecutaran determinado acto, el cual redundaba en afectación para la persona o patrimonio de
quien solicitaba la expedición de la firma en cuestión.

La institución del justicia mayor de Aragón es tanto más importante cuanto que podía
desempeñar en términos amplios funciones de control de la legalidad, aun respecto de las leyes
mismas del monarca. El justicia mayor podía, en caso de duda, declarar si las órdenes o decretos
del rey eran conformes a los fueros aragoneses y a la legislación general de Aragón, y en el
supuesto de que los estimara contrarios, podía declararlos ineficaces.

Comparación entre los procesos forales aragoneses y el juicio de amparo


Estableciendo una comparación entre estos procesos forales aragoneses y el juicio de amparo,
podríamos asentar las siguientes afirmaciones: desde luego los procesos forales, como el
habeas corpus, son procedimientos que no tienen por fin exclusivo la protección de la persona
o bienes de los particulares contra actos procedentes de autoridades. Se encuentra todavía
confundido el procedimiento protector del particular contra actos de autoridad, con el proce-
dimiento protector de un particular contra actos de otro particular. No se han delimitado, pues,
con precisión, las funciones de las autoridades judiciales para proteger al individuo tan sólo
contra actos de autoridad. Así nos explicamos que mucho de esos procesos, especialmente el
de aprehensión y el de inventario, tengan una naturaleza similar a la que poseen los interdictos
posesorios, porque los efectos de los interdictos posesorios, ya sea para ser conservado en la
posesión (interdicto de retener la posesión) o para recuperarla, son los mismos que los efectos
de los procesos forales de aprehensión y de inventario. Por otra parte, como afirmábamos al
principio de esta explicación, el sistema no era tan completo que pudieran resultar beneficiados
con él todos los habitantes de Aragón. Únicamente alcanzaban sus preceptos a los hombres
libres, pero no a los vasallos, circunstancia que puede explicarse naturalmente, ya que el sistema
surgió en plena época feudal. De todas suertes, el valor de los procesos forales de Aragón, como
antecedente de una institución como el juicio de amparo, es muy grande.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
I. TIEMPOS PRIMITIVOS

Es inconcuso que en los tiempos primitivos no es posible hablar no sólo de la exis-


tencia de los derechos del hombre considerados éstos como un conjunto de prerroga-
tivas del gobernado de observancia jurídica obligatoria e imperativa para los gobernan-
tes, sino ni siquiera de potestades o facultades de hecho de que pudiera gozar el indi-
viduo dentro de la comunidad a que pertenecía y que constituyesen una esfera de
acción o actividad propia frente al poder público. En los regímenes matriarcales y
patriarcales, en efecto, la autoridad de la madre y del padre, respectivamente, era
omnímoda, sin que encontrara un dique, ya no jurídico, sino fáctico a su desarrollo
imperativo. La madre, y posteriormente el padre, como jefes de la sociedad familiar
cuyo conjunto componía la tribu, disfrutaban de absoluto respeto por parte de sus
subalternos, sobre los cuales, en muchos casos, tenían derecho de vida o muerte.
Además, como fen6meno consubstancial a los regímenes sociales primitivos, se
observa invariablemente la existencia de la esclavitud, la cual presupone, al menos en
orden a la libertad e igualdad humanas, una negación de los derechos del hombre o
garantías individuales, como se denominan éstos entre nosotros. La sanción de la
rebeldía justa o injusta contra los mandatos supremos e inapelables de los patriarcas y
jefes de tribu, consistía en el destierro de la comunidad, sin que el afectado por este
acto tuviere ningún derecho que hacer valer frente a tal decisión.1

II. LOS ESTADOS ORIENTALES

En los regímenes sociales orientales, los derechos del hombre o garantías individuales
no solamente no existieron como fenómenos de hecho, producto de una especie de
tolerancia por parte del poder público, sin obligatoriedad recognoscitiva o de respeto
para éste, sino que la libertad del hombre, del individuo como gobernado, fue desco-
nocida o, al menos, menospreciada, a tal grado que reinaba en aquéllos el despotismo
más acabado. El individuo, el particular miembro de la comunidad o de la sociedad,
tenía como consigna en algunos Estados orientales obedecer y callar, máxime que los
mandamientos que recibía eran conceptuados como provenientes del representante
de Dios sobre la Tierra, es decir, del gobernante ungido como tal por la voluntad divina
de la cual derivaba su investidura. Por este motivo, las arbitrariedades autoritarias del
poder en los pueblos orientales de la antigüedad, eran acatadas por los súbditos

1
Las anteriores apreciaciones son corroboradas por el maestro Antonio Caso al afirmar que “El patriarca
rige la vida social, familiar y política y, al desaparecer, lejos de que se mengüe su acción, preside la vida
moral de su pueblo. O es jefe o es dios. Todo se le subordina, inevitablemente en el pasado, el presente y
el porvenir de la comunidad”. Sociología, cuarta edición. Pág. 301.
conforme a la conciencia que éstos abrigaban, en el sentido de ser aquéllas
emanaciones o designios de la voluntad de Dios expresada por el gobernante. Esta
creencia acerca del origen del poder y de la autoridad reales estaba generalizada de
tal manera, que podemos afirmar que casi todos los regímenes de gobierno de dichos
pueblos eran teocráticos, como el egipcio, el hebreo, etc., máxime si se toma en
cuenta que el derecho y la religión se confundían en un con junto de prácticas sociales
indiferenciadas.
"La forma general del Estado en el mundo oriental, afirma Gettel, fue la de una autocracia o
monarquía despótica, teniendo por sanción de su autoridad la religión o la conquista. Los
monarcas fueron venerados como dioses, tal es el caso de Egipto, o considerados como
agentes de los dioses, según ocurría en Persia y Asiria."2

Bien es verdad que en algunos de dichos pueblos, como el hebreo, la actividad del
gobernante se hallaba restringida por normas religiosas o teológicas, en las que implí-
citamente se reconocían ciertos derechos a los súbditos, pues se suponía que dichas
normas, como las de Jehová, eran producto de un pacto entre Dios y el pueblo, cuyas
disposiciones debían ser inviolables; mas también es cierto que, en primer lugar, esas
restricciones eran muy débiles y la apreciación de su extralimitación quedaba al
arbitrio del propio gobernante que era su intérprete y, en segundo término, no existía
ninguna sanción para sus posibles contravenciones.

Por ende, los regímenes gubernamentales, basados en tales principios o creencias,


evidentemente pugnaban con toda idea de libertad humana, y más aún, con su
reconocimiento, por lo que no es posible aseverar que en los pueblos orientales de la
antigüedad existiera tal derecho y mucho menos un medio de preservado, pues como
ya dijimos, el individuo estaba relegado a un plano ínfimo, si no es que había incidido
en la esclavitud.
Sin embargo, como una notable excepción al régimen político y social oriental, nos
encontramos con la circunstancia de que la India no estaba dotada de un gobierno
teocrático. El Estado temporal era independiente de la religión y los sacerdotes no
debían tener injerencia en la vida política, sino consagrarse exclusivamente a su
cometido religioso. Descartado el principio teocrático del poder público, el pensamiento
hindú se reveló marcadamente democrático y liberal; los pensadores de la India no
reputaban al régimen estatal como la realización del ideal humano de convivencia ante
el cual las personalidades individuales se desvanecían; antes bien, afirmaban que en

2
Raymond G. Gettel. Historia de las Ideas Políticas, tomo I, pág. 63.
un principio el hombre vivía en un estado de naturaleza tal como lo consideró
Rousseau, y que, para evitar las injusticias que en su desenfrenado libertinaje
cometían los fuertes en detrimento de los débiles, fue necesario constituir el Estado,
no como una forma de perfeccionamiento humano, sino como una urgencia de
protección mutua. Para hacer prevalecer el orden dentro de la sociedad, producto de
dicha necesidad, debería existir una autoridad o poder social, superior a las voluntades
individuales, encargado de implantar el equilibrio entre las conductas desiguales de los
hombres. Dicho poder debería ejercerse por el monarca, a quien no era lícito actuar
arbitrariamente, esto es, sin sujeción a ¡una norma establecida, sino que estaba
obligado a obrar de acuerdo con un sentido de justicia y equidad, asesorado por las
personas más cultas. Ya en lo tocante a los derechos del hombre o garantías
individuales, el pensamiento hindú abrigaba la tendencia a respetar la personalidad
humana, principalmente por lo que ve al derecho específico de libertad

Las corrientes políticas doctrinales en China asumen caracteres análogos a los de


aquellas que se desarrollaron en la India. Los más destacados filósofos chinos, tales
como Confucio y Lao-Tse, predicaron la igualdad entre los hombres, sostuvieron la
democracia como forma de gobierno y abogaron por el derecho legítimo del
gobernado para rebelarse contra los mandatos despóticos y arbitrarios del gobernante,
circunstancia ésta que ya barrunta una idea, aunque vaga, de los derechos del hombre
o garantías individuales, tal como jurídica y filosóficamente se conciben.

III. GRECIA

En Grecia, el individuo tampoco gozaba de sus derechos fundamentales como per-


sona reconocidos por la polis y oponibles a las autoridades, es decir, no tenía
derechos públicos individuales. Su esfera jurídica estaba integrada casi
exclusivamente por derechos políticos y civiles, en cuanto que intervenía directamente
en la constitución y funcionamiento de los órganos del Estado y en cuanto que tenía
una situación protegida por el derecho en las relaciones con sus semejantes, mas no
gozaba de ninguna prerrogativa frente al poder público.
Más aún, en Esparta había una verdadera desigualdad social, estando dividida la po-
blación en tres capas, que eran: los ilotas o siervos, que se dedicaban a los trabajos
agrícolas; los periecos o clase media, quienes desempeñaban la industria y el
comercio; y, por último, los espartanos propiamente dichos que constituían la clase
aristocrática y privilegiada. Ante esta jerarquía social, es inútil hablar de la existencia
de derechos del hombre o garantías individuales como conjunto de potestades
jurídicas oponibles coercitivamente al poder público, puesto que era evidente la falta
de situación igualitaria que presupone todo derecho público individual. Siendo el
Estado en Esparta una estructura superhumana a la cual todo miembro de la
comunidad debía una natural sumisión, el gobernado como tal no tenía ningún
derecho frente al poder público, frente a las autoridades. Su esfera jurídica se
integraba exclusivamente por derechos políticos y civiles, como ya dijimos, esto es,
por potestades que lo hacían participar activa o pasivamente en los destinos sociales
como elector o funcionario, y por factores jurídicos en las relaciones de coordinación
con sus semejantes.

En Atenas la situación social era diferente de la que prevalecía en Esparta. No existía


esa diferenciación jerárquica entre tres clases sociales diversamente colocadas ante el
derecho y en la realidad; había, es verdad, cierta desigualdad entre los hombres,
aunque no tan marcada como en el régimen espartano. El ateniense gozaba de una li-
bertad fáctica frente al poder público; podía libremente actuar ante éste y aun
impugnar o criticar su proceder en las asambleas cuando fuere contrario a su criterio;
mas esa libertad sólo tenía una existencia de hecho, sin que significara, por tanto, una
obligación para la autoridad estatal su respeto; en una palabra, la libertad del,
ateniense, manifestada en diversos actos concretos, no implicaba un derecho público
individual, esto es, una exigencia jurídica frente al Estado con obligación ineludible de
parte de sus autoridades en el sentido de acatada.

Sin embargo, en Atenas podemos encontrar la existencia de una especie de garantía de


legalidad, implicada en la circunstancia de que todo acto público y toda ley deberían estar de
acuerdo con la costumbre jurídica, de tal suerte que una de las atribuciones de las asambleas
de ciudadanos estribaba en hacer el parangón entre la ley o el acto y la práctica consuetu-
dinaria, con el fin de apreciar si se infringía o no ésta. Fuera de ese control o equilibrio ejercido
por la asamblea ateniense, que era el órgano supremo del Estado, no encontramos ninguna
prerrogativa en favor del gobernado frente al gobernante, lo cual no es sino la consecuencia de
la concepción política dominante, en el sentido de que sólo a través de la organización estatal
el individuo encontraba su verdadera perfección, por lo que la actividad del Estado no tenía
límites.
No obstante esta aseveración, no debe creerse que en la polis ateniense los actos de sus
autoridades ejecutivas, cuales eran los arcontes, según las leyes de Salón, no hayan estado
sujetos a una especie de control. En efecto, aparte de la asamblea de ciudadanos, cuyas
principales funciones hemos brevemente reseñado, el Senado, compuesto por cuatrocientos
miembros, quienes tenían que someterse a un severo examen de parte de los heliastas, era el
órgano de consulta de los arcontes y en él se discutían primeramente los proyectos de ley que
eran puestos con posterioridad a la consideración de dicha asamblea. Además, existía en
Atenas el célebre Tribunal del Areópago, que velaba por la pureza de las costumbres, revisaba
y podía anular las decisiones de las autoridades de la polis y era el órgano judicial supremo
que juzgaba definitivamente sobre los negocios importantes que se sometían a su
conocimiento.
Bajo el gobierno de Pericles se crearon los "nomotetes" o "guardianes de las leyes", cuya
misión consistía en impugnar ante la asamblea las normas legales inadecuadas o
impertinentes. Merced a la gestión impugnativa de los "nomotetes", las asambleas de
ciudadanos revisaban sus propias leyes con el objeto de constatar lo que suele llamarse su
"causa final", es decir, su idoneidad desde el punto de vista social, económico o político en aras
de los intereses de Atenas.
Sin embargo, fuera de ese control o equilibrio ejercido por la asamblea ateniense, que era el
órgano supremo del Estado, no existía dentro del régimen jurídico de la luminosa polis griega
ninguna institución que hubiese establecido derechos en favor del gobernado frente al gober-
nante ni, por ende, que le brindase una protección frente al poder público, circunstancias que
no fueron sino la consecuencia de la concepción política dominante de la época, en-el sentido
de que- sólo a través de la organización estatal el individuo encontraba su verdadera
perfección, de su razón con preferencia a las leyes positivas estatales injustas e irracionales,
pretendiendo detalles más nimios de la vida privada.
Los sofistas reaccionaron contra esta situación. Afirmando que "el hombre es la medida de
todas las cosas" y que, por ende, ninguna verdad o supuesta verdad tiene validez universal,
puesto que su sentido depende de cada sujeto, llegaron a presuponer a la anarquía como la
situación natural del individuo. Por tal motivo, no se ocuparon de la cuestión relativa a los
derechos del hombre o garantías individuales como prerrogativas jurídicas de éste frente a la
autoridad estatal, ya que para ellos ésta no debería existir, aun cuando, ante la realidad que
vivían, explicaban al Estado como el fruto de un pacto social, sin que esta explicación signifi-
cara la justificación de su existencia, de lo que concluía Licofrón, en puntual congruencia lógica
con esta concepción, que: "La ley no es más que una garantía de los derechos individuales, sin
poder alguno sobre la moralidad y la justicia personales de los ciudadanos."3

Para apoyar su tesis anarquista, los sofistas, a través de las ideas de Hippias y Alcidamas,
sostenían la existencia de los derechos del hombre, pero no a título de prerrogativas que el
gobernado dentro del Estado o Polis debiera tener frente a la autoridad, como ya se dijo, sino
reputándolos como elementos inseparables de la persona humana en un estado de naturaleza,
en que nadie está supeditado a nadie y en que todos son libres e iguales, situación que sig-

3
Citado por Aristóteles en “La Política”. Lib. III. Cap. V, párrafo II.
nificaba para los discípulos de Heráclito el ideal de la humanidad que se alcanzaría al suprimir
la organización estatal.4

Sócrates impugnó las ideas sofistas, aun cuando su pensamiento coincidía en muchos as-
pectos con el contenido de éstas. Estimaba que el hombre había nacido en un plano de
igualdad con sus semejantes; proclamó el principio de la racionalidad en todos los actos de la
vida individual y pública, llegando hasta sostener que el gobernado debía obedecer los
imperativos de su razón con preferencia a las leyes positivas estatales injustas e irracionales,
pretendiendo que toda la actuación humana, social o particular, se sujetase a una norma ética
de validez universal. Para Sócrates, la razón era el factor omni-determinante de la vida, por lo
que es dable presumir, de acuerdo con su pensamiento, que el gobernado debería tener todas
aquellas prerrogativas que estuvieren fundadas racionalmente frente a las arbitraridades y
despotismos de la autoridad del Estado. Sostenía, además, que la organización estatal no es
un fin en sí misma, sino un medio para que los ciudadanos logren el objetivo supremo de su
vida que es la consecución de su felicidad a través de la virtud. Por consiguiente, para Sócrates
el Estado debe subordinarse a los individuos que lo componen, sin que su poder sea absoluto,
toda vez que debe estar limitado por el derecho del ser humano, inherente a su naturaleza e
imprescriptible.

Si bien es verdad que Platón siguió en términos generales los lineamientos de la doctrina de su
maestro Sócrates, en muchos puntos las ideas de ambos discrepan profundamente, en
especial por lo que concierne a la situación del individuo como gobernado frente a las autori-
dades. En efecto, Platón justificaba la desigualdad social, propugnando la sumisión de los me-
diocres respecto de los mejores, a quienes debía encomendarse la dirección del Estado. En
estas condiciones, se puede fácilmente concluir que en la doctrina plat6nica estaban proscritas
las ideas de derechos del individuo frente al poder público, puesto que éste se suponía
desempeñado por personas capacitadas intelectual y culturalmente, a las cuales el gobernado
debía sumisi6n. Platón llegaba hasta el extremo, en su concepción ideal del Estado, de
considerar a éste como la realidad non plus ultra que debía absorber toda la actividad
individual. Fue por esto por lo que la teoría platónica en materia política proponía la abolición
de la propiedad privada y de los lazos familiares para asegurar la unidad orgánica del Estado.
Dividía la sociedad en tres clases constituidas respectivamente por lo que denominaba la "raza
de oro", integrada por los gobernantes o "guardianes" del Estado, por la "raza de platel',
compuesta por los guerreros o "defensores" de la polis, y por la "raza de bronce", formada por
los artesanos y labradores.

No concibió Platón la idea de ningún medio heterónomo para controlar la actividad de los
gobernantes, sino que consideraba que la sabiduría de éstos y sus virtudes cívicas y morales

4
Enrique Rommen, Derecho natural, ed. 1950, pág. 18.
eran un freno que les impedía ejercer despótica y tiránicamente sus funciones. Estimaba que el
filósofo u hombre sabio no podía gobernar contrariamente a los intereses públicos ni obrar con
injusticia, ya que su sapiencia, al intuir el valor supremo de "Bien", le impedía desplegar
cualquier conducta contraria a este valor, que subsumía todos los demás, incluyendo el de
justicia.5

Aristóteles, discípulo del anterior, no obstante que en lineamientos generales adopta la teoría
política de su maestro, se muestra liberal, por así decido, en cuanto a la cuestión de la
situación del individuo frente al poder público. Según el estagirita, para que el hombre pueda
alcanzar un grado de perfección, que no se lograba fuera de la convivencia social, era
menester gozar de cierto radio de libertad, el cual implicaba, correlativamente, ciertas limita-
ciones al poder estatal. Sin embargo, a esa esfera de libertad individual, Aristóteles no la co-
locaba en el rango de derecho público del gobernado, oponible obligatoriamente al Estado;
según la tesis aristotélica sobre el particular, las autoridades deberían asumir un papel de
tolerancia o consenso frente a una determinada actividad libre del ciudadano, pero nunca se
deberían ver obligadas a respetada como si se tratara de un verdadero derecho. Por lo que
atañe a la igualdad, Aristóteles la proscribía al justificar la esclavitud y la existencia de clases
sociales completamente diversas, en vista de lo cual es inconcuso que en la doctrina política
del ilustre estagirita no podemos vislumbrar ninguna concepción respecto a los derechos
públicos individuales ni, consiguientemente, por lo que concierne a ningún medio jurídico de
protección a los mismos.
No obstante, ello no implica que para Aristóteles no existiera una ley natural anterior a las leyes
positivas de la polis, ya que para él éstas deberían corresponder a la "justicia material" que
debería integrar su contenido. De ahí que, cuando no existiese esa correspondencia, incumbía
al juzgador, mediante la equidad, resolver en justicia cualquier caso concreto que se
presentase. Sin embargo, las ideas de Aristóteles sobre la supervalencia de una ley natural
sobre las leyes positivas, deben sólo considerarse como un pensamiento tímido que cede a la
concepción vigorosa de la polis, considerada por el estagirita, siguiendo a su maestro Platón,
como el estado en que el individuo encuentra su perfección, de lo que concluye Rommen que,
contra la polis, según las ideas aristotélicas, "no podía prevalecer, propiamente hablando,
ningún derecho natural subjetivo del ciudadano".6

Para el insigne estagirita, el Estado existe por naturaleza y es anterior al individuo, y siendo el
hombre un "zoon politikon", no puede vivir fuera de la entidad estatal. "El hombre que pudiera
vivir aislado, incapaz de poder participar de los beneficios de la asociación política o que no
tiene necesidad de participar en ella porque se basta a sí mismo, no forma parte del Estado: es

5
Cfr. Antonio Gómez Robledo.- Meditación sobre la justicia.- Págs. 35 y 36.

6
Rommen, op. cit., pág. 27.
un bruto o es un dios", agregando "No debemos considerar al ciudadano como
perteneciéndose a sí mismo; debemos considerar más bien a todo ciudadano como
perteneciéndose al Estado. Cada ciudadano es parte del Estado."7
Es bien conocida, por otra parte, la clasificación aristotélica de la justicia, mediante la cual ésta
puede ser distributiva, conmutativa y política. La justicia distributiva se realiza al aplicarse "en la
repartición del honor, de la riqueza y de otros bienes divisibles entre los miembros de la
comunidad política",8 expresándose en el conocido principio igualitario que establece un
tratamiento igual para los iguales y desigual para los desi guales. La justicia conmutativa es, por
así decido, la que se realiza en cada caso concreto, pudiendo estimarse como una "justicia
proporcional" entre el derecho y las obligaciones de cada quien frente a la ley y a las con-
venciones particulares. Por último, Aristóteles denomina "justicia política” la que se aplica en la
vida de la polis y se manifiesta precisamente en la observancia del principio mismo de igualdad
ya enunciado. La "justicia política", por ende, sólo puede registrarse entre sujetos colocados en
el mismo nivel o rango social, de tal manera que las leyes de la polis la cumplan en el
tratamiento igual para los iguales y desigual para los desiguales. De ahí que políticamente no
pueda hablarse de "justicia" entre sujetos pertenecientes a diferentes clases en que, según el
estagirita, se divide la sociedad, ya que la justicia siempre reconoce como base la igualdad.
Debemos recordar que para el ilustre discípulo de Platón la libertad e igualdad, como
ingredientes de la justicia, deben acogerse por la ley positiva, que a su vez debe ser la expre-
sión de la razón que impida al gobernante actuar conforme a su arbitrio o despotismo.
Pese a tan humanitarias ideas, sin embargo, Aristóteles no concibe ningún medio para
controlar los actos de los gobernantes distinto de la razón, sustentada en la sabiduría, punto
éste en que sigue el pensamiento de su maestro.

IV. ROMA

En Roma, la situación del individuo y, por ende, de su libertad como derecho exigible y
oponible al poder público, era parecida a la que privaba en Grecia. Bien es verdad que
el civis romanus tenía como elemento de su personalidad jurídica el status libertatis,
pero esta libertad se refería a sus relaciones civiles y políticas, ya que, repetimos, no
se concebía como un derecho intocable y reconocible por el orden jurídico. El status
libertatis, más bien se reputaba como una cualidad en oposición a la condición del
servus, o sea, como una facultad de actuar y comportarse por propia voluntad y
determinación. Además, puede afirmarse que la libertad en el régimen romano estaba

7
“Política”. Lib. I. Cap. II núms.. 13 y 14; y Lib. VIII, Cap. I, Núm. 3.
8
Ética Nicomaquea 1130 b 30.- Citada por Gómez Robledo.- Op. cit. pág. 50.
reservada a cierta categoría de personas, como el pater-familias, quien gozaba de
amplio poder sobre los miembros de su familia y sobre los esclavos.

En las relaciones de derecho privado, el ciudadano romano estaba plenamente ga-


rantizado como individuo, al grado que el Derecho Civil en Roma alcanzó tal perfec-
ción, que aun hoy en día constituye la base jurídica de gran parte de las legislaciones,
principalmente en los pueblos de extracción latina. Análogamente a lo que sucedía en
Grecia, el romano, el homo liber, disfrutaba también del derecho de votar y ser votado,
de la facultad de intervenir en la vida pública, integrando los órganos de autoridad y
teniendo injerencia en su funcionamiento. Por esto, en el Derecho Romano tanto la
libertad civil como la libertad política alcanzaron gran incremento, mas en el campo de
las relaciones entre el poder público y el ciudadano romano, no como depositario de
una cierta actividad política, sino como mero particular, como simple individuo, la liber-
tad humana como derecho público era desconocida.
En síntesis, la libertad del hombre como tal, conceptuada como un derecho público
individual inherente a la personalidad humana, oponible al Estado en sus diversas ma-
nifestaciones y derivaciones no existía en Roma, pues se disfrutaba como un hecho,
sin consagración jurídica alguna, respetable y respetada sólo en las relaciones de
derecho privado y como facultad de índole política.
La única garantía del pueblo frente a las arbitrariedades posibles de la autoridad,
radicaba en la acusación del funcionario cuando expiraba el término de su cargo, lo
cual de ninguna manera implicaba un derecho público individual, pues éste es un obs-
táculo jurídico, cuyo titular es el individuo, frente al poder público, el cual siempre tiene
que respetarlo, mientras que la mencionada acusación era el acto inicial de una es-
pecie de juicio de responsabilidad incoado en contra de la persona física que
encarnaba a la autoridad y nunca un dique a la actividad de ésta, la cual, en dicha
hipótesis, se presumía ya desplegada. Además, el juicio de responsabilidad tiene
como finalidad esencial sancionar al funcionario público y nunca implica una verdadera
protección del gobernado frente al gobernante, como es la garantía individual.

En Cicerón, y con él en Séneca, Marco Aurelio y Epicteto, encontramos la adopción de la tesis


estoica sobre la existencia de una ley universal aplicable por igual a todos los hombres, a
quienes el pensador romano conceptuaba colocados en un plano de igualdad. Afirmaba el
autor de "Las Leyes" que existen normas naturales que rigen la vida del hombre y de la
sociedad, basadas en los principios del Derecho y de la Justicia y que, por el hecho de estar
investidas con un carácter supremo, debían prevalecer sobre las leyes positivas que se les
contrapusiesen. De esta manera, Cicerón reconoció, aunque tácitamente, la existencia de
derechos propios de la persona humana superiores al ordenamiento estatal, el cual carecía de
validez en cuanto vulnerara las normas relativas a la naturaleza del hombre.
Para el célebre orador romano, el Derecho están fundado en la naturaleza del hombre y no
sólo se le encuentra en la scripta lex, sino en la nata lex. De ahí que todo ordenamiento jurídico
positivo que vulnerara esa "ley natural", afectando los "derechos" que conforme a ella tiene
toda persona, sería a todas luces injusto, de lo que concluye Cicerón: "Si todo lo que ha sido
instituido en virtud de una decisión de los pueblos, de un decreto de los príncipes y de una
sentencia de los jueces, fuese el derecho, en tal caso el robo, el divorcio, los testamentos
falsos, con tal de que estén firmados serían derecho, desde el momento en que había sido
admitido por el consentimiento y la decisión de la multitud."9 Agrega el ilustre orador y
jurisconsulto que "Como no hay nada que sea mejor que la razón, y como ésta existe en el
hombre y en la divinidad, hay entre ambos una primera sociedad fundada en la razón (prima
homini deo rationis societas). Pero entre quienes es común la facultad de la razón, lo es
también la recta razón, y como ésta es la ley, hemos de consideramos los hombres asociados
con los dioses por la ley (quae cum sit lex, lege quoque consociatio homines cum dis putandi
sumus). Mas entre quienes hay comunidad de ley, hay también comunidad de derecho; y
aquéllos, en fin, entre quienes estas cosas -ley y derecho-, son comunes, han de considerarse
como de la misma ciudad (civitatis eiusdem habendi sunt)” 10

Mutis mutandis, Cicerón proclama una especie de “jusnaturalismo” al estimar que sobre el
derecho positivo se encuentra el derecho apoyado en el análisis filosófico del hombre. "No es
del edicto del pretor, como lo piensa hoy la mayoría, ni de la Ley de las XII Tablas, como creían
los antiguos, sino del corazón mismo de la filosofía de donde hay que extraer el conocimiento
del derecho"11

Como es bien sabido, la historia romana comprende tres etapas, que son: la monár-
quica o real, la republicana y la de los emperadores. La organización política de Roma
en cada una de dichas etapas o periodos era diversa y disímiIes también las
relaciones entre los diferentes poderes en que se desarrollaba la función o actividad
del Estado.
En la época monárquica o real, el pueblo (populus), dividido en dos clases, los patricios y los
plebeyos, tenía cierta injerencia en la vida estatal, pues elegía a sus reyes, daba su con-
sentimiento o externaba su disentimiento a las declaraciones de guerra o paz y decidía, en
algunos casos, sobre si las leyes deberían ponerse en vigor o derogarse. A su vez, el Senado
romano, que era el órgano aristocrático por excelencia, integrado por cien patricios, tenía en-
comendada la consulta sobre asuntos importantes de la administración pública, así como la

9
Citado por Rommen. Op. cit., pág. 30.
10
De Legibus, I, 23.

11
Idem, I, 17.
facultad de aprobar o desaprobar los proyectos de ley sobre la paz y la guerra, antes de que
éstos se sometiesen a la consideración del pueblo. Las decisiones de los comicios (asambleas
populares) deberían estar respaldadas por la aprobación del Senado, en cuyo caso, para que
aquéllas tuviesen fuerza ejecutiva y observancia obligatoria, dicho cuerpo colegiado expedía
los respectivos decretos, llamados senatus consultus.
Como se ve, en la mencionada época la función legislativa era compartida por el rey, a quien
incumbía la iniciativa de leyes, el senado y el pueblo, según los términos brevemente
apuntados. Al monarca correspondían los poderes ejecutivo y judicial, estando aquél
controlado en cierta forma por el senado en negocios administrativos de especial importancia.
La función judicial podía ser desempeñada por el rey en lo personal o por patricios que éste
designaba, pudiendo el pueblo intervenir en ella tratándose de casos penales.
Por tanto, en la primera etapa de la historia de Roma, existía un verdadera equilibrio entre los
principales órganos de autoridad del Estado y por lo que concierne a las tres actividades o
poderes estatales. Tal equilibrio se consolidó durante la segunda época, o sea, la de la re-
pública. La función legislativa era ejercida por el pueblo, integrado por patricios, el senado y los
plebeyos, quienes ya no estaban excluidos del goce de derechos políticos. Las leyes eran
votadas por el pueblo y su iniciativa incumbía al senado; pero si afectaban o podían afectar a la
plebe, se sometían a la consideración de los llamados plebiscitos, esto es, a las asambleas o
conciliábulos plebeyos. El poder ejecutivo correspondía al senado, el cual designaba a diversos
magistrados para que en su nombre lo desempeñasen, destacándose entre dichos funcionarios
los dos cónsules, que en realidad sustituyeron a los antiguos reyes; y por lo que atañe a la
función judicial, ésta se ejercía por el pueblo, los plebeyos y el pretor, en sus respectivos
casos, cuyo tratamiento excedería del tema que abordamos.

Lo más interesante que presenta la república romana en lo que se refiere al equilibrio


entre los poderes del Estado, es la creación de los tribunos de la plebe, quienes, a
pesar de no haber tenido facultades de gobierno administrativo ni de jurisdicción
(imperium jurisdictio) fueron funcionarios de significación muy importante. Su actividad
consistía, primordialmente, en oponerse, mediante el veto, a los actos de los cónsules
y demás magistrados, e incluso a los del Senado, cuando estimaban que eran lesivos
o contrarios a los intereses y derechos de la plebe. La intercessio, como se llamaba el
medio por virtud del cual los tribunos desplegaban sus facultades vetatorias, no tenía
como finalidad anular o invalidar el acto o la decisión atacada, sino simplemente
impedir o paralizar sus efectos o su ejecución. El poder de los tribunos radicaba en los
plebiscitos, a los que podían convocar, para enjuiciar las leyes y demás actos de
autoridad, incluyendo las resoluciones judiciales, que perjudicaran o pudieren
perjudicar los derechos e intereses de la clase plebeya.
¿Puede considerarse a la intercessio como un medio que haya presentado alguna
semejanza con nuestro juicio de amparo? Este, según lo veremos más adelante, tiene
como finalidad esencial la invalidación del acto de autoridad impugnado, en el caso de
que sea contrario a la Constitución, y, principalmente, por violar alguna garantía del
gobernado. La intercessio, como se ha dicho, carecía de eficacia anulatoria del acto o
de la decisión atacados, reduciéndose simplemente a evitar su ejecución o la
producción de sus efectos, sin proteger, por otra parte, un orden normativo superior,
es decir, un conjunto de normas jurídicas dotadas de supremacía, ya que el Derecho
Romano desconocía la jerarquía o gradación de leyes. Propiamente hablando, la in-
tercessio se significó como un recurso de motivación y finalidad políticas, pues no ha-
biendo tenido efectividad invalidatoria de los actos o decisiones impugnadas, su
interposición traía como consecuencia que los tribunos de la plebe presionaran a las
autoridades, de las que tales actos o decisiones hubieran emanado, para obtener de
parte de ellas la revocación consiguiente, valiéndose, sobre todo, de los plebiscitos,
merced a los que dichos funcionarios lograron conquistar manifiesta hegemonía en la
vida pública de Roma durante la época republicana.

Por tanto, la fisonomía de la intercessio, que someramente hemos apuntado, revela


peculiaridades que en esencia no coinciden con las características que distinguen a
los medios jurídicos de que el gobernado puede disponer para defenderse contra los
actos del poder público. En estas condiciones, no es dable sostener que haya
constituido una institución familiar a nuestro juicio de amparo, sino un medio de honda
implicación política para tutelar, no al individuo en particular, sino a una clase social, la
plebe, contra la actuaci6n de las autoridades del Estado romano, encarnadas
principalmente en patricios, que revelase tendencias hostiles a sus intereses y a la
situación que en la vida pública de Roma llegó a conquistar no sin innúmeras
vicisitudes.

Pese a esta opinión, hay autores, distinguidos romanistas, como Mayns y Mommsen, que
consideran a la intercessio como un medio protector del ciudadano frente al poder público. El
primero de dichos autores sostiene que: "Es verdad que en el origen la intercesión no era
apenas entre sus manos (de los tribunos) sino un alma defensiva a efecto de proteger a los
particulares victimas de medidas arbitrarias, pero ellos (los tribunos) no tardarán en usarla con
la más grande latitud, oponiendo su veto a todo acto de un magistrado cualquiera, así como
también los del Senado, que les parecía contrarios a los intereses del pueblo, sin retroceder
ante la potencia de los cónsules, de los censores, del dictador, empleando por igual contra
estos altos magistrados los medios de coerción más violentos. La intercesión tribunicia,
considerada como la salvaguarda de la libertad romana, constituía, por lo demás, tanto un
deber como un derecho, a tal punto que no era permitido a un tribuno pasar la noche fuera de
Roma".12 A su vez, Mommsen afirma que: "Sobre todo en la intercesión tribunicia se ve bien
marcada la tendencia de prevenir por este medio los abusos de poder de los funcionarios
públicos, supuesto que al Ciudadano oprimido o perjudicado por un mandato de los
magistrados se le concedía el derecho a reclamar (appelatio) auxilio ( auxilium).”13
En la época de los emperadores, el equilibrio entre los poderes del Estado romano desapa-
reció, para dar nacimiento a una verdadera autocracia. El emperador (caesar) lo era todo y su
voluntad no tenía límites ni contrapesos, pues aunque el senado subsistió, fue relegado por la
hegemonía imperial a una posición de repugnante servilismo. Las leyes emanaban del césar y
no reflejaban sino las decisiones caprichosas del príncipe (quod principii placuit, legis habet
vigorem). La función judicial se concentró en las manos exclusivas del emperador, quien, en su
carácter de supremo magistrado, resolvía por sí mismo los casos de justicia o por conducto de
funcionarios (pretores) que él designaba y deponía a su arbitrio.

Se ha pretendido descubrir, en una institución jurídica romana pretoriana, un ante-


cedente de nuestro juicio de amparo y, en general, de cualquier medio de preservación
de los derechos del hombre frente al poder del Estado. Nos referimos al famoso inter-
dicto de homine libero exhibendo, del cual hablaremos a continuación brevemente, con
el fin de constatar si efectivamente puede estimarse como un antecedente de nuestra
institución de control, haciendo respecto de él algunas consideraciones generales y
anticipando algunas ideas acerca del juicio de amparo para tal efecto.
La institución "de homine libero exhibendo" era un interdicto establecido por un edicto del
pretor, esto es, por una resolución que contenía las bases conforme a las cuales dicho fun-
cionario dictaba sus decisiones en los casos concretos que se sometían a su conocimiento, lle-
nando así las lagunas u omisiones de la legislación, resoluciones que constituían una fuente
sui géneris del derecho, junto con la ley, la costumbre, etc. Los edictos de los pretores podían
ser perpetuos o temporales, es decir, o integraban normas generales que se aplicaban indistin-
tamente a los diversos casos que se fueren presentando, o solamente formaban reglas cuya
aplicabilidad tenía lugar respecto del negocio concreto que ocurría. La Lex Cornelia atribuyó a
los edictos perpetuos cierta obligatoriedad en su observancia, aun por lo que concernía a los
mismos funcionarios, que los habían dictado, cuando menos por el término de un año, al
finalizar el cual el nuevo pretor podía modificados, debiendo conservar, sin embargo, una gran
parte dispositiva de los anteriores y los principios que en éstos se consagraban. De esta ma-

12
Ch. Mayns. Cours de Droit Romain. Tomo I. Págs. 123 y 124.
13
Teodoro Mommsen. Compendio del Derecho Público Romano, pág. 173. Citado por Rodolfo Batiza B.
en su artículo “Un Preterido Antecedente Remoto del Amparo”, publicado en el número 4 de la Revista
Mexicana de Derecho.
nera muchos edictos no fueron ya simples ordenanzas del funcionario público romano
revestidas de un carácter meramente transitorio, aplicable sólo a un caso particular (prout res
incidit) o a varios indistintamente que fueran surgiendo durante el término de un año
(perpetuos), sino verdaderos conjuntos dispositivos que con el tiempo fueron adquiriendo
fuerza de derecho consuetudinario, merced a la presencia constante de determinados
principios que se transmitían obligatoriamente de un edicto a los sucesivos (edicta traslatitia).14
Desde luego, el edicto en virtud del cual se estableció el interdicto "de homine libero exhibendo"
era de carácter perpetuo, de acuerdo con el comentario que sobre el particular hace Ulpiano,
quien asienta: "hoc interdictum perpetuum est". 15 y 16
La acción que se derivaba del interdicto mencionado, que culminaba con una resolución
interina particular que no pretendía decidir definitivamente la cuestión debatida, ya que, según
afirma Vallarta,17 "se protegía y amparaba la libertad del detenido desde luego y se seguía por
cuerda separada el procedimiento criminal conforme a la Ley Favia", se daba a favor del
particular en cuyo perjuicio se verificaba un acto privativo de su libertad, contra el individuo que
lo ejecutaba, quien en esta forma se constituía en demandado. El objeto de dicha acción
interdictal (permitiéndose la expresión), era la restitución provisional de la libertad al ofendido,
ordenada por el pretor.

Ahora bien, la circunstancia subrayada, o sea la de que la acción derivada del in-
terdicto de homine libero exhibendo se intentaba contra actos de un particular,
colocado jurídicamente en la misma esfera que su titular, es suficiente por sí misma
para concluir que la mencionada institución romana no puede ser un antecedente de
nuestro juicio de amparo. En efecto, mientras que éste tiene como causa final de su
existencia la protección de los derechos del hombre contra los ataques de que puedan
ser objeto de parte de las autoridades del Estado, en el interdicto aludido dicho factor
no consiste en tutelar los mencionados derechos que se vean amenazados y
afectados por el poder público, sino en evitar que una persona física, un particular,

14
Mayns, Cours de Droit Romain.- T.I.
15
Digesto.- Libro 43.- Tít. 29.
16
Las principales disposiciones sobre las que se sustentaba el interdicto "de homine libero exhibendo",
contenidas en el Título XXIX del Libro XLIII del Digesto del emperador Justiniano, eran: "Dice el pretor:
Exhibe al hombre libre que retienes con dolo malo.-Este interdicto se propone por causa de defender la
libertad: esto es, para que ninguno retenga hombres libres.-Este interdicto no impidió la ejecución de la
ley Favia (es decir, de la que instituía el procedimiento penal propiamente dicho); Dice el pretor: Exhibas.
Exhibir es sacar al público, y permitir que se vea y se toque el hombre. Exhibir es propiamente manifestar
lo que está oculto.-Este interdicto compete a todos, porque a ninguno se le ha de impedir que favorezca la
libertad.-Este interdicto es perpetuo.-Si alguno retuviese al hombre libre ignorando su estado, si lo retiene
con dolo malo, se le precisará a que lo exhiba."

17
Vallarta, El juicio de amparo y el Writ of Habeas Hábeas.
pueda, sin sanción o responsabilidad alguna, privar de la libertad a un hombre libre,
único titular en Roma de la acción correspondiente.
Más que un procedimiento para salvaguardar la libertad humana frente a las auto-
ridades del Estado, que es lo que caracteriza a un medio de control, como el amparo,
es el interdicto de homine libero exhibendo una mera acción civil establecida por el
pretor, análoga a los demás interdictos que se dirigen también en contra de
particulares y que no constituyen, por ende, diques u obstáculos a la actividad
arbitraria o abusiva del poder público. 18 Esta sola diferencia entre el amparo y la
mencionada institución romana, basta para concluir, como ya dijimos, que el interdicto
de homine libero exhibendo no puede ser un precedente histórico del juicio de
garantías, habiéndolo estimado así también don Emilio Rabasa, quien afirma, al
referirse al antecedente del habeas corpus:
"Es muy probable que el edicto romano de homine libero exhibendo haya dado origen
al procedimiento de que se sirvió el habeas corpus; pero no al derecho de reclamarlo
ni a la autoridad del juez contra las órdenes del rey o sus agentes, que los romanos
desconocieron. El procedimiento romano sólo se empleaba contra el secuestro de per-
sona hecho por particulares, pertenecía al Derecho Civil y nada tiene que ver con la
institución de Derecho Público que estableció el pueblo inglés."19

V. EDAD MEDIA

Al tratar de la situación del individuo en la Edad Media y, por ende, de su libertad como
derecho público subjetivo, excluiremos de las consideraciones que hagamos en el
presente apartado, aquellas que conciernen a los regímenes jurídicos medievales de
España e Inglaterra, en virtud de que dedicamos un estudio especial a ellos. En
consecuencia, nos referiremos de manera general a la Edad Media, en relaci6n con el
tema propuesto.

18
El interdicto, dice Guillermo Floris Margadant, "no era una sentencia, sino una orden condicional y
administrativa, dirigida a un ciudadano por el magistrado, a petición de otro ciudadano, a base de una
investigación que no pasaba de ser rápida y superficial", añadiendo que "El interdicto ordenaba a la
persona a quien se dirigía, observar determinada conducta, siempre que la hipótesis mencionada al
comienzo del interdicto correspondiese a la realidad." (Derecho Romano, Pág. 499.) Como se ve, el
interdicto "de homine libero exhibendo" era una institución procesal romana que no pertenecía al Derecho
Público, no en sí misma considerada, sino en cuanto que procedía para obtener del pretor una orden
contra el particular que indebidamente había privado de la libertad a un semejante, sin que su finalidad
estribara, según dijimos, en preservarla contra actos de las autoridades del Estado.
19
El juicio constitucional.- Págs. 98 y 99.
A este propósito, don Mariano Azuela Jr:, distingue tres períodos que comprende la
Edad Media, a saber: el de las invasiones, el feudal y el municipal, en cada uno de los
cuales encontramos diversa situación del individuo en cuanto a sus derechos
fundamentales, principalmente el de la libertad.

La época de las invasiones, en la que los pueblos llamados bárbaros no estaban aún
delineados perfectamente en su formación, pues por lo general estaban constituidos
por tribus dispersas y aisladas, se caracterizó por el predominio de la arbitrariedad y el
despotismo sobre la libertad humana, que ni siquiera estaba reglamentada
jurídicamente en sus relaciones privadas como sucedía en Grecia y Roma, pues exis-
tía lo que se conoce con el nombre de "vindicta privata', en la que cada quien podía
hacerse justicia por su propia mano. En estas condiciones, es inútil hablar de la
existencia de la libertad del individuo como derecho público subjetivo y mucho menos
del medio de protección correspondiente.
La época feudal se caracteriza por el dominio del poseedor de la tierra, dueño de ella,
respecto de aquellos que la cultivaban, cuyas relaciones dieron origen a la institución
medieval de la servidumbre. La propiedad territorial confería a su titular un poder no
sólo de hecho, sino de derecho, sobre los que la trabajaban, quienes rendían
homenaje y juraban obediencia al terrateniente o señor feudal. El régimen de la ser-
vidumbre otorgaba a éste un poder soberano sobre los llamados siervos o vasallos,
pudiendo disponer de su persona casi ilimitadamente. En esta virtud, no fue posible
concebir siquiera un orden de derecho que garantizara la libertad del hombre como
elemento inherente a la personalidad humana frente a los actos arbitrarios y muchas
veces desp6ticos del señor feudal, quien no encontraba otro límite a su actividad que
su propia conciencia en relación con sus servidores y un vasallaje, nada más simbólico
la mayoría de las veces, por lo que veía al monarca o emperador.

Cuando las ciudades libres en la Edad Media fueron desarrollándose, cuando los
intereses económicos de las mismas fueron adquiriendo importancia, los citadinos
supieron imponerse a la autoridad del señor feudal, exigiéndole salvoconductos o
cartas de seguridad, y en general el reconocimiento de ciertos derechos que
integraron una legislación especial (derecho cartulario). Se creó en esta forma, durante
este tercer período medieval, o sea, el municipal, un régimen de legalidad que limitaba
y sometía la autoridad del señor feudal en beneficio de los habitantes de las ciudades.
El incremento económico y político que fueron paulatinamente adquiriendo las
poblaciones medievales, fue la causa de que los gobernantes respetaran los
compromisos que habían contraído con sus moradores, mas la posibilidad de su
contravención y sus violaciones mismas no tuvieron ninguna sanción jurídica en favor
de los afectados. Por este motivo no es posible encontrar en esta época un
precedente histórico del juicio de amparo, no obstante la implantación de un régimen
de legalidad.
Tal era la situación que guardaba el individuo a título de gobernado frente al Estado y
a los detentadores del poder público. Como corriente moral y humanitaria, a principios
de la Edad Media y al finalizar la época antigua, el Cristianismo pretendió suavizar las
ásperas condiciones de desigualdad que prevalecían en el mundo pagano. Declaraba
que los hombres eran iguales al menos ante Dios; que todos estaban regidos por una
ley universal basada en los principios de piedad y caridad. Aun cuando Cristo concretó
su doctrina al terreno religioso propiamente dicho, esto es, a las relaciones entre el
Creador y las criaturas, su insuperable e insuperada tesis moral insinuó a los
gobernantes un trato humanitario hacia sus gobernados, propugnando que la
actuación pública de aquéllos se ajustase a las normas de la justicia universal.
Partiendo de la idea incontrovertible de que todo hombre es igual a sus semejantes, y
considerando a todos los sujetos humanos hijos de Dios, independientemente de su
condición social o religiosa, de la doctrina de Jesús se desprende la tolerancia de
credos, siempre y cuando los diversos profesantes los sustentasen de buena fe. El
Cristianismo, por consiguiente, dulcificó y trató de atenuar el despotismo que se
observaba por los gobernantes respecto de los gobernados. Sin embargo, cuando
Constantino declaró como religión oficial del Estado la doctrina cristiana, las
peculiaridades de ésta, en cuanto a sus preceptos fundamentales, fueron subvertidas
y hasta contradichas por las ideas que se adoptaron por la Iglesia. Esta asumió una
actitud de intolerancia respecto de los demás credos religiosos, dogmatizando el
Cristianismo e imponiendo una serie de prácticas culturales, cuya inobservancia se
sancionaba con el anatema de la perdición eterna. Estas amenazas con que la Iglesia
acostumbraba revestir sus prédicas, constituyen la negación evidente del principio de
tolerancia que permanece imbíbito en el espíritu del auténtico y genuino Cristianismo
emanado de los inmaculados labios del Divino Maestro. Esta situación de intolerancia,
que hada nugatoria la libertad humana, cuando menos en el aspecto religioso, perdura
en los Estados católicos europeos a través de la época medieval hasta la Revolución
Francesa, en cuya Declaración de 1789 se instituyó la profesión de cualquier credo
religioso como un derecho inherente e inalienable de la persona humana, intocable por
el orden jurídico estatal y por el poder público.
La situación real, positiva, que guardaba el individuo como gobernado en la Edad
Media que se traducía en una plena supeditación de la persona al poder público, pese
al derecho cartulario de las ciudades libres alemanas e italianas, no excluyó la
circunstancia de que en la patrística y, sobre todo, en la escolástica, principalmente
con Santo Tomás de Aquino, se pretendiese proclamar la existencia de un "derecho
natural" fincado en la índole misma del ser humano: Así, el aquinatense, partiendo de
la idea de que el hombre está hecho a semejanza de Dios y propendiendo su razón
práctica a la obtención del bien, al desarrollo cabal de su propia esencia, es decir, a la
plenitud de su ser, proclama la existencia de una ley natural que debe regir precisa-
mente la conducta de la criatura racional hacia la obtención de sus fines vitales fun-
damentales, reputando contra naturam toda norma positiva que no respetase ese
desideratum del hombre, ideas que, desafortunadamente, no cristalizaron en ninguna
institución jurídica medieval.

Para tan egregio filósofo, en efecto, sobre toda ley humana positiva se encuentra la ley natural,
la cual concede una especie de valor formal a la primera. Afirma que Omnis lex humanatis
posita in tantum habet de ratione legis, in quantum a lege naturali derivatur. Si vero in aliquo a
lege naturali discordet, iam non erit lex, sed legis corruptio.20
Por otra parte, es muy importante enfatizar que en el pensamiento jus-filosófico de la Edad
Media el derecho natural era superior al derecho positivo y a él no sólo estaban sometidos los
gobernantes temporales sino también el Sumo Pontífice. Contra lo que vulgar e ignorantemente
se supone, la Edad Media, especialmente durante los últimos siglos inmediatos anteriores al
Renacimiento, fue una etapa en la historia de la humanidad en que la justicia, la "ley natural", y
el "derecho de gentes", constituían los valores supremos que debían condicionar a toda norma
jurídica escrita y consuetudinaria. Sería tema para toda una obra de investigación aludir,
comentar y analizar las ideas jurídicas, filosóficas y políticas de los más grandes exponentes
del pensamiento medieval, entre ellos, destacadamente, el Doctor Angélico, quien sostiene que
toda ley humana debe ir dirigida hacia la preservación del bien común y que, en el supuesto
contrario, los súbditos tienen el "derecho natural" de desacatar cualquier mandamiento de!
soberano que no propenda a la anterior finalidad, pudiendo, incluso, derrocarlo.21

20
"Toda ley humana positiva tiene razón de ley, en cuanto deriva de la ley natural, si de algún modo no
concuerda con la ley natural, no será ley, sino corrupción de la ley." (Sum. Theol. la. Ilae. q. 95, arto 2.
Citada por Gómez Robledo en su magnífica obra ya invocada.-Pág. 122.)
21
Séanos permitido reproducir las palabras de Gierke sobre los anteriores comentarios, transcribiéndolas
de la importante obra de investigación realizada por el distinguido jurisfilósofo mexicano Antonio Gómez
Robledo. "En contraposición al derecho positivo, el derecho natural era, en la opinión unánime de la Edad
Media, anterior, exterior y superior al Estado. En sentido objetivo, y por mucho que en lo demás se
disintiera en cuanto a sus fuentes y fundamentos, el derecho natural fue concebido invariablemente, de
una parte como irradiación de un principio trascendente al Estado, y de la otra como verdadero y perfecto
derecho vinculatorio... De acuerdo con esta concepción, las normas del derecho natural estaban fuera del
VI. ESPAÑA

La nación española, antes de su formación social y política definitiva, vivió una larga
etapa de su historia en períodos de acomodamiento y adaptación entre los diferentes
pueblos que habitaron su territorio, tanto durante la dominación romana como después
del desmembramiento del imperio romano de occidente en el siglo V de la era
cristiana. A los celtas y latinos asentados en la península ibérica, antigua provincia
llamada Hispania, se sumaron con la invasión de los bárbaros, los vándalos, suevos,
alanos y godos, de raza germánica, que conservaron sus respectivas costumbres y
entre los cuales no existía ninguna unidad jurídica o política. De los diversos
pobladores de España antes de la integración de los distintos reinos que al andar del
tiempo debían constituida, los más importantes desde el punto de vista de la historia
jurídica de aquel país fueron sin duda los visigodos, es decir, los godos de occidente,
pues de ellos surgieron las primeras instituciones de derecho escrito o codificado que
sustituyeron a las viejas costumbres jurídicas, considerándose a Eurico como el primer
legislador de aquel pueblo y de quien se afirma fue una especie de compilador de
antiguos hábitos y usos. Las llamadas "leyes de Eurico", que sólo regían a los godos
con exclusión de cualquier otro pueblo, fueron perfeccionadas y ampliadas a los galos
y españoles por el Breviario de Aniano, en el que se adoptaron algunas leyes y princi-
pios del Derecho Romano. Posteriormente, no faltaron intentos de algunos soberanos
godos, como Recaredo, Chindasvinto y Recesvinto, para establecer una legislación
unificada; pero el ordenamiento que mayor significación tiene en la historia jurídica de
España durante la época visigótica fue indudablemente el famoso Fuero Juzgo,
también denominado Libro de los Jueces o Código de los Visigodos, originariamente
redactado en latín y algunos siglos después traducido al antiguo castellano. Acerca de
la época en que dicho estatuto legal haya sido elaborado existen entre los
historiadores del Derecho Español profundas discrepancias, pues mientras unos
sostienen que fue expedido en el año de 681 por el Cuarto Concilio de Toledo ante la
presencia del rey Sisenando, otros afirman que se formó en los Concilios Séptimo y

arbitrio aun de los más altos poderes terrestres, sobre el papa y el emperador, sobre el gobernante y el
pueblo soberano, sobre el conjunto, en fin, de los mortales; y no podían transgredir sus límites ninguna
ley o acto de gobierno, ni el plebiscito popular ni la costumbre; y todo aquello que estuviera en contradic-
ción con los principios eternos e inmutables del derecho natural, era perfectamente nulo y no podía
obligar a nadie" (op. cil. p. 272). (Meditación sobre la Justicia, pág. 125.)
Octavo convocados respectivamente por Chindasvinto y Recesvinto, no faltando quien
asevere que fue creado bajo los reinados de Egica y Witiza.22
El Fuero Juzgo fue, pudiéramos decir, un ordenamiento normativo que comprendía
disposiciones relativas a múltiples materias jurídicas, tanto de derecho público como
de derecho privado. Así, en el libro primero de los doce de que se componía, se con-
tienen diversos preceptos concernientes al autor (fazedor) de las leyes y a la
naturaleza de éstas, consagrándose en el título preliminar del mencionado
ordenamiento un notable principio que traduce la limitación natural que desde el punto
de vista ético-político debía tener la autoridad real en la función legislativa y de justicia,
así como un índice de legitimidad del monarca, en el sentido de que "Sólo será rey, si
hiciere derecho, y si no lo hiciere, no será rey." Esta limitación al poder real, por otra
parte, se había registrado antes de que la consignase el Fuero Juzgo, pues "la
monarquía goda en su primer período hasta Teodoredo y en su segundo período hasta
Leovigildo, fue completamente ilimitada y absoluta", pero "desde Recaredo en
adelante los concilios y el poder episcopal, si no de derecho, de hecho la limitaron".23
El libro segundo del Fuero Juzgo regula los "juicios y causas", ordenándose en los
demás, cuestiones de derecho civil (casamientos, filiación, contratos, patronazgos y
clientela), de derecho penal (delitos diversos, penas, tormentos, etc.), y de derecho
rural y militar (división de tierras entre godos y romanos, arrendamiento de tierras,
peculio de los siervos, división de heredades, servicio militar obligatorio y penas por
eludido o por encubrir su evasión).24

22
Códigos Españoles. Introducción al tomo I por D. Joaquín Francisco Pacheco, 1847. Para mayor
información sobre estos tópicos, consúltese la obra de don Ramón Cortínez y Andrade, denominada
"Década Lega/", publicada en el año de 1786 (Imprenta Real.-Madrid).
23
Op. cit. Introducción al tomo 1, pág. XXIX. Los citados "concilios" fueron desde sus albores reuniones
de eclesiásticos de diferentes jerarquías o categorías, que se celebraban en diversas ciudades españolas,
siendo las más connotadas por dicho motivo las de Sevilla, Zaragoza y Toledo. Los asuntos que en tales
reuniones se trataban eran primeramente de carácter religioso, pero más tarde se abordaban y resolvían
cuestiones de tipo político y jurídico laico; y prueba de ello es que de algunos concilios, principalmente
de los de Toledo, convocados y presididos en general por los mismos reyes visigodos, emanaron no sólo
restricciones al poder real, sino verdaderas normas de organización del reino, así como disposiciones de
derecho de diferente índole, sobre todo en materia civil y penal. Fue así como, según tesis generalmente
aceptada, de los concilios de Toledo surgió el Fuero Juzgo como la legislación más completa e importante
que se expidió en España en la época visigótica. Además, los citados "concilios" fueron el origen de las
Cortes españolas y medievales. "La primera vez que asistió el Reyno a la Asamblea legislativa, dice
Cortínez y Andrade, fue el año de 653. En él se celebró el VII Concilio de Toledo, en que el Rey
Recesvinto hizo Leyes con los Obispos, con los Grandes de su Corte, y con otorgamiento del Pueblo".
(Op. cit., págs. 25 y 26.)
24
Conviene observar que el derecho hispano visigótico, expuesto en los documentos legislativos
mencionados con antelación, no perdió su vigencia con motivo de la conquista musulmana iniciada en el
año de 714. El reino visigodo quedó confinado en el territorio septentrional de la península ibérica,
habiéndose desmembrado, sin embargo, en diferentes estados monárquicos, como los de Aragón,
Navarra, Cataluña, Valencia, León y Castilla. La legislación goda no perdió su fuerza por la irrupción de
Otro muy importante estatuto que integraba el derecho escrito español era el Fuero
Viejo de Castilla, el cual, como ordenamiento compilador de diversos fueros y dispo-
siciones anteriores, fue publicado en 1356, componiéndose de cinco libros. El primero
de éstos trata de cuestiones de derecho público, tales como las relativas a los
derechos y deberes de los fijosdalgo de Castilla, a las cosas que pertenecen al señorío
del rey, a la facultad real para desterrar a los nobles y a los derechos de los
desterrados, a los quebrantamientos de las heredades de los fijosdalgo. En el segundo
se regulan tópicos de derecho penal; en el tercero, los procedimientos judiciales en el
orden civil, y en el cuarto y quinto, instituciones de derecho civil.

En cuanto a las Leyes de Estilo, también conocidas con el nombre de Declaración de


las Leyes del Fuero, no constituyeron una legislación propiamente dicha, sino un
conjunto de reglas establecidas por los tribunales a manera de jurisprudencia que
vinieron a definir y aclarar, mediante la interpretación adecuada, disposiciones
contenidas en diversos ordenamientos anteriores sobre diferentes materias jurídicas.
Una de las legislaciones que en forma singularmente marcada contribuyó a la unidad
del derecho español y antecedente inmediato de las famosas Siete Partidas del rey
don Alfonso X, el Sabio, fue el Fuero Real de España debido al "noble rey" don Al-
fonso IX. Este Fuero se compone de cuatro libros en los que se norman diferentes
cuestiones de derecho, principalmente en el civil y en el penal.
Por otra parte, el Ordenamiento de Alcalá expedido por don Alfonso XI en el año de
1348 en Alcalá de Henares, en los treinta y dos títulos que comprende, regula, como
los otros cuerpos legales, diferentes cuestiones atañederas a diversas ramas jurídicas,
principalmente en lo que concierne al Derecho civil, penal y procesal.

La unificación del derecho estatutario de los reinos de Castilla y León se realiza con la
expedición de Las Siete Partidas, elaboradas bajo el gobierno del rey don Alfonso X,
llamado con justicia el Sabio por el gran acervo cultural que poseía. Puede afirmarse,
sin hipérbole, que dicho monumental ordenamiento constituye una de las obras más
geniales que el pensamiento humano haya producido en pleno medioevo por lo que
respecta al derecho positivo, habiéndose no sólo codificado en él bajo un sistema

los moros, pues según afirma Cortínez y Andrade, lo que éstos hicieron "fue ocupar el centro de España:
pero el Cielo no les permitió que nos desposesionasen (a los españoles) del País", agregando que
"Introducidos los usurpadores, se retiraron los Españoles a los parajes y despoblados y montuosos por la
parte Septentrional; y desde allí continuaron defendiéndose hasta conseguir la evacuación del enemigo.
Permaneciendo la Nación Española en su propio País, y conservando la independencia y Soberanía, no
puede decirse que caducase la Legislación, porque la Independencia y Soberanía sostiene las Leyes” (op.
cit., págs. 55 y 56)
normativo unitario múltiples disposiciones contenidas en cuerpos legales anteriores,
incluyendo a las de los diversos fueros municipales, sino adoptando principios preva-
lentes de la filosofía de la época y del Derecho Romano que parecía haberse olvidado
en legislaciones precedentes."25
Así, en la Primera Partida se explica lo que debe entenderse por "derecho natural", por
el de gentes (jus gentium), por leyes, usos, costumbres y fueros, prescribiéndose el
carácter realista que debe tener toda legislación, en el sentido de que ésta debe
amoldarse a las necesidades que vayan surgiendo en la vida de los pueblos y
experimentar todos los cambios y modificaciones que imponga la realidad social.
En la Segunda Partida se comprende el derecho político, cuyo principio de sus-
tentación lo constituyen las ideas que en la Edad Media imperaban sobre la radicación
de la soberanía, o sea, que ésta residía en la persona del monarca por "derecho
divino", reputándose al rey como "vicario de Dios" con poder sobre sus súbditos "para
mantenerlos en verdad y en justicia cuanto en lo temporal" (Ley quinta). En otras
disposiciones de dicha Partida se consigna el régimen monárquico absoluto, pues
siendo el rey representante de Dios sobre la tierra en lo concerniente a los asuntos no
espirituales, entre aquél y sus gobernados no debía existir ningún límite que
restringiera la actividad real que no fuese la propia conciencia del monarca encauzada
por reglas de tipo religioso y moral que preconizaran un tratamiento humanitario,
piadoso y caritativo para los súbditos. Es por ello por lo que la mencionada Partida,
aunque haya instituido un régimen monárquico absoluto, condenaba la tiranía en sus
aspectos brutales y totalmente despóticos, al atemperar con máximas morales el
poder irrestricto del rey.

Las demás Partidas regulan cuestiones de derecho procesal, civil y penal, cuya
referencia rebasa los límites propios del presente libro, por lo que omitimos su
tratamiento.
A pesar del designio real para que las Siete Partidas implicasen un cuerpo dispositivo
unificador del derecho estatutario español derramado en diferentes ordenamientos, lo
cierto fue que subsistió la diversidad de cuerpos legales multiplicada por infinidad de
fueros generales, provinciales y municipales. En el decurso de la vida jurídica de
España y bajo la idea de establecer una unidad legislativa, en diferentes épocas se

25
Por no corresponder al tema del presente libro, no está en nuestro ánimo formular una crítica
exhaustiva de las Siete Partidas, pues la labor correspondiente incumbe a los historiadores del Derecho
Universal, sin que dejemos de recomendar el importante estudio que sobre dicho ordenamiento ha
elaborado el ilustre jurisconsulto español don Pedro Gómez de la Serna, y que se contiene a guisa de
introducción en el tomo II de la compilación llamada Códigos Españoles, edición 1849.
expidieron diversos ordenamientos, tales como el Espéculo (considerado por el mismo
rey don Alfonso el Sabio como el "espejo de todos los derechos"), y las Ordenanzas
Reales de Castilla, que fue una especie de compilación de varias leyes dispersas
contenidas en los antiguos códigos, como el Fuero Real, las Leyes de Estilo y el
Ordenamiento de Alcalá, formulada por el jurisconsulto Alfonso Díaz de Montalvo y
que en realidad no formó parte del Derecho Positivo Español por no haber obtenido la
sanción real.
En el año de 1505 el Rey don Fernando el Católico, después del fallecimiento de su
consorte la Reina Isabel, ordenó la publicación de las llamadas Leyes de Toro,
denominadas así porque se expidieron por las Cortes celebradas en la Villa de ese
nombre. Sin embargo, no se logró la unificación de b legislación española, habiéndose
urgido en el año de 1523 al Emperador Carlos V para que procediese a la expedición
de un ordenamiento que se aplicase indistintamente en todo el reino y que concluyese
la anarquía que en el orden legal existía. Años más tarde, y después de reiteradas
reclamaciones formuladas por las Cortes, se nombró a varios jurisconsultos para que
emprendiesen la tarea unificadora mediante la expedición de un ordenamiento que
viniese a resumir los múltiples y variados cuerpos legales dispersos, y fue así como en
el año de 1567, bajo el reinado de Felipe II, se publicó un importante código que se
conoce con el nombre de Recopilación de las Leyes de España, dividido en nueve
libros. Dicha Recopilación, según lo afirma Díaz y Mendoza, 26 era incongruente, con-
tradictoria y poco práctica, pues su aplicación en la realidad ofrecía muchas dificulta-
des. Fue preciso que la autoridad real, a través de las consultas despachadas por su
Consejo, aclarase múltiples dudas y limase muchos inconvenientes que la mencionada
Recopilación presentaba al ser aplicada en la práctica; y el conjunto de todas esas
consultas, a las que se dio el nombre de Autos Acordados, propiamente constituyó una
especie de jurisprudencia explicativa de diferentes disposiciones contenidas en el
citado código.
Esta situación subsistió en España hasta 1805 en que fue promulgado el
ordenamiento denominado Novísima Recopilación de Leyes de España bajo el reinado
de Carlos IV, implicando una regulación minuciosa y detallada de diferentes materias
jurídicas, por lo que no se la puede considerar exclusivamente como un código
procesal, ni civil, ni penal, ni de comercio, sino que "es todo ello a la vez".27

26
Códigos Españoles, t. VII. Introducción, por F. de P. Díaz y Mendoza.

27
Códigos Españoles, t. VII. Introducción, por F. de P. Díaz y Mendoza.
En efecto, el ordenamiento a que acabamos de aludir, a través de sus cinco tomos o
partes, trata sobre la Santa Iglesia y sus derechos (Tomo Primero); sobre el Rey y su
casa y corte, su jurisdicción por conducto del Supremo Consejo de Castilla, Chan-
cillerías y Audiencias (Tomo Segundo); sobre los vasallos y los pueblos (Tomo
Tercero); sobre las Ciencias, Artes y Oficios, comercio, moneda y minas (Tomo Cuar-
to); y sobre contratos, obligaciones, testamentos, herencias, juicios civiles, delitos y
juicios criminales (Tomo Quinto).
La somera reseña que acerca de los principales ordenamientos que integraron el
derecho positivo español hemos brevemente delineado, nos conduce a la conclusión
de que en éste, hasta antes de la Constitución de Cádiz de marzo de 1812, no se
consagraron, a título de derechos subjetivos públicos, las fundamentales potestades
libertarías del gobernado frente al poder público radicado en la persona del rey y
emanado de su autoridad. En otras palabras, si el súbdito carecía de un verdadero
derecho oponible a la actividad de las autoridades y si éstas, por tanto, no tenían a su
cargo obligaciones propiamente jurídicas en favor de los gobernados que les haya
impuesto ninguno de los estatutos sucintamente comentados, es lógico inferir que en
los diferentes reinos que en el decurso del tiempo formaron el Estado español, no
descubrimos antecedentes o precedentes históricos de nuestras garantías
individuales.
Sin embargo, no debe creerse que, por no haberse consagrado derechos individuales
públicos en beneficio del gobernado en los distintos ordenamientos que hemos men-
cionado, el poder del monarca debiese ser tiránico o despótico, pues, según
afirmamos anteriormente, a pesar de que en ellos se registra la institución de un
régimen absoluto, el derecho natural, concebido con un contenido ideológico cristiano,
no dejaba de ser la norma suprema que regía la actuación real. Tan es así, que en la
Ley 31 del Título 18 de la Tercera Partida de don Alfonso el Sabio se disponía que
"Contra derecho natural non debe valer privillejo, nin carta de Emperador, rey nin otro
señor. E si la diere non debe valer", además de que, como se decía en el Fuero Juzgo,
sólo legitimaba al monarca su conducta conforme a derecho.
Pero independientemente de los códigos que hemos reseñado, el derecho positivo
español se localizaba en múltiples fueros o estatutos particulares que en los distintos
reinos de la península ibérica y en diferentes épocas expedían los reyes tanto en favor
de los nobles o "fijosdalgo" (fueros nobiliarios) como en beneficio de los moradores de
las villas o ciudades (fueros municipales). El otorgamiento de estos últimos obedecía a
diversos motivos, bien de carácter militar o bien de índole política, pues para
recompensar las hazañas de los habitantes citadinos en las campañas de reconquista
contra los moros principalmente, o para menguar el poderío que los señores feudales
ejercían sobre los pobladores de sus dominios, el rey concedía a unos o a otros
determinados privilegios que solemnemente juraba cumplir y hacer cumplir. Entre otras
prerrogativas, en el derecho foral se descubrem las que atañían a la seguridad
personal de los villanos o ciudadanos frente a posibles desmanes de los poderes, así
como a cierta especie de autonomía gubernativa de la comunidad municipal. 28 La
tutela de los fueros, por otra parte, estaba encomendada a un alto funcionario judicial,
denominado Justicia Mayor, tanto en Castilla como en Aragón especialmente, quien
debía velar por su observancia en favor de las personas que denunciasen alguna
contravención a las disposiciones forales.

Parece que la institución del Justicia Mayor de Aragón data del siglo XII, mencionando los
historiadores como primer funcionario con tan importante investidura a don Pedro Jiménez,
quien murió en el año de 1123. La finalidad funcional del Justicia Mayor, que implicó al mismo
tiempo la causa de su creación, se precisó en el famoso Pacto de Sobrarbe, en cuyo punto V
se disponía: Para que nuestras libertades no padezcan detrimento ni daño, habrá: juez medio
sobre el Rey y sus súbditos, a quien sea lícito apelar el que recibiere agravio, o de los que
recibiese la República o sus leyes, para su remedio.29

"El justicia fue siempre el amparo y defensa contra toda violencia y fuerza, dice Zurita, para que
se fuese a la mano a los que quisiesen quebrantar sus libertades y fueros y fue no sólo recurso
de los súbditos pero muchas veces se valieron dél los reyes contra sus ricos hombres, y en el
argumento del Reyno fue amparo y principal defensa para que los reyes y sus ministros no
procediesen contra lo que disponían sus fueros y leyes y contra lo que les era permitido por sus
privilegios y costumbres ..."30

28
La vigencia y observancia de los diversos fueros se ratificaron por las Leyes de Toro, expedidas en el
año de 1505 por Fernando el Católico. Así, en la primera de dichas Leyes se dispuso que “... mandamos
que se guarden las leyes de los fueros ansí del fuero de las leyes como las de los fueros municipales que
cada Ciudad, Villa o Lugar tuviere en lo que son, o fueren usadas o guardadas en los dichos lugares ... ".
Sin embargo, dicho monarca se reservó la potestad de modificar o enmendar los fueros mediante
ordenamientos y pragmáticas que él y sus sucesores expidiesen, fundándose en la concepción dominante
de la época de que “al Rey pertenece y ha poder de hacer fueros y leyes; y de las interpretar y declarar, y
enmendar donde viere que cumple”.
29
Cita del Lic. Manuel Cervantes en su conferencia intitulada “Nuestro Derecho Mexicano”, dictada en la
Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana el 25 de abril de 1958. La mencionada cita fue
tomada de la obra de don Carlos López de Haro “La Constitución y Libertades de Aragón”, pág. 192.
30
Zurita. "Anales de la Corona de Aragón", Tomo II, Pág. 385, citado por el licenciado Cervantes en su
mencionada conferencia, publicada por "Foro de México", Núm. LXIV, julio de 1958.
En términos parecidos se expresan destacados historiadores del Derecho Español, tales como
La Ripa, López de Haro, Morato y otros. 31

El Justicia Mayor de Aragón encarnaba a un funcionario judicial encargado de velar


por la observancia de los fueros contra los actos y disposiciones de las autoridades,
incluyendo al rey mismo, que los violasen en detrimento de cualquier súbdito. Por
ende, el Justicia era un verdadero órgano de control del derecho foral aragonés y su
existencia, según dijimos, se hace remontar hasta el siglo Xli de nuestra era. Es
satisfactorio observar que el reino de Aragón se adelantó con mucho a la implantación
de sistemas de control similares en otros países del medioevo europeo, sin excluir a la
misma Inglaterra, pudiendo afirmarse que la institución aragonesa, originada en los
famosos Pactos de Sobrarbe, entraña un verdadero antecedente hispánico de nuestro
juicio de amparo.

Así, López de Haro asevera que: " ... si el Rey violaba un derecho, es decir, si atacaba en
alguien una de las libertades del Reino, el Justicia lo atajaba en el correspondiente presidio
foral, que es, como ahora diríamos respecto al poder ejecutivo, en pleito contencioso que
anulase una disposición ministerial dada contra ley; y si el Rey ordenaba con carácter general
algo contra fuero, el justicia podía inhibir el contrafuero, dejando sin efecto la disposición de la
realeza, a la manera que en los Estados Unidos la Corte Suprema declara la
inconstitucionalidad de las leyes". Por su parte, el distinguido jurista mexicano Alfonso Noriega
C. formula un justificado panegírico del Justicia Mayor afirmando que "En su calidad de máximo
representante del Poder Judicial en Aragón, podía el Justicia avocar toda clase de expedientes
y de procesos, independientemente del estado en que se hallase su tramitación, para examinar
si ésta se ajustaba con lo preceptuado en los fueros y leyes, siendo precisamente en sus
amplias atribuciones jurídicas donde mejor se apreciaba el carácter cuasi soberano del
Justiciazgo, que por propia autoridad y sin que ni las Cortes ni el Rey pudieran impedido, podía
castigar el incumplimiento de sus mandatos, convocar y reunir las fuerzas del reino, ser en
suma firme sostén de los fueros y constituciones del mismo, que en materia de procedimiento
jurídico tenía su expresión en los cuatro procesos forales de firma; aprehensión, inventario y
manifestación de las personas, al resolver los cuales el Justicia amparaba a los peticionarios,
puesto que tal era la palabra que se usaba en las resoluciones y cuya tramitación era una de
las preeminencias del Justicia de Aragón y de sus Oficiales, sin que la autoridad de la Corona
pudiera inmiscuirse, ya que en la realidad, el pensamiento directriz que presidió en la institución
de los referidos procesos forales fue la defensa de los derechos individuales frente a los

31
En la misma conferencia, su autor hace las referencias respectivas, mismas que, en obvio de prolijidad,
nos abstenemos de transcribir.
abusos y extorsiones del Poder, ya estuviese éste encarnado por los jueces ordinarios, ya lo
representase la potestad señorial:32

Uno de los fueros que más significación tiene para la antecedencia hispánica de
algunas de nuestras garantías individuales, es sin duda el llamado Privilegio General
que en el reino de Aragón expidió don Pedro III en el año de 1348, estatuto que ya
consagraba derechos fundamentales en favor del gobernado oponibles a las
arbitrariedades del poder público en lo que concierne a la libertad personal. Las
garantías de seguridad jurídica que dicho fuero general contenía en beneficio de dicha
libertad, se hacían respetar a través de distintos medios procesales que él mismo
instituía y los cuales se conocen con el nombre de "procesos forales", constituyendo
algunos de ellos verdaderos antecedentes o precedentes hispánicos de nuestro juicio
de amparo.
En efecto, el "Privilegio General" que, como acabamos de decir, establecía ciertas
prerrogativas de los súbditos frente a la autoridad del rey o de sus órganos delegados,
independientemente de la condición particular de aquéllos (por eso se le denominó
"general"), fue un verdadero fuero en el sentido que tenía este concepto en la Edad
Media, es decir, el otorgamiento o concesión de derechos hecha por el gobernante en
favor de sus gobernados, o como afirma Escriche, 33 "Los fueros eran las cartas de
privilegios, o instrumentos de exenciones de gabelas, concesiones de gracia,
mercedes, franquezas y libertades... ". Así, pues, en el reino de Aragón encontramos
ya un cuerpo dispositivo o fuero que consignaba ciertos derechos para el individuo
frente a la autoridad, teniendo éstos una análoga concepción a la de las garantías
individuales: limitación del poder público en favor del gobernado.

Pero el "Privilegio General" no solamente contenía la enunciación de los derechos otorgados


en beneficio de los súbditos por el monarca, sino que en él se instituyeron los famosos
procesos forales, que eran verdaderos medios de protección de aquéllos, procesos a los que
se refiere Vallarta en los siguientes términos: "El Privilegio General otorgado por el, rey don
Pedro III y elevado a la categoría de fuero en 1348, ha sido, y con razón, comparado con la
Charta Magna inglesa; en él se consignó el respeto a las garantías individuales, y, después, en
posteriores leyes, esa institución se fue perfeccionando hasta el extremo de superar en este
punto a la misma constitución inglesa. En esas leyes se estableció el famoso proceso foral

32
Crf. Respectivamente, Constitución y Libertades de Aragón (págs. 533 y 534) y Prólogo a la obra de
Andrés Lima “El Amparo Colonial y el Juicio de Amparo Mexicano” (Fondo de Cultura Económica.-
Edición 1971.- pág. XVII)

33
Diccionario de la Legislación y Jurisprudencia.-pág. 714.
llamado de la "manifestación de las personas", por el cual, "si alguno había sido preso sin
hallarse en flagrante delito, o sin instancia de parte legítima, o contra ley o fuero, o si a los tres
días de la prisión no se le comunicaba la demanda, por más que pesase sobre él acusación o
sentencia capital, debía ser puesto en libertad por espacio de veinticuatro horas, en virtud de lo
que se llamaba la vía privilegiada". Además de ese proceso de la manifestación, había el de
"jurisfirma", el de "aprehensión" y el de "inventario". En virtud del primero, "podía el Justicia
avocarse el conocimiento de cualquier causa incoada ante otro tribunal, garantizando de los
efectos de la condena impuesta por éste, de los que recurrían a asistencia". "El de la
aprehensión estaba destinado a asegurar los bienes inmuebles de todo acto de violencia,
ínterin se ventilaba el derecho entre las partes; y el de inventario servía para asegurar los
bienes muebles y papeles, De manera que en virtud de estos cuatro procesos, las personas y
los bienes de los aragoneses estaban garantizados contra toda suerte de violencia." 34
Por su parte, López de Haro sostiene que "el pensamiento común que presidió los procesos
forales fue la defensa del ciudadano frente al poder, ya radicase éste en la autoridad oficial, ya
en la potestad de los señores, y por eso, si bien eran atribución, en todo caso, del Justicia, no
era privativa y excluyente, pues los jueces ordinarios en su territorio tenían, a prevención, la
facultad de proveer aprehensiones, inventarias y manifestaciones, aunque sólo de poder de
particulares. Este detalle es de importancia, porque califica de libertades los derechos
protegidos, a semejanza del precepto de no poder ser persona alguna condenada sin ser oída
y vencida en juicio. De modo que así como nuestras instituciones de libertad provisional,
fianzas y embargos preventivos, se dan de forma que garanticen, en su día, la ejecución de lo
juzgado, en los procesos forales se atendía con preferencia evitar el vejamen en la persona y
en los bienes. Por eso, aunque sin hacer el distingo precedente, el cronista Blancas y el
jurisconsulto Franco de Villalba, con gran acierto, vienen, en síntesis, a decir que la firma juris
era medio foral para preservar de infracción los fueros y evitar los contrafueros, liberando de
toda violencia al oprimido al moderar, conforme a derecho, los injustos arrebatos, lo mismo de
los Reyes y sus jueces, que de los regnícolas con potestad, pero bajo la promesa legal de estar
a derecho".35
En términos semejantes se expresa Víctor Fairén Guillén al sostener que la jurisfirma "era una
orden de inhibición que se obtenía de la Corte de Justicia, basándose en justas excepciones -
alegaciones defensivas in genere y con prestación de fianza que asegurase la asistencia al
juicio, y el cumplimiento de las sentencias-- el judicate solvendo -otorgándose, en general,
contra jueces, oficiales y aun particulares a fin de que no perturbasen a las personas y a los
bienes contrafuero y derecho; existiendo tanto en materia civil como criminal (como política,
hay que añadir):36

34
El juicio de Amparo y el Writ of Habeas Corpus. Págs. 25-26.

35
Op. cit. pág. 338.
36
Antecedentes Aragoneses de los Juicios de Amparo.-- Publicaciones del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM. Pág. 65.-- 1971.
Nosotros no creemos que los cuatro procesos mencionados eran pura y típicamente
un medio de proteger y hacer efectivos los derechos consignados en el fuero del
"Privilegio General", pues el de la aprehensión y el del inventario propiamente eran
medidas de aseguramiento en juicio civil, como claramente se infiere de la siguiente
idea ya transcrita: "ínterin se ventilaba el derecho entre las partes". En cambio, por lo
que concierne a los dos primeros, es decir, al de la manifestación de las personas y al
de jurisfirma, estos procesos sí constituyen verdaderos medios de protección o
preservación de los derechos estatuidos en el "Privilegio General", puesto que el
primero de ellos tutelaba la libertad personal contra actos de autoridades, como fácil-
mente se infiere de la transcripción hecha, y el segundo porque constituye un verda-
dero control de la legalidad de los actos de los tribunales inferiores. En esta virtud,
puede decirse que estos dos procesos implican un antecedente histórico del juicio de
amparo, ya que su analogía es notoria, cuando menos por lo que atañe a sus caracte-
rísticas extrínsecas y objetivas: ser un medio de control de los derechos públicos
individuales frente a los actos de las autoridades.

El proceso de la manifestación de las personas consistía, en efecto, "en apartar a la autoridad


de su acción contra la persona previniendo toda arbitrariedad o tiranía en favor de los
aragoneses y de quienes habitasen Aragón, aunque no fuesen naturales del Reino. Se deman-
daba por quien, preso o detenido sin proceso o por juez incompetente, recurría al Justicia
contra la fuerza de que era víctima, y en su virtud, en ciertos casos quedaba libre un día,
aunque en lugar seguro, y si, examinado el proceso, debía seguirse, el presunto reo era
custodiado en la cárcel de los manifestados, donde, al amparo del Justicia, esperaba, sin sufrir
violencias, el fallo que recayera. Ese procedimiento garantizaba a las personas en su integridad
y en su libertad".37 A su vez, Fairén Guillén estima que el proceso de la manifestación de las
personas "consistía en la potestad del Justicia y de sus Lugartenientes de emitir una orden o
mandato –Letras-- dirigido a cualquier juez o persona que tuviere a otra detenida o presa,
pendiente o no de proceso, de que se la entregase, a fin de que no se hiciere violencia alguna
contra ella antes de que se dictase sentencia; y examinando dicho proceso o acto, si no era
contrafuero, se devolvía el preso a la citada autoridad, para que lo juzgase o ejecutase su
sentencia; mas si el acto o proceso eran desaforados, no se devolvía al preso, sino que se le
ponía en libertad".38 Como puede fácilmente observarse de las anteriores semblanzas, la
similitud entre dicho proceso aragonés y el juicio de amparo en lo que respecta a la tutela de la
persona humana y de su libertad, es incuestionable.

37
López de Haro.—Op. cit., págs. 342 y 343.

38
Op. cit., pág. 77.
Además, ya hemos dicho que, independientemente de los mencionados procesos
forales, en el reino de Aragón, así como en el de Castilla, existía un alto funcionario
judicial, que era el Justicia Mayor, siendo una de sus atribuciones cuidar de la
observancia de los fueros.

"El Justicia de Aragón, dice Escriche, era el magistrado supremo de aquel reino (el de Aragón),
que con el consejo de cinco lugartenientes togados hacía justicia entre el rey y los súbditos y
entre los eclesiásticos y seculares. "Hacía en nombre del rey sus provisiones e inhibiciones,
cuidaba de que se observaran los fueros y quitaba las fuerzas". Al respecto, el doctor Juan
Francisco La Ripa, en su obra intitulada "Segunda Ilustración a los Quatro procesos forales de
Aragón", producida en el año de 1772, se expresaba: "Quando los aragoneses se eligieron en
rey, le dieron ya las leyes baxo las cuales les había de gobernar: y por si sucediese venir
contra ellas, de forma que resultasen agravios a sus vasallos, o para cuando entre éstos se
originaren algunas discordias, eligieron un Juez medio entre ellos, y su rey, a quien después
distinguieron con el nombre de Justicia de Aragón para que oyese las quexas de los que se
decían oprimidos por la transgresión de sus leyes, y quitar las violencias que se les irrogasen
contra sus derechos.”39

Es de sumo interés, para establecer la antecedencia del juicio de amparo en el


derecho del reino de Aragón, el estudio del Justicia Mayor, institución que investiga
profusamente Víctor Fairén Guillén en la monografía que ya hemos citado. Ya dijimos
que los procesos denominados “jurisfirma” y “manifestación de las personas”
presentaban claras afinidades teleológicas con nuestro amparo, descubriéndose en
ellos uno de los elementos esenciales de la procedencia de la acción constitucional,
como es el agravio que el gobernado sufre por algún acto de autoridad y que en la
terminología jurídica aragonesa se llamaba "greuge". Cuando el agravio era "temido o
fazedero" (futuro inminente) el Justicia Mayor, dentro del proceso de jurisfirma, podía
impedir su causación al través de la suspensión del acto de autoridad que lo tendiese
a provocar, o como dice Fairén Guillén "La Firma de derecho por greuges facederos –
temidos-- era un proceso cautelar, que surtía efectos inmediatos y sólo dejaba de
tener fuerza, por su revocación o cuando se dictase sentencia por el Justicia
declarando no haber lugar a ella, tras un período contradictorio entre el firmante y la
autoridad agraviante", que incluso podía ser el rey mismo.40

39
Op. cit., pág. 1132.

40
Cfr. Antecedentes Aragoneses de los Juicios de Amparo (Págs. 51 y siguientes).
Por otra parte, en Aragón no solamente el Justicia estaba encargado de hacer respetar
los fueros, sino también las Cortes, que "tenían el derecho de velar en todos los ramos
de la administración pública, de reformar todos los abusos, y de deponer al rey si
faltaba al juramento que hacía de conservar las libertades de la nación".41
Coincidiendo con esta idea, el jurista español Enrique de Tapia Ozcariz asevera que
las Cortes limitaban las atribuciones reales y proveían a la defensa de los fueros y
libertades públicas y privilegios de ciudades; y refiriéndose a las de León, sostiene que
"ofrecían garantías a las personas y propiedades, reconocían la inviolabilidad del
domicilio y proclamaban que cada uno acudiese al juez de su fuero y castigaban al
que denegara la justicia o sentencia dolosamente contra derecho". A su vez, López de
Haro sostiene que a las Cortes "se debían llevar los agravios (greuges) que el Rey o
sus oficiales hicieran a toda persona o entidad, y los que al Rey y sus oficiales por
éstas se infiriesen; los que se hicieran los brazos del Reino uno a otro; los de las
Universidades a los nobles, o de éstos a aquéllas; los que hubiera causado el
justiciazgo; todo agravio, en suma, que afectase a las libertades y a los derechos de
carácter público".42
De las consideraciones que acabamos de hacer, se infiere, contrariamente a la opinión
general que al respecto se sustenta, que en España el absolutismo monárquico no
existía, cuando menos en la época a que nos referimos, ya que la actuación del rey
como autoridad tenía múltiples limitaciones según indicamos, y cuyo conjunto
constituye un verdadero control jurídico de la legalidad y del derecho en beneficio de
los gobernados, es decir, un auténtico precedente hispánico de nuestro juicio de
amparo.

Sin embargo, una vez que España realizó su unidad política, el poder del rey se orientó hacia el
absolutismo, que culminó con marcada prepotencia en los reinados de Carlos V (I de España) y
Felipe II, con cuya muerte comienza la decadencia del pueblo español, que durante poco
menos de tres siglos vivió al margen de la evolución ideológica que se experimentaba en otros
países, sustrayéndose la Madre Patria al influjo de las nuevas ideas filosóficas y políticas,
hecho éste que de manera primordial se debió a la acción inquisitorial sobre la externación del
pensamiento humano, tratando de controlada a pretexto de la defensa de la fe católica.

41
Escriche.— Op. cit.

42
Cfr. Respectivamente, Las Cortes de Castilla, Madrid, 1964. Págs. 6 y 54, y La Constitución y
Libertades de Aragón, Pag. 76.
La limitación de las funciones reales encontró en España su consagración definitiva en
la Constitución de 1812, que contiene ya declaraciones terminantes que involucran
sendas garantías individuales tales como las relativas a la de audiencia (art. 287), a la
de inviolabilidad del domicilio (art. 306), a la de protección a la propiedad privada (art.
4), a la libertad de emisión del pensamiento (art. 371), proscribiendo, en cambio, la
religiosa al disponerse en su artículo 12 que la religión oficial de España será la
católica, apostólica y romana, y que el ejercido de cualquier otra debería prohibirse por
las leyes. Sin embargo, dicha Constitución omitió implantar un medio jurídico para
preservar tales garantías frente a los actos de autoridad que las violasen.
Los lineamientos generales de la Constitución de 1812 se conservaron en la que se
expidió en 1837, por lo que toca a la consagración de los derechos individuales de
todo español frente al poder público, así como en el estatuto constitucional de 1845,
cuya vigencia se vio suspendida por los sucesos militares de 1854 a propósito de los
pronunciamientos de los generales Dulce y O'Donnell. En 1869 se promulgó una
nueva Constitución, en cuyo preámbulo se declara que el deseo de las constituyentes
consiste en afianzar la justicia, libertad, seguridad y propiedad de cuantas vivan en
España, conteniendo en su articulado un verdadero catálogo de derechos.
Al surgir el movimiento republicano en España en 1873, se elaboró un proyecto de
constitución que sustituía el régimen monárquico implantado y estructurado en los
estatutos constitucionales anteriores por un sistema político federal en el cual el
Estado español asumía la forma de república. Además de reiterarse en dicho proyecto
la declaración de derechos individuales implicada en la Constitución monárquica de
1869, se pretendió proclamar la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Es-
tado. El mencionado proyecto, que nunca llegó a cristalizar en Constitución, fue con-
denado por las tendencias monárquicas que lograron restaurar la dinastía borbónica
con Alfonso XII, habiendo expedido las Cortes en 1876 la última Constitución monár-
quica española, en la que, al igual que en las anteriores, se contiene una declaración
de los derechos fundamentales de los españoles. En lo que respecta a la libertad reli-
giosa, el Código político de 1876 prescribía que "nadie sería molestado en territorio
español por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido a la moral cristiana" ( art. 11).
Por último, en abril de 1931 se implanta el régimen republicano en España mediante la
Constitución de ese año, y en la que además de contenerse un catálogo de garantías
individuales, se instituyen medios para su protección. En efecto, su artículo 121
dispone que "Se establece con jurisdicción en todo el territorio de la República un
Tribunal de Garantías Constitucionales, que tendrá competencia para conocer: a) del
recurso de inconstitucionalidad de las leyes; b ) del recurso de amparo (seguramente
copiada la denominación de la de nuestra institución de control) de garantías
individuales, cuando hubiere sido ineficaz la reclamación ante otras autoridades"
(control por vía de excepción).

La actual Constitución española, aprobada por un referéndum popular en diciembre de 1978,


después de la prolongada dictadura franquista, establece un sistema diversificado de control
constitucional. Así, consagra el habeas corpus para preservar la libertad personal en contra de
detenciones ilegales (art. 16); crea un tribunal constitucional para conocer del recurso de
inconstitucionalidad de leyes ordinarias (art. 156), estando legitimados para interponerlo el
presidente del congreso de los diputados, del senado, del gobierno, los presidentes de las
asambleas de los territorios autónomos, el defensor del pueblo y un número de diputados y
senadores (art. 156); también consigna una especie de control jurisdiccional de carácter difuso,
en el sentido de que cualquier juez o tribunal ante el que se ventile algún proceso, puede
considerar de oficio alguna ley contraria a la Constitución, debiendo en este caso excitar al
tribunal constitucional para que se avoque al estudio del problema (art. 157), por último, según
el artículo 48 de dicho ordenamiento, todo ciudadano podrá promover el recurso de amparo
ante el mencionado tribunal constitucional para tutelar sus libertades y derechos reconocidos
en la misma Constitución.

VII. INGLATERRA

Es en Inglaterra donde la proclamación de la libertad humana y su protección jurídica


alcanzaron admirable grado de desarrollo, a tal extremo que su sistema es uno de los
antecedentes más nítidos del régimen de protección al supradicho derecho funda-
mental del individuo.
El régimen jurídico inglés fue evolucionando lentamente desde los más oscuros
orígenes de los pueblos que habitaron la Gran Bretaña y es fruto de sus costumbres y
de su vida misma. El derecho inglés es la consecuencia de largos años de gestación
social, de la sucesión incesante de fenómenos y hechos que fueron surgiendo dentro
del pueblo, basados en el espíritu y temperamento anglo-sajones, que siempre se dis-
tinguieron por ser amantes y defensores tenaces de la libertad dentro de la comunidad
británica.

Como efecto paulatino de la costumbre social, de la práctica constante de la libertad,


de los acontecimientos históricos en los cuales se revelaron los intentos de defensa de
los derechos fundamentales del inglés, surgió la constitución inglesa, no como un
cuerpo conciso, unitario y escrito de preceptos y disposiciones legales, sino como un
conjunto normativo consuetudinario, implicado en diversas legislaciones aisladas y en
la práctica jurídica realizada por los tribunales. Por esto podemos decir que es
Inglaterra el Estado típico dotado de una constitución en el sentido real del concepto, o
sea, como agrupación preceptiva creada y consolidada por la costumbre social,
fundamentada en la idiosincrasia popular y que no tiene como antecedente ninguna
norma legal, sino que se produce espontáneamente. Por eso, don Emilio Rabasa ha
dicho que la constitución inglesa es el prototipo de la constitución espontánea, a
diferencia de la impuesta que no surge espontáneamente de la costumbre jurídico-
social, sino que su obligatoriedad depende de un acto legislativo.
Pues bien, la consagración y protección jurídicas en Inglaterra de la libertad, no
aparecieron en forma súbita, repentina, como producto de un estudio teórico previo,
como efecto de un proceso de imitación, sino que a través de varios acontecimientos
históricos se fueron gestando y reafirmando. Como sucedía por lo general en las
primeras épocas de la Edad Media, prevalecía el régimen de la “vindicta privata” en los
comienzos de la sociedad inglesa. Sin embargo, con posterioridad se introdujeron limi-
taciones a esa práctica social, considerándose que en determinados períodos no
podía ejercerse violencia alguna, en aras del rey, quien paulatinamente fue
instituyendo nuevas prohibiciones a su ejercicio. El conjunto de estas restricciones
recibía el nombre de "la paz del Rey", que, como dice Rabasa, "comenzó por limitarse
al respeto de su residencia o su presencia y fue extendiéndose poco a poco a las
cosas reales como los caminos públicos, a la ciudad, a distritos señalados, etcétera".
En esta forma el régimen de la venganza privada fue extinguiéndose paulatinamente y
las violencias en que se traducía fueron ¡desapareciendo con el tiempo. Así, se
crearon los primeros tribunales que eran el "Witar" o consejo de nobles, el tribunal del
Condado y el Consejo de los Cien, que se concretaban a vigilar el desarrollo de las
ordalias o juicios de Dios. Con posterioridad, y en vista de la imposibilidad material del
monarca de impartir justicia en todos los lugares del reino, se estableció lo que se
llamó la "Curia Regis" o Corte del Rey, con atribuciones varias, que éste le había
delegado. En esta forma, los diversos tribunales de los distintos pueblos que habitaban
Inglaterra fueron sometiéndose a la autoridad judicial central, quien respetó siempre
sus costumbres y tradiciones jurídicas, aunque después éstas tuvieron que ceder. Así,
en toda Inglaterra se fue extendiendo lo que se llamó el common law, que fue y es un
conjunto normativo consuetudinario, enriquecido y complementado por las
resoluciones judiciales de los tribunales ingleses, y en particular por la Corte del Rey,
las cuales constituyeron, a su vez, precedentes obligatorios no escritos para casos
sucesivos.
Al decir de Rabasa, el common law o derecho común en Inglaterra, "se formó y
desenvolvió sobre dos principios capitales: la seguridad personal y la propiedad". Sus
normas se extendieron y se impusieron a la autoridad real, quien debía acatadas, por
lo que de esta guisa la libertad y propiedad en Inglaterra se erigieron ya en derechos
individuales públicos, oponibles al poder de las autoridades, o como asienta Rabasa,
"el common law se impuso en la conducta de la vida pública, marcando un límite a la
autoridad real que no podía traspasado sin provocar rebeldía y hostilidad". En
conclusión, podemos decir que en Inglaterra existía, a virtud del common law, una
supremacía consuetudinaria respecto del poder del monarca y en general de
cualquiera autoridad inferior, cuyo contenido eran la seguridad personal y la propiedad.

Sin embargo, la costumbre jurídica, el common law, en varias ocasiones se vieron


contravenidos por el rey, quien confiado en su autoridad, se creyó lo suficientemente
poderoso para sustraerse a sus imperativos. La resistencia real a los mandatos del de-
recho consuetudinario y la consiguiente oposición a las resoluciones judiciales,
provocaron en Inglaterra no pocas conmociones, que sirvieron para que el pueblo
obtuviera nuevos triunfos sobre el monarca, consolidando así sus conquistas
libertarias mediante "bilIs" o "cartas", que eran documentos públicos obtenidos del rey,
en los que se hacían constar los derechos fundamentales del individuo.
Así, a principios del siglo XllI los barones ingleses obligaron al rey Juan Sin Tierra a
firmar el documento político base de los derechos y libertades en Inglaterra y origen de
varias garantías constitucionales de diversos países, principalmente en América. Nos
referimos a la famosa Magna Charta, "en cuyos setenta y nueve capítulos hay una
abundante enumeración de garantías prometidas a la Iglesia, a los barones, a los
'freemen' y a la comunidad, todos con el valor jurídico para el presente que corres-
ponde a fórmulas que se han transmutado en las libertades modernas; pero de las
cuales algunas sólo han modificado las palabras y viven en los principios de las cons-
tituciones actuales"43
El precepto más importante de la Charta Magna inglesa es el marcado con el número
46, que constituye un antecedente evidente de nuestros artículos 14 y 16 consti-
tucionales y del artículo 59 de las reformas y adiciones a la Constitución americana.
Dicho artículo estaba redactado en latín y decía textualmente: "Nullus liber homo

43
Rabasa: El Juicio Constitucionalista.—Pág. 86.
capitaur vel imprisionetur, aut disseisietur... de libertatibus vel de liberis
consuetudinibus suis, aut ultragetur aut aliquo modo destruatur; nec super eum
mittemus, nisi per legalem judicium parium sourum vel legem térrea. Nulli vendemus,
nulli negabimus aut differemus rectum aut justitiam”. En síntesis, esta disposición
contenía una verdadera garantía de legalidad, pues establecía que ningún hombre
libre podía ser arrestado, expulsado, o privado de sus propiedades, sino mediante
juicio de sus pares y por la ley de la tierra. En efecto, el concepto de "ley de la tierra"
equivalía al conjunto dispositivo consuetudinario imperante en Inglaterra, es decir, el
common law, que, como ya dijimos, estaba fundamentado en una tendencia jurídica de
protección a la libertad y a la propiedad. La expresión, pues, de que ningún hombre
libre podría ser privado de su libertad y propiedades, sino de acuerdo con la ley de la
tierra implicaba una garantía de legalidad en el sentido de que dicha privación sólo
podría efectuarse mediante una causa jurídica suficiente permitida por el derecho
consuetudinario. Pero, además, la Charta Magna requería que la afectación a los
derechos de libertad y propiedad individuales se realizara no sólo de conformidad con
la lex terrae, sino mediante juicio de los pares. Con esta idea, no sólo se otorgaba al
hombre la garantía de audiencia por la que pudiera ser oído en defensa., sino que se
aseguraba también la legitimidad del tribunal que había de encargarse del proceso,
pues se estableció que no cualquier cuerpo judicial podría tener tal incumbencia, sino
precisamente los pares del interesado, es decir, órganos jurisdiccionales instalados
con anterioridad al hecho de que se tratase. Fue así como el artículo 46 de la Magna
Charta inglesa reconoció al hombre libre, el "freeman", la garantía de legalidad, de
audiencia y de legitimidad de los funcionarios o cuerpos judiciales, constituyendo un
claro antecedente de nuestros artículos 14 y 16, en especial del primero, cuyo
segundo párrafo expresa más pormenorizadamente las garantías insertas en el
precepto anglosajón, que inspiró así mismo la enmienda quinta a la Constitución
americana, la que englobó los términos legales de las mencionadas garantías en la
expresión "debido proceso legal" -due process of law-, cuya generalidad, amplitud y
vaguedad hacen a dicha disposición inferior a la norma correspondiente de nuestro
artículo 14 constitucional.
Con el tiempo, la autoridad del monarca inglés fue decreciendo, porque, en primer
lugar, el parlamento ya se había formado,44 y en segundo término, porque este
organismo fue absorbiendo paulatinamente la potestad legislativa real, mediante pro-
posiciones de ley que formulaba. Fue así como el parlamento impuso al rey otro

44
Sobre el origen de este organismo véase nuestra obra Derecho Constitucional Mexicano, páginas 591 y
siguientes (Edición 1973).
estatuto legal que vino a consolidar y corroborar las garantías estipuladas en la Charta
Magna: la Petition of Rights, expedida por Carlos I.
Por otra parte, el writ of habeas corpus, que "era el procedimiento consuetudinario que
permitía someter a los jueces el examen de las órdenes de aprehensión ejecutada y la
calificación de la legalidad de sus causas",45 fue elevado a la categoría de ley en el
año de 1679, en virtud de un suceso ocurrido: Hampden y otros fueron reducidos a
prisión por expresa orden del rey, pues se habían mostrado reacios a pagar un prés-
tamo forzoso que el parlamento no había decretado, acudiendo al mencionado recurso
en defensa de su libertad; se estimó que la orden real era la causa legal suficiente
para determinar la aprehensión de que se quejaban y entonces el parlamento hizo una
declaratoria en la que asentaba que "el writ of habeas corpus no puede ser negado,
sino que debe ser concedido a todo hombre que sea arrestado o detenido en prisión o
de otra manera atacado en su libertad personal, por orden del rey, de su consejo
privado o de cualquier otra autoridad".
Podemos decir que, a diferencia de la Charta Magna y demás estatutos legales que se
fueron expidiendo en Inglaterra, que contienen meros derechos declarados, el writ of
habeas corpus implica ya un derecho grantizado, puesto que no se concreta a
enunciar las garantías individuales, sino que se traduce en un procedimiento para
hacerlas efectivas, en relación con la libertad personal, contra lAs autoridades que la
vulneren. Por consiguiente, si hemos estimado que los distintos cuerpos legales ingle-
ses, relativos al reconocimiento y consagración de los derechos del hombre, son un
antecedente histórico de nuestras principales garantías individuales, como derechos
simplemente declarados, hemos también de concluir que el habeas corpus es ya un
precedente directo del juicio de amparo, pues ambos son medios jurídicos de tutela, es
decir, se revelan en derechos garantizados o de garantía. Es en el habeas corpus,
pues, donde en realidad descubrimos el antecedente inglés de nuestra institución de
amparo en cuanto al mencionado bien jurídico, como sistema de garantía en el estricto
sentido de la palabra, y no en los diversos estatutos legales ya citados que contienen
meros derechos declarados, como dijimos.

El writ of habeas corpus tenía como objeto proteger la libertad personal contra toda
detención y prisión arbitraria, independientemente de la categoría de la autoridad que
las hubiera ordenado, teniendo sin embargo, su ejercicio las siguientes limitaciones: no

45
Rabasa: El Juicio Constitucional.
era procedente en los casos de felonía y traición, cuando estos delitos estaban
expresados en la orden de prisión.
El writ of habeas corpus existió como recurso consuetudinario con mucha anterioridad
a la ley de 1679, creado por el common law y definido por la jurisprudencia de los
tribunales ingleses durante largo tiempo. El writ of habeas corpus, decía Lord
Birkenhead, “es un recurso anterior a todo estatuto, que prolonga sus raíces muy atrás
en el genio de nuestro common law. Es de una antigüedad inmemorial, un precedente
que se encuentra en el año trigésimotercero del reinado de Eduardo I”46 Con
antelación a dicho recurso, el derecho común inglés desde la Edad Media estableció
ciertos medios para proteger la libertad personal y que cayeron en desuso con el
advenimiento del habeas corpus. Así existía el writ de Odio et Atia, que tenía como
finalidad restituir la libertad a una persona que hubiese sido encarcelada “por odio o
falacia”, así como el writ de homine repigliando, que se remontaba al siglo XIII, y que
tenía como objeto constreñir a un “sheriff” a poner libre provisionalmente a un sujeto. 47
Según hemos dicho, el writ de habeas corpus propendía y propende a tutelar la
libertad personal contra todo acto arbitrario que la afecte. Sin embargo, no solo se
ostenta como un “recurso de derecho público”, es decir, no únicamente procede frente
a la actuación del poder público, sino que también presenta la naturaleza de un
recurso de “derecho civil”, para proteger la libertad personal de la mujer casada frente
al marido y de los menores frente a los que ejercen la patria potestad.48

Aunque la competencia para librar un writ (orden, mandamiento), de habeas corpus


corresponde, según la ley de 1679, a todo juez de su Majestad, disposiciones legales
posteriores han considerado al tribunal llamado King´s Bench como apto para
expedirlo. La demanda respectiva debe basarse en un “motivo razonable” y
acompañarse de pruebas suficientes (sffidavits) para obtener el libramiento de la
orden. 49
Dentro de la institución de habeas corpus existía un elemento análogo al informe
justificado que rinden las autoridades responsables en nuestro juicio de amparo.
Aludimos al llamado “return”, que la jurisprudencia inglesa lo define de esta manera:

46
Halsworth, W. History of English Law.—Citado por Bernal Deligniéres en su obra Le Writ d´Habeas
Corpus ad subjiciendum, pág. 33.
47
Obra citada en segundo lugar, págs. 32 y 33.
48
Op. Cit., págs. 147 a 164, 78 y 79.

49
Op. Cit., págs. 147 a 164, 78 y 79.
“el return es el informe o respuesta por escrito que debe dar la persona a quien el writ
se dirige, manifestando el tiempo y la causa del arresto o de la detención del preso y la
presentación del cuerpo de éste ante la corte o juez que conoce del recurso con la
manifestación de los motivos que haya para no ser presentado cuando esto no pueda
hacerse”50 El writ de habeas corpus era, por tanto, un recurso que protegería la
seguridad personal, pus obligaba a la autoridad que llevaba a cabo una detención
arbitraria a presentar el cuerpo del detenido al juez ante quien se interponía, mientras
se averiguaba la legalidad del acto aprehensivo o de la orden de la cual emanaba.

La ley del habeas corpus contenía, además; diversas prevenciones que estatuían severas
sanciones para las autoridades aprehensoras que rindiesen informes falsos sobre el
aprehendido o no acatasen los mandamientos judiciales de presentación de la persona que
hubiese sido capturada. Tales sanciones alcanzaban hasta a los carceleros, jefes de cárcel,
“guardián de la persona y cualquier otro individuo en cuya custodia se halle el preso”,
incurriendo por primera vez que falten en una multa de cien libras; y la segunda vez que falten
en la multa de doscientas libras" siendo "por esta razón incapaces de tener o ejercer dicho
empleo, teniendo el preso o la parte agraviada, sus albaceas y fideicomisarios ab-intestato,
derecho para cobrar del culpable o de sus albaceas y fideicomiso ab-intestato, el valor de tales
multas por cualquier acción de deuda, demanda, billete, queja o acusación, ante cualquiera de
los tribunales del rey en Westminster...”.51

Cuando fueron exaltados al trono el príncipe Guillermo de Orange y la princesa María,


después del movimiento revolucionario que derrocó a Jacobo II, el parlamento impuso
a los nuevos monarcas un estatuto que ampliaban las garantías individuales que ya se
habían reconocido en las legislaciones anteriores, insertando nuevas como la libertad
de tribuna, de portación de armas, etc., y que puede considerarse como el más
completo de todos. El mencionado estatuto fue el célebre Bill of Rights, que en
"expresiones breves y vigorosas, declarando la ilegalidad de muchas prácticas de la
corona, prohíbe la suspensión y la dispensa de las leyes, los juicios por comisión, las
multas o fianzas excesivas, así como el mantenimiento de ejércitos en tiempo de paz y
la imposición de contribuciones sin permiso del parlamento; se reconoce además, el
derecho de petición al rey, el de portación de armas, la libertad de tribunas en el
parlamento y la libertad en la elección de los comunes.52, 53 y 54

50
Cita inserta en El juicio de Amparo y el Writ of Habeas Corpus, de Vallarta.
51
Ac of Habeas Corpus de 2 de mayo de 1676; cap. V.

52
El Juicio Constitucional.—Pág. 87.
Hemos, pues, examinado a grandes rasgo relación con los precedentes históricos de
nuestro juicio de amparo, haciendo hincapié en la circunstancia de que en dicho país
no hay una constitución unitaria, compacta, tal como sucede en la mayor parte de los
países del mundo, sin que se resuelve en los cuatro estatutos legales a que nos
hemos referido en el common law o derecho común inglés, complementado por la
jurisprudencia de los tribunales en las diversas aplicaciones concretas. 55 Pues bien,
dentro del sistema constitucional inglés, caracterizado en la forma en que lo acabamos
de hacer, ¿cuál es la institución que verdadera y efectivamente puede implicar un
antecedente de nuestro juicio de control? Evidentemente que con exclusividad sólo el
habeas corpus, por ser éste, como el amparo, un medio directo, autónomo, de
impugnación de los actos autoritarios ilegales, que en suma contiene un derecho
garantizado. Por el contrario, los demás estatutos ingleses sólo engloban derechos
declarados, sin brindar concomitantemente un medio jurídico para su protección. Bien
es verdad que, como afirma Rabasa, en Inglaterra se practicó y se pretendió realizar
siempre en los diversos casos concretos la supremacía de la constitución inglesa,
traducida en dichos estatutos y en el common law, mas nunca, fuera del habeas

53
Por otra parte, no hay que pasar inadvertidas las ideas de Oliverio Cronwell acerca de lo que debía
reputarse como gobierno constitucional y que cristalizó en su célebre Instrument of Government, del año
de 1653, en cuyo documento se instituyó una especie de separación o división de poderes para proscribir
la arbitrariedad del poder público en beneficio fundamentalmente de los gobernados. El pensamiento de
Cromwell expresado no solo a través de dicho instrumento político, sino en sus fogosos discursos
parlamentarios, deja entrever claramente el principio de supremacía constitucional, coincidiendo en este
punto con las ideas del famoso juez inglés Sir Edward Coke, a quien debe considerarse como un
precursor del chief justice Jhon Marshall en lo tocante a la proclamación de dicho principio.
54
Debemos hacer la advertencia de que la indagación de los antecedentes o precedentes históricos de
nuestro juicio de amparo no pueden emprenderse sin hacer referencia a la situación jurídica del gobernado
en los regímenes en que se pretende descubrir algún medio, recurso o institución que presente similitud
con el citado juicio. Ahora bien, en nuestro libro “Las Garantías Individuales” (capítulo primero)
aludimos a los diferentes “estatutos” o cuerpos legales que en Inglaterra reconocieron y convalidaron los
derechos fundamentales del hombre, por lo que en obvio de repeticiones, nos remitimos a las
consideraciones que en la citada obra formulamos.

55
En Inglaterra efectivamente, los jueces son los “depositarios” de la ley común, a la que están ligados
por medio de un solemne juramento. Como el derecho común (common law) no está escrito en ningún
código, sino que, según dijimos, se integra con la costumbre social, su conocimiento por parte de los
tribunales deriva directamente de su experiencia, de sus estudios y, principalmente, de los “precedentes
judiciales” que tienen, dentro del sistema jurídico anglosajón, respetabilidad compulsoria en casos
análogos a los que los hubiesen provocado. Esos “precedentes”, que en esencia constituyen la
jurisprudencia inglesa, se registran y archivan cuidadosamente como verdaderos tesoros históricos
(récords). Los funcionarios judiciales en Inglaterra, independientemente de su jerarquía, están
indisolublemente encadenados a las decisiones dictadas por sus antecesores para que la impartición de
justicia no pierda su continuidad, ya que en ellas se consigna el derecho común o la “ley del país o de la
tierra”, mediante la interpretación correcta, sensata, racional y justa de las costumbres que desde tiempos
inmemoriales configuran la vida misma del pueblo británico. Sólo está permitido al juez apartarse de un
precedente cuando éste involucre una aberración manifiesta o una notoria inequidad, en cuyo caso se
supone que tal precedente no es expresivo del “common law”, o sea, no es “ley”.
corpus, existió un medio directo, independiente, sui géneris, de tutela de los derechos
que aquéllos declaraban. Por esta razón el conocimiento que los tribunales tenían
respecto de los distintos casos concretos que se les sometían y en los cuales
aplicaban preferentemente las normas constitucionales inglesas, integraba lo que
Rabasa denomina "juicio constitucional", que "se caracterizaba por el hecho de que un
tribunal, siguiendo procedimientos meramente jurídicos sobre el derecho privado de un
querellante, pueda, por aplicación de las leyes constitucionales, impedir o suspender la
ejecución del mandamiento de los funcionarios públicos o sus agentes". En
conclusión, si en Inglaterra fue privando paulatinamente y merced a la noble y
desinteresada labor desarrollada por jueces probos y patriotas, como lord Coke, la
supremacía constitucional ejercida por vía de excepción, no por esto debemos deducir
que tal circunstancia implique un antecedente directo del juicio de amparo, cuyo
precedente legítimo inglés es el habeas corpus, como ya aseveramos anteriormente.

El distinguido profesor de nuestra Facultad, doctor Guillermo Floris Margadant, considera a


Coke como impulsor del habeas corpus, en Inglaterra, y propugnador de la abolición de los
llamados tribunales “ad hoc”, o sea, los "especiales" o "por comisión". Agrega dicho tratadista
que para Coke "el derecho marcial" (suspensión de garantías) sólo es admisible en tiempos de
crisis nacional; que el individuo sólo puede ser acusado por un "Grand Jury" (el jurado
acusatorio) y condenado con base en una declaración pronunciada por un jurado declaratorio;
que los cateos deben obedecer a ciertos requisitos; y que el hogar es inviolable".56

Por otra parte, la ausencia de un sistema directo de control constitucional dentro del
régimen jurídico inglés se debe a lo que se llama la "omnipotencia del parlamento", en
el que se ha considerado radica la soberanía popular, y en especial, desde 1892, en la
Cámara de los Comunes.

"El poder y la jurisdicción del Parlamento, afirma Alejandro Laya, son de tal manera absolutos,
que no pueden encerrarse dentro de ningún límite. Está investido con la autoridad soberana y
sin control, para elaborar, sancionar, ampliar, restringir, abrogar, poner en vigor y calificar las
leyes relativas a toda materia eclesiástica, temporal, civil, militar, marítima o criminal; en una
palabra, ese poder absoluto, despótico, que debe residir en parte en todos los gobiernos bien
organizados, se imputa al Parlamento por la constitución de este reino...”57 Por su parte, el
jurista venezolano Humberto J. La Roche sostiene que "Inglaterra solamente admitía el

56
Introducción a la Historia Universal del Derecho.-Tomo 1, págs. 273 y 274.-Ed. 1974.

57
Droit Anglais. Tomo I, Pág. 158.
principio de que las leyes provenientes del Parlamento no podían estar subordinadas a ninguna
otra norma y que los actos de las autoridades ejecutivas debían estar sujetos a las reglas
emanadas de su propio Poder Legislativo. Más concretamente, se puede sostener que en
Inglaterra no es posible el control de la constitucionalidad en el sentido propuesto por Cake.
Está demostrado el hecho de que en ese país la soberanía del pueblo se encuentra
esencialmente representada por el Parlamento. En consecuencia, la imposibilidad del control
de la constitucionalidad de las leyes (provenientes del Parlamento), es debida a la regla
legislativa existente allí, que impide toda influencia del Gobierno por cualquier sistema de
supremacía judicial."58

VIII. FRANCIA

No obstante que ya se perfilaba el jusnaturalismo como corriente política para fijar las
relaciones entre el poder público y los gobernados, en el sentido de que aquél debe
siempre respetar y consagrar en el orden jurídico las prerrogativas inherentes a la per-
sona humana, como la libertad, la propiedad, la seguridad jurídica, etc., la realidad
política presentó una notable oposición al pensamiento teórico. El despotismo y la
autocracia siguieron imperando principalmente en Francia, cuyo régimen
gubernamental se cimentaba en un sistema teocrático, puesto que se consideraba que
la autoridad monárquica tenía su origen y fundamento en la voluntad divina, por lo que
se reputaba a aquélla como absoluta, esto es, sin ninguna limitación en su ejercicio.
Los reyes cometieron, bajo estas condiciones, arbitrariedades sin fin, gravando
inicuamente al pueblo con impuestos elevadísimos para poder mantener el boato y
subvenir a los gastos exorbitantes de la corte real y de la podrida y degenerada
nobleza que contribuía a la extorsión popular.
Ante esta triste realidad, surgen en Francia importantísimas corrientes políticas en el
siglo XVIII, las cuales pretendían proponer medidas y reformas para acabar con el
régimen absolutista, pugnando por el establecimiento de sistemas o formas de
gobierno más pertinentes y adecuados para conjurar el mal público. Así aparecen en
el pensamiento político los Fisiócratas, quienes abogaban por un marcado
abstencionismo del Estado en lo concerniente a las relaciones sociales, las cuales
deberían entablarse y desarrollarse libremente, sin la injerencia oficial, obedeciendo al
ejercicio de los derechos naturales del gobernado (principio de "laissez faire, laissez
passer"). Por su parte, Voltaire, propugnando una monarquía ilustrada y tolerante,
proclama la igualdad de todos los hombres respecto a los derechos naturales de

58
El Control Jurisdiccional de la Constitución en Venezuela y Estados Unidos.- Pág. 15.
libertad, propiedad y protección legal. Los enciclopedistas, principalmente con Diderot
y D'Alambert, pretendieron reconstruir teóricamente el mundo, saneándolo de sus
deficiencias, errores y miserias, pretensión en la que pugnaban vehementemente por
la consagración definitiva de los derechos naturales del hombre. Esta última cuestión
apenas se vislumbra en la teoría de Montesquieu, cuya finalidad especulativa
fundamentalmente tiende a elaborar un sistema de gobierno que garantizara la
legalidad y descartara la arbitrariedad o despotismo de las autoridades, habiendo
formulado para ello su famosa teoría de la división de poderes, dotando a cada uno de
éstos de atribuciones específicas y distintas de las que correspondiesen a los otros,
para el efecto de que imperase un régimen de frenos y contrapesos recíprocos.59
Pero el pensador que sin duda alguna ejerció mayor influencia en las tesis jurídico-
políticas llevadas a la práctica por la Revolución Francesa, fue Rousseau con su fa-
mosa teoría del Contrato social, que ya antes había sido formulada por varios teóricos.
Afirmaba Rousseau que el hombre en un principio vivía en estado de naturaleza, es
decir, que su actividad no estaba limitada por ninguna norma, que desplegaba su liber-
tad sin obstáculo alguno; en una palabra, que disfrutaba de una completa felicidad
para cuya consecución, según dicho pensador, no operaba la razón, sino el
sentimiento de piedad. Con el progreso natural, se fueron marcando diferencias entre
los individuos, antes colocados en una posición de verdadera igualdad, y es entonces
cuando suceden choques y pugnas entre ellos. Para evitar esto, los hombres, según
Rousseau, concertaron un pacto de convivencia, estableciendo de esta manera la
sociedad civil, limitándose ellos mismos su propia actividad particular y restringiendo
en esta forma sus derechos naturales. Al crearse la sociedad civil, en oposición al
estado de naturaleza, se estableció un poder o una autoridad supremos, cuyo titular
fue y es la comunidad, capaz de imponerse a los individuos. A este poder o autoridad
la llama Rousseau voluntad general, a la cual considera soberanamente omnímoda,
esto es, sin limitación alguna. Sin embargo, y contradiciéndose con esta
consideración, dicho pensador asienta que los individuos, al formar la sociedad civil,
recuperan sus derechos naturales con las consiguientes restricciones, los cuales
deben ser respetados por el poder o autoridad públicos. Consiguientemente, en la
teoría rousseauniana tenemos, por un lado, la "volonté générale", como suprema,
como soberana, y de otro, a los derechos fundamentales del hombre respetables
necesariamente. Entonces, si se acepta esta última consideración, la "volonté
générale" no es omnímoda, como lo sostiene Rousseau, sino que está limitada por los

59
La crítica a la teoría de Montesquieu la formulamos someramente en nuestro libro “Derecho
Constitucional Mexicano”, Capítulo IV, parágrafo “F”.
derechos naturales del hombre; por el contrario, si se admite que dicha voluntad
general es omnímoda y absolutamente soberana, entonces no deben existir los
derechos naturales del individuo frente a ella. Esta contradicción entre el
jusnaturalismo y la concepción soberana del poder estatal se soluciona en las
modernas teorías sobre la soberanía a través del concepto de autolimitación, por virtud
del cual, siendo el poder del Estado soberano, esto es, no existiendo sobre él ningún
otro, se impone a sí mismo, en el orden jurídico, limitaciones de derecho, es decir,
obligatorias, siendo parte de esas limitaciones las garantías individuales o derechos
fundamentales del individuo o gobernado que reconoce (como en la Constitución de
1857) o crea (como en la Constitución vigente). En las teorías actuales de la
soberanía, los derechos del hombre ya no existen como superestatales, sino que, o
bien su validez depende de su reconocimiento por parte del orden jurídico del Estado
(como sucedía en la Constitución de 57, que, sin embargo, adoptó la tesis
jusnaturalista), o bien se crean o establecen por dicho orden (como acontece en
nuestra Constitución vigente, lo cual es más lógico y racional).
A diferencia de Inglaterra, en donde el constitucionalismo surge paulatina y suce-
sivamente merced a distintos hechos históricos, en Francia de manera súbita y
repentina se destruyó el régimen monárquico absolutista y se implantó uno nuevo,
democrático, liberal, individualista y republicano. Si las garantías individuales, si el
respeto la libertad surgieron en Inglaterra por impulsos propios del pueblo, sentidos y
experimentados por su misma idiosincrasia, en Francia, en cambio, fueron producto de
elaboraciones doctrinarias, de corrientes teóricas, propias y ajenas, que encontraron
en el pueblo francés un amplio y propicio campo de desarrollo y realización, y cuya
precaria situación contribuyó no poco a ello. Fue así como el pueblo, enardecido por la
desgracia de la opresión, del favoritismo y de la iniquidad ejercidos por el gobierno,
rompió los moldes jurídicos y políticos de la Francia absolutista, negativa de libertades,
en completa incompatibilidad con los anhelos populares de liberación.
Tras cruentos sucesos, después de sangrientos episodios, se formula y proclama la
famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, que es
uno de los más importantes documentos jurídico-políticos del mundo. Acerca de sus
orígenes, respecto de la fuente de inspiración y de procedencia de la Declaración
francesa, mucho se ha escrito, habiendo en la actualidad opiniones encontradas que
atribuyen su causa a distintos documentos y fenómenos históricos, así como a
diversas ideologías políticas.
Se ha afirmado que la Declaración de Derechos del Hombre de 1789 tuvo su fuente de
inspiración en la doctrina del Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau.60 Jellinek, por su
parte, refutando esa consideración, asegura que el origen de dicha Declaración se encuentra
en las constituciones coloniales norteamericanas, y principalmente la Federal, o sea, la que
creó la federación de los Estados Unidos del Norte, ya que, según dicho autor, los forjadores
del Código Fundamental francés tuvieron como modelo los mencionados ordenamientos, lo
cual se desprende de la notable similitud que entre éstos y aquél existe. Nosotros estimamos
que no es debido atribuir a la Declaración francesa un origen exclusivo, ya que más bien ésta
surgió predeterminada por una variedad de factores de diversa índole, a saber, político-doc-
trinales, sociales, históricos, etc. Respecto a esta cuestión, o sea la consistente en establecer
cuál fue el origen o fuente de inspiración de la Declaración francesa de 1789, el licenciado
Fernando Solís Cámara formula interesantes consideraciones a las cuales nos adherimos y
que nos permitimos transcribir. 61 "Jellinek en su estudio sobre la Declaración francesa de los
Derechos del hombre traza perfectamente los orígenes de la historia de este memorable docu-
mento. Comienza por negar la opinión vulgarmente admitida como cierta... según la cual la
Declaración se basa en los principios de Juan J. Rousseau. Su argumentación puede
condensarse en los siguientes términos: 'El contrato social se reduce a una sola cláusula, a
saber: la alienación completa de todos los derechos del individuo a la comunidad. El individuo
no conserva para sí un solo átomo de derechos a partir del momento en que entra en el
Estado. Todos los derechos que el individuo de hecho tiene, los recibe de la voluntad general
que determina sus límites pero no debe ni puede ser restringida por ningún poder; ni la
propiedad pertenece al individuo si no es por virtud de una concesión del Estado, el contrato
social hace al Estado señor de todos los bienes de sus miembros que continúan poseyéndolos
solamente como depositarios del bien público: La libertad cívica consiste simplemente en lo
que queda al individuo después de la determinación de sus deberes cívicos. Sólo la ley puede
dictar estos deberes; según el contrato social, las leyes deben ser iguales para todos los
ciudadanos; éste es para el poder soberano, que lleva en sí mismo sus garantías, el único
límite que brota de su propia naturaleza. La concepción de un estado original que el hombre
transportara a la sociedad y que se presentara como una limitación jurídica del soberano es
expresamente rechazada por Rousseau: “Il n'a pas de loi fondamentale qui puisse Iier la
communauté, pas même le contrat social. Ahora bien, como la Declaración de Derechos
pretende trazar entre el Estado y los individuos la línea de demarcación eterna que el legislador
debe tener siempre ante los ojos como límite que, una vez por todas, le es impuesto por los
derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, es evidente que las teorías de

60
Boutmy, entre otros, asegura que el origen de tan célebre documento “Hay que buscarlo en el espíritu
filosófico de la Francia del siglo XVIII, y en Rousseau muy particularmente. En su forma y más aún en su
espíritu, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano es una emanación directa del genio
de Francia:” (Cita contenida en el opúsculo de Jellinek intitulado "La Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano", Pág. 146, Editorial Nueva España.)
61
Origen y Evolución en América de las Instituciones Públicas Anglosajonas, págs. 83-92.
Rousseau, lejos de ser la base, son contrarias a la Declaración de los Derechos del Hombre.
Esta argumentación es perfectamente exacta la idea de Rousseau es la misma que la de
Napoleón y la de Luis XIV: la omnipotencia del Estado; en tanto que la Declaración de
Derechos no es otra cosa que la consagración del más absoluto individualismo. En ella el
Estado apenas se deja ver. Rousseau prestó a la Declaración ciertas fórmulas de dicción,
ejerció alguna influencia sobre el estilo del documento; pero los orígenes de éste, según
Jellinek, hay que irlos a buscar en la revolución americana. Sin duda el documento francés no
es más que la traducción de las declaraciones de los varios Estados que forman la Unión
Americana, y particularmente del Estado de Virginia. Basa su argumentación el distinguido
publicista alemán en la similitud de las declaraciones americanas y francesas, en la
circunstancia de haber sido el general Lafayette quien, en la Asamblea Constituyente, propuso
la anexión de tal documento a la Constitución francesa. Pero el ilustre profesor parece no tener
en cuenta que antes de la proposición de Lafayette existía ya un proyecto de Constitución y un
dictamen de Mounier sobre él. En este dictamen se decía: 'Para los derechos del hombre y que
los proteja evidentemente. La verdad es que entre las dos grandes revoluciones existió una
considerable conexión, un cambio constante y recíproco de ideas y de principios. De la misma
manera que la proyección de luz sobre un mismo cuerpo en lugares opuestos produce
inmediatamente por el cruzamiento de los rayos luminosos dos siluetas, cada una de las cuales
se encuentra colocada del lado opuesto al foco de que depende, así la corriente filosófica
europea y el admirable adelanto político del pueblo americano pudieron crear recíprocamente
la Revolución americana y la Revolución francesa: las dos grandes revoluciones no vinieron a
ser otra cosa que siluetas magníficas del alma humana que se producían bajo la reflexión de la
luz vivísima que el pensamiento europeo y el progreso político del pueblo americano arrojaban
a torrentes sobre los derechos y libertades de la humanidad. Las dos revoluciones deben la
vida a la luz, y sólo desaparecerán y se borrarán de la Historia cuando se haya ofuscado para
siempre la inteligencia humana. La semejanza de las declaraciones de derechos promulgados
en Europa y en América no reconoce por causa propiamente el que aquéllas hayan sido
traducidas de éstas. Las francesas no se hubieran apropiado de las declaraciones americanas
si éstas no hubiesen estado de acuerdo con las ideas, los principios y los fines de la naciente
Revolución francesa. Detrás de la razón aparente está la verdadera causa: la comunidad de las
ideas se tradujo en la similitud de las leyes. Por tanto, es necesario reconocer que ambos
acontecimientos obraron poderosamente el uno sobre el otro. La Revolución americana sobre
la francesa por su éxito y por la aplicación práctica de las teorías, la francesa sobre la
Revolución americana por sus antecedentes, es decir, por las doctrinas de los filósofos y
moralistas, en su mayor parte franceses, que la hicieron nacer."

La Declaración de 1789 instituyó, según dijimos, la democracia como sistema de


gobierno, afirmando que el origen del poder público y su fundamental sustrato es el
pueblo o, para emplear su propio lenguaje, la nación, en la que se depositó la
soberanía. Así, el artículo 3 establecía: "El principio de toda soberanía reside
esencialmente en la nación. Ningún individuo o corporación puede ejercitar autoridad
que no emane expresamente de ella", precepto que posteriormente inspiró sobre este
punto a la mayor parte de las constituciones universales. La democracia siempre
supone la igualdad jurídica y política de los gobernados, por lo que el artículo 6 se
refería a dicho elemento al disponer: "La ley es la expresión de la voluntad general.
Todos los ciudadanos tienen derecho a concurrir a su formación personalmente o por
representantes. Debe ser la misma para todos, sea que proteja o sea que castigue.
Todos los ciudadanos siendo iguales a sus ojos, son igualmente admisibles a todas las
dignidades, cargos o empleos públicos, según su capacidad, sin otra distinción que la
de su virtud o su talento."
Además, la Declaración francesa de 1789 contenía un principio netamente individua-
lista y liberal. Individualista, porque consideraba al individuo como el objeto esencial y
único de la protección del Estado y de sus instituciones jurídicas, a tal grado de no
permitir la existencia de entidades sociales intermedias entre él y los gobernados
particulares. A este propósito, establecía el artículo 2 lo siguiente, que revela una
concepción notablemente jusnaturalista: "El objeto de toda asociación política es la
conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos deberes
son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión", que es
semejante, en cuanto al principio en él involucrado, al primer precepto de nuestra
Constitución de 1857, que dice: "El pueblo mexicano reconoce que los derechos del
hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales."

Consagraba también la Declaración francesa el principio liberal, porque vedaba al


Iistado toda injerencia en las relaciones entre particulares que no tuviese por objeto
evitar que el libre desarrollo de la actividad individual perjudicara o dañara los
intereses de otro u otros individuos, concibiendo a aquél como un mero policía, acerca
de cuyo régimen ha hecho Duguit severas y justificadas críticas. A este respecto decía
el artículo 4 de la Declaración: "La libertad consiste en poder hacer todo aquello que
no dañe a otro; por lo tanto, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no
tiene más límites que aquellos que aseguren a los demás miembros de la sociedad el
goce de los mismos derechos. Estos límites no pueden ser consignados más que por
la ley: En síntesis, desde el punto de vista estrictamente jurídico-político, la Declara-
ción francesa de 1789 contenía en sus diversos preceptos los siguientes principios:
democrático, individualista y liberal, basados estos dos últimos en una concepción ne-
tamente jusnaturalista.
La doctrina de la existencia de los derechos naturales imprescriptibles e inalienables
del ser humano encontró acogida en la tesis de Kant y Fichte, quienes, aunque contra-
yendo su pensamiento fundamental a cuestiones meramente filosóficas, en el aspecto
de la ciencia política afirmaban que el Estado debería respetar los derechos subs-
tanciales del sujeto, otorgando a éste su protección en el caso de que se viesen vulne-
rados y absteniéndose de intervenir en todas aquellas relaciones de los gobernados
que no importasen esa vulneración, consideración que corresponde a una postura
netamente individualista y liberal.

El sistema de mención y definición legal y escrita de los derechos del hombre instituido
en la Declaración francesa de 1789, fue adoptado por casi la totalidad de los países
civilizados, principalmente por México desde que nació a la vida jurídica como Estado
independiente, al través de los diversos cuerpos constitucionales que rigieron en
nuestro país. Asimismo, la posición individualista y liberal que asumió el Estado Me-
xicano en algunos ordenamientos fundamentales, principalmente en la Constitución de
1857, tiene su origen en dicha Declaración, posición que implicaba que el fin del
Estado estribaba en proteger al individuo en el goce y disfrute de los derechos
connaturales a su personalidad y en abstenerse de tener injerencia en las relaciones
entre los gobernados en caso de no impedir o remediar un conflicto de intereses
particulares.

Por lo que concierne a las garantías o derechos fundamentales del individuo, la Declaración
francesa instituía como principales los siguientes: la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión (Art. 2) Y como derivados aquellos que se refieren a la materia penal y
que son análogos a los contenidos en los artículos 19, 20 y 21 de nuestra Constitución,
consignados en los preceptos 7, 8 y 9 que decían: "Ningún hombre puede ser acusado,
detenido o preso, más que en los casos determinados por la ley y según las formas prescritas
en ella. Los que soliciten, expidan, ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias, deben ser
castigados, pero todo ciudadano llamado o detenido en virtud de la ley, debe obedecer al
instante, haciéndose culpable por su resistencia." (Art. 7) .-"La ley no debe establecer sino
penas estrictas y evidentemente necesarias y nadie puede ser castigado, sino en virtud de una
ley establecida y promulgada anteriormente al hecho (garantía de la no retroactividad de las
leyes) y legalmente aplicada." (Art. 8) .-"Siendo todo hombre presunto inocente, hasta que sea
declarado culpable, si se juzga indispensable su detención, la ley debe reprimir severamente
todo rigor que no sea necesario para asegurar su persona." (Art. 9.)
Aparte de esas garantías en materia penal, la Declaración francesa consignaba otras, en
sendos artículos, proclamando la procedencia de la expropiación, siempre y cuando mediara
previa y justa indemnización que se pagara al afectado. Además, las disposiciones
conducentes del citado Código indicaban que "Nadie debe ser molestado por sus opiniones,
aún religiosas, con tal que su manifestación no trastorne el orden público establecido por la
ley." (Art. 10).-"La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los
derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano puede hablar, escribir o imprimir
libremente, pero debe responder del abuso de esa libertad en los casos determinados por la
ley." (Art. 11).-"Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado
de ella, sino cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija evidentemente y
bajo la condición de una justa y previa indemnización." (Art. 12.)

La célebre Declaración propiamente no fue un ordenamiento de tipo constitucional,


puesto que no organizó al Estado francés mediante la creación de órganos de go-
bierno y la distribución de su competencia, sino que representa un documento de sin-
gular importancia que sirvió de modelo irrebasable a los diferentes códigos políticos
que rigieron la vida institucional de Francia a partir del año de 1791, en que se expide
la primera Constitución que en realidad instituyó una dictadura popular atendiendo a
los poderes omnímodos con que se invistió a la asamblea nacional como órgano
representativo del pueblo. Contiene el mencionado estatuto constitucional un catálogo
de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano, capítulo que se refrenda
en los siguientes ordenamientos políticos que se fueron poniendo en vigor a partir de
1793, en que se promulga una nueva ley fundamental sustitutiva de la anterior.
No obstante, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano era el
código fundamental en Francia, producto de la Revolución. Las autoridades estatales
debían respeto y sumisión a sus normas, constituyendo éstas una garantía para los
gobernados, quienes en ellas encontraban un dique, un valladar, a los abusos y
excesos del poder público. Sin embargo, si tal era la situación teórica, pudiéramos
decir, de los nexos entre autoridades e individuos, en la práctica las disposiciones del
Código Fundamental francés se vieron contravenidas en múltiples ocasiones, sin que
las violaciones respectivas tuvieran un remedio o un medio de prevenidas. Los
primeros revolucionarios franceses creían que con la sola inserción de los derechos
del hombre en un cuerpo legal sancionado y votado por el pueblo, y con erigido a la
categoría de norma suprema, la actividad de las autoridades estatales se vería
supeditada a sus mandamientos, por la sola solemnidad de su carácter, mas a pesar
de ello, se siguieron cometiendo atropellos y violaciones.
En vista de circunstancias prácticas, atendiendo a la situación de hecho provocada por
las contravenciones a la ley, un político y un jurista francés, Sieyés, concibió la idea de
crear un organismo, cuyas atribuciones constituyeran una garantía Jurídica y política a
los meros derechos contenidos en la Declaración de 1789 y, en general, del régimen
constitucional. Así, en un discurso pronunciado en el año III Thermidor, Sieyés abogó
porque su idea, es decir, la creación de un organismo político de control, que
denominó Jurado Constitucional, se estableciera en la Constitución francesa del año
III, organismo que, estaría encargado de conocer de todas las quejas que se
presentasen por atentados al orden establecido por dicha norma fundamental. Más
tarde, insistiendo Sieyés en la realización de sus ideas, enteró a Napoleón I sobre
ellas, y éste las aprovechó, más con la intención de crearse arraigo popular que con el
propósito de establecer un medio de garantizar el régimen instituido por la Constitución
en beneficio de los gobernados, implantando en la Constitución del año VIII (13 de
diciembre de 1799) el llamado Senado Conservador, a ejemplo del Jurado
Constitucional.
Según su autor, el Jurado mencionado debía estar integrado por cien miembros,
reclutados de entre las notabilidades nacionales, distinguidos en todos los órdenes de
la cultura. Los miembros del Jurado Constitucional deberían ser inamovibles en sus
cargos, para que de esta manera pudieran sentirse siempre independientes y ajenos a
cualquier influencia extraña que viniera a presionar su cometido. Deberían estar, ade-
más, espléndidamente retribuidos para que no se dedicaran a otra ocupación y
atendían solamente a su importante función. La atribución primordial del Jurado
Constitucional de Sieyés consistía en controlar el orden constitucional, procurando que
todos los Poderes del Estado se sometieran a sus disposiciones, para lo cual podía
anular cualquier acto que implicase su violación. Se trataba, pues, de un verdadero
control constitucional por órgano político, cuyas características ya tendremos
oportunidad de estudiar.
En el sistema de control ideado por Sieyés encontramos un verdadero antecedente de
nuestro juicio de amparo, aun cuando específicamente ambos pertenezcan a regí-
menes de control distintos, coincidiendo, sin embargo, en la finalidad genérica, a
saber: proteger un orden superior de derecho contra actos de las autoridades estatales
que lo Violen o pretendan violarlo.
El Senado Conservador, que, como ya afirmamos, se creó en la Constitución del año
VIII, estaba compuesto de ochenta miembros inamovibles, figurando entre los pri-
meramente designados el propio Sieyés. Dicho cuerpo tenía como función primordial,
a semejanza del Jurado Constitucional, estudiar y decidir todas las cuestiones que
sobre inconstitucionalidad de leyes y otros actos de autoridad se sometiesen a su
consideración. Cuando Napoleón Bonaparte fue nombrado primer cónsul vitalicio, las
atribuciones del Senado Conservador fueron ampliadas, a tal extremo, que podía
anular todas las sentencias de los tribunales que estimara atentatorias para la
seguridad del Estado, disolver el cuerpo legislativo y designar a los cónsules. Al
erigirse el célebre corso en emperador de los franceses, adquirió palmaria hegemonía
sobre el Senado, pues al modificarse el sistema de su integración, la mayoría de sus
componentes debía ser designada por él, incluyendo a su presidente, quien, por orden
imperial, debía convocar a sesiones, principalmente.
Dentro del Senado Conservador funcionaban dos comisiones, que tenían el encargo
de tutelar la libertad personal y la de imprenta. En los casos en que un sujeto era
encarcelado sin ponérsele a disposición del tribunal que debiera juzgado, transcurrido
el término de diez días de su reclusión, podía acudir a la "comisión senatorial de la
libertad individual", por conducto de sus familiares o representantes, a efecto de que
dicha comisión si lo consideraba procedente, ordenase a la autoridad aprehensora la
cesación de la aprehensión. Si, después de tres requerimientos consecutivos no se
lograba la libertad del detenido o su consignación al tribunal competente, la
mencionada comisión podía convocar al Senado, para que éste, una vez declarada la
arbitrariedad de la detención, sometiese el caso a la consideración de la Alta Corte de
Justicia.
En análogos términos procedía la llamada "comisión senatorial de la libertad de
imprenta", ante la que podían acudir los impresores en queja contra cualquier acto de
autoridad que hubiese significado prohibición para imprimir y hacer circular públi-
camente una obra.
A la caída del imperio, el Senado Conservador, que de hecho actuaba bajo la enorme
influencia de Napoleón I, dejó de ser un órgano político de tutela constitucional, pues
la Constitución de 1814 solo lo invistió con facultades de formación legislativa, muy
restringidas por cierto, funcionando bajo la denominación de "Cámara de los Pares", a
la que, además, competía el conocimiento de los delitos de alta traición y de los aten-
tados contra la seguridad estatal.
El control de la constitucionalidad por órgano político vuelve a ensayarse en Francia
en la Constitución del año de 1852, en la que el Senado asumía las funciones de tutela
y preservación, las cuales se ejercitaban a instancias del gobierno y de los ciu-
dadanos. El papel del Senado francés en la mencionada constitución, consistía en
examinar las leyes que se dictaran antes de que entrasen en vigor, con el fin de
constatar si adolecían del vicio de inconstitucionalidad. Ninguna ley podía promulgarse
sin la venia del Senado. Este sistema fracasó al poco tiempo, pues la dictadura de
Napoleón III hizo nugatorias sus funciones, ya que los senadores se doblegaron a su
voluntad, debido a que políticamente dependían de él, toda vez que los designaba.
Durante el siglo XIX Francia contó con diversos códigos políticos con efímera vigencia,
circunstancia que revela la inestabilidad de las ideas que sucesivamente se fueron
sustentando y que sirvieron de motivo de expedición a tales estatutos. Así, durante el
término de escasos setenta y cinco años rigieron a dicho país no menos de siete
ordenamientos constitucionales, es decir, las constituciones del año III; del año VIII,
que instituyó el Consulado, así como un medio de protección del orden por ella esta-
blecido confiado al llamado "Senado Conservador" a que ya aludimos, la Carta de
1814, que suprimió la libertad religiosa declarando a la religión católica, apostólica y
romana como profesión de fe oficial; la Ley Constitucional de 1815 patrocinada por
Napoleón I a su regreso de la Isla de Elba; el Estatuto de 1830, que organiza a Francia
en una monarquía; la Constitución de 1848, en que se vuelve a instituir la República; el
ordenamiento constitucional de 1852, en que al Senado se le atribuyen funciones de
guardián de sus disposiciones, según dijimos, y las Leyes Constitucionales de 1875,
que en realidad no formaron un estatuto unitario, sino que estructuraron a Francia
mediante la regulación de diferentes materias políticas.
En octubre de 1946, y aprobada por un referéndum popular, se expidió la Constitución
de la República Francesa que la organizó a raíz de la terminación de la última guerra
mundial, conteniéndose en dicho documento jurídico-político un preámbulo en que se
reitera la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, la cual
hemos comentado anteriormente.
En dicha Constitución se establece un sistema muy curioso de control o preservación
constitucional. Si una ley votada por la Asamblea Nacional se consideraba contraria a
la Constitución, y si a juicio del Comité Constitucional, compuesto por el Presidente de
la República, el Presidente de la Asamblea Nacional, el Presidente del Consejo de la
República y por siete miembros de dicha Asamblea, aquélla amerita la revisión del
pacto fundamental, tal ley secundaria no entraba en vigor hasta en tanto no se hubiere
reformado la Constitución en el precepto o preceptos contravenidos, si el caso lo
requería. Como se ve, la Constitución aludida de Francia hizo nugatorio el principio de
supremacía, al admitir la posibilidad de que se ajuste una disposición de índole
constitucional a una ley secundaria, mediante la reforma de la primera. Este sistema
no nos causa en México ninguna extrañeza, pues desgraciadamente en nuestro país
acontece lo mismo, ya que cuando se pretende expedir y poner en vigor una ley
ordinaria que se contraponga a la Constitución Federal, se reforma ésta con una
facilidad pasmosa y esa manía reformadora ha alcanzado en la actualidad tales
proporciones, que no pocos constituyentes han llegado hasta a desconocer su propia
obra, entregada a constantes cambios desde 1917.
La actual Constitución de la República francesa, adoptada en el referéndum de 28 de
septiembre de 1958 y promulgada el 4 de octubre siguiente, encomienda su preser-
vación a un organismo creado por ella, denominado Consejo Constitucional. Sus
facultades consisten en velar por la "regularidad" de las elecciones del presidente de la
República, de los diputados y senadores (función política), así como en mantener la
supremacía de la Ley fundamental frente a ordenamientos secundarios que la
pudieren contravenir (función jurídica). Estos son susceptibles de examinarse por
dicho Consejo antes de su promulgación, con el objeto de determinar si se oponen o
no a la Constitución. En el supuesto afirmativo, ninguna ley ordinaria puede entrar en
vigor. Como se ve, el sistema de control constitucional imperante en Francia es de
índole jurídicopolítica, no jurisdiccional como nuestro amparo, pues aparte de que la
tutela de la Constitución no se confía a los tribunales, sino al mencionado Consejo, la
actividad de éste, en el desempeño de sus funciones protectoras, se excita por otros
órganos estatales, o sea, por el Presidente de la República, el Primer Ministro o por los
presidentes de la Asamblea Nacional (que corresponde a nuestra Cámara de
Diputados) o del Senado (arts. 61 y 62). Además, el "precontrol" constitucional que
ejerce dicho Consejo no se despliega en interés de los ciudadanos, sino en el de los
poderes públicos "para mantener entre ellos la separación de funciones establecidas
por la Constitución", según lo afirma Maurice Duverger, agregando que el mencionado
órgano interviene antes de que las leyes ordinarias entren en vigor para suspender su
aplicación hasta que se constate su constitucionalidad. "Si el Consejo, añade el citado
tratadista, declara e! texto (de la ley) inconstitucional, no puede ser aplicado ni
promulgado, sino después de la revisión de la Constitución", facultad que corresponde
al Senado y a la Asamblea Nacional conjuntamente (art. 89).62
Independientemente del precontrol constitucional a que someramente acabamos de
aludir, existe en Francia un control de legalidad sobre los actos de la administración
pública que se ejercita mediante el recurso denominado "de exceso de poder" por un
órgano contencioso-administrativo llamado Consejo de Estado, cuya creación se
remonta a la Constitución del año VIII expedida en 1800 durante el consulado de
Napoleón I. El citado recurso se califica por Duverger como "el medio más eficaz
puesto a disposición de los ciudadanos para oponerse a la arbitrariedad de la
administración", permitiendo "por un procedimiento simple y sin gastos, obtener la
anulación de todos los actos administrativos ilegales, incluso los decretos".63 El

62
Institutions Politiques et Droit Constitutionnel. Colección “Themis”. Edición 1968. París, página 653.
63
Droit Public. Colección “Themis”. Edición 1968. París. Pág. 275.
recurso de exceso de poder francés guarda estrechas semejanzas con nuestro
amparo administrativo, coincidiendo en sus respectivas finalidades en cuanto a que
ambos son medios jurídicos de control de la legalidad respecto de los actos de los
órganos de la administración del Estado. Debemos, no obstante, destacar una de las
diferencias principales entre ellos, o sea, la consistente en que las decisiones que
pronuncia el Consejo de Estado al fallar el mencionado recurso -y que son
jurídicamente inimpugnables-, tienen efectos erga omnes, en tanto que las sentencias
que se dictan en el amparo tienen una eficacia exclusivamente vinculada al caso
concreto en relación al cual se hubiese ejercitado la acción respectiva, de conformidad
con el principio de relatividad que estudiamos en la presente obra.64

No podemos dejar de hacer referencia al recurso de casación que es un medio para


atacar la ilegalidad de las sentencias definitivas de último grado que se pronuncian en
juicios civiles y penales. De dicho recurso conoce la Corte de Casación, que es el ór-
gano judicial supremo de Francia, colocado en el mismo rango jerárquico que el Con-
sejo de Estado, en sus respectivos casos. La casación tiene como finalidad anular los
fallos definitivos civiles o penales por errores in judicando e in procedendo, por lo ge-
neral en torno a puntos estrictos de derecho. De ahí que la Corte de Casación no sea
un órgano de revisión total de dichos fallos, pues no aborda las cuestiones de hecho
que éstos hayan decidido. Al anularse la sentencia impugnada, tales cuestiones
vuelven a someterse, por re-envio, al tribunal que determine la Corte, debiendo
estudiarse nuevamente de conformidad con los puntos jurídicos resueltos en la
decisión casacionaI. De esta brevísima semblanza se desprende la indudable similitud
que existe entre el mencionado recurso y nuestro amparo directo o uni-instancial en
materia civil y penal, el cual, no sin razón, suele denominarse "amparo casacional",
según veremos.
En síntesis, en Francia existe un verdadero control de legalidad de los actos ad-
ministrativos, o mejor dicho, de las autoridades administrativas, conferido al Consejo
de Estado, el cual al examinar si ha habido o no de parte de aquéllas una "extrali-
mitación de poderes", analiza y protege la legislación de que se trate, mediante el
recurso denominado "exceso de poder". Además, como ya dijimos, en materia penal y
civil también en Francia existe un control de legalidad, desplegado por la Corte de
Casación, al conocer del recurso correspondiente, que también encontramos en nues-
tro régimen jurídico, como ya tendremos oportunidad de constatar.

64
Véase el Capítulo Séptimo, parágrafo IV.
No quisiéramos terminar este tema sin antes referimos a los proyectos de dos
diputados franceses, Benoist y Roche, de 1903. En el primero se propugnaba el
establecimiento de una Alta Corte que velara por el respeto del régimen constitucional
y por la protección de los derechos del hombre, que deberían incorporarse al texto
constitucional, ya que se habían excluido de las leyes constitucionales de 1875. Dicho
cuerpo jurisdiccional estaría integrado por miembros designados entre veintisiete
candidatos propuestos por el Ministro, el Parlamento y por la Corte de Casación. El
segundo proyectó era parecido al de Benoist y tendía a convertir a la Corte de
Casación francesa en la Alta Corte de Justicia, que velara por la constitucionalidad dé
los actos del poder ejecutivo y del legislativo. Estos dos proyectos nunca se realizaron
por haberse considerado, en primer término, inadaptables al medio francés y, en
segundo, por no haber sido lo suficientemente "explícito”.

IX. COLONIAS INGLESAS EN AMÉRICA

Al fundarse las colonias inglesas en América, los emigrantes llevaron consigo toda la
tradición jurídica de Inglaterra, gestada y desenvuelta dentro del espíritu de libertad. La
opresión reinante en la metrópoli hizo que los colonos vieran en tierras americanas el
lugar propicio para el desarrollo de la libertad humana. Sin embargo, no todos los emi-
grantes eran perseguidos políticos; había quienes acudían a América en busca de
fortuna y con el propósito de fundar empresas explotadoras de los recursos naturales
del nuevo continente. Así, una compañía obtuvo de la corona inglesa la autorización
para fundar una colonia en Virginia, habiéndose establecido posterior y sucesivamente
otras en la misma forma. Poco a poco, la colonización en Norteamérica se fue
extendiendo, y de esta manera surgieron las colonias de Massachusetts, Rhode Island
y Connecticut, y otras que se fueron creando después.
Las autorizaciones que otorgaba el rey para fundar y organizar colonias en América,
recibían el nombre de cartas, que eran documentos que fijaban ciertas reglas de
gobierno para las entidades por formarse, concediéndoles amplia autoridad y
autonomía en cuanto a su régimen interior. Dichas "cartas" reconocían la supremacía
de las leyes de Inglaterra y de su constitución consuetudinaria, teniendo, sin embargo,
el carácter de ley fundamental en cada colonia, de tal suerte, que sus autoridades no
podían actuar sino ciñéndose estrictamente a sus disposiciones. En esta forma, el
constitucionalismo de Inglaterra se trasplantó a sus colonias en América, organizadas
ya políticamente por sus cartas de fundación, otorgadas por la corona.
Una de las prerrogativas que se habían tomado las colonias consistía en que los
impuestos que debían pagar sus habitantes sólo podían ser decretados por sus
propias asambleas legislativas. Se desconoció así la facultad del parlamento inglés
para estabIecer tributos con cargo a los colonos, argumentándose que éstos no tenían
representación política en él.

" ... El derecho de imponer contribuciones corresponde al pueblo mismo o a sus representantes
-decía Patricio Henry, miembro de la asamblea de Virginia-, que son los únicos que pueden
saber qué clase de impuestos deben crearse y la manera de hacerlo, siendo este el carácter
distintivo de la libertad británica, sin la cual no puede subsistir la antigua constitución",
agregando que "los súbditos de S. M. habitantes de esta antigua colonia han disfrutado
siempre del privilegio de ser gobernados por su propia asamblea, sobre todo en lo concerniente
a la creación de impuestos y a su política interior, sin que hasta ahora se les haya despojado
de este derecho, puesto que siempre se ha reconocido por el rey y el pueblo de la Gran
Bretaña."65

Ahora bien, en contravención de los anteriores principios jurídico-políticos, el


parlamento inglés aprobó una ley que estableció el "impuesto del sello" para las
colonias; y aunque fue derogada por la oposición cruenta que observaron los colonos
contra su aplicación y mediante una hábil y brillante intervención parlamentaria de Pitt,
dicho órgano reiteró su facultad en el sentido de que tenía el poder para decretar
tributos a cargo de los colonos y en cuyo ejercicio creó impuestos sobre el té, las
pinturas, el papel, el cristal y el plomo, mercaderías que se importaban en América
como productos de la Gran Bretaña. Esta nueva invasión de la metrópoli a la
autonomía interior de las colonias provocó, como se sabe, las luchas de
independencia.
Aun antes de emanciparse totalmente de Inglaterra, ya diversas colonias habían
erigido sus respectivas cartas en constituciones, en las que se destacaba claramente
su autonomía gubernativa basada ya en conceptos científicos, de derecho, que en la
madre patria aun se traducían en vida jurídica práctica. En dichas constituciones
particulares se implantó el sistema de la división de poderes como garantía para el
gobernado, confiriendo el ejecutivo al gobernador, el legislativo a una asamblea y el
judicial a los tribunales.
La primera constitución colonial expedida fue la de New Hampshire en 1775, y
posteriormente se crearon las de Carolina del Sur y Virginia en 1776, descollando

65
Véase J.A. Spencer, “Historia de los Estados Unidos”, Tomo I, págs. 261 y siguientes.
después la de Massachusetts por su orden y sistema, habiendo sido la fuente de
inspiración y antecedente de la federal. En dicho documento político, además de
contenerse la división de las funciones estatales, se consignó una expresa limitación y
separación de competencia, verbigracia, la de que las leyes sobre impuestos deberían
siempre iniciarse por la asamblea.
En dichas constituciones, principalmente en la de Virginia, encontramos disposiciones
que consagran algunos derechos fundamentales del individuo, colocando a éste en un
plano de igualdad con sus semejantes. Aparte de estos derechos declarados, las
colonias inglesas, conservando las instituciones jurídicas de la metrópoli, trasplantaron
el writ of habeas corpus, cuya existencia y práctica fueron respetadas por el pacto
federal norteamericano. Por ello, dicho recurso anglosajón ha quedado regulado diver-
samente en los distintos Estados de la Unión, variando su procedencia y alcance
tutelar en cada una de tales entidades, cuyas legislaturas tienen facultad soberana
para normarlo.

X. ESTADOS UNIDOS

Podemos decir que los Estados Unidos surgieron como nación unitaria, con vida
jurídica independiente, organizados en una confederación, con la promulgación de un
documento importante: los Artículos de Confederación y Unión Perpetua. En su lucha
por la independencia, las colonias inglesas tuvieron que reunir sus pocos recursos y
combinar sus esfuerzos en una acción conjunta en contra de Inglaterra. Consumada la
ruptura del vínculo de dependencia entre la metrópoli y las colonias, éstas no se
sintieron lo suficientemente fuertes, por sí solas, aisladas unas de otras, para defender
su autonomía recién conquistada en caso de un intento de nueva sojuzgación.
Permanecieron pues, unidas, atendiendo a los dictados de la prudencia. Para que esa
unión más estable, se expidieron los mencionados Artículos, cuyas signatarias eran
trece, que más tarde fueron entidades federativas de la Unión Americana.
El aludido cuerpo normativo no establecía aún la federación como entidad jurídica y
política distinta de los miembros componentes, aunque ya consignaba una liga entre
ellos inspirada en la mutua defensa de sus propios intereses, para lo cual cada Estado
se despojó de ciertas facultades inherentes a su soberanía, cuyo ejercicio depositó en
un organismo que se llamó "Congreso de los Estados Unidos", siendo su autoridad
meramente consultiva, pues como dice Rabasa, "no había un poder ejecutivo central
investido de fuerza para hacer cumplir los mandatos supremos".66
Como este sistema de unión entre los Estados norteamericanos fracasó, se propuso
una revisión de los "artículos", para cuyo efecto se verificó una convención en
Filadelfia, encargada de reformados. Después de prolongados debates y de la tenaz
reticencia de los Estados a formar parte de una federación, es decir, de una entidad
política superior con facultades y órganos gubernativos propios, se formuló el proyecto
de Constitución Federal, que fue sometido a la consideración de los Estados
particulares en convenciones locales, a las que concurrieron los delegados nombrados
por ellos. Por fin se logró que la Constitución federal fuese aceptada por las entidades
particulares, que en número de trece fueron las que originariamente integraron la
unión norteamericana, no sin que algún tiempo después surgieran intentos
separatistas, a los que el célebre “chief justice” Marshall dio el golpe mortal,
contribuyendo así a consolidar y robustecer el régimen federal.
La Constitución americana fue sufriendo posteriormente enmiendas, dos de las cuales,
las más importantes para el estudio y desarrollo del tema que tratamos, contienen
sendos derechos públicos individuales, oponibles al Estado. Nos referimos a las
números V y XIV.
La primera de dichas enmiendas encierra la garantía de la legalidad, la de audiencia
previa y la de que el juicio por el que se prive a la persona de su libertad, propiedad,
etc., se siga ante jueces o tribunales previamente establecidos, análogamente a los
derechos contenidos en el segundo párrafo de nuestro artículo 14 constitucional. Dice
la citada enmienda: "Nadie será privado de la vida, de la libertad o de la propiedad, sin
el debido proceso legal." Las interpretaciones que se han dado acerca de esta última
expresión sostienen que implica las mismas garantías consagradas por el artículo 46
de la Magna Charta inglesa de donde procede el precepto que comentamos, o sean,
las que para llevar a cabo dicha privación se requiere un juicio formulado por los pares
del individuo a quien se pretenda afectar, conforme a las leyes de la tierra, conceptos
que ya anteriormente dejamos explicados.67

66
Op. cit.
67
“Si bien esta disposición de la enmienda es nueva en la Constitución de los Estados Unidos, como
limitación a los poderes de los Estados, es antigua como principio de gobierno civilizado”, dice la
Suprema Corte norteamericana, y agrega: “Se la encuentra en la Magna Carta y-en la substancia si no en
la forma- en aproximadamente todas o casi todas las Constituciones que periódicamente han sido
adoptadas por los diversos Estados de la Unión. Mediante la quinta enmienda, ella fue introducida en la
Constitución de los Estados Unidos como limitación a los poderes del Gobierno Nacional y por la
decimocuarta, como garantía contra la interferencia con un derecho reconocido de ciudadanía por parte de
las legislaturas de los Estados”. “En Inglaterra sigue diciendo la Corte, la exigencia del debido
Por lo que concierne a la enmienda XIV, ésta contiene las mismas garantías que la
quinta, pero referidas como dique u obstáculo al poder de los Estados federados, pues
se estimó que esta última sólo atañía a las autoridades federales.
En esta forma opera en los Estados Unidos un régimen constitucional de derechos
declarados, que si bien no tan legalmente explícitos como en nuestro orden jurídico
fundamental, sí ya consolidados por las diversas interpretaciones jurisprudenciales y
doctrinarias que han precisado su alcance y amplitud, como ya esbozamos
anteriormente.
Pues bien, el sistema de derechos fundamentales del individuo, declarados en la
Constitución federal de los Estados Unidos, y en general el orden jurídico positivo que
ella misma contiene, encuentran su preservación en diversos medios de derecho
ejercitables contra actos de autoridades.
En primer lugar, desde la fundación de las colonias inglesas, que fueron las formas
políticas que precedieron a las entidades federativas, funcionaba el common law tras-
plantado de Inglaterra, siendo una de las instituciones más importantes aclimatadas en
suelo americano el habeas corpus, como medio protector de la libertad humana contra
prisiones arbitrarias. Pues bien, el habeas corpus se practicó en las distintas colonias
inglesas de América, que, al independizarse de su metrópoli, conservaron su tradición
jurídica. Por eso fue que al aceptarse la Constitución federal por los distintos Estados
libres norteamericanos, ésta se encontró con una institución de hondo raigambre en su
vida jurídica, el habeas corpus, cuya existencia respetó, considerando su ejercicio y
legislación dentro de la esfera de competencia de las distintas entidades federativas.
Así pues, en Estados Unidos el habeas corpus no es un medio federal de controlo
protección de la libertad humana, sino una institución local, de cuyo conocimiento son
titulares los órganos jurisdiccionales del Estado miembro. Sólo cuando la autoridad
que ordena o ejecuta la prisión arbitraria es federal, la competencia para conocer del
recurso del habeas corpus corresponde a los jueces federales.68

procedimiento legal, en los casos en que la vida, la libertad y la propiedad estaban afectadas, fue
originariamente destinado a garantizar al individuo contra la acción arbitraria de la Corona, o a colocarlo
bajo la protección de la ley”. Se consideró que las palabras equivalían a la “ley suprema del país” (La
Constitución de los Estados Unidos de América. Editorial G. Kraft. Ltda. Buenos Aires. Pág. 205 del
Tomo II)
68
"El auto de habeas corpus, dice la Corte Federal de los Estados Unidos, tal como se halla autorizado por
la Constitución (Sección 9), es el auto privilegiado conocido en el derecho común para obtener la
liberación de quien puede estar detenido sin causa suficiente, y reviste la naturaleza de un auto de error
para examinar la legalidad de la orden de prisión. Es un auto de derechos (writ of right) y no un auto de
procedimiento, desde que la causa debe ser demostrada para que sea expedido. El objeto del auto es
determinar si un prisionero puede ser legalmente detenido y proteger contra injustos avances contra la
libertad personal (igualmente tanto los actos no autorizados de los tribunales y jueces como de los
individuos)." (Op. cit. Tomo l.-Pág. 306)
Desde sus orígenes, el habeas corpus ha sido en los Estados Unidos un recurso (writ)
ante la autoridad judicial para preservar la libertad personal contra aprehensiones o
detenciones arbitrarias o no justificadas provenientes de autoridades administrativas y
específicamente políticas. Sin embargo, como afirma J. A. C. Grant, su procedencia se
ha hecho extensiva contra actos de los órganos judiciales mediante les que se afecta
la mencionada libertad, inclusive dentro de procedimientos judiciales.

“Hasta hace pocos años, sostiene el citado jurista norteamericano, este auto (el de habeas
corpus) era un recurso efectivo sólo para afirmar derechos frente a las autoridades administra-
tivas. Era de muy poca utilidad si una detención -había sido efectuada a consecuencia de un
fallo de algún tribunal, aun cuando se hubiera privado al acusado de sus derechos básicos en
la tramitación de la causa", añadiendo que ". .. el habeas corpus se ha convertido en un recurso
más efectivo que la apelación, puesto que la Corte puede ir más allá del expediente del tribunal
de primera instancia, y puede considerar puntos y pruebas no presentadas a este último. Así
puede emplearse para obtener un nuevo juicio cuando el primer juicio fue llevado a cabo bajo
la amenaza de violencia física por parte de una multitud para poner en duda la admisibilidad de
pruebas presentadas para el logro de una condena judicial; para invalidar una confesión de
culpabilidad obtenida por presión ejercida por la policía; y en el que resulta ser el caso más
frecuente, para hacer valer el derecho de una persona pobre o necesitada a que el gobierno le
provea de abogado que le ayude en la defensa de su causa", concluyendo que "En suma, el
habeas corpus se ha convertido virtualmente en un juicio de amparo en materia penal, aunque
aún en ese caso, no puede emplearse cuando hay disponible cualquier otro recurso adecuado,
tal como la apelación."69
"El propósito histórico de este recurso, asevera Herman Pritchet, ha sido oponer la detención
por autoridades ejecutivas, sin proceso judicial, y hasta 1867 no podía disponerse contra
sentencias impuestas por tribunales de jurisdicción competente. Pero en dicho año el Congreso
acordó a los tribunales federales una amplia autorización para emitir mandamientos de habeas
corpus, en favor de prisioneros bajo custodia en violación de la Constitución o cualquier tratado
o ley de los Estados Unidos"70

Al lado del habeas corpus, como medio de garantía del derecho declarado de la
libertad humana y, en general, de los demás consagrados por la Constitución, en
Estados Unidos funciona lo que Rabasa ha denominado el "juicio constitucional",
análogo al que así consideró dentro del régimen jurídico inglés. Para dicho autor, "el
juicio constitucional americano se forma de todos los procedimientos mediante los

69
“El Control Jurisdiccional de la Constitucionalidad de la Leyes”, págs. 92 y 93. (Conferencias
publicadas por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1962).

70
La Constitución Americana. Tipografía Editora Argentina. Edición 1965.
cuales se puede llevar al conocimiento de la Suprema Corte un caso en que la
Constitución se aplica".71

Por lo que se ve, el régimen de control que opera en los Estados Unidos no es unitario como
nuestro juicio de amparo, pues se traduce o revela en los diferentes medios de proteger la
Constitución, como objetivo primordial de tutela, contra las violaciones cometidas por aquéllas
autoridades, generalmente judiciales, que han aplicado preferentemente una disposición legal
que contraviene el texto constitucional o que han omitido tomar en cuenta los mandatos de
éste.
Sin embargo, no solamente la Constitución en general es protegida por el juicio constitucional
en el sistema americano, sino también las leyes federales que de ella emanen y los preceptos
de los tratados internacionales para cuyo control es competente la Suprema Corte. El
fundamento de esta protección extensiva a cuerpos legales no constitucionales, estriba en la
supremacía jurídica con que se les invistió respecto de los ordenamientos de carácter local,
consagrada en los siguientes términos, muy parecidos a los que integran el texto de nuestro
artículo 133 constitucional: “Esta Constitución y las leyes de los Estados Unidos que se hagan
en su prosecución y los tratados hechos o que se hagan con la autoridad de los Estados, serán
la ley suprema del t o país, los jueces de cada Estado se someterán a ellos, a pesar de lo que
en contrario haya en las constituciones o leyes de los Estados." De acuerdo con la anterior
disposición, la jerarquía normativa queda en la siguiente forma en el orden jurídico
estadounidense: a).-Constitución federal, leyes federales y tratados internacionales; b).-
Constituciones locales, y c).-Leyes locales no constitucionales.

Pues bien, dada la supremacía de los ordenamientos integrantes del primer grupo,
resulta que cuando en un procedimiento determinado se aplica con preferencia una
disposición jurídicamente inferior, el afectado puede interponer el recurso
correspondiente, por lo general el llamado writ of certiorari (que sustituyó desde 1928
al writ of error) ante el superior jerárquico del juez que cometió la violación. Por
consiguiente, el control del orden constitucional y legal federal en los Estados Unidos
funciona como excepción o en vía defensiva, es decir, como una mera defensa
procesal del agraviado hecha valer en un juicio previo, en el que por alguna resolución
se hubiese desconocido la supremacía jurídica a que hemos aludido, no implicando,
por tanto, como entre nosotros, un proceso autónomo, distinto y sui-géneris (juicio de
amparo).
En cuanto a la competencia jurisdiccional para conocer de dicho medio de control en el
sistema americano, incumbe su decisión a los tribunales jerárquicamente superiores

71
El Juicio Constitucional.- Pág. 206.
del juez que no haya aplicado preferentemente las disposiciones supremas; y agotada
la jurisdicción común, el caso puede pasar a la Corte Suprema federal, la cual tiene la
facultad de aceptar o rechazar su conocimiento, cuando en su concepto ya hubiese
quedado o no definitivamente resuelto por los tribunales locales o federales, según
corresponda.
Los recursos específicos en que principalmente se traduce el sistema de control
norteamericano son el writ of error (subsistente hasta 1928, según dijimos), el de
injunction, el llamado mandamus y el que recibe el nombre de certiorari.
El primero era una especie de apelación que se interponía contra la sentencia
definitiva de un juez que no hubiese aplicado preferentemente las leyes supremas del
país frente a una disposición legal que se les contraponga. En esta forma, el superior
jerárquico del juez a quo, era a quien incumbía el conocimiento y la tramitación del writ
of error, que venía a ser definitivamente resuelto por la Suprema Corte, por lo que ésta
siempre ejercía el control en competencia derivada. El writ of mandamus es una
especie de orden dirigida por la Suprema Corte a las autoridades para obligadas a
ejecutar sus propias decisiones pudiendo decirse que en este caso dicho organismo
judicial sí tiene competencia originaria, "pues la Ley Orgánica del poder judicial de la
federación facultaba a la Corte para expedir 'mandamus' contra cualquier autoridad o
funcionario".72 El writ of certiorari es un recurso que tiene por objeto revisar los actos
de un órgano judicial inferior o de un organismo que actúe en forma quasi-judicial, de
tal manera que la parte interesada pueda obtener justicia más rápidamente y para que
se corrijan las irregularidades y los errores que hubiere en el procedimiento. Se da en
favor de aquel que no reciba pronta y expedita justicia o cuando en el negocio en el
que sea interesado no se proceda con imparcialidad.
En otras palabras, "las funciones de writ of certiorari en la common Iaw y en la
equidad se reducen simplemente a cerciorarse de la validez de los procedimientos
seguidos ante un tribunal de justicia, o sobre la imputación de su validez porque no se
hayan cumplido las formas esenciales de las leyes del procedimiento, o en caso de
que se alegue falta de jurisdicción del tribunal correspondiente. Se limita a examinar la
validez externa de los procedimientos admitidos por el tribunal inferior. Por tal motivo,
el writ of certiorari corresponde al Juicio de Amparo y Recurso de Casación en la parte
que se relaciona con la violación de las leyes de procedimientos" .73

72
El Juicio Constitucional.-Pág. 113.

73
Maurice Minchen.- Comparación General de la Constitución de México y Estados Unidos.- Págs. 160
y 161.
Más explícito es Pritchett cuando afirma que el recurso de certiorati procede ante la
Corte "cuando existan razones especiales e importantes para ello", figurando entre
ellas las consistentes en que "exista contradicción en la decisión de dos cortes de
apelación; mando una corte estadual (estatal), o una corte federal de apelaciones,
hayan resuelto una cuestión importante de derecho federal, sobre la cual nunca se ha
pronunciado la Suprema Corte, o en tal forma que sea contradictoria con la juris-
prudencia vigente de la Corte; o cuando una corte federal se ha apartado tanto de los
cánones aceptados en los procedimientos judiciales, que justifique el ejercicio del
poder de supervisión de la Suprema Corte".74
El writ of injunction "es el mandamiento que el actor solicita del juez a efecto de que
éste impida y suspenda la ejecución de cualquier acto ilícito por un particular o una
autoridad, indistintamente; y en los juicios que versan sobre la materia constitucional
es el medio usual, por tanto, para que los tribunales, a instancia de parte agraviada,
examinen la constitucionalidad de leyes o actos de la autoridad y suspendan e impidan
su ejecución. En otras palabras, desempeñan la misma función que el incidente de
suspensión y el juicio de amparo, en el sistema mexicano, pero no en materia penal,
sino civil exclusivamente" 75
El fundamento jurídico del sistema de control en los Estados Unidos, que opera al
través de los diversos recursos que se han reseñado, se encuentra en el principio
mismo de la supremacía constitucional consagrado en el artículo VI, párrafo segundo,
de la Ley fundamental de aquel país, precepto que, como hemos afirmado, lo extiende
a las "leyes federales" y a los "tratados internacionales". Conforme a tal principio y

74
Op. cit., Págs. 152 y 153.
75
El Derecho Anglo Americano, por el Lic. Oscar Rabasa, págs. 640-641, obra en la cual su autor trata
ampliamente el sistema jurídico de los Estados Unidos, encontrándose en ella minucioso desarrollo
explicativo de los recursos constitucionales americanos, así como en la obra que indicamos en la nota
anterior.
"El writ of mandamus, ordenamiento judicial, dice este tratadista, es el procedimiento que desempeña la
misma función que el writ of injunction, con la sola distinción de que en tanto que este último sirve para
impedir, en forma prohibitiva, la ejecución del acto o ley reclamados, el primero tiene por objeto la
ejecución, de un modo activo, de un acto u obligación por la autoridad demandada cuando la violación
consiste en la negativa de ésta a ejecutar lo que legalmente está obligada a llevar a cabo." Sostiene Oscar
Rabasa que el "mandamus" reconoce un origen muy remoto, "pues estaba ya en uso en Inglaterra desde el
siglo XIV, y pasó a formar parte del derecho procesal ordinario de los Estados Unidos desde antes de la
independencia de este país (sic), de donde se extendió a los procedimientos de los tribunales federales, en
la materia de que éstos conocen, incluso en la orden constitucional"; y al referirse posteriormente al writ
of certiorari y a la certification of questions, como recursos de apelación, asienta que por virtud de éstos
"todas las controversias que versen sobre la aplicación e interpretación de la Constitución, leyes federales y
tratados internacionales celebrados por los Estados Unidos, que se inicien en los tribunales federales o
estatales, pasan en revisión a la Suprema Corte de la nación, a efecto de que este alto tribunal, como
intérprete supremo de la Constitución Federal dicte en cada caso la resolución definitiva sobre la cuestión
constitucional que se hubiere planteado” (Op. cit., págs. 641 y 649).
según la disposición invocada, los jueces de cada Estado están obligados a ceñir sus
fallos a la Constitución federal, a las leyes federales y a los mencionados tratados, "a
pesar de cualquier cosa en contrario que se encuentre en la constitución o las leyes de
cualquier Estado". De esta manera, la preservación del consabido principio y de los
ordenamientos por él tutelados funciona, como dijimos, en cualquier procedimiento
judicial, mediante el writ of certiorari principalmente, asumiendo todos los tribunales el
papel de "órganos de control" con independencia de su naturaleza y categoría.

Aunque dentro del sistema estadounidense no existen tribunales especiales de control


sobre leyes inconstitucionales, frente a éstas se protegen los ordenamientos supremos
y primordialmente la Constitución federal a través de la invalidación de los actos en
que aquéllas se hubieren aplicado. Esta invalidación no entraña la declaración de
inconstitucionalidad de una ley, sino simplemente su ineficacia, que importa, a su vez,
el deber negativo para toda autoridad judicial de aplicada. Cualquier juez, dice Grant,
"tiene el poder y el deber de aplicar las leyes constitucionales por encima de cualquier
otra regla, y por lo tanto de considerar nula y de ningún valor cualquier ley, decreto,
reglamento o hecho que sea contrario a la ley fundamental", y agrega " ... la invalidez
de una ley no data desde la fecha en que la Corte así la declaró. Las cortes no
invalidan las leyes; se niegan a ponerlas en vigor (sic), porque no son válidas" .76
En síntesis, en Estados Unidos existe como procedimiento tutelador de la libertad
humana el habeas corpus, cuyo conocimiento y tramitación son el resorte exclusivo de
las autoridades judiciales de las distintas entidades federativas, habiéndolo heredad o
del sistema jurídico tradicional inglés. Solamente en los casos ya indicados con
antelación, dicho recurso es de la competencia de los órganos jurisdiccionales fede-
rales, esto es, cuando la autoridad que ordena o ejecuta la prisión arbitraria tiene tal
carácter. Además del habeas corpus, en el sistema jurídico norteamericano funciona lo
que Rabasa denomina "juicio constitucional", cuyo objetivo estriba en proteger la
Constitución y demás cuerpos legislativos investidos de supremacía, como son las
leyes federales y los tratados internacionales, juicio que, como ya advertimos, no es
unitario como nuestra institución de amparo, sino que se fracciona o divide en los
diversos recursos procesales ya apuntados, dentro de los que ocupa singular
importancia el writ of certiorari, que es un medio de impugnar las resoluciones
judiciales en que no se haya respetado la supremacía normativa.

76 Op. cit., págs. 39 y 20.


En el juicio constitucional americano se ha pretendido hacer consistir un antecedente
histórico inmediato de nuestro juicio de amparo. Sin tratar de desmentir tal concepción,
que mucho tiene de verdadera por la similitud de ambas instituciones jurídicas,
solamente queremos advertir, en contra de lo que varias opiniones han afirmado, que
nuestro medio de control de constitucionalidad es en muchos aspectos superior al
estadounidense, como se podrá fácilmente colegir del análisis de la naturaleza o
índole de ambos juicios, y que si el mexicano se inspiró en el americano, no por eso es
semejante únicamente, sino superior. Estas aseveraciones van implícitas en el estudio
que emprendemos acerca de nuestro juicio de amparo, por lo que con ellas cerramos
el presente título.

XI. ARGENTINA

En este país se ha adoptado el habeas corpus del derecho anglo-norteamericano


como medio jurídico que protege exclusivamente la libertad personal o física
(ambulatoria) contra las detenciones arbitrarias o ilegales, sin que su tutela se extienda
a otros derechos del gobernado consagrados constitucionalmente. Según sostiene
Linares Quintana,77 la jurisprudencia de la Suprema Corte argentina reiteró que
"aparte de dicho instituto procesal (el habeas corpus), no existe ningún otro que
ampare, en la forma rápida y expeditiva de aquél, el goce y el ejercicio de los demás
derechos constitucionales fuera de la libertad física garantizada por el habeas corpus".
Ante tan menguada protección del gobernado, dicho alto tribunal, mediante sentencia
de 27 de diciembre de 1957, dictada en el caso "Angel Siri” creó el "amparo", como
acción distinta del habeas corpus, para tutelar "todos los aspectos de la libertad
constitucional" no preservados por éste.78

El apoyo toral que encontró la Corte argentina para establecer o "reconocer" el amparo se
expresa en los siguientes términos: " ... en consideración al carácter y jerarquía de los prin-
cipios de la Carta fundamental relacionados con los derechos individuales, esta Corte
Suprema, en su actual composición y en la primera oportunidad en que debe pronunciarse
sobre el punto, se aparta así de la doctrina tradicionalmente declarada por el tribunal, en
cuanto relegaba al trámite de los procedimientos ordinarios, administrativos o judiciales, la
protección de las garantías no comprendidas estrictamente en el habeas corpus. Los preceptos
constitucionales, tanto como la experiencia institucional del país, reclaman de consuno el goce

77
“Acción de Amparo”, pág. 13.
78
Ibid. Pág. 21.
y ejercicio pleno de las garantías individuales para la efectiva vigencia del Estado de Derecho,
e imponen a los jueces el deber de aseguradas.79

Como se ve, el "amparo argentino" es de origen judicial, o sea, su institución no es


constitucional ni legal, circunstancia que genera notoriamente su inestabilidad, pues
basta el cambio de criterio de la Suprema Corte para que su procedencia se restrinja o
desaparezca.
Por otra parte, dicho tribunal, en otros fallos, ha extendido el "amparo" contra actos de
particulares y de los llamados "grupos de presión" cuando ataquen la libertad
individual.

Así, en el caso Samuel Kot, S. de R. L., fallado el 5 de septiembre de 1958, la Corte argentina
afirmó que "si bien en el precedente citado (caso Angel Siri) la restricción ilegítima provenía de
la autoridad pública y no de actos de particulares, tal distinción no es esencial a los fines de la
protección constitucional. Admitido que existe una garantía tácita o implícita que protege los
diversos aspectos de la libertad individual (art. 33 de la Constitución nacional), ninguna reserva
cabe establecer de modo que excluya en absoluto y a-priori toda restricción que emane de
personas privadas", agregando: "nada hay, tampoco, que autorice la afirmación de que el
ataque ilegítimo, grave y manifiesto, contra cualquiera de los derechos que integran la libertad,
lato sensu, carezca de la protección constitucional adecuada --que es, desde luego, la del
habeas corpus y la del recurso de amparo, no la de los juicios ordinarios o la de los interdictos,
con traslados, vistas, ofrecimientos de pruebas, etc.-, por la sola circunstancia de que ese
ataque emane de otros particulares o de grupos organizados de individuos. 80

Linares Quintana señala las condiciones generales de procedencia del amparo


argentino, indicando que éste se puede ejercitar cuando "aparezca, de modo claro y
manifiesto, la ilegitimidad de una restricción cualquiera a alguno de los derechos
esenciales de la personalidad humana" y siempre que el daño que esta restricción
causara al afectado no sea fácil y rápidamente reparable por los procedimientos ordi-
narios, administrativos o judiciales. 81 y 82 El mencionado autor enseña que son los
jueces quienes "deben restablecer de inmediato y en su plenitud el derecho restringido
ilegítimamente", y para justificar el amparo contra actos de "grupos de presión" con-

79
Ibid. Pág. 23.
80
Ibid. Págs. 27 y 29.
81
y 111 Ibid. Págs. 68, 69 y 70.
sidera que "El propósito que orienta al instituto es lograr la protección integral de la
plenitud del goce de la libertad constitucional, al margen de quien sea el autor de la
turbación o supresión de ella. En la dinámica política contemporánea ya no aparece el
Estado como único agente que puede hacer peligrar los derechos constitucionales del
hombre, sino que los llamados grupos de presión actúan no pocas veces contra la
libertad humana con fuerza superior a la de los órganos estatales mismos."
Fácilmente se advierte de los breves comentarios que anteceden que el pomposa-
mente llamado "amparo argentino" adolece de muchas deficiencias que lo colocan en
una situación de notoria inferioridad respecto del nuestro. En primer lugar, el amo paro
mexicano es una institución procesal constitucional, es decir, establecida por la
Constitución federal expresamente, a diferencia del "amparo argentino" que es de
origen judicial o jurisprudencial al haber sido implantado en una resolución dictada por
el tribunal supremo de aquel país en el caso Angel Siri que ya señalamos. En segundo
término, no es verdad que el amparo argentino pudiese ostentar una finalidad
protectora más extensa que el nuestro al proceder contra los "grupos de presión" y no
únicamente contra actos de autoridad propiamente dichos, por la sencilla razón de que
es técnica y prácticamente imposible que la acción constitucional se entable contra
tales "grupos", pues dado el carácter amorfo e impersonalizado de éstos; en el
proceso correspondiente no podría haber un sujeto demandado que defendiera su ac-
tuación ante la jurisdicción de control. La supuesta y pretendida procedencia del ampa-
ro contra los actos de los grupos de presión plantea interrogantes sin solución jurídico-
procesal, ya que ¿a quién emplazaría el juzgador constitucional; quién contestaría la
demanda de garantías; quién ofrecería pruebas y quién interpondría los recursos
pertinentes? En la hipótesis no admitida de que estos problemas no existieran, la
inoperancia del amparo contra tales grupos sería evidente, puesto que sería franca-
mente ingenuo y pueril pensar que las decisiones judiciales que en él se dictaran
pudieran remediar por sí solas, sin la intervención de la fuerza pública, las situaciones
de hecho que la conducta de los mencionados grupos amorfos y sin representación
legal, y ni siquiera visible, haya provocado, pues los hechos antijurídicos y antisociales
en que tal conducta se manifiestan sólo pueden ser prevenidos o reprimidos por las
autoridades policíacas o militares, en su caso, y sin perjuicio de que se sancione por la
autoridad judicial a sus autores o instigadores una vez identificados y en el supuesto
de que éstos hayan cometido algún delito.

Debemos observar, por otra parte, que en el caso Samuel Kot, S. de R. L., según la versión de
Linares Quintana, no se trató, en puridad jurídica procesal, de ninguna "impugnación
constitucional" al comportamiento del "grupo de presión" relacionado con él. Los antecedentes
judiciales de ese caso desmienten las aserciones de dicho autor, pues lo que en el "amparo"
respectivo se atacó fue la decisión de la "Cámara de apelaciones" que desecho la petición de la
referida empresa para que ordenara la desocupación de su fábrica detentada por la coalición
de obreros que la había ocupado después de que el paro que decretó fue estimado ilegal. Por
ende, lo que realmente constituyó el "acto reclamado" en ese "famoso" caso fue la citada
decisión, o sea, un acto de autoridad y no la conducta de los trabajadores huelguistas o
"paristas", es decir, de "grupo de presión" que se dijo formaron. Por lo demás, el caso Samuel
Kot, S. de R. L. no es para nosotros ninguna novedad, pues a través del amparo laboral se ha
logrado en México desde hace muchos años lo que Linares Quintana destaca como muy signi-
ficativo del "amparo argentino", a saber, obligar a las autoridades del trabajo que en cumpli-
miento de una sentencia constitucional ordenen, inclusive con el auxilio de la fuerza pública, el
desalojamiento de una fábrica por parte del grupo o grupos de trabajadores que ilegalmente la
ocupen, cuando la resolución atacada en vía de amparo importe la negativa para decretar
dicho desalojamiento.

XII. BRASIL

Para proteger la libertad física y "cualquier derecho firme y cierto" de las personas
contra actos del poder público, la Constitución brasileña vigente, de 18 de septiembre
de 1946, instituye respectivamente dos medios jurídicos, a saber, el habeas corpus y
el mandamiento de seguridad.

Así, su artículo 141 en sus apartados 23 y 24, establece: "Se concederá habeas corpus
siempre que alguien sufra o se encuentre amenazado de sufrir violencia o coacción en su
libertad de locomoción, por ilegalidad o abuso de poder"; y "para proteger derecho firme y cierto
no amparado por habeas corpus, se concederá mandamiento de seguridad, sea cual fuere la
autoridad responsable de la ilegalidad o abuso del poder".

La procedencia del habeas corpus brasileño no deja lugar a dudas, pues este recurso
es ejercitable para tutelar frente a cualquier acto de autoridad legalmente injustificado
la libertad personal del gobernado, finalidad en que se percibe claramente la influencia
directa del derecho anglo-norteamericano en la adopción de dicha institución procesal.
En cuanto al mandamiento de seguridad, su procedencia se supedita a la definición de
lo que deba entenderse por "derecho firme y cierto", pues sin estos atributos no
cualquier derecho del gobernado está preservado por el citado recurso. La doctrina
jurídica del Brasil, integrada por múltiples y diversas opiniones de los más dest acados
juristas de este país, no ha brindado un criterio uniforme sobre lo que deba concep-
tuarse, por "derecho firme y cierto", calificación que suele quedar bajo la discrecio-
nalidad de los tribunales.83
Atendiendo a su objeto de protección, no puede afirmarse que el mandamiento de
seguridad sea un medio exclusivo de tutela constitucional en favor del gobernado, ya
que solamente se le puede adscribir este carácter si el "derecho cierto y firme" se en-
cuentra consagrado o reconocido en la Constitución, pues si se instituye en alguna ley
secundaria o en un contrato o convenio, tal recurso será de índole ordinaria pese a su
definitividad.
Independientemente del habeas corpus y del mandamiento de seguridad que tutelan al
gobernado en particular en sus respectivos ámbitos de procedencia, en Brasil existe
un medio directo de control constitucional de contenido político frente a las entidades
federativas para asegurar diversos principios sobre los que éstas deben estructurarse.
El mencionado control se ejerce por la "intervención del Gobierno Federal" en los
casos previstos por el artículo 7 de la Constitución brasileña y para cuyo efecto el
Procurador General de la República debe someter el acto atacado de
inconstitucionalidad al examen del Supremo Tribunal Federal para que éste la declare,
procediendo entonces la intervención.84

83
No está en nuestro ánimo hacer un estudio del mandamiento de seguridad y ni siquiera referencia
alguna a la nutrida doctrina que sobre él se ha elaborado, pues el propósito que perseguimos estriba
simplemente en presentar una semblanza muy somera acerca del sistema implantado en el Brasil para la
protección del gobernado frente a actos del poder público. El análisis exhaustivo del citado recurso desde
su gestación y al través de sus distintas modalidades jurídicas, tanto legales como doctrinales y
jurisprudenciales, ha sido realizado por Alejandro Ríos Espinoza en su monografía intitulada
"Mandamiento de Seguridad", publicada en el número 53, Tomo XIV, enero-marzo 1964, de la Revista
de la Facultad de Derecho de México, sin dejar de recomendar el estudio que sobre dicha institución
formula Segundo V. Linares Quintana en la obra que hemos citado en notas anteriores.
84
Así, los artículos 7, fracción VII, y 8 de la Constitución del Brasil disponen: "El Gobierno Federal no
intervendrá en los Estados, salvo para: VII-Asegurar la observancia de los siguientes principios: a).-
Forma republicana representativa; b).-Independencia y armonía de los poderes; c).-Temporalidad de las
funciones electoras, limitada la duración de éstas a las funciones federales correspondientes; d).-
Prohibici6n de reelección de gobernadores y prefectos para el período correspondiente; e).-La autonomía
municipal; f).-Presentación de cuentas de la administración; g).- Garantías de poder judicial" (art. 7). "La
intervención será decretada por ley federal en los casos números VI y VII del artículo anterior. Parágrafo
único: en el caso del Núm. VII, el acto atacado de inconstitucionalidad será sometido por el Procurador
General de la República al examen del Supremo Tribunal Federal y si éste la declarase, será decretada la
intervenci6n" (art. 8).
XIII. NICARAGUA

Es en este país centroamericano donde nuestro juicio de amparo ha tenido una


determinante influencia en la estructuración del sistema jurídico de protección a los
derechos del gobernado y de control constitucional. Nicaragua, en efecto, adoptó
nuestra institución en sus principios y lineamientos generales, sin haber suprimido,
empero, el habeas corpus, no obstante que dentro de la teleología del amparo este
recurso pudiese haber quedado subsumido. Tan es así, que la Ley de Amparo nica-
ragüense regula a ambos medios de preservación.

En efecto, el artículo 1 de este ordenamiento dispone que "La presente ley establece los
medios legales de ejercer el derecho de amparo, a fin de mantener y restablecer la supremacía
de la Constitución Política y Leyes Constitucionales. Conforme a ella se resolverá toda la
cuesti6n que se suscite: l.-Por violación de la Constitución o de las Leyes constitucionales,
mediante leyes, decretos, resoluciones, órdenes, mandatos o actos de cualquier funcionario,
autoridad, corporaci6n pública o agente de los mismos: 2.-Por inconstitucionalidad de una ley o
decreto que se refiera a asuntos no ventilables ante los tribunales de justicia, al ser aplicados
en caso concreto, a cualquier persona, en perjuicio de sus derechos; 3.-Por detención o ame-
naza de ella en virtud de orden de cualquier funcionario o autoridad; 4.-Por actos restrictivos de
la libertad personal de cualquier habitante de la República realizados por particulares; 5.-Por
auto de prisi6n dictado contra quien, no estando detenido, pretenda librarse de sus efectos."

Claramente se advierte del precepto transcrito el objeto tan dilatado que tiene el
amparo en Nicaragua, que abarca inclusive al habeas corpus. De ahí que la distinción
entre "amparo" y "habeas corpus" no se justifica lógica ni jurídicamente con vista a la
amplitud que presenta la mencionada disposición legal.

A pesar de ello, el jurista nicaragüense Arístides Somarriba afirma la citada distinción al


sostener que "A este respecto, es pertinente distinguir entre la acción de amparo propiamente
dicha a que se refieren los incisos 1 y 2 del artículo 1 de la Ley de Amparo y el recurso de
habeas corpus comprendido en los incisos 3, 4 y 5 del citado artículo, pues en el amparo
propiamente dicho el demandado sólo puede serlo la autoridad, mientras que en el habeas
corpus es pertinente asimismo por actos restrictivos de la libertad personal de cualquier ha-
bitante de la República realizada por particulares.85
El amparo en Nicaragua es un verdadero medio de control constitucional, puesto que a través
de él "El Poder Judicial y especialmente la Corte Suprema de Justicia no sólo protegen los

85
Trabajo presentado al “Seminario sobre Amparo, Habeas Corpus y otros Recursos Similares”
efectuado en la ciudad de México en agosto de 1961.
derechos constitucionales del hombre frente a los abusos del poder, sino que tutelan el
régimen constitucional íntegro manteniendo a los tres poderes dentro del ámbito de sus fun-
ciones, impidiendo que se extralimiten y de esta manera invadan la esfera de los derechos
individuales."86 Funciona, además, conforme a los principios que caracterizan al amparo me-
xicano y que en el capítulo respectivo estudiamos en esta obra, contándose entre ellos los de
iniciativa o instancia de la parte agraviada, de la existencia del agravio personal y directo, de
definitividad, etc.; y en cuanto a la suspensión del acto reclamado hay puntuales semejanzas
con nuestra institución.

Es altamente satisfactorio y nos colma de legítimo orgullo constatar que en un país,


como Nicaragua, se haya adoptado nuestro juicio de amparo que se proyecta ya
internacionalmente, pues como dice Somarriba "Insisto y repito que México ilumina al
mundo en la búsqueda de los medios más rápidos y eficaces para la protección de los
derechos del hombre y para el mantenimiento de la constitucionalidad."87

XIV. ADVERTENCIA FINAL

La somera inquisición que hemos realizado acerca de las instituciones extranjeras que
pudieren ofrecer similitud con nuestro juicio de amparo, sólo ha comprendido algunas
de las que se han estimado primordiales. Es tarea un tanto cuanto difícil precisar con
perfiles dogmáticos si dichas instituciones realmente significan antecedentes históricos
del juicio constitucional mexicano, o si simplemente guardan una relación de
equivalencia con él, en los diferentes regímenes a que hemos aludido.
No ha estado en nuestro ánimo emprender un estudio comparativo entre el juicio de
amparo y los medios de control o protección constitucional que se han implantado en
otros países distintos de los reseñados, ya que este tema, además de exigir un
tratamiento prolijo, excedería del contenido de la presente obra, por incidir en el campo
de investigación del Derecho Constitucional Comparado.88

86
Ibid.

87
Ibid.
88
Esta insigne tarea la ha emprendido el jurista mexicano Héctor Fix-Zamudio en su obra “Veinticinco
Años de Evolución de la Justicia Constitucional”, 1940-1965 (impresa en 1968 bajo el patrocinio del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM). El mismo autor, en la Gaceta Informativa del citado
Instituto, presenta un estudio muy interesante sobre la Institución denominada Ombudsman, característica
del Derecho Público Sueco, y que tiene como función esencial la vigilancia y fiscalización de la actividad
de las autoridades administrativas, como una especie de "defensor de pueblo", funcionario que también
opera en la Constitución Monárquica Española aprobada por referéndum en diciembre de 1978 (Cfr. Op.
cit., número correspondiente a septiembre-diciembre de 1981). Es interesante, además, reproducir algunas
de las ideas del doctor Jorge Carpizo sobre la referida institución. Dice, al efecto, que "El ombudsman
Sin duda alguna, además de los regímenes extranjeros a que brevemente nos hemos
referido, existen Estados en Europa y América cuyo orden constitucional brinda al
gobernado medios jurídicos para defender sus derechos frente a los actos del poder
público o implanta sistemas procesales para su propia conservación. Tal sucede,
verbigracia, con Suiza, Austria y la República Federal Alemana, cuyas instituciones de
preservación constitucional estudia documentadamente el jurista italiano Mauro Cap-
pelletti, quien, dicho sea de paso, es un admirador del amparo mexicano.89 y 90

nació en Suecia con la Constitución de 1809 y persiguió establecer un control adicional para el
cumplimiento de las leyes, supervisar cómo éstas eran realmente aplicadas por la administración, y crear
un nuevo camino, ágil y sin formalismos, por medio del cual los individuos pudieran quejarse de las arbi-
trariedades y violaciones cometidas por autoridades y funcionarios. Más de cien años después de su
creación, el ombudsman fue adoptado, por primera vez, por otro país que no fuera Suecia, por Finlandia,
en su Constitución de 1919. Más de tres decenios después el ejemplo fue seguido por Dinamarca. En
1962 se admitió por Nueva Zelandia y fue la primera vez que se instituyó en un país fuera de
Escandinavia. Pero a partir de esta fecha es una institución que comienza a ser muy estudiada y discutida
en congresos, y simposios internacionales y adoptada, ya sea nacional o localmente, por países como
Gran Bretaña, Canadá, Francia e Italia” (Gr. artículo publicado en "Excelsior” el 25 de julio de 1990).
89
En la República Popular China operaba un control respecto de las "disposiciones y órdenes" del
Consejo de Estado que contradijeren "la Constitución, las leyes y los decretos" (art. 31, inciso 6, de la ley
fundamental de ese país). Dicho control era constitucional y legal habiendo sido ejercitable sobre actos
del citado Consejo, que era el órgano administrativo supremo del Estado (art. 47), por el Comité
Permanente de la Asamblea Popular Nacional. Estas referencias se contraen a la Constitución China
expedida en 1954, la cual fue sustituida por la que entró en vigor en enero de 1975 y en la que se
suprimió el cargo de Presidente de la República para erigir al Partido Comunista de ese país en el órgano
supremo y omnímodo rector de la vida del pueblo y del Estado.
90
Consúltese la monografía de dicho autor intitulada “La Giuridizione Constitucionale delle Liberta”
(1955), publicada por el Instituto de Derecho Comparado de la UNAM (hoy de Investigaciones
Jurídicas).
EL JUICIO DE AMPARO 1. El Juicio de Amparo
Terminología. Para el Diccionario de la lengua
Española el vocablo amparo tiene un significado liberatorio; acción o efecto de
ampararse, abrigo o defensa, al amparo de; con la ayuda, o el apoyo de otro, en el
sentido de proteger o tutelar los derechos de una persona.

Generalidades. El juicio de amparo por sus alcances y efectos, es una de las


instituciones jurídicas de mayor trascendencia en el derecho positivo mexicano.
En nuestro país, sustentado con las aportaciones de los juristas Manuel Crescencio
Rejón, el liberal Mariano Otero, enriquecidas por Ignacio L. Vallarta y Emilio Rabasa,
se adoptó el juicio de amparo como medio de defensa del gobernado frente a los actos
inconstitucionales del gobernante, teniendo en la Constitución su origen y finalidad,
como guardián y protector del derecho y la legalidad.
Se denomina también juicio de garantías o juicio constitucional y constituye un
procedimiento extraordinario de naturaleza jurisdiccional establecido en defensa del
imperio de la Constitución. Su finalidad es hacer respetar y en su caso restituir las
garantías individuales y sociales del gobernado.

Fundamentos. El amparo se estructura y fundamenta en la Constitución y en su Ley


reglamentaria, se complementa en la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación; las normas que le rigen son de carácter adjetivo, el derecho sustantive lo
constituyen las garantías individuales.
El sustento del juicio de amparo, son los principios de Supremacía de la
Constitucional; el Estado de Derecho; el respeto a la legalidad y la División de
Poderes, los cuales al ser vulnerados requieren que se restaure el orden constitucional
a través de la tramitación del juicio de amparo, por lo tanto se considera:
 Medio Jurídico de protección, tutela y preservación de, la constitucionalidad.
 Medio de defensa del gobernado.
 Remedio frente a los actos de inconstitucionalidad del gobernante.
 Institución eminentemente procesal, y el instrumento de protección de los
derechos fundamentales del gobernado.
 Guardián del derecho, de la Constitución y de las Leyes ordinarias que de ella
emanen.
El amparo es un juicio extraordinario que bajo las formas del procedimiento; tiene por
objeto:
 Protección a la inviolabilidad de la Constitución.
 Control de la constitucionalidad de las Leyes.
 Control del principio de la exacta aplicación de la Ley.
 Protección de las garantías individuales consagradas en la constitución.
 Mantener el equilibrio de los Poderes de gobierno por invasión de esferas de
soberanía.

Funciones del Poder Judicial. Mediante el juicio de amparo el Poder Judicial Federal,
tiene como funciones. relevantes:
 Garantizar la aplicación de los principios y disposiciones de la Constitución.
 Anular los actos ilegales y arbitrarios de la autoridad.
 Resolver la inaplicación de los tratados, leyes y reglamentos contrarios a la
norma fundamental.
 Interpretar el contenido de la misma y de las leyes secundarias.
 Resolver contradicción pe criterios.

Importancia. El amparo en ocasiones es la última instancia de impugnación contra las


violaciones de garantías individuales contra actos de autoridad que se traduzcan en
una afectación actual, personal y directa de los derechos de las personas jurídicas
consagrados en la Constitución.

2. Conceptos.

Alfonso Noriega Cantú. El amparo es un sistema de defensa de la Constitución y de


las garantías individuales, de tipo jurisdiccional, por vía de acción, que se tramita en
forma de juicio ante el Poder Judicial Federal y que tiene por materia, las leyes o actos
de la autoridad que violen las garantías individuales o que impliquen una invasión de la
soberanía de la Federación de los Estados y viceversa y, que tiene como efecto la
nulidad del acto reclamado y la reposición del quejoso en el goce de la garantía viola-
da, con efectos retroactivos, al momento de la violación.1

1
Noriega Cantú Alfonso, Lecciones de Amparo, Editorial Porrúa, México, 1975, T.I, 2ª ed. pág. 58.
Jorge Gabriel García Rojas. Es un recurso extraordinario que se interpone ante los
tribunales de la federación para obtener la nulidad de un acto de autoridad o la
inoperancia de una ley que viola los derechos constitucionales de los particulares, ya
sea por desacato directo de la Constitución o la aplicación indebida de cualquier
norma inferior.2

Eduardo Pallares. El amparo es un juicio autónomo, cuya finalidad es mantener el


orden constitucional, el principio de legalidad y hacer efectivas por el órgano
jurisdiccional, las garantías otorgadas en los primeros 28 artículos de la Constitución
General de la República.3

Manuel Bernardo Espinoza Barragán. El amparo es una institución jurídica que se


tramita y resuelve por los órganos del Poder Judicial federal y excepcionalmente por
órganos jurisdiccionales locales, a instancia del gobernado que considera que un acto
de autoridad afecta su esfera jurídica por ser contrario a las garantías que en su favor
consagra la Constitución, después de haber agotado contra él los medios de defensa
ordinarios, con el objeto de que él mismo se deje insubsistente y sin efecto en el caso
especial sobre el que versa la demanda, y se le mantenga o restituya en el goce de la
garantía que estima infringida.4

De lo anterior se infiere, que el juicio de amparo es un proceso autónomo de control de


la constitucionalidad y de la estricta aplicación de la legalidad por órgano judicial
federal, que tiene por objeto restituir al gobernado el pleno goce de sus garantías
violadas por actos o leyes de autoridad.

3. Sistemas de Defensa de la Constitucionalidad.


La defensa de la Constitución tiene por finalidad lograr que la actuación de los poderes
públicos, se circunscriba al marco de su órbita de competencia Constitucional que les
dio origen, y la doctrina los ubica de la siguiente forma:

2
García Rojas Jorge Gabriel, Curso de Garantías y Amparo Impartido en la Escuela de Derecho de la
Universidad Iberoamericana 1967, citado por José de Jesús Gudiño Pelayo, Introducción al Amparo
Mexicano, Editorial Textos Iteso, 1995, p. 38.
3
Pallares Eduardo, Diccionario Teórico y Práctico del Juicio de Amparo, Editorial Porrúa, México
1970, 2ª edición, p. 23.
4
Espinoza Barragán Manuel Bernardo, El Juicio de Amparo, Editorial Oxford, México D.F., 1999, p. 31
y 32.
a) Sistema de Defensa Constitucional por Órgano Político. El control de la
constitucionalidad lo ejerce un órgano político del propio Estado y sirve
para el cumplimiento de sus fines.
b) Sistema de Defensa Constitucional por Órgano Jurisdiccional. Se
desarrolla por conducto del Poder Judicial de carácter imparcial,
independiente y especializado, en estricto cumplimiento del principio, de
Supremacía de la Constitución.
c) Sistema de Defensa Constitucional por Órgano Neutro. Se ejerce
mediante el Jefe de Estado, en calidad de órgano neutro creado por la
monarquía constitucional en funciones de moderador, intermediario o
tutor del régimen jurídico, apoyándose de mutuo acuerdo en los
poderes legislativo, ejecutivo o judicial. Tiene facultades para disolver el
Parlamento, promover plebiscitos, refrendar o promover leyes y resolver
las controversias entre ellos.
d) Sistema de Defensa Constitucional por Órgano Mixto. Se confiere
conjuntamente a dos órganos estatales: Jurisdiccional y Político o bien
por una sola institución con ambas funciones, y conocen del
planteamiento de inconstitucionalidad según la naturaleza del conflicto.
e) Sistema de Defensa Constitucional por Órgano Popular. Integrado por
personas seleccionadas mediante el voto popular, funcionan de manera
más demagógica y menos jurídica.

4. Estructura Jurídica.
La complejidad actual de la institución del juicio de amparo implica una trilogía
estructural:
a) Es un proceso de control de la constitucional de las leyes. (Amparo
contra leyes y amparo soberanía)
b) Tutela y ampara genéricamente las garantías individuales.
c) Es un recurso de casación en cuanto cumple funciones de amparo
jurisdiccional o de legalidad.

5. Estructura Procesal.
El amparo comprende las instituciones y formalidades en que se desarrolla el
procedimiento; la suspensión del acto reclamado sin la cual no sería posible mantener
viva la materia del juicio, y los mecanismos para su debido cumplimiento:
a) De conocimiento. (Directo e indirecto)
b) Medida cautelar. (Incidente de suspensión)
c) Procedimiento de ejecución. (Incidente de inejecución de sentencias;
recurso de queja por exceso o defecto de ejecución, inconformidad y
repetición del acto reclamado).

6. Naturaleza Jurídica (diversas corrientes)


 Es un Interdicto semejante al de recuperar la posesión. (Ignacio Vallarta
Lozano y Fernando Vega).
 Es una Institución Política. (Silvestre Moreno Cora, Rodolfo Reyes y Ricardo
Cauto).
 Es Cuasi Proceso de naturaleza sui generis (Arturo Valenzuela).
 Es un Proceso en todos sus aspectos (Ignacio Burgoa, Romeo León Orantes,
Roberto A. Esteva Ruiz, Ignacio Medina y Jorge Trueba Barrera).
 Proceso Autónomo de Impugnación (Rafael de Pina, José Castillo Larrañaga
y José Becerra Bautista

Doble Naturaleza. De proceso en el amparo indirecto y de recurso en el directo.


(Emilio Rabasa y Héctor Fix Zamudio).
a) Amparo Directo. No es propiamente un juicio con el contenido y aceptación del
proceso -sino un recurso- puesto que no replantea la controversia del litigio
ordinario, ni otorga la bilateralidad de la instancia, tampoco el derecho de
ofrecer nuevas pruebas, sino que constituye un sistema de control de la
legalidad y la constitucionalidad, examinando en la sentencia el
comportamiento de la autoridad responsable, previo rendición de su informe
con justificación con copias certificadas o en su caso los originales de las
constancias de autos.
b) Amparo Indirecto. Por su estructura es un auténtico juicio en todos sus
aspectos, ya que sigue la forma lógica jurídica los actos procedimentales:
demanda, emplazamiento, audiencia, ofrecimiento y desahogo de pruebas que
culmina con la sentencia y admite una segunda instancia.

Procedimiento Extraordinario. La Jurisprudencia de la Corte ha sostenido


reiteradamente que el amparo no es en recurso que dé lugar a una nueva instancia,
sino un proceso extraordinario o juicio autónomo de aquél del que deriva el acto
reclamado, por su origen en la propia Constitución, composición, características
propias, y en atención a que la autoridad responsable siempre es parte, y sobre todo,
por su finalidad de decidir de manera independiente al procedimiento originario si el
acto de autoridad se ajustó a los imperativos de la Constitución.

"AMPARO, FINALIDAD Y NATURALEZA DEL. El juicio de amparo, es el instrumento


procesal creado por nuestra Constitución Federal para que los gobernados puedan
hacer proteger sus garantías constitucionales de las violaciones que al respecto
cometan las autoridades y ese instrumento no sólo debe ser motivo académico de
satisfacción, sino que también en la vida real y concreta debe otorgar a los ciudadanos
una protección fácil y accesible para sus derechos más fundamentales,
independientemente del nivel de educación de esos ciudadanos, e
independientemente de que tengan o no, abundantes recursos económicos, así como
del nivel de su asesoría legal. Esto es importante, porque la protección que el Poder
Judicial Federal hace de las garantías constitucionales de los gobernados debe
funcionar como un amortiguador entre el poder del Estado y los intereses legales de
los individuos, y en la medida en que ese amortiguador funcione, en vez de sentirse un
poder opresivo, se respirará un clima de derecho. Luego los Jueces de Amparo no
deben hacer de la técnica de ese juicio un monstruo del cual se pueda hablar
académicamente, pero que resulte muy limitado en la práctica para la protección real y
concreta de los derechos constitucionales real y concretamente conculcados. De
donde se desprende que las normas que regulan el procedimiento constitucional de-
ben interpretarse con espíritu generoso, que facilite el acceso del amparo al pueblo
gobernado. En un régimen de derecho, lo importante no es desechar las demandas de
amparo que no están perfectamente estructuradas, sino obtener la composición de los
conflictos que surgen entre gobernados y gobernantes, y resolver judicialmente sobre
el fondo de las pretensiones de éstos... Jurisprudencia. Informe 1977, Tercera Parte,
Tribunales Colegiados de Circuito, tesis 2, página 21."

7. Elementos Fundamentales.
Del análisis del concepto y naturaleza jurídica de la institución de amparo, podemos
advertir sus elementos fundamentales:
 Es un juicio constitucional.
 Autónomo (con características propias y reglas específicas).
 Extraordinario (independiente del proceso originario).
 Se promueve a instancia de parte agraviada o interesado.
 Procede contra leyes o actos de autoridad.
 Corresponde su conocimiento al Poder Judicial Federal.
 Su objeto es restituir las garantías individuales afectadas.
 Se considera de estricta aplicación, con excepción de algunas figuras procesal
del amparo social a favor de los desprotegidos.

8. Acción de Amparo.
 El derecho de acción está implícitamente reconocida por el artículo 8º de la
Constitución que consagra la garantía genérica de petición respetuosa de los
particulares y la obligación de la autoridad de dar respuesta oportuna y por el
artículo 17 del mismo ordenamiento legal que establece "ninguna persona
podrá hacerse justicia por sí misma" (...) "toda, persona tiene, derecho a que se
le administre justicia por Tribunales que estarán expeditos para impartirla en
los plazos y términos que fijen las leyes,."

 Luego entonces, la acción de amparo es el derecho público subjetivo del


gobernado solicitar, el amparo y protección de la justicia federal en contra de
los actos o leyes de autoridad que le perjudique en su esfera jurídica, con el
objeto de que se le restituyan las garantías individuales violadas.
El juicio de amparo únicamente puede promoverse por la parte a quien
perjudique la ley, el tratado internacional, el reglamento o, cualquier, otro acto
que se reclame, pudiendo hacerla por sí por su representante, por su defensor
si se trata de un acto que corresponda a una causa criminal, por medio de al-
gún pariente o persona extraña en los casos en que esta ley lo permita
expresamente; y sólo podrá seguirse por el agraviado, por su representante o
por su defensor. (Art. 4).

 La facultad de los gobernados para solicitar la protección de la Justicia Federal


deriva del artículo 103 de la Constitución, y para su ejercicio se requieren los
siguientes elementos:
a) Autoridad Responsable. Órgano de Gobierno del Estado.
b) Acto Reclamado. Ley o acto emitido en contra de un particular.
c) Violación de garantías individuales.
d) Quejoso o agraviado legitimado para actuar.

 La naturaleza de la acción de amparo es distinta a la del juicio natural, o


recursos: ordinarios, por tanto, es un procedimiento constitucional autónomo
extraordinario, con principios y características propias de su objeto, y pretende
el equilibrio de la actuación de la autoridad y del gobernado a la Constitución;
el respeto al Estado de derecho y la paz social.

 Interés Jurídico. Solo las personas afectadas en su esfera jurídica por actos o
leyes de autoridad, son titulares del derecho para promover el' juicio de amparo
en defensa de sus intereses.
El interés jurídico es una condición de la acción, es por lo tanto, un requisito
para la admisión de la demanda, siguiendo el axioma "donde no hay interés no
hay acción" ya que el amparó solo puede promoverlo la parte a quien le
perjudica la ley o el acto que se reclama.

Jurisprudencia. Se identifica con el derecho subjetivo que deriva de la norma objetiva y


que se concretiza en forma individual, otorgando la facultad o potestad de exigencia
oponible a la autoridad, por lo que el acto de autoridad deberá incidir o relacionarse
con la esfera jurídica del particular.

Jurisprudencia. En términos de los artículos 107, fracción 1, de la Constitución Política


de los Estados Unidos Mexicanos y 4º de la Ley de Amparo, el quejoso debe probar su
interés jurídico con elementos fehacientes que generen convicción de que el acto
reclamado afecta real y directamente sus derechos jurídicamente tutelados.

9. Extensión Protectora.
Conforme a los derechos tutelados por la constitución, los efectos del amparo son los
siguientes:
 Inmediato. Se contrae a la obtención de la sentencia o fallo actualizando la
voluntad concreta de la ley, restituyendo al afectado el pleno, goce de sus
garantías violadas.
La sentencia que conceda el amparo tendrá por objeto restituir al agraviado en
el pleno goce de la garantía individual violada, restableciendo las cosas al
estado que guardaban antes de la violación, cuando el acto reclamado sea de
carácter positivo; y cuando sea de carácter negativo, el efecto del amparo, será
obligar a la autoridad responsable a que obre en el sentido de respetar la
garantía de que se trate y, a cumplir, por su parte, lo que la misma garantía exi-
ja. (Art. 80).
 Mediato. Resulta ajeno a la pretensión concreta del titular de la acción, que es
mantener el orden constitucional y la paz social.

10. Marco Normativo.


El juicio de garantías se encuentra contemplado en los artículos 103 y 107 de la Carta
Fundamental, en su ley reglamentaria (Ley de Amparo), y en la jurisprudencia.

11. Procedencia.
"Articulo 1º. El juicio, de amparo tiene por objeto resolver toda controversia que se
suscite:
I. Por leyes o actos de la autoridad que violen las
garantías individuales
II. Por leyes o actos de la autoridad federal que
vulneren o restrinjan la soberanía de los Estados;
III. Por leyes o actos de las autoridades de estos que
invadan la esfera de la autoridad federal.

12. Mecanismos de Control de la Constitución.


 Juicio de amparo. Institución procesal que tiene por objeto proteger al
gobernado contra cualquier acto de autoridad que en detrimento de sus
derechos, viole la Constitución o las leyes reglamentarias.
 Acciones de Inconstitucionalidad. Juicios promovidos por las minorías
parlamentarias (33%), el Procurador General de la República o los partidos
políticos registrados ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con el
objeto de invalidar la norma general, decreto, reglamento o tratado
internacional que viole o contradiga la Norma fundamental. (Plazo de
presentación 30 días naturales contados a partir del día siguiente de su
publicación) (105 frac. II Constitucional).
 Controversias Constitucionales. Juicios promovidos ante la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, cuando se susciten conflictos entre poderes -Ejecutivo,
Legislativo o Judicial o niveles de Gobierno Federal, Estatal o Municipal o del
Distrito Federal- por afectación de un acto concreto, o disposición de carácter
general que implique invasión de esferas de competencia que contravenga la
constitución. (Plazos de presentación 30 días naturales contra actos concretos
o normas generales y 60 días cuando se trate de conflictos de límites) (105
frac. I de la Constitución).
 Procesos Jurisdiccionales en Materia Electoral. Juicios a través de los cuales
se examina que los actos y resoluciones de las autoridades electorales se
apeguen a la constitución y leyes aplicables. En el ámbito federal corresponde
su conocimiento al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación como
órgano especializado en la materia quien resuelve en definitiva e inatacable los
conflictos e impugnaciones contra actos de autoridades electorales federales o
locales que lesionen que lesionen los principios de constitucionalidad o
legalidad. (Plazo general de presentación 4 días siguientes a que se tenga
conocimiento del acto o resolución impugnada) (99 Constitucional) .

Tipos de Procesos: a) Juicio para la protección de los derechos políticos el electoral es


del ciudadano, b) Juicio de revisión constitucional electoral.
Las acciones inconstitucionalidad de leyes electorales federales o locales, son
competencia exclusiva de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
FUNCIÓN DEL JUICIO DE AMPARO DENTRO DE
GENERALIDADES DEL NUESTRO ORDENAMIENTO JURÍDICO
JUICIO DE AMPARO Para referimos a la función específica que tiene el
juicio de amparo dentro del Derecho Positivo
Mexicano, es necesario primero estudiar la relación que tiene con el concepto de
Defensa de la Constitución, a efecto de entender el panorama donde queda inscrito,
como medio eficaz para lograr la observancia de las disposiciones fundamentales.
Así pues, el tema de la Defensa de la Constitución trae a discusión cuestiones de
altísima importancia que no se han definido aún por la doctrina jurídica mexicana, por
ello en un intento de seguir los estudios del maestro Fix-Zamudio y sin realizar un
análisis exhaustivo de la materia, que por su complejidad es difícil sintetizar, nos
concretaremos a mencionar que la Defensa de la Constitución comprende: "los
instrumentos jurídicos y procesales que se han establecido tanto para conservar la
normativa constitucional como para prevenir su violación, reprimir su desconocimiento
y lograr el desarrollo y la evolución de las propias disposiciones constitucionales en un
doble sentido: desde el punto de vista de la Constitución formal, lograr su paulatina
adaptación a los cambios de la realidad político social, y desde el ángulo de la
Constitución material, su transportación de acuerdo con las normas programáticas de
la propia carta fundamental.”1
En este sentido, el tratadista que comentamos divide, exclusivamente para efectos de
investigación, el concepto genérico de la defensa constitucional en dos categorías: los
medios protectores de la Carta Fundamental (mecanismos preventivos) y las garantías
constitucionales. Se trata por un lado, de todos los medios que se han ido creando
para restringir el poder sujetándolo a los límites que le fija la propia Constitución y en
consecuencia, con ello también se respeten los derechos esenciales del hombre
consagrados en la Carta Federal, es lo que la doctrina reconoce como los mecanismos
preventivos o de protección, cuya finalidad es preservar las normas fundamentales,
evitar que sean transgredidas y mantener su vigencia. Pero ante la ineficacia de éstos,
igualmente existen las garantías constitucionales consideradas en su sentido técnico
jurídico como los sistemas de carácter procesal que reintegran el orden jurídico
constitucional cuando éste ha sido violado por los titulares de los órganos de
autoridad, por lo que son de índole restitutorio o reparador.

1
Fix-Zamudio, Héctor, Justicia Constitucional, Ombudsman y Derechos Humanos, Comisión Nacional de
Derechos Humanos, México, 1993, p. 258.
Dentro de la categoría de los medios de protección a la Constitución, el maestro Fix-
Zamudio los clasifica en cuatro rubros: instrumentos de carácter político, económico,
social y de técnica jurídica que han sido analizados a través de normas de carácter
fundamental e incorporados a los documentos constitucionales, con el propósito de
limitar el poder y lograr que sus titulares se sometan a los lineamientos establecidos
en la propia Constitución. Con ellos se pretende lograr la marcha armónica equilibrada
y normal de los poderes públicos y, en general, de todo órgano de autoridad.2
En cuanto a los mecanismos de carácter político, debe señalarse que tienen su
fundamento en el principio de división de poderes consignado en el artículo 49 de la
Constitución Federal que preceptúa:
"El Supremo Poder de la Federación se divide, para su ejercicio, en Legislativo,
Ejecutivo y Judicial... ", con ello se pretende establecer un equilibrio de acción entre
los tres poderes, para que cada uno realice sus funciones dentro de su respectiva
esfera de competencias, previniendo así violaciones a la norma fundamental. En la
actualidad, este principio se ha modificado notablemente, ya que no existe una sepa-
ración estricta entre los órganos del poder, sino que se ha transformado en un régimen
de colaboración mutua, en el que claro está, existe la separación de sus funciones
respectivas, sin dejar de reconocer la preminencia del Poder Ejecutivo.
Otra modalidad de la división de atribuciones, la constituye, según el maestro Fix-
Zamudio,3 la necesidad de que los titulares de los órganos de poder no permanezcan
indefinidamente en sus cargos, sino que los mismos deben tener una limitación
temporal, aspecto que nuestra Constitución recoge para las funciones públicas, v.gr.
tratándose de Presidente de la República y Gobernadores de los Estados se instituye
el principio de no reelección (artículos 83 y 116 fracción I, párrafo tercero).
Respecto a la protección de carácter económico, se pretende una regulación
constitucional de los recursos económicos y financieros del Estado, a través del
establecimiento de un órgano que vigile el adecuado uso que le den los encargados de
su manejo. De acuerdo con dichos instrumentos, los órganos legislativos aprueban
anualmente los presupuestos de ingresos y egresos, fiscalizan el gasto público,
autorizan los empréstitos, establecen los límites de la deuda pública e instituyen
organismos autónomos para supervisar el empleo de los recursos públicos y resolver
las controversias que surgen con su aplicación, cuya función no es jurisdiccional
completamente sino mínima parte, como es el caso de algunos países de Europa

2
Idem, p. 259.
3
Idem, p. 334.
como Alemania, Portugal, España en donde existen los Tribunales de Cuentas y
Contralorías Generales.4
En el caso particular de México, ello se corrobora constitucionalmente en los artículos
73 fracción VII que señala la obligación del Congreso de la Unión de establecer las
contribuciones necesarias para cubrir el presupuesto, y en el 74 fracción IV la facultad
exclusiva de la Cámara de Diputados de examinar, discutir y aprobar anualmente el
presupuesto de Egresos de la Federación, discutiendo primero las contribuciones que,
a su juicio, deban decretarse para cubrirlo, así como revisar la Cuenta Pública del año
anterior y el órgano controlador lo es la Contaduría Mayor de Hacienda.
En tercer lugar existe la protección a la Constitución de naturaleza social que se
manifiesta mediante la participación de diversos grupos sociales en la toma de
decisiones, la cual se realiza por medio de los partidos políticos que al menos en
teoría, dentro de un Estado de Derecho se intenta que alternen en el ejercicio del
poder, para vigilarse y controlarse recíprocamente con el fin de que aquellos que
actúan como funcionarios públicos lo hagan siempre dentro del marco legal. Dada la
trascendencia de la actividad de los partidos políticos que influye notablemente en la
estructura de los sistemas de gobierno, se ha incorporado su regulación en las Cartas
Constitucionales, estableciendo normas cuantitativas y cualitativas que determinen su
estructura democrática, la elaboración de un programa de acción acorde con las
necesidades de la sociedad, además de concederles prerrogativas en el acceso a los
medios de comunicación y a los recursos financieros indispensables para su
financiamiento.

En cuanto a nuestro Derecho Constitucional, el texto primitivo de la Constitución de


1917 no contenía disposición alguna sobre los partidos políticos, y su regulación se
dejó en principio a la Ley Federal Electoral de 1951,5 posteriormente en 1977, a través
de las reformas al artículo 41 de la Carta Magna se definieron los partidos políticos,
sus funciones y los derechos con los que cuentan dentro del sistema jurídico
mexicano.
Por otro lado, dentro de los mecanismos de orden social que protegen el cumplimiento
y vigilancia de la normativa constitucional, está inmersa la opinión pública, que en
algunos ordenamientos europeos como Francia, Italia, Suiza se ha regulado a través

4
ldem, pp. 339, 340, 269 y 271.
5
Fix-Zamudio, Héctor, "Introducción al estudio de la defensa de la Constitución", Boletín Mexicano de
Derecho Comparado, enero-abril, 1968, p. 101.
del referéndum, el plebiscito y una institución denominada "iniciativa popular" -entre
otras- que tienen como finalidad, que los ciudadanos aprueben o rechacen las
modificaciones al texto constitucional, e incluso propongan modificaciones al mismo,
con el objetivo de que quienes detentan el poder público, actúen dentro del límite de
sus funciones, previniendo así violaciones a la Constitución; instituciones que en
México, aún no han sido consagradas en el texto de la Ley Fundamental. Además, por
lo que se refiere a nuestra realidad social podemos señalar una serie de grupos de
presión que pretenden mediante su actuar, realizar una función de vigilancia respecto
del cumplimiento de los preceptos constitucionales, tales como los sindicatos de tra-
bajadores, las organizaciones campesinas y las cámaras de comercio y de industrias;
que se encuentran reconocidos y regulados jurídicamente.
Finalmente, haremos referencia a la protección de carácter jurídico, que se manifiesta
por medio de dos principios esenciales dentro de nuestro ordenamiento constitucional,
el principio de supremacía constitucional y el procedimiento dificultado de reforma a la
Constitución.
El primero, se consagra expresamente en el artículo 133 de la Carta Fundamental,
esta supremacía es aplicable en todo el territorio nacional, a todos sus habitantes, sin
importar que sean gobernados o gobernantes, lo cual significa que todos están
obligados por igual a respetar la Constitución y que ningún acto o ley debe ser
contrario a ella, la obligación deriva de su propia naturaleza que es suprema,
fundamental, superior a las demás disposiciones normativas y no susceptible de ser
válidamente contravenida. Ninguna autoridad puede obrar válidamente contra su texto,
ni colocarse por encima de ella, pues la calidad de suprema se debe a que la
Constitución es expresión originaria de la soberanía del pueblo. En teoría, todo acto
que le sea contrario es nulo, así lo debe reconocer y declarar, con las reservas del
caso, en el momento en que la contravención le sea notoria. En el mundo de lo
normativo y lo relacionado con él, la supremacía constitucional es un valor de
aplicación universal, no admite salvedades, no hay excepción jurídicamente válida
para omitir su aplicación.
El segundo aspecto de la protección jurídica de la Constitución se expresa a través del
procedimiento dificultado de reforma de las disposiciones fundamentales, que es
consecuencia del principio anterior, en virtud de que si las normas constitucionales se
modifican en la misma forma que las ordinaria, se dilapida el principio de supremacía.
En efecto, esto tiene que ver con lo que la doctrina ha denominado "constituciones
rígidas y flexibles" las primeras son aquellas que requieren de un procedimiento
legislativo especial para su reforma o modificación, distinto al que se exige para las
normas ordinarias, como una tendencia a asegurar su estabilidad, como salvaguarda
de los principios que en ella se formulan. Las segundas, por el contrario, se pueden
reformar mediante un procedimiento ordinario, sin ningún requisito especial para
cambiar o transformar su texto. Sin embargo, en la realidad jurídica lo anterior ya no es
del todo aplicable, pues por citar un ejemplo, diremos que la Constitución Mexicana,
aun cuando ha sido calificada como un ordenamiento rígido, ella ha sido motivo de
constantes reformas, pues ha sufrido más de doscientas modificaciones; mientras que
el Estatuto de Estminster de 1931, que consagra disposiciones fundamentales escritas
o consuetudinarias pertenecientes a la Comunidad Británica, y el cual tiene
características que lo sitúan como un ordenamiento flexible, ha cambiado muy poco.6

En nuestro régimen jurídico, la Constitución Federal goza del principio de unicidad y


permanencia, ello se infiere del artículo 135 que señala las formas legislativas
específicas por virtud de las cuales aquélla puede ser adicionada o reformada,
garantizando así que la normativa constitucional mantenga siempre su vigencia, y que
de este modo se prevengan violaciones a la misma; sin embargo, en la práctica
acontece que la Ley Fundamental es víctima de continuas modificaciones, que ponen
en entre dicho la eficacia de los mecanismos jurídicos instituidos para cumplir con la
defensa a la Constitución. Lo mismo ocurre, por cuanto hace a los mecanismos de
carácter político porque si bien es cierto que la división de poderes se encuentra regu-
lada a nivel constitucional, la realidad demuestra que se rebasan los fines de dicho
postulado, pues es por todos conocido que en la tradición política de nuestra historia
ha sucedido que el Poder Ejecutivo excede los límites de su competencia, invadiendo
la esfera de los otros dos poderes; ello en cierta forma -aunque no es del todo
justificable es entendible, en la medida que se analicen las facultades y atribuciones
que le concede la Carta Magna, para darse cuenta del por qué en ocasiones invade el
ámbito competencial de las demás autoridades.
Por lo que toca al mecanismo de carácter económico, es evidente que aun cuando
existe una institución regulada jurídicamente por la Ley Orgánica de la Administración
Pública Federal, para llevar a cabo la fiscalización de los recursos económicos y
financieros del Gobierno Federal y el Distrito Federal, en este caso la Secretaría de la
Contraloría y Desarrollo Administrativo, en la práctica no se advierte su función, toda
vez que al ser creada como una Secretaría de Estado, vinculada por ende al Poder

6
Fix-Zamudio, Héctor, Justicia Constitucional, Ombudsman y Derechos Humanos, Comisión Nacional
de Derechos Humanos, México, 1993, p. 282.
Ejecutivo, no goza en ninguna forma de autonomía e independencia para realizar sus
funciones; factores imprescindibles para la eficacia de estos organismos.
En lo que concierne a los mecanismos de carácter social, los partidos políticos no
obstante que en el sistema jurídico mexicano han alcanzado su reconocimiento
constitucional, todavía no tienen el suficiente poder para cumplir con la función para la
cual se establecieron; aún no han alcanzado un desarrollo que logre transformar la
estructura de nuestro régimen político. Y que decir, de los sindicatos de trabajadores y
las organizaciones campesinas, que aun cuando están legitimados para defender sus
derechos contra el indebido actuar de las autoridades, no han logrado modificar
sustancialmente sus formas de vida y las condiciones de trabajo que se les brindan,
así lo ha evidenciado la historia. Mientras que la opinión pública, en ninguna forma ha
tenido participación en las modificaciones al texto de la Ley Fundamental mediante
instituciones como el referéndum y el plebiscito, en nuestro sistema jurídico ello
compete formalmente al Legislativo y excepcionalmente al Ejecutivo.
Todo lo anterior, significa que en la realidad política y jurídica estos mecanismos no
cumplen con el objetivo de su creación, consecuentemente el problema de su
ineficacia, es un hecho; por esta razón y para restablecer el orden constitucional
violado aparecen las garantías constitucionales, las cuales a través del tiempo han
tenido diversos significados. En un principio el término garantía, se refirió a aquellos
derechos del hombre que se consideraron esenciales para el respeto de la dignidad
humana, exclusivamente en su aspecto individual; éste es el concepto "tradicional" de
garantía que surgió en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789; que ha sido erróneamente equiparado con el término de derechos
fundamentales del hombre, especialmente en algunas Cartas Fundamentales de
Latinoamérica, así ocurrió con el Constituyente del 17 que denominó impropiamente
como "garantías individuales" a lo que en realidad son los derechos individuales y
sociales del hombre, ello propicia que en ocasiones se incurra en confusiones al
pretender englobar bajo el mismo concepto, materias diferentes.
Fix-Zamudio señala que: una segunda forma de concebir a las garantías
constitucionales es la de comprender aquellas instituciones que sin tener una
vinculación directa con los derechos esenciales de la persona humana o con la
organización de los poderes públicos, se ha creído necesario otorgarles firmeza y
estabilidad, debido a su trascendencia política y social, elevándolos a la categoría de
preceptos constitucionales.7 Y como ejemplos, en nuestro ordenamiento jurídico cita el

7
Fix-Zamudio, Héctor, "Introducción al estudio de la defensa de la Constitución", Boletín Mexicano de
Derecho Comparado, México, enero-abril, 1968, p. 106.
régimen de la reforma agraria contenido en el artículo 27 constitucional, así como la
inclusión de las bases de la legislación laboral en el artículo 123 de la Carta
Fundamental.

Otro significado atribuido a las garantías constitucionales es el de equiparadas al


concepto genérico de defensa de la Constitución, en el que quedan comprendidos
tanto los mecanismos preventivos como las garantías propiamente dichas. El
representante de esta corriente es el tratadista Jorge Jellinek, quien calificó a las
garantías constitucionales como "garantías de derecho público" y las dividió en tres
sectores: sociales, políticas y jurídicas, concebidas como los medios establecidos por
el constituyente para preservar el ordenamiento supremo del Estado, abarcando los
medios de protección a la Ley Fundamental. En su concepto sólo las garantías
jurídicas son las verdaderas garantías, que previenen violaciones a la Constitución.8
Dentro de esta misma corriente, el constitucionalista León Duguit dividió a las
garantías constitucionales en "preventivas" y "represivas". Afirmó que las primeras
tienden a evitar las violaciones de las disposiciones fundamentales, pero cuando son
insuficientes para impedir la ruptura del orden constitucional es necesario recurrir a las
últimas, que son las únicas que en determinados supuestos sirven de freno a la
arbitrariedad del Estado, y agregó, de manera significativa, que dichas garantías
represivas debían residir en una alta jurisdicción de reconocida competencia, cuyo
saber e imparcialidad estarían a cubierto de toda sospecha y ante cuyas decisiones se
inclinará todo el mundo, gobernantes y gobernados y hasta el mismo legislador.9
Una acepción más del concepto de garantía constitucional, deriva de la definición
Kelseniana que señala que,

aquellas pueden considerarse como los instrumentos integrados por las normas de carácter
judicial formal, que tienen por objeto establecer la actuación del órgano del poder que debe
imponer a los restantes organismos del Estado, los límites que para su actividad han
establecido las disposiciones constitucionales. Se trata de instituciones adjetivas o procesales y
no de carácter sustantivo, ya que están conformadas para señalar el procedimiento que debe
seguir el órgano de control constitucional para reprimir las violaciones a la Ley Suprema, y
reintegrar el orden fundamental infringido.10

8
Ibidem, p. 107.
9
Fix-Zamudio, Héctor, Justicia Constitucional, Ombudsman y Derecho Humano, Comisión Nacional de
Derechos Humanos, México, 1993, p. 286.
10
Fix-Zamudio, Héctor, "Introducción al estudio de la defensa de la Constitución", Boletín Mexicano de
Derecho Comparado, México, enero-abril, 1968, p. 113.
En consecuencia, desde este punto de vista las garantías constitucionales son: el
conjunto de instrumentos jurídicos, predominantemente de carácter procesal, a través
de los cuales se va a devolver su vigencia a la norma constitucional, cuando ésta es,
desconocida o ha sido violada por un acto de autoridad; en otras palabras las ga-
rantías de la Constitución son los medios a través de los cuales se asegura la
observancia de la Carta Fundamental; éste es precisamente el sentido y alcance que
daremos al concepto de garantía constitucional, del que quedan fuera los mecanismos
preventivos de la norma fundamental, por lo tanto, coincidimos con el notable jurista
Héctor Fix-Zamudio, en que sólo pueden estimarse como verdaderas garantías -en el
sentido técnico jurídico del concepto- a los medios jurídicos que hacen efectivos los
mandatos constitucionales; que de ninguna manera deben confundirse con los
derechos públicos subjetivos (individuales, sociales e institucionales) contenidos a lo
largo de la Carta Federal, a los que denominaremos "derechos del gobernado".
Consecuentemente, al referirnos a la garantía constitucional, haremos referencia a los
mecanismos procesales, represivos y reparadores, que dan efectividad a los mandatos
fundamentales; cuando son desconocidos, violados o existe incertidumbre respecto de
su forma o contenido.
Por otra parte, debemos señalar que siguiendo los estudios del maestro Fix-Zamudio,
las garantías constitucionales se dividen en tres categorías de acuerdo al órgano que
las realiza. En primer lugar tenemos a la garantía política, que es la que se confía a un
órgano político de los ya existentes, o bien uno creado exprofeso al cual se
encomienda la protección de la Constitución cuando ésta sea vulnerada por la
autoridad. Este sistema surge en la teoría de la monarquía constitucional del siglo XIX
y es expuesto doctrinariamente por Benjamín Constant.
En nuestro país se estableció en la Segunda de las Siete Leyes Constitucionales del
29 de diciembre de 1836, un órgano denominado Supremo Poder Conservador; el
artículo 12 daba a este organismo la facultad de declarar la nulidad de una ley o
decreto, de los actos del Poder Ejecutivo o de la Suprema Corte de Justicia, cuando
fueren contrarios a la Constitución, pudiendo inclusive declarar la incapacidad física o
moral del Presidente de la República, suspender a la Alta Corte de Justicia o a las
sesiones del Congreso General o restablecer constitucionalmente a cualquiera de
dichos poderes, declarar cuál es la voluntad de la nación en cualquier caso
extraordinario en que sea conveniente conocerla, etcétera.11

11
Fix-Zamudio, Héctor, El Juicio de Amparo, Ed. Porrúa, México, 1964, p. 158 y ss.
Burgoa,12 señala que dicho sistema se caracteriza porque la preservación de la Ley
Fundamental se encomienda, a un órgano distinto de aquellos en quienes se
depositan los tres poderes el Estado, o bien se confía a alguno de éstos; la petición de
declaración de inconstitucionalidad de un acto o de una ley la realizan un grupo de
funcionarios o autoridades, contra aquellas responsables de la violación. El
procedimiento que declara la inconstitucionalidad no es contencioso, sino que estriba
en un estudio hecho por el poder controlador acerca de la ley o acto reclamados, con
el fin de concluir si son constitucionales o no. Por último, la resolución pronunciada no
reviste el carácter de sentencia, teniendo efectos erga omnes, esto es, generales y
absolutos.
En segundo término aparece la garantía judicial, la cual se realiza a través de un
tribunal creado especialmente para proteger la Constitución cuya función es declarar
ya sea de oficio o a petición de personas u órganos públicos legitimados, cuando una
ley o un acto son contrarios a la Ley Fundamental y su declaración produce la anula-
ción absoluta de los mismos, es decir, su resolución tiene efectos generales.
Finalmente, encontramos a la garantía jurisdiccional, que a diferencia de la garantía
política, sí constituye una verdadera controversia judicial, en la que el agraviado
presenta su caso ante un órgano jurisdiccional competente o con facultades
expresamente conferidas para otorgar la protección constitucional en observancia del
principio de supremacía constitucional, señalando el acto o ley que lo lesiona en su
esfera jurídica, así como a la autoridad emisora del mismo -autoridad responsable-; la
resolución o sentencia que emita dicho órgano tiene efectos relativos de cosa juzgada
y sólo comprende al sujeto peticionario en particular.
Debemos apuntar también, que el ejercicio de la garantía jurisdiccional puede asumir
dos modalidades que la doctrina ha calificado como vía de acción y vía de excepción.
La primera, significa un verdadero proceso judicial autónomo en el que el actor o el
agraviado solicita la declaración de inconstitucionalidad de una ley o de un acto de
autoridad, mediante una demanda casi siempre instaurada ante la autoridad federal,
distinta de la autoridad responsable. Mientras que la vía de excepción, supone la
existencia previa de un proceso o litigio, en el que una de las partes alega y solicita
una defensa ante el mismo juez que conoce de la causa, sobre determinada ley que
se reputa o manifiesta como inconstitucional y en la cual basa sus pretensiones la
parte contendiente. Alfonso Noriega,13 señala que si el tribunal admite tal tesis, deja in

12
Burgoa, Ignacio, El Juicio de Amparo, Ed. Porrúa, México, 1994, pp. 158 y ss.
13
Noriega, Alfonso, Lecciones de Amparo, t. I, Ed. Porrúa, México, 1993, p. 41.
aplicada la ley en el proceso particular en el que la excepción ha sido planteada, es
decir, en el caso específico del quejoso (pero la ley no queda anulada y puede
aplicarse eventualmente en otras hipótesis), aun cuando exista la posibilidad de que el
ordenamiento jurídico, prevea la existencia de recursos extraordinarios que se
instauren ante tribunales de jerarquías superiores.

En nuestro sistema jurídico, la defensa o protección a la Constitución se realiza por


órgano jurisdiccional, a través de los tribunales federales mediante la vía de acción,
siguiendo todo procedimiento judicial contencioso en el que es necesario agotar cada
una de sus fases hasta llegar a su resolución; lo anterior no obstante lo estatuido por
el artículo 133 constitucional, cuya observancia en la práctica es nula.
Por otra parte, deben destacarse los diversos sectores que dentro del Derecho
Procesal Constitucional forman parte de las garantías constitucionales, naturalmente
nos referimos a la llamada jurisdicción constitucional de la libertad, a la jurisdicción
constitucional orgánica y a la jurisdicción constitucional de carácter internacional.
El Derecho Procesal Constitucional es una disciplina que podemos considerar todavía
en formación, la cual se encuentra vinculada con la defensa de la Constitución, en la
parte relativa a los instrumentos encaminados a reparar el orden constitucional, es
decir respecto de las garantías constitucionales; de tal manera que la relación que
existe entre el Derecho Procesal Constitucional y la defensa de la Constitución surge
porque a través del primero se establecen los instrumentos de que puede hacer uso el
gobernado o cualquier otro sujeto con motivo de un acto de autoridad, por medio de
los cuales se va a devolver la vigencia a las normas fundamentales que han sido
transgredidas por la autoridad. Por otra parte, el Derecho Procesal Constitucional es la
disciplina que reglamenta los instrumentos procesales orientados a la defensa de la
Ley Fundamental cuyo efecto o fin es eminentemente reparador.
Así tenemos que la jurisdicción constitucional de la libertad está integrada por el
conjunto de instrumentos jurídicos y predominantemente procesales dirigidos a la
tutela de las normas constitucionales, que consagran los derechos fundamentales de
la persona humana en sus dimensiones individual y social.14
A su vez, Fix-Zamudio divide a los instrumentos jurídicos y procesales que conforman
la jurisdicción constitucional de la libertad en: indirectos, complementarios y
específicos. Los primeros son aquellos a través de los cuales se realiza la defensa de
los derechos ordinarios del hombre, consagrados en la Constitución; se llaman así,

14
Fix-Zamudio Héctor, Justicia Constitucional, Ombudsman y Derechos Humanos, Comisión Nacional
de Derechos Humanos, México, 1993, p. 293.
porque no se crean específicamente para tutelar los derechos del gobernado, aunque
indirectamente lo hacen. Y en este sector encontramos al proceso ordinario y a la
justicia administrativa.
El proceso ordinario, asume una doble modalidad en cuanto a la protección de los
derechos del gobernado, en un primer aspecto constituye el medio por virtud del cual
los gobernados pueden defenderse contra cualquier violación a sus derechos
ordinarios, ya que gran parte de las cartas fundamentales establecen el principio del
debido proceso legal, o derecho de defensa en juicio. En un segundo aspecto, el
proceso ordinario representa la posibilidad para el gobernado de plantear un problema
de inconstitucionalidad en un procedimiento autónomo o prejudicial, o bien mediante la
interpretación judicial de la autoridad; dependiendo de la forma y el sistema que se
regule en cada ordenamiento jurídico.15
Respecto de la justicia administrativa; ésta opera en los países que no existen
remedios específicos para defender los derechos del gobernado en virtud de un acto
de autoridad administrativa que lo agravie. Está dirigida a proteger de manera
inmediata el principio de legalidad y no de inconstitucionalidad, por lo que
indirectamente protege los derechos fundamentales de los administrados. Comprende
por una parte, los recursos administrativos internos que aunque no son de carácter
procesal, eliminan de alguna manera los actos administrativos que afectan a los
gobernados. Y por otra parte, el proceso administrativo, que se ha denominado
impropiamente "contencioso administrativo", institución contemplada dentro del
sistema jurídico mexicano.16

En cuanto a los instrumentos complementarios, se caracterizan porque no tienen una


función específica de reparación de los derechos del gobernado, pero son remedios
coadyuvantes en la defensa de tales derechos, a través de una sanción impuesta a la
autoridad cuando infringe la norma constitucional. Y como ejemplo podemos citar el
juicio político, así como la responsabilidad económica del Estado y sus servidores.
Ambos medios complementarios se encuentran regulados en la Constitución Federal
en los artículos 108 al 112. También es dable incluir dentro de estos instrumentos, a
los organismos gubernamentales que realizan la defensa de los derechos humanos, a
saber: la Comisión Nacional de Derechos Humanos y las comisiones esta tales
creadas para tal fin, ya que sus recomendaciones se encamina a que se determine la

15
Ibidem, pp. 294 y ss.
16
Ibidem, pp. 296 y 297
responsabilidad administrativa o penal en que incurrió la autoridad que violó los
derechos humanos del gobernado

Los instrumentos específicos, se llaman así porque se crean de manera particular y


concreta para la defensa de los derechos del gobernado, constituyen el conjunto de
instrumentos que de manera rápida directa y eficaz protegen los derechos del
gobernado, restituyéndolo en el goce de su derecho violado. Dentro de este sector,
existe una variedad de instrumentos que cumplen dicha función, como el habea
corpus, el llamado "recurso de inconstitucionalidad" y el juicio de amparo -por citar
algunos- ya que rebasaría notoriamente los fines de este sencillo estudio, el referirnos
a cada uno de ellos.
El segundo sector de la garantía constitucional, está conformada por la jurisdicción
constitucional orgánica que está dirigida a la resolución de los conflictos que se
pueden suscitar entre los diversos órganos del poder en relación con el alcance de sus
competencias atribuciones señaladas en las normas constitucionales. Este tipo de
conflictos han sido denominados por un sector de la doctrina como "conflictos
competenciales", y surgieron primeramente en los ordenamientos federales y,
particularmente, en la Constitución de Estados Unidos de 1787 para proteger las
respectivas esferas de competencia de las autoridades centrales y locales, y se ha
extendido en las cartas fundamentales de nuestra época a otros tipos de controversias
entre los órganos del poder, a fin de que recíprocamente respeten el ámbito de sus
atribuciones constitucionales.17
Por último la jurisdicción constitucional de carácter internacional y comunitario se
refiere a los mecanismos para la tutela de las normas fundamentales nacionales
respecto de las disposiciones externas, que se manifiesta en un doble sentido. En
primer término, los instrumentos para la resolución de los conflictos derivados de la
aplicación de las disposiciones internacionales y comunitarias incorporadas al orde-
namiento interno, cuando son afectadas por actos de autoridades o disposiciones
legislativas contrarias a dichas normas de fuente externa. En un segundo término, se
configuran los procedimientos para la solución de las controversias derivadas de la
contradicción entre las normas internacionales y comunitarias, con las disposiciones
de carácter constitucional, debiendo tomarse en consideración que existen esfuerzos,

17
Ibidem, p. 327.
especialmente en el campo del derecho de las comunidades europeas, para evitar las
contradicciones entre ambas esferas normativas.18
Desde un punto de vista muy general, debemos mencionar aquellas instituciones que
están reguladas en nuestra Constitución, para verificar cuáles de ellas
verdaderamente cumplen con la función específica de la garantía constitucional, de
acuerdo con el concepto técnico que ya hemos abordado; muchas de ellas conservan
una tradición histórica en nuestros ordenamientos jurídicos, sin embargo, no es éste el
mejor momento para analizar y describir al detalle sus antecedentes; por eso,
únicamente destacamos la función que a cada una corresponde, a efecto de cerrar el
panorama general donde queda inscrito el juicio constitucional, motivo central de la
presente investigación. Así pues, encontramos que en la Ley Fundamental se regulan:
el juicio político, las controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad
ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el procedimiento investigatorio de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, la suspensión de garantías, la función de la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos, el procedimiento ante el Tribunal
Electoral, los conflictos políticos entre los poderes de un Estado, la responsabilidad
económica del Estado y el juicio de amparo.

El juicio político o de responsabilidad de los servidores públicos se encuentra regulado


en el Título V de la Constitución Federal y en la Ley de Responsabilidades de los
Servidores Públicos. Son causas de procedencia del juicio político: el ataque a las
instituciones democráticas y a la forma de gobierno republicano, representativo y fede-
ral; las violaciones graves y sistemáticas a las garantías individuales o sociales; el
ataque a la libertad de sufragio; la usurpación de atribuciones; cualquier infracción a la
Constitución o a las leyes federales cuando cause perjuicios graves a la Federación, a
uno o varios Estados de la misma o de la sociedad, o motive algún trastorno en el
funcionamiento normal de las instituciones; las omisiones de carácter grave; las
violaciones sistemáticas o graves a los planes, programas y presupuestos de la
Administración Pública Federal o del Distrito Federal y a las leyes que determinan el
manejo de los recursos económicos federales y del Distrito Federal (Artículo 7º de la
Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos).
El juicio político se lleva a cabo, de acuerdo con el artículo 110 constitucional mediante
procedimiento seguido ante dos instancias, el cual se inicia mediante denuncia escrita
y formulada por cualquier ciudadano, bajo su más estricta responsabilidad, misma que
deberá estar apoyada en elementos probatorios suficientes que presuman la respon-

18
Ibidem, p. 328
sabilidad del denunciado, por lo que las denuncias anónimas no producirían ningún
efecto. (Artículo 9º de la Ley de Responsabilidades).
La Cámara de Diputados actúa como "Jurado de Acusación", por lo que si considera
que procede a acusar al servidor público respectivo, designará a una comisión de tres
diputados para que sostengan dicha acusación ante la Cámara de Senadores (artículo
21 de la ley). Recibido el asunto por el Senado, éste actúa como Jurado de Sentencia,
para oír a las partes acusadora y defensora, y hecho lo anterior, debe aprobar por
mayoría absoluta de los miembros presentes (artículo 110 constitucional), una
resolución por la cual establece la culpabilidad o inocencia del inculpado (artículo 24
de la Ley de Responsabilidades).
Si la decisión de la Cámara de Senadores es de culpabilidad, tiene carácter firme
respecto de los funcionarios federales o del Distrito Federal, y por ello, debe aplicar la
sanción respectiva, que sólo puede consistir en la destitución del cargo y su
inhabilitación desde uno hasta veinte años en el ejercicio de empleos, cargos o
comisiones en el servicio público (artículo 110 constitucional y 8º de la ley regla-
mentaria). Si las infracciones políticas que determinaron la declaratoria de culpabilidad
por el Senado Federal están tipificadas como delitos por las leyes penales, el servidor
enjuiciado puede ser sometido a los tribunales ordinarios para la imposición sanciones
penales, cuando procedan, y para ello es preciso que el mismo Senado federal
formule previamente la declaración de procedencia (artículo 7º, último párrafo de la
Ley de Responsabilidades).
Cuando el inculpado sea funcionario local, la declaración de culpabilidad del Senado
debe comunicarse a la legislatura correspondiente para que en el ejercicio de sus
atribuciones proceda como corresponda (artículo 110 de la Carta Federal y parte final
del artículo 24 de la Ley Reglamentaria)..., según el artículo 11 de la Constitución las
resoluciones de ambas Cámaras son inatacables.19
El artículo 109 constitucional distingue con claridad entre el juicio político y la
responsabilidad penal de los servidores públicos; por lo tanto, se establecen dos tipos
de infracciones, por un lado, aquellas que están reguladas por las leyes penales y
tipificadas como delitos, los cuales deben ventilarse en los tribunales ordinarios, una
vez destituido el funcionario como consecuencia del juicio político; el artículo 111 de la
Carta Magna al regular la "declaración de procedencia" establece quiénes gozan la
inmunidad constitucional respecto de los delitos comunes.* Por otro lado, también se

19
Ibidem, pp. 177 y 178.
*
Este punto merece especial interés, ya que es objeto de confusiones por parte de la doctrina, pues en lo
que se refiere al juicio político en sentido estricto, el legislador no precisó quiénes o cuáles son los altos
regulan aquellas violaciones cometidas por los altos funcionarios al ordenamiento
constitucional, que tienen que ver con el concepto de justicia constitucional.

El artículo 110 constitucional enumera quiénes pueden ser objeto de enjuiciamiento


político:

Podrán ser sujetos de juicio político los Senadores y Diputados al Congreso de la Unión, los
Ministros de la Suprema Corte de justicia de la Nación, los Consejeros de la judicatura Federal,
los Secretarios de Despacho, los jefes de Departamento Administrativo, los Diputados a la
Asamblea del Distrito Federal, el titular del órgano de gobierno del Distrito Federal, el
Procurador General de la República, el Procurador General de justicia del Distrito Federal, los
Magistrados de Circuito y jueces de Distrito, los Magistrados y jueces del Fuero Común del
Distrito Federal, los consejeros de la Judicatura del Distrito Federal, el Presidente, los
Consejeros Electorales, y el Secretario Ejecutivo del Instituto Federal Electoral, los Magistrados
del Tribunal Electoral, los Directores Generales y sus equivalentes de los organismos
descentralizados, empresas de participación estatal mayoritaria, sociedades y asociaciones
asimiladas a éstas y fideicomisos públicos.
Los Gobernadores de los Estados, Diputados locales, Magistrados de los Tribunales
Superiores de Justicia locales y, en su caso, los miembros de los Consejos de las Judicaturas
locales, sólo podrán ser sujetos de juicio político en los términos de este título por violaciones
graves a esta Constitución y a las leyes federales que de ella emanen...

En cuanto a los directores generales o sus equivalentes de los organismos


descentralizados, empresas de participación estatal y mayoritaria, sociedades y
asociaciones asimiladas a éstas y fideicomisos públicos, coincidimos con Fix-Zamudio
cuando anota que:

... el juicio político está concebido para los más altos funcionarios, pero no para aquellos que
carecen de la titularidad de los órganos del gobierno, ya que resulta incomprensible que se siga
un procedimiento de dos instancias ante las Cámaras del Congreso de la Unión para destituir e
inhabilitar a directores de organismos descentralizados y, todavía más, respecto de los
directores de empresas y fideicomisos públicos, que no forman parte de la administración, no
obstante el grave error en que se ha incurrido en el artículo 90 constitucional, que confunde de
manera inexplicable, la administración pública descentralizada con el sector calificado como
"paraestatal", que comprende las empresas y los fideicomisos públicos que de ninguna manera
pueden considerarse como autoridades...

funcionarios que gozan de la inmunidad constitucional. El artículo 108 de la Carta Federal señala en
forma genérica quiénes se reputan como servidores públicos.
La extensión de la inmunidad a funcionarios de menor jerarquía, y todavía más, a directivos de
empresas públicas y fideicomisos oficiales que carecen del carácter de autoridad, tratándose
del juicio político, en los términos del vigente artículo 110 constitucional, desvirtúa la estructura
y funciones de dicho instrumento, tanto en nuestra historia constitucional como desde el punto
de vista comparativo, ya que debe considerarse como un mecanismo tutela de las normas
constitucionales.20

La historia nos demuestra, que en nuestro sistema jurídico excepcionalmente se ha


aplicado el juicio político, sin embargo, no podemos negar que en sentido formal, y
desde el punto de vista de la justicia constitucional, aquél representa un procedimiento
que se sigue ante el órgano legislativo para sancionar a las autoridades cuando
hubieren incurrido en violaciones a la Constitución en el ejercicio de su encargo, y de
esta manera coadyuvar en la defensa a las normas fundamentales; por lo tanto
representa una garantía constitucional, de carácter complementario, de acuerdo a la
estructura que anteriormente señalamos.
El artículo 105 constitucional, regula los litigios o controversias constitucionales; señala
la competencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para conocer de los
conflictos constitucionales -excepto aquellos que versen sobre materia electoral- que
se susciten entre:
a) La Federación y un Estado en el Distrito Federal;
b) La Federación y un Municipio;
c) El Poder Ejecutivo y el Congreso de la Unión, aquél y cualquiera de las
Cámaras de éste o, en su caso, la Comisión Permanente, sean como órganos
federales o del Distrito Federal;
d) Un Estado y otro;
e) Un Estado y el Distrito Federal;
f) El Distrito Federal y un municipio;
g) Dos municipios de diversos estados;
h) Dos Poderes de un mismo Estado...
i) Un Estado y uno de sus municipios...
j) Dos órganos de gobierno del Distrito Federal...

Además en la fracción II del mismo numeral, se estatuye igualmente que la Corte


conocerá la acción de inconstitucionalidad que tenga por objeto plantear la posible
contradicción entre una norma de carácter general y la Constitución, es decir, se

20
Ibidem, pp. 174 y ss.
otorga la posibilidad al Senado, al Procurador General de la República, a la Asamblea
de Representantes del Distrito Federal, a los integrantes de los órganos legislativos
estatales y a los miembros de los partidos políticos con registro ante el Instituto
Federal Electoral, de impugnar leyes inconstitucionales.
Por último, la fracción III del citado artículo 105 constitucional establece la facultad de
atracción de la Corte para conocer y resolver de aquellos procesos penales y civiles en
que la Federación sea parte, dada la trascendencia e importancia que ameriten.

Sin embargo, no todo el contenido del artículo 105 de la Ley Fundamental, representa
una garantía constitucional para los efectos de estudio que aquí hemos apuntado; sino
que únicamente las controversias constitucionales (fracción I) y la acción de
inconstitucionalidad para impugnar ordenamientos secundarios contrarios a la Carta
Magna (fracción Il), son mecanismos que tienen como finalidad que los diversos
órganos de poder, tanto federales como locales respeten sus respectivos ámbitos de
competencias, a fin de proteger y restaurar el orden constitucional cuando ha sido
violado; y que podemos englobar dentro del sector de la jurisdicción constitucional
orgánica, porque precisamente se encargan de defender la parte orgánica de la
Constitución.
En cuanto al procedimiento investigatorio de la Suprema Corte de Justicia previsto en
el artículo 97 de la Carta Federal, se ha considerado por la doctrina como instrumento
de garantía en favor del orden constitucional. Antes de las reformas de diciembre de
1994, el párrafo tercero del citado numeral señalaba que la Suprema Corte podía,
cuando así lo juzgara conveniente, si lo pidiere el Ejecutivo Federal, alguna de las
Cámaras de la Unión o el Gobernador de un Estado, nombrar alguno o algunos de sus
miembros, algún magistrado de Circuito, algún juez de Distrito o a uno o varios
comisionados especiales; para que averiguaran la conducta de algún juez o
magistrado federales o algún hecho que constituyera violación de alguna garantía
individual. Con las reformas que se implementaron a este precepto para adecuarlo a
las nuevas disposiciones de la Ley Orgánica del Poder Judicial Federal, el
procedimiento investigatorio que actualmente realiza la Corte se encuentra establecido
en los actuales párrafos segundo y tercero del artículo 97 constitucional, que al efecto
confieren dos facultades expresamente a nuestro más alto Tribunal: Primera, la de
investigar violaciones a las garantías individuales (párrafo segundo). Sin embargo, el
procedimiento investigatorio sobre la conducta de algún juez o magistrado federal
ahora lo realiza el Consejo de la Judicatura Federal, previa solicitud de la Suprema
Corte (párrafo segundo).
La otra facultad que se le atribuye a la Corte, es la de practicar de oficio la
averiguación de algún hecho o hechos que se constituyan la violación del voto público,
pero sólo en los casos en que a su juicio pudiera ponerse en duda la legalidad de todo
el proceso de elección de alguno de los poderes de la Unión, en el entendido que los
resultados de la investigación se harán llegar oportunamente a los órganos
competentes.
Para Fix-Zamudio, el procedimiento investigatorio que lleva a cabo la Suprema Corte
constituye una garantía constitucional, no obstante, nosotros disentimos de la opinión
de tan destacado jurista, pues creemos que la función investigadora que se le otorga
en este supuesto a nuestro máximo Tribunal, no cumple en modo alguno con reparar o
restaurar el orden fundamental, función primordial de la garantía constitucional.
Además, el hecho de que en la práctica este instrumento no se desarrolle, y que
cuando esporádicamente se ha pedido la intervención de la Corte, sus
determinaciones no han tenido la fuerza obligatoria que pudiera implicar la
restauración del orden constitucional, pues sólo son declarativas.
Sobre el particular citaremos dos criterios de la Suprema Corte de Justicia, los cuales
a la letra dicen:
Novena Época
Instancia: Pleno
Fuente: Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta
Tomo: III, Junio de 1996
Tesis: P. LXXXVI/96
Página: 459

GARANTÍAS INDIVIDUALES. CONCEPTO DE VIOLACIÓN GRAVE DE ELLAS PARA


LOS EFECTOS DEL SEGUNDO PÁRRAFO DEL ARTÍCULO 97 CONSTITUCIONAL.-
Las violaciones graves de garantías a que se refiere dicho artículo, son hechos
generalizados consecuentes a un "estado de cosas", acaecidos en una entidad o
región determinados, y su averiguación tiene lugar cuando ocurren acontecimientos
que debiendo ser afrontados y resueltos por las autoridades constituidas con estricto
apego al principio de legalidad, esos acontecimientos no se logran controlar por la
actitud de la propia autoridad, produciéndose, en consecuencia, violaciones a los
derechos fundamentales de los individuos. Por ende, la grave violación de garantías
individuales se actualiza cuando la sociedad no se encuentra en seguridad material,
social, política o jurídica, a consecuencia de que: a) Las propias autoridades que
deben proteger a la población que gobiernan, son las que producen o propician los
actos violentos, pretendiendo en tal forma obtener una respuesta disciplinada, aunque
aquéllos sean violatorios de los derechos de las personas y de las instituciones. b)
Que frente a un desorden generalizado las autoridades sean omisas, negligentes o
impotentes para encauzar las relaciones pacíficas de la comunidad, o bien que sean
totalmente indiferentes en obtener el respeto a las garantías individuales.

Solicitud 3/96. Petición del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos para que la suprema
corte de Justicia de la Nación ejerza la facultad prevista en el párrafo segundo del artículo 97
de la Constitución Federal. 23 de abril de 1996. Unanimidad de once votos.
El Tribunal Pleno, en su sesión privada celebrada el tres de junio en curso, aprobó, con el
número LXXXVI/1996, la tesis que antecede; y determinó que la votación es idónea para
integrar tesis de jurisprudencia. México, Distrito Federal, a tres de junio de mil novecientos
noventa y seis.
Novena Época
Instancia: Pleno
Fuente: Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta
Tomo: III, Junio de 1996
Tesis: P. LXXXVIII/96
Página: 514

GARANTÍAS INDIVIDUALES. CONCEPTO DE VIOLACIÓN GRAVE DE ELLAS PARA


LOS EFECTOS DEL SEGUNDO PÁRRAFO DEL ARTÍCULO 97 CONSTITUCIONAL.-
Uno de los principales propósitos de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, es garantizar los derechos fundamentales del hombre, para lo cual
propone procedimientos tendientes a evitar la infracción a esos derechos
fundamentales, mediante el juicio de amparo, o bien, en el caso de una violación grave
y generalizada de garantías individuales, la intervención de este alto tribunal en la ave-
riguación de los hechos, para precisar esas infracciones, y con la intención de que
cese la violencia y alarma y se propicie el regreso al respeto a las garantías
individuales. Las diferencias de estos procedimientos son, básicamente las siguientes:
a) El juicio de amparo procede a petición del agraviado; en el procedimiento del 97,
por el contrario, se actúa de oficio, por propia decisión de la Suprema Corte de
Justicia, o a petición del Ejecutivo Federal, alguna de las Cámaras del Congreso de la
Unión o el gobernador de algún Estado; b) En el amparo se trata de un juicio o
proceso y, el artículo 97 constitucional , se refiere a una averiguación de hechos que
constituyan una grave violación de garantías individuales; c) en el juicio de amparo se
concluye con una sentencia, pero que admite sobreseimiento por razones técnicas o
materiales; en el 97, con un informe sobre los hechos averiguados y una consecuente
decisión de si constituyen, o no, una grave violación de garantías individuales; d) en el
juicio de amparo se conoce de violación de garantías que sólo afectan a una o varias
personas, sin trascendencia social; en el caso del artículo 97, las violaciones deben
ser generalizadas, es decir, que se trate de violaciones graves; y, e) En el amparo se
pretende evitar que la violación de garantías se consume para restituir al gobernado
en el goce de la garantía violada, o en caso de estar consumado irreparablemente el
acto reclamado sobreseer, mientras que la averiguación del 97 versa sobre hechos
consumados.

Solicitud 3/96. Petición del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos para que la Suprema
Corte de Justicia de la Nación ejerza la facultad prevista en el párrafo segundo del artículo 97
de la Constitución Federal.
23 de abril de 1996. Unanimidad de once votos.

El artículo 29 constitucional consigna el procedimiento de suspensión de garantías,


estableciendo los tres supuestos en los que opera: por una invasión; por una
perturbación grave de la paz pública; o por cualquier otro que ponga a la sociedad en
grave peligro o conflicto.
El primer supuesto es específico y limitado, aunque puede tener diversas
manifestaciones; una invasión puede ser total o parcial; puede ser real, es decir
materializada, o tratarse de una amenaza seria. Una perturbación grave de la paz
pública, puede manifestarse a través de toda clase de fenómenos sociales violentos o
ilegales, como las revoluciones, las guerras civiles o intestinas -en la que un bando
político intente desplazar a una clase de gobernante- un motín o cuartelazo entendido
como la acción de un grupo de militares que intentan suplantar violentamente a una
clase gobernante. En este segundo supuesto, también debe contemplarse el caso
hipotético de que México declarara la guerra a otro país y procediera a invadirlo. El
tercer supuesto para la suspensión de garantías en más amplio y genérico, puede
comprender aquellas situaciones que a juicio de los órganos facuItados
constitucionalmente signifique un peligro generalizado para la sociedad como
terremotos, inundaciones, incendios, criminalidad incontrolable.
El artículo 29 enumera en forma limitativa los órganos que pueden y deben intervenir
en el proceso de suspensión de garantías individuales; determina con precisión el
papel que a cada uno de ellos corresponde. Por tanto, quien no aparezca autorizado
expresamente tiene prohibido intervenir; a su vez, los órganos enumerados sólo
pueden hacer aquello que está previsto expresamente; no pueden ir más allá. Así
pues, el Presidente de la República de acuerdo con los titulares de las Secretarías de
Estado, los Departamentos administrativo y el Procurador General de la República con
la aprobación del Congreso de la Unión y, en los recesos de éste, de la Comisión
Permanente, podrá suspender en todo el país o en un lugar determinado las garantías
que fuesen obstáculo para hacer frente a la situación. Ciertamente toca al Ejecutivo
Federal determinar el momento en que se formulará la solicitud; en ella, con vista a los
hechos, debe razonar y justificar que se está en uno de los tres supuestos previstos en
el artículo 29 de la Ley Fundamental y por tanto, procede la suspensión. También
queda al criterio del Presidente enumerar qué garantías deben suspenderse, la zona
que debe comprender y el tiempo de su duración.
En teoría el proyecto presidencial puede ser aprobado o reprobado por el Congreso de
la Unión. La naturaleza de la institución indica que es también factible que sea alterado
por el órgano legislativo; el que la Constitución determine que su función es de
aprobar, no significa de ninguna manera que lo deba hacer en su totalidad sin hacerle
modificación alguna.
De las consideraciones anteriores se desprende, que el procedimiento de suspensión
de garantías constitucionales es un acto formalmente legislativo y materialmente
ejecutivo, pues si bien es cierto que lo inicia y lo define el Presidente, requiere de la
aprobación del Congreso para que la solicitud prospere, por mandamiento constitu-
cional sus prevenciones deben ser generales, sin que pueda contraerse a determinado
individuo.

El que la vigencia del acto sea temporal y no permanente, tiende a salvar y defender a
las instituciones contenidas en la Ley Fundamental, y a la Constitución en sí misma,
así como la vigencia constante de los derechos que a favor de los individuos aparecen
en ella. La duración indefinida o excesivamente prolongada del periodo de suspensión,
desvirtuaría el sistema normativo y excedería los límites del fin para el cual fue
implantado el proceso de suspensión de garantías; además, por virtud de ella, cesa en
forma temporal y limitada la eficacia o aplicación de los derechos señalados en el texto
constitucional.
Aunque la Constitución no determina qué derechos de los que ella misma consagra
son susceptibles de ser suspendidos y cuáles no; debe entenderse que la suspensión
de garantías siempre es parcial, no puede comprender todos los derechos que a favor
del individuo establece la Constitución, debe comprende sólo aquellos derechos que
sean obstáculo para hacer frente al problema que da origen a aquélla, es de
reconocerse que cierto número de ellos nunca podrían ser objeto de suspensión dada
su propia naturaleza, como la libertad religiosa que comprende la de creencia y la de
culto (artículo 24 constitucional) .
Concretando, aunque la suspensión de garantías constitucionales es una institución de
aplicación excepcional, ella fue prevista por el Constituyente para restablecer el estado
de derecho en los casos que fuera necesario suspender los derechos gobernados, por
ello puede considerarse como una garantía constitucional, en cuanto su función es
defender la normativa constitucional y puede ubicarse tanto en el sector que
comprende la jurisdicción constitucional de la libertad, como en la jurisdicción
constitucional orgánica.
El apartado B, del artículo 102 de la Carta Magna regula otra garantía constitucional, y
al efecto establece que el Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados
dentro de su respectiva esfera de competencias, establecerán organismos encargados
de la protección de los derechos humanos, como es el caso de la Comisión Nacional
de Derechos Humanos creada en junio de 1990 y que se inspira en el ombudsman21
de origen escandinavo.
Este organismo conoce de quejas y denuncias en contra de actos u omisiones de
naturaleza administrativa, que se traduzcan en una violación a los derechos humanos,
provenientes de cualquier autoridad o servidor público, excepto los del Poder Judicial
de la Federación, es decir sobre asuntos jurisdiccionales. Esto último es comprensible,
en razón de que si a la Comisión Nacional de Derechos Humanos se le otorgaran las
facultades para conocer de asuntos sobre los que resuelve el Poder Judicial, se
estaría invadiendo la esfera de competencias de dicho poder, y redundaría en un
desequilibrio constitucional, atento el principio de división de poderes, que con las
salvedades -que apuntamos al inicio de esta obra- debe observarse. Por tanto, la
citada Comisión está impedida para resolver sobre la conducta de jueces y
magistrados, materia de conocimiento del Consejo de la Judicatura.
El resultado que la Comisión da a la denuncia o queja planteada, se traduce en
"recomendaciones públicas autónomas", previa investigación a las autoridades
públicas, de las que se desprenden violaciones a los derechos humanos. Las

21
El Ombudsman es un organismo dirigido por uno o varios funcionarios, designados por el Órgano
Parlamentario, por el Ejecutivo o por ambos, los cuales, con el auxilio de personal técnico, poseen la
función esencial de recibir e investigar reclamaciones, que pueden iniciar de oficio, por la afectación de
los derechos e intereses legítimos, inclusive los derechos fundamentales de los gobernados consagrados
constitucionalmente, de manera específica respecto de los autos u omisiones de autoridades
administrativas, no sólo por infracciones de legalidad, sino también por injusticia. Citado por Héctor, Fix-
Zamudio, Justicia Constitucional, Ombudsman y Dtm!chos Humanos, Comisión Nacional de Derechos
Humanos, México, 1993, pp. 204 Y ss.
recomendaciones que llega a emitir con motivo de las infracciones cometidas, aun
cuando no tienen carácter obligatorio, poseen la fuerza del convencimiento ante la
opinión pública.22
Además de esta actividad, que es propiamente la de proteger a los derechos
humanos, y la que por ende constituye una garantía constitucional, la Comisión
también lleva a cabo otras labores de estudio, enseñanza, promoción y difusión de los
derechos del individuo. La Comisión Nacional de Derechos Humanos aparte de no ser
competente para conocer de asuntos jurisdiccionales, tampoco lo es tratándose de
asuntos electorales y laborales. Sin embargo, constituye otro mecanismo de garantía
constitucional, en razón de que su función específica es la defensa de los derechos del
gobernado a través de recomendaciones encaminadas a sugerir una determinada
sanción a la autoridad que incurrió en la violación de tales derechos y, puede ubicarse
en el sector de la jurisdicción constitucional de la libertad, dentro de los remedios
complementarios.
Por cuanto hace al Tribunal Electoral,23 se integra por una Sala Superior compuesta
por siete magistrados electorales y por Salas Regionales; actualmente constituye la
máxima autoridad jurisdiccional en materia electoral ya su vez es el órgano
especializado de la misma dentro del Poder Judicial de la Federación, situación que
hay que resaltar pues anteriormente dada la naturaleza jurídica, en la práctica sus
resoluciones tenían muy poca eficacia porque no era un Tribunal de plena jurisdicción,
ya que sus resoluciones eran revisadas en última instancia por el Congreso de la
Unión, quien pronunciaba el fallo definitivo; ahora en virtud de la reforma, se pretende
que sus decisiones tengan mayor fuerza.
Para garantizar los principios de constitucionalidad y legalidad de los actos y
resoluciones electorales, se establece un sistema de medios de impugnación, que
proporciona definitividad a las distintas etapas y procesos electorales; garantizando así
la protección de los derechos políticos de los ciudadanos de votar, ser votado y de
asociación. En materia electoral, la interposición de los medios de impugnación
constitucionales o legales, no producirá efectos suspensivos sobre el acto o resolución
impugnado (últimos párrafos del artículo 41 constitucional).

22
Ibidem, p. 207
23
Recientemente reformado por Derechos publicado en el Diario Oficial de la Federación de 22 de
agosto de 1996.
Respecto de las funciones que desempeña el Tribunal Electoral, y que presuntamente
constituyen un mecanismo de reparación a la Constitución, en tanto que garantizan el
buen desempeño de los procesos electorales, son a nuestro juicio las siguientes.
El artículo 99 constitucional señala que al Tribunal Electoral corresponde resolver en
forma definitiva e inatacable sobre:
a) Impugnaciones en las elecciones federales de diputados y senadores (párrafo
cuarto, de la fracción y del citado numeral) que se refieren a las
determinaciones sobre la declaración de validez, otorgamiento de constancias
y la asignación de diputados o senadores que podrán ser impugnadas ante las
Salas Regionales del Tribunal (párrafo segundo del artículo 60 constitucional
en vigor); dichas resoluciones podrán ser revisadas exclusivamente por la Sala
Superior del propio Tribunal, a través del medio de impugnación que los
partidos políticos podrán interponer únicamente cuando por los agravios
esgrimidos se pueda modificar el resultado de la elección, es en éstos casos en
que los fallos pronunciados por la Sala Superior del Tribunal son definitivos e
inatacables.
b) Además, al Tribunal Electoral también corresponde resolver impugnaciones
que versen sobre actos y resoluciones de la autoridad federal, que violen las
normas constitucionales o legales (fracción III del párrafo cuarto, del artículo 99
constitucional).
c) Las impugnaciones por actos o resoluciones definitivos y firmes de las
autoridades competentes para organizar, calificar o resolver las impugnaciones
en los procesos electorales de las entidades federativas, que puedan resultar
determinantes para el desarrollo del proceso respectivo o el resultado final de
las elecciones. Esta vía procederá solamente cuando se viole algún precepto
establecido en esta Constitución, que la reparación solicitada sea material y
jurídicamente posible dentro de los plazos electorales y sea factible antes de la
fecha constitucional o legalmente fijada para la instalación de los órganos o la
toma de posesión de los funcionarios electos (fracción IV del párrafo cuarto, del
artículo 99 constitucional).
d) Las impugnaciones por actos o resoluciones que violen los derechos político-
electorales de los ciudadanos de votar, ser votado y de afiliación libre y pacífica
para tomar parte en los asuntos políticos del país (fracción V del párrafo cuarto,
del artículo 99 constitucional).
Como una primera reflexión, podemos apuntar que la reforma de agosto de 1996 en
materia electoral, es a todas luces positiva, pues acierta en gran medida al desvincular
al Tribunal Electoral del Poder Legislativo, en cuanto a la resolución de conflictos
producidos por la actuación de los partidos políticos y especialmente en los proce-
dimientos electorales, lo que le da una verdadera autonomía con respecto a la toma de
decisiones y al carácter de sus resoluciones, que como ya se dijo, son definitivas e
inatacables y que dada la circunstancia de que ahora el Tribunal Electoral forma parte
integrante del Poder Judicial Federal, sus fallos adquieren el carácter o los efectos de
la cosa Juzgada, pues resulta incuestionable que en toda sociedad debe existir
respeto por las decisiones de los órganos jurisdiccionales, ya que de lo contrario
carecerían de fuerza, y ello redundaría en el actuar deliberado de los gobernados al
margen de toda ley.
Por lo anterior, la función del Tribunal Electoral representa una garantía constitucional,
en virtud de que establece un mecanismo mediante el cual pueden solucionarse los
conflictos que se generen por la transgresión a los derechos políticos electorales de
los ciudadanos, y además constituye un instrumento para reparar violaciones a las
normas constitucionales o legales.
La fracción VI del artículo 76 constitucional establece la posibilidad para que el Senado
pueda intervenir en el campo de acción estatal, auxiliando a las autoridades locales
cuando hay conflictos de carácter político entre los poderes de alguna entidad
federativa. Es natural que existan conflictos entre los poderes de un Estado; el
ejercicio del poder siempre dará lugar, en una democracia, a que surjan puntos de
vista opuestos; pero cuando por dichos conflictos se amenace la tranquilidad de una
entidad o se recurra a las armas por las partes en conflicto, se atenta contra el estado
de derecho, por tanto es obligación de los poderes del centro intervenir para poner en
orden, a las partes y en paz a la sociedad. El Senado tiene competencia para conocer
de aquellas diferencias de tipo político en dos casos: a petición de parte, cuando lo
solicite alguno de los poderes; y de oficio, cuando por la magnitud del conflicto se
hubiera llegado a las armas. Sobre este particular, la función del Senado radica en
restablecer el marco constitucional violado, por la situación política concretamente
planteada en un Estado, con el fin de preservar la supremacía de las normas
fundamentales, y desde éste punto de vista constituye una garantía constitucional,
ubicada en el sector de la jurisdicción constitucional orgánica.
En nuestro sistema constitucional, la responsabilidad económica del Estado,
corresponde al Congreso de la Unión, a través de la facultad que la ley le otorga para
imponer las contribuciones necesarias a cubrir el presupuesto (fracción VII del artículo
73 constitucional) y particularmente a la Cámara de Diputados para examinar, discutir
y aprobar anualmente el presupuesto de egresos de la Federación, discutiendo
primero las contribuciones que a su juicio deban decretarse para cubrirlo, así como
revisar la cuenta pública del año anterior. La revisión de la cuenta pública tendrá por
objeto conocer los resultados de la gestión financiera, comprobar si se ha ajustado a
los criterios señalados por el presupuesto y el cumplimiento de los objetivos
contenidos en los programas (fracción IV del artículo 74 constitucional).
El órgano encargado de revisar la cuenta pública es la Contaduría Mayor de Hacienda,
que depende de la Cámara de Diputados y consiste en la comprobación de que la
administración pública realizó en cierto lapso o periodo de tiempo, las actividades
contenidas en los programas conforme a las partidas y presupuesto otorgados, es
dicho de otra manera, el control por parte del Legislativo de la responsabilidad política,
económica y financiera que tiene a su cargo el Poder Ejecutivo; es en ese sentido, que
se ha considerado a la responsabilidad económica del Estado, como un instrumento
encaminado a la defensa de la Constitución, ubicado en la jurisdicción constitucional
de la libertad, dentro de los instrumentos complementarios; ya que si bien es cierto,
que no tiene una función específica de reparación de los derechos del gobernado,
coadyuva indirectamente en su defensa a través de la supervisión y vigilancia a las
actividades de la autoridad.

Por último, en lo que respecta al juicio de Amparo consignado en los artículos 103 y
107 de la Ley Fundamental, representa la garantía constitucional de mayor eficacia
dentro de nuestro sistema jurídico, pues no obstante que la justicia constitucional
mexicana posee varios instrumentos para la resolución de controversias derivadas de
la violación a normas fundamentales, la historia nos demuestra que en la práctica
excepcionalmente se han aplicado, y de todas ellas es precisamente el juicio de
amparo el que se ha utilizado constantemente desde su consagración por los
gobernados para la defensa de sus derechos; sin embargo, su función se ha
transformado notablemente, pues originalmente se creó para tutelar estrictamente los
derechos individuales de la persona humana consagrados constitucionalmente, pero
su finalidad se ha extendido paulatinamente a la protección de todas las disposiciones
constitucionales cuya violación afecta un derecho de tipo personal, abarcando incluso
la legislación secundaria de nuestro ordenamiento jurídico, hasta configurar un
complejo pero eficaz sistema de defensa a la Carta Federal, a través de los diversos
sectores del amparo: aquél que comprende el amparo libertad, referente a la
impugnación de actos de autoridad que pongan en peligro la vida, afecten la libertad
personal fuera del procedimiento judicial, deportación, destierro y actos regulados por
el artículo 22 constitucional. El amparo contra leyes, por medio del cual se combaten
las disposiciones legislativas que se consideran contrarias a la Carta Magna, en forma
directa a través de la llamada acción de inconstitucionalidad, o por conducto de una
sentencia mediante el planteamiento o interpretación de preceptos constitucionales. El
amparo casación, cuya finalidad es el examen de la legalidad de las resoluciones de
última instancia. El amparo administrativo, cuando actúa como sustituto de la jurisdic-
ción administrativa, o para llevar a cabo el control de la legalidad de las sentencias
administrativas y el llamado amparo social cuando actúa en favor de los derechos de
los campesinos y de los trabajadores.
Por el momento no haremos mayores referencias a estos sectores, ya que ello
implicaría la elaboración de una verdadera monografía para cada sector a analizar, lo
cual excedería los objetivos de la presente obra, debido a esta circunstancia nos
hemos limitado a hacer una muy breve referencia a su encuadramiento dentro del
derecho de amparo, y esencialmente al sistema de garantías constitucionales, materia
fundamental de este capítulo.
Ciertamente el juicio de amparo es una garantía constitucional de carácter procesal,
encaminada a restaurar el orden constitucional violado, a través de la defensa de los
derechos del gobernado devolviéndoles su vigencia, cuando éstos han sido
vulnerados en virtud de un acto de autoridad. Esto consiste en volver las cosas al
estado en que se encontraban antes de que se cometiera la violación, de ahí su
carácter reparador.

Por ello, el juicio de amparo es una garantía constitucional ubicada dentro de la


jurisdicción constitucional de la libertad y concretamente como un instrumento
especifico, ya que a través de él de manera pronta y eficaz se restituye a los
gobernados en el goce de su derecho violado y por ende, para la restauración y
defensa de la Constitución, esa es precisamente la función que cumple el juicio de
amparo dentro de nuestro ordenamiento jurídico.
Por su parte la jurisprudencia ha señalado:
Séptima Época
Instancia: Tribunales Colegiados de Circuito
Fuente: Apédice de 1995
Tomo: Tomo VI, ParteTCC
Tesis: 614
Página: 408
AMPARO, FINALIDAD Y NATURALEZA DEL.-El juicio de amparo es el instrumento
procesal creado por nuestra Constitución Federal para que los gobernados puedan
hacer proteger sus garantías constitucionales de las violaciones que al respecto
cometan las autoridades. Y ese instrumento no sólo debe ser motivo académico de
satisfacción, sino que también en la vida real y concreta debe otorgar a los ciudadanos
una protección fácil y accesible para sus derechos más fundamentales,
independientemente del nivel de educación de esos ciudadanos, e in-
dependientemente de que tengan o no, abundantes recursos económicos, así como
del nivel de su asesoría legal. Esto es importante, porque la protección que el Poder
Judicial Federal hace de las garantías constitucionales de los gobernados debe
funcionar como un amortiguador entre el poder del Estado y los intereses legales de
los individuos, y en la medida en que ese amortiguador funcione, en vez de sentirse un
poder opresivo, se respirará un clima de derecho. Luego los jueces de amparo no
deben hacer de la técnica de ese juicio un monstruo del cual se pueda hablar
académicamente, pero que resulte muy limitado en la práctica para la protección real y
concreta de los derechos constitucionales real y concretamente conculcados. De
donde se desprende que las normas que regulan el procedimiento constitucional debe
interpretarse con espíritu generoso, que facilite el acceso del amparo al pueblo
gobernado. En un régimen de derecho, lo importante no es desechar las demandas de
amparo que no están perfectamente estructuradas, sino obtener la composición de los
conflictos que surgen entre gobernados y gobernantes, y resolver judicialmente sobre
el fondo de las pretensiones de éstos.

PRIMER TRIBUNAL COLEGIADO EN MATERIA ADMINISTRATIVA DEL PRIMER


CIRCUITO.
Séptima Época:
Amparo en revisión 824/75. Folomeno Delgado Domínguez. 21 de septiembre de 1976.
Unanimidad de votos.
Amparo en revisión 507/76. Asociación Ganadera Local de Jonuta, Tabasco. 19 de octubre de
1976. Unanimidad de votos.
Amparo en revisión 170/77. Refaccionaria Industrial Molinera, S. A. 19 de abril de 1977.
Unanimidad de votos.
Amparo en revisión 194/77. Muebles y Decoración Sobrino, S. A. 10 de mayo de 1977.
Unanimidad de votos.
Amparo en revisión 554/77. José Trinidad Badillo. 16 de agosto de 1977.
Unanimidad de votos.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS I. ÉPOCA PRE-HISPÁNICA
MEXICANOS DEL JUICIO DEL
AMPARO No es dable descubrir en la época
precolombina y en los pueblos que
habitar en el territorio que comprende actualmente la República Mexicana ninguna
institución, consuetudinaria o de derecho escrito, que acuse una antecedencia de las
garantías individuales que se consagraron, con diversas modalidades, en casi todas
las Constituciones que nos rigieron a partir de la consumación de la independencia. En
efecto, los regímenes sociales en que estaban estructurados los principales pueblos
prehispánicos se vaciaron en formas primitivas y rudimentarias, y conforme a las
cuales la autoridad suprema, con facultades omnímodas, era el rey o emperador,
nombre que, por una especie de proyección conceptual política, se ha estilado
adscribir a los jefes máximos de tales pueblos. El derecho público, entendiendo por tal
el conjunto de normas que organizan a un Estado y que definen y regulan las
relaciones entre las diversas autoridades estatales y entre éstas y los gobernados, en
los regímenes precoloniales se traducía en un cúmulo de reglas" consuetudinarias que
establecían la manera de designar al jefe supremo (designación que se llevaba a cabo
generalmente por elección indirecta, siendo los electores los mismos jefes secundarios
o los ancianos), así como en una especie de conciencia jurídica que, atendiendo sobre
todo a factores religiosos, consideraba al soberano investido de un poder ilimitado.
Bien es cierto que en algunos pueblos existían consejos de ancianos y sacerdotes que
aconsejaban al jefe supremo en las cuestiones trascendentales para la vida pública;
pero también es verdad que éste no estaba constreñido u obligado coactivamente a
acatar las opiniones en que dicha función consultiva se manifestaba. Tales
circunstancias nos inducen a creer que en los regímenes políticos y sociales primitivos
el gobernado no era titular de ningún derecho frente al gobernante, resultando
aventurado tratar de descubrir en ellos algún precedente de nuestras actuales
garantías individuales. Esta afirmación, desde luego, no implica que en los pueblos
que vivieron en el territorio nacional antes de la conquista no haya habido ningún
derecho consuetudinario, pues, por el contrario, existía en ellos un conjunto de
prácticas que regulaban las relaciones propiamente civiles entre los miembros de la
comunidad y fijaban cierta penalidad para hechos considerados como delictuosos,
quedando la observancia de tales prácticas, en el terreno contencioso, al criterio o
arbitrio del jefe supremo, a quien en la administraci6n de justicia ayudaban diversos
funcionarios.
Tomando en consideración esta situación, resulta aventurado tratar de descubrir en el
régimen social mexicano prehispánico un precedente de nuestra institución tuteladora
por razones obvias, en el que "la autoridad del rey era absoluta, como lo era la de los
señores en sus respectivas provincias".24 Además, podemos decir que entre los
aztecas la administración de justicia era arbitraria, tomando este vocablo en su debida
acepción, esto es, como implicación a-jurídica, pues como afirma el licenciado Toribio
Esquivel Obregón, "la justicia no se administraba conforme a normas legales o
consuetudinarias pre-establecidas, sino según el criterio del funcionario respectivo".25
Si, pues, tales eran las condiciones que privaban en el régimen azteca, el más ade-
lantado culturalmente hablando de todos los aut6ctonos pre-europeos, por mayoría de
razón debemos concluir que en él suelo de México, antes de la colonización española,
nunca podremos hallar un precedente de nuestro juicio de amparo, ni siquiera con una
semejanza muy relativa, pues como afirma Mendieta y Núñez, "como cuerpo de leyes,
la historia del derecho patrio empieza con la primera cédula real dictada para el
gobierno de las Indias", es decir, con el advenimiento del derecho colonial.26
Sin embargo, no falta quien asegure, como don Francisco Pimentel,27 que el poder del
monarca entre los antiguos mexicanos no era absoluto, sino que estaba limitado por lo que
dicho autor denomina el "poder judicial", a cuyo frente había un magistrado supremo con
jurisdicción definitiva, esto es, inapelable hasta ante el rey mismo.
En apoyo de la opinión de Pimentel existen los valiosos testimonios de ilustres historiadores,
tales como Alfredo Chavero, Vicente Riva Palacio, José Maria Vigil y otros, en el sentido de
que el poder del rey o señor entre los aztecas (tecuhtli) estaba controlado por una especie de
aristocracia que componía un consejo real llamado "Tlatocan", que tenía como misión
aconsejar al monarca en todos los asuntos importantes del pueblo, quien suponía a su jefe
supremo ungido por la voluntad de los dioses, atribuyéndose a dicho organismo consultivo,
además, ciertas funciones judiciales. Por otra parte, los habitantes de los "calpulli" o barrios de
la ciudad, tenían un representante en los negocios judiciales, es decir, una especie de tribuno
que defendía sus derechos ante los jueces y que recibía el nombre de "chinancalli",
aseverándose que sus principales atribuciones consistían en "amparar a los habitantes del

24
Toribio Esquivel Obregón.- Apuntes para la Historia del Derecho en México.- T. I.- Página 336.
25
Idem. Pág. 384.
26
El Derecho Pre-colonial. Edición 1961. Pág. 25.
27
Obras completas.- Pág. 19.
calpulli, hablando por ellos ante los jueces y otras dignidades". Además, entre los aztecas
existía otro importante funcionario que se denominaba "cihuacoatl", cuyo principal papel
consistía en sustituir al "tecuhtli" cuando éste salía de campaña en lo tocante a las funciones
administrativas en general y específicamente hacendarias, reputándosele, por otra parte, como
algo parecido al Justicia Mayor de Castilla o Aragón desde el punto de vista de sus facultades
judiciales, las cuales estaban encomendadas, en grado inferior, a cuatro jueces con
competencia territorial en la Gran Tenochtitlan, y que se llamaban "tecoyahuácatl",
"ezhuahuácatl", "acayacapanécatl" y "tequixquinahácatl".28

Lo cierto es que, sin perjuicio de que varios historiadores afirmen que dentro del
sistema social azteca existía un derecho consuetudinario, traducido en un conjunto de
prácticas que regulaban las relaciones propiamente civiles entre los miembros de la
sociedad y fijaban cierta penalidad para hechos considerados como delictuosos, es de
presumirse que la aplicación de tales costumbres a los diversos casos concretos que
lo presentaran quedaba a la discreción del monarca, a quien estaba encomendada la
función de administrar justicia en forma originaria. En estas condiciones, si bien se
puede afirmar que entre los aztecas y demás pueblos que habitaron el territorio
nacional en la época pre-hispánica existía un incipiente derecho civil y penal con-
suetudinario, no es posible formular igual aseveración por lo que toca a la existencia
de un reconocimiento jurídico de los derechos fundamentales del gobernado frente a
las autoridades, ya que, en primer lugar, éstas aplicaban arbitrariamente las reglas
consuetudinarias y, en segundo término, las posibles contravenciones a la costumbre
carecían de sanción jurídica.

Las anteriores aseveraciones las formulamos, sin embargo, con las reservas inherentes a la
índole misma del presente libro, que no es, ni pretende ser, una obra de investigación histórico-
jurídica. Quizá la indagación minuciosa sobre la organización política, administrativa y judicial
de los pueblos prehispánicos que habitaron nuestro territorio, conduzca al conocimiento
exhaustivo y auténtico de sus instituciones jurídicas, rectificando posibles errores, disipando
dudas y aclarando situaciones en que hubieren podido incurrir los historiadores. Reconocemos
que dicha labor investigatoria es ardua, complicada y difícil, pues la falta de derecho estatutario
o escrito, indica que necesariamente los estudios que sobre tan importante cuestión se
emprendan, deben basarse en interpretaciones de códices y de usos sociales ya desapa-
recidos, no exentas muchas veces del influjo de factores sentimentales, es decir, de simpatía o
antipatía hacia alguno de los elementos étnicos que integran nuestra nacionalidad: el español y
el indígena. Así, y en relación con nuestro juicio constitucional, Ignacio Romerovargas Iturbude,

28
México a través de los Siglos.- T. VIII.—págs. 248 a 250 y 302 a 306 y siguientes.
cree haber descubierto en la organización jurídico-política de los pueblos del Anáhuac un
antecedente del amparo a través del funcionamiento de un tribunal llamado "de principales" o
sea, de "tecuhtlis y gobernantes", al afirmar que éste "tenía asiento en la sala de Tecpan
denominada tecpicalli, casa de señor y de los pillis, donde el altépetl, asistido de los principales
guerreros de los pillis (Consejo de guerra), recibía quejas e impartía justicia sobre guerreros y
gobernantes, de los piIlis, juzgando con extrema severidad y de acuerdo con las normas y
costumbres de la nación, verdadero tribunal de amparo contra actos de los funcionarios, de real
eficacia entre los indígenas".29

II. RÉGIMEN COLONIAL

En la Nueva España el derecho colonial se integró con el derecho español propia-


mente dicho en sus formas legal y consuetudinaria, y por las costumbres indígenas,
principalmente. Al consumarse la conquista de México y al iniciarse la colonización de
las tierras recién dominadas, la penetración jurídica española se encontró con un
conjunto de hechos y prácticas sociales autóctonas, las cuales, lejos de desaparecer y
quedar eliminadas por el derecho peninsular, fueron consolidadas por diversas dis-
posiciones reales y posteriormente por la Recopilación de Leyes de Indias de 1681,
cuyo artículo cuarto autorizaba su validez en todo aquello que no fuesen incompatibles
con los principios morales y religiosos que informaban al derecho español. Así, pues,
en la Nueva España estuvo vigente en primer término la legislación dictada exclusi-
vamente para las colonias de América, dentro de la que ocupan un lugar prominente
las célebres Leyes de Indias, verdadera síntesis del derecho hispánico y las
costumbres jurídicas aborígenes. Por otra parte, las Leyes de Castilla tenían también
aplicación en la Nueva España con un carácter supletorio, pues la Recopilación de
1681 dispuso que "en todo lo que no estuviese ordenado en particular para las Indias,
se aplicarán las Leyes de Castilla".
En el orden político, la autoridad suprema en las colonias españolas de América era el
mismo rey de España, quien estaba representado por los virreyes o capitanes
generales, según la importancia de la colonia de que se tratase. El monarca español,
como sucede en todos los regímenes absolutos, concentraba en su persona las tres
funciones en que se desarrolla la actividad integral del Estado, pues además de ser el
supremo administrador público, era legislador y juez. Todos los actos ejecutivos, todas

29
Organización Política de los Pueblos de Anáhuac. Ed. 1957. pág. 306.
las leyes y los fallos se desempeñaban, expedían y pronunciaban en nombre del rey
de España, quien, en el ámbito judicial, delegaba sus atribuciones propias, inherentes
a su soberanía, en tribunales que él mismo nombraba.30
El derecho español positivo y, sobre todo el colonial, tenía la pretensión de ser
eminentemente realista. Ninguna ordenanza debía expedir el monarca sin estar debi-
damente enterado acerca de su conveniencia objetiva, de tal suerte que lo que debía
determinar la promulgación de cualquier ley, o inclusive su abrogación, era una
motivación integrada por elementos y factores propios de la realidad social para la que
estaba destinada o que fuesen incompatibles con ella. Bajo estos auspicios, y con el
fin primordial de garantizar el realismo jurídico, se creó el llamado Consejo de Indias,
organismo que, aparte de las funciones propias que se le adscribieron en lo tocante a
todos los asuntos de las colonias españolas en América, actuaba como consultor del
rey en las cuestiones que a éstas interesaran.
Persiguiendo el objeto de unificar todas las disposiciones que bajo distintas formas
perceptivas se dictaron para los dominios españoles en América, el rey Carlos II, en
1681 y por sugestión de dicho Consejo, ordenó la conjunción de ellas en un código
que se conoce con el nombre de Recopilación de Leyes de Indias, cuyo contenido
normativo versa sobre múltiples y variadas materias que sería prolijo mencionar. A
través de las diversas ordenanzas, cédulas, pragmáticas, etc., que en tal Recopilación
se involucraron, se observa la tendencia permanente de proteger a la población
indígena contra abusos y arbitrariedades de los españoles, criollos y mestizos
principalmente, así como el designio invariable de evangelizarla, refrendándose a este
respecto el testamento de la reina Isabel la Católica. La legislación de Indias fue, por
tanto, eminentemente protectora del indio, y este afán tutelar llegó al extremo de
considerar al elemento indígena sujeto a un verdadero régimen de "capitis deminutio",
restrictor de su capacidad jurídica en muchos aspectos, según lo podemos constatar al
examinar la antecedencia histórica de nuestras actuales garantías individuales en la
época colonial.
En un régimen jurídico-político, como el español y por extensión, como el de Nueva
España, en el que la autoridad suprema del rey descansaba sobre el principio del

30
Así, en la Nueva España la función jurisdiccional, que correspondía originariamente al rey, se
desempeñaba por diferentes funcionarios judiciales que, según la competencia que se les asignaba en
diversas disposiciones reales, conocían en primera instancia de los asuntos contenciosos que se sometían
a su decisión, tales como los corregidores, los alcaldes ordinarios, los jueces de la Casa de Contratación
de Sevilla, etc. Las sentencias dictadas en dicha instancia, tanto en asuntos civiles como criminales, eran
conocidas en alzada por las Audiencias, contra cuyos fallos, en algunos casos, procedía el recurso de
suplicación ante el rey, así como por el Consejo de Indias cuando el órgano judicial a quo hubiere sido la
Casa de Contratación de Sevilla.
origen divino de la investidura soberana de los monarcas, sería inútil descubrir en el
sistema de derecho que lo estructuraba alguna institución que proclamase las prerro-
gativas inherentes al gobernado como contenido de una potestad jurídica. Sin embar-
go, el absolutismo de los reyes de España, en cuanto al ejercicio de sus funciones
gubernativas en las Indias, y a pesar de que su propia naturaleza político-jurídica
traduce ausencia de barreras legales que detuvieran la actuación del soberano frente
a sus súbditos, siempre se vio suavizado por los principios morales y religiosos deri-
vados de los postulados cristianos, pues bajo el designio de cumplir con las
enseñanzas evangélicas, los monarcas españoles generalmente se inspiraron en
móviles humanitarios y piadosos para desempeñar su función legislativa, y prueba de
ello es que en múltiples prescripciones de las Leyes de Indias se encuentra esa
tendencia en beneficio del aborigen, y la cual, al adoptar formas preceptivas en un
sistema legal, produjo como resultado, a través del tiempo, una especie de psicosis de
inferioridad en la población indígena que, a pesar de haber estado jurídicamente
protegida, en la realidad era vejada de diferentes maneras por españoles, criollos y
mestizos.
Es en las Leyes de Indias donde podemos encontrar la fuente primordial del derecho
neo-español, pues en ellas están recopiladas las disposiciones reales que bajo
distintas formas rigieron múltiples aspectos de la vida colonial hasta 1681. Siguiendo la
usanza de la generalidad de los ordenamientos españoles, a dichas Leyes, compi-
ladas por orden del rey Carlos II, según afirmamos, se las debe reputar como un
código omnicomprensivo, o sea, como un cuerpo legal regulador de variadas materias
jurídicas, tanto de derecho público como de derecho privado, tales como las
concernientes a la Santa Fe Católica, al patrimonio real, a los tribunales del santo
oficio, a los colegios y seminarios, al Consejo de Indias, a las Audiencias, a los
virreyes, al comercio, a los juicios, etc. En el cúmulo de disposiciones sobre tan diver-
sas cuestiones se pueden descubrir prevenciones reales que revelan la situación de
los gobernados durante el régimen neo-español31
Se ha criticado con cierta frecuencia al régimen español, en el sentido de que
implicaba un sistema de marcado absolutismo, en el que la autoridad del monarca
absorbía a cualquier otro poder, imposibilitando el nacimiento y desarrollo de los de-
rechos fundamentales del individuo. Nada más injusto que estas críticas, pues si ana-
lizamos el Derecho Español, en su aspecto legal y consuetudinario, encontraremos

31
Consúltese nuestra obra Las Garantías Individuales.
que existía una verdadera garantía jurídica para los gobernados en la jerarquía
normativa.

En efecto, a este propósito, el licenciado Esquivel Obregón afirma32 "la ley 238 de Estilo
establece el orden y prelación del derecho como debían aplicado los jueces: en primer lugar,
debían acatarse los principios del Derecho Natural, 33 luego las costumbres razonables, es
decir, no contrarias a aquel derecho y, finalmente, las leyes positivas", y añade: "el Derecho
Natural era, pues, como las modernas constituciones, y las leyes no debían cumplirse cuando
eran contrarias o se oponían a las costumbres".

Consiguientemente, en el Derecho Español existía una auténtica jerarquía jurídica en


la que la norma suprema era el Derecho Natural, cuyos mandatos debían prevalecer
sobre las costumbres y las leyes.

Esta supremacía jurídica del Derecho Natural fue posteriormente corroborada por la ley 31 del
título 18 de la Partida tres, que decía textualmente: "Contra derecho natural non debe valer
previlejo, nin carta de Emperador, rey nin otro señor. E si la diere, non debe valer", así como
por la Novísima Recopilación de Leyes de España, que en el precepto conducente disponía:
"Establecemos que si en nuestras cartas mandáremos algunas cosas en perjuicio de partes,
que sean contra ley o fuero o derecho, que tal cosa sea obedecida y no cumplida, no
embargante que en ella se haga mención general o especial de la ley o fuero u ordenamiento
contra quien se diere, contra las leyes y ordenanzas por nos fechas en Cortes por los
procuradores y villas de nuestros reinos."

Así, pues, cuando existía una oposición con el Derecho Natural, las leyes no debían
ser cumplidas, esto es, no debían ser acatadas sus disposiciones ni ejecutadas, sino
que solamente debían escucharse, asumiendo una actitud pasiva (obedecer). ¿Qué
sucedía cuando se pretendía aplicar una ley, una ordenanza, etc., contraviniendo la
prelación jurídica con que estaba investido el Derecho Natural en el sistema español?
Que el afectado o agraviado por tal pretendida aplicación podía acudir al rey,
solicitando su protección contra actos de su directa autoridad o de sus inferiores, o,
como dice Esquivel Obregón34 "se apelaba al rey ante el rey mismo o se pedía amparo

32
Op. cit.
33
La idea de Derecho Natural en el antiguo derecho español implica, conforme al pensamiento filosófico
y teológico de la época, un conjunto de principios establecidos de acuerdo con la naturaleza del hombre
título de criatura o hijo de Dios, matizados con un espíritu cristiano de piedad y caridad.
34
Op. cit.
al rey, a quien se ilustraba sobre los hechos, contra el rey que había mandado algo por
obrepción (mala información) o por subrepción (ocultación de los hechos inspiradores
del mandato real)". Este recurso tutelaba, por ende, la supremacía jurídica del Derecho
Natural en primer lugar, y en segundo término, las costumbres, que no podían ser
contravenidas por disposición autoritaria alguna, y dentro de esta teleología protectora,
también encontraban su preservación los derechos fundamentales del hombre,
consagrados por el Derecho Natural y contenidos en las prácticas sociales. Por tal
motivo, es pertinente afirmar que en el recurso de obedézcase pero no se cumpla de
que hemos hablado, hallamos un precedente histórico español de nuestro juicio de
amparo, aunque técnicamente consideradas ambas instituciones ofrezcan profundas
diferencias por su diversa estructura jurídica, que nos hace inclinar a creer que
específicamente el mencionado recurso hispánico, en su funcionamiento, es el origen
de la reconsideración administrativa, aunque genéricamente, en su aspecto
teleológico, puede serlo del amparo.

Además, según el licenciado Esquivel Obregón, existe desde la legislación visigoda un


antecedente que podría corroborar la anterior apreciación, pues dicho autor, al hablar sobre el
particular, dice: "también extendía el rey su jurisdicción en favor de aquellos que volun-
tariamente se ponían bajo su protección, 'emparamentum', tan antigua es en nuestras tradi-
ciones jurídicas la expresión 'amparo' para buscar en la alta jurisdicción la enmienda de los
errores o daños causados por otros inferiores"35

El recurso de "obedézcase y no se cumpla" no se consignó expresamente, por medio


de una regulación sistemática, en ninguno de los estatutos que integraron el Derecho
Español, sino que fue producto de la costumbre jurídica, traducida en prácticas
inveteradas que comenzaron a observarse desde la época en que nació el Derecho
Penal en pleno medioevo.36 Este derecho se formó al través de los llamados "fueros",
que eran convenios que se concertaban entre el rey, por una parte, y la nobleza o los
habitantes de determinadas villas o ciudades, por la otra, principalmente, en los que el

35
Op. cit.
36
En corroboración a este aserto, séanos permitido citar las palabras de López de Haro, quien aduce:
"Tenían, además, los reyes un veto de carácter constitucional que les impedía obrar contra fuero e contra
derecho, debiendo no ser obedecidos sus mandatos hasta ratificación, desechando el reparto que se les
hiciera" -Partida 3a., título XVIII, leyes 29, 30 y 31-, y en las Cortes de Toro de 1369 se estableció de
forma terminante que las disposiciones reales "contra derecho, o contra ley o fuero usado, no valen ni
sean cumplidas", disposición repetida multitud de veces, cual puede verse, en las leyes del título IV del
libro II de la Novísima Recopilación." Dicho autor agrega que "Para cohonestar el incumplimiento de las
órdenes reales con la obediencia debida a los mandatos, se daba la fórmula de ser obedecida, pero no
cumplida la orden ilegal, y Felipe IV también autorizaba a su consejo para que replicara sus resoluciones"
(La Constituci6n y Libertades de Aragón. Pág. 250).
monarca contraía el compromiso de respetar ciertos derechos, privilegios o prerroga-
tivas en favor de los "fijosdalgo" o de los "Villanos". Cuando algún soberano, mediante
actos inherentes a sus funciones legislativas o administrativas, osaba atentar contra
los citados derechos, privilegios o prerrogativas, se acostumbró que los afectados
"obedecieran" las disposiciones reales respectivas, pero sin "cumplidas".
Aparentemente, tal situación ofrecía una notoria contradicción, pues podría suponerse
que no es posible obedecer una orden de autoridad sin cumplida. No obstante, dentro
de la terminología jurídica española, y aun etimológicamente hablando, la acepción de
los vocablos "obedecer" y "cumplir" es diferente. Obedecer significa reconocer
autoridad legítima en quien da una orden, en quien manda, o sea, asumir una actitud
pasiva de respeto hacia el gobernante, considerándolo investido con la facultad de
gobernar. Por tanto, se obedece a quien por propias funciones tenga la potestad de
ordenar, de mandar o gobernar, sin que la obediencia se refiera a los actos del
usurpador, es decir, de la autoridad que no tenga, por su propia índole o jerarquía, las
atribuciones de mando.
Roque Barcia, citado por Salvador Chávez Hayhoe,37 asienta que "Obediencia viene
de obedire, verbo latino que equivale a ob-audire. Supone la idea de una persona que
sigue a otra, que anda a su alrededor para oír lo que dice y poder servida. Obedecer
en los primeros tiempos, no significaba otra cosa que la sumisión o el acatamiento que
el criado debe a su amo."
Por el contrario, cumplir entraña la asunción de una actitud positiva frente al
mandamiento u orden, es decir, la ejecución de los actos tendientes a obsequiar lo que
se manda u ordena o, como dice el mismo autor citado, "cumplir implica la idea de
realización, quiere decir ejecutar, llevar a efecto"38
Como se ve, atendiendo a la diversa implicación de los conceptos de "obedecer" y de
"cumplir", en el recurso consuetudinario del Derecho Español no existía ninguna
contradicción, sino que, en cambio, su mecanismo y procedencia se basaban en las
acepciones lógicas de ambos vocablos. Así, cuando el rey expedía alguna orden que
se estimara contraria a los derechos, prerrogativas o privilegios del gobernado, éste
obedecía pero no cumplía esa orden, es decir, asumía una actitud pasiva de respeto,
de acatamiento a lo que se mandaba en ella, en señal de que provenía de una auto-

37
Roque Barcia, Sinónimos castellanos. Pág. 340.-Salvador Chávez Hayhoe, Obedézcase y no se
cumpla.-Artículo publicado en el número 3, t. IX de Memorias de la Academia Mexicana de la Historia.
Julio y septiembre de 1950.-Pág. 326.
38
Idem.
ridad legítimamente encargada del gobierno, pero se abstenía de ejecutar o realizar
los actos positivos que tal orden entrañase, o sea, no la cumplía, mientras se con-
vencía al propio monarca de que estaba afectada por los vicios de obrepción o de
subrepción, para el efecto de que, en su caso, la revocara.39 y 40

39
La obreptión equivale al "fraude que se comete en la obtención de alguna gracia, rescripto, empleo o
dignidad callando en la narración hecha al superior alguna verdad que era necesario manifestar para la
validez del acto". La subreptión consistía en "el fraude que se cometía en la obtención de dichas cosas
avanzando hechos contrarios a la verdad. Obreptitio fit veritate tacita; subreptitio autem fit subjecta
falsitate" (Escriche, Diccionario de Jurisprudencia y Legislación). Según este autor, tanto la obrepción
como la subrepción "anulan por derecho la gracia o título en que Se encuentra, con especialidad si
procede de dolo del impetrante, pues no vale la carta ganada con mentira o encubriendo la verdad. Los
títulos, cartas, concesiones o privilegios que se han logrado por obrepción o subrepción, se llaman
obrepcios o subrepcios, respectivamente; Ley 56, tít. 18, partida 5, capítulo super literis, 20, de
rescriptis".
40
El recurso de "obedézcase pero no se cumpla", según se ha dicho, tomó carta de naturalización en la
costumbre jurídica española a principios del siglo XVI y constantemente se daban casos de su aplicación
concreta. En la misma Nueva España, según referencia de Bernal Díaz del Castillo, aconteció un suceso
en que se acudió al expediente de "obedecer y no cumplir" una provisión real, tendiente a entregar el
gobierno de la naciente Colonia a Cristóbal de Tapia de parte de Hernán Cortés. Nos permitiremos
exponer dicho suceso en los términos en que lo relata el aludido cronista, de lo que se deduce que en la
conciencia de los conquistadores figuró la idea del citado recurso con verdaderos perfiles prácticos.
"Pues como Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya dichos a pacificar y poblar
provincias, en aquella razón vino un Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con
provisiones de Su Majestad, guiadas y encaminadas por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de
Burgos, para que le admitiesen a la gobernación de la Nueva España.
“Tapia presentó sus provisiones en la Villa Rica delante de Gonzalo de Alvarado, hermano de don Pedro
de Alvarado, que estaba en aquella razón por teniente de Cortés, porque Rodrigo Rangel que solía estar
por alcalde mayor, no sé qué desatinos e injusticias había hecho cuando allí estaba por teniente y de
Alvarado, las obedeció y puso sobre su cabeza como provisiones y mandato de nuestro rey y señor. En
cuanto al cumplimiento dijo que se juntarían los alcaldes y regidores de aquella villa, y que platicaría y
verían cómo y de qué manera eran habidas aquellas provisiones, y que todos juntos las obedecerían,
porque él sólo era una sola persona, y también verían si Su Majestad era sabedor que tales provisiones
enviasen.
“Esta respuesta no le cuadró bien a Tapia y aconsejándole personas que estaban bien con Cortés que se
fuese luego a México, donde estaba él con todos los más capitanes y soldados, y que allá las obedecerían.
Además de presentar las provisiones, escribió Tapia a Cortés de la manera que venía por gobernador; y
como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas le escribió Tapia, y vio las ofertas y ofrecimiento del
obispo de Burgos, y por otra parte las amenazas, si muchas buenas palabras venían en ellas, muy mejores
respuestas y más halagüeñas y llenas de cumplimiento les envió Cortés.
“Luego rogó y mandó a ciertos de nuestros capitanes que se fuesen a ver con Tapia los cuales fueron
Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Diego de Soto, Valdenebro y Andrés de Tapia, a los cuales
envió Cortés luego a llamar en posta que dejasen de poblar entonces las provincias en que estaban y que
fuesen a la Villa Rica donde estaba Tapia y aun con ellos mandó que fuese un fraile que se decía fray
Pedro Melgarejo de Urrea, que tenía buena expresión.
"Ya que Tapia iba camino de México a verse con Cortés, encontróse con los capitanes y con el fraile, y
con palabras y ofrecimientos que le hicieron, volvió del camino para un pueblo que se dice Cempoal. Allí
le demandaron que mostrase otra vez sus provisiones, y verían cómo y de qué manera lo mandaba Su
Majestad, y si venía en ellas su real firma o era sabedor de ello y que los pechos por tierra las
obedecerían todas ellas en nombre de Hernando Cortés y de toda la Nueva España, porque traía poder
para ello. Tapia tornó a mostrar las provisiones, y todos aquellos capitanes a una las besaron y pusieron
sobre sus cabezas como provisiones de su rey y señor, y que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban
de ellas para ante el emperador nuestro señor, y dijeron que no era sabedor de ellas ni de cosa ninguna.
Que Tapia no era suficiente para gobernador y que el obispo de Burgos era contra todos los
conquistadores que servimos a Su Majestad y andaba ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relación
a Su Majestad y por favorecer a Diego Velázquez y a Tapia, por casarle con una Fulana de Fonseca,
Tales son, pues, los datos que nos proporciona el derecho español acerca de los
antecedentes posibles, históricamente hablando, de nuestro juicio de amparo, derecho
que, como ya dijimos, estuvo vigente en las colonias americanas y específicamente en
la Nueva España, cuyo régimen jurídico en gran parte estuvo integrado por la
legislación castellana, como lo corroboró la Recopilación de Leyes de Indias. En esta
virtud, podemos afirmar, lógicamente, que en la Nueva España jurídicamente existió el
recurso de "obedézcase pero no se cumpla", en los términos que hemos dejado
apuntados con antelación, consideración confirmada por la ley 22, libro primero, de la
mencionada Recopilación, que ordenaba a las autoridades coloniales suspender la
ejecución de las leyes de Indias, cuando hubiere obrepción o subrepción. Decía la
disposición relativa: "los ministros y jueces obedezcan y no cumplan nuestras cédulas
y despachos, en que intervengan los vicios de subrepción y obrepción."
Independientemente de la existencia de dicho medio tutelador de los postulados del
Derecho Natural, derivada por inferencia lógico-jurídica, don Toribio Esquivel Obregón
aduce otras instituciones neo-españolas que considera como antecedentes de nuestro
juicio de amparo. El citado autor se refiere a una especie de recurso de lo que hoy
llamaríamos "de incompetencia constitucional", pues dice, "se daba el caso con
frecuencia de que una persona, que se creía agraviada con una resolución del virrey,
apelaba de ella para ante la Audiencia, por juzgar que aquél se extralimitaba en el uso
de su jurisdicción, y que el hecho era el conocimiento de la justicia... suspendiéndose
el curso de los autos en tanto que aquel tribunal decidía si el negocio era de justicia o
de gobierno".41
Por nuestra parte, si en lo tocante al recurso de "obedézcase pero no se cumpla"
estamos de acuerdo en que genéricamente puede estimarse como un precedente his-
pánico del juicio de amparo, en atención al objeto mismo de tutela de ambas institu-
ciones, no participamos, en cambio, del mismo parecer del licenciado Esquivel
Obregón por lo que atañe al medio jurídico que enuncia anteriormente. Creemos que
éste, más que un elemento jurídico de protección o tutela de un orden de derecho
superior contra disposiciones legales inferiores o actos de autoridad, era un verdadero
medio de suscitar la incompetencia del virrey, en el sentido de estar éste impedido
para, conocer de un determinado negocio en razón de la naturaleza del mismo, En la
hipótesis que provocaba la interposición del medio de que habla el citado autor, pudo o

sobrina o hija del mismo obispo." (Bernal Díaz del Castillo: Historia Verdadera de La Conquista de La
Nueva España, Cap. CXXXVIII,)

41
Op. cit., Pág. 335.-T.II
no haber un agravio individual en estado potencial o actual o una contravención a un
orden jurídico superior, suposiciones negativas que son inadmisibles tratándose de un
medio de control o preservación de los derechos del hombre o de un cuerpo legal
supremo.
En su afán de descubrir dentro del régimen jurídico colonial antecedentes de nuestras
instituciones de derecho actuales, y por lo que concierne en especial al juicio de
amparo, el multicitado escritor afirma que en el llamado recurso de fuerza se
encuentra otro antecedente de aquél. Dice a este propósito: "Por esta ley (la de 12 de
febrero de 1589 dada por Felipe II), aparece que el 'recurso de fuerza' podía
interponerse por protesta ante el tribunal eclesiástico (cuando había conocido de caso
de naturaleza temporal); pero también podía interponerse ante la Audiencia, en cuyo
caso ésta libraba la provisión ordinaria para que el juez eclesiástico otorgara la
apelación y repusiera y absolviera llanamente",42 agregando más adelante: "Las
audiencias en tales casos se limitaban a resolver si había habido fuerza o no; decir, si
el asunto era de la jurisdicción civil o de la eclesiástica, cualquiera otro punto debería
ser materia de juicio aparte."43
Por lo que respecta a esta institución procesal que el mencionado autor mexicano
señala como un antecedente del juicio de amparo, emitiremos la misma opinión que
sustentamos en lo que concierne al caso anterior, esto es, que más que ser dicho
recurso un precedente de nuestro medio tutelar, es una especie de incidente judicial
para suscitar la incompetencia entre las autoridades coloniales, ya no por razón de
naturaleza intrínseca del negocio (jurisdiccional o administrativa) , sino en vista del
fuero a que pertenecía (civil o eclesiástico).
Sin embargo, el recurso de fuerza no sólo era un medio para suscitar cuestiones de
incompetencia, sino que implicaba, además, un recurso de protección. Bajo es
segundo aspecto, guardaba estrechas semejanzas con el juicio de amparo, a tal punto
que puede considerarse como un antecedente hispánico de nuestra institución.

En efecto, según afirma José de Covarrubias, "Fuerza, dice el Señor Don Alfonso el Sabio, es
cosa, que es fecha a otro torticeramente de que non se puede amparar el que la recibe. Tales
son los atentados que cometen los Jueces, quando atropellando las leyes despojan ciudadano
de su libertad, hacienda, y honor sin oírle, ni admitir sus defensas o apelaciones, o mandan
alguna cosa contra ley; en cuyo conflicto no tiene otro recurso el vasallo más que acudir a su

42
Op. cit.
43
Op. cit, El “recurso de la fuerza” fue reconocido en la Constitución de Apatzingán, al otorgar
competencia para conocer de él al Supremo Tribunal de Justicia, según se advierte su artículo 197.
Rey, su Señor Natural, y Protector, o a sus Tribunales supremos, para que le libren y defiendan
de la opresión."44

Conforme a esta concepción, claramente se infiere que el recurso de fuerza, desde el


punto de vista de su carácter tutelar, significó un medio de control de la legalidad y del
derecho de audiencia, ejercitable contra las autoridades judiciales cuyos actos
lesionaran en sus bienes jurídicos a alguna persona, entre ellos la posesión.45
Por otra parte, el acucioso investigador Andrés Lira habla de un "amparo colonial”, el
que, según este autor, era el "sistema por el cual la autoridad máxima entonces, el
virrey, otorgaba protección a una persona frente a autoridades inferior y también frente
a otras personas, que sin tener ese carácter de autoridad, se hallaban en una situación
ventajosa en las relaciones con el protegido, debido a su posición social y a su poder
real dentro de la sociedad colonial".

Adoptando el método inductivo, es decir, examinando diversos casos concretos que registra la
historia jurídica de la Nueva España, Lira aduce que el amparo colonial se integraba con los
siguientes elementos: a).- autoridad protectora, el virrey por sí mismo o al través de
autoridades subordinadas como eran los alcaldes mayores y corregidores, entre otras; b).-
autoridades agraviantes (responsables), "diversas personas físicas y morales, con poder de
hecho -no necesariamente investidas y autoridad política- para realizar esos actos"; c).-
petición o demanda de amparo "en la que se hace (hacía) relación de los actos reclamados, los
perjuicios o alteración de un derecho y se designa a la persona o personas responsables,
pidiendo la protección"; d).- disposición o "mandamiento de amparo" expedido por el virrey
como autoridad protectora, "actuando independientemente o como presidente de la Real
Audiencia, en su carácter de representante del rey, y como principal protector de sus 'súbditos
e vasallos' "; e).- actos reclamados "que se estiman en la relación de la demanda, y, en su
caso, en la solución positiva de ella, como violatorios de derechos", y g).- interés jurídico del
quejoso, es decir, sus derechos, "que se alteran injustamente por los agraviantes en sus actos
conforme al orden jurídico positivo"46

La investigación emprendida por don Andrés Lira es desde cualquier punto de vista
plausible, ya que, independientemente de que haya existido lo que denomina "amparo
colonial", revela, al través del interesante estudio en que se desarrolla, que en el

44
Máximas sobre Recursos de fuerzas y Protección. Edición 1786, Pág. 92.
45
Véase la obra “Observaciones Prácticas sobre los Recursos de Fuerza” del Conde de la Cañada.-
Edición 1793.- Págs. 136 y 137.
46
Cfr. El Amparo Colonial y el Juicio de Amparo Mexicano. págs. 7 y 22.
sistema jurídico novohispánico imperaba el principio de legalidad como elemento de
seguridad para los bienes y derechos de los gobernados y el cual, sin duda alguna,
propició el ambiente sociopolítico para que fructificara durante la segunda mitad del
siglo XIX el juicio de amparo mexicano.

No quisiéramos terminar el estudio somero que acabamos de abordar respecto al régimen


colonial de México, en lo que se concierne a la posible antecedencia de nuestro juicio de
amparo, sin referimos a un curioso caso que relata don Antonio de Robles en su "Diario de los
Sucesos Notables" comprendidos entre los años de 1665 a 1703. El día 9 de septiembre de
1665, asienta el mencionado cronista, tomaron posesión de unos oficios eclesiásticos los
doctores Simón Estevan y Eugenio de Olmos, habiéndose presentado ante la Real Audiencia
por vía de la fuerza de amparo y protección (sic) los doctores Nicolás del Puerto y Juan Cano,
"alegando que el cabildo los había despojado violentamente del ejercicio de sus oficios
(mismos que se entregaron a los dos primeros personajes nombrados)". "Por esta relación
despachó la audiencia provisión de ruego y encargo para que se fuere a hacer relación, y se
amparase en ínterin a dicho Puerto (¿suspensión del acto impugnado?) y para que el doctor
Simón Estevan no actuase (¿ídem?)," La Real Audiencia, después de estudiar el caso, oyendo
las alegaciones del cabildo (¿autoridad responsable?) y encontrando el nombramiento
impugnado por los expresados Nicolás del Puerto y Juan Cano indebidamente hecho con vista
a un cúmulo de antecedentes de los puestos respectivos, no obstante la petición del cabildo de
que "amparase la audiencia los nuevamente nombrados" (sic), "la audiencia amparo a los otros
con penas de temporalidades y otras" (sic). Según sostiene el propio Antonio de Robles, el
pleito no concluyó sino hasta el mes de agosto del año de 1667, en que la Real Audiencia,
"para remediar estos inconvenientes, resolvió fijar edicto público, como se hizo, declarando en
él que el legítimo provisor y vicario (puestos disputados), era dicho canónigo, Dr. Antonio de
Cárdenas y Salazar, y no Puerto, y que así no reconociesen a éste por tal, pena de
excomunión, con lo cual se sosegó el rumor, y certificó la jurisdicción, y feneció la cisma".47
El caso concreto apuntado suscita las siguientes interrogaciones que pudieran despejarse si se
localiza en el Archivo General de la Nación, y se consulta, el legajo que se hubiere formado en
relación a tan sonado asunto: ¿La impugnación al consabido nombramiento asumió la forma de
un recurso autorizado jurídicamente? ¿La Real Audiencia tenía facultades consagradas por el
derecho neo-español para suspender órdenes de autoridad, suponiendo que tal fuese el
cabildo demandado?, ¿ A dicho organismo incumbía por modo general "amparar y proteger" a
una persona contra tales órdenes? De la respuesta que los investigadores acuciosos puedan
dar, documentadamente, a dichas interrogaciones, dependerá el descubrimiento de un
verdadero antecedente hispánico del nuestro juicio de amparo.

III. MÉXlCO INDEPENDIENTE (GENERALIDADES)

47
Diario de los Sucesos Notables. 1665 a 1703. Tomo I. Págs. 8 a 11 y 41 a 43.
El Derecho del México independiente, al menos en materia político-constitucional,
rompe con la tradición jurídica española, influenciado por las doctrinas derivadas de la
Revolución francesa e inspirado por el sistema norteamericano. La organización y el
funcionamiento del gobierno estatal constituyen para los primeros legisladores
mexicanos la preocupación más importante, a la que había que darle pronta y efectiva
resolución. Habiendo roto la continuidad jurídica tradicional del régimen colonial, se
encontraron sólo con modelos y antecedentes extranjeros para estructurar al Estado
recién nacido a la vida independiente y propia. De ahí los constantes desatinos
políticos y constitucionales que a fuerza de los años y de una práctica impuesta al
pueblo, fueron paulatinamente desapareciendo para ceder el paso a instituciones
jurídicas que, en principio materia de experimentación, gozaron posteriormente y
disfrutan en la actualidad de legítimo arraigo popular.
La desorientación que reinaba en el México independiente sobre cuál sería el régimen
constitucional y político conveniente de implantar, originó la oscilación durante más de
ocho lustros entre el centralismo y el federalismo. Parecía que centralistas y
federalistas mutuamente se daban la alternativa, forjando regímenes constitucionales
que estructuraban artificialmente a la Nación, en detrimento mismo del progreso
jurídico, político y social. Creyéndose que la siempre creciente prosperidad de los
Estados Unidos se debía a la adopción del sistema federal, de formación tan natural y
espontánea en aquel país, los constituyentes de 1824 expidieron una constitución de
ese tipo, cuya vigencia fue relativamente efímera, pues en el año de 1836 se dictó otra
de carácter centralista, por aquellos a quienes se conceptuaba como los
"reaccionarios" de aquella época, entre los cuales sobresalía el tristemente célebre
don Antonio López de Santa Anna. Por último, no sin dificultades y trastornos, se
establece definitivamente en México el régimen constitucional federal en la Constitu-
ción de 1857, emanada del famoso Plan de Ayutla, y sucesora del Acta de Reformas
de 1847, que había reimplantado la abrogada Constitución Política de 1824.
La gran trascendencia que tuvo la famosa Declaración francesa de los derechos del
hombre y del ciudadano en el mundo civilizado, no pudo dejar de repercutir no-
tablemente en el México recién emancipado. Fue por eso que la principal preocupa-
ción reinante, anexa a la de organizar políticamente al Estado, consistió en otorgar o
consagrar las garantías individuales. Estas, por tanto, llegaron a formar parte del
articulado constitucional, al cual en varias ocasiones, como ya veremos, se le colocó
en el rango de conjunto dispositivo supremo. Una vez más, en el caso de la forma
legal de consideración de los derechos del hombre, se aparta el sistema jurídico
mexicano de su antecedente paternal, por así decido, o sea el español. En éste, como
ya dijimos, el conjunto normativo supremo era el Derecho Natural y, por ende, los
derechos naturales del hombre debían ser respetados por el derecho positivo
consuetudinario y escrito, el que, a su vez, debía plegarse al primero en su contenido
dispositivo. Sin embargo, en el sistema español, y por consiguiente, en el régimen
jurídico de la Nueva España, el Derecho Natural no estaba escrito en ningún código,
en ninguna ordenanza, en ninguna real cédula. Era simplemente, podríamos decir un
elemento de existencia ideal con fuerte y marcada raigambre en las conciencias de
gobernantes y gobernados, cuya actuación debía regular. El México independiente no
se conformó con la condición jurídica que guardaban los derechos del hombre en el
régimen colonial, sino que quiso, siguiendo el modelo francés, plasmados en un
cuerpo legal, al que se consideró como la ley suprema del país, inspirándose
posteriormente -no copiando como muchos pretenden-, en el sistema inglés y en el
norteamericano, con el fin de dotados de un medio de preservación que definitiva-
mente fue el juicio de amparo, gloria y prez de nuestro régimen constitucional, y que
en muchísimos aspectos, si no es que en todos superó a sus modelos extranjeros, a
nuestro parecer, no obstante que hay autores, como Rabasa, que opinan lo contrario.
Concluyendo pues, esta última consideración, que podría suponerse suscitada por un
espíritu nacionalista, aunque, como ya tendremos oportunidad de ver, es motivada por
evidentes razones extraídas del análisis de nuestra institución y de sus fuentes
extranjeras de inspiración, toca ahora enfocar nuestro estudio, en relación con el tema
que forma el rubro del presente capítulo, hacia los diversos regímenes constitucionales
y legales de México.

IV. CONSTITUCIÓN DE APATZINGÁN

El primer documento político constitucional que descubrimos en el decurso de la


historia del México independiente, o mejor dicho, en la época de las luchas de eman-
cipación, fue el que se formuló con el título de "Decreto Constitucional para la Libertad
de la América Mexicana” de octubre de 1814, que también se conoce con el nombre
de "Constitución de Apatzingán", por ser este el lugar donde se expidió.
La Constitución de Apatzingán, que no estuvo en vigor, pero que es el mejor índice de
demostración del pensamiento político de los insurgentes que colaboraron en su
redacción, principalmente Morelos, y que según opinión de Gamboa es superior a la
Constitución Española de 1812, contiene un capítulo especial dedicado a las garantías
individuales. En el artículo 24, que es el precepto que encabeza el capítulo de
referencia, se hace una declaración general acerca de la relación entre los derechos
del hombre, clasificados a modo de la Declaración francesa, y el gobierno. De la forma
de concepción de dicho articulo, podemos inferir que la Constitución de Apatzingán
reputaba a los derechos del hombre o garantías individuales como elementos
insuperables por el poder público, que siempre debía respetados en toda su integri-
dad. Por ende, el documento constitucional que comentamos, en relación con el tema
concreto que ha suscitado nuestra atención, influenciado por los principios jurídicos de
la Revolución Francesa y por el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau, estima que
los derechos del hombre son superiores a toda organización social, cuyo gobierno, en
ejercicio del poder público, debe reputarlos intangibles, pues su protección no es sino
la única finalidad del Estado y que la soberanía reside originalmente en el pueblo,
siendo imprescriptible, inenajenable e indivisible.

En tal sentido, que revela la esencia misma del individualismo, está concebido el mencionado
artículo 24 de la Constitución de Apatzingán, que textualmente dice: "La felicidad del pueblo y
de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y
libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobier-
nos y el único fin de las asociaciones políticas", disponiendo sus artículos 2, 3 y 5 que "La
facultad de dictar leyes y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses de
la sociedad, constituye la soberanía." "Esta es por su naturaleza imprescriptible, inenajenable e
indivisible" y "Por consiguiente, la soberanía reside originariamente en el pueblo y su ejercicio
en la representación nacional compuesta de diputados elegidos por los ciudadanos bajo la
forma que prescriba la constitución”.
En otros preceptos, dicho documento constitucional consagra varias garantías individuales
específicas, siguiendo la clasificación general contenida en el transcrito anteriormente, la que,
como ya dijimos, es de procedencia francesa. Dentro de dichas garantías, que por lo demás se
encuentran en el capítulo respectivo combinadas indebidamente con disposiciones de otra
índole a que sería prolijo aludir, figuran varias, como la contenida en el artículo 31, que son,
desde el punto de vista del pasado jurídico, derivaciones históricas de análogos antecedentes
implantados en Inglaterra y Francia, y que, por lo que concierne al futuro, precedentes de las
que después fueron consagrando nuestros Códigos políticos. Tal es, efectivamente, la
"garantía de audiencia", que, junto con otras, se involucran en nuestro articulo 14
constitucional, a cuya historia e importancia nos referimos en nuestra obra “Las Garantías
Individuales”.48 El precepto en cuestión de la Constitución de Apatzingán, dice: "Ninguno debe
ser juzgado ni sentenciado, sino después de haber sido oído legalmente", expresión que
equivale a las dicciones "debido proceso legal" y "ley de la tierra y juicio de los pares", de la

48
Capítulo Octavo.
enmienda V de la Constitución americana de 1787 y del artículo 46 de la Magna Charta
inglesa, respectivamente.

Pues bien, no obstante que la Constitución de Apatzingán contiene los derechos del
hombre declarados en algunos de sus preceptos integrantes de un capítulo destinado
a su consagración, no brinda, por el contrario, al individuo, ningún medio jurídico de
hacerlos respetar, evitando sus posibles violaciones o reparando las mismas en caso
de que ya hubiesen ocurrido. En tal virtud, no podemos encontrar en este cuerpo de
leyes un antecedente histórico de nuestro juicio de amparo, el cual, como veremos
oportunamente, tiene como principal finalidad la protección, en forma preventiva o de
reparación, de las garantías individuales. La omisión del medio de control de éstas en
que incurrieron los autores de la Constitución de Apatzingán tal vez se haya debido a
dos causas, principalmente, a saber: al desconocimiento de las instituciones jurídicas
semejantes y sobre todo a la creencia que sustentaban todos o casi todos los
jurisconsultos y hombres de Estado de aquella época, en el sentido de estimar que la
sola inserción de los derechos del hombre en cuerpos legales dotados de supremacía,
era suficiente para provocar su respeto por parte de las autoridades, concepción que
la realidad se encargó de desmentir palpablemente.49

Sin embargo, Héctor Fix Zamudio considera que "La Constitución de Apatzingán no solamente
establecía sistemas de naturaleza preventiva destinados a lograr la marcha equilibrada de las
instituciones políticas, sino que consagró en forma rudimentaria, instrumentos procesales para
reparar las violaciones que las autoridades pudieran realizar en perjuicio de la Ley Fun-
damental..." y agrega: "En la parte final del artículo 237. .. se encontraba situada la siguiente

49
Acerca de esta Constitución, el licenciado Hilario Medina, que fue ministro de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, constituyente en el Congreso de 1916-17 y profesor de Derecho Constitucional, ha
emitido un certero juicio concebido en los términos que en seguida transcribimos:

"No busquemos en la Constitución de Apatzingán el cuadro completo de una organización política


perfecta, porque no era éste su objeto primario: era ante todo un instrumento de lucha, la oposición
armada, la antítesis política. Contra la monarquía, la república; contra el despotismo, la libertad; contra la
sujeción, la independencia; contra la conquista, la reivindicación; contra el derecho divino, la soberanía;
contra la sucesión de la corona por nacimiento, la elección democrática. En una palabra, la condenación
más enérgica de la conquista y del régimen virreinal, un nuevo tipo de organización provisional destinada
a preparar las instituciones definitivas. Muchos de los artículos no son mandamientos, sino postulados de
derecho natural y político que tienden a combatir los principios básicos del régimen virreinal. No importa
que haya tenido poca o ninguna aplicación, si debemos juzgarla como es, es decir, como el documento
más completo de la polémica entablada sobre la independencia, en un terreno meramente político, o
instrumento de lucha. Es, pues, inútil, hacer un análisis de ella, pero basta decir que es una constitución
republicana, democrática, central, representativa y congresional que estaba destinada a desaparecer tan
pronto como terminara la lucha para dar lugar a la reunión de un congreso constituyente que dictara la
Constitución definitiva”. (Fragmento de un artículo publicado en “El Universal” el 27 de octubre de
1948).
disposición: Cualquier ciudadano tendrá derecho de reclamar las infracciones que notare."
"Esto no significa, continúa dicho autor, que los constituyentes tuviesen el propósito definitivo
de establecer un procedimiento destinado a la tutela de los derechos fundamentales,
consagrados en su capítulo V", concluyendo que "pero de cualquier manera, aunque sea
inconscientemente y todavía en germen, se encuentra en dicha Ley Fundamental el principio
relativo a la reclamación de los ciudadanos contra las violaciones constitucionales, por lo que
de haber tenido eficacia, hubiera podido conducir a una tutela procesal de la amplia gama de
los derechos del hombre que dicha carta consagró en su parte dogmática". 50

Estimamos que las observaciones de Fix Zamudio no desvirtúan la afirmación que


hicimos en el sentido de que el mencionado documento político-constitucional no ins-
tituyó ningún medio de preservación de los derechos del gobernado que proclamó o
reconoció preceptivamente. El distinguido comentarista aludido no interpreta, en
efecto, en su integridad el artículo 237 que cita como apoyo a sus consideraciones.
Esta disposición preconizó la inviolabilidad de dicho documento, en cuanto que no
podía "proponerse alteración, adición ni supresión de ninguno de sus artículos en que
consiste esencialmente la forma de gobierno que prescribe". Como se ve, la
prohibición que en estos términos se contiene versaba únicamente sobre este último
punto, o sea, sobre la forma de gobierno y no respecto de otros aspectos de la
Constitución de Apatzingán, entre ellos el referente a las garantías individuales o a los
derechos básicos del gobernado, por lo que la potestad jurídica de "reclamar las
infracciones" previstas en la parte final de tal precepto en favor de "cualquier
ciudadano" sólo era ejercitable cuando tales infracciones concerniesen a la estructura
gubernativa.

V. CONSTITUCIÓN FEDERAL DE 1824

No creemos pertinente, para el cabal desarrollo del tema que estamos tratando,
referirnos al Plan de Iguala y al Tratado de Córdoba, por carecer éstos de la carac-
terística de todo ordenamiento constitucional, o sea, la de ser organizadores, primor-
dialmente, del régimen gubernamental del Estado. Dichos documentos, aunque
aisladamente, como mera fórmula del proceder político de sus autores, contienen

50
“La Defensa de la Constitución en el Decreto constitucional para la Libertad de la América
Mexicana”. Estudio citado por Felipe Remolina Roqueñí en su monografía “La Constitución de
Apatzingán”, Pág. 85.
algunas bases fundatorias del sistema de gobierno, propiamente constituyen un
conjunto de reglas transitorias a las cuales se sujetó una actuación determinada y
perentoria, o bien un convenio para finalizar una etapa de luchas y contiendas. Por
consiguiente, aun cuando el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba del año de 1821
son elementos de inestimable valor para conocer la ideología política de sus
protagonistas y partes no deben figurar, en cambio, entre los ordenamientos
constitucionales mexicanos por la razón básica ya apuntada y por la circunstancia de
que, formalmente, no tienen carácter legislativo, pues son, o un proyecto de lucha y
gobierno, o un pacto de transacción entre dos bandos ideológica y políticamente
opuestos.
Como consecuencia de todo lo que expusimos con antelación, debemos concluir que
el segundo código político mexicano, cuya vigencia se prolongó por espacio de doce
años, fue la Constitución Federativa de 1824, que tuvo el mérito de ser el primer
ordenamiento que estructuró al México que acababa de consumar su independencia.

Tanto dicha Constitución, como la anterior a que nos acabamos de referir, es decir, la de
Apatzingán, estuvieron precedidas por importantes documentos jurídico-políticos, cuyo estudio
deliberadamente no abordamos, ya que la finalidad primordial que perseguimos en esta
somera indagación histórica, consiste en determinar si en los ordenamientos constitucionales a
que hemos aludido y en los que posteriormente mencionaremos, se consigna o no algún
recurso, medio o institución que haya sido antecedente de nuestro juicio de amparo. En nuestro
libro "Las Garantías Individuales", hacemos una sucinta narración de la historia político-jurídica
del México independiente, por lo que, en obvio de repeticiones, nos remitimos a las ideas que
sobre dicho, tópico y en nuestra citada obra exponemos.51 y 52

51
Las Garantías Individuales.- Capítulo Primero, párrafo XIII.
52
En el Congreso Constituyente de 1823-24, se perfilaron dos corrientes de estructuración político-
jurídica bien demarcadas y opuestas: el centralismo, cuyo principal sostenedor fue Fray Servando Teresa
de Mier, y el federalismo, por el que, entre otros muchos, pugnaba el joven diputado yucateco, que
después se convertiría en el creador del Juicio de Amparo, don Manuel Crescencio, Rejón. El argumento
básico que esgrimían los centralistas para que México adoptara la forma de una república central, se
apoyaba en la tradición política de nuestro país que, según ellos, acusaba un régimen de centralización,
arguyendo, por tanto, que la implantación del federalismo vendría a dividir lo que antes estaba unido,
mediante la creación artificial de Estados federados, con mengua, para la potencialidad y progreso de la
Patria. Sin embargo, podemos afirmar que la tan decantada unidad política de la Nueva España era un
tanto cuanto figurada, pues si se toma en cuenta el hecho de que había vastísimas regiones abandonadas y
sin límites precisos, resultaba que la acción del gobierno en ellas nunca se dejó sentir, quedando a merced
de pueblos y tribus autóctonos refractarios a la sumisión; por otra parte, aunque parezca paradójico, en la
Nueva España existía una verdadera descentralización administrativa en lo que atañe al sistema
municipal, ya que los municipios de población española y los indígenas, gozaban de autonomía en lo que
toca a su régimen interno, ta1 como acontecía en la Metrópoli. Ahora bien, si se toma en cuenta la enorme
extensión que el territorio nacional tenía al consumarse la independencia de México, las muy variadas
regiones desde el punto de vista mesológico que lo componían, las necesidades notoriamente divergentes
de los pobladores de las mismas, etc., etc., es obvio que esos tan disímiles elementos o factores no eran
Siendo la principal preocupación de los autores de la Constitución de 1824 organizar
políticamente a México y establecer las bases del funcionamiento de los órganos
gubernamentales, fue natural que colocaran en plano secundario los derechos del
hombre, comúnmente llamados garantías individuales. Sólo en preceptos aislados,
cuyo, contenido dispositivo no concuerda con el rubro del capítulo en el que están
insertados, podemos encontrar algunos derechos del individuo frente al Estado, que
generalmente se refieren a la materia penal, aunque el artículo 152 encierra una
garantía de legalidad. Fuera de esta escasa enunciación de derechos del gobernado
frente al Estado, la Constitución de 1824 no establece, como la de Apatzingán, la
consagración exhaustiva de los derechos del hombre, por lo que bajo este aspecto es
inferior a ésta.
Si en cuanto a la declaración de las garantías individuales es deficiente, por mayoría
de razón debemos concluir que la Constitución de 1824 tampoco consigna el medio
jurídico de tutelarlas. Sin embargo, en la última parte del inciso sexto de la fracción V
del artículo 137, se descubre una facultad con la que se invistió a la Corte Suprema de
Justicia, consistente en "conocer de las infracciones de la Constitución y leyes
generales, según se prevenga por ley", atribución que, podría suponerse, pudiera
implicar un verdadero control de constitucionalidad y de legalidad, según el caso,
ejercitado por dicho alto cuerpo jurisdiccional.
Bien es cierto que esta disposición, juzgada teóricamente, encierra un principio de
control constitucional y legal que debiera haber sido reglamentado por una ley espe-
cial, mas su utilidad práctica fue nula, pues nunca se expidió la citada ley bajo la
vigencia de la Constitución de 1824, de tal manera que se organizara el ejercicio de la
facultad, en forma análoga a la regulación instituida por las distintas leyes
reglamentarias de amparo que posteriormente se expidieron y a las cuales nos habre-
mos de referir. Por eso nos es dable afirmar que si la disposición que comentamos
contiene un principio de control constitucional y legal ejercido por la Corte Suprema,

susceptibles de gobernarse desde el centro por autoridades que, como sucedió en el virreinato, muchas
veces ignoraban las distintas realidades en las que, a través de funciones diferentes, iban a desarrollar su
acción gubernativa. Atendiendo, pues, a la falta de compenetración entre el medio y el gobierno,
determinada por, hasta entonces, insuperadas dificultades geográficas, estimamos que la implantación del
régimen federal en la Constitución de 1824 no fue del todo desacertada, siempre que se la considere como
una medida de distribución competencial en orden a las tres funciones de la actividad del Estado para el
mejor gobierno de un extensísimo territorio y de poblaciones tan distantes unas de otras, distribución de
competencias que en México sólo podía establecerse mediante la creación artificial de "Estados
federados", pues únicamente se contaba, como ya se dijo, con regiones enormes y desarticuladas carentes
de sustantividad política y jurídica.
éste nunca existió ni práctica ni positivamente, ya que nunca se promulgó la ley
reglamentaria respectiva, que propiamente viniera a implantarlo.53

El antecedente inmediato y directo de la prevención constitucional que comentamos, se en-


cuentra en los artículos 23 y 18 del Proyecto del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana y
de la propia Acta, sancionada el 31 de enero de 1824, respectivamente. Dichos preceptos esta-
blecen lo siguiente: "Todo hombre que habite en la Federación mexicana, tiene derecho a que
se le administre pronta, fácil, completa e imparcialmente justicia en orden a las injurias o perjui-
cios que se le infieran contra su vida, su persona, su honor, su libertad y propiedad, y con este
objeto, la Federación deposita para su ejercicio el Poder Judicial, en una Corte Suprema de
Justicia, y en los tribunales y juzgados que se establecerán en cada Estado" (Art .. 23 del
Proyecto). "Todo hombre que habite en el territorio de la Federación tiene derecho a que se le
administre pronta, completa e imparcialmente justicia; y con este objeto la Federación deposita
el ejercicio del Poder Judicial en una Corte Suprema de Justicia, y en los tribunales que se
establecerán en cada Estado, reservándose de marcar en la Constitución las facultades de esa
Suprema Corte" (Art. 18 del Acta) .
Es curioso observar, por otra parte, que la legislatura del Estado de Veracruz presentó con
fecha 2 de diciembre de 1830 una iniciativa al Congreso general, proponiendo diversas
modificaciones a la Constitución de 1824, y entre ellas la consistente en que se suprimiese la
facultad "meramente declarada con que el artículo 137, fracción V, inciso sexto, investía a la
Suprema Corte de Justicia en los términos que ya quedaron anotados. Dicha iniciativa, en lo
que a la modificación específica mencionada se refiere, fue rechazada por el Congreso
Federal, arguyéndose que la Federación estaba interesada "en que su Tribunal Supremo de
Justicia conozca de las infracciones del Código y de las Leyes en que aquélla se sostiene".
Como se ve, la consabida facultad fue expresamente reiterada por el Poder Legislativo de la
Unión, al rechazar terminantemente su pretendida abolición, sin que, no obstante, y como ya
hemos dicho, se hubiese expedido la ley secundaria para organizar procesalmente la atribución
de control constitucional y legal a que hemos aludido.54

53
En los diferentes ordenamientos que respecto de la organización de la Suprema Corte se expidieron
durante la vigencia de la Constitución Federal de 1824, no se encuentra disposición alguna referente a la
facultad apuntada. Dichos ordenamientos fueron los siguientes: Decreto de 4 de diciembre de 1824; Bases
para el Reglamento de la Suprema Corte de 14 de febrero de 1826; Reglamento de la Suprema Corte de
13 de mayo de 1826; Ley de 21 de mayo de 1827; Ley de 15 de abril de 1830; Ley de 16 de mayo de
1831; Ley de 22 de mayo de 1834; y Ley de 25 de mayo de 1835. Su consulta puede hacerse en la
importante obra "El Juicio de Amparo y el Poder Judicial de la Federaci6n" (Recopilación de
Antecedentes), elaborada por el mismo don Manuel Yáñez Ruiz y con prólogo del licenciado Agapito
Pozo, presidente de dicho alto tribunal (1965), así como en la "Colección de Leyes" de don Manuel
Dublán y José María Lozano.
54
Cfr. Derecho Público Mexicano.- Isidro Montiel y Duarte.- T. II. Págs. 300 y 304.
Por otra parte, e independientemente de la anterior facultad en favor de la Corte
Suprema de Justicia, el Consejo de Gobierno, que funcionaba durante el receso del
Congreso general en los términos del artículo 113 de la Constitución Federal de 1824,
tenía, entre otras atribuciones, la de "Velar sobre la observancia de la Constitución, de
la acta constitutiva y leyes generales, formando expediente sobre cualquier incidente
relativo a estos objetos" (art. 116, frac. 1). Esta potestad implicaba un incipiente control
constitucional de carácter político, sin que haya significado ningún antecedente directo
de nuestro juicio de amparo. Además, tal control era ejercitable intermitentemente, es
decir, por un órgano, como era el Consejo de Gobierno, que sólo funcionaba durante
los recesos del Congreso general y que estaba compuesto de la mitad de los
individuos del Senado.

VI. CONSTITUCIÓN CENTRALISTA DE 1836

Las Siete Leyes Constitucionales del año de 1836 cambian el régimen federativo por el
centralista, manteniendo la separación de poderes. La característica de este cuerpo
normativo, que tuvo una vigencia efímera, es la creación de un superpoder,
verdaderamente desorbitado llamado el "Supremo Poder Conservador", fruto
probablemente, de la imitación del Senado Constitucional de Sieyés,55 habiendo sido
su más ferviente propugnador don Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Estaba este
55
Como antecedente doctrinario mexicano de dicho Poder Conservador, en que se alude con espíritu
crítico a los sistemas de control constitucional por vía política, puede citarse la obra del licenciado
Barquera, aparecida en el año de 1822, intitulada "Lecciones de Política y Derecho Público Para
instrucción del pueblo mexicano", misma que comenta concienzudamente el licenciado Hilario Medina
en un artículo periodístico publicado en "El Universal" con fecha 13 de octubre de 1948. Nos
permitiremos insertar algunas ideas que se contienen en la citada obra acerca del poder conservador:
"Publicistas modernos (entre ellos, posiblemente, Sieyés), deseosos de asegurar el equilibrio de los
poderes, para evitar la tiranía de muchos, más temible que la de uno solo, quieren que se adopte un
tribunal conservador, que vendría a ser como la clave de la bóveda en el edificio social. Como el poder
ejecutivo propende al despotismo por un vicio de la naturaleza humana y el legislativo a la democracia, lo
que se desea es un gobierno libre de estas propensiones tan perjudiciales a la sociedad, lo que se consigue
con un poder intermedio que contenga los extremos y los conserve en feliz contacto. Este poder
conservador podría ser un monarca moderado conduciendo un cuerpo de ministros que bajo su
responsabilidad ejerce el poder ejecutivo, siendo el monarca una especie de divinidad reguladora que al
mismo tiempo influye en la acción templada de los otros poderes; poro si aun se quisieren multiplicar los
resortes de firmeza y de seguridad, puede este tribunal conservador componerse de un número
proporcional con los representantes de la Nación, escogidos entre los de más probidad, sabiduría y buen
nombre, de edad madura, y que hayan dado pruebas de un decidido amor a la patria en el sentido riguroso
de la palabra."

Dentro de las facultades de control constitucional que Barquera asignaba a dicho poder conservador, se
encuentran las siguientes: "declarar la infracción de la Constitución en los actos legislativos o ejecutivos o
si alguno de esos poderes se excede de los límites constituidos, ya sea que los advierta o que se denuncien
por la imprenta o por insinuaciones verbales (sic) previa justificación legal, y por último, declarar
suficientes los procedimientos judiciales o formales establecidos por la ley cuando ha lugar a la revisión
del Acta Constitucional, pudiendo convocar a una asamblea ad hoc".
organismo integrado por cinco miembros, cuyas facultades eran desmedidas, hasta tal
punto de constituir una verdadera oligarquía.56 Bien es cierto que, como se lee en las
fracciones I, II y III del artículo 12 de la segunda Ley, su primordial función consistía en
velar por la conservación del régimen constitucional, mas su ejercicio dista mucho de
asemejarse al desplegado por el Poder Judicial Federal en las Constituciones de 1857
y vigente.57
En efecto, el control constitucional ejercido por el denominado "Poder Supremo
Conservador", no era, como lo es el que ejercen los Tribunales de la Federación, de
índole jurisdiccional, sino meramente político, y cuyas resoluciones tenían validez
"erga omnes". Se ha querido descubrir en esta facultad controladora con que se

56
Don Isidro Montiel y Duarte, al referirse al Supremo Poder Conservador, que califica de "monstruoso",
se expresa en los siguientes términos: "Un lugar oscurísimo veremos siempre en el derecho constitucional
que estableció entre nosotros el “Supremo Poder Conservador”, con una superioridad inconcebible
respecto del Poder Judicial, del Ejecutivo y aun del Legislativo, pues autorizado estaba para suspender a
la Alta Corte de Justicia, para declarar la incapacidad física y moral del Presidente de la República y hasta
para suspender por dos meses las sesiones del Congreso General. Un poder tan monstruoso, fue creado
con el fin de sostener el equilibrio constitucional entre los poderes y el de mantener o restablecer el orden
constitucional en los casos en que fuete turbado; y aunque no pudo ser más plausible el propósito, de
seguro que el medio fue completamente inadecuado, porque la eficacia de la acción de un poder tan
exorbitante, no pudo derivarse sino de un profundo y religioso respeto al principio de autoridad; y este
respeto quedó completamente relajado desde el momento en que se vio levantada una entidad
enteramente desconocida, cuyas plantas podían hollar impunemente la supremacía de nuestros altos
Poderes aun en su existencia colectiva. De otra manera, si se hubiera conseguido, habría sido crear, no el
poder moderador autorizado en el Imperio del Brasil, sino un poder despótico que nos hubiera oprimido
con toda la fuerza del viento de las pasiones políticas que hubieran agitado a los hombres en cuyas manos
se ponía una arma tan formidable." (Derecho Público Mexicano. Tomo III, Pág. 4.)

Para don Alfonso Noriega el Supremo Poder Conservador fue "la creación más importante de la
Constitución de 1836 y el complemento natural de la Declaración de Derechos del Mexicano" y su
implantación "la cuestión más debatida" en el Congreso que elaboró dicho ordenamiento, habiendo dado
motivo "a las más apasionantes controversias, no tan sólo jurídicas, sino fundamentalmente políticas, ya
que Santa Anna, que luchaba por la conquista del poder absoluto, siempre vio con malos ojos la
posibilidad de que existiera en la ley fundamental una institución que podría, por su propia naturaleza,
tanto más si llegaba a tener eficacia, ser usada en contra de sus aspiraciones" (Pensamiento Conservador
y Conservadurismo Mexicano, obra en cuyo capítulo V el citado autor realiza un estudio exhaustivo sobre
el mencionado Poder desde diferentes puntos de vista, tales como el doctrinal, el histórico, el genético
parlamentario y el pragmático, remitiéndonos, por nuestra parte, a las consideraciones que lo informan).
57
Conforme a las disposiciones apuntadas, el Supremo Poder Conservador podía: “I.-Declarar la nulidad
de una ley o decreto dentro de dos meses después de su sanción, cuando sean contrarios a artículo
expreso de la Constitución, y le exijan dicha declaración o el Supremo Poder Ejecutivo o a la Corte de
Justicia, o parte de los miembros del Poder Legislativo en representación que firmen dieciocho por lo
menos. II.-Declarar, excitado por el Poder Legislativo o por la Suprema Corte de Justicia la nulidad de
los actos del Poder Ejecutivo, cuando sean contrarios a la Constitución o a las leyes (control de
constitucionalidad y de legalidad), haciendo esta declaración dentro de cuatro meses contados desde que
se comuniquen esos actos a las autoridades respectivas. III.-Declarar en el mismo término la nulidad de
los actos de la Suprema Corte de Justicia, excitado por alguno de los otros dos Poderes, y sólo en el caso
de usurpación de facultades." Las demás dilatadísimas atribuciones del Supremo Poder Conservador, que
en obvio de transcripciones no las reproducimos, pueden consultarse en las obras "Derecho Público
Mexicano" y "Leyes Fundamentales de México” respectivamente de don Isidro Montiel y Duarte y de
don Felipe Tena Ramírez.
invistió al Supremo Poder Conservador, un fundamento histórico del actual juicio de
amparo, consideración que es pertinente en atención a la teleología genérica de éste y
de la aludida facultad, o sea, la consistente en ser ambos, en sus respectivos casos de
procedencia particulares, medios de protección de un orden jurídico superior, no
obstante que específicamente sean distintos. Efectivamente, el juicio constitucional o
de amparo es un verdadero procedimiento sui géneris en el que concurren los
elementos esenciales de todo proceso, siendo en él el actor la persona (física o moral)
víctima de las violaciones constitucionales previstas por los artículos 101 y 103 de las
Constituciones de 57 y 17 respectivamente, el demandado las autoridades
responsables de las infracciones y el juez el órgano encargado de declarar la
reparación de las mismas. Si se analiza, por otra parte, el derecho que tiene el
agraviado de ocurrir a la autoridad judicial federal en demanda de protección por las
violaciones de que ha sido víctima, se verá, por lo demás, que tiene todos los
elementos de una acción, cuyo ejercicio provoca la formación de la relación procesal,
sobre la que recae una sentencia con efectos de cosa juzgada relativa e individual.
No se encuentran, por el contrario, estos rasgos generales del juicio de amparo en el
control político ejercido por el Supremo Poder Conservador, ya que en este control es
patente la ausencia del agraviado, la carencia absoluta de relación procesal y la falta
de efectos relativos de sus decisiones, porque éstas, como dijimos antes, eran erga
omnes, esto es, con validez absoluta y universal. El funcionamiento del Supremo
Poder Conservador no tenía, pues, todas aquellas virtudes que se descubren en el
juicio de amparo, principalmente las que conciernen a los efectos relativos de la cosa
juzgada, dando sus resoluciones motivo a que se crearan, dentro del propio régimen
constitucional, ruptura, tensión y desequilibrio entre las diversas autoridades, máxime
que eran estas mismas las que se atacaban mutuamente, al ejercer la "excitación"
ante el mencionado órgano de control, cuyas demás atribuciones, aparte de ser
desmedidas y contener un principio de tiranía, eran ilógicas y absurdas, en especial la
relativa a "restablecer constitucionalmente, a cualquiera de los tres poderes, o a los
tres, cuando hayan sido disueltos revolucionariamente",' y la que declaraba que "el
Supremo Poder Conservador no es responsable de sus operaciones más que a Dios y
a la opinión pública, y sus individuos en ningún caso podrán ser juzgados ni recon-
venidos por sus opiniones".58

58
Dentro del ejercicio concreto de sus exorbitantes funciones, el Supremo Poder Conservador hizo una
declaración que revelaba su situación real: la de ser un órgano incondicional del general Antonio López
de Santa Anna, a cuyos designios en no pocas ocasiones estaba supeditado. En efecto, por declaración de
23 de enero de 1839, interpretando la "voluntad" de la Nación, expresó dicho Poder que su Alteza
Serenísima se encargase del gobierno de la República, por ausencia del Jefe del Ejecutivo y por estar
"físicamente impedido" el Presidente del Congreso que debería sustituir a éste.
En lo que concierne al Poder Judicial, la Constitución centralista de 1836 le asignaba,
dentro de las atribuciones por lo demás nugatorias e inútiles en vista del poderío del
Supremo Poder Conservador, la facultad de conocer de los "reclamos" que el
agraviado por una err6nea "calificación" de las causas de utilidad pública en los casos
de expropiación podía intentar directamente ante la Suprema Corte o ante los
tribunales superiores de los Departamentos en sus respectivos casos. (Ley Quinta.-
Art. 12. Frac. XXII.)
Era este tal "reclamo" una especie de "amparoide" circunscrito a la protección del
derecho de propiedad, no respecto de todos los atentados de que pudiera ser éste
objeto, sino s6lo por lo que atañía a una equivocada calificación de utilidad pública en
casos de expropiación. Este recurso, como se ve, no puede ser equiparado al juicio de
amparo, dado lo reducido del objeto de protección del primero, por lo que no puede
reputársele como medio de conservar el régimen constitucional, no digamos ya en lo
que concierne a la integridad de sus preceptos, sino aun de las garantías individuales,
circunstancias todas que no pueden colocar al Poder Judicial en una situación de
órgano controlador del sistema creado por la Constitución de 36.59

Sin embargo, el Supremo Poder Conservador asumió un gesto de dignidad y valor civil, desempeñando
con entereza sus funciones controladoras del orden constitucional establecido en la Ley Fundamental de
1836, al declarar contrario a sus principios preceptivos un decreto expedido por el Congreso General en el
que se dispuso que fuesen juzgados militarmente los ladrones y sus cómplices. En el caso específico
mencionado, la impugnación a dicho decreto correspondió a la Corte Suprema de Justicia y de tal suceso
da una interesante versión el licenciado Francisco Parada Gay, cuyos términos nos permitimos
transcribir:

"El Congreso General lanzó un decreto por el cual se dispuso que fuesen juzgados militarmente en
consejo ordinario de guerra los ladrones de cualquiera clase y todos sus cómplices, ya fuesen
aprehendidos por la jurisdicción militar, por la fuerza armada, por la policía o por cualquiera persona
privada, a no ser que obrasen en auxilio los jueces ordinarios. La Corte Suprema estimó 'atentatoria,
abusiva e injuriosa para las autoridades judiciales dicha ley, y en tal virtud excitó al Poder Conservador
para que declarase su nulidad', y así se hizo. Pero como el Gobierno, por virtud de ciertas circunstancias,
se negara a acatar lo dispuesto por el Poder Conservador, llevó el asunto a la Cámara de Diputados, que
sostuvo la opinión gubernamental. El Poder Conservador, en uso de sus derechos, tuvo por nula la
declaración de la Cámara; el Gobierno expidió una circular a las a autoridades militares para que se
cumpliesen con el derecho relativo a la forma de juzgar a los ladrones y sus cómplices; y la Corte
Suprema de Justicia ordenó a los jueces que resistieran lo dispuesto por el Gobierno y acataran la decisión
del Poder Conservador que había declarado nulo el mencionado decreto”. (Breve Reseña Histórica de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación. 1929.-Págs. 24 y 25.)

Por otra parte, en ejercicio de la facultad de "interpretar" la "voluntad de la Nación" y violando por
servilismo político la misma Constitución cuyo mantenimiento implicaba su primordial función, el
Supremo Poder Conservador, mediante decreto de 17 de diciembre de 1838, declaró que "Queriendo la
nación, el que en las actuales y extraordinarias circunstancias, todos los mexicanos le presten los servicios
de que cada uno sea capaz, es su voluntad que el gobierno pueda emplear libremente a todos los
individuos que crea útiles en las comisiones que tuviere a bien., cualquiera que sean las restricciones
constitucionales que lo impidan ... "
59
La expedición de este ordenamiento ostenta un marcado carácter ilegítimo, según se advierte en su
gestación política, a la que brevemente aludimos en nuestras obras “Las Garantías Individuales” y
"Derecho Constitucional Mexicano".
VII. VOTO DE JOSÉ F. RAMÍREZ

En la historia del Derecho Público Mexicano no debe pasar inadvertido el voto


particular emitido en junio de 1840 por don José Fernando Ramírez, en ocasión a la
reforma de la Constitución centralista de 1836, principalmente por lo que ve a la
extensión de las facultades y a la dignificación de la Corte Suprema de Justicia. El
mencionado jurisconsulto se declaraba partidario decidido de la división o separación
de poderes, para cuya conservación proponía una serie de medidas tendientes todas
ellas a hacer más efectivos, dentro de la realidad, los principios y postulados de la
teoría de Montesquieu. Sin embargo, al tratar en su estudio acerca de la Corte
Suprema, admitía expresamente, en contradicción con sus anteriores declaraciones
sobre la separación e independencia funcional de los tres poderes, que dicho organis-
mo tuviese la facultad de iniciar leyes y decretos relativos a su ramo, atribución que
implicaba una invasión de funciones en la esfera de actividad del Poder Legislativo,
dentro del estricto pensamiento del famoso Barón de la Bréde.
Como consecuencia de la teoría de la división de poderes, Ramírez abogaba porque la
Suprema Corte, para desempeñar mejor su cometido, estuviere dotada de absoluta
autonomía e independencia frente al Ejecutivo y Legislativo, habiéndose declarado al
propio tiempo enemigo e impugnador de la existencia del Supremo Poder Conserva-
dor. Es en don José Fernando Ramírez en quien podemos advertir la influencia del
sistema de control constitucional imperante en la Constitución americana, al apuntar
en su "voto" la conveniencia de que en México existiera un medio de mantener el
régimen constitucional. Proponía, por ende, que fuese la Suprema Corte la que cono-
ciera de la constitucionalidad de las leyes o actos de las autoridades, asignando el
derecho de pedir tal declaración a cierto número de diputados, senadores o juntas
departamentales contra alguna ley o acto del Ejecutivo, petición que el propio Ramírez
llamaba "reclamo", cuya tramitación adoptaba un carácter contencioso. Si tal idea se
hubiese llevado a la práctica, encontraríamos en el régimen legal que la hubiese
contenido un antecedente del juicio de amparo; mas desgraciadamente la implantación
del recurso concebido por Ramírez en su célebre "voto" no pasó de ser un mero
deseo, que, no obstante, demuestra ya la tendencia, cada vez más marcada, de
establecer un medio de control de la constitucionalidad.

Expresaba Ramírez, al efecto, que "... desde la primera conferencia (sobre las reformas que
debieran introducirse a la Constitución de 1836), manifesté paladinamente mi opinión en contra
de la existencia de un Poder tan privilegiado como el Conservador: monstruoso y exótico en un
sistema representativo popular, en que toda la garantía que tienen los ciudadanos respecto de
sus funcionarios, es la responsabilidad que contraen éstos con sus desaciertos, y que esa
responsabilidad sea efectiva y no nominal: por lo que siempre he juzgado que un funcionario
sin esa responsabilidad que pueda realizarse de algún modo, es un funcionario peligroso y que
no presta ninguna garantía", agregando que " ...ese Poder (el Conservador) puede dar motivo a
que se pongan en contradicción la voluntad presunta de la Nación con la verdadera y
realmente manifestada ... ".
A propósito de la facultad de tutelar el orden constitucional con que, según Ramírez, debía
estar investida la Suprema Corte, éste aseveraba: "Yo pretendo añadirle (a la Corte) otra fa-
cultad dentro de su órbita: la idea parecerá a primera vista extraña; pero ni es enteramente
nueva, ni carece de sólidos fundamentos, antes se encontrará apoyada en la razón y en la
experiencia. Una obra moderna, que hizo mucho ruido en Francia (probablemente se refirió a
"La Democracia en América”' de Alexis de Tocqueville), casi se ocupa toda en demostrar que la
paz y la tranquilidad de la República del Norte no se debe a otra cosa que a la influencia que
ejerce en ella su Corte de Justicia. Además de que esta experiencia es una prueba de bulto,
sobran razones en qué apoyada. Esas corporaciones, como he dicho, están por su naturaleza
aisladas, y como excéntricas respecto de los negocios públicos: este aislamiento les da
necesariamente un carácter de imparcialidad muy importante, o por mejor decir, indispensable
para resolver en la calma de las pasiones, escuchando solamente la voz de la justicia, las
grandes cuestiones cuya resolución muchas veces, equívoca o desarreglada, es la causa de
grandes trastornos políticos ...", añadiendo más adelante: "Yo, como he dicho antes, no estoy
por la existencia del Supremo Poder Conservador; ninguna otra medida podía, en mi concepto,
reemplazar su falta, que conceder a la Suprema Corte de Justicia una nueva atribución por la
que cuando cierto número de Diputados, de Senadores, de Juntas Departamentales
reclamaran alguna ley o acto del Ejecutivo, como opuesto a la Constitución, se diese a ese
reclamo el carácter de contencioso y se sometiese al fallo de la Corte de Justicia." 60

VIII. CONSTITUCIÓN YUCATECA DE 1840 (PROYECTO)

A pesar de que, como acabamos de decir, se descubre ya una tendencia jurídica para
crear un medio protector del régimen constitucional en México, aquél no adopta aún la
forma clara y sistemática con que ya se le revistió en el proyecto de Constitución

60
"Voto" inserto en el "Derecho Público Mexicano" de don Isidro Montiel y Duarte, Tomo III, págs. 139,
155 y 156. Sin embargo, Ramírez a pesar de que invoca aparentemente la famosa obra de Tocqueville,
surgida a la luz pública en el año de 1835, propuso un sistema político de control constitucional, según
podrá advertirse, distinto del jurisdiccional imperante en los Estados Unidos y que es el que precisamente
estudia el célebre jurista y político francés.
Yucateca de diciembre de 1840,156 bis cuyo autor principal, si no único, fue el insigne
jurisconsulto y político don Manuel Crescencio Rejón. La obra de este eminente jurista
yucateco, cristalizada en su Constitución de 1840, implica, podría decirse, uno de los
más grandes adelantos que en materia de Derecho Constitucional ha experimentado
el régimen jurídico mexicano.
Rejón juzgó conveniente y hasta indispensable la inserción en su Carta Política de
varios preceptos que instituyeran diversas garantías individuales, consignando por
primera vez en México como tal la libertad religiosa, y reglamentando los derechos y
prerrogativas que el aprehendido debe tener, en forma análoga a lo que preceptúan
las disposiciones de los artículos 16, 19 y 20 de la Constitución vigente.
Mas lo que verdaderamente constituyó un progreso en el Derecho público mexicano,
fue la creación del medio controlador o conservador del régimen constitucional o
amparo, como él mismo lo llamó, ejercido o desempeñado por el Poder Judicial, con la
ventaja de que dicho control se hacía extensivo a todo acto (lato sensu)
anticonstitucional.

Para expresar sintéticamente la magnitud de la obra de don Manuel Crescencio Rejón, bastan
las siguientes palabras del historiador Juan Francisco Molina Solís: "Se ha alabado a los
constituyentes de 1840 de haber introducido en Yucatán la libertad de imprenta y la de cultos,
la abolición de fueros, el juicio por jurados; pero se ha guardado silencio acerca de otras
reformas trascendentales, cual fue la implantación por primera vez en México del juicio de
amparo tal cual mucho después lo creó la Constitución Nacional de 1857. En este punto los
constituyentes yucatecos fueron videntes que previeron muy anticipadamente la columna que
mejor podía mantener el edificio de la república democrática. .. Se puede decir que al legislar
fueron más generosos en su amplitud que la Constitución americana y más que la mexicana de
1857, pues no limitaron el amparo, como la primera, al goce de la libertad individual; ni, como la
segunda, al de las garantías individuales o usurpación de atribuciones entre el Estado y la
Federación. Su mira fue más extendida, sus horizontes más espaciosos, en cuanto que
concedía el derecho de amparo contra todo acto inconstitucional”.
Los lineamientos generales esenciales del juicio de amparo establecidos por las
Constituciones de 57 y de 17 se encuentran en la obra de Rejón, con la circunstancia
ventajosa, como ya dijimos, de que lo hacía procedente contra cualquier violación a
cualquier precepto constitucional, que se tradujera en un agravio personal y en los
términos que exponemos a continuación: Daba Rejón competencia a la Suprema

156 bis
Este Proyecto fue discutido durante tres meses y “la Constitución que emanó de él, y al que se ciñó
con ligerísimas modificaciones, estuvo vigente desde el 16 de mayo de 1841” según afirma Carlos A.
Echánove Trujillo (Cfr. La Obra Jurídica de Manuel C. Rejón, publicación del Sindicato de Abogados
del D. F., 1937).
Corte para conocer de todo juicio de amparo contra actos del gobernador del Estado
(Poder Ejecutivo) o leyes de la Legislatura (Poder Legislativo) que entrañaran una
violación al Código Fundamental. A los jueces de primera instancia también Rejón los
reputaba como órganos de control, pero sólo por actos de autoridades distintas del
gobernador y de la legislatura que violaran, las garantías individuales, siendo los
superiores jerárquicos de los propios jueces quienes conocían de los amparos
interpuestos contra sus actos por análogas violaciones constitucionales.

Así, en el artículo 53 de la Constitución de Rejón se establecía: "Corresponde a este


tribunal reunido (la Suprema Corte de Justicia del Estado): 1.- Amparar en el goce de
sus derechos a los que le pidan su protección, contra las leyes y decretos de la
Legislatura que sean contrarios a la Constitución: o contra las providencias del
Gobernador o Ejecutivo reunido, cuando en ellas se hubiese infringido el Código
fundamental o las leyes, limitándose en ambos casos a reparar el agravio en la parte
en que éstas o la Constitución hubiesen sido violadas."
Por su parte, los artículos 63 y 64 de dicha Constitución, disponían: "Art. 63: Los
jueces de primera instancia ampararán en el goce de los derechos garantizados por el
artículo anterior a los que les pidan su protección contra cualesquiera funcionarios que
no correspondan al orden judicial, decidiendo breve y sumariamente las cuestiones
que se susciten sobre los asuntos indio cados:' "Art. 64: De los atentados cometidos
por los jueces contra los citados derechos, conocerán sus respectivos superiores con
la misma preferencia de que se ha hablado en el artículo precedente, remediando
desde luego el mal que se les reclame, y enjuiciando inmediatamente al conculcador
de las mencionadas garantías”.
El sistema de amparo propuesto por Rejón perseguía las finalidades siguientes, según
se advierte de los preceptos transcritos:
a) Controlar la constitucionalidad de los actos de la Legislatura (leyes o decretos),
así como los del Gobernador (providencias);
b) Controlar la legalidad de los actos del Ejecutivo, y
c) Proteger las "garantías individuales" o los derechos constitucionales del
gobernado contra actos de cualquier autoridad, incluyendo a las judiciales.

En los dos primeros casos, el amparo procedía ante la Suprema Corte de Justicia de Yucatán
(art. 53), y en el último ante los jueces de primera instancia o ante sus superiores jerárquicos
(arts. 63 y 64).
Conforme a este sistema, el amparo tutelaba, en favor de cualquier gobernado, toda la
Constitución, pero sólo contra actos de la legislatura y del gobernador o "Ejecutivo reunido", así
como toda la legislación secundaria respecto de actos de éste. Sin embargo, frente a actos de
autoridades distintas de la legislatura o del ejecutivo, el amparo únicamente propendía a
preservar las garantías individuales, es decir, nada más las disposiciones constitucionales que
las contenían (art. 62). Sin embargo, ello no implica que la violación de tales garantías por el
Ejecutivo o el Legislativo no hiciese procedente el amparo contra los actos respectivos, ya que
cualquier ley, decreto o providencia de dichos órganos que las infringiesen, serían
concomitante e inescindiblemente contraventores de la Constitución, surtiéndose la hipótesis
de procedencia prevista en el artículo 53. Debemos reconocer, no obstante, que el amparo
ideado por don Manuel Crescencio Rejón no configuraba un medio completo o integral de
control constitucional pues las violaciones a la Constitución que cometieran autoridades
diversas de la legislatura o del gobernador contra preceptos diferentes de los que consagraban
las garantías individuales, no lo hacían procedente.
Con la creación del juicio de amparo Rejón prácticamente vino a establecer la supremacía del
Poder Judicial, lo que se encuentra corroborado por las siguientes palabras del insigne jurista
yucateco, vertidas en la exposición de motivos de su Constitución: "Pasando ahora de un
Poder (el Ejecutivo), que hace siempre uso de la violencia para conseguir los fines que se
propone, la Comisión entrará a otro, el más apacible y tranquilo de los tres... y que apoyado en
la fuerza moral que debe darle la justicia de sus fallos, necesita poco de la materia para
obtener la consideración que merece. La tiranía procura mantenerlo en la abyección y nulidad a
que le hemos visto reducido en el régimen colonial; pero es de la primera importancia y se le
abastece de grandes facultades en los gobiernos libres... De ahí es que, en los Estados Unidos
de Norteamérica, la Suprema Corte está encargada de ejercer no sólo atribuciones judiciales,
sino también otras que son casi enteramente políticas... Su poder es inmenso, pero siendo de
pura opinión y no descansando en la fuerza brutal de las armas, busca siempre la equidad y la
justicia, para no perder el prestigio en que se apoya la sumisión que se le debe. Siguiendo la
Comisión las mismas huellas, ha preferido el engrandecimiento de este poder a los medios
violentos de que se valen regularmente los gobiernos para vencer las resistencias que les
oponen los gobernados... Por eso os propone se revista a la Suprema Corte de Justicia de un
poder suficiente para oponerse a las providencias anticonstitucionales del Congreso y a las
ilegales del Poder Ejecutivo, en las ofensas que hagan a los derechos políticos y civiles de los
habitantes del Estado; y que los jueces se arreglen en sus fallos a lo prevenido en el Código
Fundamental, prescindiendo de las leyes y decretos posteriores que de cualquier manera la
contraríen."

El principio básico sobre el que descansa la procedencia del juicio de amparo en las
Constituciones de 1857 y de 1917, o sea, el relativo a la instancia de la parte
agraviada (gobernado en particular), así como el de relatividad de las sentencias que
en dicho juicio se dictan, se encuentran no sólo consagrados en los preceptos del
proyecto de Ley Fundamental del Estado de Yucatán que hemos transcrito, sino
formulados nítidamente en la exposición de motivos correspondiente.

En efecto, al aludirse en ésta al Poder Judicial, se asienta: "Así (es decir, mediante la sujeción
de los fallos judiciales a la Constitución y la invalidación de los actos del Poder Legislativo y del
Poder Ejecutivo cuando fuesen contrarios a ella por la Suprema Corte yucateca), se pondrá un
dique a los excesos y demasías de las Cámaras, y los ci udadanos contarán con un arbitrio,
para reparar las injusticias del Ejecutivo del Estado, sin verse en la precisión de exigir
responsabilidades contra funcionarios, que tendrán siempre mil medios de eludidas, y que aun
cuando se exigiesen, sólo darían por resultado la aplicación de una pena a los transgresores
de la ley, y jamás la reparación completa del agrattio a la persona ofendida. Se hará también
innecesaria la creación de un poder conservador monstruoso, que destruya las instituciones
fundamentales a pretexto de conservadas, y que revestido de una omnipotencia política sea el
árbitro de los destinos del Estado, sin que haya autoridad que modere sus abusos.
"Por otra parte, dotado así el Poder Judicial de las facultades indicadas con más las de
proteger en el goce de las garantías individuales al oprimido por los empleados del orden
político, que abusan casi siempre de la fuerza, por el apoyo que les presta el gobierno de que
inmediatamente dependen, no queda desnaturalizado sacándosele de su esfera. Tampoco se
hace de él un poder temible, cual lo sería si se le encargase de impugnar las leyes de un modo
teórico y general; pues que entonces al erigirse en censor del legislativo, entraría abiertamente
en la escena política, dando apoyo al partido que le contrariase, y llamando todas las pasiones
que pudiesen interesarse en la contienda, con peligro de la tranquilidad del Estado.
"Así es, que aunque según el proyecto, se da al Poder Judicial el derecho de censurar la
legislación, también se le obliga a ejercerlo de una manera oscura y en casos particulares,
ocultando la importancia del ataque a las miras apasionadas de las facciones. Sus sentencias,
pues, como dice muy bien Tocqueville, no tendrán por objeto más que el descargar el golpe
sobre un interés personal, y la ley sólo se encontrará ofendida por casualidad. De todos modos
la ley así censurada no quedará destruida: se disminuirá sí su fuerza moral, pero no se
suspenderá su efecto material. Sólo perecerá por fin poco a poco y con los golpes redoblados
de la jurisprudencia, siendo además fácil de comprender, que encargado al interés particular
promover la censura de las leyes, se enlazará el proceso hecho a éstas con el que se siga a un
hombre, y habrá de consiguiente seguridad de que la legislación no sufrirá el más leve
detrimento, cuando se le deja expuesta por este sistema a las agresiones diarias de los
partidos. En fin, multiplicándose por el medio referido los fallos contra las leyes
inconstitucionales, se harán éstas ineficaces, teniendo las Cámaras por lo mismo que
derogadas, y sacándose de consiguiente la ventaja de conservar el Código fundamental
intacto, por un antemural el más fuerte que se ha levantado contra la tiranía de las asambleas
legislativas.
"En resumen, señores, la comisión al engrandecer el Poder Judicial, debilitando la
omnipotencia del Legislativo, y poniendo diques a la arbitrariedad del Gobierno y sus agentes
subalternos, ha querido colocar las garantías individuales, objeto esencial y único de toda
institución política, bajo la salvaguardia de aquél, que responsable de sus actos, sabrá
custodiar el sagrado depósito que se confía a su fidelidad y vigilancia. Por eso no sólo consulta
que se le conceda la censura de las leyes en los términos ya indicados, sino también que se le
revista una autoridad suficiente, para proteger al oprimido contra las demasías de los
empleados políticos del Ejecutivo del Estado. Un ciudadano privado de su libertad y reducido a
la mayor incomunicación por funcionarios que no tengan el encargo de administrar la justicia,
¿no ha de tener derecho para que se le ampare desde luego en el goce de su seguridad
personal, cuando es tan común protegerlo en la posesión de bienes, que no merecen acaso el
mismo cuidado ni la misma consideración? y ¿no sería una notoria injusticia dejarlo
permanecer por mucho tiempo en aquella penosa situación, otorgándole solamente el costoso
y dilatado recurso de intentar una acusación solemne contra sus opresores, y enredarse en los
trámites de un proceso, que no le remediaría el menoscabo de su fortuna, el trastorno de su
familia, ni otros males irreparables?" 61
El control constitucional ejercido mediante el amparo dentro del sistema concebido por
Rejón en el proyecto de Constitución yucateca de 1840, operaba sobre dos de los
principios que caracterizan a nuestra actual institución, a saber, el de iniciativa o
instancia de la parte agraviada y el de relatividad de las decisiones respectivas, según
hemos dicho. Ese control, además, era de carácter jurisdiccional. Es indiscutible que
en la estructuración del mencionado sistema influyó notablemente el análisis que hace
Tocqueville del régimen constitucional norteamericano sobre el consabido tópico, sin
que esta circunstancia signifique que el ilustre yucateco haya imitado puntual y
servilmente dicho régimen, pues en tanto que en los Estados Unidos el control juris-
diccional de la Constitución se ha ejercido por vía de excepción o defensiva, en la Ley
suprema de Yucatán se estableció por vía activa, que es en la que se promueve y
desarrolla nuestro juicio de amparo.

El influjo eidético a que nos acabamos de referir se comprueba con la simple consulta de la
obra de Tocqueville, quien afirma: "Cuando un juez con motivo de un proceso ataca una ley
relativa a este proceso, extiende el círculo de sus atribuciones, pero no se sale de él, puesto
que le ha sido necesario, digámoslo así, juzgar la ley para llegar a juzgar el proceso. Cuando
pronuncia sobre una ley sin partir de un proceso sale completamente de su esfera y se interna
en la del poder legislativo" (principio de relatividad). "El juez americano no puede fallar sino

61
Exposición inserta en la obra citada en la nota anterior, págs. 158 y 159 del tomo III.
cuando hay litigio; nunca se ocupa más que de un caso particular; y para obrar siempre debe
aguardar a conocer de él" (el mismo principio y el de iniciativa o instancia de parte). "Si el juez
pudiese atacar las leyes de una manera teórica y general; si pudiese tomar la iniciativa para
censurar al legislador, entraría en la escena política; y siendo defensor o adversario de algún
partido, atraería las pasiones que dividen el país para tomar parte en la lucha. Pero cuando el
juez contrarresta una ley en un debate oscuro y acerca de una aplicación particular, oculta en
parte el embate a las miradas del público. Su sentencia no tiene más objeto que descargar el
golpe sobre un interés individual y la ley no se lesiona sino por casualidad. De esta manera, la
ley así censurada no queda destruida; se disminuye, sí, su fuerza moral, pero su efecto
material no se suspende. Poco a poco, y bajo los golpes redoblados de la jurisprudencia, a la
postre sucumbe" (principio de relatividad).62

El control constitucional de las leyes por vía de excepción o defensiva imperante en los
Estados Unidos queda patentizado por Tocqueville con las siguientes expresiones: "Cuando se
invoca, ante los tribunales de los Estados Unidos, una ley que el juez estima contraria a la
constitución, puede rehusarse a aplicada. Esta potestad es exclusiva del magistrado
americano, teniendo la gran influencia política que de ella se deriva", agregando "los
americanos han conferido, pues, a sus tribunales un inmenso poder político; pero obligándose
a no atacar las leyes sino por medios judiciales."63

Debemos recordar, por otra parte, que las ideas centrales contenidas en el proyecto:
de don Manuel Crescencio Rejón se adoptaron en: la Constitución Yucateca de 31 de
marzo de 1841 cuyos artículos 8, 9 y 62 establecían respectivamente lo siguiente:

" ART. 8º -Los jueces de primera instancia ampararán en el goce de los derechos, garantidos
por el artículo anterior, á los que les pidan su protección contra cualesquiera funcionarios que
no correspondan al orden judicial, decidiendo breve y sumariamente las cuestiones que se
susciten sobre los asuntos indicados."
" ART. 9º -De los atentados cometidos por los jueces contra los citados derechos conocerán
sus respectivos superiores con la misma preferencia de que se ha hablado en el artículo
precedente; remediando desde luego el mal que se les reclame, y enjuiciando inmediatamente
al conculador de las mencionadas garantías."
" ART. 62º -Corresponde a este tribunal reunido (Corte Suprema de Justicia):
"1º Amparar en el goce de sus derechos a los que le pidan su protección contra las leyes y
decretos de la Legislatura que sean contrarios al texto literal de la Constitución, o contra las
providencias del Gobernador, cuando en ellas se hubiese infringido el código fundamental en

62
“La Démocratie en Amérique”, 12ª edición, 1848, tomo I, Págs. 160, 163 y 164.
63
Ibíd., pág. 163.
los términos expresados; limitándose en ambos casos a reparar el agravio en la parte en que la
Constitución hubiese sido violada.”

IX. PROYECTOS DE LA MINORÍA Y MAYORÍA DE 1842

En el año de 1842 se designa una comisión, integrada por siete miembros, cuyo
cometido consistía en elaborar un proyecto constitucional para someterlo posterior-
mente a la consideración del Congreso.64 Figuraba en dicha comisión don Mariano
Otero, quien, en unión de Espinosa de los Monteros y de Muñoz Ledo, disintió del
parecer de las personas restantes que constituían la mayoría. El proyecto de la mino-
ría de 42 era de carácter eminentemente individualista y liberal, a tal punto que
declaraba que los derechos del individuo debían ser el objeto principal de protección
de las instituciones constitucionales, consagrando una especie de medio de control del
régimen establecido por la Constitución jurisdiccional y político, combinación de ca-
racteres que engendraba un sistema híbrido, con las consiguientes desventajas, que
distaba mucho de emular siquiera al implantado por Rejón en Yucatán.
Daba el proyecto de Otero competencia a la Suprema Corte para conocer de los
"reclamos" intentados por los particulares contra actos de los poderes ejecutivo y
legislativo de los Estados, violatorios de las garantías individuales. Como se puede
observar, el sistema creado por Otero era inferior, jurídicamente hablando, al instituido
por Rejón, pues, además de que en este caso las autoridades responsables sólo
podían ser el ejecutivo y legislativo locales, quedando por ende fuera del control
jurisdiccional el poder judicial local y los tres poderes federales, sólo se contraía el
"reclamo" a las violaciones a las garantías individuales, a diferencia del sistema de
Rejón que lo hacía extensivo a toda infracción constitucional con las modalidades que

64
Este Congreso emanó del tristemente célebre Plan de Tacubaya, proclamado por Santa Anna el 28 de
septiembre de 1841. En el mencionado Plan, se declaro la cesación de todos los poderes existentes en
virtud de la Constitución de 1836, con excepción del Judicial y se previno que se nombrara por el "Jefe de
la Revolución" una Junta que debiera designar "con entera libertad" a la persona que se hiciese cargo del
Poder Ejecutivo, entretanto un "Congreso Constituyente" organizara a la nación. Este "Congreso", cuya
ilegitimidad era notoria, debió quedar instalado el primero de junio de 1842. Del seno de dicho Congreso
se designó a la Comisión citada, sin que los respectivos proyectos de los grupos mayoritario y minoritario
hubiesen podido ser discutidos, en virtud de que por Decreto de 19 de diciembre de 1842, expedido por
don Nicolás Bravo, a la sazón Presidente de la República, merced a la "designación" que en su favor hizo
Santa Anna, se nombró Junta de Notables compuesta de ciudadanos distinguidos por su "ciencia y
patriotismo", encargada de formar las bases para organizar a la República. Entre los ochenta miembros
que componían la expresada Junta se encontraba el general Valentín Canalizo, don Manuel Dublán, los
licenciados José Urbano Fonseca, Fernando Ramírez, Andrés Quintana Roo y el general Mariano Paredes
Arriaga.
ya se expusieron. En cuanto a la suspensión del acto reclamado, ésta estaba
encomendada a los tribunales superiores de los Estados.
Pero, como ya dijimos, el sistema de Otero no solamente consagraba un medio de
control jurisdiccional, sino que en él se conservó el político de la Constitución de 1836,
ya no ejercido por el oligárquico "Poder Conservador", sino por las legislaturas de los
Estados, a las cuales incumbía hacer de la declaración de inconstitucionalidad de las
leyes del Congreso General, a petición no ya del particular afectado, sino "del
Presidente de acuerdo con su Consejo, de diez y ocho diputados; seis senadores o
tres Legislaturas", fungiendo la Suprema Corte como mero órgano de escrutinio, es
decir, su injerencia en el control político se reducía a computar los votos emitidos por
los diversos poderes legislativos en los Estados.
El sistema híbrido de Otero, además de engendrar las desventajas que un régimen de
control por órgano político ocasiona, es muy inferior al de Rejón por las razones ya
aducidas. Sin embargo, el gran mérito de Otero consistió en que fue el autor de la
fórmula jurídica que encierra los efectos de la sentencia recaída en un juicio de ampa-
ro, y que implica al mismo tiempo la característica de un régimen de control jurisdic-
cional, como ya veremos, fórmula que se contiene tanto en la Constitución de 57 como
en la vigente y que dice: "La sentencia será siempre tal, que sólo se ocupe de indi-
viduos particulares, limitándose a amparados y protegerlos en el caso especial sobre
el que verse la queja, sin hacer una declaración general respecto de la ley o acto que
la motivare" (fracción II del artículo 107 constitucional).
El proyecto elaborado por el grupo mayoritario, en el que figuraba don José F. Ra-
mírez, también consignó un sistema de preservación constitucional, dentro del que se
atribuyó al Senado la facultad de declarar nulos los actos del Poder Ejecutivo que
fuesen contrarios a la Constitución General, a las particulares de los Departamentos o
a las leyes generales, teniendo dichas declaraciones efectos "erga omnes".65
Los grupos minoritarios y mayoritarios, ante la presión ejercida por el Congreso
Extraordinario Constituyente de 1842, elaboraron un proyecto transaccional de Cons-
titución que fue leído en sesión de 3 de noviembre de dicho año. Además de consa-
grarse, en su título tercero, las garantías individuales, a manera de "Derechos Natu-
rales del Hombre", se estableció en él un sistema de tutela constitucional de carácter
político, atribuyendo a la Cámara de Diputados la facultad de declarar la nulidad de los
actos de la Suprema Corte de Justicia o de sus Salas, en el caso de usurpación de las

65
En relación con la “forma del Estado” propuesta en dichos dos proyectos, el de la “minoría” proclamó
el federalismo y el de la “mayoría” el centralismo. El tema respectivo lo abordamos en nuestra obra
“Derecho Constitucional Mexicano”, Capítulo Quinto.
atribuciones de los otros poderes o de invasión a la órbita competencial de los
tribunales departamentales o de otras autoridades; considerando al Senado como
órgano de control para anular los actos del Poder Ejecutivo cuando fuesen contrarios a
la Constitución General, a las particulares de los Departamentos o a las leyes
generales. A la Suprema Corte de Justicia el citado proyecto la facultó para suspender
las órdenes del gobierno contrarias a la Constitución o leyes generales.

X. BASES ORGÁNICAS DE 1843

El proyecto constitucional elaborado por vía de transacción entre los grupos minoritario
y mayoritario de la Comisión del Congreso Extraordinario Constituyente de 1842, no
obstante haberse comenzado a discutir, no llegó a convertirse en Constitución, merced
a que por decreto de 19 de diciembre de dicho año, expedido por don Antonio López
de Santa Anna, se declaró disuelto, nombrándose en su sustitución a una Junta de
Notables.
Esta Junta, cuyo carácter espurio es innegable, integrada por personas incondicio-
nales designadas por el "Benemérito de la Patria", se encargó de elaborar un nuevo
proyecto constitucional, que se convirtió en las Bases de Organización Política de la
República Mexicana, expedidas el 12 de junio de 1843.66
En estas Bases se suprimió el desorbitado "Poder Conservador" de la Constitución de
1836, sin que se colocara al Poder Judicial en el rango de órgano tutelar del régimen
constitucional, ya que propiamente sus funciones se reducían a revisar las sentencias
que en los asuntos del orden civil y criminal pronunciaban los jueces inferiores. Dicho
documento constitucional adoptó abiertamente el régimen central, sin implantar ningún
sistema de preservación constitucional por órgano político, aunque en preceptos
aislados, como en el 66, fracción XVII, permaneció latente un resabio del control por
órgano político que ejercía en forma omnipotente el "Supremo Poder Conservador", al
establecerse en la disposición invocada que eran - facultades del Congreso reprobar
los decretos dados por las asambleas departamentales que fuesen contrarios a la
Constitución o las leyes.

XI. ACTA DE REFORMAS DE 1847

66
Véase la nota 155.
El 18 de mayo de 1847 se promulgó el Acta de Reformas que vino a restaurar la
vigencia de la Constitución Federal de 1824. Su expedición tuvo como origen el Plan
de la Ciudadela de 4 de agosto de 1846, en que se desconoció el régimen central
dentro del que se había teóricamente organizado al país desde 1836, propugnando el
restablecimiento del sistema federal y la formación de un nuevo congreso consti-
tuyente, el cual quedó instalado el 6 de diciembre del mismo año.
La reimplantación del federalismo en la mencionada Acta se inspiro en la amarga
experiencia que durante el régimen centralista había sufrido la República y al cual se
achacaban los graves trastornos que de manera continuada había padecido durante
él, no sin invocarse, además, al carácter espurio de los documentos constitucionales
que lo establecieron.

El artículo 5 del Acta de Reformas ya esbozó la idea de crear un medio de control


constitucional a través de un sistema jurídico que hiciera efectivas las garantías individuales al
disponer que "Para asegurar los derechos del hombre que la Constitución reconoce, una ley
fijará las garantías de libertad, seguridad, propiedad e igualdad de que gozan todos los
habitantes de la República, y establecerá los medios de hacerlas efectivas.”
Por su parte, el artículo 25 del ordenamiento a que nos estamos refiriendo, cristaliza las ideas
de don Mariano Otero acerca del amparo, otorgando competencia a los tribunales de la
Federación para proteger a "cualquier habitante de la República, en el ejercicio y observación
de los derechos que le conceden esta Constitución y las leyes constitucionales, contra todo
ataque de los poderes legislativo y ejecutivo, ya de la Federación, ya de los Estados,
limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular sobre el que verse el
proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la ley o acto que la motivare".

Esta disposición encierra el sistema de control jurisdiccional ideado por Otero, cuyo
juicio crítico dimos brevemente en otra ocasión, insistiendo aquí sucintamente acerca
de lo incompleto que se presenta en comparación con el instituido por Rejón, lo que,
no obstante, constituye ya un progreso en nuestro Derecho Público.

Al tratar del proyecto de la minoría de 42, dijimos que Otero combinó el régimen de control
político con el jurisdiccional a que acabamos de aludir, encontrándose el primero inserto en los
artículos 22, 23 y 24 del Acta de Reformas de 47, y que dicen respectivamente: Art. 22:
"Toda ley de los Estados que ataque la Constitución o las leyes generales, será declarada nula
por el Congreso; pero esta declaración sólo podrá ser iniciada en la Cámara de Senadores";
Art. 23: "Si dentro de un mes de publicada una ley del Congreso General, fuera reclamada
como anticonstitucional, o por el Presidente, de acuerdo con su Ministerio, o por diez diputados
o seis senadores, o tres legislaturas, la Suprema Corte, ante la que se hará el reclamo,
someterá la ley al examen de las Legislaturas, las que dentro de tres meses, y precisamente en
un mismo día, darán su voto. Las declaraciones se remitirán a la Suprema Corte, y ésta
publicará el resultado, quedando anulada la ley, si así lo resolviere la mayoría de las
Legislaturas"; Art. 24: "En el caso de los dos artículos anteriores, el Congreso General y las
Legislaturas, a su vez, se contraerán a decidir únicamente si la ley de cuya invalidez se trata,
es o no anticonstitucional, y en toda declaración afirmativa, se insertarán a la letra la ley
anulada y el texto de la Constitución o ley general a que se oponga,"

Las ideas de Mariano Otero, que, como ya dijimos, fueron acogidas en sus perfiles
cardinales en el Acta de Reformas de 1847, se contienen en su célebre "voto
particular' de 5 de abril del propio año. Dicho "voto", además de entrañar un
valiosísimo documento en la historia del Derecho Constitucional de nuestro país,
encierra muy importantes enseñanzas en esta rama jurídica, implicando un estudio
penetrante de sus diversos aspectos, que legitima a su autor como uno de los más
brillantes juristas mexicanos.

En el citado "voto particular", Otero expone las razones que, en su concepto, fundan el sistema
mixto de protección constitucional establecido en el Acta de Reformas, argumentando al
respecto que: " ...es indispensable dar al Congreso de la Unión el derecho de declarar nulas las
leyes de los Estados que importen una violación del Pacto federal, o sean contrarias a las leyes
generales; porque de otra manera el poder de un Estado sería superior al de la Unión, y el de
ésta se convertiría en una mera irrisión. Pero, para evitar que se hagan declaraciones
imprudentes, ya se consulta que estas leyes sólo puedan iniciarse en la Cámara de Senadores,
la cual representa el principio federativo en toda su fuerza, y da las mejores garantías de calma
y circunspección; y además se establece que la mayoría de las Legislaturas de los Estados
tenga el derecho de decidir en todo caso si las resoluciones del Congreso general son o no
anticonstitucionales. De esta manera cada Estado en particular está sometido a la Unión y el
conjunto de todos será el árbitro supremo de nuestras diferencias y el verdadero poder
conservador de las instituciones. Si hay todavía otro medio más eficaz de robustecer el
principio federativo, si se conoce otra mejor garantía de las libertades de los cuerpos
confederados, yo no la propongo, porque no la conozco.
"Los ataques dados por los poderes de los Estados y por los mismos de la Federación a los
particulares, cuentan entre nosotros por desgracia numerosos ejemplares, para que no sea
sobremanera urgente acompañar el restablecimiento de la Federación con una garantía
suficiente para asegurar que no se repetirán más. Esta garantía sólo puede encontrarse en el
poder judicial, protector nato de los derechos de los particulares, y por esta razón es sólo
conveniente. Aun en las monarquías absolutas, refugiada la libertad en el recinto de los
tribunales, ha hecho que la justicia encuentre allí un apoyo cuando han faltado todas las
garantías políticas. Un escritor profundo ha observado que la amplitud y responsabilidad del
Poder Judicial era el más seguro signo de la libertad de un pueblo, y por esto yo no he vacilado
en proponer al Congreso que eleve a grande altura el Poder Judicial de la Federación, dándole
el derecho de proteger a todos los habitantes de la República en el goce de los derechos que
les aseguren la Constitución y las leyes constitucionales, contra todos los atentados del
Ejecutivo o del Legislativo, ya de los Estados o de la Unión. En Norteamérica este poder
salvador provino de la Constitución, y he producido los mejores efectos. Allí el juez tiene que
sujetar sus fallos antes que todo a la Constitución; y de aquí resulta que cuando la encuentra
en pugna con una ley secundaria, aplica aquélla y no ésta, de modo que sin hacer superior a la
ley ni ponerse en posición contra el Poder Legislativo, ni derogar sus disposiciones, en cada
caso particular en que ella debía herir, la hace impotente. Una institución semejante es del todo
necesaria entre nosotros; y como ella exige que los tribunales federales se organicen de un
modo correspondiente, las reformas propuestas dejan a las leyes constitucionales la
determinación de este punto. Sobre él, en fin, manifestaré que a mi juicio también se necesita
extender un poco más la acción del Poder Federal de la Unión, muy imperfectamente
organizado en la Constitución federal; y sobre todo, elevar la condición y asegurar la
independencia de un tribunal llamado a representar en el cuerpo político un papel tan
importante como el del Supremo Poder Judicial."
En el Congreso Nacional Extraordinario que, iniciado a fines de 1846, expidió el Acta
de Reformas, además de Otero figuraba don Manuel Crescencio Rejón como diputado
por el Distrito Federal. Relata Carlos A. Echánove Trujillo67 que presentó el ilustre
yucateco, el 29 de noviembre de 1846, un documento dirigido a la Nación "con el
nombre de Programa de la mayoría de los diputados del Distrito Federal", en el que,
además de proclamar el sistema federal como el único conveniente a México, propuso
la implantación del juicio de amparo, aunque "no con la amplitud con que lo hizo
adoptar en Yucatán, sino restringido a la sola protección de las garantías
individuales'',68 sugiriendo que fuesen los jueces de primera instancia a los que
incumbiese el conocimiento de dicho juicio y a sus superiores jerárquicos cuando los
actos impugnados proviniesen de tales jueces.

A pesar de que Rejón formó parte del citado Congreso, no aparece signando el Acta de
Reformas que éste expidió el 18 de mayo de 1847. Su mencionado biógrafo y justo panegirista,
Echánove Trujillo, explica la ausencia de don Crescencio por un incidente, que resultó ser ca-
lumnioso, a través del cual se le lanzó la imputación de haber estado en connivencia con un
señor Benton, comisionado por el gobierno de los Estados Unidos, para entablar negociaciones
que se consideraron ruinosas para México a propósito de la guerra empeñada entre ambos

67
“La vida pasional e inquietudes de Crescencio Rejón”, Págs. 409 y 410.
68
Op. cit., pág. 411.
países. De tal imputación Rejón quedó reivindicado; mas a pesar de ello, optó por no volver al
Congreso, pretextando enfermedad. "Si don Crescencio hubiera estado presente en las
discusiones (del "voto" de don Mariano Otero al que acabamos de hacer referencia), concluye
Echánove, seguramente hubiese evitado que, por una falta de penetración de Otero, se hubiera
excluido al poder judicial de entre las autoridades capaces de infringir la Constitución y
establecido, frente por frente del nuevo procedimiento indirecto y puramente jurisdiccional, el
directo y peligroso de oposición de poderes" (el político a que antes se aludió). 69

XII. CONSTITUCIÓN FEDERAL DE 1857

La Constitución de 1857, emanada del Plan de Ayutla, que fue la bandera política del
partido liberal en las Guerras de Reforma, implanta el liberalismo e individualismo
puros, como regímenes de relaciones entre el Estado y el individuo. Puede afirmarse,
pues, que dicha Constitución fue el reflejo auténtico de las doctrinas imperantes en la
época de su promulgación, principalmente en Francia, para las que el individuo y sus
derechos eran el primordial, si no el único, objeto de las instituciones sociales, que
siempre debían respetados como elementos superestatales.
Más que regímenes de gobierno propiamente dichos, más que sistemas de organi-
zación política y jurídica, el individualismo y el liberalismo implican las posturas que el
Estado, como entidad superior, puede adoptar frente a sus miembros en las cons-
tantes relaciones entre ambos. Dichos regímenes traducen, pues, como todos los
demás que son adversos o diversos (socialismo, intervencionismo estatal, etc.) la
esfera de actividad, de competencia del Estado en sus relaciones con los gobernados,
demarcando la injerencia de sus órganos en el ámbito de conducta de aquélIos.
Si bien en un orden jurídico estatal determinado el individualismo y el liberalismo
coexisten, complementándose el uno al otro, ambos presentan, no obstante, marcadas
diferencias en su concepción política y filosófica. En efecto, puede decirse que el indi-
vidualismo constituye un contenido posible de los fines del Estado, o sea, que éste
opta por la realización de un objetivo, que estriba precisamente en la protección y
conservación de la personalidad individual, en aras de la cual precisaría sacrificar cual-
quier otro interés, naturalmente con las consiguientes salvedades. Por el contrario, el
liberalismo implica la actitud que el Estado adopta o asume por conducto de sus
órganos frente a la actividad particular, en el sentido de garantizar a ésta un amplio
desarrollo mientras no provoque el desorden dentro del medio social. Por eso es por lo
que el régimen liberal puro, tal como surgió de los postulados fundamentales de la

69
Idem., pág. 420.
Revolución Francesa, conceptúa al Estado, o para hablar con más propiedad, al
gobierno del Estado, como un mero vigilante de las relaciones entre los particulares,
en las cuales solamente tiene intervención cuando puedan provocar manifiestos
desórdenes en la vida social.

Pues bien, ambas posturas estatales, individualista y liberal, derivan claramente del articulado
de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 y se encuentran plasmados en nuestra
Constitución Federal de 1857, cuyo artículo primero dice a la letra: "El pueblo mexicano
reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales. En
consecuencia, declara que todas las leyes y todas las autoridades del país deben respetar y
sostener las garantías que otorga la presente Constitución." Efectivamente, de la simple lectura
del precepto que acabamos de transcribir se desprende que el Código Político de 1857
consideró, fiel a la tesis individualista, que los derechos del hombre no sólo son el objeto de las
instituciones jurídicas, sino su base misma. Los autores de dicha Constitución, además,
implícitamente se declararon partidarios del jusnaturalismo en materia de derechos del
hombre, tal como puede colegirse de la exposición de motivos respectiva, que en su parte
conducente dice: "Persuadido el Congreso de que la sociedad para ser justa, sin lo que no
puede ser duradera, debe respetar los derechos concedidos al hombre por su Creador,
convencido de que las más brillantes y deslumbradoras teorías políticas son torpe engaño,
amarga irrisión, cuando no se aseguran aquellos derechos, cuando no se goza de libertad civil,
ha definido clara y precisamente las garantías individuales, poniéndolas a cubierto de todo
ataque arbitrario. El acta de derechos que va al frente de la Constitución, es un homenaje
tributado en vuestro nombre, por vuestros legisladores a los derechos imprescriptibles de la
humanidad. Os quedan, pues, libres, expeditas, todas las facultades que del Supremo
recibisteis para el desarrollo de vuestra inteligencia, para el logro de vuestro bienestar."

Pero, además, la Constitución de 1857 no sólo adopta una posición francamente


individualista en los términos ya apuntados, sino que implanta también el liberalismo
como régimen de relaciones entre el Estado y los gobernados.

En efecto, de la segunda parte del artículo primero se desprende que toda autoridad debe
respetar y sostener las garantías individuales y en la exposición de motivos relativa se expresa:
"El Congreso estimó como base de toda prosperidad, de todo engrandecimiento, la unidad na-
cional, y por tanto, se ha empeñado en que las instituciones sean un vínculo de fraternidad, un
medio seguro de llegar, a establece, armonías, y ha procurado alejar cuanto producir pudiera
choques y resistencias, colisiones y conflictos”, lo cual viene a indicar, sin dejar lugar a dudas,
que al Estado se reputó como un mero vigilante de las relaciones entre particulares, cuya
injerencia surge cuando el desenfrenado desarrollo de la libertad individual acarrea disturbios
en la convivencia social.
Hemos hecho las anteriores digresiones alrededor del artículo primero de la Cons-
titución de 57, para comparar a este precepto con el relativo de nuestra Constitución
vigente y poder así constatar la diferente ideología política que en materia de garantías
individuales se contiene en ambos ordenamientos fundamentales.
Pasando ahora a los derechos individuales públicos específicos contenidos en la
Constitución de 57, cuyo estudio o análisis extralimitaría el tema que desde un
principio hemos seleccionado, y que abordamos en nuestro libro intitulado "Las
Garantías Individuales”, diremos que encierra los mismos que la Constitución vigente,
dentro de los cuales destacan por su singular importancia los contenidos en sus
artículos 14 y 16 a los cuales nos referiremos menos someramente al tratar el control
de legalidad.
Contrariamente a lo que acontecía con otros ordenamientos jurídicos mexicanos y
extranjeros, que consagraban los derechos del hombre en forma meramente declara-
tiva, sin brindar un medio para su protección, la Constitución de 57 instituye e/ juicio de
amparo, reglamentado por las distintas leyes orgánicas que bajo su vigencia se fueron
expidiendo, tal como genérica y básicamente subsiste en nuestra Constitución vigente,
cuyos artículos (de ambas Leyes Fundamentales) 101 y 103, respectivamente, son
iguales con toda exactitud.
En la Constitución de 57 desaparece el sistema de control por órgano político que
estableció el Acta de Reformas de 1847, documento que, según hemos afirmado, lo
combinó con el sistema jurisdiccional. En el proyecto respectivo, la Comisión del Con-
greso Constituyente de 1856-57 que lo elaboró y de la que formó parte don Ponciano
Arriaga, enfoca una justificada y severa crítica contra el régimen político de tutela
constitucional implantado en la citada Acta, pugnando, en cambio, porque fuese la
autoridad judicial la que proveyese a la protección de la Ley Fundamental en los casos
concretos en que se denunciase por cualquier particular alguna violación a sus manda-
mientos y mediante la instauración de un verdadero juicio, en que los fallos no tuvieran
efectos declarativos generales. Por revestir singular interés el pensamiento de la
Comisión Redactora del Proyecto de Constitución de 57 sobre la manera como debía
operar la preservación constitucional, no podemos resistimos a transcribir la parte
conducente de la exposición de motivos correspondiente.

"Era nuestro sistema poner en público y serió combate la potestad soberana de la Federación
con la soberanía de un Estado, o a la inversa: abrir una lucha solemne para declarar la
pendencia, por el ejercicio de otro poder también soberano, que gira y se mueve en órbita dife-
rente: confundir así los atributos de los poderes federales con los de los Estados, haciendo a
éstos agentes de la Federación unas veces, y otras convirtiendo a los de la Federación en
tutores o en agentes de los Estados. La ley de un Estado, cuando ataca la constitución o leyes
generales, se declaraba nula por el Congreso; y la ley de éste, reclamada como
anticonstitucional, se sometía al juicio de la mayoría de las legislaturas. En cualquier caso era
una declaración de guerra de potencia a potencia, y esta guerra venía con todas sus resultas,
con sus más funestas consecuencias. Los gobernadores tenían obligación de promulgar y
ejecutar las leyes del Congreso federal, como si fuesen empleados de esta administración, y el
poder de la Unión hacía sucumbir al del Estado: en uno y otro extremo quedaba siempre
desairada y envilecida una de las dos autoridades, sancionada la discordia y hasta decretada
inevitablemente la guerra civil. No es éste el sistema federal, pues si éste fuera, sería necesario
proscribirlo y execrarlo. Si nos fuera posible resumir en breves y concisas palabras toda la
teoría, todo el mecanismo del sistema federal, lo haríamos en esa sencilla fórmula: "para todo
lo concerniente al poder de la Federación desaparecen, deben desaparecer los Estados; para
todo lo que pertenece a éstos desaparece, debe desaparecer el poder de la Federación.....
Pero nacen dudas, se suscitan controversias: ¿quién califica? ¿Quién las decide? Repiten los
que quieren el soñado equilibrio de un poder conservador. Las dudas y controversias entre la
Federación y los Estados, y entre ésta y aquéllos, se resuelven y califican, naturalmente, por
los mismos medios legales de que usan los individuos cuando litigan sus derechos. No invocan
su exclusiva autoridad, ni cada uno delibera como parte y como árbitro, ni se retan y se tiran
guantes, ni apelan a las armas: van ante un tribunal, y ahí, en un juicio con todas sus formas,
se decide la contienda, con la diferencia de que en el litigio de un individuo con otro, la sen-
tencia es directa, universal, positiva, comprende todo el círculo de los derechos discutidos,
mientras que en la contienda contra un soberano, la sentencia es indirecta, particular, negativa,
no hace declaraciones generales, ampara, declara libres a los particulares quejosos de la
obligación de cumplir la ley o el arto de que se quejan: pero deja intacta, con todo su vigor y
prestigio, no atara de frente, a la autoridad de que emanó la ley o el acto que dio motivo al
juicio."70

Fiel a dicho orden de ideas, el proyecto de Constitución de 57, en su artículo 102,


estableció el sistema de protección constitucional por vía y por órgano jurisdiccional
considerando competentes para conocer de los casos por infracción a la Ley Funda-
mental, tanto a los tribunales federales como a los de los Estados, "previa la garantía
de un jurado compuesto de vecinos del distrito respectivo", cuyo jurado calificaría el
hecho (acto violatorio) de la manera que dispusiese la ley orgánica.
El citado artículo 102 fue vehementemente impugnado por el constituyente Ignacio
Ramírez, para quien ningún sistema de tutela constitucional frente a las leyes

70
Isidro Montiel y Duarte.- Derecho Público Mexicano.- T. IV, pág. 72.
secundarias era adecuado ni eficaz, llegando a la conclusión de que los únicos
remedios para que se respetara la Constitución, serían el repudio de la opinión pública
a los actos legislativos que la infringiesen y su derogación por parte del poder
encargado de elaborarlos. Creía Ramírez que si un juez declaraba inconstitucional una
ley, invadía la esfera de competencia de los órganos legislativos, sobreponiéndose a
éstos a través de la derogación que dicha declaración entrañaba. Afortunadamente, el
pensamiento del Nigromante no sólo no tuvo eco en los debates desencadenados en
el seno del Congreso Constituyente de 56-57, sino que fue severa y justificadamente
objetado por otros diputados, entre los que descollaron Mata y Arriaga, quienes
defendieron la idea de implantar en la Ley Fundamental el sistema de control por
órgano y por vía jurisdiccional contra las leyes secundarias que la violasen, sistema
que con el tiempo se llegó a conocer con el nombre de Juicio de Amparo.71
El artículo 102 original del proyecto constitucional, después de discutido, se dividió
definitivamente en tres preceptos, los que, a su vez, se refundieron en dos que hu-
bieren llegado a ser los artículos 103 y 104 de la Constitución Federal de 1857.
Conforme a su texto se conservó la intervención del jurado popular para calificar el
hecho infractor de la Ley Fundamental. Sin embargo, al expedirse ésta se suprimió
dicho jurado, para atribuir la competencia exclusiva de conocer de todas las
controversias que se suscitaren por leyes o actos de cualquier autoridad que violaran
las garantías individuales o que vulnerasen el régimen federal, a los tribunales de la
Federación (art. 101), eliminándose así la injerencia en dicha materia de los tribunales
de los Estados y consignándose en el artículo 102 los principios cardinales que
informan al sistema de protección constitucional por órgano y por vía jurisdiccionales,
como son los de iniciativa de la parte agraviada, la substanciación judicial del procedi-
miento y la relatividad de los fallos correspondientes.

No debemos dejar inadvertido un curioso e importante incidente, que suele calificarse como
"fraude parlamentario", y que se atribuyó al diputado constituyente don León Guzmán. Ese
incidente, al que brevemente nos vamos a referir, tuvo la enorme trascendencia de salvar al
juicio de amparo, consolidándolo dentro de la vida jurídica de México y evitando su
estruendoso fracaso.
Hemos dicho que el Congreso, al aprobar el artículo 102 del Proyecto constitucional, dio
intervención a "un jurado compuesto de vecinos del distrito en que se promueva el juicio" (el
amparo), para "calificar el hecho (acto reclamado) de la manera que disponga la ley orgánica",
antes de que los tribunales de la Federación resolvieran la controversia que se suscitare "por

71
Op. cit., págs. 840, 841, 842, 843, 844 y siguientes.
leyes o actos de cualquier autoridad que violaren las garantías individuales, por leyes o actos
de la autoridad federal que vulneren o restrinjan la soberanía de los Estados, y por leyes o
actos de la autoridad de éstos que invadan la autoridad federal" (arts. 100, 101 y 102 del
Proyecto).
En los debates en tomo al citado artículo 102 tomaron parte Ocampo, Lazo, Estrada, Jaques,
Arriaga y Guzmán, sin que ninguno de ellos objetara la injerencia de un jurado en la
substanciación del juicio de amparo, toda vez que la discusión que sostuvieron versó
únicamente sobre la índole de dicho cuerpo, habiéndose aprobado tal precepto por 56 votos
contra 14.72
Ahora bien, concluidas las jornadas parlamentarias, el Congreso constituyente nombró una
comisión de estilo integrada por los diputados Melchor Ocampo, Joaquín Ruiz y León Guzmán,
habiendo sido este último el único que cumplió su cometido, ya que los dos primeros
renunciaron al cargo que les fue conferido. La "minuta" elaborada por Guzmán, que ya contenía
la versión definitiva de la Constitución de 57, suprimió el jurado como órgano que, de acuerdo
con los designios de la asamblea, debía intervenir en el juicio de amparo, otorgando la
competencia respectiva sólo a los tribunales de la Federación.
La alteración del texto del artículo 102 del Proyecto constitucional en cuanto a la supresión del
jurado popular para injerirse en los juicios de amparo se planteó en el año de 1868, cuando el
diputado don José María Mata, que había sido constituyente en 56-57, propuso el
nombramiento de una comisión especial "que se encargara de hacer el estado comparativo del
texto de la Constitución, según las actas del Congreso constituyente, y el texto de la minuta
aprobada por él". Se argumentaba, por otra parte, que la Ley de Amparo vigente a la sazón (de
1861) era "nula según el texto de la Constitución", en virtud de que " ...el Congreso
constituyente quiso y ordenó que en estos juicios (los de amparo) se procediera con la garantía
de un jurado compuesto de vecinos del distrito a que corresponda la parte actora, el cual
calificaría el hecho", agregándose que " ... esta conquista del Congreso constituyente, este
gran principio de la Constitución, lo echó por tierra el encargado de la minuta (León Guzmán),
que suprimió el artículo 102 del proyecto, cuya discusión se verificó en los días 28, 29 y 30 de
octubre de 1856, declarándose en este suficientemente discutido por 70 votos contra 13, y
aprobado en votación nominal por 56 contra 27", concluyéndose que "El punto es gravísimo,
pues habiendo necesidad de reformar la ley orgánica sobre juicios de amparo, ésta (es decir, la
que sustituyó a la de 1861 y se expidió en enero de 1869) tendrá que basarse en el artículo
suprimido, y no en el 101 de la Constitución" (sic).73
La importante revista jurídica "El Derecho", en el número correspondiente al 17 de octubre de
1868, se ocupó de tan trascendental cuestión, exponiendo lo siguiente: "Parece que la

72
Isidro Montiel y Duarte.- Derecho Político Mexicano.- Tomo IV.- Págs. 846 a 849.
73
Datos y transcripciones tomado del periódico “El Globo” (número correspondiente al 8 de octubre de
1868), citados en la obra “El Juicio de Amparo y el Poder Judicial de la Federación”. Recopilación
elaborada por don Manuel Yánez Ruiz (1965), Tomo II, Libro 1, págs. 176 y 181.
Constitución de 1857 no está del todo conforme con las diversas resoluciones acordadas por el
Congreso constituyente al discutirla. En días pasados se promovió en el Congreso, a moción
del Sr. diputado Mata, que se nombrase una comisión especial que comparara el texto con
aquellos acuerdos. Después se dijo que en el artículo 29 que habla de la suspensión de
garantías se suprimió la palabra individuales. Últimamente El Globo del día 8 del corriente,
fundándose en las actas oficiales de las sesiones de la asamblea de 1856, asegura que fue
suprimido un artículo íntegro, el que establecía el jurado para los juicios de amparo. Esta
supresión parece indudable, porque tanto en las actas citadas oficiales, como en la historia de
ese Congreso escrita por el Sr. Zarco, consta la aprobación del artículo omitido.
"En nuestra opinión, sean cuales fueren las resoluciones de aquel Congreso, que aparezcan
suprimidas en el texto publicado, tal omisión no puede importar la nulidad de ninguna ley
posterior, como pretende el autor del artículo de El Globo. Si la comisión encargada de formar
la minuta de la Constitución de 857 hizo modificaciones u omisiones; si los secretarios
aseguraron al darse lectura a esa minuta que estaba conforme con los acuerdos; y si el
Congreso la aprobó, más bien que suscitar aquella duda que puede ser origen de estériles y
peligrosas disputas, pudiera decirse que el Congreso mismo había consentido con aquellos
actos, en las modificaciones o supresiones que se han notado.
"Por otra parte, los acuerdos omitidos no pueden tener fuerza alguna obligatoria, porque las
leyes únicamente la tienen por la promulgación y México sólo ha tenido y tendrá por texto
oficial de la Constitución de 57, al que fue publicado por el gobierno con la firma de los
diputados de la nación. Si hubo o no falta en haber hecho esas omisiones o reformas, ya es
otra cuestión muy diversa; pero no hay razón fundada para querer que formen parte de la ley
constitucional, ni mucho menos para suponer la nulidad de actos posteriores que tienen su
origen en el texto oficial, que únicamente tiene el carácter de ley por haber sido debidamente
promulgado.
“¿Puede el actual Congreso, que no es constituyente, declarar que esos acuerdos son parte de
la Constitución? ¿No importaría esto una verdadera adición? ¿Quién podrá asegurar que la
asamblea de 856 al aprobar la minuta no consintió en las omisiones citadas, revocando de este
modo sus anteriores acuerdos?"74

La alteración substancial que sufrió el artículo 102 del Proyecto mediante la supresión
mencionada, a pesar de que este precepto había sido aprobado en sus términos
originales por el Congreso, no dejó de achacarse exclusiva y personalmente a don
León Guzmán, habiéndosele imputado el grave cargo de modificar la voluntad definida
del Constituyente.

74
“El Derecho”, Tomo I, Págs. 121 y 122.
Don León Guzmán, al contestar la imputación que en este sentido le lanzó el periódico "La
Libertad" en el año de 1879, explicó pormenorizadamente el proceso que se observó dentro del
mismo Congreso para examinar la minuta de Constitución por él elaborada, haciendo notar que
las alteraciones que introdujo al mencionado artículo 102, tal como fue aprobado por la
asamblea, fueron sancionadas por ésta en la sesión solemne que se celebró el mismo día en
que se juró la Constitución, es decir, el 5 de febrero de 1857.
En desagravio de tan destacado diputado constituyente, séanos permitido transcribir la versión
que él mismo dio acerca de la manera como se consintieron expresamente por el Congreso las
modificaciones que aquél hizo al mencionado precepto: "La sesión del día 5, dice, ha sido
extraordinariamente solemne y ha comenzado por el acto importantísimo que vamos a
describir. El señor Mata se colocó en una tribuna, teniendo en la mano el que ahora es
autógrafo de la Constitución; un Secretario colocado en la otra tribuna, tenía los artículos
originales; dos secretarios colocados en la mesa, tenían la minuta aprobada. Abriendo todos
sus respectivos documentos, el señor Mata leía en voz alta y los secretarios comparaban el
texto del autógrafo con el de los originales y el de la minuta. Después de esta operación
minuciosa, la Secretaría certificó que el texto del autógrafo estaba exactamente conforme con
los artículos aprobados y con la minuta también aprobada. Entonces se procedió a firmar el
autógrafo y después a jurado. Esto ha pasado en presencia de más ~ cinco mil personas."
"Séanos lícito estampar aquí una observación. Si antes de poner a discusión la minuta o dentro
de esa discusión misma, se hubiera acusado a León Guzmán de infidelidad en el desempeño
de su cometido, su obligación de contestar al cargo era notoria; pero ¿puede decirse lo mismo
cuando el Congreso se dio por satisfecho de la exactitud del trabajo, y cuando asumió la
responsabilidad, con el mismo hecho de aprobar la minuta, y cuando todos los diputados
firmaron el autógrafo? ¿ De cuándo acá las comisiones consultoras son personalmente res-
ponsables de los acuerdos del Congreso? Por más que seamos apasionados, tenemos la
obligación de ser justos; y para ser esto último, tenemos necesidad de confesar que aun en el
caso de que León Guzmán, al extender la minuta, hubiera alterado algunos o muchos artículos
de la Constitución, su responsabilidad personal ha cesado, desde el momento en que el
Congreso aprobó la minuta. A partir desde ese momento, León Guzmán no reporta más que la
parte que le corresponda en la responsabilidad colectiva." 75
Lo cierto es que León Guzmán, con o sin la conformidad del Constituyente, al haber
suprimido del texto definitivo del artículo 102 la injerencia de un jurado en el
conocimiento del amparo, aseguró la supervivencia de esta institución en la vida jurí-
dica de México, pues de haberse conservado a dicho cuerpo, independientemente de
su composición, dentro de su mecanismo procesal, se habría cometido una grave abe-
rración que con el tiempo pudo originar el fracaso del citado juicio. No es admisible, en
efecto, que cuestiones netamente jurídicas, como las que se relacionan con la incons-

75
Publicación inserta en el periódico “La Verdad Desnuda”, correspondiente al 5 de abril de 1879.
titucionalidad de una ley o de un acto de autoridad, sean susceptibles de estudiarse y
decidirse por un jurado, integrado por personas desconocedoras del Derecho y que en
la mayoría de las veces canalizan sus decisiones por cauces de un subjetivismo senti-
mental o emocional. Sólo la euforia exageradamente admirativa por el jurado popular
que se apoderó de la mente colectiva del Congreso, puede explicar, pero nunca justi-
ficar, su intromisión en un campo, como el jurídico-constitucional, que le está por
esencia vedado. Jamás han sido los sentimientos de un pueblo los medios adecuados
para resolver puntos de derecho. Posiblemente esta idea impelió a León Guzmán a
alterar un precepto que, de haber permanecido sin la substancial modificación que
introdujo a su texto original aprobado, habría significado la tumba prefabricada de
nuestro juicio de amparo.
Según hemos dicho, el artículo 101 de la Constitución de 57 corresponde exactamente
al artículo 103 de nuestra Constitución vigente. Por consiguiente, siendo el tema
integral del presente libro el estudio de nuestra institución de amparo en todos sus
aspectos, y siendo ésta genérica y fundamentalmente igual en ambas Constituciones,
concluiremos este capítulo abordando a continuación el estudio de la Ley Suprema
actual en lo tocante a los puntos que hemos tratado, para establecer una comparación,
respecto de ellos, entre los dos ordenamientos constitucionales.

XIII. CONSTITUCIÓN FEDERAL DE 1917

La Constitución vigente se aparta ya de la doctrina individualista, pues, a diferencia de


la de 57, no considera a los derechos del hombre como la base y objeto de las
instituciones sociales, sino que los reputa como un conjunto de garantías individuales
que el Estado concede u otorga a los habitantes de su territorio.

El individualismo, plasmado en ordenamiento constitucional próximo anterior, establece que los


derechos del hombre, inherentes e inseparables de su personalidad, son supraestatales, es
decir, que están por encima de todo orden creado por el Estado, el que, por ende, debe
siempre respetados y convertirlos en el objeto y fin de sus instituciones. Contrariamente a la
tesis individualista, nuestra Constitución de 1917 ya no hace figurar a los derechos del hombre
como el exclusivo contenido de los fines estatales; sino que, considerando que el pueblo cons-
tituido políticamente en Estado, es el único depositario del poder soberano, ha expresado en su
artículo primero, que las garantías individuales son instituidas o creadas mediante el otorga-
miento respectivo hecho por el orden jurídico constitucional. Dice textualmente el mencionado
precepto: "En los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga
esta Constituci6n, las cuales no podrán restringirse ni suspenderse sino en los casos y con las
condiciones que ella misma establece." Por consiguiente, nuestra Constitución de 17 resuelve
la manifiesta contradicción que te6ricamente surge entre la concepción superestatal e
irreductible de los derechos del hombre y la soberanía, como poder máximo, sobre el cual nada
existe humanamente.

Lejos de sustentar nuestra actual Ley Fundamental la tesis individualista, se inclina


más bien hacia la teoría rousseauniana, que asevera que las garantías de que pueden
gozar los individuos frente al poder público son otorgadas a éstos por la propia
sociedad, única titular de la soberanía, en virtud de la renuncia que, al formarla, hacen
sus miembros acerca de sus prerrogativas, las cuales son posteriormente restituidas al
sujeto, pero no como una necesidad derivada de una imprescindible obligatoriedad,
sino como una gracia o concesión. La voluntad de la nación es, pues, para Rousseau,
el elemento supremo en que consiste la soberanía, sobre la cual ningún poder existe y
a la cual todos deben sumisión.
Los constituyentes de 17 no dan razón alguna, expresamente, que los haya inducido a cambiar
radicalmente no sólo el texto, sino el espíritu mismo de la Constitución de 57 en lo tocante a las
garantías individuales. Nosotros, sin embargo, creemos que existe una razón de lógica
fundamental, que seguramente tuvieron en cuenta los autores de nuestro actual ordenamiento
constitucional, a saber, la consistente en que, al introducirse garantías de carácter social, al no
ser ya el individuo el objeto de protecci6n preferente de las instituciones sociales, al darle al
Estado mayor intervención en la vida social, la declaraci6n individualista resultaba incongruente
con el contenido del articulado constitucional. Al transformar, pues, los constituyentes de 1916-
17 la actividad del Estado, atribuyéndole mayor radio de acción, forzosamente tuvieron que
adoptar otro principio general respecto a las garantías individuales, que son, como repetimos,
producto de una concesi6n por parte del orden jurídico constitucional, y no elementos
intangibles, como las reputaba la Constitución de 1857.76

A diferencia de ésta, que únicamente consagraba garantías individuales, la Cons-


titución vigente, además, consigna las llamadas garantías sociales, o sea, un conjunto
de derechos otorgados a determinadas clases sociales, que tienden a mejorar y
consolidar su situación económica, contenidos, principalmente, en los artículos 123 y
27 constitucionales, los cuales, podría decirse, cristalizan las aspiraciones
revolucionarias fundamentales, consistentes en resolver, en beneficio de las masas
desvalidas, los problemas obrero y agrario,
Por otra parte, y sobre todo en materia de propiedad privada, parece ser que nuestra
actual Ley Suprema, junto a los derechos fundamentales del gobernado o garantías

76
Sobre esta cuestión véase nuestra obra “Las Garantías Individuales”. Capítulo Segundo.
individuales, adopta el concepto correlativo, o sea, el de obligaciones individuales
públicas, que tiene la implicación opuesta a la idea de "derechos públicos in-
dividuales". La obligación pública individual, desconocida en la Constitución de 57, con
exclusión de las fiscales y militares, es aquella que el Estado impone al individuo, al
sujeto, constriñéndolo a obrar o a hacer uso de sus bienes en beneficio de la sociedad.
En este sentido, podemos decir que la obligación pública individual es el reverso del
derecho correlativo, en términos abstractos, y que si el Estado, por medio de orden
constitucional, ha concedido en favor del individuo determinadas garantías, cuyo ejer-
cicio y respeto son indispensables para el desenvolvimiento de la personalidad hu-
mana, también le ha impuesto el deber, en algunos casos, de utilizar esas garantías
en beneficio de la colectividad a que pertenece.

La idea de obligación pública individual, concebida por Duguit, se ha plasmado, en efecto, en el


artículo 27 constitucional, que considera a la propiedad privada, a la vez que como un derecho
público individual para su titular, como una función social, con el correspondiente deber de
utilizarla y emplearla para el bien general.

Pues bien, es en la conservación y efectividad de las garantías sociales a que hace


poco nos referíamos, y que respecto de cada sujeto se traducen en sendas garantías
particularizadas, por razones obvias, donde se puede palpar con mayor evidencia el
régimen de intervencionismo de Estado que establece nuestra Constitución vigente, al
menos en los aspectos que vamos a indicar. Sé ha estimado a dichas garantías so-
ciales como un conjunto de derechos inalienables e irrenunciables en favor de las
clases sociales económicamente débiles frente a las poderosas.

Así, verbigracia, el artículo 123 constitucional instituye las bases mínimas generales, conforme
a las cuales se debe formar la relación de trabajo y determinar sus consecuencias jurídicas,
bases que no pueden ser materia de modificación desfavorable para el trabajador. Pues bien,
para hacer efectivas en la realidad esas bases constitucionales, interviene oficiosamente el
Estado en beneficio de la clase débil, con el fin de hacerlas respetar en la relación jurídica entre
trabajador y patrón, sancionando los casos que las contravengan con la nulidad o bien con
medidas más severas, según el caso.
En la solución del problema agrario también se manifiesta con claridad la intervención que al
Estado da la Constitución en las relaciones sociales. Así, por ejemplo, el texto del artículo 27
constitucional que se refiere a las dotaciones y restituciones de tierras yaguas, particularmente,
erige al Estado, por conducto de sus órganos autoritarios respectivos, en verdadero agente no
sólo en los procedimientos correspondientes, sino en la organización y formación del nuevo
régimen de propiedad agraria, hipótesis en las que la oficiosidad de la actuación del poder
público es manifiesta, hasta tal punto de oponerse a la voluntad de los mismos beneficiados
como acaece en un sinnúmero de casos prácticos, que sería prolijo mencionar.

Bastan, pues, las ligeras y breves digresiones que acabamos de hacer, para demos-
trar que en el régimen jurídico instituido por la Constitución de 17, opera con
notoriedad el sistema de intervencionismo de Estado, alternando con otros regímenes,
como son el liberal-individualista en cuanto a varias de las garantías individuales, y el
nacionalista por lo que respecta al artículo tercero constitucional. Se ha criticado
acremente a nuestra actual Ley Fundamental, porque se asemeja, según sus
impugnadores, a un mosaico híbrido de tendencias contrarias y, en ciertas hipótesis,
contradictorias. Nosotros no estamos de acuerdo con esa crítica que se ha enfocado
en contra de nuestra Constitución vigente, pues un ordenamiento básico que regula y
controla la vida misma de un Estado, de aspectos tan múltiples y diversos, debe de
atender a la realidad íntegramente y normar diferentemente sus distintos sectores, aun
cuando en esa normación global se impliquen principios pertenecientes a regímenes
sociales y políticos contrarios, como sucede en nuestro caso concreto.
Los fracasos que en la realidad han experimentado los ordenamientos legales se han
debido primordialmente al deseo de querer aplicar un solo principio políticosocial a un
ambiente compuesto de factores y circunstancias tan disímiles unos de otros, que
reclaman diversa consideración jurídica. ¿Qué sucedería, en efecto, si se implantara
en nuestro medio únicamente el socialismo, o el liberalismo puro cabalmente? La
respuesta no se haría esperar: o se mataría definitivamente la iniciativa privada, que
es la base del progreso de un pueblo, o se degeneraría en la explotación más inicua
de la parte débil, como sucedió en diversos países a raíz de la Revolución francesa.
En síntesis, mientras que la Constitución de 1857 reputa a los derechos del hombre
como elementos superestatales, la Constitución vigente los considera como fruto de
una concesión por parte del orden jurídico del Estado. Además, en ambos orde-
namientos constitucionales el Estado adopta distinta postura frente a los gobernados,
ya que en la Constitución de 57 son los principios liberales los que regulan las rela-
ciones respectivas, y en la vigente los postulados pertenecientes a diversas
tendencias político-jurídicas y sociales.
Si la forma de concepción de \las garantías individuales varía en ambas Leyes Fun-
damentales, así como la situación de relaciones entre el Estado y sus miembros, no
acontece lo mismo en lo tocante al medio de control o protección de los derechos del
hombre principalmente, pues su procedencia general es exactamente igual en ambos
regímenes constitucionales con la sola diferencia de que, mientras la Constitución de
57 es muy sucinta por lo que se refiere a la normación del juicio de amparo, la vigente,
en su artículo 107, es mucho más explícita y contiene, como lo veremos oportuna-
mente, una completa regulación de su ejercicio, detallado por la Ley Reglamentaria
correspondiente.

XIV. LA CREACIÓN DEL AMPARO

Por la exposición de antecedentes de nuestro juicio de amparo que hemos hecho en


los apartados que preceden, nos sentimos en condiciones de tratar de elucidar una
importante cuestión concerniente a la determinación de la paternidad de dicha insti-
tución jurídica mexicana. En otras palabras, no quisiéramos pasar inadvertida la
polémica, que en varias ocasiones ha asumido matices apasionados, suscitada entre
quienes consideran como autor del juicio de garantías a don Manuel Crescencio
Rejón, y quienes reputan a don Mariano Otero como su verdadero creador. Las
consideraciones que continuación formularemos, tendientes al esclarecimiento de tal
cuestión, están exentas de todo partidarismo, en cuyo desarrollo hemos procurado
sustentar un criterio absolutamente imparcial, abrigando sólo el afán de constatar, sin
apasionamiento alguno, la paternidad real y efectiva de nuestro glorioso juicio de
amparo.
Cuando la investigación histórica se enfoca hacia un tópico de derecho con el objeto
de descubrir en el decurso de los tiempos un antecedente de alguna institución jurídica
de estructura formal legislativa, existe la tendencia generalizada de imputar la creación
eidética y normativa de ésta a una sola personalidad. Tal predisposición a
individualizar la causación institucional se agudiza en la indagación de los precedentes
legislativos de nuestro juicio de amparo, al grado de que en la actualidad se descubren
dos corrientes excluyentes que atribuyen la paternidad de dicho medio constitucional
de defensa a alguno de estos egregios juristas y políticos mexicanos: don Manuel
Crescencio Rejón y don Mariano Otero.

Las dos primeras tendencias han culminado en dos importantes obras dentro de la literatura
jurídica sobre nuestro juicio constitucional y que consisten en interesantes biografías de los
mencionados hombres públicos respectivamente elaboradas por los licenciados Carlos A.
Echánove Trujillo y F. Jorge Gaxiola. En tales obras, sus autores achacan a sus sendos
biografiados el galardón de ser cada uno, con exclusión del otro, el forjador de la institución, y
es curioso observar que a Rejón lo denomina su panegirista el "padre del amparo", en tanto
que a Otero su biógrafo le asigna el calificativo honroso de "creador" del dicho juicio.
Parece ser que la inclinación histórico-jurídica a considerar como autor del juicio de
amparo a don Mariano Otero prevalece sobre la contraria, es decir, sobre la que arroja
la paternidad respectiva al insigne yucateco, quien es conceptuado por don Manuel
Herrera y Lasso como mero "precursor" de nuestra institución.
La disputa sobre la paternidad del juicio de amparo, en el sentido de estimar a ésta
como el mero acto creador de nuestra institución, nos parece no sólo infundada, sino
absurda. En efecto, el fenómeno creativo no se resuelve en un simple hecho, sino que
se traduce en una serie de actos concatenados entre sí producidos por una especie de
sinergia eidética, o sea, en un proceso de elaboración que comienza con la mera
concepción de la institución de que se trate hasta su implantación definitiva y perfec-
cionada. Es más, una institución jurídica no nace, en un sistema estatal determinado,
aislada y desvinculada en forma completa de algún precedente nacional o extranjero,
esto es, nunca surge a la vida normativa por modo íntegro y absolutamente original, ya
que su aparición es en la mayoría de los casos la consecuencia de un proceso evo-
lutivo previo que afecta o debe afectar a todos los órdenes de derecho que tengan un
origen cultural común.
Es por ello por lo que, salvo rarísimas excepciones, una institución jurídica, en cuanto
a su creación, es decir, desde su mera concepción, sugerida muchas veces por la
realidad y por precedentes especulativos, hasta su implantación positiva y vigente,
nunca obedece a un solo y simple acto, sino a un conjunto de hechos
teleológicamente encadenados, o sea, a un proceso de elaboración o formación,
atendiendo a lo cual no es ni lógica ni realmente posible imputar la paternidad
institucional a una persona solamente, como erróneamente lo hacen, a nuestro
entender, tanto los partidarios del origen "rejoniano" del amparo, como los que
sostienen que el autor de éste lo fue el ilustre jalisciense Otero.

Nuestro juicio de amparo, que en sus aspectos de procedencia y mecanismo procesal


asume perfiles típicamente nacionales que le atribuyen superioridad indiscutible sobre
medios similares de defensa constitucional imperantes en otros países, no es el fruto
de un solo acto ni la obra de una sola persona. No puede afirmarse que, atendiendo al
concepto lógico y al fenómeno real que implica el proceso de creación, Rejón haya
sido su "precursor" y Otero su "creador". Tanto el yucateco como el jalisciense
contribuyeron a crear nuestra institución, habiendo desempeñado, dentro de la
formación paulatina respectiva, diversos y distintos actos, los cuales, a su vez,
reconocen antecedentes teóricos y prácticos nacionales y extranjeros. Pretenderemos,
pues, esbozar la participación que dichos ilustres juristas mexicanos tuvieron en la
obra ingente y excelsa de nuestra historia jurídica: la creación del juicio de amparo.
Inspirado en los sistemas de preservación constitucional y de tutela del gobernado
ideados e implantados en diversos regímenes extranjeros,77 y posiblemente teniendo
también en cuenta los medios de impugnación a los actos arbitrarios e injustos de las
autoridades que existían en el orden jurídico de la Colonia, don Manuel Crescencio
Rejón, al estructurar jurídicamente a su Estado natal, Yucatán, cuando éste se separó
de la República Mexicana, estableció, dentro de las facultades del poder judicial, la
consistente en "amparar en el goce de sus derechos a los que le pidan (a dicho Poder)
su protección contra las leyes y decretos de la Legislatura que sean contrarios a la
Constitución (local), o contra las providencias del Gobernador o Ejecutivo reunido,
cuando en ellas se hubiese infringido el Código Fundamental o las leyes, limitándose
en ambos casos a reparar el agravio en la parte en que éstas o la Constitución
hubiesen sido violadas" (art. 53 de la Constitución Yucateca de 23 de diciembre de
1840). Por otra parte, a los jueces de primera instancia, según ya dijimos, Rejón
también los reputaba como órganos de control, en los términos que indicamos en el
apartado VIII de este mismo capítulo.
De las ideas expuestas con antelación, cuya adopción propugnó Rejón en el Proyecto
de la Mayoría de 1842, se desprende que su aportación a al estructuración jurídica del
amparo se reveló en los siguientes aspectos: a) procedencia de dicho juicio ante la
Corte Suprema (local) para preservar la Constitución (ídem) contra cualquier acto que
se tradujese en un agravio individual imputable a los poderes ejecutivo o legislativo
(locales); b) procedencia del amparo ante los jueces de primera instancia contra actos
de autoridades distintas del gobernador o de la legislatura, que vulnerasen las
garantías individuales; c) consignación constitucional del principio de la instancia de
parte en la procedencia del amparo y del de la relatividad de las sentencias
respectivas.
Como se ve, ya en la concepción que don Manuel Crescencio Rejón abrigó acerca del
amparo, concurren las fundamentales notas esenciales y distintivas de nuestra
institución actual, o sea, su teleología de tutela constitucional, su conocimiento por
órgano jurisdiccional y mediante un proceso judicial propiamente dicho y la relatividad
de las sentencias correspondientes, elementos todos ellos que, en su conjunción,

77
Es de suponerse fundadamente que Rejón reconoció el régimen constitucional norteamericano al través
de la maravillosa obra de Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, en la que su autor presenta
un estudio completo del sistema normativo federal de los Estados Unidos.
peculiarizan a nuestro juicio constitucional y lo diferencian de cualquier otro medio de
preservación imperante en regímenes extranjeros.173bis
En cuanto a la adopción del término "amparo" como denotativo del objeto mismo de
las sentencias que en el juicio constitucional se pronuncian, no nos atrevemos a
sostener que Rejón haya sido su novedoso y original implantador, pues dentro del
vocabulario jurídico español no era desconocida la expresión "amparar y proteger" a
alguna persona contra actos arbitrarios de alguna autoridad, según se asienta en la
narración a que aludimos con antelación, inserta en el "Diario de los Sucesos Nota-
bles" de don Antonio de Robles. 78
La intervención de don Mariano Otero en lo que atañe a la formación del juicio de
amparo se cristalizó tanto en el Proyecto de la Minoría de 1842, como en el Acta de
Reformas de 1847, cuyo artículo 25 otorgaba competencia a los tribunales de la Fede-
ración para proteger a "cualquier habitante de la República en el ejercicio y conserva-
ción de los derechos que le conceden esta Constitución y las leyes constitucionales,
contra todo ataque de los poderes legislativo y ejecutivo, ya de la Federación, ya de
los Estados, limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular
sobre el que verse el proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la
ley o acto que la motivare". Pero, aparte de este sistema de control constitucional por
órgano jurisdiccional, Otero introdujo en el Acta de Reformas de 1847, según ya afir-
mamos, un régimen de preservación de la Constitución en el que el Congreso Federal
fungía como entidad de tutela, al estar investido con la facultad de declarar "nula" una
ley local que pugnare con disposiciones del ordenamiento fundamental o de las "leyes
generales" (federales). Tal anomalía, consistente en combinar dentro del mismo orden
constitucional dos sistemas de protección notablemente diferentes, como lo son el
jurisdiccional y el político, posiblemente haya obedecido, por un lado, a que Otero no
se percató de la extensión tutelar completa y de la naturaleza unitaria del amparo, lo
que sí aconteció con Rejón y, por otra parte, a la influencia que sobre el preclaro jalis-
ciense ejercían aún los regímenes políticos de preservación constitucional que
imperaron en algunos países extranjeros, como Francia, y que dieron su fruto positivo,
entre nosotros, con el famoso Supremo Poder Conservador de la Constitución
centralista de 1836.

173bis
Don Hilario Medina, ilustre constituyente de Querétaro, publicó en 1949 una monografía intitulada
El Amparo Rejón que reproducimos en esta obra como Apéndice para su consulta.
78
Véase el apartado II, in fine, de este mismo capítulo. Además, consúltese la interesante obra de don
Andrés Lira González que ya hemos invocado intitulada “El Amparo Colonial y el Juicio de Amparo
Mexicano”.
Independientemente de que, conforme a nuestra opinión, la estructuración jurídica del
amparo en el sistema de la Constitución Yucateca de 1840 es, bajo algunos primor-
diales aspectos, superior a la que se estableció en el Acta de Reformas de 1847, po-
demos afirmar que el pensamiento de Rejón y de Otero es, en términos generales,
claramente coincidente, circunstancia que nos induce a suponer que no es posible
señalar ninguna primacía lógica de las ideas de uno sobre las del otro o viceversa. Sin
embargo, desde un punto de vista estrictamente cronológico, ¿a cuál de los dos
juristas cupo la honra de externar primero la idea del amparo y de su forma funcional,
en términos análogos a los que caracterizan a dicha institución en nuestro Derecho
Constitucional? Estimamos que a don Manuel Crescencio Rejón, quien, con
anterioridad a don Mariano Otero, implantó en su Estado natal un medio de
preservación constitucional que presenta las mismas y fundamentales características
de nuestro actual juicio de amparo, hegemonía cronológica que no está desvirtuada
por ningún dato histórico que conduzca a la conclusión contraria.174bis
En consecuencia, nuestro juicio de amparo, perfeccionado ya en la Constitución
Federal de 1857, adquirió vida jurídica positiva a través de la integración sucesiva de
sus elementos peculiares en la obra conjunta de Rejón y de Otero; al primero incumbe
el galardón de haberlo concebido e implantado con sus notas esenciales, como
institución local, correspondiendo al segundo el honor de haberlo convertido en federal
en el Acta anteriormente aludida.

XV. LEYES REGLAMENTARIAS DE AMPARO

Las leyes reglamentarias del juicio de amparo, es decir, aquellas que establecen el
procedimiento con todas sus derivaciones y aspectos, mediante el cual los órganos
constitucionalmente competentes ejercen el control de los actos de las autoridades
estatales lesivos de las garantías individuales y del orden constitucional en sus diver-
sas hipótesis, pueden clasificarse cronológicamente en tres grupos, a saber: aquellas
que corresponden a una época anterior a la Constitución de 57; aquellas que regla-

174bis
El maestro Alfonso Noriega sostiene que nuestro juicio de amparo nació en el Acta de Reformas de
1847, aludiendo con cierto desdén a la obra de don Manuel Crescencio Rejón, al afirmar que "en Yucatán
apareció un proyecto que debe considerarse como un antecedente de particular importancia, desde el año
de 1840". (ar. "Lecciones de Amparo", edición 1975, pág. 84.) No compartimos la idea de dicho
tratadista, pues según hemos demostrado, el insigne yucateco implantó por primera vez en un Estado de la
República Mexicana dicha institución de control constitucional, adscribiéndole la tónica esencial con que
ha funcionado por más de un siglo y opera en la actualidad.
mentan el juicio de amparo durante la vigencia de ésta y las que se expidieron bajo el
imperio de la Constitución de 1917.79

A.-Con anterioridad a la Constitución de 57, únicamente encontramos un proyecto, obra de don


José Urbano Fonseca, formulado durante el gobierno de don Mariano Arista, relativo al
ejercicio del juicio de amparo, instituido por el Acta de Reformas de 1847. Dicho proyecto
estableció una reglamentación del artículo 25 del mencionado documento constitucional, pre-
cepto que, como ya dijimos, consignaba la procedencia del juicio de garantías contra actos de
los poderes ejecutivo y legislativo, federales o locales, que lesionaran los derechos del
individuo preconizados en la mencionada Acta.
El proyecto de Fonseca, como se designó a la reglamentación legal del juicio de amparo a que
nos estamos refiriendo, comenzaba por enunciar la procedencia de dicho medio de control, se
decir, contra actos de los poderes ejecutivo y legislativo locales o federales, que vulnerasen las
garantías del individuo, tal como lo preceptuaba el artículo 25 del Acta de Reformas.
Posteriormente, el aludido proyecto planteaba el problema de la personería o personalidad en
materia de amparo, estableciendo que el padre podía interponerlo por el hijo, el marido por la
mujer, etc., sin sujetarse para ello a las reglas estrictas que sobre el particular contenía el
Derecho Común. También existía en la reglamentación que comentamos una clasificación de
los amparos contra actos violatorios de las garantías individuales, por cuanto a las autoridades
que los ejecutaban, de donde se derivaba la diversa competencia de los órganos que conocían
del juicio, a saber, si se trataba de actos de las autoridades federales, la que ejercía el control
respectivo era la Suprema Corte en Pleno, y si eran las locales, correspondía a la primera sala
de dicho cuerpo jurisdiccional el conocimiento y tramitación respectivos. El proyecto de
Fonseca puede decirse que contiene un antecedente del llamado "incidente de suspensión", al
expresar que en el caso últimamente citado, podría ocurrirse también al Magistrado de Circuito
para que éste temporalmente suspendiera el acto violatorio de las garantías individuales. El
procedimiento instituido por el proyecto de Fonseca era sencillísimo: presentada la demanda
de amparo, se pedía a la autoridad responsable su informe con justificación, solicitando
además al fiscal (hoy Ministerio Público) su dictamen sobre el particular. Dentro de los nueve
días siguientes se verificaba una audiencia, pudiendo las partes presentar sus alegatos y acto
continuo se pronunciaba la resolución procedente, que tenía efectos relativos de cosa juzgada.
Debemos hacer la observación que don José Urbano Fonseca no sólo concibió al amparo
como un medio tutelar de los derechos constitucionales del gobernado frente a cualquier acto
de autoridad, sino que extendió su protección a aquellos que estableciera la legislación federal
secundaria (art. 3).

79
Para el estudio de las citadas leyes reglamentarias del juicio de ampare recomendamos la interesante
monografía de Nilda Rosa Muñoz Vázquez (1963), que presentó como tesis profesional en la Facultad de
Derecho de la U.N.A.M.
B.- En noviembre de 1861, ya bajo la vigencia de la Constitución de 57, se expidió la Ley
Orgánica de los artículos 101 y 102 de este ordenamiento. El procedimiento que establecía era
de lo más sencillo: el artículo 3º disponía que la demanda de amparo debía presentarse ante el
Juez de Distrito del Estado en que residiese la autoridad responsable, el cual, después de
haber oído al promotor fiscal (hoy Ministerio Público), debía declarar si había o no lugar a abrir
el juicio de garantías, según lo indicaba el artículo 4º. Este precepto, además, ya consignaba
un antecedente del incidente de suspensión, al establecer que cuando un caso fuera de
urgencia, se decretaría la suspensión del o de los actos reclamados. La ley de 1861 daba
competencia al Tribunal de Circuito, en el sentido de que "siempre que la declaración (del Juez
de Distrito) fuese negativa, sería apelable para ante dicho tribunal (art. 5), el cual de oficio y a
los seis días de haber recibido el expediente, resolvería sin ulterior recurso" (art. 6). Cuando el
Juez de Distrito resolviera que era de abrirse el juicio de amparo, por estar comprendido el
caso de que se tratase dentro de los términos del artículo 101 constitucional, se iniciaba el
procedimiento, corriéndose traslado con la demanda de amparo a las autoridades responsables
y al promotor fiscal y se abría después un período probatorio, transcurrido el cual se dictaba la
sentencia correspondiente, pudiéndose ésta recurrir para ante el Tribunal de Circuito, cuyas
ejecutorias, a su vez, eran suplicables para ante la Suprema Corte. Por lo que tocaba a los
casos previstos en las fracciones II y III del artículo 101 de la Constitución de 57, la
reclamación de la violación respectiva se ventilaba observándose análogo procedimiento, de
acuerdo con los artículos 20 a 30, inclusive, de la Ley de que tratamos.
El ordenamiento reglamentario que comentamos hizo procedente el amparo contra cualquier
acto de autoridad violatorio de las garantías constitucionales, así como de las que, en favor de
todo habitante de la República, otorgaran las leyes orgánicas de la Constitución, según se
advierte claramente de su artículo segundo. Se observa con facilidad que la Ley de 1861
extendió la procedencia del juicio de amparo contra cualquier acto de autoridad que no sólo
violase las garantías instituidas en la Constitución, sino en sus leyes orgánicas, lo que apunta
la evidente tendencia de que el citado juicio asumiese el control de legalidad respecto de los
referidos ordenamientos.
"La Ley de 30 de noviembre de 1861, dicen los jurisconsultos Rojas y García, era deficiente, sin
duda alguna: tenía que serio el primer ensayo de organización y reglamentación de un estatuto
nuevo, y que nuevo era no sólo en nuestro país, sino en el mundo; pero debemos decir
también, que no siempre ha sido apreciada esa ley con toda justicia: no han sido justos los que
hacen a los legisladores de 1861 el cargo de no haber comprendido el juicio de amparo. Sí le
comprendieron; y es de eso buena prueba que los preceptos más dignos de atención
contenidos en aquella ley, giran por completo dentro del pensamiento constitucional y si en
algo difieren de él, es en la tendencia a dar mayor amplitud al recurso, como lo hemos hecho
notar."80

80
El Amparo y sus Reformas. Edición 1907. Págs. 72 y 73.
En cuanto a su aplicación en la práctica, la Ley Orgánica de amparo de 1861, que vino a
constituir la primera posibilidad legislativa de vivencia real de la institución tutelar establecida
en la Constitución de 1857, no tuvo realmente vigencia durante todo el tiempo de desarrollo de
las guerras de Intervención, que culminaron con el fusilamiento de Maximiliano en junio de
1867. Sin embargo, posteriormente dicho cuerpo normativo reglamentario se aplicó
positivamente en la realidad, siendo un elocuente ejemplo de dicha aplicación el otorgamiento
del amparo que se concedió a los llamados "infidentes", quienes solicitaron la protección
constitucional contra actos aplicativos de diversas leyes y decretos expedidos durante la
contienda y que importaban la imposición de sanciones prohibidas por la Ley Fundamental de
1857, tales como la de confiscación entre otras. 81
C.-La Ley Orgánica de Amparo de 1861 fue derogada por la de enero de 1869, que en su
articulado era más minuciosa que la primera. El artículo 1° de la Ley de 69, que transcribió
íntegramente el artículo 101 de la Constitución de 57, establecía la procedencia del juicio de
amparo, el mal era improcedente en los negocios judiciales, según lo prevenía el artículo 8º.
Consignaba ya claramente el incidente de suspensión, clasificando a ésta tácitamente en provi-
sional y definitiva (cuando resultase pertinente de acuerdo con el informe previo de la autoridad
responsable). El juicio en el fondo se seguía análogamente al procedimiento establecido por la
Ley de 61, con la diferencia de que ya las sentencias pronunciadas por los Jueces de Distrito
no eran apelables ante el Tribunal de Circuito, sino revisables oficiosamente por la Suprema
Corte, mediante el procedimiento respectivo, consignado por los artículos 15 a 23, inclusive.
El artículo 8° de la Ley Orgánica a que nos referimos suscitó la cuestión consistente en
determinar si su texto, al declarar improcedente el amparo en negocios judiciales, era o no
contrario a lo preceptuado en el artículo 101 de la Constitución de 57, que establecía, como lo
hace la Ley Fundamental vigente, la ejercitabilidad de la acción constitucional contra cualquier
acto de toda autoridad que vulnere alguna garantía individual.
El eximio jurista don Manuel Dublán, abordó el estudio de dicha cuestión, concluyendo
enfáticamente que el mencionado precepto secundario no era inconstitucional y que, en conse-
cuencia, la prohibición de que el amparo procediese en negocios judiciales era conforme a la
naturaleza de esta institución. No nos resistimos, dado el interés que presentan los argumentos
esgrimidos por Dublán para apoyar su conclusión, a transcribir las consideraciones que al
respecto formula.
Haber concebido el amparo como recurso ordinario, dice, "ha traído consigo el abuso, la
paralización de la justicia, la creencia errónea de que ésta no se bastaba a sí misma para ser
justa. En nuestra legislación privada sobran numerosos recursos para remediar cualquier
atentado: las leyes vigentes, proporcionan cuantos medios puedan desearse, ya para proteger

81
En la importante revista jurídica denominada "El Derecho", cuya publicación se inició en el mes de
agosto de 1868 y en la que los más afamados juristas de la época produjeron artículos y monografías de
positiva relevancia e, incluso, de aplicación actual, aparecen insertas varias ejecutorias dictadas por los
Tribunales de la Federación en diversos juicios de amparo regidos por la Ley Reglamentaria de 1861, que
someramente comentamos.
el derecho privado, ya para impedir las consecuencias del error o de la malicia de los jueces.
Además, como todos los funcionarios del orden judicial de la república están obligados a
arreglar sus actos a la Constitución (art. 126) con preferencia a toda otra ley, podrán sin disputa
conceder protección, en todo caso de garantía individual violada; viniendo estos motivos a
hacer innecesario de todo punto, el recurso de amparo, contra algún acto judicial. Al tratar el
señor ministro esta materia, demuestra de la manera más convincente la concordancia de los
artículos 101 y 126 de la Constitución, así como la competencia de los jueces comunes para
conocer incidentalmente de estas controversias. Nada, pues, hay que agregar a su interesante
trabajo.
"Llámanos sí la atención la idea de que el recurso de amparo pueda ser procedente en materia
judicial cuando pronunciada la sentencia principal que cause ejecutoria, haya ocurrido violación
en el sentido del artículo 101, al substanciarse la última instancia (art. 25 de la iniciativa). Este
recurso más que de amparo verdaderamente viene a ser recurso de casación. Si los tribunales
federales consumado un hecho, pueden anular una ejecutoria, que jurídicamente es la verdad,
vendrán a resolver la controversia más bien que amparando, casando fallo; pues que mal podía
llamarse amparo, que supone una protección inmediata, la anulación de una sentencia
ejecutoria.
"Tal idea, además, podría traer el inconveniente de abrir una cuarta instancia a pretexto de
violación constitucional, lo cual no dejaría de ser peligroso; tanto para el pronto curso de los
negocios judiciales como para la forma política del país; pues sentado este precedente, la
administración de justicia quedaría centralizada, los juicios no fenecerían en los Estados en
donde se habían iniciado, sino que la Suprema Corte a título de amparo o casación,
intervendría en la administración interior de las localidades, anulando las decisiones de su
poder judicial."82
La argumentación blandida por don Manuel Dublán para justificar desde el punto de vista
constitucional el artículo 8º de la Ley Reglamentaria que comentamos, se antoja sofística, pues
dado el alcance de la procedencia del juicio de amparo conforme al artículo 101 de la
Constitución de 57, es evidente que todo acto emanado de un juez en un procedimiento civil o
penal, es un acto de autoridad y, como tal, susceptible de impugnarse mediante dicho juicio si
se reputa violatorio de alguna garantía individual y específicamente de la de legalidad
consignada en los artículos 14 y 16 de la Ley Suprema.
Haciendo un esfuerzo para tratar de eludir la notoria inconstitucionalidad del mencionado
precepto secundario, se pretendió poco tiempo después de que don Manuel Dublán expuso
sus ideas en les términos que han quedado transcritos, interpretar el invocado artículo 8º en el
sentido de que no era inconstitucional porque sólo se contraía a prohibir el amparo en
"negocios judiciales", pero no para atacar la sentencia definitiva que en éstos se pronunciara,
cuando fuese contraria a alguna garantía individual. "El artículo 8º de la Ley Orgánica es contra
la Constitución, se afirmó, si le quiere dar la interpretación amplia de que el recurso de amparo

82
Revista “El Derecho”, tomo I, Págs. 191 y 192.
no cabe tratándose de sentencias judiciales; pero como no ha dicho tal cosa, y las leyes deben
interpretarse de manera que se concilien, hemos de concluir con el sentir de que conforme a tal
artículo, el amparo no procede en negocios judiciales, es decir, durante ellos, mientras que
penden del conocimiento de los tribunales, porque entonces éstos pueden deshacer los
agravios del inferior y corregir sus atentados. Si cabe la interpretación que humildemente
damos, el artículo 8º de la ley no es inconstitucional, pero sí oscuro y a su sombra pueden
conculcarse los derechos del hombre."83
La indudable oposición entre el artículo 8º de la Ley reglamentaria de 1869 y el artículo 101 de
la Constitución de 57 patentizaba la restricción de la procedencia del amparo al considerarlo
inoperante en negocios judiciales, pese a la sutil distinción a que nos acabamos de referir. Las
opiniones de diversos juristas se pronunciaron a favor de la inconstitucionalidad que ostentaba
dicho precepto secundario y por este vicio la Justicia Federal se negó a aplicado, admitiendo
las demandas de garantías que en la consabida materia se interponían. Don José Maria
Lozano afirmaba, en efecto, que "La ley orgánica de este recurso de 19 de enero de 1869,
declara en su artículo 8º que no cabe en negocios judiciales. Contra esta declaración ha sido
constantemente uniforme la jurisprudencia de la Corte de Justicia, en el sentido de que el
recurso de amparo es igualmente procedente contra los actos de la autoridad judicial en
negocios judiciales. Se ha creído que la fracción 1 del artículo 101, hablando en general de los
actos de cualquier autoridad comprende los de la autoridad judicial; y que cuando estos actos
en negocios judiciales, violan una garantía individual, hay la misma razón que en otro caso
cualquiera para proteger al ofendido en el goce de sus garantías." 84 Del mismo parecer era don
Silvestre Moreno Cora al sostener que "Esta ley (la de 1869) que fue dada con el fin de
reglamentar un procedimiento que tiene por objeto remediar o corregir las violaciones
constitucionales, encontró desde que fue sancionada, serias dificultades en su aplicación, por
el vicio de inconstitucionalidad que se le atribuyó; y hubo de caer uno de sus artículos, el que
negó el amparo en negocios judiciales, bajo el peso de las sentencias pronunciadas por la
justicia federal, siendo la misma ley un ejemplo de cómo la institución del amparo funciona
nulificando hasta los preceptos legislativos, cuando son contrarios a la Constitución."85 Por su
parte, el mismo don Miguel Mejía, en su carácter de funcionario judicial federal, se negó a
aplicar el mencionado artículo 8º atendiendo a su notoria inconstitucionalidad, aseverando que
"Fue muy natural que el citado artículo 8º de la ley de 20 de enero de 1869 hubiese tenido,
como tuvo, un éxito desgraciado. En la Suprema Corte de Justicia que funcionó desde la fecha
de esa ley hasta la promulgación de la de 14 de diciembre de 1882, que la reformó, no tuvo eco
ninguno, por haberse reconocido a primera vista su inconstitucionalidad. Y yo, desde mi
humilde puesto de Juez de Distrito del Estado de Hidalgo, cargo que desempeñé, sin la menor

83
Idem, tomo II, pág. 200.
84
“Tratado de los Derechos del Hombre”, Pág. 283.
85
“Tratado del Juicio de Amparo”. Pág. 30.
interrupción, desde mediados de 1870 hasta el triunfo del plan de Tuxtepec a fines de 1876, me
pronuncié decididamente contra tal disposición desde el primer instante en que tuve necesidad
de tenerla que aplicar."86
D.- La legislación anterior rigió hasta el 14 de diciembre de 1882, fecha en que se expidió una
nueva, que en términos generales contenía una reglamentación parecida. En la Ley de 82, se
norma con mayor precisión la materia de la suspensión en los juicios de amparo, a la cual nos
referiremos oportunamente al tratar el tema respectivo. La tramitación observada en cuanto al
fondo del amparo era análoga a la de la ley anterior, admitiéndose el recurso de revisión ante la
Suprema Corte en contra de las resoluciones pronunciadas por los Jueces de Distrito. A
diferencia de la legislación de 69, la Ley de 82 ya admitió la procedencia del amparo en los
negocios judiciales de carácter civil, siempre y cuando se interpusiese dentro de los cuarenta
días siguientes a aquel en que hubiese causado ejecutoria la sentencia que hubiese vulnerado
alguna garantía constitucional. Por último, la ley que someramente comentamos contenía un
capítulo dedicado a la responsabilidad general en los juicios de amparo.
Es muy importante advertir que la Ley de Amparo de 188287 entre otras innovaciones, introduce
la figura procesal del sobreseimiento, aclarando y definiendo con más precisión diversos
conceptos utilizados en las legislaciones anteriores. Puede sostenerse que mediante la Ley de
82 el juicio de amparo no sólo se estructuró con más técnica, sino que bajo su vigencia ahondó
sus raíces en la conciencia jurídica nacional, pues como aseveran Rojas y García a manera de
vaticinio, nuestra institución "alcanzó su edad adulta y adquirió el vigor que le asegura
indefinidad y benéfica duración". 88
La reglamentación de los artículos 101 y 102 de la Constitución de 57, es decir, la ley orgánica
de amparo, fue incluida en 1897 y 1909, respectivamente, en los Códigos de Procedimientos
Federales y Federal de Procedimientos Civiles. El primero de dichos ordenamientos englobaba
en su articulado gran parte de las leyes adjetivas federales que después fueron segregándose
para constituir cuerpos legislativos autónomos.
E.- Tal vez los autores del Código de Procedimientos Federales de 1897 abrigaron la intención
de formar un solo cuerpo legal con todos los ordenamientos de índole adjetiva federal, según
se desprende de la denominación con que bautizaron a su obra. Pues bien, fieles a ese
supuesto propósito, no tuvieron empacho en insertar dentro de las disposiciones del Código
mencionado un capítulo especial relativo al juicio de amparo, que es, efectivamente, un
procedimiento de naturaleza federal. En general, la tramitación del amparo en el Código de
Procedimientos Federales de 1897 consiste en los mismos actos y consta de los mismos
períodos procesales que integraban su ventilación en las legislaciones anteriores, empezando

86
“Errores Constitucionales”. Págs. 10 y 11.
87
Esta ley la comenta con exhaustividad don Fernando Vega en su obra “La Nueva Ley de Amparo”.
Edición 1873.
88
Op. cit., 145.
ya a esbozar el concepto de “tercero perjudicado” que era "la parte contraria al agraviado en
un negocio judicial del orden civil". Respecto a la suposición del acto reclamado, la
reglamentación que establece la legislación de que tratamos presenta varias analogías con la
consignada por las leyes anteriores. Por lo que concierne a los principios generales que
informan al juicio de amparo, también el Código de Procedimientos Federales está concebido
en términos semejantes a los contenidos en los ordenamientos legales que le precedieron, ya
que todos ellos no son sino la reglamentación de los artículos 101 y 102 constitucionales. En
cuanto al recurso de revisión que se interponía en contra de las sentencias de los Jueces de
Distrito, también consigna su procedencia la legislación a que nos referimos.
F.- En 1909, como ya dijimos, se expidió e! Código Federal de Procedimientos Civiles que vino
a derogar las disposiciones adjetivas federales que en materia civil se contenían en el anterior.
Dicho cuerpo de leyes también incluye en su articulado al juicio de amparo; mas si los autores
del ordenamiento que en esta materia le precede, o sea, el de 1897, con toda razón
consideraron lógico y pertinente insertar la reglamentación del juicio de amparo en él, por ser
éste un procedimiento federal, en cambio se cometió un serio absurdo al involucrar en el
Código Federal de Procedimientos Civiles la normación adjetiva de dicha materia, pues el
amparo nunca es un procedimiento civil, sino de carácter constitucional que puede versar sobre
distintas y diferentes materias jurídicas (civiles, penales, administrativas, etc.). Las
disposiciones que sobre el amparo contiene el Código Federal de Procedimientos Civiles de
1909 son más precisas que las del ordenamiento anterior, principalmente por lo que se refiere
al concepto de tercero perjudicado y a la suspensión del acto reclamado, estableciendo que
ésta procede de oficio y a petición de parte en sus distintos casos. La tramitación en cuanto al
fondo del amparo es análoga a la consignada en las leyes anteriores, con la circunstancia de
que sustituye ya la denominación de! "promotor fiscal" por la de "Ministerio Público", admitiendo
también la procedencia del recurso de revisión. Además, se dedicaba un capítulo especial para
los amparos contra actos judiciales del orden civil.
G.- Bajo la vigencia de la Constitución de 1917 y como legislación reglamentaria de los
artículos 103 y 107, correspondientes a los 101 y 102 respectivamente de la Constitución de
57, se expidió la Ley de Amparo de octubre de 1919. Este ordenamiento establece en su
artículo primero la procedencia general del juicio de amparo, conteniendo los artículos 2º y 3º
los principios de relatividad de las sentencias y de existencia del agravio personal, como
elementos característicos del control jurisdiccional. El artículo 11 hace una enumeración de los
sujetos procesales que se reputan como partes en un juicio de amparo, siendo tales, el
quejoso, la autoridad responsable, el Ministerio Público Federal y el tercero perjudicado. La ley
de 1919 establece ya la competencia en materia de amparo entre los Jueces de Distrito y la
Suprema Corte, a la que corresponde conocer de él, cuando se interpone contra sentencias
definitivas recaídas en juicios civiles o penales. El artículo 43, al hablar de los casos de
improcedencia del juicio de amparo, consagra en su fracción VIII la definitividad del mismo.
La Ley de Amparo de 1919 instituye la vía oral de ofrecimiento y recepción de pruebas, al
disponer que éstas serán admitidas y desahogadas en una sola audiencia, en la que se
formularán, asimismo, los alegatos de las partes, descartando de esta manera el sistema
escrito establecido por las legislaciones anteriores, en el sentido de que prevenían la apertura
de un período probatorio.
Como una modalidad propia de la legislación de 1919, debemos anotar la circunstancia de que
consagra indebidamente el recurso de súplica. Afirmamos que esta consagración es indebida e
impropia en una ley reglamentaria de los artículos 103 y 107 constitucionales, porque el
recurso de súplica no es un medio de control de constitucionalidad, autónomo y sui géneris,
como el juicio de amparo, sino un conducto procesal mediante el cual se abre una tercera
instancia en los juicios que hayan versado sobre aplicación y cumplimiento de leyes federales o
de los tratados internacionales, no teniendo ninguno de los objetivos de protección
constitucional que al amparo corresponden, de acuerdo con el artículo 103 de la Ley
Fundamental. Por consiguiente, el órgano jurisdiccional federal que conoce del recurso de
súplica, no ejerce, al substanciarlo y resolverlo, ninguna función político-constitucional, es decir,
de mantenimiento o conservación del orden establecido por la Constitución, sino un mero
control de legalidad de las disposiciones federales y de los tratados internacionales.
Habiendo, pues, profundas diferencias entre el recurso de súplica y el juicio de amparo, los
autores de la ley de 1919 incurrieron en un error al incluir la reglamentación del primero en ella.
Dicha ley establecía un principio de exclusión entre el amparo y la súplica, al disponer que el
interesado podía optar por cualquiera de los dos, pero que escogiendo o interponiendo uno de
dichos recursos (lato sensu), perdía el derecho de ejercitar el otro. Consiguientemente, la
Suprema Corte, bajo el sistema de la Ley de 1919, podía revisar las sentencias definitivas dic-
tadas en segunda instancia por los tribunales federales o por los de los Estados (en caso de ju-
risdicción concurrente), con motivo de la aplicación o cumplimiento de leyes federales o de
tratados internacionales, bien mediante la interposición del amparo directo contra ellas, o bien
por conducto del recurso de súplica, ejerciendo en ambos casos un control de legalidad, dada
la forma en que están concebidas las garantías consagradas por los artículos 14 y 16
constitucionales, en sus partes conducentes.

En conclusión, una de las principales modalidades que introduce la Ley de 1919 en materia de
amparo es la consistente en que atribuye a la Suprema Corte una doble competencia, a saber,
como revisora de las sentencias dictadas por los Jueces de Distrito (competencia derivada) y
como conocedora en única instancia de los juicios de amparo contra las sentencias definitivas
recaídas en juicios civiles o penales.
H.- La Ley de Amparo de 1919 estuvo vigente hasta enero de 1936, en que se promulgó la que
actualmente rige, a cuyo estudio está consagrada la presente obra. En consecuencia, pues, y a
reserva de referirnos a los antecedentes histórico-legales de las diversas instituciones que
contiene, durante el desarrollo del tema propuesto, cerramos con las consideraciones que
anteceden este capítulo.
l.- Los ordenamientos legales reseñados se estudian pormenorizadamente en una importante
obra intitulada Historia del Amparo en México compuesta de siete tomos, editada por la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyo presidente, el ministro Genaro David Góngora
Pimentel, DOS confirió el honor de presentarla en un solemne y concurrido acto que se verificó
el 23 de agosto de 1999 en el auditorio "Ignacio L. Vallarta" del Palacio de la Justicia Federal
de San Lázaro, ciudad de México. En la susodicha obra se exponen los antecedentes legislati-
vos y los debates parlamentarios concernientes a cada una de las Leyes de Amparo a que he-
mos aludido, incluyendo los relativos a las reformas que se han introducido al ordenamiento
vigente, circunstancia que significa una fuente auténtica de investigación respecto de la historia
de nuestra institución de defensa constitucional.
ANTECEDENTES MEXICANOS Terminada esta exposición de
antecedentes del juicio de amparo en el
DEL JUICIO DE AMPARO
extranjero, es ya oportuno examinar el
origen y la organización de la institución en nuestros propios antecedentes
constitucionales. Este estudio es interesante porque a propósito del juicio de amparo
se nota en nuestros precedentes constitucionales una evolución que no puede hacerse
patente a propósito de las garantías individuales. Generalmente se considera que el
juicio de amparo nace juntamente con el Acta de Reformas de 1847. Pero esta Acta de
Reformas tiene a su vez raíces en proyectos anteriores cuyo estudio es de utilidad.

I. CONSTITUCIÓN DE 1824

Desde luego, la primera Constitución mexicana, la de 1824, no contenía ningún


precepto general en virtud del cual se autorizara la intervención del Poder Judicial
Federal para controlar la supremacía constitucional. La Constitución de 24 hablaba
apenas de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación conocería "de las
infracciones de la Constitución y leyes generales" (art. 13 7, fracción V, inciso 60.).
Semejante precepto, como se comprende desde luego, estaba formulado en términos
muy vagos para que pudiera servir de fundamento a una facultad ejercida por el Poder
Judicial Federal para controlar efectivamente la sumisión de las autoridades a la
Constitución. La expresión "conocer de las infracciones de la Constitución" más bien
podía referirse a un juicio de responsabilidad que considerarse como un procedimiento
reparador de los agravios que la Constitución sufriera.

II. LAS SIETE LEYES CONSTITUCIONALES DE 1836

Como hemos hecho notar en clases anteriores, estas Leyes Constitucionales


organizaron un poder, el Supremo Poder Conservador, encargado de velar por el fiel
cumplimiento de la Constitución. Establecieron así un sistema de control de la
supremacía constitucional mediante intervención de un órgano político, con todas las
deficiencias y desventajas inherentes a tal sistema, agravadas con las que resultan de
las condiciones de nuestra vida política propia. Allí donde las autoridades son en
general arbitrarias, allí donde las autoridades tienen poco respeto por la ley y por las
autoridades judiciales, resulta por demás utópica la tentativa de atribuir a un poder
integrado por cinco individuos la facultad de nulificar, para controlar la
constitucionalidad de leyes y actos, los actos de todas las autoridades del país, sean
judiciales, ejecutivas o legislativas. El Supremo Poder conservador fracasó en su
función de control de la supremacía constitucional. Afirman los autores que el único
acto eficaz realizado por el Supremo Poder Conservador en el desempeño de sus
funciones fue la declaración que hizo en el sentido de que era voluntad de la nación
que se hiciera cargo del poder don Antonio López de Santa Ana. Las demás
declaraciones formuladas por el Supremo Poder Conservador no tuvieron ninguna
eficacia.

III. PROYECTO DE REFORMAS DE LAS LEYES CONSTITUCIONALES DE


1836

En 1849, integrada una comisión con el objeto de reformar las Siete Leyes, surge un
esbozo, muy vago desde luego, del juicio de amparo, porque uno de los miembros de
la comisión, en su voto particular, insinuó que la Suprema Corte de Justicia sustituyera
al Supremo Poder Conservador en la facultad de estimar la constitucionalidad de las
leyes, a petición de determinado número de diputados o senadores. Dice textualmente
el voto particular citado:

Yo, como he dicho antes, no estoy por la existencia del Supremo Poder Conservador. Ninguna
otra medida podía, en mi concepto, reemplazar su falta, que conceder a la Suprema Corte de
Justicia una nueva atribución por la que cuando cierto número de diputados, de senadores, de
juntas departamentales, reclamaran alguna ley o acto del ejecutivo, como opuesto a la
Constitución, se diese a ese reclamo el carácter de contencioso, y se sometiese al fallo de la
Corte de Justicia.

Decimos que esto significa un esbozo del juicio de amparo en cuanto entraña una
sugestión en el sentido de que el sistema de control por intervención de un órgano
político sea sustituido por el de un órgano jurisdiccional. La evolución general del
sistema de control de la constitucionalidad en México, a través de las diversas
Constituciones, viene a tener lugar precisamente en esta forma: de un sistema de
control de la constitucionalidad por un órgano político se pasa, como veremos, a un
sistema mixto en el que el control de la constitucionalidad es distribuido entre un
órgano jurisdiccional (La Suprema Corte de Justicia), y órganos políticos (el Congreso
General y las Legislaturas de los Estados), para pasar, finalmente, ya en la
Constitución de 57, a un sistema de control puramente jurisdiccional.
IV. PROYECTO DE CONSTITUCIÓN DE DON MANUEL CRESCENCIO
REJÓN, PARA EL ESTADO DE YUCATÁN

En el mismo año de 1840 es formulado un Proyecto de Constitución para el Estado de


Yucatán por don Manuel Crescencio Rejón. Este Proyecto tiene gran importancia por
la influencia que pudo ejercer en proyectos y leyes ulteriores, porque en él se hacía
por primera vez una enumeración sistemática de derechos fundamentales del
individuo (art. 62) y, sobre todo, se procuraba establecer un procedimiento mediante el
cual dichos derechos fundamentales fueran objeto de garantía.

Determinaba el Proyecto que la Suprema Corte de Justicia del Estado de Yucatán


podría
... amparar en el goce de sus derechos a los que le pidan su protección contra las leyes y
decretos de la Legislatura que sean contrarios a la Constitución, o contra las providencias del
Gobernador o Ejecutivo reunido, cuando en ellas se hubiese infringido el Código fundamental o
las leyes, limitándose, en ambos casos, a reparar el agravio en la parte en que éstas o la
Constitución hubiesen sido violadas. [art. 53].

Por otra parte, otra disposición del proyecto determinaba que


... los Jueces de Primera Instancia ampararán en el goce de los derechos garantizados por el
artículo anterior [en el que se enumeran los derechos del individuo] a los que les pidan su
protección contra cualesquiera funcionarios que no correspondan al orden judicial, decidiendo
breve y sumariamente las cuestiones que se susciten sobre los asuntos indicados. [art. 63].

Finalmente, para complementar el sistema, todavía se establecía que "de los


atentados cometidos por los jueces contra los citados derechos, conocerán sus
respectivos superiores con la misma preferencia de que se ha hablado en el artículo
precedente, remediando, desde luego, el mal que les reclame, y enjuiciando
inmediatamente al conculcador de las mencionadas garantías" (art. 64).
El Proyecto de Rejón se encontraba profundamente influido por el comentario que de
la Constitución Federal de los Estados Unidos de Norteamérica había hecho
Tocqueville, en una obra que tuvo gran difusión en México: La democracia en América.

En la misma parte expositiva del Proyecto se deja notar esta influencia, pues la obra
de Tocqueville es citada por Rejón, quien pretende demostrar las excelencias del
sistema americano para adoptarlo en el Estado de Yucatán.
Observa Rejón que los derechos fundamentales de los individuos podrían ser
eficazmente garantizados tan sólo estableciendo responsabilidades a cargo de los
funcionarios públicos, porque dado el poder de que dichos funcionarios pueden gozar
en la práctica, o eluden la responsabilidad o aun en el caso de que la responsabilidad
sea aplicada, no se obtiene lo que principalmente interesa al que resulta agraviado con
el atentado: la reparación del daño sufrido. El Proyecto de Rejón consignaba además
una crítica tácita al sistema de control por un órgano político, -realizado por el
Supremo Poder Conservador-, porque hacía notar que depositando en el Poder
Judicial la facultad de controlar la supremacía constitucional, no se daba lugar al
establecimiento de un poder absurdo por omnipotente, como el Supremo Poder
Conservador, sin límites de ninguna especie para sus actos y que pudiera emitir
declaraciones generales de nulidad de actos de los demás poderes. Así, se
determinaba que confiriendo a los mismos poderes judiciales la facultad de examinar
la constitucionalidad de las leyes, sin autorizarlos para emitir declaraciones generales,
la ley contraria a la Constitución iba siendo progresivamente minada por las ejecu-
torias que en cada caso particular la declararan contraria a la Constitución. En esa
forma el Poder Judicial, facultado desde luego para censurar la ley, no ejercería, sin
embargo, su función en una forma escandalosa emitiendo declaraciones generales,
sino en una forma discreta, mediante resoluciones concretas cuyos efectos se
referían tan sólo a actos particulares. No surgiría, así, una pugna abierta entre el
Poder Judicial y los poderes controlados. No había así el peligro de que el Poder
Judicial se pusiera al servicio de otro poder o de los partidos políticos, contrarios al
Poder Legislativo o al Ejecutivo, que tuvieran interés en que fueran declarados nulos
los actos de éstos.

Inconvenientes del sistema de Rejón


El sistema de Rejón tenía graves inconvenientes: 1o. Desde luego éste: Tratándose de
derechos fundamentales y procurándose establecer un procedimiento que garantizara
el respeto de esos derechos por parte de todas las autoridades, no es propio que el
sistema respectivo, el sistema declarativo de los derechos de que se trata y
organizador de las garantías aplicables, fuera establecido en una Constitución local,
sino en una Constitución federal, porque desde luego habría imposibilidad de que la
Constitución local imperara sobre autoridades federales, y todavía más, que poderes
locales controlaran los actos de autoridades federales.
2o. Por otra parte, las facultades que establecía para controlar supremacía
constitucional distribuyéndolas entre la Suprema Corte de Justicia del Estado y los
Jueces de primera instancia, daban margen a un sistema un poco confuso, sobre todo
en el Proyecto. No se comprende por qué la Corte había de intervenir para otorgar el
amparo en única instancia cuando se solicitara su protección contra actos del
Ejecutivo, y por qué los jueces de primera instancia debían intervenir para llenar
idéntica función, en única instancia también, contra actos atribuidos en general a
funcionarios que no correspondieran al orden judicial.
3o. El sistema de Rejón tenía, además, el defecto de atribuir a los jueces de primera
instancia facultad de amparar contra actos de funcionarios no judiciales violatorios de
derechos fundamentales sin reconocerles expresamente la facultad (que otorgaba al
Tribunal Supremo) de amparar contra leyes. Así, no protegía eficazmente al individuo
contra actos que eran violatorios de la Constitución por ser inconstitucional la ley en
que se fundaban. Posiblemente el sistema se habría organizado mejor en la ley
orgánica que en la materia se hubiera dado a la Constitución.

Méritos del sistema de Rejón


De todas maneras, el Proyecto de Rejón tiene gran importancia porque significa el
primer ensayo definido y desarrollado de un sistema de control jurisdiccional de la
constitucionalidad de leyes y actos en general. Como hicimos notar antes, es
imposible que el sistema obre como control de la constitucionalidad de los actos de
autoridades federales cuando lo establece la Constitución de un Estado. Pero
haciendo abstracción de esta restricción fundamental, el sistema puede ser
considerado como medio de garantizar los derechos individuales respecto de toda
clase de autoridades locales, lo mismo ejecutivas y judiciales que legislativas. Este
control redunda en elogio del sistema con tanta mayor razón cuanto que, como
veremos a continuación, tanto en el Proyecto de minoría, de 1842, como en el Acta de
Reformas de 47, el individuo no estará protegido en sus garantías fundamentales
contra actos que provengan de autoridad judicial.

Julio 13
Estudiábamos en las últimas clases la evolución del sistema de control de la
constitucionalidad en México e insistíamos especialmente sobre el sentido en que esa
evolución tiene lugar. Nacido como sistema de control de la supremacía constitucional
por intervención de un órgano político con las Siete Leyes Constitucionales de 1836
que crearon el Supremo Poder Conservador, pasó después a ser un sistema mixto
donde el control de la supremacía constitucional era desarrollado al mismo tiempo por
el Poder Judicial y por poderes legislativos, es decir, pasó a ser un sistema de control
en parte por medio de un órgano jurisdiccional y en parte por medio de un órgano
político, para culminar finalmente, en la Constitución de 57 -que es seguida en sus
lineamientos fundamentales por la Constitución actual-, en un sistema de control puro
por un órgano jurisdiccional.
Hacíamos notar cómo el sistema de control por un órgano político había puesto de
relieve su fracaso mediante la acción del Supremo Poder Conservador, organizado por
las Siete Leyes de 36, que no pasó de ser una institución ridícula que no produjo
ningún efecto para los fines de la función que había de desempeñar.

Indicábamos después que en 1840 se formuló una proposición que insinuaba la


transformación del sistema de control por un órgano político en otro de control
jurisdiccional, cuando el miembro de una comisión encargada de reformar las Siete
Leyes Constitucionales propuso que fuera la Suprema Corte de Justicia de la Nación
quien sustituyera al Poder Conservador en la facultad de declarar la nulidad de leyes y
actos contrarios a la Constitución.
Señalábamos, además, cómo una tentativa de sistema de control de la supremacía
constitucional por intervención de un órgano jurisdiccional, fue emprendida en el
Proyecto de Constitución que para el Estado de Yucatán formuló el mismo año de
1840 don Manuel Crescencio Rejón. Refiriéndonos concretamente a la exposición de
motivos del Proyecto, insistíamos en cómo Rejón consideraba que las desventajas
inherentes al sistema de control por un órgano político podían evitarse sustituyéndolo
por el de un órgano jurisdiccional; y proponía en su Proyecto que fuera el Poder
Judicial del Estado (la Corte Suprema de Justicia y los jueces de primera instancia) el
que tuviera a su cargo la misión de amparar a los individuos contra las leyes o actos
de autoridad que desconocieran en su perjuicio los derechos fundamentales que les
reconocía la Constitución del Estado.
Observábamos también que el sistema, encomiable desde muchos puntos de vista,
tenía el defecto de pretender establecer un sistema de control de la supremacía
constitucional, desde el punto de vista de las garantías de los derechos
fundamentales, a partir de una Constitución local, lo que a todas luces parecía
impropio, porque teniendo los derechos declarados el carácter de fundamentales,
debían ser afirmados respecto de todas las autoridades del país, tanto locales como
federales. Debían ser también garantizados mediante un procedimiento que surtiera
efectos respecto de toda clase de autoridades, requisitos que indudablemente no
podían ser cumplidos por una Constitución local, que por su propia naturaleza
únicamente podía establecer limitaciones a los poderes locales y por tanto someter a
éstos únicamente a la intervención de los poderes judiciales también locales,- para
amparar a los individuos en el goce de sus derechos de orden fundamental.

Indicábamos a continuación que en el Proyecto de Rejón hay cierta confusión entre las
funciones que desempeña la Corte Suprema de Justicia del Estado y las que
desempeñan los jueces de primera instancia, porque mientras al Tribunal Supremo le
atribuye como función exclusiva la de calificar la constitucionalidad de las leyes, esa
función no es conferida a los jueces de primera instancia, de tal forma que éstos no
pueden desempeñar su misión de amparar al individuo de modo completo porque no
tienen capacidad para juzgar la constitucionalidad de la ley.

Crítica de Rabasa al proyecto de Rejón


Rabasa hace otra crítica al Proyecto de Rejón, pero fundada, a modo de ver del
maestro Azuela, en un error en la copia de uno de los artículos relativos del Proyecto.
El artículo 63 del Proyecto de Rejón, que se refiere a funciones de los jueces de
primera instancia, dice lo siguiente: "Los Jueces de Primera Instancia ampararán en el
goce de los derechos garantizados... a los que les pidan su protección contra
cualesquiera funcionarios que no correspondan al orden judicial, decidiendo breve y
sumariamente las cuestiones que se susciten sobre los asuntos indicados." En la
transcripción que de este artículo hace Rabasa está suprimida la palabra NO, de
suerte que parece que los jueces de primera instancia pueden amparar contra actos
de funcionarios que correspondan al orden judicial. Y la crítica que hace Rabasa, es la
siguiente:

Por donde se ve que el autor de la iniciativa no se daba cuenta de que en el procedimiento de


los juicios comunes es donde se descubren las infracciones constitucionales, obra del
Legislativo y muchas del Ejecutivo, y en las sentencias se califica la ilegitimidad de las leyes.
Rejón daba al Tribunal Superior jurisdicción original para estos dos efectos, y como materia
secundaria la daba a los jueces de primera instancia contra las resoluciones de jueces y
tribunales, sin percibir la trascendencia de semejante facultad. (En el Juicio Constitucional).
Efectivamente, resultaría absurdo que los jueces de primera instancia tuvieran la
función de amparar contra actos provenientes de autoridades judiciales y que esa
función no se le diera al Tribunal Superior. Pero es que Rejón no establecía lo que
Rabasa afirma; no establecía que los jueces ampararían contra actos de autoridades
judiciales, sino al contrario: contra funcionarios que no fueran del orden judicial. Tan es
así, que otro artículo del Proyecto establecía que cuando las autoridades judiciales
incurrieran en violación de garantías, la reclamación se haría ante el Tribunal Superior,
quien remediaría desde luego el mal reclamado y enjuiciaría al responsable de la
violación.

El proyecto de Rejón tiene individualmente estos méritos: establece un sistema de


protección de los derechos individuales (con la restricción de que el sistema no surte
efectos sino contra autoridades locales) contra toda clase de autoridades; es decir, los
jueces, en el Proyecto de Rejón, pueden desempeñar su misión de amparar contra
toda clase de autoridades locales: judiciales, administrativas o legislativas. Esto
redunda en elogio del Proyecto, tanto más cuanto que en proyectos posteriores, como
el de la minoría de 1842 y en la misma Acta de Reformas de 47 -a la que se refiere el
origen concreto del juicio de amparo- no se establece un sistema protector de los
derechos fundamentales contra toda clase de autoridades. Todavía en el Acta de
Reformas, por ejemplo, el individuo no tenía protección contra atentados a sus
garantías que cometiera una autoridad judicial, deficiencia que no existía en el
Proyecto de Rejón. A mayor abundamiento, el Proyecto de Rejón es también
encomiable porque el sistema de control de la supremacía constitucional que
establece es puro, de control por intervención de una autoridad judicial, mientras que
el Proyecto de la minoría de 42 y la misma Acta de Reformas de 47 establecen, como
hemos dicho ya, un sistema mixto en que el control es desarrollado al mismo tiempo
por un órgano jurisdiccional y por un órgano político; de suerte que en el Proyecto de
Rejón figuraban disposiciones que contendrían proyectos muy posteriores.

V. PROYECTO DE LA MINORÍA DE 1842

En 1842 fue designada una comisión, compuesta por siete miembros, para formular un
proyecto de nueva Constitución. Se formularon dos proyectos, o, mejor dicho, cuatro
de los miembros de la comisión se pronunciaron por un proyecto centralista y los tres
restantes por un proyecto federalista. El Proyecto de la minoría tiene también gran
importancia porque constituye un antecedente del Acta de Reformas en lo que se
refiere al establecimiento de un sistema de control jurisdiccional de la supremacía
constitucional.

El Proyecto de la minoría consignaba una enumeración muy amplia de derechos


individuales fundamentales y establecía, además, un procedimiento para garantizar el
goce efectivo de dichos derechos por parte de los individuos que eran sus titulares.
Después de haber enumerado los derechos fundamentales (art. 50.), determinaba que
la Suprema Corte de Justicia de la Nación podría otorgar su protección a quienes la
solicitaran contra cualquier acto de las autoridades legislativa o ejecutiva de los
Estados que fuera contrario a la Constitución. La ley o acto de que se tratara debería
ser reclamado, según disposición del Proyecto, dentro de un término de quince días a
partir de la fecha de su publicación (art. 81 frac.1). Este término será conservado en la
Ley de Amparo como término para promover el recurso contra cualquier acto contrario
a la Constitución, salvo en casos especiales de excepción. Pero, además, determinaba
que si una ley dictada por el Congreso General era reclamada por contraria a la
Constitución, la calificación de su constitucionalidad o inconstitucionalidad la harían las
Legislaturas de los Estados (art. 81 frac. Il); y a la inversa, cuando una ley dictada por
la Legislatura de algún Estado fuera contraria a la Constitución, el Congreso General
haría la calificación respectiva (art. 81 frac. IV en relación con el arto 35 frac. Il). De
suerte que, como antes dijimos, el sistema viene a ser un sistema mixto de control de
la supremacía constitucional por intervención de un órgano jurisdiccional respecto de
autoridades locales y por intervención de órganos políticos (Congreso General y
Legislaturas de los Estados) respecto de leyes federales y leyes locales.

Julio 22
En la clase pasada decíamos que en 1842, cuando se planteó el problema de reformar
las Siete Leyes de 36, la comisión encargada de formular el proyecto se dividió. Parte
de los miembros, la mayoría, se decidió por una Constitución de forma centralista; la
minoría se decidió por una Constitución de tipo federalista. La minoría estaba
integrada por los señores Mariano Otero, Muñoz Ledo y Espinosa de los Monteros.
Esto tiene interés, porque los tres formaron parte de la Comisión de Constitución que
funcionó en 47, es decir, de la que derivó el Acta de Reformas, en donde se creó el
juicio de amparo. Especialmente puede referirse a un esfuerzo de Mariano Otero,
iniciado desde el Proyecto de la minoría de 42 y continuado hasta el Acta de Reformas
de 47, para establecer una enumeración de derechos individuales fundamentales y un
procedimiento tendiente a garantizar en forma eficaz el goce de dichos derechos y a
reparar los atentados que en ellos sufrieran los individuos. El esfuerzo desarrollado por
Otero fue tan definido y persistente que con justicia puede atribuirse a él la gloria de
haber organizado el juicio de amparo mexicano en sus lineamientos fundamentales.
El Proyecto de la minoría de 42 consignaba un sistema mixto de control:
Para conservar el equilibrio de los poderes públicos y precaver los atentados que se dirijan a
destruir su independencia o confundir sus facultades [dice el Proyecto en su artículo 81] la
Constitución adopta las siguientes medidas: 1.- Todo acto de los poderes legislativo o ejecutivo
de alguno de los Estados que se dirijan a privar a una persona determinada de alguna de las
garantías que otorga esta Constitución, puede ser reclamado por el ofendido ante la Suprema
Corte de Justicia, la que deliberando a mayoría absoluta de votos, decidirá definitivamente del
reclamo. Interpuesto el recurso, pueden suspender la ejecución los tribunales superiores
respectivos. En el caso anterior el reclamo deberá hacerse dentro de los quince días siguientes
a la publicación de la ley u orden en el lugar de residencia del ofendido.

Este precepto tiene interés porque es un antecedente de la disposición de la ley


reglamentaria del juicio de amparo, que después establecerá como término para
promover el juicio constitucional el de 15 días, en la mayor parte de los casos. La
Suprema Corte de Justicia de la Nación tenía, pues, en el Proyecto de la minoría de
42, la función de amparar contra actos de los poderes Legislativo y Ejecutivo de los
Estados.

Pero para integrar este sistema mixto de control de la supremacía constitucional el


Proyecto disponía en el mismo artículo 81:
...
II. Si dentro de un mes de publicada una ley del Congreso general fuese reclamada como
anticonstitucional, o por el presidente de acuerdo con su consejo, o por 18 diputados, o 6
senadores, o 3 legislaturas, la Suprema Corte, ante la que se hará el reclamo, mandará la ley a
revisión de las legislaturas, las que dentro de tres meses darán su voto, diciendo simplemente
si 'es o no inconstitucional'.- Las declaraciones se remitirán a la Suprema Corte, y ésta
publicará el resultado, quedando resuelto lo que diga la mayoría de las legislaturas.
Como vemos, la función de la Corte se restringía a remitir el conocimiento de la
constitucionalidad de la ley a las Legislaturas le los Estados. Tal era el sistema para
efecto de examinar la constitucionalidad de leyes federales, de leyes expedidas por el
Congreso le la Unión.

En cuanto a las leyes locales, el examen de su constitucionalidad se reservaba al


Congreso General. Así lo establecía el mismo artículo 81 del Proyecto:

...
IV.- Si el Congreso general, en uso de su segunda atribución, declarare anticonstitucional
alguna ley de la legislatura de un estado, éste obedecerá salvo el recurso de que habla la
disposición segunda.

En relación con este artículo, el35 del mismo Proyecto prescribía:

Toca exclusivamente al Congreso General: II. Conservar la paz y el orden constitucional en el


interior de la Federación, cuidar de que los estados cumplan con todas las obligaciones de esta
Constitución, y de que la plenitud de sus derechos no sea violada...

De manera que Congreso General y Legislaturas de los Estados se controlaban


recíprocamente desde el punto de vista de la constitucionalidad de las leyes que
expidieran.

Inconvenientes del sistema del Proyecto de la minoría de 1842


Este sistema mixto de control de la supremacía de la Constitución tiene graves
inconvenientes. En primer término, el inconveniente práctico, político, que deriva de las
circunstancias de que autorizando al Congreso General y a las Legislaturas locales
para controlarse recíprocamente en la constitucionalidad de su función legislativa, se
hacía de ambos poderes entidades rivales, se les ponía frente a frente, dando esto
lugar a choques entre uno y otros que podrían redundar en una ruptura del equilibrio
inherente a la Federación. De suerte que, finalmente, si el objetivo que se busca con la
atribución de dichas facultades al Congreso General y a las Legislaturas es proveer al
equilibrio de los poderes públicos, el resultado que se obtiene es el contrario porque el
procedimiento motiva en realidad que dicho equilibrio se rompa, porque nacen
tendencias opuestas, rivalidades entre los poderes federal y locales que pueden
constituir hasta un germen de anarquía, de guerra civil y disolución de la Federación.

Por otra parte, si al Poder Judicial de la Federación se le atribuye tan sólo una función
de amparar al individuo contra actos concretos de autoridad que violen sus garantías
individuales, no podrá llenar debidamente su función cuando el concepto de inconsti-
tucionalidad del acto atacado se refiera a la inconstitucionalidad de la ley en que dicho
acto se funda. Es decir, no es posible que el Poder Judicial de la Federación
desempeñe una función controladora de la supremacía constitucional si no se le
autoriza para examinar la constitucionalidad de la ley. En un sistema tal como el que
establecía el Proyecto de la minoría de 42, que es el mismo que establecerá el acta de
Reformas de 47, son, como antes dijimos, el Congreso y las Legislaturas locales los
que califican la constitucionalidad de leyes federales y locales. La Suprema Corte no
puede amparar al individuo contra actos del Ejecutivo o del Legislativo locales que
vulneren sus derechos fundamentales por fundarse en ley inconstitucional. La Corte no
podía llenar su función sin invadir la del Congreso General y Legislaturas. En el caso
de que se reclamara un acto porque éste se fundara en una ley contraria a la
Constitución, la Corte no podría decidir si debía otorgar o no la protección que de ella
se solicitaba sin examinar concretamente la constitucionalidad de la ley impugnada. Y
si quiere atribuirse al Poder Judicial la misión de controlar la supremacía
constitucional, se le debe reconocer, para que esa función pueda desarrollarse con
amplitud, la posibilidad de examinar la constitucionalidad de la ley.

VI. ACTA DE REFORMAS DE 1847

Ésta fue formulada por Mariano Otero. Formaban parte de la comisión los mismos que
habían integrado la minoría en la comisión constitucional de 42, además de Manuel
Crescencio Rejón. Pero quien principalmente se preocupó por asegurar la garantía de
los derechos fundamentales del individuo fue Mariano Otero. En su voto particular,
Otero insiste sobre la necesidad de que la Constitución Federal de 24, que iba a ser
restaurada, fuera adicionada o reformada especialmente desde el punto de vista del
reconocimiento de derechos individuales fundamentales y de organización de un
procedimiento encaminado a garantizar efectivamente el goce de esos derechos. El
sistema consignado en el Proyecto Otero, que fue después aprobado por el Congreso,
era un sistema enteramente similar al consignado en el Proyecto de la minoría de 42.
Los tribunales de la Federación, decía el Proyecto, ampararán al individuo en el goce
de los derechos individuales declarados en su favor contra todo acto de los poderes
Legislativo o Ejecutivo, ya de la Federación, ya de los Estados, que violen en su
perjuicio dichos derechos, en el concepto de que la función de los tribunales federales
se restringirá a proteger al individuo en el caso especial que motive su queja sin hacer
ninguna declaración general acerca de la ley o acto reclamados. El artículo 25 del Acta
de Reformas de 18 de mayo de 1847, dice textualmente:
Los Tribunales de la Federación ampararán a cualquiera habitante de la República en el
ejercicio y conservación de los derechos que le concedan esta Constitución y las leyes
constitucionales, contra todo ataque de los poderes Legislativo y Ejecutivo, ya de la
Federación, ya de los Estados, limitándose dichos Tribunales a impartir su protección en el
caso particular sobre que verse el proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de
la ley o del acto que lo motivase.

A continuación establece un control de la supremacía constitucional respecto de leyes,


por intervención del Congreso General Legislaturas de los Estados, en forma idéntica
a como dicho control se establecía en el Proyecto de la minoría de 42.

Superioridad del Acta de Reformas sobre el Proyecto de la Minoría


Pero si se analiza el artículo citado, relativo a funciones de amparo desempeñadas por
los tribunales de la Federación, se concluye que significa una superación de los
preceptos del Proyecto de la minoría de 42, desde dos puntos de vista: 1o. Porque en
el Proyecto de la minoría el individuo no se encontraba protegido sino respecto de
poderes locales y no con relación a poderes federales. El artículo 81 del Proyecto de la
minoría hablaba de que los actos del Ejecutivo o del Legislativo de los Estados,
violatorios de garantías, podían ser reclamados ante la Suprema Corte de Justicia.
Aquí, en el Acta de Reformas, se habla de actos del Legislativo o del Ejecutivo de la
Federación o de los Estados. 2o. Además, consigna el artículo 25 que comentamos, el
principio que se denomina de autoridad relativa de la cosa juzgada, principio que tiene
una gran importancia para efecto de que el sistema de control de la supremacía
constitucional establecido tenga éxito. El juez federal no puede hacer una declaración
general de nulidad de la ley o acto concreto que se reclama. Su misión es más
modesta: se restringe a proteger al individuo en particular que solicitó la protección
federal contra el acto que está impugnando de inconstitucional. Esto tiene importancia,
porque hace que la función desempeñada por el Poder Judicial sea mucho más
modesta y moderada. La ley impugnada de anticonstitucional no podrá ser derogada
mediante la realización de un solo acto de la autoridad judicial, porque ésta no podrá
hacer una declaración general de nulidad. La ley irá siendo progresivamente minada
por el Poder Judicial de la Federación conforme aumente el número de sentencias en
las que califique la mencionada ley como contraria a la Constitución. De esta manera,
dando al Poder Judicial de la Federación una intervención embozada, hasta cierto
punto hipócrita, se evita la pugna que entre dicho poder y los poderes controlados
vendría a establecerse si se autorizara al Judicial para declarar nulos, en términos
generales y absolutos, los actos contrarios a la Constitución realizados por los otros
poderes. El Poder Judicial de la Federación propiamente no llega nunca a realizar un
acto que derogue la ley en conjunto; simplemente protege a cada individuo que pide
su amparo contra la aplicación de la ley en su persona o bienes, con violación de sus
garantías individuales. De esta manera, el poder cuyos actos resultan controlados se
ve menos deprimido en su función; de esta suerte, el Poder Judicial no puede ser
empleado, como podría serio en un sistema que lo autorizara a emitir declaraciones
generales de nulidad, como instrumento de uno de los partidos políticos o de otros
poderes del Estado.

Hemos ya señalado como uno de los defectos fundamentales del sistema de control
por un órgano político que cuando uno de los poderes del Estado puede declarar nulos
los actos de otro poder, un partido político, al que interesa deprimir a un poder del
Estado, puede ejercer influencia sobre el controlador para obtener de éste que
nulifique los actos del otro poder. No existe, por lo demás, en el sistema del Acta de
Reformas, en grado tan alto, el peligro de que el controlador degenere en un poder
arbitrario; si el Poder Judicial se equivoca, los perjuicios que su equivocación provoque
serán menos graves de lo que serían en un sistema en que pudiera declararse en
forma absoluta la nulidad de los actos de un poder. Esto, por lo que se refiere a
ventajas del sistema establecido en el Acta de Reformas.

Desventajas del sistema del Acta de Reformas de 1847


Por lo que hace a sus desventajas, podemos decir lo siguiente: el individuo no resulta
protegido contra autoridades judiciales. No prevé el Acta de Reformas los atentados
que las autoridades judiciales puedan realizar en perjuicio de los derechos
fundamentales del individuo; no da posibilidad de que el Poder Judicial de la
Federación otorgue el amparo contra actos de autoridad judicial. Ésta es una
desventaja. Por lo demás, tiene también las desventajas inherentes a un sistema mixto
de control, mismas que citábamos al estudiar el Proyecto de la minoría de 42: las
referentes a la circunstancia de que la función de calificar la constitucionalidad no esté
atribuida en forma expresa al Poder Judicial de la Federación, sino que se confiere al
Congreso General y Legislaturas de los Estados.

El Acta de Reformas de 47 requería naturalmente la expedición de una ley orgánica


que detallara, tanto los derechos fundamentales de los individuos, como la forma
concreta en que debería desarrollarse el procedimiento ante el Poder Judicial de la
Federación para obtener el amparo. El Acta sólo expresaba que una ley reglamentaría
el procedimiento y las garantías de libertad, igualdad, etcétera. Como dicha ley
orgánica no llegó a expedirse (apenas si fue formulada una iniciativa por don Urbano
Fonseca, que no prosperó), el Acta de Reformas no llegó propiamente a regir en
materia de amparo. Sobre este punto, relativo a las diversas leyes de amparo que se
han expedido y a cuál fue la primera que efectivamente rigió, insistiremos en clase
posterior.

VII. CONSTITUCIÓN DE 1857

La Constitución de 57 estableció un sistema independiente de control de la


supremacía constitucional por intervención de una autoridad judicial, que es
esencialmente idéntico al que establece la Constitución actual. El artículo relativo de la
Constitución de 57 (art. 101), establece en términos idénticos a los usados por el 105
de la Constitución vigente, que "los tribunales de la Federación resolverán toda
controversia que se suscite: 1. Por leyes o actos de cualquiera autoridad que violen las
garantías individuales". Al hablar la Constitución de cualquier autoridad, está
protegiendo el goce de los derechos fundamentales declarados, contra atentados que
provengan lo mismo de autoridades judiciales como de autoridades administrativas o
legislativas. Además ambas Constituciones comprenden dentro de las funciones del
juicio constitucional la que propende a conservar el equilibrio de los poderes locales y
del poder federal inherente al régimen federal, estableciendo que podrán también los
tribunales federales conocer de las controversias que se susciten con motivo de leyes
o actos de los poderes locales que afecten la soberanía federal, o leyes o actos de los
poderes federales que restrinjan o vulneren la soberanía de los poderes locales (frac-
ciones Il y III de los mismos artículos).

Opinión de los constituyentes de 1856


Es conveniente e interesante hacer una breve relación a las ideas que fueron
externadas en el Congreso Constituyente de 1856 cuando fue discutido el Proyecto de
Constitución en su parte relativa a amparo. La defensa del sistema establecido por la
Constitución estuvo principalmente a cargo de Ponciano Arriaga, que había formado
parte integrante de la Comisión de Constitución; el que principalmente impugnó el
sistema, sobre todo en cuanto facultaba al Poder Judicial para examinar la
constitucionalidad de las leyes, fue Ignacio Ramírez, quien estuvo desacertado en esta
ocasión.
Ignacio Ramírez expuso lo siguiente: autorizar al Poder Judicial de la Federación para
que derogue parcialmente la ley, es contrario a todo sistema jurisprudencial, es
contrario a todo sistema jurídico, porque el poder que derogue la ley no puede ser otro
que el que la establece. La ley resultará desprestigiada desde el momento en que los
particulares dispongan de una posibilidad constitucional de obtener una derogación
parcial por intervención de una autoridad judicial. La autoridad judicial, al derogar
parcialmente la ley, intervendrá en la esfera de la autoridad legislativa; es decir, el
sistema coadyuvará, según Ramírez, al desconocimiento de la separación de poderes
que es básico de la Constitución.
A mayor abundamiento, afirmaba Ignacio Ramírez, la tentativa de controlar los abusos
que un Poder Legislativo cometa en ejercicio de su función, mediante intervención de
otro poder, es utópica, porque no puede tenerse la seguridad de que el poder
controlador será infalible. De la misma suerte, el Poder Legislativo puede incurrir en
errores o en abusos, puede cometer errores o abusos el poder que lo va a controlar en
su función y a quien se va a autorizar para derogar parcialmente la ley contraria a la
Constitución. De manera que todavía, respecto del poder controlador, se plantearía
lógicamente el problema de establecer un procedimiento para corregir los abusos en
que dicho poder incurriera al desempeñar su función. Además, dice Ignacio Ramírez,
¿cómo podrá hacerse efectiva la responsabilidad de los jueces si ellos disponen de la
posibilidad de declarar inconstitucional la ley? Pudiendo declarar inconstitucionales las
leyes podrán eludir el cumplimiento de la propia ley. En la misma Carta Fundamental
se establecerá, pues, un procedimiento que podrá servir de base a los jueces por
violar la ley.
Todavía consideraba Ignacio Ramírez que era superior un sistema de control de la
constitucionalidad realizado en forma abierta mediante intervención de un poder que
declarara la nulidad radical de los actos contrarios a la Constitución, que este sistema -
que calificara de solapado-, porque autorizaba al Poder Judicial de la Federación
únicamente para declarar ineficaz la ley impugnada de inconstitucional en un caso
concreto.

Al refutar las ideas expuestas por Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga emprendió la
defensa del Proyecto. Insistió, en primer término, en la circunstancia de que el sistema
establecido no era un invento de la Comisión de Constitución, sino que dicho sistema
venía siendo practicado con éxito en los Estados Unidos, y todos los comentaristas de
la Constitución Federal Americana lo habían hecho objeto de sus elogios. Insistió
especialmente en que la deficiencia aparente del sistema, consistente en que el Poder
Judicial de la Federación no podía hacer una declaración general de nulidad sino sólo
otorgar el amparo en el caso concreto motivo de su intervención, porque se evita la
pugna abierta entre el poder controlador (el Poder Judicial de la Federación) y los
poderes controlados. Lo que Ignacio Ramírez quiere, decía Arriaga, es que se vuelva
a esa época de grandes escándalos y disturbios políticos, en que las Legislaturas de
los Estados y el Congreso General podían nulificarse sus actos con peligro de la forma
federal.
Arriaga insiste en que la forma federal sólo podría subsistir a condición de establecer
un sistema similar al que organizaron en la Constitución. Sólo en una forma podrá
conservarse el equilibrio entre los poderes locales y los federales: haciendo que un
poder imparcial, independiente, no acostumbrado a desempeñar funciones políticas,
que por la misma forma en que desempeña su función esté alejado de las contiendas
políticas, sea el que califique la constitucionalidad de leyes federales y locales.

Por otra parte, Arriaga resalta las ventajas que tiene otorgar al particular la posibilidad
de provocar la intervención del Poder Judicial de la Federación. En los sistemas
anteriores, en el sistema de las Siete Leyes Constitucionales, en el Proyecto de la
minoría de 42 y en el del Acta de Reformas de 47, la invocación de la inconsti-
tucionalidad de la ley no era atribuida al particular, sino a los poderes políticos:
Legislaturas de los Estados y Congreso General. El sistema era tanto más defectuoso
cuanto que no protegía eficazmente al individuo desde este punto de vista. Desde el
momento en que el individuo no podía impugnar la constitucionalidad de las leyes, sino
que era el poder público el que podía hacer tal impugnación, cuando dicho poder no
tuviera un interés concreto en producir la declaración de inconstitucionalidad de una
ley no intervendría, provocando el examen hecho por la autoridad judicial; y esto, inde-
pendientemente de que la ley en cuestión resultara perjudicial para un individuo o no.
En el sistema de la Constitución de 57, mismo que el actual, el Poder Judicial de la
Federación, para desempeñar su función, tiene que intervenir a petición de un
particular. Esto redunda tanto en la mayor protección de los derechos del particular,
como en la mejor conservación del equilibrio entre poderes controlados y poder
controlador. El Poder Judicial de la Federación no podrá constituirse en instrumento de
otro de los poderes del Estado o de un partido político, porque el único que puede
promover su intervención es el particular agraviado, y la base de la solicitud tiene que
ser un agravio concreto en su patrimonio o en su persona. La función controladora se
refiere, pues, a un interés privado, particular, y no al interés de un partido o facción
políticos o de un órgano del Estado.

Julio 25
La sentencia de la autoridad judicial federal nunca contiene una declaración de nulidad
de la ley; simplemente imposibilita a la autoridad que trataba de aplicar la ley para que
continúe su pretensión de aplicarla al individuo que obtuvo el otorgamiento del
amparo. La prohibición de hacer una declaración general debe entenderse desde este
punto de vista: no debe hacerla en los puntos resolutivos de la sentencia; pero
necesariamente, en los considerandos tiene que examinarse la constitucionalidad de
la ley. De otra manera sería imposible que la sentencia fuera fundada. Así debe
entenderse la disposición constitucional de que no puede hacerse una declaración
general al otorgarse el amparo.
Precisamente algunos de los que objetaban el Proyecto de Constitución de 56 decían
que no comprendían cómo puede examinarse si una leyes o no constitucional sin
emitir una declaración general. Ya hemos dicho cómo debe entenderse la disposición
constitucional: el examen tendrá que hacerse en los considerandos de la sentencia de
amparo; la parte resolutiva, que es propiamente la parte obligatoria de la sentencia, no
puede contener ninguna declaración acerca de si la ley es nula o no, constitucional o
anticonstitucional. La fórmula sacramental de la parte resolutiva de las sentencias de
amparo es la siguiente: "La justicia de la Unión ampara y protege a fulano de tal contra
el acto que reclama de tal autoridad, por ser dicho acto violatorio de las garantías
individuales consignadas por talo cual artículo constitucional."

VIII. EL JUICIO DE AMPARO Y EL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES

Esta posibilidad de que goza el Poder Judicial de la Federación para volver ineficaces
actos concretos de autoridad,
¿implica afectación del principio de separación de poderes? Hamilton afirmaba en El
Federalista que en el régimen constitucional, una vez dictada la Constitución, hay
poderes constituidos que están regidos por ésta y para los que ella es obligatoria. Una
división fundamental de poderes viene, pues, a determinarse en los países de
Constitución rígida entre el Poder Constituyente y los poderes constituidos. Si éstos
pudieran violar la Constitución, si el Poder Legislativo ordinario pudiera violar la
Constitución, se erigiría en Poder Constituyente y, en consecuencia, estaría
desconociendo la división inicial de poderes entre Constituyente y constituidos.
Hacíamos notar que la base fundamental de toda sentencia es la determinación de la
ley aplicable al caso. Desde el momento en que la Constitución tiene fuerza superior a
la ley ordinaria, la autoridad judicial tiene que resolver que la Constitución es la ley
conforme a la cual debe resolverse el caso y, en consecuencia, en cuanto resuelva el
caso conforme a la Constitución estará acatando la ley superior y no invadirá la esfera
de acción del otro poder, del Constituyente.

Julio 27
Hacíamos notar en la clase pasada que establecido el juicio de amparo, se atribuye al
Poder Judicial de la Federación la función política de amparar al individuo contra leyes
o actos de autoridad violatorios de los derechos fundamentales, planteándose así el
problema relativo a determinar si la atribución de una facultad en tal sentido al Poder
Judicial de la Federación implica infracción al principio de separación de poderes.
Desde luego, es pertinente observar que el problema así planteado, en el sentido de si
la atribución de semejantes funciones implica infracción al principio de división de
poderes, no puede ni siquiera pensarse desde un punto de vista jurídico o constitucio-
nal, porque derivando la atribución de dicha facultad de la Constitución misma,
encuentra su fundamento en el mismo precepto legal que establece el principio de
división de poderes y, en consecuencia, aun en el caso de que se concluyera que la
atribución de semejante función implica excepción al principio, no podría hablarse
propiamente de infracción, porque al legislador constitucional no le obligan sus propias
disposiciones y puede él mismo establecer las excepciones que estime pertinentes. El
problema de si la institución del juicio de amparo implica excepción al principio de
división de poderes sólo puede ser planteado desde un punto de vista lógico,
considerando dicho principio como un precepto de derecho natural o como un
fundamento de orden racional, como condición de buena organización del Estado. La
solución del problema, desde este punto de vista lógico dependerá, como es natural,
de la determinación de la naturaleza jurídica de la actividad que el Poder Judicial de la
Federación desarrolle cuando resuelva un juicio de amparo. Si esa actividad es de
orden jurisdiccional, el establecimiento del juicio de amparo no implica siquiera
excepción al principio de división de poderes; si la actividad en cuestión es de
naturaleza no jurisdiccional, la excepción sí existirá.
Por nuestros estudios de Derecho administrativo sabemos que la función jurisdiccional
no ha llegado a ser caracterizada con suficiente precisión, de suerte que analizando
las diversas doctrinas referentes a la determinación de las notas características de la
actividad jurisdiccional, se llega a la conclusión de que más bien la actividad
jurisdiccional puede ser caracterizada desde un punto de vista negativo en cuanto no
concurren en ella los caracteres de la función legislativa o de la administrativa.
Tomando -naturalmente en el concepto de que no es materia de nuestro estudio la
discusión del problema- como punto de partida cualquier doctrina, por ejemplo, de la
de León Duguit relativa a la determinación del carácter de la función jurisdiccional,
puede decirse que la actividad que el juez desarrolla cuando resuelve el juicio de
amparo encaja dentro de su función jurisdiccional general.

Tres elementos, según León Duguit integran la función jurisdiccional: 1º.


Planteamiento de un problema de derecho ante una autoridad; 2º. Solución del
problema; 3º. Decisión, derivada lógicamente de la solución del problema de que se
trata. Es evidente que los tres elementos concurren en el caso de la tramitación y
resolución de un juicio de amparo:

1º. En cuanto al planteamiento de un problema de derecho: interpuesta la demanda de


amparo, se plantea ciertamente ante el Juez de Distrito un problema de derecho. La
demanda de amparo tiene por fin evitar una violación de garantías individuales o
reparar las violaciones ya cometidas; será, pues, supuesto necesario de la sentencia
del juez el análisis relativo al problema de si existe el derecho que se invoca como
violado, de si la violación está efectivamente comprobada y si hay la posibilidad
material o jurídica de que la autoridad judicial pueda reparar la violación de que se
trate. Todos ellos son problemas de derecho que se plantean en todo juicio de
amparo.
2º. Solución a ese problema de derecho. La solución es dada en los considerandos de
la sentencia; la sentencia tendrá que declarar si ha sido comprobado o no el acto
reclamado, y si éste es o no violatorio de garantías.
3º. Una decisión -que se encuentra en la parte resolutiva de la sentencia- relacionada
con la resolución, decisión en la que el juez, en vista de los razonamientos contenidos
en los considerandos, declara si debe otorgarse o negarse el amparo al quejoso o si el
amparo debe ser sobreseído.

Alfredo Rocco, en su obra La Sentencia Civil, considera que la jurisdicción es la


actividad del Estado que se encamina a satisfacer directamente un interés protegido
por el Derecho, cuando dicho interés no ha sido espontáneamente satisfecho, es decir,
cuando no ha sido satisfecho por aplicación o cumplimiento espontáneo de la norma
jurídica, bien porque tal interés sea discutido en cuanto a su existencia, o bien porque
siendo evidente la existencia del derecho de que se trate, la norma que lo establece
haya sido infringida.
Partiendo de este concepto es también notorio que la actividad desarrollada por el juez
al conocer de un juicio de amparo encaja dentro del concepto de actividad
jurisdiccional. El derecho tiene como último fin proteger intereses humanos; las
garantías individuales son intereses humanos fundamentales que son afirmados frente
a las autoridades. Cuando las normas constitucionales que establecen dichas
garantías son desconocidas por una autoridad, interpuesta la demanda de amparo
ante una autoridad judicial, la actividad que ésta desempeña tiene como fin asegurar
en una forma más directa la satisfacción del interés que ha sido desconocido. De
suerte que teniendo también como referencia la definición de jurisdicción de Rocco,
podemos comprobar en forma directa que la actividad del Juez de Distrito al conocer
de un juicio de amparo encaja perfectamente dentro de la función jurisdiccional
general.

Podemos resolver, pues, el problema planteado en el sentido de que el


establecimiento del juicio de amparo y la atribución al Poder Judicial de la Federación
de una facultad de anular leyes o actos de autoridad respecto de un individuo
determinado, privándolos de efectos por estimados inconstitucionales, es una actividad
de orden jurisdiccional y, en consecuencia, la organización del juicio de amparo no
supone excepción al principio de división de poderes.
Pero aun en el supuesto de que la organización del juicio de amparo implicara
excepción al principio de división de poderes -que no la implica-, la comprobación de
semejante circunstancia no sería bastante para constituir una crítica contra la insti-
tución. Lo sería, si el principio de división de poderes fuera entendido en la forma
como lo concebían, por ejemplo, los revolucionarios franceses, como un dogma
intocable. No puede considerarse al principio como un dogma inmutable desde el
momento en que se le contempla como una norma de arte político, de conveniencia
práctica. La circunstancia de que el principio de división de poderes, o la interpretación
que le han dado algunos juristas, haya obstaculizado reformas convenientes en la
Constitución o el establecimiento de instituciones notoriamente útiles, ha derivado de
la tendencia que tan ácremente critica Geny en su obra Métodos de Interpretación y
Fuentes del Derecho Privado Positivo, y que consiste en hacer de los principios
jurídicos dogmas indiscutibles, considerados como principio de orden objetivo,
absoluto, respecto de los cuales no pueden establecerse excepciones. Pero una
tendencia semejante ha sido ya contrariada y censurada acerbamente por las
tendencias modernas. Las normas jurídicas y los principios derivados de ellas, así en
materia de Derecho constitucional como en cualquiera otra, son medios para
conseguir la realización de un fin superior que consiste, después de todo, en la
satisfacción de intereses humanos. En consecuencia, en el momento en que tales
medios no sirven para satisfacer un interés humano, deben ser hechos a un lado. Si se
trata de un principio general, deben aceptarse las derogaciones o excepciones que
exija la satisfacción de los intereses de que se trata.
Así, el principio de división de poderes no es concebido como un dogma indiscutible
que debiera ser aceptado incondicionalmente. Barthelemy considera, por ejemplo, que
el principio de división de poderes es una norma de carácter político que podría
formularse en estos términos: para asegurar una buena organización de los poderes
del Estado y el respeto de los derechos individuales, es conveniente que el ejercicio de
las funciones legislativa, administrativa o jurisdiccional sea atribuido a diversos
órganos dentro del Estado. Pero el principio no tiene sino el valor de una norma de
convivencia; y en cuanto se demuestra que resulta perjudicial aplicarla a la letra, debe
admitirse que tenga excepciones.
Así pues, en el caso concreto que estamos refiriendo, aun en el falso supuesto de que
la organización del juicio de amparo implique excepción al principio de división de
poderes, tal excepción no sería criticable porque es conveniente para mejor garantía
de los derechos fundamentales del individuo que el Poder Judicial de la Federación
disponga de una posibilidad constitucional de privar de efectos, actos de otras
autoridades que vulneren o restrinjan esos derechos fundamentales.

IX. EL JUICIO DE AMPARO Y EL PRINCIPIO DE SOBERANÍA DE LOS


PODERES DEL ESTADO

Podría también hablarse de que la organización del juicio de amparo, en cuanto


supone posibilidad de la autoridad judicial federal de anular actos de otros poderes,
implica desconocimiento de la soberanía de esos poderes dentro del Estado. Así, se
ha dicho que en virtud de la atribución de tal función al Poder Judicial Federal, tal
poder resulta soberano en relación con los demás. Una observación semejante no
puede aceptarse sino en el sentido de reconocer que efectivamente los poderes
constituidos son soberanos en el sentido de ilimitados; pero esta última idea es falsa.
Los poderes, una vez constituidos, no son soberanos en el sentido de ilimitados,
porque están acotados por las normas constitucionales. No hay, pues, poderes
soberanos en el sentido de ilimitados una vez dictada la Constitución. La norma
suprema es la Constitución; todos los poderes del Estado deben acatada. El sistema
en virtud del cual si uno de los poderes viola la Constitución en perjuicio de un indi-
viduo con agravio de sus derechos fundamentales, otro poder puede reparar el
agravio, no puede afirmarse que implique desconocimiento de la soberanía del poder
cuyo acto es anulado, porque tal soberanía no existe.

Finalmente, puede aplicarse también al caso la misma observación que hacíamos al


principio de división de poderes. En el supuesto falso de que el Poder Judicial de la
Federación hubiera adquirido un poder superior con relación a los demás poderes,
implicando tal subordinación desconocimiento de la soberanía de los poderes
controlados, ello no engendraría ninguna crítica contra la institución, porque el
principio de soberanía de los poderes sería simple norma de conveniencia política que
debería sufrir excepciones en el caso de que hubiera determinado interés concreto
que lo requiriera.

Hecha esta explicación, continuamos con el comentario que veníamos haciendo con
relación a las Constituciones anteriores a la actual. Hacíamos notar que en el seno de
la discusión de la Constitución de 57 se habían suscitado críticas al sistema de
organización del juicio de amparo establecido en el Proyecto de Constitución, críticas
que en el fondo son las mismas que hemos procurado desvirtuar mediante la
exposición anterior. El sistema establecido en el Proyecto fue finalmente aprobado.
Las normas generales que se adoptaron en 57 en materia de amparo fueron muy poco
numerosas en relación con las contenidas por la Constitución vigente. Se estableció
tan sólo la procedencia general del juicio de amparo al determinarse que el Poder
Judicial de la Federación conocería de controversias suscitadas con motivo de actos
de cualquier autoridad violatorias de garantías individuales, de actos de autoridades
federales violatorios de las soberanías locales, y de actos de autoridades locales
violatorios de la soberanía federal (art. 101). Se estableció que la controversia
adoptaría en todo caso la forma de un juicio seguido, "a petición de la parte agraviada,
por medio de procedimientos y formas del orden jurídico, que determinara una ley"
(art. 102). Se consignó el principio que hemos venido llamando de la autoridad relativa
de la cosa juzgada en materia de amparo, en el supuesto, ya sacramental en nuestro
Derecho constitucional, de acuerdo con el cual "la sentencia en el juicio de amparo
será siempre tal, que sólo se ocupe de individuos particulares, limitándose a
protegerlos y ampararlos en el caso especial sobre que verse el proceso, sin hacer
ninguna declaración general respecto de la ley o acto que la motivare" (art. 102). La
sentencia de amparo sólo perjudica o beneficia a las partes en el juicio constitucional,
es decir, al quejoso. El principio de la autoridad relativa de la cosa juzgada en materia
de amparo, tiene la importancia fundamental referida a que mediante la adopción de
dicho principio puede conservarse el equilibrio entre el Poder Judicial controlador y los
poderes controlados, y la que se refiere a que mediante la adopción de dicho precepto
puede evitarse que venga un choque entre el Poder Judicial y los poderes controlados,
choque que indudablemente sería motivado en el caso de que el Poder Judicial
Federal dispusiera de la posibilidad de emitir declaraciones generales de nulidad. Pero
no se estableció un precepto de contenido semejante al del artículo 107 de la
Constitución vigente, que contiene normas sobre competencia, procedencia del
amparo y trámites generales del procedimiento.

Todavía debe hacerse esta observación relativa al sistema de la Constitución de 57,


porque revela que el conocimiento de la institución aún no había llegado a su
perfección: se establecía en el Proyecto de 56 que los poderes judiciales federales o
los de los Estados que intervinieran en el juicio de amparo procederían con la garantía
de la intervención de un jurado integrado por vecinos del domicilio del actor. Este
precepto fue aprobado; pero la comisión de estilo lo suprimió, de suerte que no llegó a
figurar en la Constitución, ni, por tanto, llegó a regir; la supresión fue conveniente,
puesto que el precepto en cuestión era absurdo. Dar intervención a un jurado popular
para la resolución de problemas técnicos como los que se plantean en el juicio de
amparo, era sin duda inconveniente y habría dado lugar a las mayores dificultades. De
suerte que aun en el supuesto de que semejante precepto hubiera sido adoptado, al
poco tiempo de ser aplicado habría sido derogado. Basta la consideración de los
problemas de hecho y de derecho que pueden plantearse en cualquier juicio de
amparo para juzgar que era notoriamente absurdo dar intervención para la resolución
de esos problemas a un jurado popular.
X. LAS LEYES REGLAMENTARIAS DEL JUICIO DE AMPARO

Todavía hay que hacer algunas observaciones relativas al periodo comprendido entre
la Constitución de 57 y la actual. La Constitución de 57 establecía, naturalmente, que
una ley orgánica reglamentaría los preceptos fundamentales adoptados. La primera
Ley de Amparo fue dictada en 1861, pero no fue aplicada en virtud de las condiciones
de guerra en que se encontraba el país. La segunda ley surgió en 1869, y ya pudo ser
aplicada. Con posterioridad todavía se dictó una ley, en 1888; fueron después los
Códigos Federales de Procedimientos Civiles los que reglamentaron el juicio de
amparo.
XI. CONSTITUCIÓN DE 1917

En la Constitución vigente se adopta un sistema que en sus lineamientos generales es


esencialmente idéntico al establecido en 57. Sólo que la Constitución actual, como
decíamos antes, consigna ya bases de organización del juicio de amparo mucho más
amplias que las que contenía la Constitución anterior. Conservando idéntico radio de
procedencia del juicio constitucional que la Carta de 57, la actual contiene, sin
embargo, principios encaminados, entre otros puntos de vista, a restringir la
procedencia del juicio de amparo en materia judicial. La circunstancia de que en la
Constitución vigente se haya resuelto prácticamente el problema de la exacta
aplicación de la ley como garantía individual en forma afirmativa, la circunstancia de
que conforme al artículo 14 actual puede sostenerse que la violación de la ley puede
dar lugar a un juicio de amparo, motivó, teniendo en cuenta también la degeneración
que el juicio constitucional podría sufrir por la interposición de amparos improcedentes,
que en la propia Constitución se establecieran principios encaminados a restringir la
procedencia del juicio de amparo en materia judicial. Estos principios los hemos
estudiado brevemente al tratar del artículo 14.

Recordemos que hicimos referencia a los preceptos constitucionales de acuerdo con


los cuales en materia judicial el principio general es que el amparo sólo procede contra
la sentencia definitiva, y a los preceptos que establecen en qué casos procede el
amparo contra esa sentencia, así como a la excepción al principio en el sentido de que
puede proceder el amparo contra actos de autoridad judicial promovido por personas
extrañas al juicio o por las partes mismas en el juicio, siempre que se trate de actos de
imposible reparación. Expusimos también la interpretación que al término "imposible
reparación" ha dado la Suprema Corte para restringir la procedencia del juicio de
amparo en el sentido de imposible reparación material y no jurídica. Además, el
artículo 107 actual contiene también normas que fijan en términos generales el
procedimiento en el amparo y algunas destinadas a fijar responsabilidades para las
autoridades que incurran en desobediencia de los fallos dictados por los jueces de
Distrito o por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la tramitación de un juicio
constitucional, así como disposiciones sobre competencia en amparo.
Terminado con esto el estudio histórico referente a los antecedentes, iniciamos ya el
comentario concreto de la Constitución y de la Ley de Amparo.
CONSTITUCIÓN DE 1917 Dentro del texto original de la Ley Fundamental
vigente en nuestro país, se reconocieron las
hipótesis de procedencia del juicio de garantías dentro del artículo 103 constitucional,que
literalmente señalaba:

"Artículo 103. Los Tribunales de la Federación resolverán toda controversia que sesuscite:
I. Por leyes o actos de la autoridad que violen las garantías individuales;
II. Por leyes o actos de la autoridad federal que vulneren o restrinjan lasoberanía de los
Estados, y
III. Por leyes o actos de las autoridades de éstos que invadan la esfera de laautoridad
federal".

Con la anterior redacción, se admitía, al igual que en la Constitución de 1857, la procedencia del
juicio de amparo en lo referente a negocios judiciales, pues los actos emitidos dentro de éstos
por los tribunales, se erigen como actos de autoridad contemplados dentro de la fracción 1 del
artículo en comento.

a) PERÍODOS DE DESARROLLO DEL AMPARO DIRECTO

El texto constitucional original, dentro de su artículo 107, se refería en forma expresa a la


impugnación de actos judiciales vía juicio de amparo, previendo lo siguiente:

"Artículo 107. Todas las controversias de que habla el artículo 103 constitucional se seguirán a
instancia de parte agraviada, por medio de procedimientos y formas del orden jurídico que
determinará una ley que se ajustará a las bases siguientes:
...
II. En los juicios civiles o penales, salvo en los casos de la regla IX, el amparo sólo procederá
contra las sentencias definitivas respecto de las que no proceda ningún recurso ordinario por
virtud del cual puedan ser modificadas o reformadas, siempre que la violación de la ley se
cometa en ellas, o que, cometida durante la secuela del procedimiento se haya reclamado
oportunamente y protestado contra ella por negarse su reparación, y que cuando se haya
cometido en primera instancia, se haya alegado en la segunda, vía de agravio.
La Suprema Corte, no obstante esta regla, podrá suplir la deficiencia de la queja en un juicio
penal, cuando encuentre que ha habido en contra del quejoso una violación manifiesta de la ley,
que lo ha dejado sin defensa, o que se le ha juzgado por una ley que no es exactamente aplicable
al caso, y que sólo por torpeza no se ha combatido debidamente la violación;
II. En los juicios civiles o penales sólo procederá el amparo contra la violación de las leyes del
procedimiento, cuando se afecten las partes substanciales de él y de manera que su infracción
deje sin defensa al quejoso.

IV. Cuando el amparo se pida contra la sentencia definitiva, en el juicio civil, sólo procederá,
además del caso de la regla anterior, cuando llenándose los requisitos de la regla segunda,
dicha sentencia sea contraria a la letra de la ley aplicable al caso, oa su interpretación jurídica:
cuando comprenda personas, acciones, o cosas que no han sido objeto del juicio o cuando no las
comprenda todas por omisión o negativa expresa;
Cuando se pida el amparo contra resoluciones no definitivas, según lo dispuesto en la fracción
anterior, se observarán estas reglas en lo que fuere conducente.
V. En los juicios penales, la ejecución de la sentencia definitiva contra la que se pida amparo, se
suspenderá por la autoridad responsable, a cuyo efecto el quejoso le comunicará, dentro del
término que fije la ley y bajo al protesta de decir verdad, la interposición del recurso,
acompañando dos copias, una para el expediente y otra que se entregará a la parte contraria;

VI. En los juicios civiles, la ejecución de la sentencia definitiva sólo se suspenderá si el quejoso
da fianza de pagar los daños y perjuicios que la suspensión ocasionare, a menos que la otra parte
diese contrafianza para asegurar la reposición de las cosas al estado que guardaban, si se
concediese el amparo, y pagar los daños y perjuicios consiguientes. En este caso se anunciará la
interposición del recurso, como indica la regla anterior;
VII. Cuando se quiera pedir amparo contra una sentencia definitiva, se solicitará de la autoridad
responsable copia certificada de las constancias que el quejoso señalare, las que se adicionará
con las que indicare la otra parte, dando en ella la misma autoridad responsable, de una manera
breve y clara, las razones que justifiquen el acto que se va a reclamar, de las que se dejará
constancia en autos;
VIII. Cuando el amparo se pida en contra de una sentencia definitiva, se interpondrá
directamente ante la Suprema Corte, presentándole el escrito con la copia de que se habla en la
regla anterior, o remitiéndolo por conducto de la autoridad responsable, o del Juez de Distrito
del Estado a que pertenezca. La Corte dictará sentencia sin más trámite ni diligencia que el
escrito en que se interponga el recurso, el que produzca la otra parte y el Procurador General, o
el agente que al efecto designare, y sin comprender otra cuestión legal que la que la queja
contenga, y
IX. Cuando se trate de actos de autoridad distinta de la judicial, o de actos de ésta ejecutados
fuera de juicio, o después de concluido; o de actos en el juicio cuya ejecución sea de imposible
reparación o que afecten a personas extrañas al juicio, el amparo se pedirá ante el juez de
Distrito bajo cuya jurisdicción esté el lugar en el que el acto reclamado se ejecute o trate de
ejecutarse, limitándose la tramitación al informe de la autoridad, a una audiencia para la cual se
citará en el mismo auto en que se mande pedir el informe y que se verificará a la mayor
brevedad posible, recibiéndose en ellas las pruebas que las partes interesadas ofrecieren y
oyéndose los alegatos, que no podrán exceder de una hora cada uno, y a la sentencia que se
pronunciará en la misma audiencia ... "1

De la anterior transcripción derivó el reconocimiento, en forma expresa y a nivel constitucional,


de la posibilidad de impugnar vía juicio de amparo actos provenientes de autoridades judiciales.
Dentro de tal posibilidad, se admitió la procedencia de reclamar mediante el medio de defensa
citado tanto las sentencias definitivas dictadas en un procedimiento judicial (amparo directo en
la actualidad) como otros actos emitidos por las autoridades que conocen de éste, diversos a las
citadas sentencias (que en la actualidad se impugnan a través del amparo indirecto)
En este sentido, el precepto constitucional transcrito señaló en su fracción II que en los juicios
civiles y penales, por regla general sólo procedería el amparo en contra de las sentencias
definitivas que no admitían recurso ordinario alguno. Este reconocimiento constituye el primer
antecedente dentro del sistema jurídico derivado de nuestra actual Carta Magna del juicio de
amparo directo tal y como lo conocemos en nuestros días. Conviene además destacar que el
ordenamiento constitucional preveía ciertas bases o principios reguladores de la institución en
comento que serían desarrollados por la ley reglamentaria respectiva, y que por ahora
resaltaremos en sus términos, como son las siguientes:
En principio y seguramente como una medida tendiente a evitar abusos en la impugnación de
juicios civiles y penales, se señaló por la Norma Suprema que en esos casos sólo procedería el
amparo contra la violación de las leyes del procedimiento, cuando se afectaren partes sustanciales
de él y se dejare sin defensa al quejoso, con lo que no cualquier violación a las leyes adjetivas
posibilitaría la procedencia del juicio de garantías, sino que debía cumplir con los extremos
indicados.
Igualmente, se señaló como limitante a la impugnación de sentencias definitivas dictadas en
materia civil, que ésta sólo procedería cuando tal resolución fuera contraria a la letra de la ley
aplicable al caso, o a su interpretación jurídica, cuando comprendiera personas, acciones, o cosas
que no hubieran sido objeto del juicio o cuando no las comprendiera por omisión o negativa
expresa.
Tales limitaciones y regulación específica, creemos que también se inspiraron en el intento de
solucionar la problemática que se dio por muchos años, durante la vigencia de la Constitución de
1857, sobre la posibilidad de reclamar vía juicio de amparo, resoluciones judiciales por violación
a las garantías de legalidad y seguridad jurídica, aceptando, el nuevo texto constitucional, dicho
supuesto de procedencia, pero delimitándolo a través de los aspectos señalados en los párrafos
anteriores.

1
TENA RAMÍREZ FELIPE. “Leyes Fundamentales de México”, op. cit., p. 922-924.
Igualmente, el texto constitucional en análisis, reconoció la posibilidad de suspender laejecución
de las sentencias definitivas reclamadas, tanto en materia civil como penal. Por otra parte, en
forma primaria, encontramos dentro de la fracción VII del artículo
107 transcrito, lo referente a lo que en la actualidad se conoce como informejustificado de parte
de la autoridad responsable dentro del amparo directo.
Por último, por lo que respecta a la posibilidad de reclamar mediante el juicio degarantías,
sentencias definitivas, la fracción VIII transcrita, señaló que esta modalidad del amparo sería
competencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y delimitaba los principios generales
de su tramitación.
Tal y como hemos señalado, el texto original de nuestra actual Norma Fundamental,no sólo
posibilitó la impugnación, a través del amparo de las sentencias definitivas dictadas en juicios
civiles o penales, sino que se permitió reclamar también mediante tal medio de defensa otros
actos que si bien no se erigían como sentencias definitivas, eran emitidos por las mismas
autoridades responsables o emisoras de éstas.

En este sentido, dentro de la fracción IX del artículo 107 constitucional, en su texto original, se
precisó la posibilidad de impugnación señalada en el párrafo anterior, indicando que de la
reclamación, a través del juicio de garantías, de actos de autoridad judicial dictados fuera de
juicio o después de concluido éste, o de actos dentro del juicio cuya ejecución fuera de
imposible reparación o que afectaran a personas extrañas al juicio, conocería un Juez de
Distrito, variando el procedimiento con relaciónal amparo seguido ante la Suprema Corte.
De todo lo anterior podemos concluir que, a partir del texto original de nuestra Carta Magna, se
reconoció y reguló en forma expresa, a nivel constitucional, la procedencia del amparo en
negocios judiciales, encontrando dos variantes a saber, cuando el acto reclamado lo constituyen
las sentencias definitivas y cuando lo constituyen otros actos, siendo la primera variante en la
que encontramos el origen, dentro de nuestro actual sistema constitucional representado por la
Ley Suprema de 1917, del amparo directo que conocemos en nuestros días.
Los artículos 103 y 107 de la Constitución General de la República requirieron de leyes
secundarias que los reglamentaran, es decir que desarrollaran los principios en ellos previstos,
así, el 18 de octubre de 1919 se expidió la Ley de Amparo Reglamentaria de los Artículos 103 y
107 de la Constitución Federal, derogada con posterioridad, por la Ley Orgánica de los Artículos
103 Y 107 de la Constitución Federal, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 10 de
enero de 1936, siendo ambos ordenamientos materia de análisis de los subsecuentes apartados,
dedicándonos a continuación a determinar las variaciones que sufrió el texto constitucional, en lo
referente a lo que ahora conocemos como amparo directo, a través del siglo XX, con la
observación que, como es de esperarse, tales modificaciones deben haber repercutido en la ley
reglamentaria que en esa época desarrollaba la institución señalada.
El texto del artículo 107 constitucional, tal y como lo transcribimos con anterioridad, no fue
alterado sino hasta el 19 de febrero de 1951, fecha en la que se publicó en el Diario
Oficial de la Federación, una reforma que trastocó el citado precepto, y que en lo referente al
amparo en contra de sentencias definitivas dictadas en juicios civiles y penales señaló:
Dentro de la novedosa fracción III del precepto en comento se especificó, en su inciso a), la
procedencia del juicio de amparo para impugnar, en materias judicial, civil o penal y del
trabajo, las sentencias definitivas o laudos, respecto de los cuales no procediera recurso
ordinario a través del cual pudieran ser modificados o reformados, ya sea que la violación de la
ley se cometiera en ellos, o que hubiera sido cometida durante la secuela del procedimiento y
afectara la defensa del quejoso trascendiendo al resultado del fallo; la violación dentro del
procedimiento, para poder alegarse en amparo, debería haber sido combatida por los recursos
ordinarios correspondientes, y señalada como agravio en segunda instancia.2 Destaca de esta
regulación, la referencia que se hizo a la posibilidad de impugnar los laudos laborales,
equiparándolos entonces a resoluciones judiciales, estimando entonces como tribunal a su
órgano emisor.
Por otra parte, dentro de la nueva fracción IV del artículo 107 constitucional, se señaló que el
amparo contra sentencias definitivas o laudos, por violaciones cometidas en ellos, se
interpondría directamente ante la Suprema Corte de Justicia, mientras que en la fracción V, se
dispuso que si se reclamaba una sentencia definitiva o un laudo, por violaciones cometidas en la
secuela del procedimiento, o se tratare de sentencias en materia civil o penal contra las que no
procediera la apelación, del asunto iba a conocer el Tribunal Colegiado de Circuito bajo cuya
jurisdicción estuviera el domicilio de la autoridad responsable. La misma fracción V disponía
que, siempre que al impugnarse a través del amparo una sentencia definitiva o laudo,
alegándose violaciones en la secuela del procedimiento y violaciones cometidas dentro de la
referida resolución, la demanda debía presentarse ante el Tribunal Colegiado correspondiente,
quién debía resolver lo referente a las violaciones actualizadas en el procedimiento para, con
posterioridad, en caso de que su resolución fuera desfavorable al quejoso, remitir el asunto a
la Corte, quién analizaría las violaciones quedentro del propio acto reclamado se alegaron.3

De lo anterior, es de destacar la participación que se reconoce a nivel constitucional de los


Tribunales Colegiados de Circuito en la resolución de los amparos en contra de sentencias
definitivas y laudos, pues como sabemos, a través de los años, éstos llegaron a integrar de
manera originaria su competencia, sustituyendo a la Corte como tribunales de legalidad.
Además, dentro de la fracción IX del artículo 107 constitucional vigente a partir del 19 de
febrero de 1951, se estableció por primera ocasión dentro de tal precepto, la regla general que
prevalece hasta nuestros días, referente a que las resoluciones que en amparo directo
pronunciaren los Tribunales Colegiados de Circuito, no admiten recurso alguno, previendo

2
Idem., p.
3
Ibidem.
también una excepción, en el caso de que decidieran sobre la inconstitucionalidad de una ley o
establecieran la interpretación directa de la Constitución, caso en que serían recurribles ante la
Corte, limitándose la materia del recurso a la decisión de las cuestiones constitucionales.
El párrafo segundo de la fracción en comento señaló que, las resoluciones de los Tribunales
Colegiados de Circuito, dentro de los asuntos a los que nos referimos, tampoco serían
recurribles si se fundaran en la jurisprudencia de la Corte. Por su parte, en la fracción XI se
señaló que la suspensión del acto reclamado, en amparo directo, se debía solicitar a la autoridad
responsable.
Conforme a todo lo anterior, podemos concluir que a través de las reformas constitucionales
señaladas, se perfeccionó de manera importante y trascendente la institución que nos interesa,
adoptando algunos tintes que en la actualidad conserva como el de su carácter uni-instancial,
además de que, como ya señalamos, por primera ocasión, a nivel constitucional, se consagró la
competencia, limitada, de los Tribunales Colegiados de Circuito para conocer, en determinado
supuesto, del amparo promovido en contra de sentencias definitivas y laudos, lo que además
fortaleció "el principio de inmediatez de la justicia federal y se inicio el camino de la
descentralización de la misma".4

El 2 de noviembre de 1962, se publicó en el Diario Oficial de la Federación, una reforma al


artículo 107 constitucional la cual sólo adicionó un párrafo a su fracción II, referente a la
suplencia de la queja deficiente dentro del juicio de amparo, por lo que en poco modificó la
institución que en particular nos interesa.
El 25 de octubre de 1967, se publicó en el Diario Oficial de la Federación una reforma
constitucional, que, entre otros preceptos, modificó el artículo 107.5 Cabe mencionar que esta
reforma constitucional fue inspirada, de acuerdo con su exposición de motivos, por el rezago y
dilación en la resolución de los amparos promovidos ante los tribunales federales.
La fracción III del artículo 107 constitucional, a partir de la reforma referida, señaló en su inciso
a) la procedencia del amparo en contra de sentencias definitivas o laudos, variando en relación a
su anterior texto en que se señaló que sólo en materia civil, era necesario haber agotado los
medios de defensa ordinarios en contra de la violación procesal que se intentara hacer valer en
el juicio de garantías, además era necesario haberla alegado como agravio en segunda instancia,
señalándose que estos requisitos no serían exigibles en el amparo contra sentencias dictadas en
controversias sobre acciones del estado civil o que afectaran el orden y la estabilidad de la
familia.

4
CHÁVEZ PADRÓN, Martha. . “Evolución del Juicio de Amparo y del Poder Judicial
FederalMexicano”, op. cit., p.151.
5
TENA RAMÍREZ, Felipe. “Leyes Fundamentales de México”, op. cit., p. 956-961.
Por su parte, la fracción V, referente a la competencia de la Corte para conocer de amparos en
contra de sentencias definitivas y laudos, se adicionó, limitando aquella a los siguientes
supuestos:
a) En materia penal, contra las resoluciones definitivas que dictaran los tribunales federales
incluso los castrenses; tratándose de las autoridades judiciales del orden común, cuando
las sentencias reclamadas impusieran la pena de muerte o comprendieran una sanción
privativa de la libertad que exceda el término que para el otorgamiento de la libertad
caucional señalaba la propia Norma Fundamental.
b) En materia administrativa, cuando se reclamaran sentencias definitivas dictadas por
Tribunales Federales, Administrativos o Judiciales, no reparables por algún medio
ordinario de defensa legal.
c) En materia civil, cuando se reclamaren sentencias definitivas dictadas en juicios del
orden federal o en juicios mercantiles, sea federal o local la autoridad que dictó el
fallo, o en juicios del orden común con las limitaciones que en materia de competencia
estableciera la ley secundaria. La Suprema Corte conocería de los amparos contra
sentencias dictadas en controversias sobre acciones del estado civil, o que afectaran el
orden y la estabilidad de la familia.
d) En materia laboral, cuando se reclamaren laudos dictados por Juntas de Conciliación y
Arbitraje de las entidades federativas, en conflictos de carácter colectivo; por
autoridades federales en cualquier conflicto o por el Tribunal Federal de Conciliación y
Arbitraje de los Trabajadores al Servicio del Estado.

Lo anterior respondió a la necesidad de resolver el problema de rezago que afectaba en esa


época a la Corte, por lo que se optó por limitar su ámbito competencial conforme a las
reglas citadas y buscando que se ocupara sólo de los asuntos de mayor trascendencia.
Conviene precisar que, la Corte conocería de los asuntos mencionados, ya sea porque se
reclamara la sentencia definitiva o laudo por vicios propios o por la actualización de vicios
durante el procedimiento y que incidieran en el fallo impugnado, afectando la defensa del
quejoso... Además debe destacarse que tal regulación implicó, el reconocer la posibilidad de
impugnar vía juicio de amparo directo, las sentencias dictadas por los tribunales
administrativos.
Por su parte, la fracción VI del artículo en comento, señaló que fuera de los casos señalados en
la ya analizada fracción V, el amparo contra sentencias definitivas o laudos, sea que la violación
se cometiera en el procedimiento o en la sentencia misma, serían de competencia de los
Tribunales Colegiados, con lo que se vio ampliado el ámbito de acción de éstos.
La fracción IX continuó señalando que las resoluciones que en amparo directo pronunciaran los
Tribunales Colegiados de Circuito, no admitían recurso alguno salvo la excepción ya citada al
analizar esta fracción con anterioridad. Igualmente mantenía la disposición de que las referidas
resoluciones, de basarse en jurisprudencia de la Corte sobre constitucionalidad de una ley o la
interpretación de un precepto constitucional, tampoco admitían recurso en su contra.

Por último, la fracción XI del numeral en análisis, siguió señalando que la suspensión del acto
reclamado en amparo directo debía solicitarse a la autoridad responsable.
De todo lo anterior destaca el abandono del sistema de distribución de competencias entre la
Corte y los Tribunales Colegiados para conocer de amparo directo, basado en la idea de
determinar si se reclamaba la resolución judicial por vicios propios o por vicios en el
procedimiento, atendiendo, a partir de la reforma en comento, a otros aspectos, inspirados en la
idea de que nuestro máximo tribunal conociera de los asuntos que pudieran implicar una mayor
importancia o trascendencia.
El 20 de marzo de 1974 se publicó una reforma al artículo 107 constitucional, en la que se
adicionó un párrafo a su fracción II, referente a la suplencia de la queja a favor de los menores e
incapaces. Este mismo año, el 8 de octubre, se publicó una reforma más al precepto
constitucional que nos interesa, referente a la revisión dentro del amparo indirecto. Estas
reformas no variaron de manera importante el sistema de amparo directo, como tampoco lo hizo
aquella publicada el 17 de febrero de 1975 en el Diario Oficial de la Federación, que se refería
al sobreseimiento o caducidad de la instancia por inactividad procesal.
Por otra parte, el decreto del 27 de junio de 1979 reformó por séptima ocasión el texto del
artículo 107 constitucional. Esta reforma obedeció al intento de resolver el problema de rezago
que enfrentaba la Suprema Corte, mediante una nueva estructuración y distribución de
competencias del Poder Judicial Federal.6 En este sentido, en la exposición de motivos de la
reforma de referencia, se resaltó la inconveniencia de distribuir constitucionalmente la
competencia entre los órganos integrantes del Poder Judicial de la Federación, de lo que
entonces deberían encargarse las leyes secundarias; así, en el texto constitucional se reformó lo
señalado por el párrafo inicial de la fracción V del artículo en análisis, incluyendo en su rubro
general a los Tribunales Colegiados de Circuito y suprimiendo la mención que de ellos se
realizaba en la fracción VI del mismo precepto.
Con lo anterior, se buscaba generalizar, dentro del texto constitucional, la competencia para
conocer de amparos directos entre la Corte y los Tribunales Colegiados de Circuito, dejándose a
las leyes reglamentarias el desarrollar las reglas precisas para su distribución. Así, se
simplificó en mucho la redacción de los incisos y fracciones referentes al amparo directo, pues
ya no se estimó necesario precisar a nivel constitucional la distribución de competencia para
conocer de él.
Desapareció, a nivel constitucional, el sistema de distribución de competencias que para
conocer del juicio de amparo directo, había instaurado la reforma constitucionalde 1967.
El 7 de abril de 1986, se publicó en el Diario Oficial de la Federación, la octava reforma al
artículo 107 constitucional, en su fracción II, referente a la institución de suplencia de la
queja, que a partir de este momento tendría el carácter de oficiosa.
Una muy importante reforma al artículo 107 constitucional, dentro del tema que nos interesa, es
la publicada en el Diario Oficial de la Federación, el 10 de agosto de 1987, pues a partir de ésta
se señaló la posibilidad de impugnar vía juicio de amparo, no sólolas sentencias definitivas y los
laudos sino también las resoluciones que pusieran fin aljuicio.

Dentro de la fracción V del numeral en estudio se previó que, del amparo directo, incluyendo en
él la impugnación de resoluciones que sin ser sentencias definitivas o laudos pusieran fin al
juicio, conocerían los Tribunales Colegiados de Circuito, en los siguientes casos:

a) En materia penal, contra resoluciones definitivas dictadas por tribunales judiciales, sean
éstos federales, del orden común, o militares;
b) En materia administrativa, cuando se reclamara por particulares sentencias definitivas y
resoluciones que pusieran fin al juicio dictadas por tribunales administrativos o
judiciales, no reparables por algún recurso ordinario;
c) En materia civil, cuando se reclamaran sentencias definitivas dictadas en juicios del
orden federal o en juicios mercantiles, sea federal o local la autoridad que hubiera
dictado el fallo; o en juicios del orden común, y
d) En materia laboral, cuando se reclamaran laudos dictados por las juntas locales o la
federal de conciliación y arbitraje, o por el tribunal federal de conciliación y arbitraje de
los trabajadores al servicio del Estado.

Por su parte, la Suprema Corte de Justicia, podría conocer de los amparos directos que por
sus características lo ameritaran, en caso de ejercitar su facultad de atracción. La fracción XI del
artículo 107 constitucional, siguió señalando que de la suspensión del acto reclamado en amparo
directo conocería la autoridad responsable, especificando que la demanda de garantías debía
presentarse ante ella. Además, esta reforma derogó el segundo párrafo de la fracción IX del
artículo en análisis, referente a que no procedía recurrir la resolución emitida por el Tribunal
Colegiado, si ésta se fundaba en jurisprudencia sostenida por la Corte referente a la
constitucionalidad de leyes o a la interpretación directa de la Constitución.

6
Cfr. Chávez Padrón, Martha. “Evolución del Juicio de Amparo y del Poder Judicial Federal
Mexicano”, op. cit., p. 221.
De esta reforma destacan dos aspectos: la ampliación del supuesto de procedencia del amparo
directo, pues a partir de ella, a través de tal medio de defensa, se podían impugnar resoluciones
que sin ser sentencias o laudos ponen fin al juicio; y la adopción, a nivel constitucional, de la
determinación de la competencia para conocer de los amparos directos a favor de los Tribunales
Colegiados de Circuito, y el que la Corte podría atraer éstos sólo en determinados casos, sistema
que prevalece en la actualidad.
Con posterioridad, el 3 de septiembre y 25 de octubre de 1993, se publicaron en el Diario Oficial
de la Federación, modificaciones constitucionales al texto del artículo 107, a través de la primera
se derogó su fracción XVIII; y la segunda adicionó la fracción VIII, referente a la revisión en
Amparo Indirecto.
El 31 de diciembre de 1994 se publicó en el Diario Oficial de la Federación una reforma
constitucional de gran trascendencia para el Poder Judicial Federal; dentro de ella se modificó el
artículo 107 de nuestra Carta Magna, y respecto al tema que nos interesa, es decir al amparo
directo, se precisó que la Suprema Corte de Justicia, de oficio o a petición fundada del Tribunal
Colegiado de Circuito o del Procurador General de la República, podría conocer de tales asuntos
que por su interés o trascendencia así lo ameritaran. Dentro de la fracción XI del precepto en
cuestión, se reiteró que de la suspensión en amparo directo conocería la autoridad responsable, y
ante ella debería presentarse la demanda de amparo, acompañando copias de ella para las partes
del juicio, para el Ministerio Público y para el expediente.
Por último, antes de analizar lo referente a lo dispuesto por las leyes reglamentarias de los
artículos 103 y 107 constitucionales, es de comentar la reforma constitucional publicada en el
Diario Oficial de la Federación el 11 de junio de 1999, en la cual se reformó, entre otros, la
fracción XI, del citado artículo 107, referente a la procedencia excepcional de la revisión en
amparo directo, la cual, a partir de esa fecha se condiciona a los siguientes presupuestos:
Por regla general, las sentencias que en amparo directo emitan los Tribunales Colegiados de
Circuito, no admiten recurso alguno, a menos que decidan sobre la inconstitucionalidad de una
ley o establezcan la interpretación directa de un precepto de la Constitución cuya resolución (aquí
lo novedoso de la reforma), a juicio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y conforme a
acuerdos generales, entrañe la f9ación de un criterio de importancia y trascendencia; sólo en esta
hipótesis procede la revisión ante la Corte, limitándose la materia del recurso a la decisión de las
cuestiones constitucionales.

b) LEY DE AMPARO DE 18 DE OCTUBRE DE 1919

Esta ley reglamentaria de los artículos 103 y 107 constitucionales, no se refirió de manera
expresa al amparo directo e indirecto como tales, pero a partir de su artículo70 y hasta el 92 se
encargó de regular el procedimiento del amparo que se tramitaba ante los Jueces de Distrito
(ahora denominado amparo indirecto), y a partir del 93 y hasta el 123 normó lo relativo al
procedimiento de amparo tramitado ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hoy conocido
como amparo directo.7
De acuerdo con esta ley, la Suprema Corte de Justicia de la Nación era competente para conocer
en única instancia de los juicios de amparo que se promovían contra una sentencia definitiva
dictada en juicios civiles o penales, entendiendo por sentencia definitiva aquella que decidía el
juicio en lo principal y respecto de la cual no se reconocía medio de impugnación alguno diverso
a la casación.

Como lo señalaba el artículo 107 constitucional, la ley reglamentaria confirmó que el amparo
contra sentencias definitivas procedía siempre que la violación se cometiera en ellas, o
cometida dentro del procedimiento, se hubiera reclamado oportunamente, y que cuando se
hubiera cometido en primera instancia, se hubiera alegado en la segunda como agravio,
reconociendo con ello el principio de definitividad que rige en materia de amparo hasta nuestros
días.8
Además, procedía el amparo ante la Suprema Corte, contra las sentencias de los Jueces de
Distrito referentes a violaciones a los artículos 16, 19 y 20 constitucionales. En los juicios civiles,
el amparo era procedente ante la Corte cuando se violaban las leyes del procedimiento afectando
de manera sustancial sus partes, dejando sin defensa al quejoso, y cuando la sentencia era
contraria a la letra de la ley aplicable al caso, o a su interpretación jurídica; por lo que se refiere
a los juicios penales, el amparo ante el Máximo Tribunal de la Nación también procedía por
violaciones a las partes sustanciales del procedimiento que dejaran sin defensa al quejoso.
Las referencias anteriores sólo repetían lo ordenado por la Constitución, pero la ley reglamentaria
en cita también se encargó de señalar cuando se estimaban violadas las partes sustanciales del
procedimiento en los juicios civiles y penales, dejando sin defensa al gobernado. Tales extremos
se consideraban actualizados en materia civil cuando al quejoso:
a) No se le había citado al juicio o se le había citado en forma distinta a la prevista
por la ley;
b) Se le había representado falsamente en el juicio;
c) No se le habían recibido las pruebas ofrecidas legalmente;
d) No se le habían concedido los términos y prórrogas a que tenía derecho;
e) Sin su culpa, se recibían sin su conocimiento, pruebas ofrecidas por las otraspartes;
f) No se le habían mostrado documentos o piezas de autos, de modo que lehubieran
impedido alegar al respecto;
g) Cuando promovida una competencia, el juez o tribunal no había suspendido el
procedimiento, y
h) Cuando los jueces o magistrados impedidos y recusados siguieran conociendodel
negocio.

7
Cfr. GALlNDO MONROY, Jorge Antonio. “El Amparo Directo”, op. cit., p. 173.
8
Cfr. Chávez Padrón, Martha “Evolución del Juicio de Amparo y del Poder Judicial Federal Mexicano”, op. cit.,
p. 117.
En los juicios penales, se estimaban como violadas partes esenciales del procedimiento en el
juicio de la defensa del quejoso, cuando:
1. El juez no actuaba con secretarios o testigos.
2. Se practicaban diligencias sustanciales ajenas a las formalidades legales.
3. La sentencia se fundaba en la confesión del reo, y durante el juicio éste estuvo
alguna vez incomunicado, o si la declaración se había obtenido a través de
amenazas y coacciones.
4. No se había hecho saber al quejoso el motivo del procedimiento, el nombre del
acusador, y la causa de la acusación.
5. No se había permitido al quejoso nombrar defensor, o no se le facilitaron los
medios para hacer saber al defensor su nombramiento, o se le había impedido
comunicarse con él o que no estuviera presenteen una diligencia.
6. No se le habían facilitado al reo, los datos necesarios para su defensa y éstos
constaban dentro del expediente.
7. Al quejoso no se le había careado con algún testigo que hubiese rendido
testimonio en su contra.
8. No se citó al quejoso a las diligencias a las que tenía derecho a presenciar, o se
le había citado de manera diversa a la señalada por la ley.
9. No se recibían las pruebas legalmente ofrecidas.
10. El juicio se había celebrado sin asistencia del juez que debía fallar, del agente
del ministerio público a quién le correspondió formular requisitoria, del
secretario o del testigo de asistencia.
11. El quejoso debía haber sido juzgado por un jurado y hubiera sido juzgado por
otro tribunal.
12. Se hiciera la insaculación de jurados ilegalmente.
13. El jurado no se había formado por las personas señaladas en la ley, o se le
había negado al quejoso el ejercicio de los derechos que con motivo de esa
formación la ley le reconocía.
14. Se sometieron a la resolución de un jurado cuestiones de distinta índole a las
señaladas por la ley.
15. El juicio se había seguido por delito determinado, y el quejoso había sido
juzgado por otro diverso.

16. Se negaran al quejoso los recursos que la ley le concedía.

17. Al declararse por la ley, la nulidad de una diligencia, y a pesar de ello setenía
en cuenta.
La ley en cuestión señaló que, cuando en una demanda de amparo se hacían valer cualquiera de
las violaciones procedimentales citadas y violaciones de fondo, la Suprema Corte, debía en
principio, analizar las primeras y de estimar fundados los argumentos vertidos en su contra, debía
conceder el amparo sin analizar las señaladas violaciones de fondo.
Por lo que se refiere al procedimiento regulado para el amparo en contra de sentencias
definitivas, la norma en análisis señaló:9
La Corte debía examinar la demanda, y de observar algún motivo manifiesto de
improcedencia la desechaba. En el caso de que nuestro Máximo Tribunal detectara alguna
irregularidad en la demanda, se permitía al quejoso subsanarla en el término de tres días, y en
caso de no hacerla se le tenía por desistido de la promoción del amparo. En caso de admitirse la
demanda, se corría traslado al Procurador General de la República para el efecto de que
formulara su pedimento, en el término de 10 días, de no hacerla la Corte recogería el asunto.
Las partes tenían 10 días contados a partir de la fecha en la que se les notificaba la presentación
de la demanda de garantías, para hacer valer sus derechos en el procedimiento de amparo, al
concluir este término la Corte citaba a audiencia en la que se discutiría el proyecto de
sentencia, la cual podía confirmar, revocar o modificar la resolución recurrida, y nulificar su
procedimiento ordenando su reposición, desde donde se cometió la infracción. En la audiencia,
que era de carácter público, la Corte desahogaba los asuntos en el orden listados, los cuales se
discutían y votaban, correspondiendo al Presidente declarar el resultado de la votación.
Posteriormente la Corte notificaba la sentencia a la autoridad responsable, para que procediera a
su cumplimiento.
Este cuerpo normativo permaneció inalterado durante su vigencia, debiendo destacar que
estableció instituciones y figuras, algunas relativas al amparo directo, que en la actualidad
persisten.

c) LEY DE AMPARO DE 30 DE DICIEMBRE DE 1935


El 1º de enero de 1936 se publicó en el Diario Oficial de la Federación, la LeyOrgánica de los
Artículos 103 y 107 de la Constitución Federal que deroga a la de 1919, y que es la que en
la actualidad, con sus respectivas reformas,10 rige estamateria.
Respecto a la materia que nos interesa, esta ley señaló que el amparo era directo, en
única instancia, ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuando se impugnaran:

9
Idem, pp. 119-120.
10
Conviene señalar que dentro de este apartado sólo abordaremos lo relativo a las reformas que ha sufrido
la ley citada en la materia que nos interesa, es decir, en lo referente al amparo directo.
I. Sentencias definitivas dictadas en juicios civiles o penales, por violaciones a las
leyes del procedimiento cometidas durante el curso del juicio, cuando se habían
afectado las partes sustanciales del mismo, de tal manera que tal infracción, dejara
sin defensa al quejoso.
II. Sentencias definitivas dictadas en los juicios civiles o penales, por violaciones de
garantías, cometidas en las propias sentencias.
III. Laudos dictados por las juntas de conciliación y arbitraje, cuando incurrieran en las
violaciones señaladas en las fracciones anteriores.

De lo anterior es de destacar que, a partir de esta nueva ley de amparo se reconocen como
susceptibles de impugnar vía juicio de amparo directo, los laudos emitidos por tribunales
laborales.
La propia ley se encargó de especificar en que casos se estimaban como violadas las leyes del
procedimiento, y privado de defensa al quejoso, reiterando lo señalado por la anterior norma
reglamentaria del amparo de 1919.11 Además, desarrolló el procedimiento relativo a la
tramitación del amparo directo, sin variar de manera sustancial su anterior regulación.
Con motivo de la reforma constitucional publicada en febrero de 1951, que modificó, en lo
que nos interesa, el sistema de competencias para conocer del amparo directo (reforma a la que
ya hicimos referencia), el 14 de marzo del mismo año se publicaron en el Diario Oficial de la
Federación, reformas a la ley que se analiza en el presente apartado.
De conformidad con tales reformas, el juicio de amparo ante la Suprema Corte de Justicia de la
Nación procedía en contra de las sentencias definitivas y laudos por violaciones cometidas en
ellos mismos; mientras que del amparo por violaciones dentro del procedimiento, conocerían
los Tribunales Colegiados de Circuito. En el supuesto de que en algún asunto se alegaran
violaciones tanto de fondo como procedimentales, del juicio conocería en principio el Tribunal
Colegiado y de negar el amparo remitiría a la Corte para que ésta se pronunciara sobre las
citadas violaciones de fondo. Con esto se reglamentaba lo dispuesto por el reformado artículo
107 cons titucional, buscando el desahogo del rezago que aquejaba a nuestro Máximo Tribunal.
Además, se especificó dentro del artículo 83, fracción V, de la ley en cita, que las
resoluciones que en amparo directo dictaran los Tribunales Colegiados de Circuito, no admitían
recurso alguno, a menos que decidieran sobre la constitucionalidad de un precepto
constitucional o establecieran la interpretación directa de un artículo de la Ley Fundamental,
siempre y cuando no se hubieran fundado en jurisprudencia de la Corte. Por otra parte, el 31 de
diciembre de 1957 se reformó de nuevo la Ley de Amparo de 1935, con modificaciones que
de alguna manera inciden dentro de amparo directo,pues a partir de esta reforma, s e

11
Idem, p. 167.
permitió al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al Pleno de ésta o a sus
Salas, imponer sanciones severas a los Tribunales Colegiados de Circuito que desecharan
ilegalmente el recurso de revisión interpuesto en contra de una sentencia dictada en amparo
directo.
Además, se precisó que en tal supuesto de revisión, el Pleno o las Salas, sólo resolverían sobre
la constitucionalidad de la ley impugnada o sobre la interpretación directa de un precepto
constitucional.12
El 30 de mayo de 1968 se publicaron en el Diario Oficial de la Federación, nuevas reformas a
la que desde entonces se denominó legalmente, Ley de Amparo, reglamentaria de los artículos
103 y 107 constitucionales; conforme a ellas, y de acuerdo al texto constitucional vigente en esa
época, se modificó de nuevo la distribución de competencias para conocer del amparo directo
entre la Corte y los Tribunales Colegiados de Circuito, no atendiendo más al criterio referente a
la reclamación de violaciones de fondo o violaciones procedimentales. Cabe también resaltar
que a partir de estas reformas, las sentencias definitivas dictadas por tribunales administrativos,
debían impugnarse vía juicio de amparo directo.
Además, con la finalidad de evitar duplicidades, podemos resumir, que las reformas analizadas
recogen lo dispuesto por el también modificado artículo 107 constitucional, a través de las
reformas publicadas el 25 de octubre de 1967, en el órgano de difusión multicitado.

El 29 de diciembre de 1975, se publicó en el Diario Oficial de la Federación una nueva reforma


a la Ley de Amparo, que incidió en el tema que nos ocupa, pues a partir deella se permitió a los
Tribunales Colegiados de Circuito conocer en materia civil o mercantil, de sentencias respecto
de las cuales no procedía la apelación en juicios del orden común o federal de cuantía
determinada, o de cuantía indeterminada siempre que no se tratara de controversias sobre
acciones del estado civil o que afectaran el orden o la estabilidad de la familia. Además, incluyó
la institución del sobreseimiento por inactividad procesal, dentro del juicio de amparo directo.13
El 16 de enero de 1984, se publicó en el medio de difusión oficial de la Federación, otra
reforma a la Ley de Amparo, que de alguna manera repercute en el amparo directo. Así, de
conformidad con las modificaciones implementadas, el juicio de amparo en contra de
sentencias definitivas o laudos, se promovería por conducto de la autoridad responsable, quien se
encargaría de notificar tal situación a las partes, y remitiría el asunto y su informe justificado a
la Corte o al Tribunal Colegiado de Circuito atendiendo a las normas de competencia. Se
especificó que, en estos casos, si la demanda era presentada ante un juez de Distrito, éste debía
declararse incompetente de plano y remitir el asunto al tribunal competente, quién debía
resolver si confirmabao revocaba tal resolución.

12
Idem, p. 212.
13
Idem, pp. 235-241.
Igualmente, se señaló como causa de improcedencia del juicio de amparo, el que se reclamaran
resoluciones judiciales respecto de las cuales la ley reconociera un recurso ordinario, en razón
del cual pudieran ser modificadas, aún cuando la agraviada no lo hubiera hecho valer
oportunamente, salvo en el caso deterceros extraños ajuicio.14
Con fecha 20 de mayo de 1986, se publicó en el Diario Oficial de la Federación, una nueva
reforma a la Ley de Amparo, la cual en lo que respecta al juicio de amparo directo estableció que,
en los asuntos penales la falta de copias no sería motivo para tener por no interpuesta la demanda,
además, se prohibió el desechamiento de la demanda de garantías, en cualquier materia, por
alegar violaciones a las leyes del procedimiento.

Mediante decreto de 21 de diciembre de 1987, se modificó nuevamente la Ley de Amparo en


análisis, reforma inspirada en las modificaciones constitucionales del mismo año, que buscaron
otorgar a la Corte la función de supremo interprete de la Constitución, y la descentralización de la
administración de justicia, para la cual se adoptaron diversas medidas, como la referente a
reconocer dentro del ámbito competencial de los Tribunales Colegiados de Circuito, el control
total de la legalidad, por lo que ellos, a partir de la reforma constitucional y legal que nos

ocupa, conocieron, por regla general, del amparo directo .


Además, se precisó que, para que procediera la excepcional revisión en amparo directo, era
necesario que en éste se resolviera sobre la constitucionalidad de leyes federales o locales,
tratados internacionales, reglamentos expedidos por el Presidente de la República y reglamentos
expedidos por los gobernadores estatales, o, reiterando lo antes regulado, se estableciera la
interpretación directa de un precepto constitucional. Por otra parte, en el artículo 182 se reguló lo
referente a la facultad de atracción de la Suprema Corte de Justicia para conocer de amparos
directos que por su trascendencia así lo ameritaran.

Por último, resulta de especial mención el señalar que a partir de las reformas que nos ocupan, se
reconoció legalmente, la procedencia del juicio de amparo directo en contra de resoluciones que
pusieran fin al juicio, diversas a las sentencias definitivas y laudos, aspecto que resulta de gran
trascendencia pues amplió el espectro de alcance de este medio de defensa, de una manera
considerable.
Como podemos observar de lo anterior, son estas reformas de 1987, las que determinan, en gran
medida, la situación actual del juicio de amparo directo, a la cual nos referiremos en los capítulos
posteriores.

14
Idem, p. 271.

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