Módulo 3 - Lectura 2

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La relación de consumo. Segunda parte

Introducción

El punto de partida axiológico del derecho del consumidor es el reconocimiento de


la debilidad estructural del consumidor en el mercado de consumo.
El principio interpretativo in dubio pro consumidor consiste en que ante situaciones
en las que surjan conflictos de intereses, deberá optarse por aquella solución que
resulte más favorable o menos gravosa, según sea el caso, a los derechos e
intereses del sujeto menesteroso de protección.

Constituye un criterio orientador general de todas las normas aplicables a las


relaciones de consumo. Sobre esta premisa protectiva se establecieron las cargas
que la Ley de Defensa del Consumidor coloca en cabeza de los proveedores y,
como contrapartida, los beneficios conferidos a los consumidores.

Tiene su razón de ser en la situación de debilidad y vulnerabilidad estructural en la


cual se encuentran situados los consumidores en la "sociedad de consumo".
Encuentra su anclaje constitucional en el art. 42 de la Ley Fundamental que, entre
otras importantes cuestiones, establece como deber de las autoridades,
entendidas como los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en los tres niveles de
[1]
gobierno proveer a la protección de los derechos de usuarios y consumidores.
Es decir que se erige como faro para el diseño e implementación de políticas
públicas. Además de tratarse de un principio clásico del Derecho del Consumidor,
el Código Civil y Comercial lo ha recepcionado expresamente, en su art. 1094, al
establecer, no solo como criterio de interpretación, sino también de aplicación del
Derecho del Consumidor, por lo que de esta manera se ve fortalecido y
consolidado.

Por lo tanto, para comprender cómo funciona este sistema resulta trascendental la
comprensión de los conceptos de Consumidor, Usuario y Proveedor resultan
fundamentales para comprender el microsistema protectivo de la Ley núm. 24240,
así como también los principios que surgen del derecho del consumidor y las
fuentes. De la calificación como tal de una persona, se podrá calificar a una
relación como de consumo o no. El concepto de consumidor se construye sobre la
descripción que realiza el legislador de un modelo de sujeto vulnerable, es decir,
objetivizando tal situación y plasmándola en una definición. El objeto de la
presente lectura es lograr comprender estos conceptos, como así también lo de
otros sujetos que pueden intervenir en relaciones de consumo como las
asociaciones de consumidores.

Para ello, en primer lugar, se propone la lectura del siguiente caso práctico:

Una empresa adquiere a título oneroso un automotor para satisfacer las


necesidades de su empresa comercial, especialmente para el traslado de sus
miembros y empleados y encuentra vicios internos en el automotor.

La actora decide demandar a Diyón S. A. y Sevel Argentina S. A., por resolución


de contrato de compraventa y daños y perjuicios, con imposición de las costas a la
vencida. invocó haber adquirido el vehículo con el fin de servir de medio de
transporte a miembros y empleados de la empresa constructora, para supervisar
las obras y visitar a proveedores en varios puntos de esta Ciudad y del Gran
Buenos Aires, circunstancia que a juicio del Juez de Primera Instancia a quo, la
excluye del régimen de la ley de defensa del consumidor.

Contra dicho pronunciamiento se alzó la parte actora al interponer recurso de


apelación, y la Cámara hace lugar al recurso resolviendo que es procedente la
resolución del contrato de compraventa de un rodado no apto para el
cumplimiento de su destino -en el caso, se quemó la instalación eléctrica y la falla
puede repetirse-, cuya utilización puede causar daños a la persona o bienes del
comprador, por aplicación del art. 2176 del Cód. Civil -vicios redhibitorios- de
acuerdo a la remisión efectuada por el art. 18 de la Ley núm. 24240 de defensa
del consumidor. Todo ello tras considerar que la Ley núm. 24240 de defensa del
consumidor era aplicable respecto de la persona jurídica que adquirió a título
oneroso un automotor para satisfacer las necesidades de su empresa comercial -
en el caso, traslado de sus miembros y empleados-, pues revestía el carácter de
consumidor o destinatario final del bien.

[1]
Federal, provincial y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y municipal

1. Consumidor y/o usuario

El art. 1 de la Ley núm. 24240 define al consumidor como la persona física o


jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o servicios
como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social. Y
describe que queda equiparado al consumidor quien, sin ser parte de una relación
de consumo como consecuencia o en ocasión de ella, adquiere o utiliza bienes o
servicios, en forma gratuita o en beneficio propio o de su grupo familiar o social.

El bien jurídico tutelado es el consumidor, y actualmente la definición dada por la
Ley de Defensa del Consumidor comprende como figura principal al consumidor
en sentido estricto o consumidor directo. También contempla como sujetos
protegidos a los consumidores equiparados, abarcando esta noción ad os grupos
de sujetos, uno determinado y otro indeterminado: los primeros son aquellos que
adquieren o utilizan bienes con destino de consumo por formar parte del círculo
familiar o social del consumidor directo, convirtiéndose en consumidores conexos;
y los restantes son el grupo o colectividad indeterminada de consumidores
expuestos, cuyo nexo con el estatuto protectivo está dado por vinculaciones
potenciales y en abstracto, generalmente situaciones de riesgo, que cobrarán
significación al momento de materializarse (Rusconi, 2009).

Asimismo, el art. 1 del decreto 1798/94 prevé que serán considerados asimismo
consumidores o usuarios quienes, en función de una eventual contratación a título
oneroso, reciben a título gratuito cosas o servicios (por ejemplo: muestras gratis).
Para el caso de venta de viviendas prefabricadas, de los elementos para
construirlas o de inmuebles nuevos destinados a vivienda, se facilitarán al
comprador una documentación completa suscripta por el vendedor en la que se
defina en planta a escala la distribución de los distintos ambientes de la vivienda y
de todas las instalaciones, y sus detalles, y las características de los materiales
empleados. Finalmente, prevé que se entiende por nuevo el inmueble a
construirse, en construcción o que nunca haya sido ocupado.

Por otro lado, se debe destacar que el art. 1092 del Código Civil y Comercial
dispone que se considera consumidor a la persona humana o jurídica que
adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o servicios como
destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social y que queda
equiparado a consumidor quien, sin ser parte de una relación de consumo como
consecuencia o en ocasión de ella, adquiere o utiliza bienes o servicios, en forma
gratuita u onerosa, como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo
familiar.

Las definiciones normativas se valen de dos elementos: el elemento personal,


referido al tipo de personas que pueden ser consumidores, y el elemento material,
vinculado a la actividad del sujeto referida al bien.

La Ley núm. 26.361 que modifica a la Ley núm. 24.240 adopta un criterio amplio,
es decir, no solamente es consumidor la persona física individual, la cual fue el
origen del sistema protectorio, sino que las personas jurídicas son también
consumidores, ya sean de Derecho Público o Privado, con o sin fines de lucro.

Desde la perspectiva del elemento material observamos el “consumo final”, es


decir, es quien consume para sí, o para su grupo familiar. El consumidor debe
probar que hay consumo final para poder invocar que se le aplique la LDC.

Si bien muchas veces se suele utilizar el término "consumidor" de manera


genérica y omnicomprensiva, incluyendo no sólo a los consumidores strictu sensu
sino también a los usuarios de servicios, lo correcto, a rigor de verdad (y lo que
ordena la realidad económica) es poner en un pie de igualdad a las nociones de
"consumidor" y "usuario" y no tratar a estos últimos como una categoría residual
ya que, fundamentalmente, en los últimos años, somos testigos de un crecimiento
exponencial del concepto "servicios", que ocupan un rol cada vez más
preponderante, con una magnitud y volumen de negocios que no merece para
nada un tratamiento secundario. En tal sentido, es correcto el criterio de la LDC de
referenciar en la definición del sujeto protegido por el Estatuto Consumeril tanto a
consumidores como a usuarios (Chamatropulos, 2016).

La Constitución Argentina califica a las relaciones de consumo como un bien de


incidencia colectiva (art. 43), y se legitima a los afectados, al defensor del pueblo y
las asociaciones representativas a actuar en su defensa.

Consumidor directo

El sujeto “típico” en torno al cual se estructura todo el andamiaje de la protección


legal es la figura del consumidor directo. Es la persona física o jurídica que
adquiere o utiliza bienes a título oneroso o gratuito, en beneficio propio o de su
grupo familiar o social, vinculándose directamente con el sujeto proveedor. La
vulnerabilidad, es el presupuesto fundante del que proviene el régimen protectivo
específico, nacido de la reinterpretación moderna del favor debilis; y el destino
final implica que el acto de consumo se encuentre desprovisto de ánimo lucrativo,
buscando satisfacer necesidades personales o propias del consumidor, lo que
generará el agotamiento del circuito económico del bien de que se trate (Rusconi,
2009).

Consumidor contratante

La figura del consumidor nace vinculada al contrato, y por esta razón se lo define
diciendo que es quien contrata a título oneroso, como ocurre en la legislación
argentina y que es la noción preponderante en la Ley núm. 24240.

No obstante, se ha logrado un avance respecto de esta concepción al incluir a los


contratos gratuitos. Originariamente se pensó que no había posibilidad de aplicar
normas consumeristas a las liberalidades, pero las políticas de marketing
demuestran que los regalos no son tales, sino medios de atracción de los clientes.

Sin embargo, esta concepción es insuficiente. Tengamos presente que el


elemento activante del principio protectorio no es el acto de contratar (acto jurídico
bilateral), sino el acto de consumir (hecho jurídico). Por esta razón hay una serie
de sujetos que son consumidores sin haber contratado, que es el criterio amplio
receptado por la Ley núm. 26361.
Consumidor no contratante: terceros, víctimas, afectados por prácticas
comerciales

La doctrina trató el tema de los “terceros” en los vínculos de consumo porque


siempre partió del esquema del contrato y, como no eran parte, eran terceros.
Esta calificación dificultaba la comprensión jurídica de la legitimación, pero esos
obstáculos eran superados al redefinir la causa fuente del vínculo: contratos, actos
jurídicos unilaterales y hechos jurídicos. En virtud de este enfoque, no estamos en
presencia de terceros, ya que la legitimación deriva del hecho jurídico de
consumir.
Lorenzetti (2009) nos menciona los sujetos que entran en esta categoría. A saber:

El usuario: el usuario “usa”, no contrata. Puede ser un invitado, un familiar,


un tercero ajeno
La víctima de un daño causado por un producto o servicio.
El “afectado” o “expuesto” a prácticas comerciales: el consumidor está en
contacto con la publicidad abusiva, engañosa, fraudulenta; está sometido a
ofertas que condicionan la compra de un producto a otro, puede ser afectado
por situaciones monopólicas, puede ser tratado discriminatoriamente, puede
existir omisión de información.

Consumidor equiparado

El art. 1 de la Ley núm. 24240 reformada por la Ley núm. 26361, considera
consumidores a los sujetos que no han participado de manera directa de una
relación de consumo. De acuerdo con Rusconi (2009) para incorporar estas
“entidades” hasta ahora desconocidas al conjunto de sujetos protegidos, la ley
utiliza la expresión “se considera asimismo consumidor”. Es decir que, en rigor, no
se trata de consumidores stricto sensu porque son personas que o bien no
participan de la relación de consumo o simplemente están expuestos a ellas, son
consumidores por equiparación, equivalencia o analogía.
Consumidor equiparado conexo

La norma consagra un nuevo sujeto consumidor, distinto del consumidor
“estándar”, que está por fuera del vínculo de consumo por no relacionarse
directamente con el proveedor al que se lo liga de manera mediata. Asimismo, la
adquisición o utilización mediata o por conexidad también podrá ser gratuita u
onerosa ya que la norma no restringe el supuesto a ninguna de ellas. La única
manera de que el sujeto equiparado – consumidor conexo – puede adquirir o
utilizar ser parte de la relación de consumo, es si se vincula directamente con el
consumidor en sentido estricto, partícipe material en la “relación jurídica base”. A
este contexto se refiere la ley al decir que el bien se adquiere o utiliza “como
consecuencia” o “en función de” una relación de consumo; se adquiere o utiliza
como consecuencia o en función de la relación de consumo concretada por otro
consumidor. Este supuesto incorporado a la ley hace referencia a relaciones entre
consumidores que habilitarán a quien recibe – adquiere o utiliza – un producto o
un servicio de parte de otro consumidor a hacer valer sus derechos contra el
proveedor “legal” del bien (el que se vinculó directamente con el consumidor
originario), aunque, en la realidad, el proveedor “material” (el que transmitió el
bien) fue un consumidor (Rusconi, 2009).

Consumidor equiparado: Expuesto

Se trata de una persona o grupo de ellas que no son parte de la relación de


consumo “base” o “fuente”, pero que, además no adquieren o utilizan bienes como
destinatarias finales, sino que solamente se encuentran expuestas a ellos o las
consecuencias del acto o relación de consumo que introdujo esos bienes en el
mercado (Rusconi, 2009).

Manifiesta Rusconi (2009) que esta es la figura del bystander del derecho
anglosajón, que podría traducirse como “aquel que está al lado de”,
representándose con ese vocablo a todas aquellas personas que, en grado
potencial, podrían encontrarse afectadas de alguna forma por las consecuencias
de una relación que les resulta absolutamente extraña.
De acuerdo con Chamatropulos (2016), se debe formular una advertencia que
puede traer importantísimas consecuencias prácticas: no resulta difícil de sostener
que, en la medida en que la noción de prácticas comerciales abusivas se
interprete de manera amplia, el bystander tendrá legitimación en muchos más
casos de aquellos que vienen a la mente en un primer acercamiento al tema.
Sucede que gran parte de los incumplimientos de los proveedores suelen estar
antecedidos o se basan en prácticas abusivas previas. En tal sentido, por ejemplo,
el incumplimiento del deber de seguridad puede tener tal carácter y permitir a un
"expuesto" reclamar con base en las normas consumeriles aun cuando, en el caso
su legitimación no surja de los arts. 1092 del CCyCN, o 1º, LDC, sino del art.
1096, CCyCN.

El vínculo se genera con la materialización de los efectos de una relación de


consumo que refleja sus consecuencias hacia terceros. Para algunos autores la
Ley núm. 26994 eliminó la figura del Bystander del primer artículo de la Ley de
Defensa del Consumidor, para otros simplemente redefinió sus contornos.

2. El caso de la empresa consumidora

Lorenzetti (2009) esboza aquí una serie de herramientas que permitirían dilucidar
cuándo hay una relación amparada por el Derecho del Consumidor.

Fija los siguientes parámetros:

a. Criterio subjetivo ex ante. Haciendo uso de esta primera guía, corresponde


indagar si la persona que invoca la protección de la ley es usualmente consumidor
o, por el contrario, comerciante, siéndole aplicable la LDC sólo en el primer caso.

b. Criterio objetivo ex post. Bajo esta óptica, lo primordial será observar cuál es el
destino principal que se le da al bien. Es decir, si será mayormente para consumo
final, o bien si su uso fundamental se relacionará con su integración a un proceso
de producción o comercialización.

Del pensamiento del autor citado se desprende que, en la solución actualmente


vigente de la LDC, a diferencia del texto que regía antes de la sanción de la Ley
núm. 26361, la tutela normativa corresponde, pues serán, por regla general, actos
de consumo a menos que se demuestre lo contrario, probando que se trata, en
realidad, de actos comerciales y en la existencia de ánimo de lucro
(Chamatropulos, 2016).

c. Inexistencia de ánimo de lucro, si existe ánimo de lucro queda excluida la


relación de consumo. Por ejemplo, la persona física no comerciante que compra
un automóvil para revenderlo.

Si bien la solución es en principio correcta cuando se analiza el universo general


de los consumidores, debe advertirse que, en supuestos fácticos particulares,
podría generar resultados disvaliosos, ya que podría llevar a la conclusión de
excluir del Estatuto, por ejemplo, a todo inversor que pretenda ser consumidor, ya
que en él subyace "ánimo de ganar" (o de "perder lo menos posible")
(Chamatropulos, 2016).

El concesionario del consumidor

De acuerdo con Wajntraub (2017) el cesionario del consumidor debe ser


considerado como un sujeto protegido por la LDC, ya que, al recibir la
transferencia de la posición contractual del cedente, goza de todas sus
prerrogativas (Chamatropulos, 2016).

A primera vista, se está ante una situación parecida a la del heredero del
consumidor, por lo cual lo que señala este autor es lógico (Chamatropulos, 2016).

La cuestión, sin embargo, podría generar dudas en algunos supuestos en los


cuales compañías o estudios jurídicos se dediquen (como actividad empresarial
específica) a "comprar", masiva o individualmente, derechos litigiosos de
consumidores para obtener un lucro en caso de victoria judicial o de un acuerdo
transaccional favorable con el proveedor demandado. Si bien desde el punto de
vista estrictamente formal, pareciera forzoso permitirle a esos "ingeniosos"
empresarios invocar las normas consumeriles, lo cierto es que es una solución
que entraría en pugna con su verdadero espíritu (Chamatropulos, 2016).

El consumidor cedente

La cuestión puede ser controvertida en casos en donde, por ejemplo, el daño
sufrido por el consumidor fue anterior a la enajenación del producto a un nuevo
consumidor. Esto porque hasta que no se desprendió del bien todavía era un
sujeto tutelado por el Estatuto Consumeril. La situación sería más compleja aún
ante supuestos de daños continuados iniciados antes de deshacerse del bien,
pero que continuaron sufriéndose después de ese acto. También pareciera
imponerse la respuesta afirmativa en esta última hipótesis (Chamatropulos, 2016).

La persona por nacer como consumidor

Teniendo en cuenta esto, si la persona por nacer de acuerdo con el art. 19 del
Código Civil y Comercial es persona, resulta toda una obviedad que puede
revestir el carácter de consumidor.

Lo dicho puede tener un impacto gigantesco en determinadas relaciones de


consumo como, por ejemplo, las que tengan por objeto la prestación de servicios
de salud, tratamientos de fertilización, etcétera. Asimismo, según Chamatropulos
(2016), esa persona por nacer debe ser considerada miembro del grupo familiar
del contratante, lo cual impacta en el ensanchamiento del concepto legal de
consumidor.

El proveedor. Noción. Situaciones excluidas.

De acuerdo con la Ley de Defensa del Consumidor el proveedor, es la persona


física o jurídica de naturaleza pública o privada, que desarrolla de manera
profesional, aun ocasionalmente, actividades de producción, montaje, creación,
construcción, transformación, importación, concesión de marca, distribución y
comercialización de bienes y servicios, destinados a consumidores o usuarios.

No están comprendidos los servicios de profesionales liberales que requieran para


su ejercicio título universitario y matrícula otorgada por colegios profesionales
reconocidos oficialmente o autoridad facultada para ello, pero sí la publicidad que
se haga de su ofrecimiento.

Se puede hacer una relación directa de este art. 2 LDC con el art. 1093 C.C.C.N.,
destacando que lo trascendental de ambas disposiciones es que la
profesionalidad aparece como distintivo que no puede faltar.

Al igual que sucede con los consumidores, pueden ser proveedores tanto las
personas físicas y las jurídicas. La norma argentina no categoriza distintas clases
de proveedores con base en su posición de mercado, envergadura económica,
niveles determinados de facturación, etcétera. Sucede algo similar a lo que
acontece con la LCT, en la cual los grandes empleadores tienen, en general, las
mismas obligaciones que los pequeños y medianos (Chamatropulos, 2016).

En cuanto al desarrollo profesional de la actividad, cabe aclarar que se entiende


por profesionalidad cuando se "ejerce una actividad con relevante capacidad y
aplicación para lograr óptimos resultados".

Se ha dicho que resulta una contradicción hablar de profesionalidad y


ocasionalidad, ya que el primer término es sinónimo de habitualidad. Lo que
requiere en realidad la LDC no es "habitualidad" sino "conocimiento del negocio",
o sea, un saber que pone a ese proveedor en una situación de superioridad
respecto del consumidor o usuario. Se podría también mencionar el supuesto de
quien, todos los años, monta un local o stand para vender fuegos artificiales
durante unos días de diciembre con motivo de los festejos de Navidad y Año
Nuevo (Chamatropulos, 2016).

Finalmente, corresponde aclarar que las actividades comprendidas del proveedor


son de carácter meramente enunciativo, en función del dinamismo que la
economía lleva a que surjan continuamente nuevas actividades que sería
imposible preverlas en una norma estática.
Asociaciones de consumidores

Sólo son consumidores las personas físicas o jurídicas que pueden ser "aislados"
en la relación que los vincula con quien le suministra el producto o servicio. En
razón de ello, no entran en la categoría las asociaciones que agrupan a estos
consumidores. Estos sujetos, en principio, simplemente representan los intereses
de los verdaderos consumidores y pueden actuar en defensa de ellos. Sin
embargo, si la asociación, a título personal, entabló una relación de consumo con
un proveedor, podrá ser considerada como un consumidor ya que, al no llevar
adelante actividad empresarial alguna será siempre destinataria final de todos los
bienes o servicios que adquiera o utilice (Chamatropulos, 2016).

Las Asociaciones de consumidores son personas de existencia ideal de carácter


privado (art. 148 C.C.C.) aunque no es imperativo que asuman la forma de
asociaciones civiles, pudiendo constituirse bajo otra forma jurídica (vgr. como
cooperativas), siempre que cumplan con los requisitos de la ley (Tinti y Calderón,
2017).

Se les concede una legitimación activa para accionar en defensa de los intereses
de los consumidores o usuarios afectados o amenazados a aquellas constituidas
como personas jurídicas y con la autorización del art. 56 LDC.

De acuerdo con el mencionado artículo, las organizaciones que tengan como


finalidad la defensa, información y educación del consumidor, deberán requerir
autorización a la autoridad de aplicación para funcionar como tales. Se entenderá
que cumplen con dicho objetivo, cuando sus fines sean los siguientes:

a) Velar por el fiel cumplimiento de las leyes, decretos y resoluciones


de carácter nacional, provincial o municipal, que hayan sido dictadas
para proteger al consumidor;

b) Proponer a los organismos competentes el dictado de normas
jurídicas o medidas de carácter administrativo o legal, destinadas a
proteger o a educar a los consumidores;
c) Colaborar con los organismos oficiales o privados, técnicos o
consultivos para el perfeccionamiento de la legislación del consumidor
o materia inherente a ellos;

d) Recibir reclamaciones de consumidores y promover soluciones


amigables entre ellos y los responsables del reclamo;

e) Defender y representar los intereses de los consumidores, ante la


justicia, autoridad de aplicación y/u otros organismos oficiales o
privados;

f) Asesorar a los consumidores sobre el consumo de bienes y/o uso de


servicios, precios, condiciones de compra, calidad y otras materias de
interés;

g) Organizar, realizar y divulgar estudios de mercado, de control de


calidad, estadísticas de precios y suministrar toda otra información de
interés para los consumidores. En los estudios sobre controles de
calidad, previo a su divulgación, se requerirá la certificación de los
mismos por los organismos de contralor correspondientes, quienes se
expedirán en los plazos que establezca la reglamentación;

h) Promover la educación del consumidor;



i) Realizar cualquier otra actividad tendiente a la defensa o protección
de los intereses del consumidor.

Por otro lado, de acuerdo con el art. 57 de la Ley núm. 24240, los requisitos para
ser reconocidas como organizaciones de consumidores, las asociaciones civiles
deberán acreditar, además de los requisitos generales, las siguientes condiciones
especiales:

a) No podrán participar en actividades políticas partidarias;



b) Deberán ser independientes de toda forma de actividad profesional,
comercial y productiva;

c) No podrán recibir donaciones, aportes o contribuciones de empresas


comerciales, industriales o proveedoras de servicios, privadas o
estatales, nacionales o extranjeras;

d) Sus publicaciones no podrán contener avisos publicitarios.

Prescripción liberatoria en el derecho del consumidor



De acuerdo con el art. 50 de la Ley núm. 24240 las sanciones que surgen de la
ley prescriben en el término de TRES (3) años.

Asimismo, el artículo prevé que la prescripción se interrumpe por la comisión de


nuevas infracciones o por el inicio de las actuaciones administrativas.

Este plazo de 3 años de prescripción liberatoria está fijado en el art. 50 de la Ley


núm. 24240, según ley 26.994, se aplicará exclusivamente a las sanciones
administrativas impuestas por la violación de dicha normativa especial o de
cualquier normativa que integre el sistema tuitivo de consumo.

Referencias

Chamatropulos, D. A. (2016). Estatuto del consumidor comentado. Ciudad


Autónoma de Buenos Aires: La Ley.

​Lorenzetti, R. L. (2009). Derecho de los consumidores. Ciudad Autónoma de


Buenos Aires: Rubinzal-Culzoni.

Rusconi, D. (2009). Manual de Derecho del Consumidor. Buenos Aires: Abeledo


Perrot.
Tinti, G. P. y Calderón, M. R. (2017). Derecho del Consumidor: Ley núm. 24240
(4ta. edición). Córdoba: Aleroni Ediciones.

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