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ENSAYO THAYRA

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¿Democracias o dictaduras disfrazadas?

América Latina ha sido históricamente un terreno de conflictos políticos, sociales y


económicos que han dado origen a distintos modelos de gobierno. Aunque la región
ha vivido una transición hacia la democracia desde finales del siglo XX, varios
países latinoamericanos siguen atrapados en regímenes autoritarios o
semiautoritarios, que a menudo se presentan como democráticos. El fenómeno de
“democracias disfrazadas de dictaduras” es una problemática recurrente en la
historia reciente de la región, donde las estructuras democráticas son erosionadas
por prácticas de control y represión. Este ensayo examina la diferencia entre
democracias y dictaduras en América Latina, observando cómo las estructuras
políticas pueden ser manipuladas para centralizar el poder, limitar las libertades
fundamentales y perpetuar gobiernos autoritarios.

La democracia eficiente, desde esta perspectiva, implica sobre todas las cosas la
legalidad y la rendición de cuentas. En los regímenes autoritarios, la violencia niega
la ley porque la ignora o la rebaja, y al hacerlo, debilita la condición ciudadana, que
definimos como la igualdad frente a la ley, las instituciones y las opciones colectivas.
Al aplicar la violencia estatal, el régimen ilegitima sus propias bases.

Las democracias bastardas tienen menos recursos para hacer frente a las crisis
políticas y económicas porque los costos están distribuidos de manera desigual. Un
segmento de la población, incluso una minoría, recurrirá a medidas destructivas y
antisistema porque buscan reemplazar al Estado mafioso, que es ineficaz para el
desarrollo económico, político y social. Así, la teoría marxista-leninista, en sus
versiones populares, a menudo sirve como justificación o legitimidad para los grupos
guerrilleros. Sin embargo, en esencia, la violencia guerrillera tiene una matriz
estatal, ya que la ruptura del contrato social se origina en el ámbito del poder. Rosa
Icela Ojeda y Rogelio Ortega afirman que, cuando la legitimidad de un Estado,
régimen o gobierno entra en crisis, o cuando la élite dominante colisiona mediante
métodos violentos, surge desde la sociedad un reclamo de legalidad. De esta forma,
se generan las condiciones que propician el surgimiento de la "violencia política de
abajo", una "violencia rebelde" que busca legitimarse o reclama la legitimidad en las
causas fundamentales de la quiebra de la legitimidad anterior.
En esta misma línea, Michael W. Foley sostiene que existe un consenso creciente
en el estudio de los movimientos revolucionarios: el factor explicativo más
importante detrás del brote de tales movimientos reside en las autoridades
represivas del Estado. La represión produce resentimiento, conduce a una oposición
clandestina legítima y alimenta la percepción de que el Estado es ilegítimo.
Particularmente, donde el gobierno emplea la violencia contra sus oponentes, es
razonable esperar que algunos de estos opositores se sientan inclinados a tomar las
armas. Esto se confirma al observar que, durante los gobiernos de Rubén Figueroa
Figueroa, José Francisco Ruiz Massieu y Rubén Figueroa Alcocer, se presentaron
las expresiones más evidentes de las guerrillas.

En resumen, la estabilidad de los regímenes políticos depende de tres factores


clave: la legitimidad, la eficacia y la movilización.
El sistema político carece de legitimidad. No hay democracia procesal una visión
minimalista, ni rendición de cuentas, ni legitimidad, y uno de los efectos más
evidentes es la impunidad. En esta situación, dominan la política y la economía
rentista, y todos los sujetos económicos, políticos y sociales quedan cerrados en el
corto plazo. Se crean así las condiciones para una unión alquímica de la violencia
rebelde. Es sólo cuestión de tiempo antes de que explote violentamente y surja
como montañas del suelo subterráneo secreto.

Son las campanadas, las llamadas de atención que indican que la democracia
bastarda, para perpetuarse, se alimenta de la violencia, del miedo y del terror. No es
posible continuar así sin despertar nuestros instintos más salvajes. Se vive una
coyuntura mortal y decisiva, pues la vía de desarrollo crea costos. Es necesario
cambiar la distribución de estos costos. Ha llegado la hora: reforma o revolución,
"ser o no ser, esa es la cuestión".

El tema de "Democracias o dictaduras disfrazadas" nos invita a reflexionar sobre los


regímenes políticos que, aunque se autodenominan democráticos, en la práctica
presentan características autoritarias o dictatoriales. Este fenómeno ocurre cuando
un gobierno mantiene la fachada de una democracia mientras restringe derechos
fundamentales, manipula procesos electorales y concentra el poder en pocas
manos.
Características de las democracias disfrazadas de dictaduras

Ejemplos en la historia:

América Latina: En la región, varios países han experimentado regímenes que


combinan elecciones con prácticas autoritarias. Por ejemplo, gobiernos que han
buscado extender indefinidamente su mandato a través de reformas
constitucionales.
Europa del Este: Algunas naciones han mantenido sistemas aparentemente
democráticos, pero con una oposición debilitada y control estatal sobre los medios
de comunicación.

Cabe señalar que, durante la segunda mitad del siglo XIX, las sociedades
latinoamericanas estructuraron sus sistemas político, económico y cultural en un
escenario internacional sumamente adverso. Las élites políticas, económicas y
sociales, a menudo, se vieron influidas por la intervención de los países del centro;
esto se potenció debido a que, en ese período, se vivió un tiempo de anarquía y de
añoranza por el régimen colonialista que había perdurado por más de 300 años. En
este contexto, no era extraño que las facciones se dividieran en dos grupos:
liberales y conservadores.

Ante este panorama, y como resultado de una cultura política autoritaria y violenta,
cuyas raíces se encuentran en la misma génesis de nuestros pueblos y en el
sistema de explotación colonial, no fue posible diseñar estados democráticos, salvo
en periodos de tiempo muy cortos. Esto es particularmente cierto en el caso de
México, donde la democracia solo pudo establecerse en breves lapsos.

En México, entre 1867 y 1914, se configuró y estableció un Estado Liberal-


Oligárquico, funcional, en aquel entonces, a la expansión de los grandes capitales.
Es importante reconocer que dicha configuración estatal carecía de democracia
política: todo se estructuraba en torno a la figura presidencial. No es sorprendente,
entonces, que la Revolución de 1910 se desarrollara bajo el lema: “Sufragio
efectivo. No reelección”.
El escenario de precariedad democrática no debería extrañarnos, ya que el sistema
político reprodujo una cultura de ilegalidad, contaminando así todo el edificio social.
Esta fragmentación es, quizá, una de las raíces más profundas del mundo en el que
nos toca vivir. Las guerras no cesan; las dictaduras, a menudo disfrazadas de
democracias que nadie se cree, proliferan, especialmente en el llamado Tercer
Mundo, que, a veces, está más cerca de lo que pensamos.

Por otro lado, los medios de comunicación han convertido cualquier suceso humano
en espectáculo, por más trágico y espeluznante que sea. Es más, parafraseando la
teoría de la hecatombe: “Cuanto peor, mejor”; más audiencia, más publicidad, y, por
ende, más dinero. Sin embargo, no estoy aquí para discutir sobre lo complejo de
nuestra actualidad.

En cuanto al proceso democrático, surge una pregunta clave: ¿Debe este


determinar cuánto debo apartar de mis ingresos para alimentos, vivienda o
educación? Usted, seguramente, piensa que eso es un asunto privado y que cada
individuo debe decidirlo. Entonces, me pregunto: ¿No es también mi problema
cuánto ahorro para mi retiro? En mi país, y en muchos otros, lo que debo ahorrar
para mi jubilación es —según Jefferson— delictuosamente determinado por el
Congreso a través de las leyes del Seguro Social.

La democracia, en sus inicios, era vista con cierto recelo por los fundadores de
Estados Unidos. Alexander Hamilton sostenía que: “Estamos formando un gobierno
de tipo republicano. La verdadera libertad no se logra con extremos democráticos,
sino con gobiernos moderados. Si nos inclinamos demasiado hacia la democracia,
caeremos pronto en una monarquía o en algún otro tipo de dictadura”.

John Adams, por su parte, afirmaba: “Recuerden, la democracia jamás dura mucho.
Pronto se pierde, se gasta y se suicida. Nunca existió una democracia que no se
suicidara”.Pero, quizá, el comentario más irónico y certero sobre la democracia lo
hizo el periodista H. L. Mencken: “La democracia es una forma de adoración. Es la
adoración del lobo por parte de los bueyes”.Los próceres de la independencia de
Estados Unidos concebían la democracia limitada a la esfera política, una esfera
estrictamente regida por los poderes enumerados y bien definidos que la
Constitución otorga al gobierno federal. Inmiscuir el proceso democrático en
decisiones que deberían ser estrictamente privadas no es más que una dictadura
disfrazada.

Justo Chaves (2017) sostiene que la posverdad, tanto como concepto como
herramienta en la lucha por imponer ideas y dar forma al sentido común, no es más
que un eufemismo para la mentira. Existe una diferencia fundamental entre la
verdad relativa (derivada de interpretaciones legítimas de los hechos) y las
distorsiones o invenciones de hechos que nunca ocurrieron, pero que se difunden
masivamente para ser vistos como una verdad incuestionable. El objetivo es que
estas malas interpretaciones eventualmente se fusionen con el sentido común
colectivo. Por ejemplo, un día llega la noticia del estallido de la Tercera Guerra
Mundial, al día siguiente resulta que la información es errónea o está basada en
datos que no han sido confirmados científicamente. El Munich Security Report
(2017) describe algunos de los rasgos más relevantes de nuestra época. Entre ellos
destacan:

El auge del momento antiliberal, que amenaza con fortalecer regímenes totalitarios.
El ascenso de movimientos populistas, que se presentan como una amenaza para
la democracia.
El debilitamiento del orden internacional, afectando la estabilidad global.
La incapacidad para gestionar crisis de seguridad, con Siria como el ejemplo más
representativo.

En política, uno de los casos más discutidos es el de Donald Trump. Su toma de


posesión como presidente de los Estados Unidos y sus acciones desde que asumió
el cargo han sido objeto de acalorados debates. Žižek (2016) analizó las estrategias
detrás de este fenómeno, en el que no solo se rompieron las normas electorales,
sino también los consensos políticos basados en reglas no escritas. Incidentes
como el escándalo de espionaje ruso que perjudicó a Hillary Clinton y las
publicaciones virales de Trump en Facebook sobre ella ilustran claramente esta
ruptura en la política y los medios.
En conclusión, América Latina sigue siendo una región caracterizada por la
ambigüedad, donde la democracia formal y los regímenes autoritarios a menudo
coexisten de manera conflictiva. Mientras que algunos países avanzan hacia el
fortalecimiento de sus sistemas democráticos, otros recurren a prácticas autoritarias
disfrazadas de elecciones libres y participación popular. La manipulación de las
instituciones democráticas, la represión de la oposición y el control de los medios
son tácticas frecuentes en gobiernos latinoamericanos que, a pesar de presentarse
como democráticos, carecen de los principios esenciales que constituyen una
democracia real. En este contexto, la región enfrenta el reto de establecer
democracias genuinas, en las que los derechos humanos, la participación
ciudadana y el respeto a las libertades fundamentales no sean solo promesas
constitucionales, sino una realidad vivida por todos sus ciudadanos.

Bibliografía

Revista a de Divulgación. (s/f). Freeservers.com. Recuperado el 28 de febrero de


2014, de http://revistaa.freeservers.com/146-2009/autoritarismo.html

Noº. (s/f). Elcato.org. Recuperado el 26 de julio de 2020, de


https://www.elcato.org/una-dictadura-disfrazada-de-democracia

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