Epica_CantaresGesta
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1.- La poesía épica. Teorías
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la Inglaterra anglosajona, Sigfrido y los Nibelungos en el ámbito germánico, y Rodrigo
Díaz de Vivar, El Cid Campeador, en el caso de España».
-Individualismo: Fue propuesto por Joseph Bédier a principios del siglo XX, y es
en gran medida una reacción frente al idealismo de las teorías románticas. Para los
partidarios de esta hipótesis, la poesía épica es obra de un autor individual, culto,
vinculado a algún monasterio o centro cultural (relevancia especial de las rutas de
peregrinación, como el Camino de Santiago). La épica española habría surgido, por
tanto, con el CMC, tal como la francesa lo hizo con la Chanson de Roland. El autor de las
composiciones épicas, lejos en el tiempo y en el espacio, habría buscado sus referencias
en obras historiográficas o leyendas surgidas en torno a los monasterios, lo que
explicaría su ahistoricismo o fantasía, pero lo hizo con una clara conciencia creadora, por
lo que el anonimato sería accidental.
Así sintetizaba Ramón Menéndez Pidal (1992: 51-52) las hipótesis de ambas escuelas:
La teoría que llamamos individualística cree que los poemas épicos medievales son
obra exclusiva de un individuo y de un momento determinado. Para la historia del
arte sólo interesa la personalidad de ese autor, el minuto sagrado y solemne en que
surge la creación poética en la mente de un hombre que se eleva sobre el nivel de
los demás. Ese poeta tiene precursores, tiene modelos; son influjos de individuo a
individuo, antecedentes accesorios que no encierran ningún interés esencial, porque
la obra de arte es un todo en sí misma, y no tiene más historia que la de su creación
y su genial creador [...]. Otra teoría, que llamamos tradicionalística, piensa, en primer
lugar, que el individuo más inventivo y genial no poetiza libérrimamente, sino que su
genialidad actúa limitada y constreñida por la tradición cultural en que él se ha
formado y a la cual él sirve. Pero, en segundo lugar, piensa que cuando un género
literario se populariza en extremo (y este es el caso de la epopeya), sus
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producciones están inmensamente más sujetas a la especial tradición de cultura en
que aquel género se desarrolla; unos individuos colaboran habitualmente en la obra
de otros, de manera que cada obra viene a tener una vida en cierto modo colectiva;
la personalidad del autor, por relevante que sea, significa poco, tanto que pierde su
propio nombre; el anónimo de las obras es rasgo fundamental, no es un mero acaso.
Aunque la poesía épica española esté influenciada por la francesa, mucho más
extensa, mantiene algunas características propias:
-Escasos testimonios. Sólo han llegado hasta nuestros días el CMC (ca. 1200): el
Roncesvalles, que aborda materia francesa (ca. 1270), del que sólo que conservan 100
versos; las Mocedades de Rodrigo (ca. 1360), que narra las fabulosas vivencias del joven
héroe de Vivar, y del que sólo se ha conservado un manuscrito con 1170 versos; y el
Epitafio épico del Cid (ca. 1400). Se suele incluir también el Poema de Fernán González,
que es una reelaboración culta (¿de un primitivo?) en cuaderna vía, del que se conservan
un manuscrito con aproximadamente 3000 versos y algunos fragmentos.
- Poema de Fernán González. Escrito en cuaderna vía a mediados del siglo XIII,
es una reelaboración culta de un cantar previo del que derivan los romances y las
versiones cronísticas sobre el tema. Se halla en la Crónica Najerense y en la Crónica de
1344, y relata los hechos de Fernán González, el primer conde de Castilla, dedicando
una gran atención al Monasterio de San Pedro de Arlanza, donde seguramente fue
compuesto.
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- Los siete infantes de Lara. Fue compuesto a principios del siglo XI a tenor de los
hechos que narra. Se trata de un poema de traición y venganza que se halla en la Estoria
de España (se describen por extenso los hechos que dieron lugar a la venganza de doña
Lambra, mientras que los hechos Mudarra ocupan un espacio breve) y la Crónica de
1344 (se expone detalladamente la venganza de Mudarra, que es presentado como la
reencarnación del padre). Las crónicas se basan en dos versiones diferentes del mismo
Cantar perdido, pues tras la muerte de los Infantes divergen ampliamente.- Romanz del
Infant García. Contiene el asesinato del Infant García a manos de los hermanos Vela
cuando visitó León para desposar a doña Sancha, hermana del rey. Se halla en la
Crónica Najerense, así como en el Chronicon Mundi, de Lucas de Tuy y en De Rebus
Hispania, de Ximénez de Rada, así como en la Estoria de España alfonsí, donde la
muerte del infante se narra detalladamente.
- A estas obras habría que sumar, según algunos críticos, una supuesta primera
versión del Cantar de Sancho II.
- Roncesvalles. Se conservan tan solo cien versos. Fue copiado hacia 1310 y
redactado aproximadamente a finales del siglo XIII. Se trata de dos folios sueltos
aparecidos entre las hojas de un censo de Navarra, donde presumiblemente nació su
autor, y forma parte de la epopeya roldaniana. El texto conservado narra el planto de
Carlomagno por la muerte de algunos de sus vasallos en Roncesvalles. Carlomagno se
desmaya, Aimón lamenta la muerte de su hijo Reinaldos y luego los otros pares
consuelan y reaniman al emperador.
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- Bernardo del Carpio. También del siglo XIII. Narra los acontecimientos del héroe
(según las tradiciones, héroe hispánico o medio francés) que derrotó a los franceses en
Roncesvalles, aunque luego se convirtió en su aliado en la toma de Zaragoza.
- CMC
- Mocedades de Rodrigo
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las vicisitudes de la tradición oral, por lo que cuando años más tarde un cronista vuelve a
dar cabida en su obra a un poema, se encuentra con una versión evolucionada o con un
cantar que contradice los testimonios anteriores.
Desde el hecho histórico que sirve de base al cantar de gesta y la composición
del mismo suelen transcurrir bastantes años, y suele haber importantes modificaciones
que transforman el acontecimiento histórico. En este sentido, se pueden considerar tres
momentos distintos en la conformación del cantar épico, entre los cuales suele mediar un
mínimo de un siglo: el acontecimiento histórico, la formación de la leyenda épica y su
elaboración como cantar de gesta. Cada cantar, por tanto, sería el resultado de una
voluntad artística sumada a una tradición oral que arranca, más o menos fantaseada, de
una realidad histórica.
La poesía épica fue un fenómeno literario que se desarrolló durante una época
determinada. Entrado el siglo XIV, apareció en la Península un nuevo tipo de poesía
narrativa de tono heroico que fue desplazando a los cantares de gesta: las crónicas
particulares rimadas. Se trata de poemas cultos en los que las tiradas han cedido su
lugar a formas estróficas como la cuarteta de octosílabos o la copla de arte mayor. La
crónicas particulares rimadas se caracterizan por una proximidad absoluta a los hechos
históricos narrados, lo que les otorga un algo grado de historicidad, sin que por ello se
renuncie al uno de recursos propios de la épica, como el sistema formulario. Algunas de
las más relevantes son el Poema de Alfonso XI, compuesto por Rodrigo Yáñez en 1348,
poco antes de la muerte del monarca; o la Consolatoria de Castilla, de Juan Barba,
extenso poema laudatorio a los Reyes Católicos que fue compuesto hacia 1487. Sin
embargo, aunque esta nueva poesía narrativa desplazó a la épica, los héroes no fueron
olvidados como demuestra una extensa Crónica de Fernán González, compuesta por
Gonzalo de Arredondo, en la que se inserta un largo poema en quintillas sobre el héroe
4.- El CMC
Rodrigo Díaz nació a mediados del siglo XI (seguramente, entre 1048 y 1050),
hijo de Diego Laínez, quien destaco durante la guerra con Navarra librada en 1054,
reinando Fernando I de Castilla y León. Fue educado en la corte de este rey, donde trabó
amistad con el futuro Sancho II, al que acompañó en la batalla de Graus y del que años
más tarde será alférez, tras haber destacado en distintas campañas. Muerto Sancho II,
Alfonso VI se convierte en rey de Castilla, León y Galicia, y no parece que tratara de
modo despectivo a Rodrigo, pues lo casó con su propia pariente, doña Jimena. Sin
embargo, fue desterrado en el 1081 por haber puesto en peligro la vida de Alfonso VI, al
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contestar a una algarada de musulmanes en Toledo. El Cid ofreció sus servicios al rey
moro de Zaragoza, y en 1086 regresó al servicio de Alfonso VI. El segundo destierro vino
motivado durante el cerco de los almorávides sobre la fortaleza de Aledo: el Cid debía
unir sus huestes a las del rey Alfonso VI, que marchaba en defensa del castillo pero, por
motivos que ignoramos, y a pesar de que los emisarios iban dando cuenta de la
expedición, no se presentó. A partir de ese momento, Rodrigo Díaz quedaría en Levante,
donde se convirtió en señor de Valencia en el 1094. Sus victoriosas campañas (Olocau,
Almenara, Murviedro) se prolongaron hasta el 1099, año de su muerte. Jimena logró
mantener el dominio de Valencia unos años más, pero la situación era insostenible y la
abandonó en 1102. Sus gestas le valieron el apelativo de Campeador (Campidoctor,
campeón de lides) y de Mio Cid (del árabe sayyid, señor) Rodrigo fue un hombre
excepcional, tanto que «nos encontramos ante la primera personalidad histórica
castellana cuya vida y hazañas fue objeto de una historia particular pocos años después
de su muerte. No podemos decir lo mismo, ni tan siquiera de los monarcas coetáneos o
anteriores al caballero de Vivar, ninguno de los cuales mereció una crónica consagrada
únicamente a historiar su vida, como es el caso de la Historia Roderici» (Martínez Díez).
El propio Rodrigo Díaz seguramente tuvo noticia de que sus gestas y hazañas
habían pasado a la literatura, consignadas en el Carmen Campidoctoris, poema anónimo
compuesto entre 1082 y 1093, en latín, y del que nos han llegado 128 versos en 32
estrofas. Las estrofas perdidas (diez u once) fueron raspadas del único códice que
conservamos, copiado en el siglo XIII (se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional
de París, signatura lat. 5132). El poema narra tres de las primeras lides mantenidas (y
vencidas) por el Cid (frente a un guerrero navarro, lo que le valió el sobrenombre de
Campeador; frente a García Ordóñez en Cabra; y la conquista de Almenara).
Sin embargo, es la Historia Roderici el documento más fiable sobre la vida del
Campeador, pues fue compuesta en fecha muy próxima a la muerte de su protagonista, y
para su composición se contó con documentos que sólo podían proceder el archivo
familiar de Rodrigo. También historiadores musulmanes se refirieron a Rodrigo Díaz en
sus obras: Ibn alqama en La elocuencia evidenciadora de la gran calamidad y también
Inb Bassam en el Tesoro de las excelencias de las gentes de la Península.
Del CMC nos ha llegado un único testimonio, que se conserva en la BNE (Vitr. 7-
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manuscrito humilde en pergamino (quizá realizado para el uso de un juglar) que fue
copiado en el siglo XIV, en letra gótica redonda libraria y organizado en once
cuadernillos. El copista que lo redactó lo hizo siguiendo el manuscrito fechado en 1207
(1245 en la datación de la era hispánica). El texto muestra lagunas, pues carece de la
hoja inicial y de otras dos interiores (entre los actuales folios 47-48 y 69-79), por lo que se
estima que se han podido perder alrededor de 150 versos. Actualmente se muestra muy
dañado y con pasajes ilegibles, a consecuencia de los reactivos químicos que le fueron
aplicados para su estudio y datación. Al faltar la primera página, no podemos saber el
nombre del autor o el título (en el caso de que figuraran). Si que tiene un éxplicit:
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Quien escrivió este libro dél´ Dios paraíso, ¡amén!
Per Abbat le escrivió en el mes de mayo,
en era de mill e.C.C XL.V años.
Mientras que otra mano posterior añadió, en siglo XIV, una típica fórmula juglaresca:
E el romanz es leído
datnos del vino;
Si non tenedes dineros,
echad allá unos peños,
que bien no lo darán sobr´ellos.
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-Para otros críticos, Per Abbat, el abad Pedro o Pedro Abad, sería el verdadero
autor del cantar, escrito efectivamente en 1207, y surgido del monasterio de Cardeña
como herramienta propagandística tanto para gloria del monasterio como para servir de
acicate bélico tras la desastrosa batalla de Alarcos en 1195 e incluso elemento
propagandístico para avalar a el Restaurador como rey de Navarra. Estas hipótesis
vienen avaladas, por ejemplo, por las alusiones hechas en el CMC a leyes y fueros
(origen culto del autor) no datables antes de 1175. Colin Smith, por ejemplo, consideraba
que Per Abbat era un abogado burgalés que habría estudiado en Francia, donde habría
conocido las chansons de geste.
-Frente a estas dos opciones principales, existen otras, algunas conciliadoras de
ambas posturas, otras radicalmente opuestas. Jules Horrent, por ejemplo, propone que la
primera versión del CMC fue compuesta hacia 1120, refundida hacia 1140-1150, y
modernizada posteriormente a partir de 1160, de donde procederían anacronismos y
pormenores jurídicos y legislativos. Una versión radical es la que expone Dolores Oliver
Pérez, quien afirma que el autor del CMC fue Abu l-Walid al Waqqashi, poeta y jurista
árabe, que la escribió cuando el Cid todavía estaba vivo, en el año 1095, como
herramienta de propaganda. El trato que el Cid dispensa a los musulmanes la lleva a
considerar que el CMC no podría haberse compuesto en 1207, en plena lucha contra los
almohades llegados a la Península.
- Primera parte: Acusado de robar las parias que el rey de Sevilla paga a Alfonso
VI, Rodrigo Díaz de Vivar dispone de nueve días para abandonar Burgos. Al haber
incurrido en la ira regia, sus posesiones le han sido confiscadas. Asistimos al dolor de
Rodrigo Díaz y vemos cómo los burgaleses, aunque lo apoyan, han recibido orden del
rey de no ayudarlo (episodio de la niña). Antes de abandonar el reino, el Cid precisa de
dinero para abastecer a sus tropas, y Martín Antolínez idea el engaño de las arcas a
Raquel e Vidas (se demuestra la inocencia del Cid, que no robó las parias). Buen cabeza
de familia (como se verá en la segunda parte), asegura la protección de su esposa y de
sus hijas en el monasterio de San Pedro de Cardeña y luego abandona Castilla. Nada
más abandonar el reino, el Cid acomete distintas campañas que le granjean honores y
fama: celada a Castejón, ocupación de Alcalá, toma de Alcócer, batalla contra Fériz y
Gávez, enfrentamiento con Ramón Berenguer, conde de Barcelona, conquista de
Valencia y posterior defensa de la Ciudad frente a las tropas del rey de Sevilla y,
posteriormente, con el rey de Marruecos. En todo este recorrido, y a pesar de convertirse
en señor de Valencia, el Cid nunca ha dejado de demostrar su fidelidad hacia el rey
Alfonso VI, al que envía distintos presentes a la espera del perdón. Tanto es así, que su
poderío militar y económico llama la atención de los Infantes de Carrión, que planean
desposar a las hijas del Campeador. Esta primera parte concluye con el perdón real y las
bodas de las hijas con los infantes. El Cid ha pasado de ser un desterrado a convertirse
en un «igual» de Alfonso VI (podría haberse hecho coronar rey), por lo que su honor
público no sólo se ha restablecido (vuelve a contar con la gracia del monarca), sino que
aumenta (es señor de un reino y sus hijas van a emparentar con nobles de abolengo de
la mano del mismo rey).
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- Segunda parte: En la segunda parte, iniciada con las bodas de las hijas del Cid,
asistimos al proceso de degradación de los infantes de Carrión (episodio del león),
incapaces de demostrar en la batalla contra el rey Búcar de Marruecos el valor y la
hombría que correspondería a su estamento. Su cobardía será merecedora de las burlas
de los soldados del Cid, aunque el Campeador intente protegerlos, pues son sus yernos.
Considerándose agraviados, los Infantes tramarán su plan de venganza contra Elvira y
Sol: con la excusa de llevarlas a Carrión para que vean sus heredades, pagarán con ellas
las afrentas de las que se sienten víctimas. El Cid les entregará las espadas Tizona y
Colada antes de partir, y durante el camino demostrarán de nuevo su felonía (moro
Avengalvón). Llegados al robledal de Corpes, maltratarán a las hijas del Cid (afrenta de
Corpes) y, al creerlas muertas, las abandonarán para que sean pasto de animales
salvajes. Félez Muñoz, que por orden del Cid acompañaba a la comitiva, dará cuenta al
Cid. Éste, en lugar de dejarse llevar por la ira, reclama la intervención del rey, que fue
quien demandó a las hijas del Cid, y que convocará cortes en Toledo (originalidad del
CMC, venganza pública frente a la privada). Allí las dos partes enfrentadas expondrán
sus motivos, que se dirimirán en un riepto entre los infantes y su tío y los hombres del
Campeador. Los hombres del Cid saldrán vencedores, por lo que se demostrará que la
razón asiste al Cid y a sus hijas. Sin embargo, la honra privada del Cid no sólo se verá
reparada, sino incrementada: las hijas del Cid son pedidas para los infantes de Navarra y
Aragón, por lo que el Cid se convertirá en padre de reinas.
- Episodio del león: Ilustra tanto la cobardía que demostrarán una y otra vez los
Infantes de León como la fidelidad de los hombres del Cid frente a su señor y el valor de
Rodrigo Díaz, capaz de amansar a las fieras. Este singular episodio tendrá su propia
historia dentro de la literatura posterior, pues fue retomado ampliamente. Quevedo, por
ejemplo, escribió sobre la Pavura de los infantes de Carrión: «Gúardale el sueño
Bermudo / y sus dos yernos le guardan, / apartándolo las moscas / del pescuezo y de la
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cara,/ cuando una voces, salidas / por fuerza de la garganta, / no dichas de voluntad /
sino de miedo pujadas, / se oyeron en el palacio, / se escucharon en la cuadra, /
diciendo, «¡guardá: el león!», / y en esto entró por la sala./ Apenas Diego y Fernando / le
vieron tender la zarpa, / cuando lo hicieron sabidoras / de su temor a sus bragas...».
- Moro Avengalvón: Los infantes demuestran una vez más su villanía, al intentar
asesinar a traición al hombre que les ha recibido con honores. Contrasta fuertemente
esta actitud con la del Cid, que ofrece piedad a los vencidos, a pesar de la diferencia de
credos. Incluso Avengalvón, alcaide de Molina, demostrará ser mejor que ellos,
perdonándoles la vida y silenciando el conato de traición.
El CMC está compuesto en versos anisosilábicos largos, divididos por una cesura
en dos hemistiquios que pueden oscilar entre las tres y las once sílabas, aunque los más
abundantes son los de seis a ocho sílabas. La rima reside en la pausa y el acento (última
vocal tónica). Los versos con la misma rima se agrupan en tiradas, de longitud variable,
pero en general con una misma unidad temática (la más corta es de tres versos, mientras
que la más larga tiene 190). Aunque el manuscrito del CMC no presenta divisiones,
tradicionalmente se ha dividido en tres partes o cantares (cantar del destierro, cantar de
las bodas, cantar de la afrenta de Corpes), deducibles a partir de determinados versos,
que quizá obedecen a los períodos de recitación del cantar. La primera parte (hasta el
verso 1084) trata el destierro del Cid hasta la conquista de Tévar; la segunda (vv. 1085-
2277) da cuenta de la campaña en Levante del Cid y de las bodas de sus hijas con los
Infantes del Carrión; por su parte, el tercer cantar (vv. 2276-3730) abarca desde el
episodio del león hasta la culminación exitosa del riepto. A pesar de esta división
tripartita, temáticamente el CMC se puede dividir en dos secciones que obedecen al
esquema tradicional de caída-enaltecimiento del héroe: en la primera (del destierro del
Cid hasta el perdón real) el Cid recupera su honra pública; en la segunda (del ultraje a las
hijas del Cid hasta su venganza y las segundas nupcias, más favorecedoras), el Cid
recupera y ve enaltecida su honra pública.
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suministran un material de cierta calidad para adornar el tema, a la vez que permiten una
coherencia elemental: son los motivos y las fórmulas:
- Epíteto épico: fórmula aplicada a los personajes. Así, el Cid es mio Cid el Campeador,
el que en buen ora cinxo espada, el Campeador contado; Minaya es denominado por el
Campeador como mio diestro braço, cavallero de prestar, fardida lança; Jimea es muger
ondrada y Martín Antolínez el burgalés de pro.
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inicial en prosa. El único códice que transmite la obra es un manuscrito de 1400 que se
encuentra en la Biblioteca Nacional de París. Tras un inicio de carácter genealógico, el
poema aborda la leyenda, describiendo la muerte del conde don Gómez (padre de
Jimena) por haber ultrajado a su viejo padre. Para reparar su culpa, el rey Fernando le
obliga a contraer matrimonio con Jimena, pero el Cid, vasallo díscolo, se niega a
obedecer hasta haber vencido cinco batallas. El Cid no sólo superará las cinco batallas
frente a cinco reyes moros, sino que conseguirá reponer al obispo de Palencia en su
sede y marchará hasta Francia para acabar con las pretensiones del rey de galo, el Papa
y el Emperador, momento en el que se interrumpe el cantar. En las Mocedades de
Rodrigo, el Cid destaca no sólo por su ardor guerrero, sino por el contraste con el CMC.
En sus años mozos, Rodrigo se muestra como un joven arrogante y orgulloso, que llega
a negarse a besar la mano del monarca: «porque vos la bessó mi padre soy yo mal
amanzellado» (v. 429). El imperator Fernando no será el único en sufrir los desplantes de
Rodrigo, pues el propio Papa recibe su desafiante respuesta (vv. 1110-1114):
Muchos críticos han abordado el estudio de la historicidad del Cantar de Mio Cid,
que tuvo como máximo valedor a Ramón Menéndez Pidal. El insigne estudioso se
empeñó en demostrar cómo el CMC era un fiel trasunto de la realidad histórica, tanto en
lo referente a la ruta seguida por el Rodrigo Díaz como en su destierro, hasta el punto
que llegó a considerar reales las bodas de las hijas del Cid con los Infantes de Carrión.
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Estudios posteriores, tanto filológicos como históricos, han demostrado que, aunque el
Cantar presente algunos elementos históricos, éstos se hallan ampliamente
distorsionados o libremente poetizados. Así, mientras que podemos distinguir algunos
capítulos realmente tuvieron lugar en la Península en el siglo XI, otros sólo son
parcialmente históricos, mientras que abundan también las invenciones literarias, sobre
todo en la segunda parte.
Sí que es cierto que el Cid fue desterrado, que lidió (en varias ocasiones) con los
condes de Barcelona y que estaba enemistado con García Ordóñez, y también que
conquistó Valencia y estableció allí una sede episcopal, sin que por ello nunca llegara a
coronarse rey.
Sin embargo, en el CMC se puede inferir que el Cid fue desterrado por apropiarse
de parte de las parias que había recaudado en Sevilla para el rey Alfonso VI. Cierto es
que Rodrigo Díaz fue a cobrarlas, pero tuvo que enfrentarse, para defender al rey
sevillano (en virtud de la protección debida por el pago de las parias), a García Ordóñez y
otros nobles. Este episodio pudo valerle enemistades en la corte, pero no el destierro,
que aconteció posteriormente. Del mismo modo, mientras que el Cantar sólo narra un
destierro (el perteneciente al año 1081), Rodrigo Díaz fue desterrado dos veces. También
es cierto que tuvo dos hijas, pero no se llamaban Elvira y Sol, sino María y Cristina. Tuvo
también un hijo (Diego), que murió en la batalla de Consuegra en el año 1097, y del que
nada dice el Cantar. No es cierto que María y Cristina se casaran con infantes de Navarra
y Aragón; en realidad, sólo Cristina desposó al infante Ramiro Sánchez (María se casó
con el conde Ramón Berenguer III), que nunca fue rey. Sí lo fue su hijo, García Ramírez,
llamado el Restaurador, nombrado rey tras la muerte de Alfonso I el batallador, por lo que
el Cid fue abuelo de reyes. Por su parte, Minaya Álvar Fáñez, la fardida lança de las
huestes del Cid, sí que era pariente del Campeador, pero también vasallo de Alfonso VI,
a quien sirvió durante mucho tiempo, y no compartió todo el destierro con Rodrigo Díaz.
Finalmente, aunque la ruta cidiana mantiene algunas exactitudes, también muestra
divergencias, tanto espaciales como cronológicas.
Por otra parte, episodios puramente literarios son el ingreso de doña Jimena y las
hijas del Campeador en el monasterio de Cardeña, pues seguramente doña Jimena,
durante el destierro del Cid, buscó la protección de sus hermanos, condes de Oviedo.
También ficticio es el episodio del engaño a los judíos Raquel e Vidas, perteneciente al
folklore; así como las bodas de las hijas del Cid con los Infantes de Carrión, la afrenta de
Corpes, las cortes convocadas por el rey en Toledo y el riepto posterior en el que los
hombres del Cid se enfrentan a los Vanigómez. En realidad, y como ha demostrado
solventemente en un trabajo reciente Gonzalo Martínez Díez, no hubo nunca ningunos
infantes de Carrión llamados Diego y Fernando cuando vivió el Campeador (remito a
Gonzalo Martínez Díez, «Los infantes de Carrión del cantar cidiano y su nula
historicidad», HID, 34, 2007).
Dignos de notar son también algunos de los silencios del CMC, que evita
mencionar, por motivos evidentes, la estancia del Cid en Zaragoza, al servicio de los
reyes musulmanes, o las discrepancias y diferencias que tuvo con el rey Alfonso VI a lo
largo de su vida.
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5.- El Cid en los siglos posteriores
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habría que destacar El Cid (1972), de Antonio Hernández Palacios: Rodrigo Díaz se
nueve entre el Cantar, la tradición del romancero y la historia, pero muestra la estética
realista que el cómic español empezó a desplegar a partir de los 70.
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BIBLIOGRAFÍA
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