Formación Religiosa
Formación Religiosa
Formación Religiosa
N°8140
“SAN JOSÉ”
Formación
Religiosa
ALUMNO:............................
DOCENTE: ..........................
CURSO: ..............................
AÑO: 2024
Dios creador
La Biblia, en los primeros capítulos del libro del Génesis, nos presenta una narración en donde se
afirma la fe del pueblo de Israel en Dios Creador. El texto relata la creación del mundo y del hombre.
No es un relato científico ni un tratado de historia, sino un poema que, en un lenguaje simbólico y
poético, expresa la fe de un pueblo.
El autor del poema de la creación no pretende dar un relato científico de cómo se creó el cosmos, sino
que intenta narrar de una forma poética la verdad sobre Dios y el hombre:
La Iglesia en su Magisterio, apoyada en el mensaje de la Biblia, afirma desde siempre que el mundo y
el ser humano fueron creados por un único Dios, en un acto de amor y de bondad. Esta afirmación no
significa una contradicción con los datos de la ciencia, por lo contrario son puntos de vista
complementarios: La Iglesia afirma la fe en un Dios creador, y la ciencia intenta explicar la manera en
que pudo ocurrir esa creación. La ciencia intenta averiguar cuándo y cómo ha surgido el cosmos y la
vida, y la fe intenta responder el sentido del origen del mundo, el porqué y el para qué.
2
El hombre: Centro de la Creación, creado a imagen y
semejanza de Dios.
Somos creados a imagen y semejanza de Dios. Eso quiere decir que Dios nos hace “parecidos” a Él. El
relato de la creación del hombre nos enseña que el hombre es el centro de la creación, es “la obra de
arte” del creador. Nada de lo creado puede igualarse al hombre, ya que este es el único que fue
creado a imagen y semejanza de Dios. Dios llena al hombre de regalos: pone a su disposición y
servicio toda la obra de la creación, para que la cuide, respete y administre. El hombre es la única
creatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma; solo él participa de la vida misma de Dios. Es
capaz de conocerlo y de amarlo. El hombre tiene la dignidad de persona. No es solamente algo, sino
alguien. Tiene inteligencia para conocer la verdad y voluntad para elegir el amor. Solo el hombre tiene
consciencia de sí mismo. Solo el hombre puede decir “yo soy imagen de Dios”.
La persona humana es a la vez un ser corporal y espiritual, uno en cuerpo y alma. El hombre es la
única creatura que reúne en sí los elementos de la vida material y la vida divina.
El hombre fue creado como “muy bueno”, para vivir en felicidad y amistad con todas las cosas
creadas. El hombre en el paraíso gozaba del conocimiento del bien y del mal, y de una vida que no
estaba sujeta a la muerte. Dios bendice al varón y a mujer diciéndoles: “Sean fecundos,
multiplíquense y llenen la tierra. ¡Este es el plan original de Dios para el hombre!” pero Dios, en su
amor, hizo al hombre libre capaz de elegir libremente este plan de amor.
3
Las respuestas las encontramos en la Biblia en un relato seguido al del poema de la creación. Es una
narración muy profunda, llena de imágenes y símbolos, que en forma de leyenda y mito, nos acercan
al drama central: el pecado es el origen del mal en el mundo.
El hombre, seducido por el mal, eligió libremente desobedecer el plan de amor para el que Dios lo
había creado. Este es el primer pecado de la humanidad, que conocemos como el pecado original.
Desde entonces, el pecado introdujo el desorden en el mundo y en el corazón del hombre, y el dolor y
la muerte hicieron su aparición en la historia de la humanidad.
3 La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el
Señor había hecho, así que le preguntó a la mujer: ―¿Es verdad que Dios les
dijo que no comieran de ningún árbol del jardín? 2 ―Podemos comer del fruto de todos los
árboles —respondió la mujer—. 3 Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del
jardín, Dios nos ha dicho: “No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán”.
4
Pero la serpiente le dijo a la mujer:
―¡No es cierto, no van a morir! 5 Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se
les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal. 6 La mujer vio
que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para
adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él
comió. 7 En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por
eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. 8 Cuando el día comenzó a refrescar, el
hombre y la mujer oyeron que Dios el SEÑOR andaba recorriendo el jardín; entonces
corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. 9 Pero Dios
el SEÑOR llamó al hombre y le dijo: ―¿Dónde estás? 10 El hombre contestó:
―Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me
escondí.
11
―¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del
fruto del árbol que yo te prohibí comer? 12 Él respondió: ―La mujer que me diste por
compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. 13 Entonces Dios el SEÑOR le preguntó a la
mujer: ―¿Qué es lo que has hecho?
―La serpiente me engañó, y comí —contestó ella.
Con el pecado se rompe el vínculo profundo del hombre con Dios y entra el desorden, el mal en el
corazón del hombre y en el mundo. Así es que el hombre por su propia desobediencia a Dios, por usar
mal su libertad, sufren las consecuencias del pecado original que son las siguientes:
4
- La naturaleza humana queda debilitada y así en todo hombre está la tendencia a realizar el
mal.
- Sufre y hace sufrir a otros.
- La muerte hace su aparición en la historia de la humanidad.
Promesa de Salvación
Adán y Eva trasmitieron a toda su descendencia la naturaleza herida por el primer pecado. Como
consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, inclinada al
pecado, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al domino de la muerte.
Dios, que es todo amor, no permitió que el hombre que había creado con tanto amor, se quedara
para siempre lejos de Él. No lo abandonó en su pecado y quiso reparar lo que el hombre estropeó con
el mal uso de su libertad. Ya en el mismo momento del pecado, les promete y anuncia un Salvador:
Dios dijo a la serpiente después del pecado: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su
descendencia y la tuya. Y ella te aplastará la cabeza cuando intentes morderle el talón” (Gn 3, 15)
La Iglesia ha leído siempre en ellas el primer anuncio del Evangelio, de la Buena Noticia de la
salvación: alguien de la descendencia de la mujer, aplastaría definitivamente al mal, al pecado y a la
muerte. Es la promesa del Salvador nacido de una mujer, María, la nueva Eva. Es la promesa de
Jesucristo, el Hijo de Dios, que viene al mundo para salvar a los hombres del pecado, y para
devolverles la vida divina que habían perdido con la desobediencia.
Jesucristo obedece la voluntad del Padre y ofrece su vida en la cruz para salvarnos. Dios salva a la
humanidad de su pecado para volver a abrazar al hombre y para invitarlo al amor. Por el sacramento
del Bautismo morimos al pecado original y recibimos la vida nueva que nos trajo Jesucristo. Y cada vez
que nos acercamos al Sacramento de la Reconciliación Dios nos regala la gracia para que restauremos
nuestra relación con Él.
5
Laudato Sí.
Francisco ha escrito una carta dirigida a cada persona en este planeta, pidiéndonos a todos nosotros que protejamos la
Tierra, nuestro hogar común. En la carta, dice que "la tierra es un don de Dios para nosotros, lleno de belleza y maravilla
donde los frutos de la tierra pertenecen a todos". Pero lo que vemos hoy es que nuestra
casa común nunca ha sufrido tanto daño y maltrato como en los últimos 200 años.
Hemos desarrollado una velocidad mayor de lo que podríamos haber imaginado. Hemos
tratado la Tierra como si fuera un suministro ilimitado de recursos, tomando más que lo
que justamente nos correspondía, de lo nuestro y de lo de las futuras generaciones por
venir. Hemos despojado la tierra de sus bosques naturales, hemos contaminado las aguas,
su tierra, y su aire. Las plantas y las especies se están extinguiendo a un ritmo alarmante. La
Tierra, nuestro hogar, está empezando a parecerse, cada vez más, a un inmenso montón
de suciedad.
Ahora estamos en un punto crítico, donde el futuro de nuestro planeta está en peligro,
ya que, a pesar de esta crisis, no parece haber ninguna desaceleración en los estilos de
vida de los países ricos.
La enorme brecha entre los ricos y los pobres sigue aumentando, entre los que quedaron atrapados en la pobreza, con
pocos o ningún recurso, y los que están consumiendo y gastando a un ritmo cada vez mayor, dejando un rastro de
residuos y destrucción.
Nuestro mundo digital también nos está contaminando con el ruido y las distracciones, nos impide aprender a vivir
sabiamente, a pensar profundamente y amar generosamente. Las relaciones reales se sustituyen por las amistades
virtuales que podemos elegir aceptar o rechazar, dejándonos insatisfechos, sin relaciones profundas, o pueden dar lugar
a una nueva sensación de aislamiento. Sin embargo, a pesar de todo esto, no todo está perdido. Los jóvenes exigen el
cambio; los jóvenes quieren construir un mundo mejor, que tome en serio la crisis ambiental y los sufrimientos de los
pobres. Así que podemos cambiar, podemos tener un nuevo comienzo; para proteger nuestro hogar común,
necesitamos un plan común.
Toda la familia humana necesita trabajar en conjunto para que, así, la belleza pueda lo que no puede la contaminación
y la destrucción. El uso de los combustibles fósiles también tiene que ser reemplazado sin demora. Y tenemos que dejar
de tratar a los recursos del mundo como un objeto con fines de lucro, sin pensar en cómo nuestras acciones pueden
afectar el medio ambiente de las generaciones futuras.
Así que vamos a poner amor por el mundo y el amor por los hermanos, a convivir en armonía y escucharnos unos a
otros, a cuidar la economía y a involucrarnos con la sociedad y la política.
Vamos a someternos a una “conversión ecológica” en la que escuchemos el grito de la Tierra y el clamor de los pobres.
Esto significa tomar en serio cosas como evitar el uso de plástico y papel, reducir el desperdicio de agua, separar la
basura y utilizar el transporte público. Pero lo más urgente que tenemos que reducir es la velocidad y la cantidad de lo
que consumimos como de usar y tirar. Podemos encontrar una gran alegría y libertad en una vida simple, en lugar de
estar siempre en la búsqueda de lo que no tenemos.
Somos capaces de estos cambios y de emprender un nuevo comienzo. Así que vamos a empezar a hacerlo hoy.
Además, implica la responsabilidad moral de cada persona por sus propios actos. La persona
humana tiene la capacidad de edificarse a sí misma y crecer desde el interior, haciendo de toda su
vida material y espiritual un medio para su propio desarrollo.
Esta dignidad es la base de los derechos humanos, como el derecho a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad. Además, la dignidad humana se extiende más allá de los derechos
humanos y se relaciona con la forma en que se trata a los demás. Por lo tanto, el respeto por la
dignidad humana implica la promoción de la justicia y la solidaridad, y el rechazo a cualquier forma
de discriminación, opresión o violencia.
● Naturaleza racional y libre: quiere decir que los seres humanos somos capaces de pensar y
razonar. ¿Por qué es importante esto? Pues porque gracias a nuestra capacidad de razonar
podemos tomar decisiones informadas y reflexionar sobre lo que hacemos y decimos. Somos
mucho más que simples animales guiados por instintos, ¡somos seres pensantes y conscientes
de nuestra propia existencia!
● Responsabilidad moral: significa que como seres humanos, tenemos la capacidad de
distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, y que debemos asumir la responsabilidad
de nuestras acciones. Es decir, no podemos simplemente hacer lo que queramos sin considerar
las consecuencias de nuestras acciones en los demás y en el mundo que nos rodea.
FORMACIÓN RELIGIOSA
ORACIÓN
HISTORIA DE SALVACIÓN
JOSÉ
MOISÉS ESCLAVITUD EN EGIPTO
MOISÉS
Una mujer israelita tuvo un bebé y para evitar que lo tiraran al río,
lo puso en un canasto y lo depositó en el río, cerca de lugar donde
solía bañarse la hija del faraón, con la esperanza de que esta
viera al bebé y se apiadara de él. Y así sucedió. La hija del faraón
recogió al bebé, lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, nombre
que significa "salvado de las aguas".
La hija del faraón contrató a una mujer israelita para que cuidara a
Moisés, y resultó ser la propia madre de este, sin que nadie lo
supiera. Moisés vivió en el palacio del faraón como un príncipe
más. Ya de joven, se enteró de que era israelita y se puso de
parte de su pueblo. Un día mató a un egipcio que estaba
maltratando a un israelita. El faraón se indignó y Moisés huyó de
Egipto y se refugió en un país llamado Madián.
Un día, Moisés estaba en el campo con las ovejas y vio una zarza
en llamas que ardía pero no se consumía. Al acercarse, entendió
que Dios le hablaba:
“Moisés, yo soy tu Dios, el Dios de Abraham. He visto el
sufrimiento de mi pueblo y quiero liberarlo. Vuelve a Egipto. Yo te
envío para que liberes a mi pueblo y lo lleves a la tierra que
prometí a Abraham”.
Moisés puso muchas excusas, pero Dios prometió estar siempre
con él para ayudarlo.
Moisés obedeció a Dios y volvió a Egipto. Reunió a los israelitas
más importantes y les comunicó lo que Dios le había dicho. Al
principio, los israelitas no confiaban en Moisés, pero al ver que
Dios hace prodigios por medio de él, lo aceptaron como caudillo
del pueblo.
ACTIVIDAD
● Existía mucha desigualdad social: las riquezas estaban en manos de unos pocos.
● Las autoridades religiosas eran muy corruptas: usaban los asuntos del y el dinero
del templo para provecho propio y gozaban de injustos privilegios.
En este contexto los profetas fueron llamados por Dios, a veces para denunciar las
injusticias y el pecado, y otras tantas para llevar esperanza y fe a su Pueblo, anunciando la
misericordia de Dios.
● Los profetas no callaron su voz ante nadie, aunque corrieran peligro sus propias
vidas: muchos de ellos vivieron sometidos a la incomprensión y a la burla, al
destierro y la persecución. Ellos denunciaron con mucha valentía los pecados de los
israelitas, la corrupción de la clase gobernante, el abuso de poder y las injusticias
sociales.
Isaías.
¿Quién fue?
Isaías fue enviado por Dios a anunciar sus planes, que aunque parezcan difíciles de
comprender son sin duda los mejores, como lo había demostrado en el pasado. Pero Judá,
enorgullecido, no obedeció: se apartó de Dios y siguió sus propios caminos. Se entregó a la
idolatría, al robo, a pisotear a los débiles, etc. Por eso, Isaías anunció a Dios entre el enfado
por la rebeldía de Judá y la compasión que sentía hacia ellos. Efectivamente, Dios estaba
dolido por el abandono de su pueblo que camina hacia su ruina, pero no dejó por ello de
amarlos.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PB9.HTM
Jeremías.
¿Quién fue?
Vivió en el siglo VII a.C. Profeta muy delicado, dotado de
gran sensibilidad; tímido y emotivo. En él pugnan la
necesidad de paz y ternura con la dureza del mensaje que
tiene que anunciar, porque vivió momentos terribles para su
pueblo: el período de la humillación y del exilio. Dos yugos
ataban al pueblo: Asiria y Egipto.
Según Jeremías, la verdadera relación entre Dios y los hombres consiste en revitalizar la
alianza, una alianza que Jeremías, apoyándose en un profeta anterior, Oseas, expresa bajo
la imagen del amor conyugal: la alianza es fundamentalmente una cuestión de amor entre
Dios y su Pueblo
Esta nueva alianza se basa en una religión interior ("pondré mi ley en su interior y sobre sus
corazones la escribiré") y personalizada. La religiosidad meramente externa de nada sirve si
no va acompañada de la conversión del corazón.
Jeremías es el cantor enamorado de su Dios: un Dios personal, que dialoga con el corazón
de la persona y con el pueblo.
Ezequiel.
¿Quién fue?
Vivió en el siglo VII a.C. Es el profeta del cautiverio, del exilio a Babilonia, a donde fue
deportado. En su libro, lleno de esperanza y de consejos, busca tener viva la fe del pueblo.
Pero es un profeta de personalidad compleja. Jerusalén estaba en poder de Babilonia. Y fue
aquí donde fue llamado por Dios para que llegara a ser “bandera y centinela” para la “casa
rebelde” de Israel (cap. 1, 2 y 3). Su misión se desarrolla toda en el exilio, entre los
desterrados. Es propenso al abatimiento, a visiones raras, para nosotros. Pertenece a la
casta sacerdotal o levita. Impulsor del culto, los ritos y el anhelo de santidad.
● El pecado de Israel y el castigo: todos los pecados son ofensas contra la santidad
de Dios y contra su Gloria. Estos son los pecados que echa en cara Ezequiel:
profanación del culto y del santuario (Ez 5, 11), la idolatría (6,6: 14, 3ss. Cap. 20), la
infidelidad a Dios confiando en alianzas políticas (16 y 23), las culpas de los malos
jefes y falsos profetas (22, 6; 17; 21; 30; 12; 13).
DANIEL
¿Quién fue?
Vivió en el siglo VIII, pero el libro se escribió alrededor del siglo II a.C., después del exilio. Es
de carácter totalmente distinto a los anteriores. La primera parte de su obra consta de
narraciones en el período de Babilonia; la segunda trata de visiones en las que se presentan
las grandes fuerzas impulsoras de la historia.
Además, profetizó la venida de un Mesías: este Mesías que profetiza Daniel es más
espiritual. Jesús se apropió de este título de “Hijo del hombre” con estas connotaciones: de
origen divino y al mismo tiempo humilde “siervo de Dios”. Cf. Dan 7. Daniel se solidarizó con
el pecado de su pueblo y expió con ayuno, oración y sufrimiento. También insistió en que
Dios ayuda al justo y humilde que observa la Ley y lo libera de todos los males. Cf. Dan 9; 6;
13. Fue uno de los primeros profetas en hablar sobre el papel de los ángeles: son ministros
de Dios; y a través de ellos revela su voluntad a los hombres. También ayudan y consuelan
a los hombres. Cf. Dan 7. 10; 3, 91-92; 6, 23; 8, 16; 9, 21-22.
Resurrección de los muertos: en sintonía con los libros de los Macabeos, también Daniel
nos hace pensar que la fe en la resurrección era ya común en el pueblo de Dios desde el
siglo II a.C. Cf. Dan 12, 12.
El Sí de María
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella
se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús.El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono
de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió
al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El
ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer
será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu
pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes
de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es
imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.
El Misterio de amor y de misericordia, prometido al hombre miles de años atrás y anunciado por
tantos profetas, se iba a hacer realidad.
Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
La noche se alejó y la suave luz del amanecer empezó a iluminar un nuevo día. Un nuevo día que parecía
como uno más pero que sería el DÍA de todos los días. El gran día para la Humanidad.
Fresca la mañana, limpia la brisa en ese día de días. Día de primavera, 25 de marzo. No hubo trompetas,
no hubo cañonazos, no hubo concentración de millares de personas como en los grandes eventos. Fue
discretamente, sencilla y naturalmente como suelen ser todas las cosas grandes de Dios.
Una virgen en oración. Un lugar: Nazaret, ciudad de Palestina y el arcángel Gabriel como embajador de
Dios. Un saludo: - ¡Dios te salve María, llena eres de gracia! Y con este saludo, una petición de
colaboración.
El Misterio de amor y de misericordia, prometido al género humano miles de años atrás y anunciado
por tantos profetas, se iba a hacer realidad.
Creo yo que todo quedó en suspenso. La naturaleza, el aire, el universo en pleno tuvieron que contener
su aliento vital en la espera de oír la respuesta de María. Los labios de la virgen se movieron, primero
para aclarar una duda, pero una vez que esta fue disipada, volvió a hablar para dar su consentimiento a
esa misión celestial.
María, la llena de gracia, aceptaba humildemente el Gran Designio para el que se le pedía su cooperación,
sin envanecimiento porque sabía que la realeza y la gloria de su gracia pertenecían a Dios, venía de Dios.
Y María dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu Palabra".
Necesariamente tuvo que haber habido un estremecimiento en todo el orbe. Los cielos y la tierra, la
creación entera tuvo que conmoverse en ese grandioso momento. Y en ese instante, de allá del Seno del
Padre, el Espíritu Santo descendió y cubrió a la siempre virgen, a la llena de gracia, con su sombra y el
Verbo de Dios quedó para siempre unido a la raza humana.
El Hijo de Dios, el Hijo de María daba comienzo a su vida de hombre, sin dejar de ser Dios, en el seno de
esta mujer escogida por el Altísimo para cooperar, para cocrear con Dios con su libre consentimiento y
ser desde el instante de este ¡Fiat!, corredentora de la Humanidad.
Después ... después pasaron muchas cosas. Todas las que estaban escritas, pero los cristianos no
podemos, no debemos olvidar ese día, ese momento y mucho menos a la siempre virgen, a la llena de
gracia, a María la Madre de Dios y Madre nuestra.
Por eso San Juan Pablo II tenía una muy especial devoción al "Ángelus", esa oración que se dice al
comenzar el día, al tiempo del mediodía y cuando el día está en el ocaso:
"El ángel del Señor anunció a María"- "Y concibió por gracia del Espíritu Santo"- Y se reza un Ave María.
"Y el Verbo se hizo carne" - "Y habitó entre nosotros" y se termina con un
Ave María.
43. En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una
Iglesia joven, que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy
joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas (cf. Lc 1,34). Pero
tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la servidora del Señor» (Lc 1,38).
44. «Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María joven. La fuerza de ese “hágase” que le dijo al
ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada. Fue algo distinto a un “sí” como
diciendo: bueno, vamos a probar a ver qué pasa. María no conocía esa expresión: vamos a ver qué pasa.
Era decidida, supo de qué se trataba y dijo “sí”, sin vueltas. Fue algo más, fue algo distinto. Fue el “sí” de
quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más
seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Y yo pregunto a cada uno de
ustedes. ¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar
adelante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir
“no”. Seguro que tendría complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen
cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. ¡María no compró
un seguro de vida! ¡María se la jugó y por eso es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios!
El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades»[18].
45. Sin ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo acompañar el dolor de su Hijo […] sostenerlo en la
mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que
sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza […]. De ella aprendemos
a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a
comenzar»[19].
47. Y si hacía falta proteger a su niño, allá iba con José a un país lejano (cf. Mt 2,13-14). Por eso
permaneció junto a los discípulos reunidos en oración esperando al Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así,
con su presencia, nació una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para hacer nacer un mundo nuevo
(cf. Hch 2,4-11).
48. Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que caminamos por la vida
muchas veces cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague. Eso es lo
que queremos: que la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino,
pueblo de jóvenes querido por ella, que la busca haciendo silencio en el corazón aunque en el camino
haya mucho ruido, conversaciones y distracciones. Pero ante los ojos de la Madre sólo cabe el silencio
esperanzado. Y así María ilumina de nuevo nuestra juventud.
El Evangelio que acabamos de escuchar nos sumerge en el encuentro de dos mujeres que se abrazan y
llenan todo de alegría y alabanza: salta de gozo el niño e Isabel bendice a su prima por su fe; María entona
las maravillas que el Señor realizó en su humilde esclava con el gran canto de esperanza para aquellos que
ya no pueden cantar porque han perdido la voz. Canto de esperanza que también nos quiere despertar e
invitarnos a entonar hoy por medio de tres maravillosos elementos que nacen de la contemplación de la
primera discípula: María camina, María encuentra, María se alegra.
María encuentra a Isabel (cf. Lc 1,39-56), ya entrada en años (v. 7). Pero es ella, la anciana, la que habla
de futuro, la que profetiza: «llena de Espíritu Santo» (v. 41); la llama «bendita» porque «ha creído» (v. 45),
anticipando la última bienaventuranza de los Evangelios: bienaventurado el que cree (cf. Jn 20,29). Así, la
joven va al encuentro de la anciana buscando las raíces y la anciana profetiza y renace en la joven
regalándole futuro. Así, jóvenes y ancianos se encuentran, se abrazan y son capaces de despertar cada uno
lo mejor del otro. Es el milagro que surge de la cultura del encuentro donde nadie es descartado ni
adjetivado; sino donde todos son buscados, porque son necesarios, para reflejar el Rostro del Señor. No
tienen miedo de caminar juntos y, cuando esto sucede, Dios llega y realiza prodigios en su pueblo. Porque
es el Espíritu Santo quien nos impulsa a salir de nosotros mismos, de nuestras cerrazones y particularismos
para enseñarnos a mirar más allá de las apariencias y regalarnos la posibilidad de decir bien —
“bendecirlos”— sobre los demás; especialmente sobre tantos hermanos nuestros que se quedaron a la
intemperie privados quizás no sólo de un techo o un poco de pan, sino de la amistad y del calor de una
comunidad que los abrace, cobije y reciba. Cultura del encuentro que nos impulsa a los cristianos a
experimentar el milagro de la maternidad de la Iglesia que busca, defiende y une a sus hijos. En la Iglesia,
cuando ritos diferentes se encuentran, cuando no se antepone la propia pertenencia, el grupo o la etnia a
la que se pertenece, sino el Pueblo que unido sabe alabar a Dios, entonces acontecen grandes cosas.
Digámoslo con fuerza: Bienaventurado el que cree (cf. Jn 20,29) y tiene el valor de crear encuentro y
comunión.
Queridos hermanos y hermanas: María camina, encuentra y se alegra porque llevó algo más grande que
ella misma: fue portadora de una bendición. Como ella, tampoco nosotros tengamos miedo a ser los
portadores de la bendición que Rumania necesita. Sed los promotores de una cultura del encuentro que
desmienta la indiferencia, que desmienta la división y permita a esta tierra cantar con fuerza las
misericordias del Señor.
Juan el Bautista
Lc. 1, 5-25
5.En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase
sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. 6.Ambos eran justos
a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del
Señor. 7.Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada. 8.Un
día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, 9.le
tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso.
10.Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso. 11.Entonces
se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. 12.Al verlo, Zacarías quedó
desconcertado y tuvo miedo. 13.Pero el Ángel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada.
Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. 14.Él será para ti un motivo de gozo y de alegría, y
muchos se alegrarán de su nacimiento, 15.porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida
alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, 16.y hará que muchos israelitas
vuelvan al Señor, su Dios. 17.Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los
padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo
bien dispuesto». 18.Pero Zacarías dijo al Ángel: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano
y mi esposa es de edad avanzada». 19.El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y
he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. 20.Te quedarás mudo, sin poder hablar
hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido
tiempo». 21.Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías,
extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario.
22.Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que
había tenido alguna visión en el Santuario.Él se expresaba por señas,
porque se había quedado mudo. 23.Al cumplirse el tiempo de su
servicio en el Templo, regresó a su casa. 24.Poco después, su esposa
Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses.
25.Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando
decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres»."
Juan el Bautista, su rol en el Plan de la salvación
LA IGLESIA suele conmemorar a los santos el día de su marcha al cielo, que en los primeros tiempos del
cristianismo coincidía muchas veces con su martirio. Sin embargo, el caso de san Juan Bautista ha sido
singular desde los primeros siglos, pues se celebraba también su nacimiento, acontecido seis meses
antes que el de Jesús. La Iglesia siempre entendió, a través de la Escritura, que el Bautista quedó lleno
del Espíritu Santo desde el seno materno (cfr. Lc 1,15), cuando María, ya con el Señor en su vientre,
visitó a su prima santa Isabel.
En el evangelio leemos el nacimiento y la imposición del nombre de Juan Bautista, y aquellos sucesos
nos invitan a considerar el designio divino que los precede. «El Señor me llamó desde el seno materno,
desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre» (Is 49,1). Estas palabras del profeta Isaías
enuncian una de las realidades más profundas de la existencia humana: no aparecimos en esta tierra
por azar, ni somos un ejemplar más, anónimo y poco relevante, de nuestra especie. Nuestra llegada a la
vida es, al mismo tiempo, una llamada de Dios, una elección que promete felicidad y misión. Él nos ha
creado como somos, con cada una de nuestras particularidades; ha pronunciado nuestro nombre
propio, personal, nos ha querido únicos e irrepetibles. «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el
seno materno –dice el salmista–. Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son
admirables tus obras» (Sal 139,13-14).
«Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti (...). Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo
contigo puede ser distinto. Eso sí: si tú no pones lo mejor de ti, el mundo no será distinto. Es un reto»1.
San Josemaría explicaba que para recibir la luz del Señor y dejar que ilumine el sentido de nuestra
existencia, «hace falta amar, tener la humildad de reconocer nuestra necesidad de ser salvados, y decir
con Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú guardas palabras de vida eterna (...)”. Si dejamos entrar en
nuestro corazón la llamada de Dios, podremos repetir también con verdad que no caminamos en
tinieblas, pues por encima de nuestras miserias y de nuestros defectos personales, brilla la luz de Dios,
como el sol brilla sobre la tempestad»2.
«A TI, NIÑO, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos»
(Lc 1,76). Estás palabras pronunciadas por Zacarías, que repetimos en la aclamación antes del
evangelio, ponen de manifiesto la unión inseparable que existe entre vocación y misión, entre llamada
y envío. La grandeza de la vocación de Juan, en efecto, reside en la importancia irrepetible de su misión.
«El mayor de los hombres fue enviado para dar testimonio al que era más que un hombre»3, dice san
Agustín. Y Orígenes añade otro aspecto de la vocación del Bautista que se extiende hasta nuestros días:
«El misterio de Juan se realiza todavía hoy en el mundo. Cualquiera que está destinado a creer en
Jesucristo, es preciso que antes el espíritu y el poder de Juan vengan a su alma a “preparar para el Señor
un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17) y, “allanar los caminos,
enderezar los senderos” (Lc 3,5) de las asperezas del corazón.
No es solamente en aquel tiempo que “los caminos fueron
allanados y enderezados los senderos”, sino que todavía hoy el
espíritu y la fuerza de Juan preceden la venida del Señor y
Salvador»4.
Hay una figura muy significativa, que cumple la función de bisagra entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento: Juan Bautista. Para los Evangelios sinópticos él es el
«precursor», quien prepara la venida del Señor, predisponiendo al pueblo para la
conversión del corazón y la acogida del consuelo de Dios ya cercano. Para el
Evangelio de Juan es el «testigo», porque nos hace reconocer en Jesús a Aquel que
viene de lo alto, para perdonar nuestros pecados y hacer de su pueblo su esposa,
primicia de la humanidad nueva. Como «precursor» y «testigo», Juan Bautista
desempeña un papel central dentro de toda la Escritura, ya que hace las veces de
puente entre la promesa del Antiguo Testamento y su realización, entre las profecías y su realización
en Jesucristo. Con su testimonio Juan nos indica a Jesús, nos invita a seguirlo, y nos dice sin medias tintas
que esto requiere humildad, arrepentimiento y conversión: es una invitación que hace a la humildad, al
arrepentimiento y a la conversión.