Simone Beauvoir
Simone Beauvoir
Simone Beauvoir
La lucha en favor de la igualdad entre hombres y mujeres no es nueva, se remonta al Renacimiento, cuando
surgió Christine de Pizan, con su obra La ciudad de las damas, en la que defendía el valor real de las mujeres más
allá de los estereotipos. Su obra supuso una reflexión sobre la situación de la mujer pero no logró mejoras.
A finales del siglo XVIII, con los ideales de la Ilustración, no se podía justificar la injusta situación de las mujeres y
surgen dos grandes figuras, Olympe de Gouges en Francia (la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la
Ciudadana, en 1791) y Mary Wollstonecraft en Inglaterra (en su Vindicación de los Derechos de la Mujer de
1792). Esta denunciaba la opresión que sufrían las mujeres debido a los prejuicios. Prejuicios que estaban
arraigados en la tradición y en las instituciones. Por ello, apelaron a la razón para denunciar esta discriminacion,
que apartaba a la mujer de la educación y de la participación política. A esta lucha se le conoce como “primera
ola” del feminismo, centrada en el acceso a la educación y el derecho al voto.
En el siglo XX la situación mejoró, incluso la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 estableció una
igualdad jurídica entre hombres y mujeres. Pero, ¿esa igualdad jurídica era una igualdad real? no, porque las
mujeres se seguían ocupando de atender el hogar y de cuidar a los hijos y a las personas dependientes. Es en
este contexto es donde surge la obra de Simone de Beauvoir, que intenta desde un enfoque existencialista hacer
una investigación filosófica sobre la situación de opresión que vivía la mujer. Con su obra El segundo sexo (1949)
comienza “segunda ola” del feminismo. En esa obra revindica los derechos civiles y sexuales de las mujeres y
diferencia el sexo biologico de la identidad de género. Esta diferenciación con su idea de maternidad son los dos
temas controvertidos básicos de esta reivindicación.
En El segundo sexo Beauvoir se cuestiona el concepto de mujer que siempre se ha vinculado al sexo biológico y al
mito del eterno femenino, una especie de esencia de la feminidad(es un arquetipo que idealiza un concepto muy
concreto de mujer asociado a unas características sensibilidad, emotividad y al rol de cuidadora).
Pero Beauvoir, que es existencialista, entiende que la mujer ante todo existe, no puede ser definida como una
esencia fija. Por lo cual proclama que “no se nace mujer, se llega”(la feminidad es sólo una construcción social
producto de un patriarcado milenario que ha condenado a que las mujeres sean seres dependientes).
Nuestra filósofa entiende que la forma en la que cada uno vivimos depende del contexto cultural, que debe ser
entendido para comprender cómo ha sido la opresión de la mujer. El método que emplea Simone para entender
esa opresión es regresivo u proesivo.
El método regresivo intenta entender las claves históricas de la opresión de la mujer. Para ello Beauvoir utiliza la
técnica de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo (entre ellos se establece una relación de dependencia, el
amo necesita del esclavo para que produzca pero al mismo tiempo el esclavo, en vez de sentirse alienado e irse,
se siente seguro y venera la superioridad del amo y se queda). Simone lo aplica a la relación entre hombre y
mujer y observa que ya desde el mundo primitivo el hombre salía a cazar y a la guerra y la mujer se quedaba al
cuidado del hogar. Así se perpetuó un sistema de organización social patriarcal en el que la mujer encontraba
ventajas y evitaba el esfuerzo racional y moral de hacerse responsable de su propio proyecto. Efectivamente, esa
represión se va produciendo a lo largo de toda la historia hasta el siglo XIX en el que la mujer se incorpora al
trabajo y se enfrenta a la necesidad de conciliar el mundo laboral y la maternidad.
Beauvoir revisa críticamente todos los planteamientos desde el punto de vista de biología, el psicoanálisis e
incluso el materialismo histórico para conocer la opresión de la mujer y se centra en analizar el mito que el
patriarcado ha elaborado de la mujer. Entonces, entiende que el hombre se ha impuesto frente a la mujer y
entiende que la mujer es el segundo sexo. Es decir, tiene la condición de un ser humano de segunda clase que no
ha tenido la oportunidad de elegir ni de tomar las riendas de su propia vida.
Esta situación de sometimiento la analiza desde la filosofía existencialista. Ella reconoce que una característica
esencial de los seres humanos es la libertad, que nos permite proyectarnos hacia el futuro y abrirnos al cambio,
libertad que nos permite construirnos, crear nuestra existencia y por lo tanto nuestra esencia. Pero esa libertad
no se da de la misma manera en hombres y mujeres. El hombre tradicionalmente ha sido el que ha elegido, en
este sentido, asume la tesis de Sartre puesto que dice que el hombre es un ser para sí, un ser que desde su
libertad intenta construirse, es posibilidad, conciencia. Pero la mujer, en tanto que se queda replegada en el
ámbito doméstico es un ser cerrado, la alteridad, es un ser en sí, un objeto, no está abierta al cambio. Luego el
hombre es el sujeto mientras que la mujer es el objeto, con lo cual es lógico que se le ponga el atributo de el
segundo sexo yante esta situación la historia nos demuestra que ha habido abusos por parte del sujeto hacia el
objeto.
Ese aspecto progresivo se centra en analizar cómo las mujeres han podido modificar determinadas situaciones
con su acción, por eso Beauvoir, en su época ve ese tiempo como un tiempo de transición, de transformación
cultural. Por ello, lo primero debe ser una educación igualitaria entre ambos sexos que no transmita ese falso
ideal de feminidad y que trate igual a hombres y mujeres. En segundo lugar, propone a las mujeres una moral
basada en la autenticidad, es decir, en reconocer que son libres y que no se engañen por comunidad, que no se
replieguen en el ámbito doméstico y que construyan su propio proyecto vital.
2. EVOLUCIÓN DEL MOVIMIENTO FEMINISTA DESDE BEAUVOIR
Tras impactar en Europa, la obra de Simone también llegó a Estados Unidos de la mano de Betty Friedan que, en
su obra La mística de la feminidad, denunciaba el modelo cultural de los países occidentales. Modelo que
encerraba a la mujer en su papel de ama de casa y madre, sin opción de elegir su propia vida ni poder desarrollar
una vida profesional plena en igualdad de condiciones con los hombres. Así, surgió un feminismo liberal o de la
igualdad que propuso distintas reformas sociales para lograr el reconocimiento pleno de los derechos de las
mujeres y que pudieran integrarse libre y plenamente en la sociedad en condiciones de auténtica igualdad.
Sin embargo, ante las limitaciones de este, surgió el feminismo radical o de la diferencia, que insistía en la
necesidad de atacar la desigualdad de género desde su raíz, insistiendo en las características específicas que
distinguen a las mujeres de los hombres. Apareció, así, la idea de que la diferencia de género no es algo que haya
que superar, sino un motivo de orgullo que las mujeres han de defender y reivindicar. Se hacía precisa la lucha
por la igualdad entre sexos sin perder de vista las diferencias que los separan. Así, las feministas de la diferencia
atacaron duramente la prostitución y la pornografía.
Christina Hoff difería de este feminismo radical y defiende un feminismo de la equidad centrado en reivindicar la
igualdad de derechos. Incluso se posiciona en contra del feminismo contemporáneo, al que acusa de adoptar
actitudes victimistas y de fomentar una hostilidad irracional contra los hombres.
Hoy día, destaca el feminismo queer, representado por Judith Butler. Este planteamiento considera que tanto el
género como la diferencia sexual son construcciones culturales y sociales. Así, la distinción que establecemos
entre hombres y mujeres es ficticia, ya que no hay dos personas que sean exactamente iguales, sino que lo que
hay es una infinita diversidad de cuerpos y formas de vida y de actuar que la sociedad se esfuerza en
homogeneizar. Las etiquetas de “hombre” y “mujer” no corresponden a realidades naturales que tengan una
esencia fija, sino que resultan de una forma de clasificar a las personas y que pasan por alto su individualidad. En
este sentido, se puede decir que la identidad tiene una dimensión performativa: el género es una repetición
performativa (un “guion”) de actos asociados con hombres o con mujeres.
Por eso Butler reivindica la diversidad como camino hacia la libertad y entiende que este consiste en encontrar
nuestra propia manera de vivir y de expresar nuestra singularidad más allá de las etiquetas. Sería vivir dándonos
cuenta de que no hay solo dos modelos de conducta (H y M), sino una infinidad de modos de vida distintos, al
igual que hay una infinidad de personas diferentes. Se trata de salir de los “binarios” y hablar de “personas”.
Es necesario impulsar un feminismo universal que ha de desarrollarse con sensibilidad y respetando la diversidad
cultural.