Hombres a pie y a caballo
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CONSEJO EDITOR:
DIRECTOR:VICTORIANO RONCERO (STATE UNIVERSITY OF NEW YORK-SUNY AT
STONY BROOK, ESTADOS UNIDOS)
SUBDIRECTOR: ABRAHAM MADROÑAL (CSIC-CENTRO DE CIENCIAS HUMANAS Y
SOCIALES, ESPAÑA)
SECRETARIO: CARLOS MATA INDURÁIN (GRISO-UNIVERSIDAD DE NAVARRA, ESPAÑA)
CONSEJO ASESOR:
ISBN: 978-1-938795-91-6
New York, IDEA/IGAS, 2013
Preliminar.................................................................................. 9
Baraibar, Álvaro
Una mirada interdisciplinar sobre las crónicas de Indias:
a modo de presentación........................................................ 11
Primera parte. Descubridores, conquistadores y cronistas:
miradas sobre el proceso de la conquista
Ángel Delgado
Colón, autor literario del Diario del Primer Viaje........................ 23
Leonardo Espitia
De «carta de relación» a Historia, un transvase genérico:
la Oceanea Decas Prima vista por Fernán Pérez de Oliva.......... 39
Carmen de Mora
Hernando de Soto en las crónicas sobre la conquista del Perú..... 57
Paul Firbas
Las fronteras de La miscelánea antártica: Miguel Cabello Balboa
entre la tierra de Esmeraldas y los Chunchos.............................. 77
Esteban Mira Caballos
Aculturación a la inversa: la indianización de los conquistadores.... 97
Bernat Hernández
«Por honrar toda la vida pasada con tan buen fin». Los cargos
de conciencia en la figura del anticonquistador.....................117
Pedro Ruiz Pérez
Lectura barroca de la conquista: los Varones ilustres del
Nuevo Mundo de Pizarro y Orellana......................................133
Índice analítico......................................................................293
Guillermo Serés
Universidad Autónoma de Barcelona
Álvaro Baraibar
GRISO-Universidad de Navarra
1
Este texto se enmarca en los trabajos del proyecto de investigación «Discurso y
poder, lengua y autoridad en el mundo hispánico (siglos xvi-xvii)», financiado por el
Ministerio de Economía y Competitividad (HAR2012-31536).
2
Arellano, 2004, p. 9.
3
Es interesante en este sentido la propuesta que recientemente ha hecho Raúl
Marrero-Fente en pro de una perspectiva más global a la hora de analizar las «genealogías
del imperio español en el siglo xvi», una mirada que tenga en cuenta también la realidad
de otros continentes a la hora de entender mejor la experiencia española en América y la
naturaleza mismo del imperio; ver Marrero-Fente, 2013 (la cita es de la p. 9).
Bibliografía
Arellano, Ignacio, «Prólogo: crónicas de Indias, un mundo aún por descu-
brir», en Lecturas y ediciones de crónicas de Indias. Una propuesta interdiscipli-
naria, ed. Ignacio Arellano y Fermín del Pino, Madrid/Frankfurt am Main,
Iberoamericana/Vervuert, 2004, pp. 9-10.
Marrero-Fente, Raúl, Trayectorias globales: Estudios Coloniales en el mundo hispáni-
co, Madrid, Frankfut am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2013.
oro y donde se dan cita todas las maravillas del mundo1. Los animales
que describe Colón del Nuevo Mundo no son tampoco los monstruos
que esperaba de la India y que aparecen en los cartularios de la época,
no tanto en Marco Polo: grandes cuadrúpedos; al revés, son pajaritos
y serpientes. «El chasco no puede ser mayor»2. Tampoco hay rastro de
los animales míticos de Ofir o de las rarezas extrañas de toda suerte y
condición debidas a la pluma de John de Mandeville y otros autores ba-
jomedievales de febril imaginación (hombres con cola o cara de perro,
sirenas, gigantes, amazonas o el Preste Juan). Lo que Colón ha leído por
desgracia poco o nada parece ajustarse a lo que contemplan sus ojos.
Surge entonces un discurso marcado por la frustración porque todo es
nuevo, distinto, naturaleza inescrutable de árboles, plantas y flores, así
como de animales y peces como de humanos, todo es único, novedoso
y diferente. Pero curiosamente, como veremos a continuación, encon-
tramos asimismo en el Diario del primer viaje de Colón una actitud
radicalmente diferente, de hecho exactamente la opuesta, que realza la
similitud con lo español, lo castellano tanto en sus aspectos naturales
como humanos. ¿Cómo debe entenderse esta dualidad en apariencia
tan contradictoria y falta de toda lógica? Un atento seguimiento y aná-
lisis de la evolución de este proceso en su debido contexto nos dará sin
duda las claves que resuelvan este aparente conflicto que en realidad no
existe.
La primera descripción atenta y con detalle del nuevo paisaje, referi-
da a la isla Fernandina, se registra el 16 de octubre, y se atiene estricta-
mente a la inefabilidad de lo nuevo y extraño.Todo es maravilloso, pala-
bra clave y repetida, de una rareza enorme que raya en lo indescriptible:
Ella es isla muy verde y llana y fertilíssima, y no pongo en duda que todo
el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas.Y vide muchos ár-
boles muy diformes de los nuestros, d’ellos muchos que tenían los ramos
de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro
de otra, y tan disforme, que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la
diversidad de la una manera a la otra. Verbigracia: un ramo tenía las fojas
de manera de cañas, y otro de manera de lantisco y así en un solo árbol de
1
Gil, 1988, vol. I, p. 24.
2
Gil, 1988, vol. I, p. 24. Probablemente era importante el mapa de Toscanelli, ya que
más adelante se obsesiona con encontrar la ciudad de Kin-See, que Colón denomina
Quinsay (p. 78), descrita por Marco Polo y que Toscanelli había incorporado a su mapa
del Océano Atlántico.
cinco o seis d’estas maneras, y todos tan diversos… Aquí son los peçes tan
disformes de los nuestros, qu’es maravilla. Ay algunos hechos como gallos,
de las más finas colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todas
colores y todos pintados de mil maneras, y las colores son tan finas, que no
ay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos; también
ay vallenas. Bestias en tierra no vide ninguna de ninguna manera, sino pa-
pagayos y lagartos. Un moço me dixo que vido una grande culebra. Ovejas
ni cabras ni otra ninguna bestia vide, aunque yo he estado aquí medio día;
mas si las oviese, no pudiera errar de ver alguna (pp. 70-71).
anduve así por aquellos árboles, que eran la cosa más fermosa de ver que
otra que se haya visto, veyendo tanta verdura en tanto grado como en el
mes de mayo en el Andaluzía, y los árboles todos están tan disformes de los
nuestros como el día de la noche, y así las frutas y así las yerbas y las piedras
y todas las cosas.Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de otros
que ay en Castilla; por ende avía muy gran diferencia, y los otros árboles de
otras maneras eran tantos que no ay persona que lo pueda decir ni asemejar
a otros de Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mis-
mas condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y daban del o que
tenían por cualquier cosa que les diesen (p. 72).
A medida que pasan los días y el paisaje sigue siendo tan bello y
aromático como inaprensible, aumenta su frustración por no hallar la
posible utilidad o valor comercial que bien pudiera encerrar esa inaca-
bable variedad de plantas, frutos, etc.:
Vide este cabo de allá tan verde y tan fermoso, así como todas las otras
cosas y tierras d’estas islas que yo no sé adónde me vaya primero, ni se me
cansan los ojos de ver tan fermosas verduras y tan diversas de las nuestras,
y aun creo que valen mucho en España para tinturas y para medicinas de
espeçería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena.Y llegando yo
aquí a este cabo, vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la
tierra, que era la cosa más dulce del mundo (p. 75)3.
Por desgracia esta búsqueda tan obsesiva como frustrante del oro, y
en los días siguientes la de las perlas, la canela, el algodón, la almáciga,
el lentisco o el lináloe y tantas otras especies y metales preciosos, se
asemeja al mito de Tántalo, cercano y en abundancia, según indicios de
todo tipo e indicaciones de los isleños, pero siempre finalmente fuera
del alcance de sus buscadores. Apenas algunos zarcillos y pendientes de
los nativos pero en cantidades ridículas («es tan poco que no es nada», p.
78), y sin rastro de las fabulosas minas orientales que se creían propias de
los climas tropicales. Pero la confianza casi ansiosa en que la búsqueda
incesante dará su fruto no disminuye, al contrario. Enterado de la proxi-
midad de la isla de Cuba, por su tamaño mucho mayor que las otras,
Colón no duda «que debe ser Çipango, según las señas que dan esta
gente de la grandeza d’ella y riqueza» (p. 79). La exploración de Cuba se
atiene a su obsesión por encontrar trazas de su pertenencia a las tierras
asiáticas descritas por Marco Polo. Así el jueves 1 de noviembre anota
que sin duda se halla en tierra firme y «ante Zaitó y Quinsay, cien leguas
poco más o menos» (p. 87)4. Pero a medida que recorre la costa no apa-
rece ninguna de las urbes o productos de valor, sino los acostumbrados
poblados de gente sencilla y desnuda, que, eso sí, prometen al menos
convertirse fácilmente en un futuro próximo en excelentes cristianos,
habida cuenta de su inocencia y falta de complejos ritos paganos. Pero
al no aparecer ningún signo inequívoco de pertenencia continental, de-
finitivamente Colón identifica todo lo aquí visto, las Indias, como el
espacio insular del extremo sur del Océano Índico, por lo cual aun
3
Esta frustrante búsqueda se convierte en obsesión al punto de que Colón se repite
casi verbatim unos días después. El continuo navegar no puede ni debe cesar: «ir mucho
camino calar mucha tierra fasta topar en tierra muy provechosa de espeçería, mas yo
lo cognozco, que levo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de árboles que
tienen cada uno su manera de fruta y verde agora como en España en el mes de mayo
y junio y mil maneras de yervas, eso mismo con flores; y de todo no se cognosció salvo
este lináloe de que oy mandé también traer a la nao para levar a Vuestras Altezas» (p. 79).
4
Zaito o Zaitun era el nombre árabe de Quanzhou, importante ciudad comercial
China que era considerada el principio de la Ruta de la seda. Marco Polo la conoció
bien y la describe en su obra. Quinsay era la actual Tsingtao, asimismo un importante
puerto comercial.
Maravillose en gran manera ver tantas islas y çertifica a los Reyes que
desde las montañas que desde antier ha visto por estas costas y las d’estas
islas, que le pareçe que no las ay más altas en el mundo ni tan hermosas
ni claras, sin niebla ni nieve, y al pie d’ellas grandíssimo fondo; y dize que
cree que estas islas son aquellas innumerables que en los mapamundos en
fin de Oriente se ponen. Y dixo que creía que avía grandíssimas riquezas
y espeçería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda
parte. Púsoles nombre la mar de Nuestra Señora. Dize tantas y tales cosas de
la fertilidad y hermosur a y altura d’estas islas que halló en este puerto, que
dize a los Reyes no se maravillen d’encareçellas tanto, porque les çertifica
que cree que no dize la çentéssima parte (p. 98).
qu’es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros paxaritos como los de
Castilla… Halló arrayán y otros árboles y yervas como las de Castilla, y así
es la tierra y las montañas (p. 122)5.
5
La referencia a los ruiseñores conlleva no pocas connotaciones. Según L. Olschki,
esto de los ruiseñores y los verdores inefables huele a descripción imaginaria y tópica
del Paraíso (Storia letteraria dell scoperte geographiche, Firenze, 1937, p. 13, cit. por Gil, 1988,
vol. I, p. 26). El canto del ruiseñor es típico y tópico además de los parajes idealizados
en clave locus amoenus que abundan en la literatura renacentista, especialmente en la
poesía bucólica y novelas pastoriles. J. Gil afirma también que Colón pondera mucho el
pescado, que era más parecido al de España (p. 25), pero conviene matizar que se trata
solo del pescado de la Española, ya que como hemos indicado, el anterior era destacado
precisamente por su diferencia con las especies conocidas.
incluso dos de las mujeres tienen «la tez tan blanca como las de Castilla»
(p. 127), conveniente matización a la idea del exótico buen salvaje. Y
de la numerosa población que la habita el encomio no es menor: «que
estima ya por mayor que Inglaterra» (p. 146). De la tierra de las especies
hemos pasado a una especie de Nuevas Islas Canarias que ofrecen un
inmenso potencial incluso si no apareciera oro, lo que por cierto es
probablemente solo cuestión de tiempo. Colón despliega sus amplios
recursos literarios recreando un auténtico locus amoenus de feliz perfec-
ción bucólica, digno de la mejor tradición poética clásica y renacentista:
Estavan todos los árboles verdes y llenos de fruta, y las yervas todas flori-
das y muy altas, los caminos muy anchos y buenos; los aires eran como en
Abril en Castilla; cantava el ruiseñor y otros paxaritos como en el dicho
mes en España, que dizen que era la mayor dulçura del mundo; las noches
cantavan algunos paxaritos suavemente, los grillos y ranas se oían muchas;
los pescados como en España.Vieron muchos almáçígos y lignáloe y algo-
donales; oro no hallaron, y no es maravilla en tan poco tiempo no se halle
(p. 127)
el cual vido ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos aya ja-
más visto, y escúsase diciendo qu’él trae consigo marineros antiguos, y éstos
dizen y dirán lo mismo, conviene a saber, todas las alabanças que a dicho de
los puertos pasados ser verdad, y es este muy mejor que todos ser asimismo
verdad. DIze más d’esta manera: ‘Yo e andado veinte y tres años en la mar,
sin salir d’ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente,
que dize por ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y e andado la
Guinea, mas en todas estas partidas no se hallará la perfección de los puer-
tos, fallados siempre lo mejor del otro; que yo con buen tiento mirava mi
escrevir, y torno a decir y que affirmo aver bien escripto, y que agora este
[puerto] es sobre todos, y cabrían en él todas las naos del mundo, y çerrado
que con una cuerda, la más vieja de la nao, la tuviese amarrada (p. 139).
Al final este proceso culmina con una superación de todas las ca-
racterísticas en apariencia contradictorias, gracias a una síntesis única
de lo bíblico, lo exótico y lo conocido del Viejo Mundo refiriéndose a
un valle de la isla Española. El bautismo toponímico que une el Nuevo
Mundo con el Viejo prosigue y se refuerza con el símil de un río y un
valle: «Puso nombre al valle Valle del Paraíso, y al río Guadalquivir, por-
que diz que así viene tan grande como Guadalquivir por Córdoba, y a
las veras o riberas d’él, playa de piedras muy hermosas y todo andable»
(p. 129)6. Por supuesto que el corolario de todo este cúmulo de ventajas
6
Valle del Paraíso era un valle portugués cercano a Lisboa, por lo que este curioso
e inadito topónimo, llamado a tener gran descendencia, refleja una tendencia exótica y
familiar a la vez. Por eso a las mujeres de esa zona las considera más blancas que las de
las otras islas, casi tanto como las españolas.
Una vez decidido el regreso tras la fundación del Fuerte de Navidad (ver más ade-
lante), la última toponimia es menor en cuanto que afecta asolo a algunos lugares de
la costa norte de la isla Española. Aun así, junto a los habituales términos descriptivos,
como Cabo Tajado, del Francés, Colón astutamente insiste en el elemento religioso y
de riquezas para reafirmar la validez de la empresa colonizadora y evangelizadora que
se avecina. Río de Oro, Monte de Plata (p. 169), Río de Gracias, Cabo del Ángel (p.
169) y Puerto Sacro (p. 170) siempre con argumentos más que discutibles ya que no se
encuentran grandes cantidades de metal precioso, sino simplemente la eterna promesa
y certidumbre de encontrarse las ricas minas de ellos muy cerca de esos parajes, aparte
por supuesto de ser tierras fertilísimas y pobladas de indios virtuosos y pacíficos, como
por ejemplo el paraje del Cibao que él nombra apropiadamente cabos del Enamorado
son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí ovieron hallado:
hartos blancos, que, si vestidos anduviesen y se guardasen del sol y del aire,
serían cuasi tan blancos como en España, porqu’esta tierra es harto fría y la
mejor que lengua pueda decir. Es muy alta, y sobre el mayor monte podrían
arar bueyes… en toda Castilla no ay tierra que se pueda comparar a ella
en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas labradas
como la campiña de Córdova; tiene sembrado en ellas ajes, que son unos
ramillos que plantan, y al pie d’ellos naçen unas raízes como çanahorias,
que sirven por pan y rayan y amassan y hacen pan d’ellas, y después tornan
a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro y cinco de
aquellas raízes que son muy sabrosas: propio gusto de castañas… Era cosa de
maravilla ver aquellos valles y los ríos y buenas aguas y las tierras para pan,
para ganado de toda suerte, de qu’ellos no tienen alguna, para güertas y para
todas las cosas del mundo qu’el hombre sepa pedir (pp. 130-132).
La Española es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas i las cam-
piñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar
ganados de todas suertes, para edificios de villas e lugares. Los puertos de
la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes
y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y
(p. 170), del Buen tiempo y de Belprado, descrito en los mismos términos que lo que
acabamos de mostrar: «golpho y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas cam-
piñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro… y una sierra… muy grande y
muy hermosa… y un puerto muy bueno… y este monte es muy alto y muy hermoso,
y todo esto es poblado mucho.Y creía el Almirante debía aver muchos ríos y mucho oro»
(p. 169, el subrayado es nuestro).
Por lo que respecta a los indios, serán a no dudarlo siervos de sus ma-
jestades y aun cristianos por su comportamiento dócil y cooperador, de
hecho in pectore ya lo son incluso más que los castellanos mismos: «por-
que los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que
las gentes de Castilla, y dize que otra cosas no falta salvo saber la lengua
y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradiçión
alguna» (p. 141). En el trágico suceso del naufragio de la nave capitana
la víspera de Navidad halla Colón la prueba irrefutable de su alto nivel
ético. Colón pide ayuda al cacique Guacanagarí que acude súbito al
socorro con sus hombres y canoas, ofrece su colaboración en el salva-
mento de la carga y equipamiento de la nave capitana, y por si eso no
bastara llora sinceramente con Colón por tan dolorosa pérdida y aun le
consuela en su pesar. Ese comportamiento ya ejemplarmente cristiano
incluso antes de conocer la doctrina del Salvador, es refrendado por el
Almirante con una referencia bíblica: a la inocencia y la desnudez que
caracterizan a los indios añade ahora otra faceta de mayor valor, pues
aman al prójimo como a sí mismos.
Recapitulemos entonces lo ocurrido desde el 12 de octubre hasta la
fatídica Nochebuena de 1492. Colón ha encontrado varias islas exóticas
que cree cercanas a la India, Catay o Cipango, ciertamente apacibles en
clima pero que no contienen ningún elemento de riqueza tangible y
comercial, que era el objetivo central de la expedición. Los días pasan
y las naos sufren del largo viaje. Además, el 21 de noviembre Martín
Alonso Pinzón desapareció con la Pinta y de él nada se ha sabido desde
entonces. La situación ya era difícil, pero la noche del 24 de diciembre
ocurre una verdadera tragedia. Colón, fatigado por la larga navegación
de los días anteriores, se retira a descansar algo antes de la medianoche
dejando el mando de la nao capitana a Juan de la Cosa, quien a su vez
delega en el timonel, un joven e inexperto grumete que en la oscuri-
dad no acierta a ver los bajos rocosos cercanos a la costa. Mientras el
Almirante duerme, la Santa María encalla y pronto se hunde irrepa-
rablemente. Los tripulantes logran ponerse a salvo, pero aun salvando
carga y matalotaje todo esto deja a Colón en una situación límite. Solo
queda una pequeña carabela, en la cual no podrán embarcar todos. Aun
7
Colón, Carta, p. 213.
8
No se debe desdeñar, al contrario, todo lo relativo al providencialismo colombino,
que aun siendo parte de su estrategia por otra parte formaba parte de sus creencias
más arraigadas. El elemento mesiánico es muy importante en Colón quien sin duda se
consideraba uncido por la divinidad para ser el protagonista de una empresa finalmente
evangelizadora y que además serviría a la reconquista de Jerusalén. Todo esto ha sido
estudiado en profundidad por las obras importantes de Juan Pérez de Tudela (1956) y
de A. Milhou (1983). El providencialismo constituye también un ingrediente principal
de su tendencia a proponer asociaciones con el mundo de la fantasía, especialmente la
vinculación con el Paraíso Terrenal y en todo caso con el Oriente Lejano y los reinos
míticos de la Biblia o la mitología clásica, tales como las Amazonas, Once mil Vírgenes,
Isla de las Mujeres, etc. Arranz, 2006, pp. 165-170.
tica y otras especias que aún no han sido identificadas. Será además base
de descubrimientos posteriores que den al fin con las riquezas de Asia.
— Evangelizador. Los indios, que no tienen «secta», quieren asimis-
mo someterse a la fe de Cristo así que debe empezar pronto un masivo
programa para convertir a los paganos, según lo exige la fe de Cristo.
Todo esto nos lleva a plantearnos una peliaguda cuestión. ¿Fue esta
idea de colonizar como se ha pensado, una súbita decisión del Almirante,
resultado de hacerse una luz repentina en su cerebro?9 Por lo que aquí
hemos expuesto obviamente pensamos que para justificar esa decisión,
Colón ha empleado una estrategia textual que tiene su comienzo en el
Diario todo lo anotado desde el 6 de diciembre. La isla Española es una
cuidadosa y sistemática construcción retórica que disfraza la realidad ca-
ribeña en lo relativo a la isla de Haití, ponderando sus ilimitadas virtudes
y recubriéndola con un ropaje de supuesto parecido con España.Y de-
cimos bien sistemática, repetitiva y machaconamente descrita como una
variante mejorada y aun paradisíaca de lo mejor de Castilla y Canarias.
Y por esto mismo no podemos sino pensar que esta evidencia inter-
na textual nos lleva ineludiblemente a pensar que Colón manipuló su
Diario, reescribiendo las entradas a partir del 6 de diciembre. No de
otra manera puede explicarse esta profunda y radical diferencia con lo
expuesto hasta entonces ya que, insistimos, el paisaje y el paisanaje de
Cuba y Haití son harto similares. Lo que Colón decidió entonces tras
el desastre de Nochebuena fue reinventar la percepción, el sentido y
el objetivo de su expedición, que de búsqueda de oro y especias en la
India pasa a ser una empresa de colonización. El Fuerte de Navidad era
una necesidad impuesta por las circunstancias, que además de justificar
el inminente viaje de regreso garantizaba la continuación del proyecto.
De haber vuelto Colón con menos barcos y las manos vacías es más
que probable que ese hubiera sido el triste final de su aventura allende
los mares. Ahora en cambio, el Fuerte de Navidad constituía un seguro
9
Gil sí percibe que en el Almirante hay una conversión súbita al encallar la nao
capitana en lo referente al Cibao: entiende ahora que Cibao es Cipango y por tanto ahí
es donde está el oro de las minas. Esto reforzaría la idea de convertir la expedición en
asentamiento: no solo lo quiere Dios, sino que además es la culminación de la búsqueda
del oro. «Este nombre significativo no cobró importancia sino dos o tres días después,
cuando, ya varada la Santa María, se hizo según todas las trazas luz repentina en su ce-
rebro» (Gil, 1988, vol. I, p. 146). Gil cree que lo ocurrido fue una especie de revelación
repentina por la cual Colón creyó que la zona montañosa que los indios le señalaban
hacia el sur de la isla era sin duda Cipango.
retocar después. Es más, mucho más que un diario común» (2006, p. 75). Nada que
objetar salvo lo referente a la certidumbre que expresa el crítico en que el Diario no
fue retocado.
Bibliografía
Arranz Márquez, Luis, Cristóbal Colón. Misterio y grandeza, Madrid, Marcial
Pons, 2006.
Colón, Cristóbal, Carta del Almirante Cristóbal Colón, escrita al Escribano
de Ración de los señores Reyes Católicos, en M. Fernández de Navarrete,
Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles, desde
fines del siglo XV, Madrid, 1825 (reimpresión:Vaduz, Klaus Reprint, 1964).
— Los cuatro viajes.Testamento, ed. Consuelo Varela, Madrid, Alianza, 1986.
— Diario de a bordo, ed. Luis Arranz Márquez, Las Rozas, Dastin, 2000.
(Reedición, aunque ahí no se haga constar, de la editada por Madrid,
Crónicas de América, Historia 16, 1991).
— Diario de a bordo, ed. y ed. facsímil Jesús Varela y José Manuel Fradejas.
Valladolid, Instituto Interuniversitario de Estudios de Iberoamérica y
Portugal, 2006. (Transcripción del ms. de la Biblioteca Nacional fiel y con
aparato crítico).
Delgado Gómez, Ángel, Baptizing the New World, Providence, The John Carter
Brown Library, 2010. Versión española resumida: El bautizo del Nuevo
Mundo. Hacia una tipología de la temprana toponimia americana, en Pilar
Latasa (ed.), Discursos coloniales: texto y poder en la América Hispana, Madrid,
Iberoamericana, 2011, pp. 55-70.
Gil, Juan, Mitos y utopías del descubrimiento, vol. I, Colón y su tiempo, Madrid,
Alianza Universidad, 1988.
Granzotto, Gianni, Cristoforo Colombo, Milán, Mondadori, 1986.
Manzano y Manzano, Juan, Colón y su secreto, Madrid, Ediciones de Cultura
Hispánica, 1976.
Milhou, Alain, Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista es-
pañol, Valladolid, Casa Museo de Colón y Seminario Americanista de la
Universidad, 1983.
Pérez de Tudela, Juan, Mirabilis in altis, Estudio crítico sobre el origen y significado
del proyecto descubierto de Cristóbal Colón, Madrid, CSIC Instituto «Gonzalo
Fernández de Oviedo», 1983.
Varela, Consuelo, Cristóbal Colón. Textos y documentos completos, Madrid, Alianza,
1982.
Leonardo Espitia
Universidad Autónoma de Barcelona
1
La Historia de la invención de las Indias [redactada entre 1525 y 1528] es una traducción-
adaptación de la Primera década de las De Orbe Novo Decades de Pedro Mártir de Anglería
[compuesta entre 1493 y 1510]. Junto con esta Historia, Oliva compuso también la Historia
de la conquista de la Nueva España [redactada entre 1524 y 1528], cuya fuente principal fue la
segunda carta de relación de Hernán Cortés [firmada el 30 de octubre de 1520].
I
Las narraciones sobre América escritas por Oliva pueden inscribirse en
un proceso de transformación que experimentó la historiografía española
por estos años; particularmente, por el cambio que se produjo entre la
escritura de crónicas generales, que respondían al modelo instaurado por
Alfonso X y su General estoria, y aquellas dedicadas a hechos particulares y,
ante todo, a la figura de reyes o gobernantes; es lo que ha descrito Richard
L. Kagan como el paso de la historia pro patria a la historia pro persona2.
Uno de los puntos de inflexión en este proceso se dio justamente con los
Reyes Católicos, y más específicamente, con el interés de estos monarcas
por crear una sola y compleja narrativa histórica de sus actos, de conectar
sus triunfos personales con la historia general de España. El ejemplo que
introduce Kagan sobre esta cuestión es bastante ilustrativo. Afirma que
el personaje elegido para supervisar tal tarea, esto es, crear esta «comple-
ja narrativa», fue el secretario latino de Fernando el Católico, Lorenzo
Galíndez de Carvajal, quien con cierta astucia y un interés propagandís-
tico para legitimar la sucesión de Isabel a la Corona de Castilla, corrigió
y enmendó muchas y a menudo contradictorias crónicas del reinado de
Fernando. Carvajal pretendía escribir una crónica general, construir un
solo relato y, para ello, procuraba dejar de lado todo ese material que no
estuviera escrito con el propósito de glorificar a las figuras de los reyes.
Ahora, en este proceso de creación de una crónica dignificada, Carvajal
fue crítico con lo que Pulgar denominaba «“retórica vana”, término con
el que apuntaba al hábito de los cronistas de rellenar sus narraciones con
oraciones superfluas —“razonamientos” en palabras de Pulgar—»3.
Si miramos la Historia desde esta perspectiva, veremos que uno de los
primeros cambios relevantes que realizó Oliva respeto a su fuente fue
anular sistemáticamente toda referencia a la Antigüedad clásica, un poco a
la manera como Carvajal limpió de «razonamientos» o arengas su propia
crónica. Por supuesto, el procedimiento retórico al que está acudiendo
Oliva para su narración es el de la abreviación (brevitas), y seguramente
utiliza dicho recurso con el objetivo de descartar todo aquello que para la
historia que él está construyendo, es de carácter secundario. Que sirva de
ejemplo la manera como Oliva reduce, casi que a un máximo sorpren-
dente, la descripción que hace Anglería de la fauna de La Española:
2
Kagan, 2010, pp. 41-92.
3
Kagan, 2010, p. 91.
Anglería Oliva
Nullum animal quadrupes se vidis- En la isla no había animales otros
se dicunt, praeterquam tria genera cuni- de tierra sino conejos de tres maneras y
culorum. Serpentes insulae nutriunt, sed serpientes sin ponzoña, pero aves muy
minime noxios; anseres silvestres, turtures, diversas, y entre ellas gran multitud de
anates nostris grandiores et cigneo cando- papagayos y maneras muchas de ellos.
re, capite purpureo repererunt. Psittacos, Había ánsares y tórtolas, ánades, palomas
quorum alii virides erant, alii flavi toto y otras muchas5.
corpore, alii similes Indicis, torquati minio,
uti Plinius ait, quadraginta tulerunt, sed
coloribus vivacissimis et laetis maximope-
re: alas habent versicolores, viridibus enim
et flavis pennis quasdam habent ceruleas et
purpureas mixtas, quae varietas parit de-
lectationem. Haec volui de psittacis, illus-
trissime Princeps, recitasse quoniam, qua-
mvis huius Christophori Coloni opinio
magnitudini sphaerae et opinioni veterum
de subnavigabili orbe videatur adversari,
psittaci tamen, inde asportati, atque alia
multa, vel propinquitate vel natura, solum
Indicum has insulas sapere indicant, cum
praecipue Aristoteles circa finem libri De
coelo et mundo, Seneca et alii, non ignari
cosmographiae, ab Hispania Indica littora
per occidentem non longo maris tractu
distare attestentur4.
45
4
Martire d’Anghiera, De Orbe Novo Decades, p. 48; «Dicen que no vieron ningún ani-
mal cuadrúpedo, fuera de tres clases de conejos. Crían las islas serpientes, pero inofensivas;
encontraron patos silvestres, tortugas y ánades mayores que las nuestras, blancas como el
cisne y con la cabeza encarnada. Cogieron cuarenta papagayos, de los cuales unos eran
verdes, otros amarillos en todo el cuerpo, otros semejantes a los de la India, con su collar
de bermellón, como dice Plinio, pero de colores vivísimos y sobremanera alegres. Las alas
las tienen de diversos colores, pues las plumas verdes y amarillas tienen mezcladas algunas
azules y purpúreas, la cual variedad deleita muchísimo. He querido referir estas cosas de
los papagayos, oh Príncipe ilustrísimo, aunque la opinión de este Cristóbal Colón parezca
estar en oposición con la grandeza de la esfera y la opinión de los antiguos acerca del
mundo navegable; sin embargo, los mismos papagayos traídos y otras muchas cosas indican
que estas islas, o por cercanía o por naturaleza, saben a suelo indio, principalmente siendo
así que Aristóteles, cerca del fin del libro De coelo et mundo, Séneca y otro sabios cosmó-
grafos, atestiguan que las playas de la India no distan de España mucho trecho de mar por
Occidente», Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, pp. 13-14.
5
Pérez de Oliva, Historia de la invención de las Indias, p. 48.
Anglería Oliva
Ioannae littora lambens, ad occi- Y siguiendo la costa de Juana, no ha-
dentem a septemtrione, recto latere, non llando fin después de ochenta leguas que
multo minus octingentis milibus passum andadas tenían, pensaron que fuese aquél
percurrit, aiunt enim centum et octo- el fin de Asia. De ahí vientos contrarios
ginta lequas. Continentem arbitratus, que los fatigaban hicieron que tornasen
quod neque terminus neque termini a la Española; y siguiendo su lado, que
ullius signum in insula, quantum oculis es al Norte, la nave hirió en una peña
prospectus inserviebat, appareret, retro- cubierta, do pereció7.
cedere instituit. Redire etiam illum pe-
lagi tumores coegerunt: nam Ioannae
littora, per varios inflexus, tantum iam
ad septemtrionem se vertebant et curva-
bantur, quod Boreales flatus naves acrius
infestarent, quoniam hyems vigebat. Ad
orientem igitur proras vertens, Ophiram
insulam sese reperisse refert, sed, cosmo-
graphorum tractu diligenter considerato,
Antiliae insulae sunt illae et adiacentes
aliae. Hanc Hispaniolam appellavit, in
cuius septemtrionali latere, tentare lo-
corum naturam cupiens, terrae appro-
pinquabat, cum in planam quondam et
caecam rupem aquis coopertam cari-
na grandioris navis incidens aperitur et
perstat6.
67
6
Martire d’Anghiera, De Orbe Novo Decades, pp. 42-44; «Rodeando las costas de la
Juana desde el Septentrión en derechura al Occidente, recorrió no menos de ochocien-
tos mil pasos (esto es, ciento ochenta leguas), y juzgando que era continente, porque ni
parecía el fin ni señal de término alguno de la isla, determinó volverse atrás, a lo que
le obligó también la furia del mar, porque las costas de la Juana, por varias curvas, vol-
vían y se inclinaban ya tanto al Septentrión, que los vientos boreales maltrataban más
cruelmente a las naves, pues hacía tiempo de invierno.Volviendo, pues, la proa hacia el
Oriente, cuenta que encontró la isla de Ofir. Pero, considerando diligentemente lo que
enseñan los cosmógrafos, aquellas son las islas Antillas y otras adyacentes. Llamó a esta
Española, en cuya costa septentrional, deseando examinar la naturaleza de los lugares,
se aproximaban a tierra, cuando la quilla de la nave mayor, dando en cierta peña plana
y oculta cubierta por las aguas, se abrió y quedó encallada», Mártir de Anglería, Décadas
del Nuevo Mundo, p. 11.
7
Pérez de Oliva, Historia de la invención de las Indias, p. 45. Nótese el error de las
«leguas»: Anglería indica que son ciento ochenta leguas, mientras que Oliva afirma que
son ochenta.
8
Gil, 1984, pp. 61-71.
1. Fundación de la Isabela.
2. Muestras de árboles de La Española.
3. Situación y bondad de La Española.
4. Exploración de Cibao.
5. Expedición de Colón a Cibao.
6. Exploración de Luján y descripción de Cibao.
7. Comienzo de la exploración de Cuba.
8. Cabo de Alfa et O. Jamaica.
9. Cálculos sobre la longitud alcanzada por Colón.
10. Descripción de la costa meridional de Cuba. Encuentro amisto-
so con los indígenas.
Ahora, de acuerdo a la secuencia dada por Oliva, los hechos pueden
resumirse del siguiente modo:
1. Con el propósito de construir un lugar para proteger a sus hom-
bres de cualquier ataque, Colón funda la Isabela.
2. Asentado en este lugar, envía a treinta hombres a reconocer la
región del Cibao, esa región que, imaginándose que había lle-
gado a Asia, consideró que sería Cipango, el Japón de la Edad
Media. Partiendo de la información que le traen sus hombres,
quienes le hablaron de las riquezas que había en aquellas tierras,
decide partir de la Isabela en busca de la fértil Cibao.
3. Una vez más el Almirante edifica una fortaleza en medio del
Cibao —castillo de Santo Tomás— y envía a Juan de Luján a
que reconociese algo de aquella tierra. Cuando Luján le informa
de que las riquezas en aquella región no tienen fin, vuelve a la
Isabela, nombra gobernador de la isla a Bartolomé Colón y a
Pedro Margarita y parte a conquistar nuevas islas.
4. La primera de estas nuevas islas es Cuba.
5. Finalmente, nos encontramos con uno de los primeros encuen-
tros amistosos con los indígenas.
Como se puede ver, en el caso de la narración de Anglería se en-
trecruzan datos y reflexiones que poco tienen que ver con la relación
de los acontecimientos sobre la expedición a Cibao y a Cuba. Ahora,
es posible que el segundo asunto que pudo tener en cuenta Fernán
Pérez de Oliva en el momento de eliminar toda referencia clásica esté
relacionado con la tendencia de varios cronistas a recurrir a fantasías
literarias cada vez que tenían que explicar realidades nunca antes vistas.
El ejemplo más representativo se puede encontrar en la descripción del
Aquí una vez más Anglería acude a una comparación sugestiva: pro-
pone una similitud entre el comportamiento adoptado por los tracios
al ver a las amazonas de Lesbos y el adoptado por los caníbales al ver
a las mujeres de la isla Matinino. Y es sugestiva por una razón que ya
había sido expuesta en los años setenta por el historiador y economista
Antonello Gerbi: en su argumentación afirmaba que las reminiscencias
y fantasías bíblicas de Colón —refiriéndose a la identificación que ha-
bía hecho el conquistador de la Española con Ofir— no sedujeron del
todo a Pedro Mártir, más bien crearon en él un escepticismo que se va
modificando a medida que va conociendo nuevos datos sobre los des-
cubrimientos; «Pero cuando Colón se pone a hablar de las Amazonas, la
cosa cambia», y el único «argumento que podría inducirlo a creer en las
Amazonas americanas no es el testimonio de Cristóbal Colón… sino
su verosimilitud, puesto que los antiguos certifican su existencia»10. Así
que la mayoría de las veces la Antigüedad no se convierte en criterio de
verdad de la naturaleza americana, sino, por el contrario, «la naturaleza
americana se convierte en criterio de la verdad de las tradiciones anti-
guas»; es como si América fuera una «apostilla marginal» en los textos
9
Martire d’Anghiera, De Orbe Novo Decades, p. 58; «Se ha creído que los caníbales se
acercan a aquellas mujeres en ciertos tiempos del año, del mismo modo que los robustos
tracios pasaban a ver a las amazonas de Lesbos, según refieren los antiguos, y que de igual
manera ellas le envían los hijos destetados a sus padres, reteniendo consigo a las hembras.
Cuentan que estas mujeres tienen grandes minas debajo tierra, a las cuales huyen si
alguno se acerca a ellas fuera del tiempo convenido; pero si se atreven a seguirlas por la
violencia o con asechanzas y acercarse a ellas, se defienden con saetas, creyéndose que
las disparan con ojo muy certero. Así me lo cuentan, así te lo digo», Mártir de Anglería,
Décadas del Nuevo Mundo, p. 20.
10
Gerbi, 1992, pp. 78-79.
Nos parece importante señalar, a este respecto, una cuestión que tal
vez nos ayude a explicar las razones por las que Oliva no acudió a este
tipo de comparaciones para la elaboración de su relato. Nos referimos
a que todo el trabajo realizado por Oliva puede estar enmarcado en ese
ideal valdesiano propio del humanismo renacentista del intentar escribir
como se habla; en ese ideal de naturalidad al que se refiere Joseph Pérez
cuando aclara que quizá el aspecto más revolucionario del humanismo y
de la Historia consista en ver las cosas tal como son, sin uso de la retórica,
sin alarde de erudición falsa, sin dogmatismo13. Ahora, esta búsqueda de
un lenguaje natural debe estar estrechamente ligada al intento que está
haciendo el escritor cordobés por dar al castellano una dignidad similar
a la que estaba intentando dar Nebrija con sus traducciones al latín.
II
11
Gerbi, 1992, pp. 79-80.
12
Pérez de Oliva, Historia de la invención de las Indias, p. 53.
13
Pérez, 1981, p. 486.
14
Galíndez de Carvajal, Anales breves del reinado de los Reyes Católicos, pp. 536-537.
15
Kagan, 2010, p. 91. En este mismo sentido, la hipótesis sugerida por Hinojo
Andrés es que a pesar de que en efecto Nebrija tradujo y elaboró la Crónica de Pulgar
«de acuerdo con los principios y preceptos de la teoría renacentista de la Historia», es
importante preguntar por las interpretaciones que se le dieron a dicha teoría. «Esta
visión un tanto simplista de la Historiografía renacentista —argumenta Hinojo—, se
apoya, en última instancia, en la reducción de la Retórica a su componente más externo
y más superficial, a una cuestión de estilo o de elocutio. En nuestra opinión —concluye—
el tratamiento retórico es esencial en la Historiografía humanista, pero consideramos
que este no se limita solo a aspectos formales».Ver Hinojo Andrés, 1991, 42.
16
Tate, 1994, p. 27.
1546 y después incluido junto con las obras de su tío en 1586, Morales
expone la posición que adoptó Oliva ante el idioma:
No se puede dar del todo a entender cuán grande fue el amor que tuvo
a nuestra lengua, mas entiéndese mucho cuando se considera cómo un
hombre que tan aventajadamente podía escribir en latín, y hacer mucho
más estimadas sus obras por estar en aquella lengua, haciendo lo que los
hombres doctos comúnmente hacen, no quiso sino escribir siempre en su
lenguaje castellano, empleándolo en cosas muy graves, con propósito de en-
riquecerlo con lo más excelente que en todo género de doctrina se halla…
Para esto se ejercitó, primero, en trasladar en castellano algunas tragedias y
comedias griegas y latinas, por venir después, con más uso, a escribir cosas
mejores en filosofía17.
17
Pérez de Oliva, Las obras del maestro Fernán Pérez de Oliva, pp. 23-24.
Oliva declara aquí un propósito, esto es, escribir una obra didáctica,
utilizando para ello un conjunto de ejemplos —«cosas claras de enten-
der»— en los que se muestre el buen uso del lenguaje. Por otro lado,
para concretar este objetivo Oliva utilizó antiguas comedias romanas,
entre otras cosas porque, como él mismo lo indica, «las comedias antes
escritas fueron fuentes de la elocuencia de Marco Tulio», y porque el
estilo de decir en comedia es tan diverso como son los movimientos de los
hombres. A veces va tibio, y a veces con hervor; unas con odio, y otras con
amor; graves algunas veces, y otras veces gracioso; unas veces como historia,
otras como razonamiento, y otras veces es habla familiar19.
18
Pérez de Oliva, Teatro, pp. 3-4.
19
Pérez de Oliva, Teatro, p. 4.
20
Pérez de Oliva, Teatro, p. xi.
21
Cicerón, De inventione, I, 27.
que también fui por dios tenido. Nuestros honores duraron cuanto pudo
permanecer la ceguera de los hombres, do tenían fundamento; mas des-
pués que fue alumbrada con la verdadera sabiduría de Dios, ya de todos
desechados caímos de nuestro estado, do éramos tiranos de la religión en
tanta pobreza que agora, para mantener la vida que los hombres nos dan, es
menester que andemos hechos juglares por las fiestas que en nuestro honor
se solían antes celebrar, contando por fábulas lo que por verdad de nosotros
se creía22.
Agora quiero pensar en qué manera contaré las cosas de la batalla, cuan-
do con Alcumena me vea; porque tener mal pensado el mensaje hace al
hombre desvariar. Principalmente pues tengo de contar muchas cosas por
vistas, de las cuales ninguna vi; porque cosas de guerra y de peligro según
mi natura yo no podría ver, si no toviese ojos en el colodrillo23.
22
Pérez de Oliva, Teatro, p. 5.
23
Pérez de Oliva, Teatro, p. 9.
24
Pérez de Oliva, Teatro, p. 10.
25
Ruiz Pérez, 1986, p. 586.
vinieron todos a contratar con los nuestros, y les hacer parte de sus bienes,
y ayudarlos a salvar lo que pudiesen de la nave perdida… Mas los nuestros,
mostrando pobres mercadurías de bien parecer, descubrían el oro que en
la isla había. Las cuales viendo aquellas gentes, que por falta de artes que
en ellas hay mucho estimaban, trocaban todo el oro que haber podían por
aquellas cosas que para el mirar eran más deleitables o para el uso más
provechosas. De esta manera aquellas simples gentes mostraron abundancia
de oro tanta, que la sed de la avaricia tornaron en rabia que después los
destruyó26.
Y pasados los montes que eran fin de aquel valle, vio otro no menor, ni
de menos ríos y fertilidad, el cual fenecía en montes que nadie antes había
pasado. Pero ¿qué montes habrá que estorben a los que van a buscar oro? A
lo menos no aquellos, que los nuestros fácilmente pasaron27.
Aquí Oliva, casi que utilizando una voz personal, enjuicia a los con-
quistadores por esa desaforada búsqueda de oro. Claro, dentro de la ela-
boración estilística de la Historia estos juicios del narrador en los que
parece escucharse la voz de Oliva no tienen una correspondencia con
los juicios o valoraciones que hace el yo de la carta de relación de Pedro
Mártir de Anglería. En este sentido, nos encontramos ante uno de los
aportes más significativos del humanista cordobés, y no solo en lo re-
lacionado con la textualidad de la obra, sino, también, en lo referente
a la posición ideológica que construye a través de dicho narrador. Si
hasta el momento hemos afirmado que uno de los recursos que ca-
racterizan la Historia es la abreviación, pues bien, en todos estos juicios
nos encontramos con otro recurso, el de la amplificación (amplificatio),
un recurso que utiliza Oliva para interpretar el texto fuente y dar, con
ello, una valoración del drama humano que está narrando. En su relato
Oliva no puede permanecer al margen de estos acontecimientos. Como
ya hemos anotado, en ningún momento quiere ahondar en problemas
26
Pérez de Oliva, Historia de la invención de las Indias, p. 46.
27
Pérez de Oliva, Historia de la invención de las Indias, p. 62.
pues es tan diverso como son los movimientos de los hombres… A veces va
tibio, y a veces con hervor; unas con odio, y otras con amor; graves algunas
veces, y otras veces gracioso; unas veces como historia, otras como razona-
miento, y otras veces es habla familiar.
Bibliografía
Cicerón, La invención retórica, introducción, traducción y notas de Salvador
Núñez, Madrid, Gredos, 1997.
Galíndez de Carvajal, Lorenzo, Anales breves del reinado de los Reyes Católicos don
Fernando y doña Isabel, en Crónicas de los reyes de Castilla, colección ordenada
por don Cayetano Rosell, tomo tercero, Madrid, Atlas, 1953 (BAE 70), pp.
533-565.
Gerbi, Antonello, La naturaleza de las Indias Nuevas, México, FCE, 1992.
Gil, Juan y Consuelo Varela, ed., Cartas de particulares a Colón y Relaciones coetá-
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Hinojo Andrés, Gregorio, Obras históricas de Nebrija. Estudio filológico, Salamanca,
Universidad de Salamanca, 1991.
Kagan, Richard L., Los Cronistas y la Corona, Madrid, Centro de Estudios
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Mazzacane y Elisa Magioncalda, Génova, Dipartamento di Archeologia,
Filologia Classica e Loro Tradizioni, 2005.
Pérez de Oliva, Fernán, Historia de la invención de las Indias, ed. J. J. Arrom,
México, Siglo xxi, 1991.
— Las obras del maestro Fernán Pérez de Oliva, ed. Ambrosio de Morales,
Córdoba, por Gabriel Ramos Bejarano, 1586.
— Teatro, ed. C. George Peale, Córdoba, Real Academia de Córdoba, 1976.
Carmen de Mora
Universidad de Sevilla
1
Con ellos había formado una compañía minera.
2
La amistad y sociedad entre Soto y Ponce duró desde 1517 hasta después de la
conquista del Perú; Garcilaso cuenta su versión de cómo se produjo la ruptura entre
ambos en su Historia de La Florida. Ver mi artículo «La dualidad en los episodios
amplificativos de La Florida» (Mora, 2008)
3
«Desde Nicaragua, —escribe Mira Caballos— se dedicaron a la exportación
de esclavos nativos a bajo precio a las áreas neurálgicas del Caribe, es decir, a Santo
Domingo y a Tierra Firme» (2012, p. 41).
4
Ver Ortiz Sotelo, 1993, p. 193, y Bravo, 1987, p. 49.
5
Cieza de León, Crónica del Perú, p. 105.
6
Lockhart, 1986, p. 202.
Los cronistas
7
Porras Barrenechea, 1986, p. 152.
8
Ver Mora, 1985 y 1988, pp. 50-61.
9
En su introducción, Guérin pone en duda la autoría de Cristóbal de Mena para
esta crónica y la considera anónima. Desplazada por la Verdadera relación de Jerez, su
existencia fue ignorada hasta comienzos del siglo xix y solo a mediados de ese siglo se
constató que se trataba de un texto diferente al de Jerez.
10
El manuscrito original se extravió, pero antes, Juan Bautista Ramusio pudo tra-
ducirla al italiano y la incluyó en el tomo iii de sus Navigationi e viaggi que publicó en
Venecia a mediados del siglo xvi. En dicha colección el historiador mexicano Joaquín
García Icazbalceta encontró el texto y lo trasladó de nuevo al español, publicándolo en
1849 como Apéndice al libro de Prescott sobre el Perú, donde se publicó también una
versión en inglés.
11
También acompañó a Hernando Pizarro, cuando se dirigió a Pachacamac a tomar
posesión de los tesoros guardados en aquel templo famoso. Como resultado del viaje,
escribió Una relación del viaje que hizo el señor capitán Hernando Pizarro, desde el pueblo de
Caxamalca a Pachacamac y de allí a Jauja, que fue íntegramente transcrita en la Verdadera
relación de la conquista del Perú (1534) de Francisco de Jerez.
12
Para la edición, ver la bibliografía: Solar y Taboada…
13
Ver Pizarro, 1986, p. xii y Porras, 1986, p. 134.
14
Además de ofrecer en su introducción numerosas referencias documentales y
otros datos de interés, Lohmann Villena explica las probables razones que lo llevaron a
escribir la crónica (Pizarro, 1986, pp. iii-vi).
15
Era natural de Trujillo de Extremadura, donde nació en 1505. En 1529 se marchó
al Perú con Francisco Pizarro y participó en la conquista.
Los episodios
16
Ver Porras, 1986, pp. 94-95, nota 59. Sin duda el dato no deja de ser curioso, dado
que, según el erudito peruano, en 1537, había en Lima 380 españoles y solo 14 mujeres
españolas.
que les sirviesen a los españoles «en guisar de comer por los caminos»17.
Mientras estaba con el cacique llegó un capitán de Atahualpa que traía
un presente para los cristianos de parte del Inca. Consistía en unos patos
desollados, «que significaba que así habían de desollar a los cristianos»18,
y dos fortalezas, hechas de barro, de las que decía que había adelante
otras similares. Cuando Soto regresó a donde estaba el gobernador, con
el capitán de Atahualpa, aquel se mostró muy contento y le dio una
camisa «muy rica» y dos copas de vidrio para que se las llevase a su
señor en señal de amistad. Resulta extraño que el relator interpretase
el significado de los regalos de Atahualpa como una amenaza para los
españoles y que eso mismo le pasara desapercibido al gobernador; lo
más probable es que este comprendiera que el verdadero propósito de
la embajada era averiguar las fuerzas con que ellos contaban, y que su
reacción complaciente fuera calculada y fingiera a propósito para llevar
adelante su plan19.
Las informaciones que presenta Jerez son las que Soto le dio al go-
bernador a su regreso de Cajas. No alude al episodio del reparto, aunque
sí a las casas de mujeres que se dedicaban a tejer ropa para el ejército de
Atahualpa.Y refiere cómo este había ahorcado a algunos indios porque
uno de ellos había entrado en la casa de las mujeres a dormir con una.
No deja de ser curioso que Oviedo, que en la Historia general y natural
de las Indias recoge la versión de Jerez, introduzca, sin embargo, un dato
que este no registra: que el principal de Cajas le dio a Soto doscientas
mujeres de las que había en la casa, algo que no parece muy creíble por
el número20. Sea cierto o no el episodio de las mujeres, una vez más
Soto arriesgó su vida yendo a Cajas y de aquella incursión regresó con
informaciones muy ventajosas para los acontecimientos futuros21. Jerez
también explica de otro modo los presentes que un indio principal le
llevó a Soto para el gobernador: eran dos fortalezas de piedra a modo
de fuentes para beber y dos cargas de patos secos desollados para que
hechos polvos se sahumara con ellos el gobernador, según era la cos-
tumbre entre los señores de su tierra ¿Fue una provocación el regalo de
17
Mena, La conquista del Perú, p. 93.
18
Mena, La conquista del Perú, p. 94.
19
Ver Prescott, 1986, p. 243.
20
Fernández de Oviedo, Historia, tercera parte, tomo iv, libro viii, p. 156.
21
Además de obtener otras informaciones, allí supo Soto que Atahualpa se
encontraba en Cajamarca acampado con un gran ejército.Ver Prescott, 1986, p. 244.
22
Todorov, 1987, p. 96.
23
Pizarro cuenta en su crónica la decepción que sufrieron Soto y los suyos cuando
llegaron a la isla de la Puná, donde se encontraba entonces el marqués, esperando
encontrar plata y oro, y los encontraron a todos enfermos y hambrientos. Tal vez
por ello, Pizarro alude, en el capítulo sexto, a un medio motín de Soto en Tumbes
y la desconfianza que suscitaba en los Pizarro, un detalle que no se encuentra en las
demás crónicas soldadescas. A partir de entonces, cuando Soto salía para alguna misión,
Francisco Pizarro enviaba con él a sus hermanos Juan y Gonzalo.
24
DRAE: < quechua mama, madre, con la t. pl. –kuna ]. Entre los antiguos incas,
cada una de las mujeres vírgenes y ancianas dedicadas al servicio de los templos, y a cuyo
cuidado estaban las vírgenes del Sol.
25
Trujillo, Relación del descubrimiento del reyno del Perú, p. 99, n. 71.
26
Ver Silva-Santisteban, 1993, p. 124.
27
Después —como se sabe— Pizarro, al haber divisado desde lo alto de la fortaleza
la magnitud del ejército de Atahualpa, envió a su hermano Hernando en seguimiento
de Soto por si se veía en dificultades.
cortó la cabeza a ellos y a sus familias por haber mostrado miedo ante
los españoles.
Francisco de Jerez también se detiene en algunos detalles destacando
la actitud digna y majestuosa del Inca. Describe el tocado que llevaba:
tenía en la frente una borla de lana que parecía de seda, de dos manos, de
color carmesí, asida a la cabeza con sus cordones que le bajaba hasta los
ojos, «la cual le hacía mucho más grave de lo que él es»28. Explica tam-
bién que Atahualpa estuvo todo el tiempo mirando hacia abajo y que
no se dignó mirarle a los ojos, era un principal suyo el que le respondía
al capitán. Entonces llegó Hernando Pizarro que mantuvo un breve diá-
logo con Atahualpa para atraerlo, asegurándole que le ayudaría a acabar
con sus enemigos. A continuación llegaron unas mujeres que les traje-
ron chicha en unos vasos de oro y, aunque ellos recelaban de la bebida
ofrecida por Atahualpa, tuvieron que aceptarla. Después se despidieron
y Atahualpa les aseguró que iría a ver al gobernador al otro día por la
mañana. El retrato que ofrece Jerez del Inca es el más preciso de todos:
28
Jerez, Verdadera relación de la conquista del Perú, p. 193.
los tomaban las mujeres y se los comían. Lo primero lo hacía por gran-
deza y lo segundo porque temía que le hicieran algún hechizo. En lo
referente a la acometida del caballo de Soto, él afirma que fue Atahualpa
quien les pidió que hicieran correr un caballo porque deseaba verlo (p.
361).
De la relación de Trujillo, testigo de vista de estos hechos, chocan las
palabras que pone en boca de Hernando Pizarro cuando llegó al real y Soto
le explicó que todavía Atahualpa no había salido para recibirlo: «decidle al
perro que salga luego»29. En cuanto a los cronistas posteriores, Oviedo, tal
vez porque siguió muy de cerca la crónica de Jerez, nunca nombra a Soto,
para quien solo es «un capitán». Ni siquiera lo hace en el encuentro con
Atahualpa, y desde luego no menciona el conocido episodio del desafío
con el caballo. López de Gómara también se atiene, con algunas variantes30,
a la versión de Jerez. Pedro de Cieza describe con detalle el encuentro y
atribuye el incidente del caballo al deseo de hacerle una demostración a
Atahualpa, quien no se inmutó: «Mas de los suyos hobo algunos, que pa-
saron de cuarenta, que con el miedo que cobraron, se derribaron por una
parte y otra»31.Y cuando se hubieron ido los españoles, Atahualpa, indigna-
do por la afrenta los mandó matar.
El Inca Garcilaso, basándose sobre todo en Blas Valera, enfatiza los
malentendidos que resultaron de la pésima actuación del intérprete
Felipillo32 por no saber traducir las palabras de Soto ni las de Atahualpa,
ni reproducirlas en su totalidad. Discrepa de la versión que daban algu-
nos historiadores españoles de aquel encuentro al achacarle al primero
una actitud arrogante y, al Inca, haber matado a muchos de los que
huyeron al acercarse los caballos. En cambio, sostiene que no fue este
29
Por muy arrogante que fuera Hernando Pizarro es incomprensible que se
expresara así alguien que iba como embajador y que debía ser persuasivo. Antonio de
Herrera, en su Historia general, dec. v, se refiere a la cautela y el tacto con que Soto y
Hernando Pizarro acudieron al real del Inca. Este sería otro de los testimonios dudosos
de Trujillo, ya que no aparece en ninguna otra crónica.
30
Entre ellas merece señalarse cómo destaca la figura del intérprete, que solo había
sido registrada por Mena.
31
Cieza, Crónica del Perú, p. 127.
32
Silva Santisteban sostiene que el verdadero nombre era Martinillo. Silva
Santisteban, 1993, p. 132. Anello Oliva considera también que la mala traducción de
Felipillo fue un factor determinante en la muerte de Atahualpa y repara en la tristeza
que le produjo al Inca comprobar, en el famoso encuentro con Hernando de Soto, lo
mal que hacía su oficio este intérprete.
33
Afirma el autor que hubiera sido Atahualpa torpe de entendimiento si hubiera
mandado matar delante de los mismos embajadores a los indios, que les habían respetado
y honrado. Garcilaso no tiene en cuenta que la mayoría de los cronistas afirman que lo
hizo después de que los embajadores se hubieran marchado.
34
Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú, p. 41.
35
Prescott señala que Atahualpa tenía más familiaridad con ellos, sobre todo con Soto,
que con el gobernador, y que aquel solía interceder ante él por el Inca (1986, p. 299 y 300).
36
Pizarro, Relación del descubrimiento, p. 64.
37
Además del hecho de haber participado en la prisión de Atahualpa, Mena le
atribuye a Soto un desagradable episodio: la tortura del capitán Chiliachima en una ho-
guera para que confesara dónde se encontraba el oro del Cuzco (padre). El gobernador
quiso sonsacarle, pero él decía que no lo tenía y que ya habían traído todo el que había.
Entonces Soto le dijo que si no decía la verdad lo quemaría, y así lo hizo: lo amarraron,
prepararon una hoguera con leña y paja y lo torturaron hasta que habló.
38
Pizarro, Relación del descubrimiento, p. 203.
39
Zárate, Historia del descubrimiento y la conquista del Perú, p. 80.
40
También aparece el nombre escrito como ‘Curi Coillor’. Además de esta historia
de amor, Cabello Valboa interpola la leyenda de Naymlap y la historia de los amores de
Efquen Pisan.
41
Obviamente, el amor entre dos jóvenes que pertenecen cada uno de ellos a
bandos distintos y enfrentados no puede dejar de relacionarse con la famosa tragedia de
Shakespeare, que se publicó más tarde. Cabello Valboa obtuvo el relato de los amores
de Quilaco y Curicoillor de su informante don Mateo Yupanqui Inca, que residía en
Quito.Ver Valcárcel, 1951, pp. xxv-xxvi.
42
Cabello Valboa, Miscelánea Antártica, p. 482.
43
Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, p. 83.
Conclusiones
En general, se conoce bien la biografía de Soto, por tanto, no es ese
el interés que me ha guiado en esta aproximación sino el de configurar
la imagen del conquistador que proyectaron los distintos cronistas. Entre
las crónicas soldadescas están las que pertenecen a los cronistas oficiales,
como Francisco de Jerez y Pedro Sancho, escritas en la inmediatez de
los hechos, revisadas por Pizarro y sus allegados, y demasiado neutras
en las informaciones; y las que han sido escritas años más tarde basadas
en los recuerdos entresacados de la memoria (Juan Ruiz de Arce, Pedro
Pizarro y Trujillo). En las primeras, el lector no informado no podrá dis-
tinguir si se está hablando o no de Hernando de Soto, pues la finalidad
era glorificar a Pizarro. En las segundas, sí alcanza cierto protagonismo
Soto. Al ser la primera modalidad la que se impuso en su momento y la
que se convirtió en referente para los cronistas posteriores, es compren-
sible que el papel del capitán quedara eclipsado por los Pizarro. Solo de
las crónicas no oficiales se deduce las tensiones y las luchas por el poder
que existían entre los conquistadores y la posición conflictiva de Soto:
tener que obedecer las órdenes de Pizarro, pero ser él quien verdadera-
mente se exponía y facilitaba el avance de las fuerzas españolas y quien
más enfrentamientos mantenía con los indios46. Lo paradójico es que
44
Cieza de León, Crónica del Perú, pp. 270-271.
45
Después de los sucesos del Cuzco, en que Juan y Gonzalo Pizarro se enfrentaron
a Soto y Almagro, Almagro se fue a Chile y Soto regresó a España.
46
De ahí también que ganara la fama, entre algunos cronistas, de ser aficionado a
matar indios: «Este gobernador era muy dado a esa montería de matar indios, desde
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de Castilla del Oro e de Nicaragua, e también se halló en el Perú y en la prisión de
aquel gran príncipe Atabaliba, donde se enriqueció; e fue uno de los que más ricos
han vuelto a España, porque él llevó e puso en salvo en Sevilla sobre cient mill pesos
de oro, y acordó de volver a las Indias a perderlos con la vida, y continuar el ejercicio,
ensangrentado, del tiempo atrás que había usado en las partes que es dicho» (Fernández
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Paul Firbas
Stony Brook University
Hacia finales del siglo xvi, el clérigo andaluz Miguel Cabello Balboa
escribió en el Perú su Miscelánea antártica, obra ambiciosa sobre «el ori-
gen de nuestros indios occidentales». Aunque este texto permaneció
inédito hasta el siglo xix, circuló sin duda entre los letrados del virrei-
nato y marcó la cristalización de un cambio en la concepción europea
del espacio andino, expresado asimismo en la formación de una elusiva
«Academia Antártica» en esos años1. Cabello trabajó su Miscelánea entre
1576 y 1586, época en la que residió entre Quito e Ica. No fueron años
de quietud o retiro para el clérigo. Entre 1577 y 1579 lideró dos pe-
queñas expediciones: fracasó en su intento de reducir a los cimarrones
y mestizos de la provincia de las Esmeraldas y dejó inconclusa la bús-
queda de una nueva ruta desde Quito al Océano Pacífico, por la tierra
de los Yumbos. Como producto de esa experiencia ecuatorial, Cabello
1
Sobre ese cambio, ver Firbas, 2000. La Miscelánea antártica fue publicada por prime-
ra vez, parcialmente, por Henri Ternaux-Compans en traducción francesa en 1840; por
Jacinto Jijón y Caamaño en 1945; por Luis E.Valcárcel y el Instituto de Etnología de la
Universidad de San Marcos en 1951; y en 2011 por Isaías Lerner. Esta última edición es
la primera que se hace del manuscrito guardado hoy en la Universidad de Texas, Austin,
«el más cercano al original» (Lerner, 2011, p. xix). Las ediciones anteriores se hicieron
de la copia que se conserva en la Biblioteca Pública de New York. Todas mis citas de
la Miscelánea provienen de la edición de 2011, pero consigno también las páginas de la
edición de 1951.
2
Cabello, Obras, p. 75.
3
Además de la dedicatoria, la Verdadera relación de Esmeraldas apostrofa a «vuestra se-
ñoría», sin duda el licenciado López Cepeda, según consta en las referencias a su esposa e
hija al final del texto. El 22 de marzo de 1583 la relación estaba ya terminada y dedicada
al Licenciado (ver los documentos notariales de Trujillo fechados ese día en Cabello,
Obras, p. vii). El virrey había fallecido diez días antes, el 12 de marzo. La relación nada
dice sobre esa pérdida, que debió de ser sentida para Cabello, puesto que el virrey le
había dado el «beneficio del pueblo de San Juan del Valle de Ica» (Obras, p. 76). Antes
de ser nombrado presidente de la Audiencia de las Charcas en 1580, López Cepeda fue
oidor en Santa Fe y Lima y presidente de la Audiencia de Panamá, donde trabajó en
la reducción de los cimarrones. Juan de Castellanos, en su Historia del Nuevo Reino de
Granada (cuarta parte de sus Elegías de varones ilustres de Indias) le dedica unas octavas al
Licenciado e indica que en 1573 pasó al Nuevo Reino (1997, p.1349). Cabello agrega
que en diciembre de 1574 López de Cepeda llegó a Quito, procedente de Santa Fe, pero
no pudieron encontrarse en esa ciudad porque Cabello iba de vicario para el pueblo de
Ávila, en la Gobernación de los Quijos (Obras, p.70).
4
En adelante uso el título abreviado de «Verdadera relación». La cito por la edición
de Jijón de 1945. José Alcina Franch la reeditó en 2001, sin aportes textuales, aunque
con una importante introducción antropológica. El manuscrito no lleva fecha; pero
puede establecerse el término post quem en 1581 y el ante quem en marzo de 1583.
Narra en quince capítulos la empresa misional y política de Cabello en Esmeraldas en
1577 y luego, entre 1578-1579, su intento de expedición desde Quito a la Provincia
de los Yumbos, en compañía del obispo Peña, en búsqueda de una nueva salida al mar.
La expedición fue interrumpida por el levantamiento indígena en Ávila y los hombres
fueron reasignados a la defensa de los pueblos vecinos de Baeza y Archidona, al noreste
de Quito. Un último esfuerzo por retomar la salida al mar fue frustrado por la llegada
intempestiva de Drake al Perú.
5
Cabello, Obras, p. 74.
6
Sonia Rose ha apuntado que la primera «miscelánea» —con ese título— escrita en
castellano sería la de Cabello (Rose, 2009, p. 158). Para una revisión de la cosmografía
—género cercano a la miscelánea— y las ideas geográficas de Cabello y sus mapas, ver
Firbas, 2004 y Rose, 2009.
7
Los mejores estudios de su biografía siguen siendo los de Alberto Tauro, 1945 y
Luis E. Valcárcel, 1951. A partir de la década de 1940 la bibliografía sobre Cabello au-
mentó significativamente.
8
Cabello, Carta al rey, fol. 3r.
9
Cabello, Miscelánea, 2011, p. 10; 1951, p. 4. Cabello da alguna información sobre
su vida anterior a Indias en una carta al rey firmada en Quito en febrero de 1578, luego
de su experiencia en Esmeraldas. Dice el autor: «Y como yo no heredase de mis ma-
yores sino sola esta leal inclinación y justo deseo de siempre servir a vuestra majestad,
éste me sacó de mi patria en mis primeros años y llevó a vuestra corte real, residiendo
en Valladolid el año de cincuenta y cinco. Y conociendo yo que el ocio cortesano no
levantaba en renombre a los que en vuestro servicio lo deseaban tener, con el capitán
don Rodrigo de Bazán, natural de Toro, pasé en Flandes.Y vuelto a mi tierra al tiempo
que vuestra majestad tengo referido, el poco patrimonio que me había quedado gasté
en estudios. Pasé a estas Indias Occidentales y en el obispado de Quito me ordené sa-
cerdote, para poder mejor servir a Dios nuestro señor y a Vuestra Majestad, lo cual creo
se hace en la prosecución del viaje en que quedo ocupado» (Cabello, Carta al rey, fols.
2v-3r. Modernizo la ortografía, pero mantengo las peculiaridades fonéticas. La cursiva
indica lectura dudosa).
10
Luis E.Valcárcel supone que 1608 «fue el [año] de su fallecimiento, aun cuando no
existe documento disponible que lo acredite» (1951, p. xxii). Aunque Cabello fue «clérigo
presbítero» y no perteneció a ninguna orden religiosa, las crónicas de los agustinos en el
Perú le dedican un capítulo a sus misiones en Los Chunchos y describen sus intentos
infructuosos después de 1595 por continuar su empresa: «Llego al Perú, y en la ciudad de
Chuquisaca solicitó con la Real Audiencia y con los demás Prelados y Superiores le diesen
ministros para aquella empresa, y no pudiendo conseguirlo, se volvió triste a su curato
de Camata, donde pasó lo restante de su vida, dejando con sumo desvelo a los Anamas
y Paychavas, y sin esperanza de volver a verlos (Calancha y Torres, Crónicas agustinianas
del Perú, p. 315). Sobre su trabajo de misiones en Los Chunchos, se conoce una carta de
Cabello al virrey, firmada el 11 de septiembre en San Adrián de Chipoco y la «Orden y
traza para descubrir y poblar la tierra de Los Chunchos y otras provincias», documento de
pocas páginas (Jiménez de la Espada, 1885, t. ii, pp. cxii-cxv y Cabello, Obras, pp. 79-82).
11
Sobre Cabello Balboa y la Academia Antártica, ver Tauro, 1948; Firbas, 2000;
Mazzotti, 2000; y Rose, 2005. La Academia Antártica fue un grupo con afinidades inte-
lectuales y afectivas y la vanguardia de las letras coloniales peruanas en esos años. Debe
recordarse que Cabello fue el primero —hasta donde sabemos— en usar el adjetivo
«antártico» programáticamente, según lo revela el título de su Miscelánea de 1586, que
será después seguida por el Parnaso antártico, las Armas antárticas (c. 1609) y la Miscelánea
austral (Lima, 1602), variante que confirma el modelo. Sobre este último título, ver
Colombí-Monguió, 1985.
12
Los títulos aparecen en los versos 556-564 del Discurso, poema en tercetos (808
endecasílabos), publicado en los preliminares de la Primera parte del Parnaso antártico de
obras amatorias, con las 21 epístolas de Ovidio y el In Ibin en tercetos de Diego Mexia, autor
de la traducción castellana de Ovidio (Sevilla, 1608, ver fols. 20v-21r).Ver la edición de
Antonio Cornejo Polar (1964), reimpresa con estudios de José Antonio Mazzotti, Luis
Jaime Cisneros y Alicia de Colombí-Monguió (Cornejo, 2000).
13 Cabello, Obras, p. 10.
14
Porras Barrenechea (1940, p. 197) fue el primero en notar esa referencia al impre-
so sobre el volcán de Quito en la Verdadera relación.
15
Cabello, Miscelánea, 2011, p. 285; 1951, p. 228.
16
Con la erudición que le caracterizaba, en 1945 Guillermo Lohmann sugirió que
la comedia del Cuzco trataría de historia indígena, mientras que «Vasquirana» (del per-
sonaje Vasquirán) probablemente estaba inspirada en la historia napolitana de la Question
de amor de dos enamorados (citado en Tauro, 1948, p. 179).
17
Los Moxos o Mojos era región contigua a la tierra de Los Chunchos y zona pro-
funda de fronteras donde el Antisuyo podía tocarse con la nación chriguana y el mítico
Paititi.Ver Saignes, 1981.
18
Ver Firbas, 2006, p. 107, sobre las posibles conexiones entre el relato de amores
indígenas en Cabello y Miramontes.
19
Cabello, Obras, p. 89.
20
Cabello, Orden y traza, t. ii, p. cxv.
21
Cabello, Miscelánea, 2011, p. 547; 1951, p. 483.
22
En 1940 Raúl Porras Barrenechea publicó una primera y breve noticia del ma-
nuscrito de la Verdadera relación. Jacinto Jijón y Caamaño la publicó en Quito en 1945 en
un volumen de Obras de Cabello, junto con la primera edición completa de la Miscelánea
antártica, más otros documentos. Jijón trabajó con un traslado o copia manuscrita de la
Verdadera relación que le cedió Roberto Levillier en Lima en 1925 (Cabello, Obras, p.
ix). No preparó un estudio detallado de los textos ni del autor porque quizá apuró su
edición para así anticiparse a una probable publicación de Porras. Cabello habría jugado
algún papel simbólico para las historiografías nacionales del Perú y Ecuador en esos años
en que ambos países se enfrentaron en un conflicto militar en 1941-1942. Cabello vivió,
por supuesto, en una época de otras fronteras y tanto sus actividades como sus textos y
política buscaron trazar puentes y rutas que produjeran acercamientos y continuidades,
dentro del marco imperial cristiano. Su trabajo y proyectos en América se extienden
hoy, por lo menos, sobre los territorios modernos de Ecuador, Perú y Bolivia.
23
Cabello, Carta al rey, fol. 1r.
24
Cabello, Obras, p. 18.
25
Cabello, Obras, p. 20.
26
Cabello, Obras, p. 49.
27
La traducción castellana de Cabello empieza: «Sobre las babilónicas corrientes
/ no para descansar nos asentamos / nuestros cansados ojos echos [sic] fuentes, / con
lágrimas su curso acrecentamos» (Obras, pp. 49-50).
Cabello la poesía de los salmos sería una lengua divina que restituía la
unidad perdida por la confusión28. Su traducción forma parte, sin duda,
de una tradición humanística europea, pero diferenciada aquí por el
contacto y la experiencia con una realidad americana que actualizaba el
remoto mundo bíblico en el presente colonial. América remitía natural-
mente al caos babilónico. La experiencia de Cabello con la diversidad
humana de Esmeraldas y la formación de nuevas comunidades a partir
de grandes migraciones, naufragios y encuentros habrían funcionado
como un laboratorio para el desarrollo de sus ideas sobre el origen de
los indios del Perú, descendientes del Ophir bíblico.
No obstante, la conexión más profunda entre la Verdadera relación y
la imaginación antártica de Cabello surgió de la inesperada llegada de
Francis Drake al Perú a través del Estrecho de Magallanes. Este hecho
canceló la empresa de Cabello para consolidar una nueva ruta entre
Quito y el mar, basada en información que él había obtenido de los
contactos entre los hombres de Illescas y los indios yumbos. Con Drake
llegó una nueva forma de mirar el continente, entramado ahora en una
nueva circulación global. Para la administración colonial, la aparición
del inglés modificó para siempre la geopolítica del virreinato y su es-
trategia de defensa; mientras que para Cabello, la presencia de Drake en
el Perú confirmaba que los confines australes habían servido de rutas y
puentes para la entrada en América del Sur de antiguas migraciones hu-
manas. Una vez más, los hechos del presente podían resolver las remotas
tramas históricas y señalar orígenes, dotando así de orden y unicidad a
las fronteras: el espacio privilegiado de las indagaciones de Cabello29.
La relación sobre Esmeraldas es además una historia de parejas, pro-
creaciones y mestizajes de gran complejidad30. Aquí nos interesa esbozar
28
Sobre la lengua de los salmos en fray Luis, ver J. Pérez, 1994, p. 55. Aurora Egido
estudia la importancia de Babel y Babilonia —conceptos que se confunden— en el hu-
manismo del xvi y la importancia de Babel en las ideas lingüísticas y la política religiosa
de la época: «La identificación del Dios Uno con la lengua única, y de la diversidad idio-
mática con la diversidad de dioses, es argumento que subyace en todas las discusiones
sobre el poliglotismo» (1998, p. 17).
29
Sobre Drake en el Perú, ver Firbas, 2006, pp. 83-91.
30
Ver la Introducción de José Alcina Franch a su edición que publicó con el título
de Descripción de la Provincia de las Esmeraldas, donde estudia la particular composición
de los mestizajes de familias africanas (Illescas y Mangache) con indios niguas y de
Nicaragua (2001, pp. 24-29). Jacqueline Álvarez-Ogbesor (2008) estudia Esmeraldas
como un espacio de inversiones del orden colonial, donde el autor privilegia moral-
34
No me ocupo aquí de la devastación de esos nuevos pueblos de nombres andalu-
ces en los que, sin duda, Cabello tendría paisanos de Archidona.
35
Cabello, Miscelánea, 2011, p. 476; 1951, p. 408.
36
Rose, 2001, p. 209.
37
Rose, 2000, p. 191. El artículo de Rose, «Una historia de linajes a la morisca:
los amores de Quilaco y Curicuillor en la Miscelánea antártica de Cabello Valboa» es de
lectura obligatoria para entender el modelo de la novela morisca y la función final de
Leonor de Soto, hija mestiza de Hernando de Soto y Curicoillor, en la Miscelánea.
38
Jiménez de la Espada fecha el documento entre 1600-1604. En el encabezado,
después del título, se lee «por el P. Miguel Cabello de Balboa, sacado de un libro suyo.
1602-1603» (1885, t. ii, p. cxii). No es claro de dónde provienen estas fechas, porque
en el texto Cabello declara que escribe en 1596. No he conseguido todavía consultar
el original.
39
Covarrubias en su Tesoro (1611) indica que libro es «cualquier volumen de hojas,
o de papel o pergamino ligado en cuadernos y cubierto». El concepto es muy amplio,
pero parece exigir que contenga suficientes hojas para que vayan juntas en cuadernos.
40
El Diccionario de Autoridades (1737 y 1739) trae varias acepciones para orden: colo-
cación ideal de las cosas, el lugar que le corresponde a cada una, concierto, regla, buena
disposición; y para traza: diseño, disposición, medio, figura de alguna cosa; el refrán
«Hombre pobre todo es trazas» se explica porque «la pobreza por lo común es ingeniosa,
aplicándose a buscar y poner en práctica todos aquellos medios, que discurre posibles
para su alivio». Esta última definición bien podría describir los planes para evangelizar
una tierra remota y en condiciones excesivamente precarias, como la experiencia de
Cabello en Los Chunchos.
El copista que rescató las pocas páginas que nos quedan del libro segu-
ramente se interesó por su carácter de manual para cualquier pacificación
ideal. Obsérvese que el título completo apunta de modo abierto a «otras
tierras». Si bien el fragmento no deja de hacer algunas referencias con-
cretas a Los Chunchos, el texto se enuncia como un programa cuya apli-
cación podría hacerse en cualquier territorio fronterizo de misiones. En
este sentido, las únicas páginas conocidas del Orden y traza pueden leerse
como un decálogo para una buena conquista, que sería siempre una evan-
gelización y pacificación de la tierra.Y aunque el texto no ofrece una lista
ordenada de las características de la empresa, resulta sencillo identificar las
ideas o preceptos centrales del texto, que comento y cito a continuación,
enumerándolas para destacar así su estructura preceptiva:
41
Todas las citas que se incluyen en los próximos puntos proceden de Cabello,
Orden y traza, pp. cxii-cxiii.
42
Cabello, Obras, p. 51.
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Introducción
Tras el contacto, encuentro o choque de civilizaciones se produjeron
de manera inmediata trasvases culturales en un doble sentido, muy a
pesar de que a la postre la cultura inferior terminó sucumbiendo ante la
invasora. Esto ha sido una dinámica frecuente en la historia de la huma-
nidad, en la que reiteradamente las culturas más atrasadas desaparecieron
ante el avance de las más avanzadas. Ahora bien, como no podía ser de
otra forma, estas interacciones afectaron a unos y a otros. Toda banda,
tribu, jefatura o estado es fruto de un complejo proceso de interrela-
ciones internas y externas, como bien demostró en el siglo pasado Eric
Wolf1.
Con los amerindios, la política de los europeos estuvo clara desde el
principio: su conversión y su integración como labradores de Castilla. A
eso llamaban en el siglo xvi, vivir en policía.Todos tenían claro que la em-
presa indiana no estaría concluida hasta que los nuevos súbditos habla-
sen el castellano y practicasen la religión católica. De hecho, desde 1550
encontramos disposiciones reales para que no se demorase la enseñanza
del castellano a los indios, considerándola un vehículo fundamental para
la adopción de las costumbres hispanas. Obviamente, si algunos religio-
1
Cit. en Hobsbawm, 1998, pp. 176-177.
sos aprendieron las lenguas nativas no fue tanto por un afán altruista de
conservación sino para lograr una más rápida conversión y aculturación.
Hubo decenas de casos, como el del jesuita Juan Font que cultivó la
lengua de Vilcabamba para catequizar personalmente, sin necesidad de
usar intérpretes. También fray Domingo de Santa María dominó el ha-
bla mixteca, publicando incluso un catecismo en dicha lengua, mientras
que Vasco de Quiroga editó otra doctrina en el idioma de Michoacán.
Incluso fray Bernardino de Sahagún, padre de la antropología, no lo
hizo por un afán de conocimiento sino como un medio para hacer más
eficiente su conversión.
Los aborígenes se resistieron hasta donde pudieron a aceptar las pre-
misas religiosas e ideológicas que trataron de imponerles. Se trata de una
circunstancia lógica, ampliamente documentada en otras conquistas, en
otros lugares y en muy diversas cronologías, debido a la fuerte resistencia
al cambio que muestra la estructura de las mentalidades2. Sin embargo,
paralelamente al rechazo de las cuestiones ideológicas, se produjo una
aceptación rápida de una buena parte de la cultura material, en tanto
en cuanto contribuía a mejorar su quehacer diario. Ya en los primeros
años del descubrimiento, los taínos antillanos, a la par que se rebelaban
contra el poderío español, aceptaron con una rapidez sorprendente de-
terminados rasgos de su cultura material que, por diversas circunstan-
cias, les interesaron. Y en este sentido, hay casos muy conocidos, como
el de los animales domésticos que los adoptaron porque suponían una
mejora sustancial en sus dietas y en su calidad de vida. Perros, caballos,
cerdos y vacas fueron incorporados a su vida cotidiana con una enorme
celeridad.
2
Nishert, 1988, p. 54.
3
Sanz, 1992, vol. ii, p. 304. Otros historiadores han utilizado el término de transcul-
turación a la inversa que nos parece más inapropiado porque el trasvase no fue total sino
tan solo de ciertos rasgos culturales. Landolfi, 1977, p. 10.
La cultura culinaria
El mundo al que arribaron los europeos a finales del siglo xv resultó
ser muy diferente del que habían dejado atrás. Pero no solo en sus gen-
tes, en sus culturas y en sus tierras sino también en su clima. Lo primero
que hicieron cuando pisaron suelo americano fue tratar de aclimatar a
la fuerza las plantas que reportaban los frutos básicos de su alimentación.
Una y otra vez se empeñaron en cultivar la trilogía mediterránea, con
la intención de mantener su alimentación tradicional. En extensas áreas
caribeñas fracasaron, simplemente porque las condiciones climáticas im-
pidieron su desarrollo. No faltó quien atribuyese este fiasco a un castigo
divino.
La consecuencia no se hizo esperar: se produjo una subida frenética
de los precios. Su desabastecimiento terminó convirtiendo a la harina
de trigo, el aceite y el vino en productos absolutamente prohibitivos. La
mayor parte de la población debió transformar aceleradamente su dieta.
Consumían productos de la tierra, sobre todo tortas de cazabe, maíz, ajes
y, cuando podían, tomates, calabazas, pimientos y frutas tropicales. La
dieta se completaba con carne de ternera o de cerdo que abundaba en
las Indias.Y ello porque, pocos años después de la llegada de los hispa-
nos, el ganado cimarrón se reprodujo sin control, tanto que la carne no
adquiría precio y, en la mayor parte de los casos, sacrificaban decenas de
miles de cabezas de ganado vacuno solo para extraerle el cuero con des-
tino a la exportación. En cuanto al aceite de oliva, se vieron obligados
a sustituirlo por la grasa animal —sebo— que, incluso, comercializaban
en pipas.
En un plazo verdaderamente pequeño, la gastronomía tradicional
indígena, además de la carne de los animales traídos por los europeos, se
convirtieron en la base del sustento de los hispanos. Ya Marvin Harris
demostró, hace algunos años, la gran capacidad de los humanos para
comer todo aquello que les resultaba práctico, por encima de cuestiones
genéticas o culturales4. Y efectivamente, así ocurrió en la Conquista;
a falta de los alimentos propios de la dieta mediterránea, las huestes
se dedicaron a robar la comida a los indígenas para llenar sus voraces
estómagos. Solo hubo un alimento que no aceptaron, la chicha —el lla-
mado vino indígena— realizado a base de fermento de maíz.Y ello por
las connotaciones sociales, culturales y hasta rituales que el vino tenía,
4
Harris, 1999, pp.11-13.
La herborística
Desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo se interesaron por
las virtudes médicas de su naturaleza e intentaron extraer de las nuevas
plantas americanas licores y elixires mágicos. La herborística indígena sus-
citó un gran interés, probando todo tipo de plantas, esperando encon-
trar así el remedio a las enfermedades que los flagelaban. Los indios eran
grandes herbolarios, especialmente sus curanderos, chamanes o behiques,
como bien explicó el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo:
5
Fernández de Oviedo, Historia, vol. i, p. 112.
6
Por ejemplo, Motolinía, refiriéndose a los indígenas de Nueva España dijo, que
«hay algunos de ellos de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves,
que han padecido los españoles largos días sin hallar remedio, estos indios los han sana-
do», Motolinía, Historia de los indios, vol. ii, p. 102.
7
Real Cédula a los oficiales de Sevilla, Ávila, 31 de julio de 1531. AGI, Indiferente
General 1961, L. 2. Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla
para que informasen de la cantidad de guayacán que había en las atarazanas de Sevilla,
Ávila, 31 de julio de 1531. AGI, Indiferente General 1961, L. 2, fols. 88v-89r.
8
Fernández de Oviedo, Historia, vol. ii, p. 19.
9
Benzoni, 1989, p. 148.
10
Cassá, 2002, p. 309.
11
Benzoni, 1989, p. 148.
De muy pocos años a esta parte se ha traído a España más para adornar
jardines y huertos… que por pensar que tuviese las maravillosas virtudes
medicinales que tiene. Ahora usamos de ella más por sus virtudes que por
su hermosura, porque cierto son tales que ponen admiración12.
12
Álvarez Peláez, 1993, p. 251.
13
López-Muñoz, 2007, p. 207.
14
Juicio de residencia tomado a Gonzalo de Guzmán, Teniente de Gobernador de
la isla de Cuba, 1531. AGI, Justicia 52, Pieza 1ª, fol. 657v.
15
Sobre la temática puede verse la excelente monografía de Zamora, 1976.
16
Benzoni, La Historia del Mundo Nuevo, p. 72.
a embarcar en una armada contra los caribes17. Sin embargo, esta idea de
las armaduras de carey no fraguó porque, además de ser muy laboriosas,
cuando se calentaban las conchas con el calor se volvían quebradizas y no
protegían adecuadamente de las flechas indígenas18.
Lo más frecuente fue la adopción de los llamados escaupiles, algo así
como abrigos gruesos de algodón que impedían que las flechas alcanza-
sen el cuerpo. En el caso de los mexicas, solo los líderes y los guerreros
de alto nivel iban ataviados con cascos de madera o cuero, botas de este
mismo material ricamente ornamentadas y escaupiles. Eran muy útiles
frente a las armas de los nativos, es decir, frente a las flechas, pero to-
talmente ineficaces frente a las armas de fuego. Sin embargo, dado que
los amerindios no disponían de estas últimas, su seguridad era alta y sus
inconvenientes menores que las armaduras castellanas. Es más, incluso
conscientes de la importancia de los caballos y de que estos eran obje-
tivo de sus oponentes, Hernán Cortés les colocó vigilancia de noche,
cubriendo además sus cuerpos con escaupiles gigantes que impedían que
las flechas les alcanzasen.
También la canoa se convirtió en un medio no solo de transporte
sino también de uso cotidiano en la defensa naval, pues, como afirmó
Roberto Cassá, eran más eficaces en aquellas aguas que los propios na-
víos europeos19. Estas pequeñas embarcaciones fueron frecuentemente
utilizadas por los castellanos tanto como medio de transporte como
para acciones bélicas. Y es que en ocasiones, estas naves ligeras eran el
mejor remedio para enfrentarse a los escurridizos corsarios. Así, por
ejemplo, en 1528, el mejor remedio que se encontró para luchar contra
los franceses fue un pequeño bergantín, al mando del capitán Francisco
Gorbalán, y dos canoas con varias decenas de indios flecheros proce-
dentes de la isla Margarita20. Estos se enfrentaron a la armada francesa,
capitaneada por Diego de Ingenios y formada por una nao, una carabela
17
Carta de los oficiales de Santo Domingo a su majestad, Santo Domingo 5 de
agosto de 1515. AGI, Patronato 172, R 5, fol. 120v.
18
La idea de las armaduras de conchas de tortuga se descartó ya en la armada de
Pedrarias y no parece que se hicieran muchas más, salvo casos muy excepcionales. Mena,
1998, pp. 110-112.
19
Cassá, 2002, p. 309.
20
Carta de los oficiales de la isla de San Juan a su majestad, Puerto Rico, 26 de
septiembre de 1528. AGI, Patronato 176, R. 15. Relación de la Audiencia de Santo
Domingo a su majestad, Santo Domingo, 19 de agosto de 1528. AGI, Santo Domingo
9, Ramo. 3, Núms. 27-28.
21
Otte, 1959, p. 50.
22
Residencia tomada a Pedro Ortiz de Sandoval, gobernador de la isla Margarita
por el licenciado Antonio López Cerrato, 1545. AGI, Justicia 64, Núm. 2, Ramo. 2B,
fol. 17.
23
Pleito sobre la conquista de la isla Margarita, 1534. AGI, Justicia 1003, Núm. 4,
1ª pieza.
24
Rodríguez Morel, 2012, p. 253.
25
Evidentemente, el vocablo «montón» es castellano y los hispanos lo conocían
porque en las islas Canarias se usaba una técnica muy similar para el cultivo de la caña
de azúcar. Desconocemos el nombre taíno.
26
Así, en una subasta de los bienes de María Sánchez, vecina de La Habana, la
hamaca se valoró en dos pesos y medio mientras que entre el colchón y las mantas se
sobrepasaba el doble de esta cantidad. Inventarios de bienes de Mari Sánchez, mujer de
Lope de Arrexeta, La Habana 11 de diciembre de 1546. AGI, Contratación 197, N 29.
Españoles indianizados
A continuación, nos referiremos a varios cientos de españoles —qui-
zás miles— que asumieron plenamente las costumbres indígenas29. Y
aunque los casos conocidos son muy diversos y estuvieron rodeados por
circunstancias muy diferentes entre sí, es obvio que se pueden establecer
algunas generalizaciones.
Huelga decir que casi todos ellos lo hicieron obligados por las cir-
cunstancias. La mayoría por haber sufrido un naufragio o por haber
sido capturados o abandonados por su hueste. Caso muy excepcional
fue el del sevillano Diego de Guzmán, que participó en la expedición
de Hernando de Soto a la Florida. Este era muy aficionado al juego de
naipes, pero un buen día lo perdió todo y decidió huir en compañía de
una joven india. El adelantado le compelió a volver en varias ocasiones
pero no quiso hacerlo por lo que decidieron abandonarlo a su suerte
y continuar su viaje. También voluntario fue el caso de Pedro Calvo
de Barrientos, que había sido afrentado por el gobernador Francisco
Pizarro. En 1533 o 1534, estando en Jauja, cometió un hurto y el go-
bernador ordenó cortarle las orejas. Sintiéndose avergonzado y marcado
de por vida, huyó al reino de Chile, donde sorprendentemente fue bien
acogido por los indígenas en el valle de Copiapó30. Por tanto, sí que
parecen estos casos voluntarios y algunos hasta definitivos, pero empu-
jados por la adversidad o por el rechazo de sus propios compatriotas. Sin
embargo, nadie en sus cabales abandonaba el bando de los vencedores
para sumarse al de los vencidos si no tenía razones de peso para ello. Y
ello, por dos motivos, a saber:
27
Mena, 1998, p. 47.
28
Cassá, 2002, p. 309.
29
Sobre el particular puede verse el excelente artículo —ya citado— de Ángel Sanz
Tapia donde, basándose en las crónicas de la conquista, recoge un buen número de esos
españoles indianizados. Sanz, 1992, vol. ii, pp. 303-367.
30
Góngora Marmolejo, Historia de todas las cosas, pp. 90-91.
31
Real Cédula a Gerónimo de Guzmán, 13 de octubre de 1518. AGI, Indiferente
General 420, L. 8, fols. 115r-115v.
32
Fernández de Oviedo, Historia, vol. iv, p. 9.
33
Mariño de Lobera, Crónica del reino de Chile, p. 282. Cit. también en Sanz, 1992,
vol. ii, p. 345.
Que como le tenían por esclavo, que no sabía sino traer leña e agua y
cavar en los maíces; que no había salido sino hasta cuatro leguas que le
llevaron con una carga, y que ni pudo llevar e cayó malo de ello, y que ha
entendido que hay muchos pueblos36.
A tenor del propio testimonio del ecijano no parece que fuese trata-
do con una estima especial por ser extranjero sino al contrario, como un
mero esclavo. También Gonzalo Guerrero fue esclavizado en un primer
momento37. Si después consiguió gran prestigio social se debió a su es-
fuerzo en la guerra contra los enemigos de su cacique y a su capacidad
para disciplinar y preparar a los nativos para la guerra. Por ello, se le
otorgó el rango de jefe del ejército y se le ofreció en matrimonio una de
las indias principales del lugar. Pero esta ascensión social fue excepcional
dentro de este grupo de españoles que vivieron junto a los indios. Los
otros dos casos conocidos en los que fueron bien acogidos, como el de
Pedro Calvo de Barrientos o Francisco Gasco, pudo estar motivado por
el origen mestizo de ambos, lo que probablemente facilitó la inclusión
dentro de la cultura indígena.
La mayoría de estos indianizados eran hombres, pero no por alguna
circunstancia especial sino simplemente porque en las primeras décadas
había muy pocas mujeres y las posibilidades de que cayeran en manos
indígenas eran más reducidas. No obstante, en la segunda década del
siglo xvi, cuando el teniente de gobernador Diego Velázquez llegó a la
actual zona de Matanzas, se encontró entre los indios a dos mujeres es-
34
López de Gómara, Historia general de las Indias, vol. i, p. 218.
35
En ambos casos fueron salvados de una muerte segura por la ayuda o la
intervención de una mujer enamorada, vinculada familiarmente al cacique.
36
Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 144.
37
Este caso ha sido analizado monográficamente por numerosos autores, entre ellos:
Torres, 1992, vol. ii, 369-386; Sanz, 1992, vol. ii, 303-367; Campos Jara, 2011 pp. 157-
187 y Zugasti, 2011, pp. 263-287.
38
Cassá, 2002, p. 235.
39
El caso lo refiere Pascual de Andagoya en su Relación, cit. por Sanz, 1992, vol. ii,
p. 317.
40
Viajó como marinero en la carabela de Diego Rodríguez.Varela, 1998, p. 78.
41
Real Cédula a frey Nicolás de Ovando, Toro 4-II-1505. AHN, Consejos
Suprimidos 21.474, N 34, fol. 27.
42
Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 144.
43
No obstante, Gonzalo Fernández de Oviedo no comparte la opinión de otros
cronistas y afirma que además de Gonzalo Guerrero y de Jerónimo de Aguilar había
otros hispanos que, como en el caso del primero, no quisieron volver con los españoles
porque «estaban casados con indias, y con sus vicios, y tenían hijos en ellas, apartados de
la fe católica, vivían ya como indios y no quisieron reducirse a la fe ni venir a la com-
pañía de los españoles». Fernández de Oviedo, Historia, vol. iv, p. 9.
44
Landa, 1985, p. 47.
45
Landa, 1985, p. 44.
46
Thomas, 2001, p. 373.
47
Fidalgo de Elvas, Expedición de Hernando de Soto a la Florida, p. 51. Garcilaso de la
Vega, La Florida del Inca, fols. 30v y ss.
48
No hay acuerdo en este punto entre Garcilaso y el Fidalgo, pues mientras el pri-
mero afirma que eran cuatro los cautivos el segundo dice que tan solo eran dos. Estos
pertenecían a un grupo de unos veinte o treinta hombres que Narváez envió desde
Cuba en un bergantín. Tras desembarcar fueron apresados estos hombres mientras el
resto conseguía huir y regresar a Cuba. Fidalgo de Elvas, Expedición de Hernando de Soto
a la Florida, pp. 51 y ss.; Garcilaso de la Vega, La Florida del Inca, fols. 30v y ss.
49
Villanueva, 1929, pp. 102-103; Bayle, s/f, pp. 68-71.
50
Fidalgo de Elvas, Expedición de Hernando de Soto a la Florida, p. 50.
51
Es más fiable la opinión del Fidalgo que además coincide con la de Fernández de
Oviedo, al decir que cuando iba a ser atacado por sus compatriotas gritó: «Señores, por
amor de Dios y de Sancta María, no me matéis: que yo soy cristiano, como vosotros, y
soy natural de Sevilla y me llamo Juan Ortiz». Fernández de Oviedo, Historia, vol. iii,
p. 155.
como era de esperar, lo acogieron con los brazos abiertos.Y ello no sólo
por la satisfacción que suponía rescatar a uno de los suyos y reintegrarlo
a la cristiandad sino también por los futuros servicios que podía prestar
como intérprete. Había asimilado tan bien la lengua indígena que de-
cía Hernández de Biedma en su Relación que le costaba expresarse sin
introducir continuamente vocablos indígenas. Pero el problema se solu-
cionó en breve, prestándoles grandes servicios como intérprete, hasta su
fallecimiento en 1542 en el pueblo de Autianque52.
Al margen de estos casos, debió haber muchos más que no han que-
dado registrados para la historia. Cientos de casos en los que los his-
panos se vieron abandonados a su suerte y tuvieron que adoptar las
costumbres indígenas para sobrevivir.
Conclusión
Parece claro que los trasvases culturales fueron bidireccionales. Que
los europeos terminaron aculturando al indio es algo obvio, como lo
evidencian en la actualidad la extensión del castellano y de la religión
católica a lo largo y ancho de Hispanoamérica. Sin embargo, también
existió un importante influjo inverso. El uso de rasgos y de elementos
culturales concretos de los amerindios fue frecuente desde el inicio.
Los hispanos se adaptaron rápidamente a la gastronomía indígena, con-
virtiéndose pronto el maíz y el cazabe en la base de su alimentación.
En plena conquista también usaron aspectos técnicos indios, como los
escaupiles de lana para sustituir a las pesadas e inoperantes armaduras o
diversas técnicas de cultivo. Las llamas fueron usadas como animales de
carga a falta de los équidos que se fueron introduciendo en el Nuevo
Mundo muy lentamente. Las hamacas, los bohíos y su herborística fue-
ron rápidamente asimilados. A mediados del siglo xvi, numerosas plantas
como el bálsamo de Guaconax, el guayacán o la cañafístula americana
se comercializaban ampliamente en la Península. Y es que los conquis-
52
No hay acuerdo sobre las circunstancias que rodearon a la muerte del intérprete
sevillano. Carlos Martínez-Shaw, siguiendo seguramente a Garcilaso, afirma que perdió
la vida a manos de los indios, en la batalla de Mauvila. Martínez-Shaw, 1972, pp. 61-62.
En cambio, el Fidalgo sitúa su muerte bastante después, concretamente en el pueblo
de Autianque, a finales de 1541 o principios de 1542. Fidalgo de Elvas, Expedición de
Hernando de Soto a la Florida, pp. 117-119. John G.Varner, siguiendo una tercera fuente,
es decir, la relación de Hernández de Biedma, sostiene más o menos lo mismo, aña-
diendo que murió de frío.Varner, 1968, p. 533.
53
La resistencia activa, es decir, violenta, fue escasa frente a la gran resistencia pasiva
que se manifestó en el solapamiento de algunos de sus ritos prehispánicos con otros
cristianos. El sincretismo religioso fue una dinámica absolutamente habitual a lo largo
de la época colonial.
54
Sanz, 1992, vol. ii, pp. 359-360.
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Bernat Hernández
Universidad Autónoma de Barcelona1
1
TETSO (Transmisión y Edición de Textos del Siglo de Oro) - GREHC (Grup
de Recerca d’Estudis d’Història Cultural), Universidad Autónoma de Barcelona. Este
trabajo se inscribe en los proyectos de investigación FFI2008-06002 y HAR2008-
06048-C03-03, del Ministerio de Ciencia e Innovación.
2
Garcilaso de la Vega, La Florida del Inca, p. 1281.
3 Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista, pp. 1014-1034; Cardenal, 1994,
pp. 123-129.
4
Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista; Orozco y Berra, 1869; Icaza,
1923; Rosenblat, 2002, pp. 71-72.
5
Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista, p. 1028 (en cursiva nuestra,
un ladillo posterior al manuscrito que se hace constar en nota por G. Serés); Sempat
Assadourian, 2008, pp. 82-85.
que nos referimos en el título son aquellos que los cronistas nos deta-
llaron cuando describieron estas conversiones personales. Hubo habi-
tualmente un propósito de penitencia y expiación por el «mal hecho»,
ya fuera por la participación en las guerras de conquista o bien por el
maltrato de los nativos. Pero conviene subrayar que, en realidad, no se
trató de opciones libres y espontáneas. La profusión de noticias sobre
estos cambios de estamento, que aumentan a medida que pasa el siglo,
son un reflejo de la pérdida de ascendencia en Indias de los antiguos
conquistadores. A fines del siglo xvi, se hizo perceptible un clima social
muy generalizado de censura y de rechazo hacia los protagonistas de las
primeras guerras de conquista.
Este ostracismo fue también político y tuvo un punto de partida a
mediados del siglo xvi, cuando la propia Corona dio un paso firme en
esa estrategia de relegación de los conquistadores. La ordenanza del 16
de abril de 1550 suspendió temporalmente las conquistas (limitadas,
en lo referente a «entradas y rancherías», desde el 31 de diciembre de
1549), durante la celebración de la junta de Valladolid que enfrentó a
Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda entre 1550 y 1551.
Esto abrió un período de incertidumbre sobre los procedimientos de
sometimiento del Nuevo Mundo. Esta situación se prolongó hasta el 24
de diciembre de 1555, cuando el príncipe Felipe ordenó desde Bruselas
que el Consejo de Indias comenzara a preparar leyes para futuras em-
presas de descubrimiento. El 13 de mayo de 1556 se promulgaron las
nuevas instrucciones que levantaban el ínterin de 1550 y retomaban la
ocupación de nuevas tierras, de aplicación inmediata en el virreinato
del Perú, como un modo de calmar las ambiciones del poderoso sector
de encomenderos. Pero esta política neoimperialista ya no estaría pro-
tagonizada por los conquistadores de antaño. En 1556 se proscribió el
uso oficial de los términos «conquista» y «conquistador», que fueron re-
emplazados por «poblamiento» y «poblador». En lo sucesivo, se postuló
el abandono de la conquista armada a favor de un sistema de expansión
pacífica basada en el establecimiento de poblaciones. Se trataría de «des-
cubrir y poblar». Desde 1556 a 1573, solo una capitulación (en 1559) se
firmó empleando el término «conquista».
Sin duda, el cambio semántico era indicativo de una transformación
de la política monárquica sobre Indias, que también se reflejó en una
profusión de medidas de censura sobre cualquier obra impresa o decla-
ración pública (en especial desde el púlpito) que se pronunciara sobre
6
Borges, 1982, pp. 18-19 y 70-75; Someda, 2005, pp. 117-119.
7
Solano, 1988.
8
Brading, 2004, pp. 23-78; Zaballa, 1992.
9
Pizarro y Orellana, Varones ilustres del Nuevo Mundo;Vargas Machuca, Milicia indiana.
10
Archivo Histórico Nacional, Consejo de Indias, Códices, libro 757, fols. 5-6 y
213-220.
11
Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Audiencia de Lima, 567, libro 7,
fols. 396-397; cédula del príncipe Felipe a la Real Audiencia de Lima, del 13 de febrero
de 1554. En anteriores gratificaciones, los hijos recibieron compensaciones por los mé-
ritos de sus padres conquistadores. Fue el caso de la hija de Simón de Alcazaba, caballero
de Santiago, que pudo así profesar de monja en uno de los principales monasterios de
Castilla (AGI, Indiferente General, 423, libro 18, fol. 82; 30 de enero de 1538).
12
AGI, Audiencia de Panamá, 234, libro 5, fols. 205-206.
13
AGI, Audiencia de Panamá, 61, número 25.
14
AGI, Patronato Real, 153, número 10, ramo 2 (año 1553); ibídem, 165, número
3, ramo 3 (año 1587).
15
AGI, Audiencia de Guatemala, 111, núm. 14, año 1561.
16
Terán, 1927, pp. 54-55.
17
Grunberg, 2004; Restall, 2012.
18
Terán, 1927, pp. 320-323.
19
Ruiz Sotelo, 2010; Mora Rodríguez, 2012.
20
Marchena Fernández, 1992.
21
AGI, Patronato Real, 252, ramo 21 («Respuesta del obispo don fray Bartholomé
de las Casas al obispo de las Charcas sobre un parecer que le pidió»). El escrito de fray
esta guerra era injusta», «creyendo ser permitidos por la dicha conquista,
e que justa e lícitamente se podía hacer guerra a los naturales deste reino
por ser infieles», se escribía en muchos casos intentado justificar las ac-
ciones pasadas), con compensaciones para con los indios en sus últimas
voluntades. El conquistador Francisco de Fuentes llegó al extremo de
sumir en la indigencia a su familia para cumplir con la restitución26. De
lo contrario perdían la posibilidad de recibir la absolución postrera, en
el procedimiento draconiano ideado por Bartolomé de las Casas y otros
confesores. Con el último aliento de los conquistadores, se exhalaba el
último suspiro de la Conquista.
Y sin embargo, la valoración del conquistador continuó plena de
matices. En un manuscrito de fines del siglo xvi, de fray Francisco de
Torres, del monasterio de San Isidoro del Campo en Sevilla, se explica
como la calle en que vivió Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta
era visitada a menudo por oficiales y diversas personas, entre las cuales
había extranjeros («a los que apenas se les entendía») que entraban en la
habitación donde murió Cortés, la misma en la que los eclesiásticos re-
zaban sus responsos, «y se llevaban tierra de sus paredes, como recuerdo
de este héroe»27. El conquistador fue objeto, pues, casi de devoción en
espíritu y reliquia en cuerpo tras su muerte. Pero, más allá del mundo
americano, continuó siendo asimismo objeto de censura y sublimado en
la figura del soldado evangelizador. El franciscano Juan Pobre, exponía al
rey desde Filipinas en 1608:
cosa lastimosa es la mayor compasión de ver los ejércitos, las flotas, los
presidios, los fuertes, las guarniciones tan llenos y llenas de pecados que si
por pecados de sus vasallos y más de soldados vuestra majestad hubiera de
alcanzar vitorias, todo el mundo hubiera sojuzgado, mas como sabemos
que todo él se anegó por pecados y se perdió España, témome y mucho
me temo y mucho más me temiera si no fuera por los buenos religiosos y
cristianos que ya estuviera todo perdido. Estos son la muralla y defensa de
sus estados y los qu’el día de hoy en menos se tienen28.
26
Lohman Villena, 1966; Ramos, 1967; Regalado de Hurtado, 2002.
27
AGI, Patronato Real, 15, ramo 2; Memorial de fray Francisco de Torres (fines del
siglo xvi).
28
AGI, Audiencia de Filipinas, 84, número 125; Carta del franciscano Juan Pobre de
Zamora al rey (Golfo de la Bermuda, 16 de agosto de 1604).
29
Stirling, 2008. Son interesantes, en todo caso, las matizaciones que introdujo
Guillermo Lohman Villena sobre el caso de Mancio Serra (Lohman Villena, 1966, pp.
86-87); Lohman Villena, 1966, p. 42.
30
Lezama Lima, 1969, pp. 47-48.
31
Álvarez-Uría, 1989, pp. 13 y 19. Sobre el episodio y su contexto, Almesto, Relación
de la Jornada de Omagua y El Dorado, ed. Álvaro Baraibar.
32
«Con este acuerdo se apercibieron para quando los indios los acometiesen salir a
ellos y hacer lo que pudiesen hasta morir. Los que pudieron (como podían y los indios
les daban lugar) se confesaron con tres sacerdotes que tenían; los demás se confesaban
unos a otros y todos llamaban a Dios y a los santos sus devotos para morir como cristia-
nos» (Garcilaso de la Vega, La conquista del Perú, p. 124).
33
Rocha, Tratado único y singular del origen de los indios occidentales, pp. 137-139.
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394, 413-414, 429-431, 443-444, 460-461, 479-480, 488-491 y 512-513.
Pizarro y Orellana, Fernando, Varones ilustres del Nuevo Mundo, descubridores, con-
quistadores y pacificadores del opulento, dilatado y poderoso imperio de las Indias
Occidentales, Madrid, Por Diego Díaz de la Carrera, 1639.
1
O’Gorman, 1976.
2
Reynolds, 1967 y 1978.
3
Cioranescu, 1954.
4
Véase en este mismo volumen el trabajo de Bernat Hernández y los datos en él
apuntados sobre el descrédito de los conquistadores a partir del ecuador del siglo xvi,
7
En ambos textos se emplea la denominación de «capítulos» para cada una de las 8
partes en que se dividen. Transcribo los resúmenes tal como aparecen en cada uno de
los textos, actualización grafías.
Historia de las aventuras de Hernán Cortés en Fernando Pizarro y Orellana, Varones ilustres
Méjico del Nuevo Mundo (1639)
1. Nacimiento, educación y juventud de 1. Patria, sangre, nacimiento y muestras del
Hernán Cortés. Se embarca para el Nuevo valor de Hernando Cortés, y su primero viaje
Mundo. a las Indias.
2. Conquista de Cuba. Cortés es nombrado 2. Llegada de Cortés a Santo Domingo y
comandante general de la armada. Parte la Cuba. Su empresa de la conquista de las
expedición a la conquista de Nueva España. Indias. Vitoria milagrosa que tuvo contra los
indios de Pontoacán y la entrada en el impe-
rio del gran Motezuma.
3. Conferencia con los embajadores de 3. Resuelve Cortés pasar a México. Sucesos
Motezuma. Negativa de éste a la entrevista acaecidos en la jornada de la Veracruz. Su en-
solicitada por Cortés. trada en Méjico: agasajos y buen recibimiento
que halló en Motezuma, y cómo le prendió
en su misma corte y palacio.
4. Disensiones entre los españoles. Cortés 4. Afabilidad de Motezuma con los españoles.
hace dimisión del mando y es nuevamente Intenta Cacama, su sobrino, librarle de la pri-
elegido. Fundación de Veracruz. Sumisión de sión. Lo que resultó de ello. Prende Cortés a
los zempoales. Conspiración en el ejército. Narváez. Muere Motezuma, y conquístase la
Destruye Cortés su flota. Gran Méjico por el irresistible valor y hazañas
de Cortés.
5. Guerra con los tlascaltecas. Traición y casti- 5. Conquista Cortés nuevas provincias.
go de los habitantes de Cholula. Entrevista de Ejemplo que da a los indios para introducir
Cortés y Motezuma. Entrada de los españoles en ellos la fe y la veneración de los santos.
en Méjico. Muerte del adelantado don Francisco de
Garay. Fin de los encuentros entre Cortés y
Diego Velázquez, y la muerte de éste.
6. Visita de Cortés a Motezuma. Muerte del 6. Duda movida sobre los casamientos de los
gobernador de Veracruz. Motezuma es lle- indios. Junta hecha por Cortés para determi-
vado prisionero al cuartel de los españoles. narla. Su resolución. Nuevos descubrimientos
Expedición de Narváez contra Cortés. Sale de Indias. Rebelión de los españoles contra
Cortés de Méjico en busca de su enemigo y Cortés. Castigo de ella y su pacificación.
lo vence.
7. Rebelión de los mejicanos. Muerte de 7. Conjuración secreta de los indios para ma-
Motezuma. Funesta retirada de los españoles. tar a Cortés. Cómo se descubrió, y el castigo
Batalla de Otumba. hecho en los principales cabezas de ella para
terror de los conjurados y escarmiento de los
demás de aquel imperio.
8. Llegada de nuevos refuerzos. Marcha de los 8. Sosiego de las alteraciones de México con
españoles a Méjico. Cortés hace construir una la visita de Cortés. Amor grande que le tenían
flota para el ataque de la capital. Prisión de los indios. Cómo le persiguió Narváez en la
Guatimocín y rendición de Méjico. Marcha corte. Su venida a ella. Mercedes que le hizo
Cortés a España. Se justifica y vuelve a Méjico. el señor emperador. Hállase en la infelice jor-
Descubre la California. Su regreso a España. Su nada de Argel. Sus adversidades por envidias, y
muerte. la muerte de este ilustre varón.
Las posibilidades de una filiación directa entre ambos textos son bastante
escasas, por no decir nulas. La condición genérica de lo que se inserta en
la tradición de los pliegos de cordel obliga a separar la fecha de impresión
para la entrega decimonónica de la de formalización del texto, lo que in-
cluso cuestiona la seguridad de las precedencias. Sí podría ser más factible
considerar la existencia de una fuente compartida, pero de seguro lo sería
por vías indirectas. En cualquier caso, la independencia genérica y genética
de ambos textos viene a reforzar la continuidad de un relato y la articula-
ción narrativa y semántica de sus componentes esenciales, estableciendo las
peripecias significativas en torno a unos motivos o nudos formales muy
relevantes: las trampas de los indios y las intrigas de los españoles como ame-
nazas para el héroe; la combinación de valor y astucia para hacer frente a los
obstáculos8; y el resultado de una trayectoria en la que se suceden ascenso y
caída. En el punto de inflexión barroca de la línea de transmisión del «relato
Cortés» (como paradigma de la reelaboración discursiva del relato de la
conquista y sus héroes), la obra de Pizarro y Orellana representa por encima
de sus particularidades un modelo característico. Con su constitución múl-
tiple se aparta del modelo de la crónica y del relato de hechos particulares;
con una narración que desborda los límites de la semblanza, no alcanza, sin
embargo, la dimensión de la biografía individual; en su conjunto, la galería
de personajes se eleva desde la consideración de lo individual hasta la cons-
titución de una categoría, un modelo genérico de «varones ilustres» en el
Nuevo Mundo en que se superan los rasgos distintivos de descubridores,
conquistadores y pacificadores y se le da sentido a una progresión con valor
estructural (la disposición cronológica de los héroes, desde Colón al maestre
García de Paredes) y programático (la transformación de la guerra de con-
quista al gobierno político de la colonia). La incorporación de un discurso
de reflexión, articulado en unas observaciones que extraen la sentencia de
los hechos narrados, responde con coherencia a la nueva figura del narra-
dor, ni protagonista ni testigo de los hechos. Depositario de una erudición
libresca y de una formación letrada, Pizarro y Orellana, también en esto
heredero y continuador de una estirpe, asume el desplazamiento genérico,
para pasar de la condición de cronista a la de tratadista, al hilo de su tiempo.
8
En esta condición se apuntan ya elementos emparentables con las formas del
maquiavelismo, presentes ya en el discurso de Moctezuma, en el que se concentran los
componentes de un planteamiento de transferencia de la autoridad asentada en algo
más trascendente que la mera conquista.Véanse al respecto en este mismo volumen lo
señalado por Juan Pau Rubiés y Victoria Pineda para la relación entre política y retórica.
Un discurso barroco
Desde la referencia inicial de su título la obra manifiesta su genea-
logía y su aprovechamiento de la geneología, ya que «varones ilustres»,
casi en estricta contemporaneidad de la obra de Rodrigo Caro, actualiza
la tradición que lleva desde el modelo de un incipiente renacentismo
de las «generaciones y semblanzas» hasta las galerías de retratos que en
la transición del siglo xvi al xvii fijan unos precisos discursos identi-
tarios, también con específicas manifestaciones criollas de «crónica y
celebración»9. Se apunta en esta estrategia discursiva una doble dimen-
sión, en la que se entrecruzan las aspiraciones de afirmación de una
doble figura de autor y heredero y el empeño de construcción de un
discurso político, en el que se sublima la condición dual del escritor, con
sus componentes de erudición y doctrina. El programa se encierra con
precisión en la ya muy barroca y explícita portada.
9
Osuna, 2005; García Aguilar, 2005; Ruiz Pérez, 2009.
10
Se completan y se proyectan en el pie de imprenta, que coloca la obra en el ámbi-
to del mercado. No obstante, su condición material y significativa debía de reducir este
horizonte a segmentos de recepción muy especializados y privilegiados.
12
«Prefación períoca, historial y moral a las vidas de los varones ilustres del Nuevo
Mundo… », fol. ¶ 3r. (El Diccionario académico de 1884 registra «períoca» como «suma-
rio, argumento de un libro o tratado».
Bibliografía
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Ruiz Pérez, Pedro, «Crónica y celebración de los ingenios novohispanos», en
Los límites del Océano. Estudios filológicos de crónica y épica en el Nuevo Mundo,
ed. Guillermo Serés y Mercedes Serna, Bellaterra, Centro para la Edición
de los Clásicos Españoles/Universidad Autónoma de Barcelona, 2009, pp.
207-235.
Introducción
Durante el siglo xvi y principios del xvii se produjo en la Nueva
España una gran actividad historiográfica por parte de indígenas ilustra-
dos que redactaron numerosas obras históricas en idioma náhuatl. Gran
parte de estos trabajos se extraviaron, sin embargo, muchos de ellos se
han conservado hasta nuestros días. Este corpus está formado por textos
de muy diversa factura elaborados con motivaciones y objetivos diferen-
tes por cronistas provenientes de México, Texcoco, Tlaxcala y Chalco-
Amaquemecan. Estos autores son Fernando Alvarado Tezozómoc,
Domingo Chimalpahín Cuahutlehuanitzin, Cristóbal del Castillo, Pablo
Nazareno,Tadeo de Niza, Gabriel de Ayala, Pedro Ponce de León y Juan
Buenaventura Zapata.
La obra de estos narradores indígenas presenta generalmente con-
tenidos aristocráticos y muchas veces sagrados ya que estos individuos
formaban parte de una élite en perspectiva y/o formación que tenía
«acceso a las instituciones de la sociedad colonial, por ejemplo, la de la
cultura escrita»1. Esta élite estaba formada por indios nahuatlatos de di-
versas procedencias que en su mayoría se desempeñaban como intérpre-
tes jurados o como funcionarios en las diferentes instancias del gobierno
colonial. Las fuentes que emplearon para la elaboración de sus relaciones
1
Adorno, 2006, p. 65.
2
León-Portilla, 1961, p. 9.
3
Lienhard, 1992, p.11.
4
Rodríguez, 2005, p. 77.
5
Adorno, 2006, p. 65.
6
Pupo-Walker, 2006, p. 35.
7
Adorno, 2006, p. 65.
escritura, por lo que estas relaciones tienen muchos elementos del len-
guaje hablado.
Son los «restos textuales del encuentro de culturas nativas mesoame-
ricanas con la tradición escrita europea»8. Un espacio discursivo articu-
lado que se sitúa entre dos tradiciones culturales, nepantla («en medio»)
entre Europa y Anáhuac, por lo que los cronistas indígenas tuvieron que
negociar el legado cultural que heredaron del mundo autóctono con las
formas culturales traídas de España e impuestas en la situación colonial9.
De manera que la interacción entre los indígenas y los europeos posi-
bilitó la fusión de la tradición cultural nativa con la escritura alfabética
europea y las técnicas historiográficas importadas desde el viejo conti-
nente. El resultado será, según Mignolo,
tuvieron que ser etnógrafos dobles, que no solo tradujeran sus propios
sistemas culturales y creencias, sino que también —implícitamente— tra-
dujeran y respondieran a la cultura y a las creencias de sus lectores cultu-
ralmente europeos14.
13
Adorno, 1994, p. 401.
14
Adorno, 1994, p. 383, citado en Benoist, 2003. p. 207.
15
Aguilar-Moreno, 2002, p. 174.
16
Ver Mignolo, 2003.
17
Velasco,1998, p. 2.
18
Ver Romero Galván, 2003.
19
Carrera Stampa, 1971, p. 219.
20
Velasco, 1998, p.16
21
Tena, 2003, p. 45. Algunos estudios sobre él son: Durand-Forest, 1987;
Zimmermann, 1960; Schroeder, 1991; Tena, 2003.
22
Lockhart, 1992, p. 387.
23
Paso y Troncoso, 1908, p. 44. Para un exhaustivo estudio sobre Castillo y su obra,
ver Troncoso Pérez, 2012.
sobre la historia de los mexicanos. Está formada por tres partes conservadas.
La primera de ellas se refiere a la migración del pueblo mexica y la teo-
morfosis de Huitzilopochtli. La segunda parte, que incluye un prólogo,
narra «el fin, la destrucción de los mexicas», donde se da cuenta de los
hechos relacionados con la conquista de México y la llegada al Anáhuac
de los misioneros franciscanos. La tercera parte contiene detalladas des-
cripciones sobre la cronología nahua que han sido fundamentales para
poder reconstruir y comprender el sistema cronológico mesoamerica-
no24.
El jesuita florentino Horacio Carochi (1586-1666) utilizó la obra de
Castillo para autorizar el Arte de lengua mexicana…(1645). Algunos his-
toriadores lo han juzgado mestizo, sin embargo, la hipótesis del origen
indígena de Cristóbal del Castillo es la que más peso tiene. Al respecto,
Paso y Troncoso expresaría: «Gama primero y después Pichardo […]
juzgan que fue indio de raza pura, opinión que comparto yo también»25.
Sobre su objetividad como historiador, José Antonio Pichardo afirmó
que «en él no se ve ninguna ponderación, la sencillez es su carácter.
Siempre se halla de parte de la verdad, y nunca desviado de ella, ni ad-
herido a algún partido»26.
24
Ver León y Gama, Descripción histórica y cronológica…
25
Paso y Troncoso, 1908, p. 44.
26
Pichardo, Manuscrit mexicaine 305, BnF, fol. 46r.
27
Baudot, 1969, p. 251.
28
Hernández de León Portilla, 1988, p. 66.
Gabriel de Ayala
Se desconocen las fechas de su nacimiento y muerte. Fue un no-
ble de Texcoco que escribió en lengua náhuatl una obra histórica en
forma de anales llamada Apuntes Históricos de la Nación Mexicana que
comienzan en el año 1243 y acaban en 156229. Trabajaba como escri-
bano en alguna dependencia del gobierno colonial. En 1997 Librado
Silva Galeana publicó en Estudios de Cultura Náhuatl los Apuntes de los
sucesos de la nación mexicana desde el año 1243 hasta 1562, el texto inédito
de Ayala que presenta en su versión original en náhuatl y traducido al
castellano. Su autor explica que
29
Boturini, 1974, p. 118.
30
Silva Galeana, 1997, p. 397.
31
Hernández de León Portilla, 1988, p. 88.
32
Clavijero, Historia antigua de México, p. xxvii.
33
Garibay, 1965, p. 162.
34
Hernández de León Portilla, 1988, p. 88.
35
Lienhard,1992, p. xxx.
36
Sullivan, 1987, p. 109.
37
Alva Ixtlixóchitl, 1975, vol. ii, p. 209.
38
Hernández de León-Portilla, 1988, p. 65.
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39
Clavijero, Historia antigua de México, p. xxvii.
Omar Sanz
Universidad Autónoma de Barcelona
1
Este trabajo se inserta en el proyecto de investigación del Ministerio de Educación
y Ciencia (FFI2011-25540) «Crónicas y literatura en la América colonial: la biblio-
teca indiana como testimonio y como controversia». Quiero expresar mi gratitud a
Guillermo Serés por haberme sugerido el tema de investigación de este artículo.
2
Ver Bartolomé Leonardo de Argensola, Conquista de las islas Malucas, p. 23. Todas
las referencias a la Crónica (a partir de ahora abreviada como Conquista) las citaré por
la edición de Cano, 2009, quien elabora un marco histórico en el que contextualizar la
obra, pp. vii-xlix. Existen otras dos ediciones modernas de la obra: una publicada en
Zaragoza en 1891 por la Imprenta del Hospicio Provincial con un prólogo de Miguel
Mir, y otra de 1992 [s. a.] a la que precede una brevísima noticia acerca de la obra y el
autor.
3
Ver Conquista, pp. 16-17.
4
Ver García Gallo, 1957-1958, p. 735; más información sobre el tema en Giménez
Fernández, 1944 y 1956. Sobre la demarcación de la raya de Tordesillas, Varela Marcos,
1996, pp. 95-107.
5
Ver Conquista, p. 33.
6
En Cano, 2009, pp. xxv-xxxviii, se ofrece un somero resumen de las sucesivas
expediciones: las de Fernando de Magallanes, García Jofre de Loaysa, Álvaro de Saavedra,
Ruy López de Villalobos y, finalmente, la de Miguel López de Legazpi.
7
Ver Conquista, p. 52.
8
Ver Conquista, p. 53. Tal y como lo refleja la Conquista de las islas Malucas, hasta el
propio Magallanes había intentado persuadir al emperador de que, según la famosa línea
de demarcación acordada en Tordesillas así como los mapas, instrumentos matemáticos
y sabios varones de la época, las islas Malucas pertenecían a la corona española (ver
Conquista, pp. 25-26 y 50).
9
Puede verse, entre otros pasajes, el de las pp. 214-215.
10
Recuérdese que la incorporación por parte de los Reyes Católicos de la misión
evangelizadora que debían contener sus futuras conquistas no se hace patente hasta que
el papa Alejandro vi lo menciona expresamente a partir de la bula Inter Caetera i.
tuvieron lugar en dicha empresa. Desde unos años antes el propio con-
de de Lemos se había convertido en el mecenas y protector del poeta,
cuando este se había situado en la Corte por haber sido nombrado ca-
pellán de la emperatriz María de Austria, hermana de Felipe ii. Durante
esos años Bartolomé de Argensola frecuenta los ambientes cortesanos, se
traslada a Madrid con el resto de la Corte en 1606, y permanece en ella
junto al conde después de la muerte de la emperatriz en 1603.Todo ello,
a pesar de que la Corte no era muy del gusto del poeta, tal y como se
refleja en una de sus epístolas, tras haberse retirado a la aldea aragonesa
de Monzalbarba, donde los Lupercio poseían una finca11:
¡Oh cuán alegre estoy, desde el instante
que comencé a romper con este oficio,
a mis inclinaciones repugnante!12
11
Para la biografía y obra literaria de Bartolomé Leonardo de Argensola, ver Green,
1952, pp. 7-112, así como Mir, 1891, pp. xix-cl. Por su parte, Cano, 2009, pp. xii-xx,
incluye una breve semblanza.
12
En Green, 1952, p. 52.
13
Ver Green, 1952, p. 56, y Cano, 2009, p. xviii.
14
Ver Green, 1952, pp. 65-66.
15
La carta está fechada el 17 de septiembre de 1609 (Green, 1952, p. 51).
16
Ver el prólogo «A los lectores» firmado por Lupercio Leonardo de Argensola, en
Conquista, pp. 9-11.
17
Ver Serés, 2005, p. 40. Frente al cronista culto que no presenció los hechos, el
propio Bernal en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España apunta que «para
podello escrebir tan sublimadamente como es digno, fuera menester otra elocuencia y
retórica que no la mía. Mas lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo
de vista, yo lo escrebiré con el ayuda de Dios, muy llanamente, sin torcer a una parte ni
a otra» (ver Serés, 2005, p. 81).
18
La afirmación de Denucé hay que contextualizarla dentro de la alusión que
este hace en referencia a si Magallanes colaboró o no en la expedición de Antonio de
Abreu a las islas Molucas; además, el autor francés pone igualmente en tela de juicio la
afirmación de Argensola que sitúa la muerte de Francisco Serrão el mismo día que la de
Magallanes («En este mismo tiempo navegaba su amigo Serrano [amigo de Magallanes]
a la India, y aunque en diversas partes, los dos navegantes murieron en un día, casi con
sucesos conformes», Conquista, p. 27) cuando el propio Denucé defiende que este nave-
gante portugués sucumbió quince o veinte días después de la marcha de los portugueses
a causa de un envenenamiento. Hay que notar que es Green, 1952, p. 51, n. 122, quien
nos advierte de las críticas que Denucé había hecho a la obra de Argensola, al tiempo
que afirma de esta que, en lo que al estilo se refiere, «adolece de digresiones lamenta-
bles», 1952, p. 52.
19
Ver Cano, 2009, p. xliv.
20
Ver Bartolomé Leonardo de Argensola, The discovery and conquest of the Molucco and
Philippine Islands, 1708, en Cano, 2009, p. xliv (la traducción es mía).
21
Ver Cano, 2009, p. xlv.
22
Ver Serna, 2011, p. 357.
tales de Argensola. En esa línea, cabe recordar, además, que las fechas
en que se imprimieron las ediciones francesa, inglesa y alemana fueron
1706, 1708 y 1710-1711, respectivamente, lo que demuestra dicho in-
terés por la obra recién nacido el Siècle des Lumières.
Más allá de los reproches y repercusión posterior que tuvo la crónica
de Argensola, cabe destacar que el autor aragonés «contestó a sus críticos
de forma muy críptica estampando en la portada la imagen de un león
dormido, sobre el cual se encuentra la palabra livori, empresa figurativa
del autor, quien conociendo su fuerza y poderío dormía insensible a la
envidia»23.
23
Ver Cano, 2009, p. xl.
24
Ver Conquista, p. 10.
25
Ver Conquista, pp. 91-92.
26
Serna, por su parte, señala que «en las crónicas de Indias faltaba un ingrediente
fundamental: los casos de amor», 2011, p. 357. Cabe preguntarse si Conquista de las Islas
Malucas es un ejemplo aislado de la inclusión de este tipo de materiales o bien un caso
paradigmático.
27
Puede verse, a título de ejemplo, las razones que el Consejo de Estado aduce para
aconsejar el abandono de las islas Filipinas, Conquista, pp. 84-85, ante lo que Felipe iii
resuelve permanecer en ellas, Conquista, p. 85. Para el suceso relativo a Francis Drake (o
el Francisco Draque de la Crónica), y la conquista final de las islas por Acuña, ver los
libros iii y x, respectivamente.
28
Ver Serna, 2011, p. 357.
Para escribir antigüedad, ¿quién duda sino que se han de ver los archivos
llenos de privilegios y mercedes de reyes, procesos y escrituras auténticas, y
los registros de cartas de señores, y sacar de allí la verdad a lo claro, limpio,
quitándole el polvo, digo, adornándola como está dicho? Mas para saber
de las cosas presentes (y para todo) importa mucho que la conversación
privada sea con gente grave, de ciencia y calidad, y que el historiador haga
profesión decente a la verdad que busca, ayudándose de trato apacible, sin
desorden que le descomponga, porque desta manera sabrá la materia de su
historia de más digna boca que la del vulgo, habiendo de ser su escritura la
pública verdad del reino34.
31
Ver Sobre las cualidades, p. 264.
32
Ver Conquista, p. 213.
33
Ver Sobre las cualidades, p. 261.
34
Ver Sobre las cualidades, pp. 272-273.
35
Ver López Vidriero, 1996, p.106, en Serna, 2011, p. 353, n. 16.
36
Ver Serna, 2011, p. 353.
37
Ver Serna, 2011, p. 358.
38
Ver Conquista, p. 57.
39
Ver Conquista, pp. 62-63.
40
En cuanto a la cuestión de las fuentes utilizadas por Argensola para su Crónica,
Cano, 2009, p. xliv, nota 52, ha afirmado que «el libro carece de cualquier referencia a
las fuentes utilizadas, pero el lector reconoce los documentos consultados. Un ejemplo
por ello, ante las que su hermano mayor saldrá en su defensa con un
prólogo a la Conquista, e incluso, como respuesta, el autor se permite la
licencia de estampar la figura de un león dormido bajo la envidia ajena.
La Crónica, que ve la luz en Madrid en 1609 narra la conquista de
las islas Molucas para España por parte de Pedro de Acuña en 1606,
cuenta escrupulosamente los antecedentes de la historia, así como se
detiene en descripciones de carácter natural o antropológico, en otras
curiosidades o incluso en el relato de livianas historias de amor. A pesar
de que en su discurso Sobre las cualidades que ha de tener un perfecto cronista
Argensola predica como obligaciones del historiador «los sucesos de las
monarquías, de la paz y guerra», así como afirma que es tarea del filósofo
o del poeta el «ejemplo fabuloso»41, él mismo incluirá en su Crónica di-
versos materiales que ayudaban —acaso divertían— a hacer más ameno
el relato historiográfico y su doctrina.
Sea como fuere, en cualquier caso, lo que queda fuera de toda duda,
es el gran interés que tiene Conquista de las islas Malucas para conocer
las vicisitudes históricas que se sucedieron a lo largo del siglo xvi, desde
la demarcación propuesta por el Tratado de Tordesillas en 1494 hasta la
conquista del archipiélago por los españoles recién inaugurado el si-
glo xvii. Así lo demostraron las traducciones que de ella se hicieron a
comienzos del siglo xviii a diversas lenguas modernas para el conoci-
miento en el extranjero de lo que hasta el momento había sido domi-
nio exclusivo de las imprentas españolas. Lamentablemente, la obra fue
subestimada como fuente a principios del siglo xx por la historiografía
anglosajona, a pesar de que gozara de una edición moderna en España
en la última década del siglo xix.
Es el momento, por tanto, de volver los ojos sobre Bartolomé
Leonardo de Argensola como cronista de Indias, y de analizar Conquista
de las islas Malucas en el contexto más amplio del resto de crónicas del
Nuevo Mundo, aplicando a dicha tarea los mejores instrumentos que la
crítica nos ofrece.
claro es la exposición de los hechos del alzamiento de los sangleses en Filipinas en 1603
para la cual Bartolomé consultó la Relación verdadera del levantamiento de los sangleyes, en
las Filipinas, y el milagroso castigo de su rebelión: con otros sucessos de aquellas Islas: Escripta a
estos Reynos por un soldado que se halló en ellas. Recopilado por Miguel Rodríguez Maldonado.
Mientras que para la conquista de las Molucas consultó la Relación de los [sic] subsedido
en las Yslas Malucos».
41
Ver Sobre las cualidades, pp. 257 y 264, respectivamente.
Bibliografía
Cano, Glòria, «Introducción», en Bartolomé Leonardo de Argensola, Conquista
de las islas Malucas, ed. G. Cano, Madrid, Miraguano Ediciones/Institución
Fernando el Católico/Ediciones Polifemo, 2009, pp. xxv-xxxviii.
García Gallo, Alfonso, «Las bulas de Alejandro vi y el ordenamiento jurídico
de la expansión portuguesa y castellana en África e Indias», en Anuario de
Historia del Derecho Español, 27 y 28, 1957-1958, pp. 461-829.
Giménez Fernández, Manuel, Nuevas consideraciones sobre la historia, sentido y
valor de las Bulas Alejandrinas de 1493 referentes a las Indias, Universidad de
Sevilla, 1944.
— Nada más sobre las letras alejandrinas de 1493 referentes a las Indias, Universidad
de Sevilla, 1956.
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Miguel Mir, Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial, 1891.
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Institución Fernando el Católico/Ediciones Polifemo, 2009.
— The discovery and conquest of the Molucco and Philippine Islands, London, 1708.
— «Sobre las cualidades que ha de tener un perfecto cronista», en Obras sueltas
de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola coleccionadas e ilustradas por el
conde de la Viñaza, Madrid, Imprenta de M. Tello, 1889, vol. ii, pp. 255-277.
López Vidriero, María Luisa, El libro antiguo español, Universidad de Salamanca,
1996.
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Malucas, prólogo Miguel Mir, Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial,
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Serés, Guillermo, La conquista como épica colectiva. La obra de Bernal Díaz del
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Serna, Mercedes, «Censura e inquisición en las Crónicas de Indias. De sus ad-
versidades e infortunios», en Tierras prometidas. De la colonia a la independencia,
ed. Bernat Castany, Laura Fernández, Bernat Hernández, Guillermo Serés
y Mercedes Serna, Bellaterra, cece/Universidad Autónoma de Barcelona,
2011, p. 347-360.
Varela Marcos, Jesús, El tratado de Tordesillas en la política atlántica castellana,
Secretariado de publicaciones e intercambio científico, Universidad de
Valladolid, 1996.
Evangelizadores y evangelización:
miradas sobre la cuestión del indígena
Trinidad Barrera
Universidad de Sevilla
Líneas más adelante añade unos párrafos escritos en 1546, según sus
datos, donde reconoce que, después de escritas sus páginas, ha acertado
a ver el fracaso en el cumplimiento de las Leyes Nuevas:
Cuando fueron los buenos jueces a las ejecutar, acordaron de (como ha-
bían perdido a Dios el amor y temor) perder la vergüenza y obediencia a
su rey (pp. 171-172).
1
Citaremos por la edición de T. Barrera, Brevísima relación de la destruición de las
Indias, 2005, p. 170. A partir de ahora las citas irán en el interior del trabajo.
nos lleva a 1541 y permite asegurar que el libro fue escrito entre 1541
y 1542.
Entre su redacción y su publicación transcurre un tiempo lo sufi-
cientemente dilatado como para comprobar que no bastaba con una
redacción manuscrita que circulara en ambientes restringidos y próxi-
mos a la corte y al Consejo de Indias2, era necesario darle más difusión
para que el impacto fuera mayor, como así fue —de este tema habla en
el «Argumento» y el «Prólogo»—. El texto queda perfectamente en-
marcado entre dos fechas que lo llevan además de un monarca a otro,
de Carlos V a su hijo Felipe II, a quien se la dedica3. En el intervalo
transcurrido han tenido lugar el levantamiento de Perú y las Juntas de
Valladolid. Su redacción corre paralela al Octavo Remedio donde propo-
ne Las Casas la supresión de las encomiendas.
Indudablemente la Brevísima no puede considerarse una obra his-
tórica sino más bien un alegato de tono denunciatorio para demostrar
la necesidad de paralizar las conquistas, con sus guerras, repartimientos
y encomiendas. En su génesis se encuentra una carta que un grupo de
dominicos residentes en la isla Española envían a Mr. de Xèvres para
apoyar la gestión de Las Casas en España y que está fechada en 1516,
cuando comienzan los proyectos utópicos lascasianos de colonización
pacífica. Es cierto que la fecha es muy temprana, pero los datos y epi-
sodios allí ofrecidos muestran la misma crudeza y muchos de ellos son
los que más tarde recogería el fraile para redactar su obra. En esta carta
se dice de los encomenderos que son «carniceros con el manso» y las
expediciones caribeñas son calificadas de «carnicerías». El análisis de
la carta ha sido realizado con detención por Durán Luzio, que llega a
afirmar que
el alcance que hace asumir a Las Casas un rol profético anunciando castigos
que deberían o podrían caer sobre España encuentra un antecedente en esa
advertencia de los padres dominicos4.
2
En el intervalo, 1548, se había mandado recoger su Confesionario debido a unas
Reales Cédulas publicadas en la Nueva España.
3
Se veía próximo el gobierno de Felipe II, de hecho Carlos V abdica en su hijo
en 1556.
4
Durán Luzio, 1992, p. 118.
5
Dada la intervención de Las Casas en la escritura de los diarios colombinos no es
fortuito que la imagen del indio como «buen salvaje» y la tierra como «paraíso terrenal»
aparezcan en los diarios colombinos.
6
Jáuregui, 2002.
7
Resulta interesante destacar el testimonio escrito de fray Marcos de Niza, en el ca-
pítulo dedicado al Perú, que Las Casas transcribe como apoyo documental inestimable.
Otro texto al que alude es el extracto de carta al rey del obispo de Santa Marta de 1541.
hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo
hasta que, primero, muchas veces hobieron recebido ellos o sus vecinos
muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mismos (pp.
75-76).
8
Jáuregui, 2002, p. 64.
9
Concha, 1987.
10
Con la misma naturalidad Cabeza de Vaca en sus Naufragios explica una situación
similar.
11
De especial crueldad resulta el método de tortura relatado en «De la provincia
de Nicaragua» consistente en unas estacas plantadas en unos hoyos que atravesaban a
los indios al caerse.
12
En «De la provincia de Nicaragua» se habla de que aquellos indios fueron he-
rrados por esclavos. En «Del reino de Yucatán» cuenta que hubo quien ponía especial
interés en preñar (violar) mujeres para que «vendiéndolas preñadas por esclavas le diesen
más precio de dinero por ellas».
Profecías e hipérboles
La denuncia de la conquista y sus abusos no conoce desfallecimiento,
en todas y cada una de las tierras recorridas a lo largo de los veinte capí-
tulos se repite por igual el panorama hasta el punto que notas apocalíp-
ticas comienzan a detectarse en sus palabras, presentando como signos
anunciadores los terremotos de Guatemala. El carácter profético de Las
Casas ha sido estudiado por Durán Luzio, quien insiste en las alusiones
proféticas y el lamento al modo bíblico para «dotar a su discurso de un
tono doliente y desesperanzado, e insertarlo en el marco de una tradi-
ción poética que se inicia en el Antiguo Testamento»13.
Las Escrituras fueron un manantial de ideas para el obispo de Chiapas,
siendo los lamentos de Jeremías una de sus fuentes. El libro de Jeremías
está próximo a la relación del fraile sobre todo por la imagen del la-
mento por la tierra asolada y por extensiones antes ricas y hoy baldías.
Normalmente los capítulos se cierran con esa imagen de la tierra baldía.
La espada y el hambre son las causas de mortandad, provocada siempre
por la misma mano. «La lectura de las profecías proporciona a Las Casas
uno de los símiles centrales de su exposición: el del pueblo americano
visto como el antiguo pueblo de Israel»14. Un contenido profético es-
crito con un estilo apocalíptico, donde el Antiguo y Nuevo Testamento
estuvieron presentes para su autor. Para Las Casas la ruina y desolación
13
Durán Luzio, 1992, p. 144.
14
Durán Luzio, 1992, p. 159.
15
Arias, 2001, p. 62.
16
Para Avalle-Arce, 1961, la hipérbole resulta lógica dada la dualidad moral (bien/
mal) que conforma su discurso. Bataillon, 1976, justifica dichas hipérboles por el dife-
rente modo de apreciación entre el siglo xvi y el actual, más riguroso.
El texto y el apéndice-carta
Entre 1552 y 1553 Las Casas mandó publicar en Sevilla nueve trata-
dos suyos, si consideramos como tratado Lo que se sigue es un pedazo de
una carta…17. Estos textos fueron impresos por Sebastián Trujillo, excep-
to uno. Son los siguientes: Brevísima relación de la destrucción de las Indias
(1552), Lo que sigue es un pedazo de una carta (1552), Aquí se contienen una
disputa (1552), Treinta proposiciones muy jurídicas (1552), Sobre la materia de
los indios que se han hecho esclavos (1552), Entre los remedios (más conocido
como el Octavo remedio), por Jacobo Cronberger (1552), Avisos y reglas
para confesores (1552), Tratado comprobatorio del imperio soberano (1553) y
Principia quaedam (1552).
El texto de la Brevísima está compuesto por cincuenta páginas sin
numerar, se utilizan las letras del abecedario para indicar el cambio de
pliego, de la a a la f, quedándose dos páginas finales sueltas. Lleva carac-
teres góticos —también los otros tratados— y tiene portada con orla, a
dos tintas, negra y roja en líneas alternas, con el escudo imperial encima
del título18 que reza así: Brevíssima relación de la destruyción de las Indias:
17
La edición facsimilar del Fondo de Cultura Económica (México, 1965) de los
Tratados lo incluye como «Tratado segundo», detrás de la Brevísima.
18
Idéntica portada, con el escudo encima del título y las mismas orlas tiene el
Tratado comprobatorio del Imperio Soberano que figura en octavo lugar en el conjunto del
volumen de los tratados.
19
Sobre la intención del fraile en la catalanización, según unos o afrancesamiento,
según otros, de su apellido ha sugerido la idea de que ocultase su condición de converso.
20
Pérez Fernández, 1978, apunta la existencia de ejemplares en la Biblioteca
Nacional, en la Biblioteca del ICI y en la Real Academia de la Historia. También habla
de sendos ejemplares en la Biblioteca pública de León y en la del Ayuntamiento de
Zaragoza.
21
Existen, al menos, tres ediciones facsimilares asequibles que se han podido con-
sultar, la mexicana de 1965 (FCE) que incluye todos los tratados sevillanos; la madrileña
de 1977 hecha por la Fundación Universitaria Española, solo de la Brevísima, y una
tercera, bonaerense, también de todos los tratados sevillanos, de 1924, a cargo de Emilio
Ravignani, uno de cuyos ejemplares se encuentra en el Ibero-Amerikanisches Institut
de Berlín.
22
Se ha consultado dicha edición en el ejemplar que posee el Ibero-Amerikanisches
Institut de Berlín. Se trata de un libro en octavo de 214 páginas numeradas que contiene
los siguientes tratados, en este orden: Brevísima, Treinta proposiciones, Aquí se contienen una
disputa, Sobre la materia de los indios que se han hecho esclavos, Remedios y termina, curio-
samente, con Lo que se sigue es un pedazo de una carta. Al ejemplar consultado le falta la
portada y la página 1 donde comienza el «Argumento» de la Brevísima. El resto está en
perfecto estado. Si hemos de hacer caso a Fabié, 1879, el impresor, Antonio Lacavallería,
vendió la mayoría de los ejemplares sin la portada para confundir al lector.
23
Hernández, 1992.
creer que los imprimió solo para que el monarca, la corte o el consejo
pudieran leerlos más cómodamente sin que se fueran a hacer públi-
cos más allá de esos restringidos círculos. Para Giménez Fernández24 la
razón posible de esa prisa editora, sin las autorizaciones habituales, se
podía deber al deseo de que sus misioneros que se iban a embarcar hacia
Chiapas llevasen los textos correspondientes que asegurasen la prepara-
ción doctrinal adecuada a su sentir.
No podemos afirmar con seguridad que todos los «tratados» sevilla-
nos aparecieran impresos juntos porque no se descarta la posibilidad de
encuadernaciones por separado de algunos de ellos, aunque sí existen
ejemplares conjuntos. El único que, al parecer, no aparece nunca suelto es
«Un pedazo de una carta», que viene considerándose desde siempre como
un apéndice de la Brevísima, tomando como base la numeración del texto,
ya que esta, numerada —como se dijo— en pliegos en octavo empezando
por la letra a hasta la letra f, se continúa en Lo que se sigue es un pedazo de
una carta, que comienza con la letra g. El resto de los tratados, menos este,
tiene colofón propio donde se indica lugar de impresión, nombre del
impresor y año, lo que permite una autonomía de publicación.
Habitualmente todas las ediciones de la Brevísima vienen acompaña-
das de esta carta-apéndice25, sin plantearse en la mayoría de las ocasiones
ningún comentario, no obstante conviene hacer algunas observaciones
y tener en cuenta que en la edición de 1646 este texto no figura como
apéndice de la Brevísima, pues es el último del volumen, en todo caso
sería un apéndice a la totalidad del libro que incluye los tratados más
directamente indigenistas.
En la edición príncipe el apéndice-carta viene sin portada ni colofón
aunque con la misma letra que el resto, con un introito de quince líneas
donde el fraile explica: a) el origen de ese texto, al que llama «pedazo de
una carta y relación», b) la anonimia del autor de la misma, la «escribió
cierto hombre de los mismos que andaban en estas estaciones», testigo
de vista, oído y vida; c) el medio de transmisión, cómo llegó a su poder,
«se me dio por uno de los mismos que las hacían e yo lo tuve todo en
mi poder», d) el tema de la misma, «cosas espantables».Viejo artilugio del
narrador que atribuye el texto a que «el librero olvidó o perdió una hoja
u hojas della», lo que justifica su carácter incompleto, «que contenía co-
sas espantables», cuando las que se conservan son tan «espantables» como
24
Giménez Fernández, 1965.
25
No lo hace la edición facsimilar de 1977, que ofrece solo el texto de la Brevísima.
Bibliografía
Arias, Santa, Retórica, historia y polémica: Bartolomé de las Casas y la tradición inte-
lectual renacentista, New York, Lanham, Md., 2001.
Avalle Arce, Juan Bautista, «Las hipérboles del Padre Las Casas», Revista de la
Facultad de Humanidades, San Luis de Potosí, II, 1961, pp. 33-55.
Bataillon, Marcel, Estudios sobre Bartolomé de las Casas, Barcelona, Península, 1967.
Casas, Bartolomé de las, Brevíssima relación de la destruición de las Indias, ed. Manuel
Ballesteros Gaibrois, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1977.
1
No es tan accesoria como pudiera parecer esta cuestión, pues constituye una mues-
tra clara de la «mutilación» y las alteraciones que sufrieron las crónicas franciscanas. De la
Historia… no se conserva ningún manuscrito ológrafo de fray Toribio, y los tres manus-
critos conocidos del siglo xvi son copias de borradores, posiblemente ológrafos, confec-
cionados quizá para uso interno de la orden. Al lector interesado por estas cuestiones le
aconsejo el libro de Baudot, 1983, pp. 330-386. En estas páginas se analizan las distintas
catalogaciones que historiadores y bibliógrafos han establecido a lo largo de los siglos, des-
de su discípulo Mendieta, y se ofrece el índice de la, con toda seguridad, crónica definitiva
de Motolinía, hoy perdida. Un resumen de ello puede verse en la «Introducción» de G.
Baudot a su edición (1985), pp. 40-71. Cito siempre la Historia por esta edición.
2
Con ciertas variantes, los manuscritos de la ciudad de México, El Escorial y la
Hispanic Society de Nueva York recogen el mismo título. Una descripción de estos y de
las distintas ediciones hasta 1985 se encuentra en la «Nota bibliográfica», ed. G. Baudot,
1985, pp. 76-83.
3
O’Gorman, 1982, piensa, en cambio, que la Historia… no es de Motolinía, sino
un extracto sacado de su crónica definitiva por fray Martín de Hojacastro, cuando fray
Toribio se encontraba en Guatemala (1544). Sus argumentos no me parecen tan consis-
tentes como para descartar la autoría y fechación tradicionales (fray Toribio y 1541). En
el fondo este libro responde a una justificación circunstanciada de lo que ya expusiera
en su edición de la Historia… (1969), que fue duramente criticada por Baudot, G., 1985,
pp. 344-345 y 358-362.
6
La Biblia constituye en muchas fases de la Historia… fuente documental. En este
capítulo la comparación implícita con las diez plagas de Egipto resulta evidente. La lec-
tura complementaria de los capítulos i y ii de la primera parte de los Memoriales (1970,
pp. 9-16) desvanece cualquier duda al respecto.
7
La educación de los hijos de los señores principales, o de estos mismos señores, fue
determinante para favorecer la evangelización, por el enorme prestigio social que tenían
sobre los demás indios. Es lo que Borges, 1960, pp. 377-405 englobó como «Métodos
verticales» de evangelización.
8
Motolinía, atento anotador, recoge ya la confusión teológica que la traducción de
este concepto al náhuatl conlleva; confusión que será tan fértil para el ulterior desarrollo
de la tradición guadalupana.
9
El contraste se prolonga en el tiempo de la narración de la Historia… Siempre
subyace el antes y el ahora, en que el indígena arde «en el fuego de la devoción» y canta
en su lengua el Pater Noster, el Ave María, la Salve Regina y los mandamientos varias
horas al día (pp. 134-135).
10
Ver Ricard, 1994, p. 104.
11
Fray Toribio se apoya constantemente en testimonios directos, como ya anticipé.
Como ejemplos tomados al azar, sirvan estos: «Después de lo arriba escrito vine a morar
en esta casa de Tlaxcallan, y preguntando y inquiriendo de sus fiestas, me dijeron de
una notable en crueldad, la cual aquí contaré» (p 165). «Dicen los ayudantes que pa-
decían grandísimo trabajo en resistir» (p. 173). O la recapitulación final del capítulo xi,
que subraya indirectamente lo beneficioso de la conquista: «Otras muchas ceremonias
guardaban, que por evitar prolijidad las dejo de decir; baste saber las crueldades que el
demonio en esta tierra usaba, y el trabajo con que los hacía pasar la vida a los pobres
indios, y al fin para llevarlos a perpetuas penas» (p. 173).
12
«La manera de los templos de esta tierra de Anáhuac, o Nueva España, nunca fue
vista ni oída, así de su grandeza y labor, como de todo lo demás; y la cosa que mucho
sube en altura también requiere gran cimiento.Y de esta manera eran los templos y al-
tares de esta tierra, de los cuales había infinitos; y de ellos se hace aquí memoria para los
que a esta tierra vinieren de aquí adelante, que lo sepan, porque ya va casi pereciendo la
memoria de todos ellos» (pp. 173-174).
13
Historia…, p. 178: «pero ya que Dios los trajo al gremio de su iglesia y los sujetó
a la obediencia del rey de España, Él traerá los demás que faltan y no permitirá que en
esta tierra se pierdan y condenen más ánimas, ni haya más idolatría».
14
Dichas canciones son un buen ejemplo del sabio aprovechamiento de las cos-
tumbres indígenas por parte de los franciscanos y del sincretismo cultural mexicano que
emerge ya desde sus comienzos: son traducidas previamente por los frailes y trasladadas
poéticamente por los maestros de sus antiguos cantares en los metros a que estaban acos-
tumbrados, Historia…, p. 181: «y dicen cantares en su lengua de las fiestas que celebran,
que los frailes se los han traducido, y los maestros de sus cantares los han puesto a su
modo en manera de metro, que son graciosos y bien entonados».
15
Al lector interesado le recomiendo especialmente Pazos, 1951, pp. 129-189;
Brinckmann, 1970; Horcasitas, 1974; Arróniz, 1979; y Aracil Varón, 1999, como los es-
tudios generales más importantes sobre el teatro misionero.
16
No cabe duda de que en las reacciones de los espectadores se daban amalgama-
dos diversos aspectos, como la catarsis dramática, el aleccionamiento catequético y las
experiencias religiosas prehispanas, o los vicios que se querían reprender. Autos como
El sacrificio de Isaac atacaban directamente los sacrificios humanos aztecas; el destierro
de Adán y Eva en La caída de nuestros primeros padres perpetuaba analógicamente la
pérdida de México y «nadie lo vio que no llorase recio»; y los demonios que se llevan
al infierno al indio «beodo» y a las hechiceras por órdenes de San Fracisco de Asís, y
les prenden fuego dentro de él, recuerdan las penas que esperan a los que no siguen la
doctrina cristiana, y «ponía mucha grima y espanto aun a los que sabían que nadie se
quemaba» (p. 215)
17
Aracil Varón, 1999, pp. 448-496.
18
Arróniz, 1979, pp. 82 y 91
19
Motolinía, Historia, pp. 131-133; 188-192; 232-333, 258, 261, 267-268, 275 y los
capítulos xii y xiii del Tratado Tercero.
de la codicia de los malos españoles, que, por oposición a estos, son «de
corazón grandes y vivos».
El Tratado Segundo constituye una historia circunstanciada de la
evangelización de la Nueva España, siempre desde la óptica providen-
cialista, para resaltar las «maravillas que Dios en estos gentiles comenzó
a obrar» (p. 217). Tras la declaración inicial de que sus superiores le
mandaron escribir la Historia… para que se conozcan la psicología de
los naturales de la Nueva España, las obras de la bondad divina en estas
tierras y que los que lleguen en el futuro a Nueva España sepan las cosas
notables y los trabajos y penurias que pasaron por implantar la fe y la
religión20, Motolinía narra los buenos principios que tuvo la cristianiza-
ción, cuando aún no sabían náhuatl, la predisposición de los indios para
convertirse y su sucesiva incorporación a los sacramentos, relacionándo-
los con las visiones y milagros que salpican los dos últimos tratados. Por
sus páginas discurren numerosas anécdotas maravilloso-edificantes que
subrayan la providencia divina: la intervención milagrosa de la Cruz en
los bautizos colectivos; las grandes disciplinas que los indios piden en sus
confesiones, hechas «por figuras y caracteres»; las dificultades para erra-
dicar la poligamia; la desaparición de los ídolos, etc.Todas resaltan la des-
bordante actividad franciscana, ejemplificada en forma autobiográfica.Y,
paralelamente, las tensiones que van surgiendo en la incipiente realidad
novohispana: los conflictos entre españoles tras la marcha de Cortés a las
Hibueras (1524-1526)21, la disputa con la Primera Audiencia, dirigida
por Nuño de Guzmán y el entredicho de fray Juan de Zumárraga a la
ciudad de México (cap. x)22; la polémica entre las órdenes religiosas por
la administración del bautismo a los indígenas (cap. iv); la guerra del
Mixtón (caps. viii-xi); y, desde luego, el eterno debate sobre la huma-
20
«Estando yo descuidado y sin ningún pensamiento de escribir semejante cosa que
ésta, la obediencia me mandó que escribiese algunas cosas notables de estos naturales, de
las que en esta tierra la bondad divina ha comenzado a obrar […] Y también para que
los que adelante vinieren, sepan cuán cosas notables acontecieron en esta Nueva España
y los trabajos e infortunios […] y la fe y la religión que en ella el día de hoy se conserva
y aumentará» (p. 216).
21
Ver el capítulo que Martínez, 1990, dedica a ello y el desprestigio que empezó a
acarrearle a Cortés el desenlace de dicha expedición.
22
En este sentido es fundamental García Icazbalceta, 1947, t. i, pp. 38-124; t. ii, docs.
1-6; y t. iii, doc. 19. Sobre la acusación que la Primera Audiencia profirió contra los
franciscanos, ver Baudot, 1964, pp. 15-34.
23
Historia…, pp. 250-251: «por tan áspera tierra y tan grandes montañas, que en
partes entramos mis compañeros y yo […] que a las veces subíamos por unos agujeros
en que poníamos las puntas de los pies, y unos bejucos o sogas en las manos.Y estos no
eran de diez o doce pasos, mas uno pasamos de esta manera, de tanta altura como una
torre. Otros pasos muy ásperos subíamos por escaleras, y de estas había nueve o diez, y
hubo una que tenía diez y nueve escalones; y las escaleras eran de un palo solo, hechas
unas concavidades, cavado un poco en el palo, en que cabía la mitad del pie, y sogas en
las manos. Subíamos temblando de mirar abajo, porque era tanta la altura que se des-
vanecía la cabeza. Y aunque quisiéramos volver por otro camino no podíamos, porque
después que entramos en aquella tierra había llovido mucho y habían crecido los ríos,
que eran mucho y muy grandes».
[…]
Y estos conquistadores y todos los cristianos amigos de Dios se deben
mucho alegrar de ver una cristiandad tan cumplida en tan poco tiempo, e
inclinada a toda virtud y bondad. Por tanto, ruego a todos los que esto le-
yeren que alaben y glorifiquen a Dios con lo íntimo de sus entrañas; digan
estas alabanzas que se siguen […] Amén, Amén, Amén (pp. 269-270).
24
Historia…, pp. 327-328: «Pero Dios entregó la gran ciudad en las manos de los
suyos, por los muy grandes pecados y abominables cosas que en ella se cometían. Y
también en esto es de mucho notar la industria y ardid inaudito que don Hernando
Cortés, marqués del Valle, tuvo en hacer los bergantines para tomar a México […], y la
determinación que tuvo y el ánimo que mostró cuando echó los navíos en que había
venido al través, y después le echaron de México y salió desbaratado […] y cómo se
hubo sagaz y esforzadamente en toda la conquista de esta Nueva España, cosas son para
el poder poner en el paño de la fama, y para igualar y poner su persona al parangón con
cualquiera de los capitanes y reyes y emperadores antiguos».
sión de estas Indias, como dio a otros de sus apóstoles25 las de las otras
Indias y tierras apartadas (p. 277).
Los capítulos ii-v se encargan de desarrollar lo afirmado en el capí-
tulo inicial. Explicitan en el discurso narrativo de la Historia… el celo
franciscano y sus desvelos, guiados permanentemente por la divina pro-
videncia.Y siempre con humildad y mansedumbre seráficas en procura
del martirio, predicando con intérpretes o sin ellos; aprendiendo las
lenguas nativas para desterrar la idolatría; protegiendo a los indios de los
desmanes de los españoles (sobre todo, los de la Primera Audiencia); res-
pondiendo con paciencia a las injurias, hasta el extremo de casi perder
sus vidas; y organizando expediciones misioneras frustradas (a China) o
realizadas (a Campeche, Jalisco y Nueva Galicia). Tan apretado catálogo
de actividades, no exento de milagros y visiones (la vida de Fray Martín
de Valencia es un claro exponente de ambos), concluye con la descrip-
ción de la América descubierta «por los designios divinos» (p. 312) y el
encarecimiento de su abundancia y fertilidad. América es, en suma, un
lugar paradisíaco (p. 348), de gente mansa y dócil, apta como ninguna
otra para la realización de la Nueva Jerusalén. En este contexto hay que
entender la exaltación de la ciudad de México, «como cabeza y emporio
de toda la América» (capítulos vi-viii); exaltación que se llena de gran
riqueza simbólica al asociar su pasado con la antigua Babilonia bíblica
y su presente con la Nueva Jerusalén, en forma similar a como lo había
hecho en el auto La conquista de Jerusalén:
¡Oh México que tales montes te cercan y coronan! Ahora con razón
volará tu fama, porque en ti resplandece la fe y evangelio de Jesucristo!
Tú que antes eras maestra de pecados, ahora eres enseñadora de verdad; y
tú que antes estabas en tinieblas y oscuridad, ahora das resplandor de doc-
trina y cristiandad. Más te ensalza y engrandece la sujeción que tienes al
invictísimo César don Carlos, que el tirano señorío con que otro tiempo a
todos querías sujetar. Eras entonces una Babilonia, llena de confusiones y
maldades; ahora eres otra Jerusalén, madre de provincias y reinos […]¡Oh
México! Si levantases los ojos a tus montes, de que estás cercada, verías que
son en tu ayuda y defensa más ángeles buenos, que demonios fueron contra
ti en otro tiempo, para te hacer caer en pecados y yerros (p. 314)
25
Los Hechos de los Apóstoles, huelga decirlo, son fuente esencial y modelo para la
composición de los cinco primeros capítulos de este tratado.
Lo que esta tierra ruega a Dios es que dé mucha vida a su rey y muchos
hijos, para que le dé un infante que la señoree y ennoblezca, y prospere así
en lo espiritual como en lo temporal, porque en esto le va la vida. Porque
una tierra tan grande y tan remota y apartada no se puede de tan lejos
bien gobernar, ni una cosa tan divisa de Castilla y tan apartada no puede
perseverar sin padecer gran desolación y muchos trabajos, e ir cada día de
caída, por no tener consigo a su principal cabeza y rey que la gobierne y
mantenga en justicia y perpetua paz, y haga merced a los buenos y leales
vasallos, castigando a los rebeldes y tiranos que quieren usurpar los bienes
del patrimonio real (pp. 336-337).
26
Fernández Almagro, 1944, pp. 18-24.
27
Historia, p. 380: «Y que no todos estuviesen esperando repartimiento de indios.
Y que se comenzarían pueblos en los cuales se recogerían muchos cristianos que al
presente andaban ociosos y vagabundos. Y que también los Indios tomarían ejemplo y
Bibliografía
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Nueva España del siglo xvi, Roma, Bulzoni Editore, 1999.
Arróniz, Othón, Teatro de evangelización de Nueva España, México, unam, 1979.
Baudot, Georges, «Le complot franciscain contre la première Audience de
México», Caravelle, 2, 1964, pp. 15-34.
— Utopía e historia en México. Los primeros cronistas de la civilización mexicana
(1520-1569), Madrid, Espasa-Calpe, 1983.
— La pugna franciscana por México, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990.
aprenderían a labrar y cultivar al modo de España.Y que teniendo los españoles hereda-
des en qué se ocupar, perderían la voluntad y gana que tenían de se volver a sus tierras,
y cobrarían amor con la tierra en que se viesen con haciendas y granjerías».
28
Baudot, 1990, pp. 33-35.
Mercedes Serna
Universidad de Barcelona
La quinta plaga fue los grandes tributos y servicios que los indios hacían,
porque como los indios tenían en los templos de los ídolos, y en poder
de los señores y principales, y en muchas sepulturas, gran cantidad de oro
recogido de muchos años, comenzaron a sacar de ellos grandes tributos; y
1
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 120.
los indios con el gran temor que cobraron a los españoles del tiempo de la
guerra, daban cuanto tenían. Mas como los tributos eran tan continuos —que
comúnmente son de ochenta en ochenta días—, para poderlos cumplir
vendían los hijos y las tierras a los mercaderes, y faltando de cumplir el
tributo, hartos murieron por ello, unos con tormento y otros en prisiones
crueles, porque los trataban bestialmente y los estimaban en menos que a
sus bestias2.
Solo Aquel que cuenta las gotas del agua de la lluvia y las arenas del
mar puede constar todos los muertos y tierras despobladas de Haití o isla
Española, Cuba, San Juan, Jamaica y las otras islas; […] matando tantas áni-
mas y echándolas casi todas en el infierno, tratando a los hombres peor que
a bestias, y tuviéronlas en menos estima, como si en la verdad no fuesen
criados a la imagen de Dios4.
2
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 120.
3
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 121.
4
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 133.
Y plega a Dios que pare en esto; aunque yo sé y veo cada día que hay
algunos españoles que quieren ser más pobres en esta tierra, que con minas
y sudor de indios tener mucho oro; y por esto hay muchos que han dejado
las minas. Otros conozco, que de no estar bien satisfechos de la manera
como acá se hacen los esclavos, los han ahorrado. Otros van modificando
y quitando mucha parte de los tributos y tratando bien a sus indios. Otros
se pasan sin ellos, porque les parece cargo de conciencia servirse de ellos.
Otros no llevan otra cosa más de sus tributos modificados, y todo lo demás
de comidas, o de mensajeros, o de indios cargados, lo pagan, por no tener
que dar cuenta de los sudores de los pobres, de manera que estos tendría
yo por verdaderos prójimos, y así digo, que el que se tuviere por verdadero
prójimo y lo quisiere ser, que haga lo mesmo que estos españoles hacen5.
5
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 133.
6
Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, p. 255.
No se hallará entre mil, uno que pueda vestir paño ni comer sino tortillas
y chile y un poco de atule, porque el oro y plata que suena de las Indias está
debajo de la tierra y sácanlo los españoles…7
Si se piden estos diezmos o por ser los ministros pobres o porque siendo
ricos los den a los pobres, no parece que por esta cabsa hay razón ara que
los indios los den, pues a los canónigos y dignidades les sobra… ¡O si fuese
posible que vuestra alteza viese la vanidad y superfluidad de los unos y la
miseria de los otros; piden al desnudo para el muy vestido, al hambriento
para el harto y al pobre para el rico10.
7
Baudot, 1985, p. 30.
8
Baudot, 1985, p. 30.
9
Gómez, 1988, p. 151.
10
Baudot, 1985, p. 37.
11
Surtz, 1988, p. 338.
12
Baudot, 1977, pp. 358-359.
al dar toda la razón a las tesis de Las Casas, al dar de lado a los conquista-
dores (y bien sabemos el papel apocalíptico que los franciscanos atribuían a
Cortés y a sus hombres), estas leyes frenaban y comprometían la sumisión
de las poblaciones indias, poblaciones que, en ese mismo momento, plan-
teaban graves y difíciles problemas en el norte de México con sus rebelio-
nes y sublevaciones15.
16
Baudot, 1985, p. 75.
17
Inca Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú, p. 210
18
Pereña, 1992, p. 11.
19
Zavala, 1973, p. 74.
20
Zavala, 1973, p. 78.
Porque una de las cosas más principales en que las audiencias han de ser-
virnos es en tener muy especial cuidado del buen tratamiento de los indios
y conservación de ellos, mandarnos que se informen siempre de los excesos
y malos tratamientos que les son o fueren hechos por los gobernadores o
personas particulares22.
21
Serna, 2012, p. 337.
22
Serna, 2012, pp. 338 y ss.
manera, no se pueda hacer esclavo indio alguno, y queremos que sean tra-
tados como vasallos nuestros de la Corona [real] de Castilla, pues lo son23.
Porque nos ha sido hecha relación que de la pesquería de las perlas ha-
berse hecho sin la buena orden que convenía, se han seguido muertes de
muchos indios y negros, mandamos que ningún indio libre sea llevado a la
dicha pesquería contra su voluntad24.
23
Serna, 2012, p. 340.
24
Serna, 2012, p. 340.
25
Serna, 2012, p. 340.
Se elimina asimismo el poder que tenían los españoles sobre los in-
dios y sus bienes, en los nuevos descubrimientos. Para lograrlo, se exige
la tributación general de los indios a favor del rey. Por tanto, es un siste-
ma regalista, que evita el poder particular de los colonos y les quita todo
derecho hereditario sobre las rentas:
26
Serna, 2012, p. 341.
27
Serna, 2012, p. 341.
Es nuestra voluntad, y mandamos que los indios que al presente son vivos
en las islas de San Juan y Cuba y la Española, por ahora y el tiempo que
fuere nuestra voluntad no sean molestados con tributos ni otros servicios
reales ni personales ni mixtos, más de como lo son los españoles que en las
dichas Indias residen, y se dejen holgar para que mejor puedan multiplicar
y ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica, para lo cual se les
den personas religiosas cuales convengan para tal efecto28.
28
Serna, 2012, p. 342.
De esta manera, si nos atenemos a los hechos, fue en 1544 cuando los
dominicos de Nueva España se pronunciaron a favor de las encomien-
das y de la revocación de las Leyes Nuevas, con criterios semejantes a
los del inca Garcilaso de la Vega, cuyas ideas, además, se inscriben en la
concepción medieval de la sociedad política. Desde el 20 de octubre de
1545, tras la entrevista de los procuradores de Nueva España con el em-
perador, se irían revocando algunos capítulos de las Leyes Nuevas hasta
la derogación de los puntos más conflictivos o radicales. Sin embargo,
señala Silvio Zavala que puede generalizarse que «el régimen español
extinguió la institución de las encomiendas»29.
A este panorama, se añade el hecho de que los historiadores dis-
crepan sobre los verdaderos motivos por los que la Corona implantó y
revocó, posteriormente, algunas de las Leyes Nuevas. Impera la idea de
que fueron unas ordenanzas de inspiración lascasiana, si bien no com-
parte el mismo criterio Pérez de Tudela. Este indica que la implanta-
ción de las Leyes Nuevas no debe entenderse como un acto de defensa
del indígena, sino en el contexto del gobierno político de Indias. La
Corona preveía la posibilidad de que la promulgación de las nuevas
ordenanzas provocara una gran confusión entre los pobladores de las
Indias, tal como supuestamente Motolinía y las órdenes religiosas pre-
vieron. De esta manera, la redacción y la revocación parcial de las Leyes
Nuevas demostrarían que la política indigenista de la Corona fue pla-
neada esencialmente prestando mayor atención a los conquistadores y
colonizadores españoles que a los naturales de Indias30. La promulgación
de las Leyes Nuevas podría interpretarse, según Pérez de Tudela, como
una reafirmación de la Corona ante cualquier intento de autonomía
feudal o política de los encomenderos, y su revocación, como la derrota
de dicha institución. En contra de esta interpretación, cabe recordar que
las actuaciones políticas del Imperio, llevadas a cabo con anterioridad a
29
Zavala, 1973, p. 255. Fray Pedro de Gante, en 1552, dirá sobre los tributos de los
indios de la Nueva España en una carta dirigida a Carlos v (15.ii.1552): «Nunca en parte
del mundo se vio tributar los hombres de lo que no tienen, como estos [los indios], y
así, como hayan de buscar el tributo fuera, nunca sosiegan». Cartas de Indias, 1974, p. 94.
Y prosigue: «Gran tristeza ha sido para mi ánima ver el provecho que a los principios se
hacía, y cómo ya no queda nada, sino que donde las iglesias no cabían de gente, ahora
no se media, y esto porque domingos y fiestas todo ha de ser buscar para tributar, y bien
se puede creer, pues es tan miserable gente esta, que mucha de ella no tiene aun qué
comer sino raíces y hierbas» (p. 95).
30
Pérez de Tudela, 1958, pp. 489-492.
31
Pereña, 1992, p. 11.
32
Gómez, 1988, p. 141.
33
Gómez Canedo, 1981, p. 141.
34
Gómez, 1988, p. 142.
andan rebotados, y viendo que cada día les mudan señores, no tienen so-
siego ni amor ni quieren servir a quienes los tienen encomendados, por
guardar lo que tienen para otro que les dan otro día, y a la causa reciben
muchos malos tratamientos, y por no servir se van a los montes, lo cual no
harían si conociesen señor perpetuo y sin duda reposarían36.
Zumárraga también informa del perjuicio que genera para los espa-
ñoles la pérdida de la encomienda estable, los cuales, por no tener indios
perpetuos,
están tan opresos que no osan hablar, y afirmo que más sujetos que en
ninguna otra parte que yo haya visto, lo cual no sería si tuviesen sus indios
perpetuos, a los cuales querrían bien y les harían buenas obras, relevándoles
de trabajo por que permaneciesen y por dejar de comer a sus hijos, y en
sus pueblos procurarían plantar viñas y olivares y otros heredamientos, para
relevar sus vasallos de tributo y vivir como en España37.
35
Gómez, 1988, p. 142.
36
Gómez, 1988, p. 142.
37
Gómez, 1988, p. 142
38
Gómez, 1988, pp. 143-144.
39
Gómez, 1988, pp. 143-144.
Bibliografía
Baudot, Georges, Utopía e historia en México. Los primeros cronistas de la civilización
mexicana (1520-1569), Madrid, Espasa Calpe, 1983.
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Gómez Canedo, Lino, Pioneros de la cruz en México: fray Toribio de Motolinía y sus
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Inca Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú, Madrid, BAE, 1960.
Mendieta, Jerónimo de, o.f.m., Historia eclesiástica indiana, Díaz de León y White,
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1945, 4 vols.
— Historia eclesiástica indiana, ed. Francisco de Solano, Madrid, Atlas, 1973, bae,
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Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, ed. Georges Baudot, Madrid,
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O’Gorman, Edmundo, La incógnita de la llamada Historia de los indios de la Nueva
España atribuida a fray Toribio Motolinía, Fondo de Cultura Económica,
México, 1982.
Pereña, Luciano, La idea de justicia en la conquista de América, Madrid, Editorial
Mapfre, 1992, 11.
1.- Introducción
Lo más sorprendente al estudiar un personaje tan singular como fray
Juan Ramírez de Arellano es que, transcurridos más de cuatrocientos
años de su muerte, siga siendo un gran desconocido. Tan solo los pri-
meros historiadores dominicos de América escribieron relatos, más o
menos ajustados, sobre su vida. El más importante es el de su coetáneo
Antonio de Remesal (siglo xvii)1, fuente primigenia indispensable, pero
limitada y excesivamente cercana al personaje, tanto afectiva como tem-
poralmente.
Es significativo el silencio y el desconocimiento de sus propios her-
manos de Orden. En el siglo xx, solo el dominico mexicano Maurico
Beuchot2 y el alemán Benno Biermann3 han dedicado algunas páginas
a analizar aspectos generales de su obra, basados únicamente en las noti-
cias de los primeros historiadores dominicos, como el citado Remesal o
el padre Alonso Franco4, y centrados en los memoriales escritos en 1595
o en documentación parcial del Archivo General de Indias.
1
Remesal, Historia General de las Indias Occidentales y particular de la gobernación de
Chiapas y Guatemala.
2
Beuchot, 1992, 2003 y 2004.
3
Biermann, 1967.
4
Franco, Segunda parte de la historia de la provincia de Santiago de México orden de los
predicadores de la Nueva España.
Por ello hace dos años, gracias a una beca del Instituto de Estudios
Riojanos me embarqué en la tarea de recopilar todos los datos biográfi-
cos que pudiera lograr y reunir todos sus escritos de denuncia y solici-
tudes legislativas elevadas al rey, al Consejo de Indias, a sus superiores de
Orden, incluso al propio papa. Fruto de ese trabajo fue la publicación
a finales de 2011 de su biografía Fray Juan Ramírez de Arellano. El obispo
de los indios5.
Fue un hombre de su tiempo, intelectual activo que gustaba caminar
antes que montar en cabalgadura, muy cercano a las necesidades y pro-
blemas de los nativos y de los más necesitados.Ya había pasado el tiempo
de las denuncias lascasianas de exterminio, de las dudas sobre la naturaleza
humana de los indios, o sobre si debían ser o no bautizados. Había trans-
currido un siglo desde que los españoles arribasen a América, y el debate
para fray Juan se centraba en cuestiones apegadas a la dura realidad social
y laboral que soportaban los nativos, como las condiciones de trabajo,
horario, salario y distancias que debían recorrer los indígenas, situación de
las mujeres más indefensas —jóvenes, viudas y madres recientes— o sobre
si se debía o no encomendar nativos para ciertas tareas, o sobre cómo
mejor organizar y dirigir los pueblos de indios, o con qué impuestos se
les debía o no grabar, o si las autoridades virreinales actuaban en justicia.
Sus escritos están llenos de intuiciones muy actuales
Como nunca aceptó la indiferencia de autoridades y compatriotas
fue siempre un personaje incómodo, para su Orden, para la Iglesia y para
las instituciones del poder real. Nada pudo callarlo, siempre dijo e hizo
lo que pensaba que debía hacer en consonancia con los valores evangé-
licos. Nunca le arredraron sus interlocutores, fueran estos sus superiores
de Orden, el monarca más poderoso de la tierra o el mismo papa, a
todos dijo o escribió lo que pensaba y consideraba de justicia
2.- Biografía
Juan Ramírez nació en Murillo de Río Leza, en La Rioja, el 27 de
septiembre de 1527, en una familia de sencillos labradores. Dadas sus
buenas aptitudes para el estudio ingresó en el convento dominico de
Santa María de Valcuerna, en Logroño, con apenas dieciséis años En el
convento de Valcuerna recibió una buena formación y se ordenó sacer-
dote. Sus superiores apreciaron en él unas excepcionales cualidades in-
5
González Ochoa, 2011.
6
La disputa entre fray Juan y el deán Ruiz del Castillo puede seguirse en: González
Ochoa, 2011, pp.115-133. También en las fuentes originales: AGI, Guatemala, legajos,
10, 41, 156 y 165; y en AHN, Inquisición, 1735, expte.7, num.1 al 13. Muy interesante
puede resultar ver:Vallejo García-Hevia, 2001.
7
García Granados, 1962.
8
Para seguir las influencias intelectuales en fray Juan Ramírez ver González Ochoa,
2011, pp. 135-143.
9
Tomado de Vitoria, Relectio de Indis (Edición crítica y bilingüe de Luciano Pereña
y J. M. Pérez Prendes).
los nativos, defenderlos ante los robos y usurpaciones que los colonos
peninsulares están perpetrando y hacer que se cumplan las leyes que el
mismo monarca ha sancionado.
La magestad del rey don Felipe (ii), nuestro señor, y su Real Consejo de
Indias tienen la obligación precisa y estrechísima de procurar por todos los
medios posibles para que cesen todos los agravios e injusticias que en estos
repartimientos reciben los indios10.
10
Archivo Vaticano, Segretaria Stato, Nunziature Diverse, 264, fols.43-44. Parecer
sobre el servicio personal, octubre de 1595.
Propone:
• Que el indio trabajador reciba un salario justo. Hasta la fecha na-
die ha tasado su jornal. Por lo tanto, que los sueldos de los indios
se equiparen con los de los peninsulares y con los establecidos
en los gremios.
Derecho a la propiedad
Denuncia:
• Que los alcaldes ordinarios obligaban a los naturales a trabajar en
sus campos, obrajes de tinte de añil u otras granjerías, quitándo-
los de sus propias milpas y sementeras.
• En ocasiones los alcaldes mayores y corregidores actuaban como
usureros y prestamistas, y cuando los indios no podían pagar el
préstamo se quedaban con sus tierras.
• Que cuando por el exceso de tributos, por imposibilidad de
sembrar sus propios campos o por las malas cosechas los indios
no podían pagar sus impuestos, los corregidores, alcaldes o pres-
tamistas les robaban sus tierras, alimentos y pertenencias.
Propone:
• Que se haga una ley por la que nadie pueda apropiarse de las
tierras, enseres y pertenencias de los nativos.
• Que se evite la usura y los excesos en los precios de los produc-
tos que se comercian con los nativos, para que así no se dé pie a
las expropiaciones o robos de tierras.
• Que se acabe con la corrupción de los diversos gobernantes que
tienen jurisdicción sobre los indios, que los cargan de impuestos
y se aprovechan del trabajo no remunerado para su enriqueci-
miento.
Derecho a la educación
Denuncia:
• Que todo el tiempo que están fuera de los pueblos, en trabajos
comunales o forzados no reciben la doctrina ni las pocas clases
de formación que la acompañan.
Propone:
• Apelando a la buena acogida que tiene en los indios la palabra
de Dios, su facilidad para aprender música y canto y su talento
natural hacia algunos oficios, fray Juan pide que los nativos re-
ciban doctrina cristiana y se les facilite el aprendizaje de ciertas
profesiones.
Derecho a la vivienda
Denuncia:
• Que las condiciones en las que sobreviven los indios, en casas y
pueblos mal acondicionados son míseras.
• Que esa pobreza obedece a la excesiva presión fiscal y a que
frente a los trabajos forzados y repartimientos lo indios no pue-
den atender la construcción de sus propias viviendas ni la debida
atención de sus cultivos.
Propone:
• Que durante el tiempo que el indio esté desplazado pueda vivir
en un lugar salubre y sus viviendas sean respetadas.
11
Rojas, 1994, pp 287-292.
12
De las Advertencias… existen dos copias una en la Biblioteca Colombina de Sevilla
y la otra en el Archivo Vaticano, Segretaria Stato, Nunziature Diverse, 264, f.37-42; Del
Parecer… existen dos copias una en la Biblioteca Colombina de Sevilla y la otra en el
Archivo Vaticano, Segretaria Stato, Nunziature Diverse, 264, f.43-46.
5.- Conclusión
Su biografía nos muestra que el dominico riojano no fue un inte-
lectual teórico, idealista, con una visión utópica y alejada de la realidad.
Fray Juan es un empecinado y tozudo luchador, pragmático, que preten-
de cambios estructurales del sistema legislativo que beneficien a los más
6. Bibliografía
Introducción
Desde hace algún tiempo dedicamos parte de nuestro officium aca-
démico al estudio de la Retórica en el Nuevo Mundo, especialmente
en el ámbito de sus realizaciones concretas, y entre estas, las que atañen
a la persuasión y evangelización de los nuevos pueblos, a los que había
que hacer llegar con propiedad el mensaje cristiano1. Antes de entrar en
el núcleo de esta breve contribución, haré hincapié en un par de ideas
generales, en las que apoyaré mi reflexión posterior.
La primera es que quienes se han acercado a las producciones retó-
ricas del Humanismo renacentista, han identificado dos ámbitos, bien
distintos, en sus realizaciones concretas. Uno, en el que se consolida
un sistema de lo retórico donde los textos se suceden en el eje de una
tradición autónoma; tradición que se refiere sobre todo a sí misma y
que se dispone confrontándose con los grandes modelos clásicos. Es la
retórica ‘clásica’, de escuela, los textos normativos en los que se expo-
ne, con cambios poco significativos, la consabida doctrina de la técnica
retórica. Paralelamente a estos textos, surgieron las que se han dado en
1
Hemos publicado más de una veintena de artículos sobre esta temática. En la
Bibliografía final se recogen tan solo los que atañen directamente a este trabajo.
2
Rodríguez de la Flor, 1995, pp. 316-322.
3
Chaparro Gómez, 2005, pp. 173-202.
4
Además de su extensa Retórica eclesiástica en seis libros, Fray Luis compuso un Breve
tratado en que se declara de la manera que se podrá proponer la doctrina de nuestra santa fe y
religión cristiana a los nuevos fieles. Un desarrollo más explícito de la contraposición entre
estas dos obras puede verse en Chaparro Gómez, 2012, pp. 153-163.
5
Chaparro Gómez, 2007, pp. 205-213.
6
Las Casas, Obras completas, vol. 2, p. 16.
7
Las Casas, Obras completas, vol. 2, pp. 54-57.
8
Las Casas, Obras completas, vol. 2, pp. 98-99.
9
Las Casas, Obras completas, vol. 2, pp. 246-247.
con la virtud de sus obras, una vida sin reproches ni ofensas a nadie», ya
que el que enseña uerborum suorum sit ipse exemplum, ut magis opere doceat
quam sermone10. La responsabilidad, por tanto, en la comunicación del
mensaje de Cristo se asienta casi por entero en el predicador.
En resumen, a pesar de las muchas páginas del De unico, el argumen-
to de Las Casas es muy simple: los nativos del Nuevo Mundo son seres
racionales y, consecuentemente, ellos deben ser persuadidos a aceptar
el Cristianismo de una manera racional. Ninguna otra aproximación
ha de ser admitida. Después de afirmar su esencial racionalidad, Las
Casas añade muy poco digno de reseña sobre los indios. Porque cree
en la identidad de los indios y de todos los seres humanos, Las Casas
no ve la necesidad de comentar sus particulares costumbres y prácticas.
Bartolomé de las Casas echa mano de la teoría de la retórica tradicional
sin intentar una revisión para los propósitos misioneros. En esta insisten-
cia sobre la necesidad de un único método de persuasión para todos los
seres humanos, él constituye una auténtica excepción.
10
Las Casas, Obras completas, vol. 2, pp. 260-261.
11
Chaparro Gómez, 2008, pp. 577-589.
12
Acosta, 1954, pp. 390-394. Todas las citas posteriores, referidas a la clasificación
tripartita de los ‘bárbaros’ se encuentran en estas páginas, pertenecientes al Proemio del
De procuranda.
que más les persuade son razones llanas y de su talle, y algunos símiles
de cosas entre ellos usadas». Acosta observa, en este último punto, que en
los indios —como en los demás hombres— a la hora de la persuasión
mueven más los afectos que las razones y así en los sermones hay que
utilizar «cosas que provoquen y despierten el afecto como apóstrofes,
exclamaciones y otras figuras del arte oratoria».
En resumen, la aproximación que hace José de Acosta a la predi-
cación en el Nuevo Mundo es más compleja que la propuesta por
Bartolomé de las Casas, ya que está basada en discriminaciones entre
los indígenas y de estos con respecto a los europeos. Mientras que hay
pueblos capaces de apreciar el complejo aparato persuasivo, no los hay
así entre los habitantes de esas nuevas tierras. Los tradicionales métodos
persuasivos son en la mayoría de los casos irrelevantes para los misio-
neros en América. En los presupuestos retóricos de Acosta la audiencia
eclipsa al predicador, es ella la que finalmente dicta la estrategia que
debe utilizar el orador sagrado, condensada esta en la «necesaria acomo-
dación a la capacidad y naturaleza de los oyentes»13.
13
Provost-Smith, 2000, pp. 67-69.
15
En este sentido,Valadés ensaya, como lo hicieron G. Camillo (‘teatro de la memo-
ria’) y M. Ricci (‘palacio de la memoria’) su particular artefacto memorativo, ‘el atrio
de la memoria’ (patio al descubierto plagado de columnas y estas, a su vez, atiborradas
de piedras preciosas), construcción cercana a la mentalidad de los receptores del mensaje
cristiano.
16
Valadés, Rhetorica christiana, p. 31.
Bibliografía
Acosta, José de, De natura novi orbis libri duo et de promulgatione evangelii apud
barbaros sive de procuranda indorum salute libri sex [1589], edición y traducción
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Chaparro Gómez, César, «Emblemática y memoria, política e historia en la
Rhetorica christiana de Diego Valadés», Rhetorica, 23, 2005, pp. 173-202.
— «La Retórica de Bartolomé de las Casas: un único método de persuasión»,
en Munus Quaesitum Meritis: Homenaje a Carmen Codoñer, ed. Gregorio
Hinojo y José Carlos Fernández Corte, Salamanca, Ediciones Universidad
de Salamanca, 2007, pp. 205-213.
1. Antecedentes
La encomienda, como señalaba Silvio Zavala,
al igual que otras instituciones indianas, nació en las Antillas. Las dificultades
teóricas y los perfiles jurídicos de la institución comenzaron a señalarse en
esta primera etapa, y la experiencia adquirida influyó en el desarrollo pos-
terior de la encomienda en el Continente2.
1
Trabajo realizado en el marco del Proyecto de Investigación de la Junta de Castilla
y León: «Manuscritos de la Escuela de Salamanca: Francisco de Vitoria. El ms. 85/03 y
el ms. 548: Scholia in Sacra Theologia super primam partem sancti Thomae de Aquino.
Transcripción, traducción y estudio», con la referencia PON165A11-1, y el Proyecto
de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad: «Las Universidades
Hispánicas (siglos xv-xix): España, Portugal, Italia y México. Historia, saberes e ima-
gen», con la referencia HAR2012-30663.
2
Zavala, 1935, p. 1.
3
La expresión, in commendam, proviene del Derecho canónico para referirse a un
beneficio eclesiástico. Originariamente era aplicada a la colación provisional de un be-
neficio eclesiástico, que no contaba temporalmente con un poseedor titular. Era opuesto
al titulum, aplicado a la colación regular e incondicional de un beneficio eclesiástico.
Como progresivamente los laicos comenzaron también a disfrutar de los beneficios,
tenían la obligación de pagar y contratar a un eclesiástico para satisfacer las obligaciones
espirituales inherentes al mismo.
4
Ver Zavala, 1940.
5
Ver Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, t. ii, lib. vi, tit. ix, ley 10, p. 266.
6
Ver Pensar Europa desde América. Un acontecimiento que cambió el mundo, 2012.
7
Las Casas, «Tratado sobre los indios», pp. 221, 254, 258, 271.
2. La institución de la esclavitud
La trata será una propuesta de solución amplia y multiforme, basada
en una institución antigua presente en multitud de pueblos, la esclavi-
tud, que gozaba de legitimidad teórica y legal. A ella se llegaba, funda-
mentalmente, de tres formas: por guerra, por nacer de vientre esclavo
y por compra o rescate. En las Indias la fórmula más frecuente será el
recurso a la primera causa. Se exigía que la guerra fuera justa, declarada
por la autoridad legítima y que se diera una justa causa, que suponía
la violación de un derecho y que hubiera recta intención. Al mismo
tiempo, el que era capturado en guerra justa, si esta no tenía lugar entre
cristianos, podía ser reducido a servidumbre. Por lo mismo, una cues-
tión fundamental será los títulos para validar las guerras justas contra los
indios. Pronto se levantarán voces contra esta lectura e interpretación
interesada. Una de las más significativas será la de Las Casas, aunque no
la primera.
Con anterioridad, lo había expresado el emperador en la Instrucción
a Diego de Velázquez de 15238. El paso siguiente será la posición defen-
dida en las Nuevas Leyes y Ordenanzas (1542), aboliendo la esclavitud de
los naturales9. Las Leyes Nuevas tendrán un valor intrínseco, por el hecho
de ofrecer motivos y razones. A partir de este momento, la legislación se
multiplicará. Se logra así que los naturales sean liberados paulatinamen-
te, amparados en una reflexión informada, que respondía a argumentos
de carácter ético, jurídico y religioso. El cambio de rumbo obedecerá
a motivaciones de buen gobierno, de ética y religión frente a razones
8
Cedulario Indiano de Diego de Encinas, lib. iv, pp. 361-362.
9
Carlos v, pp. 106. 110-112.
10
Ver Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, t. ii, lib. vi, tit. ii, pp. 201-207.
En esa línea se promulgará la bula Veritas ipsa (2.vi.1537), de Paulo iii, que consideraba
demoníacos a los que trataban a los indios como brutos e incapaces de la fe, al tiempo
que afirmaba su ser racional de hombres libres y capaces de recibir la fe. Entendía que
los indios, aunque no eran cristianos, no podían ser privados de su libertad y bienes, ni
ser reducidos a servidumbre, por lo que declaraba como írrito y falto de valor todo lo
que se obrara.Ver Paulo iii, «Veritas ipsa», America Pontificia, t. i, doc. 84, pp. 364-366. Ese
mismo año, enviado por el obispo de Tlaxcala, había llegado a Roma Bernardino de
Minaya, op, con una carta del obispo para conseguir del pontífice una declaración doc-
trinal que aseverase que los indios eran hombres libres, capaces de la fe cristiana y, por lo
mismo, que no podían ser reducidos a servidumbre. La bula será llevada por él de vuelta
a México, a finales de ese año, no tardando en ser conocida en todas partes. Pero, en
razón del pase regio, esta será retirada por mandato del emperador. Paulo iii no hace dis-
tinción entre derechos fundamentales de los cristianos y los de la población no cristiana,
ya fuera conocida o estuviera por descubrir. El texto se dirige, de manera concreta, a los
naturales de las Indias mientras que no hacía referencia alguna a la población de color.
11
Su fundamento se encuentra en la «restitutio in integrum» del Derecho romano,
que suponía la restitución total y completa, que obligaba a la cancelación plena de los
efectos o consecuencias de un hecho o negocio jurídico, restableciendo así la situación
anterior, como si tal hecho no se hubiera realizado. El principio va a ser asimilado muy
pronto por la teología cristiana. El Aquinate la estudia en la IIa-IIae, q. 62 de su Summa.
12
Ver Las Casas, «Aquí se contienen unos avisos», pp. 369-371.
13
Precisamente, el 7 de octubre de 1492, Pío ii había escrito la letra Rubicensem
al obispo de la Guinea en la que calificaba la esclavitud de los negros como un gran
crimen —magnus scelus—. Desgraciadamente, el ejemplo quedó como algo puntual y
aislado.Ver Tardieu, 1984, p. 79.
14
Ver Quenum, 2008, pp. 81 y ss.
15
No se puede olvidar que propone el recurso a la esclavitud de los negros, cuando
estaba prohibido el paso de esclavos moros. Ver Tardieu, 1984, p. 52.
16
Para una visión de conjunto sobre la trata en América, ver Klein,Vinson iii, 2007.
17
Ver Vitoria, «Carta del maetro», pp. 38-40. Para un análisis de la misma, ver Pena
González, 2003, pp. 99-102.
18
Ver Soto, De iustitia et iure libri decem, lib. iv, q. 2, art. 2, fol. 103v.
dos con fraude y dolo. Entendía que tanto los que los capturaban, como
los que los compraban, así como los que los poseían ya antes no podían
tenerlos lícitamente, por lo que debían liberarlos, para que recuperasen
su estado original, aun en detrimento de que el poseedor no recuperase
aquello que había invertido en la compra. Si la justificación había sido
el atraerlos a la fe, considerará que estaban cometiendo una grave injuria
contra la fe cristiana. Sin olvidar que a esta no se podía llegar por medio
de coacción.
Molina hará su reflexión partiendo de la experiencia de los merca-
deres portugueses19. Participa de la doctrina común sobre la esclavitud,
aceptando que sea justa, lícita y conste título legítimo20. Distingue entre
esclavitud natural y legal, centrándose en la segunda, que analiza re-
curriendo a los títulos. Aborda la licitud de la compra de los africanos
transportados por los portugueses. La descripción pone de manifiesto
lo afianzada que estaba la institución en aquel continente, viéndose po-
tenciada con la llegada de los portugueses. Estos compran los esclavos
a un precio acordado de antemano, preocupándose solo de su enrique-
cimiento. De todos los agravios y excesos deduce que la situación no
genera escrúpulos en ningún estamento21. No verá motivo de escrúpulo,
pues seguidamente se pregunta por las guerras de los esclavos negros
con los portugueses, considerando que no hay motivo de duda del título
justo. Dará su parecer a cada uno de los títulos, convirtiéndose en lugar
común para los autores posteriores.
Entiende que, por el delito de uno, no es lícito esclavizar a otros, ni
siquiera de su familia. Pone de manifiesto cómo algunos delitos, en otros
lugares, conducirían a galeras o penas más leves. Aunque no considera
lícito el simple robo, se conformará con que los portugueses puedan
comprar lícitamente a los que han sido condenados a muerte por hurtos
leves. En relación a la compra-venta, considerará que tampoco es lícito
vender a sus mujeres e hijos por capricho, con la salvedad del adulterio
y la violación. Así, fuera de los esclavizados por guerra justa, el resto
habían sido esclavizados injustamente y, en razón del derecho natural,
era obligatorio devolverles su libertad, reparando, además, los daños co-
19
Acerca de esta cuestión ver García Añoveros, 2000, pp. 307-329; Pena González,
2003, pp. 117-123.
20
Ver Molina, De iustitia et iure tractatus, lib. i, tract. 2, disp. 32, col. 143.
21
Ver Molina, De iustitia et iure tractatus, col. 153.
22
Ver Molina, De iustitia et iure tractatus, disp. 34, núm. 6, col. 170.
23
Ver Avendaño, Thesaurus indicus, vol. i, tit. 9, cap. 12, núm. 204, fol. 330.
24
«No tiene lugar la esclavitud, en los antedichos negros y sus originarios, princi-
palmente por ser cristianos y de la Iglesia santa hijos». Jaca, Resolución sobre la libertad de
los negros, i, núm 1.
25
«¿Quién lo ha averiguado? ¿quién con testimonios auténticos lo ha expresado,
declarado y de ello, en limpio ha tenido certeza?». Jaca, Resolución sobre la libertad de los
negros, i, núm. 7, p. 9.
26
Jaca, Resolución sobre la libertad de los negros, i, núm. 8, p. 10.
27
Jaca, Resolución sobre la libertad de los negros, ii, núm. 1, p. 19.
28
Acerca de este tema, ver García Añoveros, 2000a.
29
Jaca, Resolución sobre la libertad de los negros, ii, núm. 6, p. 24.
último, las razones aducidas por Avendaño, ordenando los títulos de-
sarrollados por él. No puede aceptar que el adverbio aliqualiter30, con
el que cierra Avendaño su argumentación, pueda servir para justificar
todos los excesos.
Por su parte, Epifanio de Moirans delimita su intención en un coro-
lario, a modo de prólogo31. Sigue el esquema clásico de argumentación
analizando la validez de los títulos de servidumbre. A este fin desarrolla
la argumentación en tres secciones sucesivas: los títulos de justa esclavi-
tud, las disputas de los autores y la restitución y satisfacción.
Considera que la esclavitud, como muerte civil, no es justificable32. A
partir del principio general deduce que pecan tanto los que esclavizan
como los que los compran33. Se sigue que los africanos son esclavizados
no solo contra el derecho positivo34, sino también contra el de gentes.
De igual manera, atacará el derecho de guerra35. Llegado a este punto,
presenta una conclusión provisional de su reflexión:
30
«¿Es pues posible, que a un aliqualiter reduzca una materia tan grave, de tanta enti-
dad, de tanta injuria y agrabio? ¿es posible? Pregunto; o totaliter, ¿es lícito lo dicho o no?
Si es lícito, ¿para qué omnimode se lo deja condenado? Si no es lícito, para qué aliqualiter,
hace justificación, pues de ese aliqualiter al omnimode o totaliter, no hay menos distancia
que el ser y deber ser bueno por todas partes, o ser todo malo, por solo un lado». Jaca,
Resolución sobre la libertad de los negros, ii, núm. 55, p. 64.
31
«Para que la misericordia y la justicia con los esclavos preparen bienes, recono-
ciendo el error, compensando las injurias, devolviendo la libertad a los negros, haciendo
penitencia, reparando las injusticias y restituyendo lo substraído». Moirans, Siervos libres,
núm. 1, p. 19.
32
«Por autoridad privada, coger y hacer esclavo a un reo, ni nunca es lícito, por au-
toridad pública, hacer esclavo a un inocente, pues cada uno es libre por derecho natural
y tiene derecho a su libertad de la que no se le puede privar sin pecado». Moirans, Siervos
libres, núm. 29, p. 41.
33
Moirans, Siervos libres, núm. 33, pp. 47-49.
34
Ver Moirans, Siervos libres, núm. 36, p. 53.
35
Ver Moirans, Siervos libres, núm. 49, p. 69.
excusar de algún modo a los Padres de la Compañía que tienen en las Indias
tantos miles de esclavos contra la verdad, por la que luchó, y contra la justi-
cia, por la que agonizó. Lo que no puede ser aprobado por los que sienten
rectamente según verdad40.
36
Moirans, Siervos libres, núm. 56, p. 81.
37
Ver In vi. 5, 12, 65. Seguidamente cuestiona toda la justificación de la venta de
los propios hijos de donde deduce que, «sin caridad no aprovecha nada el Evangelio»,
por lo que concluirá negando la posibilidad de la propia venta o la de los hijos. Moirans,
Siervos libres, núm. 72, p. 109.
38
«Aunque parezca convincente que muchos esclavos de aquellas regiones fueron
sometidos injustamente a esclavitud, sin embargo, no es convincente sobre todos y, por
lo mismo, no es aplicable a cada uno en singular». Moirans, Siervos libres, núm. 82, p. 125.
39
«Los españoles entraron con buen título, pero una vez plantados y habiendo
echado las raíces de la ambición, entonces descartado el título y arrojadas por la borda
todas las leyes divinas, pontificias, humanas —al igual que las naturales— y pospuestos
todos los escrúpulos, reducen a esclavitud a los indios, los someten a tributo, los fuerzan
a extraer metales, los toman, los roban, los venden, entran en sus tierras para perpetrar
latrocinios y asesinatos de hombres, al igual que servidumbres». Moirans, Siervos libres,
núm. 91, p. 141.
40
Moirans, Siervos libres, núm. 113, p. 171.
5. A modo de conclusión
Se colige que la argumentación utilizada en la defensa de los na-
turales, por una parte, o de los africanos, por otra, responden a lugares
comunes que tienen su origen en el Derecho romano y que, por medio
del canónico y la Teología moral fueron asimilados como principios bá-
sicos y sustanciales en la defensa del individuo. Era una argumentación
escolástico-tomista, pero sustentada en la Tradición y en la Biblia, como
pilares básicos de la Teología católica. Precisamente por ello la referencia
a textos de la Escritura o a los Santos Padres resulta coincidente en mu-
chos casos, no tratándose de que unos copien a los otros, sino que todos
se están basando en el mismo ámbito de argumentación, acentuando
aquello que consideran que les puede resultar más oportuno en cada
momento.
Es normal que no encontremos en ellos muchas novedades sino, más
bien, frecuentes coincidencias que han de ser explicadas desde ese in-
tento de fidelidad a la fe que han profesado y a la que han entregado su
vida. Todos ellos, por otra parte, muestran una profunda preocupación
no solo por el trato físico, sino también por la salvación eterna, argu-
mento frecuentemente olvidado. Incluso, si nos fijamos en los métodos
coercitivos utilizados, son coincidentes y tienen su punto más signifi-
cativo en la negativa a impartir los sacramentos, lo que muestra una vez
más preocupación por la salvación de los criollos y castellanos.
41
«Están obligados a restituir todo lo que adquirieron por medio de los negros.
Pero, como si les restituyera todo lo que tienen en Indias, se reducirían todos a la po-
breza, comenzaré por lo que hay que restituir por necesidad de salud, a saber, la libertad
y el precio de sus trabajos. Porque la libertad es de derecho natural y bien de orden
superior a todos sus bienes, después de la vida, ya que tras la muerte, la esclavitud es un
mal pésimo». Moirans, Siervos libres, núm. 121, p. 183.
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Tardieu, Jean-Pierre, Le destin des Noirs aux Indes de Castille xvie-xviiie siècles,
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Vitoria, Francisco de, «Carta del maestro fray Francisco de Vitoria acerca de los
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Zavala, Silvio, La encomienda indiana, Madrid, Centro de Estudios Históricos,
1935.
— De encomienda y propiedad territorial, México, Antigua Librería Robredo de
José Porrúa e Hijos, 1940.
Es tanto lo que se ha dicho acerca del motivo del ‘buen salvaje’ que a
priori no solo parece imposible conocer, conectar y ordenar los distintos
enfoques y teorías que han tratado de dar cuenta de él, sino también aña-
dir algo nuevo a todo lo que ya se ha pensado al respecto. Sin embargo,
un breve repaso a las distintas teorías acerca de la génesis y función de di-
cho motivo revela un importante déficit teórico que deja sin tematizar la
influencia que las filosofías helenísticas, especialmente el escepticismo, el
cinismo y el epicureísmo, ejercieron, principalmente a partir del siglo xv,
en la conformación de nuestro modo de concebir al indígena americano.
Por razones de espacio, nos limitaremos a estudiar la influencia de la filo-
sofía epicúrea en la configuración de la idea occidental de ‘buen salvaje’.
Empecemos señalando que el epicureísmo ha sido quizás la doctrina
más calumniada de toda la historia del pensamiento. Baste como prueba
el hecho de que, tras dos milenios de ataques y descuidos, no conser-
vemos, de los más de trescientos libros que se considera que escribió
Epicuro, más que cuatro breves epístolas y unas pocas máximas. Por otra
parte, aunque al parecer el primero en asociar a Epicuro con un cerdo
fue el filósofo griego y poeta satírico Timón de Fliunte, en el siglo iv
a.C.1, dicha imagen no se popularizó hasta tres siglos más tarde, cuando
en su cuarta Epístola Horacio se describa como un «Epicuri de grege por-
cum», esto es, como un «cerdo de la piara de Epicuro». De este modo, el
epicureísmo se apropiará provocativamente de lo que, en un principio,
era una calumnia, y prodigará cerdos votivos en los principales cen-
tros epicúreos como, por ejemplo, las ruinas de Boscoreale o en la Villa
Pisón, que Horacio frecuentó, en Herculano, donde se encontrarán es-
tatuillas que representan cerdos en cubiletes de plata2.
Dejando a un lado la epístola En defensa de los epicúreos frente a los
estoicos, académicos y peripatéticos, de Cosimo Raimondi de Cremona, la
primera obra renacentista importante de recuperación del epicureísmo
es el De voluptate et summo bono (1431), en la que Lorenzo Valla propuso
la búsqueda de un cristianismo epicúreo o hedonista, liberado del dolo-
rismo, el culpabilismo y el ascetismo propios del cristianismo medieval.
Recogerá el testigo Erasmo, quien convertirá dicha propuesta
en un proyecto ideológico3, llegando a afirmar, en el último de sus
Colloquia, el número 56, titulado El epicúreo (1533), que «la culminación
del desprendimiento epicúreo es el cristianismo» y que Cristo no fue
un hombre «triste y melancólico», sino una persona dichosa y tran-
quila, de modo que «no hay mayor epicúreo que el buen cristiano»4.
1
Un antecedente de esta tradición se halla en el Timeo de Platón, donde se afirma,
siguiendo el neopitagorismo, que las almas condenadas se reencarnarán en un animal
intemperante, ignorante y apegado a lo terreno como es el cerdo. Continúa dicha tra-
dición de pensamiento mágico Gregorio de Nisa, quien asocia al cerdo al materialismo
por su incapacidad para levantar la cabeza y contemplar el cielo.
2
Onfray, 2008, t. I, p. 176. Resulta importante, para comprender la dignificación
epicúrea del indígena americano en cuanto animal sabio, tener en cuenta que el cer-
do con el que se identifican los epicúreos no pertenece a la raza de cerdos obesos e
impedidos, creada artificialmente durante la segunda mitad del siglo xx para producir
carne en cantidades industriales, sino, antes bien, a una raza de cerdos pequeños, fibro-
sos e hirsutos a los que se sacaba a pastar al monte y que debían parecerse mucho a los
jabalíes (Baratay, 2012). Si tenemos esto en cuenta comprenderemos que el epicúreo se
equiparase con este tipo de animal, al considerarlo superior al hombre en virtud de su
vida natural, frugal, libre y despreocupada, que es precisamente el modo en como los
pensadores renacentistas, influidos en parte por el epicureísmo, verán al indígena ameri-
cano. Es en este sentido que debe entenderse el título de este artículo.
3
Innocenti, 1975, p. 77.
4
Erasmo, «El epicúreo», Coloquios, p. 584. El «epicureísmo cristiano» ha sido estu-
diado, entre otros, por Rico, 1993, Márquez Villanueva, 1975, pp. 105-110 y 147-179;
Onfray, 2007; o Bataillon, 1950.
5
Martín Hernández, 1992. Cabe señalar que frente a José Almoina (1935 y 1951) o
Pedro Enríquez Ureña (1935), que sostienen el erasmismo de Zumárraga, autores como
Carreño (1948) y Adeva (1990) lo niegan.
6
Martín Hernández, 1992, p. 56.
7
Vasco de Quiroga, Información en derecho, p. 239.
luego evocar las descripciones de la vida utópica que realizaron dos au-
tores de impronta epicúrea como fueron Luciano y More.
Tan o más influyente que el epicureísmo de Erasmo y de More en
el modo en como la Europa renacentista se enfrentó a la cuestión del
indígena americano fue la influencia de la poesía grecolatina, de fuerte
impronta epicúrea. Ciertamente, el tópico horaciano del carpe diem no
deja de ser una exhortación epicúrea a gozar del momento sin dejar que
la ansiedad y el miedo perturben la serenidad o ataraxia que el epicu-
reísmo nos enseña a alcanzar; y lo mismo sucede con el tópico del locus
amoenus, que aparece tanto en las Bucólicas de Virgilio como en el Arte
poética de Horacio, que no solo evoca un lugar agradable, sino también
ese lugar de edificación de la libertad y la serenidad que simbolizaba el
Jardín para los epicúreos.
Baste como prueba de la importancia de estos poetas epicúreos el
hecho de que uno de los documentos más influyentes en la conceptua-
lización del indígena americano como es la «Carta a Luis de Santángel»,
más que una descripción real de los lugares visitados por Colón, sea
una proyección literaria en la que confluyen motivos literarios como el
locus amoenus, el bucolismo y la Edad de Oro. De ahí en adelante, prác-
ticamente todos los escritos que hablen sobre el indígena americano
acusarán la influencia literaria de unos autores que, como acabamos de
señalar, se adscribían a la tradición epicúrea.
Otro de los grandes protagonistas renacentistas en la conformación
del mito del ‘buen salvaje’ será Michel de Montaigne, cuya moral es
claramente epicúrea, si bien en lo que respecta a la física se adscribe más
bien al escepticismo pirrónico, con el objetivo de salvaguardar o su fe
o su cabeza. Así, en su ensayo «De la experiencia» nos muestra de qué
manera practica en su vida cotidiana esa ciencia de la administración del
goce que es la culminación del epicureísmo; mientras que en «De los
caníbales» idealiza a los indígenas por considerar que «guardan vigorosas
y vivas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y
útiles, las cuales [los europeos] hemos bastardeado» para acomodarlas «al
placer de nuestro gusto corrompido»8.
Por otra parte, empieza a existir consenso crítico acerca de la in-
fluencia de Epicuro en el movimiento ilustrado9. Véase como ejemplo
el papel que dicha filosofía ejerció en la formación del pensamiento
8
Montaigne, Ensayos, I, xxx.
9
Leddy y Lifschitz (eds.), 2009 y Blom, 2012, p. 265.
10
Schmidt, 1982 y Quintili, 2000.
11
Diderot, «Suplemento al viaje de Bougainville», p. 170.
12
Blom, 2012, p. 386.
13
Tollinchi, 1990, p. 480.
14
Onfray, 2008, t. I, p. 196.
15
Bakewell, 2011, p. 208.
16
Vasco de Quiroga, Información en derecho, p. 271.
17
Horacio, Epodos, II,1.
18
Lobato, 1988.
20
Boas, 1966.
21
Fontana, 2000, pp. 120-122.
Conclusión
El objetivo de este trabajo no era investigar de manera exhaustiva
la influencia epicúrea en aquellos autores y escritos que contribuyeron de
forma decisiva a la idealización de los indígenas americanos en tanto que
‘buenos salvajes’, sino, simplemente, abrir un nuevo campo de estudio. Soy
consciente de que hace falta un estudio empírico de los textos, si bien
creo haber dado argumentos suficientes, como por ejemplo la impor-
tancia del epicureísmo en la cultura renacentista, en general, y en autores
muy influyentes en los protagonistas de la conquista espiritual del Nuevo
Mundo, en particular, como para justificar la pertinencia de dicho trabajo.
Bibliografía
Adeva, Ildefonso, «Observaciones al supuesto erasmismo de fray Juan de
Zumárraga», en Evangelización y teología en América (siglo XVI), ed. Josep
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Almoina, José, «El erasmismo de Zumárraga», Filosofía y letras, 15, 1948, pp. 93-127.
22
Márquez Villanueva, 1975, p. 208.
23
De Witt, 1964, p. 337.
24
Vasco de Quiroga, Información en derecho, p. 270.
Abreu, Antonio de, 166-167 y n Almagro, Diego de, 57, 58, 71, 72,
«Academia Antártica», 13, 77, 82-83 141-142, 222
Acosta, José de, 18, 220, 249, 251, Almoina, José, 281n
254-258, 260; De natura noui libri Almote, fray Diego de, 218
duo, 254; De procuranda, 255; De Alonso Pinzón, Martín, 33
promulgatione euangelii apud barba- Alvarado Tezozómoc, Fernando, 16,
ros…, 254; Tercero Cathecismo…, 147, 152-153; Crónica mexicana,
254-255, 257 152; Crónica mexicayotl, 152
aculturación a la inversa, 14, 98 Álvarez-Ogbesor, Jacqueline, 87n,
Acuña, Pedro de, 169, 174 88n, 93
Adeva, Ildefonso, 281n Álvarez Peláez, Raquel, 102n, 113
Adorno, Rolena, 148, 152; «The Alverna, monte, 208
Indigenous Ethnographer…», 152 Amazonas, río, 34n, 46-47
África, 27, 210, 271-272, 274 Ampudia, Juan de, 192
africanos, 86, 101; esclavitud de los —, Anáhuac, 148, 151, 153-154
263, 265, 268-275 Andalucía, 24, 80
Aguilar, Alonso de, 117-118 Andes, cordillera de los, 80, 84, 152
Aguilar, Jerónimo de, 107, 109 y n Ángel, cabo del, 31n
Aguirre, Lope de, 129, 135 anticonquistador, 15, 124, 128-129
Agustín, San, 253, 257; De catechizan- Antártico, polo, 83
dis rudibus, 257 Antigüedad clásica, 13, 40, 42, 46, 199,
agustinos, 228 251, 268
Alcaçovas, Tratado de, 161-162 Antillas, archipiélago de las, 42, 44,
Alcazaba, Simón de, 122n 101, 104, 185, 224, 263
Alciato, Andrea, 137, 145 Antisuyo, territorio del, 80, 90
Alcina Franch, José, 78n, 87n Apolo, 83
Alejandro VI, papa, 164n Aquiles, 134
Alfa, cabo de, 45 Aracil Varón, Beatriz, 203
Alfonso V de Portugal, 161 Aragón, 183
Alfonso X, 40; General estoria, 40 Archidona (Málaga), villa de, 80
«buen salvaje», 19, 30, 106, 182 y n, Cano, fray Melchor, 233
184, 204, 279, 282-288 Cápac, Manco, 106-107
Buen tiempo, cabo del, 32n capuchinos, 19, 272
Buenaventura Zapata y Mendoza, Cardenal, Ernesto, 117; Bernal Díaz,
Juan, 16, 147, 154-155; Crónica de 117
Tlaxcala en Lengua Mexicana, 154 Caribe, islas del, 12, 27, 58n, 65, 117,
Burguillos, Gaspar de, 122 183, 214
Burguillos, Hulano, 117 Caritaba, 29; véase también Haití
Bustamante, Francisco de, 216 Carlomagno, 134
Carlos V, 60, 101, 121, 124, 180 y n,
Cabello Balboa, Miguel, 13-14, 62, 196, 203, 215-216, 221, 226, 266-
70-71, 77-93; «El militar elogio», 267; Instrucción (1523), 266; Nuevas
83-84; «La comedia del Cuzco», Leyes y Ordenanzas (1542), 266
83-84, 85; «La entrada de Los Caro, Rodrigo, 140, 142; Varones insig-
Mojos milagrosa», 83-84; «La nes en letras, 142
volcanea horrífica terrible», 83; Carochi, Horacio, 154
Miscelánea antártica, 14, 62, 70- Carreño, Alberto María, 281n
71, 77 y n, 79, 82-85, 88-89, 91, Carrera Stampa, Manuel, 151;
92; Orden y traza para descubrir y «Historiadores indígenas y mesti-
poblar la tierra de Los Chunchos y zos novohispanos», 151
otras provincias, 14, 84-85, 90-93; cartas de relación, 191-192
«Vasquirana», 83-84; Verdadera des- Casas, fray Bartolomé de las, 16, 18,
cripción y relación larga de la provincia 19, 36, 117, 119, 124-127, 179-
y tierra de las Esmeraldas, 14, 78-79, 189, 218-220, 233, 249, 251, 252-
81, 83, 85-89; «Volcanea», 83-84 254, 258, 265-267, 269, 273, 281,
Cabello, Pedro, 80 284; Aquí se contienen una disputa,
Cabo Verde, islas de, 86, 162, 163 189; Avisos y reglas para los confeso-
Cajamarca (Perú), 59-61, 65, 69-71 res, 126, 189-190; Brevísima relación
Cajas, provincia de, 13, 59, 62-65 de la destrucción de las Indias, 16,
Calatrava, orden de, 136 179-192, 220; Confesionario, 124;
Calicuchama, 70 De unico uocationis modo, 252-254;
California, 138 Lo que se sigue es un pedazo de una
Callao, El, 79 carta…, 189, 191; Octavo Remedio,
Calvo de Barrientos, Pedro, 105, 107 180, 189, 220; Principia quaedam,
Camata (Bolivia), 80, 81 189-190; Sobre la materia de los in-
Camillo, G., 260n dios que se han hecho esclavos, 189;
Campeche, 209 Tratado comprobatorio del imperio
Campo, Antonio del, 118 soberano, 189-190; Treinta proposi-
Canarias, islas, 12, 28, 30, 34, 35, 37, ciones muy jurídicas, 189
104 y n, 162 Cassá, Roberto, 103, 105
caníbales, 46, 52, 183, 282 Castany, Bernat, 19
Cano, Glòria, 167
Castellanos, Juan de, 78n; Historia del Cieza de León, Pedro de, 58, 62, 67,
Nuevo Reino de Granada, 78n 69, 72, 128, 220; Crónica del Perú,
Castiglione, Baldassare, 68, 133; El cor- 62
tesano, 68 cimarrones, 77, 78, 81, 86, 88
Castilla, reino de, 12, 16, 25, 28-30, cinismo, 19, 279, 288
32, 33, 35, 40, 97, 100-102, 162- Cipango, 23, 26, 28, 29, 33, 35n, 37,
164, 182, 210, 214, 221, 222 45
Castilla del Oro, 73n Ciudad de los Reyes, 83
Castilleja de la Cuesta, 127 Ciudad Rodrigo, Antonio de, 218
Castillo, Cristóbal del, 147, 153-154; Clavijero, Francisco Xavier, 151, 155,
Fragmentos de la obra general sobre la 156; Historia Antigua de México,
historia de los mexicanos, 153-154 151
Castro, Francisco de, 165 Clemente VIII, papa, 244
Catalina, esclava pipil, 123 Cobos, Francisco de los, 220
Catay, 29, 33, 37 ; véase también China Coello, Pedro, 135
Centroamérica, 59, 85 Colegio de la Santa Cruz de
Cervantes de Salazar, Francisco, 220 Tlatelolco, 155, 156
Cervantes, Miguel de, 102; Viaje al Colegio de Santiago de Tlatelolco,
Parnaso, 102 211
Chalco-Amaquemecan, 147, 153 Colón, Bartolomé, 37, 45
Chalcuchima, 84 Colón, Cristóbal, 12-13, 23-37, 34n,
chamán, 100 41-46, 129, 135, 139, 141, 162,
Chaparro, César, 18 182, 224, 268, 282, 284, 287;
Charcas, 78 «Carta de Luis de Santángel», 19,
Chavero, Alfredo, 151 32, 282; Diario del primer viaje, 12,
Chiapas, 191 23-37
Chile, 85, 105, 118 Colón, Diego, 37
Chiliachima, capitán, 69n Colón, Hernando, 135n
Chimalpahín Cuahutlehuanitzin, Compañón, Francisco, 57
Domingo, 147, 153; Diario, 153; Concepción, puerto de la, 28
Historia mexicana, 153; Historia de Concha, Jaime, 184
la conquista, 153; Relaciones, 153 «conquista espiritual», 201, 281, 289
China, 209, 256; véase también Catay conquistador, 12-15, 19, 37, 53, 59,
Cholula, 138, 216 68, 72, 79, 88, 91-92, 98, 102, 104,
Chunchos, Los, 79-82, 84, 90-93 112, 117, 119-129, 135, 139, 144-
Chupas, batalla de, 106 145, 183, 185, 203, 208, 213-214,
Chuquisaca, 81 217-218, 224-225, 269
Cibao, 31n, 35n, 45 Consejo de Castilla, 136, 220
Cicerón, 50; Invención retórica, 50, 253, Consejo de Indias, 16, 119, 164, 169-
256 170, 180, 188-189, 206, 217, 220,
Cid, 134 232, 234, 236, 244-246, 269
Consejo Real, 206, 220
Garcilaso de la Vega, el Inca, 59, 62, 67- Habana, La, 102, 186
68, 71, 110 y n, 111n, 117, 129, 219, Haití, 27, 29, 35, 214; véase también
220, 225; Comentarios Reales, 62, 68, Caritaba
219; Historia general del Perú, 219; La Hanke, Lewis, 184
Florida del Inca, 59, 68, 71, 117 Harris, Marvin, 99
Garibay, Ángel M., 151; Historia de la Hatuey, cacique, 184
literatura Náhuatl, 151 Henríquez Ureña, Pedro, 281n
Garza Cuadrón, Beatriz, 152; Historia herborística indígena, 100, 111-112
de la literatura mexicana, 152 Herculano, 280
Gasco, Francisco, 106-107 Hernández, Bernat, 14
Gauguin, Paul, 287 Hernández de Biedma, Luis, 111 y n
Gavilanes, Juan, 118 Hernández de Córdoba, Francisco, 57
Gerbi, Antonello, 46 Hernández de León-Portilla,Ascensión,
Gil, Juan, 23, 29n, 35n, 44 152; Tepuztlahcuilolli, impresos en
Giménez Fernández, Manuel, 191 náhuatl: historia y bibliografía, 152
Gómez Canedo, Lino, 17, 226-228 Hernández, Juana, 62
González de Artiaga, Jacobo, 220 Herrera y Tordesillas, Antonio de,
González Ochoa, José María, 18, 232; 67n; Historia general, 67n
Fray Juan Ramírez de Arellano. El Herrera, fray Alonso de, 218
obispo de los indios, 232 Hibueras, 122, 205
Gorbalán, Francisco, 103 Higüey (La Española), región de, 101
Gracián, Baltasar, 144 Hinojo Andrés, Gregorio, 48n
Gracias, río de, 31n Hirtihigua, cacique, 110
Granada, 48; conquista de —, 203 Hispanoamérica, 104, 111
Green, O. H., 167n Historia del abencerraje y la hermosa
Gregorio XIII, papa, 261 Jarifa, 89
Guacanagarí, cacique, 33 Hojacastro, Martín de, 196n, 218, 228
Guaconax, bálsamo del, 101 Honduras, 61, 109, 113, 122, 226
Guadalquivir, río, 31 Horacio, 279-280, 282, 284-286; Arte
Guáscar, 89 poética, 282
Guatemala, 122-123, 186-187, 196, Huáscar, hermano de Atahualpa, 69-70
215, 234, 244-245 Huexotzinco, 201
Guatimocín, 138 Huitzilopochtli, dios Sol de la guerra,
guayacán, palo de, 100-101 154, 199
Guérin, Miguel A., 60n Hurtado de Mendoza, García, 84
«guerra justa», 18, 235, 252, 256, 266,
269, 270, 272 Iglesia, 121, 181, 183, 184, 189, 199,
Guerrero, Gonzalo, 106-109 206, 216, 232, 250, 259, 273
Guevara, Hernando de, 220 Illescas, Alonso de, gobernador de
Guinea, 31, 270 Esmeraldas, 86-88
Guzmán, Diego de, 105 Imperio español, 15, 80, 82, 83, 93,
Guzmán, Nuño de, 205 128, 135, 144, 146, 184, 225-226
in commendam, 264 y n; véase también jesuitas, 98, 154, 251, 254, 255-256
encomienda Jijón y Caamaño, Jacinto, 77n, 85n
incas, 64n, 79-80, 88, 257 Jiménez de Cisneros, Francisco, 269
India, 24, 27, 28, 33, 35, 37, 79, 163 Jiménez de la Espada, Marcos, 60, 90
indianización, 14, 97-113 y n; Relaciones Geográficas de Indias,
Indias Occidentales, 15, 16, 18, 26, 90
29, 37, 99, 119-129, 138, 141, 179, Jiménez de Quesada, Gonzalo, 81
181-182, 188-189, 209, 216, 221, Julio César, 48
223, 224, 225, 233, 252, 256, 263- Junta de Valladolid (1542), 220
273, 275 Junta Magna (1568), 120
indígenas, 14, 16, 19, 27, 45, 52, 71,
79, 86, 89, 105, 107, 109, 111, 112, Kagan, Richard L., 40
118, 120, 198-199, 203, 205-206, Kin-See (Quinsay), ciudad de, 24n,
211, 216, 226, 232, 236, 238, 243, 26 y n
256, 258, 282, 284, 286-289; cro-
nistas —, 147-157; derechos de La conquista del Perú, llamada la Nueva
los —, 18, 220, 235-243, 265, 268; Castilla, 59-60
esclavitud de los — 19, 88, 198, Landa, Diego de, 109
215, 221, 224, 229, 237, 238, 265; Larrea, Carlos M., 60
rasgos y costumbres —, 98-99, Lemos, conde de, 16
101-105, 108, 111, 201, 259-261 León-Portilla, Miguel, 148, 151, 155;
Ingenios, Diego de, 103 La filosofía náhuatl estudiada en sus
Inglaterra, 30, 31, 164, 233 fuentes, 151; Los antiguos mexicanos
Inter caetera, 163 a través de sus crónicas y cantares,
Isabel de Castilla, 161-162 151; Visión de los vencidos, 151
Isabela, La, 45 Leonardo de Argensola, Bartolomé,
Ixtlixóchitl, Alva, 156 16, 161-174; Conquista de las is-
las Molucas, 16, 161-174; Sobre las
Jaca, Francisco José de, 19, 272-274 cualidades que ha de tener un perfecto
Jalisco, 209 cronista, 170-172
Jamaica, 183, 214 Leonardo de Argensola, Lupercio,
Japón, 45, 258 165-166, 173
Jardín de Epicuro, 281-282, 287 Lerner, Isaías, 77n
Jauja, 60 Levillier, Roberto, 85n
Jeremías, libro de, 187 Leyes Nuevas, 17, 124, 179, 196-197,
Jerez, Francisco de, 59-61, 63-64, 66-67, 213-229, 265, 266
72; Verdadera relación de la conquista de Lezama Lima, José, 128
la Nueva Castilla, 60 y n, 61n Lienhard, Martín, 148, 151; «La cró-
Jerusalén, 34n, 86, 183, 203, 204, 209; nica mestiza en México y el
Nueva —, 198, 204, 209: recon- Perú…», 151
quista de —, 121, 198 Lima, 62n, 78, 81, 83, 85, 90, 254
Jerusalén, tlatoani de, 203 Lisboa, 31n, 36
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Carlos Mata Induráin (Secretario de la colección «Batihoja»), [email protected]