GUÍA 4
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MÓDULO 4
1. Presentación
Al comienzo de esta materia planteamos que todo texto surge de una intención y que,
para obtener una comunicación eficaz, debemos explorar las funciones de emisor, receptor,
propósito y mensaje. Luego analizamos cómo una palabra se junta con otra para crear
sentidos, y cuáles son los vicios y los errores más habituales al respecto. A continuación,
indagamos el poder de los signos de puntuación, esas marcas por momentos menospreciadas.
Hemos demostrado que todos esos aspectos juntos, entrelazados y a veces en tensión,
construyen este complejo objeto de estudio que es el lenguaje.
Ahora nos resta abordar cómo se redacta una idea y, por supuesto, cómo luego cada
idea se va uniendo con otra para conformar primero un tema y luego un texto completo.
Oración y párrafo son unidades centrales para constituir un escrito con cohesión y coherencia,
porque sin esa base es difícil —por no decir imposible— exponer hechos o argumentar
decisiones, o al menos lo es desde la perspectiva del lenguaje claro. El texto jurídico, lleno de
usos y costumbres alejados de la normativa, suele olvidar la importancia de construir
oraciones correctas, cada una con una idea bien delimitada. En este módulo detallaremos
algunos criterios básicos y los compararemos con aquella “sintaxis jurídica”, que abarca textos
administrativos, doctrina, jurisprudencia y legislación. Por último, exploraremos algunas
falacias para invitarlos a reflexionar sobre un tipo de argumentación que parece válida en
superficie, pero que en verdad está hecha sobre una lógica falsa.
* El presente texto ha sido redactado por los profesores de la materia, Pablo Ali y Javier F. Luna ©, con
el objetivo de acompañar el proceso educativo de la materia en torno a las cuestiones propuestas en el
eje temático y en la bibliografía. Su contenido no se presenta como un manual de estilo institucional, ni
refleja necesariamente las opiniones de la Escuela de Abogacía de la Administración Pública Provincial,
ni la de otros organismos oficiales. Se permite su reproducción total o parcial, en cualquier formato
disponible, siempre que se reconozca expresamente la autoría original.
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En la bibliografía obligatoria les ofrecemos otros dos capítulos del libro de Cassany, La
cocina de la escritura. Verán que primero figura el de párrafo y luego el de oración, pero
recomendamos que inviertan su lectura, siguiendo el recorrido propuesto en esta guía.
Compartimos, además, tres fragmentos del libro de Ramírez Gelbes, Cómo redactar un paper,
cuyo abordaje sugerimos para el final. Estas lecturas les darán una información sistemática y
prolija sobre oración, párrafo y marcadores textuales. Por último, sumamos unas páginas del
Diccionario jurídico de interpretación y argumentación, de Carlos Alberto Etala. Procuramos
ofrecer un recorrido lógico y bien redactado, que no solo precise las directrices básicas de la
gramática, sino que también muestre hasta qué punto una escritura descuidada, que replica
errores y falacias de la argumentación, sustenta su poder bien lejos de la normativa y la
palabra escrita.
Comenzamos con una pregunta: para ustedes, ¿qué es una oración? Una vez un alumno
nos dijo que se trata de una frase que empieza con mayúscula y termina con punto, y
ciertamente es una definición ortográfica que se atiene a lo que vimos en el módulo anterior:
las oraciones comienzan con mayúscula y terminan con punto. Pero para el ámbito de la
redacción es una definición que tiene sabor a poco. Hay quienes responden “sujeto y
predicado”; una respuesta sumamente escuchada. Como ya comentamos, la mayoría de las
oraciones en español sí tienen sujeto —aunque sea tácito— y predicado, pero hay algunas que
no, como “Llueve.”, “Truena.”, “Graniza.”. Entonces, esa respuesta es correcta, pero no para
todos los casos. Algunos también podrían decir que una oración es un conjunto de palabras, y
sería atinado, aunque algo impreciso porque no cualquier conjunto de palabras configura una
oración: la lista del supermercado también podría definirse, stricto sensu, como “un conjunto
de palabras”. La RAE define a la oración como a “una secuencia con sentido completo”, lo cual,
por demasiado abstracto, nos lleva a adherir a aquellos que prefieren plantear que una oración
es una idea: la definición más clara y útil en términos pedagógicos.
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“simple”? ¿Acaso la excesiva cantidad de palabras es el único problema que puede presentar
una frase?
Todos los manuales, incluido el de Cassany y otros tantos, recomiendan una extensión
de entre 25 y 30 palabras como máximo. Los que aceptan 20 o 25 generalmente quitan de la
cuenta las preposiciones y los artículos —¿recuerdan?, aquellas palabras funcionales—. Pero
este último es un conteo bastante difícil, sobre todo porque nosotros lo hacemos
automáticamente en Word o en otros procesadores de texto, en los que “pintamos” un bloque
de palabras y enseguida conocemos la cantidad.
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predicado; entonces, una distribución adecuada sería asignar 15 palabras para el sujeto y
15 para el predicado. Esto no es una regla de oro, pero puede resultar útil y efectiva, además
de tener lógica. Veámoslo con algunos ejemplos.
Si tenemos un sujeto en primera posición de 15 palabras, “La vieja casa que está al
borde del lago que se congela durante el invierno es linda”, el lector, con cierto esfuerzo, llega
a ese predicado corto y logra armar la oración. Ahora bien, ¿qué sucede si tenemos parte de
un predicado extenso en primera posición? “En enero, cuando las copas de los árboles se ven
más frondosas y la calle entera parece una pintura de un expresionista europeo, ella viene a
visitarme”. En este enunciado, con complementos del predicado antepuestos mayores a 15
palabras, el lector no encuentra fácilmente la oración principal; esos complementos extensos
que se anteponen en primera posición le impiden avanzar y dar con el sentido de la estructura
básica de la oración. Ese problema lleva a limitar la cantidad de palabras que caben en una
frase. En línea con los especialistas de la lectura, insistimos en asignar no más de 15 palabras
para el sujeto y 15 para el predicado, y eso conformaría el número 30. Cassany llega a un
número similar por otros caminos.
Queremos mostrarles solo dos ejemplos sobre alertas de huracanes (amarilla y roja).
Vean esta primera oración:
En este texto propio de los vistos y considerandos, de tipos textuales conocidos por
ustedes, vemos cómo la oración ya comienza con un pronombre relativo “que”, es decir,
empieza subordinada. Luego, mediante el conector “y, al mismo tiempo”, sigue uniendo ideas
relacionadas, aunque bien podría argumentarse que no le haría mal colocar un punto seguido
delante del marcador textual: “Al mismo tiempo, es preciso evitar…”. El último falso enlace es
“de modo de”, un latiguillo del discurso jurídico que podría reemplazarse por un simple “para”,
o construir una nueva oración. Además, observamos una cadena de infinitivos como “poder
establecer”, que va en detrimento de la economía de lenguaje. En esa última proposición,
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también aparece una nominalización que oculta el verbo (“el incremento”, en lugar de
“incrementar” —tema analizado en el segundo módulo—). Con todo, aunque esta oración no
sea sumamente extensa como la que veremos luego, sí presenta muchos de los errores
analizamos en este módulo: se trata de una oración párrafo, sin puntos y seguido; tiene falsos
enlaces y carece de economía de lenguaje.
Ahora vayamos a una alerta roja: esta oración tiene 272 palabras, y también es un
párrafo en sí misma. Es la extensión típica de algunos artículos de investigación académica o de
Derecho, transcripto tal como lo recibimos para que fuese publicado en una revista
especializada.
Este párrafo tiene una profusión de la coma, del punto y coma, de intromisiones y usos
incorrectos; configura una sola oración que empieza con mayúscula y termina con punto final,
de casi 300 palabras. Coincidirán con nosotros en que resulta realmente ilegible. Aquí no hay
discusiones, no podemos plantear si funciona o no, si nos gusta o no, si se entiende o no. Es
ilegible porque tiene entre cinco a ocho oraciones sin delimitar, es decir, muchas ideas en una
sintaxis que detenta el rol oracional, pues en verdad hubiese sido correcto dedicarle la unidad
del párrafo.
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¿Qué podemos hacer —como redactores, correctores o lectores— ante un texto con
estas características? No vale salir corriendo o dejarlo abandonado. Debemos tomar una
posición activa para comprender de dónde surge el problema y ofrecer soluciones. A grandes
rasgos, en la corrección que efectuamos en este caso puntual, llegamos a la conclusión de que
la extensión excesiva obedecía a la confusión entre oralidad y escritura, dos registros
diferentes. La solución fue detectar las ideas y separarlas con puntos seguidos, además de
ofrecer marcadores textuales para ligarlas. Luego de un trabajo de ida y vuelta con quien lo
había redactado, el artículo fue publicado e incluso cosechó una buena cantidad de lectores y
reseñas.
Para cerrar con esta primera variable oracional, recuerden que las pausas fuertes en un
texto están dadas por los puntos, y lo que se denomina pausas semifuertes, por el punto y
coma y los dos puntos. Es decir, el punto nos permite hacer una pausa fuerte —no oral, sino
escrita—. Así se debería medir una oración, pero hay otras pausas semifuertes para tener en
cuenta, indicadas con el punto y coma y los dos puntos. En caso de construir una estructura
extensa, a veces pausándola con dos puntos o con punto y coma puede generarse un mayor
descanso en el lector. Vean, al respecto, los ejemplos de Cassany, quien reescribe una misma
información con un solo punto, con cuatro puntos y hasta con seis puntos, para ilustrar los
efectos en la lectura de la puntuación inexistente o exagerada.
Entonces, si hay un orden lógico tan claro, ¿por qué cambiarlo? A diferencia de otras
lenguas más esquemáticas en cuanto al orden de sus elementos oracionales, el español es
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bastante flexible. Por ese motivo, la poesía o la prosa muy alambicada han retorcido las formas
hasta el límite de lo posible y de las competencias del lector. “Del salón en el ángulo oscuro, de
su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa” es un ejemplo ya
clásico del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, quien utiliza la figura retórica del
“hipérbaton” —alteración del orden sintáctico—. Aquí hablaremos de tres cambios de orden
justificados para una prosa clara —no poética ni literaria—, con intenciones precisas.
El primer cambio de orden responde a una lógica interna de relación de elementos. Esto
indica que es conveniente dejar juntos o reunir los elementos de dos oraciones consecutivas
que tienen una relación sintáctica o semántica muy estrecha. Por ejemplo, “A las siete de la
mañana salió de su casa el oficinista [con un] [. Llevaba un] maletín en la mano derecha”. Si
aparece el oficinista en la primera oración y en la siguiente seguimos hablando de él, lo lógico
sería juntar estos elementos y en la primera oración ubicar “el oficinista” al final. En algunos
contextos, en que tenemos oraciones simples como en este caso, que se trata de una oración
de laboratorio, parecería que este cambio de orden no estaría suficientemente justificado.
Pero aclaramos que siempre está justificado. Cuando se nos presentan elementos
relacionados, debemos intentar que estén juntos, porque si no lo están, en oraciones
complejas donde aparecen varios sujetos y donde la ambigüedad puede ser mayor, podemos
perder de vista cómo se relaciona lo anterior con lo que sigue. Esto afecta la secuencialidad de
la lectura, un elemento clave para construir cohesión.
La segunda razón de peso para variar el orden en una oración es querer subrayar un
elemento. La primera posición oracional es la posición de importancia. Por eso, lo que
coloquemos allí tendrá un resalte, aunque sea subconsciente, para quien lee: “De su casa salió
el oficinista…, no de una discoteca, como afirma la denunciante”. La regla tiene una excepción;
cuando colocamos en primera posición una estructura subordinada a otra y, de algún modo, la
escondemos. Porque todo elemento subordinado que ubiquemos en primera posición, antes
del corte de una coma, requerirá que el lector deba seguir leyendo para llegar a la estructura
principal y comprender esa idea. De tal manera, el elemento subordinado se pierde un poco,
aunque aparezca en primer lugar. Veámoslo con un ejemplo de la prensa gráfica.
Hace unos años, un diario tituló “Arrepentidos, los maquinistas se quejaron del acoso
del gobierno”. La nota trataba sobre unos maquinistas que se habían quedado dormidos en
una línea de trenes y que estaban arrepentidos por su error. Ante la misma noticia, otro diario
tituló “Los maquinistas se arrepintieron”. ¿Qué ocurre con “arrepentidos”, ese participio del
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verbo central? Para entenderlo cabalmente, si bien está en primera posición, es necesario
llegar a leer “maquinistas” —el sustantivo al que modifica—, y cuando leemos el sujeto “los
maquinistas”, el orden natural conduce a leer el verbo “se quejaron”. En este caso, esa
primera posición que parecería de resalte es un poco tendenciosa, porque se trata de un inciso
explicativo subordinado al sujeto, y para completar el sentido hay que llegar al sujeto y al
verbo. En definitiva, para que el resalte en primera posición sea tal, conviene que el elemento
antepuesto no esté semánticamente subordinado a otra estructura.
Un tercer motivo válido para cambiar el orden lógico de la oración surge cuando
queremos crear marco o contexto, o lo que en narrativa se llama clima: “A las siete de la
mañana, un día frío y lluvioso típico de este invierno porteño, el oficinista salió de su casa”.
Son los argumentos y complementos del verbo, que según el orden lógico ocupan la tercera
posición en la oración, llevados al comienzo. La lógica es simple y consiste en acumular o
colocar esas estructuras en primera posición (recuerden que si son mayores a cinco palabras
debería poner una coma; si son menores, la coma será optativa).
En este caso, los complementos en primera posición le permiten al lector seguir leyendo
como nosotros, escritores del texto, queremos que lea. En algunos escritos expositivos, si el
tiempo y el lugar se guardaran para la última posición, el lector leería el mensaje y al final
vería, por ejemplo, que los hechos sucedieron a fines de los noventa en Europa del Este.
Quedaría demasiado lejos. Entonces primero situamos “En Ucrania, en 1998”, y luego
ofrecemos el mensaje. No pierdan de vista que, si ese complemento circunstancial supera las
15 palabras, estamos en graves problemas: el lector se perderá entre las ramas del árbol, y no
llegará “ileso” al tronco de la oración.
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En primer lugar, cabe preguntarse, con fundamento sintáctico, si el primer sustantivo
“embarazo” se refiere al del niño (último antecedente). Muchos dirán: “no, es lógico que se
refiere al de la madre”; pero entonces ¿a qué sujeto modifica el componente “hasta la
finalización del período de enseñanza elemental”?, ¿también a la madre, o al niño? En
segundo lugar, ¿podríamos pensar en un niño embarazado? Entendemos que no, a menos que
nos adentremos en la ciencia ficción; pero sí podríamos pensar en una niña embarazada. La
Convención sobre los Derechos del Niño —incorporada en el art. 75, inc. 22, CN— establece
que “… se entiende por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los
18 años de edad” (art. 2). Entonces, algunas interpretaciones podrían argumentar que todo
ello se refiere a la niña, lo cual habilita una pregunta quizá más trascendental: ¿por qué no se
especificó “niños y niñas”? El último inciso de la oración (“y de la madre durante el embarazo y
el tiempo de lactancia”) sonaría redundante si hubiésemos interpretado antes que el
embarazo refería a la madre. ¿Por qué se lo aclara? ¿Acaso habrá un problema con la primera
palabra vez que aparece, “embarazo”? Los invitamos a continuar con el debate en el foro.
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casa de piedra que está al borde del lago que se congela durante la temporada invernal en
estas latitudes inhóspitas donde me toca vivir desde que cambié de trabajo es fría”? Aquí ya
hay cuatro y toda la estructura del sujeto suma 31 palabras: tenemos un grave problema. El
lector no va a poder reponer las relaciones de todas esas subordinaciones. Cabe aclarar que
esto vale para las subordinaciones y también para la adjetivación, para los complementos
circunstanciales y para cualquier tipo de inciso. Si la oración tiene más de dos complicaciones a
esos niveles, está con problemas. Suenan también las alarmas o las “alertas de huracanes”.
En el escáner que nos gusta usar para analizar la sintaxis, sumamos esta variable que no
suele ser trabajada de este modo en los manuales de redacción. Nos parece que reflexionar
sobre el modo de construir ideas también es útil para repensar qué tipo de lógica aplicamos al
unir palabras, porque —como es sabido— la lógica es fundamental para la argumentación, y
una lógica inconsciente o involuntaria difícilmente devenga en una argumentación certera y
eficaz. Les proponemos el siguiente juego, nacido de estas noches de insomnio y cuarentena:
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1. COPULATIVAS Estoy despierto y tengo miedo.
2. ADVERSATIVAS Estoy despierto, pero tengo miedo.
3. CONCESIVAS Aunque estoy despierto, tengo miedo.
4. CONDICIONALES Si estoy despierto, tengo miedo.
5. YUXTAPUESTAS Estoy despierto, tengo miedo.
6. TEMPORALES Cuando estoy despierto tengo miedo.
7. SIMULTÁNEAS Mientras estoy despierto tengo miedo.
8. MODALES Como estoy despierto tengo miedo.
9. CAUSALES Porque estoy despierto tengo miedo.
10. DE FINALIDAD Estoy despierto para tener miedo.
Este ejemplo busca mostrar cuántos moldes posibles tenemos para juntar elementos
dentro de una misma oración. Elegimos diez, pero podríamos haber puesto más. Nuestra
experiencia como docentes y correctores nos muestra que en el ámbito de la escritura —no
solo la jurídica— se abusa de determinadas operaciones como la copulación y la yuxtaposición,
pero se descuidan otras estructuras como las modales, simultáneas o condicionales. Más
adelante, ampliaremos este tema al analizar conjunciones y marcadores textuales. Escanear
los moldes oraciones es ideal para darnos cuenta cómo solemos pensar: ¿unimos una cosa con
otra, las sumamos, las oponemos, las comparamos?
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variación. Entonces cambiamos el orden, según las razones válidas que ya analizamos:
ubicamos en primera posición el predicado o un complemento verbal para darle más fuerza,
llevamos al final el sujeto, etcétera. Podríamos agregar una cuarta forma lógica en la
modificación del orden, una regla de oro de la redacción: frente a una estructura sintáctica
extensa (elemento largo) y una breve (un elemento corto), lo mejor es que el elemento corto
esté delante, incluso si se trata del predicado. Vean el siguiente ejemplo: “La Constitución
Política de Colombia de 1991 es interesante”. Juguemos a darla vuelta: “Es interesante la
Constitución Política de Colombia de 1991”. Vean cómo la frase fluye mejor en la lectura.
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2. El párrafo: un “tema”
Así como definimos la oración, ahora nos toca definir el párrafo. Desde el punto de vista
gramatical, se trata de una “unidad significativa supraoracional”. Se dice que tiene “unidad”
porque se lo distingue en la página, que es “significativa” pues transmite un sentido (tema) y
que es “supraoracional” porque es superior a la oración. Para utilizar una metáfora, puede
verse como “un puño que toma objetos diversos”, dado que a simple vista las palabras y las
oraciones que lo integran no están unidas por algo anterior; en definitiva, el párrafo busca una
comunidad para esa diversidad. La narrativa se vale de párrafos para marcar escenas o
secuencias, de modo tal que usa el punto aparte como un salto de tiempo o espacio.
Entendemos que estas definiciones pueden ser algo complejas, al igual que las
correspondientes a la oración, por lo cual nos gusta hacer hincapié en que un párrafo, desde el
punto de vista semántico, es un tema. De este modo, formulamos nuestro lema de redacción:
“la oración es una idea; el párrafo un tema”. Por lo tanto, confundir una unidad con la otra es
un problema que va más allá de la sintaxis y la puntuación.
Dado que el libro de Cassany es sumamente claro al respecto, solo resumimos aquí un
panorama general del párrafo. En principio, un párrafo está conformado por un conjunto de
oraciones: tres como mínimo, y no más de siete u ocho. Podemos sumar a esto que los
párrafos tienen que estar cohesionados y ligados con coherencia. Es decir, los párrafos no
solamente deben tener un buen aspecto visual, una estructura interna clara y una tipología
definida; sino que tienen que poder ser interpretados en relación con los demás párrafos del
texto.
En cuanto al aspecto visual, es agradable que haya tres o cuatro por página y, a la
inversa, muy tedioso cuando nos encontramos con páginas enteras sin blancos, sin descansos.
Ahora bien, lo visual es solo una de las variables del párrafo, pues en el proceso de lectura no
todo es “amor a primera vista”. También existe algo que se denomina “estructura canónica”, la
cual determina que un párrafo está constituido por al menos tres oraciones: la primera
introduce (tópica o temática), la segunda amplía (de desarrollo) y la tercera cierra (conclusiva o
recapitulativa). Como pueden intuir, introducción, nudo y desenlace se reproduce desde la
unidad del párrafo hacia el texto. Por ende, si hay problemas allí, en la microestructura,
probablemente también los haya en la macroestructura. Por último, en la bibliografía verán
que hay un párrafo para cada función: de introducción, de ejemplos, de listas. Ya es tiempo de
decirlo claramente, aunque aquí no podamos ofrecer un análisis detallado sobre este segundo
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escáner de la redacción: el párrafo también tiene sus cinco variables (aspecto visual, estructura
interna, tipología, función y variación).
Pues bien, para definir cómo separar un párrafo de otro, cabe repasar el uso del punto
aparte, que analizamos en el módulo anterior. Así como a cada oración le corresponde una
idea precisa, cada párrafo debe identificarse por tener un tema claro, que incluso puede
etiquetarse, tal como propone Cassany, con una, dos o tres palabras. Si las etiquetas son
claras, nos permiten ver la “estructura” del texto, una especie de andamiaje que nos sirve
tanto para redactar como para leer. De hecho, etiquetar con lápiz o resaltadores es una
práctica bastante habitual en ámbitos educativos. Algunos libros jurídicos incluso llegan a
visibilizar esa “etiqueta” al margen izquierdo del párrafo, usando un diseño similar al que se
observa en los diccionarios. En cambio, si las etiquetas resultantes son confusas o se solapan
entre sí, o se desordenan, estamos ante un texto indudablemente confuso. Aquí también
existe una especie de escáner. Vean, al respecto, los errores más comunes, que abarcan desde
“párrafos-lata” hasta los “escondidos”, una tipología originalísima de Cassany, y muy
pertinente para quienes trabajamos con la escritura.
Por supuesto, la cohesión también vale para el nivel de la oración: debemos poder
relacionarlas semántica, temática, lógica y gramaticalmente con las demás oraciones del
párrafo. La coherencia está estrechamente relacionada con la cohesión; con la diferencia de
que la coherencia es un procedimiento macrotextual y la cohesión es un procedimiento
microtextual. Lo que nos permite lograr textos cohesionados y coherentes, es decir,
sólidamente relacionados, es la puntuación, que ya analizamos en detalle, y los conectores y
marcadores textuales, penúltimo eje temático de la materia.
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Para la composición del párrafo argumentativo, Fucito sugiere explicitar el punto de
vista del enunciador (“Nuestra postura es…”, “Sostengo que…”, “Se plantea que…”), es decir,
marcar el modo principal de la enunciación. Recordemos que, según lo visto en el primer
módulo, en los dictámenes este punto de vista tiene que estar formulado en primera persona
del singular, aunque también hemos visto el uso de la tercera persona adjudicada al organismo
oficial. Luego, es preciso conocer y definir los fundamentos (normas o reglas, doctrina,
jurisprudencia), así como las lógicas formales de validación, concesión o refutación, en el caso
de la doctrina. Por lo general, este tipo de párrafos posee oraciones de causa, consecuencia,
finalidad, entre otras, y recurre a marcadores textuales como “Por consiguiente”, “En función
de lo expuesto, se solicita…”. La autora citada recomienda evitar adjetivos evaluativos,
opiniones y ambigüedades.
Para la composición del párrafo contraargumentativo, Fucito sugiere que resulta útil
anticiparse a las posibles objeciones al punto de vista del autor, para no presentar nuestra
postura como única verdad irrefutable y para demostrar que conocemos las posturas
contrarias. En este sentido, sugiere enunciar la postura contraria para rebatirla. Piensen, por
ejemplo, en la contestación de demanda, que en rigor debe negar “cada uno de los hechos
expuestos en la demanda, la autenticidad de los documentos acompañados que se le
atribuyeren y la recepción de las cartas y telegramas a él dirigidos cuyas copias se acompañen”
(art. 356, CPCCN). Aquí aparece fuertemente la lógica de refutación que mencionábamos
antes. La autora citada plantea que en estos párrafos aparecen oraciones concesivas,
adversativas y condicionales, construidas con conectores y marcadores textuales acordes a ese
propósito. En definitiva, el discurso jurídico no puede estar ajeno a la indagación sobre esta
“unidad significativa supraoracional” pues, sin párrafos ordenados y claros, la argumentación
—ese propósito tan buscado por el Derecho— puede caer en “saco roto” o, mejor dicho, en
“letra muerta”.
Aquí llegamos a un tipo de palabra o sintagma que no contiene información léxica, sino
información relacional: son palabras y sintagmas funcionales, tal como explicamos en el
segundo módulo. Una palabra como “obligación” contiene una información general clara
(‘Deber de dar, hacer o no hacer alguna cosa’, según el Diccionario panhispánico del español
jurídico, de la RAE); pero otra como “entonces” dependerá del contexto. Este ítem léxico
puede ser una conjunción (“y”, “pero”), un adverbio (“después”, “ahora”), una locución
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conjuntiva (“a continuación”, “ahora bien”), o incluso una construcción de varias palabras (“la
idea central es”, “es importante destacar que”). Los conectores pueden ser intraoracionales, es
decir, aquellos que ligan estructuras dentro de una misma oración (los más habituales son “y”
y “pero”), o extraoracionales, en cuyo caso permiten marcar la relación entre dos oraciones o
entre los párrafos. En este último caso, hablamos ya de marcadores textuales. Al respecto,
tanto Ramírez Gelbes como Cassany ofrecen un panorama detallado, incluso con cuadros que
les recomendamos imprimir para consultar a diario (en el punto 3.2 les ofrecemos uno posible,
de entre tantos). En síntesis, si bien conectores y marcadores textuales aparecerán entre la
mayúscula y el punto de la oración, los primeros forman parte sintáctica de la estructura
primaria mientras los otros son incisos secundarios, “ramas”: en este caso, las ramas que nos
permitirán trepar al árbol, acceder a él y también ver el bosque.
Los conectores de nuestro escrito, tanto los intraoracionales como los extraoracionales,
permiten explicitar las conexiones mentales. Si no están, el texto está incompleto. Si lo
invaden, comienzan a resultar molestos. No se enamoren de ninguno de ellos, pero tampoco
les den la espalda.
No usen siempre los mismos. En Derecho hay algunas muletillas, como “asimismo”, “con
el fin de”, “no obstante lo cual”, “en el marco de lo dispuesto por”, etcétera. A veces los
repetimos porque no conocemos todo el abanico de conectores y marcadores que hay. Vean
en el material bibliográfico y sumen a su lista conectores y marcadores textuales.
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Colóquenlos en la posición privilegiada, es decir, al principio, para que el lector pueda
identificarlos de un vistazo. ¿Cuál es la mejor ubicación para una señal de tránsito? Si hay una
curva, lo lógico es que la señal de tránsito esté antes de que el camino se empiece a torcer. Si
esa señal está después de la curva, no la vimos, seguimos derecho y caímos al precipicio.
Muchas veces, al poner un marcador que estaba faltando volvemos a pensar en nuestro
texto: ¿qué quisimos decir al colocar una oración tras otra?, ¿cuál era la relación lógica entre
las ideas? Por eso consideramos que los marcadores textuales son verdaderas herramientas
del pensamiento. Hay que revisarlos. Si, por ejemplo, anticipamos que nos referiríamos a tres
temas centrales y luego escribimos “por un lado” y “por el otro”, y olvidamos el tercero,
deberemos reformular para volver a darle cohesión al texto. Revisar los marcadores textuales
es volver a revisar lo que no está escrito, los vínculos entre las oraciones, nuestras operaciones
argumentativas, nuestro pensamiento: si A y B son opuestos, si son consecutivos, si B es
consecuencia de A. Esta operación con los marcadores textuales nos permite pulir
argumentativamente el texto.
Imprímanselos en un cuadro y recurran a ellos cuando escriben (pueden usar el que aquí
les ofrecemos, aunque la bibliografía tiene otros más, tanto de conectores intraoracionales
como de marcadores extraoracionales). Muchas veces sabemos intuitivamente cuándo
queremos cambiar de un tema a otro, o seguir con el tema desde otra perspectiva, y si no lo
marcamos bien, es probable que el lector no entienda con claridad nuestro pensamiento.
Cuidado con confundir los intraoracionales con los extraoracionales. “Pero”, “y” sirven
para ligar estructuras dentro de una oración, pero no es recomendable que liguen oraciones
completas, pese a que se utilicen quizás en textos más vinculados a lo coloquial o informal.
Una prosa culta o elaborada no debería comenzar sus oraciones así. En lugar del conector “y”,
podemos usar “a su vez”, “además” u otro con valor aditivo; y con el valor adversativo de
“pero”, tendremos a disposición “no obstante”, “sin embargo”, “en cambio”, etcétera.
Todos los marcadores textuales extraoracionales son incisos, ramas del tronco oracional, y
por eso van seguidos de una coma obligatoria. En primera posición, además, la coma denota
justamente esa jerarquía “extraoracional” con el enunciado. Alguno breve, como “además”,
podrá no llevar la coma por una cuestión de estilo, pero si la colocamos, siempre es correcta.
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3.2. Un esquema posible
Aquí les sugerimos revisar algunas de las falacias propuestas por Carlos Alberto Etala,
profesor de Derecho de la UBA, en la bibliografía obligatoria. La idea de focalizar en el asunto
de las falacias obedece a que, muy a menudo, se cae en la tentación de realizar una falsa
argumentación, más cercana a la fase prelegislativa que planteaba Atienza, es decir,
recurriendo a razones morales, ideológicas o religiosas distantes de la técnica jurídica y de los
fundamentos válidos de la argumentación. La Real Academia Española define a la falacia, en un
sentido común, como el “hábito de emplear falsedades en daño ajeno”. ¿A quién se daña con
la falacia, entonces? Pues al destinatario del mensaje y también a quién reclama por un
derecho.
De las falacias planteadas por Etala, nos interesa hacer hincapié en la “naturalista”, que
consiste en pasar lógicamente del “ser” al “deber ser”, es decir, pasar del “hecho” al
“derecho”. Veamos, por ejemplo, la falacia naturalista que se esconde detrás de los
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argumentos de quienes deciden no vacunar a sus hijos o no dar medicamentos a los enfermos:
“Las personas adquieren sus enfermedades de la naturaleza; por lo tanto, no es moralmente
correcto interferir con las leyes de la naturaleza y suministrar a los enfermos medicamentos ni
vacunarlos contra futuras enfermedades”. Desde luego que el Derecho no es natural, sino una
construcción cultural —humana y, por tanto, perfectible—, que procura apartarse de esos
“lugares comunes”.
Sabemos que el Derecho busca apartarse de los argumentos falsos, de los prejuicios y de
la subjetividad. Pensar en el lenguaje, en todo caso, es útil para desentrañar las ambigüedades
que esconde y que hemos naturalizado en tanto hablantes de la lengua con la que construimos
la sociedad. Sin perder precisión ni certeza, consideramos que es posible un lenguaje jurídico
mucho más claro y autorreflexivo, que construya oraciones más breves, cohesionadas y
coherentes, desde luego, articuladas en párrafos que argumenten y contraargumenten sin
recurrir a falacias y utilizando fundamentos válidos. Esperamos que el recorrido brindado hasta
aquí les haya permitido, al menos, pensar en todas estas cuestiones y sea —así lo deseamos
sinceramente— una invitación a seguir leyendo e informándose sobre la escritura.
Luego de haber explicitado las circunstancias de escritura, esto es, quiénes somos, para
quién escribimos, qué queremos escribir y cuál es nuestro propósito, debemos revisar que el
texto responda realmente a esas circunstancias. Que tenga una enunciación cohesionada, que
trabaje con un tema que esté bien desarrollado, que cuide el tono y el registro, y todas las
cuestiones que vimos en el primer módulo. Por supuesto, debemos ajustar el modo de
argumentar y los fundamentos utilizados. Esto es un primer nivel de la revisión. Todos
nosotros ya escribimos y tenemos que evaluar esto. Cassany sugiere que podemos marcar
estos detalles al imprimir el texto, con un marcador rojo, para la “vieja guardia”; los más
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modernos usarán el control de cambios de Word, las sugerencias del Drive, resaltados en PDF,
etcétera. La clave es leernos en voz alta para detectar estas cuestiones.
En un segundo nivel, de relectura también en voz alta, podemos revisar las palabras que
escribimos. Todo lo que vimos en el segundo módulo: si nuestros textos presentan
repeticiones, redundancias, circunloquios, palabras baúl, deformaciones habituales, y, por
supuesto, errores gramaticales, entre ellos, los dequeísmos y queísmos, el uso incorrecto de
“mismo/a”, el uso inadecuado del pronombre “donde” cuando no hay lugar, el abuso de los
extranjerismos, las locuciones inválidas, entre otras.
El tercer nivel se relaciona con la puntuación, con los usos de los signos que analizamos
en el Módulo 3. Un buen trabajo en este sentido nos lleva al cuarto nivel, el de la oración y el
párrafo. Aquí tenemos que revisar el aspecto visual de nuestro texto, la extensión de las
oraciones y de los párrafos, si cada párrafo responde a un tema o a un subtema —con su
etiqueta— y si están bien articulados con marcadores textuales. La variación del orden, de la
extensión.
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nuestras capacidades como autores y lectores a la vez, sujetos reflexivos de nuestro uso de la
lengua.
Bibliografía obligatoria
CASSANY, Daniel (2000). La cocina de la escritura, 9.ª ed. Barcelona: Anagrama (caps. 6 y 7).
RAMÍREZ GELBES, Silvia (2013). Cómo redactar un paper. Buenos Aires: Noveduc (fragmentos).
Bibliografía de consulta
BECKER, Howard (2014), Manual de escritura para científicos sociales: Cómo empezar y
terminar una tesis, un libro o un artículo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.
BELLUSCIO, Augusto C. (2006), “Técnica jurídica para la redacción de escritos y sentencias”,
Sup. Esp. Técnica Jurídica Red. Esc. y Sent.
CARRIÓ, Genaro B. (1995), Cómo estudiar y cómo argumentar un caso. Consejos elementales
para abogados jóvenes, Buenos Aires, Abeledo Perrot.
FLOWER, Linda y HAYES, John (1996). “La teoría de la redacción como proceso cognitivo”. En
Textos en contexto n°1. Buenos Aires: Lectura y Vida. Disponible en
https://bit.ly/3jw4Xyc.
FUCITO, Marina (2015). Curso Práctico de redacción para abogados: Recomendaciones para
mejorar el estilo de los escritos jurídicos. Buenos Aires: Eudeba (fragmentos).
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