Heridas Emocionales Que Sufrimos de Niños y Persisten en La Adultez

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7 heridas emocionales que

sufrimos de niños y persisten en


la adultez
Los conflictos, traumas y decepciones que vivimos durante la infancia no siempre quedan
en el pasado. De hecho, la mayoría de las veces esas vivencias que tanto daño nos hicieron
en los primeros años de la vida determinan toda nuestra existencia.

Esas experiencias terminan infligiendo heridas emocionales tan profundas que incluso
cuando somos adultos nos sentimos como ese niño humillado, abandonado o asustado
que fuimos una vez.
En este sentido, una serie de investigaciones realizadas en el McLean Hospital de
Belmont, Massachusetts, revelan que el maltrato a una edad muy temprana, aunque tan
solo se trate de abuso psicológico, tiene efectos negativos en el cerebro que se mantienen
a lo largo del tiempo

De hecho, las víctimas de la ira, la vergüenza y las humillaciones a menudo desarrollan


ansiedad, depresión, estrés postraumático, adicciones o se vuelven impulsivos.
La infancia es la más valiosa etapa de nuestras vida, esto debido a que es en ella que
aprendemos con más velocidad, vocabulario, lenguaje, significados.
Pero también emociones básicas, a partir de las cuales formaremos nuestra
personalidad, canalizaremos nuestra manera de relacionarnos, y enfrentaremos los
desafíos que se nos presenten en la vida adulta.

Cómo afectan las heridas emocionales de la niñez

Los traumas, llamados heridas emocionales en la niñez pasarán a formar parte de la


médula de nuestras emociones cuando seamos adultos, podríamos compararlo con lo que
sucede cuando maltratamos una planta apenas esta germina, las secuelas de ese maltrato
permanecerán en la planta es sus hojas y raíces durante toda la vida de la planta.

Entender como aprenden los niños

Debemos tomar conciencia de esta realidad y controlar y revisar constantemente


nuestras acciones para con los niños y en la vida familiar, y recordar que ellos aprenden
más de observar como tú “haces” las cosas que de “escuchar” lo que tú dices de esa
misma cosa.
Los hijos no vienen con un manual, es en un “hacer diario” que vamos desarrollando
nuestro estilo parental, desarrollando habilidades para superar cada uno de los obstáculos
que vamos encontrando en el camino.
Nunca habrá un padre perfecto pero si serás el mejor padre que puedas ser, poniendo en
ejecución tus habilidades de observación, mejoramiento y cambio.
Entonces vale aquí recordar cuales son las principales heridas emocionales y traumas,
que se pueden ocasionar en la vida emocional de los pequeños de la casa, para usar a
modo de prevención, a la hora de actuar.
Al mismo tiempo se incluyen algunos consejos útiles a tomar en cuenta cuando debemos
tomar ciertas decisiones.

1. Apego inseguro: Miedo al abandono, una cárcel en el corazón

Una madre que es amorosa y capaz de sintonizarse con su hijo forma a un adulto que se
siente comprendido y apoyado.
De ella se aprende que las relaciones pueden ser estables y cariñosas, que el mundo es
un lugar de oportunidad para ser explorado, que la gente cuida de ti, por tanto, se
constituye en una base segura.
Cuando esto no ocurre, cuando la madre es emocionalmente poco fiable -a veces
presente y a veces no- los niños entienden que las relaciones son volubles y precarias y
que nada está garantizado.

Una niña, por ejemplo, pueden crecer con un tipo de apego inseguro, con una gran
necesidad de conexión, pero siempre con la sensación de que puede pasar algo malo.
Esta niña con una madre ausente emocionalmente que en ocasiones se muestra en
exceso “regañona” aprende a blindarse, a ser tan autosuficiente como sus capacidades le
permitan.
Es un estilo evasivo de apego, mientras que la niña firmemente busca intimidad, su
contraparte suele evitarla y no se compromete con ella; la hija ansiosamente busca un
vínculo, no correspondido, lo cual crea una sensación de rechazo.
Estos patrones de apego persisten hasta la edad adulta y afectan en general la formación
y estabilidad de las amistades y las relaciones románticas por igual.

2. Inteligencia emocional no desarrollada

Los niños aprenden sobre sus emociones a través de la interacción diádica; Los gestos y
las palabras de una madre enseñan al bebé a calmarse cuando está estresado o incómodo.
Más tarde, la madre desempeña un papel clave para ayudar a sus hijos a expresar sus
sentimientos, nombrarlos y aprender a manejar sus temores y emociones negativas.
Los niños inmersos en una relación de apego insegura no aprenden estas habilidades
básicas que les ayuda a regular sus emociones.
Se encuentran envueltos o aislados, ambos estilos inseguros de apegos se interponen en
el modo de nombrar las emociones y de poder emplearlas para expresar las emociones, lo
cual es uno de los factores clave de la inteligencia emocional.

3. Deterioro del sentido de sí mismo

El rostro de una madre es el primer espejo en el que una hija se vislumbra.


El rostro de la madre sintonizada y amorosa refleja la aceptación, que le expresa “Tú eres
tú y estás muy bien cómo eres.”
Sin embargo, el rostro de la madre no amorosa refleja defectos supuestos e insuficiencias.

Si la niña es rechazada o ignorada, aprende una terrible lección: que no vale la pena
intentarlo o, si es criticada constantemente, asimila que nunca será lo suficientemente
buena para nada.
Pocas niñas que tienen una falta de amor, son capaces de comprender con claridad lo
que les ha sucedido en absoluto, especialmente si han sido los chivos expiatorios en la
familia.

4. Falta de confianza

Para confiar en los demás, debes creer que el mundo es esencialmente un lugar seguro y
la gente en él es bienintencionada, aunque a veces sea imperfecta.
Sin embargo, con un cuidador emocionalmente poco fiable o alguien que tiene una
actitud combativa o hipercrítica, los niños aprenden que las relaciones son inestables y
peligrosas, y que la confianza en los otros es efímera y no se puede contar con ellos.
Los niños sin amor suelen tener dificultades para confiar en todas las relaciones que
establecen, pero especialmente en la de amistad.

5. Dificultades con los límites interpersonales

Una madre sintonizada logra enseñarle a su hijo que existe un espacio saludable en el
cual puede respirar y ser el mismo incluso cuando existen relaciones cercanas.
Ella no se inmiscuye en el espacio propio, obligándolo a interactuar cuando él o ella aún
no están preparados.
Su comportamiento refleja la comprensión de que hay un área de superposición, pero
que cada persona en la dríada es independiente por sí misma.

La evitación en los niños surge cuando ocurre una superposición demasiado cercana e
intrusiva; los niños entonces prefieren interactuar en niveles más superficiales para que su
independencia no se vea amenazada.
Esto tiende a ser una respuesta a la actitud intrusiva de la madre o a la percepción de
falta de fiabilidad.
O por el contrario, un niño excesivamente ansioso podría no entender la diferencia entre
mantener una distancia prudente y ser aceptado.
Puede entonces confundirse ante la necesidad de un compañero o par de mantener
cierta distancia como un rechazo. Creerá erróneamente que ser incluido es sinónimo de
ser amado.

6. Elección de amigos y parejas tóxicas

Todos buscamos aquello que nos es familiar, y no es coincidencia que comparta raíz con
la palabra familia.
Buscamos permanecer en la zona de confort, si no tenemos una base sólida que nos
permita arriesgarnos por lo nuevo y más si existe falta de amor.

Hay una buena probabilidad de que al menos en un principio, te sientas atraído por
aquellas personas que te tratan como lo hizo tu madre, pero una zona de confort familiar
no necesariamente ofrecerá comodidad.
Hasta que como adultos comencemos a reconocer las heridas de la infancia,
continuaremos recreando la atmósfera emocional en la cual crecimos en nuestras
relaciones como adultos.

7. Sentimientos de aislamiento

Debido a que nuestra cultura cree obstinadamente que todas las madres son amorosas y
que la maternidad es instintiva, una niña que crece sin el amor de su progenitora, creerá
erróneamente que ella es la única hija del planeta que se encuentra con esta carencia.
Lo más probable es que se sienta aislada y asustada como resultado, además, es
probable que se aislé a sí misma debido a la profunda vergüenza que siente.

Es poco probable que le diga a alguien lo que siente, más que nada, como todos quiere
pertenecer a la tribu, son de esas chicas que abrazan desesperadamente a sus madres y se
ríen con ellas en busca de lo que les es negado.
Andrea Brandt, terapeuta familiar, señala que cuando una persona vive alguna de estas
huellas emocionales es muy probable que aprenda a ocultar parte de su personalidad, lo
que puede causar conflictos muy serios en la salud física, emocional y mental.

El primer paso hacia el largo camino de la sanación de las heridas emocionales de la


infancia es el reconocimiento y es aquí donde un/a profesional puede ser de gran ayuda.

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Heridas emocionales que gestamos en la infancia

¿Cómo reconocerlas y cómo sanarlas cuando somos adultos?


Las heridas emocionales son experiencias dolorosas de la niñez que construyen nuestra
personalidad adulta, quienes somos y de qué forma enfrentaremos la vida con todo lo que
venga. Es decir, son un factor determinante de nuestro actuar en la edad madura.

Todos tenemos algún tipo de herida emocional profunda que gestamos en la niñez, que
nos dejó huella y que nos encaminará hacia el tipo de adulto que seremos: miedosos,
inseguros, punitivo, controlador, etc. La buenísima noticia es que también tienen sanación
y podemos mejorar. De aquí la importancia de reconocerlas lo antes posible y hacer un
trabajo personal profundo para enfrentar de forma valiente -porque el trabajarlas duele y
mucho- todas las consecuencias que estas heridas nos hayan dejado.

Se hablan de 5 -o más- heridas emocionales -o del alma- de la infancia que persisten


cuando somos adultos. Son las que Lisa Bourbeau menciona en su libro “Las cinco heridas
que impiden ser uno mismo”.
1. Herida – La humillación
Nace cuando sentimos que los demás no están conformes con quienes somos. Hay una
sensación de desaprobación y de crítica hacia nuestra persona. Cuando de niños de
continuo escuchábamos frases como: “Eres un tonto”, esas palabras impactaron nuestra
autoestima y esta se lastimó.

Por lo tanto, al día de hoy -adultos- se nos dificulta labrar un amor propio de forma sana
porque quizá, como mecanismo de defensa, aprendimos a ser egoístas y algo tiranos,
hasta a ser los primeros en humillar para así evitar ser humillados. También se genera una
personalidad emocionalmente dependiente. Para sanar esta herida se requiere de
trabajar hacia una independencia y libertad sana.

2. El miedo al abandono
La soledad, el desamparo, aislamiento son algunas de las consecuencias de quien
experimentó el abandono en su infancia. Puedo imaginar la sensación tan terrible que
debe experimentar un niño al sentirse solo contra el mundo y desprotegido por las
personas que se supone le deben cuidar y amar de manera incondicional.

Las consecuencias de estas heridas son terribles en la edad adulta. Son personas que
difícilmente tienen relaciones estables y de tiempo porque ellas abandonarán antes por
miedo a revivir aquel dolor y a volver a ser abandonados.

Para sanar esta herida se requiere de trabajar el miedo a estar solos, el temor a volver a
ser abandonados y aceptar, aunque cueste trabajo, el contacto físico (abrazos, caricias,
besos…) Aprender a estar con uno mismo y pasarla bien en soledad.

3. La traición o el miedo a confiar


Esta herida es muy delicada y tiene todo que ver con el creer. Cuando niños, si nuestros
padres o personas cercanas no cumplieron las promesas que nos hicieron se nos abrió una
herida porque nos sentimos engañados, traicionados, perdimos la confianza.

Esta desconfianza, al no habernos sentido merecedores de que alguien nos cumpliera su


palabra, se puede transformar en celos, envidia u otros sentimientos negativos hasta
volvernos perfeccionistas, controladoras y personas que no sabemos delegar.

Para sanar esta herida se requiere de trabajar en la confianza, comenzando por la


personal, en la paciencia, la tolerancia y la flexibilidad.

4. La injusticia
Son heridas que se gestan cuando en el hogar tuvimos un ambiente punitivo, autoritario y
nada cariñoso, lo que nos generan sentimientos de inutilidad e incapacidad hasta
convertirnos en adultos rígidos y perfeccionistas.

Para sanar esta herida se requiere de trabajar la flexibilidad y confianza en los demás.

5. El miedo al rechazo
Esta herida se gesta cuando en la niñez sentimos rechazo, ya sea de los padres, de la
familia o de los iguales evitando que tengamos un sano desarrollo del amor propio y de la
autoestima lo que nos llevará -al no sentirnos merecedores de comprensión o afecto- a
aislarnos.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar nuestros fantasmas internos, nuestra
capacidad de tomar decisiones sin miedo a ser juzgados y no tomar personal cuando la
gente se aleje.

Recuerda que tú eres mucho más que tus heridas. No permitas que ninguna te defina de
forma negativa o que te controle, antes bien, contrólales tú y haz de ellas un medio de
fortaleza, la catapulta hacia tu sanación.

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De necesidades a heridas emocionales


Cómo nuestras necesidades fueron satisfechas en la niñez
determinará nuestra forma de actuar como adultos.

Podemos ir por la vida sintiéndonos los muy “salsas”, ser altaneros pretendiendo que no
necesitamos de nada ni de nadie. Sin embargo, eventualmente nuestra
aparente seguridad, que no es más que orgullo y soberbia disfrazada de invulnerabilidad,
nos cobrará la factura. Es una realidad y nos guste o no somos seres emocionales
“necesitados” de muchísimas cosas, en especial de amor, cariño, ternura, comprensión,
afecto, protección, entre otras más. La manera en que estas necesidades fueron
satisfechas en la niñez determinará la forma en que actuaremos como adultos.

Tú y yo, de fábrica ya nacemos con ciertas necesidades emocionales impresas en nuestro


espíritu, mismas que necesariamente deben ser saciadas. Se supone que la vida -o Dios
para los que somos creyentes- nos coloca justo en la fuente principal para satisfacerlas,
nuestra familia, en especial, papá y mamá. Luego, cuando nos casamos, nos regala un
cónyuge para ayudarnos a satisfacerlas. Pero, al paso del tiempo nos vamos dando cuenta
que estas no fueron llenadas de como necesitábamos, de la manera idónea, o más sana y
lo que queda en nuestro ser son heridas profundas, llagas, muchas de ellas llenas de
podredumbre.

Pero, ¿qué sucedió, acaso nuestros padres no nos amaban o que nuestros cónyuges eran
malos o tontos? ¡Por supuesto que no! Ellos nos dieron lo que sabían y tenían para darnos
y no necesariamente lo que necesitábamos. A su noble manera, nos llenaron del amor que
ellos creían era el mejor y quizá nunca cayeron en cuenta que ellos también traían heridas
arrastrando desde su niñez y lo que hicieron de manera inconsciente fue “heredarnos” sus
carencias y darnos su amor según su corazón, “a su manera”.
La buena noticia es que toda herida puede sanarse para que después nosotros podamos
dar y recibir el amor de una manera más sana y consciente.

Nuestro cuerpo puede sufrir heridas por un accidente o agresión. También hay heridas en
nuestras emociones, en nuestra fe, en el amor, etc.

Cuando una persona ha estado en una relación afectiva profunda y esta persona es
traicionada esta sufre una herida emocional. Podemos decir que su cuerpo está sano
pero la persona interiormente está herida. Lo que pasa en nuestro cuerpo, pasa en
nuestro espíritu y emociones. Hay heridas, tanto del cuerpo como del alma, que se
vuelven crónicas y que parece que no cicatrizan.

Por ejemplo, esa niña que estaba en el colegio muy bien cuidada, se sentía como pez en el
agua y por momentos hasta la dueña del instituto. Todo iba bien durante el día, pero nada
más llegaba la hora de la salida y sufría tremendamente porque de manera continua
olvidaban recogerla, ella se sentía abandonada y no amada. La niña creció con una
profunda huella de abandono y por años vivió con terror al desamparo. Creció y
boicoteaba todas sus relaciones; inconscientemente ella abandonaba antes de que a ella
la abandonaran. Ese fue el mecanismo de defensa que desarrolló.

Toda necesidad emocional no resuelta eventualmente desembocará en heridas


emocionales y estas pueden ser tan leves o profundas como nosotros lo permitamos, es
decir, en la edad adulta hay que hacernos responsables de sanarlas o estas se volverán tan
crónicas como un cáncer emocional.

NECESIDAD EMOCIONAL > HERIDA EMOCIONAL

 Aprecio > Sentimientos de insignificancia, descrédito, desprecio


 Apoyo > Sentimientos de angustia, agobio, desesperación, desamparo, abandono,
crítica
 Aceptación > Sentimientos de rechazo, de dejar de creer en sí mismo y dificultad
para comprender su valor
 Afecto > Sentimientos de indiferencia, antipatía, odio, rencor, aborrecimiento; no
querido y no amado e incapaz de ser dar y recibir amor
 Aprobación > Sentimientos de desaprobación, disconformidad, negativa
 Atención > Sentimientos de descortesía, desconsideración, aislamiento e ignorado
 Alentar / Animar > Sentimientos de desánimo, renuncia, desilusión,
desmoralización, depresión, desmotivación
 Consuelo > Sentimientos de dolor, desconsuelo, angustia, desesperanza
 Respeto > Sentimientos de temor, aprensión, desprecio, recelo, desconsideración,
desconfianza, de insignificancia, ultrajado
 Seguridad > Sentimientos de desprotección, desamparo, miedo, inseguridad
 Paz > Sentimientos de intranquilidad
Estas son solo algunas de nuestras necesidades emocionales y como vemos, toda herida
emocional tiene su raíz en una necesidad emocional no satisfecha. Por eso, es
importantísimo que descubramos lo antes posible las cargas emocionales que ya no nos
corresponde llevar. Así como las heridas en el cuerpo nos van dejando huellas en forma
de cicatrices, las heridas emocionales merman nuestro carácter y bienestar, nuestra
actitud y personalidad.

Las heridas emocionales “no son pecado”, pero sí nos hacen más vulnerables a caer. Es
importantísimo que tengamos claro que estas heridas pueden desembocar en
problemas emocionales severos y que no sanarán “únicamente” con el paso del tiempo,
es decir, no se resolverán por sí solas.

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El truco jesuita para sanar


heridas del pasado
Esta práctica de 5 pasos de san Ignacio puede ayudarte

Es habitual que surjan emociones de una misteriosa y profunda fuente en mi interior y yo


me quedo inquieto y molesto por no tener ni idea del porqué.

Es típico que no sepa explicar por qué estoy teniendo un mal día y también tengo
problemas para solucionarlo.

Esto se debe, según me dijo una vez un psicólogo, a que no tengo ni idea de lo que estoy
sintiendo.

Esto implica que a menudo me comporto de forma irreflexiva y poco saludable


porque estoy cargando con dolores pasados de los que ni siquiera soy consciente de que
todavía me afectan. Solamente después reflexiono y entiendo la causa de lo que ha
sucedido.

Necesitamos sanar

Por pequeñas que sean mis heridas, me resulta difícil dejarlas atrás. Como pastor, hablo
con personas que buscan consejo y oración y descubro que los dolores y los traumas
pasados pueden persistir como una herida abierta.
Quizás sea un recuerdo de la infancia o un acontecimiento más reciente, pero igualmente,
si se deja sin resolver, esa herida pasada continuará teniendo consecuencias negativas
regularmente.

Una falta de curación interior puede destruir matrimonios y amistades. Nos hace
comportarnos de forma autodestructiva y puede imposibilitar nuestra paz interior.

De modo que, ¿cómo sanamos para poder avanzar?

El método de san Ignacio

Presentamos a san Ignacio de Loyola, sacerdote del siglo XVI y fundador de los jesuitas. Su
vida estuvo marcada por múltiples acontecimientos traumáticos.

Su madre murió siendo él muy joven, estuvo involucrado en varios altercados violentos,
mató a un hombre durante un duelo y en una batalla sufrió la mutilación de su pierna por
una bola de cañón.

Como resultado de su lesión, se sometió a diversas cirugías dolorosas sin anestesia. Fue
durante su recuperación que empezó a replantearse su vida y a empezar a hacer cambios.

Más tarde publicaría sus Ejercicios espirituales, que detallan su método práctico para
lograr la libertad espiritual.

Una parte de este proceso, denominada Examen, es útil para examinar heridas, errores y
motivaciones para acciones del pasado.

Aquí tenéis su meditación diaria de cinco pasos para ayudaros a traer luz sobre heridas del
pasado y abrir el camino a la sanación… Entra en la galería de imágenes:

1. Busca iluminación

Con esto, san Ignacio quiere decir que debemos ampliar nuestra perspectiva. Es
demasiado fácil fijarse en las heridas del pasado y permitir que se conviertan en nuestra
identidad, por lo que, con el tiempo, llevar ese peso nos aísla.

Vernos con nuevos ojos es tremendamente útil. Ignacio particularmente tiene en mente
buscar una perspectiva piadosa, desde Dios, pero también es bueno buscar el apoyo de
amigos y familiares.

2. Da gracias

Cuando estoy inquieto o me siento dolido, mi mente se fija constantemente en mis


preocupaciones, lo cual no hace sino que el dolor crezca. Los psicólogos coinciden con san
Ignacio en que es importante insistir en las experiencias positivas para romper un ciclo
mental negativo. Esto no borrará el dolor, pero proporcionará un espacio de respiración
emocional muy necesario.
3. Conoce tus emociones

Echa un vistazo honesto a tu día, incluyendo qué heridas pueden haberse acumulado y
qué heridas pasadas aún persisten. A menudo me tomo un tiempo a solas al final del día
para reflexionar y considerar honestamente cómo me encuentro, preguntándome qué
emociones estoy experimentando e identificando su origen.

Las emociones fuertes significan que tengo que hurgar más para resolver lo que está
pasando en mi alma. Los psicólogos están de acuerdo en que es vital hacer esta revisión,
identificar las emociones y trabajar para entenderlas.

4. Sé responsable

Es duro, pero no importa quién me haya hecho daño, no puedo usarlo como excusa para
mis faltas. Uno de los pasos para sanar es romper el ciclo de comportarse mal.

Aunque me afecten negativamente las heridas del pasado, no puedo permitir que la
negatividad sature el resto de mi vida y controle mi comportamiento. Cuando asumimos la
responsabilidad de nuestras acciones, nos hace libres para tomar decisiones positivas en
el futuro.

5. Está preparado para el mañana

No tenemos que vivir cautivos de nuestro pasado para siempre. El futuro resplandece
para cada persona sin importar qué experiencias nos llevaron a cada uno a donde estamos
hoy. San Ignacio aconseja que cada día hagamos una resolución para ser la mejor versión
posible de nosotros mismos.

A lo largo de su vida, san Ignacio encontró en sus meditaciones un modo eficaz de dejar
atrás su pasado y progresar hacia el tipo de persona que quería llegar a ser.

Su influencia se sigue sintiendo ampliamente hoy en día, ya que personas de todos los
ámbitos de la vida utilizan sus métodos prácticos para progresar en el autoconocimiento,
comprender sus emociones y encontrar sanación.
«Dios desea visitarnos en nuestras heridas,
miedos, pobrezas...»
La confusión del posconcilio llevó al joven Jacques Philippe (Metz –Francia–, 1947) a
alejarse de la fe. Después de su conversión, a los 29 años ingresó en la recién fundada
Comunidad de las Bienaventuranzas, donde ha asumido importantes encargos. Formado
en Tierra Santa, desde su ordenación sacerdotal en 1985 su principal tarea ha sido la
predicación y la dirección espiritual. Fruto de ello son una docena de libros, de los que se
ha vendido más de un millón de copias en 22 idiomas
En nuestra sociedad cada vez se oyen más comentarios negativos sobre la Navidad, a
veces incluso entre católicos. ¿Hemos dejado que nos roben esta fiesta?
Sí, un poco. Se ha convertido en algo muy comercial. Era una celebración muy hermosa y
creo que hay que recuperar su verdadero sentido. Es bonito e importante que haya
momentos de fiesta, de celebración en familia. Pero quizá tenemos que simplificar las
cosas, y sobre todo centrarnos en lo esencial: Dios viene a morar en medio de nosotros, la
presencia de Jesús Niño. Ahí hay un misterio muy bello y muy profundo.
Una de las razones por las que algunos temen estas fiestas es la ausencia de los seres
queridos. ¿Qué podemos hacer cuando la nostalgia oscurece lo que debería ser alegría?
A algunas personas les cuesta vivir esta alegría porque afloran heridas. También hay gente
que en Navidad sufre la soledad, mientras se ven fiestas, luces por todas partes, gente que
se reúne… No hay una receta. Creo que es importante estar atentos a los demás y que
nuestra forma de festejar no sea una ofensa para ellos sino, al contrario, intentar que todo
el mundo pueda celebrar. Intentar encontrarse con otros. Y, sobre todo, ir a lo esencial, a
esa dimensión de oración y de acoger en nuestros brazos y en nuestro corazón la ternura
de Cristo, que quiere compartir nuestra vida, sanar nuestras heridas, consolar nuestra
soledad. El Niño Jesús es toda la ternura de Dios, que nos dice: «Aquí estoy, no para
juzgaros ni condenaros, sino para amaros con dulzura, con sencillez y desde la humildad».
¿Y si, como les ocurre a muchos fieles, pasan estas semanas e interiormente ni nos
damos cuenta?
Es importante no anticiparse, a veces las cosas no se desarrollan según el escenario que
nos marcamos. Si lo que verdaderamente esperamos es a Dios, si deseamos su presencia y
queremos abrirnos a Él, puede haber buenísimas sorpresas y regalos para toda la vida. Es
lo que vivió santa Teresa del Niño Jesús. Con 14 años era todavía muy frágil a nivel
emotivo, dependía mucho de los demás. Y en Navidad recibió una gracia de conversión,
para salir de sí misma, y una fuerza que le permitió hacerse realmente adulta. Tuvo el
sentimiento de que el Señor la visitó. No siempre viviremos cosas espectaculares, pero es
a eso a lo que debemos prepararnos; por ejemplo, rezando delante del belén y viviendo la
Misa del Gallo como un encuentro con el Señor.
Esta forma despistada de vivir la Navidad, ¿puede deberse a que en lo exterior tenemos
un mes y medio de Navidad… sin Adviento?
Las cosas son así. El Adviento es un tiempo precisamente para prepararnos para su venida,
para renovar nuestro deseo, nuestra sed, nuestra esperanza. Y hay que aprovechar el
alimento que nos da la Iglesia: las lecturas bíblicas o libros de oración. Si integramos esa
dimensión la Navidad será más profunda, porque no será simplemente ese regalo que se
compra. Los regalos son cosas hermosas, porque expresan nuestro amor. Pero sobre todo
tenemos que preparar nuestro corazón. Tampoco hace falta complicar las cosas. Si
hacemos cada día un rato de oración, Dios ve nuestro deseo y nuestra espera y viene. No
siempre como lo imaginamos, a veces será de forma muy discreta, muy sencilla.
Pero su deseo es visitarnos precisamente ahí donde estoy herido, donde estoy solo, donde
tengo miedos, pobrezas, tibiezas, sufrimientos. Esos lugares son los que hay que preparar,
sencillamente tomando conciencia de qué hay en nuestro corazón y ofreciéndoselo a Dios.
Si lo deseamos de verdad y tenemos confianza, algo sucederá.
Usted ha ayudado a miles de personas a rezar mejor. ¿Cómo reza Jacques Philippe en
Navidad?
[Ríe] No tengo un programa fijo. El hecho de pertenecer a una comunidad religiosa ayuda
mucho, porque están todos los textos de la liturgia [que rezamos]. Creo que se trata sobre
todo de renovar nuestra oración para renovar nuestra sed, nuestro deseo, nuestra
esperanza: qué esperamos, a quién esperamos. Y renovar también nuestra esperanza, la
confianza de que el Señor quiere estar más presente en nuestra vida. Hemos sido creados
para Dios y cada tiempo de espera como este viene a recordarnos que la nuestra no es
una vida cerrada sobre sí misma con un horizonte terrestre, sino que hemos sido hechos
para Dios, para el cielo.
¿Y María?
Es bueno también ponernos en sus manos, por ejemplo, rezando el rosario personalmente
o en familia. Ella pasó tiempo esperando a su hijo, preparándose para su venida, deseando
ver su carita… Y por eso puede ayudarnos.
Nosotros creemos en un Dios encarnado. ¿Cómo debe eso marcar nuestra vida y nuestra
forma de orar, en comparación con quienes no creen o pertenecen a otras religiones?
La gran diferencia es que a quien esperamos es a Jesús, y Él ya ha venido. En el centro de
todo está la persona de Cristo, Dios que se hace presente en la humanidad de Jesús para
estar lo más cerca posible de nosotros. Y desea seguir viniendo para estar más presente
aún en nuestra vida, hasta el día en que venga de forma definitiva. El Adviento nos vuelve
hacia la venida del Señor al final de los tiempos antes de centrarnos en el misterio de la
Navidad.
¿Por qué para muchos ha dejado de ser atractiva la realidad de un Dios personal y
encarnado y, en cambio, sienten más interés por las espiritualidades orientales?
El hombre necesita espiritualidad, y a veces cree que conoce el cristianismo pero tiene
una idea errónea del mismo y le resultan más interesantes esas otras espiritualidades. No
hay que despreciar esa búsqueda, porque la persona que busca sinceramente terminará
por encontrar a Dios. Pero me parece que hoy en día hay una dificultad.
¿Cuál?
Todo el mundo tiene esa necesidad de buscar algo más grande que la simple realidad
sensible. La gente está dispuesta a hacer espiritualidad, a hacer meditación, a tener
distintas experiencias; pero con frecuencia a condición de seguir siendo la dueña de ellas.
Así que, de partida, se pone un límite. Creo que aquí tenemos una barrera para entrar en
el misterio cristiano: al introducirnos en él, tenemos que reconocer que el centro, los
amos, no somos nosotros, sino Dios. Es una puerta estrecha por la que nos cuesta pasar.
Y, sin embargo, es la que nos lleva a la verdadera libertad, porque en el momento en que
Cristo es el Señor y le seguimos con confianza; ahí entramos en la realidad profunda, en la
profundidad del amor. Cuando uno quiere saborear la profundidad de ese amor hay que
entender que el amor es donar la vida. Y eso es lo que más cuesta aceptar.
En la Navidad hay un misterio de humildad, de pequeñez, de abajamiento; pero en
absoluto de sumisión, porque la razón profunda es el amor infinito de Dios, que es
todopoderoso pero se hace pequeño por amor; no para arrasarnos sino, al revés, para
hacernos libres.
Y esto nos ayuda a entender la verdadera magnitud de la humildad. No es el poder lo que
realiza la verdadera grandeza del hombre, sino el ser capaz de amar como Él ama, de
hacerse pequeñito por amor ante el otro. No para aplastarlo, no para que uno se
desprecie a sí mismo, sino para darle todo el amor que pueda. Un amor que no es
dominar, no es poseer, sino acoger y estar cerca del otro; y eso supone la humildad.
María Martínez López

Algunas claves para la vida de fe


Vivimos tiempos confusos. Mientras algunos se alarman diciendo que el Papa Francisco
promueve el activismo y se olvida de la espiritualidad y la evangelización, el mismo
Santo Padre previene frente al pelagianismo y dice que la Iglesia no es una ONG. ¿Cómo
escapar a este riesgo?
Decir que el Papa empuja a la Iglesia hacia el activismo no es verdad. Sí que invita a los
cristianos a que se comprometan con su vocación propia de anunciar el Evangelio, servir a
los pobres y cuidar la creación. Al mismo tiempo, llama de forma muy fuerte a la oración,
insiste en la amistad con Cristo. No es en absoluto un activismo, sino desplegar la caridad;
pero fundada en un encuentro con Dios. No es solo una obra humana, sino responder a
una llamada. Las fuerzas y la sabiduría humanas resultan insuficientes si no se dejan
iluminar por el Espíritu Santo y no se apoyan en la gracia de Dios.
Usted da mucha importancia al tema de la gracia, de la gratuidad de Dios, que coincide
con esa afirmación del Papa de que «Dios siempre nos primerea».
¡Claro! Dios nos precede siempre. Nos invita a que nos apoyemos en Él y a dejarnos
conducir por Él. Lo más urgente en la existencia no es hacer cosas, sino primero dejarse
tocar por Dios, por su gracia: dejarse renovar, sanar, convertir, guiar por la gracia de Dios.
Esa dimensión de encuentro personal es la fuente de todo lo demás.
También puede ser un antídoto frente a un riesgo que se ve en ciertos ámbitos de la
Iglesia: convertir la fe en ideología, de un signo u otro.
Esa es una tentación muy fuerte. La fe se convierte en ideología cuando nuestra forma de
pensar la realidad cristiana, la visión de la Iglesia, queda vacía del encuentro vivo con Dios.
Dicho de otra forma, lo que predomina es una teoría, una forma de ver las cosas, como
constructos de la inteligencia separados de una experiencia viva de Dios. Esto produce
distintas consecuencias: o un progresismo o un conservadurismo estrecho de miras, u
otros 50 tipos diferentes. Pero lo que es común a todas ellas es ese corte de la experiencia
interna de Dios y de la gracia.
¿Cómo vacunarnos?
No omitiendo esa experiencia de Dios sino ahondándola a través de la fraternidad, la
oración, dedicándole tiempo al Señor, meditando la Escritura. Todo lo que puede
aumentar y avivar nuestra experiencia de Dios.
Otro tema muy frecuente en el Papa es el discernimiento: el vocacional para los jóvenes,
pero también frente a situaciones difíciles y nuevos retos. ¿Nos resulta más difícil
discernir hoy, cuando el abanico de ofertas es tan amplio que a veces es difícil estar
seguros de que estamos haciendo la voluntad de Dios?
Me parece (no es un tema que haya estudiado detenidamente) que la intuición
fundamental del Papa es que para tener discernimiento, para tomar la decisión justa en
una determinada situación, uno no puede conformarse con reglas externas. Ciertas reglas,
por supuesto, son fundamentales.
Pero es necesario también entender la realidad desde dentro, como algo vivo, y percibir
cómo el Espíritu Santo nos invita a vivir esa situación. Esto no siempre es fácil ni sencillo; a
veces resulta más fácil conformarse con reglas preestablecidas. No se trata de
despreciarlas, pero no siempre son suficientes para entender la complejidad de la
situación y para encontrar las actitudes justas que hay que aplicar.
Uno de sus libros es En la escuela del Espíritu Santo. ¿Cómo encajar su creatividad en
una vida en la que a veces somos demasiado estrechos de miras y queremos ir siempre
por el camino seguro?
Es una pregunta difícil de contestar. La acción del Espíritu Santo no siempre es sensible y
no siempre tenemos una luz clarísima. Tenemos que tantear. Pero lo más importante es
practicar las actitudes y formas de vida que nos abren a la presencia del Espíritu; y
entender qué puede cerrarnos: nuestra forma de ver las cosas, nuestro amor propio,
nuestra confianza. Así se va dando esta apertura progresiva que permite que Dios se vaya
manifestando. A veces de forma muy clara, y a veces de forma más oscura. Pero si
buscamos de verdad, Él sabrá guiarnos.
¿Y qué actitudes nos abren al Espíritu Santo?
La oración, la confianza en Dios, la humildad para no creernos que lo entendemos todo
sino reconocernos pequeños, dependientes de la gracia; también el deseo de hacer la
voluntad de Dios, la decisión de pertenecerle; vivir el momento presente; tener libertad
de corazón, flexibilidad, saber dar gracias a Dios por su presencia y su amor. Todas ellas
nos permiten estar abiertos a la gracia, y el Espíritu Santo sabrá cómo guiarnos. No
significa que siempre vaya a ser fácil. Pero Dios es fiel, y si de verdad queremos amarlo,
nos ayudará a tomar las decisiones de nuestra vida.
¿Qué santos necesita hoy? Santos del pasado como modelos, y actitudes para ser santos
hoy.
¡Los santos que más necesita la Iglesia somos nosotros! No creo que haya un solo modelo
que todos debamos imitar, más que Cristo. Los santos pueden animarnos, motivarnos,
como hermanos mayores. Pero creo que cada uno tiene que descubrir su propio camino
de santidad. Y debemos sobre todo ir al Evangelio. La santidad que tal vez hoy en día sea
más importante es el espíritu de las bienaventuranzas: pobreza de corazón, humildad,
misericordia, paz… ese es el rostro de la santidad siempre; pero a lo mejor tal vez más hoy
en día frente a la tendencia actual al orgullo, a la fascinación por las riquezas, a la
pretensión de omnipotencia, de controlarlo y transformarlo todo.

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