Heridas Emocionales Que Sufrimos de Niños y Persisten en La Adultez
Heridas Emocionales Que Sufrimos de Niños y Persisten en La Adultez
Heridas Emocionales Que Sufrimos de Niños y Persisten en La Adultez
Esas experiencias terminan infligiendo heridas emocionales tan profundas que incluso
cuando somos adultos nos sentimos como ese niño humillado, abandonado o asustado
que fuimos una vez.
En este sentido, una serie de investigaciones realizadas en el McLean Hospital de
Belmont, Massachusetts, revelan que el maltrato a una edad muy temprana, aunque tan
solo se trate de abuso psicológico, tiene efectos negativos en el cerebro que se mantienen
a lo largo del tiempo
Una madre que es amorosa y capaz de sintonizarse con su hijo forma a un adulto que se
siente comprendido y apoyado.
De ella se aprende que las relaciones pueden ser estables y cariñosas, que el mundo es
un lugar de oportunidad para ser explorado, que la gente cuida de ti, por tanto, se
constituye en una base segura.
Cuando esto no ocurre, cuando la madre es emocionalmente poco fiable -a veces
presente y a veces no- los niños entienden que las relaciones son volubles y precarias y
que nada está garantizado.
Una niña, por ejemplo, pueden crecer con un tipo de apego inseguro, con una gran
necesidad de conexión, pero siempre con la sensación de que puede pasar algo malo.
Esta niña con una madre ausente emocionalmente que en ocasiones se muestra en
exceso “regañona” aprende a blindarse, a ser tan autosuficiente como sus capacidades le
permitan.
Es un estilo evasivo de apego, mientras que la niña firmemente busca intimidad, su
contraparte suele evitarla y no se compromete con ella; la hija ansiosamente busca un
vínculo, no correspondido, lo cual crea una sensación de rechazo.
Estos patrones de apego persisten hasta la edad adulta y afectan en general la formación
y estabilidad de las amistades y las relaciones románticas por igual.
Los niños aprenden sobre sus emociones a través de la interacción diádica; Los gestos y
las palabras de una madre enseñan al bebé a calmarse cuando está estresado o incómodo.
Más tarde, la madre desempeña un papel clave para ayudar a sus hijos a expresar sus
sentimientos, nombrarlos y aprender a manejar sus temores y emociones negativas.
Los niños inmersos en una relación de apego insegura no aprenden estas habilidades
básicas que les ayuda a regular sus emociones.
Se encuentran envueltos o aislados, ambos estilos inseguros de apegos se interponen en
el modo de nombrar las emociones y de poder emplearlas para expresar las emociones, lo
cual es uno de los factores clave de la inteligencia emocional.
Si la niña es rechazada o ignorada, aprende una terrible lección: que no vale la pena
intentarlo o, si es criticada constantemente, asimila que nunca será lo suficientemente
buena para nada.
Pocas niñas que tienen una falta de amor, son capaces de comprender con claridad lo
que les ha sucedido en absoluto, especialmente si han sido los chivos expiatorios en la
familia.
4. Falta de confianza
Para confiar en los demás, debes creer que el mundo es esencialmente un lugar seguro y
la gente en él es bienintencionada, aunque a veces sea imperfecta.
Sin embargo, con un cuidador emocionalmente poco fiable o alguien que tiene una
actitud combativa o hipercrítica, los niños aprenden que las relaciones son inestables y
peligrosas, y que la confianza en los otros es efímera y no se puede contar con ellos.
Los niños sin amor suelen tener dificultades para confiar en todas las relaciones que
establecen, pero especialmente en la de amistad.
Una madre sintonizada logra enseñarle a su hijo que existe un espacio saludable en el
cual puede respirar y ser el mismo incluso cuando existen relaciones cercanas.
Ella no se inmiscuye en el espacio propio, obligándolo a interactuar cuando él o ella aún
no están preparados.
Su comportamiento refleja la comprensión de que hay un área de superposición, pero
que cada persona en la dríada es independiente por sí misma.
La evitación en los niños surge cuando ocurre una superposición demasiado cercana e
intrusiva; los niños entonces prefieren interactuar en niveles más superficiales para que su
independencia no se vea amenazada.
Esto tiende a ser una respuesta a la actitud intrusiva de la madre o a la percepción de
falta de fiabilidad.
O por el contrario, un niño excesivamente ansioso podría no entender la diferencia entre
mantener una distancia prudente y ser aceptado.
Puede entonces confundirse ante la necesidad de un compañero o par de mantener
cierta distancia como un rechazo. Creerá erróneamente que ser incluido es sinónimo de
ser amado.
Todos buscamos aquello que nos es familiar, y no es coincidencia que comparta raíz con
la palabra familia.
Buscamos permanecer en la zona de confort, si no tenemos una base sólida que nos
permita arriesgarnos por lo nuevo y más si existe falta de amor.
Hay una buena probabilidad de que al menos en un principio, te sientas atraído por
aquellas personas que te tratan como lo hizo tu madre, pero una zona de confort familiar
no necesariamente ofrecerá comodidad.
Hasta que como adultos comencemos a reconocer las heridas de la infancia,
continuaremos recreando la atmósfera emocional en la cual crecimos en nuestras
relaciones como adultos.
7. Sentimientos de aislamiento
Debido a que nuestra cultura cree obstinadamente que todas las madres son amorosas y
que la maternidad es instintiva, una niña que crece sin el amor de su progenitora, creerá
erróneamente que ella es la única hija del planeta que se encuentra con esta carencia.
Lo más probable es que se sienta aislada y asustada como resultado, además, es
probable que se aislé a sí misma debido a la profunda vergüenza que siente.
Es poco probable que le diga a alguien lo que siente, más que nada, como todos quiere
pertenecer a la tribu, son de esas chicas que abrazan desesperadamente a sus madres y se
ríen con ellas en busca de lo que les es negado.
Andrea Brandt, terapeuta familiar, señala que cuando una persona vive alguna de estas
huellas emocionales es muy probable que aprenda a ocultar parte de su personalidad, lo
que puede causar conflictos muy serios en la salud física, emocional y mental.
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Todos tenemos algún tipo de herida emocional profunda que gestamos en la niñez, que
nos dejó huella y que nos encaminará hacia el tipo de adulto que seremos: miedosos,
inseguros, punitivo, controlador, etc. La buenísima noticia es que también tienen sanación
y podemos mejorar. De aquí la importancia de reconocerlas lo antes posible y hacer un
trabajo personal profundo para enfrentar de forma valiente -porque el trabajarlas duele y
mucho- todas las consecuencias que estas heridas nos hayan dejado.
Por lo tanto, al día de hoy -adultos- se nos dificulta labrar un amor propio de forma sana
porque quizá, como mecanismo de defensa, aprendimos a ser egoístas y algo tiranos,
hasta a ser los primeros en humillar para así evitar ser humillados. También se genera una
personalidad emocionalmente dependiente. Para sanar esta herida se requiere de
trabajar hacia una independencia y libertad sana.
2. El miedo al abandono
La soledad, el desamparo, aislamiento son algunas de las consecuencias de quien
experimentó el abandono en su infancia. Puedo imaginar la sensación tan terrible que
debe experimentar un niño al sentirse solo contra el mundo y desprotegido por las
personas que se supone le deben cuidar y amar de manera incondicional.
Las consecuencias de estas heridas son terribles en la edad adulta. Son personas que
difícilmente tienen relaciones estables y de tiempo porque ellas abandonarán antes por
miedo a revivir aquel dolor y a volver a ser abandonados.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar el miedo a estar solos, el temor a volver a
ser abandonados y aceptar, aunque cueste trabajo, el contacto físico (abrazos, caricias,
besos…) Aprender a estar con uno mismo y pasarla bien en soledad.
4. La injusticia
Son heridas que se gestan cuando en el hogar tuvimos un ambiente punitivo, autoritario y
nada cariñoso, lo que nos generan sentimientos de inutilidad e incapacidad hasta
convertirnos en adultos rígidos y perfeccionistas.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar la flexibilidad y confianza en los demás.
5. El miedo al rechazo
Esta herida se gesta cuando en la niñez sentimos rechazo, ya sea de los padres, de la
familia o de los iguales evitando que tengamos un sano desarrollo del amor propio y de la
autoestima lo que nos llevará -al no sentirnos merecedores de comprensión o afecto- a
aislarnos.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar nuestros fantasmas internos, nuestra
capacidad de tomar decisiones sin miedo a ser juzgados y no tomar personal cuando la
gente se aleje.
Recuerda que tú eres mucho más que tus heridas. No permitas que ninguna te defina de
forma negativa o que te controle, antes bien, contrólales tú y haz de ellas un medio de
fortaleza, la catapulta hacia tu sanación.
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Podemos ir por la vida sintiéndonos los muy “salsas”, ser altaneros pretendiendo que no
necesitamos de nada ni de nadie. Sin embargo, eventualmente nuestra
aparente seguridad, que no es más que orgullo y soberbia disfrazada de invulnerabilidad,
nos cobrará la factura. Es una realidad y nos guste o no somos seres emocionales
“necesitados” de muchísimas cosas, en especial de amor, cariño, ternura, comprensión,
afecto, protección, entre otras más. La manera en que estas necesidades fueron
satisfechas en la niñez determinará la forma en que actuaremos como adultos.
Pero, ¿qué sucedió, acaso nuestros padres no nos amaban o que nuestros cónyuges eran
malos o tontos? ¡Por supuesto que no! Ellos nos dieron lo que sabían y tenían para darnos
y no necesariamente lo que necesitábamos. A su noble manera, nos llenaron del amor que
ellos creían era el mejor y quizá nunca cayeron en cuenta que ellos también traían heridas
arrastrando desde su niñez y lo que hicieron de manera inconsciente fue “heredarnos” sus
carencias y darnos su amor según su corazón, “a su manera”.
La buena noticia es que toda herida puede sanarse para que después nosotros podamos
dar y recibir el amor de una manera más sana y consciente.
Nuestro cuerpo puede sufrir heridas por un accidente o agresión. También hay heridas en
nuestras emociones, en nuestra fe, en el amor, etc.
Cuando una persona ha estado en una relación afectiva profunda y esta persona es
traicionada esta sufre una herida emocional. Podemos decir que su cuerpo está sano
pero la persona interiormente está herida. Lo que pasa en nuestro cuerpo, pasa en
nuestro espíritu y emociones. Hay heridas, tanto del cuerpo como del alma, que se
vuelven crónicas y que parece que no cicatrizan.
Por ejemplo, esa niña que estaba en el colegio muy bien cuidada, se sentía como pez en el
agua y por momentos hasta la dueña del instituto. Todo iba bien durante el día, pero nada
más llegaba la hora de la salida y sufría tremendamente porque de manera continua
olvidaban recogerla, ella se sentía abandonada y no amada. La niña creció con una
profunda huella de abandono y por años vivió con terror al desamparo. Creció y
boicoteaba todas sus relaciones; inconscientemente ella abandonaba antes de que a ella
la abandonaran. Ese fue el mecanismo de defensa que desarrolló.
Las heridas emocionales “no son pecado”, pero sí nos hacen más vulnerables a caer. Es
importantísimo que tengamos claro que estas heridas pueden desembocar en
problemas emocionales severos y que no sanarán “únicamente” con el paso del tiempo,
es decir, no se resolverán por sí solas.
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Es típico que no sepa explicar por qué estoy teniendo un mal día y también tengo
problemas para solucionarlo.
Esto se debe, según me dijo una vez un psicólogo, a que no tengo ni idea de lo que estoy
sintiendo.
Necesitamos sanar
Por pequeñas que sean mis heridas, me resulta difícil dejarlas atrás. Como pastor, hablo
con personas que buscan consejo y oración y descubro que los dolores y los traumas
pasados pueden persistir como una herida abierta.
Quizás sea un recuerdo de la infancia o un acontecimiento más reciente, pero igualmente,
si se deja sin resolver, esa herida pasada continuará teniendo consecuencias negativas
regularmente.
Una falta de curación interior puede destruir matrimonios y amistades. Nos hace
comportarnos de forma autodestructiva y puede imposibilitar nuestra paz interior.
Presentamos a san Ignacio de Loyola, sacerdote del siglo XVI y fundador de los jesuitas. Su
vida estuvo marcada por múltiples acontecimientos traumáticos.
Su madre murió siendo él muy joven, estuvo involucrado en varios altercados violentos,
mató a un hombre durante un duelo y en una batalla sufrió la mutilación de su pierna por
una bola de cañón.
Como resultado de su lesión, se sometió a diversas cirugías dolorosas sin anestesia. Fue
durante su recuperación que empezó a replantearse su vida y a empezar a hacer cambios.
Más tarde publicaría sus Ejercicios espirituales, que detallan su método práctico para
lograr la libertad espiritual.
Una parte de este proceso, denominada Examen, es útil para examinar heridas, errores y
motivaciones para acciones del pasado.
Aquí tenéis su meditación diaria de cinco pasos para ayudaros a traer luz sobre heridas del
pasado y abrir el camino a la sanación… Entra en la galería de imágenes:
1. Busca iluminación
Con esto, san Ignacio quiere decir que debemos ampliar nuestra perspectiva. Es
demasiado fácil fijarse en las heridas del pasado y permitir que se conviertan en nuestra
identidad, por lo que, con el tiempo, llevar ese peso nos aísla.
Vernos con nuevos ojos es tremendamente útil. Ignacio particularmente tiene en mente
buscar una perspectiva piadosa, desde Dios, pero también es bueno buscar el apoyo de
amigos y familiares.
2. Da gracias
Echa un vistazo honesto a tu día, incluyendo qué heridas pueden haberse acumulado y
qué heridas pasadas aún persisten. A menudo me tomo un tiempo a solas al final del día
para reflexionar y considerar honestamente cómo me encuentro, preguntándome qué
emociones estoy experimentando e identificando su origen.
Las emociones fuertes significan que tengo que hurgar más para resolver lo que está
pasando en mi alma. Los psicólogos están de acuerdo en que es vital hacer esta revisión,
identificar las emociones y trabajar para entenderlas.
4. Sé responsable
Es duro, pero no importa quién me haya hecho daño, no puedo usarlo como excusa para
mis faltas. Uno de los pasos para sanar es romper el ciclo de comportarse mal.
Aunque me afecten negativamente las heridas del pasado, no puedo permitir que la
negatividad sature el resto de mi vida y controle mi comportamiento. Cuando asumimos la
responsabilidad de nuestras acciones, nos hace libres para tomar decisiones positivas en
el futuro.
No tenemos que vivir cautivos de nuestro pasado para siempre. El futuro resplandece
para cada persona sin importar qué experiencias nos llevaron a cada uno a donde estamos
hoy. San Ignacio aconseja que cada día hagamos una resolución para ser la mejor versión
posible de nosotros mismos.
A lo largo de su vida, san Ignacio encontró en sus meditaciones un modo eficaz de dejar
atrás su pasado y progresar hacia el tipo de persona que quería llegar a ser.
Su influencia se sigue sintiendo ampliamente hoy en día, ya que personas de todos los
ámbitos de la vida utilizan sus métodos prácticos para progresar en el autoconocimiento,
comprender sus emociones y encontrar sanación.
«Dios desea visitarnos en nuestras heridas,
miedos, pobrezas...»
La confusión del posconcilio llevó al joven Jacques Philippe (Metz –Francia–, 1947) a
alejarse de la fe. Después de su conversión, a los 29 años ingresó en la recién fundada
Comunidad de las Bienaventuranzas, donde ha asumido importantes encargos. Formado
en Tierra Santa, desde su ordenación sacerdotal en 1985 su principal tarea ha sido la
predicación y la dirección espiritual. Fruto de ello son una docena de libros, de los que se
ha vendido más de un millón de copias en 22 idiomas
En nuestra sociedad cada vez se oyen más comentarios negativos sobre la Navidad, a
veces incluso entre católicos. ¿Hemos dejado que nos roben esta fiesta?
Sí, un poco. Se ha convertido en algo muy comercial. Era una celebración muy hermosa y
creo que hay que recuperar su verdadero sentido. Es bonito e importante que haya
momentos de fiesta, de celebración en familia. Pero quizá tenemos que simplificar las
cosas, y sobre todo centrarnos en lo esencial: Dios viene a morar en medio de nosotros, la
presencia de Jesús Niño. Ahí hay un misterio muy bello y muy profundo.
Una de las razones por las que algunos temen estas fiestas es la ausencia de los seres
queridos. ¿Qué podemos hacer cuando la nostalgia oscurece lo que debería ser alegría?
A algunas personas les cuesta vivir esta alegría porque afloran heridas. También hay gente
que en Navidad sufre la soledad, mientras se ven fiestas, luces por todas partes, gente que
se reúne… No hay una receta. Creo que es importante estar atentos a los demás y que
nuestra forma de festejar no sea una ofensa para ellos sino, al contrario, intentar que todo
el mundo pueda celebrar. Intentar encontrarse con otros. Y, sobre todo, ir a lo esencial, a
esa dimensión de oración y de acoger en nuestros brazos y en nuestro corazón la ternura
de Cristo, que quiere compartir nuestra vida, sanar nuestras heridas, consolar nuestra
soledad. El Niño Jesús es toda la ternura de Dios, que nos dice: «Aquí estoy, no para
juzgaros ni condenaros, sino para amaros con dulzura, con sencillez y desde la humildad».
¿Y si, como les ocurre a muchos fieles, pasan estas semanas e interiormente ni nos
damos cuenta?
Es importante no anticiparse, a veces las cosas no se desarrollan según el escenario que
nos marcamos. Si lo que verdaderamente esperamos es a Dios, si deseamos su presencia y
queremos abrirnos a Él, puede haber buenísimas sorpresas y regalos para toda la vida. Es
lo que vivió santa Teresa del Niño Jesús. Con 14 años era todavía muy frágil a nivel
emotivo, dependía mucho de los demás. Y en Navidad recibió una gracia de conversión,
para salir de sí misma, y una fuerza que le permitió hacerse realmente adulta. Tuvo el
sentimiento de que el Señor la visitó. No siempre viviremos cosas espectaculares, pero es
a eso a lo que debemos prepararnos; por ejemplo, rezando delante del belén y viviendo la
Misa del Gallo como un encuentro con el Señor.
Esta forma despistada de vivir la Navidad, ¿puede deberse a que en lo exterior tenemos
un mes y medio de Navidad… sin Adviento?
Las cosas son así. El Adviento es un tiempo precisamente para prepararnos para su venida,
para renovar nuestro deseo, nuestra sed, nuestra esperanza. Y hay que aprovechar el
alimento que nos da la Iglesia: las lecturas bíblicas o libros de oración. Si integramos esa
dimensión la Navidad será más profunda, porque no será simplemente ese regalo que se
compra. Los regalos son cosas hermosas, porque expresan nuestro amor. Pero sobre todo
tenemos que preparar nuestro corazón. Tampoco hace falta complicar las cosas. Si
hacemos cada día un rato de oración, Dios ve nuestro deseo y nuestra espera y viene. No
siempre como lo imaginamos, a veces será de forma muy discreta, muy sencilla.
Pero su deseo es visitarnos precisamente ahí donde estoy herido, donde estoy solo, donde
tengo miedos, pobrezas, tibiezas, sufrimientos. Esos lugares son los que hay que preparar,
sencillamente tomando conciencia de qué hay en nuestro corazón y ofreciéndoselo a Dios.
Si lo deseamos de verdad y tenemos confianza, algo sucederá.
Usted ha ayudado a miles de personas a rezar mejor. ¿Cómo reza Jacques Philippe en
Navidad?
[Ríe] No tengo un programa fijo. El hecho de pertenecer a una comunidad religiosa ayuda
mucho, porque están todos los textos de la liturgia [que rezamos]. Creo que se trata sobre
todo de renovar nuestra oración para renovar nuestra sed, nuestro deseo, nuestra
esperanza: qué esperamos, a quién esperamos. Y renovar también nuestra esperanza, la
confianza de que el Señor quiere estar más presente en nuestra vida. Hemos sido creados
para Dios y cada tiempo de espera como este viene a recordarnos que la nuestra no es
una vida cerrada sobre sí misma con un horizonte terrestre, sino que hemos sido hechos
para Dios, para el cielo.
¿Y María?
Es bueno también ponernos en sus manos, por ejemplo, rezando el rosario personalmente
o en familia. Ella pasó tiempo esperando a su hijo, preparándose para su venida, deseando
ver su carita… Y por eso puede ayudarnos.
Nosotros creemos en un Dios encarnado. ¿Cómo debe eso marcar nuestra vida y nuestra
forma de orar, en comparación con quienes no creen o pertenecen a otras religiones?
La gran diferencia es que a quien esperamos es a Jesús, y Él ya ha venido. En el centro de
todo está la persona de Cristo, Dios que se hace presente en la humanidad de Jesús para
estar lo más cerca posible de nosotros. Y desea seguir viniendo para estar más presente
aún en nuestra vida, hasta el día en que venga de forma definitiva. El Adviento nos vuelve
hacia la venida del Señor al final de los tiempos antes de centrarnos en el misterio de la
Navidad.
¿Por qué para muchos ha dejado de ser atractiva la realidad de un Dios personal y
encarnado y, en cambio, sienten más interés por las espiritualidades orientales?
El hombre necesita espiritualidad, y a veces cree que conoce el cristianismo pero tiene
una idea errónea del mismo y le resultan más interesantes esas otras espiritualidades. No
hay que despreciar esa búsqueda, porque la persona que busca sinceramente terminará
por encontrar a Dios. Pero me parece que hoy en día hay una dificultad.
¿Cuál?
Todo el mundo tiene esa necesidad de buscar algo más grande que la simple realidad
sensible. La gente está dispuesta a hacer espiritualidad, a hacer meditación, a tener
distintas experiencias; pero con frecuencia a condición de seguir siendo la dueña de ellas.
Así que, de partida, se pone un límite. Creo que aquí tenemos una barrera para entrar en
el misterio cristiano: al introducirnos en él, tenemos que reconocer que el centro, los
amos, no somos nosotros, sino Dios. Es una puerta estrecha por la que nos cuesta pasar.
Y, sin embargo, es la que nos lleva a la verdadera libertad, porque en el momento en que
Cristo es el Señor y le seguimos con confianza; ahí entramos en la realidad profunda, en la
profundidad del amor. Cuando uno quiere saborear la profundidad de ese amor hay que
entender que el amor es donar la vida. Y eso es lo que más cuesta aceptar.
En la Navidad hay un misterio de humildad, de pequeñez, de abajamiento; pero en
absoluto de sumisión, porque la razón profunda es el amor infinito de Dios, que es
todopoderoso pero se hace pequeño por amor; no para arrasarnos sino, al revés, para
hacernos libres.
Y esto nos ayuda a entender la verdadera magnitud de la humildad. No es el poder lo que
realiza la verdadera grandeza del hombre, sino el ser capaz de amar como Él ama, de
hacerse pequeñito por amor ante el otro. No para aplastarlo, no para que uno se
desprecie a sí mismo, sino para darle todo el amor que pueda. Un amor que no es
dominar, no es poseer, sino acoger y estar cerca del otro; y eso supone la humildad.
María Martínez López