El Greco. No fue fácil ser El Greco.
El Greco. No fue fácil ser El Greco.
El Greco. No fue fácil ser El Greco.
Marías no habla a humo de pajas. Para sustentar sus tesis puede preciarse de
haber tenido acceso a un material fundamental, las 20.000 palabras escritas
por el Greco que desmienten, una y otra vez, el montaje creado en torno a su
figura.
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Eso sí, cuando aborda temas religiosos -y aquí viene lo más genial de El
Greco-, sabe que únicamente puede ser fiel a la verdad mostrando tanto lo
tangible como lo misterioso, pues ni un belén es sólo un retrato de grupo
con acompañamiento animal ni los ángeles pueden ser pintados como
labradores; de hecho, él los pinta deshilachados, etéreos, con la inconsistencia
de las nubes.
Arribista de poca fortuna, pues hacía por llevarse bien con los jueces y
administradores de Toledo, pero no logró el favor del rey, hablaba en un
'itañolo' terrible pese a que llegó a vivir 35 años en España. Hacia 1586
empieza a pasar estrecheces al no recibir encargos de la entidad de 'San
Mauricio' o 'El entierro del conde de Orgaz'. En 1608 sufre un revés de salud,
posiblemente un ictus, y la cotización de sus cuadros se resiente aún más por
desconocerse si estaban pintados por él o por su taller.
La visión del artista que ofrece Fernando Marías, tan alejada de El Greco de
tesis que se construyó a partir de la biografía de Manuel Bartolomé Cossío de
1908 -que sólo tuvo acceso a 37 documentos-, es la de un personaje «más
vital y complejo», la de un «inconsciente» henchido de valentía que quizá
pueda abrirse paso entre los clichés durante el Año Greco que estamos
celebrando.
Entre las buenas nuevas que nos ha traído el IV Centenario de su muerte está
otra reedición, la de uno de los textos que resultaron capitales para consolidar
la recuperación del artista iniciada por los hombres del 98, El Greco y Toledo,
del eminente médico y humanista Gregorio Marañón. El libro, publicado en los
50 por Espasa Calpe y ahora retomado por RBA, sitúa a la ciudad castellana
como «marco geográfico, histórico y sentimental» de la obra del cretense, «así
como un fascinante viaje al Toledo de los siglos XVI y XVII» que cautivó para
siempre a Marañón, como se lee en la nota preliminar a la reedición.
En el prólogo, Fernando Marías escribe que Toledo no hace sólo las veces de
telón de fondo del ensayo sino que se erige en «tercer protagonista de un
complejo triángulo intelectual y vital» junto a El Greco y Marañón.
Marías considera que la obra de Marañón dibuja ya un personaje mucho más
complejo de lo que se pensaba. La relación de adjetivos complementa y amplía
la que ya se ha desgranado hasta aquí: «Exótico, teólogo, inteligente,
intelectual, agudo, irónico, melancólico, introvertido, altanero, de humor
intransigente y atrabiliario, rebelde, arbitrario». ¿Alguien da más?
Para Leticia Ruiz Gómez, conservadora del Museo del Prado y su jefa de
Pintura Española del Renacimiento, la mentalidad oriental de El Greco se va
acomodando en Toledo a los deseos de la feligresía católica; su pintura
revela una «absorción asombrosa de la tradición bizantina, italiana y
veneciana» y supone una suerte de síntesis superadora de todas ellas.