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El Greco. No fue fácil ser El Greco.

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ARTE

No fue fácil ser El Greco


Pendenciero, arrogante, descreído, melancólico, impredecible, soberbio,
rebelde... El pintor por el que todos brindaremos este 2014 fue uno de los
grandes salvajes de su tiempo

Autorretrato de Doménikos Theotokópoulos, El Greco.

Si hay alguna autoridad indiscutida en el estudio de la figura de El Greco ésa


es la del catedrático de Historia del Arte Fernando Marías, comisario de la gran
exposición que se inaugura hoy en Toledo y especialista tanto en el pintor
cretense -o candiota, como le gusta precisar a él- como en Velázquez. Marías
defiende que en torno a El Greco se ha construido un mito, un cliché que él
lleva años intentando desmontar.
Ya lo hizo en 1997 al publicar su 'Biografía de un pintor extravagante', que
ahora reedita la editorial guipuzcoana Nerea con un 20% más de texto y un
nuevo prólogo, e insiste en este Año Greco en el que piensadar la batalla
definitiva contra la imagen falseada, conscientemente o no, del artista,
deformada según su criterio no por un defecto de visión como el que se le ha
atribuido al cretense sino por un interés de carácter político.

Marías no habla a humo de pajas. Para sustentar sus tesis puede preciarse de
haber tenido acceso a un material fundamental, las 20.000 palabras escritas
por el Greco que desmienten, una y otra vez, el montaje creado en torno a su
figura.

El autor madrileño sitúa el origen del estereotipo sobre Doménikos


Theotokópoulos en el clima de abatimiento que se vivía en España tras del
Desastre del 98, que puso en marcha un mecanismo deautorreivindicación
necesitado de nuevos símbolos. Era conveniente, pues, hacer de El Greco un
emblema de lo español que, además, entroncara con la gran tradición nacional
que representaban Velázquez y Goya.

Para redondear la faena, convenía un estereotipo de pintor no ya religioso sino


hasta piadoso, místico y, por supuesto, ajeno a sus orígenes y a sus años
de trabajo en Italia. Y, aprovechando que su nombre griego era realmente difícil
de recordar, el camino estaba allanado para nacionalizarlo y dotarlo de todos
los atributos genuinamente españoles.

El problema es que, de los 500 documentos disponibles en la actualidad y


de las propias palabras de El Greco, el retrato que se obtiene es el de un
hombre sumamente "orgulloso y pagado de sí mismo, pendenciero, lenguaraz,
caprichoso", un artista de tema religioso a quien la religión parece producirle
cierta alergia, un adúltero que parece que había dejado abandonada a su mujer
y su familia en Creta.

Pedir explicaciones

Es, en suma, alguien tan soberbio que es capaz de pedir explicaciones al


cardenal Farnese, a la sazón frustrado candidato a Papa y seguramente no
dado entonces a muchas bromas, por haberle echado de su propia casa y que
sentencia que Miguel Ángel no sabe pintar y más valdría borrar 'El juicio
final' para que él lo pintara de nuevo... al óleo, no al fresco.

Después de intentar sin éxito ganarse el favor de Felipe II en Madrid,


Theotokópoulos llega a Toledo, donde se ve enredado en una maraña de
pleitos, amores y necesidades alimenticias que le llevan a establecerse como
empresario de retablos, una suerte de artista multimedia de la época y, a partir
de 1600, como grabador de estampas que vender a precios módicos «para
llegar a fin de mes».

Eso sí, cuando aborda temas religiosos -y aquí viene lo más genial de El
Greco-, sabe que únicamente puede ser fiel a la verdad mostrando tanto lo
tangible como lo misterioso, pues ni un belén es sólo un retrato de grupo
con acompañamiento animal ni los ángeles pueden ser pintados como
labradores; de hecho, él los pinta deshilachados, etéreos, con la inconsistencia
de las nubes.

Arribista de poca fortuna, pues hacía por llevarse bien con los jueces y
administradores de Toledo, pero no logró el favor del rey, hablaba en un
'itañolo' terrible pese a que llegó a vivir 35 años en España. Hacia 1586
empieza a pasar estrecheces al no recibir encargos de la entidad de 'San
Mauricio' o 'El entierro del conde de Orgaz'. En 1608 sufre un revés de salud,
posiblemente un ictus, y la cotización de sus cuadros se resiente aún más por
desconocerse si estaban pintados por él o por su taller.

La visión del artista que ofrece Fernando Marías, tan alejada de El Greco de
tesis que se construyó a partir de la biografía de Manuel Bartolomé Cossío de
1908 -que sólo tuvo acceso a 37 documentos-, es la de un personaje «más
vital y complejo», la de un «inconsciente» henchido de valentía que quizá
pueda abrirse paso entre los clichés durante el Año Greco que estamos
celebrando.

Entre las buenas nuevas que nos ha traído el IV Centenario de su muerte está
otra reedición, la de uno de los textos que resultaron capitales para consolidar
la recuperación del artista iniciada por los hombres del 98, El Greco y Toledo,
del eminente médico y humanista Gregorio Marañón. El libro, publicado en los
50 por Espasa Calpe y ahora retomado por RBA, sitúa a la ciudad castellana
como «marco geográfico, histórico y sentimental» de la obra del cretense, «así
como un fascinante viaje al Toledo de los siglos XVI y XVII» que cautivó para
siempre a Marañón, como se lee en la nota preliminar a la reedición.

En el prólogo, Fernando Marías escribe que Toledo no hace sólo las veces de
telón de fondo del ensayo sino que se erige en «tercer protagonista de un
complejo triángulo intelectual y vital» junto a El Greco y Marañón.
Marías considera que la obra de Marañón dibuja ya un personaje mucho más
complejo de lo que se pensaba. La relación de adjetivos complementa y amplía
la que ya se ha desgranado hasta aquí: «Exótico, teólogo, inteligente,
intelectual, agudo, irónico, melancólico, introvertido, altanero, de humor
intransigente y atrabiliario, rebelde, arbitrario». ¿Alguien da más?

Marañón refutaba ya en 1956 la llamada falacia del Greco, la de su supuesto


astigmatismo -defendido ardientemente, entre otros, por el doctor Beritens-, al
proponer que el pintor se daba a «una representación dinámica, en una
vibración alargada de las figuras celestes». También ponía en tela de juicio su
posible locura en favor de la creencia de Cossío de que simplemente empleó
modelos de enajenados para pintar a algunos de los santos salidos de sus
pinceles.

Marañón se explayaba contra la extravagante tesis de Aldous Huxley de que


la aspiración celestial de las figuras de El Greco se veía traicionada por una
voluntad subconsciente que les hacía volverse hacia su interior. El ensayista
madrileño considera que ningún otro artista «ha expresado en el grado de
Theotokópoulos la ascensión hacia la eternidad».

Acrobacia del pensamiento

A las objeciones de Ortega y Gasset sobre los «ejercicios de


descoyuntamiento» de las creaciones del candiota, Marañón opone la pregunta
retórica de que la labor del intelectual «¿qué otra cosa es que pura
acrobacia?». Y remata: «La misma filosofía es la acrobacia, a veces
sublime, de las ideas», así que cómo reprochar a El Greco el «fervor
acrobático» de sus lienzos.

Gregorio Marañón disertaba sobre el carácter ascensional de la pintura del


cretense y se apuntaba a la teoría de Cocteau según la cual el secreto de su
arte residía en la interpretación de la sombra. Sus figuras celestiales, escribe,
«son sombras, con la proporción de las sombras porque son almas» de
acuerdo con una creencia de claras reminiscencias orientales.

Para Leticia Ruiz Gómez, conservadora del Museo del Prado y su jefa de
Pintura Española del Renacimiento, la mentalidad oriental de El Greco se va
acomodando en Toledo a los deseos de la feligresía católica; su pintura
revela una «absorción asombrosa de la tradición bizantina, italiana y
veneciana» y supone una suerte de síntesis superadora de todas ellas.

La restauradora santanderina acaba de completar la restauración del


monumental 'Expolio' del candiota, la obra de mayor tamaño que éste había
afrontado hasta entonces. A partir del 8 de septiembre y hasta el 9 de
diciembre, será la comisaria de la exposición que cerrará el IV Centenario, El
Greco: arte y oficio, una muestra que, para no pisarse con las demás
programadas este año, mostrará de forma pedagógica cómo era el taller del
pintor en Toledo, con especial atención a los artefactos de toda clase allí
empleados, y rastreará los vínculos entre obras del artista repartidas por el
mundo entero.

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