3.1 BERNAND y GRUZINSKI
3.1 BERNAND y GRUZINSKI
3.1 BERNAND y GRUZINSKI
y Serge Gruzinski
Historia
del Nuevo Mundo
Del Descubrimiento a la Conquista.
La experiencia europea, 1492-1550
CARMEN BERNAND Y SERGE GRUZINSKI
HISTORIA
DEL NUEVO MUNDO
Del Descubrimiento a la Conquista
La experiencia europea
1492-1550
Cu b a , 1517. ¿Sería en las proezas de Amadís con las que soñaría Bemal
Díaz del Castillo frente a la mar? ¿Con las promesas de remotas expedi-
ciones hacia tierras afortunadas? ¿O con Medina del Campo, su ciudad na-
tal? Se había disipado el suave aroma del estoraque. El sol del mediodía
había consumido los “vapores de la tierra” que se elevaban de las cenizas
de las fogatas encendidas por los indígenas para moderar la frescura de la
noche. El silencio sólo era roto por los gruñidos de un cerdo que hozaba el
campo de un indígena abrumado, quien apenas tenía fuerzas para apartar
al animal. En la bahía, algunos postes demolidos surgían de las olas, úni-
cos vestigios de los criaderos de mujoles, que poco antes aún conservaban
los naturales. Cortejos de flamencos de color rosa, “no parecen sino greyes
de ovejas señaladas o almagradas”, volaban sobre el agua salada. Indife-
rente a la mancha de sangre que avanzaba por el mar,{Bemal Díaz del Cas-
tillo no había olvidado su primera experiencia, la expedición que lo había
llevado tres años antes a la costa atlántica de Panamá, la pesadilla de
Castilla del Oro, la caída de hombres en las marismas con vapores envene-
nados. Los guerreros vestidos de seda que habían agonizado lánguidamen-
te o que murieron de hambre, habían sin embargo rozado la gloria en la
Italia del Gran Capitán. Pero la ociosidad de las islas, regada con un “vino”
agrio del país, en tomo de una iguana asada o de una rebanada de tortuga,
¿valía más que los espejismos del continente?1-]
So b r e l a f r o n t e r a d el Nu e v o Mu n d o (1492-1517)
1 Las Casas (1986), t. n, p. 511: "Es cosa de ver cuando se comienzan a colorar, que como
siempre están 500 y 1000 juntas no parecen sino greyes de ovejas señaladas o almagradas;
comunmente no andan volando como las grullas, sino que siempre o casi siempre están en la
mar, todas las zancas o piernas metidas en el agua salada, los pies en el suelo, que no les lle-
gue a la pluma el agua"; H. Colón (1984), p. 168; Avalle-Arce (1990), pp. 133-135, 38; Sáenzde
Santa María (1984), p. 128.
219
220 EL NUEVO MUNDO
La Es pa ñ o l a , pr e s a d e l o s in v a s o r e s
Mu e r t o s e n m o r a t o r ia : l o s in d íg e n a s
Sin embargo, los primeros contactos fueron casi idílicos. Los paisajes, los
seres vivos y las cosas dejaron maravillado a Colón, y la investigación con-
fiada al religioso catalán Ramón Pané da testimonio de una sensibilidad a
la diferencia no menos notable.9 Pero, pasada la etapa inicial, la mirada
sobre esas poblaciones se endureció, y luego llegó a la indiferencia, animán-
dose sólo para expresar la irrisión o la curiosidad divertida: algunos ob-
servadores notan invariablemente la tez "olivácea" de la piel de los natura-
les, la sensualidad desenfrenada —con un loque de sodomía—, la poligamia,
el culto a objetos extraños, la embriaguez provocada por el tabaco —otro
descubrimiento—, los sacerdotes adivinos, mitad estafadores, mitad cu-
7 Chaunu (1969b), p. 227; Lockhart y Schwartz (1983), pp. 68-71.
8 Chaunu (1969a), pp. 213, 195-196; Pané (1977), p. 200; Elliott en Bethell (1988), p. 18.
9 Pané (1977); H. Colón (1984), pp. 184-206.
224 EL NUEVO MUNDO
porque capas no las trayan ni tampoco tenían las caberas ni las tienen como
otras gentes, sinon de tan rezios y gruessos cascos quel principal aviso que los
christianos tienen quando con ellos pelean, es no darles cuchilladas en la cabera
porque se rompen las espadas. Y assí como tienen el casco grueso, assí tienen el
entendimiento bestial y mal inclinado, como adelante se dirá de sus ritos y ceri-
monias y costumbres.
¿El descubrimiento del canibalismo entre los caribes da a los españoles
una justificación en su rechazo y confirma el estereotipo. El tema es tanto
más sensible cuanto que, en más de una ocasión y bajo la presión de las
circunstancias y del hambre, algunos europeos serán tentados por esta prác-
tica que les parece monstruosa.1 ÓJ
¿Es difícil evocar la mirada de los vencidos, de esos tainos que poblaban
las islas, primera humanidad americana que recibió el choque del Occi-
dente. De hecho, pocos trataron de recoger las reacciones de aquellos a quie-
nes la muerte debía tan pronto suprimir. No los imaginemos unánime-
mente pasivos, fascinados con los objetos de Europa que se les “ofrecen" a
puñados —“cuentas de vidrio, cascabeles, campanillas, la menor chuche-
10 Oviedo (1547), f. Lr°: “Era el exercicio principal de los indios desta ysla [...] mercadear y
trocar unas cosas por otras, no con la astucia de nuestros mercaderes, pidiendo por lo que
vale un real mucho mas, ni haziendo juramentos para que los simples los crean; sino muy al
revés de todo esto y desatinadamente porque por maravilla miravan en que valiesse tanto lo
que les davan como lo que ellos bolvían en precio o trueco; sino teniendo contentamiento de
la cosa por su passatiempo, davan lo que valía ciento por lo que no valía diez ni aun cinco”;
xuw‘; * xxw (los Caribes); H. Colón (1984), p. 94; p. 211: "[el hambre] fue tan grande que
muchos [españoles], como caribes, querían comerse los indios que llevaban; y otros, por
ahorrar lo poco que les quedaba, eran de parecer que se les tirase al mar”; De Rebus Gestis
(1971), p. 323; Cabeza de Vaca (1977), p. 77.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 225
11 H. Colón (1984), pp. 165-166, 180, 203, 167: "llegó a los navios un indio muy joven
diciendo que se quería ir a Castilla. Detrás de él vinieron muchos parientes suyos y otras per-
sonas en sus canoas, rogándole con grandes instancias que se volviese a la isla; pero no
pudieron apartarlo de su propósito. Antes bien, para no ver las lágrimas y los gemidos de sus
hermanas, se puso en parte donde nadie pudiera verlo. Maravillado el Almirante de la cons-
tancia de este indio, mandó se le tratara muy bien”.
'2 Sauer (1984), pp. 235 y 304.
226 EL NUEVO MUNDO
13 Oviedo (1547), f. xxvir°; Chaunu (1969b), p. 129; Pagden (1982), pp. 30-31.
14 H. Colón (1984), p. 176: “Mataron ocho lobos marinos que dormían en la arena y
cogieron también muchas palomas y otras aves; porque no estando habitada aquella isleta, ni
los animales acostumbrados a ver hombres, se dejaban matar a palos."
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 227
Los e u r o pe o s : e l in f ie r n o y e l pa r a ís o
por aquellos edificios de la Isabela en una calle aparecieron dos rengleras a mane-
ra de dos coros de hombres que parecían todos como gente noble y del palacio,
bien vestidos, ceñidas sus espadas y rebozados con tocas de camino de las que
entonces en España se usaban; y estando admirados aquel o aquellos a quien es-
ta visión parecía, cómo habían venido allí a aportar gente tan nueva y ataviada
sin haberse sabido en esta isla dellos nada, saludándolos y preguntándoles cuándo
y de dónde venían, respondieron callando, solamente echando mano a los som-
breros para los resaludar, quitaron juntamente con los sombreros las cabezas de
sus cuerpos, quedando descabezados y desaparecieron; de la cual visión que-
daron los que lo vieron cuasi muertos y por muchos días penados y asombrados.19
[No todos los colonos se vuelven espectros. Los que, amargados o deses-
perados, vuelven a España a reclamar lo que se les debe, se unen contra el
almirante. Hernando Colón, hijo mayor de Cristóbal, tiene 12 años cuando
oye y ve a una cincuentena de hombres agitarse en el patio de la Alhambra
de Granada y gritar contra su hermano y contra él: "mirad los hijos del
Almirante de los mosquitos, de aquél que ha descubierto tierras de va-
nidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos! [...]
Tanto era su descaro que si el rey Católico salía, lo rodeaban todos y los
cogían en medio, gritando: ¡Paga, paga!” Los manifestantes habían com-
prado una gran cantidad de uvas y se habían sentado en la tierra del patio
(como vendedores moriscos) para mostrar a la corte el estado al que se ha-
llaban reducidos. Hernando Colón recordaría largo tiempo las pullas con
que lo perseguían. Otro testigo, Oviedo, lo confirma: "por cierto yo vi mu-
chos de los que en aquella sazón volvieron a Castilla con tales gestos que
me paresce que aunque el Rey me diera sus Indias quedando tal como
aquellos no me determinara a venir a ellas".20^]
"Ta n l e jo s d e Ca s t il l a ”
~D—
• Establecimiento español
-----------------------------------------------Mar Caribe
- 0 100 km --------------------------------------------------------------------------------------
i— J Según C.O. Sauer (1984)
21 Oviedo (1547), f. xxinv0; "como pudo bivir e escapar hombre de todos ellos mudándose a
tierras tan apartadas de sus patrias y dexando todos los regalos de los manjares con que se cria-
ron y desterrándose de los deudos y amigos y faltando la medicina..."; Chaunu (1969a), pp. 190,
201-213; De la Torre Villar (1974), p. 51. El caso de las doncellas Suárez, hijas de una familia
que al parecer fracasó en su instalación en Granada, se conoce gracias a López de Gómara (1542),
f. nir°; Scháfer (1935), p. 23.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 231
ffel espacio y el tiempo de las Indias ya no son los del mundo antiguo. El
espacio es inmenso, desconocidos los mares y nuevas las tierras. El tiempo
de las Antillas queda colocado bajo la alternancia de las lluvias y de la
sequía; desconoce la familiar separación en fiestas cristianas y trabajo en
el campo que se observa en la península, y transcurre más rápidamente
que en Europa: las plantas producen dos veces por año: "las hierbas y las
semillas fructifican y florecen de continuo”]]
La misma apreciación es hecha después por Pedro de Gante en México,
a comienzos del decenio de 1520: "esta tierra aventaja a todas las demás
del mundo porque no es fría ni caliente en demasía y en cualquier tiempo
se siembra y se cosecha por ser tierra de regadío”. La aceleración del tiem-
po también puede medirse por la velocidad con la cual lo que llega del
Viejo Mundo se trasplanta y se aclimata en las Indias "en tan breve tiempo
y en tierras tan apartadas de nuestra Europa”. A medida que se inventan
nuevas maneras de medir el tiempo, los europeos se acostumbran a vivir
en perpetuo cambio.22
£Los españoles son sensibles al nexo extremadamente aleatorio que man-
tienen con la península ibérica. Esta precariedad transforma las relaciones
entre los grupos y entre los individuos. Cuando Bemal Díaz recuerda que
sus compañeros de fortuna se sienten "tan apartados de Castilla sin tener
socorro ni ayuda salvo la gran misericordia de Dios”, expresa una deso-
lación que continuamente abruma a descubridores y conquistadores. Co-
mo contrapartida, el alejamiento favorece la improvisación, la toma de de-
cisiones individuales y la puesta en entredicho de la autoridad. En las islas
y en la franja continental, que se comienza a explorar a partir de 1498, son
comunes las iniciativas más desordenadas. Evidentemente, en esas tierras
vírgenes no se encuentran europeos ni organización eclesiástica ni red
señorial ni costumbre ancestral, es decir, ninguna señal, ninguna estructura
a la que pueda apegarse un cristiano. Al multiplicarse las situaciones límite,
ese radical cambio de ambiente precipita unas actitudes, unas reacciones,
unas elecciones que mezclan inextricablemente el pasado recién dejado y
el presente de las islas, la adquisición de las experiencias anteriores y lo
imprevisible de que está hecha la realidad de las Indias nuevas.23”]
[jEn el umbral del siglo xvi, mientras declina inevitablemente eípoder de
Colón, el "Almirante de los mosquitos”, La Española, antes que Cuba, se
llena de una población de desarraigados que no se establece en ninguna
parte, de destino incierto y a veces apenas más envidiable que el de los in-
dígenas. En abril de 1502 desembarcan en Santo Domingo cerca de 2 500
personas —administradores, clérigos, colonos y aventureros— en el séqui-
to del nuevo gobernador, Nicolás de Ovando.24]]
Los emigrantes, en su mayoría, como Las Casas, son originarios del sur
de la península. Y luego, a esos andaluces y extremeños se unen vascos, as-
turianos, valencianos, aragoneses: otros tantos grupos de costumbres y ha-
25 Lockhart y Schwartz (1983), pp. 65-67; Chaunu (1969a), pp. 213-214; Oviedo (1547),
ff. xxr°, xvnr°: “por la mayor parte en los hombres que exercitan el arte de la mar, ay mucha
falta en sus personas y entendimiento para las cosas de la tierra porque, demás de ser por la
mayor parte gente baxa y mal doctrinada, son cobdiciosos e indinados a otros vicios assi como
gula y luxuria y rapiña y mal sufridos"; ibid., f. xxinr°, xtxv“; ibid., f. xxr°; Gerbi (1978), p. 390;
Las Casas (1986), t. n, p. 546.
26 Chaunu (1969a), p. 229; H. Colón (1984), p. 178: en 1494 Colón cayó víctima de la
modorra, "la cual de golpe le privó de la vista, de los otros sentidos y de la memoria".
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 233
27 Chaunu (1969a), p. 224; Las Casas (1967), t. i, pp. 93, 38; Oviedo (1547), ff. xxv°, XLvnr°:
"sé que ya algunos christianos lo usavan, en especial los que estavan tocados del mal de las
bubas porque dizen los tales que en aquel tiempo que están así trasportados no sienten los
dolores de su enfermedad (...) Al presente muchos de los negros de los que están en esta ciu-
dad y en la ysla toda han tomado la misma costumbre y crian en las haziendas y eredamien-
tos de sus amos esta yerva"; ibid., f. x l ix v *.
28 Las Casas (1967), 11, pp. 93, 94; Oviedo (1547), vol. xxir0, xvnir°: "Aquellos primeros españo-
les que por acá vinieron quando tomavan a España, algunos de los que venían en esta demanda
del oro, si allá bolvían era con la misma color del, pero no con aquel lustre, sino hechos azamboas
o de color de a^afran o tericia y tan enfermos que luego desde a poco que allá tomavan se mo-
234 EL NUEVO MUNDO
Los Ro b in s o n e s d el Ca r ib e
Y, además, ricos o pobres tienen que soportar las travesías en malos na-
vios, podridos o carcomidos por la broma (un molusco), arrastrados por
las olas y el viento, sin ningún abrigo para guarecerse de las trombas o del
sol de los trópicos y, en caso de naufragio, con el riesgo de perecer devora-
dos por indios caribes, de ser comidos por sus mismos congéneres —a cada
uno su antropofagia— y, sobre todo, de morir de sed, el peor de todos los
fines. El mar y las riberas desconocidas reservan unas pruebas de las que
Oviedo, siempre al acecho de la vivencia, ya se trate de experiencias ordi-
narias o extremas, recuerda orgullosamente “que no se pueden assi apren-
der por los cronistas que no navegan".
QÉn esos dramas de los trópicos abundan los marinos que abandonan co-
bardemente a sus pasajeros, las travesías sin brújula y las barcas remenda-
das. Náufragos sagaces, inspirados en las prácticas indígenas, frotan varas
para obtener fuego; otros engullen la clara de los huevos de tortuga para
engañar la sed, beben la sangre fresca de animales capturados o se atreven
a mamar de una “loba de mar", es decir, de una foca, a riesgo de sufrir una
mordida terrible. Los Robinsones del Caribe son, asimismo, hijos del descu-
brimiento. Transforman las conchas marinas y los caparazones de las tor-
tugas en otros tantos utensilios de mesa y de cocina. Recuperan el múrice
para trazar con una tinta roja, sobre fragmentos de mapas, el mensaje tal
vez salvador; fabrican armas para cazar al tiburón, manera de matar el
tiempo y de mejorar la propia suerte. Pero más fácilmente logran masa-
crar las focas, cuyos despojos sirven como odres “de los más extraños”,
que ellos llenan de agua dulce.29 La supervivencia depende de esas faculta-
des de adaptación a las condiciones locales, y más de una expedición de
descubrimiento se ve reducida a inventar infatigablemente sustitutos de los
objetos y los productos de que llega a carecer: estopa, brea y cuerdas se fa-
brican con plantas indígenas o con materiales europeos cuidadosamente
reciclados: las camisas sirven para hacer velas, y con las crines de los caba-
llos se hacen cuerdasTj
CNo es posible dejar de evocar aquí, aunque es posterior en una genera-
ción, la aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Maravillosamente na-
rrada por su héroe, es un inventario rebosante de formas de supervivencia.
Una increíble odisea llevará al descendiente del conquistador de la Gran
Canaria, de la Florida al delta del Misisipí, y luego de Texas al noroeste de
México, por tierra y por agua. Naufragio interminable cuyos actores des-
aparecen uno tras otro, diezmados por el hambre, la sed, los indios, las olas
o los animalesJjY como Cabeza de Vaca se decide a ser comerciante y lue-
rían.” Podría ser, asimismo, una forma de hepatitis endémica, Jacques Ruffié y Jean-Charles
Soumia, Les épidémies dans ITiistoire de Vhomme, París, Flammarion, 1984, pp. 179-180.
29 Oviedo (1547), ff. CLXVtr°, CLxmr°-v°, CLXXVir0, c l x v u iv ®. Remitimos al lector al libro Último
de los infortunios y naufragios de casos acaecidos en las mares de las Indias e yslas y tierra firme
del mar océano que contiene, como su título lo indica, el detalle de esas catástrofes (f. CLXinr0,
y 5S.).
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 235
Ovo una persona que rezava una oración prolixa en la qual entrava Gloria in
excelsis Deo. Y en aquel passo estando a par del agua aparecieron cinco lobos
muy grandes nadando en el agua cerca del que orava y mostrando con alegría
como que reto^avan unos con otros y bolvían las barrigas encima del agua. Y
desde a poquito salieron todos cinco en tierra y pusiéronse alrededor del que
eslava en la oración hincado de rodillas; y los dos se pusieron a un lado y los
otros dos al otro y el uno delante del y comentaron a dormir y ovo lugar para
matar el uno dellos y con aquel fueron los lobos que mataron de que muchos
comieron en aquella isla trezientos y setenta y tres entre chicos y grandes.
Puede comprenderse que Oviedo, sin preocuparse míicho, por cierto, ha-
bla de "matanzas” de los "lobos de mar” y de que las focas hayan comen-
zado a escasear en las aguas antillanas. Años antes, otros españoles no
menos hambrientos habían exterminado los "perrillos” de La Española. Los
muertos de sed, los náufragos que deliran quemados por el sol, confundien-
do las nubes del sol poniente con carabelas que se acercan, los esqueletos
humanos que se arrastran sobre las playas van a unirse a los fantasmas sin
cabeza de la Isabela y a las muchedumbres indias, en las matanzas del des-
cubrimiento. Oviedo no tiene palabras para describir las pérdidas de los
30 Cabeza de Vaca (1977), pp. 55-56, 86.
236 EL NUEVO MUNDO
La f o r t u n a a l a l c a n c e d e l a ma n o
no sé que sabor o provecho hallaban en ellos (los tabacos). Cierto es que los indí-
Í genas tenían la costumbre de mezclar a la planta unos polvos narcóticos que
acentuaban sus deliciosos efectos. En cambio, aprenden a prescindir del vino
(con precios que no están al alcance de nadie, o imposible de conseguir), y de las
I europeas, y a superar el temor a las bubas venéreas que, supuestamente, trans-
miten sus parejas indígenas, por lo demás tan tentadoras. Los invasores asimilan
los rudimentos de la lengua taina y fijan precios de oro a los menores objetos
importados de España. Se hacen construir unas casas que no soportan la com-
paración con las chozas flamencas, se desplazan en canoa a lo largo de las costas
31 Oviedo (1547), ff. c l x x iw ", c l x x v iiiv 0; ibid., ff. xvnir°; Oviedo (1984), p. 261.
32 Sobre el concepto de "extrañamiento de la tierra", véase cap. iv.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 237
) y sobre los ríos, se balancean y duermen en hamacas, aunque con ello se resienta
su espalda. Maíz, piragua, canoa, cacique... son algunas de las palabras indíge-
I ñas que a través del castellano llegan a las lenguas europeas.33
33 H. Colón (1984), p. 162; Las Casas (1986), t. n, p. 513; t. i, p. 231; Oviedo (1547), ff.
xcinr° (las observaciones sobre el modo de contagio): "Está averiguado que este mal
c l x x ix v 0,
es contagioso y que se pega de muchas maneras: assi en usar el sano de las ropas del que está
enfermo de aquesta passión, como en el comer y bever en su compañía o en los platos y ta^as
con que el doliente come o beve. Y mucho mas de dormir en una cama y participar de su
aliento y sudor. Y muchos más aviendo excesso camal con alguna muger enferma deste mal,
o la muger sana con el hombre que estuviese tocado de tal sospecha", fif. XLixr".
34 Ibid., f. xxvni; Las Casas (1986), t. ni, pp. 191-192.
35 H. Colón (1984), p. 32: "humili loco seu a parentibus pauperrimus ortus*.
238 EL NUEVO MUNDO
Cu b a , t r a g e d ia in d íg e n a y m e l o d r a m a ib é r ic o (1511-1517)
38 Sauer (1984), p. 234; Lockhart y Ottc (1976), pp. 17-27; Cortés (1986), p. x l v ii ; Cervantes
de Salazar (1985), p. 100. Sobre la formación de Cortés y su universo mental, Elliott (1989),
pp. 27-41.
39 Sauer (1984), p. 299.
242 EL NUEVO MUNDO
—de tres a cuatro navios, y 300 colonos— y tres años después ya están fun-
dadas seis villas en Cuba. El renombre de las vetas auríferas atrae a los
colonos; los indios son repartidos, pero no todos los españoles logran
obtener alguno.40
El siniestro programa de La Española se repite en Cuba. Aquí las imáge-
nes de muerte desfilan aún con mayor rapidez. Aunque más extensa, la isla
de Cuba posee menos oro y menos indígenas. Vemos en ella los mismos
cuadros de un color rojo sangre: la fuga de los indios ante los caballos, la
búsqueda del metal precioso, la explotación a ultranza de las minas, de los
hombres, de las mujeres y de los niños, las aldeas despobladas, los indíge-
nas dispersos que se refugian en la Sierra Maestra o son deportados a los
placeres, los cultivos alimentarios abandonados, los más jóvenes y los más
viejos agonizando... Por mucho que las Leyes de Burgos (1512) reafirmen
la libertad de los indios y regularicen la práctica de la encomienda, sin em-
bargo la esclavitud y la explotación redoblan su intensidad. El propio Bar-
tolomé de Las Casas, que había recibido un repartimiento en la isla, hará,
años después, una descripción abrumadora. La agonía de la Cuba indígena
señala el paroxismo de la tragedia de las islas y precipita la conversión de
Bartolomé, ya conmovido por las prédicas de los dominicos de La Espa-
ñola. En 1515 el abate, apoyado por el afecto de su amigo Pedro de la Rente-
ría, renuncia a su repartimiento: "...el clérigo y el buen Rentería, que cierto
era bueno, tuvieron cuasi en un tiempo un motivo de compasión de aquestas
gentes y se determinaron de ir a Castilla a procuralles remedio de sus cala-
midades con el rey...”41 J
Sobre esta trama apocalíptica se agita el bullicioso mundo de los colo-
nos que han partido de La Española en busca de un oro que ineluctable-
mente se agota. Como Ponce de León, el descubridor de la Florida, o como
Pedrarias, el hombre del Darién, Diego Velázquez pertenece a los clanes
que a comienzos del decenio de 1510 precipitan la explotación de las Anti-
llas. Intercambios de servicios y de protecciones los ligan al obispo de Bur-
gos, Rodríguez de Fonseca, al secretario Lope de Conchillos, al tesorero
Pasamente y al séquito judeocristiano y aragonés de Fernando el Católico.
Las locas iniciativas de los descubridores y las brutalidades de los conquis-
tadores no deben hacemos olvidar que en España la pareja Fonseca-Con-
chillos logró el prodigio de monopolizar durante años los "asuntos de In-
dias”, dominando con mano maestra y a golpes de "capitulaciones” todas
las fases de la explotación de las tierras nuevas. Más adelante los flamen-
cos que aconsejan al futuro emperador, entre ellos "Monsieur de Chiévres”
—el ávido Guillaume de Croy, hijo de una vieja familia picarda—, se unirán
a la carga. Diego Velázquez, por su parte, pensará en casar con la sobrina
del obispo Rodríguez de Fonseca, de quien las malas lenguas decían que
realmente era hija del prelado.
Hay que recordar esas gigantescas redes de alianzas, esas estructuras de
complicidades, de servicios grandes y pequeños, prestados y por prestar,
como los ejes en torno a los cuales se aglutinan y se organizan los colonos
(pobladores) y los funcionarios de las islas. De las Indias, esas redes se re-
montan en España a los protectores influyentes, a la alta aristocracia, a los
miembros del consejo real, casi al rey. ¿Por qué, por ejemplo, Nicolás de
Ovando pierde en 1509 su gobierno de las Indias en favor de Diego Colón?
Es que el hijo mayor del almirante ha casado con una sobrina del duque
de Alba (quien tenía la ventaja de ser primo hermano del rey Femando) y
porque Fonseca-Conchillos y sus clientes en la isla habían conspirado para
su eliminación.42
En principio, el gobernador de Cuba permanece sometido a las autori-
dades de La Española, pero gracias a sus brillantes relaciones metropoli-
tanas, Diego Velázquez dispone de un amplio margen de acción, llevando
una vida fastuosa en la extremidad sudeste de la isla/en Santiago/El go-
bernador distribuye los indios según conviene a sus intéreséXracapara todo
el oro que puede y compra a los representantes de las "comunidades” de
europeos, pero siembra el descontento entre aquellos a los que mantiene
en la miseria. Cierto es que Velázquez gobierna casi sin desplazarse, pues-
to que su obesidad le impide participar en nuevas cabalgatas. El goberna-
dor prefiere mandar y manipular desde lejos las expediciones que él mis-
mo promueve. Pero los resultados no SQn satisfactorios, pues el poder y la
corrupción se ejercen mal desde lejos.43J
[Tas condiciones de los españoles instalados en Cuba, como en las otras
islas, varían en extremo. Los representantes de la Corona, los "hombres ri-
cos” que han recibido pueblos de indios que explotan hasta el agotamiento
—entre ellos Hernán Cortés— abruman con su desprecio a los soldados des-
provistos, inclinados a partir en busca de aventuras. Hidalgos, hombres de
armas y artilleros a veces tienen la experiencia de las guerras de Italia. Tal
es el caso de Umberto de Umbría, a quien en México Cortés confiará su arti-
llería. Otros han hecho sus primeras armas matando al indio insular en oca-
sión de una revuelta o de una razzia. Bien pueden aguerrirse más en el curso
de la conquista de Cuba, a la manera de Cortés que "se afanaba en las ma-
niobras, las marchas y las velas”.44 I
Algunos pilotos aguardan a que se les contrate, como aquel Antón de
Alaminos, nacido en Palos. Siendo niño, Alaminos había acompañado a
Colón. Ya adulto, guía a Ponce de León hacia la Florida en 1513 antes de
participar en las tres expediciones lanzadas hacia las costas mexicanas.
Llegará a ser uno de los mejores conocedores de las corrientes del Golfo de
México y el descubridor de la gran ruta de regreso hacia Sevilla, por vía del
canal de Yucatán y el estrecho de la Florida. Cuba cuenta también con al-
gunos mercaderes que amasan fortunas vendiendo alimentos y equipo a
las tripulaciones que unían las islas con la Tierra Firme, Castilla del Oro y
Panamá. Evidentemente, la gente de la costa y la del interior de España,
marinos y soldados, no sienten aquí más cariño unos por otros. El antago-
42 Sobre esos contratos de explotación, o sea las capitulaciones, véase cap. xi y Diego Fer-
nández (1987); Oviedo (1547), f. xxxiw°.
43 Cortés (1963), p. 26; Sauer (1984), p. 319.
44 De rebus gestis (1971), pp. 318 y 324.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 245
nismo es aún más enconado entre los marinos de Levante y los hombres
de tropa. Los levantinos son, ordinariamente, griegos del Mediterráneo
oriental y hasta esclavos moros capturados por los cristianos. Excluidos de
las ganancias pero no de los peligros, son los olvidados de la conquista y
del descubrimiento, pues "no ganábamos sueldos sino hambres y sed y tra-
bajos y heridas”. Pequeños comerciantes fletan canoas indígenas y alqui-
lan remeros para transportar cargamentos de camisetas de algodón|Hay
pocas mujeres europeas, como en La Española, pero las más bonitas son
festejadas y sueñan con matrimonios ricos que en un día las convertirán
en grandes damas. Los caballos, como los negros y las mujeres, son esca-
sos y caros. Si aún no existen bovinos y ovinos en la isla, en cambio pros-
peran las crías de puercos —Velázquez da, para el año de 1514, la cifra de
30 000 cabezas— que arrasan los cultivos alimentarios, destruyendo la fau-
na local —queda diezmada la hutía, roedor comestible, de carne sabrosa—,
mientras que los naturales, masacrados y hambrientos, desaparecen. En
suma, la rutina siniestra de las primeras oleadas de ocupación.4^
[Fuera de las redes de clientelismo y de amistad, de los nexos familiares y
de los compadrazgos, el individuo tiene poca importancia. Las afinidades
regionales a menudo suscitan amistades tanto como atizan rivalidades,
hasta el punto de que algunos años después, en el curso de la conquista
de México, Cortés podrá presentar su conflicto contra Narváez, el enviado de
Velázquez encargado de eliminarlo de la escena mexicana, bajo el aspecto
de un enfrentamiento entre castellanos y vascosTf'Nosotros somos de den-
tro de Castilla la Vieja [...] y aquel capitán [...]y la gente que trae es de
otra provincia que llaman Vizcaya, que hablan como los otomíes, cerca
de México."[Esto es pura y simplemente la transposición del desprecio que
sus interlocutores mexicas demostraban por los otomíes, de cuya rustici-
dad se burlaban. Sea como fuere, mucho antes de la conquista de México,
Cuba se había convertido, después de La Española, en lo que bien podemos
llamar “una trampa para cangrejos”46?^!
(^Volvamos a Cortés. El hombrecillo ae ley —letrado— que desembarca
en las Indias estaba ligado a Medina, el secretario del gobernador Nicolás
de Ovando. Aún más que en la vieja Europa, un hombre sin apoyo es aquí
hombre perdido y los desarraigos de las Indias suscitan su inmediato antí-
doto: la amistad oportuna de Medina. Cortés se ganó la protección de Die-
go Velázquez y, en ocasión de la conquista de Cuba, reforzó sus nexos con
éb]"Es el primero de sus amigos.” ÍE1 gobernador de Cuba fue padrino de
uno de sus hijos. Esas relaciones ae amistad y de compadrazgo, que des-
empeñan un papel importante en las sociedades ibéricas, duplicaban las
relaciones de orden profesional. Según Las Casas, por haber "estudiado
leyes en Salamanca y ser en ellas bachiller”, Cortés había desempeñado las
funciones de notario en una barriada de La Española antes de ser uno de
los dos secretarios de Velázquez y alcalde ordinario de Santiago de Cuba.
Pero la extensión de una red puede poner en los logros adquiridos y desen-
45 Sauer (1984), pp. 325 y 284; Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 55, 57 y 92; Las Casas
(1986), t. ¡i, p. 512: López de Gómara (1552), ff. nir°.
46 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 347.
246 EL NUEVO MUNDO
La im pa c ie n c ia d e Be r n a l Día z (1517)
¿La riqueza fácil o inaccesible, la inacción, el hastío, las intrigas, las muje-
res... Todo eso es lo que preocupa a Bernal Díaz del Castillo cuando vitu-
pera los “vicios de Cuba”. Uno de los cronistas más notables de su siglo no
es aún más que un joven devorado por la impaciencia. Bernal Díaz del
Castillo había nacido en Medina del Campo, hacia 1495, en el seno de una
familia de servidores de los Reyes Católicos. Criado en la agitación de esta
ciudad de ferias en que más de una vez se éstableció la corte, Bernal Díaz
habría podido seguir sin dificultad los acontecimientos de las islas, es-
cuchar los relatos de los mercaderes y de los navegantes, observar los obje-
tos y los productos que llegaban del Nuevo Mundo.49 Tenía 19 años —la
edad de Cortés al emprender la travesía— cuando se embarcó en 1514
rumbo a las Indias, siguiendo a Pedrarias, nombrado gobernador de Tie-
rra Firme. La expedición tuvo un mal resultado; después volveremos a ella.
Después de tres o cuatro meses, la enfermedad azotó la ciudad de Nombre
de Dios, situada sobre la costa atlántica de Panamá: "Dio pestilencia, de la
cual se murieron muchos soldados, y demás de esto, todos los demás adole-
ríamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas.” Esta porción del
continente no tenía nada que ofrecer a Bernal Díaz y a sus compañeros,
que habían llegado demasiado tarde para repartirse los despojos. Decep-
47 De rebus gestis (1971), p. 324; López de Gómara (1552), f. nv°; Las Casas (1986), t. ii, p.
530: “Tuvo Cortés un hijo o hija, no sé si en su mujer y suplicó a Diego Velázquez que tuviese
por bien de se lo sacar de la pila en el baptismo y ser su compadre"; ibid., p. 528; López de
Gómara (1552), f. inv°.
48 De rebus gestis (1971), p. 338.
49 Sáenz de Santa María (1984), p. 48.
El Nuevo Mundo hacia 151 i, en Pedro Mártir, Oceani Decas,
Sevilla, Jacob Cromberger, 1511 (Biblioteca Mazarino)
248 EL NUEVO MUNDO
4- El d e s c u b r im ie n t o d e Mé x ic o (1517-1518)
50 Díaz del Castillo (! 968), 1.1, p. 9; Sáenz de Santa María (1984), p. 49.
51 Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 43 y 42: "siempre fui adelante y no me quedé rezagado
en los muchos vicios que había en la isla de Cuba, según más claro verán en esta relación". El
sacerdote Las Casas, dedicado en cuerpo y alma a los indios, afrontó el pragmatismo del con-
quistador "ilustrado": el primero condenaba la destrucción de las Indias cuando el segundo,
el administrador Oviedo, se contentaba con denunciar sus consecuencias.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 249
52 H. Colón (1984), p. 267: “tenía por cierto que cada día habían de descubrirse cosas de
gran riqueza [...] No debe dejarse de continuarlo, porque, a decir la verdad, si no a una hora,
se hallará en otra alguna cosa importante”; ibid., p. 275: "las mujeres se tapaban la cara y el
cuerpo como hemos dicho que hacen las moras en Granada"; ibid., p. 286; Sauer (1984), p. 324;
Pedro Mártir (1964), 1.1, p. 397.
53 Díaz del Castillo (1968), t. í, pp. 47 y 44; "Probanza... "en García Icazbalceta (1971), p. 414.
250 EL NUEVO MUNDO
rumores que corren sobre la tierra nueva, se unen a la empresa, "y pusimos
cada uno de la hacienda que teníamos para matalotaje y armas y cosas que
convenían". Una vez más, españoles sin recursos que no habían obtenido
indios en reparto, deciden participar en la aventura/]
ÍLa modesta armada zarpa el 8 de abril de 1518. Veinte días después des-
cubre la isla de Cozumel, frente a la península de Yucatán. La flotilla sigue
la misma ruta que la primera expedición, hacia el oeste. Una vez más hay
que batirse contra los indios en Champotón. Gracias al forro de sus arma-
duras de algodón, copiadas de las de los naturales —los europeos pronto
comprendieron su comodidad y su eficacia— la tropa se sostiene y rechaza
a los asaltantes. En Boca de Términos encuentran ídolos y templos, pero ni
un alma. Por lo contrario, los conquistadores cazan, no sin placer, el conejo
y el ciervo, que mejoran su alimentación. Otro encuentro en la embocadura
del río Grijalva: esta vez se evita el enfrentamiento; se intercambian pre-
sentes, los cuales confirman que los indios poseen oro; mejor aún, se cree
comprender que abunda mucho más allá, lejos hacia el oeste, en una mis-
teriosa comarca que los indígenas señalan con el dedo diciendo “Colúa,
Colúa" y "México". La navegación prosigue hacia el sol poniente; los ríos y
las sierras tras las cuales se oculta el sol desfilan ante los ojos de Bernal
Díaz, y reciben cada uno un nombre.56
Bernal Díaz intenta descifrar la actitud de los indios que presencian la
llegada de los españoles. Se enterará —más adelante— de que desde México-
Tenochtitlan, el soberano mexica Moctezuma seguía de cerca los aconteci-
mientos del Golfo de México. En Río de Banderas se desarrolla un primer
encuentro con enviados del Gran Señor. Pero sólo se le conocerá a posteriori,
pues de momento se comunican por señas ya que los intérpretes mayas de
los conquistadores ignoran la lengua de los enviados. Un velo de ignoran-
cia y de incomprensión impide verse a los dos mundos. Los indios truecan
oro por baratijas. Más lejos, en una isla, por vez primera, los españoles
identifican restos de sacrificios humanos: "Y estaban abiertos por los
pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas
de sangre." Aún bajo la impresión del espectáculo que les repugna, bauti-
zan el islote: "Pusimos nombre a esta isleta de Sacrificios..." Sobre la tierra
firme, frente a la isla, entre las dunas de arena, los españoles instalan su
campamento, no lejos del emplazamiento en que más adelante se levanta-
rá el puerto de Veracruz. Luego, la navegación se prolonga hacia el norte,
a la vista de las costas, hasta llegar a la provincia de Pánuco. Entonces, los
españoles deciden regresar a Cuba: la falta de provisiones, la amenaza
indígena y el cansancio de los soldados ponen fin a la empresa. Un epi-
sodio muestra el clima de incertidumbre, de improvisación y, en resumen,
de desorientación de toda la expedición. Los españoles obtienen mediante
trueque más de 600 hachas de cobre, que creen que son de oro. No pocas
burlas se harán en Cuba cuando los conquistadores se percaten de su error.
56 /bid., pp. 60, 65 y 67: “[decían] que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho
[oro]; y decían: Colúa, Colúa y México, México y nosotros no sabíamos qué cosa era Colúa ni
aun México”.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 253
Algo más serio: Bemal Díaz aprovechó la última escala para sembrar
granos de naranjo: “y nacieron muy bien porque los papas de aquellos ído-
los las beneficiaban y regaban y limpiaban desde que vieron eran plantas
diferentes de las suyas". ¡Los sanguinarios oficiantes se convierten en
hábiles jardineros! El detalle, insignificante en apariencia, revela muchas
otras transferencias no menos pacíficas y mudas entre los dos mundos.
Cierto es que el conquistador, al envejecer, tomó la precaución de raspar,
en su crónica, la evocación de los sacerdotes horticultores por temor, sin
duda, a atraer la atención de la Inquisición.5^]
57 Ibid., pp. 71, 76 y 77: "como yo sembré unas pepitas de naranja junto a otra casa de ído-
los y fue de esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuímonos diez
soldados a dormir en una casa alta de ídolos, y junto a aquella casa las sembré, que había
traído de Cuba, porque era fama que veníamos a poblar, y nacieron muy bien porque los
papas de aquellos ídolos las beneficiaban y regaban y limpiaban desde que vieron eran plan-
tas diferentes de las suyas; de allí se hicieron naranjos de toda aquella provincia. Bien sé que
dirán que no hacen al propósito de mi relación estos cuentos viejos y dejarlos he".
VIII. LA CONQUISTA DE MÉXICO
Siempre desde entonces temí la muerte más que nunca y
esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me
ponía una como grima y tristeza en el corazón y orinaba
una vez o dos, y encomendábame a Dios y a su bendita
madre y entrar en las batallas todo era uno y luego se me
quitaba aquel pavor.
Be r n a l Día z d e l Ca s t il l o ,
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
En t r a en esc en a Co r t é s (1519)
Furioso por el fracaso de Grijalva (“otra cosa no debí esperar de este bru-
to"), Diego Velázquez decidió colocar a Hernán Cortés a la cabeza de una
tercera expedición^ Olvidando los conflictos que ha tenido con su secre-
tario, el gobernador de Cuba cree haber designado a un hombre confiable
y experimentado, sin poner al principio demasiada atención en las predic-
ciones de su bufón Cervantes, ni tener en cuenta la oposición de quienes lo
rodeaban! Encarga a Cortés de explorar y de comerciar pero no de “po-
2 De rebus gestis (1971), p. 343; López de Gómara (1552), f. w’¡ Chaunu (1969b), p. 141.
3 Cortés (1986), pp. xill, xiv y xv; De rebus gestis (1971), p. 348; López de Gómara (1552),
f. vr° Las Casas (1986), t. ii, p. 528.
4 Sobre la conquista de México, Díaz del Castillo (1968); Cortés (1963 y 1986); Gómara (1552
y 1943).
La expedición de Hernán Cortés (1519)
LA CONQUISTA DE MÉXICO 257
“Un pa v o r in s ó l it o ”
recurso el trueque, que les permite a cada quien cambiar las baratijas
("cuentas verdes, diamantes y otras joyas", en realidad, cuentas de vidrio,
sin valor) llevadas de Cuba, por oro y alimentos. Los marinos se hacen odiar
vendiendo a precio de oro sus pescados a los soldados hambrientos. í^os
españoles ignoran que más adelante, en el altiplano, a más de mil metros
de altitud, el frío hará tiritar sus cuerpos demasiado habituados al calor de
las islas, y desprovistos de ropas de abrigo. No saben que durante algún
tiempo, privados de sal, se verán reducidos a consumir alimentos insípi-
dos: régimen insoportable para hombres del siglo xvi.Q
(A las privaciones se añade la amenaza constante de los ataques de los
indios. Los habitantes de México, como ya lo han demostrado, no se dejan
matar tan fácilmente como los tainos de las islas. Cierto es que los españo-
les supieron mostrar desde Cintla, en Tabasco, una energía que no tuvie-
ron los grupos precedentes. Y sin embargo, pese a la victoria, los inquietan
la aplastante superioridad numérica de los indios y su determinación. Y tal
vez más aún, lo desconocido, lo imprevisto, el peligro que se adivina y que
no se puede identificar, este otro mundo que no es de salvajes ordinarios.
Los conquistadores tuvieron la presciencia o la conciencia —tal es el caso
de Cortés— de encontrarse ante algo fascinante, indefinible y, a menudo,
aterrador.!
¿^Quisiéramos captar mejor esta espera, preñada de angustia, de la que
presentimos que a veces se transforma en un inefable pánico. Pero los tex-
tos de que disponemos levantan ante nosotros, las más de las veces, una
pantalla. Las Cartas de Cortés, por muy admirables que sean, reconstruyen
los hechos para dar un barniz de legitimidad a sus iniciativas y a su rebe-
lión contra Velázquez. Unos 40 años después de los hechos, cuando Bernal
Díaz redacta su crónica en su retiro guatemalteco, el juego ha terminado:
él conoce el resultado como conoce el mundo indígena, y tuvo el tiempo
suficiente para reconstruir a su gusto el anverso de la historia, es decir, la
manera en que los indígenas habían reaccionado a la invasión. Su relato
destila el sentimiento de un irresistible avance, de un concatenamiento re-
gulado que tenía que conducir a la victoria final. Asombrosa narración
llena de episodios crispantes, con repercusiones sin número, la crónica de
Bernal Díaz describe un pasado reescrito, de punta a cabo, con un arte
insuperable que, invariablemente, nos fascina. El autor conocía demasia-
do bien las novelas de caballerías para no haber dado a su relato el ritmo
épico de esas obras de ficción.7 8 Por tanto, hay que leer entre líneas para
encontrar la percepción de los conquistadores en 1519, que cotidiana-
mente se enfrentan a la realidad mexicana!
[Recurrir a la astrología, a las suertes y a la adivinación nos da elemen-
tos de respuesta. Ante el temor a lo desconocido, lo incomprensible o los
gestos extraños imposibles de descifrar, los conquistadores, como todos
los hombres del Renacimiento, se valen de viejas recetas] Tras un sueño
7 Ibid., p. 129: “allí trajeron indias para que hiciesen pan de su maíz y gallinas y fruta y
pescado y de aquello proveían a Cortés y a los capitanes que comían con él, que a nosotros
los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar, no lo teníamos”.
8 Véase, por ejemplo, Avalle-Arce (1990), pp. 51-52, 54 y 175.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 259
premonitorio, Cortés tomó papel y pluma para dibujar una noria, dio una
letra a cada arcaduz y plantó un clavo sobre los de arriba como si quisiera
impedir que descendiera la rueda de su fortuna. También observando los
astros y determinando su influencia sobre la tierra se vuelve previsible lo
imprevisto. ¿Cómo asombrarse de que en los peores momentos la tropa de
Cortés recurra al astrólogo Botello? A ojos de sus compañeros, Botello
pasaba por hombre de bien, por letrado (latino) que "había estado en Ro-
ma": "decían que era nigromántico, otros decían que tenía [demonio]
familiar, algunos le llamaban astrólogo". Después de su muerte se encon-
tró en su mochila el producto de sus elucubraciones:
Unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía
en ellas: "Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros
indios”. Y decía en otras rayas y cifras más adelante: "No morirás" y tomaba a
decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: "Sí morirás". Y respondía la otra
raya: "No morirás". Y decía en otra parte: "Si me han de matar, también mi
caballo". Decía adelante: "Sí matarán". Y de esta manera tenía otras como cifras
y a manera de suertes que hablaban unas letras con otras en aquellos papeles
que eran como libro chico. Y también se halló en la petaca una natura como de
hombre... hecha de baldrés, ni más ni menos, al parecer de natura de hombre, y
tenía dentro como una borra de lana de tundidor.
¡^Botello, el soldado que había contemplado el esplendor de Roma, como
Oviedo o Las Casas, perecerá con su caballo en el desastre de la Noche
Triste, el 30 de junio de 1520, cuando Cortés se ve obligado a abandonar la
ciudad de México. Sin condenar un arte que la Iglesia tolera, sin tampoco
hablar demasiado de ello, Bernal Díaz no explica más que lo que quiere
explicar, y concluye lacónicamente: "No le aprovechó su astrología." Ese
extraordinario testimonio pone al desnudo las angustias de la "triste gue-
rra" al mismo tiempo que exhala el odio al indio, al que trata de "perro" (por
lo demás, ni más ni menos que a los moros y a los judíos). Con ello bien
podemos recordar que los europeos no tienen el monopolio de la razón y
de la ciencia y que, en este terreno como en otros, recurrir a lo irracional y
a la magia iguala a invasores y a invadidos.9 J
Lo imprevisto es inseparable del temor qtíe atenacea. A él, Bernal Díaz le
consagra renglones notables, en los cuales se esfuerza por describir un
sentimiento que él domina cada vez más mal, o, mejor dicho, un malestar
nuevo, "este pavor insólito", irreprimible, que lo invade desde que ha visto a
docenas de sus compañeros sacrificados a los ídolos: "Siempre desde enton-
ces temí la muerte más que nunca y esto he dicho porque antes de entrar
en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón y orinaba
una vez o dos, y encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en
las batallas todo era uno y luego se me quitaba aquel pavor." Y sin embargo,
ya ha visto otras, "habiéndome hallado en muchas batallas y reencuentros
muy peligrosos de guerra"! El lector se enfrenta a las repercusiones físicas,
9 La noria o rueda de arcaduces, en Cervantes de Salazar (1982), p. 100; Díaz del Castillo
(1968), 1.1, pp. 393 y 398.
260 EL NUEVO MUNDO
Quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre
encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que
les tañían, cesasen de tañerlas y esto digo al propósito porque todos los noventa
y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gri-
tos y voces [los indios] [...] desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos
atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. Y de esta
manera de noche y de día teníamos el mayor ruido que no nos oíamos los unos a
los otros y después de preso Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido; y por
esta causa he dicho como si de antes estuviéramos en campanario.
Y añade en un arranque premonitorio: “Yo digo que mire las tierras ricas,
y sabeos bien gobernar.”
£a pesar de ello, bajo la pluma de Bernal Díaz, lo épico nunca da cabida a
lo inverosímil: nuestro autor desconfía de lo maravilloso, muestra su es-
cepticismo ante los milagros o las proezas legendarias que, supuestamen-
te, se suscitaron durante la conquista, oponiendo el testimonio de sus ojos
a los decires de los cronistas que nunca salieron del Viejo Mundo. La se-
riedad de Bemal Díaz pertenece al linaje de Pedro Mártir y de Oviedo, y no
al de los editores florentinos de Vespucio. También es obra de un hombre
de tropa, que tiene buen cuidado de recordar el papel de los hombres os-
curos frente a los jefes, siempre sensible al antagonismo, manifiesto o la-
tente, que recorre el cuerpo expedicionario.12 /
La g u e r r a d e Co r t é s
12 Ibid., 1.1, pp. 386 y 397; Sáenz de Santa María (1984), p. 136, el verso más vale morir con
honraJque deshonrados vivir, tomado del ciclo de Roncesvalles, se escucha, varias veces, en
boca de Cortés.
Cortés (1963), p. 35.
262 EL NUEVO MUNDO
Vic is it u d e s d e l a c o m u n ic a c ió n
16 Ibid., pp. 114-115 y 117-118; H. Colón (1984), p. 182; Polidoro Vergilio citado en Delumeau
(1967), p. 216.
17 Hassig (1988), pp. 237-238. Sobre el requerimiento, Silvia Benso, La conquista di un
testo. Il requerimento, Roma, Bulzoni, 1989.
264 EL NUEVO MUNDO
los conquistadores— que han adoptado ritos de tal complejidad que “en
mucho papel no se podría hacer de todo ello... entera y particular descrip-
ción”. Notando que “viven más política y razonablemente que ninguna de
las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto”, los invasores subra-
yan la diferencia cualitativa que perciben entre esos indígenas y las pobla-
ciones de las islas o del Darién.18~~\
*or
{j esas razones, apenas llegacfo a Cozumel, Cortés pone en práctica sus
dotes diplomáticas y su habilidad. Trata de establecer relaciones amistosas
con los mayas de la isla, y lo logra: "el cacique con toda su gente, hijos y
mujeres de todos los del pueblo [...] andaban entre nosotros como si toda
su vida nos hubiesen tratado”. Visión apacible, similar a la que nos ha dado
Pedro Mártir sobre las relaciones entre castellanos y musulmanes en Orán,
10 años antes. Al establecerse esos primeros nexos, las palabras no tienen
la importancia que nos sentiríamos inclinados a atribuirles. Desde este
punto de vista, el avance de los conquistadores es la historia de una comu-
nicación que sólo secundariamente se basa en los discursos. En Cozumel,
el intercambio verbal sigue siendo aproximativo: el intérprete indígena no
dominaba el castellano y, probablemente, tampoco la retórica local como
para entablar un diálogo digno de ese nombre. Aun cuando Conés dispon-
drá de intermediarios calificados, el diálogo permanecerá circunscrito al.
estrecho círculo de los capitanes españoles y de los jefes indígenas. Por lo
demás, ¿hasta qué punto podían los interlocutores comprenderse, con
hábitos oratorios y modos de razonamiento tan diversos? Las sociedades
indígenas atribuían un lugar importante al discurso, al juego de habilidad
y de las respuestas, a los momentos consagrados a este intercambio de pa-
labras como si les dieran un modo de domesticar las relaciones humanas y
de dominar el transcurso del tiempo. Cortés, como Colón, no se ha forma-
do en esas prácticas. Comprende lo que quiere comprender; pero el abismo
que separa las concepciones de poder, de Dios y del mundo que alimenta
cada campo, no parece percibirlo. De hecho, la recíproca certidumbre de
penetrar en las ideas del adversario y la incapacidad de imaginar las fuerzas
que en realidad representa desempeñan un papel esencial en ese enfrenta-
miento?]
Todos conocemos el papel decisivo de los equívocos en todo proceso de
dominación y de aculturación. Toda la historia del encuentro de los
europeos y de los indios sobre la tierra americana está formada de acer-
camientos, de errores y de intercambios. Si las palabras pasan con dificul-
tad, la comunicación escrita resulta impracticable para aquellos conquis-
tadores que, como Bemal Díaz, Cortés y otros, son tan hábiles en el manejo
de la pjuma. El envío de cartas a los indios muestra la amplitud del equí-
vocojCuando Cortés manda misivas a los indígenas, no se está engañando,
pues sabe que son incapaces de comprender el alfabeto. Sin embargo, está
persuadido de que sus destinatarios reconocerán en ellas la materia de un
mensaje. ¿Cómo reaccionan los indios? Ofreciendo las cartas a sus dioses,
tal vez a la manera en que les destinaban sus ofrendas de papel ritual man-
chado de asfalto o de sangre humana. Cortés envía unos signos que tam-
18 Chaunu (1969b), p. 135; Cortés (1963), pp. 24 y 25.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 265
bién son objetos materiales e inertes; los indígenas los convierten en una
materia habitada, investida de una fuerza que sus divinidades absorberán.
Cortés maneja la metáfora, sus adversarios la metonimia, que trata la mi-
siya como una parte de la potencia de los invasores.19?
[El intercambio de embajadas entre los dos bandoSxampoco se libra del
equívoco. ¿Se trata de una relación política, como lo suponen los españo-
les, o de un nexo que colocaría a los invasores en un plano extrahumano?
A primera vista, las formas y las señales de respeto, mostradas de una y
otra parte, parecen integrar un lenguaje común, un ritual libre de equívocos.
El abrazo español responde a las tres reverencias y a las volutas de copal
con que los indios honran a sus "visitantes”: los invasores estrechan entre
sus brazos a sus nuevos aliados. La liturgia de la misa celebrada ante los
indios y las procesiones aumentan la solemnidad del intercambio:.la-for-
ma triunfa manifiestamente sobre la^ sustancia, pues los indígenas no
debían comprender mucho de ese cristianismó que, por vez primera, les
mostraban —"explicaban" sería inapropiado— los conquistadores?]
[^Aunque cada uno de los “socios” intenta a su manera añadir algo al nexo
recién creado, las gestiones se desarrollan sobre registros totalmente dis-
tintos: la sacralización que la misa introduce posee una dimensión peda-
gógica; quiere ser instrumento de una conversión del adversario, mientras
que la ritualización que se materializa en el humo del copal expresa el
reconocimiento de la condición singular de los invasores. Los indios son
vistos como idólatras que hay que convertir; los españoles, como intrusos
poderosos y temibles, en el límite de la monstruosidad, lo que no impide
que los europeos resulten extremadamente sensibles a las reacciones de
sus interlocutores y a su modulación: cada bando sabe valorar el rango y
la jerarquía. Después de la batalla de Cintla, Cortés no se equivoca con la
llegada de una delegación de 15 esclavos miserablemente vestidos: descon-
tento, reclama el envío de señores para tratar más dignamente las condi-
ciones de paz.
fEntre los jéfes, gestos y palabras sellan, bien o mal, la coexistencia, y los
invasores explican con dificultades que: "Los queremos tener por herma-
nos, y que no tuviesen miedo”, pero tales no son las únicas formas de co-
municación. Se establecen otras relaciones, tal vez más eficaces, aunque
ocupan menos lugar en unas crónicas hechas sobre el modelo clásico, es
decir, tachonadas de discursos reescritos o reinventados para disponer a
las exigencias del género y al gusto de los lectores. Entre la infantería, es el
trueque, mudo al principio, el que esboza y mantiene los contactos. Para la
tropa, para el joven Bernal, todos pasan por la observación, la mímica, las
cosas, las formas, las indias, la belleza de los hombres: "La gente de esta
tierra es bien dispuesta; antes alta que baja. Todos son de color trigueño,
como pardos, de buenas facciones y gestos...” Se observan, gesticulan, se lo-
gra, aquí como en otras partes, obtener alimentos, cambiar baratijas de
Europa por oro de los indios?]
19 Díaz del Castillo (1968), t. !, p. 96. Los papeles en que Botello el astrólogo o Cortés dibu-
jan unas figuras que deben revelarles o fijar su porvenir siguen siendo los apoyos inertes de
un saber, así fuera mágico (véase n. 9).
266 EL NUEVO MUNDO
In t e r c a m b io d e o b j e t o s , d o n a c ió n d e m u j e r e s , c o n t a m in a c io n e s
20 Ibid., p. 116; El Conquistador Anónimo (1970), p. 3: “La gente di questa provincia é ben dis-
posta, piu tosto grande, che picciola, son tutti di color berettino, como pardi, di buone fazzioni e
gesti"’, sobre las mujeres que acompañan a la expedición, véase cap. ix, n. 14.
21 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 127.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 267
22 H. Colón (1984), p. 110. Sobre los presagios que anunciaron la llegada de los españoles
según las versiones que después los indios elaboraron y transmitieron a los europeos, véase
Durán (1967), t. n, pp. 467-471. Es poco creíble que los indios hayan identificado a Cortés con
Quetzalcóatl, y aún más que los españoles hayan captado esa identificación. Sólo en el curso
del siglo xvt, informadores, indígenas y cronistas españoles perfeccionaron y fijaron lo que
después sería una explicación de la conquista de México.
268 EL NUEVO MUNDO
dor ese sentido es evidente, así como para los marinos españoles que sir-
vieron al licenciado Zuazo, de regreso de su naufragio, una colación sobre
una pequeña mesa hacia la cual hicieron avanzar una silla con respaldo,
como si espontáneamente ese mobiliario materializara el acceso (o el re-
tomo) a la civilización tal como la conciben los españoles.
Lo que es evidente para los europeos, tan evidente que nadie piensa ni
por un instante en explicarlo a los indios, ¿lo es también para el destina-
tario indígena? Ciertamente, no. Y por el contrario, todo lo que llega in-
mediatamente a los sentidos, al tacto, a la mirada, no pudo dejar indiferen-
tes a los protagonistasjTa vestimenta europea entregada a los embajadores
de México —el gorro con la medalla, las camisas de Holanda—, así como
los ornamentos divinos, traducen una voluntad de "aculluración de las
apariencias”, y, más insidiosamente, del cuerpo. Ignoramos si MoctezufrHr
siepuso esos hábitos exóticos, la camisa y el gorro carmesí, pero Cortés en
cambio, casi seguramente se puso, por un instante, uno de los penachos
obsequiados, a petición de los enviados mexicas, que pudieron guiar sus
gestos vacilantes. Lo que no impide que, aunque siguen siendo enigmáti-
cos —¿qué origen, qué sentido y qué uso tienen...?—, los presentes inter-
cambiados dan, a cada uno, idea de la riqueza, de lo superíluo y del-inge-
nio del adversario: la taracea de Europa ante las plumas de México.2^/
[En varias ocasiones, los conquistadores reciben indias que los caciques
les entregan para sellar la alianza y obtener progenie de ellos. Los invaso-
res parecen regocijarse de ese presente que los capitanes se reparten, apre-
surándose a hacerlas sus concubinas una vez que han sido bautizadas, casi
sin aguardar a la ceremonia. El donativo de mujeres acerca físicamente a
las dos sociedades, preparando más o menos deliberadamente lo que será
su destino común: el mestizaje. Entre las 20 mujeres que los caciques del
río Grijalva entregan a Cortés figura una india bautizada con el nombre
de Marina, que sabe el náhuatl, la lengua de México, y el maya. De rara in-
teligencia, Marina se vuelve pronto la intérprete indispensable. Acompa-
ñará por doquier al conquistador, encamando el nexo físico, afectivo e inte-
lectual que unirá a Cortés con el mundo que está descubriendo.2^]
El entendimiento cordial se da en otros terrenos: después déla batalla
de Cintla, Cortés autoriza a los indios a recoger sus muertos y a incinerar-
los "conforme a su costumbre”. Un código diplomático-militar, así sea rudi-
mentario, sirve de común denominador. El valor, la bravura y la honra
demostrados en cada bando esbozan esos nexos como si, por encima de
las palabras, los puntos de base —en la costumbre, en los comportamien-
tos— permitieran tender algunos puentes. Ello puede decirse tanto de los
23 Díaz del Castillo (1968), t. i., p. 322; Oviedo (1547), f. c l x x ix v 0: "pusieron luego al
licenciado la silla que no era poco alivio a quien eslava tan cansado de se echar y assentar en
aquella arena e hizo luego poner la mesa bien baxa para que comiessen todos los que en ella
cupiessen y assí con gran gozo comieron platicando...”. Sobre la aculturación de las aparien-
cias y de la vestimenta, véase Daniel Roche, La culture des apparences. Une histoire du vete-
ntent, xviF-xvnF siécle, París, Fayard, 1989, passim.
24 Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 401 y. 301. Sobre el sentido del juego entre los nahuas,
véase Christian Duverger, L’esprit du jeu chez les Azféques, París, Mouton, 1978.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 269
Un l e n g u a j e d o b l e
El e s c o l l o d e l a id o l a t r ía
Los invasores saben, en caso de necesidad, respetar las costumbres del ad-
versario. Pero la tolerancia, las promesas, las componendas, las mentiras a
medias no se sostienen, o se sostienen menos cuando chocan con la prácti-
ca de la idolatría. Acaso más que la sumisión a la Corona española, cuyas
consecuencias inmediatas y futuras perciben mal los indios, el culto de los
ídolos constituye el principal obstáculo entre los dos mundos. Obstáculo
tan poderoso que en varias ocasiones Cortés está a punto de perder el apo-
yo de sus aliados indígenas y de precipitar la expedición al fracaso]
¿Él espectáculo de los sacrificios humanos es causa repetida de repulsión
para los invasores, que saben a qué atenerse desde la expedición de Grijal-
va. En la isla de Cozumel, primera parada cortesiana, el flujo de indígenas
no deja de intrigar a los españoles. Una buena mañana, los conquistadores
observan ahí unos cultos que los desconciertamj como era cosa nueva para
nosotros, paramos a mirar en ella con atención . Cortés pide que le traduz-
can el "negro sermón" del oficiante y luego ataca verbalmente el culto de los
ídolos, manda destruir las estatuas e instalar un altar improvisado "donde
29 ibid., pp. 144-151 y 157-158.
30 Sobre los tlaxcaltecas, Gibson (1952).
272 EL NUEVO MUNDO
3» Ibid., pp. 98-100; Pedro Mártir (1964), 1.1, p. 418; Gruzinski (1990), pp. 44-62.
32 Díaz del Castillo (1968), t. i, p. 269: “(Moctezuma dijo:] Veis mi cuerpo de hueso y de
carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal: de señor, yo gran rey
sí soy, y tener riquezas de mis antecesores sí tengo, mas no las locuras y mentiras de mí os
han dicho; así que también lo tendréis por burla, como yo tengo de vuestros truenos y relám-
pagos." Para una crítica de ese tipo de testimonios, Cortés (1986), pp. 467-469.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 273
La t e n t a c ió n in d íg e n a
Cortés, al tiempo que hace frente a las poblaciones indígenas, debe mante-
ner la unidad de sus tropas. Las facciones que las dividen hacen correr a la
expedición peligros casi tan grandes como los representados por las ofen-
sivas indígenas. A partir del momento en que el conquistador decide avan-
zar al interior de las tierras, toda defección de importancia amenaza con
asestarle un golpe del que no podrá levantarse. Pero, ¿qué es lo que teme
Cortés? Ciertamente, no que sus hombres se pasen al campo indígena,
mjjndo demasiado extraño para atraer a unos improbables renegados.
[Y sin embargo, el ejemplo de Gonzalo Guerrero no dejó de sembrar la
perplejidad y la consternación. En 1511 naufragaron unos españoles que
habían salido del Darién. Quince hombres y dos mujeres se refugiaron en
una barca y creyeron ir hacia Cuba o hacia Jamaica. La corriente los llevó
a la costa yucateca, y los caciques mayas se los repartieron, después de
haberlos capturado. Los náufragos fueron reducidos a la esclavitud; al-
gunos perecieron de agotamiento y otros fueron sacrificados a los ídolos,
con excepción de dos hombres. El primero de ellos, Gonzalo Guerrero, logró
integrarse ai medio indígena. Su valor lo llevó a ocupar, incluso, el rango
de cacique y de jefe de guerra; tomó una esposa india, con la que tuvo hi-
jos. Unas señas corporales marcaron su pertenencia al mundo maya: sin
duda, tenía la cabeza tatuada y pintada, y las orejas horadadas. Al desem-
barcar en Cozumel, Cortés envió mensajeros a Yucatán para rescatar a sus
compatriotas, pero Gonzalo Guerrero se negó a unirse a la expediciónrj
t
Yo soy casado y tengo tres hijos y tiénenme por cacique y capitán cuando hay
guerras; idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas.
¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis
estos mis hijitos cuán bonicos son. Por vida vuestra, que me deis de esas cuen-
tas verdes que traéis, para ellos y diré que mis hermanos me las envían de mi
tierra.
ser aquel Gonzalo Guerrero hombre de la mar, natural de Palos." ¿Un ma-
rino, menos sensible al desarraigo, más inclinado a la marginalidad? Los
marinos tienen mala reputación, "no saben de policía y buena crianza". Se
les atribuyen hábitos repugnantes "hablando aquí con acato de los señores
leyentes". Al perecer en 1536 en la costa de las Hibueras (Honduras), en un
enfrentamiento contra los españoles, Gonzalo Guerrero se comporta como
habría podido hacerlo un renegado andaluz que se hubiese pasado al Is-
lam.fPero el salto cultural que lleva a cabo es de otra envergadura. Ninguna
historia común liga a los mayas con los extranjeros llegados del mar, nin-
gún pasado, ningún monoteísmo. Cuando algunos judíos se vuelven cristia-
nos, cuando unos musulmanes piden el bautismo o unos cristianos abrazan
el Islam, todo ocurre entre sociedades vecinas, conocidas, que se odian o que
coexisten de tiempo atrás. Y sin embargo, el destino del marino Guerrero
probablemente no sea único, aunque sigue siendo excepcional. Nos recuerda
que la indianización, así fuese en formas menos extremas, pudo tentar a
algunos individuos, y que era practicable.33
Otro español que había sufrido la misma suerte decidió, en cambio,
unirse a sus coterráneos: Jerónimo de Aguijar. Era originario del centro de
Andalucía, de Ecija, puebfo situado á úna cincuentena de kilómetros de Cór-
doba, y reconquistado en 1420. Pedro Mártir nos dice que "al saber de la
desdicha de su hijo, la madre de Aguilar se volvió loca de dolor, aunque sólo
a medias palabras se le dijo que había caído en manos de los antropófagos.
Cada vez que la infeliz veía carnes asadas o puestas a la parrilla, llenaba de
gritos su casa y clamaba: ‘Veis allí pedazos de mi hijo y veis en mí la más
desdichada de todas las mujeres'".
[Aguilar sabía leer y hasta había recibido las órdenes menores. Si per-
maneció fiel a su fe y a los suyos es porque recibió un trato menos envidia-
ble que el de Gonzalo Guerrero. Milagrosamente se salvó del cuchillo de
sacrificio y se refugió al lado de un cacique al que servía como esclavo.
Desde entonces llevó una existencia miserable; casi no podía alejarse del
territorio del pueblo y cayó enfermo a fuerza de llevar cargas excesivas.
Cuando decidió unirse a Cortés, ya se asemejaba tanto a un indio que los
españoles tuvieron dificultades para reconocerlo como uno de los suyos?
"Porque Aguilar era ni más ni menos que indio [...] porque de suyo era
moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hom-
bro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura y una manta vie-
ja muy ruin, y un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas." Aguilar
hablaba el español, "el español mal mascado y peor pronunciado”. Excla-
mó "Dios y Santa María y Sevilla", como si el apego al terruño pudiese so-
brevivir a todos los cautiverios lejanos. Había deseado, a toda costa, aferrar-
se a su religión así como se aferraba a su vieja vestimenta, "y traía atada a
la manta un bulto que eran Horas [de la Virgen] muy viejas". En esta figu-
33 Ibid., pp. 103 y 98; ibid., pp. 99 y 302. En los siglos xvi y xvn, muchos europeos, volun-
tariamente o no, abandonaban la cristiandad para establecerse en tierra musulmana. Algunos
participaban activamente en las campañas de piratería que aterrorizaban las costas de
España y de Italia. Sobre los renegados, véase Bartolomé y Lucile Bennassar, Les chrétiens
d'AUah. L’histoire extraordinaire des renégats xvr-xviF siécle, París, Perrin, 1989.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 275
El d o m in io d e l a e x pe d ic ió n
"Co s a s n u n c a o íd a s n i a u n s o ñ a d a s "
LOS VISITANTES
(j)esde entonces los invasores —que aún no son más que visitantes— pasan
por una experiencia única de cohabitación cultural y de observación recípro-
ca. La relación de fuerzas está en favor de los indios, y poco faltó para que
los testigos europeos de esta experiencia terminasen ahogados en el fondo
de los canales o sacrificados a los ídolos. Si las cosas se desarrollan de otro
modo es porque los mexicas no perciben claramente a los europeos como
enemigos en estado de guerra abierta. Su postura sigue siendo ambigua, y
a ello contribuyen tanto el doble lenguaje de Cortés como los cálculos de
Moctezuma, quien está pensando en aliarse a Cortés, ofreciéndole una de sus
hijas, y en apartarlo de los tlaxcalteca£jPor último, materialmente, noviem-
bre no se presta mucho al desencadenamiento de un conflicto pues los hom-
bres están en los campos ocupados en recoger el maíz. En suma, el mo-
mento era inoportuno para hacer la guerra a unos extranjeros que en
todos los tonos proclamaban sus intenciones pacíficas.
Los españoles viven este encuentro como si estuviesen de visita en algu-
na corte lejana y fabulosa. “Esta gente tenía un gran señor que era como el
emperador y debajo de él había otros padecidos a nuestros reyes, duques,
condes, gobernadores, artistas, militares [...] También había religiosos [...]
semejantes a nuestros obispos, canónigos y otros dignatarios." Bernal Díaz
no cesa de extasiarse ante el lujo y el fasto indígenas, sin dejar de observar su
especificidad, "según su usanza... a su uso y costumbre".(La diferencia
cultural no impide apreciar y admirar, así como los españoles se extasiaban
jeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de
tanta gente no la habían visto.
(jal vez habría que remitirse a los relatos de Marco Polo para notar emo-
ción semejante: México-Tenochtitlan, con sus 200000 a 300000 habitan-
tes, era comparable a las capitales del mundo conocido, a la Roma de los
papas y a Constantinopla. Un esbozo enviado por Cortés al César entre
1520 y 1522 difunde la visión de los conquistadores por la Europa occiden-
tal y es ésta la qye, por medio de un grabado, despierta la imaginación del
pintor Durero.45j
El “s e c r e t o " d e Mé x ic o
Pero, tomando una fórmula cara a Cortés y a los descubridores, ¿cuál po-
dría ser el "secreto" de esta ciudad y de los pueblos que la rodeaban?
Para los mexicas, sin duda México-Tenochtitlan era el centro del'cosmos,
*el ombilicus mundi. Evidentemente, no era esto lo que interesaba a los
invasores. Lo que los españoles han aprendido poco a poco de las socie-
dades mexicanas nunca ha sido más que la parte aparente, la más espec-
tacular, del universo mesoamericano. Su curiosidad es política y eco-
nómica: se preocupan ante todo por las fuentes de la riqueza y las formas
de dominación. Ésta es sin duda una consideración parcial, pero puesta
constantemente a la prueba de los hechos y de la experiencia en la práctica.
Por lo demás, la comprensión de los mecanismos familiares, la penetra-
ción de los ritos y el estudio de las lenguas tendrán que aguardar a la lle-
gada de los misioneros-etnógrafos y exigirán años de investigación y
observación^
El poder cíe Moctezuma —el "Gran Orador"— no ha dejado de intrigar y
de cautivar a nuestros conquistadores, que muy pronto comprendieron
que él constituía el elemento esencial del tablero político mexicano.fEl do-
minio del tlatoani mexica les parece extenso y frágil. Los españoles tienen
la experiencia de ello en la Vera Cruz cuando se encuentran con los enviados
de Moctezuma, en Cempoala, y sin gran dificultad capturan a los cobra-
dores del tributo, y también en la ciudad de México. La dominación me-
xica está fundada, pues, en el tributo, la guerra de conquista y la amenaza
de represalias/También es una dominación reciente ya que se remonta al
establecimiento, en 1428, de la Triple Alianza, que reúne a tres ciudades
del valle de México: Tacuba, Texcoco y México-TenochtitlanjA lo largo de
todo el siglo xv, esta especie de confederación había extendido su dominio
sobre las mesetas hasta alcanzar las costas cálidas del Pacífico y del Golfo
de México. Los ejércitos de las ciudades del valle se lanzaron a expedicio-
nes cada vez más lejanas, hasta llegar a Guatemala a fines del siglo xv.
Pero, a falta de una logística satisfactoria —la rueda, aunque conocida,
no se utiliza, no existen bestias de tiro, y todos los bagajes y víveres circu-
lan a lomo de hombre—, ¿podría llevar más allá sus incursiones la Triple
Alianza? No mantenía ejércitos de ocupación ni poseía guarniciones más que
45 Ibid., pp. 280 y 297; véase supra, cap. vi, p. 201.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 283
fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos harían muchos milagros”. Sin em-
bargo, habrá que proceder a la destrucción de los ídolos como se ha hecho
en otros lugares, pero cuidando las formas. En cambio, otras prácticas
parecían salvables. Las respuestas dadas por los ídolos parecen regular tan
bien la actitud de los indios que los españoles, que saben de magia y de
astrología, no vacilarán, llegado el caso, en orientar esos oráculos en el sen-
tido que les convenga.48
El d e s e n l a c e
E
lencia la soberanía del emperador Carlos y ordenaría que le entregaran el
tributo; el conquistador omnipotente llegaría a hacer reconocer por do-
quier su autoridad, a imponer sus imágenes divinas —entiéndase el cris-
tianismo—, y se consagraría a hacer el inventario de las riquezas del país.
Es este plan el que Cortés presenta a la posteridad como versión auténtica
de los hechos y que' describe en su Segunda Carta. Moctezuma, ahora
rehén de los conquistadores, debería plegarse en lo esencial a las exigen-
cias de los invasoresj
¿Cuál fue la realidad?! La situación que prevaleció durante algunos me-
ses debióse, sin duda, en mucho a las incomprensiones acumuladas de una
y otra parte. Los españoles pudieron interpretar la actitud de Moctezuma
en el sentido de sus expectativas, y los indios pudieron equivocarse ante
las exigencias de una soberanía misteriosa de la que ignoraban todo. La
situación no carecía de precedentes: evocaba la que durante un tiempo y
algunos años antes de la caída de Granada, había sido la del príncipe mu-
sulmán Boabdil quien, a cambio de su libertad, aceptó pagar un tributo a
Isabel la Católica para conservar su trono^Lo que no impidió que las pre-
siones de los españoles y hasta su irrupción en tomo de la persona del "Gran
Orador” minaran el aura que le rodeaba^A los ojos de los indios, el hecho
mismo de que los intrusos se hubieran apoderado de su persona, que liga-
ba físicamente el reino al cosmos, era un gesto que podría paralizar las
resistencias y, a la vez, poner en peligro al país?]
Luego, la historia se complicó y la invasión estuvo varias veces a punto de
terminar en la derrota completa y en el exterminio de los invasores. El
soberano mexica demostró estar perfectamente informado de las etapas
de la invasión: en sus conversaciones con Cortés evocó las expediciones de
1517 y 1518, y las batallas sostenidas en Tabasco y en Tlaxcala, sobre las que
sus espías le habían llevado imágenes. Los mexicas habían tenido tiempo de
tomar la medida a sus visitantes y reducirlos a su dimensión humana.
(La superioridad tecnológica de los europeos quedaba ampliamente com-
pensada por la superioridad numérica de los ejércitos de la Triple Alianza,
y además ya se habían inventado recursos para impedir el desplazamiento
de los caballos. Así, los indígenas habían adoptado la costumbre de exca-
48 Cortés (1963), pp. 24-25 y 74-75. Sobre el episodio de la destrucción de los ídolos de
México-Tenochtitlan, Gruzinski (1990), pp. 5-69.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 285
var unas fosas profundas en las que plantaban picas, sobre las cuales iban
a empalarse las monturas. Más adelante, en 1521, unas canoas “acorazadas"
resistirían los tiros de las armas de fuego. La táctica indígena fue evolucio-
nando y se adaptó a las prácticas del adversario: los mexicas, contra su
costumbre, lanzaron ataques de noche o en terreno cubierto. Por otro lado,
si las epidemias de viruela diezmaban a las tropas de México-Tenochtitlan,
tampoco perdonaban a los indios de Tlaxcala o de Texcoco, que apoyaban
a los españoles?)
[^Mientras los mexicas ideaban eventuales respuestas, Cortés había debi-
do alejarse de México para hacer frente a una flota enviada desde Cuba, al
mando de Pánfilo de Narváez, con el designio de ponerlo fuera de com-
bate. Era la ocasión soñádá por Velázquez y por Moctezuma de desemba-
razarse del conquistador, tomado entre dos fuegos. Cortés hábilmente
logró anular la amenaza de Narváez, uniéndose, sobornando o derrotando
al adversario. Ironía de la suerte: esta vez tocó a los hombres de Cortés el
turno de sufrir el tradicional requerimiento de parte de la gente de Nar-
váez mientras que, de ordinario, eran los indios los que pagaban. Pero el or-
den quedó más prontamente restablecido entre los españoles de México que
en la metrópoli, donde, desde los primeros meses del año 1520, comenzó
la insurrección de los comuneros?]
[Durante la ausencia de CortésTsu lugarteniente JPedroJe Alvarado, que
se había quedado en Tenochtitlan, fue invadido por el miedo y “masacró,
preventivamente, a una parte de la nobleza mexica (23 de mayo de 1520).
Éste fue el fin del statu quo. La política de contemporización seguida por
Moctezuma fue rechazada por los otros príncipes. La ciudad se levantó en
armas. Cortés, que volvió al rescate, no pudo aplacar los ánimos, y Moc-
tezuma pereció en un enfrentamiento. Pronto hubo que evacuar la ciudad
en el curso de una desastrosa retirada, en el pánico de la Noche Triste (30
dejunio de 1520)J
“"QLas perdidas fueron grandes: centenares de españoles murieron. El tesoro
acumulado cayó al lodo de los canales, y los mexicas liberaron a algunos
de los hijos de Moctezuma, entre ellos a una hija de 11 años, Tecuichpotzin,
“Princesita”. Bernal Díaz, abrumado por la derrota, no podía sospechar que
en Castilla, en plena rebelión, las tropas reales estaban a punto de reducir
a cenizas la mitad de Medina del Campo, su ciudad natal. La derrota de los
conquistadores ocurría en el momento en que la metrópoli caía en la gue-
rra civil. Y sin embargo, los que escaparon pudieron rehacer sus fuerzas
en Tlaxcala y, gracias al apoyo de sus aliados indígenas, prepararon el sitio
de la ciudad de México. La decisiva colaboración de los indios salvó a
Cortés del aniquilamiento y precipitó el de los odiados mexicas. La ciudad
fue rodeada y sometida a un verdadero bloqueo. Después de 93 días de
encarnizados combates, en que los conquistadores estuvieron cerca de la
catástrofe, el 13 de agosto de 1521, día de san Hipólito, la ciudad cayó en
manos de los invasores y de sus aliados.4^?
49 Sobre un análisis reciente de las causas de la derrota mexica, Hassig (1988), pp. 236-250,
y Gillespie (1989), pp. 227-230. Véase también, sobre los aspectos simbólicos, David Carras-
co, Quetzjalcóatl and the Irony of Empire. Myths and Prophecies in the Aztec Tradition, Chicago,
286 EL NUEVO MUNDO
Chicago Uníversity Press, 1982, pp. 198 y ss; y Tzvetan Todorov, La conquéte de l’Amérique, la
question de l’autre, París, Seuil, 1983.
50 Motolinía (1971), p. 24; Ángel Ma. Garibay K.-, Historia de la literatura náhuatl, 1.1, Méxi-
co, Ponrúa, 1971, p. 90; Sahagún, iv, pp. 162-163.
51 Oviedo (1974), p. 286.
XIII. LA CONQUISTA DEL PERÚ
Dizen algunos de los indios que Atavalipa dixo antes que
le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le bolbe-
rían a ver hecho culebra. Dichos dellos deben ser.
1 Pedro Pizarro (1965), p. 173: "habían dejado el paraíso de Mahoma que era Nicaragua y
hallaron la isla alzada y falta de comidas".
2 Jerez (1947), p. 325: "repartió entre las personas que se avecindaron en este pueblo las
tierras y solares, porque los vecinos sin ayuda y servicio de los naturales no se podían soste-
ner ni poblarse el pueblo, y sirviendo sin estar repartidos los caciques en personas que los
administrasen, los naturales recibirían mucho daño [...] Fueron elegidos alcaldes y regidores
y otros oficiales públicos, a los cuales fueron dadas ordenanzas por donde se rigiesen". Lock-
hart (1972), p. 220, prueba que Pedro Pizarro se encontraba en San Miguel y no en Cajamar-
ca cuando la captura del Inca Atahualpa, contra la idea que hasta entonces había prevalecido.
399
LA CONQUISTA DEL PERÚ 40!
Al d e s c u b r im ie n t o d el Ta w a n t in s u y u
6 Aquí sólo podemos esbozar los grandes lincamientos de este complejo universo, algunos
de cuyos rasgos serán desarrollados en el relato. La literatura concerniente a los incas y a las
sociedades andinas es muy numerosa. Baste citar aquí las obras de referencia de Métraux
(1961), Murra (1975 y 1978), Salomón (1986), Wachtel (1971 y 1990), Zuidema (1964). Para
las cuestiones dinásticas, se puede consultar Gibson (196$), pp. 24-31.
7 Porras Barrenechea (1948), p. 98, sitúa a Caxas a una jomada de Huancabamba; Espi-
noza Soriano (1975) y Hocquenghem (1989 y 1990) han identificado el grupo étnico de Caxas
como el de los wayakuntu (guayacondo), de filiación jíbara, conquistados por Huayna Capac y
en parte desplazados hacia otros territorios. Un enclave de esta etnia se encontraba cerca de
Quito, en el valle de Chillos, Salomón (1986), pp. 161-163.
8 Mena (1938), p. 309: "Por los cerros había muchos indios colgados porque no se le habían
querido dar: porque todos esos pueblos estaban primero por el Cuzco y le tenían por señor y
le pagaban tributo.” El término Cuzco designa aquí al Inca Huáscar, instalado en la ciudad
de Cuzco; Jerez (1947), p. 326: "había ciertos indios ahorcados de los pies; y supo deste prin-
cipal que Atabaliba los mandó matar porque uno dellos entró en la casa de mujeres a dormir
con una, al cual y a todos los porteros que consintieron, ahorcó".
9 Martínez Martínez (1984), pp. 25-26.
404 EL NUEVO MUNDO
En Caxas, Soto y los suyos habían visto unos graneros llenos de sanda-
lias, de maíz y de tejidos, así como un palacio de piedra que abrigaba a
500 mujeres ocupadas en el tejido y en la fabricación de cerveza para los
guerreros. El cacique del lugar se apresuró a recibirlos, pues veía un aliado
en Hernando de Soto; lo trató como gran señor y le dio cinco mujeres para
su servicio. Mientras tanto había aparecido un capitán del Inca, y el caci-
que, atemorizado por el personaje, se levantó, mostrando gran respeto.
Hernando de Soto, que ahora era el amo de la situación, le ordenó sen-
tarse a su lado y recibió de aquel embajador una serie de presentes envia-
dos por el Inca a Pizarro: un extraño recipiente para la bebida y unos
patos desplumados que, una vez desecados y convertidos en polvo, debían
ser utilizados para las fumigaciones de purificación. ¿Era esto un homena-
je del Inca a quien se atrevía a desafiarlo, o se trataba más bien de una
burla? Soto, como quiera que sea, aceptó el juego y le entregó a su vez, para
Atahualpa, una camisa de Castilla y dos copas de cristal de Venecia.10 Poco
tiempo después, los españoles se enteraron, por sus espías, de que esa pre-
ciosa vestimenta se había convertido en estandarte de un capitán de Ata-
hualpa. Lo que parecía una afrenta era, antes bien, un acto simbólico, ten-
diente a apropiarse las virtudes del enemigo, pues los pueblos de los Andes
tenían la costumbre de despojar al adversario de sus vestimentas y ponér-
selas a un fantoche para precipitar su muerte.11
Los informes de Pabor y las noticias que llevaba Soto venían a añadirse
a los rumores llevados por los emisarios de uno y otro bando. Pizarro ha-
bía enviado a Cajamarca a un indígena que le era leal; invitado a compare-
cer ante el Inca, se le ordenó describir a los extranjeros. El embajador
elogió su valor y sus caballos, “que corrían más rápido que el viento", evo-
có las lanzas y las espadas, así como la calidad de sus escudos y sus atuen-
dos de algodón acolchado. Se explayó sobre los efectos de las espadas,
capaces de cortar todo lo que les saliera al paso, sobre la fuerza de propul-
sión de las ballestas y, muy especialmente, sobre las bolas de fuego que bro-
taban con un ruido de trueno y causaban la muerte. Los capitanes del Inca
mencionaron la inferioridad numérica de los cristianos; además sus caba-
llos, por muy temibles que fuesen, no estaban armados. A ello respondió el
10 Jerez (1947), p. 326: “eran dos fortalezas a manera de fuente, figuradas en piedra, con que
beba, y dos cargas de patos secos desollados para que, hechos polvos, se sahume con ellos
porque así usan los señores desta tierra”; Mena (1938), pp. 309-310. Trujillo (1948), p. 55, da
otra interpretación de ese regalo: "eran unos patos desollados y llenos de lana (sic) que
parecían añagazas para matar a sisones; y preguntándole que era aquello respondió y dixo,
dice Atabaliba que de esta manera os ha de poner los cueros a todos vosotros, si no le volvéis
cuanto habéis tomado en la tierra". Kubler (1945), p. 417, apoyándose en Polo de Ondegardo,
recuerda que los peruanos sacrificaban cierta ave cuando partían a la guerra, para debilitar
las fuerzas del enemigo. Probablemente se trata de patos almizclados Catrina moschata, una
de las raras especies domésticas americanas utilizadas en los Andes del Norte en contexto
ceremonial. Véase Danielle Lavallée, "La domestication animale en Amérique du Sud. Le
point des connaissances”, en Bulletin de ílnstitut Franjáis d'Études Andines, 1990, t. xtx, núm. 1,
p. 28. Trujillo (1948), p. 55: "inviole una copa de Venecia y borceguis y camisas de holanda, y
cuentas, margaritas". "Tenían por bandera la camisa que el Gobernador había enviado al
cacique Atabaliba", Mena (1938), p. 310.
•' Murra(1978), p. 124.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 405
emisario que el cuero de esos animales era tan grueso que eran invulnera-
bles. Pero Atahualpa no se dejó impresionar por esos detalles, pues los
arcabuces de los cristianos sólo podían disparar dos tiros.12
La l l e g a d a a Ca j a m a r c a
gue de las tropas enemigas, decidió reforzar la primera columna con otros
20 caballeros, a las órdenes de su hermano Hernando. Empezó a caer una
lluvia fina y helada, con granizo, que obligó a los españoles a abrigarse en el
interior de una casa imponente, aguardando el resultado de la entrevista.
La e n t r e v is t a con el In c a At a h u a l pa
17 Ibid., p. 176: “tenían un galponcillo para el señor con otros aposentos para cuando allí
se iba a holgar y a bañar, un estanque grande que tenían hecho, muy labrado de cantería y al
estanque venían dos caños de agua, uno caliente y otro frío, y allí se templaba la una con la
otra para cuando el señor se quería bañar o sus mujeres, que otra persona no osaría entrar en
él so pena de la vida".
18 El emblema del poder del Inca era el ¡lauto, trenza de lana de diferentes colores que
retenía sobre la frente una franja, la maskaipacha. Encima se levantaba una vara rematada
por una borla y tres plumas de ave rara; Jerez (1947), p. 331: "los ojos puestos en tierra, sin
alzar a mirar a ninguna parte”.
19 Pedro Pizarro (1965), p. 176, es el único que informa de ese detalle: "El Atabaliba estaba
en este galponcillo [...] sentado en un dúo, y una manta muy delgada rala que por ella veía, la
cual tenían dos mujeres, una de un cabo y otra de otro delante de él, que le tapaban para que
nadie le viese, porque lo tenían por costumbre algunos de estos señores no ser vistos de sus
vasallos sino raras veces"; para Estete (1938), p. 220, Atahualpa es descrito una vez más a
través del velo musulmán: "el cual dicho Hernando Pizarro fué y yo con él, y llegamos a una
acequia que se pasaba por una puente, a una casa de placer que estaba en aquel valle, donde
el dicho Atabaliba tenía unos baños [...] (véase Atahualpa) sentado en una silletica muy baja
del suelo, como los turcos y los moros acostumbrandos sentarse; el cual estaba con tanta
majestad y aparato, cual nunca se ha visto jamás porque estaba cercado de mas de seiscientos
señores de su tierra".
408 EL NUEVO MUNDO
20 Jerez (1947), p. 331: “¿cómo podía él matar cristianos y caballos, siendo ellos unas ga-
llinas?”
21 Mena (1938), p. 313: "Allegóse al cacique con poco temor de él y de toda su gente y díjole
que alzase la cabeza, que la tenía muy baja, y que le hablase. El cacique le dijo con la cabeza
baja que él iría a verle. Dijo el capitán que venían cansados del camino, que les mandase dar
a beber. El cacique envió dos indias y trajeron dos copones grandes de oro para beber, y ellos
por contentarle hicieron que bebían pero no bebieron y despidiéronse de él"; Trujillo (1948),
p. 56: "y entonces salió Atabaliba con dos vasos de oro pequeños, llenos de chicha y dióle uno
a Hernando Pizarro, y el otro bebió él, y luego tomó dos vasos de plata y el uno dió al capitán
Soto y otro bebió él y entonces le dijo Hernando Pizarro a la lengua: Dile a Atabaliba, que de
mí al capitán Soto no hay diferencia, que ambos somos Capitanes del Rey y por hacer lo que
el Rey nos manda, dejamos nuestras tierras, y venimos a hacerles entender las cosas de la fé”.
22 Zuidema (1989): los dos meses anteriores al solsticio de diciembre y la estación de lluvias
eran los más importantes. Era el periodo en que eran iniciados los jóvenes y el príncipe. La fiesta
llamada Itu se celebraba a comienzos de noviembre, después del paso del sol por el cénit poste-
rior al solsticio de junio. Por tanto, había dos fiestas en cada solsticio, precedida cada una de
dos ceremonias de menor importancia. Según el calendario de Cuzco, el periodo entre los dos
pasos por el cénit, va del 30 de octubre al 21 de noviembre; Guarnan Poma de Ayala (1936), f.
257: "En este mes de noviembre mandó el ynga visitar y contar la gente de la visita general
deste rreyno y ensayar los capitanes y los soldados a la guerra y repartir mujeres y vasallos...".
23 Hernando Pizarro (1938), p. 255: "el capitán había ido a hablar con Atabaliba. Yo dejé allí
la gente que llevaba, y con dos caballos pasé al aposento; y el capitán le dijo como iba y quién
era [...] Díjome que un cacique del pueblo de San Miguel le había enviado a decir que éramos
mala gente y no buena para la guerra, y que aquel cacique nos había muerto caballos y gente.
Yo le dije que aquella gente de San Miguel eran como mujeres y que un caballo bastaba para
toda aquella tierra y que cuando nos viese pelear vería quién éramos: que el gobernador le
LA CONQUISTA DEL PERÚ 409
quería mucho y que si tenía algún enemigo, que se lo dijese [...] Díjome que cuatro jomadas
allí estaban unos indios muy recios, que no podia con ellos [...] Díjele que el gobernador en-
viaría diez de caballo, que bastaba para toda la tierra, qüe sus indios no eran menester sino
para buscar los que se escondiesen. Sonrióse como hombre que no nos tenía en tanto”.
24 Mena (1938), p. 313: “Hernando de Soto arremetió el caballo muchas veces por junto a
un escuadrón de piqueros y ellos se retrajeron un paso atrás; le aventaba el caballo con las
narices."
25 Estete (1938), p. 221: "Y así, aquella noche, mostrando los españoles mucho ánimo y
regocijo, durmiendo pocos hicimos la guardia en la plaza, de donde se vían los fuegos del
ejército de los indios, lo cual era cosa espantable, que como estaban en una ladera, la mayor
parte, y tan juntos unos de otros, no parecía sino un cielo muy estrellado"; Mena (1938),
p. 312: “Cada uno de los cristianos decía que haría más que Roldán: porque no esperábamos
otro socorro sino el de Dios”; P. Pizarro (1965), p. 177: "Con harto miedo toda la noche se
pasó en vela."
26 Lockhart (1972), p. 131.
410 EL NUEVO MUNDO
30 P. Pizarro (1965), p. 211. Para una biografía de este conquistador, véase Albornoz (1971)
y Lockhart (1972), pp. 190-201.
31 Lockhart (1972), pp. 24-25, hace el retrato típico del conquistador. El análisis hecho por
Roberto Castel de la desafiliación como "separación por relación a las regulaciones a través
de las cuales la vida social se reproduce y se dirige" parece pertinente para comprender esta
primera generación de conquistadores, que ilustraron Balboa, Pizarro, Almagro, Benalcázar
y, en cierto modo, Soto. Véase Robert Castel: "Le román de la désaffiliation. A propos de Tris-
tan et Iseut", Le Débat, núm. 61, septiembre-octubre 1990, pp. 152-164.
32 Lockhart (1972), p. 202: dos de estos sacerdotes murieron y los otros abandonaron la
empresa. Pedraza, al frente del grupo, también partió rumbo a Panamá, donde murió. Se des-
cubrió entonces que poseía una fortuna en esmeraldas, que llevaba cosidas al interior de su
ropa. El dominico Las Casas, enviado por esta época al Perú, abandonará esta misión por
razones que se desconocen. Véase Las Casas (1967) 1.1, p. l x x x v i .
412 EL NUEVO MUNDO
que fuese elegido entre los hombres de color. Ese mulato era un hombre
libre originario de la región de Trujillo, que también tocaba la cornamusa,
mezclando el toque de su instrumento con el de las dos trompetas cuyos
sonidos estridentes provocaban pánico entre los indios.33
¿De cuántos hombres disponía Atahualpa? Jerez da la cifra de cerca de
40 000. Los españoles siempre insistieron en el desequilibrio de las fuerzas
opuestas. Era indiscutible el poderío de los ejércitos de Atahualpa, que aca-
baban de obtener una victoria sobre Huáscar en el sur de Ecuador y que
habían reprimido con el mayor rigor la rebelión de los cañari. El Imperio
inca había subyugado a los kuraqa andinos y los había integrado a una red
tributaria; ello no se había producido sin choques, especialmente en las fron-
teras del Tawantinsuyu, donde habían fracasado las tentativas regionales
por sacudirse el yugo inca: en Otavalo la resistencia local fue ahogada en
sangre y, según la tradición, las aguas del lago al que fueron arrojados los
cadáveres de los insurrectos se tiñeron de rojo, lo que valió al lago el nom-
bre de Yahuarcocha, “el lago de Sangre”, que lleva hasta hoy. En el mo-
mento de la entrevista de Cajamarca, Chalcuchima y Quizquiz, dos capi-
tanes de Atahualpa, se encontraban en la región del lago Titicaca donde
sofocaban la rebelión kolla, mientras que el Inca Huáscar había sido he-
cho prisionero, probablemente desde el mes de enero de aquel año. Por
tanto, los efectivos de Atahualpa estaban dispersos y el Inca, además, tenía
dificultades para incluir a Pizarro y a los “hombres de la mar” en su propia
estrategia.34
La vanguardia del ejército inca estaba formada por guerreros provistos
de hondas, que hacían caer sobre el campo enemigo una verdadera lluvia de
piedras; iban seguidos por batallones armados de mazas y de hachas con
hoja de sílex, de cobre o de plata. Luego venían hombres provistos de
ayllu, arma arrojadiza formada por tres piedras unidas por cordones que
se enrollaban alrededor de las piernas del enemigo. En último lugar venían
los lanceros y los arqueros, armados de rodelas de madera y de bambú,
que llevaban camisas acolchadas de algodón. Unos músicos escoltaban las
fuerzas del Inca: tamborines, flautas tubulares y caracoles marinos de
sonido poderoso que resonaban en los valles provocando un eco aterrador.
La eficacia de los ejércitos incaicos reposaba en el encuadramiento disci-
plinado de los escuadrones y en el número de guerreros. Durante los com-
bates, este orden imponente se rompía y, para desconcertar al enemigo, los
batallones se dislocaban, entre gritos y confusión.35 Como en toda guerra,
los encuentros eran precedidos por gestos rituales. Se decía que los incas
pronunciaban un discurso convenido sobre las ventajas de la pax incaica
que proponían; esos preliminares funcionaban, en cierto modo, como un
requerimiento cuyo alcance simbólico no debemos subestimar.
La c a pt u r a d e l In c a At a h u a l pa
amedrentarlos, sin guardar concierto y orden de escuadrones formados con la traza y distin-
ción que la milicia enseña".
36 Trujillo (1948), p. 222: "tan gran resplandor que ponía espanto y temor de verlos".
” Ibid., (1948), p. 57; Estete (1938), p. 222.
414 EL NUEVO MUNDO
43 Estete (1938), p. 224. De todas las versiones que poseemos de este episodio, la de Estete
es la que mejor representa la intensidad dramática del momento; Cieza de León, en Cantú
(1979), p. 251, describe con realismo la escena: "cobrado el brevario, aleadas las faldas del
manto, con mucha priesa bolbió a Pizarro diziéndo que el tirano Atabaliba venia como daño
de perro, que diesen en él”.
44 Jerez (1947), p. 332; el primero que puso la mano sobre Atahualpa fue un tal Miguel Estete
de Santo Domingo, “hombre de a pie", homónimo y pariente del otro Estete, el cronista; en la
confusión, hirió accidentalmente a Pizarro. Cieza de León, en Cantú (1979), cita su nombre,
p. 252. Para una breve biografía de ese personaje, véase a Lockhart (1972), pp. 320-322.
45 Trujillo (1948), p. 59: "y en las calles que defendían la salida apechugaron con un lienzo
de unas parés y lo hallanaron por el suelo, y allí en la plaza cayó tanta gente una sobre otra
que se ahogaron muchos, que de ocho mil yndios que allí murieron más de las dos partes
fueron muertos de esta manera”.
46 Jerez (1947), p. 333: "En todo esto no alzó indio armas contra español."
416 EL NUEVO MUNDO
Ibid., p. 333.
48 Ibid., p. 333: "Se fueron a cenar y el Gobernador hizo asentar a su mesa a Atabaliba [...]
mandó dar de sus mujeres que fueron presas las que él quiso para su servicio, mandóle dar
una cama en la cámara que el mismo Gobernador dormía."
49Cieza de León, en Cantó (1979), p. 253.
50 A propósito de las armas de los españoles, véase Hemming (1984), pp. 105-107; sobre los
caballos de los conquistadores, Cunningham Graham (1930). La confusión de Cajamarca
tiene su equivalente contemporáneo en Bucarest, donde un petardo, lanzado en la plaza el
21 de diciembre de 1989 en el momento de la alocución de Nicolás Ceausescu, sembró el pá-
nico entre la multitud con los resultados que todos sabemos. Véase el documento filmado y
presentado en Anlenne 2 el 21 de diciembre de 1990.
51 Cieza de León, en Cantó (1979), p. 244, atribuye a Atahualpa las frases siguientes: "Qué
pensáis que no son aquellos sino animales que en la tierra de los que los traen na<;en como en
la vuestra ovejas y cameros para que huyáis dellos?" Según Kubler (1945), pp. 420-421, los
españoles eran considerados como simples seres humanos por Atahualpa.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 417
To d o e l o r o d el Pe r ú
Atahualpa
era hombre de treinta años, bien apersonado y dispuesto, algo grueso; el rostro
grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre; hablaba con mucha
gravedad como gran señor; hacía muy vivos razonamientos y entendidos por los
españoles conoscían ser hombre sabio; era hombre alegre aunque crudo; ha-
blando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría.56
Al comienzo, había creído que Pizarro le daría muerte "y le dijeron que no,
porque los christianos con aquel Ímpetu matavan, mas que después, no, y le
hicieron entender que él se iría a Quito a la tierra que su padre le dejó".57 De
hecho, el Inca había prometido a Pizarro llenar una casa con todo el oro del
Perú para pagar su rescate. Le señaló la existencia del santuario de Pachaca-
mac, situado en la costa, al sur de Tumbes, donde podría encontrar todas las
riquezas que quisiera. ¿Cálculo pérfido? La huaca de Pachacamac no había
sabido predecir la derrota del Inca. Excitando a los españoles a saquear ese
santuario, Atahualpa se vengaba del silencio del oráculo.
Hernando Pizarro, acompañado de los artilleros y de 20 jinetes con ca-
ballos herrados con oro —el hierro faltaba en aquellas provincias—, atra-
vesó la región de Jauja.58 Luego los conquistadores llegaron, no lejos de
Chincha, a la gran huaca de Pachacamac, que dominaba el inmenso mar
gris. Jamás sabremos si el maleficio de ese paisaje actuó sobre un hombre
tan poco inclinado a las emociones como Hernando, ni si su mirada se posó
sobre los pelícanos de la playa y las embarcaciones de los pescadores, que
las olas habían hecho regresar a la orilla. En todo caso, el santuario los de-
cepcionó. Habían imaginado, sin duda, un palacio de oro lleno de piedras
preciosas. En su lugar encontraron una sala oscura y hedionda —sin du-
da, a causa del olor de la sangre y de los restos de las ofrendas animales—,
en que se levantaba una figura de madera que los indígenas veneraban.59
Al pie de este ídolo rústico alguien había dejado algunas joyas de oro, que no
compensaban los peligros corridos en el camino. Imitando al ilustre Cor-
tés, Hernando destrozó el ídolo, y los kuraqa de los alrededores se inclina-
ron ante el nuevo señor. Luego interrogó a un viejo guardián del santuario,
que se negó a entregarle sus tesoros. Pero más de 20000 indios, enterados
de la llegada de los extranjeros, acudieron de todos los valles cercanos,
llevando los presentes más diversos: oro y plata, para pagar el rescate del
Inca, así como pájaros, patos, sapos, culebras, tejidos, jarras de cerveza,
joyas, llamas y mujeres.60 Hernando ordenó hacer unos bultos y expidió el
botín a Cajamarca. En el camino de regreso, volvió a pasar por Jauja, donde
61 Jerez (1947), p. 335; Pizarro (1965), p. 183; Mena (1938), p. 320: ‘‘llevaron mucha gente
que los llevaron en hamacas y eran muy bien servidos". Quizquiz "estimó muy poco a los cris-
tianos aunque se maravilló mucho de ellos"; Cieza de León, en Cantó (1979), p. 264: "servían-
los los indios por dondequiera que pasavan: no faltava sino adorallos por dioses, según los
estimavan. Crían que avía en ellos encerrada alguna deidad”.
62 Mena (1938), pp. 320-321: "en aquella casa estaban muchas mujeres y estaban dos indios
en manera de embalsamados y junto con ellos estaba una mujer viva con una máscara de oro en
la cara aventando con un aventador el polvo y las moscas [...] La mujer no los consintió den-
tro si no se descalzasen y descalzándose fueron a ver aquellos bultos secos y les sacaron
muchas piezas ricas; y no se las acabaron de sacar todas porque el cacique Atabaliba les
había rogado que no se las sacasen diciendo que aquel era su padre el Cuzco”.
63 Jerez (1947), p. 336: “como ante él llegaban, le hacían gran acatamiento, besándole los
pies y las manos; él los recibía sin mirallos”.
420 EL NUEVO MUNDO
64 Rostworowski (1989), p. 17; esta unión sólo duró dos años. En 1538, Inés Yupanqui ya
era la esposa legítima de Francisco de Ampuero, paje de Hernando Pizarro. Francisca Pizarro
casó después con su tío Hernando y vivió en España.
65 Pedro Pizarro (1965), p. 179: "porque le habían tratado muy mal al Guascar en la prisión
y le traían horadadas las astillas de los hombros y por ellas metidas unas sogas". Cieza de
León, en Cantú (1979), p. 263: “caso lamentable por aquellas gentes que tienen a los ahoga-
LA CONQUISTA DEL PERÚ 42!
La m u e r t e de At a h u a l pa
rro, a su pesar según dicen todas las fuentes, condenó a Atahualpa a la pena
capital para asegurar la salvación de los conquistadores.67
Acusado de usurpador, fratricida, idólatra, polígamo y rebelde, Atahualpa
fue condenado a perecer en la hoguera. Temiendo esta forma de muerte,
tanto más atroz cuanto que destruiría para siempre su cuerpo y, según las
concepciones andinas, le bloquearía el camino de la ancestralidad, Ata-
hualpa aceptó convertirse al cristianismo para librarse de ella. Antes de
morir, el soberano confió el destino de sus hijos a Pizarro, a quien, no
olvidemos, le había dado a su propia hermana.68 El hermano Valverde lo
bautizó, y el Inca fue muerto a garrote en la plaza como un vulgar malhe-
chor, el 29 de agosto de 1533. Al espectáculo de la muerte del Hijo del Sol,
se elevaron clamores por toda la ciudad: sus súbditos se dejaban caer por
tierra, postrados como si estuviesen ebrios.69 Muchos, entre sus mujeres y
sus servidores, quisieron ser enterrados vivos con su Inca. Los conquista-
dores tuvieron dificultades para contener los accesos de desesperación que
se apoderaron de los indígenas. Acababan de cometer un regicidio, y todo
el oro del Perú no bastaría para limpiar la sangre derramada.
Atahualpa no tuvo el destino de Boabdil. Sin embargo, por un momento
se pensó en exiliarlo a España, y querríamos imaginar lo que habría sido
la vida del Inca, retirado en algún monasterio en la sierra de Gredos, a la
sombra de aquellas montañas ibéricas que habrían despertado en él la nos-
talgia de sus huaca ancestrales.
Antes de su ejecución, Atahualpa hizo saber a sus más próximos que si
no lo quemaban retomaría, pues su padre el Sol le haría revivir. Lo ente-
rraron en la catedral, que aún no era más que una modesta iglesia. Algún
tiempo después, su cuerpo fue exhumado y llevado en secreto a Quito, su
ciudad natal. Se desconoce el lugar de su sepultura, pero su muerte ignomi-
niosa hizo de Atahualpa el símbolo de todos los pueblos de los Andes, bo-
rrando así las disensiones que habían precipitado su pérdida. Hasta el día
de hoy, aguardan su retomo.70
La noticia de la ejecución contrarió a Carlos V, quien lo hizo saber a Pi-
zarro. Así como no habían faltado conquistadores que condenaran la muerte
de Cuauhtémoc, último soberano mexica, españoles como Oviedo o como
Cieza de León denunciaron la atrocidad: “la más mala hazaña" cometida
en las Indias.71
67 Pedro Pizarro (1965), p. 185; Jerez (1947), p. 344: "por la seguridad de los cristianos y
por el bien de toda la tierra", Pedró Pizarro (1965), p. 185: “Yo vide llorar al marqués de pe-
sar por no podelle dar la vida, porque cierto temió los requerimientos y el riesgo que había en
la tierra si se soltaba".
68 Sancho de la Hoz (1938), p. 121.
69 Pedro Pizarro (1965), p. 186: "Cuando le sacaron a matar, toda la gente que había en la
plaza de los naturales, que había harto, se postraron por tierra, dejándose caer en el suelo
como borrachos.”
70 Ibid., p. 186; Cieza de León, en Cantú (1979), p. 286: “dizen algunos de los indios que
Atavaliba dixo antes que le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le bolverían a ver
hecho culebra. Dicho dellos han de ser”. Sobre los mesianismos que nacieron después de la
ejecución de Atahualpa existe una bibliografía importante. Mencionemos aquí dos de las obras
más recientes: Flores Galindo (1987) y Manuel Burga (1988).
71 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 282: "la mas mala hazaña que los españoles an hecho
LA CONQUISTA DEL PERÚ 423
La in v a s ió n d e l o s An d e s
en todo este imperio de Indias y por tal es vituperada y tenida por gran pecado”. Véase tam-
bién la opinión de Oviedo ("no fue pequeño delicto"), en Gerbi (1978), p. 430.
72 Según Cieza de León, en Cantú (1979), p. 288, el nuevo Inca era un hijo de Atahualpa:
Toparpa. "Pizarro fué contento y juntó a los señores naturales: al modo de sus antepasados le
saludaron por nuevo rey matando por sacrificio un cordero de una color sin mancha, ponién-
dose algunas diademas de pluma por lo honrar.” Sancho de la Hoz (1938), pp. 122-124, da,
asimismo, detalles del ritual.
73 Zárate (1947), p. 482.
424 EL NUEVO MUNDO
74 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 297: "Los que eran mitimaes e tenían mando en estas
comarcas hizieron lo que los otros que fué ocupar cada uno lo que podían. Sabían que no
avía Inga que les pidiese quenta e que los españoles entendían poco de quipos que heran a
quien ya temían y aviendo hecho liga por todos para les dar guerra [...] eligieron por capitán
general a Rumiñahui." Sobre la conquista de Quito, Borchart de Moreno (1981), pp. 179-185.
El destino de los hijos de Atahualpa fue investigado por Oberem (1976); en el segundo tomo,
consagrado a los mestizajes; volveremos a ello.
75 Cieza, en Cantú (1979), p. 291.
76 "El pensar en los cavallos los desatinava”, Cieza, en Cantú (1979), p. 313.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 425
77 Sancho de la Hoz (1938), p. 154. Chalcuchima había creído poder manipular a Pizarro
para llegar a ser, a su vez, Inca; Pizarro también había pensado en utilizar la influencia de
Chalcuchima para facilitar la conquista. De hecho, a la muerte de Atahualpa, sus capitanes se
erigen en nuevos señores, arrastrando en sus facciones a los españoles. Sobre ese punto,
véase Kubler (1945), pp. 426-427.
78 Estete (1938), p. 239.
79 Hemos conservado aquí la fecha que da Sancho de la Hoz (1938), p. 157; la fundación de
la ciudad data del mes de marzo de 1534.
426 EL NUEVO MUNDO
81 Gutiérrez de Santa Clara (1963), t, n, libro n/p. 372, narra la historia de Cristóbal de Bur-
gos: "enfin su ama quedó contenta con el rescate que le dió y truxo su carta de libertad fecha
ante un escribano del rey. [El rey] le perpetuó los indios que le habían dado en encomienda y
le hizo regidor perpetuo de la ciudad de Lima, sin saber si era judío o moro, porque tenía
buen parescer y ser de hombre y se trataba como caballero y hablaba ladinamente como
aquel que se había criado desde muchacho en Castilla".
82 Pedro Pizarro (1965), p. 196; Cieza de León, en Cantú (1979), p. 297, afirma que en
Quito, Rumiñahui y otros caciques que lo habían seguido se llevaron más de 600 cargas de
oro que habían reunido en los templos del Sol y arrojaron todo ese tesoro a un lago; según
otras versiones, hundieron el tesoro bajo la nieve, en las cimas de las más altas montañas.
83 Cieza, en Cantú (1979), p. 372: "dizen que dezía este Juan Tello [...] que aria de ser aques-
ta tierra otra Italia y en el trato segunda Venecia: porque tanta multitud de oro y plata aria
hera inposible que no fuese así”.
428 EL NUEVO MUNDO
"Los d e Ch il e ”
84 Bataillon (1966), p. 14, habla del primer proyecto de construcción del canal de Panamá y
cita una carta de Espinosa.
85 Almagro había pedido a Pizarro que enviara a sus hermanos a España: "Respondióle
Pizarro que no creyese tal cosa de sus hermanos porque todos le amavan y tenían amor de
padre”, Cieza, en Cantú (1979), p. 394.
430 EL NUEVO MUNDO
86 No hay que confundir a este cronista, llamado el Chileno o también el Abnagrista, con su
homónimo, autor de una descripción detallada de los ritos y de las fiestas de los incas.
87 Pedro Pizarro (1965), p. 201: "Estos fueron los primeros inventores de ranchear, que en
nuestro común hablar es robar; que los que pasamos con el marqués a la conquista no hubo
hombre que osase tomar una mazorca de maíz sin licencia." Cristóbal de Molina el Chileno
(1968), p. 84: "y desta manera iban destruyendo y arruinando toda la tierra, la cual se alzaba”.
88 Inca Garcilaso de la Vega (1963) t. n, cap. xx, p. 113; es Cieza de León el que utiliza el tér-
mino "Alpes"; en esa época, los "Andes" se refería a los anti, es decir, a los habitantes del pía-
monte amazónico.
89 ‘El aire no afloxaba y era tan frío que les hazía perder el aliento. Muriéronse treinta cava-
llos y muchos indios e indias y negros arrimados a las bocas, boqueando se les salía el ánima;
sin toda esta desventura avía tan grande e rabiosa hambre que muchos de los indios vivos
comían a los muertos: los cavallos que de elados avían quedado de buena gana los comieron
los españoles", Cieza, en Cantú (1979), p. 435.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 431
La r e b e l ió n d e Ma n c o In c a
90 Inca Garcilaso de la Vega (1963), t. n, cap. xxi, p. 115: "Socorriéronse con la carne de los
caballos que hallaron muertos de los que se helaron cuando pasó don Diego de Almagro. Esta-
ban tan frescos con haber pasado cinco meses que parecían muertos de aquel día."
91 Alonso Borregán (1948), pp. 39-40: "que como llegase la nueva a Chile de la rebelión de
Manguinga en el Perú y mostrasen los vndios una cabera de un hombre muerto con canas
parescía al govemador Pizarro, un Filipillo lengua yndio propuso de se levantar con la tierra
y matar a Almagro y a toda su gente; como se entendiese la bellaquería hizieron justicia dél".
92 Tal es la posición de Kubler (1947) aunque la actitud de Paullu haya sido ambigua, si
hemos de creer a Valverde (1879), pp. 6-7. Según él, Villac Umu y Paullu habían sido mal-
tratados por Almagro, quien quiso encadenarlos, pero entonces se comprende mal la lealtad
de que Paullu dio pruebas hacia Almagro hasta la batalla de Chupas.
93 Alonso Borregán (1948), p. 40.
432 EL NUEVO MUNDO
dos hijos. La unión legítima con las mujeres indígenas, así fuesen nobles,
no dejaba, por lo demás, de plantear algunos problemas a esos españoles:
daban demasiada importancia a su condición de "cristianos viejos" para
casar con indias recién bautizadas y asimilables a conversas.94
A ello se añadían los efectos nocivos de la conquista, pues desde que los
españoles habían invadido el Perú, en Cuzco y en todas partes se había
trastornado el orden social. A favor de los disturbios, gente de extracción
modesta, como los mitimaes —poblaciones desplazadas de su comunidad
de origen— y los yanaconas —término que en la época inca designaba a los
servidores— se habían unido de grado o por fuerza a los conquistadores,
creyendo liberarse así de las restricciones antiguas. Si bien es cierto que en
su mayor parte debieron encontrarse en lo más bajo de la escala social,
algunos llegaron a adquirir una condición más envidiable y se vistieron
como los orejones, cuya autoridad ya no reconocían. Por último, esos opor-
tunistas ya no mostraban ningún respeto al Inca.95 Aprovechando la divi-
sión de los españoles —Almagro había partido hacia el sur—, Manco
arengó a los señores y se puso a la cabeza del levantamiento. Traicionado
por yanaconas, logró evadirse de Cuzco una vez, pero fue alcanzado por
Gonzalo Pizarro; mientras tanto, yanaconas y españoles saquearon su casa.
El Inca reincidió, y Juan Pizarro lo arrojó a la prisión. No se necesitó más
para desencadenar las hostilidades.
Los partidarios de Manco, protegidos por el relieve, habían entablado
una guerrilla que los conquistadores difícilmente podían contener. Los es-
pañoles ya no podían transitar por la sierra para inspeccionar a los indios
que poseían en encomienda. Ante su prisionero, Hernando Pizarro empleó
diferentes métodos, alternando los modales corteses y amistosos con las
humillaciones y hasta la violencia.96 De los dos, el Inca se mostró más astu-
to. Bajo pretexto de ir a buscar oro, Manco partió hacia Yucay, y no regresó.
Hombres y mujeres lo siguieron a las montañas en que se había refugiado,
y la ciudad de Cuzco se despobló.
En 1536, el asedio de Cuzco por las tropas de Manco dio la señal de ese
levantamiento que a los españoles les pareció una Reconquista a la inversa.
La capital del Tawantinsuyu se convirtió en una segunda Granada, pero
esta vez los sitiados eran los cristianos. El Inca había reunido 200 000 hom-
bres, mientras que los españoles eran escasamente 200, secundados por una
94 Eso es lo que sugiere José Durand en el debate que sigue Bataillon (1966), p. 23.
95 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 412: "an allegado a si los anaconas y muchos mitimaes.
Estos traidores antes no vestían ropa fina ni se ponían llauto rico; como se juntaron con
éstos, trátanse como Ingas: ni falta más de quitarme la borla. No me onran cuando me ven,
hablan sueltamente porque aprenden de los ladrones con quien andan". Sobre la prolife-
ración de los yanacona, Gibson (1969), p. 90; Wachtel (1971), pp. 255-263.
96 "Testimonio de don Francisco Guamán Rimachi", en Guillén Guillén (1984), p. 43:
"estando en la cárcel los dichos españoles le quitauan las mujeres que le llevaban de comer
para servirse dellas y porque le defendían que no les quitase las mugeres daban de bofetones
al dicho Manco Ynga." p. 28: “el dicho Mango Ynga [...] al tiempo que se fué a Vilcabamba
dexó todo [...] e llorando de sus ojos en presencia de todos: ya no puedo volver ni podemos
estar en el estado como solíamos pues véis los agravios e molestias que nos hacen los
españoles determino echar fuego en las casas de mi padre e las mías e dexar lo que tengo e
yrme a esa montaña, e así fué llorando".
LA CONQUISTA DEL PERÚ 433
El f in d e Die g o de Al m a g r o
cacia que su rival. Sin entrar en los detalles de esas luchas, baste señalar
aquí que las tropas de Hernando Pizarro se enfrentaron a las de Almagro
en Las Salinas, a menos de una legua de Cuzco, en una jornada de abril de
1538. Llevado en vilo a causa de la sífilis que lo roía desde las épocas del
istmo, Almagro seguía el desarrollo de los combates en los que Pedro de Can-
día, solicitado al principio, se negó a participar. La batalla resultó en detri-
mento del conquistador de Chile, que fue capturado por Hernando y ence-
rrado en Cuzco. En el terreno cubierto de cadáveres, los indios recogieron
armas y objetos que recuperaron para sus guerrilleros.
Hernando trató de tentar a Almagro con la clemencia de su hermano. De
hecho, organizó un proceso contra él, reprochándole haber emprendido
una guerra, pese a las decisiones de la Corona que había destinado Cuzco
a Pizarro, y haberse entendido con Manco. Almagro le recordó, en vano, lo
que había hecho por su familia durante los difíciles años del Pacífico. Fue
decapitado antes de la llegada del gobernador, en julio de 1538. Tenía 70
años.106 Pocos días después Pizarro, con un mantón de piel de marta que
le había obsequiado Cortés, entró en la ciudad al son de trompetas y de
chirimías. Ese lujo no engañó a nadie: en lugar de duelo, reflejaba el triun-
fo del gobernador.107 Luego, después de un rodeo por Charcas (Bolivia),
Hernando volvió a España para informar de los acontecimientos a Car-
los V. Pero la Corona no toleraba que los conquistadores se hiciesen justicia
por su propia mano; el destino trágico de Nicuesa y las intrigas de Balboa
no se habían olvidado. Así, Hernando quedó preso en el castillo de La Mota,
en Medina del Campo, donde pasó varios años de su vida. El cautiverio no
le impidió atender sus asuntos ni administrar la fortuna que había ama-
sado en el Perú.
El a s e s in a t o d e Piz a r r o
fesión que nadie le dio, mientras su palacio era invadido y saqueado por
los partidarios del joven Almagro.117 En este abandono pereció Pizarro el
24 de junio de 1541, en una ciudad en la que todos eran sus parientes, sus
allegados y sus criados. Su casa fue saqueada. No quedó siquiera con qué
comprar unos cirios para su entierro.118
Los cadáveres de Pizarro y de Alcántara yacían abandonados en la sala
del palacio, sin que nadie pensara en darles sepultura. Al caer la noche,
temiendo profanaciones, Inés Muñoz, acompañada de otras tres personas,
sacó los cuerpos de su marido y del marqués para llevarlos a la iglesia,
donde fueron lavados y enterrados cristianamente.119 Para evitar las repre-
salias de Almagro, ella se refugió en un convento con los hijos de Pizarro.
A la primera ocasión se embarcó hacia Tumbes y, para sobrevivir, vendió
sus joyas. De ahí fue hasta Quito, donde se unió con Vaca de Castro, envia-
do por la Corona al Perú con objeto de poner término a las guerras civiles.
Aquel año, el imperio y Carlos V tenían la mirada puesta en los turcos.
En octubre, Cortés se encontraba al lado del emperador ante Argel, bajo
borrascas de lluvia y de agua salada. La Nueva España del virrey Mendoza
aguardaba noticias de Coronado, que había partido hacia las tierras aún
misteriosas del Norte. Se inquietaba por la revuelta de los indios del Mix-
tón en la cual el conquistador Pedro de Alvarado, de regreso del Perú,
encontró la muerte, aplastado por un caballo.
Primera Parte
Los MUNDOS ANTIGUOS
I. Antes de la invasión......................................................................... 13
La piedra negra del guanaco.......................................................... 15
La apertura del mundo.................................................................. 17
Avaporu, los devoradores de hombres....................................... 18
Perene, la montaña de sal.............................................................. 21
La hija del kuraqa.......................................................................... 24
En los confines del Imperio inca................................................... 29
El banquete de los mercaderes pochteca....................................... 33
La historia de un esclavo.............................................................. 39
Los ritos de la lluvia...................................................................... 42
El "lugar sin polvo y sin suciedad”............................................... 43
Los orígenes de la tierra y del tiempo........................................... 45
619
620 ÍNDICE GENERAL
Segunda Parte
El n u e v o m u n d o
An e x o s
Cronologías................................................................................................. 535
I. Cronología general.......................................................................... 537
II. El levantamiento de los comuneras (1519-1524)...................... 540
III. Las “germandats” o “germanías” de Valencia (1519-1524)... 541
IV La expansión portuguesa en el siglo xv....................................... 542
V. Los descubrimientos de los castellanos....................................... 545
Cristóbal Colón antes de 1492. 545; Los viajes de Colón. 545; El continente, 546
VI. Descubrimiento yconquista de México........................................ 548
Vil. Descubrimiento, conquista y pacificación del Perú (1526-1555) 549
VIII. De América al Asia.......................................................................... 551
EX. Los itinerarios.................................................................................. 552
Glosario..................................................................................................... 555
Bib l io g r a f ía
I. Generalidades.................................................................................. 561
II. Fuentes impresas.............................................................................. 562
III. Referencias discográficas.................................................................. 568
IV. Trabajos.............................................................................................. 569
La América prehispánica.............................................................. 569
Mesoamérica y el Caribe............................................................... 569
América del Sur.............................................................................. 570
Navegación (prehispánica; vikingos)........................................... 571
624 ÍNDICE GENERAL