3.1 BERNAND y GRUZINSKI

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Carmen Bernand

y Serge Gruzinski
Historia
del Nuevo Mundo
Del Descubrimiento a la Conquista.
La experiencia europea, 1492-1550
CARMEN BERNAND Y SERGE GRUZINSKI

HISTORIA
DEL NUEVO MUNDO
Del Descubrimiento a la Conquista
La experiencia europea
1492-1550

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO
VIL LAS PUERTAS DE AMÉRICA
Nunca pude sentir ni entender las cosas de las Indias
hasta que las vine a ver e entendí muy diferenciadamente
lo que vi e veo de lo que antes avía oydo.
Ov ie d o

Cu b a , 1517. ¿Sería en las proezas de Amadís con las que soñaría Bemal
Díaz del Castillo frente a la mar? ¿Con las promesas de remotas expedi-
ciones hacia tierras afortunadas? ¿O con Medina del Campo, su ciudad na-
tal? Se había disipado el suave aroma del estoraque. El sol del mediodía
había consumido los “vapores de la tierra” que se elevaban de las cenizas
de las fogatas encendidas por los indígenas para moderar la frescura de la
noche. El silencio sólo era roto por los gruñidos de un cerdo que hozaba el
campo de un indígena abrumado, quien apenas tenía fuerzas para apartar
al animal. En la bahía, algunos postes demolidos surgían de las olas, úni-
cos vestigios de los criaderos de mujoles, que poco antes aún conservaban
los naturales. Cortejos de flamencos de color rosa, “no parecen sino greyes
de ovejas señaladas o almagradas”, volaban sobre el agua salada. Indife-
rente a la mancha de sangre que avanzaba por el mar,{Bemal Díaz del Cas-
tillo no había olvidado su primera experiencia, la expedición que lo había
llevado tres años antes a la costa atlántica de Panamá, la pesadilla de
Castilla del Oro, la caída de hombres en las marismas con vapores envene-
nados. Los guerreros vestidos de seda que habían agonizado lánguidamen-
te o que murieron de hambre, habían sin embargo rozado la gloria en la
Italia del Gran Capitán. Pero la ociosidad de las islas, regada con un “vino”
agrio del país, en tomo de una iguana asada o de una rebanada de tortuga,
¿valía más que los espejismos del continente?1-]

So b r e l a f r o n t e r a d el Nu e v o Mu n d o (1492-1517)

En un cuarto de siglo los españoles habían descubierto y ocupado las Anti-


llas, creando un mundo tenso, destructor e inestable. El suntuoso paraíso
de los verdes valles vislumbrado y descrito por Colón pronto se convirtió
en una trampa para muchos europeos y en un matadero para las pobla-
ciones indígenas?) En el umbral de un continente del que aún no se sabía

1 Las Casas (1986), t. n, p. 511: "Es cosa de ver cuando se comienzan a colorar, que como
siempre están 500 y 1000 juntas no parecen sino greyes de ovejas señaladas o almagradas;
comunmente no andan volando como las grullas, sino que siempre o casi siempre están en la
mar, todas las zancas o piernas metidas en el agua salada, los pies en el suelo, que no les lle-
gue a la pluma el agua"; H. Colón (1984), p. 168; Avalle-Arce (1990), pp. 133-135, 38; Sáenzde
Santa María (1984), p. 128.

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prácticamente nada, y que, con excepción deLDarién, en la orilla de Pa-


namá, de lasj:ostas de Colombia y de Venezuela, seguía siendojjn enigma,
en que se acumulaban las energías, las esperanzas y las frustraciones.
Durante ese tiempo una .catástrofe humana y geológica devastaba Tas
is^s.2
TRecordamos algunas fechas esenciales. Veinticinco años antes, el 12 de
octubre de 1492, Colón había tocado una isla del archipiélago de las Luca-
yas. Lo recibió un pueblo desnudo, como los guanches de las Canarias o
los negros de Guinea. Llegó a Cuba el 28 de octubre, y después a La Es-
pañola (la isla de Santo Domingo) el 6 de diciembre. Casi de un solo gol-
pe, el genovés había descubierto la ruta marítima que permite un aprove-
chamiento óptimo de los vientos. A la ida tuvo que escoger entre dos
hileras de islas. La pendiente de los alisios, la ruta corta de menor dificul-
tad, el viento atrás y corriente en popaJAl regreso, Colón fue hacia el norte
a buscar los vientos del oeste favorables que empujan hacia las Azores y
España. El hallazgo, decisivo, es tan asombroso como el mismo "des-
cubrimiento de América”, y señala un camino que durante tres siglos será
tomado regularmente por la flota española de las Indias. En parte por
deducción, en parte por intuición, el genovés probablemente se inspiró en
las maniobras que realizaban los marinos portugueses que remontaban las
costas de África, imaginando una gigantesca transposición geográfica
hacia el Atlántico norte. La suma de conocimientos, de prácticas y... de
errores (la circunferencia terrestre exageradamente reducida) acumulados
por Colón produjo, así, una travesía magistral, apenas más larga que las de
las,flotas que lo seguirán.3
¿Como buen genovés y discípulo de los portugueses, Colón no dejó de
emprender actividades de exploración, creando fortines destinados a ser-
vir como bases comerciales, partiendo en busca de artículos raros o fácil-
mente comercializables. El oro excitó, al punto, su codicia, y la explota-
ción de las vetas auríferas de La Española comenzó desde fines de 1493. A
diferencia de lo que ocurría en Guinea, los recién llegados se vieron obliga-
dos a organizar la extracción en lugar de contentarse con obtener el metal
por simple trueque. Las islas nunca llegarían a ser una pequeña África vigi-
lada por fortalezas y establecimientos dedicados a reunir oro y esclavos?]
Colón se apartó aún más del precedente portugués cuando, aquel mismo
año, una importante flota cargada de hombres, de animales y de plantas se
hizo a la mar con destino a las islas nuevas¿Poco tiempo después los euro-
peos exploraban la costa cubana, luego bordeaban Jamaica, y el hermano
de Colón, Bartolomé, fundaba la ciudad de Santo Domingo?]
fY sin embargo, desde 1495, los Reyes Católicos se esforzaron por recor-
tar los privilegios otorgados a Colón y a los suyos tres años antes, cuando
muchos creían, junto a las murallas de Granada, que el almirante desapa-
recería para siempre bajo las aguas de la Mar OcéanoJ Pese a la benevolen-

2 Las Casas (1967), t. i, p. 15: “cuando la descubría el Almirante y la contemplaba, decía


della maravillas".
3 Un pueblo como los guanches o los negros de Guinea, Chaunu (1969a), pp. 211, n. la,
pp. 213, 121, 190.
222 EL NUEVO MUNDO

cía de la reina Isabel, las dificultades se acumularon entonces contra el


genovés, sin lograr nunca, empero, hacerlo desistir^En 1498, Colón llegó a
las costas de Venezuela; había tocado un continente. En el curso de su
cuarto y último viaje (1502-1504) estuvo cerca de conocer a los mayas de
México, volvió hacia el este y siguió a lo largo de las costas de América
Central, desde el cabo de Honduras hasta el golfo de Darién. El almirante
volvió a Sanlúcar en noviembre de 1504. La muerte de su protectora,
Isabel la Católica, lo llenó de consternación, y poco después, en mayo de
1506, falleció en Valladolid minado por la artritis. Pero ya, en lo esencial,
el Mediterráneo de los Caribes había sido reconocido.4^

La Es pa ñ o l a , pr e s a d e l o s in v a s o r e s

¿~Hasta 1516 La Española fue sitio de relevo y luego base de operaciones a


partir de la cual los españoles recorrieron las Antillas y exploraron la Tie-
rra Firme. La historia de la gran isla es breve, atroz y ejemplar. Práctica-
mente en dos decenios, los colonos que llegan a la isla acaban con sus ha-
bitantes y su oro.56Z]
£T)e 1494 a 1496 toda La Española cae, primero, bajo la influencia de Co-
lón y de los suyos: los ataques, las deportaciones de esclavos, la destrucción
de los cultivos de productos alimenticios y el hambre diezman las pobla-
ciones indígenas. Y sin embargo, el descubrimiento decepciona, tanto así
que las exorbitantes concesiones hechas a Colón enfurecen al poder real: La
Española produce muy poco ora] A manera de compensación, e inspirán-
dose en las prácticas portuguesa’s, Colón monta un proyecto de tráfico de
esclavos caribeños a España. Esta iniciativa no mejora sus relaciones con
la Corona, pues termina en desastre y duele a la conciencia de la soberana,
que se propone proteger a sus nuevos súbditos. Y sin embargo, la cuestión
de la esclavitud indígena está lejos de haberse resuelto. Por último, la gue-
rra civil que estalla entre los fieles de Colón y una facción de descontentos
encabezada por Francisco Roldán no arregla los asuntos del genovés; en
1499, para calmar los espíritus, el almirante organiza la primera distribu-
ción (repartimiento) de indios, pero al año siguiente pierde lo esencial de
sus poderes: el navegante vuelve a España cargado de cadenas.
]
*
Desde entonces se modifican las reglas del juego. La maquinaria adminis-
trativa, manipulada en adelante desde Sevilla por Rodríguez de Fonseca y
su grupo, sustituye al genovés por servidores fieles y con título, pero no
siempre competentes: los gobernadores Bobadilla y después Ovando. A los
50 años, Fonseca, el ex arcediano de Sevilla, emprende una carrera fulgu-
rante. Obispo de Badajoz y después de Córdoba, eslabón inevitable y temi-
do entre la Corona y las islas, se convierte en el amo de las Indias nuevas,
dispuesto a apartar a todos los que puedan amenazar su poder. Tal no es el
caso, al menos al principio, de Nicolás de Ovando, a quien envía a las An-
4 Chaunu (1969a), pp. 224-229.
5 Sobre la historia de las Antillas, Arrom (1975), Sauer (1984).
6 Ibid., pp. 130-160.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 223

tillas en 1502, a la cabeza de 30 navios. El nuevo gobernador de las Islas y


de la Tierra Firme de la Mar Océano desarrolla ahí el sistema de enco-
mienda que habíapracticado en España cuando era comendador de la or-
den de Alcántara{Pero la encomienda ibérica consistía en distribuir pueblos
y tierras de los moros a los conquistadores cristianos, en tanto que la en-
comienda antillana confía los isleños a la Corona o a los colonos para
obligarlos a trabajar en los campos, las minas y las casas. Llamada a con-
vertirse en institución importante de la América española en el siglo xvi,
legaliza y organiza la práctica del repartimiento, inaugurada por Colón.
Todos los españoles que llegan con Ovando sueñan con tener una enco-
mienda o un repartimiento, y entre ellos también un joven de 18 años, Bar-
tolomé de Las Casas, cuyo padre, Pedro, ya había pasado cinco años en La
E¿j^añola.77J
[Bajo el caos de los acontecimientos se aprecian ya las tres grandes expe-
riencias en que se inspiran, combinándolas, descubridores y conquistado-
res: por una parte, el legado africano-luso-genovés. que une la exploración
al trueque con los indígenas; por otra parte la tradición castellana de la
Reconquista ibérica, con lo que implica de operaciones militares y de ociT-
pación definitiva de la tierra; por último, más lejana en el tiempo, la con-
quista brutal de las Canarias. El precedente granadino y el de las Cananas
—la invasión conquistadora y exterminadora, emprendida por hombres de
guerra— triunfan y el genovés, mal preparado para lanzar una empresa
de población, acaba por perder en pocos años el dominio de las opera-
cionesTlPero también fracasan las medidas estabilizadoras y represivas de
Ovando, que masacra a los isleños. El choque de los modelos y de las expe-
riencias, la gigantesca chapucería social y económica que de ello resulta
y que termina en la caída acelerada de las reservas de mano de obra, nos
dan cuenta de los padecimientos, de los desastres y de las atrocidades que
se suceden. Monstruo híbrido, La Española dejaba de ser un simple depó-
sito, una factoría a la portuguesa, sin llegar a ser, empero, una colonia.8

Mu e r t o s e n m o r a t o r ia : l o s in d íg e n a s

Sin embargo, los primeros contactos fueron casi idílicos. Los paisajes, los
seres vivos y las cosas dejaron maravillado a Colón, y la investigación con-
fiada al religioso catalán Ramón Pané da testimonio de una sensibilidad a
la diferencia no menos notable.9 Pero, pasada la etapa inicial, la mirada
sobre esas poblaciones se endureció, y luego llegó a la indiferencia, animán-
dose sólo para expresar la irrisión o la curiosidad divertida: algunos ob-
servadores notan invariablemente la tez "olivácea" de la piel de los natura-
les, la sensualidad desenfrenada —con un loque de sodomía—, la poligamia,
el culto a objetos extraños, la embriaguez provocada por el tabaco —otro
descubrimiento—, los sacerdotes adivinos, mitad estafadores, mitad cu-
7 Chaunu (1969b), p. 227; Lockhart y Schwartz (1983), pp. 68-71.
8 Chaunu (1969a), pp. 213, 195-196; Pané (1977), p. 200; Elliott en Bethell (1988), p. 18.
9 Pané (1977); H. Colón (1984), pp. 184-206.
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randeras, los alimentos exóticos (maíz, cazabe y patatas dulces), la ausen-


cia de “caballos, asnos, toras y carneros^] “Los trueques causaban risa,
fuera por desprecio que [los isleños] hacían del oro o por ansia de adquirir
los artículos comunes de comercio." Los indígenas parecían actuar en con-
tra del buen sentido, sin ninguna noción del valor de las cosas: "Davan lo
que valía ciento por lo que no valía diez ni aun cinco." Raros fueron los que,
como Hernando, el hijo de Colón, comprendieron que los indígenas sacra-
lizaban los objetos europeos: “Les parecía que por ser nuestras eran dignas
de mucho aprecio por tener como cosa cierta que los nuestros fuesen
gente bajada del cielo y por ello anhelaban que les quedase alguna cosa
suya como recuerdo.”
¿Las distinciones étnicas eran resumidas y utilitarias: los españoles dife-
renciaban a los grupos amistosos —generalmente los arawak y los tainos—
y a los grupos hostiles, llamados uniformemente caribes. La ceguera de los
recién llegados nos asombra7|"Por lo demás, gracias a las relaciones esta-
blecidas con los españoles, todo mejoró, salvo que, entre tantos millares de
hombres que poblaban la isla, sólo queda alguno con vida aquí y allá." Ovie-
do, el espectador de la Italia renacentista, el observador de los paisajes del
Nuevo Mundo, nos ofrece conceptos que no necesitan comentarios:

porque capas no las trayan ni tampoco tenían las caberas ni las tienen como
otras gentes, sinon de tan rezios y gruessos cascos quel principal aviso que los
christianos tienen quando con ellos pelean, es no darles cuchilladas en la cabera
porque se rompen las espadas. Y assí como tienen el casco grueso, assí tienen el
entendimiento bestial y mal inclinado, como adelante se dirá de sus ritos y ceri-
monias y costumbres.
¿El descubrimiento del canibalismo entre los caribes da a los españoles
una justificación en su rechazo y confirma el estereotipo. El tema es tanto
más sensible cuanto que, en más de una ocasión y bajo la presión de las
circunstancias y del hambre, algunos europeos serán tentados por esta prác-
tica que les parece monstruosa.1 ÓJ
¿Es difícil evocar la mirada de los vencidos, de esos tainos que poblaban
las islas, primera humanidad americana que recibió el choque del Occi-
dente. De hecho, pocos trataron de recoger las reacciones de aquellos a quie-
nes la muerte debía tan pronto suprimir. No los imaginemos unánime-
mente pasivos, fascinados con los objetos de Europa que se les “ofrecen" a
puñados —“cuentas de vidrio, cascabeles, campanillas, la menor chuche-

10 Oviedo (1547), f. Lr°: “Era el exercicio principal de los indios desta ysla [...] mercadear y
trocar unas cosas por otras, no con la astucia de nuestros mercaderes, pidiendo por lo que
vale un real mucho mas, ni haziendo juramentos para que los simples los crean; sino muy al
revés de todo esto y desatinadamente porque por maravilla miravan en que valiesse tanto lo
que les davan como lo que ellos bolvían en precio o trueco; sino teniendo contentamiento de
la cosa por su passatiempo, davan lo que valía ciento por lo que no valía diez ni aun cinco”;
xuw‘; * xxw (los Caribes); H. Colón (1984), p. 94; p. 211: "[el hambre] fue tan grande que
muchos [españoles], como caribes, querían comerse los indios que llevaban; y otros, por
ahorrar lo poco que les quedaba, eran de parecer que se les tirase al mar”; De Rebus Gestis
(1971), p. 323; Cabeza de Vaca (1977), p. 77.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 225

ría"—, víctimas embrutecidas de la rapacidad y de los perros de los con-


quistadores, como los canarios de generaciones anterioresJComo lo sugie-
re el cuadro del flamenco Mostaert, los indígenas saben revertir la relación
de fuerza cuando encuentran los medios para hacerlo, defender encarni-
zadamente sus tierras, acosar a los invasores, liquidar a los agresores aisla-
dos y rechazar la cristianización. [Pero las epidemias, mucho más eficaz-
mente que los españoles, acaban con todas las resistencias y todas las
astucias. Sin embargo, algunos indios se pasan al campo de los vencedo-
res, convirtiéndose en colaboradores inapreciables. Actitud determinante
que se reproducirá por doquier en el Nuevo Mundo, permitiendo a los des-
cubridores-conquistadores avanzar y establecerse, con menor desgaste, en
una gran parte del continente//
Si se comprenden los móviles de la colaboración de ciertos grupos o de
ciertas etnias indígenas —oportunismo, cálculo político, temor religioso,
rencor por un dominio apenas tolerado...—, en cambio se desconocen to-
das las razones que pesaron sobre actitudes individuales y anónimas: por
ejemplo, ¿qué esperanza, qué sueño incitaron a un indio de Jamaica a huir
de su familia y de su comunidad para arrojarse en la boca del lobo y correr
a los navios españoles, suplicando que lo llevaran a Castilla? Apenas se
acababa de descubrir Jamaica. La condición de doméstico —se le llamaba
naboría— era, ciertamente, menos intolerable que la esclavitud en los cam-
pos y en los placeres, pero no se necesitaba gran cosa para ser arrojado de
la casa española e ir a morir en una encomienda.11
¿En 1517 los naturales de La Española, como los de otras islas, son diez-
mados o están ya en vías de extinción. Todas las cifras al respecto, aunque
aproximadas, son abrumadoras. Según Las Casas, La Española perdió más
de tres millones de indígenas entre 1494 y 1508. En 1516, desde su conforta-
ble posición en España, el cronista Pedro Mártir se inquieta por esta ca-
tástrofe, recordando la estimación de 1496: uno o dos millones de indios. El
juez Zuazo, pocos años después, lamenta que de 1.3 millones de indígenas
sólo queden 11 000.12_J
¿Son múltiples las causas de esta mortandad: la represión de las revuel-
tas, la persecución de esclavos emprendida por españoles organizados en
cuadrillas, la deportación y la ruptura con el medio, los malos tratos de
todas clases, la impericia de los europeos indiferentes a las necesidades
elementales de la mano de obra que explotan, ávidos de obtener ganancias
instantáneas, dispuestos a abandonarlo todo por otras comarcas más pro-
metedoras y con mayor cantidad de indios. Al ritmo de las intrigas y con la
venia de las autoridades, los indígenas pasan de mano en mano, de una
aldea a otra, presas de una dominación desordenada que trastorna radical-

11 H. Colón (1984), pp. 165-166, 180, 203, 167: "llegó a los navios un indio muy joven
diciendo que se quería ir a Castilla. Detrás de él vinieron muchos parientes suyos y otras per-
sonas en sus canoas, rogándole con grandes instancias que se volviese a la isla; pero no
pudieron apartarlo de su propósito. Antes bien, para no ver las lágrimas y los gemidos de sus
hermanas, se puso en parte donde nadie pudiera verlo. Maravillado el Almirante de la cons-
tancia de este indio, mandó se le tratara muy bien”.
'2 Sauer (1984), pp. 235 y 304.
226 EL NUEVO MUNDO

mente la vida locaT]Algunos de ellos —los naboríes— se encuentran apega-


dos a los españoles como lo habían sido a sus amos indígenas antes de la
Conquista; otros, sometidos al sistema de repartimiento —o encomienda—
deben consagrar una parte considerable de sus fuerzas a satisfacer las exi-
gencias de los europeos. Poblaciones que, por falta de tiempo y de libertad,
ya no son capaces de cazar ni de pescar, son víctimas de la subalimen-
tación. Los viveros de peces, antes repletos de mujoles, han quedado aban-
donados; los pocos cultivos alimentarios que subsisten sufren los ataques
de los cerdos, verdadera encamación animal del impacto desencadenado
por la irrupción de los cristianos. Decapitada por las guerras y las matan-
zas “preventivas", se disloca la jerarquía tradicional; se rompen los ritmos
de la vida comunitaria; se borran los recuerdos. Los grupos quedan irre-
mediablemente desarticulados. Los indios colaboracionistas matan a quie-
nes tratan de resistir la invasión extranjera, y viceversa. Para escapar de
los trabajos forzados, algunos aborígenes se envenenan o se ahorcan. A
partir de 1508, creyendo paliar la desaparición física de las poblaciones
locales, las autoridades españolas aceleran el despoblamiento organizando
la deportación masiva de los indígenas de las Bahamas: según Las Casas y
Pedro Mártir, cerca de 40 000 naturales son introducidos de esta manera en
la isla. En 1512 se han consumido las reservas humanas de las Bahamas.
Por doquier triunfan la lógica de la carrera del oro y el desbocamiento de
un sistema portador de muertej
Pero, ¿se puede hablar aún ae lógica en el clima de caos y de desastre
que asfixia las Islas? ¿Cómo obtener, por cierto, la mayor cantidad posible
de oro y mantener la producción a un nivel elevado mientras se vuelven ca-
da vez más escasos la mano de obra y el metal? ¿Se elevan voces de los
dominicos contra esta monstruosidad, para empezar la de Antonio de Mon-
tesinos, quien en 1511, en un sermón tronante, anuncia a los colonizado-
res de La Española que corren el riesgo de condenarse “como los moros y
los turcos" si continúan maltratando a las poblaciones indígenas.1
Pero no son éstas las únicas víctimas de los blancos: en muchos islotes
los animales que nunca han visto seres humanos se dejan matar sin ofre-
cer resistencia. De manera general, la fauna y la flora pagan un tributo tan
pesado como los naturales a la explotación desenfrenada, mientras que los
animales de Europa, sueltos sobre las tierras nuevas, conquistan el espacio
americano con tanta violencia como sus amos cristianos. Los isleños re-
'cordarían largo tiempo la llegada de los caballos —desconocidos en Améri-
ca—, que por doquier siembran el espanto. Las lacónicas observaciones de
los colonos españoles indican, por cierto, la extensión del drama ecológi-
co: “Lo que hoy es un yermo estaba antes muy poblado."13 14
Por si todo eso no bastara, los sobrevivientes, convertidos en un proleta-
riado famélico, sufren de lleno los efectos de los milenios de aislamiento que

13 Oviedo (1547), f. xxvir°; Chaunu (1969b), p. 129; Pagden (1982), pp. 30-31.
14 H. Colón (1984), p. 176: “Mataron ocho lobos marinos que dormían en la arena y
cogieron también muchas palomas y otras aves; porque no estando habitada aquella isleta, ni
los animales acostumbrados a ver hombres, se dejaban matar a palos."
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 227

habían preservado'a las poblaciones de América de las enfermedades que


padecían Eurasia y África. Los descendientes de aquellos que varias dece-
nas de millares de años antes habían franqueado el estrecho de Behring,
han perdido progresivamente las inmunidades adquiridas por sus antepa-
sados en los remotos tiempos asiáticos. El descubrimiento, y después la
conquista y la colonización de América, los ponen bruscamente en contac-
to con europeos y africanos portadores de gérmenes nuevos. También lo
contrario ocurrió, si recordamos el destino de la sífilis. A las infecciones
tradicionales se añaden, pues, enfermedades nuevas que aniquilan a los in-
dígenas: la viruela, que mata desde 1518; la malaria, transmitida después
por los veteranos de las guerras de Italia. Ahora bien, la viruela en Europa
atacaba principalmente a los niños y a los recién nacidos. En América ata-
ca a todos los indígenas, sin distinción de origen o de edad. Sin hacerse
ilusiones, el enviado del cardenal Jiménez de Cisneros, el juez Zuazo,
anuncia, a principios del decenio de 1520, la extinción de la población abo-
rigen, pese a las medidas preconizadas in extremis por la Corona, que or-
denó reinstalar a los indios en sus comunidades y liberarlos de la servi-
dumbre. Pero ya era demasiado tarde.
El desastre demográfico —que debía repetirse en México, en escala aún
más espectacular— no obedece a ningún plan razonado, a ninguna volun-
tad deliberada. Se trata de un “genocidio sin premeditación", para retomar
la fórmula de Jacques Ruffié. Por lo demás, ¿por qué habrían tratado los
españoles de eliminar la mano de obra que hacía sus fortunas? (jLl geno-
cidio resulta de la brutal yuxtaposición de dos sociedades y de dos univer-
sos. El mundo mutilado y disgregado de las islas se derrumbaba bajo el
frenesí brutal de los recién llegados, hombres de todas las clases y todas
las tendencias, pero se encontraba no menos súbitamente sujeto al asalto
—invisible y aún más implacable— de virus y de microbios desconocidos.15
^Las soluciones que las autoridades españolas, incapaces de contener la
catástrofe, intentaron con las ideas y los medios de la época, no hicieron
más que desencadenar otros desastres humanos. Para compensar la falta
de mano de obra y paliar la suerte de las poblaciones sometidas, los defen-
sores de los indios y de la autoridad real —los jerónimos que gobiernan La
Española de 1517a 1518, Las Casas en 1517 y después el juez Zuazo— re-
clamaron la importación de esclavos bozales, es decir, de negros llevados
de África. Comenzaba así otro capítulo de la historia de América, no me-
nos decisivo que el descubrimiento y la conquista europeos. Las "santas”
intenciones de los jerónimos salidos de sus claustros de Castilla se dilu-
yeron en la marisma de intrigas y de intereses del Nuevo Mundo y con-
tribuyeron a la pérdida de los indios que, concentrados en aldeas, cayeron
bajo el azote de "viruelas pestilentes". Administradores sin par en Castilla,
los religiosos de San Jerónimo habían logrado, al menos, desarrollar la in-
dustria azucarera. 162]

15 Crosby (1986), p. 200; Sauer (1984), pp. 306-310.


16 Ibid., pp. 310-311; Oviedo (1547), f. xxxvinv*
228 EL NUEVO MUNDO

Los e u r o pe o s : e l in f ie r n o y e l pa r a ís o

¿JLa imagen macabra de ese naufragio humano es indisociable de la so-


ciedad colonial que se esboza en el caos y el exceso. Extraño cuerpo social,
far west (antes de conocerse esta expresión), microcosmos abigarrado, sin
costumbres y sin ley, “no había control ni limitación”,17 que se despliega
en lo que se convierte en la primera de las fronteras americanas. El mundo
de las islas es un híbrido monstruoso que parece desafiar al análisis socio-
lógico clásico: sobre unas sociedades indígenas mutiladas para siempre en
su organización y su patrimonio se injerta, sin lograrlo siempre, una po-
blación europea arrancada de sus terruños, sacudida por movimientos que
desencadenan el desarraigo, el alejamiento de la metrópoli y la búsqueda
del oro. En una sociedad que deja de serlo se abate como enjambre de de-
predadores un conglomerado de seres, de esperanzas y de ambiciones.
^Desde 1494 y el segundo viaje de Colón surge un medio envenenado por
incesantes rivalidades, víctima de la guerra civil en embrión que levanta a
los partidarios de Colón contra los de Roldán, instigador de la primera
disidencia, y luego contra los representantes de la administración real. Los
primeros en llegar son, en su gran mayoría, hidalgos habituados a la vida
fácil —“eran nobles y criados en regalos”—, tan incapaces de mantener un
séquito demasiado numeroso, como poco deseosos de trabajar con sus
manos cuando los escasos artesanos llegados estaban en el límite de sus fuer-
zas: “los más estaban enfermos, y flacos y hambrientos y podían poco por
faltarles las fuerzas’CJ
Y sin embargo, la tierra nueva tiene sus aspectos paradisiacos: la belleza,
los perfumes y la feracidad de las islas encantan a los descubridores; se
maravillan al probar, en Navidad, uvas e higos frescos, o de pasar sudando
a mares aquella noche bendita; los pescados son sabrosos, y los mameyes sin
igual: “el olor y sabor dellos cierto es tal que ninguna fructa se le iguala de
todas cuantas habernos y comemos en Castilla”. Pero todavía faltan los co-
nocimientos y la voluntad para aprovechar el descubrimiento.18
Las primeras experiencias constituyen un fracaso lamentable y son una
lección para los sobrevivientes. Los pioneros de Navidad se matan entre sí,
cuando no son masacrados por los indígenas. En Isabela, sobre la costa
norte de La Española, los colonos tienen que enfrentarse al hambre, el ca-
lor, la sed, la impaciencia y la desesperanza. En 1494 se vio a cinco enfer-
mos compartir un huevo de gallina y una "caldera de cocidos garbanzos”.
“El hedor [que reina allí] es muy grande y pestífero.” Mucho tiempo des-
pués de haber sido abandonada, la Isabela continuará aterrorizando a los
visitantes de paso: un rumor público decía que:

17 Sauer (1984), p. 227.


18 Las Casas (1986), t. i, p. 376; (1967), t. 1, pp. 29-30; H. Colón (1984), pp. 164 y 168: "el
olor del aire era tan grato que les parecía estar entre rosas y las mas delicadas fragancias del
mundo"; Oviedo (1547), f. xxxvnv’: "la noche de navidad uvieron tanto calor que sudaron y
aquel día a comer les dieron los frayles uvas frescas e higos acabados de coger".
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 229

por aquellos edificios de la Isabela en una calle aparecieron dos rengleras a mane-
ra de dos coros de hombres que parecían todos como gente noble y del palacio,
bien vestidos, ceñidas sus espadas y rebozados con tocas de camino de las que
entonces en España se usaban; y estando admirados aquel o aquellos a quien es-
ta visión parecía, cómo habían venido allí a aportar gente tan nueva y ataviada
sin haberse sabido en esta isla dellos nada, saludándolos y preguntándoles cuándo
y de dónde venían, respondieron callando, solamente echando mano a los som-
breros para los resaludar, quitaron juntamente con los sombreros las cabezas de
sus cuerpos, quedando descabezados y desaparecieron; de la cual visión que-
daron los que lo vieron cuasi muertos y por muchos días penados y asombrados.19
[No todos los colonos se vuelven espectros. Los que, amargados o deses-
perados, vuelven a España a reclamar lo que se les debe, se unen contra el
almirante. Hernando Colón, hijo mayor de Cristóbal, tiene 12 años cuando
oye y ve a una cincuentena de hombres agitarse en el patio de la Alhambra
de Granada y gritar contra su hermano y contra él: "mirad los hijos del
Almirante de los mosquitos, de aquél que ha descubierto tierras de va-
nidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos! [...]
Tanto era su descaro que si el rey Católico salía, lo rodeaban todos y los
cogían en medio, gritando: ¡Paga, paga!” Los manifestantes habían com-
prado una gran cantidad de uvas y se habían sentado en la tierra del patio
(como vendedores moriscos) para mostrar a la corte el estado al que se ha-
llaban reducidos. Hernando Colón recordaría largo tiempo las pullas con
que lo perseguían. Otro testigo, Oviedo, lo confirma: "por cierto yo vi mu-
chos de los que en aquella sazón volvieron a Castilla con tales gestos que
me paresce que aunque el Rey me diera sus Indias quedando tal como
aquellos no me determinara a venir a ellas".20^]

"Ta n l e jo s d e Ca s t il l a ”

Nos gustaría poder sondear el estado de ánimo de los emigrantes que


alternativamente fueron descubridores, conquásiadores-y-colonos? "Como
pudo bivir o escapar hombre de todos ellos mudándose a tierras tan apar-
tadas de sus patrias y dexando todos los regalos de los manjares con que se
criaron y desterrándose de los deudos y amigos y faltando las medici-
nas...” Nuestra exploración de los terruños ibéricos, de esas "patrias” a me-
nudo minúsculas, permite percibir mejor el alcance de la interrogación de
Oviedo.^El malestar que provocaba el "extrañamiento de la tierra", el exi-
lio, exaspera la sensación de alejamiento hasta que el olvido, mezclado con
la amargura, distiende los nexos con la península y con Europa. Poco me-
nos o poco más de un mes para llegar, empujados por los alisios; de 35
días a dos meses para el regreso?]
[Lo peor no es, sin duda, la relativa longitud de la travesía, sino sus peli-
gros. Uno de cada tres pasajeros no llega jamás a las Indias. Los que sí lle-

19 Oviedo (1547), f. xvnir°; Las Casas (1986), t. i, pp. 377, 378.


2°H,Colón (1984), ppJ60-26JL
230 EL NUEVO MUNDO

gan, rápidamente desengañados, vuelven a España; otros, como Bemal


Díaz, aguardan el momento propicio para hacerse a la vela hacia las miste-
riosas tierras "a descubrir". Hasta un hombre de fe de la talla del flamenco
Pedro de Gante no puede disimular sus flaquezas^ "Fui muchas veces ten-
tado de volverme a Flandes." Pedro resiste, se aferra a las Indias, pero siete
años después de su llegada reconoce que ya no es capaz de expresarse en
su lengua natal: "Desearía muy ardientemente que alguno de vosotros to-
mara sobre sí por amor de Dios el trabajo de traducir a mis parientes para
que a lo menos sepan de mí algo cierto y favorable, como que vivo y estoy
bueno.” ¿Y qué decir de las pocas europeas que, huyendo de la miseria de
la península, se encuentran en el extremo del mundo, donde deben saber
administrar su escasez para afrontar mejor los asaltos de sus compatrio-
tas? [Tal vez el colmo del aislamiento se haya alcanzado en 1506, cuando
Femando se desinteresó temporalmente de la suerte de Castilla y ya nadie
pensó en ocuparse de las islas. Durante más de tm año La Española quedó
pura y simplemente abandonada a sus fuerzas.21 |

~ La Española (Santo Domingo)

------------------------------------------------------------------------------------------ Océano Atlántico—

~D—
• Establecimiento español
-----------------------------------------------Mar Caribe

- 0 100 km --------------------------------------------------------------------------------------
i— J Según C.O. Sauer (1984)

21 Oviedo (1547), f. xxinv0; "como pudo bivir e escapar hombre de todos ellos mudándose a
tierras tan apartadas de sus patrias y dexando todos los regalos de los manjares con que se cria-
ron y desterrándose de los deudos y amigos y faltando la medicina..."; Chaunu (1969a), pp. 190,
201-213; De la Torre Villar (1974), p. 51. El caso de las doncellas Suárez, hijas de una familia
que al parecer fracasó en su instalación en Granada, se conoce gracias a López de Gómara (1542),
f. nir°; Scháfer (1935), p. 23.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 231

ffel espacio y el tiempo de las Indias ya no son los del mundo antiguo. El
espacio es inmenso, desconocidos los mares y nuevas las tierras. El tiempo
de las Antillas queda colocado bajo la alternancia de las lluvias y de la
sequía; desconoce la familiar separación en fiestas cristianas y trabajo en
el campo que se observa en la península, y transcurre más rápidamente
que en Europa: las plantas producen dos veces por año: "las hierbas y las
semillas fructifican y florecen de continuo”]]
La misma apreciación es hecha después por Pedro de Gante en México,
a comienzos del decenio de 1520: "esta tierra aventaja a todas las demás
del mundo porque no es fría ni caliente en demasía y en cualquier tiempo
se siembra y se cosecha por ser tierra de regadío”. La aceleración del tiem-
po también puede medirse por la velocidad con la cual lo que llega del
Viejo Mundo se trasplanta y se aclimata en las Indias "en tan breve tiempo
y en tierras tan apartadas de nuestra Europa”. A medida que se inventan
nuevas maneras de medir el tiempo, los europeos se acostumbran a vivir
en perpetuo cambio.22
£Los españoles son sensibles al nexo extremadamente aleatorio que man-
tienen con la península ibérica. Esta precariedad transforma las relaciones
entre los grupos y entre los individuos. Cuando Bemal Díaz recuerda que
sus compañeros de fortuna se sienten "tan apartados de Castilla sin tener
socorro ni ayuda salvo la gran misericordia de Dios”, expresa una deso-
lación que continuamente abruma a descubridores y conquistadores. Co-
mo contrapartida, el alejamiento favorece la improvisación, la toma de de-
cisiones individuales y la puesta en entredicho de la autoridad. En las islas
y en la franja continental, que se comienza a explorar a partir de 1498, son
comunes las iniciativas más desordenadas. Evidentemente, en esas tierras
vírgenes no se encuentran europeos ni organización eclesiástica ni red
señorial ni costumbre ancestral, es decir, ninguna señal, ninguna estructura
a la que pueda apegarse un cristiano. Al multiplicarse las situaciones límite,
ese radical cambio de ambiente precipita unas actitudes, unas reacciones,
unas elecciones que mezclan inextricablemente el pasado recién dejado y
el presente de las islas, la adquisición de las experiencias anteriores y lo
imprevisible de que está hecha la realidad de las Indias nuevas.23”]
[jEn el umbral del siglo xvi, mientras declina inevitablemente eípoder de
Colón, el "Almirante de los mosquitos”, La Española, antes que Cuba, se
llena de una población de desarraigados que no se establece en ninguna
parte, de destino incierto y a veces apenas más envidiable que el de los in-
dígenas. En abril de 1502 desembarcan en Santo Domingo cerca de 2 500
personas —administradores, clérigos, colonos y aventureros— en el séqui-
to del nuevo gobernador, Nicolás de Ovando.24]]
Los emigrantes, en su mayoría, como Las Casas, son originarios del sur
de la península. Y luego, a esos andaluces y extremeños se unen vascos, as-
turianos, valencianos, aragoneses: otros tantos grupos de costumbres y ha-

22 H. Colón (1984), p. 164; De la Torre Villar (1974), p. 13.


23 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 40.
24 Sauer(1984), p. 223.
232 EL NUEVO MUNDO

blas diversas que se miran unos a otros como extranjeros o adversarios,


sin contar que la gente de mar no puede tolerar a la de tierra, y viceversa.
Desde el verano de 1494 se habían enfrentado genoveses y catalanes: el
partido de Colón contra el de fray Buil. Grupos de delincuentes exiliados a
las Indias engrosaron después las filas de los recién llegados, lo que hace
decir a Oviedo que “en aquellos principios si passava un hombre noble y
de clara sangre venían diez descomedidos y de otros linajes oscuros y baxos”.
[Las “diferentes maneras de gentes”, para tomar los términos de Oviedo,
constituyen causa continua de tensiones y de disensiones. La heterogenei-
dad, unida al pequeño número, desorganiza el juego habitual de las relacio-
nes sociales y trastorna el sistema de valores. Esta situación singular no
pasa inadvertida para OviedoT] "en estas tierras nuevas donde por conser-
var la compañía de los pocos se ha de disimular muchas veces las cosas
que en otras partes sería delicio no castigarse”. Para subsistir es necesario
cimentar amistades sólidas como, por ejemplo, la que une en La Española
a Las Casas y a Pedro de la Rentería, compañero inseparable con el cual
comparte todo. En las islas el ambiente es tan conflictivo que Oviedo llega a
considerarlo rasgo natural de esas regiones; metamorfosea a las personas o
exacerba el temperamento espontáneamente agresivo de los españoles: “a al-
gunos de los que a estas partes vienen luego el ayre de la tierra los despierta
para novedades y discordias”.25
La exacerbación de las pasiones triunfa cuando el paraíso se transforma
en infierno. Algunas semanas después de la llegada del nuevo gobernador, en
junio de 1502, un huracán de violencia excepcional hunde 20 de sus 30 na-
vios, “sin que hombre, chico ni grande dellas, escapase ni vivo ni muerto
se hallase”. Como en las mejores novelas de caballerías, los enemigos del
almirante acusan al “hechicero” Colón de haber desencadenado la tempes-
tad utilizando la magia para hacerles pagar mejor su desgracia. Cerca de un
millar de europeos pereció en los campos auríferos donde, en lamentables
condiciones materiales, se apiñaban colonos, lavadores de metales y mano
de obra indígena. Muchos sufren de ese mal extraño que se llama modorra,
una especie de lasitud que confina con la depresión nerviosa: el enfermo
pierde el uso de la memoria, de la vista y de los otros sentidos.26
[El “mal de las Indias” (la sífilis) ha atacado desde el primer viaje de Co-
lón: recordemos los sufrimientos de Pinzón. Acaba con más de la tercera
parte de ios recién llegados. Para los contemporáneos, tanto para Oviedo
como para Las Casas, el origen y el itinerario del mal no dejan ninguna du-
da: traído de las islas por los marinos o los indios llevados por Colón, llega
a España, atraviesa el Mediterráneo occidental, cae en Nápoles sobre las

25 Lockhart y Schwartz (1983), pp. 65-67; Chaunu (1969a), pp. 213-214; Oviedo (1547),
ff. xxr°, xvnr°: “por la mayor parte en los hombres que exercitan el arte de la mar, ay mucha
falta en sus personas y entendimiento para las cosas de la tierra porque, demás de ser por la
mayor parte gente baxa y mal doctrinada, son cobdiciosos e indinados a otros vicios assi como
gula y luxuria y rapiña y mal sufridos"; ibid., f. xxinr°, xtxv“; ibid., f. xxr°; Gerbi (1978), p. 390;
Las Casas (1986), t. n, p. 546.
26 Chaunu (1969a), p. 229; H. Colón (1984), p. 178: en 1494 Colón cayó víctima de la
modorra, "la cual de golpe le privó de la vista, de los otros sentidos y de la memoria".
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 233

tropas francesas y se convierte en el “mal francés”. La sífilis tiende sus re-


des de sufrimiento y de muerte entre el descubrimiento de América y las
guerras de Italia. Ese mal “contagioso y terrible” horroriza: “como la do-
lencia era cosa nueva, no la entendían ni sabían curar los médicos’¿J
[Algunos indios, que parecen conocer la sífilis desde hace largo tiempo,
atribuyen su origen a las tortugas de agua dulce, pero esta explicación deja
escéptico a Bartolomé de Las Casas que, de todos modos, prudentemente
evita comerlas. Para librarse de los dolores lancinantes, unos españoles
aprenden a fumar tabaco, hierba desconocida de la que los indios abusan
en sus ritos diabólicos. La promiscuidad de las mujeres indígenas, castas
con los naturales pero “fáciles” con los europeos —al menos ésta es una
observación que los cronistas siempre hacen con agrado—, no mejora las
cosas27'!
^Sin embargo, como los sufrimientos parecen competir entre sí, los euro-
peos atribuyen no menor importancia a los daños causados por un parásito,
la nigua, que se aloja y prolifera bajo la epidermis, entre los dedos. Causa
infinitas molestias si no es extirpada a tiempo: “muchos perdían los pies
por causa destas niguas”. Oviedo y Las Casas describen extensamente el
modo en que conviene extraer, por medio de una aguja, la pequeña bola
blanca del tamaño de una lenteja, y después de un garbanzo, que se forma
bajo la epidermis y contiene centenares de larvas. Para librarse de esta bo-
la hay que esperar a que haya alcanzado su pleno desarrollo, teniendo cui-
dado de no reventarla, para evitar que queden animálculos bajo la piel o se
incrusten en otras partes del cuerpo. En ambos casos —de la nigua y del
“mal de las Indias”—, los españoles observan que los indios están mucho
menos expuestos que ellos. En los indígenas las bubas se reducen a una
variedad benigna de viruela, y las niguas no atacan a esos naturales que se
lavan frecuentemente y van descalzos, mientras que los europeos calzan
alpargatas cuando no llevan zapatos y calzas en que se acumula la transpi-
ración. Los esclavos negros, en cambio, siendo sucios, no se lavan y, como
su epidermis se presta, son devorados por las niguas. Leyendo a Oviedo
veremos que el grado de inmunidad y de limpieza corresponde casi exacta-
mente a las barreras que hay entre los grupos étnicos. Otras enfermedades
hacen su aparición como, al parecer, la fiebre amarilla, que en 1495 devas-
ta el primer establecimiento de las islas y da a los enfermos un color de
azafrán: Oviedo cree reconocer en ello el color del oro tartcodiciado: ma-
cabra simbiosis entre el organismo, el metal y la muerte.28_J

27 Chaunu (1969a), p. 224; Las Casas (1967), t. i, pp. 93, 38; Oviedo (1547), ff. xxv°, XLvnr°:
"sé que ya algunos christianos lo usavan, en especial los que estavan tocados del mal de las
bubas porque dizen los tales que en aquel tiempo que están así trasportados no sienten los
dolores de su enfermedad (...) Al presente muchos de los negros de los que están en esta ciu-
dad y en la ysla toda han tomado la misma costumbre y crian en las haziendas y eredamien-
tos de sus amos esta yerva"; ibid., f. x l ix v *.
28 Las Casas (1967), 11, pp. 93, 94; Oviedo (1547), vol. xxir0, xvnir°: "Aquellos primeros españo-
les que por acá vinieron quando tomavan a España, algunos de los que venían en esta demanda
del oro, si allá bolvían era con la misma color del, pero no con aquel lustre, sino hechos azamboas
o de color de a^afran o tericia y tan enfermos que luego desde a poco que allá tomavan se mo-
234 EL NUEVO MUNDO

Los Ro b in s o n e s d el Ca r ib e

Y, además, ricos o pobres tienen que soportar las travesías en malos na-
vios, podridos o carcomidos por la broma (un molusco), arrastrados por
las olas y el viento, sin ningún abrigo para guarecerse de las trombas o del
sol de los trópicos y, en caso de naufragio, con el riesgo de perecer devora-
dos por indios caribes, de ser comidos por sus mismos congéneres —a cada
uno su antropofagia— y, sobre todo, de morir de sed, el peor de todos los
fines. El mar y las riberas desconocidas reservan unas pruebas de las que
Oviedo, siempre al acecho de la vivencia, ya se trate de experiencias ordi-
narias o extremas, recuerda orgullosamente “que no se pueden assi apren-
der por los cronistas que no navegan".
QÉn esos dramas de los trópicos abundan los marinos que abandonan co-
bardemente a sus pasajeros, las travesías sin brújula y las barcas remenda-
das. Náufragos sagaces, inspirados en las prácticas indígenas, frotan varas
para obtener fuego; otros engullen la clara de los huevos de tortuga para
engañar la sed, beben la sangre fresca de animales capturados o se atreven
a mamar de una “loba de mar", es decir, de una foca, a riesgo de sufrir una
mordida terrible. Los Robinsones del Caribe son, asimismo, hijos del descu-
brimiento. Transforman las conchas marinas y los caparazones de las tor-
tugas en otros tantos utensilios de mesa y de cocina. Recuperan el múrice
para trazar con una tinta roja, sobre fragmentos de mapas, el mensaje tal
vez salvador; fabrican armas para cazar al tiburón, manera de matar el
tiempo y de mejorar la propia suerte. Pero más fácilmente logran masa-
crar las focas, cuyos despojos sirven como odres “de los más extraños”,
que ellos llenan de agua dulce.29 La supervivencia depende de esas faculta-
des de adaptación a las condiciones locales, y más de una expedición de
descubrimiento se ve reducida a inventar infatigablemente sustitutos de los
objetos y los productos de que llega a carecer: estopa, brea y cuerdas se fa-
brican con plantas indígenas o con materiales europeos cuidadosamente
reciclados: las camisas sirven para hacer velas, y con las crines de los caba-
llos se hacen cuerdasTj
CNo es posible dejar de evocar aquí, aunque es posterior en una genera-
ción, la aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Maravillosamente na-
rrada por su héroe, es un inventario rebosante de formas de supervivencia.
Una increíble odisea llevará al descendiente del conquistador de la Gran
Canaria, de la Florida al delta del Misisipí, y luego de Texas al noroeste de
México, por tierra y por agua. Naufragio interminable cuyos actores des-
aparecen uno tras otro, diezmados por el hambre, la sed, los indios, las olas
o los animalesJjY como Cabeza de Vaca se decide a ser comerciante y lue-

rían.” Podría ser, asimismo, una forma de hepatitis endémica, Jacques Ruffié y Jean-Charles
Soumia, Les épidémies dans ITiistoire de Vhomme, París, Flammarion, 1984, pp. 179-180.
29 Oviedo (1547), ff. CLXVtr°, CLxmr°-v°, CLXXVir0, c l x v u iv ®. Remitimos al lector al libro Último
de los infortunios y naufragios de casos acaecidos en las mares de las Indias e yslas y tierra firme
del mar océano que contiene, como su título lo indica, el detalle de esas catástrofes (f. CLXinr0,
y 5S.).
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 235

go acepta el papel de curandero, logra salvar la vida y alimentar su cuerpo


desnudo. La supervivencia se consigue al precio de una resistencia excep-
cional y de la integración forzosa a las sociedades indígenas, pues esta vez
las relaciones de fuerza se invierten y toca a los cristianos el turno de ser
explotados a muerte por los indios.30
[Dios salva a Cabeza de Vaca y le da la fuerza para soportar los malos tra-
tos. No olvidemos que los Robinsones españoles también son, ante todo,
hombres de fe que se agotan en penitencias y en procesiones para implo-
rar la misericordia celeste. La espera del milagro, la convicción de que la
intervención divina puede, en cualquier momento, resolver las situaciones
más desesperadas, acompañan por doquier a los descubridores v conquis-
tadores. Oviedo nos lo recuerda, en un relato de rara intensidad?/
Habiendo encallado frente a Cuba, sobre las islas de los Escorpiones,
que también se llaman islas de los Sepulcros, los náufragos aguardaban
ya la muerte cuando Santa Ana se le apareció a uno de ellos —una niña de
11 años— para revelarle en qué islote podrían saciar su sed. Ahí, el jefe
de la expedición, el licenciado Zuazo, organizó una procesión con sus com-
pañeros de infortunio. Azotados por el sol, los hombres trazaron con sus
pies en la arena ardiente una inmensa cruz que dividía de un lado a otro
el aislado islote, como si se hubiera tratado de un pan del que se hicieran
cuatro partes iguales. En la intersección de la cruz, a un codo de la super-
ficie, los náufragos por fin encontraron el agua dulce que les salvó la vida.
Pero antes de que se arrojasen sobre ella, el licenciado ofreció unas gotas
del milagroso líquido a Cristo, como acción de gracias, y luego la distribuyó
a cada uno de sus compañeros de infortunio "en manera de comunión".
Otro milagro de la plegaria, también en las islas de los Escorpiones:

Ovo una persona que rezava una oración prolixa en la qual entrava Gloria in
excelsis Deo. Y en aquel passo estando a par del agua aparecieron cinco lobos
muy grandes nadando en el agua cerca del que orava y mostrando con alegría
como que reto^avan unos con otros y bolvían las barrigas encima del agua. Y
desde a poquito salieron todos cinco en tierra y pusiéronse alrededor del que
eslava en la oración hincado de rodillas; y los dos se pusieron a un lado y los
otros dos al otro y el uno delante del y comentaron a dormir y ovo lugar para
matar el uno dellos y con aquel fueron los lobos que mataron de que muchos
comieron en aquella isla trezientos y setenta y tres entre chicos y grandes.

Puede comprenderse que Oviedo, sin preocuparse míicho, por cierto, ha-
bla de "matanzas” de los "lobos de mar” y de que las focas hayan comen-
zado a escasear en las aguas antillanas. Años antes, otros españoles no
menos hambrientos habían exterminado los "perrillos” de La Española. Los
muertos de sed, los náufragos que deliran quemados por el sol, confundien-
do las nubes del sol poniente con carabelas que se acercan, los esqueletos
humanos que se arrastran sobre las playas van a unirse a los fantasmas sin
cabeza de la Isabela y a las muchedumbres indias, en las matanzas del des-
cubrimiento. Oviedo no tiene palabras para describir las pérdidas de los
30 Cabeza de Vaca (1977), pp. 55-56, 86.
236 EL NUEVO MUNDO

suyos: "quantos et quáles se han quedado acá de asiento, perdidos o muer-


tos [...] ahogados en los rríos et muchos a manos de estas gentes salvajes,
sin sepoltura sagrada la mayor parte y también algunos en papos de coca-
trizes e otros en las uñas de los tigres e infinitos de hambres”.31

La f o r t u n a a l a l c a n c e d e l a ma n o

A pesar del hambre, la enfermedad y los naufragios, muchos habían deci-


dido romper por largo tiempo o para siempre con el marco familiar del
burgo ibérico o de las ciudades ajetreadas, los horizontes tranquilizadores
del terruño, las devociones de las cofradías, el ciclo de las fiestas locales, el
habla de la comarca... Las Casas abandona la agitación de Sevilla, Oviedo
la de Madrid y Díaz del Castillo la de Medina del Campo. A decir verdad,
más de uno, como Oviedo y Pizarro, habían recorrido los caminos de Italia
antes de probar la vía de las Indias. Pero Italia no es por entonces, después
de todo, más que una prolongación de la península ibérica. La coloniza-
ción canaria, los caminos riesgosos del contrabando en las costas de África
(pues los portugueses no bromean con las tripulaciones que aprehenden),
el tráfico de contrabando, Orán, Bugía con su perfume de cruzada, prepa-
ran sin duda a los españoles para el desarraigo de la aventura americana,
sin poseer sus misterios ni alcanzar su intensidad.32J
Habiendo desembarcado en las islas, los españoles debieron afrontar toda
clase de situaciones límites y sacarles partido. A falta de trigo, poco a poco
se acostumbraron a consumir el cazabe (pan de mandioca o yuca), la tortu-
ga, el guaminiquinaje y la iguana, aunque Las Casas no pudiera resolverse a
ello: "nunca pudieron conmigo que las probase”. A su dieta ordinaria aña-
den el sabroso manatí, un cetáceo herbívoro "que mucho se assemexa a una
especie de pellejo en que se transporta el mosto en Medina del Campo".
Hay que saber contentarse con poco y reconocer que en los trópicos un
agua fresca es una delicia, de un sabor y de un olor incomparables, más
suave que el agua "que de las rosas y del azahar y jazmines se saca”. Pese
a las críticas de que son objeto, algunos españoles prueban el tabaco y no
pueden ya privarse de él. Vuelve a hablar Las Casas, esta vez moralista:

no sé que sabor o provecho hallaban en ellos (los tabacos). Cierto es que los indí-
Í genas tenían la costumbre de mezclar a la planta unos polvos narcóticos que
acentuaban sus deliciosos efectos. En cambio, aprenden a prescindir del vino
(con precios que no están al alcance de nadie, o imposible de conseguir), y de las
I europeas, y a superar el temor a las bubas venéreas que, supuestamente, trans-
miten sus parejas indígenas, por lo demás tan tentadoras. Los invasores asimilan
los rudimentos de la lengua taina y fijan precios de oro a los menores objetos
importados de España. Se hacen construir unas casas que no soportan la com-
paración con las chozas flamencas, se desplazan en canoa a lo largo de las costas

31 Oviedo (1547), ff. c l x x iw ", c l x x v iiiv 0; ibid., ff. xvnir°; Oviedo (1984), p. 261.
32 Sobre el concepto de "extrañamiento de la tierra", véase cap. iv.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 237

) y sobre los ríos, se balancean y duermen en hamacas, aunque con ello se resienta
su espalda. Maíz, piragua, canoa, cacique... son algunas de las palabras indíge-
I ñas que a través del castellano llegan a las lenguas europeas.33

[Y sin embargo, de la noche a la mañana la fortuna puede sonreír si el te-


rreno en que se busca oculta ese oro tan codiciado. Esta esperanza es el
motor del descubrimiento y de la ocupación de las islas. Los que sobrevi-
ven sueñan con comer en vajilla de oro, y Oviedo —que no olvida nada—
informa que un día ciertos afortunados se hicieron servir un lechón asado
sobre una gigantesca pepita que una india había encontrado. Las Casas
consigna la respuesta de un anciano al que él interrogaba sobre la razón
de su partida a las Indias?}A la mi fe, señor» a morirme luego y dejar mis
hijos en tierra libre y bienaventurada.”3435 ÍCierto es que, para algunos, las
Indias son un prodigioso acelerador social. Los protagonistas del descubri-
miento y de la conquista tienen un origen oscuro o modesto, comenzando
por Cristóbal Colón, "nacido en lugar humilde o de padres miserables",
que recibió el título prestigioso de Almirante de la Mar Océano, cuyos
hijos son criados en la corte y cuyo nieto será duque de Veragua (Panamá)]
Las Casas, hijo de un mercader converso, por otros caminos se labrará un
prestigio y una influencia sin igual denunciando magistralmente la con-
quista de América y la servidumbre de los indios. Pedro Mártir, Américo
Vespucio y los Caboto, gracias al Nuevo Mundo, ocupan en un momento u
otro el centro de la escena oceánica. Pedro Mártir llegó a ser el correspon-
sal escuchado del papa, Caboto se da el título de almirante, Colón y des-
pués Cortés se alzarán a la altura de sus soberanos, orgullo que, por cierto,
precipitará su caída.3^]
(^Si a veces desembarcan familias extrañas —como esta pobre mujer de
Granada, flanqueada por un hijo y cuatro hijas, una de las cuales caerá en
los brazos de Hernán Cortés—, los recién llegados son, en su mayoría, hom-
bres solos, célibes o maridos que dejaron mujer, manceba e hijos en Espa-
ña. Al igual que la astucia y la tenacidad, también la juventud y la movilidad
dan cartas de triunfo indispensables a quien quiere sobrevivir y enriquecerse.
Las Casas tiene 18 años, Bernal Díaz y Cortés tienen 19 cuando atraviesan
el Atlántico. A un amigo que le propone establecerse en La Española y
aceptar quedarse ahí al menos cinco años para aprovechar los privilegios
reservados a los residentes (vecinos), le responde el futuro conquistador de
México?|"Ni en esta isla ni en ninguna otra de este Nuevo Mundo quiero ni
pienso estar tanto tiempo; por lo mismo no me quedaré aquí con semejan-
tes condiciones." Las autoridades habían tratado de atraer campesinos y ar-

33 H. Colón (1984), p. 162; Las Casas (1986), t. n, p. 513; t. i, p. 231; Oviedo (1547), ff.
xcinr° (las observaciones sobre el modo de contagio): "Está averiguado que este mal
c l x x ix v 0,
es contagioso y que se pega de muchas maneras: assi en usar el sano de las ropas del que está
enfermo de aquesta passión, como en el comer y bever en su compañía o en los platos y ta^as
con que el doliente come o beve. Y mucho mas de dormir en una cama y participar de su
aliento y sudor. Y muchos más aviendo excesso camal con alguna muger enferma deste mal,
o la muger sana con el hombre que estuviese tocado de tal sospecha", fif. XLixr".
34 Ibid., f. xxvni; Las Casas (1986), t. ni, pp. 191-192.
35 H. Colón (1984), p. 32: "humili loco seu a parentibus pauperrimus ortus*.
238 EL NUEVO MUNDO

tesanos, de hacer viajar a familias enteras, de favorecer la llegada de vascos


a los que se consideraba demasiado numerosos en Guipúzcoa. Se suponía
que las villas los reagruparíanlÁsí, Sanio Domingo se convierte en la prime-
ra ciudad del Nuevo Mundo, con sus edificios públicos y su plano como
tablero d** ajedrez, que se repetirá infinitas veces sobre todo el continente
americano?}
[Los recién llegados reconstruyen una apariencia de vida citadina, a ima-
gen de la de la metrópoli. La ciudad, o la villa, y la organización municipal
representan el apoyo y el punto de partida de las empresas de colonización
en el Nuevo Mundo. A pesar de lo regular de la cuadrícula urbana, la dis-
posición de los principales edificios civiles y eclesiásticos en tomo de una
plaza central y la existencia de un centro estructurado a partir del cual la
aglomeración podrá tener una expansión geométricamente ordenada, ha-
cen surgir un medio inédito! El cuadro americano rompe radicalmente la
disposición tradicional del nábitat medieval, aunque las quintas reunían
en potencia, o en desorden, a la mayor parte de esos elementos. La implan-
tación urbana no siempre es un éxito. Las villas, a menudo miserables, que
deberían retener y fijar a los recién llegados, resultan albergues provisiona-
les que los habitantes se apresuran a abandonar en cuanto creen que en
otras partes encontrarán un destino mejor, indios u oro. Barriadas fantas-
males que terminan por desaparecer de los mapas y de las que, medio siglo
después, ya no se sabe prácticamente nadaÁLos europeos viven en el presente,
en busca de la ganancia rápida —“tienen por mejor su interés presente”—,
y también así es América.36^
[La Iglesia logra imponer una apariencia de orden entre los más favoreci-
dos, los que han recibido indios en concesión, o sea en encomienda o re-
partimiento, para explotar su fuerza de trabajo. Las instrucciones enviadas
al gobernador Ovando estipulaban que los matrimonios mixtos favorece-
rían la cristianización; en 1514 una partida de españoles se casa y, lo que
es más asombroso, un hombre de cada tres lo hace con una mujer indí-
genajEs que había "mucha falta de mugeres de Castilla”. Pero las jóvenes
antillanas no son del gusto de todos los europeos. Como lo dice Oviedo, que
probablemente comparte esta aversión: "aunque algunos christianos se
casavan con indias, avía otros muchos mas que por ninguna cosa las to-
maran en matrimonio por la incapacidad y fealdad dellas”. Lo que no ex-
cluye contactos furtivos o relaciones extramatrimoniales en gran parte to-
leradas aunque siempre peligrosas porque la sífilis, es decir. Dios, castiga a
losuespañoles incontinentes.
[La llegada a esas Indias de un contingente de europeas jóvenes y célibes
es durante largo tiempo un acontecimiento notable y apreciado por los
hombres "en falta” que viven en las islas. Las que acompañan a la virreina
María de Toledo, esposa de Diego Colón, o al menos las más seductoras,
vienen a caza del rico minero que las salvará de la miseria ibérica. El matri-
monio con una indígena —o, más frecuentemente, la relación extramatrimo-
nial— añade a esas sociedades móviles e inciertas de porvenir el elemento
36 Las Casas (1986), t. u, p. 530; De rebus gestis (1971), p. 317; López de Gómara (1552), f. nv°;
Sauer (1984), pp. 298, 233, 301.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 239

perturbador que encama el mestizo. No es difícil imaginar, al margen de


esas uniones cristianas, las miríadas de parejas mixtas más o menos efí-
meras, las progenituras brutalmente abandonadas o simplemente libradas
a su suerte] En 1498 la Corona autoriza a los españoles que vuelven a la
península a traer de vuelta a sus parejas insulares en condición de es-
clavas, estipulando que los hijos de esas parejas serán declarados libres.
Legítimos o no, los pequeños mestizos simbolizan en su carne el encuen-
tro de dos mundos; repiten y amplifican el desarraigo de los dos campos,
tanto más intensamente cuanto que el grupo de los invasores es un mundo
masculino formado por adultos, sin mujer y sin fnjo, que no están prepara-
dos para dar acomodo a sus retoños insulares.37 J
(jÉn esta frontera americana del mundo occidental, en los primeros años
del siglo xvi, lo provisorio, lo efímero y lo inestable son la regla entre los
europeos, así como la explotación, el agotamiento y la muerte lo son para
los indios. Se amasan fortunas considerables]el comerciante Nicuesa reúne
fondos que le permiten financiar la colonización de la Castilla del Oro, en
la costa atlántica del istmo de Panamá y de Colombia. De hecho, los verda-
deros beneficiarios de la colonización son los mercaderes que abastecen a
los conquistadores de los víveres y los objetos manufacturados que necesi-
tan, a cambio del oro que han pillado o sacado de sus concesiones. Cordón
umbilical con la metrópoli lejana, aportan las noticias y el correo y atraen
hacia ella el metal precioso. Como los conquistadores, forman redes ten-
taculares cuyos miembros, inversionistas, representantes e intermediarios,
se reparten entre las ciudades de Castilla, Sevilla y La Española. Su fortuna
está ligada a las vicisitudes del descubrimiento, al éxito de las expedicio-
nes y del pillaje, y sus ganancias pueden sobrepasar el 200%, a menos que
la quiebra y los naufragios los devoren. Para los mercaderes, el momento
febrilmente esperado de la fundición de metales preciosos —cuando todo
el oro recogido se fundía y luego era evaluado y distribuido entre los con-
quistadores— sigue el ritmo de los negocios y del crédito.
También prosperan los litigios. Se multiplican los procesos, los aboga-
dos se enriquecen y reinvierten sus ganancias en expediciones a las islas y
el continente. “El capital que se había ido acumulando en la isla en este
periodo de prosperidad española financió fundamentalmente la ocupación
de la Tierra Firme.”[Hemán Cortés es uno de esos letrados que han desem-
barcado de España sin haber hecho allí carrera pero que resultan indispen-
sables en las islas. El poco orden que reina en la región reposa en esos técni-
cos que conocen las leyes y la escritura y saben cobrar caros sus servicios y
sus pergaminos. Un barniz de estudios en Salamanca o con un notario de
Valladolid, el conocimiento de las Siete Partidas (el viejo código castellano
que se remontaba al siglo xin) se convierten aquí en carta de triunfo tan pre-
ciosa como una mina de oro, y bastan para que un Cortés haga las veces de
37 Lockhart y Schwartz (1983), pp. 68-70; Garrido Aranda (1980), p. 208; Sauer (1984),
p. 300; Oviedo (1547), f. xxxv°; Las Casas (1967), t. n, p. 93: "es cosa muy averiguada que
todos los españoles incontinentes que en esta isla no tuvieron la virtud de la castidad, fueron
contaminados dellas, y de ciento no se escapaba quizá uno si no era cuando la otra parte
nunca las había tenido”; H. Colón (1984), p. 249.
240 EL NUEVO MUNDO

notario en La Española durante seis buenos años] Lo que no le impide


soñar:

estando en Azúa sirviendo el oficio de escribano, adurmiéndose una tarde soñó


que súbitamente, desnudo de la antigua pobreza, se vía cubrir de ricos paños y
servir de muchas gentes extrañas, llamándole con títulos de grande honra y ala-
banza; y fue así que grandes señores destas Indias y los demás moradores dellas le
tuvieron en tan gran veneración que le llamaban teult, que quiere decir "dios y hijo
del sol y gran señor", dándole desta manera otros títulos muy honrosos; y aunque
él como sabio y buen cristiano sabía que a los sueños no se había de dar crédito,
todavía se alegró porque el sueño había sido conforme a sus pensamientos...38
{^En cuanto a los que también sueñan pero que no han recibido nada, ni
siquiera un indio, y que no aparecen en los censos, se mueren de impa-
ciencia por seguir al capitán que les asegurará en otra parte lo que La
Española les niega. Innumerables españoles insatisfechos, mal atendidos o
abandonados a sus recursos, están dispuestos a ganar las islas misteriosas
en busca de la fortuna y de la gloria. Es gracias a este incentivo que Ponce
de León y Vázquez de Ayllón descubrirán la Florida (1513) y las Carolinas,
Gil González de Ávila desembarcará en América Central (1526) y Juan de
Ampués en Venezuela (1528). Aquí es donde la historia se bifurca y, para
no interrumpir nuestro relato, hay que dejar en paz temporalmente las
cosas de Panamá y de la América del Sur para seguir el itinerario que lleva a
Cortés de La Española a Cuba y de Cuba a las grandes tierras del poniente.39

Cu b a , t r a g e d ia in d íg e n a y m e l o d r a m a ib é r ic o (1511-1517)

A partir de 1510 muchos grupos salen de La Española, ya exangüe, rumbo


a Jamaica, Puerto Rico o la Tierra Firme. La ocupación y la conquista de
Cuba se remontan al año de 1511 Colonos desocupados —entre ellos Her-
nán Cortés— piensan en marchar a Cuba cuando el hijo del almirante,
Diego Colón —que ha sucedido a Ovando en el puesto de gobernador—,
pone a la cabeza de la expedición a un veterano que ya ha servido durante
17 años en La Española: Diego Velázquez. Es un castellano de Cuéllar, burgo
cercano a Segovia. El hombre tiene experiencia pero le estorba su obesi-
dad. Velázquez se ha hecho notar organizando con el gobernador Ovando
la matanza de los caciques de Xaraguá, en la parte occidental de La Espa-
ñola. Matanza preventiva, destinada a sofocar una posible rebelión, y que
decapitó a las sociedades locales: Cortés, que desembarca un año después,
no olvidará la lección ni la receta. Relacionado con Velázquez, estimulado
por sus compañeros, se lanza a la aventura cubana “esperando que el futu-
ro sería mejor que el presente". En 1511 la expedición sale de La Española

38 Sauer (1984), p. 234; Lockhart y Ottc (1976), pp. 17-27; Cortés (1986), p. x l v ii ; Cervantes
de Salazar (1985), p. 100. Sobre la formación de Cortés y su universo mental, Elliott (1989),
pp. 27-41.
39 Sauer (1984), p. 299.
242 EL NUEVO MUNDO

—de tres a cuatro navios, y 300 colonos— y tres años después ya están fun-
dadas seis villas en Cuba. El renombre de las vetas auríferas atrae a los
colonos; los indios son repartidos, pero no todos los españoles logran
obtener alguno.40
El siniestro programa de La Española se repite en Cuba. Aquí las imáge-
nes de muerte desfilan aún con mayor rapidez. Aunque más extensa, la isla
de Cuba posee menos oro y menos indígenas. Vemos en ella los mismos
cuadros de un color rojo sangre: la fuga de los indios ante los caballos, la
búsqueda del metal precioso, la explotación a ultranza de las minas, de los
hombres, de las mujeres y de los niños, las aldeas despobladas, los indíge-
nas dispersos que se refugian en la Sierra Maestra o son deportados a los
placeres, los cultivos alimentarios abandonados, los más jóvenes y los más
viejos agonizando... Por mucho que las Leyes de Burgos (1512) reafirmen
la libertad de los indios y regularicen la práctica de la encomienda, sin em-
bargo la esclavitud y la explotación redoblan su intensidad. El propio Bar-
tolomé de Las Casas, que había recibido un repartimiento en la isla, hará,
años después, una descripción abrumadora. La agonía de la Cuba indígena
señala el paroxismo de la tragedia de las islas y precipita la conversión de
Bartolomé, ya conmovido por las prédicas de los dominicos de La Espa-
ñola. En 1515 el abate, apoyado por el afecto de su amigo Pedro de la Rente-
ría, renuncia a su repartimiento: "...el clérigo y el buen Rentería, que cierto
era bueno, tuvieron cuasi en un tiempo un motivo de compasión de aquestas
gentes y se determinaron de ir a Castilla a procuralles remedio de sus cala-
midades con el rey...”41 J
Sobre esta trama apocalíptica se agita el bullicioso mundo de los colo-
nos que han partido de La Española en busca de un oro que ineluctable-
mente se agota. Como Ponce de León, el descubridor de la Florida, o como
Pedrarias, el hombre del Darién, Diego Velázquez pertenece a los clanes
que a comienzos del decenio de 1510 precipitan la explotación de las Anti-
llas. Intercambios de servicios y de protecciones los ligan al obispo de Bur-
gos, Rodríguez de Fonseca, al secretario Lope de Conchillos, al tesorero
Pasamente y al séquito judeocristiano y aragonés de Fernando el Católico.
Las locas iniciativas de los descubridores y las brutalidades de los conquis-
tadores no deben hacemos olvidar que en España la pareja Fonseca-Con-
chillos logró el prodigio de monopolizar durante años los "asuntos de In-
dias”, dominando con mano maestra y a golpes de "capitulaciones” todas
las fases de la explotación de las tierras nuevas. Más adelante los flamen-
cos que aconsejan al futuro emperador, entre ellos "Monsieur de Chiévres”
—el ávido Guillaume de Croy, hijo de una vieja familia picarda—, se unirán
a la carga. Diego Velázquez, por su parte, pensará en casar con la sobrina
del obispo Rodríguez de Fonseca, de quien las malas lenguas decían que
realmente era hija del prelado.
Hay que recordar esas gigantescas redes de alianzas, esas estructuras de
complicidades, de servicios grandes y pequeños, prestados y por prestar,

40 Ibid., pp. 26 y 281: De rebus gestis (1971), p. 320.


41 Las Casas (1986), t. n, pp. 527 y 535; Saint-Lu (1971), p. 89.
244 EL NUEVO MUNDO

como los ejes en torno a los cuales se aglutinan y se organizan los colonos
(pobladores) y los funcionarios de las islas. De las Indias, esas redes se re-
montan en España a los protectores influyentes, a la alta aristocracia, a los
miembros del consejo real, casi al rey. ¿Por qué, por ejemplo, Nicolás de
Ovando pierde en 1509 su gobierno de las Indias en favor de Diego Colón?
Es que el hijo mayor del almirante ha casado con una sobrina del duque
de Alba (quien tenía la ventaja de ser primo hermano del rey Femando) y
porque Fonseca-Conchillos y sus clientes en la isla habían conspirado para
su eliminación.42
En principio, el gobernador de Cuba permanece sometido a las autori-
dades de La Española, pero gracias a sus brillantes relaciones metropoli-
tanas, Diego Velázquez dispone de un amplio margen de acción, llevando
una vida fastuosa en la extremidad sudeste de la isla/en Santiago/El go-
bernador distribuye los indios según conviene a sus intéreséXracapara todo
el oro que puede y compra a los representantes de las "comunidades” de
europeos, pero siembra el descontento entre aquellos a los que mantiene
en la miseria. Cierto es que Velázquez gobierna casi sin desplazarse, pues-
to que su obesidad le impide participar en nuevas cabalgatas. El goberna-
dor prefiere mandar y manipular desde lejos las expediciones que él mis-
mo promueve. Pero los resultados no SQn satisfactorios, pues el poder y la
corrupción se ejercen mal desde lejos.43J
[Tas condiciones de los españoles instalados en Cuba, como en las otras
islas, varían en extremo. Los representantes de la Corona, los "hombres ri-
cos” que han recibido pueblos de indios que explotan hasta el agotamiento
—entre ellos Hernán Cortés— abruman con su desprecio a los soldados des-
provistos, inclinados a partir en busca de aventuras. Hidalgos, hombres de
armas y artilleros a veces tienen la experiencia de las guerras de Italia. Tal
es el caso de Umberto de Umbría, a quien en México Cortés confiará su arti-
llería. Otros han hecho sus primeras armas matando al indio insular en oca-
sión de una revuelta o de una razzia. Bien pueden aguerrirse más en el curso
de la conquista de Cuba, a la manera de Cortés que "se afanaba en las ma-
niobras, las marchas y las velas”.44 I
Algunos pilotos aguardan a que se les contrate, como aquel Antón de
Alaminos, nacido en Palos. Siendo niño, Alaminos había acompañado a
Colón. Ya adulto, guía a Ponce de León hacia la Florida en 1513 antes de
participar en las tres expediciones lanzadas hacia las costas mexicanas.
Llegará a ser uno de los mejores conocedores de las corrientes del Golfo de
México y el descubridor de la gran ruta de regreso hacia Sevilla, por vía del
canal de Yucatán y el estrecho de la Florida. Cuba cuenta también con al-
gunos mercaderes que amasan fortunas vendiendo alimentos y equipo a
las tripulaciones que unían las islas con la Tierra Firme, Castilla del Oro y
Panamá. Evidentemente, la gente de la costa y la del interior de España,
marinos y soldados, no sienten aquí más cariño unos por otros. El antago-
42 Sobre esos contratos de explotación, o sea las capitulaciones, véase cap. xi y Diego Fer-
nández (1987); Oviedo (1547), f. xxxiw°.
43 Cortés (1963), p. 26; Sauer (1984), p. 319.
44 De rebus gestis (1971), pp. 318 y 324.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 245

nismo es aún más enconado entre los marinos de Levante y los hombres
de tropa. Los levantinos son, ordinariamente, griegos del Mediterráneo
oriental y hasta esclavos moros capturados por los cristianos. Excluidos de
las ganancias pero no de los peligros, son los olvidados de la conquista y
del descubrimiento, pues "no ganábamos sueldos sino hambres y sed y tra-
bajos y heridas”. Pequeños comerciantes fletan canoas indígenas y alqui-
lan remeros para transportar cargamentos de camisetas de algodón|Hay
pocas mujeres europeas, como en La Española, pero las más bonitas son
festejadas y sueñan con matrimonios ricos que en un día las convertirán
en grandes damas. Los caballos, como los negros y las mujeres, son esca-
sos y caros. Si aún no existen bovinos y ovinos en la isla, en cambio pros-
peran las crías de puercos —Velázquez da, para el año de 1514, la cifra de
30 000 cabezas— que arrasan los cultivos alimentarios, destruyendo la fau-
na local —queda diezmada la hutía, roedor comestible, de carne sabrosa—,
mientras que los naturales, masacrados y hambrientos, desaparecen. En
suma, la rutina siniestra de las primeras oleadas de ocupación.4^
[Fuera de las redes de clientelismo y de amistad, de los nexos familiares y
de los compadrazgos, el individuo tiene poca importancia. Las afinidades
regionales a menudo suscitan amistades tanto como atizan rivalidades,
hasta el punto de que algunos años después, en el curso de la conquista
de México, Cortés podrá presentar su conflicto contra Narváez, el enviado de
Velázquez encargado de eliminarlo de la escena mexicana, bajo el aspecto
de un enfrentamiento entre castellanos y vascosTf'Nosotros somos de den-
tro de Castilla la Vieja [...] y aquel capitán [...]y la gente que trae es de
otra provincia que llaman Vizcaya, que hablan como los otomíes, cerca
de México."[Esto es pura y simplemente la transposición del desprecio que
sus interlocutores mexicas demostraban por los otomíes, de cuya rustici-
dad se burlaban. Sea como fuere, mucho antes de la conquista de México,
Cuba se había convertido, después de La Española, en lo que bien podemos
llamar “una trampa para cangrejos”46?^!
(^Volvamos a Cortés. El hombrecillo ae ley —letrado— que desembarca
en las Indias estaba ligado a Medina, el secretario del gobernador Nicolás
de Ovando. Aún más que en la vieja Europa, un hombre sin apoyo es aquí
hombre perdido y los desarraigos de las Indias suscitan su inmediato antí-
doto: la amistad oportuna de Medina. Cortés se ganó la protección de Die-
go Velázquez y, en ocasión de la conquista de Cuba, reforzó sus nexos con
éb]"Es el primero de sus amigos.” ÍE1 gobernador de Cuba fue padrino de
uno de sus hijos. Esas relaciones ae amistad y de compadrazgo, que des-
empeñan un papel importante en las sociedades ibéricas, duplicaban las
relaciones de orden profesional. Según Las Casas, por haber "estudiado
leyes en Salamanca y ser en ellas bachiller”, Cortés había desempeñado las
funciones de notario en una barriada de La Española antes de ser uno de
los dos secretarios de Velázquez y alcalde ordinario de Santiago de Cuba.
Pero la extensión de una red puede poner en los logros adquiridos y desen-
45 Sauer (1984), pp. 325 y 284; Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 55, 57 y 92; Las Casas
(1986), t. ¡i, p. 512: López de Gómara (1552), ff. nir°.
46 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 347.
246 EL NUEVO MUNDO

cadenar inmediatas reacciones. Al punto, parientes, amigos y clientes del


gobernador se dedican a socavar la influencia de aquel astro ascendente,
desacreditando a Cortés en el ánimo de Velázquez, que lo hace arrojar en
prisión, pero que le devuelve su favor después de algunas peripecias. Y
ambos, en señal de reconciliación, comparten la misma mesa y el mismo
lecho, como lo quería la costumbre. Al menos eso es lo que cuenta López
de Gómara que, según dice Las Casas, “compone muchas cosas en favor de
[Cortés]".47]
{Esos nexos casi físicos se hacen y deshacen de acuerdo con los intereses,
el humor, los celos y las traiciones. En ello intervienen las pocas mujeres
de la isla. Las bellas hermanas Juárez hacen latir con fuerza los corazones
y provocan una querella entre Cortés y Velázquez. Nadie logra obtener
nada. Esos cambios pintan un círculo dirigente distinto del mundo de los
aventureros sin blanca, al que domina, pero su suerte es casi igualmente
inestable; en todo caso, indiferente al destino de los indios cuya hipocresía
se critica (“son todos mentirosos”), así como la poligamia generalizada y
las uniones efímeras, quebrantadas por una nadería, elementos con los que
se establecen unos estereotipos que tendrán gran porvenir en el continente
americano.48]

La im pa c ie n c ia d e Be r n a l Día z (1517)
¿La riqueza fácil o inaccesible, la inacción, el hastío, las intrigas, las muje-
res... Todo eso es lo que preocupa a Bernal Díaz del Castillo cuando vitu-
pera los “vicios de Cuba”. Uno de los cronistas más notables de su siglo no
es aún más que un joven devorado por la impaciencia. Bernal Díaz del
Castillo había nacido en Medina del Campo, hacia 1495, en el seno de una
familia de servidores de los Reyes Católicos. Criado en la agitación de esta
ciudad de ferias en que más de una vez se éstableció la corte, Bernal Díaz
habría podido seguir sin dificultad los acontecimientos de las islas, es-
cuchar los relatos de los mercaderes y de los navegantes, observar los obje-
tos y los productos que llegaban del Nuevo Mundo.49 Tenía 19 años —la
edad de Cortés al emprender la travesía— cuando se embarcó en 1514
rumbo a las Indias, siguiendo a Pedrarias, nombrado gobernador de Tie-
rra Firme. La expedición tuvo un mal resultado; después volveremos a ella.
Después de tres o cuatro meses, la enfermedad azotó la ciudad de Nombre
de Dios, situada sobre la costa atlántica de Panamá: "Dio pestilencia, de la
cual se murieron muchos soldados, y demás de esto, todos los demás adole-
ríamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas.” Esta porción del
continente no tenía nada que ofrecer a Bernal Díaz y a sus compañeros,
que habían llegado demasiado tarde para repartirse los despojos. Decep-
47 De rebus gestis (1971), p. 324; López de Gómara (1552), f. nv°; Las Casas (1986), t. ii, p.
530: “Tuvo Cortés un hijo o hija, no sé si en su mujer y suplicó a Diego Velázquez que tuviese
por bien de se lo sacar de la pila en el baptismo y ser su compadre"; ibid., p. 528; López de
Gómara (1552), f. inv°.
48 De rebus gestis (1971), p. 338.
49 Sáenz de Santa María (1984), p. 48.
El Nuevo Mundo hacia 151 i, en Pedro Mártir, Oceani Decas,
Sevilla, Jacob Cromberger, 1511 (Biblioteca Mazarino)
248 EL NUEVO MUNDO

cionado, se fue a Cuba, esperando contar con la protección de Diego Ve-


lázquez, con quien tenía una lejana relación: "era deudo suyo".5051
Fueron 1515 y 1516 dos años que transcurrieron en la inacción: "No ha-
bíamos hecho cosa ninguna que de contar sea." Pero esto basta para revelar
que no quiere a los españoles de las islas y rehusar la ayuda del gobernador
de Cuba que le propone o le deja esperar, vagamente, una dotación de in-
dios, "de los primeros que vacasen". "No me quedé rezagado en los muchos
vicios que había en la isla de Cuba." "Siempre fui adelante"; traduzcamos:
"nunca estuve Quieto en un mismo lugar". Cortés casi no decía otra cosa
10 años antes¿A los 22 años, en 1517, Bemal Díaz se dispone a unirse a la
primera expedición con destino a México mientras que Oviedo y Las Casas
estarán ausentes en la grandiosa aventura. Oviedo, que también había acom-
pañado a Pedrarias en Castilla del Oro, ha regresado a España desde 1515 y
ha alcanzado al rey Carlos en Bruselas al año siguiente. De mayo de 1517
a noviembre de 1520, Las Casas también se encuentra en España donde, so-
bre la cuestión india, se enfrenta a Oviedo, al que detesta, y que le correspon-
de el sentimiento. Como Pedro Mártir, que por esta época entra en el Con-
sejo de Indias, o, mejor dicho, en lo que hace las veces de éste, el cronista
madrileño se verá limitado a describir a un México que no verá jamás.5^]

4- El d e s c u b r im ie n t o d e Mé x ic o (1517-1518)

(~E1 Almirante de la Mar Océano había aconsejado a los Reyes Católicos


proseguir empecinadamente el descubrimiento, "no debe dejarse de con-
tinuarlo porque a decir la verdad si no a una hora se hallará en otra alguna
cosa importante”. No es imposible que la península de Yucatán haya sido
vagamente vista por pilotos españoles antes de 1517. El mapa grabado en
madera que ilustra la primera edición de las Décadas de Pedro Mártir mues-
tra los contornos de una península y tiene la indicación: "Bahía de los
Lagartos." Ya el mapa de Canerio (hacia 1503) señalaba al oeste de Cuba
una punta de tierra en que figuraba "Río de Lagartos". Pero se trataba de
informaciones imprecisas que no debieron atraer mayor atención, aunque
falgunos se preguntaban de dónde llegaban los indios que desembarcaban
en Cuba o que llegaban al Darién, evocando otras comarcas lejanas y mis-
teriosasjPedro Mártir había hecho eco de esos rumores. Pero en este uni-
verso de límites móviles, inasibles, ¡corrían tantos rumores, tantas noveda-
des podían hacer retroceder hoy lo que era el horizonte de ayer!
En 1502 Colón había encontrado frente a Honduras una barca de di-
mensiones respetables, "tan larga como una galera", cuyas mercancías e
indios lo intrigaron. ¿Hay que ver aquí a algunos pochteca que hubiesen

50 Díaz del Castillo (! 968), 1.1, p. 9; Sáenz de Santa María (1984), p. 49.
51 Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 43 y 42: "siempre fui adelante y no me quedé rezagado
en los muchos vicios que había en la isla de Cuba, según más claro verán en esta relación". El
sacerdote Las Casas, dedicado en cuerpo y alma a los indios, afrontó el pragmatismo del con-
quistador "ilustrado": el primero condenaba la destrucción de las Indias cuando el segundo,
el administrador Oviedo, se contentaba con denunciar sus consecuencias.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 249

salido de México, o a mercaderes mayas acostumbrados a esas aguas? El


almirante no había dejado de ver a las mujeres que se cubrían el cuerpo y
el rostro como las moras de Granada. La referencia a esta última nunca es
fortuita: aquí como allá, sugiere la presencia de una sociedad no cristiana
pero civilizada, a la manera del pueblo que la España de los Reyes Católi-
cos acababa de aplastar. Asimismo, en Panamá el almirante había descu-
bierto la primera huella de construcción en duro y había mandado arran-
car "un trozo como recuerdo de esta antigüedad”.[Á decir verdad, nadie
parece haber sospechado el universo que, una vez franqueados los 160 kiló-
metros del canal de Yucatán, se extendía más allá de esta “bahía de los cai-
manes”. Nadie, si no fue acaso el piloto Alaminos, quien confió su intuición
a un hidalgo amigo de Las Casas, Francisco Hernández de Córdoba: “por
aquella mar del poniente, abajo de la dicha isla de Cuba, le daba el cora-
zón que había de haber tierra muy rica”.52 J
¿Bernal Díaz y los españoles de Cuba, que no habían recibido indios en
reparto, y que eran un centenar de personas, decidieron "reunirse" para
organizar una expedición bajo la dirección de Hernández de Córdoba, “pa-
ra ir a nuestra ventura a buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas
emplear nuestras personas”jEn 1517 esta tropa fletó dos navios, y el go-
bernador Velázquez aportó un tercero, con_fil encargo de reconocer varias
islas al pasar. Todos se equiparon, bien o maLr'Nuestra armada era de hom-
bres pobres." Embarcaron pan cazabe confeccionado con uvas, y centenares
de cerdos, pagados a tres pesos por cabeza, pues en Cuba todavía faltaban
las vacas y las ovejas. Se avituallaron con aceite, pacotilla, cables, cordajes,
anclas, barricas "para llevar agua”, escudos, anzuelos y arpones. Tres pilo-
tos —entre ellos Alaminos—, originarios de Palos, Huelva y Triana en Anda-
lucía, guiaron los navios. Acompañaron la expedición un sacerdote y un
veedor para el caso de que —siempre la intuición... a menos que ya supieran
más de lo que simulaban— se descubrieran "tierras ricas y gente que tuvie-
sen oro o plata, o perlas, u otras cualesquier riquezas” y a los que, por con-
siguiente, habría que cobrar el quinto real que, por derecho, correspondía
alsoberano.53
¿Después de un viaje difícil, la expedición descubre una tierra nueva —la
extremidad nordeste de la península de Yucatán— y a dos leguas por el in-
terior de las tierras, una población mucho más importante que las ciuda-
des indígenas de La Española y de Cuba. Fascinados, no cabiendo en sí de
asombro, los españoles llaman el "Gran Cairo” al lugarj"en recuerdo de la
capital egipcia", como lo hace Pedro Mártir, que imagina el lugar a través
de los recuerdos de su viaje a Egipto. Tal es el primer contacto con México.
En versión levantina: los edificios de piedra blanqueada, las amplias vesti-
mentas de algodón con que se cubren los indígenas sugieren las orillas del

52 H. Colón (1984), p. 267: “tenía por cierto que cada día habían de descubrirse cosas de
gran riqueza [...] No debe dejarse de continuarlo, porque, a decir la verdad, si no a una hora,
se hallará en otra alguna cosa importante”; ibid., p. 275: "las mujeres se tapaban la cara y el
cuerpo como hemos dicho que hacen las moras en Granada"; ibid., p. 286; Sauer (1984), p. 324;
Pedro Mártir (1964), 1.1, p. 397.
53 Díaz del Castillo (1968), t. í, pp. 47 y 44; "Probanza... "en García Icazbalceta (1971), p. 414.
250 EL NUEVO MUNDO

Mediterráneo oriental y, para algunos, los alrededores de Granadafpurante


largo tiempo los españoles reconocerán mezquitas donde nosotros creemos
ver pirámides, y darán el nombre de alfaquíes (ulemas) a los sacerdotes de
los santuarios mexicanos: como si la reconquista de Granada prosiguiera
sobre esas costas tibias, que se reflejan en el cristal del mar Caribe. El
recuerdo de la España musulmana se habría prestado menos a la descrip-
ción de las islas, aunque las casas altas y redondas de los indígenas hacían
pensar en los alfaneques, esas grandes tiendas moriscas que los españoles
utilizaban, tanto en la caza como en la guerra. A través de esos aproxíma-
teos puntos de contacto se transparenta la sorpresa de los descubridores,
persuadidos al principio de haber llegado a un mundo sin medida común
con el de las islas y el de la Tierra Firme?J¿no iban vestidos esos indios,
mientras que los otros iban casi desnudos?54 Pero ese primer encuentro
termina mal: los españoles caen en una emboscada de la que apenas
logran librarse para descubrir un centro ceremonial compuesto de tres
casas de piedra dispuestas en tomo de una pequeña plaza. Los cues o san-
tuarios contienen ídolos de terracota y algunos objetos de oro encerrados
en cofrecillos. El botín, la guerra, la idolatría... El decorado de la Con-
quista ya está implantado desde el primer contacto con la tierra maya?]
(Xa expedición vuelve a hacerse a la mar, sin alejarse de las costas que
sigue en dirección del oeste, y alcanza Campeche y después Champotón
antes de llegar, a través del Golfo de México, a la lejana Florida, descubier-
ta cuatro años antes por Ponce de León. Cada vez que los españoles des-
embarcan para aprovisionarse de agua son atacados por los indios, que
diezman sus filas. Las heridas y la sed son el premio que reciben los con-
quistadores al término de una expedición sin gloria, que constantemente
linda con el desastre. El capitán Hernández de Córdoba expira en Cuba a
consecuencia de sus heridas, y con él, otros soldados. En total hubo 57
muertos, de 110 participantes, o sea ¡50% de pérdidasQ
De regreso en Cuba, no han terminado las penas de Bemal Díaz. Tratan-
do de llegar a la villa de Trinidad, naufraga, se encuentra desnudo sobre
una playa, y logra alcanzar una aldea que pertenece al sacerdote Bartolo-
mé de Las Casas. Una vez más, henos aquí, lejos de los clichés de la Conquis-
ta: avance irresistible de los conquistadores, indios presas del pánico e
invariablemente derrotados... Las correcciones son muchas, lo mismo si bo-
rran derrotas más rápidamente que victorias. Queda en pie el testimonio
de los sobrevivientes —habían visto indios vestidos de algodón, cultivando
el maíz—, que provoca la curiosidad, y los ídolos y los objetos de oro que han
traído consigo despiertan la codicia en Cuba, en La Española, en Jamaica y
hasta en Castilla.55
[En 1518 es organizada una segunda expedición por el gobernador de
Cuba, quien le confía el mando al jovenjuan de Grijalva, originario como su
protector de Cuéllar, en Castilla. Bemal Díaz, pese a sus dificultades y a sus
llagas, forma parte del viaje. Doscientos cuarenta españoles, atraídos por los

54 Pedro Mártir (1964), 1.1, p. 398; Sauer(1984), p. 101.


55 Ibid., p. 286; Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 43-57.
252 EL NUEVO MUNDO

rumores que corren sobre la tierra nueva, se unen a la empresa, "y pusimos
cada uno de la hacienda que teníamos para matalotaje y armas y cosas que
convenían". Una vez más, españoles sin recursos que no habían obtenido
indios en reparto, deciden participar en la aventura/]
ÍLa modesta armada zarpa el 8 de abril de 1518. Veinte días después des-
cubre la isla de Cozumel, frente a la península de Yucatán. La flotilla sigue
la misma ruta que la primera expedición, hacia el oeste. Una vez más hay
que batirse contra los indios en Champotón. Gracias al forro de sus arma-
duras de algodón, copiadas de las de los naturales —los europeos pronto
comprendieron su comodidad y su eficacia— la tropa se sostiene y rechaza
a los asaltantes. En Boca de Términos encuentran ídolos y templos, pero ni
un alma. Por lo contrario, los conquistadores cazan, no sin placer, el conejo
y el ciervo, que mejoran su alimentación. Otro encuentro en la embocadura
del río Grijalva: esta vez se evita el enfrentamiento; se intercambian pre-
sentes, los cuales confirman que los indios poseen oro; mejor aún, se cree
comprender que abunda mucho más allá, lejos hacia el oeste, en una mis-
teriosa comarca que los indígenas señalan con el dedo diciendo “Colúa,
Colúa" y "México". La navegación prosigue hacia el sol poniente; los ríos y
las sierras tras las cuales se oculta el sol desfilan ante los ojos de Bernal
Díaz, y reciben cada uno un nombre.56
Bernal Díaz intenta descifrar la actitud de los indios que presencian la
llegada de los españoles. Se enterará —más adelante— de que desde México-
Tenochtitlan, el soberano mexica Moctezuma seguía de cerca los aconteci-
mientos del Golfo de México. En Río de Banderas se desarrolla un primer
encuentro con enviados del Gran Señor. Pero sólo se le conocerá a posteriori,
pues de momento se comunican por señas ya que los intérpretes mayas de
los conquistadores ignoran la lengua de los enviados. Un velo de ignoran-
cia y de incomprensión impide verse a los dos mundos. Los indios truecan
oro por baratijas. Más lejos, en una isla, por vez primera, los españoles
identifican restos de sacrificios humanos: "Y estaban abiertos por los
pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas
de sangre." Aún bajo la impresión del espectáculo que les repugna, bauti-
zan el islote: "Pusimos nombre a esta isleta de Sacrificios..." Sobre la tierra
firme, frente a la isla, entre las dunas de arena, los españoles instalan su
campamento, no lejos del emplazamiento en que más adelante se levanta-
rá el puerto de Veracruz. Luego, la navegación se prolonga hacia el norte,
a la vista de las costas, hasta llegar a la provincia de Pánuco. Entonces, los
españoles deciden regresar a Cuba: la falta de provisiones, la amenaza
indígena y el cansancio de los soldados ponen fin a la empresa. Un epi-
sodio muestra el clima de incertidumbre, de improvisación y, en resumen,
de desorientación de toda la expedición. Los españoles obtienen mediante
trueque más de 600 hachas de cobre, que creen que son de oro. No pocas
burlas se harán en Cuba cuando los conquistadores se percaten de su error.

56 /bid., pp. 60, 65 y 67: “[decían] que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho
[oro]; y decían: Colúa, Colúa y México, México y nosotros no sabíamos qué cosa era Colúa ni
aun México”.
LAS PUERTAS DE AMÉRICA 253

Algo más serio: Bemal Díaz aprovechó la última escala para sembrar
granos de naranjo: “y nacieron muy bien porque los papas de aquellos ído-
los las beneficiaban y regaban y limpiaban desde que vieron eran plantas
diferentes de las suyas". ¡Los sanguinarios oficiantes se convierten en
hábiles jardineros! El detalle, insignificante en apariencia, revela muchas
otras transferencias no menos pacíficas y mudas entre los dos mundos.
Cierto es que el conquistador, al envejecer, tomó la precaución de raspar,
en su crónica, la evocación de los sacerdotes horticultores por temor, sin
duda, a atraer la atención de la Inquisición.5^]

57 Ibid., pp. 71, 76 y 77: "como yo sembré unas pepitas de naranja junto a otra casa de ído-
los y fue de esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuímonos diez
soldados a dormir en una casa alta de ídolos, y junto a aquella casa las sembré, que había
traído de Cuba, porque era fama que veníamos a poblar, y nacieron muy bien porque los
papas de aquellos ídolos las beneficiaban y regaban y limpiaban desde que vieron eran plan-
tas diferentes de las suyas; de allí se hicieron naranjos de toda aquella provincia. Bien sé que
dirán que no hacen al propósito de mi relación estos cuentos viejos y dejarlos he".
VIII. LA CONQUISTA DE MÉXICO
Siempre desde entonces temí la muerte más que nunca y
esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me
ponía una como grima y tristeza en el corazón y orinaba
una vez o dos, y encomendábame a Dios y a su bendita
madre y entrar en las batallas todo era uno y luego se me
quitaba aquel pavor.

Be r n a l Día z d e l Ca s t il l o ,
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Hu b o que aguardar a la tercera expedición para que por fin comenzara la


conquista de México^En Europa, los grandes acontecimientos del año de
(1519 son la muerte de Maximiliano, la elección de Carlos al trono imperial
yteTcondena de Lutero. En el terreno de los descubrimientos, en septiem-
bre Hernando de Magallanes zarpa de Sanlúcar de Barrameda y de las
costas de Andalucía para intentar dar la vuelta al mundo. En Cuba, donde
abundan los rumores en la inacción forzosa de las islas, las noticias que
lleva el joven Juan de Grijalva logran sacudir la indolencia] Al calor de las
conversaciones que se eternizan, acompañadas por vino de España o por
un jugo de ananás mezclado con moscatel, no cesan las especulaciones
sobre las tierras del oeste. Se discute interminablemente sobre el posible
origen de esos indios: ¿estarán los españoles ante judíos expulsados hace
centenas de años por el emperador romano Vespasiano y que misteriosa-
mente arribaran a esas costas? ¿O serán moros? [Para los castellanos, ju-
díos y moros representaban los dos únicos pueblos que podían ser a la vez
diferentes —es decir, no cristianos— y civilizados, en contraste con los ne-
gros de Guinea, los canarios o los indígenas de las Antillas, esa gente
“desprovista de todo".M

En t r a en esc en a Co r t é s (1519)

Furioso por el fracaso de Grijalva (“otra cosa no debí esperar de este bru-
to"), Diego Velázquez decidió colocar a Hernán Cortés a la cabeza de una
tercera expedición^ Olvidando los conflictos que ha tenido con su secre-
tario, el gobernador de Cuba cree haber designado a un hombre confiable
y experimentado, sin poner al principio demasiada atención en las predic-
ciones de su bufón Cervantes, ni tener en cuenta la oposición de quienes lo
rodeaban! Encarga a Cortés de explorar y de comerciar pero no de “po-

1 Sobre Magallanes, véase cap. xi.


254
LA CONQUISTA DE MÉXICO 255

blar” las tierras nuevas, ya que Velázquez no ha recibido aún de la Corona el


derecho de proceder a semejante empresa. Con la muerte de Femando el Ca-
tólico, la llegada de Carlos a Castilla (septiembre de 1517) y el retorno del
obispo Rodríguez de Fonseca a los asuntos públicos, el gobernador de Cuba
tiene buenas esperanzas de alcanzar sus fines.2^]
[Entre las instrucciones recibidas de Velázquez, Cortés hace figurar há-
bilmente una vaga cláusula que le permite tomar todas las medidas que
exigiera el servicio de Dios y de Su Majestad. En cuanto lo nombran,
Cortés se metamorfosea, cuida su apariencia, usa un penacho de plumas,
se acicala con oro y terciopelo. Endeudado y sin blanca, obtiene préstamos
de unos comerciantes amigos suyos^Previsor, el nuevo Alejandro hace
buena provisión de quincallería: "A un tal Diego, español, compró una
tienda entera de buhonería. Apela a todos los recursos de sus ajnigos, que
venden sus bienes para adquirir armas, caballos y provisiones./Unos prote-
gidos de Diego Velázquez —entre los cuales está nuestro Bemal Díaz—
deciden, por puro oportunismo, seguir a Cortés, que resulta ser un maestro
en el arte de la comunicaciónPjEra hablador y decía gracias, mas dado a
comunicar con otros que Duero [...] Era muy resabido y recatado, puesto
que no mostraba saber tanto (ni ser de tanta habilidad) como después lo
mostró en cosas arduas... y así no tan dispuesto para ser secretario.” Es
ésta una cualidad importante, llamada a desempeñar un gran papel en la
conquista de México.(Todos estos individuos intrigan y tratan de adelan-
tarse unos a otros: Cortés multiplica los gestos apaciguadores y de deferen-
cia para no indisponerse con Velázquez, pero trata de poner lo antes posi-
ble el mar entre él y el gobernador, antes de que éste reciba de España los
poderes solicitados. Durante ese tiempo, los parientes de Diego Velázquez
se esfuerzan por lograr la destitución de Cortés y por detener la expedición.
Todo es en vano. El 10 de febrero de 1519 los 11 navios zarpan pese a la
orden de suspensión que envía el gobernador de Cuba. En adelante, Cortés
jugará la carta del hecho consumado.34 |
¿La tercera expedición habría podido no ser más que una repetición de
las anteriores. Por lo contrario, fue el comienzo de una gigantesca empresa
de conquista, de un prodigioso avance que deja muy atrás los pequeños
logros alcanzados en las islas y en la Tierra Firme para precipitar el ingreso
en la órbita europea de todo un continente. Se trata de la primera etapa de
la occidentalización de América y la prefiguración de un fenómeno que hoy
puede observarse en escala planetaria:
* la uniformidad del mundo en su
doble movimiento de destrucción de la tradición y de difusión de los valo-
res, las instituciones y los modos de vida que ha producido y esparcido la
Europa occidental. El descubrimiento de América, en el sentido de su inte-
gración al Occidente, ocurre en 1519?J

2 De rebus gestis (1971), p. 343; López de Gómara (1552), f. w’¡ Chaunu (1969b), p. 141.
3 Cortés (1986), pp. xill, xiv y xv; De rebus gestis (1971), p. 348; López de Gómara (1552),
f. vr° Las Casas (1986), t. ii, p. 528.
4 Sobre la conquista de México, Díaz del Castillo (1968); Cortés (1963 y 1986); Gómara (1552
y 1943).
La expedición de Hernán Cortés (1519)
LA CONQUISTA DE MÉXICO 257

j^Cortés sigue la ruta de Grijalva. Su flota toca Cozumel, boga hacia el


oeste y navega a lo largo de las costas de Yucatán y luego de las de Tabasco.
Ya no están ante lo desconocido. En Boca de Términos llaman la atención
de la tripulación de Escobar —que ha partido a hacer un reconocimiento—
los ladridos de un animal que corre sobre la playaTLos marinos recuperan
la lebrela perdida durante el viaje de Grijalvai-^staba gorda y lucia...
cuando vio el navio que entraba en el puerto, que estaba halagando con la
cola y haciendo otras señas de halagos, y se vino luego a los soldados y se
metió con ellos en la nao.”56[Bemal Díaz reconoce costas, paisajes y puertos
que en adelante le serán famtíiares: los horizontes desesperadamente llanos
de Yucatán y de Tabasco, la Sierra de San Martín, el nevado Pico de Orizaba,
el peligro de los bajos fondos, los estuarios de los ríos que se suceden y cu-
yos nombres, dados el año anterior, repite una y otra vez. Los navios evolu-
cionan unidos, a veces se extravían, son dispersados por el viento y se guían
de noche por la luz de los fanales. En el viaje no faltan algunas peripecias:
gobernalles que saltan, navios que se pierden de vista...
(-Recordemos las grandes etapas: la victoriosa batalla de Cintla, en Tabas-
co, el 25 de marzo; la llegada a la Vera Cruz el Viernes Santo; la primera
misa el 24 de abril; las negociaciones sobre la playa con los emisarios de
Moctezuma, el amo de México-Tenochtitlan, que se esfuerzan por disuadir
a Cortés de avanzar más allá. En julio se consuma la ruptura con Veláz-
quez. Después de haber cortado el cordón umbilical que lo unía a Cuba,
Cortés se inventa una legitimidad. Los españoles se familiarizan con el
mundo de la costa, se hacen aliados del cacique de Cempoala —con ese
término, tomado del lenguaje de las islas, designan a los jefes indígenas—
y a mediados de agosto se ponen en marcha hacia el altiplano, rumbo a la
mirífica capital de los mexica: México-Tenochtitlan. Para empezar, chocan
violentamente con los tlaxcaltecas que, desde hace decenios, viven rodea-
dos por los mexicas y sus satélites. Españoles y tlaxcaltecas, al descubrir
que su enemigo común son los mexicas, concluyen un pacto, y los invasores
vuelven a ponerse en marcha hacia la ciudad de Moctezuma... Pero la rá-
pida revisión de los acontecimientos no nos explica en qué condiciones
unos 600 hombres se atrevieron a lanzarse al asalto de un territorio gigan-
tesco poblado de millones de indios y triunfaron?!

“Un pa v o r in s ó l it o ”

El hambre, el calor sofocante de abril y mayo, los mosquitos, la fatiga y el


agotamiento no dan momento de reposo a los hombres. Bemal Díaz sufre
de todo esto, como los demás. Cuando desembarcan, los alimentos que les ’
ofrecen los indios son reservados, con prioridad, para Cortés y sus capi-
tanes.J'A nosotros los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar,
no lo teníamos”, observa Bemal Díaz, lleno de amargura; les queda como

5 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 105.


6 Ibid.,pp. 104, 101 y 95.
258 EL NUEVO MUNDO

recurso el trueque, que les permite a cada quien cambiar las baratijas
("cuentas verdes, diamantes y otras joyas", en realidad, cuentas de vidrio,
sin valor) llevadas de Cuba, por oro y alimentos. Los marinos se hacen odiar
vendiendo a precio de oro sus pescados a los soldados hambrientos. í^os
españoles ignoran que más adelante, en el altiplano, a más de mil metros
de altitud, el frío hará tiritar sus cuerpos demasiado habituados al calor de
las islas, y desprovistos de ropas de abrigo. No saben que durante algún
tiempo, privados de sal, se verán reducidos a consumir alimentos insípi-
dos: régimen insoportable para hombres del siglo xvi.Q
(A las privaciones se añade la amenaza constante de los ataques de los
indios. Los habitantes de México, como ya lo han demostrado, no se dejan
matar tan fácilmente como los tainos de las islas. Cierto es que los españo-
les supieron mostrar desde Cintla, en Tabasco, una energía que no tuvie-
ron los grupos precedentes. Y sin embargo, pese a la victoria, los inquietan
la aplastante superioridad numérica de los indios y su determinación. Y tal
vez más aún, lo desconocido, lo imprevisto, el peligro que se adivina y que
no se puede identificar, este otro mundo que no es de salvajes ordinarios.
Los conquistadores tuvieron la presciencia o la conciencia —tal es el caso
de Cortés— de encontrarse ante algo fascinante, indefinible y, a menudo,
aterrador.!
¿^Quisiéramos captar mejor esta espera, preñada de angustia, de la que
presentimos que a veces se transforma en un inefable pánico. Pero los tex-
tos de que disponemos levantan ante nosotros, las más de las veces, una
pantalla. Las Cartas de Cortés, por muy admirables que sean, reconstruyen
los hechos para dar un barniz de legitimidad a sus iniciativas y a su rebe-
lión contra Velázquez. Unos 40 años después de los hechos, cuando Bernal
Díaz redacta su crónica en su retiro guatemalteco, el juego ha terminado:
él conoce el resultado como conoce el mundo indígena, y tuvo el tiempo
suficiente para reconstruir a su gusto el anverso de la historia, es decir, la
manera en que los indígenas habían reaccionado a la invasión. Su relato
destila el sentimiento de un irresistible avance, de un concatenamiento re-
gulado que tenía que conducir a la victoria final. Asombrosa narración
llena de episodios crispantes, con repercusiones sin número, la crónica de
Bernal Díaz describe un pasado reescrito, de punta a cabo, con un arte
insuperable que, invariablemente, nos fascina. El autor conocía demasia-
do bien las novelas de caballerías para no haber dado a su relato el ritmo
épico de esas obras de ficción.7 8 Por tanto, hay que leer entre líneas para
encontrar la percepción de los conquistadores en 1519, que cotidiana-
mente se enfrentan a la realidad mexicana!
[Recurrir a la astrología, a las suertes y a la adivinación nos da elemen-
tos de respuesta. Ante el temor a lo desconocido, lo incomprensible o los
gestos extraños imposibles de descifrar, los conquistadores, como todos
los hombres del Renacimiento, se valen de viejas recetas] Tras un sueño
7 Ibid., p. 129: “allí trajeron indias para que hiciesen pan de su maíz y gallinas y fruta y
pescado y de aquello proveían a Cortés y a los capitanes que comían con él, que a nosotros
los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar, no lo teníamos”.
8 Véase, por ejemplo, Avalle-Arce (1990), pp. 51-52, 54 y 175.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 259

premonitorio, Cortés tomó papel y pluma para dibujar una noria, dio una
letra a cada arcaduz y plantó un clavo sobre los de arriba como si quisiera
impedir que descendiera la rueda de su fortuna. También observando los
astros y determinando su influencia sobre la tierra se vuelve previsible lo
imprevisto. ¿Cómo asombrarse de que en los peores momentos la tropa de
Cortés recurra al astrólogo Botello? A ojos de sus compañeros, Botello
pasaba por hombre de bien, por letrado (latino) que "había estado en Ro-
ma": "decían que era nigromántico, otros decían que tenía [demonio]
familiar, algunos le llamaban astrólogo". Después de su muerte se encon-
tró en su mochila el producto de sus elucubraciones:

Unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía
en ellas: "Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros
indios”. Y decía en otras rayas y cifras más adelante: "No morirás" y tomaba a
decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: "Sí morirás". Y respondía la otra
raya: "No morirás". Y decía en otra parte: "Si me han de matar, también mi
caballo". Decía adelante: "Sí matarán". Y de esta manera tenía otras como cifras
y a manera de suertes que hablaban unas letras con otras en aquellos papeles
que eran como libro chico. Y también se halló en la petaca una natura como de
hombre... hecha de baldrés, ni más ni menos, al parecer de natura de hombre, y
tenía dentro como una borra de lana de tundidor.
¡^Botello, el soldado que había contemplado el esplendor de Roma, como
Oviedo o Las Casas, perecerá con su caballo en el desastre de la Noche
Triste, el 30 de junio de 1520, cuando Cortés se ve obligado a abandonar la
ciudad de México. Sin condenar un arte que la Iglesia tolera, sin tampoco
hablar demasiado de ello, Bernal Díaz no explica más que lo que quiere
explicar, y concluye lacónicamente: "No le aprovechó su astrología." Ese
extraordinario testimonio pone al desnudo las angustias de la "triste gue-
rra" al mismo tiempo que exhala el odio al indio, al que trata de "perro" (por
lo demás, ni más ni menos que a los moros y a los judíos). Con ello bien
podemos recordar que los europeos no tienen el monopolio de la razón y
de la ciencia y que, en este terreno como en otros, recurrir a lo irracional y
a la magia iguala a invasores y a invadidos.9 J
Lo imprevisto es inseparable del temor qtíe atenacea. A él, Bernal Díaz le
consagra renglones notables, en los cuales se esfuerza por describir un
sentimiento que él domina cada vez más mal, o, mejor dicho, un malestar
nuevo, "este pavor insólito", irreprimible, que lo invade desde que ha visto a
docenas de sus compañeros sacrificados a los ídolos: "Siempre desde enton-
ces temí la muerte más que nunca y esto he dicho porque antes de entrar
en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón y orinaba
una vez o dos, y encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en
las batallas todo era uno y luego se me quitaba aquel pavor." Y sin embargo,
ya ha visto otras, "habiéndome hallado en muchas batallas y reencuentros
muy peligrosos de guerra"! El lector se enfrenta a las repercusiones físicas,

9 La noria o rueda de arcaduces, en Cervantes de Salazar (1982), p. 100; Díaz del Castillo
(1968), 1.1, pp. 393 y 398.
260 EL NUEVO MUNDO

a la tensión perpetua que mantenía la inmersión en un medio ajeno, hostil


e imprevisible. Explican, sin justificarlas, las explosiones de barbarie y las
matanzas "preventivas” que van marcando el avance de las tropas. Bernal
Díaz había adoptado tan bien el hábito de dormir armado y en cualquier
lugar que, mucho tiempo después de los hechos, el reflejo le seguirá siendo
familianTY ahora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo
cama [.771” Y añade: "No puedo dormir sino un rato de la noche que me
tengo que levantar a ver el cielo y estrellas y me he de pasear un rato al
sereno y esto sin poner en la cabeza cosa ninguna de bonete ni paño y gra-
cia$ a Dios no me hace mal por la costumbre que tenía.”10
[Como Oviedo lo había comprobado en las islas y como más cerca de
nosotros nos lo recuerdan otras guerras, la experiencia de la conquista y
de los estados apenas tolerables modifica a los seres humanos en sus rit-
mos y sus comportamientos más profundos7|El redoble de los tambores,
los alaridos de los indios decuplican la tensión. A su vez, los mexicas
sufren el estrépito ensordecedor producido por las armas y las armaduras
de los invasores. Proyectémonos al término de esta epopeya. Cuando, al
final de un asedio terrible, la ciudad de México cae en manos de los espa-
ñoles (agosto de 1521) y las armas callan, Bernal Díaz es testigo de un ins-
tante inolvidable:^

Quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre
encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que
les tañían, cesasen de tañerlas y esto digo al propósito porque todos los noventa
y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gri-
tos y voces [los indios] [...] desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos
atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. Y de esta
manera de noche y de día teníamos el mayor ruido que no nos oíamos los unos a
los otros y después de preso Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido; y por
esta causa he dicho como si de antes estuviéramos en campanario.

El silencio bajo el efecto del choque. Es raro que el historiador o el testi-


go conserve para la posteridad el recuerdo de un silencio que también es
una suspensión del tiempo, el equivalente de una especie de paro sobre la
imagen tanto más asombroso cuanto que marca exactamente la transición
del México amerindio al México colonial.11
A esos instantes de depresión y de angustia suceden los entusiasmos
basados en los recuerdos de las novelas de caballerías: Rolando, Héctor y
los troyanos son modelos que los conquistadores, por momentos, tienen la
sensación de sobrepasar. Cuando Cortés contempla por vez primera las
orillas de la Vera Cruz, un conquistador no puede dejar de acercársele y
recitarle los versos de la novela de Montesinos: "Paréceme, señor, que os
han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a es-
tas tierras:

10 Ibid., t. ii, p. 67; 1.1, p. 332.


11 Ibid., t. n, p. 63.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 26!

Cata Francia, Montesinos;


Cata París, la ciudad,
Cata las aguas del Duero
Do van a dar en la mar...

Y añade en un arranque premonitorio: “Yo digo que mire las tierras ricas,
y sabeos bien gobernar.”
£a pesar de ello, bajo la pluma de Bernal Díaz, lo épico nunca da cabida a
lo inverosímil: nuestro autor desconfía de lo maravilloso, muestra su es-
cepticismo ante los milagros o las proezas legendarias que, supuestamen-
te, se suscitaron durante la conquista, oponiendo el testimonio de sus ojos
a los decires de los cronistas que nunca salieron del Viejo Mundo. La se-
riedad de Bemal Díaz pertenece al linaje de Pedro Mártir y de Oviedo, y no
al de los editores florentinos de Vespucio. También es obra de un hombre
de tropa, que tiene buen cuidado de recordar el papel de los hombres os-
curos frente a los jefes, siempre sensible al antagonismo, manifiesto o la-
tente, que recorre el cuerpo expedicionario.12 /

La g u e r r a d e Co r t é s

Después de la escala en la Vera Cruz, una parte de la tropa pensó prudente-


Thente en regresar a Cuba “por ver la tierra tan grande y tal y ver los pocos
españoles que éramos”. Y sin embargo, aún no sabían de las pruebas y los
temores que les aguardaban en las mesetas. De momento, todos conserva-
ban la mirada fija en la línea de las olas, en los navios, prestos a abandonar
aquellos parajes inhóspitos, donde a cada instante se temía tropezar con
los cadáveres de los sacrificado£jEl mar, ahora casi tranquilizador, acari-
ciado por una brisa ligera, reflejaba hacia el cielo la luz del sol. Como las
otras veces, se habrían contentado con trocar baratijas por un poco de oro
para luego volver, sin gloria, a La Habana o a Santiago de Cuba. Por lo de-
más, los partidarios de Velázquez contaban con impedir a Cortéslrans for-
mar la expedición en guerra de conquista para proteger los intereses del
gobernador de Cuba. Esto era no conocer la tenacidad de su jefe ni la deter-
minación de un puñado de hombres para quienes el mundo insular ya no
tenía mucho que ofrecer. Cortés decidió penetrar en el país. Entonces, aque-
llo fue como una inmersión en lo desconocido, lejos de las costas y de los
navios, en medio de poblaciones de las que se ignoraba casi todo, salvo
que sabían combatir, que practicaban los sacrificios humanos y la antro-
pofagia y... que eran ricas.13 /
L_En contraste con sus predecesores, Cortés acariciaba el proyecto secreto
de vencer y conquistarJEl trueque apenas le interesaba: “No venía él para
tan pocas cosas." Pero no hay que atribuirle, a posteriori, unas ambiciones

12 Ibid., 1.1, pp. 386 y 397; Sáenz de Santa María (1984), p. 136, el verso más vale morir con
honraJque deshonrados vivir, tomado del ciclo de Roncesvalles, se escucha, varias veces, en
boca de Cortés.
Cortés (1963), p. 35.
262 EL NUEVO MUNDO

que se precisaron en el transcurrir de los acontecimientos y el avance de la


expedición, aunque con frecuencia Cortés debía tener en el recuerdo el
ejemplo de su pariente, Alonso de Monroy, el maestre de Alcántara, héroe
de Extremadura y de las guerras civiles de fines del siglo. [La expedición
fue concebida desde el comienzo como una empresa militar minuciosa-
mente organizada. El conquistador contaba con una flota importante de
11 navios y 508 hombres, más un centenar de otros que componían las
tripulaciones, 17 caballos, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 10 tiros de bronce
y cuatro falconetes. Frente a él, los habitantes de México, ¡tal vez una vein-
tena de millones! Pero Cortés lo ignora, y ésta fue probablemente una de
las claves de su triunfo. Presta atención particular a la artillería y al man-
tenimiento de las piezas, y pone a su cabeza a Francisco de Orozco, vetera-
no de las campañas de Italia. La disciplina de hierro que impone a sus
hombres con su autoridad y su oportunidad impresionan a Bernal Díaz
desde la escala de CozumelTrAquí en esta isla comenzó Cortés a mandar
muy de hecho [...] que doquiera que ponía la mano se le hacía bien.”14*
[^Cortés está resuelto a tomar la ofensiva cada vez que le parezca indis-
pensable. Muy atrás ha quedado el tiempo del pavor y de los repliegues
desordenados bajo las nubes de flechas y de piedras. La batalla de Cintla,
en marzo de I_5JL9, es cuidadosamente preparada, así como los otros en-
cuentrosFuna preparación que se impone tanto más cuanto que los indios
aguardan a pie firme al adversario —incluso han fortificado sus pueblos—
y, por las expediciones precedentes e informados por un español que fue a
dar a sus costas, saben con quién tienen que vérselas. Las lluvias de proyec-
tiles abruman a los españoles; los silbidos, el estrépito de los tambores y de
las "trompetillas” los ensordecen; la paja y la tierra lanzadas al aire los sor-
prenden, pero no logran, empero, desorganizarlos.’^]
[Ante unos indios resueltos a batirse y que cuentan con una aplastante
superioridad numérica, Cortés perfecciona tretas y tácticas, organiza mo-
vimientos de tropas y logra rechazar al adversario infligiéndole grandes
pérdidas. Aprovecha el efecto sorpresa causado por los caballos. Después de
la batalla de Cintla saca ventaja al máximo de las dos principales cartas
de triunfo de los españoles: los caballos y los tepuzques (así designan los
indígenas a los cañones de metal, y es esta palabra náhuatl la que registran
los invasores)JE1 conquistador se las ingenia para hacer creer a los indios
que han venido a hablar de paz, que los cañones tepuzques y los caballos
le obedecen como si estuviesen dotados de voluntad propia, y afirma que
sólo él puede aplacarlos. El empleo de los caballos constituía, por lo de-
más, un recurso ya probado ante la superioridad numérica de los indíge-
nas, ya que un cuarto de siglo antes Colón había sacado de ellos excelente
partido en La Española, y tiempo atrás los canarios también habían sido
sus víctimas. Sin embargo, las armas de fuego no sólo sembraban el terror
en el campamento de los indios. El empleo de cañones repugnaba a los
viejos caballeros de los campos de batalla europeos tanto como asombraba
a los combatientes indígenas: ¿No se escribía ya en la Europa de 1499 que
14 Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 105, 95 y 96.
Ibid., pp. 113, 108 y 114.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 263

“de todos los inventos que fueron imaginados para la destrucción de la


humanidad, los cañones son el más diabólico”?1617
Sin embargo, la ventaja tecnológica no es una panacea ante rivales tan
numerosos. Los cañones son difíciles de maniobrar, de precisión dudosa, y
a veces falta la pólvora. Pronto, los indios inventan formas de oponerse a
los caballos que cargan contra ellos. Por tanto, Cortés intenta, cada vez
que puede, ejyitar el enfrentamiento, buscando la negociación. Aquí, los es-
pañoles son más “invasores” que “conquistadores”: en la altiplanicie, lejos
de su base veracruzana, abrumados por los ataques de las tropas tlaxcalte-
cas, ponen todas sus esperanzas en una paz que les permita recobrar sus
Tuerzas y volver a abastecerse. Hasta la lectura in extremis del requerimien-
to parece participar de ese afán. El requerimiento es una intimación, leída
ante notario, que ordena a los indios someterse sin resistencia a la Corona
de España. Casi todo el tiempo incomprensible para los indios, es ante
todo una formalidad y una argucia de juristas destinada a legitimar la
agresión militar y la conquista. En las costas de América del Sur y en las
islas, su empleo dio lugar a farsas grotescas y trágicas para los indígenas.
Pero también es, en el espíritu de Cortés, una última maniobra dilatoria.
El letrado, cuidadoso de las formas, es indisociable del diplomático que
descubre y aprende la política local a medida que hace avanzar sus piezas
y manipula a sus aliados.1']

Vic is it u d e s d e l a c o m u n ic a c ió n

El desatino militar se convierte en una aventura de apariencia más pacífi-


ca y de realización más ardua: la instauración de una comunicación con el
mundo indígena, preámbulo obligado de toda extensión de la dominación
española. Recordemos las palabras de Pierre ChaunujJ

La Conquista, a nuestros ojos, es lo que sin duda se opone mejor a la conquista. La


Conquista no implica ninguna acción en el terreno; no entraña ningún esfuerzo
en profundidad para entablar un nuevo diálogo entre el hombre y la tierra. La
Conquista no apunta a la tierra sino tan sólo a los hombres.
¿Esto es, a la dominación de los hombres. Y para empezar la comuni-
cación en la cual, como lo hemos visto, Cortés sobresale.
Pero, ¿cómo comunicarse cuando la agresión, las culturas y las lenguas
multiplican los obstáculos, cuando no hay ningún rasgo común, ningún
precedente, ninguna referencia que compartir? Contra lo que los españoles
habían creído, esos indios no son algo ya visto con anterioridad. No son
moros ni judíos extraviados en aquellas Indias lejanas. Pertenecen a socie-
dades ricas y ordenadas —la disposición de las construcciones sorprende a

16 Ibid., pp. 114-115 y 117-118; H. Colón (1984), p. 182; Polidoro Vergilio citado en Delumeau
(1967), p. 216.
17 Hassig (1988), pp. 237-238. Sobre el requerimiento, Silvia Benso, La conquista di un
testo. Il requerimento, Roma, Bulzoni, 1989.
264 EL NUEVO MUNDO

los conquistadores— que han adoptado ritos de tal complejidad que “en
mucho papel no se podría hacer de todo ello... entera y particular descrip-
ción”. Notando que “viven más política y razonablemente que ninguna de
las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto”, los invasores subra-
yan la diferencia cualitativa que perciben entre esos indígenas y las pobla-
ciones de las islas o del Darién.18~~\
*or
{j esas razones, apenas llegacfo a Cozumel, Cortés pone en práctica sus
dotes diplomáticas y su habilidad. Trata de establecer relaciones amistosas
con los mayas de la isla, y lo logra: "el cacique con toda su gente, hijos y
mujeres de todos los del pueblo [...] andaban entre nosotros como si toda
su vida nos hubiesen tratado”. Visión apacible, similar a la que nos ha dado
Pedro Mártir sobre las relaciones entre castellanos y musulmanes en Orán,
10 años antes. Al establecerse esos primeros nexos, las palabras no tienen
la importancia que nos sentiríamos inclinados a atribuirles. Desde este
punto de vista, el avance de los conquistadores es la historia de una comu-
nicación que sólo secundariamente se basa en los discursos. En Cozumel,
el intercambio verbal sigue siendo aproximativo: el intérprete indígena no
dominaba el castellano y, probablemente, tampoco la retórica local como
para entablar un diálogo digno de ese nombre. Aun cuando Conés dispon-
drá de intermediarios calificados, el diálogo permanecerá circunscrito al.
estrecho círculo de los capitanes españoles y de los jefes indígenas. Por lo
demás, ¿hasta qué punto podían los interlocutores comprenderse, con
hábitos oratorios y modos de razonamiento tan diversos? Las sociedades
indígenas atribuían un lugar importante al discurso, al juego de habilidad
y de las respuestas, a los momentos consagrados a este intercambio de pa-
labras como si les dieran un modo de domesticar las relaciones humanas y
de dominar el transcurso del tiempo. Cortés, como Colón, no se ha forma-
do en esas prácticas. Comprende lo que quiere comprender; pero el abismo
que separa las concepciones de poder, de Dios y del mundo que alimenta
cada campo, no parece percibirlo. De hecho, la recíproca certidumbre de
penetrar en las ideas del adversario y la incapacidad de imaginar las fuerzas
que en realidad representa desempeñan un papel esencial en ese enfrenta-
miento?]
Todos conocemos el papel decisivo de los equívocos en todo proceso de
dominación y de aculturación. Toda la historia del encuentro de los
europeos y de los indios sobre la tierra americana está formada de acer-
camientos, de errores y de intercambios. Si las palabras pasan con dificul-
tad, la comunicación escrita resulta impracticable para aquellos conquis-
tadores que, como Bemal Díaz, Cortés y otros, son tan hábiles en el manejo
de la pjuma. El envío de cartas a los indios muestra la amplitud del equí-
vocojCuando Cortés manda misivas a los indígenas, no se está engañando,
pues sabe que son incapaces de comprender el alfabeto. Sin embargo, está
persuadido de que sus destinatarios reconocerán en ellas la materia de un
mensaje. ¿Cómo reaccionan los indios? Ofreciendo las cartas a sus dioses,
tal vez a la manera en que les destinaban sus ofrendas de papel ritual man-
chado de asfalto o de sangre humana. Cortés envía unos signos que tam-
18 Chaunu (1969b), p. 135; Cortés (1963), pp. 24 y 25.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 265

bién son objetos materiales e inertes; los indígenas los convierten en una
materia habitada, investida de una fuerza que sus divinidades absorberán.
Cortés maneja la metáfora, sus adversarios la metonimia, que trata la mi-
siya como una parte de la potencia de los invasores.19?
[El intercambio de embajadas entre los dos bandoSxampoco se libra del
equívoco. ¿Se trata de una relación política, como lo suponen los españo-
les, o de un nexo que colocaría a los invasores en un plano extrahumano?
A primera vista, las formas y las señales de respeto, mostradas de una y
otra parte, parecen integrar un lenguaje común, un ritual libre de equívocos.
El abrazo español responde a las tres reverencias y a las volutas de copal
con que los indios honran a sus "visitantes”: los invasores estrechan entre
sus brazos a sus nuevos aliados. La liturgia de la misa celebrada ante los
indios y las procesiones aumentan la solemnidad del intercambio:.la-for-
ma triunfa manifiestamente sobre la^ sustancia, pues los indígenas no
debían comprender mucho de ese cristianismó que, por vez primera, les
mostraban —"explicaban" sería inapropiado— los conquistadores?]
[^Aunque cada uno de los “socios” intenta a su manera añadir algo al nexo
recién creado, las gestiones se desarrollan sobre registros totalmente dis-
tintos: la sacralización que la misa introduce posee una dimensión peda-
gógica; quiere ser instrumento de una conversión del adversario, mientras
que la ritualización que se materializa en el humo del copal expresa el
reconocimiento de la condición singular de los invasores. Los indios son
vistos como idólatras que hay que convertir; los españoles, como intrusos
poderosos y temibles, en el límite de la monstruosidad, lo que no impide
que los europeos resulten extremadamente sensibles a las reacciones de
sus interlocutores y a su modulación: cada bando sabe valorar el rango y
la jerarquía. Después de la batalla de Cintla, Cortés no se equivoca con la
llegada de una delegación de 15 esclavos miserablemente vestidos: descon-
tento, reclama el envío de señores para tratar más dignamente las condi-
ciones de paz.
fEntre los jéfes, gestos y palabras sellan, bien o mal, la coexistencia, y los
invasores explican con dificultades que: "Los queremos tener por herma-
nos, y que no tuviesen miedo”, pero tales no son las únicas formas de co-
municación. Se establecen otras relaciones, tal vez más eficaces, aunque
ocupan menos lugar en unas crónicas hechas sobre el modelo clásico, es
decir, tachonadas de discursos reescritos o reinventados para disponer a
las exigencias del género y al gusto de los lectores. Entre la infantería, es el
trueque, mudo al principio, el que esboza y mantiene los contactos. Para la
tropa, para el joven Bernal, todos pasan por la observación, la mímica, las
cosas, las formas, las indias, la belleza de los hombres: "La gente de esta
tierra es bien dispuesta; antes alta que baja. Todos son de color trigueño,
como pardos, de buenas facciones y gestos...” Se observan, gesticulan, se lo-
gra, aquí como en otras partes, obtener alimentos, cambiar baratijas de
Europa por oro de los indios?]

19 Díaz del Castillo (1968), t. !, p. 96. Los papeles en que Botello el astrólogo o Cortés dibu-
jan unas figuras que deben revelarles o fijar su porvenir siguen siendo los apoyos inertes de
un saber, así fuera mágico (véase n. 9).
266 EL NUEVO MUNDO

^La mirada de los invasores resulta extraordinariamente receptiva del


mundo indígena; no, desde luego, por curiosidad etnográfica, sino por el
afán de asegurarse la supervivencia, de penetrar al adversario, de captar
sus reacciones para mejor precaverse de ella, aun cuando a veces los con-
quistadores se dejan llevar por la extrañeza o la suntuosidad del espectácu-
lo que se muestra a sus ojosTIComo en las islas, sobrevivir consiste en to-
mar alimentos indígenas, pero también en beber el cacao de los indios y en
adoptar sus armaduras forradas de algodón mejor adaptadas al sol de los
trópicos que las metálicas de Europa.
[Por último, aunque Bernal Díaz del Castillo y los otros cronistas sober-
biamente pasen por alto el tema, las pocas europeas que acompañan a
los invasores y el puñado de sirvientes cubanos que los rodean establecen los
primeros contactos con las mujeres del otro mundo. En tomo de los huípi-
les bordados, de los collares de oro y de piedras verdes, de los alimentos y de
los niños, de los gestos íntimos, de las camisas que se ponen a secar al
sol, se adivinan los intercambios sin palabras, y después, las explicaciones
dadas por la india doña Marina,Ja amante-intérprete que seducirá a Cor-
tés, mientras que los gineceos mexicanos acaso evoquen, para esos espa-
ñoles, la imagen de los palacios granadinos, llenos de damas adornadas y
de esclavas sometidas.2021I

In t e r c a m b io d e o b j e t o s , d o n a c ió n d e m u j e r e s , c o n t a m in a c io n e s

Vemos, así, que la comunicación no se limita a gestos de respeto y de dis-


Tinción, ni a sacralizaciones enigmáticas; de manera más prosaica, se tra-
duce en la recepción de los presentes que aportan los indios, plumas, oro,
tejidos de algodón y, sobre todo, dones en especie, alimentos preparados,
maíz, pavos, frutas y pescado, que los invasores, a menudo hambrientos,
se apresuran a recibir. Los intercambios de objetos preciosos sirven para
exaltar a la vez la grandeza del donante y la del destinatario. El amo de la
lejana México-Tenochtitlan envía presentes de oro que dejan atónitos a los
conquistadores, mucho antes de asombrar a España, a Durero y a Europa.
Cortés, menos bien provisto, se contenta con ofrecer cuentas de vidrio,
pero siente la necesidad de añadir “una copa de vidrio de Florencia, labra-
da y dorada con muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y
tres camisas de Holanda”. En un envío anterior había dado “una silla de
caderas con entalladuras de taracea”, así como “una gorra de carmesí con
una medalla de oro de San Jorge como que estaba a caballo con su lanza,
Smata a un dragón".2]^
1 gesto de Cortés perpetúa una tradición: ya en diciembre de 1492
5n había dado a un cacique de La Española un collar de cuentas de ám-
bar, unos zapatos rojos, una regadera de vidrio para escanciar agua de flor

20 Ibid., p. 116; El Conquistador Anónimo (1970), p. 3: “La gente di questa provincia é ben dis-
posta, piu tosto grande, che picciola, son tutti di color berettino, como pardi, di buone fazzioni e
gesti"’, sobre las mujeres que acompañan a la expedición, véase cap. ix, n. 14.
21 Díaz del Castillo (1968), 1.1, p. 127.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 267

de naranjo, y unos paños. Los presentes de Cortés, como los anteriores, no


son arbitrarios: la elección de los atuendos, el refinamiento de la vajilla y
del mobiliario tienen un sentido evidente para los europeos. La copa flo-
rentina, el color carmesí o la silla de entalladura, reservados de ordinario a
la nobleza y a los poderosos, son otros tantos signos exteriores de riqueza,
testimonio de los decorados que por doquier difunde el Renacimiento. Por-
tadores de la primera moda occidental que llega a las costas mexicanas,
inauguran una cadena de arribo de objetos que no dejará de ampliarse.
Son, asimismo, embajadores de una manera de beber, de sentarse, de un
modo de vida aristocrático que remite a los modales de la mesa, a la caza,
así como al ejercicio de la justicia. Por sí sola, la medalla de San Jorge
constituye un resumen fascinante de la civilización de los conquistadores:
el oro buscado por doquier, la mitología de los santos y la lucha contra el
paganismo7|
Los presentes mexicanos enviados a Cortés no tienen menor significado
ni menos referencias autóctonas. La entrega de adornos suntuosos, ¿podrá
emparentarse con una restitución? ¿Pertenecían al santuario del dios
Quetzalcóatl que, según decíase, había partido rumbo al este lejano? Pare-
ce que Cortés, este ser extraordinario que ha surgido del Oriente, sólo des-
pués fue identificado con esta divinidad.^Mientras tanto, los adornos mara-
villosos son, ante todo, vestimenta lujosa: para los indígenas, encierran la
presencia y la fuerza de un dios. Desde luego, todo ello sigue siendo bas-
tante nebuloso a ojos de los invasores, que son soldados y no etnógrafos;
por lo contrario, apartan, horrorizados, los platos con carne humana que
los indios ofrecen ceremoniosamente a sus visitantes divinos.22
Ambos bandos están de acuerdo, involuntariamente, en un punto: las ha-
zañas de San Jorge para los cristianos, como los gestos divinos para los me-
xicanos, poseen una indiscutible realidad. Pero la significación de los obje-
tos que circulan sigue siendo opaca para el adversario. ¿Qué sabe Cortés
de los ornamentos que se le ofrecen? ¿Qué sabe Moctezuma de los talleres
nórdicos en que se tejieron las camisas, de los artesanos florentinos al ser-
vicio del Renacimiento, de los símbolos europeos o de la idea misma de
símbolo? La noción de joya y de valor no es la misma entre los europeos
que entre los indios. Recuérdense las pobres cuentas de vidrio que los cas-
tellanos destinan a sus encantados interlocutores, y las plumas cosquillean-
tes, los jades y las turquesas a los cuales los indios atribuyen una naturale-
za divina, pero que los españoles colocan muy por debajo del oro. Sobre
todo, es el uso de los objetos el que preocupa a Cortés cuando pide a los
enviados de Moctezuma que el soberano se ponga los vestidos europeos
que le envía, y por tanto, que habitúe su cuerpo a unasjprmas y a unas ma-
terias ajenas y a unas posiciones inhabituales (la silla)/ Para el conquista-

22 H. Colón (1984), p. 110. Sobre los presagios que anunciaron la llegada de los españoles
según las versiones que después los indios elaboraron y transmitieron a los europeos, véase
Durán (1967), t. n, pp. 467-471. Es poco creíble que los indios hayan identificado a Cortés con
Quetzalcóatl, y aún más que los españoles hayan captado esa identificación. Sólo en el curso
del siglo xvt, informadores, indígenas y cronistas españoles perfeccionaron y fijaron lo que
después sería una explicación de la conquista de México.
268 EL NUEVO MUNDO

dor ese sentido es evidente, así como para los marinos españoles que sir-
vieron al licenciado Zuazo, de regreso de su naufragio, una colación sobre
una pequeña mesa hacia la cual hicieron avanzar una silla con respaldo,
como si espontáneamente ese mobiliario materializara el acceso (o el re-
tomo) a la civilización tal como la conciben los españoles.
Lo que es evidente para los europeos, tan evidente que nadie piensa ni
por un instante en explicarlo a los indios, ¿lo es también para el destina-
tario indígena? Ciertamente, no. Y por el contrario, todo lo que llega in-
mediatamente a los sentidos, al tacto, a la mirada, no pudo dejar indiferen-
tes a los protagonistasjTa vestimenta europea entregada a los embajadores
de México —el gorro con la medalla, las camisas de Holanda—, así como
los ornamentos divinos, traducen una voluntad de "aculluración de las
apariencias”, y, más insidiosamente, del cuerpo. Ignoramos si MoctezufrHr
siepuso esos hábitos exóticos, la camisa y el gorro carmesí, pero Cortés en
cambio, casi seguramente se puso, por un instante, uno de los penachos
obsequiados, a petición de los enviados mexicas, que pudieron guiar sus
gestos vacilantes. Lo que no impide que, aunque siguen siendo enigmáti-
cos —¿qué origen, qué sentido y qué uso tienen...?—, los presentes inter-
cambiados dan, a cada uno, idea de la riqueza, de lo superíluo y del-inge-
nio del adversario: la taracea de Europa ante las plumas de México.2^/
[En varias ocasiones, los conquistadores reciben indias que los caciques
les entregan para sellar la alianza y obtener progenie de ellos. Los invaso-
res parecen regocijarse de ese presente que los capitanes se reparten, apre-
surándose a hacerlas sus concubinas una vez que han sido bautizadas, casi
sin aguardar a la ceremonia. El donativo de mujeres acerca físicamente a
las dos sociedades, preparando más o menos deliberadamente lo que será
su destino común: el mestizaje. Entre las 20 mujeres que los caciques del
río Grijalva entregan a Cortés figura una india bautizada con el nombre
de Marina, que sabe el náhuatl, la lengua de México, y el maya. De rara in-
teligencia, Marina se vuelve pronto la intérprete indispensable. Acompa-
ñará por doquier al conquistador, encamando el nexo físico, afectivo e inte-
lectual que unirá a Cortés con el mundo que está descubriendo.2^]
El entendimiento cordial se da en otros terrenos: después déla batalla
de Cintla, Cortés autoriza a los indios a recoger sus muertos y a incinerar-
los "conforme a su costumbre”. Un código diplomático-militar, así sea rudi-
mentario, sirve de común denominador. El valor, la bravura y la honra
demostrados en cada bando esbozan esos nexos como si, por encima de
las palabras, los puntos de base —en la costumbre, en los comportamien-
tos— permitieran tender algunos puentes. Ello puede decirse tanto de los

23 Díaz del Castillo (1968), t. i., p. 322; Oviedo (1547), f. c l x x ix v 0: "pusieron luego al
licenciado la silla que no era poco alivio a quien eslava tan cansado de se echar y assentar en
aquella arena e hizo luego poner la mesa bien baxa para que comiessen todos los que en ella
cupiessen y assí con gran gozo comieron platicando...”. Sobre la aculturación de las aparien-
cias y de la vestimenta, véase Daniel Roche, La culture des apparences. Une histoire du vete-
ntent, xviF-xvnF siécle, París, Fayard, 1989, passim.
24 Díaz del Castillo (1968), t. i, pp. 401 y. 301. Sobre el sentido del juego entre los nahuas,
véase Christian Duverger, L’esprit du jeu chez les Azféques, París, Mouton, 1978.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 269

aliados —“nuestros amigos los tlaxcaltecas hechos unos leones"— como de


los adversarios. ÍEsta coexistencia se manifiesta en unas escenas inespera-
das y perturbadoras: meses después, cuando los conquistadores se hayan
instalado en México y conserven como rehén a Moctezuma, Cortés, Alva-
rado, el soberano mexica y uno de los príncipes indígenas, a veces pasarán
el tiempo jugando al totoloque, “que es un juego que así le llaman con unos
bodoquillos chicos muy lisos que tenían hechos de oro para aquel juego y
tiraban los bodoquillos algo lejos y unos tejuelos que también eran de oro
y a cinco rayas ganaban o perdían ciertas piezas y joyas ricas que ponían”.
Elegancia suprema, Cortés ofrecerá sus ganancias al séquito de Moctezu-
ma, y el soberano repartirá las suyas entre los capitanes de Cortés. Tam-
bién causarán asombro las lágrimas que vierten los conquistadores sobre
sus aliados cuando las circunstancias se prestan: la muerte de Moctezuma,
la de don Femando, príncipe de Texcoco...2527 |
26
[Son probablemente esas intimidades físicas, esta proximidad cotidiana,
estos intercambios precipitados pero bastante eficaces, los que explican
que los españoles logren bastante pronto enseñar unas técnicas, y hacer fa-
bricar armas a los indígenas; de igual modo, algunos hombres de Cortés
logran hacerse pasar por indios, aprovechando una tez naturalmente mo-
rena, e imitando la actitud y el comportamiento de los autóctonos. Cierto
es que no se ha seguido la huella de indígenas que se habrían hecho pasar
por europeos, y tal vez sea esto lo que mejor permite medir la capacidad
de adaptación de los pueblos ibéricos, confrontados secularmente a otros
grupos y a otras culturas y, aquí, en situación de desarraigo; lo que no sig-
nifica que los indios hayan permanecido impermeables al mundo de los
blancos: la evolución de su arte de la guerra, como veremos, nos da un testi-
monio elocuente, pero la rigidez de los cuadros culturales y el hecho de
estjir en su propio terreno les incitaban menos al cambio.2^]
LPor último, otros contactos aseguran unas transmisiones mortales cuyos
primeros efectos hemos observado en las Antillas: a menudo, los invasores
van en mal estado de salud, "cubiertos de bubas”, y un esclavo negro —chivo
expiatorio oportuno— pasa a la posteridad por haber contaminado las tie-
rras nuevas provocando una mortandad considerable y sin precedente: "se-
gún decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron y como no la conocían,
lavábanse muchas veces y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos”.
La viruela que hizo estragos en la isla de Cuba a finales de 1519 penetró en
México con la llegada de la flota lanzada por Velázquez en persecución de
Cortés, y fue la primera de una larga serie de epidemias que en un siglo
casi acabaron con las poblaciones indígenas de México.2?!

25 Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 120-121.


26 Ibid., p. 350: "envió dos soldados hechos indios, puestos masteles y mantas como indios
propios [...] y como eran morenos de suyo dijo que no parecían españoles, sino propios
indios, y cada uno llevó una carguilla de ciruelas a cuestas, que en aquella sazón era tiempo
de ellas"; ibid., p. 355.
27 Ibid., pp. 406 y 378: "Carta de Diego Velázquez”); (1971), pp. 402-403.
270 EL NUEVO MUNDO

Un l e n g u a j e d o b l e

Si los gestos, los objetos y las mujeres aproximan instantáneamente a esas


"Sociedades, la empresa cortesiana no podría prescindir largo tiempo del
relevo de los intérpretes y de las palabras. Organizado progresivamente en
el lugar, un relevo humano de notable eficiencia permite superar las vicisi-
tudes y las imprecisiones del intercambio gestual y material: el andaluz
Jerónimo de Aguilar, esclavo de los mayas durante ocho años, traduce su
lengua al español mientras que la india Marina, obsequiada por los caci-
ques de Tabasco, sirve de intérprete entre el náhuatl y el maya. Queda así
establecido el nexo entre los invasores y las sociedades nahuas de México,
es decir, México-Tenochtitlan. Para mantenerlo en el curso de sus entrevis-
tas, Cortés y los capitanes no ahorran ni los cumplidos ni las "buenas pala-
bras", ni las promesas que infatigablemente la pareja mediadora traduce a
los caciques indígenas. Esas interminables palabras no sólo tienen una vir-
tud conciliadora. Pese a los equívocos y a la incomprensión de fondo, dan
a los españoles la información necesaria para su avance y, sobre todo, re-
velan a Cortés las contradicciones del mundo indígena: "de plática en plá-
tica supo Cortés cómo tenía Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual
se holgó”.
{Be ahí ellenguaje doble que Cortés mantendrá hasta la caída de México-
Tenochtitlan. A partir del momento en que decide penetrar en el interior
de las tierras en dirección de la ciudad de México, se ve obligado a actuar
con precaución y tomando en cuenta los principales datos del mapa políti-
co de México: la dominación lejana, reciente, brutal y mal soportada de los
mexicas de México-Tenochtitlan sobre los pueblos tributarios, la diversi-
dad de las lenguas y de las etnias: mayas de Yucatán, nahuas, totonacas de
Cempoala y de la Sierra. A él le tocará ganarse a los indios sometidos a
México y explotar las rivalidades locales para progresar sin violencia, evitan-
do levantarse abiertamente contra la persona de Moctezuma. Ante los en-
viados de este último, Cortés disimulará sus fines de conquista y transfor-
mará su invasiónuna visita "turística" y comercial: “Veníamos para verlos
y para contratar."J
□Resulta ejemplar el episodio de Cempoala. Situada no lejos de la Vera
Cruz, en el calor de la planicie costera, la ciudad de Cempoala es dirigida
por un indio al que los conquistadores bautizaron como el "cacique gordo",
en vista de su barriga. Ahí, Cortés hace un gran alarde. Da orden de pren-
der a los cobradores de impuestos de Moctezuma para mostrar a sus an-
fitriones que no teme al amo de México-Tenochtitlan. Pero, con habilidad,
se las arregla en secreto para dejarlos libres, explicando que no tuvo que
ver en ese desdichado asunto. Este buen ejemplo de lenguaje doble no
quiere decir que se libre de todas las trampas. Cuando los indios de Cem-
poala le piden intervenir contra unos vecinos supuestamente adquiridos a
los mexicas, Cortés ignora que los cempoaltecas pretenden aprovechar su
presencia para eliminar a sus adversarios. Dándose cuenta in extremis de
28 Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 121, 104, 135 y 125.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 271

que, a su vez, está siendo manipulado por sus anfitriones, interrumpe su


intervención, sermonea a los responsables cempoaltecas y logra convertir
a unos enemigos irreductibles en aliados agradecidos. La versión que la
historia ha conservado nos muestra a un Cortés que se sentía tan a sus an-
chas entre los grupos indígenas como si se encontrara en medio de la lucha
de las facciones y los clanes de su natal Extremadura.29^]
[Pero es a los mexicas a los que constantemente Cortes tiene que vigilar.
Los enviados de Moctezuma intentan por todos los medios que los con-
quistadores abandonen la idea de "rendir visita" al amo de México. Cortés
opone sus argumentos a la retórica de los mensajeros, insiste afablemente
y persiste en tomar el camino de la ciudad. Ya en marcha, se gana la amis-
tad de los totonacas y de los pueblos sometidos a México, presentando su
empresa invasora como una guerra de liberación. Pero también se dedica
a tranquilizar a Moctezuma y a sus emisarios, lo que explica que, llegado
al altiplano, pueda entablar de frente negociaciones con los embajadores
de México y con sus adversarios, y que todos le ofrezcan su apoyo.30 A Cortés
le toca adivinar dónde se sitúan el verdadero o el menor riesgo, qué bando
se apresta a aplastarlo o trata de ganarlo para su causa. Como en el episo-
dio de Cempoala, los tratos de la meseta están a la medida de la compleji-
dad y de los peligros de la situación. Revelan la habilidad o la intuición de
un Cortés que sin cesar anda a tientas sobre un terreno nuevo, sobre unas
relaciones de fuerza que apenas logra descubrir. La posición del conquis-
tador no deja de parecer asombrosamente frágil: una sola derrota y los
españoles estarían acabados}

El e s c o l l o d e l a id o l a t r ía

Los invasores saben, en caso de necesidad, respetar las costumbres del ad-
versario. Pero la tolerancia, las promesas, las componendas, las mentiras a
medias no se sostienen, o se sostienen menos cuando chocan con la prácti-
ca de la idolatría. Acaso más que la sumisión a la Corona española, cuyas
consecuencias inmediatas y futuras perciben mal los indios, el culto de los
ídolos constituye el principal obstáculo entre los dos mundos. Obstáculo
tan poderoso que en varias ocasiones Cortés está a punto de perder el apo-
yo de sus aliados indígenas y de precipitar la expedición al fracaso]
¿Él espectáculo de los sacrificios humanos es causa repetida de repulsión
para los invasores, que saben a qué atenerse desde la expedición de Grijal-
va. En la isla de Cozumel, primera parada cortesiana, el flujo de indígenas
no deja de intrigar a los españoles. Una buena mañana, los conquistadores
observan ahí unos cultos que los desconciertamj como era cosa nueva para
nosotros, paramos a mirar en ella con atención . Cortés pide que le traduz-
can el "negro sermón" del oficiante y luego ataca verbalmente el culto de los
ídolos, manda destruir las estatuas e instalar un altar improvisado "donde
29 ibid., pp. 144-151 y 157-158.
30 Sobre los tlaxcaltecas, Gibson (1952).
272 EL NUEVO MUNDO

colocamos la imagen de Nuestra Señora”.! Tal es el punto de partida de


una guerra de las imágenes cuya historia hemos esbozado en otra parte?]
[A su vez, los indios se quedan estupefactos, convencidos de que sus dio-
ses se vengarán de los intrusos. Pero el silencio de las deidades sanciona la
victoria y la superioridad de los invasores. Por doquier avanza la expedi-
ción, los españoles se esfuerzan por persuadir a los indios de abandonar el
culto de los ídolos y los sacrificios: ya se trate del autosacrificio con que
el sacrificador se martiriza la lengua, las orejas, el pene o los miembros, o
más aún, del sacrificio humano] “cosa horrible y abominable y digna de
ser punida que hasta hoy no habíamos visto en ninguna parte [...] la más
cruda y espantosa cosa de ver que jamás han visto”. Sin contar otras tor-
pedades: entendamos con ello el canibalismo y la sodomía. La denuncia, a
veces explícitamente formulada, de la sodomía y de los sodomitas, proyec-
ta, probablemente sobre los indios^una vieja acusación estereotipada que
se dirigía contra los musulmanes. [La explicación del cristianismo ocupa,
por cierto, gran parte de las palabras dirigidas a los caciques indígenas; por
lo menos eso es lo que dan a entender las fuentes españolas.3]]]
[Los conquistadores tropiezan, de ordinario, con una especie de incom-
prensión. Los indios tenían todas las razones para rechazar unos cultos
exóticos que representaban una dominación nueva, o unos gestos y unas
figuras cuyo sentido les era desconocido. Por lo demás, parece que los in-
dígenas comprendieron lo que el cristianismo implicaba, de puesta en en-
tredicho del orden de las cosas y del mundo, de desestabilización social y
política, más allá de la introducción de nuevos poderes divinos, Dios, la
Virgen o los santos. Si el desencanto que introdujo es insoportable, ello se
debe a que el discurso cristiano “pasa": los dioses indios no serían enton-
ces más que pedazos de madera inertes y muertos, destruidos ante sus ojos.
Esta comprobación hecha a medias por los indígenas, resulta insostenible??
Un episodio posterior ilustra este proceso. Cuando, en México-Tenochti-^
tlan, Moctezuma es tomado como rehén de Cortés, el soberano al que
nadie se atreve a mirar a los ojos llegará a la misma conclusión, en el curso
de sus conversaciones con los invasores. Él, que pasa por un ser dotado de
poderes sobrehumanos, termina por reconocer que no es más que un sim-
ple mortal —"un cuerpo de hueso y carne como vosotros”—, y Cortés, a
quien los indios tomaban por una potencia divina, reconoce que en él mis-
mo no hay nada de divinidad, en un asombroso diálogo, al término del
cual ambos ríen...
[Si la anécdota es auténtica, el diálogo habría llevado al extremo esta vo-
luntad específicamente occidental de hacer reconocer al adversario aquello
que se pretende inculcarle.32 No de otra manera funcionan la Inquisición o
la confesión?] ¿Sería esa comunicación lo bastante profunda para que, de

3» Ibid., pp. 98-100; Pedro Mártir (1964), 1.1, p. 418; Gruzinski (1990), pp. 44-62.
32 Díaz del Castillo (1968), t. i, p. 269: “(Moctezuma dijo:] Veis mi cuerpo de hueso y de
carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal: de señor, yo gran rey
sí soy, y tener riquezas de mis antecesores sí tengo, mas no las locuras y mentiras de mí os
han dicho; así que también lo tendréis por burla, como yo tengo de vuestros truenos y relám-
pagos." Para una crítica de ese tipo de testimonios, Cortés (1986), pp. 467-469.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 273

un lado y de otro, cayeran las máscaras? Si tal es el caso, entonces es eviden-


te que lo que toma el aspecto de un reconocimiento mutuo de la humanidad
del adversario no es, en todo caso, más que uno de los riesgos de la occi-
dentalización, es decir,(ja proyección sobre el interlocutor indio de unos
valores europeos de vocación universal] El desencantamiento de las cosas,
la desmitificación de los seres nunca desembocan sobre cualquier verdad
objetiva, sino sobre esas categorías, caras al pensamiento occidental que
son lo humano, lo profano, la materia perecedera. [Sin reducir la conquista
española a un simple desencantamiento, notemos que inaugura un proce-
so de desmitificación, de erosión de las creencias locales y de reificación de
lo que era la esencia misma del mundo indígena. Proceso que se extenderá
a todo el conjunto del continente americano antes de atacar al resto del
planeta?]

La t e n t a c ió n in d íg e n a

Cortés, al tiempo que hace frente a las poblaciones indígenas, debe mante-
ner la unidad de sus tropas. Las facciones que las dividen hacen correr a la
expedición peligros casi tan grandes como los representados por las ofen-
sivas indígenas. A partir del momento en que el conquistador decide avan-
zar al interior de las tierras, toda defección de importancia amenaza con
asestarle un golpe del que no podrá levantarse. Pero, ¿qué es lo que teme
Cortés? Ciertamente, no que sus hombres se pasen al campo indígena,
mjjndo demasiado extraño para atraer a unos improbables renegados.
[Y sin embargo, el ejemplo de Gonzalo Guerrero no dejó de sembrar la
perplejidad y la consternación. En 1511 naufragaron unos españoles que
habían salido del Darién. Quince hombres y dos mujeres se refugiaron en
una barca y creyeron ir hacia Cuba o hacia Jamaica. La corriente los llevó
a la costa yucateca, y los caciques mayas se los repartieron, después de
haberlos capturado. Los náufragos fueron reducidos a la esclavitud; al-
gunos perecieron de agotamiento y otros fueron sacrificados a los ídolos,
con excepción de dos hombres. El primero de ellos, Gonzalo Guerrero, logró
integrarse ai medio indígena. Su valor lo llevó a ocupar, incluso, el rango
de cacique y de jefe de guerra; tomó una esposa india, con la que tuvo hi-
jos. Unas señas corporales marcaron su pertenencia al mundo maya: sin
duda, tenía la cabeza tatuada y pintada, y las orejas horadadas. Al desem-
barcar en Cozumel, Cortés envió mensajeros a Yucatán para rescatar a sus
compatriotas, pero Gonzalo Guerrero se negó a unirse a la expediciónrj
t
Yo soy casado y tengo tres hijos y tiénenme por cacique y capitán cuando hay
guerras; idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas.
¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis
estos mis hijitos cuán bonicos son. Por vida vuestra, que me deis de esas cuen-
tas verdes que traéis, para ellos y diré que mis hermanos me las envían de mi
tierra.

Esta elección escandalizó a los “hermanos” españoles. ¿Cómo explicar el


asombroso paso al mundo más extraño que imaginarse pudiera? “Parece
274 EL NUEVO MUNDO

ser aquel Gonzalo Guerrero hombre de la mar, natural de Palos." ¿Un ma-
rino, menos sensible al desarraigo, más inclinado a la marginalidad? Los
marinos tienen mala reputación, "no saben de policía y buena crianza". Se
les atribuyen hábitos repugnantes "hablando aquí con acato de los señores
leyentes". Al perecer en 1536 en la costa de las Hibueras (Honduras), en un
enfrentamiento contra los españoles, Gonzalo Guerrero se comporta como
habría podido hacerlo un renegado andaluz que se hubiese pasado al Is-
lam.fPero el salto cultural que lleva a cabo es de otra envergadura. Ninguna
historia común liga a los mayas con los extranjeros llegados del mar, nin-
gún pasado, ningún monoteísmo. Cuando algunos judíos se vuelven cristia-
nos, cuando unos musulmanes piden el bautismo o unos cristianos abrazan
el Islam, todo ocurre entre sociedades vecinas, conocidas, que se odian o que
coexisten de tiempo atrás. Y sin embargo, el destino del marino Guerrero
probablemente no sea único, aunque sigue siendo excepcional. Nos recuerda
que la indianización, así fuese en formas menos extremas, pudo tentar a
algunos individuos, y que era practicable.33
Otro español que había sufrido la misma suerte decidió, en cambio,
unirse a sus coterráneos: Jerónimo de Aguijar. Era originario del centro de
Andalucía, de Ecija, puebfo situado á úna cincuentena de kilómetros de Cór-
doba, y reconquistado en 1420. Pedro Mártir nos dice que "al saber de la
desdicha de su hijo, la madre de Aguilar se volvió loca de dolor, aunque sólo
a medias palabras se le dijo que había caído en manos de los antropófagos.
Cada vez que la infeliz veía carnes asadas o puestas a la parrilla, llenaba de
gritos su casa y clamaba: ‘Veis allí pedazos de mi hijo y veis en mí la más
desdichada de todas las mujeres'".
[Aguilar sabía leer y hasta había recibido las órdenes menores. Si per-
maneció fiel a su fe y a los suyos es porque recibió un trato menos envidia-
ble que el de Gonzalo Guerrero. Milagrosamente se salvó del cuchillo de
sacrificio y se refugió al lado de un cacique al que servía como esclavo.
Desde entonces llevó una existencia miserable; casi no podía alejarse del
territorio del pueblo y cayó enfermo a fuerza de llevar cargas excesivas.
Cuando decidió unirse a Cortés, ya se asemejaba tanto a un indio que los
españoles tuvieron dificultades para reconocerlo como uno de los suyos?
"Porque Aguilar era ni más ni menos que indio [...] porque de suyo era
moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hom-
bro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura y una manta vie-
ja muy ruin, y un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas." Aguilar
hablaba el español, "el español mal mascado y peor pronunciado”. Excla-
mó "Dios y Santa María y Sevilla", como si el apego al terruño pudiese so-
brevivir a todos los cautiverios lejanos. Había deseado, a toda costa, aferrar-
se a su religión así como se aferraba a su vieja vestimenta, "y traía atada a
la manta un bulto que eran Horas [de la Virgen] muy viejas". En esta figu-

33 Ibid., pp. 103 y 98; ibid., pp. 99 y 302. En los siglos xvi y xvn, muchos europeos, volun-
tariamente o no, abandonaban la cristiandad para establecerse en tierra musulmana. Algunos
participaban activamente en las campañas de piratería que aterrorizaban las costas de
España y de Italia. Sobre los renegados, véase Bartolomé y Lucile Bennassar, Les chrétiens
d'AUah. L’histoire extraordinaire des renégats xvr-xviF siécle, París, Perrin, 1989.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 275

ra que resurge milagrosamente después de años de aislamiento en el seno


del mundo indígena, los objetos, jirones de creencias y de modos de vida
. habían mantenido una especie de nexo físico con el pasado europeo.34
[Estos dos destinos esbozan la amplitud y los límites de toda acultura-
cion: aun aislado, y hasta físicamente transformado y deprimido —"quedó
muy triste”—, Aguilar, el clérigo de Ecija, siguió fiel a sus orígenes, mien-
tras que Gonzalo, el marino de Palos, de donde partieron tantos pilotos
hacia América, abrazó los intereses de los indígenas. A éstos lo unían para
siempre su mujer india y sus bonitos hijos mestizos. Recordemos que los
indios de Yucatán no quedaron tan sorprendidos por la llegada de los con-
quistadores como se habría podido imaginar. Incluso estaban preparados
para ello, si hemos de creer a Aguilar, quien acusa a Gonzalo de haber
azuzado a los indios contra la expedición de Hernández de CórdobaT/'Que
él fue inventor que nos diesen la guerra que nos dieron.” Por ello, pues, los
indios de Campeche habían recibido tan mal a la tropa de Hernández de
Córdoba al grito de "¡Castilan, Castilan!”. Aguilar pronto se vio llevado a
desempeñar un papel importante, ya que conocía la lengua maya. Resultó
un intérprete seguro, tanto más valioso cuanto que Melchorejo, el intér-
prete indígena que acompañaba a la expedición, abandonó a los españoles
y, como Gonzalo, soliviantó a las poblaciones contra los invasores^Águilar
concibió su papel de intérprete en un sentido más vasto: se preocupó por
ganarse a los indios para Cortés y para la fe, "les aconsejaba que siempre
tuviesen acato y reverencia a la santa imagen de Nuestra Señora y a la cruz
y que conocerían que por ello les venía mucho bien”.35^}

El d o m in io d e l a e x pe d ic ió n

Las dificultades "internas” que afrontó Cortés sólo excepcionalmente se de-


bieron a defecciones de esta índole. Las más graves fueron resultado de las
disensiones que ya en la isla de Cuba oponían a los partidarios, parientes,
clientes, amigos y deudos del gobernador Velázquez al resto de los espa-
ñoles. Se recordará que el gobernador de Cuba había querido conservar el
dominio sobre la expedición; aunque desconfiando de Cortés, le había da-
do su dirección, para gran despecho de su clan, que le insistía en que modi-
ficara su decisión. Cortés estaba dispuesto a adelantarse y dirigir la empre-
sa a sil modo. En México constantemente tuvo que contar, pues, con sus
partidarios, y ganarse o neutralizar a los de Velázquez?!
ÍEn julio de 1519 un acontecimiento decisivo nos lleva a miles de leguas
de ahí, a la realidad de los terruños y de los países ibéricos: en la Vera
Cruz se crea un concejo municipal o cabildo, el primero de México. El
cabildo hereda los poderes de Velázquez y al día siguiente nombra a Cor-
tés alcalde, justicia mayor y capitán general; en suma, le confiere plenos
poderes para dirigir la expedición a su arbitrio} Sin duda, era solución ya

34 Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 102-105.


” Ibid., pp. 99, 97, 111 y 104.
276 EL NUEVO MUNDO

probada y conforme a la costumbre. Pero al mismo tiempo, éste es un tru-


co de prestidigitador que deja manos libres al conquistador y a su grupo.
América no deja nunca indemnes las cosas del Viejo Mundo. Por lo demás,
el conflicto entre Cortés y la gente de Velázquez alcanzará su clímax al año
siguiente, cuando llegue de Cuba una flota para prender al conquistador,
instalado entonces en México. Tanto en las Indias como en España, la afir-
mación del poder central tropieza con fuerzas que chocan entre sí y proce-
den tanto de la preservación de los particularismos como de una anarquía
latente.36
A todo ello se añade el destino de las rivalidades ordinarias y de los
antagonismos que oponen a los capitanes y a la infantería. Se exacerbarán
cuando, poco después de la llegada a México y pasados los peligros y los
temores, se procederá al reparto del botín. Los estados mentales del piloto
Cárdenas, hombre de mar nativo de Triana, en Sevilla (o del Condado),
revelan las esperanzas y las frustraciones de la tropa:

Y el pobre tenía en su tierra mujer e hijos y, como a muchos nos acontece,


debería estar pobre, y vino a buscar la vida [a las Indias] para volverse a su
mujer e hijos, y como había visto tanta riqueza en oro, en planchas y en granos de
las minas, y tejuelos, y barras fundidas, y al repartir de ello vio que no le daban
sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza, y un su amigo, como le
veía cada día tan pensativo y malo, íbalo a ver...

El hombre entonces expresaba su rencor contra Cortés y los capitanes.


El conquistador terminó por enterarse y hábilmente calmó sus inquietu-
des, ofreciéndole 300 pesos.37
Una vez más, "con palabras muy melifluas”, a fuerza de regalos y de pro-
mesas —"que todos seríamos señores”—, Cortés calma las cosas y man-
tiene la unidad del grupo. Tanto con los suyos como con los indios, el con-
quistador despliega una astucia y una habilidad que Bemal no puede dejar
de mencionar: "He traído esto aquí a la memoria, y aunque va fuera de
nuestra relación, para que vean que Cortés, so color de hacer justicia,
porque todos le temiésemos, era con grandes mañas.” La corrupción en
todas sus formas es práctica corriente, y para describir los hechos menu-
dos, Bemal encuentra fórmulas tajantes: "dádivas quebrantan peñas", "les
untó las manos con tejuelas y joyas de oro". El ejercicio del poder revela en
Cortés, alternativamente, al jefe de banda y al representante de Carlos V, al
letrado al que preocupan las formas —y que, llegado el caso, sabe apro-
vechar el legalismo—, y por último, por encima de todo, al político que
explota con gran obstinación tanto las disensiones del bando indio como
las fallas de su propio bando. Cortés es un manipulador capaz de analizar
36 El enfrentamiento con Narváez complicará más la situación, en Cortés (1963), p. 36, e
infra.
37 Díaz del Castillo (1968), t. i, p. 325. Como Botello el astrólogo o Guerrero el tránsfuga,
Cárdenas es uno de los personajes cuyo testimonio nos ha conservado Díaz del Castillo. El
amor a la progenitura y a la esposa, la angustia ante la muerte y la depresión son dimen-
siones de la experiencia personal que generalmente descuidan los cronistas y que, por con-
siguiente, se le escapan al historiador.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 277

y de dominar variables complejas y numerosas, sin que su conducta haya


sido estudiada por completo. A veces, hasta es difícil imaginar una estrate-
gia más enredada.fj es que, confiando constantemente en la Providencia,
se basa en una improvisación que no aparece en nuestras fuentes: Las Car-
tas de Relación de Cortés y los escritos de los cronistas han racionalizado,
a posteriori, unas opciones que tal vez no lo eran, eliminando, en beneficio..^
de la claridad y de la ejemplaridad del relato, lo azaroso o lo aberrante.3£J
ÍCortés no deja de jugar en varios tableros: asegurar su avance en el mun-
do indígena, maniobrar de tal manera que conserve el dominio de las ope-
raciones y obtener en Europa el favor del joven emperador adelantándose
al gobernador de Cuba y a su protector en España, el inamovible Rodrí-
guez de Fonseca, pues el enemigo de Colón y de Las Casas continúa super-
visando los asuntos de las Indias. Uno de los objetivos, si no el objetivo
esencial de las Cartas que dirige a Carlos V es, por cierto, legitimar su em-
presa haciendo aceptables a los ojos del soberano y de su corte sus iniciati-
vas más discutibles, y en caso necesario, amañándolas.3^

"Co s a s n u n c a o íd a s n i a u n s o ñ a d a s "

Cortés avanza por tierra desconocida desde que abandona su base en la


Vera Cruz. En el altiplano, los tlaxcaltecas están a punto de derrotarlo
antes de ofrecerle su ayuda contra los aliados de Moctezuma. Pero en cuan-
to los invasores se aproximan al valle de México, donde el Gran Señor es el
amo, su suerte ya sólo pende de un hiloJ
Noviembre de 1519: nevaba. En pocos meses habían pasado del calor de
los trópicos al viento cortante de las montañas del altiplano. "El suelo se
cubrió de una capa de nieve" a medida que los invasores escalaban la sie-
rra que los separaba del valle de México. Los 400 soldados habían recorri-
do a caballo o en su mayor parte a pie las pocas centenas de kilómetros
que los separaban de la costa del Golfo de México. El camino, obstaculiza-
do por troncos de árboles, conducía a una garganta, inclinada a más de
3 000 metros de altitud entre los volcanes Popocatépetl —"la Montaña que
humea"— e Iztaccíhuatl —la “Dama blanca". Luego, los españoles em-
prendieron el descenso y se detuvieron en unas construcciones en que los
mercaderes pochteca tenían la costumbre de detenerse: "tuvimos bien de
cenar y con gran frío’j
Al llegar al valle, los primeros pueblos que acogieron a los españoles les
ofrecieron oro, mantas de algodón e indias^Pese a los temores de sus alia-
dos indígenas, Cortés siguió su camino hacia México-Tenochtitlan. Una
vez más, Moctezuma intentó hacerle dar marcha atrás. Hasta circuló el
rumor de que los sacerdotes mexicas habían aconsejado a Moctezuma
dejar penetrar a Cortés en la ciudad, para aniquilarlo con más facilidad.
Los españoles marchaban con precauciones. La angustia los invadíaj "Y
como somos hombres y temíamos la muerte, no dejábamos de pensar en
38 Ibid., pp. 326, 328, 341 y 349; Cortés (1986), p. xn.
39 Cortés (1986), p. x l .
278 EL NUEVO MUNDO

ello.” El valle parecía muy poblado, pueblos y villas se sucedían: Ameca-


meca, Tlalmanalco y, más lejos, Chalco, lugares todos ellos cargados de
una historia que los españoles ignoraban. En Ayotzinco tocaron los bordes
de uno de los lagos que se localizaban en el valle: allí, las canoas se alinea-
ban como en la rada de un puerto. Se detuvieron para comer en Iztapa-
latengo. Fue ahí adonde Moctezuma envió a su sobrino, Cacamatzin, "a
dar el bienvenido a Cortés y a todos nosotros”.
[Cacamatzin era el señor de Texcoco, antigua ciudad nahua cuyo esplen-
dor superaba al de México-Tenochtitlan, pero que, quisiéralo o no, se había
vuelto su satélite. Desde hacía casi un siglo, México-Tenochtitlan, Texcoco
y Tacuba estaban confederadas en el seno de una Triple Alianza, domina-
da por los mexicas. Los conquistadores descubrían a los actores políticos
al mismo tiempo que las ciudades y el paisaje lacustre. Deslumbrados por
el lujo del príncipe, se interrogaban sobre el espectáculo que les reservaría
Moctezuma?]Al día siguiente, por una calzada recta y bien nivelada, en
medio de pueblos y de ciudades construidos sobre el agua, los españoles se
LA CONQUISTA DE MÉXICO 279

dirigieron a Iztapalapa.|_A su paso se apiñaban las muchedumbres, para


contemplar a quienes se llamaba los teúles, los "seres divinos y demonia-
cos", "pues jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros".4^]
El asombro fue compartido por los invasores, que encontraron en las
novelas de caballerías un medio de traducir la emoción que sentían:
Y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que encuentran en el libro
de Amadís por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua,
y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello
que veían si era entre sueños, y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta
manera, porque hay mucho que ponderar en ello que no sé cómo lo cuente: ver
cosas nunca oídas ni aun soñadas, como veíamos.
Cuarenta años después, en la ciudad de Guatemala en que redacta su
crónica, Bemal no termina de maravillarse: "ahora que lo estoy escribiendo
se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto
pasó”. Los palacios de Iztapalapa y los jardines lo habían dejado estupefacto:
"Que no me hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada
uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de
la tierra, y un estanque de agua dulce." El tema del deslumbramiento ante
el adversario va seguido, inmediatamente, desde luego, por su contrapun-
to, la exaltación repetida de los invasores: "¿Qué hombres [ha] habido en
el universo que tal atrevimiento tuviesen?" Apenas 400 españoles, ante
centenas de millares de indígenas en una ciudad "más grande que Venecia,
y a más de mil quinientas leguas de nuestra Castilla"./Lo que no impide
que la emoción suscitada por México-Tenochtitlan no tenga otro equivalen-
te que el éxtasis que se apoderó de Colón en 1492, ante los paisajes de
Cuba. Asistimos a un segundo descubrimiento de América, el de las gran-
des civilizaciones. A este respecto, la invasión de Perú no será más que una
fabulosa variante, aunque sigue un curso distinto y los indios de los Andes
no reaccionan como los de México. La relación del Occidente con América
adquiere en 1519 una consistencia real: es toda la empresa colonial la que
adopta un curso nuevo, como Cortés había podido presentirlo desde la etapa
maya de Cozumel. La visión de México-Tenochtitlan le da una confirma-
ción espectacular, que se graba en la memoria.4*/
{La tropa continúa su marcha hacia México-Tenochtitlan. En los escalo-
nes de las pirámides, las terrazas de los palacios y las canoas, se apilan los
curiosos: sacerdotes, nobles y gente del pueblo. Los mercaderes pochteca
que, sin embargo, conocen los confines de Guatemala y las orillas de la
mar infinita, abren mucho los ojosJEn las cercanías de México-Tenochti-
tlan la tropa se inmoviliza para un encuentro que podría eclipsar al del
Catnp du Drap d’or, celebrado algunosjneses después, del otro lado del océa-
no, entre Francisco I y Enrique VIIILLos señores mexicanos que escoltan a
Cortés parten al encuentro del "Gran Moctezuma", cuyo palanquín se
aproxima. De él desciende el soberano. Apoyado en los grandes que lo
40 Díaz del Castillo (1968), t. i, p. 255: "subiendo a lo más alto comenzó a nevar y se cuajó
de nieve la tierra"; ibid., pp. 256-259.
41 Ibid., pp. 261-262; Avalle-Arce (1990), pp. 187-191.
280 EL NUEVO MUNDO

rodean, se pone al abrigo de un dosel rutilante de plumas, de oro, de plata,


de perlas y de pedrería. Moctezuma lleva sandalias con suelas de oro,
cubiertas de piedras preciosas; ante él, los nobles barren el suelo sin cesar
y colocan tejidos de algodón para que su pie no pise nunca directamente la
tierra. Con excepción de los cuatro señores que lo rodean, nadie osa ver al
soberano en pleno rostro. Cortés desciende de su caballo y saluda a Mocte-
zuma. Le ofrece un collar de cuentas montadas en cordones de oro y con-
servadas en almizcle “porque diesen buen olor”. Desde luego, desconoce la
importancia que los indios atribuyen a los perfumes, cuyos efluvios estimu-
lan la fuerza de los poderosos. Cortés le coloca el collar en tomo del cuello,
pero los señores lo detienen cuando pretende abrazar a Moctezuma, es
decir, darle el saludo a la española. Algunos gestos son imposibles. Ambos
intercambian cumplidos por medio de sus intérpretes; luego Moctezuma
se aleja en compañía de los señores de Cuitláhuac, de Tacuba y de la corte.
Alojan a los españoles en el palacio de Axayácatl, padre de Moctezuma,
entre los ídolos que el soberano ha reunido ahí, como si los “divinos" extran-
jeros espontáneamente encontraran su lugar en medio de las divinidades
mexicanas. Moctezuma recibe a Cortés, lo toma de la mano y lo conduce a
sus aposentos. Ahí le pone un collar adornado de crustáceos de oro, antes
de retirarse.42^

LOS VISITANTES

(j)esde entonces los invasores —que aún no son más que visitantes— pasan
por una experiencia única de cohabitación cultural y de observación recípro-
ca. La relación de fuerzas está en favor de los indios, y poco faltó para que
los testigos europeos de esta experiencia terminasen ahogados en el fondo
de los canales o sacrificados a los ídolos. Si las cosas se desarrollan de otro
modo es porque los mexicas no perciben claramente a los europeos como
enemigos en estado de guerra abierta. Su postura sigue siendo ambigua, y
a ello contribuyen tanto el doble lenguaje de Cortés como los cálculos de
Moctezuma, quien está pensando en aliarse a Cortés, ofreciéndole una de sus
hijas, y en apartarlo de los tlaxcalteca£jPor último, materialmente, noviem-
bre no se presta mucho al desencadenamiento de un conflicto pues los hom-
bres están en los campos ocupados en recoger el maíz. En suma, el mo-
mento era inoportuno para hacer la guerra a unos extranjeros que en
todos los tonos proclamaban sus intenciones pacíficas.
Los españoles viven este encuentro como si estuviesen de visita en algu-
na corte lejana y fabulosa. “Esta gente tenía un gran señor que era como el
emperador y debajo de él había otros padecidos a nuestros reyes, duques,
condes, gobernadores, artistas, militares [...] También había religiosos [...]
semejantes a nuestros obispos, canónigos y otros dignatarios." Bernal Díaz
no cesa de extasiarse ante el lujo y el fasto indígenas, sin dejar de observar su
especificidad, "según su usanza... a su uso y costumbre".(La diferencia
cultural no impide apreciar y admirar, así como los españoles se extasiaban

42 Díaz del Castillo (1968), 1.1, pp. 263-264.


LA CONQUISTA DE MÉXICO 281

ante la elegancia de la Alhambra de Granada o la majestuosidad de las ruinas


romanas. La cortesía, los buenos modales y la generosidad de gran señor
que muestra el tlatoani Moctezuma fascinan a Bemal Díaz y a los capitanes.
La cohabitación entre los dos bandos es, en apariencia, la de una corte or-
ganizada en la que las recíprocas manifestaciones de respeto se observan
minuciosamente: los capitanes dfi Cortés adoptan la costumbre de des-
cubrirse ante el tlatoani mexica.(Los cumplidos y las amabilidades no
cesan mientras se observa cómo "los indios se dirigen al Gran Moctezuma:
“Habían de entrar descalzos y los ojos bajos, puestos en tierra, y no
mirarle a la cara, y con tres reverencias que le hacían y le decían en ella:
‘Señor, mi señor, mi gran señor'.” Al igual que la etiqueta, el orden en la
mesa es escrupulosamente observado por un Bemal Díaz sensible al
detalle exótico, tanto como a todo lo que evoca una corte europea o, mejor
dicho, lo que él imagina: la cantidad y la diversidad de los platos, los
enanos que divierten al príncipe, los cantantes y los danzantes que ame-
nizan los banquetes... En más de una ocasión, bajo la pluma de este afi-
cionado a las novelas de caballerías asoma la sorpresa del campesino
abrumado por la diversidad y la riqueza del mundo indígena. Tenemos la
sensación de que nuestro cronista reacciona casi como Oviedo en la corte
de Mantua o de Ludovico el Moro, tal vez con el escozor, además, de tener
que reconocer entre paganos tanta distinción y refinamiento.43
¡Los visitantes observan y anotan, al no poder actuar. Pasmados, reco-
rren el inmenso mercado de Tlatelolco, se cruzan con sus chalanas innu-
merables, admiran su orden y su disposición. Cada tipo de mercancía ocu-
pa un emplazamiento particular. Su mirada se posa en los objetos de oro,
de plata y en las piedras preciosas, en las vestimentas de algodón y en los
vendedores de cacao. Las muchedumbres de esclavos les recuerdan los ne-
gros de Guinea, vendidos por los portugueses; los mercaderes pochteca
tienen el aire y la autoridad de los obesos mercaderes de Burgos y de Sevi-
HaTlBemal Díaz no puede dejar de pensar en su ciudad natal, Medina del
Campo, "donde se celebran las ferias”. Y siempre ese leitmotiv del orden,
el concierto, que, por encima de las diferencias y de las sorpresas, impone
la admiración.44
Pero un asombro más vivo aún invade a los conquistadores cuando
escalan el "gran oratorio de Huitzilopochtli” que domina la aglomeración,
y descubrenja extensión de México-Tenochtitlan, que se muestra ante sus
ojos consus tres calzadas que la unen con Iztapalapa por el sur, Tacuba
por el oeste y Tepeaquilla por el norte. El lago es surcado por una miríada
de canoas que aprovisionan la ciudad y que parten de ella atiborradas de
mercancías. Desde el mercado
que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sona-
ba más que de una legua, y entre nosotros hubo soldados que habían estado en
muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y di-
43 ¡bid., pp. 266-268, 272 y 273: "digo que había tanto que escribir cada cosa por sí, que yo
no sé por donde encomenzar, sino que estábamos admirados del gran concierto y abasto que
en todo tenía": El Conquistador Anónimo (1970), pp. 12-13.
44 Díaz del Castillo (1968), t. ¡, p. 278.
282 EL NUEVO MUNDO

jeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de
tanta gente no la habían visto.

(jal vez habría que remitirse a los relatos de Marco Polo para notar emo-
ción semejante: México-Tenochtitlan, con sus 200000 a 300000 habitan-
tes, era comparable a las capitales del mundo conocido, a la Roma de los
papas y a Constantinopla. Un esbozo enviado por Cortés al César entre
1520 y 1522 difunde la visión de los conquistadores por la Europa occiden-
tal y es ésta la qye, por medio de un grabado, despierta la imaginación del
pintor Durero.45j

El “s e c r e t o " d e Mé x ic o

Pero, tomando una fórmula cara a Cortés y a los descubridores, ¿cuál po-
dría ser el "secreto" de esta ciudad y de los pueblos que la rodeaban?
Para los mexicas, sin duda México-Tenochtitlan era el centro del'cosmos,
*el ombilicus mundi. Evidentemente, no era esto lo que interesaba a los
invasores. Lo que los españoles han aprendido poco a poco de las socie-
dades mexicanas nunca ha sido más que la parte aparente, la más espec-
tacular, del universo mesoamericano. Su curiosidad es política y eco-
nómica: se preocupan ante todo por las fuentes de la riqueza y las formas
de dominación. Ésta es sin duda una consideración parcial, pero puesta
constantemente a la prueba de los hechos y de la experiencia en la práctica.
Por lo demás, la comprensión de los mecanismos familiares, la penetra-
ción de los ritos y el estudio de las lenguas tendrán que aguardar a la lle-
gada de los misioneros-etnógrafos y exigirán años de investigación y
observación^
El poder cíe Moctezuma —el "Gran Orador"— no ha dejado de intrigar y
de cautivar a nuestros conquistadores, que muy pronto comprendieron
que él constituía el elemento esencial del tablero político mexicano.fEl do-
minio del tlatoani mexica les parece extenso y frágil. Los españoles tienen
la experiencia de ello en la Vera Cruz cuando se encuentran con los enviados
de Moctezuma, en Cempoala, y sin gran dificultad capturan a los cobra-
dores del tributo, y también en la ciudad de México. La dominación me-
xica está fundada, pues, en el tributo, la guerra de conquista y la amenaza
de represalias/También es una dominación reciente ya que se remonta al
establecimiento, en 1428, de la Triple Alianza, que reúne a tres ciudades
del valle de México: Tacuba, Texcoco y México-TenochtitlanjA lo largo de
todo el siglo xv, esta especie de confederación había extendido su dominio
sobre las mesetas hasta alcanzar las costas cálidas del Pacífico y del Golfo
de México. Los ejércitos de las ciudades del valle se lanzaron a expedicio-
nes cada vez más lejanas, hasta llegar a Guatemala a fines del siglo xv.
Pero, a falta de una logística satisfactoria —la rueda, aunque conocida,
no se utiliza, no existen bestias de tiro, y todos los bagajes y víveres circu-
lan a lomo de hombre—, ¿podría llevar más allá sus incursiones la Triple
Alianza? No mantenía ejércitos de ocupación ni poseía guarniciones más que
45 Ibid., pp. 280 y 297; véase supra, cap. vi, p. 201.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 283

en la frontera del noroeste, al borde del hostil Michoacán.LLa tutela de la


Triple Alianza, potencia nueva, también es impugnada, no solo por los pue-
blos periféricos como los totonacas, sino también por otros nahuas, como
esos tlaxcaltecas que deciden apoyar a Cortés, o hasta esas ciudades someti-
das y esos aliados que soportan cada vez con mayor irritación el verse confi-
nados a las márgenes del poder. Si Cortés hace del poder de Moctezuma una
“tiranía” fundada sobre la fuerza y si presenta sistemáticamente su avance
como una guerra de liberación es porque, más allá de las necesidades de su
propaganda, ha evaluado la precariedad de su principal adversario.46 j
Del ejército de Moctezuma, los españoles no tienen más que uña visión
externa, captada a través de señas aparentemente familiares —las divisas,
los escuadrones, los penachos rutilantes, las astucias de la guerra— o ano-
nadantes, como el sacrificio humano y la antropofagia, patrimonio de los
guerreros. Son sensibles a la importancia dada al valor y a unas normas en
las cuales creen reconocer su propia ética militar y sus propias referencias,
ellos, a quienes gusta compararse con Héctor y con el Rolando de la leyen-
da. Sin duda, los veteranos de las guerras de Italia eran los más capaces de
juzgar la bravura del adversario: “Juraron muchas veces a Dios que gue-
rras tan bravosas jamás habían visto en algunas que se habían hallado
entre cristianos contra la artillería del rey de Francia ni del gran Turco; ni
gente como aquellos indios con tanto ánimo cerrar los escuadrones vieron.”
Si la inferioridad del armamento indígena es reconocida por unanimidad,
los españoles no ignoran ya que las tropas indias saben engañarlos o ate-
rrarlos, y que explotan un notable servicio de información, que hace gran
uso de la imagen pintada.47
|Tlos invasores han comprendido desde su estadía en la costa que el tribu-
to impuesto a las comarcas vecinas es una sangría para las riquezas del
país, que se lleva a México-Tenochtitlan. Las listas de productos entrega-
dos por los pueblos sometidos y los satélites estaban detalladas en unos
registros policromados, que Cortés se apresura a consultar para identificar
la naturaleza y la procedencia de los bienes que afluyen hacia el valle de
MéxicoTlüna parte del tributo iba a dar al mercado de Tlatelolco, que ellos
acababan de observar a su gusto. Los santuarios "magníficamente cons-
truidos” que los invasores identifican con torres y con mezquitas, los sacer-
dotes indígenas vestidos de negro, de cabellos largos, y la proliferación de
los ídolos constituyen otro punto de observación. Los complejos ritos desa-
fían toda descripción y comprensión, y algunos hasta horrorizan, como-las
ofrendas de corazones humanos y de sangre con que embadurnan los ros-
tros de los ídolos. )La frecuencia del sacrificio humano y su escala confir-
mada en México-Tenochtitlan horrorizan los espíritus mientras, paradóji-
camente, ofrecen un argumento importante a una cristianización concebida
como una reorientación del fervor ritualFJes cierto que si con tanta fe y
46 Cortés (1963), p. 34: “dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana
a la villa (...] muy seguros y pacíficos [...] Dijeron que me rogaban que los defendiese de aquel
grande señor que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y
sacrificar a sus ídolos".
4? Ibid., pp. 386 y 379.
284 EL NUEVO MUNDO

fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos harían muchos milagros”. Sin em-
bargo, habrá que proceder a la destrucción de los ídolos como se ha hecho
en otros lugares, pero cuidando las formas. En cambio, otras prácticas
parecían salvables. Las respuestas dadas por los ídolos parecen regular tan
bien la actitud de los indios que los españoles, que saben de magia y de
astrología, no vacilarán, llegado el caso, en orientar esos oráculos en el sen-
tido que les convenga.48

El d e s e n l a c e

Cortés había imaginado un plan pacífico: Moctezuma reconocería sin vio-

E
lencia la soberanía del emperador Carlos y ordenaría que le entregaran el
tributo; el conquistador omnipotente llegaría a hacer reconocer por do-
quier su autoridad, a imponer sus imágenes divinas —entiéndase el cris-
tianismo—, y se consagraría a hacer el inventario de las riquezas del país.
Es este plan el que Cortés presenta a la posteridad como versión auténtica
de los hechos y que' describe en su Segunda Carta. Moctezuma, ahora
rehén de los conquistadores, debería plegarse en lo esencial a las exigen-
cias de los invasoresj
¿Cuál fue la realidad?! La situación que prevaleció durante algunos me-
ses debióse, sin duda, en mucho a las incomprensiones acumuladas de una
y otra parte. Los españoles pudieron interpretar la actitud de Moctezuma
en el sentido de sus expectativas, y los indios pudieron equivocarse ante
las exigencias de una soberanía misteriosa de la que ignoraban todo. La
situación no carecía de precedentes: evocaba la que durante un tiempo y
algunos años antes de la caída de Granada, había sido la del príncipe mu-
sulmán Boabdil quien, a cambio de su libertad, aceptó pagar un tributo a
Isabel la Católica para conservar su trono^Lo que no impidió que las pre-
siones de los españoles y hasta su irrupción en tomo de la persona del "Gran
Orador” minaran el aura que le rodeaba^A los ojos de los indios, el hecho
mismo de que los intrusos se hubieran apoderado de su persona, que liga-
ba físicamente el reino al cosmos, era un gesto que podría paralizar las
resistencias y, a la vez, poner en peligro al país?]
Luego, la historia se complicó y la invasión estuvo varias veces a punto de
terminar en la derrota completa y en el exterminio de los invasores. El
soberano mexica demostró estar perfectamente informado de las etapas
de la invasión: en sus conversaciones con Cortés evocó las expediciones de
1517 y 1518, y las batallas sostenidas en Tabasco y en Tlaxcala, sobre las que
sus espías le habían llevado imágenes. Los mexicas habían tenido tiempo de
tomar la medida a sus visitantes y reducirlos a su dimensión humana.
(La superioridad tecnológica de los europeos quedaba ampliamente com-
pensada por la superioridad numérica de los ejércitos de la Triple Alianza,
y además ya se habían inventado recursos para impedir el desplazamiento
de los caballos. Así, los indígenas habían adoptado la costumbre de exca-

48 Cortés (1963), pp. 24-25 y 74-75. Sobre el episodio de la destrucción de los ídolos de
México-Tenochtitlan, Gruzinski (1990), pp. 5-69.
LA CONQUISTA DE MÉXICO 285

var unas fosas profundas en las que plantaban picas, sobre las cuales iban
a empalarse las monturas. Más adelante, en 1521, unas canoas “acorazadas"
resistirían los tiros de las armas de fuego. La táctica indígena fue evolucio-
nando y se adaptó a las prácticas del adversario: los mexicas, contra su
costumbre, lanzaron ataques de noche o en terreno cubierto. Por otro lado,
si las epidemias de viruela diezmaban a las tropas de México-Tenochtitlan,
tampoco perdonaban a los indios de Tlaxcala o de Texcoco, que apoyaban
a los españoles?)
[^Mientras los mexicas ideaban eventuales respuestas, Cortés había debi-
do alejarse de México para hacer frente a una flota enviada desde Cuba, al
mando de Pánfilo de Narváez, con el designio de ponerlo fuera de com-
bate. Era la ocasión soñádá por Velázquez y por Moctezuma de desemba-
razarse del conquistador, tomado entre dos fuegos. Cortés hábilmente
logró anular la amenaza de Narváez, uniéndose, sobornando o derrotando
al adversario. Ironía de la suerte: esta vez tocó a los hombres de Cortés el
turno de sufrir el tradicional requerimiento de parte de la gente de Nar-
váez mientras que, de ordinario, eran los indios los que pagaban. Pero el or-
den quedó más prontamente restablecido entre los españoles de México que
en la metrópoli, donde, desde los primeros meses del año 1520, comenzó
la insurrección de los comuneros?]
[Durante la ausencia de CortésTsu lugarteniente JPedroJe Alvarado, que
se había quedado en Tenochtitlan, fue invadido por el miedo y “masacró,
preventivamente, a una parte de la nobleza mexica (23 de mayo de 1520).
Éste fue el fin del statu quo. La política de contemporización seguida por
Moctezuma fue rechazada por los otros príncipes. La ciudad se levantó en
armas. Cortés, que volvió al rescate, no pudo aplacar los ánimos, y Moc-
tezuma pereció en un enfrentamiento. Pronto hubo que evacuar la ciudad
en el curso de una desastrosa retirada, en el pánico de la Noche Triste (30
dejunio de 1520)J
“"QLas perdidas fueron grandes: centenares de españoles murieron. El tesoro
acumulado cayó al lodo de los canales, y los mexicas liberaron a algunos
de los hijos de Moctezuma, entre ellos a una hija de 11 años, Tecuichpotzin,
“Princesita”. Bernal Díaz, abrumado por la derrota, no podía sospechar que
en Castilla, en plena rebelión, las tropas reales estaban a punto de reducir
a cenizas la mitad de Medina del Campo, su ciudad natal. La derrota de los
conquistadores ocurría en el momento en que la metrópoli caía en la gue-
rra civil. Y sin embargo, los que escaparon pudieron rehacer sus fuerzas
en Tlaxcala y, gracias al apoyo de sus aliados indígenas, prepararon el sitio
de la ciudad de México. La decisiva colaboración de los indios salvó a
Cortés del aniquilamiento y precipitó el de los odiados mexicas. La ciudad
fue rodeada y sometida a un verdadero bloqueo. Después de 93 días de
encarnizados combates, en que los conquistadores estuvieron cerca de la
catástrofe, el 13 de agosto de 1521, día de san Hipólito, la ciudad cayó en
manos de los invasores y de sus aliados.4^?

49 Sobre un análisis reciente de las causas de la derrota mexica, Hassig (1988), pp. 236-250,
y Gillespie (1989), pp. 227-230. Véase también, sobre los aspectos simbólicos, David Carras-
co, Quetzjalcóatl and the Irony of Empire. Myths and Prophecies in the Aztec Tradition, Chicago,
286 EL NUEVO MUNDO

Cuando cesaron los combates y dejaron de escucharse los gritos de gue-


rra de los indios, cuando, por fin, en lo alto de los templos guardó silencio la
melopea lancinante de los tambores y de las trompas, reinó un silencio de
plomo que debió resonar en las orejas de Bernal Díaz hasta el fin de sus
días. En el sol y la lluvia de esas jomadas de agosto, "el suelo y laguna y
barbacoas todo estaba lleno de cuerpos muertos y hedía tanto que no ha-
bía hombre que lo pudiera sufrir”{A los vencidos mexicas no les quedaría
más que desesperación para cantar a las aguas enrojecidas de sangre, el
éxodo desordenado de las barcas hacia refugios inverosímiles, los cautivos
marcados con hierro candente en la mejilla o cerca de los labios, los niños
ahogados o pisoteados.5®]
El año de 1521 fue feliz para Carlos V. A miles de kilómetros del valle de
México, en abril, sus ejércitos aplastaban a los comuneros en Villalar; en
junio deshacían a los franceses que se habían aventurado por Navarra, y
recuperaban Pamplona: allí, Ignacio de Loyola recibió su célebre herida.
Pocos meses después, el Io de diciembre, en la frontera del norte, las tro-
pas de Carlos arrebataban Toumai al rey de Francia, quien, en Italia, tam-
bién era arrojado de Milán. Los franceses, como los mexicas y los comune-
ros, siguen siendo, sin disputa, los grandes perdedores de ese año de gracia
de 1521. "Tampoco se olvidarán de este año los franceses”, recordara, sar-
cástico, el cronista franciscano Motolinía, desde su lejano convento mexi-
cano. Como tampoco olvidarán que en la lista de los soberanos caídos en
manos de los españoles, después de Moctezuma y antes del Inca Atahualpa,
aparece, en lugar importante, Francisco I, rey de Francia, capturado des-
pués de la derrota de Pavía en 1525. El rey fue conducido al Alcázar de Ma-
drid donde Oviedo —que, decididamente, está en todas partes— asegura
haberlo visto y hablado con él, como Bernal Díaz había hablado con Moc-
tezuma.
Y sin embargo un punto negro vino a empañar el buen año de 1521:
Solimán el Magnífico toma Belgrado, lo que le abre la llanura húngara. La
amenaza turca apunta al corazón de una cristiandad imperial, más dicho-
sa en América.51

Chicago Uníversity Press, 1982, pp. 198 y ss; y Tzvetan Todorov, La conquéte de l’Amérique, la
question de l’autre, París, Seuil, 1983.
50 Motolinía (1971), p. 24; Ángel Ma. Garibay K.-, Historia de la literatura náhuatl, 1.1, Méxi-
co, Ponrúa, 1971, p. 90; Sahagún, iv, pp. 162-163.
51 Oviedo (1974), p. 286.
XIII. LA CONQUISTA DEL PERÚ
Dizen algunos de los indios que Atavalipa dixo antes que
le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le bolbe-
rían a ver hecho culebra. Dichos dellos deben ser.

Cie z a d e Le ó n , Descubrimiento y conquista del Peni

Los e s pa ñ o l e s desembarcaron en Tumbes en el mes de mayo de 1532,


después de una larga permanencia de más de un año en la costa de San Ma-
teo (Esmeraldas), Coaque y Puná. Era ahí donde las tropas de Benalcázar
y De Soto, descendiendo de ese "paraíso de Mahoma" que era Nicaragua,
se habían unido a la compañía de Pizarro. La aventura peruana comen-
zaba, una vez más, en los manglares sofocantes. Los conquistadores se
quedaron ahí varios meses, frenados en su impulso por la resistencia in-
dígena y los estragos de la verruga.1
Al pasar por Tumbes encontraron un sitio devastado por la guerra y las
epidemias. ¡Qué contraste con la próspera ciudad que había dado tan bue-
na acogida a los hombres de mar! Los suntuosos banquetes y las risas ha-
bían quedado atrás. A los combates que habían estallado entre el pueblo
de Tumbes y los guerreros de Puná después de la partida de los españoles
se había añadido el asalto invisible de los microbios europeos, secuelas de
los primeros contactos. Éstos se habían adelantado, incluso, a los hombres,
matando a su paso al soberano Huayna Capac, "el viejo Cuzco " —el térmi-
no “Inca" no es mencionado por los primeros cronistas—, muerto poco tiem-
po después de las incursiones de los extranjeros a lo largo de las costas
ecuatorianas. Como no había gran cosa que tomar en Tumbes, los españo-
les no se demoraron ahí y avanzaron hacia el sur hasta la región de Piura,
donde los caciques, en general, los recibieron amistosamente.
En cuanto llegó, Pizarro decidió "poblar" el vasto Perú. En Tangarará, en
el valle del Chira, fundó la ciudad de San Miguel, cuando la conquista real-
mente no había siquiera comenzado; repartió el territorio entre todos los
hombres casados deseosos de establecerse ahí, entre ellos su hermano Fran-
cisco Martín de Alcántara y Pedro Pizarro, demasiado joven aún para se-
guir la conquista.2 El que se hacía dar el título de gobernador —de momento

1 Pedro Pizarro (1965), p. 173: "habían dejado el paraíso de Mahoma que era Nicaragua y
hallaron la isla alzada y falta de comidas".
2 Jerez (1947), p. 325: "repartió entre las personas que se avecindaron en este pueblo las
tierras y solares, porque los vecinos sin ayuda y servicio de los naturales no se podían soste-
ner ni poblarse el pueblo, y sirviendo sin estar repartidos los caciques en personas que los
administrasen, los naturales recibirían mucho daño [...] Fueron elegidos alcaldes y regidores
y otros oficiales públicos, a los cuales fueron dadas ordenanzas por donde se rigiesen". Lock-
hart (1972), p. 220, prueba que Pedro Pizarro se encontraba en San Miguel y no en Cajamar-
ca cuando la captura del Inca Atahualpa, contra la idea que hasta entonces había prevalecido.
399
LA CONQUISTA DEL PERÚ 40!

no gobernaba nada— recibió a los caciques que llegaron a rendirle home-


naje, como lo había hecho Cortés en Cempoala. Por ellos supo que el Inca
Atahualpa, hijo del difunto Huayna Capac, se encontraba en la sierra, en
Cajamarca, con sus ejércitos. Pizarro y 168 hombres, entre ellos 64 a
caballo, tomaron el camino de la cordillera para ir al encuentro del Inca,
dejando los primeros colonos en San Miguel.
Los indígenas casi no opusieron resistencia a las tropas de Pizarro. Sin
embargo, hubo algunas contrariedades durante la marcha. En Lachira, el
cacique trató de atacar por sorpresa a los españoles, pero la conspiración
fracasó y el hombre fue quemado vivo en compañía de sus cómplices. El
castigo hizo cundir el terror por toda la comarca.3 Ese comportamiento bru-
tal revela los temores y la flaqueza del gobernador, hundido en un mundo
tan vasto como desconocido cuyos contornos y singularidades exploraba
día tras día. Y es que Pizarro y sus compañeros ignoraban prácticamente
todo de los incas y no imaginaban las verdaderas dimensiones de los terri-
torios que dominaban, ese Tawantinsuyu, el "Imperio de los Cuatro Su-
yus", cuyas márgenes septentrionales confinan con el país fabuloso de Da-
baibe y la frontera meridional con las tribus mapuches, vecinas de los
patagones. Pizarro ignoraba, asimismo, que en la vertiente atlántica del
continente, los que habían sobrevivido de la expedición de Solís, conduci-
dos por el portugués Alejo García y, un poco después, por Sebastián
Caboto, habían llegado a Paraguay, donde los indios guaraníes les habían
hablado de sus vecinos montañeses, los amos del oro y de la plata... pues
las sierras de Piura y de Cajamarca no eran sino un minúsculo fragmento
de un imperio inmenso.

Al d e s c u b r im ie n t o d el Ta w a n t in s u y u

Desde su primera estadía en Tumbes, los conquistadores comprendieron que


se enfrentaban a una civilización de una naturaleza totalmente distinta de
la de los indios del istmo. Admiraron la riqueza de los adornos de la Capu-
llana, la autoridad del orejón, emisario del Inca, la perfección de la arqui-
tectura y de los canales de riego, la opulencia de los cultivos. Los jóvenes
intérpretes Martinillo y Felipillo, así como otros, ciertamente les dieron in-
formaciones inapreciables. Pero esos adolescentes no tenían más que una
visión parcial de lo que representaba el Tawantinsuyu. Si Pizarro hubiese
conocido mejor el poderío del Imperio inca, sin duda no se habría lanzado
a la aventura peruana con tan reducido número de hombres. Aunque, por
otro lado, una ignorancia semejante había contribuido al triunfo de la ofen-
siva de Cortés.
Pizarro se entera de lo esencial en el terreno, para empezar en la isla de
Puná, y luego, de boca de un cacique llamado Pabor. El cacique le informa
que "el viejo Cuzco" Huayna Capac ha destruido 20 de sus aldeas y dado
muerte a todos los habitantes.4 El gobernador comprende muy pronto —tal
3 Jerez (1947), p. 324: "Este castigo puso mucho temor en la comarca."
4 Ibid., p. 325. Fue en aquel momento, según ese cronista, y no en Caxas, como lo afirma
402 EL NUEVO MUNDO

vez a causa de lo que sabe de la táctica de Cortés— que, para sobrevivir y


triunfar, necesita explotar esas disensiones internas. Así, el gran A;ahualpa
no es el señor legítimo del Perú sino un vulgar "tirano" que, "por fuerza o
por maña, sin razón y sin derecho, se apoderasse del dominio y del imperio
de los reynos y repúblicas”.5 Con esto se puede justificar la conquista. Ade-
más, todo el país está agitado por la guerra que el Inca ha lanzado contra
su medio hermano Huáscar, el Inca de Cuzco, capital del imperio. He aquí
otra carta de triunfo que Pizarro sabrá jugar. Se impone el paralelo con el
Imperio romano debilitado por la oposición de los dos emperadores, tanto
más cuanto que otros rasgos de la civilización inca evocan la grandeza de
Roma, como esas calzadas empedradas que recorren territorios inmensos,
y ese rigor administrativo que los conquistadores van descubriendo a me-
dida que avanzan. Las tierras que recorren han sido cuadriculadas por to-
da una red de depósitos, de graneros, de albergues, de peajes y de puentes
que delimitan y controlan la circulación. La maquinaria inca es mucho
más impresionante y espectacular que aquella de que disponían los mexi-
cas, quienes se limitaban a mantener entre sus tributarios a cobradores de
impuestos y algunas guarniciones.
Huayna Capac, prosiguiendo las campañas militares de su padre Tupac
Inca, muerto un año después de la llegada de Colón a las Antillas, había
hecho retroceder las márgenes del imperio hasta Pasto, sierra húmeda y
verdeante situada al norte de Quito. En su marcha hacia el sur, las guarni-
ciones del Inca habían llegado al río Maulé, en Chile, donde los mapuches
las habían contenido. Unas ciudadelas levantadas al borde de la gran selva
amazónica defendían el Tawantinsuyu contra las incursiones de los anti,
nombre genérico que designaba la nebulosa étnica del piamonte andino y,
por extensión, las tribus de los chiriguanos, sus enemigos más temidos.
Huayna Capac había sometido a los señoríos locales, que debían entre-
garle un tributo fijado en función de los recursos humanos y materiales de
la comarca.
Para mejor encuadrar las provincias alejadas de Cuzco, había desplazado,
como lo hiciera su padre antes que él, a comunidades enteras. Esos grupos
deportados de sus tierras de origen y dispersados por toda la cordillera y
los contrafuertes andinos eran conocidos con el nombre de mitimaes. Por
tanto, la población no era necesariamente homogénea; al lado de las fami-
lias leales a la autoridad cuzquiana y originarias de otras regiones vivían
grupos autóctonos que no habían sido completamente ganados a la obe-
diencia al Inca. Un denso estrato de supervisores, de capitanes, de grupos
destinados a la contabilidad del tributo, de regidores de obras públicas y
de guarniciones controlaba este conjunto de etnias que, por lo demás, con-
servaban sus propias autoridades.
A la muerte de Huayna Capac, dos de sus hijos se disputaron la sucesión.
Pero, tras lo que a los españoles les pareció un conflicto dinástico compa-
rable al que en el siglo xv opuso la Beltraneja al infante don Alfonso y
Porras Barrenechea (1948), p. 99, cuando Pizarro supo de Atahualpa y de la configuración
general del imperio inca.
5 Según la definición de "tirano” que da Covarrubias (1943), p. 963.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 403

luego a Isabel, se perfilaban otras discrepancias y otros intereses. Huáscar


había sido proclamado "Inca" por la élite de Cuzco; Atahualpa, cuya ma-
dre era una noble de Quito —probablemente de la etnia carangui— era sos-
tenido por los grupos instalados en las provincias del Norte (Ecuador).
Aunque ese corte geográfico entre el Norte y el Sur tuviera sus excepcio-
nes: el señor de Chincha, en la costa meridional peruana, era partidario de
Atahualpa, mientras que la etnia de los cañari (en el Ecuador del Sur) y los
señoríos del norte del Perú se habían unido al soberano de Cuzco.6
El cacique Pabor era uno de esos señores de las llanuras sometidos a la
autoridad de Cuzco. Pizarro y los asombrosos caballos que lo acompaña-
ban llegaban en el momento oportuno para alterar el curso de la guerra
que se desarrollaba entre los dos Incas y hacer triunfar a Huáscar. Así, le
confió que una guarnición de Atahualpa se hallaba acantonada en Caxas, a
dos jomadas de marcha, donde aguardaba la llegada de los cristianos.7 Pi-
zarro envió como explorador a Hernando de Soto con algunos hombres,
entre ellos Diego de Trujillo, futuro cronista de esas jomadas.
Al cabo de una semana volvieron con informes más precisos. El regi-
miento del Inca se había retirado, dejando una ciudad semiderruida. En
los barrios de Caxas habían descubierto el espectáculo macabro de los ahor-
cados, ejecutados por las tropas de Atahualpa para intimidar a los señores
o kuraqa recalcitrantes; un hombre que había violado a una de las mujeres
del Inca y los guardianes que le habían facilitado el acceso al palacio ha-
bían sufrido la misma suerte.8 Esta severidad demostraba, a ojos de los
españoles, unos principios morales parecidos a los suyos —por ejemplo, el
castigo del adulterio y de la violación—, pero implicaba una crueldad cuya
represión justificaría la guerra que estaban dispuestos a declararle. No
olvidemos que pese a la distancia que los separaba de la península ibérica,
los españoles supuestamente darían cuenta de sus actos; para que la lucha
contra el Inca fuese considerada "justa" según las normas siempre en vigor
de Las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, había que invocar la legítima de-
fensa. La tiranía del Inca tenía que servir a los intereses de Pizarro, así
como años antes la de Moctezuma había justificado la conquista de Cortés.9

6 Aquí sólo podemos esbozar los grandes lincamientos de este complejo universo, algunos
de cuyos rasgos serán desarrollados en el relato. La literatura concerniente a los incas y a las
sociedades andinas es muy numerosa. Baste citar aquí las obras de referencia de Métraux
(1961), Murra (1975 y 1978), Salomón (1986), Wachtel (1971 y 1990), Zuidema (1964). Para
las cuestiones dinásticas, se puede consultar Gibson (196$), pp. 24-31.
7 Porras Barrenechea (1948), p. 98, sitúa a Caxas a una jomada de Huancabamba; Espi-
noza Soriano (1975) y Hocquenghem (1989 y 1990) han identificado el grupo étnico de Caxas
como el de los wayakuntu (guayacondo), de filiación jíbara, conquistados por Huayna Capac y
en parte desplazados hacia otros territorios. Un enclave de esta etnia se encontraba cerca de
Quito, en el valle de Chillos, Salomón (1986), pp. 161-163.
8 Mena (1938), p. 309: "Por los cerros había muchos indios colgados porque no se le habían
querido dar: porque todos esos pueblos estaban primero por el Cuzco y le tenían por señor y
le pagaban tributo.” El término Cuzco designa aquí al Inca Huáscar, instalado en la ciudad
de Cuzco; Jerez (1947), p. 326: "había ciertos indios ahorcados de los pies; y supo deste prin-
cipal que Atabaliba los mandó matar porque uno dellos entró en la casa de mujeres a dormir
con una, al cual y a todos los porteros que consintieron, ahorcó".
9 Martínez Martínez (1984), pp. 25-26.
404 EL NUEVO MUNDO

En Caxas, Soto y los suyos habían visto unos graneros llenos de sanda-
lias, de maíz y de tejidos, así como un palacio de piedra que abrigaba a
500 mujeres ocupadas en el tejido y en la fabricación de cerveza para los
guerreros. El cacique del lugar se apresuró a recibirlos, pues veía un aliado
en Hernando de Soto; lo trató como gran señor y le dio cinco mujeres para
su servicio. Mientras tanto había aparecido un capitán del Inca, y el caci-
que, atemorizado por el personaje, se levantó, mostrando gran respeto.
Hernando de Soto, que ahora era el amo de la situación, le ordenó sen-
tarse a su lado y recibió de aquel embajador una serie de presentes envia-
dos por el Inca a Pizarro: un extraño recipiente para la bebida y unos
patos desplumados que, una vez desecados y convertidos en polvo, debían
ser utilizados para las fumigaciones de purificación. ¿Era esto un homena-
je del Inca a quien se atrevía a desafiarlo, o se trataba más bien de una
burla? Soto, como quiera que sea, aceptó el juego y le entregó a su vez, para
Atahualpa, una camisa de Castilla y dos copas de cristal de Venecia.10 Poco
tiempo después, los españoles se enteraron, por sus espías, de que esa pre-
ciosa vestimenta se había convertido en estandarte de un capitán de Ata-
hualpa. Lo que parecía una afrenta era, antes bien, un acto simbólico, ten-
diente a apropiarse las virtudes del enemigo, pues los pueblos de los Andes
tenían la costumbre de despojar al adversario de sus vestimentas y ponér-
selas a un fantoche para precipitar su muerte.11
Los informes de Pabor y las noticias que llevaba Soto venían a añadirse
a los rumores llevados por los emisarios de uno y otro bando. Pizarro ha-
bía enviado a Cajamarca a un indígena que le era leal; invitado a compare-
cer ante el Inca, se le ordenó describir a los extranjeros. El embajador
elogió su valor y sus caballos, “que corrían más rápido que el viento", evo-
có las lanzas y las espadas, así como la calidad de sus escudos y sus atuen-
dos de algodón acolchado. Se explayó sobre los efectos de las espadas,
capaces de cortar todo lo que les saliera al paso, sobre la fuerza de propul-
sión de las ballestas y, muy especialmente, sobre las bolas de fuego que bro-
taban con un ruido de trueno y causaban la muerte. Los capitanes del Inca
mencionaron la inferioridad numérica de los cristianos; además sus caba-
llos, por muy temibles que fuesen, no estaban armados. A ello respondió el
10 Jerez (1947), p. 326: “eran dos fortalezas a manera de fuente, figuradas en piedra, con que
beba, y dos cargas de patos secos desollados para que, hechos polvos, se sahume con ellos
porque así usan los señores desta tierra”; Mena (1938), pp. 309-310. Trujillo (1948), p. 55, da
otra interpretación de ese regalo: "eran unos patos desollados y llenos de lana (sic) que
parecían añagazas para matar a sisones; y preguntándole que era aquello respondió y dixo,
dice Atabaliba que de esta manera os ha de poner los cueros a todos vosotros, si no le volvéis
cuanto habéis tomado en la tierra". Kubler (1945), p. 417, apoyándose en Polo de Ondegardo,
recuerda que los peruanos sacrificaban cierta ave cuando partían a la guerra, para debilitar
las fuerzas del enemigo. Probablemente se trata de patos almizclados Catrina moschata, una
de las raras especies domésticas americanas utilizadas en los Andes del Norte en contexto
ceremonial. Véase Danielle Lavallée, "La domestication animale en Amérique du Sud. Le
point des connaissances”, en Bulletin de ílnstitut Franjáis d'Études Andines, 1990, t. xtx, núm. 1,
p. 28. Trujillo (1948), p. 55: "inviole una copa de Venecia y borceguis y camisas de holanda, y
cuentas, margaritas". "Tenían por bandera la camisa que el Gobernador había enviado al
cacique Atabaliba", Mena (1938), p. 310.
•' Murra(1978), p. 124.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 405

emisario que el cuero de esos animales era tan grueso que eran invulnera-
bles. Pero Atahualpa no se dejó impresionar por esos detalles, pues los
arcabuces de los cristianos sólo podían disparar dos tiros.12

La l l e g a d a a Ca j a m a r c a

Los conquistadores llegaron por fin a Cajamarca, ciudad de cerca de 2 000


habitantes situada en los flancos de la sierra, temiendo a cada momento
un ataque por sorpresa, que no llegó a producirse. Acostumbrados a la hu-
medad de los trópicos, habían tenido que adaptarse al frescor andino y a
un relieve impresionante, distinto al del Darién. Sobre estas latitudes, la
cordillera tenía un aspecto verdeante que contrastaba con las landas de las
alturas donde pacían las "ovejas del país", esas llamas que ellos habían
descubierto sobre la balsa de los mercaderes de Manta. Sus guías indíge-
nas los habían conducido a lo largo de la línea de las crestas, recorrida por
una calzada tan amplia que los caballos podían circular fácilmente por ella.
Unos puentes suspendidos por cuerdas franqueaban profundas cañadas;
temiendo que el peso de los caballos fuera excesivo, los españoles se ago-
taron tratando de descender hasta el lecho de los torrentes para vadearlos
y pasar al otro lado. Los indígenas que los guiaban añadían un guijarro a
los montones de piedras (apachetas) levantados en lo alto de las cañadas:
con ese gesto simbólico, aliviaban su fatiga. ¿Los imitarían los españoles?
Las hojas de coca que masticaban durante horas probablemente bastaban
para insuflarles fuerzas sobrehumanas.
A la entrada de la ciudad, un edificio rodeado de árboles y dedicado al
culto del Sol les recordó las mezquitas peninsulares.13 Se precipitaron por
una estrecha callejuela hasta desembocar en una plazoleta bordeada por im-
ponentes moradas donde se alojaban decenas de mujeres consagradas al
servicio de Atahualpa. Ninguna de ellas apareció, y los invasores tuvieron
la impresión de encontrarse en una ciudad abandonada; un poco más lejos
llegaron a otra plaza de dimensiones majestuosas, como no existían en
Castilla, al menos no en sus recuerdos. En uno de sus extremos se levanta-
ba una ciudadela construida con enormes bloques de piedra perfectamen-
te ajustados sin argamasa.
En aquel atardecer frío y nublado de noviembre de 1532, Pizarro atrave-
só la gran plaza vacía de Cajamarca y subió la escalera de caracol de la
ciudadela. Desde lo alto de las fortificaciones, cuya asombrosa arquitec-
tura supo apreciar, descubrió en la llanura que se extendía abajo al ejérci-
to de Atahualpa con sus millares de guerreros.14 Pizarro envió entonces a
Hernando de Soto con una veintena de hombres a caballo y un intérprete
al campamento del Inca, a fin de rendirle homenaje y darle parte de la mi-
sión que Dios y el emperador le habían confiado. Inquieto al ver el desplie-
12 Jerez (1947) informa de ese diálogo, pp. 329-330.
13 ibid., p. 330, hasta llega a afirmar que los fieles se descalzaban a la puerta: “y cuando
entran en ellas se quitan los zapatos a la puerta".
14 Pedro Pizarro habla de 40 000 hombres (ibid., p. 176).
406 EL NUEVO MUNDO

gue de las tropas enemigas, decidió reforzar la primera columna con otros
20 caballeros, a las órdenes de su hermano Hernando. Empezó a caer una
lluvia fina y helada, con granizo, que obligó a los españoles a abrigarse en el
interior de una casa imponente, aguardando el resultado de la entrevista.

La e n t r e v is t a con el In c a At a h u a l pa

El relato de este primer encuentro con Atahualpa ha llegado hasta noso-


tros por obra de varios testigos oculares: Hernando Pizarro, Cristóbal de
Mena, Francisco de Jerez, Diego Trujillo y Miguel Estete. A través de su
testimonio la escena nos parece hoy como un duelo entre dos visiones in-
compatibles del mundo: por una parte, la de un soberano a quien la natura-
leza misma del poder que encama le impide tener una comunicación
directa con sus súbditos y el recurrir a mediadores; por la otra, la de los
dos hidalgos españoles, Soto y Hernando Pizarro, para quienes los reyes
son interlocutores directos, a pesar de su majestad. Al romper sistemática-
mente las barreras rituales que los separan del Inca, al pisotear los códigos
de cortesía y de jerarquía, los conquistadores se anotarán una primera vic-
toria sobre un hombre recluido en su dignidad solar, pues más que las
armas son los gestos y las palabras los que atentarán contra la solemnidad
del Hijo del Sol, anunciando el fin de un imperio cuya clave es el Inca. Por
lo demás, la situación no deja de recordar la perturbación causada entre
los mexicas cuando Cortés tomó como rehén a Moctezuma.
Sin embargo, nada está decidido, pues Soto y sus 20 caballeros llegan a
un campamento militar ordenado e impresionante, de cerca de 40 000 per-
sonas. No son los irrisorios refuerzos que lleva Hernando Pizarro los que
modifican la relación de fuerzas. Los conquistadores están a merced de los
peruanos, y su margen de maniobra es ínfimo. ¿Saben que los ejércitos del
Inca no gustan de entablar combate al caer la noche?15 El desequilibrio es
tal, en todo caso, que los escuadrones de Atahualpa fácilmente podrían caer
sobre esos extranjeros que se atreven a circular por las calzadas sin haber
sido autorizados y que, por si eso fuera poco, saquean los bienes del Inca.
De hecho, a pesar de todo lo que opone a españoles e incas, cada bando
respeta unos códigos: el del honor para los españoles que desafían el te-
mor que les inspira una situación desfavorable, para comparecer ante un
soberano, y el de la etiqueta inseparable de la soberanía del Inca quien, a
pesar de todo, arde en deseos de conocer a los misteriosos extranjeros. En
el campamento del Inca, la inmovilidad domina los comportamientos más
nerviosos. Del lado de los españoles, los relatos dejan sentir la tensión
extrema que se disimula tras una falsa desenvoltura.16

15 Salomón (1984), p. 85.


16 Estete (1938), p. 218, sobre la necesidad de no mostrar el temor que sentían: "porque si
alguna flaqueza en nosotros sintieran, los mismos indios que lleváramos nos mataran”. Sobre
el estado de espíritu de los españoles, véase Pedro Pizarro (1965), p. 177: "... no estar experi-
mentados los españoles cómo estos indios peleaban, ni qué ánimo tenían, porque hasta aquí
no habían peleado con indios de guerra”.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 407

Soto y sus compañeros, los primeros en llegar, se orientan entre la mu-


chedumbre de guerreros hasta llegar al modesto edificio —galponcillo— en
que se encuentra el Inca con su corte y sus esposas.17 Tal es la primera
impresión: el amo de los tesoros del Pei *ú, el que hace temblar a centenas
de naciones y se proclama Hijo del Sol, los recibe en una casa rústica, sen-
tado no en un trono, sino en un banco de madera. Tiene los ojos bajos y no
los mira. Ninguno de los cronistas se fijó en los ornamentos que debía lle-
var la túnica del Inca, ni en los enormes discos de oro insertados en los
lóbulos de sus orejas; en otros momentos, esos adornos suntuosos no ha-
brían pasado inadvertidos. En cambio, sus ojos se fijan en un detalle del
peinado de Atahualpa, que le cae sobre la frente y disimula su expresión.18
Se puede adivinar la ansiedad de los conquistadores, que les lleva a aguzar
sus sentidos para captar la menor señal de peligro que se refleje en el ros-
tro impasible del Inca. ¿Cómo leer esos rasgos ya que, además, un velo de
gasa sostenido por dos mujeres lo oculta a los extranjeros?19
Soto se atreve a violar el complejo ritual que rige los intercambios entre
el Inca y el mundo exterior. Exige que se baje la cortina y le pide hablar di-
rectamente, sin intermediarios. El efecto de sorpresa resulta, indiscutible-
mente, en favor del conquistador. Atahualpa, a su vez, exige la devolución
de todo lo que los españoles le han robado. A esas reclamaciones legítimas
opone Soto un gesto ritual: se quita del dedo un anillo y lo ofrece al sobera-
no, que lo toma "con poca estima". La llegada de Hernando Pizarro, con
su intérprete a grupas, intensifica el carácter insólito de este encuentro.
Como hermano del conquistador, constituye para Atahualpa un interlocu-
tor aceptable con el cual puede dialogar. Pero Hernando, como Soto, no es
hombre que vaya a someterse al ceremonial impuesto por el Inca. Sordo a
las acerbas recriminaciones y a las amenazas de éste, Hernando responde
con soberbia que los peruanos son incapaces de matar a los cristianos y a sus
caballos ya que son “gallinas". Sutil juego de palabras que el Inca, cuyo nom-
bre estaba formado con el vocablo huallpa (gallina), acaso no compren-

17 Ibid., p. 176: “tenían un galponcillo para el señor con otros aposentos para cuando allí
se iba a holgar y a bañar, un estanque grande que tenían hecho, muy labrado de cantería y al
estanque venían dos caños de agua, uno caliente y otro frío, y allí se templaba la una con la
otra para cuando el señor se quería bañar o sus mujeres, que otra persona no osaría entrar en
él so pena de la vida".
18 El emblema del poder del Inca era el ¡lauto, trenza de lana de diferentes colores que
retenía sobre la frente una franja, la maskaipacha. Encima se levantaba una vara rematada
por una borla y tres plumas de ave rara; Jerez (1947), p. 331: "los ojos puestos en tierra, sin
alzar a mirar a ninguna parte”.
19 Pedro Pizarro (1965), p. 176, es el único que informa de ese detalle: "El Atabaliba estaba
en este galponcillo [...] sentado en un dúo, y una manta muy delgada rala que por ella veía, la
cual tenían dos mujeres, una de un cabo y otra de otro delante de él, que le tapaban para que
nadie le viese, porque lo tenían por costumbre algunos de estos señores no ser vistos de sus
vasallos sino raras veces"; para Estete (1938), p. 220, Atahualpa es descrito una vez más a
través del velo musulmán: "el cual dicho Hernando Pizarro fué y yo con él, y llegamos a una
acequia que se pasaba por una puente, a una casa de placer que estaba en aquel valle, donde
el dicho Atabaliba tenía unos baños [...] (véase Atahualpa) sentado en una silletica muy baja
del suelo, como los turcos y los moros acostumbrandos sentarse; el cual estaba con tanta
majestad y aparato, cual nunca se ha visto jamás porque estaba cercado de mas de seiscientos
señores de su tierra".
408 EL NUEVO MUNDO

diera.20 ¿Sería Soto el que pidió de beber, tomando la iniciativa de un ri-


tual que era exclusivo del Inca? O bien ¿fue Atahualpa el que insistió para
que los desconfiados españoles aceptasen una bebida? El hecho es que Soto
no tuvo derecho al vaso de oro de Hernando y hubo de contentarse con
otro, más común, de plata. Pizarro protestó ante ese favoritismo y aumen-
tó la perplejidad del Inca explicándole que no había diferencias de rango
entre sus compañeros y él, que ambos eran capitanes del rey y que habían
dejado sus tierras para venir a servirlo en esta comarca y enseñar las ver-
dades de su fe.21
Atahualpa no tocó la bebida pues "ayunaba”. ¿Se preparaba con esta
abstinencia a afrontar a los desconocidos? O bien, ¿concebía la invasión
de su imperio como una "mancha", como la consecuencia de una "falta" que
él habría cometido —capac hucha— y de la que tendría que purificarse?
Durante el periodo que correspondía al mes de noviembre, y que precedía
al solsticio y al comienzo de la estación de lluvias, se celebraban los ritos de
iniciación de los guerreros. En esta ocasión también se honraba a los di-
funtos, a los que se sacaba de sus nichos para alimentarlos.22 Y he aquí
que, en ese marco, aparecía un puñado de hombres barbados y agresivos.
¿Según cuáles parámetros podía Atahualpa interpretar su presencia? La
idea de aprovechar la presencia de los invasores pasó por la mente de
Atahualpa, quien pidió a Hernando Pizarro que lo acompañara a combatir
a los indios levantiscos. El conquistador respondió con su fanfarronería
habitual que el gobernador Pizarro, su hermano, enviaría a 10 caballeros
que, por sí solos, domarían la ferocidad de los indígenas. Esta jactancia hi-
zo gracia al Inca, quien esbozó una sonrisa.23

20 Jerez (1947), p. 331: “¿cómo podía él matar cristianos y caballos, siendo ellos unas ga-
llinas?”
21 Mena (1938), p. 313: "Allegóse al cacique con poco temor de él y de toda su gente y díjole
que alzase la cabeza, que la tenía muy baja, y que le hablase. El cacique le dijo con la cabeza
baja que él iría a verle. Dijo el capitán que venían cansados del camino, que les mandase dar
a beber. El cacique envió dos indias y trajeron dos copones grandes de oro para beber, y ellos
por contentarle hicieron que bebían pero no bebieron y despidiéronse de él"; Trujillo (1948),
p. 56: "y entonces salió Atabaliba con dos vasos de oro pequeños, llenos de chicha y dióle uno
a Hernando Pizarro, y el otro bebió él, y luego tomó dos vasos de plata y el uno dió al capitán
Soto y otro bebió él y entonces le dijo Hernando Pizarro a la lengua: Dile a Atabaliba, que de
mí al capitán Soto no hay diferencia, que ambos somos Capitanes del Rey y por hacer lo que
el Rey nos manda, dejamos nuestras tierras, y venimos a hacerles entender las cosas de la fé”.
22 Zuidema (1989): los dos meses anteriores al solsticio de diciembre y la estación de lluvias
eran los más importantes. Era el periodo en que eran iniciados los jóvenes y el príncipe. La fiesta
llamada Itu se celebraba a comienzos de noviembre, después del paso del sol por el cénit poste-
rior al solsticio de junio. Por tanto, había dos fiestas en cada solsticio, precedida cada una de
dos ceremonias de menor importancia. Según el calendario de Cuzco, el periodo entre los dos
pasos por el cénit, va del 30 de octubre al 21 de noviembre; Guarnan Poma de Ayala (1936), f.
257: "En este mes de noviembre mandó el ynga visitar y contar la gente de la visita general
deste rreyno y ensayar los capitanes y los soldados a la guerra y repartir mujeres y vasallos...".
23 Hernando Pizarro (1938), p. 255: "el capitán había ido a hablar con Atabaliba. Yo dejé allí
la gente que llevaba, y con dos caballos pasé al aposento; y el capitán le dijo como iba y quién
era [...] Díjome que un cacique del pueblo de San Miguel le había enviado a decir que éramos
mala gente y no buena para la guerra, y que aquel cacique nos había muerto caballos y gente.
Yo le dije que aquella gente de San Miguel eran como mujeres y que un caballo bastaba para
toda aquella tierra y que cuando nos viese pelear vería quién éramos: que el gobernador le
LA CONQUISTA DEL PERÚ 409

Viendo declinar el sol, los conquistadores se despidieron. Antes de partir,


Soto hizo caracolear su caballo delante del Inca y sus numerosas mujeres;
entre ellas se encontraba probablemente Tocto Chimpu, con la cual ese fogo-
so conquistador tendría una hija algún tiempo después. El aliento del animal
pasó tan cerca del rostro del soberano que se estremecieron los flecos de su
emblema real, la maskaipacha24 El Inca permaneció impasible, pero varias
personas, aterradas, dieron un salto atrás. Los españoles supieron al día si-
guiente que Atahualpa las había hecho ejecutar en castigo de su cobardía.
Los españoles volvieron al galope a Cajamarca. Anunciaron a Pizarro el
resultado de su embajada: Atahualpa había aceptado ir a la ciudad en mi-
sión de amistad y de paz, y comer con el gobernador. Entonces se retira-
ron a la Casa de la Serpiente, donde velaron toda la noche, reflexionando
largamente sobre lo que convenía hacer al otro día. Cada uno juró sobre-
pasar al héroe Rolando; sin embargo, el temor los atenaceaba y, en la os-
curidad, los miles de fogatas encendidas en el campamento de Atahualpa
habían transformado las faldas de la montaña en un cielo estrellado.25

Los EJÉRCITOS FRENTE A FRENTE

Las fuerzas españolas se encontraban concentradas en la ciudad. Habían


invadido la plaza con objeto de encerrar a los peruanos en esa trampa. Los
efectivos de Pizarro eran 168 hombres. La posteridad los designó simple-
mente como "los de Cajamarca", para elogiar su valor o condenar sus
acciones. Con algunas excepciones, entre ellas la de Hernando Pizarro, que
había combatido en Navarra con su padre en 1521, y la de Pedro de Can-
día, capitán de artillería, cuyo dispositivo no pasaba de ocho arcabuceros,
no había entre ellos soldados de oficio.26 Con los conquistadores se encon-
traba un cierto número de indios pertenecientes, en su mayoría, a la etnia
de los cañari. Esos indígenas, célebres por su valor, constituían las tropas de
élite del Inca de Cuzco, Huáscar; cuando el rumor de la presencia de los
bergantines extranjeros en la costa llegó a las cañadas verdeantes de Gua-
laceo y de Taday (Ecuador), algunos caciques cañari acudieron a Tumbes

quería mucho y que si tenía algún enemigo, que se lo dijese [...] Díjome que cuatro jomadas
allí estaban unos indios muy recios, que no podia con ellos [...] Díjele que el gobernador en-
viaría diez de caballo, que bastaba para toda la tierra, qüe sus indios no eran menester sino
para buscar los que se escondiesen. Sonrióse como hombre que no nos tenía en tanto”.
24 Mena (1938), p. 313: “Hernando de Soto arremetió el caballo muchas veces por junto a
un escuadrón de piqueros y ellos se retrajeron un paso atrás; le aventaba el caballo con las
narices."
25 Estete (1938), p. 221: "Y así, aquella noche, mostrando los españoles mucho ánimo y
regocijo, durmiendo pocos hicimos la guardia en la plaza, de donde se vían los fuegos del
ejército de los indios, lo cual era cosa espantable, que como estaban en una ladera, la mayor
parte, y tan juntos unos de otros, no parecía sino un cielo muy estrellado"; Mena (1938),
p. 312: “Cada uno de los cristianos decía que haría más que Roldán: porque no esperábamos
otro socorro sino el de Dios”; P. Pizarro (1965), p. 177: "Con harto miedo toda la noche se
pasó en vela."
26 Lockhart (1972), p. 131.
410 EL NUEVO MUNDO

para ponerse al servicio de Pizarro y ayudarlo a combatir a Atahualpa, su


adversario común.27
Francisco Pizarro, comandante en jefe de las tropas y capitán de la in-
fantería, era hombre de unos 54 años. Forjado en las pruebas del istmo y
de los manglares del Pacífico, se había adaptado a la altitud de la sierra y a
un terreno que exigía nuevas estrategias. Provisto de una capitulación real
después de tantos años pasados a la sombra de otros conquistadores, no
sólo era un caudillo: era la encamación de la autoridad. Penetrado de su
título de gobernador, Pizarro adoptaba la gravedad conveniente. “Era
hombre muy cristiano y muy celoso del servicio de Su Majestad, era hom-
bre alto, seco, de buen rostro, la barba rala, valiente [...] hombre de gran
verdad, tenía por costumbre de cuando algo le pedían decir siempre de no
[...] por no faltar a su palabra..."28
La caballería estaba repartida en tres escuadrones, mandados respecti-
vamente por Hernando Pizarro, Benalcázar y Soto, que habían reclutado a
sus hombres en función de las solidaridades de parentesco, locales o re-
gionales, según la costumbre de las Antillas y del Darién. Hernando —al
que en adelante llamaremos por su nombre, para no confundirlo con su
hermano Francisco, “el señor gobernador”— era hijo legítimo del capitán
extremeño que había combatido en las filas del Gran Capitán en Italia. De
unos 30 años, poseía ya una experiencia militar indiscutible y gozaba, al
lado de su hermano mayor, del prestigio que le conferían su nacimiento y
el mayorazgo que le correspondía. Hernando, que no había soportado las
privaciones de los primeros conquistadores, era un hombre excesivamente
pesado para montar a la jineta, pero dotado de gran valor físico. A todos
les parecía arrogante y desdeñoso para con los débiles; los testigos lo des-
criben como un individuo altanero, desprovisto de las cualidades carismá-
ticas propias de los caudillos.29 Y es que Hernando era para esos hombres
de las Indias un peninsular afectado y tajante, con el cual no habían com-
partido nada. Para Pizarro, que sentía un afecto profundo hacia sus her-
manos, Hernando encamaba la hidalguía del linaje paterno, del que le
había excluido su nacimiento ilegítimo.
Rodeado de sus cuatro hermanos, Pizarro podía sentirse al abrigo de las
envidias de sus compañeros, especialmente de Diego de Almagro que aún
no había llegado al Perú. El apoyo incondicional de sus parientes hacía
menos necesaria la presencia de gente como Benalcázar y Soto, cuyo brillo
y valor le hacían sombra. Después de Cajamarca, los irá apartando discre-
tamente de su camino. Juan y Gonzalo Pizarro, bastardos como él, tenían
respectivamente 22 y 20 años, y su juventud los colocaba un poco al mar-
gen de las mayores responsabilidades. En cuanto a Francisco Martín de
Alcántara, el único casado, se había quedado en San Miguel, donde se dedi-
caba a la explotación de la tierra con ayuda de los indios.
Sebastián de Benalcázar, al igual que Hernando de Soto, se había for-

270berem (1974-1976), pp. 265-267.


28 P. Pizarro (1965), p. 210. Véase igualmente Lockhart (1972), pp. 135-157 y Lohmann Vi-
llena (1986).
29 Lockhart (1972), pp. 157-168, da una biografía de ese conquistador.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 411

mado en las cabalgatas y las guerrillas de Panamá y de Nicaragua. Ambos se


conocían desde la expedición de Pedrarias al Darién, pero las diferencias
de condición —Benalcázar era de origen muy modesto— y las rivalidades
inherentes a la conquista los habían separado. Los dos conquistadores no
ejercían el mismo ascendiente sobre el gobernador. Soto, “hombre peque-
ño, diestro en la guerra de los indios y valiente, afable con los soldados”,30
era su lugarteniente principal. Siempre en la vanguardia, a él le confiaba
Pizarro las misiones más delicadas. Como Pizarro y Almagro, ambos ha-
bían pasado más de la mitad de su vida en las Indias, y sus modales direc-
tos y bruscos no se veían coartados por fórmulas de cortesía ni por aquella
afectación que caracterizaba a los peninsulares como Hernando. La ma-
yoría de esos conquistadores eran analfabetos, con excepción de Soto. Ha-
bituados a vivir entre los indios, preferían la emoción de las relaciones
pasajeras a la rutina de un hogar legítimo y convencional con una esposa
española: Soto aún no estaba casado con la hija de Pedrarias en el momen-
to de la conquista del Perú. No habían ido a las Indias para establecerse ni
para insertarse en las redes de limitaciones y de convenciones que regían
las relaciones sociales y familiares en España. Arrancados a la familia, a la
"patria", a su medio original, como los héroes de las novelas de caballerías
que los inspiraban, sólo existían en y para la aventura.31
La Iglesia estaba casi ausente de la conquista —como lo había estado en
la expedición de Cortés— y se reducía al hermano Vicente Valverde, con-
verso por su madre. Este dominico de gran cultura humanista había estu-
diado teología en Salamanca con Vitoria y su instrucción le confería,
después de la de Pizarro, una influencia considerable en las deliberaciones.
Aunque las capitulaciones de 1529 establecían que seis dominicos irían al
Perú, Valverde fue el único en llegar a la cordillera central; ahí lo esperaba
una función notable.32
Entre “los de Cajamarca”, con excepción de una veintena de hidalgos,
entre ellos el cronista Cristóbal de Mena, los plebeyos constituían la mayo-
ría. Estaban representados todos los estados: notarios y escribanos públi-
cos como Francisco de Jerez, Pedro Sancho y Miguel de Estete, 13 merca-
deres, cuatro sastres, dos herreros, un carpintero, un escultor, un barbero,
un tonelero, marineros convertidos en soldados de infantería, hombres de
cepa campesina, sin olvidar al pregonero, del que la costumbre establecía

30 P. Pizarro (1965), p. 211. Para una biografía de este conquistador, véase Albornoz (1971)
y Lockhart (1972), pp. 190-201.
31 Lockhart (1972), pp. 24-25, hace el retrato típico del conquistador. El análisis hecho por
Roberto Castel de la desafiliación como "separación por relación a las regulaciones a través
de las cuales la vida social se reproduce y se dirige" parece pertinente para comprender esta
primera generación de conquistadores, que ilustraron Balboa, Pizarro, Almagro, Benalcázar
y, en cierto modo, Soto. Véase Robert Castel: "Le román de la désaffiliation. A propos de Tris-
tan et Iseut", Le Débat, núm. 61, septiembre-octubre 1990, pp. 152-164.
32 Lockhart (1972), p. 202: dos de estos sacerdotes murieron y los otros abandonaron la
empresa. Pedraza, al frente del grupo, también partió rumbo a Panamá, donde murió. Se des-
cubrió entonces que poseía una fortuna en esmeraldas, que llevaba cosidas al interior de su
ropa. El dominico Las Casas, enviado por esta época al Perú, abandonará esta misión por
razones que se desconocen. Véase Las Casas (1967) 1.1, p. l x x x v i .
412 EL NUEVO MUNDO

que fuese elegido entre los hombres de color. Ese mulato era un hombre
libre originario de la región de Trujillo, que también tocaba la cornamusa,
mezclando el toque de su instrumento con el de las dos trompetas cuyos
sonidos estridentes provocaban pánico entre los indios.33
¿De cuántos hombres disponía Atahualpa? Jerez da la cifra de cerca de
40 000. Los españoles siempre insistieron en el desequilibrio de las fuerzas
opuestas. Era indiscutible el poderío de los ejércitos de Atahualpa, que aca-
baban de obtener una victoria sobre Huáscar en el sur de Ecuador y que
habían reprimido con el mayor rigor la rebelión de los cañari. El Imperio
inca había subyugado a los kuraqa andinos y los había integrado a una red
tributaria; ello no se había producido sin choques, especialmente en las fron-
teras del Tawantinsuyu, donde habían fracasado las tentativas regionales
por sacudirse el yugo inca: en Otavalo la resistencia local fue ahogada en
sangre y, según la tradición, las aguas del lago al que fueron arrojados los
cadáveres de los insurrectos se tiñeron de rojo, lo que valió al lago el nom-
bre de Yahuarcocha, “el lago de Sangre”, que lleva hasta hoy. En el mo-
mento de la entrevista de Cajamarca, Chalcuchima y Quizquiz, dos capi-
tanes de Atahualpa, se encontraban en la región del lago Titicaca donde
sofocaban la rebelión kolla, mientras que el Inca Huáscar había sido he-
cho prisionero, probablemente desde el mes de enero de aquel año. Por
tanto, los efectivos de Atahualpa estaban dispersos y el Inca, además, tenía
dificultades para incluir a Pizarro y a los “hombres de la mar” en su propia
estrategia.34
La vanguardia del ejército inca estaba formada por guerreros provistos
de hondas, que hacían caer sobre el campo enemigo una verdadera lluvia de
piedras; iban seguidos por batallones armados de mazas y de hachas con
hoja de sílex, de cobre o de plata. Luego venían hombres provistos de
ayllu, arma arrojadiza formada por tres piedras unidas por cordones que
se enrollaban alrededor de las piernas del enemigo. En último lugar venían
los lanceros y los arqueros, armados de rodelas de madera y de bambú,
que llevaban camisas acolchadas de algodón. Unos músicos escoltaban las
fuerzas del Inca: tamborines, flautas tubulares y caracoles marinos de
sonido poderoso que resonaban en los valles provocando un eco aterrador.
La eficacia de los ejércitos incaicos reposaba en el encuadramiento disci-
plinado de los escuadrones y en el número de guerreros. Durante los com-
bates, este orden imponente se rompía y, para desconcertar al enemigo, los
batallones se dislocaban, entre gritos y confusión.35 Como en toda guerra,
los encuentros eran precedidos por gestos rituales. Se decía que los incas
pronunciaban un discurso convenido sobre las ventajas de la pax incaica
que proponían; esos preliminares funcionaban, en cierto modo, como un
requerimiento cuyo alcance simbólico no debemos subestimar.

« Loekhart (1972), pp. 370 y 380.


34 Sobre las estrategias militares de Atahualpa se puede consultar a Kubler (1945).
35 Jerez (1947), p. 334: “Todos vienen repartidos en sus escuadras con sus banderas y capi-
tanes que los mandan, con tanto concierto como los turcos." Según Cobo (1956), t. n, p. 256:
“el modo de pelear era embestir de tropel con gran vocería y algazara en sus contrarios para
LA CONQUISTA DEL PERÚ 413

Para los peruanos, la victoria de un ejército dependía en última instan-


cia de las fuerzas no humanas encarnadas en los huaca, entidades epóni-
mas de configuraciones diversas. En Cajamarca, como en otras partes, ca-
da grupo étnico y cada linaje tenía sus propios huaca, que tomaban la forma,
casi todo el tiempo, de una montaña, de un accidente del relieve o de un
objeto singular. Esas potencias telúricas encamaban igualmente en las
momias ancestrales que eran concebidas como especies de plantas, según
metáforas agrícolas frecuentes en esta región. Los "hombres de Cajamar-
ca" ignoraban prácticamente todo de esta metafísica andina. Y sin embar-
go, sin que ellos lo supieran, confería un sentido nuevo a sus actitudes. La
insistencia de los conquistadores en imponer su dios a sus adversarios po-
día ser interpretada a la peruana, a la manera de un desafío lanzado por
los huaca cristianos —es decir, la cruz, el estandarte de la Virgen u otro
emblema religioso— a los huaca ancestrales.

La c a pt u r a d e l In c a At a h u a l pa

El 16 de noviembre de 1532 en Cajamarca, a la puesta del sol, el Imperio


inca, que había hecho temblar a los pueblos de la cordillera de los Andes,
iba a recibir un golpe mortal. Los centinelas españoles colocados sobre el
promontorio de la ciudadela —de la "mezquita"— observaban los prepara-
tivos del ejército adversario, cuya lentitud ponía a prueba los nervios más
sólidos. Resplandores de oro ascendían del valle, pues los guerreros indios
se habían puesto sus diademas, y sus adornos cintilaban al sol. Los euro-
peos estaban preocupados: el brillo del metal que les había hecho soñar
durante las sofocantes noches del Pacífico, consolándoles de los horrores
del hambre y de las picaduras de los mosquitos, se había convertido en un
signo nefasto.36 Pizarro ordenó a los tres capitanes de caballería ocultar sus
escuadrones respectivos en los edificios de la gran plaza y estar dispuestos
a atacar a la primera señal. Después de la agitación de la víspera, un silen-
cio de plomo cayó sobre la ciudad; no se oían ya tintinear los cascabeles de
los ameses, y los caballos, como sus amos, se inmovilizaron. El gober-
nador dispuso a unos ocho hombres en tomo de los cruces que partían de la
explanada; luego, a su vez, se ocultó con los 24 soldados de infantería
restantes.37
Pizarro quería hacer creer a Atahualpa que el temor los paralizaba; por
tanto, le dejaría tomar posesión de la plaza; luego haría irrupción con su
compañía y, aprovechando la sorpresa creada, capturaría al Inca al grito de
"¡Santiago!"; la artillería de Pedro de Candia entraría en acción, y la caba-
llería se lanzaría sobre los indios. Previamente, el hermano Valverde debía
pronunciar el indispensable requerimiento. La Iglesia tenía, esta vez, el pa-
pel más arriesgado, pues el dominico debería avanzar solo hasta el centro

amedrentarlos, sin guardar concierto y orden de escuadrones formados con la traza y distin-
ción que la milicia enseña".
36 Trujillo (1948), p. 222: "tan gran resplandor que ponía espanto y temor de verlos".
” Ibid., (1948), p. 57; Estete (1938), p. 222.
414 EL NUEVO MUNDO

de una multitud cuyas reacciones se ignoraban. Antes de desencadenar las


operaciones —los peruanos parecían no tener prisa en abandonar su cam-
pamento—, Pizarro y Soto inspeccionaron las casas y exhortaron a los hom-
bres, "diciéndoles a todos que hiciesen de sus corazones fortalezas, pues
no tenían otras, ni otro s o c o it o que el de Dios".38 Por cada cristiano podían
contarse 500 indios. Así, la situación parecía desesperada, y muchos se ori-
naban, de tan intenso que era su temor.39
La espera duró toda una jomada. Pronto iba a caer la noche, y Atahualpa
seguía sin mostrarse. Pizarro le envió a un mensajero, Aldana, que masculla-
ba algunas palabras de quechua, aprendidas en el terreno. El hombre regresó
con noticias inquietantes: había visto a los peruanos ocultar armas bajo sus
túnicas, lo que revelaba mucho sobre sus intenciones y el valor de sus pro-
mesas. En ocasión de esta embajada, Atahualpa había querido arrancar su
espada a Aldana, sin lograrlo; poco había faltado para que diesen muerte al
mensajero. Por último, el Inca lo había dejado ir anunciándole que estaba
dispuesto a encontrarse con Pizarro. Aldana había vuelto precipitadamente a
Cajamarca y sólo había debido su salvación a la rapidez de su caballo.40
A la hora del crepúsculo, las fuerzas del Inca se pusieron en marcha, y pe-
netraron unas tras otras en la gran plaza. Pudo verse llegar primero a un
grupo de 300 hombres llevando camisas a cuadros rojos y blancos, como
las casillas de un tablero de damas. Dieron vuelta en torno de un gran edi-
ficio, recogiendo con sus manos hasta el menor guijarro, la menor brizna de
hierba. Luego entró un segundo contingente de un millar de hombres,
armados con picas de madera, seguido de un tercero. Tocó entonces el tur-
no al Gran Señor de las llanuras, el cacique de Chincha y de los kuraqa de
Cajamarca, llevado solemnemente en litera. Por último, sobre una silla
tapizada de plumas de loro y de placas de oro y de plata, sostenido por 80
hombres vestidos de azul, hizo su entrada Atahualpa. Se había puesto una
rica túnica y sus emblemas solares. Un soberbio collar de esmeraldas ador-
naba su cuello. Pronto, una multitud de cerca de 7 000 hombres tomó po-
sesión de los lugares.41
Como no se veía ningún español, Atahualpa creyó que habían emprendi-
do la fuga. Pero pronto el hermano Valverde, acompañado de uno de los
intérpretes y llevando en una mano la Biblia y en la otra una cruz, avanzó
para pronunciar el requerimiento: "He aquí las palabras de Dios", dijo el
sacerdote al Inca. Atahualpa tomó el libro y recorrió rápidamente sq con-
tenido. Luego lo lanzó por tierra, "no maravillándos.e de las letras ni del
papel".42 Situación insólita en que el Inca vio cómo su adversario le pre-
sentaba un sucedáneo del tejido —el término quechua que servirá para
38 Jerez (1947), p. 332.
39 Pedro Pizarro (1965), p. 177: " porque yo oí a muchos españoles que sin sentilio se orina-
ban de puro temor”.
40 Aldana "entendía un poco de la lengua de los indios porque lo avía procurado", dice
Cieza de León, que da algunos detalles sobre su entrevista con Atahualpa y sobre el retomo
del conquistador, más muerto que vivo: "Aldana que no las tenía todas consigo hizo su
acatamiento y a paso largo bolbió donde estava Pizarro", en Cantú (1979), p. 248.
41 Estete (1938), pp. 222-224, nos da la descripción más detallada de la escena.
42 Jerez (1947), p. 332.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 415

designar la escritura alfabética, quellca, que se aplicaba al dibujo de las


telas—, mientras que era él quien, según una tradición inmemorial, inau-
guraba las negociaciones con sus enemigos ofreciéndoles piezas tejidas...
Atahualpa entabló un vivo diálogo con el sacerdote: "Yo sé cómo habéis
tratado a mis caciques y robado telas en mis casas." A Valverde le costaba tra-
bajo justificar el saqueo de los graneros; en ese punto, el Inca se mostraba
intratable. "No partiré de aquí antes que se me haya devuelto todo", res-
pondió furioso. La tensión llegaba a su clímax y el dominico, recogiendo el
vuelo de su sotana, volvió a toda prisa al edificio en que se escondían Pi-
zarro y sus hombres. "¿No véis lo que pasa?”, gritó, fuera de sí. "¿Para qué
estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno de soberbia,
que vienen los campos llenos de indios? ¡Salid a él, que yo os absuelvo!"43
Pizarro tomó entonces su rodela y su espada; escoltado por sus 80 com-
pañeros, se abrió camino entre la multitud hasta llegar a la litera de Atahual-
pa y, sin vacilar, tomó al Inca por el brazo izquierdo gritando: "¡Santiago!"44
Sonaron las trompetas. A esta señal, los conquistadores se precipitaron
sobre la plaza mientras que la artillería de Pedro de Candía abría el fuego,
sembrando el pánico. Viendo al Inca por tierra —pese a los esfuerzos de
los cargadores que le defendieron hasta la muerte, relevándose para sos-
tener la silla— la multitud se precipitó fuera de la plaza. Pero los dos accesos
eran muy estrechos y muchos perecieron aplastados en la aglomeración. Un
pedazo de pared se desplomó bajo la presión de la masa, provocando cen-
tenares de muertos; las espadas hicieron el resto.45 Dos mil indios, entre
ellos el señor de Cajamarca, perecieron en menos de una hora; los españo-
les sólo tuvieron que deplorar una pérdida, la de un negro que cayó en
combate (el heraldo) y algunos heridos; entre ellos, Francisco de Jerez, que
se fracturó una pierna.46
PizaiTO no soltaba a Atahualpa, cuyo atuendo fue desgarrado por quie-
nes trataban de librarlo de la silla. El conquistador impidió a sus hombres
matarlo y él mismo, en el tumulto, recibió una herida. Cuando terminó la
confusión, el suelo de la plaza estaba cubierto de cadáveres. Pizarro se re-
plegó a la casa más grande de la plaza, con su ilustre cautivo. Puede imagi-
narse que dedicó al Inca un discurso edificante para explicarle que Dios
había querido su victoria para castigarlo por haber arrojado el libro sagra-

43 Estete (1938), p. 224. De todas las versiones que poseemos de este episodio, la de Estete
es la que mejor representa la intensidad dramática del momento; Cieza de León, en Cantú
(1979), p. 251, describe con realismo la escena: "cobrado el brevario, aleadas las faldas del
manto, con mucha priesa bolbió a Pizarro diziéndo que el tirano Atabaliba venia como daño
de perro, que diesen en él”.
44 Jerez (1947), p. 332; el primero que puso la mano sobre Atahualpa fue un tal Miguel Estete
de Santo Domingo, “hombre de a pie", homónimo y pariente del otro Estete, el cronista; en la
confusión, hirió accidentalmente a Pizarro. Cieza de León, en Cantú (1979), cita su nombre,
p. 252. Para una breve biografía de ese personaje, véase a Lockhart (1972), pp. 320-322.
45 Trujillo (1948), p. 59: "y en las calles que defendían la salida apechugaron con un lienzo
de unas parés y lo hallanaron por el suelo, y allí en la plaza cayó tanta gente una sobre otra
que se ahogaron muchos, que de ocho mil yndios que allí murieron más de las dos partes
fueron muertos de esta manera”.
46 Jerez (1947), p. 333: "En todo esto no alzó indio armas contra español."
416 EL NUEVO MUNDO

do,47 haciendo mención a los héroes de novela que Cervantes parodiaría


mucho más adelante. Después de tantas emociones llegó la hora de comer,
y el gobernador hizo los honores de su mesa a Atahualpa. Permitió al Inca
disponer de algunas mujeres para su servicio e hizo que le instalaran un
lecho en su cámara.48 El botín de la batalla superó las esperanzas de los
vencedores. Además de los objetos de oro y de plata, las piedras preciosas,
los vasos y las telas, los españoles capturaron gran número de mujeres de la
corte del Inca, algunas de las cuales eran "muy hermosas y atractivas, de
largos cabellos y vestidas según su modo, que es el de los nobles."49 Las
crónicas sugieren púdicamente lo que debió ser el reposo de los guerreros
de Cajamarca.
La facilidad con que los españoles obtuvieron esta victoria puede pare-
cer incomprensible. Lo cierto es que los peruanos no entablaron el com-
bate, cuando los conquistadores estuvieron a su alcance. En lugar de tomar
a los españoles por la retaguardia, el capitán Rumiñahui, "Ojo de Piedra",
huyó con sus tropas hacia el norte. Indiscutiblemente la ayuda prestada por
ciertos caciques a los conquistadores, las divisiones entre los dos Incas y el
recuerdo de las invasiones cuzqueñas decidieron a cierto número de etnias,
si no a unirse a los españoles, al menos a no obstaculizar su avance. Éstos
disponían de armas más eficaces, especialmente las espadas y los cuchillos
de acero de Toledo, los más resistentes de Europa. En cuanto a los arca-
buces, eran de uso menos común, por ser pesados de llevar y de maniobra
complicada. En cambio la caballería, lanzada contra hombres a pie y ex-
tremadamente móvil —los conquistadores habían adoptado la equitación
a la jineta de los árabes, lo que les dejaba una mano libre para luchar y
permitía a sus monturas cargar o dar vuelta con gran agilidad—, desem-
peñó un papel determinante, intensificado por el efecto de la sorpresa y del
pánico.50 Los caballos aterrorizaban a los indios, que los tomaban por mons-
truos, aunque Atahualpa se había esforzado por tranquilizar a sus súbditos
afirmando lo contrario.51 Por último Pizarro, que al menos desde la víspera
conocía el ritual que rodeaba a Atahualpa, había acabado con su aura, to-
mándolo directamente del brazo. Con ese gesto sacrilego el conquistador
acababa de poner al desnudo al soberano —por lo demás, lo estaba literal-

Ibid., p. 333.
48 Ibid., p. 333: "Se fueron a cenar y el Gobernador hizo asentar a su mesa a Atabaliba [...]
mandó dar de sus mujeres que fueron presas las que él quiso para su servicio, mandóle dar
una cama en la cámara que el mismo Gobernador dormía."
49Cieza de León, en Cantó (1979), p. 253.
50 A propósito de las armas de los españoles, véase Hemming (1984), pp. 105-107; sobre los
caballos de los conquistadores, Cunningham Graham (1930). La confusión de Cajamarca
tiene su equivalente contemporáneo en Bucarest, donde un petardo, lanzado en la plaza el
21 de diciembre de 1989 en el momento de la alocución de Nicolás Ceausescu, sembró el pá-
nico entre la multitud con los resultados que todos sabemos. Véase el documento filmado y
presentado en Anlenne 2 el 21 de diciembre de 1990.
51 Cieza de León, en Cantó (1979), p. 244, atribuye a Atahualpa las frases siguientes: "Qué
pensáis que no son aquellos sino animales que en la tierra de los que los traen na<;en como en
la vuestra ovejas y cameros para que huyáis dellos?" Según Kubler (1945), pp. 420-421, los
españoles eran considerados como simples seres humanos por Atahualpa.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 417

mente, ya que le habían arrancado la túnica—, reduciéndolo a la condi-


ción de simple mortal.52
¿Tomaron los peruanos a los españoles “por dioses"? Los conquistadores
tenían interés en darse esta reputación.53 Se ha conservado en la memoria el
éxito logrado por Pedro de Candía con su arcabuz, que los indios confun-
dieron con el rayo. En cuanto a Pizarro, su rango y su potencia le valieron el
título de apo, concedido a la vez a los grandes señores, a los antepasados y
a los poderosos huaca de la montaña. Sin embargo, es poco probable que la
identificación de los españoles con Viracocha, figura mítica de los Andes, de
atributos múltiples, asociado al sol y al rayo, naciera ese día. El hecho es que
“los hombres de la mar" habían llegado del sitio en que Tici Viracocha había
desaparecido después de haber creado a la humanidad.54
Los españoles no eran tomados como dioses por la sencilla razón de que
éstos no existían en la visión del mundo incaica, al menos, no en el sentido
que nosotros le atribuimos a esa palabra. Tampoco eran huaca, pues esos
entes estaban ligados al sol, a la tierra y a las raíces profundas que las fa-
milias mantenían con la tierra y con sus ancestros momificados. Colocados
necesariamente bajo el signo de la errancia, eran, incluso, todo lo contra-
rio, y esto era precisamente lo que los hacía tan temibles: "los hombres de la
mar" estaban, a ojos de los peruanos, desprovistos de todo anclaje telúrico.
Llegados de la nada, desarraigados, fuera de su comunidad, los conquistado-
res representaban para ese pueblo agrario una verdadera aberración: eran
gente sin tierra, desterrados.55

52 Pedro Pizarro (1965), p. 178: "porque a no prendelle, no se ganara la tierra como se


ganó"; ese mismo cronista explica (p. 187) que todo lo que había sido tocado por el Inca era
recogido y quemado para que nadie lo tocara.
53 Eso es lo que afirma Franklin Pease (1989).
54 Pedro Pizarro (1965), p. 183; "Testimonio de don Cayo Inca", 1572, en Guillén Guillén
(1978), p. 41: "Este testigo oyó decir y se dijo públicamente que habían venido unos hijos de la
mar y que venían por todos los pueblos de la orilla del mar conquistando y peleando con los
indios naturales de estas partes y que los vencían a todos [...] se rindieron porque decían que el
hombre y el caballo era todo uno y que sacando el caballo la cola mataban los indios, que pen-
saban que el arcabuz era la cola del propio caballo y lo mismo la espada”, Cieza de León, en
Cantú (1979), p. 256. El acercamiento de Viracocha y los invasores es más tardío; entonces,
Viracocha es considerado como una especie de apóstol, y sus rasgos son los de un misionero,
como aparece claramente en el texto de Betanzos (1987), pp. 14-15: "y dejando orden como
después que él pasase produciese los orejones se partió adelante haciendo su obra y como llega-
se a la provincia de Puerto Viejo se juntó allí con los suyos [...] se metió por el mar juntamente
con ellos por do dicen que andaba él y los suyos por el agua así como si anduviera por la tierra”.
55 Eso es lo que sugiere la versión de Zárate (1947), que data de 1555, p. 463: “Por toda la
costa salían a ellos indios de guerra dándoles gritas y llamándolos desterrados, y que tenían
cabellos en las caras y que eran criados del espuma de la mar, sin tener otro linaje pues por
ella habían venido, y que para qué andaban vagando el mundo; que debían ser grandes hol-
gazanes pues en ninguna parte paraban a labrar ni a sembrar tierra."
418 EL NUEVO MUNDO

To d o e l o r o d el Pe r ú

Atahualpa

era hombre de treinta años, bien apersonado y dispuesto, algo grueso; el rostro
grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre; hablaba con mucha
gravedad como gran señor; hacía muy vivos razonamientos y entendidos por los
españoles conoscían ser hombre sabio; era hombre alegre aunque crudo; ha-
blando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría.56

Al comienzo, había creído que Pizarro le daría muerte "y le dijeron que no,
porque los christianos con aquel Ímpetu matavan, mas que después, no, y le
hicieron entender que él se iría a Quito a la tierra que su padre le dejó".57 De
hecho, el Inca había prometido a Pizarro llenar una casa con todo el oro del
Perú para pagar su rescate. Le señaló la existencia del santuario de Pachaca-
mac, situado en la costa, al sur de Tumbes, donde podría encontrar todas las
riquezas que quisiera. ¿Cálculo pérfido? La huaca de Pachacamac no había
sabido predecir la derrota del Inca. Excitando a los españoles a saquear ese
santuario, Atahualpa se vengaba del silencio del oráculo.
Hernando Pizarro, acompañado de los artilleros y de 20 jinetes con ca-
ballos herrados con oro —el hierro faltaba en aquellas provincias—, atra-
vesó la región de Jauja.58 Luego los conquistadores llegaron, no lejos de
Chincha, a la gran huaca de Pachacamac, que dominaba el inmenso mar
gris. Jamás sabremos si el maleficio de ese paisaje actuó sobre un hombre
tan poco inclinado a las emociones como Hernando, ni si su mirada se posó
sobre los pelícanos de la playa y las embarcaciones de los pescadores, que
las olas habían hecho regresar a la orilla. En todo caso, el santuario los de-
cepcionó. Habían imaginado, sin duda, un palacio de oro lleno de piedras
preciosas. En su lugar encontraron una sala oscura y hedionda —sin du-
da, a causa del olor de la sangre y de los restos de las ofrendas animales—,
en que se levantaba una figura de madera que los indígenas veneraban.59
Al pie de este ídolo rústico alguien había dejado algunas joyas de oro, que no
compensaban los peligros corridos en el camino. Imitando al ilustre Cor-
tés, Hernando destrozó el ídolo, y los kuraqa de los alrededores se inclina-
ron ante el nuevo señor. Luego interrogó a un viejo guardián del santuario,
que se negó a entregarle sus tesoros. Pero más de 20000 indios, enterados
de la llegada de los extranjeros, acudieron de todos los valles cercanos,
llevando los presentes más diversos: oro y plata, para pagar el rescate del
Inca, así como pájaros, patos, sapos, culebras, tejidos, jarras de cerveza,
joyas, llamas y mujeres.60 Hernando ordenó hacer unos bultos y expidió el
botín a Cajamarca. En el camino de regreso, volvió a pasar por Jauja, donde

56 Jerez (1947), p. 236.


57TrujilIo (1948), p. 59.
58 Mena (1938), p. 321.
59 Estete (1947), p. 339. Hernando Pizarro (1938), pp. 260-262.
60 "Testimonio de Diego Cayo Inga", en Guillén Guillén (1978), p. 46.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 419

tomó como rehén al kuraqa Chalcuchima. Éste compareció en presencia


del Inca: llevando sobre las espaldas una carga en señal de humildad y le-
vantando los brazos al cielo, dio gracias al sol por haberle permitido volver
a ver a su amo.
Pizarro envió igualmente a tres españoles a Cuzco, acompañados de un
orejón y de un cortejo de indios. Martín Bueno, Pedro Martín de Moguer y
un negro anónimo atravesaron la cordillera central en litera, a la manera
de los kuraqa, y fueron tratados como tales. Al llegar a Cuzco, uno de los
capitanes de Atahualpa, Quizquiz, manifestó curiosidad hacia aquellos
extranjeros por los que, por lo demás, no concibió ninguna estima.61 Fue-
ron recibidos por los partidarios de Huáscar, el rival de Atahualpa, quien
contaba con aquellos desconocidos para que lo libraran del Inca de Quito.
Los españoles descubrieron las fabulosas riquezas de Coricancha, el templo
del Sol: se apoderaron de los animales y de las plantas esculpidas, de per-
las, de placas y de discos que los habían maravillado, y los mandaron a Ca-
jamarca, a lomo de hombre. Al lado de esos tesoros dignos de Salomón ob-
servaron costumbres extrañas. Cuando quisieron penetrar en un recinto
del templo, a la entrada, una mujer con máscara de oro, que se abanicaba
y ahuyentaba las moscas, los obligó a descalzarse; ellos obedecieron, y en
el interior encontraron formas humanas disecadas y suntuosamente vesti-
das. Eran las momias de los Incas. ¿Quién sabe qué impresión provocaron
aquellos cadáveres sobre los españoles? Respetando la promesa hecha a Ata-
hualpa, no tocaron los objetos consagrados al culto de sus antepasados.62
En Cajamarca la vida había tomado un ritmo nuevo. Pizarro se había
apresurado a consagrar ahí una iglesia y a distribuir las tierras de la comu-
na. El cautiverio no impedía a Atahualpa recibir cada día la visita de los
señores y de los miembros de su casa; rendían homenaje a Pizarro y se in-
clinaban ante él, respetando el ritual de sumisión al Hijo del Sol.63 Gran
número de mujeres —tenía cerca de 5 000 concubinas— lo acompañaban.
Tejían para él, como en el pasado, telas espléndidas, cuya finura y motivos
fascinaban a los españoles; gracias a ellas, nunca faltaba la cerveza de
maíz y, con su presencia y sus actividades, mantenían la ilusión de una
continuidad, rota por las innovaciones de Pizarro. Entre esas mujeres se
encontraba la joven y graciosa Quispe Sisa, hija de Huayna Capac, de 17
años. Atahualpa la ofreció a Pizarro para sellar una alianza con su nuevo

61 Jerez (1947), p. 335; Pizarro (1965), p. 183; Mena (1938), p. 320: ‘‘llevaron mucha gente
que los llevaron en hamacas y eran muy bien servidos". Quizquiz "estimó muy poco a los cris-
tianos aunque se maravilló mucho de ellos"; Cieza de León, en Cantó (1979), p. 264: "servían-
los los indios por dondequiera que pasavan: no faltava sino adorallos por dioses, según los
estimavan. Crían que avía en ellos encerrada alguna deidad”.
62 Mena (1938), pp. 320-321: "en aquella casa estaban muchas mujeres y estaban dos indios
en manera de embalsamados y junto con ellos estaba una mujer viva con una máscara de oro en
la cara aventando con un aventador el polvo y las moscas [...] La mujer no los consintió den-
tro si no se descalzasen y descalzándose fueron a ver aquellos bultos secos y les sacaron
muchas piezas ricas; y no se las acabaron de sacar todas porque el cacique Atabaliba les
había rogado que no se las sacasen diciendo que aquel era su padre el Cuzco”.
63 Jerez (1947), p. 336: “como ante él llegaban, le hacían gran acatamiento, besándole los
pies y las manos; él los recibía sin mirallos”.
420 EL NUEVO MUNDO

amo. La Pizpita, como la llamó el conquistador, por el nombre de un pájaro


de Extremadura, bonito y vivaracho como ella, se volvió su compañera
después de ser bautizada con el nombre de doña Inés Yupanqui. Poco tiem-
po después, dio a Pizarro dos hijos, Francisca y Gonzalo.64
Las jomadas transcurrían en visitas, promesas e intrigas de todas clases.
Atahualpa había aprendido a jugar al ajedrez con Hernando. De todas las
regiones del reino convergían cargamentos de oro y de plata para reunir el
rescate. Por muy excepcional que parezca, la situación evoca en ciertos
aspectos el encuentro entre Cortés y Moctezuma 12 años antes. Mientras
que los españoles seguían con sus viejos atuendos castellanos, a los que la
luz del sol y el polvo de la sierra habían dado un color indefinible, Atahual-
pa se ponía cada día atuendos reales con los que nunca se ataviaba dos
veces; muchos debieron envidiarle el manto de pelo de murciélago que sus
súbditos de Manta habían confeccionado para él.
Sin embargo, dos noticias vinieron a empañar el triunfo de Pizarro: el
anuncio de la muerte del medio hermano de Atahualpa, Huáscar, ejecuta-
do sin que lo supiera Pizarro, y la llegada de Diego de Almagro. El Inca de
Cuzco había caído en manos de las tropas leales a Atahualpa, y fue ama-
rrado con unas cuerdas que le atravesaban los hombros, de parte a parte.
Temiendo que fuese liberado por los españoles, los partidarios de Atahual-
pa lo remataron, arrojando su cadáver a un río y privando así al último
soberano de Cuzco de sepultura y de eternidad.65 Atahualpa se defendió de
la acusación de haber ordenado secretamente la ejecución de su hermano,
pero la muerte de Huáscar servía a sus intereses y no es muy creíble que
sus partidarios hayan realizado tal atrocidad sin su consentimiento.
Mientras tanto, Diego de Almagro por fin había desembarcado en Puerto
Viejo con un centenar de hombres y se había dirigido a San Miguel, donde
recibió la noticia de la hazaña de Pizarro. Respetando los acuerdos de
compañía que lo ligaban al gobernador, subió hasta Cajamarca y fue bien
recibido por su amigo, a quien llevaba los refuerzos necesarios para la prose-
cución de la Conquista. Pero Atahualpa, que no había perdido la esperanza
de recuperar el dominio de la situación, vio con malos ojos la llegada de
esas tropas suplementarias. Comprendió entonces que el mar no era la ba-
rrera infranqueable que él y sus antepasados habían imaginado; al mismo
tiempo, el Tawantinsuyu, cuyos contornos se confundían con el universo,
dejaba de ser el corazón de éste. Almagro, por su parte, desconfiaba del
Inca, de quien sospechaba que, desde lejos, dirigía a sus capitanes. Le pa-
recía que la liberalidad de Pizarro para con Atahualpa amenazaba la pro-
secución de las operaciones, pues el Inca recibía cotidianamente emisarios
y sin duda tramaba una conspiración. Almagro pidió, pues, la eliminación
del soberano.

64 Rostworowski (1989), p. 17; esta unión sólo duró dos años. En 1538, Inés Yupanqui ya
era la esposa legítima de Francisco de Ampuero, paje de Hernando Pizarro. Francisca Pizarro
casó después con su tío Hernando y vivió en España.
65 Pedro Pizarro (1965), p. 179: "porque le habían tratado muy mal al Guascar en la prisión
y le traían horadadas las astillas de los hombros y por ellas metidas unas sogas". Cieza de
León, en Cantú (1979), p. 263: “caso lamentable por aquellas gentes que tienen a los ahoga-
LA CONQUISTA DEL PERÚ 42!

La m u e r t e de At a h u a l pa

Con el retorno de las dos expediciones, la de Hernando Pizarro a Pachaca-


mac y la de los tres emisarios a Cuzco, el botín recogido alcanzó propor-
ciones fabulosas. El rescate de Atahualpa estaba largamente cubierto, pero
Pizarro temía liberar al Inca y difería el cumplimiento de sus promesas.
Desde Cuzco, los españoles volvieron con maravillas de orfebrería después
de haber saqueado el templo del Sol. Todas las piezas fueron fundidas para
proceder al reparto del botín entre todos "los de Cajamarca", sin olvidar a
Almagro y a sus hombres ni a los colonos que se habían quedado en San
Miguel.66 El hecho, cien veces ya repetido en México y en la Castilla del Oro,
borraba para siempre la perfección de las formas y la belleza del trabajo
de los orfebres. Después de ser tan codiciado, el oro dejó de ser una rareza;
en cambio, el precio de los caballos y hasta del vino alcanzó sumas exorbi-
tantes. Los patrones habituales ya no tenían curso. Como en México, la in-
vasión española inauguraba una fase de gran turbulencia en la que, para
todos, conquistadores e indios, las señales se confundían.
Hernando fue encargado por su hermano de escoltar el quinto del botín
que correspondía a la Corona; esta fortuna serviría para financiar la guerra
del césar Carlos contra los turcos. Aquellos a quienes la campaña había de-
cepcionado y que sentían la nostalgia del terruño partieron rumbo a España
junto con él. Un enorme rebaño de llamas salió de Cajamarca con direc-
ción a la costa del Pacífico, con el precioso cargamento. Luego, unos navios
lo llevaron hacia el norte y cuando los conquistadores tocaron Panamá,
antes de llegar a las orillas atlánticas, la noticia de las riquezas prodigiosas
del Perú cundió como reguero de pólvora, haciendo acudir a los Andes a
centenares de aventureros.
La partida de Hernando no facilitó las cosas para Atahualpa. Parece que
entre los dos hombres había nacido una cierta amistad. Viendo alejarse al
hermano de Pizarro, el Inca, con razón, temió por su vida. Por Cajamarca
circulaban los rumores más inquietantes. Decíase que el capitán Rumi-
ñahui estaba reuniendo un ejército de 200000 hombres de guerra y de
30 000 guerreros antropófagos originarios de la selva para exterminar a los
españoles. El intérprete Felipillo contribuyó a alimentar esos rumores, que
por lo demás no eran tan infundados como lo aseguraba Atahualpa. Felipi-
llo pertenecía a una etnia de la región de Piura, y detestaba al Inca. Se-
ducido por una de las mujeres del soberano a la cual no podía pretender,
intrigó ante Pizarro, traduciendo erróneamente las frases de Atahualpa y
de Chalcuchima, para hacerle creer que en Caxas se preparaba una ope-
ración de represalia. El gobernador envió ahí sin demora a Hernando de
Soto, el hombre de las misiones difíciles. El ambiente se puso tenso y, ce-
diendo a las presiones de Almagro y de una gran parte de las tropas, Fiza-
dos e quemados con fuego que van condenados y estiman que les hagan sepoitoras mañificas
donde sus guetos descansen...".
66 Conocemos las cantidades exactas por el testimonio de Pedro Sancho de la Hoz. quien
hizo el informe a Carlos V. Sancho de la Hoz (1938), pp. 185-194; Lockhart (1972) trata esta
cuestión con detalle aclarando los puntos que hasta entonces estaban oscuros.
422 EL NUEVO MUNDO

rro, a su pesar según dicen todas las fuentes, condenó a Atahualpa a la pena
capital para asegurar la salvación de los conquistadores.67
Acusado de usurpador, fratricida, idólatra, polígamo y rebelde, Atahualpa
fue condenado a perecer en la hoguera. Temiendo esta forma de muerte,
tanto más atroz cuanto que destruiría para siempre su cuerpo y, según las
concepciones andinas, le bloquearía el camino de la ancestralidad, Ata-
hualpa aceptó convertirse al cristianismo para librarse de ella. Antes de
morir, el soberano confió el destino de sus hijos a Pizarro, a quien, no
olvidemos, le había dado a su propia hermana.68 El hermano Valverde lo
bautizó, y el Inca fue muerto a garrote en la plaza como un vulgar malhe-
chor, el 29 de agosto de 1533. Al espectáculo de la muerte del Hijo del Sol,
se elevaron clamores por toda la ciudad: sus súbditos se dejaban caer por
tierra, postrados como si estuviesen ebrios.69 Muchos, entre sus mujeres y
sus servidores, quisieron ser enterrados vivos con su Inca. Los conquista-
dores tuvieron dificultades para contener los accesos de desesperación que
se apoderaron de los indígenas. Acababan de cometer un regicidio, y todo
el oro del Perú no bastaría para limpiar la sangre derramada.
Atahualpa no tuvo el destino de Boabdil. Sin embargo, por un momento
se pensó en exiliarlo a España, y querríamos imaginar lo que habría sido
la vida del Inca, retirado en algún monasterio en la sierra de Gredos, a la
sombra de aquellas montañas ibéricas que habrían despertado en él la nos-
talgia de sus huaca ancestrales.
Antes de su ejecución, Atahualpa hizo saber a sus más próximos que si
no lo quemaban retomaría, pues su padre el Sol le haría revivir. Lo ente-
rraron en la catedral, que aún no era más que una modesta iglesia. Algún
tiempo después, su cuerpo fue exhumado y llevado en secreto a Quito, su
ciudad natal. Se desconoce el lugar de su sepultura, pero su muerte ignomi-
niosa hizo de Atahualpa el símbolo de todos los pueblos de los Andes, bo-
rrando así las disensiones que habían precipitado su pérdida. Hasta el día
de hoy, aguardan su retomo.70
La noticia de la ejecución contrarió a Carlos V, quien lo hizo saber a Pi-
zarro. Así como no habían faltado conquistadores que condenaran la muerte
de Cuauhtémoc, último soberano mexica, españoles como Oviedo o como
Cieza de León denunciaron la atrocidad: “la más mala hazaña" cometida
en las Indias.71
67 Pedro Pizarro (1965), p. 185; Jerez (1947), p. 344: "por la seguridad de los cristianos y
por el bien de toda la tierra", Pedró Pizarro (1965), p. 185: “Yo vide llorar al marqués de pe-
sar por no podelle dar la vida, porque cierto temió los requerimientos y el riesgo que había en
la tierra si se soltaba".
68 Sancho de la Hoz (1938), p. 121.
69 Pedro Pizarro (1965), p. 186: "Cuando le sacaron a matar, toda la gente que había en la
plaza de los naturales, que había harto, se postraron por tierra, dejándose caer en el suelo
como borrachos.”
70 Ibid., p. 186; Cieza de León, en Cantú (1979), p. 286: “dizen algunos de los indios que
Atavaliba dixo antes que le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le bolverían a ver
hecho culebra. Dicho dellos han de ser”. Sobre los mesianismos que nacieron después de la
ejecución de Atahualpa existe una bibliografía importante. Mencionemos aquí dos de las obras
más recientes: Flores Galindo (1987) y Manuel Burga (1988).
71 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 282: "la mas mala hazaña que los españoles an hecho
LA CONQUISTA DEL PERÚ 423

La in v a s ió n d e l o s An d e s

A la muerte de Cuauhtémoc, la Nueva España se encontraba desde hacía


varios años bajo administración española. Nada de eso había en el Perú.
Tras la ejecución de Atahualpa, había que mantener a cualquier precio la
ficción de la continuidad del Imperio inca. Según el “derecho natural” que
por esta época regía, supuestamente, todas las sociedades humanas, el
Perú poseía un soberano y era impensable, al menos en los primeros tiem-
pos de la conquista, que su “trono” fuese usurpado por un conquistador.
Sin contar con que un rehén Inca constituía una considerable carta de
triunfo para la pacificación del país. Pizarro escogió a un gris personaje
llamado Tupac Hualpa, hermano de Huáscar, quien, con el consentimien-
to de los señores, fue elevado al rango supremo después de la celebración
de los ritos antiguos.72
Durante los meses que siguieron a la ejecución de Atahualpa, Pizarro se
dedicó a fundar ciudades y a gobernar un país inmenso, siempre dispuesto
a rebelarse contra los nuevos amos. Tuvo que hacer frente a muchos otros
conquistadores que amenazaban con robarle una parte de ese territorio
que él consideraba como su patrimonio personal desde antes de haberlo
ocupado. Naturalmente, desconfiaba de Almagro, pero sobre todo de los
recién llegados como Pedro de Alvarado, que había desembarcado en Puer-
to Viejo con veteranos de Guatemala y que se aprestaba a marchar sobre
Quito. Al lado de Alvarado se encontraba un hombre de linaje prestigioso,
el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, cuyos antepasados habían dado
lustre a la historia de la Reconquista. Sebastián narrará después a su hijo
—el futuro Inca Garcilaso— las peripecias de esta expedición que fue una
verdadera pesadilla. La selva, las gargantas nevadas, el frío y las enferme-
dades diezmaron la columna. Conservemos una sola imagen para evocar
esta frustada aventura: la de aquel español arrastrando a su esposa en
compañía de dos niñas, al cabo de sus fuerzas. Al no poder socorrerlas o
llevárselas, se detuvo con ellas en alguna parte de la cordillera, donde los
cuatro perecieron de frío.73
Pizarro envió a Benalcázar a Quito para tomar posesión de esas tierras
en su nombre y en el de Su Majestad, para adelantarse así a Pedro de Alva-
rado. En las márgenes del imperio, en la región de Quito, la ejecución de
Atahualpa había -trastornado el orden antiguo. El actual Ecuador había
estado en gran parte poblado por mitimaes. Cuando esas poblaciones des-
arraigadas, provenientes de regiones remotas y leales a la autoridad in-

en todo este imperio de Indias y por tal es vituperada y tenida por gran pecado”. Véase tam-
bién la opinión de Oviedo ("no fue pequeño delicto"), en Gerbi (1978), p. 430.
72 Según Cieza de León, en Cantú (1979), p. 288, el nuevo Inca era un hijo de Atahualpa:
Toparpa. "Pizarro fué contento y juntó a los señores naturales: al modo de sus antepasados le
saludaron por nuevo rey matando por sacrificio un cordero de una color sin mancha, ponién-
dose algunas diademas de pluma por lo honrar.” Sancho de la Hoz (1938), pp. 122-124, da,
asimismo, detalles del ritual.
73 Zárate (1947), p. 482.
424 EL NUEVO MUNDO

caica, se enteraron de que ya no había Inca, llegaron a la conclusión de


que ya no tenían que dar cuenta de sus actos y de sus obligaciones. Creyendo
con precipitación que los españoles desconocerían los nexos tributarios
que los unían a la autoridad de Cuzco, nexos contabilizados con toda pre-
cisión en sistemas de cuerdecillas —los quipus—, los mitimaes tomaron las
armas contra los invasores y se unieron a Rumiñahui, el capitán de Alahual-
pa, nuevo amo de la región. Rumiñahui, que no pensaba ni por un momen-
to en restaurar el régimen anterior, prendió fuego a Quito, mató a un herma-
no de Atahualpa y con su piel se hizo un tambor; por último, se apoderó de
los hijos del soberano para impedir que los españoles los utilizaran.74 En
1534, sobre los escombros de la vieja capital de Atahualpa, Benalcázar
fundó la ciudad española de Quito. La resistencia de los rebeldes fue sofo-
cada gracias a la colaboración de los señores locales y de los cañari. Por
último, Rumiñahui fue capturado en Sigchos, cerca de Latacunga, y ejecu-
tado a flechazos después de haber sufrido tortura.
Por su parte, Pizarro se preparaba para marchar hacia la capital del im-
perio después de pasar siete meses en Cajamarca. Partió con el capitán Chal-
cuchima y el nuevo Inca en una litera. A pesar de llevar esos rehenes —o al
menos, esas prendas de paz— las tropas chocaron con un levantamiento
indígena cuyo propósito era vengar a Atahualpa. Tupac Hualpa, que había
garantizado el avance de los españoles, fue envenenado por Chalcuchima
en Jauja. Otro hijo de Huayna Capac, enviado como avanzada por Pizarro
con un cacique, pereció a manos de los rebeldes que lo consideraban como
un traidor al servicio de los invasores.75 Acosados constantemente por
los indígenas, los conquistadores llegaron a dividir, en provecho propio, a los
huancas y a instalarse en el soberbio valle de Jauja, sin dominar, empero,
la situación. Ya era urgente tomar Cuzco para sofocar las revueltas locales.
Un primer destacamento a las órdenes de Soto partió de Jauja; Pizarro
debía alcanzarlo con Almagro. En camino, los relinchos de los caballos pro-
vocaban un miedo pánico desde que se dejaban oír. La evocación de esos
animales exóticos bastaba para hacer perder la razón a los indios.76 Sin em-
bargo, los equinos soportaban mal las grandes alturas y eran víctimas del
soroche (mal de montaña); muchos murieron antes de que las caballerías
lograran adaptarse a la cordillera. Soto atravesó el actual departamento de
Ayacucho, franqueó unas cañadas que parecían más cercanas a las nubes
que a la tierra, y recorrió unas pendientes talladas en forma de gradas, que
los campesinos mantenían con sumo cuidado; por último, volvió a ascender
por la calzada de Chinchasuyu, uno de los Cuatro Orientes del imperio, y

74 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 297: "Los que eran mitimaes e tenían mando en estas
comarcas hizieron lo que los otros que fué ocupar cada uno lo que podían. Sabían que no
avía Inga que les pidiese quenta e que los españoles entendían poco de quipos que heran a
quien ya temían y aviendo hecho liga por todos para les dar guerra [...] eligieron por capitán
general a Rumiñahui." Sobre la conquista de Quito, Borchart de Moreno (1981), pp. 179-185.
El destino de los hijos de Atahualpa fue investigado por Oberem (1976); en el segundo tomo,
consagrado a los mestizajes; volveremos a ello.
75 Cieza, en Cantú (1979), p. 291.
76 "El pensar en los cavallos los desatinava”, Cieza, en Cantú (1979), p. 313.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 425

avanzó en dirección de Cuzco. Deseaba llegar primero que nadie, costare lo


que costare, a la capital del Tawantinsuyu.
Pero Pizarro no era hombre que se dejara robar una conquista que había
pagado cara en los manglares del Pacífico; acompañado de Almagro, alcan-
zó a Soto en Vilcaconga, a tiempo para conjurar la traición de Chalcuchi-
ma que, en connivencia con el capitán Quizquiz, se preparaba a caer sobre
la columna de Soto. Chalcuchima fue desenmascarado y condenado a la
hoguera; rechazó el bautismo y murió invocando a Pachacamac.77 A cua-
tro leguas de Cuzco, un hijo de Huayna Capac se presentó a los españoles
como sucesor legítimo de su hermano Huáscar: era Manco Inca.

Los TESOROS DE CUZCO

Ningún conquistador ha hablado de la pérdida del aliento y del corazón que


se les salía del pecho: no tenían medios de saber que Cuzco estaba edificada a
más de 3 500 metros de altitud. Ninguno mencionó su atmósfera cristalina ni
la majestad del sitio, pero comparando el "Ombligo del Mundo" con Burgos,
Miguel Estete acaso quisiera evocar esta pureza del aire, que la meseta cas-
tellana comparte modestamente con los altos valles andinos.78 Los españoles
entraron en triunfo en la ciudad abandonada por las tropas de Quizquiz, que
se habían batido en retirada después de algunos enfrentamientos. De todas
partes, la gente acudió a ver a los nuevos amos y a observar los célebres ca-
ballos, que ya no tenían aspecto muy fiero tras el recorrido agotador de la
sierra. Los Pizarro y sus compañeros de Trujillo se instalaron en un barrio,
mientras que Hernando de Soto y los suyos ocupaban otro. Almagro no se inte-
gró a la partida pues de Vilcaconga había tomado el camino de Quito, a soli-
citud de Pizarro, para secundar a Benalcázar.
La estación de lluvias iba a comenzar y desde la ciudad se escuchaba el
sonido de los tamborines que celebraban a los vivos y los muertos. Danzas y
cantos se mezclaban con embriaguez. Había transcurrido un año, casi al día,
desde que Soto y Hernando Pizarro habían encontrado a Atahualpa en Caja-
marca.79 ¿En qué condiciones podrían desarrollarse en aquel año de 1533 las
fiestas de Capac Inti Raymi, que debían conjurar el mal tiempo y asegurar
la buena marcha del mundo? Por esta época, en tiempos que ya parecían
idos, el Inca se lavaba de toda mancha para evitar la conjunción funesta
con los astros y las fuerzas telúricas. Pero ya no había Inca; se había con-
sumado la ruptura y la administración, poco antes tan eficaz, del Tawan-
tinsuyu, se hundía por doquier. La llegada de Manco Inca con los conquis-

77 Sancho de la Hoz (1938), p. 154. Chalcuchima había creído poder manipular a Pizarro
para llegar a ser, a su vez, Inca; Pizarro también había pensado en utilizar la influencia de
Chalcuchima para facilitar la conquista. De hecho, a la muerte de Atahualpa, sus capitanes se
erigen en nuevos señores, arrastrando en sus facciones a los españoles. Sobre ese punto,
véase Kubler (1945), pp. 426-427.
78 Estete (1938), p. 239.
79 Hemos conservado aquí la fecha que da Sancho de la Hoz (1938), p. 157; la fundación de
la ciudad data del mes de marzo de 1534.
426 EL NUEVO MUNDO

tadores no modificaba nada. Pizarro lo había entronizado desde el día si-


guiente de su llegada para aprovechar la presencia de los señores en la ciu-
dad. El gobernador tenía interés en dividir a la población y en aislar a los re-
beldes de Quizquiz y de Rumiñahui, hostiles a toda colaboración con los
españoles.
Los conquistadores descubrieron con asombro una ciudad monumental
formada de sólidos edificios de piedra separados por callejuelas. Cuzco no
podía compararse con México-Tenochtitlan, ni por su extensión —abriga-
ba unas cuatro mil almas, aunque estaba situada en un valle muy pobla-
do— ni por su trazo. En esta ciudad andina no había ni canales venecianos
ni terrazas floridas y, ciertamente, tampoco aquel hormiguero humano que
dejó estupefactos a los compañeros de Cortés. Sin embargo, tras esas pare-
des relativamente austeras, pese a la perfección de la talla de las piedras y
la pureza de las líneas, se acumulaban riquezas incalculables. A pesar del
considerable tributo que la ciudad había entregado para el rescate del Inca
y de la razzia de Quizquiz, las casas de Cuzco aún abrigaban maravillas de
orfebrería.
Los españoles se enteraron de que Cuzco había sido fundada en tiempos
remotos por el primero de los Incas, llamado Manco, como aquel al que
acababan de investir, sin que, al parecer, les llamara la atención la coinci-
dencia. Manco había salido de una caverna con sus hermanos y hermanas.
En época más reciente, Pachacuti había secado un pantano y trazado la gran
plaza de Huacapata. Tupac Inca había continuado esos trabajos y bajo su
supervisión la ciudad se había engrandecido considerablemente. Los lina-
jes de la nobleza habitaban en tomo de Coricancha, el templo del Sol. Los
otros habitantes estaban repartidos, según su rango, en círculos concén-
tricos, mientras que sobre los flancos de la colina se elevaban casas más
modestas, de adobe, con techo de paja. Dominaba la ciudad una cindadela
considerada inexpugnable, construida con enormes bloques de piedra al
precio de esfuerzos ciclópeos, Saqsahuaman, el “Águila terrible". Para Pedro
Sancho, la triple línea de fortificaciones escalonadas de Saqsahuaman valía
tanto como el acueducto de Segovia y las columnas de Hércules.80
Aunque Pizarro había prohibido a sus tropas el pillaje, los conquista-
dores se precipitaron a las casas y saquearon los bienes que en ellas encon-
traron. Se enriquecieron los que aún no eran ricos. Los que se habían bene-
ficiado del botín de Cajamarca, como los Pizarro, los Soto y los Pedro de
Candía, gozaron de una fortuna tan efímera como colosal. Otros, como el
morisco Cristóbal de Burgos, vieron cambiar su destino. Este soldado de
infantería que formaba parte del cortejo de Pizarro lo había acompañado
en la mayor parte de sus campañas. Se había unido a los conquistadores
siendo esclavo en casa de una dama de Burgos. Una vez enriquecido en el Pe-
rú, envió a España una parte del botín que había amasado para comprar
su libertad. Obtuvo así su emancipación legal, y Pizarro lo nombró regidor
perpetuo de Lima, cargo honorífico que ningún morisco español podía pre-
80 Sancho de la Hoz (1938), p. 177: "y muchos españoles que la han visto y han andado en
Lombardía y en otros reinos extraños, dicen que no han visto otro edificio como esta for-
taleza, ni castillo más fuerte”; Pizarro (1965), p. 178; Trujillo (1948), p. 63.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 427

tender siquiera.81 A todos esos tesoros robados se añadió el recuerdo de


los que habían sido sustraídos por los indígenas y ocultados en los lugares
más diversos. La leyenda entró al relevo de la historia y por doquier se se-
ñaló la presencia de este oro del Inca, enterrado como Atahualpa en lugar
desconocido, y dispuesto a salir un día a la superficie.
Alimentado por los enviados de los conquistadores, el rumor del oro del
Perú cundió menos de un año después de la ejecución de Atahualpa, hasta
lo más apartado de los campos de Castilla. En 1534, en la provincia de To-
ledo, los campesinos soñaban con las riquezas del país recién conquistado
y daban crédito a los rumores más inverosímiles, inspirados en mesianis-
mos que hasta la revuelta de los comuneros no habían dejado de hacer la-
tir el corazón de las poblaciones ibéricas: “Nuestro señor había pasado por
aquella comarca ¡el Perú! y bajo sus pasos todo, tanto la tierra como, las
hierbas, se había transformado en oro y en plata”, dice Cieza de León.82
Apenas llegados a Cuzco, los conquistadores ya piensan en partir, siem-
pre en busca de otras riquezas; su vagabundeo es el de los caballeros, y su
destino es no asentarse en ninguna parte. La misma fuerza que unos 10 años
antes había impulsado a los vencedores de México a abandonar la ciudad
conquistada en busca de horizontes miríficos, anima ahora a los invasores
del Perú.
En Cuzco, los españoles se enteran de la existencia de kollas, propietarios
de innumerables rebaños, y del lago Titicaca, de donde según ciertas tradi-
ciones eran originarios los incas. Pero Pizarro prefiere la dirección de la
costa: vuelve a pasar por Jauja y luego llega a Pachacamac. Desde ahí, se
dirige al valle del Rimac. El lugar, que le parece grato, se sitúa sobre un mag-
nífico puerto natural. Estamos en el mes de febrero y el sol brilla: ¿cómo
imaginar que durante los largos meses de invierno una neblina persistente
empaparía las vestimentas y recubriría las paredes? El lugar parece más
favorable que Jauja, perdida en la sierra y de acceso difícil. Ahí, en 1535,
Pizarro funda la capital del Perú, “la ciudad de los Reyes”, también llama-
da Lima, según una forma corrompida del quechua Rimac, “el que habla”.
Las riquezas del país harían de esta capital, todavía en estado de esbozo,
“otra Italia y una segunda Venecia".83 A la inversa de Cortés, que había con-
tado con la continuidad histórica instalando en el sitio de México-Tenoch-
titlan la capital de la Nueva España, Pizarro prefiere Lima a Cuzco, a riesgo

81 Gutiérrez de Santa Clara (1963), t, n, libro n/p. 372, narra la historia de Cristóbal de Bur-
gos: "enfin su ama quedó contenta con el rescate que le dió y truxo su carta de libertad fecha
ante un escribano del rey. [El rey] le perpetuó los indios que le habían dado en encomienda y
le hizo regidor perpetuo de la ciudad de Lima, sin saber si era judío o moro, porque tenía
buen parescer y ser de hombre y se trataba como caballero y hablaba ladinamente como
aquel que se había criado desde muchacho en Castilla".
82 Pedro Pizarro (1965), p. 196; Cieza de León, en Cantú (1979), p. 297, afirma que en
Quito, Rumiñahui y otros caciques que lo habían seguido se llevaron más de 600 cargas de
oro que habían reunido en los templos del Sol y arrojaron todo ese tesoro a un lago; según
otras versiones, hundieron el tesoro bajo la nieve, en las cimas de las más altas montañas.
83 Cieza, en Cantú (1979), p. 372: "dizen que dezía este Juan Tello [...] que aria de ser aques-
ta tierra otra Italia y en el trato segunda Venecia: porque tanta multitud de oro y plata aria
hera inposible que no fuese así”.
428 EL NUEVO MUNDO

de debilitar el dominio que pretende ejercer sobre las montañas andinas.


Por tanto, en este burgo incipiente recibe a Alvarado y a Almagro, de regre-
so de Quito. Pedro de Alvarado acepta retomar a Guatemala y dejar en el
lugar a sus 500 hombres para ayudar a la pacificación del territorio. Fies-
tas, torneos y juegos de cañas, según las tradiciones del siglo xv, subrayan
el pacto de amistad y la fundación de la ciudad nueva. Sobre la costa
norte, al lado de la antigua ciudad indígena de Chan-Chan, se edifica Trujillo,
réplica de la cuna ancestral.
Hernando Pizarro, que ha obtenido de Carlos V el título de marqués
para su hermano, y el hábito de Santiago para él, se encuentra de regreso en
1535 con centenares de personas deseosas de establecerse en Perú. En Pana-
má, el oro del rescate de Atahualpa ha provocado una verdadera conmoción,
y hombres como Espinosa ya desde 1533 elaboraban proyectos grandio-
sos: se trataba de canalizar el río Chagres y de comunicar los dos océanos
a fin de facilitar el transporte de las riquezas. Era obvio que se confiaría la
construcción de ese canal a los peruanos: "los indios de las provincias del
Perú es gente muy diestra en hacer y abrir caminos’’.84 En medio de esas
felices noticias, Hernando aporta otra, más inquietante: el emperador ha
conferido a Almagro los títulos de adelantado y de gobernador de la Nueva
Toledo, la región que se extiende al sur de los territorios de Pizarro, en la co-
marca de los kollas y más allá.

"Los d e Ch il e ”

En 1535 aún no estaba consolidada la conquista del Perú, y ya parecía ur-


gente proseguir las exploraciones hacia el sur hasta el estrecho descubierto
por Magallanes. Pedro de Mendoza había sido nombrado adelantado del Río
de la Plata. Era probable que intentara avanzar hacia el oeste y hacia los An-
des. Para llegar antes que él, Almagro, provisto de su capitulación real, orga-
nizó la expedición de Chile. Soto, que pensaba en el sur, territorio desconoci-
do y al que los indios atribuían riquezas inagotables, tuvo que adaptarse y
salió del Perú, donde su único porvenir sería servir a los Pizarro.85 Como to-
dos los territorios que él ambicionaba ya habían sido distribuidos, aceptó el
de la Florida, que Carlos V le acordó por capitulación de 1535.
Así, Almagro salió de Cuzco con los hombres de Pedro de Alvarado y los
indios que le eran fieles, a la cabeza de los cuales se encontraban dos hijos
de Huayna Capac: Paullu, un adolescente, y su hermano Villac Umu, el gran
"Anunciador” del templo del Sol. Las columnas atravesaron los territorios
de los canas y de los canchis. Al llegar al altiplano de los kollas, desembo-
caron sobre el lago Titicaca sin que la extrañeza de aquel paisaje incompara-
ble despertara en hombres como el sacerdote Cristóbal de Molina ninguna

84 Bataillon (1966), p. 14, habla del primer proyecto de construcción del canal de Panamá y
cita una carta de Espinosa.
85 Almagro había pedido a Pizarro que enviara a sus hermanos a España: "Respondióle
Pizarro que no creyese tal cosa de sus hermanos porque todos le amavan y tenían amor de
padre”, Cieza, en Cantú (1979), p. 394.
430 EL NUEVO MUNDO

señal de particular interés.86 Por doquier, Paullu y Villac Umu reclamaron


en nombre de Manco, el nuevo soberano, el tributo instaurado por Tupac In-
ca desde hacía decenios. Los indios eran obligados a seguir la columna, y
la menor escapada era pretexto para tomar represalias. Paullu, Villac Umu
y Almagro, llevados en literas, atravesaban aldeas saqueadas por las tro-
pas. Pero ya se organizaba la resistencia.87
Habiendo llegado al norte de la actual Argentina, tuvieron que atacar la
cordillera nevada, los “Alpes" del Nuevo Mundo, que levantaban una for-
midable barrera, algunas de cuyas cumbres, como la Ojos del Salado, llega-
ban casi a los 7 000 metros: bien podía hablarse de "la región intermedia
del aire".88 Paullu intentó, en vano, convencer a los españoles de aguardar a
la primavera y al deshielo. Almagro se obstinó, y la expedición empezó a es-
calar la cordillera en la fiesta de San Juan, en pleno invierno austral. Al pre-
cio de dificultades extremas llegaron a la garganta, a 4700 metros, de don-
de emprendieron el descenso hacia Copiapó, sobre la vertiente del Pacífico.
Hombres y caballos se hundían en la nieve. Muchos perecieron de frío; a
otros se les congelaron los pies, o perdieron la vista, cegados por la rever-
beración. El viento helado no cesaba; los hombres se oprimían contra los
caballos para recibir su cálido aliento; los indios —pero también, acaso,
los españoles—, atenaceados por el hambre, devoraban los cadáveres.89
Por encima de sus cabezas, los cóndores planeaban, aguardando su fin.
Gracias a los refuerzos desembarcados en la desierta costa del Pacífico a
varias leguas de Copiapó, Almagro y sus hombres, españoles, indios de di-
versas etnias, incas venidos a menos y negros, marcharon hacia el valle del
Aconcagua, el pico más alto de toda la cordillera. Cada vez más lejos, las
tropas exploraron el Maipo, y siguieron su curso hasta el mar, donde des-
cubrieron un puerto natural, tan bello que lo bautizaron como Valparaíso.
Avanzaron aún más lejos en busca de aquel Cabo Deseado que obsesionaba
a los españoles, hasta el país de los mapuches. Los conquistadores sufrie-
ron varios reveses que les impidieron alcanzar el estrecho de Magallanes.
La región inmensa que habían atravesado no se asemejaba en nada al pa-
raíso dorado que habían imaginado. Llegados a los confines del mundo,
los españoles se interrogaron sobre el interés que pudiera tener su empresa.
Tanto más cuanto que los refuerzos llegados a través de la cordillera —la

86 No hay que confundir a este cronista, llamado el Chileno o también el Abnagrista, con su
homónimo, autor de una descripción detallada de los ritos y de las fiestas de los incas.
87 Pedro Pizarro (1965), p. 201: "Estos fueron los primeros inventores de ranchear, que en
nuestro común hablar es robar; que los que pasamos con el marqués a la conquista no hubo
hombre que osase tomar una mazorca de maíz sin licencia." Cristóbal de Molina el Chileno
(1968), p. 84: "y desta manera iban destruyendo y arruinando toda la tierra, la cual se alzaba”.
88 Inca Garcilaso de la Vega (1963) t. n, cap. xx, p. 113; es Cieza de León el que utiliza el tér-
mino "Alpes"; en esa época, los "Andes" se refería a los anti, es decir, a los habitantes del pía-
monte amazónico.
89 ‘El aire no afloxaba y era tan frío que les hazía perder el aliento. Muriéronse treinta cava-
llos y muchos indios e indias y negros arrimados a las bocas, boqueando se les salía el ánima;
sin toda esta desventura avía tan grande e rabiosa hambre que muchos de los indios vivos
comían a los muertos: los cavallos que de elados avían quedado de buena gana los comieron
los españoles", Cieza, en Cantú (1979), p. 435.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 431

habían atravesado en noviembre, y se habían alimentado de la carne de los


caballos muertos de la expedición anterior, perfectamente conservados en
la nieve—90 anunciaron a Almagro el decreto real que le acordaba el go-
bierno de todos los territorios situados a 100 leguas al sur de la jurisdicción
del marqués Pizarro. También le informaban que, en el Perú, Manco Inca
se había puesto a la cabeza de una insurrección contra los españoles.
El viejo conquistador decidió volver a Cuzco para reclamar sus dere-
chos: la línea de separación con el gobierno de Pizarro pasaba, aproxima-
damente, a la altura de esta ciudad. Para evitar los horrores de la cordi-
llera se lanzó por el desierto de Atacama, cerrado al este por una continua
cadena de montañas peladas, que pasan del color ocre al rosa según las
horas del día. Ya no había nieve en esta llanura desolada, pero el agua es-
caseaba y el avance era penoso mientras que un rumor de rebelión soplaba
entre los indios, alentados por el levantamiento de Manco. Jomadas atro-
ces, llenas de ejecuciones y de violencias, en el curso de las cuales pereció
Felipillo, el intérprete de las primeras horas felices en Tumbes, que fue
acusado de traicionar a los españoles y condenado a muerte.91 Después de
haber vacilado, Paullu escogió finalmente el camino de la colaboración
con Almagro.92 La expedición no había reportado nada y costado mucho;
en un arranque de generosidad subrayado por todos los cronistas de la
época, el adelantado condonó la deuda de sus compañeros, rompiendo to-
das las escrituras.93 Aún tenía que restablecer su situación, apoderarse de
la ciudad de Cuzco con el concurso de su aliado Paullu, y tratar directa-
mente con el insurrecto Manco sin despertar las sospechas de Pizarro.

La r e b e l ió n d e Ma n c o In c a

Mientras se desarrollaba la desastrosa campaña de Chile, el Perú parecía a


punto de inclinarse hacia el lado de los indígenas, guiados por Manco, su
nuevo Inca. En los primeros tiempos, el soberano había fingido someterse
a Pizarro, quien necesitaba de ese “señor natural" para dominar el país.
Pero la voracidad de los españoles y su desenvoltura para con las mujeres,
a las que hacían sus concubinas sin casarse con ellas, hacían intolerable su
presencia. El propio Pizarro había dado el ejemplo: doña Inés había sido
remplazada por otra princesa cuzqueña, doña Angelina, de la que tuvo otros

90 Inca Garcilaso de la Vega (1963), t. n, cap. xxi, p. 115: "Socorriéronse con la carne de los
caballos que hallaron muertos de los que se helaron cuando pasó don Diego de Almagro. Esta-
ban tan frescos con haber pasado cinco meses que parecían muertos de aquel día."
91 Alonso Borregán (1948), pp. 39-40: "que como llegase la nueva a Chile de la rebelión de
Manguinga en el Perú y mostrasen los vndios una cabera de un hombre muerto con canas
parescía al govemador Pizarro, un Filipillo lengua yndio propuso de se levantar con la tierra
y matar a Almagro y a toda su gente; como se entendiese la bellaquería hizieron justicia dél".
92 Tal es la posición de Kubler (1947) aunque la actitud de Paullu haya sido ambigua, si
hemos de creer a Valverde (1879), pp. 6-7. Según él, Villac Umu y Paullu habían sido mal-
tratados por Almagro, quien quiso encadenarlos, pero entonces se comprende mal la lealtad
de que Paullu dio pruebas hacia Almagro hasta la batalla de Chupas.
93 Alonso Borregán (1948), p. 40.
432 EL NUEVO MUNDO

dos hijos. La unión legítima con las mujeres indígenas, así fuesen nobles,
no dejaba, por lo demás, de plantear algunos problemas a esos españoles:
daban demasiada importancia a su condición de "cristianos viejos" para
casar con indias recién bautizadas y asimilables a conversas.94
A ello se añadían los efectos nocivos de la conquista, pues desde que los
españoles habían invadido el Perú, en Cuzco y en todas partes se había
trastornado el orden social. A favor de los disturbios, gente de extracción
modesta, como los mitimaes —poblaciones desplazadas de su comunidad
de origen— y los yanaconas —término que en la época inca designaba a los
servidores— se habían unido de grado o por fuerza a los conquistadores,
creyendo liberarse así de las restricciones antiguas. Si bien es cierto que en
su mayor parte debieron encontrarse en lo más bajo de la escala social,
algunos llegaron a adquirir una condición más envidiable y se vistieron
como los orejones, cuya autoridad ya no reconocían. Por último, esos opor-
tunistas ya no mostraban ningún respeto al Inca.95 Aprovechando la divi-
sión de los españoles —Almagro había partido hacia el sur—, Manco
arengó a los señores y se puso a la cabeza del levantamiento. Traicionado
por yanaconas, logró evadirse de Cuzco una vez, pero fue alcanzado por
Gonzalo Pizarro; mientras tanto, yanaconas y españoles saquearon su casa.
El Inca reincidió, y Juan Pizarro lo arrojó a la prisión. No se necesitó más
para desencadenar las hostilidades.
Los partidarios de Manco, protegidos por el relieve, habían entablado
una guerrilla que los conquistadores difícilmente podían contener. Los es-
pañoles ya no podían transitar por la sierra para inspeccionar a los indios
que poseían en encomienda. Ante su prisionero, Hernando Pizarro empleó
diferentes métodos, alternando los modales corteses y amistosos con las
humillaciones y hasta la violencia.96 De los dos, el Inca se mostró más astu-
to. Bajo pretexto de ir a buscar oro, Manco partió hacia Yucay, y no regresó.
Hombres y mujeres lo siguieron a las montañas en que se había refugiado,
y la ciudad de Cuzco se despobló.
En 1536, el asedio de Cuzco por las tropas de Manco dio la señal de ese
levantamiento que a los españoles les pareció una Reconquista a la inversa.
La capital del Tawantinsuyu se convirtió en una segunda Granada, pero
esta vez los sitiados eran los cristianos. El Inca había reunido 200 000 hom-
bres, mientras que los españoles eran escasamente 200, secundados por una
94 Eso es lo que sugiere José Durand en el debate que sigue Bataillon (1966), p. 23.
95 Cieza de León, en Cantú (1979), p. 412: "an allegado a si los anaconas y muchos mitimaes.
Estos traidores antes no vestían ropa fina ni se ponían llauto rico; como se juntaron con
éstos, trátanse como Ingas: ni falta más de quitarme la borla. No me onran cuando me ven,
hablan sueltamente porque aprenden de los ladrones con quien andan". Sobre la prolife-
ración de los yanacona, Gibson (1969), p. 90; Wachtel (1971), pp. 255-263.
96 "Testimonio de don Francisco Guamán Rimachi", en Guillén Guillén (1984), p. 43:
"estando en la cárcel los dichos españoles le quitauan las mujeres que le llevaban de comer
para servirse dellas y porque le defendían que no les quitase las mugeres daban de bofetones
al dicho Manco Ynga." p. 28: “el dicho Mango Ynga [...] al tiempo que se fué a Vilcabamba
dexó todo [...] e llorando de sus ojos en presencia de todos: ya no puedo volver ni podemos
estar en el estado como solíamos pues véis los agravios e molestias que nos hacen los
españoles determino echar fuego en las casas de mi padre e las mías e dexar lo que tengo e
yrme a esa montaña, e así fué llorando".
LA CONQUISTA DEL PERÚ 433

cincuentena de cañari y de indios de otras etnias que seguían fieles a los


conquistadores.97 Hernando Pizarro dio orden de tomar Saqsahuaman, de
donde procedían los ataques más feroces. Ahí, ante la inmensa explanada,
su hermano Juan fue herido de una pedrada en la cabeza de la que murió
15 días después. Los indios atrincherados en la cindadela llegaron a carecer
de agua y en su mayoría abandonaron la defensa. Pero un orejón, armado de
una espada, una rodela y un casco de acero que había tomado de un espa-
ñol muerto en camino, luchó solo contra todos en el segundo recinto de la
cindadela. Al verse perdido, en lugar de rendirse ante Hernando, que le
había prometido perdonarle la vida, lanzó su maza en dirección de los cris-
tianos y, mordiendo la tierra y llenándose de polvo el rostro, se precipitó de
lo alto del muro, con la cara oculta por un paño.98 Aún transcurrirían dos
meses de encuentros en la ciudad. Cada mes, en luna llena, los indios levan-
taban el sitio para celebrar los sacrificios de llamas y de pájaros.99 Los es-
pañoles aprovechaban esas treguas para saquear el maíz de los campos
circundantes.
En otras partes, la cordillera central se encendía, abrazando la causa de
Manco. Los indios, ya no paralizados por el temor a los caballos, trataban
por lo contrario de servirse de ellos.100 Conociendo el terreno mejor que
los europeos, siempre conservaban la iniciativa y, en lugar de atacar de
frente, preferían entablar operaciones puntuales y aplicar una táctica de per-
petuo acoso. Tomaban al enemigo las armas más eficaces, como los arca-
buces, que aún no sabían emplear correctamente, lo que les causó varios
fracasos.101 Los indios trataron de aterrorizar a los españoles lanzando con-
tra ellos a los guerreros de Charcas (Bolivia), secundados por jaguares y
pumas amaestrados.102 Pero los conquistadores, que en las novelas de ca-
ballerías habían aprendido todo acerca de los monstruos, acabaron pronto
con ese batallón de élite. Enardecidos, los rebeldes conducidos por Illa
Tupac pusieron sitio a Lima y estuvieron a punto de tomar la ciudad. Luego,
el capitán y sus guerrilleros se retiraron a la región de Huánuco, donde
unos indígenas los apoyaron contra Francisco Martín de Alcántara, envia-
do por su hermano Pizarro para someterlos.

97 Prescott (1967), pp. 352-353.


98 Pedro Pizarro (1965), p. 205: "Este orejón traía una adarga en el brazo y una espada en
la mano y una porra en la mano de la adarga y un morrión en la cabeza. Estas armas habían
habido éste de los españoles que habían muerto en los caminos y otras muchas que los indios
tenían en su poder”; Valverde (1879), p. 32.
99 Valverde (1879), p. 36.
100 Borregán (1948), p. 37: "y los yndios le ayllaron —de ayllu— el caballo y le ataron las
manos y los pies y le tomaron de la silla y se lo llevaron".
101 Pedro Pizarro (1965), p. 224, dit: "A la entrada desta angostura que tengo dicho había
hecho una albarrada de piedra con unas troneras, por donde nos tiraban con cuatro o cinco ar-
cabuces que tenía, que había tomado a los españoles; y como no sabían atacar los arcabuces
no podían hacer daño, porque la pelota la dejaban junto a la boca del arcabuz y ansí se caía
en saliendo." Gérard Chaliand, Terrorismes et guérillas, París, Flammarion, 1985, pp. 59 y ss.,
da una definición de las guerrillas del Tercer Mundo que corresponde bastante bien a las
luchas de Manco Inca.
102 Valverde (1879), p. 44: "los cuales traían consigo tigres y leones mansos y otros muchos
animales fieros para poner espanto y temor en los cristianos".
434 EL NUEVO MUNDO

En Cuzco, Hernando Pizarro intentó aislar a los rebeldes, matando a las


mujeres que les llevaban abastos. Pero Manco no se plegó, ni siquiera
cuando Pizarro hizo flechar por los cañari a una de sus esposas, cuya muerte
heroica después celebrarían los cronistas. Los españoles tenían la sensa-
ción de que la fortuna los abandonaba y de que el Perú se les escapaba. En
ese ambiente de derrota, Almagro y sus “chilenos” llegaron al valle de Cuz-
co. El viejo conquistador trató de manipular a Manco, en provecho propio;
el Inca sentía cierta estima por él, y entró en negociaciones, pero pronto
las rompió al comprender que los españoles nunca abandonarían su país,
pese a todo el oro que les ofrecía. Intervino Paullu, intrigando contra su
hermano para quedar como único interlocutor de los españoles.103
Almagro avanzó entonces sobre Cuzco para desalojar a ios Pizarro, pues
él reivindicaba sus derechos sobre la ciudad. Penetró a media noche, al
son de pífanos y tambores. Sus hombres rodearon la casa de Hernando y
luego le prendieron fuego para obligarle a salir. Tras algunas vacilaciones
—algunos le aconsejaban matarlos—, Almagro liberó a Hernando y a Gon-
zalo. Se instaló entonces en uno de los dos barrios que dividían la ciudad,
aguardando la decisión que tomaría el gobernador Pizarro a propósito de
sus derechos.104 Los indios habían levantado el sitio para ir a ocuparse en las
cosechas, y Manco se retiró a Vilcabamba, a una ciudadela inexpugnable,
rodeada por el río Urubamba y por una vegetación exuberante. En las cum-
bres del Machu y del Huayna Picchu, la fortaleza, levantada en la frontera
del territorio anti, fue el último reducto de los incas. En Cuzco, Almagro
había entronizado a Paullu, respetando el ritual antiguo. Con ello, lo con-
vertía en rival del Inca rebelde y en único amo de la nación indígena.

El f in d e Die g o de Al m a g r o

Pizarro no era hombre que pudiera perdonar la afrenta que su antiguo


compañero había infligido a los suyos. Consideraba traidor a Almagro,
quien no había vacilado en amotinar a los indios contra su hermano Her-
nando y en jugar, alternativamente, la carta de Manco y luego la de Paullu,
para dominar a la población indígena. El desengaño que le causó la defec-
ción de su viejo amigo vino a aumentar su resentimiento; engañado por
completo, decidió atacar con fuerza, por medio de Hernando,105 pues Al-
magro había rechazado toda negociación.
Desde entonces, todos los españoles fueron arrastrados a las banderías
que oponían a pizarristas y almagristas; los Pizarro, herederos de una tra-
dición secular en Extremadura, supieron reclutar partidarios con más efi-

103 Gibson (1969), p. 74.


104 Pedro Pizarro (1965), p. 213.
105 En una carta escrita al obispo Tomás de Berlanga, de Tierra Firme, en agosto de 1537,
denuncia la traición de su compañero, que ha preferido aliarse con los indios contra él:
"Todo lo cual me duele e me llora el corazón que no sé qué sufrimiento me basta de no reben-
tar con ver tales cosas, e no puedo creer sino que el enemigo ha reinado en este hombre, pues
tales cosas permite y consiente", Francisco Pizarro (1865), p. 62.
LA CONQUISTA DEL PERÚ 435

cacia que su rival. Sin entrar en los detalles de esas luchas, baste señalar
aquí que las tropas de Hernando Pizarro se enfrentaron a las de Almagro
en Las Salinas, a menos de una legua de Cuzco, en una jornada de abril de
1538. Llevado en vilo a causa de la sífilis que lo roía desde las épocas del
istmo, Almagro seguía el desarrollo de los combates en los que Pedro de Can-
día, solicitado al principio, se negó a participar. La batalla resultó en detri-
mento del conquistador de Chile, que fue capturado por Hernando y ence-
rrado en Cuzco. En el terreno cubierto de cadáveres, los indios recogieron
armas y objetos que recuperaron para sus guerrilleros.
Hernando trató de tentar a Almagro con la clemencia de su hermano. De
hecho, organizó un proceso contra él, reprochándole haber emprendido
una guerra, pese a las decisiones de la Corona que había destinado Cuzco
a Pizarro, y haberse entendido con Manco. Almagro le recordó, en vano, lo
que había hecho por su familia durante los difíciles años del Pacífico. Fue
decapitado antes de la llegada del gobernador, en julio de 1538. Tenía 70
años.106 Pocos días después Pizarro, con un mantón de piel de marta que
le había obsequiado Cortés, entró en la ciudad al son de trompetas y de
chirimías. Ese lujo no engañó a nadie: en lugar de duelo, reflejaba el triun-
fo del gobernador.107 Luego, después de un rodeo por Charcas (Bolivia),
Hernando volvió a España para informar de los acontecimientos a Car-
los V. Pero la Corona no toleraba que los conquistadores se hiciesen justicia
por su propia mano; el destino trágico de Nicuesa y las intrigas de Balboa
no se habían olvidado. Así, Hernando quedó preso en el castillo de La Mota,
en Medina del Campo, donde pasó varios años de su vida. El cautiverio no
le impidió atender sus asuntos ni administrar la fortuna que había ama-
sado en el Perú.

El a s e s in a t o d e Piz a r r o

Pizarro no se mostró magnánimo con los “chilenos". Tras la muerte de su


caudillo fueron excluidos de todos los cargos, y se hundieron en la mise-
ria. En pocos meses, los que se habían mostrado tan arrogantes eran aho-
ra vagabundos dignos de novelas picarescas, como aquellos 12 gentiles-
hombres que habitaban una misma casa y que tenían que prestarse, por
tumos, la única capa que les quedaba para poder mostrarse en la calle.108
A Diego el Mozo, hijo mestizo de Almagro y su propio ahijado, que
reclamaba la sucesión de su padre al gobierno de la Nueva Toledo, pro-
vincia situada al sur de Cuzco, le respondió Pizarro, con soberbia: "Que
su gobernación no tenía término y que llegaba hasta Flandes."109 Des-
honrados y humillados, los “chilenos" sentían que cada día aumentaba su
rencor.
106 Prescott (1967), p. 381: "que perdonase sus canas y no privase de la poca vida que le
quedaba a un hombre de quien nada tenía ya que temer".
107 "En este medio tiempo vino a la dicha cibdad del Cuzco el gobernador Francisco Piza-
rro, el cual entró con trompetas y chirimías vestido con ropa de martas, que fué el luto con
que entró", carta citada por Prescott (1967), p. 387.
>08 Documento publicado por Prescott (1967), p. 408.
* Ibid., p. 387.
w
436 EL NUEVO MUNDO

Los indios también se habían contagiado de faccionalismo. En la región


de Huánuco, Illa Tupac se había convertido en un Inca a escala regional,
estableciendo lazos de reciprocidad con los kuraqa Xagua, y acordándoles
mujeres y privilegios como antes lo hiciera Huayna Capac.110 Pero esa apa-
riencia de continuidad no podía borrar los estragos de las guerras, pues los
antiguos caminos estaban destrozados, saqueadas las reservas y abandona-
dos los campos por los indios, que muy a menudo se habían vuelto vaga-
bundos después de haber seguido a los ejércitos de unos y otros. La ciudad
de Cuzco, poco antes tan grata, había sufrido mucho por el sitio y las ban-
derías de los conquistadores; aún eran visibles los restos del incendio pro-
vocado por Almagro; muchos edificios habían sido demolidos; Saqsahua-
man caía en ruinas y, en los barrios, raras eran las casas que habían
conservado sus techos. ¿Qué había sido de sus riquezas comparables a las
del Templo de Salomón? En la ciudad destrozada se hacían y se deshacían
fortunas en el juego, y el oro del Perú se escapaba de las manos de esos
hombres pródigos.111
Los españoles contaban con el soberano pelele, Paullu Inca, para acabar
con los focos de rebelión. Él debía asegurar la transición entre el antiguo
imperio y el nuevo orden español. Después de él, los invasores ya no nece-
sitarían a un Inca y el gobernador tendría dominada la situación.112 En
Porco, en las Charcas, la explotación minera entraba al relevo del pillaje
gracias al empleo de una mano de obra indígena prácticamente reducida,
si no de jure, al menos de fació, a la esclavitud. Él dominico Valverde se
rebeló contra los malos tratos infligidos a los indios y denunció la condi-
ción servil de los nuevos ya naco na.113 Esas protestas no impidieron orga-
nizar el cobro del diezmo, para mantener al clero.
Pese a la anarquía, Pizarro proseguía su labor de gobernador. Sintién-
dose investido por su función de una misión administrativa, emitió una
vasta legislación cercana a la de su lejano primo de México. Pizarro quiso
establecer los privilegios de los conquistadores, organizar la conversión de
los hijos de los kuraqa, reglamentar las relaciones entre españoles e indios,
precisar las obligaciones de unos y otros y reprimir los abusos. Se esforzó
por contrarrestar la inclinación de los conquistadores a la vagancia obli-
gando a todos los que se habían beneficiado de la tierra, a hacerla valer,
pues "poblar” era, como en México, conceder repartimientos a citadinos
para disfrutar del trabajo de los labradores.114 Gracias a la iniciativa de
1,0 Ortiz de Zúñiga (1967). t. i, p. 54, Juan Xulca de Auquimarca: “Estaba el dicho Xaguá
cacique de ellos con Ylla Topa un ynga que allí estaba alzado." p. 312.
111 Valverde (1865), pp. 95 y 133.
1,2 Ibid., p. 115: "y como este Paulo sea amigo nuestro y pretende ser él el Inca nuestro,
el otro que anda alzado pensamos y tenemos por muy cierto que lo traerá de paz o lo
matará (...) Y después de pasado este Paulo, paresce cosa conveniente para el sosiego de la
tierra que no haya otro Señor ni otro Inca, ni conozcan otro sino al Gobernador en nom-
bre de V. M".
113 Ibid., pp. 111-112: "que los indios no se hagan esclavos, ni se les quite su libertad por
otra vía ni se echen a las minas ni se carguen ni se saquen de sus tierras y asientos...".
Muchos indígenas, bajo pretexto de rebelión, habían sido reducidos a la esclavitud. Algunos
hasta fueron marcados con hierro candente.
1,4 Lohmann Villena (1986) ha insistido, en una obra que reúne el conjunto de las leyes
LA CONQUISTA DEL PERÚ 437

algunos colonos, entre ellos Inés Muñoz, mujer de su hermano Alcántara,


los primeros árboles frutales y los primeros trigos brotaron en suelo pe-
ruano. Pero más que la agricultura era la ganadería lo que satisfacía la
predilección de los conquistadores por los grandes espacios, y empezaron
a establecerse vaqueros en las sierras del Perú, donde eran amos de los in-
dios asignados a su servicio.
Una multitud de parientes, de compañeros, de criados y de indios compo-
nía el séquito de Pizarro en Lima. Los hijos que había tenido con doña
Inés, la hermana de Atahualpa, fueron confiados a la mujer de Alcántara,
pues la que llamaban la Pizpita había casado con un español de nombre Am-
puero. Pizarro había manifestado en este asunto una generosidad de kuraqa,
y había dado sin limitaciones a este hombre. Un abismo separaba el palacio
que habitaba, su séquito y su poder, de la casa solariega de su padre el ca-
pitán en Trujillo. Pese a su fortuna, al marqués no le gustaba el lujo. Este
hombre sobrio y austero, de aire un poco anticuado, permanecía fiel al
sayo negro; le llegaba hasta los tobillos, contrastando con su sombrero
blanco y sus zapatos de piel clara. Su espada y su puñal recordaban aque-
llos de los tiempos de los Reyes Católicos. Pese a su título de nobleza, sus
gustos seguían siendo plebeyos: solía jugar a los bolos con gente del pue-
blo, carpinteros o marinos que vagabundeaban por Lima, o con el morisco
Cristóbal de Burgos. El mundo de la tierra en que había crecido le atraía
casi tanto como la guerra; cuando tenía tiempo se entregaba a trabajos
manuales, y llegó a construir con sus manos dos molinos en las orillas del
RimacJ15
Los rumores de una conspiración contra Pizarro dirigida por el hijo de
Almagro crecían de día en día. En Cuzco, un encomendero se dirigió a los
indios que le habían asignado y se enteró por su cacique de que una huaca
había predicho el asesinato del “viejo Apo” a manos de los "chilenos".
Como el español se negara a darle crédito, el kuraqa lo condujo al lugar de
la huaca y, para su estupefacción, una voz surgida de las sombras le confir-
mó la noticia.116 Pero en Lima, Pizarro no daba crédito a esos rumores.
Sin embargo, ese domingo de junio de 1541 no fue a misa como de cos-
tumbre, sabiendo tal vez que los partidarios de Almagro lo aguardaban
ante la iglesia. Al mediodía, encontrándose en compañía de su hermano
Alcántara y de unas 40 personas, sonaron gritos a la entrada de la casa. Un
paje dio la alerta. En la confusión siguiente, uno de sus amigos lo traicio-
nó, dejando entornada una puerta por la que se precipitaron los conspira-
dores. Los invitados del marqués se arrojaron por un balcón que daba al
Rimac, y saltaron a tierra. Pizarro, su hermano y el paje se pusieron a toda
prisa sus corazas; lograron matar a dos de los atacantes, pero éstos, muy
superiores en número, los atravesaron con sus armas. Pizarro no tuvo tiem-
po de pedir ayuda; expiró poco después de su hermano, pidiendo una con-
promulgadas por Pizarro, en sus cualidades de hombre de Estado; sobre la agricultura, véase
p. 154; Valverde (1885), p. 123, escribe a Carlos V, a propósito de los indios: “son como
labradores desas partes".
>' 5 Zárate (1947), pp. 498-499.
1,6 Pedro Pizarro (1965), p. 227.
438 EL NUEVO MUNDO

fesión que nadie le dio, mientras su palacio era invadido y saqueado por
los partidarios del joven Almagro.117 En este abandono pereció Pizarro el
24 de junio de 1541, en una ciudad en la que todos eran sus parientes, sus
allegados y sus criados. Su casa fue saqueada. No quedó siquiera con qué
comprar unos cirios para su entierro.118
Los cadáveres de Pizarro y de Alcántara yacían abandonados en la sala
del palacio, sin que nadie pensara en darles sepultura. Al caer la noche,
temiendo profanaciones, Inés Muñoz, acompañada de otras tres personas,
sacó los cuerpos de su marido y del marqués para llevarlos a la iglesia,
donde fueron lavados y enterrados cristianamente.119 Para evitar las repre-
salias de Almagro, ella se refugió en un convento con los hijos de Pizarro.
A la primera ocasión se embarcó hacia Tumbes y, para sobrevivir, vendió
sus joyas. De ahí fue hasta Quito, donde se unió con Vaca de Castro, envia-
do por la Corona al Perú con objeto de poner término a las guerras civiles.
Aquel año, el imperio y Carlos V tenían la mirada puesta en los turcos.
En octubre, Cortés se encontraba al lado del emperador ante Argel, bajo
borrascas de lluvia y de agua salada. La Nueva España del virrey Mendoza
aguardaba noticias de Coronado, que había partido hacia las tierras aún
misteriosas del Norte. Se inquietaba por la revuelta de los indios del Mix-
tón en la cual el conquistador Pedro de Alvarado, de regreso del Perú,
encontró la muerte, aplastado por un caballo.

w Ibid., pp. 227- 228.


1,8Zárate (1947), p. 498.
119 Rostworowski (1989), p. 32.
ÍNDICE GENERAL

Introducción: océanos, y luego bancos de nubes................................... 7

Primera Parte
Los MUNDOS ANTIGUOS

I. Antes de la invasión......................................................................... 13
La piedra negra del guanaco.......................................................... 15
La apertura del mundo.................................................................. 17
Avaporu, los devoradores de hombres....................................... 18
Perene, la montaña de sal.............................................................. 21
La hija del kuraqa.......................................................................... 24
En los confines del Imperio inca................................................... 29
El banquete de los mercaderes pochteca....................................... 33
La historia de un esclavo.............................................................. 39
Los ritos de la lluvia...................................................................... 42
El "lugar sin polvo y sin suciedad”............................................... 43
Los orígenes de la tierra y del tiempo........................................... 45

II. 1492 ................................................................................................. 50


Cristianos y musulmanes antes de 1481....................................... 52
Los peligros en la morada (1463-1481)....................................... 54
El fin de la Reconquista (1481-1492)........................................... 57
La toma de Granada...................................................................... 63
El exilio de Boabdill...................................................................... 65
Judíos y "conversos"...................................................................... 68
La expulsión de los judíos.............................................................. 72
La partida de Colón.......................................................................... 74
Navidad............................................................................................. 77

III. Sueños atlánticos............................................................................. 79


El orgullo de Vizcaya...................................................................... 83
"Banderías" y hechiceras.............................................................. 85
Lisboa, "La Reina del Tajo".......................................................... 87
El proyecto de Colón...................................................................... 94
Las rutas de las especias.............................................................. 95
Sevilla, la "Nueva Babilonia"....................................................... 97
La conquista de las Canarias....................................................... 100
Barcelona, el Mediterráneo.......................................................... 109

619
620 ÍNDICE GENERAL

IV. El terruño y la mar.......................................................................... 111


Los Pizarra de Extremadura........................................................... 111
La Extremadura de los conquistadores....................................... 115
Los conquistadores del Nuevo Mundo....................................... 119
Ganaderos, vaqueros y pastores................................................... 123
Guadalupe, un monasterio en la sierra....................................... 126
La tentación milenarista............................................................... 128
Los maestros de Salamanca........................................................... 130
Las columnas de Hércules............................................................... 131
La Castilla de Isabel.......................................................................... 135
Las ferias de Medina del Campo................................................... 138
Granada se vuelve morisca........................................................... 141
Las Españas de los reinos y de los terruños............................... 145

V. El eco del Nuevo Mundo................................................................... 149


Pedro Mártir, o el genio de la comunicación............................... 150
El robo de América o el monopolio italiano............................... 157
Navegantes y comerciantes........................................................... 161
Gentes de la imagen y del libro....................................................... 165
“Una España tan frecuentada de estraños”................................... 168
La reacción antiflamenca (1516-1520)....................................... 169

V. La Europa imperial.......................................................................... 173


La entrada en el escenario internacional................................... 173
La ruta de Italia durante el cambio de siglo............................... 175
Italia vista por Oviedo (1497-1501)............................................... 177
Una experiencia italiana............................................................... 182
Las naranjas de Brujas................................................................... 184
La Europa de Carlos V (1516-1530)............................................... 186
Los Países Bajos de Carlos........................................................... 189
Bruselas, capital del imperio....................................................... 191
El bátavo y el inglés (1516-1521)................................................... 193
Amberes y Gante (1521-1522)....................................................... 197
Los países germánicos (1519-1527)............................................... 200
El Dorado de los Welser (1528-1544)........................................... 203
La Italia imperial (1530-1550)....................................................... 204
La Europa de los Habsburgo ánte el Nuevo Mundo................ 208
El peligro turco y los sueños mesiánicos................................... 212

Segunda Parte
El n u e v o m u n d o

VIL Las puertas de América................................................................... 219


Sobre la frontera del Nuevo Mundo (1492-1517)........................ 219
La Española, presa de los invasores............................................... 222
ÍNDICE GENERAL 621

Muertos en moratoria: los indígenas............................................. 223


Los europeos: el infierno y el paraíso........................................... 228
“Tan lejos de Castilla”......................................................................... 229
Los Robinsones del Caribe................................................................. 234
La fortuna al alcance de la mano................................................... 236
Cuba, tragedia indígena y melodrama ibérico (1511-1517) . . 240
La impaciencia de Bemal Díaz (1517)........................................... 246
El descubrimiento de México (1517-1518)................................... 248

VIII. La conquista de México.................................................................. 254


Entra en escena Cortés (1519)...................................................... 254
"Un pavor insólito".......................................................................... 257
La guerra de Cortés.......................................................................... 261
Vicisitudes de la comunicación...................................................... 263
Intercambio de objetos, donación de mujeres, contaminaciones . 266
Un lenguaje doble.......................................................................... 270
El escollo de la idolatría.................................................................. 271
La tentación indígena.................................................................. 273
El dominio de la expedición.......................................................... 275
“Cosas nunca oídas ni aun soñadas"........................................... 277
Los visitantes.................................................................................. 280
El “secreto" de México.................................................................. 282
El desenlace..................................................................................... 284

IX. Nacimiento de la Nueva España................................................... 287


El dilema de los vencedores.......................................................... 288
La segunda ola.................................................................................. 289
Las primeras raíces...................................................................... 292
El aprendizaje de la coexistencia................................................... 294
La tentación feudal.......................................................................... 299
“La más noble y populosa ciudad ..."........................................... 302
El “príncipe” en México.................................................................. 306
El tiempo de las dificultades (1524-1530)................................... 309
San Francisco en México.............................................................. 313
Los franciscanos en la arena....................................................... 315

X. Un virreinato en el Renacimiento................................................... 318


Un espectáculo prodigioso.......................................................... 318
La “conquista de Jerusalén".......................................................... 321
Los dos banquetes de 1539 .......................................................... 323
La llegada de los humanistas (1531-1535)................................... 325
La Utopía de Moro en México....................................................... 327
Antonio de Mendoza o la encamación del poder real (1535-
1550)........................................................................................ 329
Los progresos de la conquista espiritual................................... 335
De la destrucción de los ídolos a los bautizos en masa .... 337
622 ÍNDICE GENERAL

El aprendizaje de la lengua y la educación de los niños .... 340


La conquista de las imágenes y de las técnicas............................ 343
La conquista de los cuerpos........................................................... 346
El diálogo tortuoso de las creencias y de las culturas................ 348

XI. Los espejismos de la tierra firme................................................... 351


Las trampas de la Tierra Firme................................................... 351
La deriva de Nicuesa...................................................................... 356
Balboa, un “caudillo" tropical....................................................... 358
Dabaibe, o las primeras luces de El Dorado............................... 361
El Mar del Sur.................................................................................. 363
Pedrarias, el Justador....................................................................... 365
La pesadilla de la Castilla del Oro............................................... 367
El crepúsculo de Balboa............................................................... 370
La ruta de las especias................................................................... 371
La expedición de Magallanes........................................................... 372
La travesía del Pacífico................................................................... 377

XII. La ruta de los manglares................................................................... 381


Los rumores del Birú...................................................................... 381
La andanza...................................................................................... 384
La balsa.............................................................................................. 388
Los trece de la Isla del Gallo........................................................... 390
Las locas jomadas de Tumbes....................................................... 393
La locura de amor de Pedro Helicón............................................... 395
Francisco Pizarro, gobernador del Perú....................................... 397

XIII. La conquista del Perú....................................................................... 399


Al descubrimiento del Tawantinsuyu........................................... 401
La llegada a Cajamarca................................................................... 405
La entrevista con el Inca Atahualpa........................................... 406
Los ejércitos frente a frente........................................................... 409
La captura del Inca Atahualpa....................................................... 413
Todo el oro del Perú....................................................................... 418
La muerte de Atahualpa................................................................... 421
La invasión de los Andes............................................................... 423
Los tesoros de Cuzco....................................................................... 425
“Los de Chile".................................................................................. 428
La rebelión de Manco Inca............................................................ 431
El fin de Diego de Almagro........................................................... 434
El asesinato de Pizarro................................................................... 435

XIV. El fin de los conquistadores............................................................... 439


La transformación del Nuevo Mundo........................................... 440
El país del oro y de la canela........................................................... 441
Las amazonas.................................................................................. 445
El retomo de Gonzalo Pizarro....................................................... 448
ÍNDICE GENERAL 623

Un mestizo contra Carlos V.......................................................... 449


Los encomenderos, amos del Perú............................................... 451
El Cuzco de los encomenderos....................................................... 455
La guerra de los encomenderos................................................... 457
El fracaso del virrey...................................................................... 460
Gonzalo Pizarra, “rey” del Perú................................................... 462
La Gasea y la pacificación del país............................................... 464
La caída de Gonzalo Pizarra.......................................................... 466
Xaquixaguana.................................................................................. 467
Hacia la normalización.................................................................. 469

XV. Conclusión. “¿El camino de la verdad?"....................................... 471


Asia y siempre Asia.......................................................................... 471
Valladolid 1550, o la hora del balance........................................... 473
La América mestiza: continuará................................................... 478

An e x o s

Léxico del Descubrimiento y de la Conquista........................................... 483

Cronologías................................................................................................. 535
I. Cronología general.......................................................................... 537
II. El levantamiento de los comuneras (1519-1524)...................... 540
III. Las “germandats” o “germanías” de Valencia (1519-1524)... 541
IV La expansión portuguesa en el siglo xv....................................... 542
V. Los descubrimientos de los castellanos....................................... 545
Cristóbal Colón antes de 1492. 545; Los viajes de Colón. 545; El continente, 546
VI. Descubrimiento yconquista de México........................................ 548
Vil. Descubrimiento, conquista y pacificación del Perú (1526-1555) 549
VIII. De América al Asia.......................................................................... 551
EX. Los itinerarios.................................................................................. 552

Glosario..................................................................................................... 555

Bib l io g r a f ía

I. Generalidades.................................................................................. 561
II. Fuentes impresas.............................................................................. 562
III. Referencias discográficas.................................................................. 568
IV. Trabajos.............................................................................................. 569
La América prehispánica.............................................................. 569
Mesoamérica y el Caribe............................................................... 569
América del Sur.............................................................................. 570
Navegación (prehispánica; vikingos)........................................... 571
624 ÍNDICE GENERAL

La Europa del descubrimiento (capítulos ii -v i )............................ 571


El Nuevo Mundo (capítulos vii-xrv)............................................... 579

índice onomástico...................................................................................... 587
índice temático.......................................................................................... 601
índice geográfico.......................................................................................... 607

Este libro se terminó de imprimir y encuader-


nar en el mes de marzo de 2005 en Impreso-
ra y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
(ie ps a ), Calz. de San Lorenzo, 244; 09830
México, D. F. Se tiraron 1 000 ejemplares.

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