Jean Paul Sartre - EL SER Y LA NADA

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Filosofía 5° -
Profesor: Caceres, Franco

JEAN PAUL SARTE – EL SER Y LA NADA

(1905 – 1980)

“El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que, si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que
la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre,
o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre
empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista,
si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay
naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal
como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el
hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo solución.”

(Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo)

Autenticidad
Vida que asume la libertad consustancial a nuestro ser, vida de realización plena, consciente y sin
concesiones del propio proyecto vital.
Conducta de mala fe
Conducta que intenta esconder la responsabilidad de los propios actos.
La mala fe es una forma de mentira. Sartre nos pide que distingamos dos tipos de mentiras:
 la «mentira a secas» es el engañar a los demás, es la mentira relativa al mundo de las cosas; este
tipo de mentira puede sernos útil en nuestro trato con las cosas;
 la mala fe es la mentira inmanente, el autoengaño; en ella nos engañamos a nosotros mismos.

Con esta conducta nos intentamos ocultar el hecho insoslayable de nuestra libertad, el ser radicalmente
libres, el hecho de que lo que hacemos y lo que somos es siempre consecuencia de nuestra decisión. La
conducta de mala fe es la conducta por la que nos tratamos como cosas: el rasgo fundamental de las cosas
es el de no ser sujetos, el de ser lo que son como consecuencia de algo ajeno a ellas mismas, el no ser
dueñas o autoras de sí mismas, y así precisamente nos tratamos cuando vivimos en la mala fe. Cabe
destacar dos importantes ámbitos de la conducta de mala fe: el ámbito de la valoración de lo que somos y
el ámbito de nuestras elecciones.
Para entender la presencia de la mala fe cuando valoramos lo que somos hay que recordar la tesis esencial
del existencialismo: lo que somos es una consecuencia de nuestra decisión, hemos elegido ser como somos
y tener lo que tenemos. Sartre propone una filosofía de la acción: nuestro ser se agota en lo que hacemos,
no existe en nosotros potencialidad alguna, ni talentos ocultos que hayamos desperdiciado porque las
circunstancias han sido adversas. Este pensamiento puede ser muy difícil de aceptar, particularmente
cuando las cosas no nos salen como esperábamos. Para aliviar nuestra conciencia podemos hacer a los
demás responsables de lo que nos pasa, podemos creer que era inevitable física, psicológica o socialmente
inevitable ser como somos o tener lo que tenemos; al valorar nuestra existencia podemos alegar que ha
sido el destino, o nuestra circunstancia, o la propia sociedad la responsable de lo que somos; cuando
hacemos esto, cuando «nos buscamos excusas» para hacer más llevadero nuestro presente, tenemos
conducta de mala fe.
La mala fe también se muestra en la elección: cuando elegimos no elegir, cuando renunciamos tomar
una decisión, o nos excusamos indicando que no podemos menos de hacer lo que hacemos, nuestra
conducta es de mala fe. Para ilustrar la mala fe pone en «El ser y la nada» los dos ejemplos siguientes:
 dos jóvenes están sentados en un café; ella sabe que el hombre intenta seducirla, la charla avanza
y él toma la mano de la joven. Pero la mujer no responde, deja estar las cosas, ni retira la mano ni
confirma la intención del hombre, evita tomar una decisión (aceptar o rechazar la insinuación)
dejando su mano en la de él como si realmente no fuese consciente de la situación: se trata a sí
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misma como un objeto, como algo pasivo, como si no fuese protagonista, como si le ocurriesen las
cosas y no fuese propiamente libre;
 un camarero sirve a los clientes con excesivo celo, con excesiva amabilidad; asume tanto su papel
de camarero que olvida su propia libertad; pierde su propia libertad porque antes que camarero es
persona y nadie puede identificarse totalmente con un papel social.

Actividad:
 Hacer dos equipos en la clase.
 Cada equipo recibe una afirmación relacionada con la mala fe y la autenticidad.

"La sociedad es responsable de nuestras acciones y decisiones."


"Cada persona es completamente responsable de lo que es y lo que tiene."

 Cada equipo debe argumentar a favor o en contra de su afirmación. Tienen 10 minutos para preparar
sus argumentos.
 Después del debate, socializamos para que los demás participantes hagan preguntas o comentarios
sobre los argumentos presentados.
 Resumen de los puntos clave discutidos y reflexión sobre cómo estos conceptos pueden aplicarse
en la vida diaria.

Cogito
La subjetividad en tanto que se capta a sí misma, en tanto que realidad de la que es posible el conocimiento
más firme de todos.
El existencialismo, siguiendo las huellas de la filosofía cartesiana y de la fenomenología, tiene como punto
de partida la subjetividad del individuo. La subjetividad se expresa en esta verdad: «pienso luego soy»; ésta
es la verdad absoluta de la conciencia captándose a sí misma, y a partir de ella se ha de construir la filosofía.
En «El existencialismo es un humanismo» considera Sartre que este punto de partida es, además,
indispensable si queremos darle dignidad al hombre y no convertirlo en objeto. El problema del materialismo
es que trata al hombre como un objeto, como una cosa más del mundo; pero el existencialismo quiere
reivindicar para el hombre un conjunto de valores distintos a los del reino material. Y esto es posible si nos
captamos a nosotros mismos como sujetos, y nos captamos como sujetos en el ámbito de la verdad, del
conocimiento.

Pero hay una novedad fundamental en la idea sartriana del cogito respecto de la cartesiana: la subjetividad
que se alcanza no es la subjetividad individual, es la intersubjetividad; en el cogito uno no se descubre
solamente a sí mismo sino también a los otros. En el cogito nos captamos a nosotros mismos, pero nos
captamos a nosotros mismos frente al otro; dicho de otro modo: para la filosofía cartesiana lo indudable era
la propia subjetividad, lo dudable lo exterior a ella, incluidas las otras subjetividades; para Sartre lo indudable
es tanto la propia subjetividad como la ajena: el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos:
«Por el yo pienso, contrariamente a la filosofía de Descartes, contrariamente a la filosofía de Kant, nos
captamos a nosotros mismos frente al otro, y el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos.
Así, el hombre que se capta directamente por el cogito, descubre también a todos los otros y los descubre
como la condición de su existencia. Se da cuenta de que no puede ser nada (en el sentido en que se dice
que se es espiritual, o que se es malo, o que se es celoso), salvo que los otros lo reconozcan por tal. Para
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obtener una verdad cualquiera sobre mí, es necesario que pase por otro. El otro es indispensable a mi
existencia tanto como el conocimiento que tengo de mí mismo. En estas condiciones, el descubrimiento de
mi intimidad me descubre al mismo tiempo el otro, como una libertad colocada frente a mí, que no piensa
y que no quiere sino por o contra mí. Así descubrimos en seguida un mundo que llamaremos la
intersubjetividad, y en este mundo el hombre decide lo que es y lo que son los otros.» («El existencialismo
es un humanismo»). Sartre llama «mirada» a la experiencia que nos presenta al otro como una subjetividad,
como un ser libre.

Ser-en-sí

El ser de las cosas. La realidad no humana.

La ontología es la parte de la filosofía que aspira a darnos una descripción del ser, nos cuenta en qué
consiste el ser y cuál o cuáles son los seres fundamentales. Sartre desarrolla su teoría ontológica en su obra
fundamental «El ser y la nada». En esta obra divide la realidad en dos regiones: el ser-en-sí y el ser-para
sí (o de forma abreviada, lo en-sí y lo para-sí). El ser-para-sí es el ser de las personas, es la persona en
tanto que subjetividad, en tanto que dotada de conciencia y libertad. El ser-en-sí es el ser de las cosas, de
los objetos, de las realidades no humanas

Sartre hace una presentación abstracta del ser-en-sí, presentación que recuerda al ser de Parménides: «El
ser es. El ser es en-sí. El ser es lo que es». Con la afirmación «el ser es» Sartre quiere señalar que el ser
es positividad, realidad, actualidad; en el ser no está presente la nada, ni la diferenciación, ni el movimiento,
simplemente es. Por ser compacto, denso, homogéneo, no incluye en su interior duplicidad alguna; Sartre
rechaza las nociones tradicionales de acto y potencia, apariencia y realidad; la nada no está presente en el
ser, es un atributo que nosotros introducimos en la realidad, como cuando decimos que la semilla no es
árbol pero puede serlo, o señalamos que un semicírculo es un círculo incompleto; en el ser-en-sí no hay
duplicidad de potencia y acto: sólo desde nuestra perspectiva la semilla es árbol en potencia, puesto que
nosotros esperamos que así sea, nos representamos el futuro, ponemos la semilla en el futuro y la
observamos como árbol; al representárnosla en el futuro como árbol trasladamos esta forma de ser al
presente e introducimos esa potencialidad en la realidad actual de la semilla; del mismo modo, en el caso
del semicírculo interpretado como un círculo incompleto, es nuestra mente la que completa la figura y
proyecta en lo real la ausencia. El ser-en-sí no es consciente, pues la consciencia exige una especie de
escisión, de hueco en el ser, y el ser-en-sí es lleno. El ser en-sí es increado; la noción de creación de lo real
le parece absurda a Sartre; pero por otro lado el ser-en-sí no es causa de sí, simplemente es. Y por ser de
este modo, sin justificación, ni sentido alguno, sin poder ser explicado o deducido, está demás; es un puro
hecho, sin causa, sin razón, su existencia es absurda.

Ser-para-sí

El hombre en lo que tiene de ser humano y no de realidad cosificada: el ser sujeto o subjetividad.

En el hombre podemos distinguir dos niveles de ser distintos, el propiamente humano y libre, y la parte
común con los seres no humanos, la dimensión de cosa u objeto, la existencia ya hecha; a esta última la
llama Sartre «la facticidad del para-sí» y tiene cuatro aspectos principales:

1. el hombre es cosa, en primer lugar, por su cuerpo; es un cuerpo entre los demás cuerpos;

2. el hombre es facticidad por su pasado: el pasado es la parte de nosotros que ya está hecha, terminada,
y, como tal, que no podemos modificar; en tanto que busco realizar una meta hago mi propio ser, soy
sujeto, pero en la medida en que tengo una historia, una biografía, ya soy, tengo rasgos con los que debo
contar, que me pueden definir, soy un objeto;
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3. el hombre es cosa también por su situación la circunstancia concreta que nos toca vivir puede limitar
nuestras posibilidades de escoger; precisamente la libertad aparece como un enfrentamiento con la
situación, como el afán de dejarla de lado, de superarla;

4. finalmente, y en el límite, la muerte nos convierte definitivamente en una cosa, en algo ya fijo,
establecido; y la muerte es algo gratuito pero inevitable, está fuera de mis posibilidades, está más allá de
mi subjetividad. Con ella culmina el absurdo de la existencia: «Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo
que muramos».

La parte de nosotros que va más allá de las cosas es la subjetividad, la conciencia. Que seamos cogito
implica en la filosofía de Sartre al menos lo siguiente:

 que nos relacionamos intencionalmente con las cosas: las queremos, detestamos, conocemos,
recordamos, deseamos, imaginamos…
 que somos conscientes de nosotros mismos: este ser conscientes al que se refiere Sartre no es el
conocimiento que de modo temático, explícito, podemos alcanzar de nosotros mismos; en realidad,
piensa Sartre, en esta forma de captarnos a nosotros mismos nos captamos como objetos, no como
sujetos; sin embargo existe un conocimiento más básico de nuestra subjetividad: antes de cualquier
acto de reflexión o de conciencia temática de sí mismo, la conciencia tiene cierta noticia de sí mismo
(a esta consciencia la denomina «cogito prerreflexivo» o «conciencia no-tética de sí»): miramos un
paisaje, pasa un tiempo y recordamos haberlo mirado; cuando vivimos en este recuerdo somos
conscientes de nosotros mismos de forma temática, nuestro tema, el objeto de nuestro
conocimiento, es nuestro haber contemplado el paisaje, como en la vivencia primera nuestro tema
era el paisaje mismo; pero cuando en esta vivencia primera nuestra atención estaba dirigida al
paisaje, también, aunque de un modo indirecto, éramos conscientes de estar mirando el paisaje;
éste ser conscientes de nosotros mismos cuando mirábamos el paisaje es una forma de
autoconciencia y es una dimensión fundamental del «cogito prerreflexivo». Ya desde sus primeros
escritos, desde la época de «La trascendencia del ego», Sartre considera que esta presencia de la
conciencia a sí misma es un rasgo básico del para-sí: «el modo de existencia de la conciencia es
ser consciente de sí misma».

El hecho del estar presente la conciencia ante sí misma es un signo de la existencia de una cierta dualidad
o separación en el interior de la conciencia, pues no parece posible el conocimiento de uno mismo sin una
cierta distancia. Sartre se pregunta por lo que en el interior de la conciencia separa a ésta de sí misma y
permite su presencia ante sí misma, su ser consciente de sí. Eso que separa no puede ser ninguna cosa,
es más bien un no-ser, es la nada. Mientras que el ser-en-sí es lo lleno, lo macizo, el ser pleno, el ser-para-
sí, la conciencia, está hueca, en ella hay un vacío, una escisión, una cierta nada. El hombre se convierte
así en el ente por el que la nada adviene al mundo. Esta nada presente en el interior del hombre es lo que
le hace ser libre, le permite estar abierto siempre al futuro y nunca identificarse completamente con su ser
actual: «El para sí no es lo que es, y es lo que no es».

A partir de las reflexiones anteriores, Sartre concluye que otra dimensión fundamental del para sí es la
libertad: dado que el para-sí no es tiene que hacerse; así, por su libertad, el hombre es su propio
fundamento. De aquí se deriva el principio característico del existencialismo: «la existencia precede a la
esencia», «no hay una naturaleza humana»: el hombre no tiene ser, por lo que sólo le cabe hacerse y ser
aquello que ha querido ser. La libertad absoluta del hombre da lugar a los sentimientos de angustia,
desamparo y desesperación, sentimientos que abren la puerta a la conducta de mala fe, u ocultación de la
propia responsabilidad y muestra de la tentación de ser una mera cosa.

Como para todos los filósofos existencialistas, la temporalidad es también para Sartre una categoría
fundamental en la comprensión de la realidad humana; la vida humana se desenvuelve en las tres
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dimensiones de la temporalidad, pasado, presente y futuro. Como doctrina de la acción, el existencialismo


señala la importancia del presente, pues sólo en el acto encontramos realidad, pero como doctrina de la
libertad acaba otorgando al futuro la primacía en el mundo humano: es el futuro lo que nos mueve, e incluso
lo que hace inteligible mi presente, pues éste sólo es real y tiene un sentido para mí en tanto que es un
medio para alcanzar mis fines, en tanto que es una fase para la realización de mi proyecto.

Finalmente, en el interior del para-sí se encuentra la tensión o disposición hacia el otro, se encuentra el
para-otro. O, en términos más sencillos: la sociabilidad humana, el necesitar de los otros hombres, es
también uno de los rasgos fundamentales del para-sí

Ser-para-otro

Disposición del ser-para-sí que le relaciona con los otros seres humanos.

En su conferencia «El existencialismo es un humanismo», Sartre rechaza varios malentendidos a los


que dio lugar su filosofía. Uno de los más importantes se refería al hecho de que el existencialismo parecía
ser una filosofía de la subjetividad y por lo tanto, concluyeron sus críticos, de la individualidad (del
individualismo burgués, para los críticos de izquierdas). Pero Sartre rechaza esta interpretación, y lo hace
precisamente rechazando el individualismo más radical, el solipsismo. El solipsismo es la doctrina
filosófica según la cual es indudable la existencia de uno mismo y radicalmente dudosa e injustificable la
existencia de los otros seres, incluidas las otras personas. Si uno sigue el camino cartesiano para el
descubrimiento de una verdad indudable, puede concluir que es indudable la existencia de la mente
propia, pero a costa de resultarle al menos problemática la existencia de los otros seres. Sabemos que
Descartes consigue superar el solipsismo con el recurso de la existencia y bondad de Dios, que le sirve
de garantía de la creencia en la existencia de los otros objetos. Sartre acepta esta línea de búsqueda de
una verdad indudable, aunque cree innecesario recurrir a Dios para justificar la creencia en la existencia
de las otras subjetividades: la filosofía, nos dice, debe partir de una verdad no problemática, de una verdad
indudable y ésta es el famoso “ pienso luego existo” y la subjetividad; pero considera que la idea de una
subjetividad humana encerrada en sí misma, la idea del solipsismo, carece de sentido. El hombre posee
una dimensión social, no es un ser aislado. En la conferencia antes citada la importancia de lo social, del
«otro», se presenta desde distintas perspectivas:

 en primer lugar porque toda elección debe contar con el otro; cuando elijo un valor, este valor se
presenta con carácter universal, no puedo decir que valga solo para mí, aspira a la universalidad,
de ahí que siempre nos podamos preguntar ¿y si todo el mundo hiciese lo mismo que lo que yo
quiero hacer con mi elección?; al elegir un valor nos hacemos legisladores universales. Toda
elección compromete a la humanidad entera, somos responsables de nosotros y de todos los
hombres;
 en la conferencia se dice también que el cogito individual sólo tiene una noticia de sí mismo en la
medida en que el otro le capta, le valora, le estima o detesta. Siempre contamos con el otro:
necesitamos de los demás, de sus juicios, complicidades y rechazos para ser conscientes de la
totalidad de nuestras dimensiones, para ser de un modo u otro.

Pero esta idea de que necesitamos al otro para conformar nuestra propia identidad la desarrolla de un
modo más exhaustivo en su obra «El ser y la nada». Sus conclusiones son muy pesimistas: las relaciones
con el otro son siempre de conflicto o bien yo intentaré apropiarme de la libertad del otro o bien el otro
querrá hacer lo propio con mi libertad.

La existencia del otro no es un dato cuestionable: considera que hay una experiencia en la que el otro se
nos hace presente de un modo indudable, y se nos hace presente no como un objeto sino como un sujeto,
como una subjetividad, con su libertad, sus valoraciones, sus proyectos. La más importante experiencia
del otro es lo que Sartre llama la mirada: cuando el otro nos mira captamos en él no a un objeto, no a un
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objeto del que nada podamos temer o que pueda ser utilizado por nosotros sin consecuencias, captamos
que tras su mirada se encuentra una subjetividad. Hay un protagonista del mirar, un ser del que se pueden
esperar cosas (complicidad, solidaridad, placer, comprensión, enfrentamiento, obstáculos para nuestros
fines…). La mirada del otro nos hace conscientes de nosotros mismos pues el otro nos objetiva, por esto
trae consigo los sentimientos de miedo, vergüenza y orgullo: miedo ante la posibilidad de ser
instrumentalizados por el otro, vergüenza de hacer manifiesto nuestro ser, orgullo al captarnos a nosotros
mismos como sujetos. La vergüenza es una vivencia, y como toda vivencia es intencional, se refiere a
algo, y, en este caso, a uno mismo, sentimos vergüenza de lo que somos. En la vergüenza se da una
cierta duplicidad de protagonistas: es vergüenza de uno mismo, pero de uno mismo al ser visto por otro,
es por lo tanto una de las más importantes expresiones de la experiencia intersubjetiva, de la experiencia
o presencia del otro.

La mirada tiene dos dimensiones: el otro me puede mirar, pero yo le puedo mirar. Surge así la dialéctica
de las libertades, la lucha y el conflicto. Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos
afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del otro y cosificamos su ser,
o bien intentamos captar al otro en su libertad, en su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad
y convertirnos en meros objetos. Sartre pone como ejemplos de conductas del segundo tipo el amor,
el lenguaje y el masoquismo y como ejemplos del primer tipo la indiferencia, el deseo, el sadismo y
el odio De cualquiera de las dos maneras la relación entre las subjetividades será siempre conflictiva, será
una lucha entre libertades. De aquí su pesimista conclusión «el infierno son los otros».

Angustia

Sentimiento que acompaña invariablemente al hombre pues es expresión de la conciencia de su


inevitable libertad.

Para Sartre la libertad es la categoría antropológica fundamental: el hombre no es consecuencia de


determinismo alguno, ni biológico, ni histórico, ni social, ni teológico; es una consecuencia de lo que él
mismo ha decidido ser. Y este ser autor o responsable radical de uno mismo tiene varios efectos en el
ámbito de los sentimientos; en «El existencialismo es un humanismo» describe tres afectos que
acompañan a la libertad: la angustia, el desamparo y la desesperación

La angustia: es el sentimiento más importante, hasta el punto de que Sartre llega a declarar que el hombre
es angustia. Distingue la angustia del mero miedo: el miedo aparece ante un peligro concreto y se relaciona
con el daño o supuesto daño que la realidad nos puede infligir; la angustia no es por ningún motivo concreto,
ni de ningún objeto externo, es miedo de uno mismo, de nuestras decisiones, de las consecuencias de
nuestras decisiones. Es la emoción o sentimiento que sobreviene con la conciencia de la libertad: al darnos
cuenta de nuestra libertad nos damos cuenta de que lo que somos y lo que vamos a ser depende de
nosotros mismos, de que somos responsables de nosotros mismos y no tenemos excusas; la angustia
aparece al sentirnos responsables radicales de nuestra propia existencia. Es muy importante también
recordar que para Sartre esta conciencia de la responsabilidad se incrementa al darnos cuenta de que
nuestra elección no se refiere solo a la esfera puramente individual: todo lo que hacemos tiene una
dimensión social; cuando elegimos un proyecto vital estamos eligiendo un modelo de humanidad, no se
puede elegir una forma de vida y creer que ésta vale sólo y exclusivamente para nosotros, no se puede
desatender a la pregunta ¿y si todo el mundo hiciera lo mismo? Al elegir, afirma Sartre, nos convertimos en
legisladores, por ello siempre nos deberíamos decir: «dado que con mi acción supongo que todo hombre
debe actuar así, ¿tengo derecho a que todo hombre actúe así?». Sartre nos recuerda que el sentimiento
de angustia lo conocen todas las personas que tienen responsabilidades, y cita el caso del jefe militar que
decide enviar a sus hombres al combate, sabiendo que tal vez los envía a la muerte; él es responsable del
ataque, elige esta acción y la decide en soledad.

Podría parecer que la angustia, como miedo ante la elección de una posibilidad, lleva al quietismo o la
inacción, pero, señala Sartre, esto no es así, al contrario: la angustia es expresión o condición de la acción
misma pues si no tuviésemos que elegir no nos sentiríamos responsables ni tendríamos angustia. La
angustia acompaña siempre al hombre, no sólo en los casos de decisiones extremas; sin embargo, cuando
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examinamos nuestra conciencia observamos que muy pocas veces sentimos angustia. Sartre explica esta
circunstancia indicando que en estos casos lo que hacemos es huir de ella adoptando conductas de mala
fe, no creyéndonos responsables de nuestras acciones.

El desamparo este sentimiento es una consecuencia de la conciencia de la radical soledad en la que nos
encontramos cuando decidimos: el elegir es inevitable, personal e intransferible. No podemos dejar de elegir
(incluso cuando optamos por no elegir, elegimos no elegir, elegimos dejarnos llevar por la circunstancia, la
pasión o la legalidad); somos nosotros los que elegimos: no vale excusarse indicando que estamos
cumpliendo una orden de un superior o un mandato del Estado, siempre podríamos no hacerlo; sólo si no
aceptamos nuestra libertad, sólo si nos consideramos como un eslabón más en la cadena causal de las
cosas podemos creer que la elección viene de fuera, pero esto es una trampa, es una conducta de mala fe.
No cabe refugiarse en la excusa de la fuerza de una pasión, o de la presión de una circunstancia o de la
autoridad: somos libres, estamos condenados a ser libres, a elegir, y lo que hacemos depende de nosotros
y sólo de nosotros. Nuestra decisión es intransferible y se hace en soledad también en otro sentido: los
valores que dirigen nuestra elección los elegimos nosotros, o mejor, los inventamos: no existe una tabla de
valores absoluta en la que podamos consultar lo correcto o incorrecto de nuestra decisión, en la que
podamos apoyar nuestro juicio moral. Dios no existe, y por no existir Dios no existen valores morales
absolutos, independientes de nuestra subjetividad, a priori: «en ningún sitio está escrito lo que debemos
hacer; estamos en el plano de lo humano»; Sartre recuerda la frase de Dostoievsky «si Dios no existiera,
todo estaría permitido» y declara que éste es el punto de partida del existencialismo. Todo está permitido
si Dios no existe, y no hay excusas de ningún tipo para nuestras acciones. Ninguna moral puede presentar
con detalle la conducta que debemos realizar, solo nos cabe inventarnos nuestra moral «el hombre, sin
ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre».

La desesperación debemos comprometernos con un proyecto, debemos elegir nuestro ser, y esta elección
no debe descansar en la esperanza de su realización inevitable pues sólo podemos contar con lo que
depende de nuestra voluntad: el mundo no se acomoda necesariamente a nuestra voluntad, siempre hay
factores imprevistos, siempre es posible que se trueque nuestra intención en algo totalmente distinto a lo
previsto.

Libertad

Nos dice Sartre que la idea del hombre como un ser libre es una consecuencia inevitable del
ateísmo Compara la concepción creacionista, la concepción según la cual Dios ha creado al mundo y al
hombre, con la visión técnica del mundo. En el caso de los objetos artificiales la esencia precede a la
existencia; la esencia es el conjunto de rasgos que invariablemente deben estar presentes en un objeto para
que este objeto sea lo que es. Cuando queremos fabricar un objeto primero nos hacemos una idea de él,
nos formamos un concepto en el que se incluyen las cualidades que le van a definir y su utilidad, su finalidad;
el concepto expresa en el nivel del pensamiento la esencia del objeto que vamos a fabricar. Así actuamos,
por ejemplo, en el caso de un libro o un cortapapel: el artesano se ha inspirado en el concepto de libro o de
cortapapel; intenta que en todo aquello a lo que llamamos libro o cortapapel estén presentes los rasgos que
piensa mediante el concepto o idea correspondiente. En este sentido se puede decir que la esencia es
anterior a la existencia, puesto que primero es el concepto del objeto y luego su existencia concreta; la
existencia concreta se intenta acomodar a la esencia que se expresa en la definición del objeto. Según
Sartre, los que conciben a Dios como creador lo identifican con un artesano superior, el artesano del mundo:
cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo
que el artesano crea un libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre individual es
una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su mente.

En la Edad Moderna la noción de Dios entra en crisis, pero no ocurre lo mismo con la idea de que la esencia
precede a la existencia; y, en el caso concreto del hombre, se sigue pensando que existe la naturaleza
humana, y a cada hombre como un ejemplo del concepto hombre, exactamente igual que cada libro concreto
es un ejemplo del concepto libro. El existencialismo, añade Sartre, es un ateísmo coherente, pues afirma
que «si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que
existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre… ¿Qué significa aquí
que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en
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el mundo y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es
porque empieza por no ser nada. Sólo será después y será tal como se haya hecho. Así pues no hay
naturaleza, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe,
sino tal como él se quiere y como se concibe después de la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que
él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo.» Con estas tesis Sartre declara la peculiar posición
del hombre respecto del resto de seres: empieza existiendo, no teniendo un ser propio, empieza siendo una
nada, y se construye a sí mismo a partir de sus proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este
modo, Sartre relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o esencia implica que el
ámbito de conductas posibles está ya determinada; que algo tenga una naturaleza quiere decir que el tipo
de conductas posibles que le pueden acaecer está restringida o limitada por su propio ser; pero el hombre
no tiene naturaleza, no tiene una esencia, por lo que es libre y es lo que él mismo ha decidido ser

La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a negar cualquier género de
determinismo. No cree en el determinismo teológico, ni biológico ni social: ni Dios nos ha dado un destino
irremediable, ni la Naturaleza ni la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra
conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos. Los fines que
perseguimos no nos vienen dados ni del exterior ni del interior, de una supuesta naturaleza, es nuestra
libertad la que los elige. Como dice en «El existencialismo es un humanismo», no se nace héroe o
cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición.
Estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad,
no nos hemos creado, no somos libres de dejar de ser libres. Aunque todo hombre está en una situación,
nunca ella le determina, antes bien, la libertad se presenta como el modo de enfrentarse a la situación (al
entorno, el prójimo, el pasado). Ni siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de la libertad,
pues en realidad, dice Sartre, los valores no existen antes de que nosotros los queramos, no existen los
valores como realidades independientes de nuestra voluntad, los valores morales los crea nuestra
determinación de hacer real tal o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de otros, la voluntad
les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares, pero más aún a la elección del
perfil básico de mí mismo, del proyecto fundamental de mi existencia, proyecto que se realiza con las
voliciones particulares.

Esta idea sartriana tiene dos importantes consecuencias:

 hace al hombre radicalmente responsable no tenemos excusas, lo que somos es una


consecuencia de nuestra propia libertad de elección; somos responsables de nosotros mismos, pero
también del resto de la humanidad; lo que trae consigo el sentimiento de angustia y, en los casos de
huida de la responsabilidad, la conducta de mala fe;
 hace del existencialismo una filosofía de la acción de forma un tanto paradójica el existencialismo
se presenta como una filosofía optimista; paradójica puesto que parecería que al declarar el carácter
absurdo de la vida, el ser el hombre «una pasión inútil», podría fomentar la pasividad, la quietud,
pero dado que el hombre es lo que él mismo se ha hecho, dado que se declara que cada hombre es
la suma de sus actos y nada más, nos incita a la acción, a ser más de lo que somos: no existe ningún
ser que nos haya creado y que dirija nuestra conducta de uno u otro modo.
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ACTIVIDADES: Responder los siguientes interrogantes:


1). Describe alguna conducta de mala fe.
2). Explica en qué consiste la angustia.
3). ¿Cómo se nos hacen presentes las otras personas según Sartre?
4). ¿El mundo tiene sentido según el existencialismo? Justifica tu respuesta.
5). ¿Te parece posible tratar a las personas sin perder la propia libertad y sin que los demás la pierdan?
Justifica tu respuesta.

Análisis de texto:
TEXTO 2
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Profesor: Caceres, Franco

«No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión de
trascendencia, como constitutiva del hombre ―no en el sentido en que Dios es trascendente, sino en el
sentido de rebasamiento― y de la subjetividad en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí
mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista (…).
El existencialismo no es más que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea
coherente. No busca de ninguna manera hundir al hombre en la desesperación. Pero si se llama, como los
cristianos, desesperación a toda actitud de incredulidad, parte de la desesperación original. El
existencialismo no es tanto un ateísmo en el sentido de que se extenuaría en demostrar que Dios no existe.
Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro punto de vista. No es que
creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; es necesario que
el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo, así sea una
prueba valedera de la existencia de Dios. En este sentido el existencialismo es un optimismo, una doctrina
de acción, y sólo por mala fe, confundiendo su propia desesperación con la nuestra, es como los cristianos
pueden llamarnos desesperados.»

FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
JEAN-PAUL SARTRE Jean-
Paul
Sartre
(1905 –
1980)

EJERCICIOS CON TEXTOS


TEXTO 1

«El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe,
hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de
poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, (…). ¿Qué significa aquí que
la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge
en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es
definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho.
Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla.
El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se
concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el
hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo. Es
también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué
queremos decir con esto sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa?
Porque queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que
se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante
todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una
coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será
ante todo lo que habrá proyectado ser.»
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Profesor: Caceres, Franco

Sartre, El existencialismo es un humanismo, Ediciones del 80, Barcelona


1. Explica el significado de los siguientes términos del texto: «existencialismo», «subjetividad»,
«proyecto».
2. Explica cómo justifica Sartre la existencia de la libertad.
3. Relaciona el contenido del texto con las tesis fundamentales del existencialismo.

TEXTO 2
«No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión
de trascendencia, como constitutiva del hombre ―no en el sentido en que Dios es trascendente,
sino en el sentido de rebasamiento― y de la subjetividad en el sentido de que el hombre no está
encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos
humanismo existencialista (…).
El existencialismo no es más que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición
atea coherente. No busca de ninguna manera hundir al hombre en la desesperación. Pero si se
llama, como los cristianos, desesperación a toda actitud de incredulidad, parte de la desesperación
original. El existencialismo no es tanto un ateísmo en el sentido de que se extenuaría en demostrar
que Dios no existe. Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro
punto de vista. No es que creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el
de su existencia; es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada
puede salvarlo de sí mismo, así sea una prueba valedera de la existencia de Dios. En este sentido
el existencialismo es un optimismo, una doctrina de acción, y sólo por mala fe, confundiendo su
propia desesperación con la nuestra, es como los cristianos pueden llamarnos desesperados.»
(J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Ediciones del 80, Barcelona)
1. Explica el significado de las siguientes expresiones del texto: «humanismo», «doctrina de
acción», «mala fe».
2. ¿Qué quiere decir Sartre con la frase «el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente
siempre en un universo humano»?

INDICA LA VERDAD O FALSEDAD DE LAS SIGUIENTES AFIRMACIONES


1. La angustia es el sentimiento que acompaña a la conciencia de la libertad y la responsabilidad.
2. Sartre llama «mirada» a la principal experiencia del otro.
3. Considera que la existencia del «otro» es dudable.
4. En el caso del hombre la existencia es anterior a la esencia.
5. Sartre rechaza el humanismo.
6. No cree necesario que la filosofía tenga como punto de partida el cogito.
7. Cree que no existe ni una naturaleza humana ni una condición humana.
8. La conducta de mala fe aparece fundamentalmente cuando engañamos a los demás para
realizar nuestros fines.
9. Para Sartre la esencia de la relación entre las personas es el conflicto.
10. Considera que su filosofía es optimista.
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Profesor: Caceres, Franco

11. En el amor conseguimos el reconocimiento del otro en su libertad, pero anulamos nuestra
libertad y subjetividad.
12. El existencialismo critica el uso de la razón matematizante para la comprensión de la realidad
humana.
13. El hombre es responsable de sí mismo y de todos los hombres.
14. Lo que somos está determinado social y biológicamente.
15. Para el existencialismo el mundo, la vida, no tiene un sentido a priori.

16. La característica fundamental que la fenomenología encuentra en la conciencia es la


intencionalidad.

17. El humanismo cristiano reivindica la renovación de la cultura a partir de los ideales morales y
vitales de la antigüedad clásica.

18. Sartre considera que no hay otro legislador que el hombre mismo.

19. El ser en-sí es increado.

20. Sartre rechaza el solipsismo.

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