3. ILUSTRACIÓN

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ILUSTRACIÓN

SITUACIÓN GENERAL:

La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual, primordialmente europeo, que nació a


mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros años del siglo XIX.

Fue especialmente activo en Inglaterra, Francia y Alemania.

Inspiró profundos cambios culturales y sociales, y uno de los más drásticos fue la Revolución
francesa.

Nacen importantes ideas como:

• la de búsqueda de la felicidad
• la soberanía de la razón
• la evidencia de los sentidos como fuentes primarias del aprendizaje

Ideales tales como

• la libertad
• el progreso
• la tolerancia
• la fraternidad
• el gobierno constitucional
• la separación del estado y la iglesia

SITUACIÓN EN ESPAÑA:

En España la Ilustración coincidió con los reinados de Fernando VI y Carlos III. (caracterizado por el
reformismo borbónico)

La creación de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia, de la Medicina y del Real Gabinete
de Historia Natural (actual Museo Nacional de Ciencias Naturales), son reflejo de los logros de la
Ilustración española.

En España el movimiento ilustrado solo se difundió entre determinadas élites (entre algunos nobles
y clérigos, y entre algunos profesionales y miembros acomodados del «estado llano»).
CARACTERÍSTICAS DEL MOVIMIENTO:

A lo largo del siglo XVIII eclosiona una nueva mentalidad que enlaza con la antropología renacentista
y que en consecuencia viene a romper la cosmovisión del mundo Barroco.

Este movimiento se cimienta, a grandes rasgos, en el espíritu crítico, que rompe abruptamente con
el principio de autoridad, en el predominio de la razón y su fundamentación en la experiencia.

Esta estructura del saber tiene como consecuencia que la filosofía y la ciencia sean las disciplinas
más valoradas. Este período ha sido conocido en la Historia de las Ideas como "Siglo de las Luces" o
"Siglo de la razón". Su característica más relevante es la búsqueda de la felicidad humana a través de
la cultura y el progreso.

Las nuevas ideas asociadas al pensamiento ilustrado hicieron que el arte y la literatura se orientaran
hacia un nuevo clasicismo (Neoclasicismo), del que se deriva el adjetivo "neoclásico".

La Ilustración en España se inscribe en el marco general de la Ilustración europea (espíritu crítico, fe


en la razón, confianza en la ciencia, afán didáctico). Las influencias son esencialmente francesas e
italianas.

LITERATURA:

En literatura se busca la expresión moderada de las emociones, y emular normas y reglas clásicas
(puestas de actualidad gracias a los descubrimientos arqueológicos de este período). Al mismo
tiempo se valoró el equilibrio y la armonía como el principio estético dominante. Tradicionalmente
se ha tendido a afirmar que contra tanta rigidez se reaccionó a finales de siglo, produciéndose una
vuelta al mundo de los sentimientos, otorgándole el nombre de "Prerromanticismo".

Los ilustrados fueron una minoría culta formada por nobles, funcionarios, burgueses y clérigos.
Básicamente se interesaron por:

• Reforma y reactivación de la economía (preocupación por las ciencias útiles, mejora del
sistema educativo).
• Crítica moderada de algunos aspectos de la realidad social del país.
• Interés por las nuevas ideas políticas liberales, aunque, en su mayor parte, no apoyaron
planteamientos revolucionarios.

Su afán reformista los llevó a chocar con la Iglesia y la mayor parte de la aristocracia. Pese a los
afanes ilustrados, la mayoría del país siguió apegada a los valores tradicionales.

CORRIENTES LITERARIAS:

Se diferencia a lo largo de la Ilustración tres corrientes literarias principales:

• El postbarroco (que ocupa la práctica totalidad del siglo XVIII)


• el neoclasicismo
• el prerromanticismo

Todas ellas coexisten en los últimos años tanto en el tiempo como en la propia obra de algunos
escritores, como el caso de José Cadalso cuya obra se puede ubicar parcialmente en el neoclasicismo
(“Cartas Marruecas” ) y en el prerromanticismo (“Noches Lúgubres”).
Postbarroco:

Pretende continuar el estilo, técnicas y temas que fueron característicos del movimiento barroco en
el Siglo XVII sin aportar, literariamente, nada nuevo ni de especial calidad.

Neoclasicismo:

Se caracteriza por aplicar las ideas propias de la Ilustración a la vez que busca un regreso a los
valores clásicos griegos y romanos. Los rasgos que definen esta corriente se pueden resumir en los
siguientes:

• Vuelta al mundo clásico.


• Sometimiento a las reglas de creación literaria (principalmente a las de Aristóteles).
• Entienden que el arte y la literatura deben buscar la utilidad.
• Eliminación de la obra de arte de los sentimientos desbordados.
• Imitación de la naturaleza.

Prerromanticismo:

Anticipa el Romanticismo del Siglo XIX al dar prioridad a los sentimientos por encima de la razón. Esa
prioridad que cobran los sentimientos explica la aparición, entre otros, del terror. Es también
característico de esta corriente la ambientación de las obras en una naturaleza estridente, macabra
o desbordada: días de tormenta, noches oscuras y tenebrosas, cementerios, ruinas, etc. . . ,
ambientación típica del movimiento romántico.

PROSA:

La prosa del siglo XVIII

El género literario más importante de la prosa del siglo XVIII es el ensayo, ya que, como hemos visto,
los rasgos que predominan en esta época se desarrollan mejor con la exposición teórica de ideas,
pensamientos y críticas.

Entre los ensayistas más conocidos de la época hay que resaltar a Fray Benito Jerónimo Feijoo y a
Gaspar Melchor de Jovellanos.

El ensayo ilustrado tuvo un cauce de difusión muy importante en los periódicos. Aunque habían
aparecido esporádicamente en siglos anteriores, es durante el XVIII cuando se produce un desarrollo
pleno del periodismo. La rápida divulgación de la prensa escrita (gracias a una lectura cómoda y
barata) tuvo dos consecuencias:

• La toma de conciencia de la importancia de una información sistemática.


• El reconocimiento por parte de los gobiernos de la capacidad de influencia del periodismo
en la opinión pública.

La finalidad de los periódicos del siglo XVIII no pudo ser informativa (dadas las dificultades de
comunicación y lo tardío de la llegada de las nuevas noticias), sino que fue educativa y divulgativa.

Las obras que adoptan forma de carta, bien sea dirigidas a personas reales, bien a personajes
ficticios, se convirtió en un género muy abundante durante el siglo XVIII, ya que servía
perfectamente para ejercer la crítica de costumbres, comportamientos e ideas.

De entre todos los autores de literatura epistolar hay que destacar al gaditano José Cadalso.
POESÍA

La poesía del siglo XVIII

La poesía española del siglo XVIII no es uniforme, sino que muestra diferentes tendencias:

• Poesía postbarroca. Este tipo de poesía se da durante toda la primera mitad del siglo. Se
trata de una continuación de la poesía barroca y una imitación constante de los maestros de
ese movimiento, Góngora y Quevedo, y de calidad limitada.
• Poesía rococó. Entre 1750 y 1770 aproximadamente nos encontramos con una nueva forma
de hacer poesía que recoge ya las nuevas tendencias europeas. Los rasgos que la definen
son:
o Enfrentamiento con el estilo barroco.
o Vuelta a los modelos clásicos (griegos y romanos) y del Renacimiento español.
o Numerosas innovaciones métricas.
o Los temas más destacados son pastoriles, el amor, visto de una forma sensual y
tierna, así como los placeres de la vida: el vino, las fiestas, el cuerpo femenino, etc…
• Poesía ilustrada. Desde 1770 hasta 1790, aproximadamente, la poesía española del XVIII se
llena de los grandes temas que preocupan a los ilustrados: la amistad y la solidaridad, la
búsqueda de la felicidad y del bien común, la importancia de la educación, el papel de la
mujer en la sociedad y la crítica de las costumbres. Aparte de lo anterior, la poesía de este
período presenta otros caracteres:
o Sometimiento a las reglas de arte. Los autores de la época piensan que existen unas
normas que marcan lo que debe ser una obra literaria correcta.
o La finalidad de la poesía entienden que debe ser didáctica. Esto explica la
abundancia de fábulas, género muy útil para conseguir el ideal ilustrado de "enseñar
entreteniendo".
• Poesía prerromántica. En los últimos años del siglo empiezan a aparecer autores y obras en
las que se expresa de un modo directo los sentimientos más íntimos sin someterse a las
normas preestablecidas. Los caracteres que la definen pueden ser:
o Los temas más característicos son la soledad, el fracaso amoroso, la muerte.
o La ambientación tenebrosa (tumbas, ruinas, noches tormentosas y misteriosas).
o Lingüísticamente se caracterizan por la abundancia de exclamaciones, apóstrofes. . .

Destacan en la poesía del siglo XVIII tres grandes núcleos:

• La escuela salmantina se desarrolló en torno a su Universidad y tiene como principales


representantes a José Cadalso, Juan Meléndez Valdés, y Gaspar Melchor de Jovellanos
• El grupo madrileño estuvo formado por Ramón de la Cruz, Tomás de Iriarte, Felix María
Samaniego, Nicolás Fernández de Moratín y Leandro Fernández de Moratín
• La escuela sevillana tiene como poetas más destacados a José Marchena y Alberto Lista
TEATRO:

El teatro del siglo XVIII

Como sucedía con la poesía, durante toda la primera mitad del siglo las formas teatrales que
predominan son herederas del Barroco, tanto en temas como en formas.

En la segunda mitad del siglo aparecerá lo que denominamos teatro neoclásico. Los caracteres que
lo definen son:

• Intención didáctica. Para los ilustrados el teatro constituía el mejor medio de propaganda de
sus ideas de reforma de la sociedad.
• Sometimiento a las reglas. Algunas de las reglas que se aplicaron en la época son:
• El argumento representado debe respetar la verosimilitud.
• Guardar el decoro: los personajes deben comportarse, hablar y actuar de acuerdo con su
sexo y condición social.
• Respetar las unidades de lugar, tiempo y acción.
• No mezclar tragedia y comedia.
• No presentar escenas violentas, sino narrarlas en escena cuando sea el caso.
• No situar más de tres personajes en escena a la vez, y no dejarla nunca vacía.
• Eliminar el personaje del gracioso.
• Utilizar un lenguaje claro.

Entre los escritores más destacados encontramos a Leandro Fernández de Moratín, autor, entre
otras, de “El sí de las niñas”.

Existen tres tendencias en el teatro dieciochesco español:

• Tradicional: Está formada por los dramaturgos que se ajustan aún al canon barroco.
Especialmente importantes son los epígonos de Calderón. Triunfan -por lo tanto- las
comedias de enredo, de magia, de milagros de santos y de historia. Para la aristocracia, se
montan zarzuelas y óperas al gusto italiano
• Popular: Los sainetes y Ramón de la Cruz son las verdaderas estrellas de esta tendencia.
Ramón de la Cruz escribió tragedias y comedias en las que imitó singularmente a Pietro
Metastasio, Jean Racine y Voltaire. Tradujo también obras de estos autores y adaptó algunos
textos del teatro clásico español como Andrómeda y Perseo de Calderón e Ifigenia de José
de Cañizares. Por último se consagró al sainete popular con gran éxito, de los que produjo
más de trescientos, lo que le atrajo la hostilidad de los estilistas del Neoclasicismo,
partidarios de un arte más idealizado y educativo. El propio Ramón de la Cruz intentó reunir
su obra, que publicó en una colección incompleta de diez tomos durante 1786 y 1791.
• Neoclásica: Adopta las nuevas modas que llegan de Francia. En consecuencia, se impuso la
razón y la armonía como norma. Se acató la llamada «regla de las tres unidades», que exigía
una única acción, un solo escenario y un tiempo cronológico coherente en el desarrollo de la
acción dramática. Se estableció la separación de lo cómico y lo trágico. Se impuso la
contención imaginativa, eliminando todo aquello que se consideraba exagerado o de «mal
gusto». Se adoptó una finalidad educativa y moralizante, que sirviera para difundir los
valores universales de la cultura y el progreso.
El autor más representativo de esta corriente fue Leandro Fernández de Moratín, creador de
lo que se ha dado en llamar «comedia moratiniana», con la que ridiculizó los vicios de su
época, en un claro intento de convertir el teatro en un vehículo para cambiar las
costumbres.

Aunque normalmente olvidada por los libros de texto, el ideal de belleza neoclásico se
encarna, sobre todo, en las tragedias, que por entonces eran entendidas como imitación de
la vida de los héroes, sujetos más que otros por razón de estado, a pasiones violentas y
catástrofes. Es un teatro que privilegia la estaticidad sobre el dinamismo y que se ajusta
rigurosamente a las famosas reglas de las tres unidades (de tiempo, lugar y acción).

Los personajes se caracterizan por mostrarse constantes a lo largo de todo el drama al


carácter o genio que manifestó al principio; es decir, son personajes inmóviles, que no
evolucionan a lo largo de la obra.

El tragediógrafo neoclásico -fiel al espíritu de la época- rechaza toda la hinchazón culterana y


adopta un lenguaje inspirado en esa sencilla nobleza que postulaba Kant. En las tragedias,
ese ideal se realizó a través de un compromiso entre un lenguaje de fondo coloquial y
prosaico y los recursos de la retórica, que intentaban realzarlo para conseguir el tono
solemne, o sublime, que requería la calidad de los personajes. Esta gravedad la consiguen a
través de un lenguaje muy metonímico y sentencioso. La pieza trágica neoclásica se califica
preferentemente como opus oratorium, en el cual las réplicas de los personajes cuentan
mucho más por las enseñanzas que dirigen al público que al desarrollo de la trama. Así, la
tragedia se convierte en una función que esencialmente hay que oír. Además, al hablar, no
dialogan verdaderamente con los demás actantes presentes en la escena, ya que se dirigen
esencialmente al público.

Esta concepción dramática influye, naturalmente, en la puesta en escena y en la


interpretación. Así, se le quita mucha importancia al decorado, se impone que los actores
ocupen siempre todo el espacio de las tablas y que diesen constantemente la cara al público,
cosa lógica, siendo éste el verdadero destinatario del mensaje.

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