BHA-63

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A fio Vl—Núm.

63 Julio, 1910

Director, PEDRO M. IBAÑEZ

Bogotá — República de Colombia

vi—9
I3° Boletín de Historia y Antigüedades

20 DE JUUO DE 1910
La Academia Nacional de Historia dedica este
número de su órgano de publicidad á celebrar el
Centenario del 20 de Julio de 1810, día en que la
idea revolucionaria, germen de la Independencia, se
convirtió en hecho con el movimiento popular que
inició en Bogotá la emancipación.
Nada debemos envidiar á otros pueblos de glo­
riosas tradiciones. Tenemos las figuras históricas de
Bolívar, creador de Colombia, cuya gloria llega hoy
al cénit bajo los pliegues de la inmortal bandera, y
cuya legendaria figura ha sido traducida al bronce
por David D’Angers, Tenerani y Frémiet; la de
Antonio Nariño, iniciador de la Independencia y
traductor de los Derechos del Hombre; la de San­
tander, que transformó las llanuras de Casanare en
el Monte Aventino de la revolución y abrió en Paya
el amplio camino que aseguró la libertad de un
Continente; la de Camilo Torres, que adivinó con
claridad de profundo jurista el genio del futuro Li­
bertador; la de Caldas, el sabio mártir, orgullo de
América; la de Girardot, que terminó en Bárbula
su corta y gloriosa carrera; la de Ricaurte, «honor
de los bravos,» que llenó el espacio con su fama;
la de Zea, notable entre los mas ilustres patricios de
la Gran Colombia; la de Córdoba, que dejó para su
gloria el sublime ¡Armas á discreción, -paso de ven­
cedores!; la de Baraya, primer vencedor en las ba­
tallas de la Independencia; la de Sucre, cuyas glorias
20 de Julio de 1910 *3!

se pueden condensar en dos palabras: Pichincha y


Ayacucho; y la de una legión de ilustres servidores
de la Independencia que en los Ejércitos libertado­
res, en las letras, en el foro, en la Iglesia, en las
ciencias, en una palabra, en todas las manifestacio­
nes de la actividad humana, descollaron en el cielo
de la Patria y rindieron por ella su vida, ya en los
campos de batalla, ya en los patíbulos, ó más afor­
tunados que los héroes y los mártires, lograron con­
tribuir eficazmente á la fundación de la República.
Ya el 14 de Junio de 1810, Cartagena la heroi­
ca había depuesto al Gobernador español don Fran­
cisco Montes, para gobernarse por sí misma; el 4 de
Julio siguiente, Pamplona había arrancado las rien­
das del gobierno del Corregidor español don Juan
Bastus, y el 11 del mismo mes los Alcaldes Ordina­
rios del Socorro habían derrocado al Jefe peninsular
don José Valdés Posada.
La actual generación recuerda hoy en todo el
territorio colombiano los sacrificios y la gloria de esa
ilustre pléyade de patricios, y sus nombres vivfen en
el corazón de quienes deben á ellos la herencia in­
apreciable de la libertad.
Ante esos nombres venerandos se descubre con
profundo respeto la Academia, rindiendo á su me­
moria el debido tributo de admiración y de gratitud
que palpita hoy en el ánimo de todos los hijos de la.
Gran Colombia.
<32 Boletín de Historia y Antigüedades

ESTADO POLITICO OE LOS PUEBLOS AMERICANOS


EN 1 A EPOCA DE LA INDEPENDENCIA
{Fragmento}.
Al estallar la Independencia en 1810 estaba el Conti­
nente americano dividido en cuatro Virreinatos y siete Ca­
pitanías Generales.
Eran los primeros Méjico ó Nueva España, Perú, Nue­
va Granada y Buenos Aires; eran las segundas Yucatán,
Guatemala, Venezuela, Chile, Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo. Tal era el Imperio colonial de España, sin contar
«us lejanas posesiones del Asia.
Preludios de independencia se habían visto en estas Co>-
lonias; precursores audaces habían iniciado movimientos
aislados, aquí y allí, en ese inmenso territorio; pero todo
había fracasado al nacer, y aplastados fueron esos gene­
rosos impulsos por la fuerza y poderío de la Metrópoli.
Ea idea no había germinado aún sino en espíritus eleva­
dos, como la luz del sol baña las cúspides antes de darles
vida y calor á los valles. Pero la simiente, esa simiente na­
cida en la Revolución Francesa, estaba ya en el Nuevo Mun­
do, y era cultivada por hombres superiores.
No basta sin embargo una grande idea para conmover
un mundo, para transformar muchos pueblos, sino que es
preciso el esfuerzo de brazos poderosos, para que se corone
la obra. El sembrador que ha puesto la semilla en el surco
ha necesitado la colaboración del hierro, que taladra la
roca y remueve la tierra.
El árbol frondoso de la monarquía tenía ya robustas
ramas, cargadas de frutos, y fue al ser sacudido por el bra­
zo napoleónico cuando esos ramajes se desprendieron del
vetusto tronco. La idea de la independencia estaba aquí,
como lo hemos dicho, y tenía numerosos cultivadores, pero
¿ cuándo y cómo debía estallar ese movimiento ?
Fue en 1810 el momento propicio. La secular monar­
quía tambaleaba, y el pueblo español asumía su soberanía en
forma de Juntas Supremas. ¿ Qué camino tomar las colonias
americanas? ¿Acatar, como siempre, al Monarca, aun en su
caída? ¿O someterse al cetro de aquel Capitán afortunado
que había uncido medio mundo á su carro victorioso? ¿O
reconocer la Junta de Regencia, que decían representaba la
soberanía nacional? Nuestros padres optaron por la mejor
solución: la independencia de la Madre Patria. Y eso se hizo
tras larga y cruenta labor.
Pero ¿ fue oportuna la independencia ? ¿ Era el estado
de estos países, en ese año, el adecuado para entrar en el
concierto de las naciones, como pueblos soberanos y libres?
Estado político de los pueblos americanos »33

Ambas interrogaciones creemos que pueden contestarse


afirmativamente. Años antes la independencia hubiera sida
prematura: no había hombres ni elementos para ello; y así
lo demostraron esas tentativas fracasadas de que hablamos
arriba. Lo mismo puede decirse con respecto á la otra pre­
gunta. En esos días exhibían precisamente las Colonias es­
pléndidos frutos.
Cuando se trata de justificar la independencia pintan
muchos autores nuestro estado político en esa época con
colores sombríos. Todo—dicen—era obscuridad, barbarie,
miseria y atraso; y exageran enormemente los males de la
Colonia. Los habría sin duda, pero no creemos que fuera ese
estado político así de lastimoso. Si tal hubiera sucedido, en­
tonces no habría sido tan oportuno el movimiento revolu­
cionario. Hombres ignorantes, pueblos semisalvajes, no
fueran dignos de los beneficios de esa transformación: se­
rían incapaces de manejar las riendas de la cosa pública,
inhábiles para el timón del Estado.
Al hablar, en otro escrito, hace poco tiempo, del estado
de nuestro país, del Nuevo Reino de Granada, en aquellos
primeros años del siglo xix, hicimos notar que entonces fue
la edad de oro del Virreinato y cuando floreció una pléyade
de hombres ilustres.
«Quizásaquel movimiento científico—dijimos entonces—
y aquel areópago de hombres superiores, indicaciones eran
de que la Colonia había llegado á la mayor edad, de que yapo-
día gozar de los beneficios de la emancipación.» « Y anotamos
eso—agregamos—para que no se llegue á pensar que la inde­
pendencia fue injusta ó inoportuna porque disfrutábamos en­
tonces bajo el gobierno de buenos Virreyes de una edad do­
rada, que parecía ser aurora de paz, de opulencia y de es­
plendor. Pero meditando sobre ello deducírnoslo contrario :
así como la ignorancia y el mal traen el despotismo, la sabi­
duría y la virtud abren el paso á la libertad y á la Repúbli­
ca; y un movimiento intelectual como el de esos días, como
el de los enciclopedistas franceses, preludios son de la llega­
da de aquellas deidades y anuncian bien que el fruto está en
sazón, ó que los tiempos se acercan, como dice la Sagrada
Biblia.»
Y eso que sucedía en este Virreinato acontecía también
en todo el Continente. Había sí grandes yerros económicos;
faltaban en la Península hombres de criterio amplio y gene­
roso, de conocimientos científicos que hubiesen cambiad©
ese deplorable sistema tributario y de monopolios y contri­
buciones injustas, por un régimen de libertad industrial y
de libre cambio.
El estado político, intelectual y social de América no
era pue6 tan malo como suelen pintarlo muchos historiado­
^34 Boletín de Historia y Antigüedades

res. Basta leer las Relaciones de Mando de los Virreyes para


ver cómo animaba á gobernantes y gobernados un sano es­
píritu público, y cómo iban las Colonias en camino de pros­
peridad.
Y esto no hará que se crea, como lo hemos dicho, que
hubo deslealtad en ese grito poderoso que resonó desde Mé­
jico hasta los confines australes del Continente. No hay in­
gratitud en el hijo que llega á la mayor edad y entra en el
libre manejo de sus bienes. No hay crimen en el aguilucho
que siente crecidas sus alas y tiende el vuelo á picachos leja­
nos del nido. Eso más bien es motivo de regocijo para quie­
nes dieron vida al uno y al otro, y los ven luego dignos de
su estirpe. Hoy así lo ha comprendido España, y ha enviado
una infanta real con lujosa embajada á saludar á la Repú­
blica Argentina en el Centenario de su Independencia.
Algunos atribuyen el desarrollo de la revolución aquí á
la poca actividad y excesivo candor del Virrey Amar ; en
Méjico, al abandono de Iturrigaray ; en Buenos Aires, á la
indecisión de Sobremonte ; en Chile, á la lentitud de Carras­
co, y en Quito, á la imbecilidad del Conde Ruiz de Castilla.
Pero la verdad es que nadie podía detener el alud, y que las
Colonias tenían hombres capaces de llevar á término la revo­
lución. Había cerebros para dirigirla, y aparecieron brazos
que realizaron trabajos que hoy nos parecen mitológicos.
La misma extensión de ese árbol hacía imposible que se
conservara intacto su ramaje. Difícil era para España go­
bernar á través de los mares esos vástagos ya crecidos y
frondosos, en aquellos tiempos en que toda comunicación era
penosa y tardía. No era lo mismo á raíz de la conquista,
cuando se dominaba á tribus salvajes y se descubrían co­
marcas y razas desconocidas. Ahora eran pueblos civilizados
que conocían sus derechos y sus deberes, capaces de gobier­
no propio, con aspiraciones á la libertad y al progreso.
Era pues el estado político de estos países un estado de
civilización y cultura, que los hacía merecedores de la eman­
cipación. Y recuérdese cómosu nacimiento fue saludado con
respeto por las naciones adelantadas, y sus primeros men­
sajeros y sus hombres de pluma y de espada fueron acogi­
dos como camaradas por los hombres ilustres de Europa.
Causas que no hay para qué rememorar han retardado el
progreso de algunas de estas naciones durante un siglo, y
aun han retrocedido en varias vías. Empiezan ahora con
nueva vida, y este Centenario es punto de partida para otra
era de seriedad y progreso, de patriotismo verdadero, de
dignidad y cordura, y en que tomarán, sin duda, el camino
xle la paz y de la justicia.
Ed u a r d o Po s a d a
Albores de la Independencia 135

ALBORES OE LA INDEPENDENCIA
OFICIO DEL VIRREY DE SANTAFÉ Á LA REAL AUDIENCIA
(MUY RESERVADO)
Se me ha dado noticia, derivada de persona cuyo crédi­
to no es de despreciarse, pero que interesa en reservar su
nombre y circunstancias, que por el Magistral de esta Santa
Iglesia, doctor don Andrés Rosillo, se tratan cosas contrarias
aT buen orden y subversivas del Gobierno actual; que en su
casa se han juntado varios sujetos á conferenciar sobre el
asunto, y probablemente en ella y pieza reservada de su
despachó, se encontraron papeles conducentes á él. Que se
intenta nada menos que sorprender una noche mi casa y el
cuartel de la tropa (laque se lisonjean sobornar), apode­
rarse de las armas, caudales de cajas y demás depósitos, y
erigir una Junta independiente, la que se supone deberían
presidir alternativamente, de dos en dos años, don Luis Cai-
cedo y Flórez, don Pedro Groot y don Antonio Nariño, y
que para la ejecución contaban con una porción de negros
esclavos que han de traerse de la hacienda de Saldaña (á
quienes se ofrece la libertad en recompensa), con gente que
se recogerá y tienen seducida en La Mesa de Juan Díaz; con
seiscientos hombres de Zipaquirá, bajóla conducta de su Co­
rregidor, y con mil y quinientos del Socorro, que se piensa
recogerá’ allá el Administrador de aguardientes, doctor Mi­
guel Tadeo Gómez, quien al efecto se dice está de inteligen­
cia con el Regidor de esta capital, don José Acevedo.
Aunque todo este proyecto parece algo complicado, re­
moto y acaso improbable, no habiendo noticias de esos parajes
que indiquen tan considerable movimiento de gentes, ma­
yormente cuando en el Socorro hay anticipado especial en­
cargo para estar en observación, y cuando, por otra parte, el
denunciante se persuade que el intento era para dentro de
pocos días, ó á más tardar antes de que llegase áHonda el des­
tacamento que sale de Cartagena, no es sin embargo de des­
preciarse la noticia por el mucho interés que envuelve; y así.
habiendo tomado mis medidas en punto á la tropa de la ca­
pital y expedido órdenes á los parajes indicados de afuera
para que se observe y dé aviso al menor movimiento, pongo
por lo demás al cuidado y celo de Vuestra Señoría lo de­
más que corresponda con respecto al denunciado doctor
Rosillo, quien—se añade—ha tenido en estos últimos díascon-
ferencias, á puerta cerrada, con el abogado don Ignacio He­
rrera, y otro que no se afirma, pero se piensa que sea el doc­
tor don José Joaquín Camacho.
Dios guarde á Vuestra Señoría muchos anos.
An t o n io Ama r
Santafé. 15 de Octubre de 1809.
136 Boletín de Historia y Antigüedades

RESOLUCIÓN DE LA REAL AUDIENCIA


RESERVADA

Santafé, 16 de Octubre de 1809

Para proceder conforme á derecho en el asunto-que ex­


presa el antecedente oficio, diríjase el correspondiente al
Excelentísimo señor Virrey, á fin de que el denunciante
formalice el denuncio, dando razón de él y los datos que
tenga, en el concepto de que su nombre se reservará abso­
lutamente, de modo que en las diligencias se oculte á testi­
gos y reos.
Por ahora autorícese esta providencia por el señor Mi*
nistro más moderno, quien queda encargado de celar la
casa del Magistral don Andrés Rosillo, para verificar en esta
parte lo que dice la relación del denuncio.
Pase al Real Acuerdo—(Hay seis rúbricas).
Ca r r ió n

SEGUNDO OFICIO DEL VIRREY AMAR

Como el sujeto que reveló la especie de que impuse á


Vuestra Señoría en mi carta muy reservada de 15 del mes
presente, no haya correspondido aún á las insinuaciones
que se le han hecho para que ponga su denuncio por escri­
to, bajo la seguridad de que se le guardará sigilo; y como el
estrecharle por medios coactivos y de jurisdicción contem­
plo sería promover ruido y aventurar el secreto antes de
tiempo, tengo por más acertado manifestar á Vuestra Se­
ñoría lo ocurrido, para que de ello haga el uso que le parez­
ca justo y conveniente.
Dicho sujeto es don Pedro Salgar, Cura de la ciudad de
Girón, y en la actualidad residente en esta capital; éste
descubrió lo relacionado á don Andrés Rodríguez, Oficial
de la Secretaría del Virreinato, con objeto de que llegase á
noticia de la superioridad, y con el mismo lo manifestó dicho
Rodríguez á su jefe inmediato el Secretario, porque sin otra
interposición llegó á la mía. Es cuanto puedo decir á Vues­
tra Señoría en el asunto, sobre que procederá como mejor
estime convenir al real servicio y causa pública.
Dios guarde á Vuestra Señoría muchos años,
Santafé, 20 de Octubre de 1809.
An t o n io Ama r
DECLARACIÓN DEL DOCTOR PEDRO SALGAR

En la ciudad de Santafé, á dos de Noviembre de mil


ochocientos nueve, compareció ante el señor Regente el
Albores de la Independencia *37

doctor don Pedro Salgar, abogado de esta Real Audiencia


y Cura Vicario de la ciudad de Girón, é instruido de la licen­
cia del discreto Provisor, juró á Dios Nuestro Señor in ver­
bo sacerdotis tacto facióte et corona, decir verdad y guardar
secreto en lo que fuere preguntado; y siéndolo sobre los
particulares á que se contraen las anteriores diligencias,
dijo: que en primer lugar hacía presente que por el riesgo
de su propia persona pedía se ocultara su nombre y calidad
de las demás que citara, poniéndolas en clave aparte para
que de ningún modo pudiera ser descubierto, con cuya con­
sideración se habían de practicar cualesquiera otras diligen­
cias; que bajo de esta seguridad procedía á exponer lo que
sabía, para que de todo ello se tomara lo que pareciera im­
portante; y oído todo su relato, estimó el señor Regente que
se debía poner como lo había hecho, sin omitir nada, y le
ratificó la seguridad de ocultar su nombre. Dijo pues que
hará como veintitrés días fue por la tarde á la casa del Ma­
gistral doctor don Andrés Rosillo, á pedirle una casa en
arrendamiento; que en la sala no estaba dicho Magistral,
sino una niña, don Carlos Salgar, sobrino del que declara, y
un caballero París (andaba afuera), cuyo nombre ignora;
que preguntando por el Magistral, le respondieron que es­
taba dentro, por lo que se sentó á esperarle, y luégo entró
de la calle don Antonio Nariño y preguntó por aquél, sen­
tóse un rato y luégo se despidió, diciendo que volvería á las
ocho; salió luégo el Magistral con don Sinforoso Mutis y otro
caballero París, cuyo nombre ignora, y habiéndose noticiado
al primero la entrada y salida de Nariño, tuvo á mal el que
le dejasen ir; que el declarante comenzó á sospechar allí
mismo alguna cosa, fundado también en las sospechas que
desde el año de noventa y cuatro le engendraron los sucesos
públicos, de las personas de Nariño y Mutis; que con este
motivo le hizo seña á su sobrino don Carlos de que le siguie­
ra, y se despidió con él; y estando ya solos en la calle, le dijo:
que cuidado como los iba á poner en algún calor ó senti­
miento, pues lo temía por verle metido allí, á lo que contes­
tó dicho don Carlos que ahora era que él, su tío, había de
cultivar la amistad del Magistral, que lo podía colocar muy
bien; que comprendiendo el declarante el fondo de esta y
otras expresiones, le preguntó cómo tenían dispuestas las
cosas y si había de haber vacantes, á lo que respondió que
todo estaba hecho y que el Provisor y el doctor Andrade
serían excluidos; que por este estilo entró su sobrino a de­
clararle la extensión del proyecto en estos términos: que
Nariño consignaba mil onzas para sobornar la tropa; que
don Antonio Baraya, estando de guardia en Palacio, inti­
maría prisión á Su Excelencia; que tenían seis mil hombres
del Socorro y mil quinientos de Zipaquirá, y que contaban.
3» Boletín de Historia y Antigüedades

con muchos esclavos que había en el partido de La Mesa, á


quienes ofrecían libertad; que el señor Miñano era el Presi­
dente de la Junta, y que el mismo sobrino del declarante
contaba, por lo menos, con una Tenencia que con esto se
despidieron, quedando emplazados para el día siguiente, en
el cual no se vieron, pero sí al otro, en que don Carlos fue á
las dos de la tarde á la casa del que declara y le refirió que
ya no sería el señor Miñano el Presidente; que se iba para
Cartagena, pero con el objeto de ganar la tropa que venía
de aquella plaza; que el Presidente sería don Luis Caicedo
los dos primeros años, y después lo sería don Pedro Groot ó
Nariño; que el mismo día en que estaban hablando daría
cuenta Groot de los caudales que había en cajas, y que no
dejaría de haber ciento y cincuenta mil pesos; que también
debía haber dinero en la Casa de Moneda; que á Su Exce­
lencia no le dejarían cien mil pesos para retirarse, como
había dicho la primera vez que hablaron, sino diez mil; que
le quitarían á la señora Virreina ochenta mil pesos que te*
nía de su peculio, en perlas y otras alhajas; y reconvinién­
dolo el declarante sobre porqué no estaban contentos con
Su Excelencia, le respondió que el pueblo estaba desconten­
to porque se daban empleos por dinero; que á un Canabal,
de Cartagena, le habían dado una Administración por diez
mil pesos, la cual le habían quitado luégo por no haberlo
aprobado la Suprema Junta, y aunque pedía su dinero, no
se lo volvían; que otro dio mil pesos por un empleo, y un se­
gundo mil y quinientos, y se llevó el empleo un tercero que
dio dos mil, sin devolverles á los dos primeros su dinero, y
todo esto por mano del Mayordomo.
Que el declarante comprendió que como que lo invita­
ba, pues aun en la primera vez que hablaron le proponía
que le llevaría, y oiría el oráculo del señor Miñano; pero lo
que hizo fue ridiculizarle sus especies y manifestarle la im­
posibilidad del proyecto, por lo cual sería quizás que no ha
vuelto á decirle nada, sino fue de paso en la calle que le dijo
que ya contaba con una Capitanía ; que la vez que don Car­
los estuvo en casa del que declara, le dijo también que los
señores Ministros no quedaban en sus empleos, y menos los
señores Alba y Asesor del Virreinato, á quienes decapita­
rían. Que en la última vez que hablaron en la calle le dijo
también don Carlos que ya el señor Miñano tenía sumario á
los señores de la Real Audiencia, y reconvenido sobre con
qué jurisdicción, repuso que era para que hecha la cosa, es­
tuvieran justificadas las causas. Que en todo se propuso el
declarante retraer á su sobrino, despreciando y ridiculi­
zando cuanto le decía; pero que no obstante, escrupulizado
después, comenzó á meditar lo que liaría, y por esto fue que
consultó con don Andrés Rodríguez, y avisado luégo por
Albores de la Independencia

éste de que se lo había dicho al señor Secretario de Su Exce­


lencia, le expuso el declarante que creía cubierta su con­
ciencia, lo que le ratificó Rodríguez; pero que no obstante,
hablaron los dos sobre el modo de formalizar él denuncio, y
el declarante se contrajo á excusarlo, mediante que por vía
de declaración, citándole el mismo Rodríguez, se cubriría
mejor; que aparte de esto, juzgó impracticable el proyecto,
fundado también en las reflexiones que le hizo el propio Ro­
dríguez ; que poi- todo esto y no por cobardía había diferi­
do el denuncio.. Preguntado si en cuanto ha referido le
mueve en todo ó en parte algún resentimiento, venganza,
desafecto ú otra pasión, respondió que lejos de tener alguno
de estos motivos, se hallaba ligado por la sangre con su cita­
do sobrino y por gratitud y amistad con el Magistral, y
con las demás personas no tiene el menor motivo de resen­
timiento ó enemistad. Que ha declarado la verdad, firme­
mente persuadido de que estaba obligado á hacerlo como
vasallo, como cristiano y como sacerdote.
Y leída esta declaración, dijo estar fielmente escrita, y
en ella se ratifica, so cargo del juramento, y firma.
(Hay una rúbrica).
Pe d r o Sa l g a r —Doctor Cr is a n t o Va l e n z u e l a

AMPLIACIÓN DE LA DECLARACIÓN

En fecha del anterior Decreto (5 de Diciembre de 1809)


y en su cumplimiento, el doctor don Pedro Salgar compare­
ció ante el señor Regente y juró, in verbo sacerdotis tacto Jac-
tore et corona, decir verdad y guardar secreto en lo que fue­
re preguntado; y siéndolo sobre las especies que insinuó
haber olvidado en su declaración anterior, dijo que en la se­
gunda conversación que tuvo en su casa con su sobrino don
Carlos, habiéndole preguntado con qué auxilios contaban,
le respondió que con la tropa de aquí; que contaban con
mucha de ella, ofreciéndoles dar una onza mensual fuéra de
las mil onzas de don Antonio Nariño; que contaban igualmen­
te con los negros de estos lados de La Mesa y Villa de Puri­
ficación, á quienes había ido á ganar don Domingo Caicedo
con ofrecerles libertad ; que con el mismo objeto salió para
este otro lado, hasta Charalá, el cadete sobrino de Rosillo;
que el declarante creyó uno y otro, porque este cadete le
trajo una carta de Charalá y el doctor Caicedo (pidió licen­
cia) dejó un substituto en el Vicerrectorado del Rosario,
como se lo había anunciado don Carlos. Otra de las especies
olvidadas fue que don Sinforoso Mutis ofrecía cuatrocientos
fuertes al que matara al señor Oidor Alba, verificado qué
fuera el proyecto del nuevo sistema de gobierno, cuyo par-
140 Boletín de Historia y Antigüedades

ticular ha declarado en otro expediente. Otra especie fue


haberle preguntado el declarante que si había algún plan
sobre el particular, á que le respondió don Carlos que si le
aguardaba un poco, iría por una copia que tenía don Manuel
Pardo, del plan, el cual era una cosa buena, y luégo salió, pero
no volvió. Finalmente añade que fuera de las personas nom­
bradas en su anterior declaración, también dos niños Sernas,
de la Villa de Leiva, estuvieron aquella tarde en casa del
Magistral, adonde entraron estando ya en ella el que decla­
ra. Que todo lo dicho es la verdad y lo que tiene que añadir
á su anterior declaración, so cargo del juramento, y firma.
(Hay una rúbrica).
Pe d r o Sa l g a r

REAL ACUERDO

En la ciudad de Santafé, á veinte de Octubre de mil


ochocientos y nueve años, juntos en Acuerdo Extraordina­
rio los señores Regente, Oidores y Fiscales de esta Real Au­
diencia Pretorial, á saber: don Francisco Manuel Herrera,
Regente ; don Juan Hernández de Alba, Decano ; don Fran­
cisco Cortázar, don Joaquín Carrión y Moreno, Oidores;
don Diego de Frías y don Manuel Martínez Mancilla, Fisca­
les, aquél de lo civil y éste de lo criminal, dijeron: que sa­
bida en esta capital la insurrección de Quito, temieron su
propagación, instruidos de que sus asesores la procurarían
por medios sediciosos; que estos temores se aumentaron con
las observaciones que hicieron en las sesiones de seis y once
de Septiembre próximo, en las que varios, tratándose de los
medios de remediar los males de la citada insurrección, así
de palabra como por escrito, vertieron especies poco con­
formes á nuestro sistema de nuestro Gobierno, bajo la ga­
rantía que se les ofreció ; que por esta razón se abstuvieron
de proceder, estando á la mira con la mayor vigilancia de
sus operaciones, hasta que el señor Fiscal de lo civil, en el
día doce del corriente, en la posada del señor Regente, don­
de se juntaron todos los referidos señores por la noche,
manifestó que don José de Leiva, Secretario del Virreinato,
de orden de Su Excelencia le comunicó habérsele dado de­
nuncio de una conspiración contra el Gobierno, reducida en
substancia al establecimiento de una Junta Suprema, deposi­
ción de las autoridades constituidas y ocupación de los cau­
dales de Su Majestad, siendo cabezas principales del proyec­
to el Canónigo doctor Andrés Rosillo, el Alcalde Ordinario
don Luis Caicedo, el Oficial Real don Pedro Groot y los
abogados don Joaquín Camacho y don Ignacio Herrera, con
otras particularidades contenidas en dos medios pliegos de
papel de letra del mismo Secretario, á quien se lo había par-
Albores de la Independencia

ticipado don Andrés Rodríguez, Oficial de la Secretaría del


mismo Virreinato; que en este punto se resolvió que por el
mismo conducto del señor Fiscal se contestase al Secretario
que Su Excelencia diese providencia para que se remitiese
el denuncio al Acuerdo, pues que el asunto merecía toda
atención y no se debía quedar en pura combinación; que en
el mismo auto que el señor Fiscal hizo la manifestación an­
tecedente, recibida de boca del mismo señor Secretario para
el Acuerdo, á saber: que en comprobación de las sospechas
que había contra el Canónigo Rosillo, éste, en uno de los
días del mes de Septiembre anterior, que se calcula el vein­
ticinco ó veintiséis, había estado con el Mayordomo de los
señores Virreyes, preguntándole por las cosas de España y
su estado, expresándole que no se decía cuál era el verdade­
ro, y que quería hablar á la señora, quien le mandó entrar ;
-que mirando con extraordinario cuidado á las puertas re­
ducidas de la alcoba y gabinete, por si alguno entraba ó es­
cuchaba, muy zozobroso, se expresó en estos ó equivalentes
términos: el señor Fernando vn ya habrá muerto por el
acero, por el veneno ó por la cuerda; es preciso tomar aquí
partido : Vuestra Excelencia y el señor Virrey están ama­
dos y queridos extremadamente ; el pueblo ó el Reino los
adora, y proclamaría por Rey á Su Excelencia, pues contaba
con cuarenta mil hombres, armas y artillería que suminis­
traría un amigo; que tenía cartas de muchos que aguarda­
ban el suceso, sacando una cuyo apelativo era como de inglés
muy retumbante, Charrorton; que escribiría, y antes de un
mes vendría contestación ; que la señora Virreina, asombra­
da, le despidió diciéndole que no quería más reino que el
de los Cielos; que evacuada esta relación, entonces el señor
Decano expuso; que le constaba lo mismo, por laque le hizo
«1 señor Provisor Vicario General y Gobernador del Arzo­
bispado, don Domingo Duquesne, á quien se lo había confia­
do la propia señora Virreina, de modo que este señor Minis­
tro persuadió al Provisor volviese á ver á la señora Virreina,
para que hecha cargo de la gravedad del cuento, no lo des­
preciase y diese forma de comunicarlo á quien correspondía,
á fin de que haciéndose uso de esta especie tan extraordina­
ria y horrenda, se procediese á lo que. hubiese lugar ; que
en virtud de esta persuasión, volvió el mismo Provisor á Pa­
lacio, hizo sus esfuerzos para con la señora Virreina y no
pudo recabar que hiciese lo que se la propuso, expresando
que se lo había dicho el señor Virrey, quien tal vez no lo
habría comprendido por su impedimento de oído ; que en
estas circunstancias los señores................. por Su Excelen­
cia se remitía el denuncio, encargaron al señor Fiscal del
crimen que valiéndose de la amistad que tenía con el Canó­
nigo Rosillo procurase sacar* de él lo que pudiera por medio
142 Boletín de Historia y Antigüedades

de prudencia.y sagacidad ; que los dos señores Fiscales cum­


plieron con exactitud sus respectivos encargos, de que inme­
diatamente dieron cuenta en otra Junta que se hizo también
en la posada del señor Regente, exponiendo el de lo civil
haber expresado al propio Secretario, para que éste lo eje­
cutara con Su Excelencia, que se dirigiese el sumario al
Acuerdo; y el de lo criminal, que valiéndose de la oportuni­
dad de pagar á Rosillo la visita de bienvenida, entabló con­
versación, introduciéndose por las novedades de Quito, re­
cayendo después álos temores de que ellas podrían producir
aquí malas consecuencias; que con este motivo se explicó
Rosillo, ponderando mucho la tiranía de los españoles en
América, incomodándolas del de la conquista, por cuya razón
lo estaban pagando ahora allá; que no querían dar empleos
honoríficos á los americanos, y por miedo ahora los llamaban
hermanos; que hacía mucho tiempo que el Marqués de Selva
Alegre tenía formado el plan de la independencia de la
América, temiendo que los quiteños (1).................... la su­
perioridad á esta capital; que habló muy mal de los Exce­
lentísimos señores Virreyes, exponiendo vendían los em­
pleos ; que él tenía mucha estimación en el pueblo y entre
los principales, por cuya razón depusiera todo temor, pues
en caso de alguna novedad pediría por él; que preguntán­
dole al señor Fiscal qué partido tomaría, le respondió, por
salir de semejante inopinado apuro, que esperar encerrado
en una casa, cuyo pensamiento aprobó, añadiendo contase
con su intercesión hasta salvarle, porque sin embargo de que
el pueblo era bueno, estaba muy disgustado, concluyendo:
< Belona se vino á América; es preciso que Vuestra Majes­
tad se haga popular »; que con estos antecedentes se espe­
raba la remisión del denuncio por el señor Virrey, y verifi­
cada en quince del corriente según su oficio, como en él se
reservare la persona del denunciante, desnuda además de
toda formalidad, se le devolvió al instante para que lo for­
malizase como convenía; y admitiéndose también que en el
citado oficio no se intentaba cosa alguna relativa á la pro­
puesta de Rosillo á la señora Virreina, por el mismo conduc­
to del señor Fiscal de lo civil por quien se recibió según ha
expuesto, se hizo entender esta substancial omisión, para
que cuando volviese el denuncio formalizado se incluyese esta
especie que hasta entonces no constaba al Tribunal más que
por relación ; que el señor Fiscal cumplió este nuevo encar­
go por medio del Secretario, á quien requirió por dos ó má6
veces, expresando que no había tenido oportunidad de ha­
cerlo presente á Su Excelencia, hasta que por último con­
testó éste al señor Fiscal que el señor Virrey había respon-

(1) Está roto el original.


Bocetos Biográficos 43

dido que como la conversación había sido con la señora y no


con Su Excelencia, no le parecía regular hacer uso déla es­
pecie ; que á este mismo tiempo, para no perder alguno en
el asunto, se instó al señor Fiscal del crimen continuase su
encargo con el Canónigo Rosillo, y habiéndose excusado á
causa de las peligrosas dificultades que le podrían sobreve­
nir en una materia tan delicada, en que tal vez se vería com­
plicado por la malignidad de los culpados, propuso que se­
guiría en el encargo siempre que por el Acuerdóse le diese
la seguridad y resguardo conveniente, expresándose en él
los antecedentes que la Audiencia había tenido presentes
para hacer esta confianza. En fuerza de ellas, teniendo con­
sideración además que por este medio se descubrirá la ver­
dad que Se desea con mayor brevedad y certeza, que por las
diligencias judiciales y......... á continuación del denuncio,
en que hasta ahora no hay un dato ó principio seguro, acor­
daron que el mismo señor Fiscal del crimen continúe en el
mencionado encargo, por los medios de prudencia y sagaci­
dad que estime conducentes, sin hacer de su parte compro­
metimiento alguno que sirva á los delincuentes de fomento
á sus perversas intenciones; y que de este Acuerdo se le dé
copia autorizada por el señor Ministro más moderno. Así lo
mandaron y rubricaron.
(Hay seis rúbricas).
Ca r r ió n

BOCETOS BIOGRAFICOS
BARAYA ANTONIO

ERA BOGOTANO

Se ha tenido tánta seguridad de que el General Antonio


Baraya fue natural de Girón, como de que el Libertador lo
fue de Caracas ó el General Mosquera de Popayán. Los bió­
grafos del procer están de acuerdo acerca del lugar de su
nacimiento, pero discrepan en cuanto á la fecha.
Los señores José María Baraya (sobrino del General),
Vergara y Scarpetta y Constancio Franco dicen que nació
en Girón en 1791. Don Marco Antonio Pizano, en su intere­
santísimo estudio sobre Baraya, publicado en el primer tomo
del Papel Periódico Ilustrado* refuta á los que sostuvieron
que había venido al mundo en 1791; afirma que nació en Gi­
rón el 11 de Junio de 1768, y para comprobar su aserción^
transcribe copia de una partida de bautismo, que dice:
144 Boletín de Historia y Antigüedades

* Diócesis de Nueva Pamplona—Ministerio Eclesiástico


Parroquial.
«José Alejandro Peralta, Cura interino de la iglesia de
San Juan de Girón, certifica: Que en el libro sexto de bau­
tismos de esta santa iglesia, al folio 131, se halla la partida
siguiente:
“ En la ciud. de San Juan Girón Río del Oro en onze
días del mes de Junio de 1768 años de Licencia Parrochi el
M. Dn. Jph. Gonzs. Babptisó puso oleo y chrisma á un niño
a qn. puso pr. nombre Anto. Jph. Chrispulo, el que nació
ayer viernes, hijo legmo. de Dn. Francisco Baraya y la
Campa (Gobernador de esta dha. Ciud. y su Prov^) y de Da.
Rosalía de Ricaurte. fue su padrino el Dr. Dn. Jphe. Celes­
tino Mutis siendo tgos. el.... Dn.Jorge Valenzuela, Dn.
Thomas García y Dn. Pablo Ant° de Valenzuela Ales, ordi­
narios de esta de que doy fe fho. ut supra.
“ Francisco Xavier Duran ”
«(Hay una rúbrica).
«Es copia fiel del original.
«Al lugar donde se hallan los puntos suspensivos corres­
ponde una palabra que no se comprende bien; parece que
diga Srio.
«Girón. Mayo diez y siete de mil ochocientos ochenta
y dos.
^José Alejandro Peralta*
Con este documento quedaron completamente despeja­
das las dudas sobre el particular, y nadie volvió á discutir el
asunto. Los que después han relatado la vida del contendor
de Nariño se han ceñido á lo consignado por el señor Piza-
no, y ni se le pasó por la imaginación al erudito cronista de
Santafé, doctor Pedro María Ibáñez, decir en su obra que
esta ciudad hubiera sido tenida alguna vez por cuna de nues­
tro héroe.
Y sin embargo el Ge n e r a l d o n An t o n io Ba r a y a n a c ió
e n Bo g o t á e l 6 d e No v ie m b r e d e 1770.
Vamos á probar nuestro aserto.
Encontramos en un viejo legajo del archivo nacional,
correspondiente á la sección Milicias y Marina (tomo 13), las
hojas de servicios de algunos miembros del Batallón Auxt~
liar. Figura entre ellas, levantada en 1809, la del primer
Teniente d o n An t o n io Ba r a y a , en la que consta, que su
país es Santafé y su edad treinta y ocho años. Según estos
datos, resulta que nació por los años de 1771, fecha que está
en contradicción con las dadas por todos sus biógrafos.
Movidos por la curiosidad y con el vehemente deseo de
aclarar un punto histórico referente á un hombre á quien
Bocetos bibliográlicos 14-S

tocó desempeñar papel tan importante en los primeros años


déla Independencia, nos dirigimos al señor Cura de la Pa­
rroquia de La Catedral, el cual, convencido de que nos guia­
ba un anhelo patriótico, permitiónos galantemente consul­
tar el archivo que está á su cargo.
Experimentamos verdadero júbilo al encontrar en uno
de los antiguos libros bautismales, correspondiente á la épo­
ca en que creíamos había empezado á vivir don Antonio, su
partida de bautismo, cuya copia, debidamente autenticada,
tenemos el gusto de transcribir á continuación :
< El infrascrito Cura Párroco de La Catedral en Bogo­
tá certifica que en el libro 28 de bautismos, al folio 69, se
encuentra una partida que á la letra dice :
“ En la ciud. de S.taFéáocho de Noviembre de mil
setecientos y setenta, yo el infrascripto Cura Rr más anti­
guo de esta Sta Igl.tt Cath1 bapticé puse los Stos oleo y chrys-
ma y di bendiciones según el rito de N. S. M. IgF, á un
niño que nació el día seis del corriente, hijo legítimo del S.
D. Francisco de Baraya y la Campa Thente de Cavallería de
los R’ Ex’ y Comandante de la Prov* del Río de la Hacha, y
de la S.‘ D.* María Rosalía Ricuarte, mis feligreses, á quien
puse por nombre Antonio Joseph Francisco, fue su padrino
el Sr. Dr. D. Joseph de Mutis, testigos los S. S. D. Cayeta­
no y D. D. Joseph Antonio de Ricaurte, de que doy fe: y
quedaron advert3 de lo neces°—Dr. Dn. Jph. Ani° Isabella."
<A1 margen : “ Antonio Josef Francisco Baraya y Ri­
caurte.”
«Ce l s o Fo r e r o Nie t o
«Presbítero.»

Bogotá, 2 de Mayo de 1908.


Como hemos visto, según la dicha hoja de servicios,
habíamos colegido que el nacimiento de Baraya había teni­
do lugar en 1771, buscando la diferencia precisa entre el
año de 1809 y los treinta y ocho de edad que contaba enton­
ces. Pero da lo mismo que haya nacido á fines de 1770, pues
probablemente los documentos que acreditaban los méritos
y circunstancias del Primer Teniente, se presentaron antes
de Noviembre, cuando todavía no había cumplido los trein­
ta y nueve años.
La fe de bautismo que se encuentra en los libros de
Girón corresponde seguramente á un hermano mayor del
General Baraya, que murió niño. Los padres, siguiendo
una costumbre muy generalizada, quisieron reemplazar á
su primogénito, y al nacer un nuevo hijo, le pusieron el mis­
mo nombre.
vi—10
146 Boletín de Historia y Antigüedades

Dice el señor Pizano que se ignora la época en que


principió á servir don Antonio en la carrera de las armas.
En el documento mencionado del Archivo nacional encon­
tramos ese dato, así como las fechas de los ascensos que ob­
tuvo, hasta llegar á Primer Teniente. Nos parece oportu­
no reproducirlos aquí, para que se conozca de una manera
más completa la vida del ilustre bogotano. *
Empezó su carrera militar de Portaestandarte de Mi­
licias, el 4 de Octubre de 1783, en el Regimiento de Milicias
Disciplinadas de Caballería de Santafé, en el que sirvió cosa
de once meses. Pasó luégo al Batallón Auxiliar : ascendió á
Cadete en 1784, á Subteniente en 1787, á segundo Tenien­
te en 1792, á Teniente de Granaderos en 1800 y á primer
Teniente en 1802.
Servía en el mismo Batallón, ya con el grado de Capitán,
el 20 de Julio de 1810.
La vida de Baraya, desde esta fecha en adelante, está
admirablemente escrita por el señor Pizano. A ella remiti­
mos al lector, seguros de que esa amena lectura le indemni­
zará con largueza del rato que ha invertido en la de este tan
cansado escrito.
j o s é m a r ía RESTREPO SAENZ
Alumno y Bachiller en Filosofía y Letras del Colegio
(De la Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario),

SALINAS JUAN, CORONEL

Nació en Bogotá. Casó en Quito con doña María de la


Vega, y es ascendiente de muchas familias distinguidas.
En 1808 asistió en Chillo á la primera reunión patriótica.
Descubierta la conjuración, se inició sumario contra los cons­
piradores el 9 de Marzo de 1809, y fueron reducidos á prisión
en el convento de La Merced de Quito, Salinas, el antioque-
ño doctor Juan de Dios Morales, el Marqués de Selva Ale­
gre, el doctor Manuel Quiroga, el Presbítero don José Río-
frío y don Nicolás Peña. Se le hizo cargo de haber imitado á
Nariño en sacar copias del folleto Clamores de FernandoVII,
escrito por el eminente patriota doctor Antonto Ante, que
contenía ideas revolucionarias y que fueron enviadas á to­
das las capitales del Continente. El 9 de Agosto de 1809 asis­
tió á la reunión de revolucionarios y salió en comisión á se­
ducir la guarnición de la ciudad de Quito, de que era Co­
mandante, objeto que logró con facilidad. La Junta Patrio­
ta resolvió organizar tres Batallones, á cuya cabeza se puso
Salinas con el grado de Coronel. La reacción realista redujo
á los patriotas á prisión el 4 de Diciembre de 1809, y el 2 de
Bocetos biográficos «47

Agosto siguiente fue asesinado con sus compañeros en los


calabozos de un cuartel de Quito.
«Aún había otras figuras de cuenta en la revolución—
dice el historiador Ceballos.—Don Juan Salinas, primero ca­
dete, luégo Ayudante de la Comisión de Límites del Ama­
zonas que debía dar fin á las pretensiones de Portugal, y
por entonces Capitán, había adquirido reputación de va­
liente y arrojado en las guerras con los salvajes omaguas,
mainas y otros, y aunque atronado por demás, era tenido
por oficial inteligente y pundonoroso.»
Don Manuel de Jesús Andrade, colombiano, en su libro
.Proceres de la Independencia, confirma estas noticias biográ­
ficas sobre el ilustre bogotano que rindió la vida en Quito
por su amor y lealtad á la República.
Estas líneas son justo homenaje á la memoria de uno
de los mártires de la revolución de Quito, hasta hoy poco
conocido en su tierra natal.
P. M. I.

SAL.AVARRIETA POLICARPA

Natural de Guaduas, nacida á fines del siglo xvin. Son


escasas las noticias sobre la vida de la heroína antes del año
de 1816; es probable que llevara la existencia apacible y se­
dentaria de una tranquila aldea. En 1813 se trasladó á Bogotá
y vivió en casa de doña Andrea Ricaurte, patriota exaltada
que dio á conocer sus opiniones políticas desde el 20 Julio de
1810, día en que tomó parte activa en el movimiento que dio
por feliz consecuencia la destitución de las autoridades es­
pañolas. Por tradición se sabe que la Pola ganaba honrada­
mente su vida haciendo costuras para las familias ricas, y el
distinguido literato don Rafael Eliseo Santander refiere que
habitaba la heroína, antes de los años del Terror, con su
hermano Bibiano, en una humilde casa de la acera orifental
de la Calle Honda, que era un arrabal de la ciudad, hoy ca­
rrera 13, á inmediaciones del Puente Núñez. Más tarde,
cuando el Ejército pacificador ocupó la capital, se trasladó
á una casa de la calle 11, no lejos de la Plaza de Egipto, y
allí fue aprehendida por orden de Sámano en 1817.
La Pola, mujer de carácter enérgico y de clara inteli­
gencia, conspiró sin descanso contra el duro Gobierno mili­
tar de los españoles; escribía con frecuencia á los patriotas
que luchaban en Casanare; auxiliaba á los que querían in­
corporarse al Ejército; comunicaba á los republicanos que
estaban ocultos ó que servían forzados en las tropas del Rey,
las noticias que recibía del Coronel Fray Ignacio Mariño,
148 Boletín de Historia y Antigüedades

de los Almeidas, de Juan José Neiray otros Jefes de guerri­


llas patriotas, á quienes enviaba elementos de guerra.
Alejo Sabaraín, benemérito Oficial republicano, soldado
de Nariño, prisionero en la Cuchilla del Tambo y condenado
á muerte en Popayán, había logrado fugarse y vivir oculto
en esta ciudad; cultivó íntimas relaciones con la Pola y con­
trajo compromiso de matrimonio con ella después de que
hubiesen vencido á los españoles; marchó con otros al
Ejército de Los Llanos; quiso su mala suerte que antes de
llegar á su destino fuesen aprehendidos. El nombre de la
Pola figuraba varias veces en la correspondencia que les
tomaron, y fue aprisionada como reo de Estado. Sabido es
que el Consejo Militar que juzgaba á los patriotas seguía
juicios verbales muy rápidos. La Pola fue condenada á
muerte á la vez que Sabaraín y seis compañeros que con él
fueron aprehendidos. Todos estaban en capilla en el Colegio
del Rosario, en las piezas del claustro bajo oriental.
El General José Hilario López, condenado á servir en
las fuerzas reales, fue testigo presencial de las últimas horas
de la heroína y sus compañeros, que refiere así en sus Me­
morias :
«Desde el punto en donde se me situó de centinela
podía oír perfectamente todo cuanto decía la Pola y ver
todas sus acciones, pues me hallaba como á diez y seis pasos
de distancia de su capilla. Al principio observé que replica­
ba con algunos sacerdotes que la exhortaban á confesase y
á aplacar su ira. Ella les decía en voz alta y con un aspecto
en que estaban pintados la ira, la resolución y el entusiasmo
patriótico, lo que poco más ó menos es como sigue: u En
vano se molestan, Padres míos: si la salvación de mi alma
consiste en perdonar á los verdugos míos y de mis compa­
triotas, no hay remedio, ella será perdida, porque no puedo
perdonarlos ni quiero consentir en semejante idea. Déjenme
ustedes desahogar de palabra mi furia contra esos tigres, ya
que estoy en la impotencia de hacerlo de otro modo. ¡Con
qué gusto viera yo correr la sangre de estos monstruos de
iniquidad!
“ Bien, Padres, acepto el consejo de ustedes—les respon­
día— á condición que se me fusile en este instante, pues de
otra manera me es del todo imposible guardar silencio en
vista de los tiranos de mi Patria y asesinos de tántos ameri­
canos ilustres; mil veces repito á ustedes que en vano me
exhortan á la moderación y al perdón de mis enemigos.
4k ¡Monstruos del género humano! Encended ahora mis­
mo las hogueras de la detestable inquisición; preparad la
cama del tormento y ensayad conmigo si soy capaz de diri­
Bocetos biográficos •49

giros una sola mirada de humildad. Honor me haréis, mise­


rables, en poner á mayor prueba mi sufrimiento y mi reso­
lución.”»
En camino del patíbulo, entre otras frases dijo, según
refiere el General J. H. López, hablando con los frailes que
la acompañaban:
«—Bien: observaré los consejos de ustedes en todo, me­
nos en perdonar á los godos; no es posible que yo perdone á
nuestros implacables opresores; si una palabra de perdón sa­
liese de mis labios sería dictada por la hipocresía y no por
mi corazón.»
Ya llegando al patíbulo, al occidente de la Plaza de Bo­
lívar, frente al actual Palacio Municipal, con sus compañe­
ros de martirio Alejo Sabaraín, Francisco Arellano, José
María Arco, José Manuel Díaz, Antonio Galeano, Jacobo Ma-
rufú y Joaquín Suárez, en la mañana del 14 de Noviembre
de 1817, exclamó:
<—¡Miserable pueblo, yo os compadezco! Algún día ten­
dréis más dignidad.»
Se le ordenó que se montase sobre la tableta del banqui­
llo, porque debía ser fusilada por la espalda, como traidora
al Rey. Contestó:
«—Ni es propio ni decente en una mujer semejante po­
sición; pero sin montarme yo daré la espalda, si esto es lo que
se quiere.»
Medio arrollándose luégo sobre el banquillo y presen­
tando la mayor parte de la espalda, se la vendó y ase­
guró con cuerdas, en cuya actitud recibieron ella y sus com­
pañeros una muerte que ha eternizado sus nombres y hecho
multiplicar los frutos de la libertad.
Un joven patriota de inteligencia despejada, hijo de
Bogotá, don Joaquín Monsalve, que se hallaba reducido á
prisión en 1817, por haber conspirado contra el Gobierno de
Sámano, escribió una composición poética, de escaso mérito,
en honor de la Pola y sus compañeros de martirio. Estaba
preso y acusado por haber escrito libelos sediciosos, y ser
el autor del célebre anagrama
Yace fior salvar la Patria,
conocido y admirado desde entonces en toda la América.
Los siete mártires fueron enterrados en fosa común en
la iglesia de La Veracruz.
Monsalve, que unió su nombre desde entonces á los
mártires del 14 de Noviembre de 1817, murió en Lambaye-
que, Perú, en 1872.
El distinguido literato don Próspero Pereira Gamba,
’i5o Boletín de Historia y Antigüedades

que visitó al patriota Monsalve en el Perú, dio concepto de


que el anagrama era completo porque Policar^a como nom­
bre helénico se escribe con y griega.
En 1895, primer centenario del nacimiento de la Pola,
se erigió en la plaza de Guaduas una columna, obra artística
del ingeniero español Murat, á iniciación de una Junta de
que fueron dignatarios don Hipólito Navas y don José María
Samper Matiz, hijos de aquella ciudad, y de la cual fue Se­
cretario el autor de estas líneas.
El Consejo Municipal de Bogotá dictó acuerdo en el
mismo año, dándole el nombre de Plaza de la Pola á la lla­
mada hasta entonces Plaza de Las Aguas, é hizo fijar en uno
délos pilares del edificio de las Galerías, destruido por el
incendio de 1900, una plancha con los nombres de los siete
mártires sacrificados el 14 de Noviembre de 1817.
P. M. I.

SANTOS ANTONIA

«Nació en Charalá por los años de 1784 á 1786, de fa­


milia notable por su posición social y su riqueza, como por
su patriotismo. Era emparentada con Rosillo y otros patrio­
tas. Su educación fue todo lo limitada que se daba entonces
aun á las personas de su clase : lectura, escritura, doctrina
del Padre Astete é historia sagrada ; pero la naturaleza la
había dotado de bellos atributos físicos y morales : era alta
y esbelta—dice la tradición,—blanca y sonrosada, rostro ova­
lado, ojos grandes y negros, velados por pestañas largas
y crespas, cejas muy delineadas, boca correcta y graciosa,
labios gruesos, nariz aguileña, pelo abundante, crespo y del
mismo color de los ojos y las cejas, y cabeza bien modelada.
Revelábanse en el conjunto de su fisonomía la gracia, la in­
teligencia y cierto aire ó espíritu chancero ó burlón que la
hacía sumamente simpática y agradable. Su voz era armo­
niosa, su jovialidad la hacía reír con frecuencia y con tal
gracia y expresión, que era el encanto de toda la sociedad.
Al sonréír dejaba ver dos filas de dientes blancos é iguales
que aumentaban sus encantos y atractivos. Era sencilla y
pura en sus costumbres, y entusiasta admiradora de lo bello
y de lo grande.>
Nació tres ó cuatro años después de asesinado en la pla­
za de Bogotá su heroico compatriota, charaleño también,
José Antonio Galán (30 de Enero de 1782), verdadero y leal
Jefe de los Comuneros del Socorro.
Su partida de bautismo debe estar en Charalá. Sus pa­
dres eran don Pedro Santos y doña María Plata, á cuyo
lado creció, ocupada en sus quehaceres domésticos, á veces
Bocetos biográficos

en Charalá, á veces en el campo de El Hatillo, vecindario


de Cincelada ó Coromoro.
Algo más de veinte años tendría cuando los patriotas
charaleños dieron su grito de independencia el 4 de Julio de
1810, seguido el 7 por los plamploneses, el 10 por los socó­
rranos y el 20 por los bogotanos. Desde entonces hubiera
quedado definitivamente establecida y afianzada la libertad
e independencia de Colombia, si la anarquía no se hubiese
entronizado en nuestras costumbres, iniciada por Nariño,
el primer violadoi' de la Constitución, según la frase del his­
toriador Restrepo en la página 123 de su obra.
A tal .extremo había llegado nuestra mala situación po­
lítica por virtud de los odios de partido, que se miró gene­
ralmente con buenos ojos la aparición del Pacificador Mo­
rillo, y seguramente hubiera restablecido con facilidad to­
das las prerrogativas de la Corona de España, si á su turno
no hubiera venido cargado de odios, levantando patíbulos y
sembrando el espanto y la desolación por todas partes. A la
aproximación de sus huestes huyeron los patriotas y se re­
fugiaron en Casanare para condensar sus filas y preparar
su magnífica embestida contra el fantasma español. Fue en­
tonces cuando nuestra heroína emergió en el ciclo de nues­
tra historia; y cedo la palabra en este punto al señor L. M.
Cuervo:
« Principiaba el año de 1819, y de una parte las dema­
sías de los expedicionarios, y de otra las noticias que con
gran reserva llegaban de Casanare á los patriotas, tenían
exaltados los ánimos. La señorita Santos, llena de ardor
patriótico y de odio á los opresores de su Patria, resuelve
organizar una guerrilla, capitaneada por don Fernando
Santos y sus dos cuñados, los señores Gabriel Uribe y Tadeo
Rojas, sostenida con sus propios recursos y con la coopera­
ción de los señores Joaquín Saoza Durán, Vicente Fiallo,
Joaquín Montero, Pablo León, José María Arias, Ramón
Santos, Juan A. Gómez y otros entusiastas vecinos de esas
comarcas. La guerrilla constó al principio de cuarenta hom­
bres, para poder gozar de completa libertad y facilidad en
sus movimientos, y al efecto recorría y mantenía en com­
pleta, alarma á todas las poblaciones del Distrito, pero con­
servando como punto de reunión la casa de la señorita San­
tos, como el lugar de donde recibían recursos de toda espe­
cie y noticias é instrucciones para obrar con acuerdo. Las
autoridades españolas estaban inquietas por los progresos
que hacía la guerrilla, por el entusiasmo qué despertaba en
las gentes, y más que todo, por las dificultades que ponía
para seguir adelante las depredaciones que con el nombre
de donativos se ejecutaban en los pacíficos hombres de
aquellos campos, pues ya en todas partes se oponía resis-
152 Boletín de Historia y Antigüedades

tencia, y más de una vez la guerrilla de Charalá se apode­


ró de los víveres y ganados que los realistas habían expro­
piado para el sostenimiento de sus tropas, tanto en el Soco­
rro como en Tunja, y por consiguiente se puede fácilmen­
te imaginar cuánto sería su empeño en destruir á estos di-
minutos pero inquietos enemigos, como los llamaba Gonzá­
lez. Ofreciéronse premios en dinero á quienes los entregá-
sen, y al fin, una noche, estando la guerrilla en un punto de­
nominado Los Arrayanes. á legua y media de la casa de la
señorita Santos, llegó á la casa de éstos el Comandante soco-
rrano Pedro Agustín Vargas, y con una partida de solda­
dos sorprendió á la dueña de la casa, que se hallaba sola
con su hermano don Santiago, y la condujo presa á Chara­
lá. Pasáronla por Cincelada, en donde apenas se le permi­
tió tomar un ligero alimento que le ofreció el culto patriota
Apolinar Carreño, y en seguida se la llevó al Socorro, en
cuya cárcel se le encerró, privada de comunicación y seve­
ramente custodiada. Al día siguiente se escribía á Sámano
anunciándole la prisión de Antonia Santos, como un esplén­
dido triunfo que concluía con los insurgentes del Socorro,
y se le anunciaba la resolución que tenían de fusilarla para
escarmiento de los malvados.
« Siguiéronle la causa ante un Consejo de guerra, junto
con sus esclavos Juan y Juana N., cuya fidelidad á su señora
y á la causa que ella sostenía fue tan grande, que resistieron
á halagadoras promesas y á amenazas de muerte, y con los
guerrilleros Pascual del Espíritu Santo Becerra é Isidro
Bravo, aprehendidos al mismo tiempo en otro lugar. El se­
guimiento de la causa fue breve y sumario; en ella la seño­
rita Santos habló con la firmeza de una republicana de con­
vicción; trató á los llamados Jueces con altivez y desdén,
cuando la ofrecían la vida en cambio de que revelara los
nombres de sus cómplices; y al notificarle la sentencia, firmó
con mano segura, anunciando á los verdugos que antes de
expirar el año el suelo granadino estaría libre de los que lo
tiranizaban vilipendiando la virtud y el mérito. Por posta
vino la sentencia en consulta al Virrey Sámano, y este san­
guinario Jefe la confirmó con tal prontitud, que á los diez
días de haberse dictado se puso en capilla á la noble patrio­
ta, en compañía de los guerrilleros Becerra y Bravo. Allí
fue acompañada por el Cura del Socorro y por su hermano
el nobilísimo don Santiago, que fue el fiel compañero de la
mártir.
< El 28 de Julio se consumó el sacrificio de la señorita
Santos, á las diez y media de la mañana, en la plaza del Soco­
rro, en medio de un numeroso concurso de gente que con
lágrimas de rabia imploraba la justicia divina para castigar
á los monstruos que derramaban la inocente sangre de la
don celia.
Bocetos biográficoi 153

« El feroz Lucas González comunicaba este hecho como


un acto inocente y natural que agradaría á sus Jefes, con
el oficio que en facsímile acompaña á este artículo.»
Hé aquí los pormenores ó detalles de la ejecución, se
gún las tradiciones de familia:
«Con humildad cristiana, pero sin abatimiento y con
frente serena, marchó al patíbulo entre filas de soldados.
Al llegar al banquillo entregó á su hermano don Santiago
las alhajas de oro con que iba ataviada, y su testamento,
dándole los últimos adioses é instrucciones para su entierro,
y dirigiéndose al Oficial que mandaba la escolta le suplicó
que aceptara el anillo que llevaba puesto, y quitándoselo de
la mano, se lo entregó, rogándole que dispusiera que no se
le apuntara sino al pecho, á fin de no padecer tánto. En se­
guida se sentó, sacó un pañuelo que llevaba en el seno, y
con la serenidad del que sabe lo que va á hacer, se arregla
el vestido, y con el pañuelo ciñe el traje al rededor de los
pies contra el palo del banquillo, encargando á uno de sus
sirvientes que si al morir se descubre algo de su cuerpo, lo
cubra al momento. Un sargento la ata, la venda, se da un
redoble, la escolta hace fuego, y se consuma la inicua obra
de cruel venganza en una mujer.»
Este episodio es el conjunto del más grande y sublime
sentimiento de pudor: él sólo basta para consagrar un reve­
rente homenaje de respeto y admiración á la que supo tan
dignamente morir por la Patria.
Es tradición de familia que los dos fieles esclavos Juan
y Juana fueron también con ella fusilados; mas no se ha en­
contrado documento oficial en que aparezca mencionado
este hecho, y lo anotamos por encontrarlo en los datos que
por la familia se nos han suministrado como conservados en
boca de la señora Josefa Santos, testigo de los acontecimien­
tos. Para la honra de estos dos leales servidores no se nece­
sita que hubieran sacrificado su vida: basta el sentimiento
de fidelidad inalterable que conservaron durante el juicio.
Ni el sacrificio de Antonia Santos y de sus compañeros
ni las crueles amenazas de Lucas González fueron parte á
amilanar el acendrado patriotismo de los guerrilleros de
Charalá. Al aprehender á la heroína, la guerrilla empren­
dió movimiento hacia el Sudeste, y luégo dividióse en dos
porciones: una quedó en los pueblos del Socorro, y la otra, á
órdenes del Coronel Fermín Vargas, voló á incorporarse
con las fuerzas del Libertador, que ya vivaqueaban en los
corrales de Bonza, y una vez incorporada peleó en Pantano
de Vargas y enBoyacá, en donde fue herido el Coronel Var­
gas. Regresó éste con su columna al Socorro, en donde con­
tinuó esta célebre fuerza prestando importantes servicios
154 Boletín de Historia y Antigüedades

hasta la conclusión de la guerra. Debe advertirse que la


parte de la guerrilla que quedó en el Socorro regresó á
Charalá, y el 4 de Agosto de 1819 fue asaltada en este pue­
blo por fuerzas españolas, y sin más armas que unos pocos
fusiles (chopos), machetes y palos, se defendió heroicamen­
te, entregando su vida y lidiando como buenos don Tadeo
Rojas, don Cayetano Fiallo y muchos otros más, pues la fe­
rocidad de los asaltantes no perdonó nada en la heroica
Charalá. Esa fecha es de glorioso sacrificio y de eterna
fama en los fastos del Estado de Santander.
Hé aquí la comunicación de Lucas González, Teniente
de Morillo, dirigida al Virrey Sámano después del fusila­
miento de la heroína:
« D. Número io.
«En la mañana del 28 de Julio fueron fusilados en el
Socorro los rebeldes Antonia Santos, Pascual del Espíritu
Santo Becerra é Isidro Bravo, en virtud de la sentencia pro­
nunciada en Consejo de guerra y aprobación del Excelen­
tísimo señor Virrey. Y lo digo á Vuestra Señoría para su
conocimiento.
« Dios guarde á Vuestra Señoría muchos años.
« P.. .. .. (no se entiende) Julio 30 de 1819.
« Lucas González
« Señor Comandante General de la 3^ División don José María Ba-
rreiro.»
Ma n u e l Ca r r e ñ o T.
Bogotá, Julio de 1910.

ABREGO MERCEDES
Natural de Cúcuta. Por haberse destruido los archivos
en el memorable terremoto de 1875, se perdieron los docu­
mentos originales de las partidas de nacimiento, matrimonio
y defunción de esta heroína. Ella mantuvo relaciones con las
guerrillas que comandaban los patriotas F. de P. Santander
y Joaquín Ricaurte, y que con varia fortuna luchaban en el
norte de la República. Vencido Santander en el Llano de
Carrillo en 1813, como consecuencia desgraciada ocupó los
valles de Cúcuta un obscuro soldado español, Bartolomé Li-
zon, simple Capitán de las tropas del Rey, y sus fuerzas, se­
gún frase del historiador Restrepo, «desolaron el país hacien­
do la guerra á muerte.»
Antes de principiar Bolívar la gloriosa campaña de 1813
con el llamado Ejército Libertador de Venezuela, en su ma­
yor parte formado por hijos de nuestra Patria, recibió ova­
ciones en Cúcuta, ciudad de opiniones republicanas. Doña
Bocetos biográficos *55

Mercedes Abrego, respetable matrona, viuda de don José


Reyes y madre de un joven de veintiún años, José Miguel,
soldado del Ejército republicano, y de dos niños, Pedro y
José María, entusiasta por la causa de la Independencia, ha­
bía obsequiado al Libertador un rico uniforme de Brigadier,
hecho manifestaciones públicas de sus sentimientos republi­
canos, y comunicado la situación á los Jefes de guerrillas in­
surgentes.
Dueño Lizón de los valles de Cúcuta, cometió toda clase
de abusos contra aquella sociedad, compuesta de familias por
mil títulos respetables, pero odiadas por los españoles por
ser todas ellas hostiles á la causa del Rey.
El 13 de Octubre de 1813, por orden del Capitán de Ca­
zadores Lizón, fueron sacados de la cárcel de Cúcuta dos
reos condenados á muerte, sin juicio ni siquiera verbal, y
por consiguiente sin que hubieran podido ejercitar el dere­
cho de defensa.
Eran las víctimas Mercedes Abrego, la matrona repu­
blicana, y el anciano octogenario don Francisco Ramírez,
también servidor distinguido de la causa de la Independencia.
La heroína fue decapitada. «Los asesinos—dice Restrepo—
se disputaban la horrible preeminencia de bajar con sus sa­
bles la cabeza de una mujer, sólo porque había bordado á
Bolívar el uniforme de Brigadier, dejando por muchos días
expuesto su cadáver al ludibrio de esa gavilla de fieras, ho­
rror de la humanidad» (1).
El anciano Ramírez, jefe de familia numerosa y respe­
table, fue pasado por las armas. Terminada la terrible esce­
na, dio orden Lizón de que los húerfanos Pedro y José Ma­
ría Reyes Abrego fueran encerrados en la cárcel para que
no molestasen con sus lamentos.
----- P. M. I.
ZARATE ROSA

En noticias biográficas sobre esta heroína hay diver­


gencia de pareceres acerca del lugar de su nacimiento. Opi­
nan unos que fue oriunda de Tumaco; aseveran otros que
era natural de Quito, en donde contrajo matrimonio con el
distinguido mártir de la Independencia don Nicolás de la

(1) Don Narciso Reyes, hijo de don José Miguel y nieto de la he­
roína, cuenta así la escena de muerte: «La señora Abrego fue presa
inmediatamente en su misma casa, y á las pocas horas se la condujo á
un patio interior en medio de una escolta. El que mandaba ésta dijo:
‘ Salga al frente el que se considere capaz de cortar de un solo golpe
la cabeza de esa mujer.’ Todos ellos dieron un paso, adelante, y el
que se consideró más esforzado y audaz fue el preferido; y en efecto,
lo ejecutó á contentamiento de todos sus compañeros, que aplaudieron
su destreza. La cabeza de Mercedes Abrego ¡rodó por el suelo!.......... »
i 56 Boletín de Historia y Antigüedades

Peña. Cuando fueron derrotados los patriotas en Mocha en


1813. ocupó á Quito el español Montes, y los insurgentes tu­
vieron que emigrar hacia el Norte; entre ellos venían don
Nicolás de la Peña y su esposa. Vencidos nuevamente por
don Juan Sámano, tuvieron que internarse en las selvas de
Malbucho en busca de la costa del Pacífico. En ellas sostuvo
Peña algunos encuentros con buena fortuna, pero reforza­
dos los realistas de Barbacoas y Tumaco con tropas del Rey
enviadas de Panamá, fueron derrotados nuevamente, y en­
tre los prisioneros se contaron Peña y doña Rosa Zárate, y
fueron llevados á la cárcel de Tumaco. El horroroso final de
estos mártires lo refieren mejor que ningún historiador los
siguientes documentos:
«Quito, 18 de Junio de 1813
«Señor don José Fábrega (1).

«He recibido dos oficios de usted3 de 17 de Mayo y 1°


del corriente, quedando entendido de la prisión de don
Nicolás de la Peña y su mujer, á quienes, después de reci­
birles declaración y que den noticias del paradero donde
han enterrado el dinero, y formando inventario de cuanto
se les haya hallado, pues es constante que llevaban una can­
tidad considerable y alhajas, procederá usted á ponerlos en
capilla, jasándoles por las armas por la espalda; y cortándoles
las cabezas, con brevedad me las remitirá usted, del mejor modo
posible, para que se conserven, y que vengan ocultas á fin de
jon crias en media plaza de esta capital.
«Dios guarde á usted.
« Mo n t e s *

«Excelentísimo señor:

«El 14 de éste recibí el superior oficio de Su Excelen­


cia, fecha 18 del próximo pasado, y en cumplimiento de lo
que en él se expresa pasé á la prisión donde se hallaban don
Nicolás de la Peña y su mujer, á quienes tomé la declara­
ción que adjunto; en seguida los hice poner en capilla, y el 1*7
del presente fue ejecutada la sentencia, como lo acredita la in­
clusa certificación que me ha parecido conducente su remi­
sión. Siguen las cabezas en dos pequeños cajones, bien acomo­
dadas, y es el único modo de que puedan llegar en el mejor es­
tado; y en el instante las he puesto en vía con oficios á los

(1) José Fábrega. Este Jefe realista figuró después entre los pa­
tricios que declararon independiente de España á Panamá, de donde
era natural, y se adhirieron á la Gran Colombia.
Bocetoi biográficos i 57

Jueces de La Tola y Esmeraldas, para que con reserva y á


la mayor brevedad sigan.
«Dios guarde á usted muchos anos.
«Tumaco, Julio 17 de 1813.
«Excelentísimo señor.
«José Fá b r e g a »
Lo que llamaba Fábrega sentencia era la cruel orden
de Montes, pues Peña y su esposa fueron sacrificados sin
ninguna fórmula de juicio y por consiguiente sin defensa.
« Tal fue el triste fin de don Nicolás de la Peña y su fiel
esposa—escribe don Camilo Destruge.—Si bien él era exal­
tado y de genio turbulento, era también un patriota de co­
razón, animoso y entusiasta, que sirvió eficazmente á la cau­
sa de la Independencia con sus dineros y su persona, alcan­
zando hasta el grado de Teniente Coronel en el ejército
independiente.»
En su testamento dijo: «Declaro, en descargo de mi
conciencia y por la proximidad en que me hallo de morir,
que absolutamente ni mi mujer ni yo mandamos ni induji­
mos al pueblo quiteño para que matase al señor Conde Ruiz
de Castilla, y al contrario fue bien pública la acción de ha­
berle defendido de la muerte, con lo que pudo confesarse y
recibir los auxilios de nuestra Religión santa, á pesar de que
el pueblo enfurecido iba á destruirlo al frente del Cabildo.
Lo cierto es que pensé en ponerlo en prisión, pero no llegó
el caso; y lo firmo con el señor Juez y testigos. Tumaco y
Julio 14 de 1813.»
En el certificado que expidió el Capitán Fábrega sobre
la ejecución de la orden de Montes, dice :
«.... Puestos de rodillas los citados reos, y leídoseles por
mí la sentencia en alta voz, se pasaron por las armas en
cumplimiento de ella, á las 9 del día que se cita. En seguida
se les cortaron las cabezas por mano de un negro del Rey,
para ser conducidas á la capital de Quito, por ser conforme
con la sentencia. Inmediatamente desfilaron las tropas en co­
lumna; los cadáveres fueron conducidos á la iglesia, donde
fueron enterrados.»
Los señores Vergara y Scarpetta aseveran que el joven
Francisco de la Peña, hijo de los mártires nombrados, fue
sacrificado con ellos en Tumaco, y que su joven esposa, doña
Rosaura Vélez, murió en las montañas huyendo de los espa­
ñoles.
P. M. I.
158 Boletín de Historia y A ntigüedades

DOS PROTOMARTIRES
Los primeros mártires de la Independencia, después de
los Comuneros, fueron los jóvenes José María Rosillo y Vi­
cente Cadena, ajusticiados en Pore poco antes del 20 de Ju­
lio. Bien que si mencionan varios historiadores el episodio
de su intento revolucionario y su triste suplicio, no se hallan
en parte alguna datos precisos sobre esto; y sus nombres no
están incluidos en obras como el Diccionario de los Proceres^
ni en las enumeraciones que se han publicado de las vícti­
mas sacrificadas en el patíbulo, ni en las lápidas del monu­
mento levantado en la Plaza de los Mártires.
Ignoramos la fecha precisa en que fueron ejecutados
estos jóvenes y el lugar de su nacimiento. La primera cree­
mos fijarla por ahí el l9 de Mayo, y no en Junio ni en Enero,
como se ha dicho, pues sus cabezas fueron traídas á Bogotá
el 14 de Mayo. Fácil es que ambos fuesen naturales del Soco­
rro, pues ambos apellidos son de familias de aquella ciudad,
y eran primos el uno del otro y parientes del doctor Andrés
Rosillo, quien nació en aquella población. Como ambos no te­
nían sino veinte años cuando su muerte en 1810, fácil sería
el hallar su partida de nacimiento y conocer así la fecha de
éste, sus padres y demás datos hasta hoy ignorados.
En algunas narraciones históricas que estaban inéditas
y que hemos publicado recientemente se encuentran nue­
vos datos sobre la desgraciada suerte de estos dos jóvenes,
que complementan los que ya eran conocidos.
Veamos primero éstos, para luégo citar aquéllos.
El historiador Restrepo dice :
Cuando estas noticias se difundieron en las Provincias de la
Nueva Granada, los pueblos que sufrían con impaciencia el yugo es­
pañol comenzaron á excogitar el modo de sacudirle: dos jóvenes de
la Provincia del Socorro, don José María Rosillo y don Vicente Ca­
dena, unidos á don Carlos Salgar, natural de la ciudad de Girón,
penetraron hasta los Llanos de Casanare é intentaron hacer una re­
volución, que fue mal combinada. Auxiliados sin embargo por algu­
nos habitantes de la Provincia, se apoderaron de las armas y albo­
rotaron á varios lugares. Mas el Virrey envió tropa que los atacara;
Rosillo y Cadena fueron aprehendidos por el Gobernador don Remi­
gio Bobadilla, y condenados á muerte conforme al dictamen del Real
Acuerdo, cuando su proceso aún se hallaba en estado de sumario. El
doctor don Pedro Nieto, abogado imbécil, fue quien se prestó á servir
de este modo á los tiranos de su Patria. La sentencia se ejecutó in­
mediatamente, y las cabezas ensangrentadas fueron conducidas á
Santafé. La Real Audiencia acordó que para escarmiento se fijaran
sobre escarpias en los lugares públicos ; pero los Oidores vieron exci­
tarse tal fermentación en el pueblo de la capital solamente con la no­
ticia de que se le iba á dar tan desagradable éspectáculo, que se
arrepintieron de su designio é hicieron enterrar furtivamente las
cabezas de aquellos jóvenes desgraciados.
Dos protomártires ■S9

El señor Groot relata así este episodio :


Los jóvenes Rosillo y Cadena, que habían marchado del Socorro
para los Llanos de Casanare con designio de hacer un pronuncia­
miento cogiendo las armas del destacamento, fueron denunciados y
aprehendidos por el Coronel don Juan Sámano, que con tal comisión
marchó para los Llanos. Los dos jóvenes, juzgados allí mismo y sen­
tenciados á muerte, fueron ejecutados, y las dos cabezas traídas á
Santafé para levantarlas en escarpias en lugares públicos. La noti-
ciadela llegadadelas cabezas causó tánto horror é indignación, que
los Oidores no se atrevieron á llevar á cabo su providencia.

Quijano Otero dice :


Los jóvenes José María Rosillo, Vicente Cadena y Carlos Salgar
se encargaron de sublevar los Llanos de Casanare, donde, como hemos
dicho, funcionaba en calidad de Gobernador don Remigio Bobadilla.
Poco experimentados como eran los nuevos revolucionarios, no tarda­
ron en caer en poder del Gobernador, escapando solamente Salgar.
Estando la causa en estado de sumario, la Audiencia creyó que como
ejemplar castigo debía ajusticiarles sin pérdida de tiempo; así lo
decidió, y encontró en don Pedro Nieto, por desgracia americano, el
instrumento que necesitaba para llevar á cabo tan escandalosa arbi­
trariedad.

De las Memorias del General Antonio Obando, que pa­


rece se perdieron cuando iban á publicarse, logramos con­
seguir el principio que ya había sido impreso, y lo reprodu­
jimos en el número 50 del Boletín de Historia, hace tres años.
Allí se habla de aquel primer movimiento revolucionario,
del cual fue actor dicho General.
En el año de 1809 fui iniciado por mi tío el doctor Rosillo en el
misterio de nuestra transformación política, que ya pululaba, para
separarnos del dominio del Rey de España y formar una República
independiente.. Impúsome de todos los pormenores de la revolución,
diciéndome que ésta la acaudillaban los señores Luis Caicedo,
entonces Alcalde Ordinario ; el doctor Herrera, Procurador General;
Antonio Nariño, Alcalde Ordinario ; Antonio Baraya, al servicio del
Rey en el Batallón Auxiliar, y los señores José Garzón y Zabala
Isúñez, músicos del mismo Batallón que debían proteger la sorpresa
que se iba á dar al expresado Batallón.
Los señores Joaquín Castro, Carlos Salgar, mi primo José María
Rosillo, Vicente Cadena y yo no vacilámos en subscribirnos al
número de los independientes. En aquel mismo año y día en que debía
darse el golpe ó sorpresa al cuartel, fue descubierto el plan, si no en
el todo, sí en parte; prendieron á Miñano. El señor José Antonio
Olaya, que venía de La Mesa por la vía de San Antonio con 300
hombres, recibió aquella misma noche (cuyo conductor fui yo) orden
para que disolviese la gente, retirándose todos á sus casas. Al día
siguiente por la noche salió mi tío de la ciudad con Castro, Salgar,
Rosillo, Cadena y yo, y nos dirigimos por el valle de Tensa.
El primero y el segundo se quedaron en el pueblo de Sutatensa,
y los demás nos dirigimos para el Llano de Casanare ; allí fuimos
sabedores algunos patriotas de un nuevo plan, y no nos faltaron
prosélitos ; pero habiendo sido descubiertos y no teniendo los elemen­
tos necesarios para una vigorosa defensa, fuimos atacados y derro­
tados, á pesar de una resistencia temeraria de nuestra parte.
En el mismo campo fueron prisioneros Cadena y Rosillo, decapi­
i6o Boletín de Historia y Antigüedades

tados y sus cabezas conducidas á la capital. Salgar y yo pudimos


escapar, y nos dirigimos para el interior, pero en el tránsito fue
prisionero Salgar y conducido también á la capital; yo escapé por
segunda vez y conseguí llegar á introducirme clandestinamente en
esta ciudad de Santafé de Bogotá.
El mismo General dice en una nota más adelante :
No omitiré decir que cuando fuimos descubiertos en Casanare,
aquel Gobernador pidió auxilio al Virrey, participándole que en
aquella Provincia habían aparecido tropas francesas; esto fue
motivado porque Rosillo y Salgar vestían uniformes encarnados. Fue
en efecto una Compañía al mando del Teniente Sisga, que fue la que
ejecutó á Rosillo y á Cadena y condujo sus cabezas á la capital.
Hallamos pues aquí el nombre de otro compañero,
Castro, que no nos era conocido. En el libro La Patria Boba,
que publicamos en unión del doctor Ibáñez en 1902, hay en el
Diario de J. M. Caballero estos datos sobre Rosillo y Cadena:
Mayo 14. Entraron las cabezas de don Vicente Cadena y don
José Rosillo, Cadete que había sido del Regimiento Fijo de Cartage­
na, después del Auxiliar de esta capital. Fue y sublevó gente por
los Llanos, adonde los arcabucearon, y se dijo que sin confesión. El
ejecutor de esta maldad fue el Alférez Surga, chapetón,
A 17. En este día enterraron las cabezas que trajeron de los
Llanos, en la capilla de la cárcel grande.
Tenemos aquí otros datos : algo sobre la vida de Rosi­
llo, la fecha de la llegada á Bogotá de los fúnebres trofeos,
y el lugar donde fueron sepultados.
También hay en el Diario de Caballero una noticia que
no nos habíamos explicado, y que nos la aclara lo que dice
Obando en lo arriba transcrito.
Febrero. A 10 de este mes—dice Caballero—le vino al. Virrey la
primera noticia que había gente extranjera en los Llanos ; unos
decían que franceses y otros que ingleses ; el alboroto y chispería fue
terrible.
En una carta de don Camilo Torres fechada en Mayo
de 1810, que se publicó en este mismo Boletín (tomo 3°, pá­
gina 260), habla del suplicio de aquellos dos proceres:
¡ Que horrible espectáculo el que estos hombres nos dieron el día
13 de este mes ! Cuando nadie se acordaba ya del ridículo suceso de
los Llanos, y cuando todo el mundo esperaba que los autores de
aquel acontecimiento serían castigados con moderación y con atención
á las actuales circunstancias, de repente nos hallámos en Santafé
con dos cabezas, la una del Cadete Rosillo y la otra de un Cadena,
primo suyo, ambos muchachos y ambos mártires de la libertad del
Reino. ¡ Causa horror el modo y los términos con que han sido
juzgados y sentenciados estos dos infelices jóvenes, con otros tres que
igualmente han sido víctimas y compañeros en su suerte desgraciada!
El delincuente más abominable, el reo cargado de los delitos más
atroces, es juzgado y sentenciado según todas las formalidades de
las leyes, y su sentencia no se ejecuta hasta que se ha apurado el
último recurso. Pero aquellos infelices no han gozado de este beneficio.
Con un breve sumario y con el dictamen de un abogado de Tunja,
Dos prolomártires 16 i

doctor Nieto, fueron condenados á la pena de horca, y por falta de


verdugo fueron arcabuceados, sin haberse siquiera consultado la
sentencia. Toda esta precipitación en un delito tan difícil de calificar­
se en las presentes circunstancias, fue indispensable para llegar
cuanto antes al fin que se proponían, cual era traer las cabezas á
Santafé para fijarlas en lugares públicos.
Pero las noticias de España que habíamos recibido por el correo,
y las fuertes reflexiones del humano é ilustrado Cortázar, obligaron
á sus compañeros á variar el plan meditado y á acordar que se
enterrasen las cabezas, como en efecto se enterraron, por la noche
del día 14.
Este hecho de crueldad y de fiereza ha irritado en gran manera
los ánimos de los buenos, que claman al Cielo por la venganza. Los
tiranos están sobrecogidos á manera del tigre que después de haber
despedazado á un inocente cordero, se retira al fondo del bosque para
lamerse las uñas ; ellos se han retirado al fondo de sus casas para
meditar los medios de evitar el golpe que los amenaza y asegurar su
proyecto de dominación. ¿ Y después de esto quiere usted que estos
hombres continúen en sus empleos, que no se haga variación alguna
con estas autoridades y que no se altere en nada el actual orden de
cosas ? ¿ Y después de esto será justo y conveniente que se adopten
los medios políticos que usted propone para evitar aquí la anarquía
en el caso que la España sea subyugada ?

En otros documentos publicados antiguamente, en la


época de la Independencia, pero que son casi desconocidos,
hallamos también datos sobre esa terrible ejecución.
Nariño dice en su célebre escrito de 1811:
Al Oidor Francisco Cortázar se le acababan de librar trescientos
pesos para ayuda de costos de su viaje, después de haber firmado la
sentencia del asesinato jurídico de los Llanos.
Tenemos ahí un nuevo dato sobre dicha sentencia.
En la Exposición de motivos de la Independencia que se
publicó pocos días después del 20 de Julio, firmada por Ca­
milo Torres y Frutos Joaquín Gutiérrez, se habla también
de la sangrienta ejecución (1) :
Pero lo que acaba de descubrir el Gobierno es la tragedia de
Pore. Allí fueron presos dos jóvenes de edad de veinte años, con otros
mozos que alarmaron al Gobernador declamando contra el despotis­
mo y asustando á la ciudad. Diose parte al Virrey, y éste, de acuer­
do con la Audiencia, dividió la causa; hizo conducir á esta ciudad á
algunos de los cómplices, y dejando á los dos jóvenes Rosillo y Ca­
dena en Pore, ordenó que fuese un letrado que instruyese el sumario,
y que omitiendo el seguimiento formal de una causa que debía pre­
sentar en todo su aspecto el delito, sentenciase, y que sin necesidad
de consultar el Tribunal, les hiciese ejecutar. Así se hizo : un solo
letrado les juzgó, les sentenció, y sin permitirles defensa, sin darles
abogado, sin oír sus descargos, les arcabucearon y cortaron las ca­
bezas. Nosotros no nos quejamos de que se castiguen los crímenes,
sino de que se profanen las leyes. Preguntamos ahora : ¿ las leyes
no piden tres votos de toda formalidad para la imposición de la últi­
ma de las penas ? A beneficio de los procesados las mismas leyes
(i) De este escrito no se ha hecho segunda edición, y por eso es casi desconocido. Creemos
que del folleto primitivo no existan más de dos ejemplares. Por esto lo hemos publicado hoy en
los A nales de Jurisprudencia.
vi—11
1Ó2 Boletín de Historia y Antigüedades

¿ no exigen su formal audiencia, ensanchando los términos y vías que


en causas de otra naturaleza estrechan ? Aun en la milicia, en cuyos
Consejos las ejecuciones son más prontas, ¿ no se forma un Tribunal ?
¿ No se oye al reo ? ¿ Y no se le da un defensor, no se exige la unifor­
midad y conveniencia de muchos votos para dar muerte á un delin­
cuente ? ¡ Y en Pore un solo letrado de Provincia, y sin oír, sin ne­
cesidad de consultar al Tribunal, sentencia y quita la vida á dos
muchachos ! ¿ Hay leyes ? Ya aquí no había sino caprichos. Las ca­
bezas fueron conducidas á esta capital ; se pensó por los Ministros
levantarlas públicamente en escarpias, para insultar al pueblo, y lo
hubieran ejecutado así si no hubiera habido consideraciones que lo
impidieran. ¿ Qué más hicieron en Francia los asesinos marselleses
asalariados por el infeliz Egalité ?
Al proclamarse la independencia pensaron los patrio­
tas, como era natural, rendir algún tributo á la memoria de
aquellos mártires, y celebraron en la Catedral suntuosos
funerales.
Véaselo que dice sobre esto el Diario Político que se
publicaba en aquellos días, y que se reprodujo también en
este Bo l e t ín .
El día de ayer, 22 del corriente Octubre, se han celebrado en
esta iglesia Catedral las exequias funerales que decretó la Suprema
Junta de esta capital por el descanso eterno de nuestros hermanos
de Quito, Socorro y Pore, que fueron víctimas de su amor á la
Patria. Asistió dicha Suprema Junta con todos los demás Cuerpos y
autoridades ; se pronunció una elocuente oración fúnebre por el
Reverendo Padre Fray José Vicente Echavarría, Provincial del
convento de Agustinos calzados ; se hicieron salvas militares con
todo el demás aparato correspondiente á manifestar el sentimiento
público por el sacrificio de aquellos héroes.
Pero recientemente hemos hallado un documento cu­
rioso sobre aquella tragedia : la defensa que hace Bobadilla
sobre su participación en ella. Resulta de este escrito que el
Gobernador de los Llanos estaba en la capital el 20 de Julio,
y se escondió temiendo las iras del pueblo. Luégo, el 7 de
Agosto, resolvió presentarse y lo hizo en un cuartel para
estar con mayor seguridad. Juzgue el lector sobre su culpa­
bilidad ó inocencia:
Excelentísimo señor:
Habiéndose ya restablecido la pública tranquilidad al compe­
tente término, por efecto de las enérgicas y sabias providencias de
Vuestra Excelencia, no puedo extender á más tiempo la prudente
ocultación de mi persona, que me dictaron las voces de animosidad
esparcidas á mi respecto por el público, mal impuesto en los primeros
momentos de su entusiasmo. Lo contrario sería desconfiar de la rec­
titud de los juicios de Vuestra Excelencia, y juntamente faltarme á
mí mismo, pues sería hacerme tácitamente en algún modo culpable
en la ejecución sobrevenida en la Provincia de los Llanos, cuando no
he sido más que un inexcusable, mero y simple conducto de ella. Bajo
tal confianza é íntima persuasión me presento á la disposición de
Vuestra Excelencia en este cuartel, no haciéndolo personalmente por
no dar lugar á algún bullicio. He dicho que el público, sólo por efecto
de un equivocado concepto, ha podido decir expresiones contrarias á
mi crédito é inocente procedimiento en lo sucedido ; por lo que creo
Dos protomáriires 163

conveniente extenderme á exponer lo conducente á su desimpresión y


mi arreglada conducta; pues por lo que respecta al juicio de Vues­
tra Excelencia en el asunto, estoy íntimamente persuadido de que
haría un alto agravio á cualesquiera de los señores que os repre­
sentan, si lo creyere capaz de hallarme culpable en lo más mínimo.
La sola orden superior de veintisiete de Febrero bastaría para
ponerme á cubierto de toda responsabilidad ; mas no pretendo
hacerme tan mezquino que me desnude de todo sentimiento y cono­
cimiento racional. Obsérvese pues, Excelentísimo señor, mi conducta
como la de un Gobernador ó Juez que, entregado á su propio conoci­
miento y experiencia, ó sea libre de asesor y prevención ú orden
superior, debe obrar según lo que dictan los principios de equidad
compatibles con la pública tranquilidad. Es constante que en el
objeto de aquella novedad se aspiraba también á la prisión de mi
persona, que casualmente pude evitar sabiéndola el día mismo en que
iba á efectuarse, y que me hizo retroceder hasta el puerto de Labran-
zagrande para tomar mis medidas. No bien llegué cuando supe la
prisión de la mayor parte de tales sujetos, y regresando á la ciudad
de Pore, en que estaban custodiados, lejos de ocupar en mi ánimo
lugar alguno el resentimiento ni la venganza, mis primeros y únicos
cuidados fueron los de atender á la buena distribución, aseo y como­
didad posibles, compatibles con su mucho número y mala calidad de
la cárcel, circunstancias que entre otras desde luégo me dictaron el
hacer presente á la superioridad lo conveniente que era remitirle
dichos presos. Eso es todo lo ocurrido y obrado en los quince días
que mediaron desde dicha mi llegada á Pore hasta el recibo de la
susodicha orden superior. Es pues el intervalo único en que fui y
debe considerárseme como Juez libre ; y no habiendo en esta sincera
exposición cosa que no sea de pública notoriedad, me parece, Exce­
lentísimo señor, que bien lejos de merecer las imprecaciones y encono
del público, me manifesté digno del empleo que obtenía. Mas si se
atiende á que en vez de ocuparme en el cumplimiento de la citada
orden superior, teniendo ya á mayor abundamiento más acomodada
mi autoridad con la llegada del asesor nombrado en ella, en vez de
prestarme á su ejecución, vuelvo á insistir en mi concepto de la suso­
dicha remisión de los presos, ¡cuánto más realce no adquieren mi
piedad, prudencia y discreción ! Y si se considera que por todo fruto
ó contestación á estos mis referidos prudentes esfuerzos, se me vuelve
á ordenar con desapego el cumplimiento de lo mandado, y que poste­
riormente el asesor por su parte me estrecha y expone en particular
dictamen mi decidida resolución á remitir y no juzgar los reos,
porque efectivamente se lo había dicho así familiarmente y no para
que lo estampara en los autos, pasando á achacarme á mí la di­
lación en la ejecución, como es muy digno de notarse, ¡ cuán­
tos más y más quilates obtienen mi rectitud y firmeza ! Pero reduci­
do ya á un inexcusable y mero conducto, no quedaba término re­
gular ni competente para excusar la fatal ejecución, pues aun cuan­
do hubiera llevado mi resolución hasta la temeridad de negar
abiertamente la obediencia, con la pérdida consiguiente de mi empleo,
sepultándome en los bosques, ¿qué fruto hubiera sacado de tal sacri­
ficio? ¿Por ventura la autoridad está anexa y es inseparable de la
persona, ó por el contrario, sólo lo es del empleo? Con tal procedi­
miento yo me hubiera sacrificado estérilmente, y la ejecución siempre
se hubiera hecho por el que me seguía en autoridad: esto no admite
réplica, como ni tampoco el que yo no solamente me mostré con la pie­
dad y prudencia susodichas, cuando obré por mí solo, sino que excedí
los límites de la debida subordinación, estudiando hasta por tres ve­
ces términos para eludir lo mandado. Véanse pues, Excelentísimo se­
ñor, las representaciones de once y diez y ocho de Marzo y diez y nue­
ve de Abril, órdenes superiores y dictámenes que indico. Esta sí es
164 Boletín de Historia y Antigüedades

honradez; esta sí es firmeza de carácter, que me hacían tan digno del


empleo que obtenía como del aprecio de este mismo público, que sólo
por falta de tal conocimiento ha podido mostrarme su desagrado. Y
aun prescindiendo de todo ello, Excelentísimo señor, ¿qué estabilidad
podría tener un Gobierno si sus súbditos fuesen árbitros de eludir
ó denegarse al cumplimiento de sus repetidas órdenes? ¿No serían
tanto más funestas las consecuencias cuanto más grave y urgente
fuese su cumplimiento? En asunto tan convincente no hay pues por­
qué extenderse á más. Y si se creyese conveniente ó justo hacer algu­
na demostración de mi conducta para satisfacción del público y se­
guridad de mi persona, Vuestra Excelencia podrá resolver sobre ello
lo que estime oportuno, sirviéndose concederme su pasaporte para in­
corporarme á mi Cuerpo y seguir mis servicios á la angustiada Madre
Patria.
Nuestro Señor guarde á Vuestra Excelencia muchos años.
Santafé, siete de Agosto de mil ochocientos diez.
Excelentísimo señor.
Re m ig io Ma r ía Bo b a d il la

Señores de la Suprema Junta de Santafé.

Resta averiguar cuál fue la suerte de los compañeros de


Rosillo y Cadena. En el Diario de Caballero dice, al hablar
del día 28 de Julio de 1810:
En este día se puso en libertad á Castro, Salgar y Monsalve,
y al momento que pisaron los umbrales de la cárcel se rompió un
golpe de música, con voladores y vivas hasta la casa del señor Rosillo.
Indudablemente se trata aquí de los compañeros de los
pobres mártires de Pore, pues el General Obando menciona
á Salgar y Castro. Es probable que Monsalve estuviese
preso por la misma causa. Antes de conocer aquel fragmen­
to de memorias no habíamos podido hallar explicación de lo
que dice Caballero. ¿Porqué—nos preguntábamos—se ha­
llaban dichos señores en la prisión ?
YA Diaiio Político habla igualmente de la libertad de
estos presos.
Hoy declaró la Junta Suprema la inocencia de los generosos
patriotas Castro, Salgar y Monsalve ; hoy decretó su excarcelación,
que fue un triunfo para estos ciudadanos oprimidos. El pueblo de
Santafé, este pueblo que sabe recompensar los sacrificios hechos á la
libertad, concurrió en gran número á presenciar, á solemnizar, á.
dar un testimonio público de su reconocimiento á estas tres víctimas
que iban á sacrificar á su furor los antiguos mandatarios. En el
momento que Castro, Salgar y Monsalve pisaron los umbrales de la
cárcel rompió un golpe de música que ahogaba los vivas del pueblo.
Mil veces repitió : ¡ viva Castro (1), Salgar y Monsalve ! En medio

(1) La capital y el Socorro han sido testigos de las opresiones de Castro ; pero el Reino las
ignora y conviene que las sepa. Amigo de Rosillo, compañero de sus trabajos y de sus persecu­
ciones, fue arrestado como él en la Parroquia de Pore, y conducido como él al Socorro. Cayó
también entre las garras del sanguinario Valdés. Este bárbaro le sepultó en un calabozo y le rema­
chó un par de grillos. Una cadena que pendía de ellos y que terminaba en un poste circunscri­
bía sus movimientos al pequeño círculo de tres á cuatro pies. ¡ Qué ingeniosos son los tiranos en in­
ventar instrumentos de aflicción y de dolor! Así pasó este desgraciado cuarenta y cinco días con­
secutivos. Sobre un sillón y cargado de prisiones fue pasado de los calabozos del Socorro á los de
Santafé, y de las duras manos de Valdés á las del temible Alba. ¿Mejoraría de tirano este infeliz?
Adoremos los decretos de la Providencia. ¿Alba no hizo poco después el mismo viaje en sentido
El Acta de la Independencia ,65

de las aclamaciones y del regocijo público fueron conducidos á sus


casas. De esta manera gloriosa para la Patria terminaron los pade­
cimientos de estos ciudadanos.

Es raro que estos tres patriotas hubieran permanecido


en prisión todavía ocho días más después del 20 de Julio, y
que no se les hubiese libertado el día 21, como al doctor Ro­
sillo.
Habían de perecer en el patíbulo más tarde Monsalve
y Salgar. De Castro no hemos podido averiguar nada sobre
su vida después de aquellos sucesos ; y aun de los dos prime­
ros no tenemos sino vagas noticias.
A Salgar no lo hallamos mencionado posteriormente
sino en una Exposición del doctor Juan Fernández de Soto-
mayor, publicada en Bogotá en 1825 ; allí dice, relatando los
sucesos de 1816 :
Emprendí salir por las montañas de Barragán, después de haber
tentado inútilmente hacerlo por el páramo de Las Moras, que fui obli­
gado á pasar y repasar por evitar caer en la guarnición de la gar­
ganta de Lame, como cayó y fue sacrificado el oficial Tello, de la
Provincia de Neiva, que fue mi compañero,en unión del también Ofi­
cial Carlos Salgar.
En la Independencia figuraron varios Monsalves. Parece
que el compañero de Castro y Salgar fue Pedro, á quien
fusilaron en esta ciudad en 1816, así como á su hermano
Juan José.
Bien merecen estos patriotas, iniciadores de la Indepen­
dencia. un recuerdo de gratitud y veneración en la hora
del Centenario, y que sus nombres sean conservados en el
martirologio de la República.
Ed u a r d o Po s a d a
——■. ---- ---------
EL ACTA DE LA INDEPENDENCIA
i
El Acta de la Independencia se extendió el 20 de Julio
de 1810, en el libro de actas del Cabildo. Este libro, empe­
zado el 4 de Enero de 1810, se terminó el 11 de Diciembre
de 1811. Abrazaba pues un período de dos años. Don Ignacio

contrario? ¿No pasó de los calabozos de Santafé á los del Socorro? ¿No pasó sobre un sillón y
con un par de grillos? Yo no hallo sino esta diferencia: Castro conmovió los corazones humanos
de nuestros compatriotas; Alba sirvió de espectáculo agradable á un pueblo enfurecido contra los
tiranos.
Desde el 25 de Febrero hasta el 9 de Junio sufrió todos los horrores de un calabozo, y lo que
es más, sufrió por intervalos la imagen y las astucias de Alba. Nada ablandaba el corazón de este
Ministro. En vano Castro oponía la modestia, la docilidad, los modales suaves, pero sin humi­
llaciones degradantes; en vano su esposa oponía sus lágrimas y sus miserias; en vano manifestaba
la orfandad y la desnudez de seis hijos tiernos que estaban privados de su buen padre; en vano....
sí, en vano: sólo el golpe terrible de él podía quebrar las prisiones de este ciudadano benemérito.
La Patria ha recompensado sus sufrimientos nombrándole Ayudante Mayor veterano con grado
de Capitán en el Regimiento de Milicias.
166 Boletín de Historia y Antigüedades

Borda lo estuvo hojeando en 1894, y nos suministra ese dato


en su importante obra El Libro de la Patria, publicada en
dicho año.
El mismo señor nos dice que era un cuaderno empasta­
do en terciopelo rojo, escrito sobre recio papel azuloso de la
época, marcado con el sello real de valor de un cuartillo
para el bienio de 1810 á 1811. < Este cuaderno—agrega él—
estuvo extraviado algún tiempo; felizmente el patriota señor
doctor don José Segundo Peña lo recuperó y lo devolvió al
Cabildo, donde hoy se encuentra, y se exhibe todos los años
el 20 de Julio.»
Sabido es que en el incendio de 1900 se quemó ese pre­
cioso códice, donde estaba la partida de nacimiento de la
República.
Parece, sin embargo, que del Acta se hizo un duplicado
el mismo 20 de Julio, y que con ese documento se encabezó
un cuaderno distinto, destinado á las actas de la Junta Su­
prema, que se instaló dicho día; y ese cuaderno no existía
ya en el archivo municipal cuando éste fue destruido por el
fuego. Hay pues una ligera esperanza de que exista por ahí
en algún archivo público ó privado ese inmortal documento.
Y es él aún más precioso que el ejemplar que se escribió en
el cuaderno de actas del Cabildo, pues si en éste no se pusie­
ron sino treinta y ocho firmas, en el otro quedaron autógra­
fas quince más.
Todo esto parece desprenderse de los siguientes datos:
El señor Vergara y Vergara dirigió en 1865 un perió­
dico llamado El 20 de Julio, órgano de los intereses de la ca­
pital, y allí, después de referir la destrucción de una parte
del archivo municipal, agrega: < Existen las actas desde 1830
hasta la fecha (1865), y los cuadernos de las actas de la Jun­
ta Suprema, ó sea Cabildo Abierto de 1810 á 1811.»
Había pues, según Vergara y Vergara, dos cuadernos,
y no podía ser el uno de 1810 y el otro de 1811, como se pu­
diera creer á primera vista, pues Borda asevera que ambos
años estaban en un solo cuaderno. Era sin duda uno de la
Junta Suprema y otro del Cabildo, y en ambos parece que
se hallaba el Acta : en el uno en medio, pues ya existían al­
gunas actas, y en el otro al principio, pues con ella se inau­
guraba una nueva corporación.
El señor Borda ya no halló este segundo cuaderno en
1894, pues dice en su citado folleto: « Cuanto al otro libro que
cita Vergara, probablemente en el que estaban consignadas
las firmas de Iq s demás campeones que firmaron el Acta á que
alude el señor Melendro, ese sí parece haberse perdido.»
El señor Melendro, mencionado por Borda, era el Se­
cretario del Cabildo, y él puso al pie del Acta, después de las
treinta y ocho firmas, estas palabras: «Las firmas que fal-
El Acia de la Independencia

tan en esta Acta y están en el cuaderno de la Suprema Jun­


ta, son las siguientes,» y escribió á continuación quince nom­
bres más.
Estos quince nombres fueron publicados en el Diario
de Cundinamarca el 20 de Julio de 1872. Antes no eran cono­
cidos, ni después se les ha incluido en las publicaciones que
se han hecho del Acta, á excepción del citado libro del se­
ñor Borda (1).
El señor don Simón Cárdenas hizo un trabajo á pluma
del Acta de la Independencia, el cual fue impreso en París
por el señor Rafael Duque Uribe, ahora años. Allí están las
treinta y ocho primeras firmas y la nota de Melendro, pero
fueron omitidas las quince firmas restantes. Adornando el
Acta aparecen muchos otros nombres, pero éstos nada tie­
nen que ver con el acta y son de proceres de la Independen­
cia en distintas épocas.
El Cabildo se identificó con la Junta en los primeros
días, pues muchos de sus regidores fueron Vocales de ésta;
pero luégo volvió á reunirse aquél y continuó sus sesiones
como corporación municipal.
La Suprema Junta resolvió el 24 de Octubre de 1810,
entre otras cosas, lo siguiente:

<3° Se suprimirá la Sección de Policía, y en su lugar se


repondrá el ilustre Cabildo, volviendo á sus antiguos oficios
los señores que lo componían, sin perjuicio de sus honores y
vocalidades en las Juntas Legislativas, cuando puedan asistir
sin hacer falta á otros oficios;
<4° El Ilustre Cabildo al fin del presente año elegirá
sujetos que reemplazaren á los individuos de él que fueron
destinados por Vocales de la Suprema Junta, y proclamados
singularmente en el concepto de que debían salir del Ca­
bildo al fin del año. Los nuevamente electos no tendrán re­
presentación, voto en el Cuerpo Supremo, habiéndose pal­
pado la falta notable que hace al público el Ilustre Ayunta­
miento, cuyas funciones'se habían suspendido desde el 20 de
Julio.»
En virtud de esta resolución, el Cabildo se volvió á re­
unir el 12 de Noviembre del mismo año, para continuar sus
tareas ; resolución y actas que están publicadas en el libro
del señor Borda.
El 20 de Julio de 1872 fue celebrado en Bogotá con gran
magnificencia. Entre los festejos de ese día figuró la entre-

(1) En la colección del Diario de Cundinamarca que existe en la


Biblioteca Nacional falta esa hoja del 20 de Julio, pero lográmos
consultar en la colección completa que posee el señor don J. B. Gaitán.
168 Boletín de Historia y Antigüedades

ga del Acta de la Independencia por el Presidente de la


Municipalidad al Rector de la Universidad.
En el folleto en que se hace relación de aquella fiesta se
dice: «Mientras esto sucedía (recepción en Palacio), la cor­
poración municipal del Distrito, por medio de su Presiden­
te, ponía en manos del Rector de la Universidad Nacional,
en la Plaza de la Constitución, el Acta original de la sesión
del Cabildo, tenida el 20 de Julio de 1810.» Y allí están pu­
blicados los discursos cruzados entre ambos funcionarios,
señores Enrique Cortés y Jacobo Sánchez.
El Acta fue luégo colocada—según dice el mismo folleto
(página 16)—al lado del busto de Acevedo Gómez. Y enton­
ces hubo un nuevo discurso del señor Rector de la Univer­
sidad.
Fácil que esa acta fuera la escrita en el cuaderno de la
Junta Suprema, y entonces cabe preguntar: ¿Quedó nueva­
mente el Acta en poder de la Municipalidad, y solamente la
recibió la Universidad por ese día para colocarla junto al
busto del ilustre Tribuno?
¿Quedó guardada desde ese día en poder de la Univer­
sidad, y existe por ahí en algún archivo público ó privado?
Hablemos ahora de las enmendaturas que tenía el Acta
y de las personas que en ella intervinieron.
n
¿Quiénes y cuántos firmaron el Acta de la Independen­
cia? El acta fue signada al amanecer del día 21; quedó ella
con treinta y ocho firmas, y se resolvió citar para la maña­
na siguiente á los funcionarios que no la subscribieron esa
noche. Dice el inmortal documento que habían prestado
juramento de obediencia y reconocimiento las autoridades
que se hallaban presentes, y que se omitió llamar entonces
á las que faltaban por ser las tres y media de la mañana. En
este estado se acordó mandar una diputación al Excelentí­
simo señor don Antonio Amar para que participe á Su Exce­
lencia el empleo que le ha conferido el pueblo de Presidente
de esta Junta, para que se sirva pasar el día de hoy á las
nueve á tomar posesión de él, para cuya hora el presente Se­
cretario citará á los demás Cuerpos y autoridades que deben
jurar obediencia y reconocimiento de este nuevo Gobierno.
Firmaron, en virtud de esto, al día siguiente quince
personas más. Son pues por todas cincuenta y tres firmas,
como queda dicho arriba.
En el Acta que hizo litografiar en París el señor Duque
Uribe, y que fue dibujada á pluma por el señor Cárdenas,
aparecen en facsímile esas primeras treinta y ocho firmas ;
y es esa Acta la que se ha reproducido luégo en libros y pe­
riódicos. Se halla, por ejemplo, en la importante obra De­
El Acta de la Independencia 169

recho Públieo del doctor Samper; en el tomo de los Acuerdos


de la Municipalidad, publicado en 1887, y en la obra Docu­
mentos para la vida pública del Libertador. En estas dos últi­
mas obras se agregan á las treinta y ocho firmas muchos
nombres de proceres, como Nariño, Caldas, Policarpa Sala-
varrieta, etc., que no estuvieron ese día en la capital, nom­
bres que el señor Cárdenas había puesto en orden alfabéti­
co, solamente como adorno, en el cuadro de su dibujo. Lás­
tima que al editarse esos libros no se hubieran más bien
incluido las otras quince firmas que se agregaron en el Acta
el día 21.
Hé aquí las treinta y ocho firmas que se pusieron en la
noche del 20: Juan Jurado, José M. Pey, Juan Gómez, Juan
Bautista Pey, José María Domínguez del Castillo, José Or­
tega, Fernando Benjumea, José de Acevedo y Gómez, Fran­
cisco Fernández Heredia Suescún, Ignacio de Herrera, Ne-
pomuceno Rodríguez Lago, Joaquín Camacho, José de Lei­
va, Rafael Córdoba, José María Moledo, Antonio Baraya,
Manuel Bernardo Alvarez, Pedro Groot, Manuel de Pombo,
José Sanz de Santamaría, Antonio González, Nicolás Mau­
ricio de Omaña, Pablo Plata, Emigdio Benítez, Frutos Joa­
quín Gutiérrez de Caviedes, Camilo Torres, Francisco Ja­
vier Serrano Gómez de la Parra Celi de Alvear, Santiago de
Torres y Peña, Mariano Garnica, José Chaves, Nicolás
Cuervo, Antonio Gallardo, José Ignacio Pescador, Antonio
Morales, José Ignacio Alvarez, Sinforoso Mutis, Manuel
Pardo y Luis Sarmiento.
Ponemos nombres y apellidos tal como aparecen en el
Acta, pero sí modificamos la ortografía de algunos como
Joseph, que así firman muchos de ellos. Suprimimos tam­
bién los títulos que se antepusieron varios, como doctor y
fray, y la expresión de sus empleos, que también expresa­
ron algunos, pues de todo esto hablaremos adelante.
En esas firmas nos ocurre una duda: en el facsímile de
éstas hecho por el señor Cárdenas no dice claramente San­
tiago Toriesy Peña, sino que parece decir Leandro Torres
y Pérez. Conocido es el nombre de aquel sacerdote, Cura
de Las Nieves, que figuró en esos albores de la Independen­
cia. Simpatizó con ésta al empezar la gran revolución, pero
luégo fue enemigo de la declaratoria absoluta, y se tornó en
fervoroso realista. Santander lo desterró en 1819, y muj'ió
en playas extranjeras. En El Libro de la Patria del señor
Borda, en la obra del señor Samper ya citada, en el periódi­
co El 20 de Julio de Vergara, en los Documentos para la vida
pública del Libertador y en los Acuerdos de la Municipalidad
ya citados dice Leandro de Torres y Pérez. Bien puede
que unos sean copia de los otros. En el número del Diario
de Cundinamarca, de que hablámos antes, dice Santiago de
17o Boletín ¡ie Historia y Antigüedades

Torres y Peña. El señor Caro, en su artículo El 20 de Julio,


publicado en 1872 en El Ti adicionista y reproducido luégo
en su libro Artículos y Discursos., dice:
< De los que firmaron el Acta llamada de Independen­
cia, muchos abrazaron después esta causa y coronaron su
carrera con el sacrificio de sus vidas; pero otros hubo délos
que allí vemos subscritos, que siguiendo la causa realista, ó
emigraron como el señor Jurado, ó murieron en el destierro
como don Santiago Torres; ó finalmente, fueron pasados
por las armas, como don Gregorio Martínez del Portillo.»
Asevera pues el señor Caro que el firmante fue don
Santiago de Torres y Peña. Motivos había en realidad para
que éste firmara, pues era Cura de Las Nieves, y todos los
párrocos fueron llamados á ello. Pero dímonos á averiguar
si existió dicho Leandro Torres y Pérez, y hallámos al fin el
dato de que tenía este nombre el Prior de San Juan de Dios
en esos días; y los Superiores de los conventos fueron llama­
dos también á subscribir el Acta. ¿Cuál de los dos fue pues
el que puso su nombre en el documento inmortal? No será
difícil para quien tenga tiempo y paciencia, que á nosotros
nos falta, resolver este enigma, cotejando las firmas que
por ahí deben existir de ambos clérigos con el facsímile he­
cho por el señor Cárdenas.
En la obra Acuerdos Municipales y en El Libro de la
Patria del señor Borda faltan tres nombres de los arriba
enumerados: Nicolás Cuervo, Rafael Córdoba y Antonio Ga­
llardo.
Tenemos pues que en las publicaciones que se han he­
cho del Acta de la Independencia, ni están todos los que son
ni son todos los que están. Quizás es el Diario de Cundina-
marca la única parte en donde se encuentran completas las
■cincuenta y tres firmas.
Debemos á este periódico el conocer las quince firmas
del día siguiente. Posteriormente no las hemos visto repro­
ducidas sino en el libro del señor Borda, seis años antes del
incendio. Si no se hubiesen hecho esas publicaciones, desco­
nocidas habrían quedado para siempre (1).
Estas firmas fueron las siguientes: José María Carbo-
nell, Vicente de la Rocha, José Antonio Amaya, Miguel Ro­
sillo Meruelo, José Martín París, Gregorio José Martínez
Portillo, Juan María Pardo, José María León, Miguel de
Pombo, Luis Eduardo de Azuola, Juan Nepomuceno Azue-

(1) Dijo dicho Diario al hacer tal inserción: «Publicamos á con-


tinuación este gran documento con las firmas de todos los ciudadanos
que lo subscribieron durante la noche del 20 de Julio de 1810, pues el
conocido cuadro que dibujó el señor Simón J. Cárdenas no contiene
sino una parte de las expresadas firmas, por haber creído necesario
omitir no pocas, para reducir la extensión de él.»
El Acta de la Independencia 171

ro Plata, Julián Joaquín de la Rocha, Juan Manuel Ramí­


rez, Juan José Mutiens y el Secretario Eugenio Martín Me­
lendro.
En éstos también ocurre una duda: ¿ es Miguel Rosillo,
como diceji el Diario de Cundinamarca y el señor Borda, ó
es Andrés, que fue quien figuró ese día y que pudo firmar
al venir de su prisión al Cabildo, pues había sido nombrado
Vocal ? ¿Será un yerro tipográfico del diario y copiado luégo
en El Libro de la Patria ? ¿O existía algún hermano de él con
el nombre de Miguel ? Este punto es más difícil de averi­
guar, pues de estas últimas firmas no quedó facsímile, ni se
ha hecho otra publicación que las ya mencionadas.
Queda ahora por estudiar quiénes eran los firmantes y
con qué carácter pusieron sus nombres en aquel trascenden­
tal documento.
El día 20 fueron elegidos para la Junta Suprema veinti­
cinco Vocales, según dice la misma Acta, y de ellos firmaron
esa misma noche diez y nueve. Hé aquí sus nombres y el em­
pleo que entonces ejercían algunos de ellos: Juan Bautista
Pey (Arcediano y encargado entonces del Arzobispado), José
S. de Santamaría (Tesorero de la Casa de Moneda), Manuel
de Pombo (Contador de la misma), José Miguel Pey (Alcal­
de de primer voto), Juan Gómez (Alcalde de segundo voto),
Nicolás M. de Omaña (Cura Rector de la Catedral), José
María Moledo (Jefe Militar), Camilo Torres, Pedro Groot,
Frutos Joaquín Gutiérrez, Ignacio Herrera (Síndico Procu­
rador), Joaquín Camacho (Asesor del Cabildo), Emigdio
Benítez, Antonio Baraya (2° Jefe del Batallón Auxiliar),
Sinforoso Mutis, Francisco Serrano Gómez, Antonio Mora­
les, Manuel B. Alvarez. Al día siguiente firmaron cuatro
Vocales más, los señores Miguel de Pombo, José Martín
París (Administrador de Tabacos y Pólvoras), Luis Eduardo
Azuola y Andrés ( ó Miguel) Rosillo. No aparecen en el Acta,
ni en la del día 20 ni en la del día siguiente, las firmas de los
señores Luis Caycedo, Francisco Morales y Diego Padilla,
nombrados también Vocales y eficaces colaboradores del
movimiento. Tenemos, pues, que de los veinticinco Vocales
aclamados por el pueblo para la Junta Suprema, diez y ocho
firmaron el día 20, cuatro el día siguiente y tres no signa­
ron por cualquier circunstancia, pero que sí aceptaron el
puesto y prestaron buenos servicios. Muchos de esta lista
habrían firmado aun sin sei* elegidos Vocales, por razón de
los empleos que ejercían y de sus simpatías por la revolu­
ción (1).
Pusieron también sus firmas el Oidor don Juan Jurado,
el Mayor de la Plaza don Rafael de Córdoba, el Rector del

(1) Posteriormente se agregaron once Vocales más.


*7^ Boletín de Historia y Antigüedades

Rosario don Antonio Gallardo, el guardián de San Francis­


co don Antonio González. Consta este carácter, con el cual
subscribieron el Acta, en el texto de la misma ó al pie de
sus firmas. No nos fue pues difícil investigar el título de
cada uno de ellos. No así de los demás : de aquellos que no
expresaron su empleo en esa hora solemne. Pero tras largo
escudriñamiento hemos logrado establecer las funciones de
algunos otros.
Don José Acevedo era Regidor del Cabildo, según la
misma Acta, y sus colegas eran los señores Heredia Suescún,
Ortega y Benjumea, según consta en el acta de una sesión
de éste celebrada días después y publicada en el citado Li­
bro de la Patria, página 82. Todos ellos entraron también á
formar parte de la Junta Suprema. El señor Rodríguez era
también Regidor, aun cuando no firma esta otra acta que
acabamos de citar. Tanto él como el señor Benjumea eran
Regidores perpetuos (1).
El señor Pablo Plata firmó como Cura de la Catedral
(había dos: el otro era el señor Omaña, ya mencionado); don
Vicente de la Rocha, como Cura de San Victorino; fray
Mariano Garnica, como Prior del Convento de Santo Domin­
go ; Rafael de Córdoba, como Mayor de la Plaza; José Chaves,
Prior del Convento de San Agustín. El Cura de Santa Bár­
bara ese día era donjuán Malo, quien no firmó el Acta.
Don Luis Sarmiento figura en el Directorio ó Guía de 1806
como Contador en la Administración de Alcabalas y Adua­
nas; parece que ya en 1810 era Administrador Principal. El
señor Melendro desempeñaba hacía años el puesto de Se­
cretario del Cabildo, y como tál puso su firma en el Acta; y
el señor Mutiens era Escribano de número, y así figura en
la Guia de Forasteros de 1806, y es probable que aún con­
servase este puesto en 1810.
Tenemos así que de las cincuenta y tres firmas del
Acta conocemos el carácter con el cual subscribieron cua­
renta individuos. Quizás los otros trece tenían también al­
gún empleo ó se les confirió alguna función ese día, pues
creemos que nadie firmó como simple particular.
Eclesiásticos eran también los señores Cuervos (2) Juan
N. Azuero y José A. Amaya, pero aun cuando sus biogra­
fías nos son bien conocidas y de ellas hablaremos luégo, no
conocemos con precisión el cargo que tuvieron ese día. El

(1) Así consta en el folleto: Relación de lo que ejecutó el M, I. C.


Justicia y Regimiento para solemnizar la proclamación de Fernando
VII, 1808.
(2) En la Guía de 1806 figura el señor Cuervo como Cura de San­
ta Bárbara, pero ya no lo era en 1810, pues en el Diario Político nú­
mero 19 se dice que era Cura el señor Malo el día 26 de Julio.
El Acta de la Independencia «73

señor Azuero era en 1809 Cura de Anapoima y había sido


llamado á esta ciudad por sus ideas en favor de la Indepen­
dencia (1).
Hubo pues doce eclesiásticos que pusieron su nombre
-al pie del Acta, entre regulares y seculares : Pey, Chaves,
Garnica, González, Omaña, Serrano, Plata, Rocha (Vicen­
te), Cuervo, Azuero, Amaya y Torres (sea Santiago ó sea
Leandro, ambos eran eclesiásticos). A éstos debe agregar­
se Rosillo, si acaso el firmante fue Andrés y no Miguel; y
el señor Benjumea, que se ordenó años después de la Inde­
pendencia. Firma también con el título de doctor Julián
Joaquín de la Rocha, pero ignoramos si era también del
gremio sacerdotal.
Esta era la posición el 20 de Julio de los hombres que
subscribieron el Acta; luégo veremos cuál fue su vida des­
pués de aquel grandioso día, y á dónde llevó el torbellino
de la revolución á aquel puñado de varones ilustres que pu­
sieron en tal hora ía piedra fundamental de nuestra Patria.
Quizás entre todas las autoridades civiles, eclesiásticas
y militares que había ese día en Bogotá, sólo hubo una que
si no se resistió, al menos se abstuvo de tomar parte en el
movimiento. Ese fue don Juan Sámano. Encerrado en su
cuartel permaneció en aquella fecha, nada firmó, y luégo
pidió su pasaporte para salir fuéra de la ciudad. De Virrey
lo habíamos de tener ocho años después (2).
ni
En el cuadro del señor Cárdenas, que hemos citado repe­
lidas veces, así como en varias de las ediciones que se han he­
cho del Acta de la Independencia, aparecen estas palabras :
-<quedando por ahora sujeto este nuevo Gobierno á la Supe­
rior Junta de Regencia, ínterin exista en la Península.»
Don Ignacio Borda dice en su Libro de la Patria que esa
parte está entrerrenglonada en el original. Lo mismo dice el
Diario de Cundinamarca en la reproducción que hizo el 20
de Julio de 1872.

(1) Suministra este dato el señor J. Solano en el discurso que


pronunció en el entierro del doctor Azuero, publicado con los demás
honores fúnebres en folleto.
(2) Hé aquí este documento que no es bien conocido: « Al Mayor
de la Plaza. Esta Suprema Junta ha franqueado á don Juan de Sá­
mano pasaporte á su solicitud, y desde este momento quedará el Re­
gimiento Auxiliar á las órdenes del Teniente Coronel del mismo, don
José María Moledo. Comuniqúese esta orden á la mayor brevedad á
quien corresponda.—Dios guarde á usted muchos años—Junta Supre­
ma—Julio 25 de 1810—Doctor Pey, Vicepresidente; doctor Antonio
.Morales, Vocal Secretario.»
>74 Boletín de Historia y Antigüedades

¿Se hizo esa enmendatura esa noche ó fue hecha poste­


riormente, como se ha dicho en algunas ocasiones?
Don M. A. Caro habla en su artículo El 20 de Julio so­
bre esta versión, y da detalles respecto del asunto: « Hemos
oído como hecho positivo la misma conjetura á que alude
La América. Se dice con relación al Presbítero don Andrés
Rodríguez, á quien cupo activa parte en aquellos sucesos y
en los padecimientos de los patriotas bajo Morillo, que ha­
biéndose reunido á la entrada de los pacificadores en casa
del doctor Tenorio varios patriotas comprometidos para de­
liberar sobre lo que debía hacerse, se propuso que se rogase
al Secretario de la Junta, señor Melendro, que en obsequio
de los comprometidos (por hechos sin duda posteriores,
pues por sola el Acta no podían estarlo, como se prueba por
el valimento de que algunos de los que la subscribieron goza­
ron desde un principio cerca de Morillo) se dignase inter­
polar una frase que dijese adhesión á la Junta de Regencia;
que hubo quien se encargase de la comisión cerca de Melen­
dro, y que todos aprobaron lo acordado, excepto—dicen—
don Camilo Torres, quien protestó solemnemente contra la
interpolación intentada, como una traza indigna, porque no
era aquello lo que ellos habían hecho ni dicho el 20 de Julio.>
Agrega el señor Caro que no sabe hasta qué punto es
verdadera esa relación que recibió de persona autorizada y
con referencia á origen respetable.
En unos artículos que publicó en La América el señor
Quijano Otero habla de esa misma interpolación, y dice que
la letra es la misma del Acta, pero distinta la tinta.
Vamos á suministrar algunos datos para tratar de acla­
rar esta importante cuestión.
En las Memorias de O’Leary (tomo xin, página 75)
existe una Acta de la Junta Suprema, de fecha 26 de Julio
de 1810, y es quizá la única que se conoce de dicha Junta,
pues como ya hemos dicho, se perdió el cuaderno que las
contenía.
Allí se dice : «Contraído con estas consideraciones el
punto principal de la discusión á resolver si debía ó no con­
tinuar esta Junta Suprema en el reconocimiento del Supre­
mo Consejo de Regencia como tál, y bajo del concepto en
que había sido admitido por el Muy Ilustre Ayuntamiento de
esta ciudad antes de su resolución, y en el que lo fue la misma
noche del día 20 de este mes en el Cabildo Abierto, igual­
mente que al amanecer del día 21 en la acta de instalación
de esta Suprema Junta, y aun después en el bando solem­
nemente publicado en la mañana del 23, se redujo esta im­
portante materia á formal votación, y teniendo presente
cada uno de los señores Vocales el juramento que se hizo en
orden á la observancia de lo acordado por la acta de dicha
El Acta de la Independencia ‘75

instalación, manifestó cada cual el espíritu religioso de que


está animado, el cristiano respeto con que ha mirado este
santo vínculo, y la escrupulosidad con que trataba un asunto,
acaso el más grave y de trascendencia que podía ocurrir á
la Junta y controvertirse en las sesiones continuas y casi no
interrumpidas en que se ocupa, á beneficio de la seguridad,
tranquilidad y felicidad del generoso pueblo que ha deposi­
tado en ella sus sagrados derechos y su confianza...........
< Se expuso con la más seria y escrupulosa circunspec­
ción la dificultad del propuesto problema, y examinado por
sus dos aspectos, el de la negativa, ó por decirlo con mayor
claridad, el de no estar ya la Junta ni ninguno de sus Voca­
les ligado con aquel juramento, en cuanto á continuar esta
Suprema Junta, y el pueblo que representa, subordinados
al citado Consejo de Regencia, ó cualquier otro Cuerpo ó
persona que en su defecto de la de su legítimo Soberano el
señor don Fernando vn, no sea proclamada por el voto libre,
unánime y general de la Nación, prevaleció no sólo por la
pluralidad sino casi por totalidad de los sufragios.»
Parece pues que sí se reconoció la Superior Junta de
Regencia el día 20; y es así probable que la entrerrenglo­
nadura se hiciera esa misma noche y no en el año 16. Pero si
el 20 se aceptó la sumisión á aquella autoridad, tenemos que
el 26 se le desconocía por completo.
Aparece también en las Memorias de O’Leary la si­
guiente fórmula de juramento en el'Reglamento sobre elec­
ciones expedido en igual fecha: «Juro guardar y defender
con todo mi poder, y á costa de mi vida, si fuere necesario, la
santa fe católica; apostólica, romana, única y exclusivamen­
te : obedecer y defender los derechos del Rey nuestro señor
don Fernando vn, con exclusión del Consejo de Regencia y
de cualquier otra representación extraña, defender la Pa­
tria y su libertad y proceder en justicia, sin malicia y sin
cohecho, intriga, ni prevención.»
En nota del señor Arzobispo de Cuenca á la Suprema
Junta de la capital, de 29 de Septiembre de 1810, se dice :
«Por más que se quiera paliar la enorme mutación de Go­
bierno en Santafé con los hermosos títulos de Religión, Rey
y Patria, ella siempre será una verdadera insurrección y un
manifiesto deseo por la independencia.» Y en el Diario Po­
lítico que redactaban Caldas y Camacho hay una nota al pie
de estas palabras que dice así: «Sí, independencia de toda
autoridad ilegítima, como es la de la pretendida Regencia.»
Esto se decía en el número del 4 de Diciembre de 1810.
En la contestación del señor Pey á dicho señor Obispo,
publicada también en el Diario Político, le dice: «Los Go­
biernos se hacen para los hombres y no éstos para aquéllos;
por consiguiente, cuando no se ha contado con la voluntad,
i^6 Boletín de Historia y Antigüedades

no hay tal Gobierno, y esto debía haber tenido presente


Vuestra Señoría Ilustrísima para graduar cuál es más legí­
timo, si el que se han abrogado cuatro individuos de España
en la isla de León, llamándose Consejo de Regencia de Es­
paña é Indias, sin contar con la voluntad de una y otras, y
con la positiva repugnancia de todas, ó por lo menos de la
mayor parte de éstas que lo han reprobado en las actas de
sus Cabildos y han ido sacudiendo su yugo luégo que han
podido.»
Se ve pues por todo esto que aunque se hubiese el 20
reconocido la Regencia, eso fue revocado á los pocos días.
Veamos ahora lo que se dijo en el acta sobre Fernando
vn, y la enmendatura que se hizo respecto de él.
Según Borda, había dos interpolaciones en el acta: la
relativa al Consejo de Regencia al principio, y la relativa á
Fernando vn ya casi al fin. Hemos ya hablado de la primera;
nos resta anotar algo relativo á la segunda.
Aquí hubo además de una entrerrenglonadura una su­
presión. Fue testada, al tratarse del juramento, la palabra
independencia y reemplazada entre renglones por nuestro
amado Fernando VIL Vergara y Vergara no hace mención
de la enmendatura primera, relativa á la Junta de Regencia,
y sólo habla de esta otra corrección en los mismos términos
de Borda. En la colección de Blanco Azpurúa se inserta el
.Acta sin hacer notar estas enmendaturas. El Diario de Cun­
dinamarca dice que estaban entrerrenglonadas todas estas
palabras: «nuestra sagrada religión católica apostólica roma­
na, nuestro amado Monarca don Fernando VIIy la libertad de
la Patria*
Según Borda; esa corrección se hizo esa noche misma,
por haberse «reflexionado que los pueblos no estaban toda­
vía en estado de soportar un cambio tan brusco, en que de
hecho rompían con el pasado.» Es acertada sin duda esta
observación, y se ve por el resto del Acta y todos los docu­
mentos de aquellos días, que se acataba aún á Fernando vn,
pero siempre que viniera á reinar entre nosotros. Esto,
.como lo hicimos notar en otra ocasión, en nada desvirtúa la
idea de emancipación. No se proclamó la República, pero sí
la independencia. En el Brasil se hizo lo mismo, y subsistió
casi un siglo la forma monárquica, y fue sin embargo una
nación independiente durante el Imperio, como lo habíamos
dicho, pero conviene repetirlo ahora en las vísperas del
Centenario.
Había otras dos enmendaturas, según Borda, que no
tienen.mayor importancia para estudiar la índole del movi­
miento, pero que es bueno que consten para la historia. Una
es á propósito de la resolución de tratar como reo de alta
¿traición al que abandonara la sala, y se puso entonces entre
El Acta de la Independencia 177

renglones esta frase: «según lo había propuesto el señor


Diputado con su oposición.» La otra es relativa al Virrey
Amar. Dice así la parte entrerrenglonada: «En cuya consi­
deración, tanto los Vocales, Cuerpos y vecinos que se hallan
presentes, como el pueblo que nos rodea, proclamaron á
dicho señor Excelentísimo don Antonio Amar por Presi­
dente de este nuevo Gobierno.» (1)
El Acta debió publicarse en aquellos días siguientes al
20, bien aquí ó en Cartagena, pues en una carta de Acevedo
Gómez á don J. M. Real, dirigida de la capital á Cartagena,
le dice : «Acompaño á usted testimonio autorizado de dicha
Acta/ para que la haga imprimir en ésa, como se hará aquí
luégo que se desembarácela imprenta.» Esa carta la publicó
El Heraldo el 20 de Julio de 1892, y contiene importantes
detalles sobre el Acta.
En la publicación que hizo Vergara y Vergara en su
periódico El 20 de Julio sólo habla de una entrerrenglona­
dura : «Nuestro amadísimo Monarca Fernando vn,» lo cual
se escribió en vez de «la independencia y la libertad de la
Patria,» frase que fue borrada.
En la colección de Blanco y Azpurúa, ya citada ( Docu­
mentos para la vida del Libertador), no aparece el Acta
con enmendatura alguna. En esa obra, como ya lo dijimos,
se ponen las primeras firmas del Acta y luégo todos los nom­
bres que puso el señor Cárdenas en el marco de su cromoli­
tografía, y dice que son «nombres que el pueblo neograna-
dino pronuncia con agrado.»
En el periódico La América publicó en 1872 el señor
Quijano Otero varios artículos notables con motivo de la
discusión que tuvo con el señor Caro sobre el 20 de Julio.
Allí se habló de las enmendaturas que se le hicieron al Acta,
y señálalas mismas que indicó luégo el señor Borda, y de las
cuales hemos hablado. Consigna aquel periódico este dato
importante sobre ellas: «La letra—dice—es la misma, pero
no la tinta.»
IV

Dice el Acta de la Independencia: «En seguida se mani­


festó al mismo pueblo la lista de los sujetos que había pro­
clamado anteriormente para que unido á los miembros
legítimos de este Cuerpo (con exclusión de los intrusos don
Bernardo Gutiérrez, don Ramón Infiesta, don Vicente Rozo,
don José Joaquín Alvarez, don Lorenzo Marroquín, don José
Carpintero y don Joaquín Urdaneta, salva la memoria del

(1) El Diario de Cundinamarca también pone este párrafo como


entrerrenglonado.
VI—12
<7» Boletín de Historia y Antigüedades

ilustre patricio doctor don Carlos Burgos), se deposite con


toda la Junta el Gobierno supremo de este Reino interina­
mente.>
¿Qué quiere decir eso de intrusos? se pregunta uno al
leer dicho párrafo. Dímonos á averiguar tal cosa, y hallámos
estos datos, que en algo aclaran la cuestión.
En el manifiesto escrito después del 20 de Julio por
C. Tórres, titulado Motivos que han obligado al Nuevo Reino
de Granada á reasumir los derechos de la soberanía, remover
las autoridades del antiguo Gobierno é instalar una Suprema
Junta, dice esto, hablando de las faltas de los anteriores go­
bernantes : «Juzgaron que era también necesario deprimir
al Cabildo de la capital y colocar en él sujetos que siguiesen
sus máximas y cuyos votos sofocasen los sufragios de los pa­
tricios. Desde luégo, sin temor de hollar todas las leyes, in­
trodujeron en aquel Cuerpo otros seis Regidores, nombrados
por el Virrey en calidad de interinos, oponiéndose á la ley
que prohibe semejantes nombramientos y que previene que
en caso de hacerlos, sea á propuesta del Cabildo y sin exce­
der el número de los de ordenanza. Este paso se dio con el
fin de asegurar á su partido la elección próxima de alcaldes,
la que les era interesante. Con el mismo fin se había ya in­
troducido en el Ayuntamiento á don Ramón Infiesta, y aun
desconfiando del éxito de su maniobra, convidaron á don
Bernardo Gutiérrez con el empleo de Alférez Real, que se le
había negado por el Virrey en otro tiempo en que no era
necesaria su persona para asegurar sus designios.*
Tenemos pues ahí explicado porqué eran intrusos esos
ocho personajes citados en el Acta. El mismo Torres dice
en carta de fecha 21 de Diciembre de 1809 : «Tenemos de
Regidores nuevos á don Bernardo Gutiérrez, Marroquín,
Rozo, Infiesta, Carpintero, don Joaquín Alvarez y don Carlos
Burgos, nombrados todos por Su Excelencia; y dicen que
Sámano, el Comandante de las armas, va á ser Corregidor
del Cabildo.*
En una nota del Síndico doctor Ignacio de Herrera, es­
crita en Noviembre de 1810, se dice que el Cabildo se opuso
desde Septiembre de 1809 á ciertas medidas del Gobierno
virreinal, y agrega : « Los mandones procuraban introducir
al Cabildo nuevos Regidores que apoyaran sus ideas; y éste
tomaba más ardor en la defensa del pueblo.*
Y en el acta del Cabildo de 12 de Noviembre de 1810 se
dice, refiriéndose á los acontecimientos del afio anterior:
« Este Cabildo se vio adulterado en sus miembros, desairado
en sus pretensiones, vejado en sus derechos y reputado por
traidor.*
Se ve pues que por la actitud de varios miembros del
Cabildo en 1809 se habían hecho por el Virrey nuevos nom­
El Acta de la Independencia *79

bramientos, los cuales fueron desconocidos por el pueblo el


20 de Julio.
¡ Lástima que ese procedimiento del Virrey, de poner
mayoría arbitrariamente ó por medio de subterfugios, no
hubiera quedado abolido para siempre en aquella fecha !
Desgraciadamente en un siglo de República hemos visto re­
petirse sin cesar tal práctica, y llevar con frecuencia intru­
sos á corporaciones legislativas y electorales.
El principal objeto de esos intrusos del año de 1809 era
el de poner mayoría en las elecciones que debía hacer el Ca­
bildo. El señor Gutiérrez Ponce dice en la Vida de su pa­
dre :< El día 19 de Diciembre de 1809 cesaron, por llegarles
su natural término, las funciones de don José Gregorio como
Síndico Procurador.» Dato que nos sirve para fijar la fecha
en que debían renovarse algunos ediles. En el mismo libro
hallamos una carta de fecha 4 de Enero, dirigida á dicho don
José Gregorio Gutiérrez por don Agustín Gutiérrez, en la
cual hay estas líneas: «Yo creía firmemente que ahora es­
tuvieras con la vara de la justicia ; y la elección que había
pensado para este año era la siguiente : don Camilo y tú, Al­
caldes; Procurador General, Herrera, y Vargas, Asesor;
pero con el nuevo nombramiento de Vocales ninguno de los
dichos entrará. Por ti me alegro, pero lo siento por mi
Patria.»
Sin duda ese nombramiento, produciendo indignación,
ayudó á preparar los ánimos parala revolución, y con razón
lo enumeró Torres entre los motivos de ella. No se burla
impunemente á un pueblo, y abusos semejantes han causa­
do después muchas de nuestras revueltas.
En un diario del 20 de Julio que publicó El Mosaico en
1864 (número 1°), hay esta noticia, al hablar del día 26 :
< Por la noche trajeron á la cárcel á don Bernardo Gutié­
rrez, el intruso Alférez Real. Este se hallaba arrestado en su
casa hacía cinco meses, de resultas del atentado en Cabildo
contra el Procurador General, y el día 20 huyó de fraile
agustino, pero fue descubierto y preso por el paisanaje de
la parroquia de Zipaquirá.»
Pero si sabemos por el Acta el nombre de los intrusos,
es difícil precisar cuáles eran los Regidores legítimos en ese
día. El Acta menciona como tál únicamente á don José Ace-
vedo. Con el incendio del archivo municipal se perdieron
muchos datos como éste, difíciles de hallar en otra parte.
La representación del Cabildo ála Suprema Junta Cen­
tral de España, que redactó don Camilo Torres, fue firmada
por los señores Luis Caicedo, José Antonio Ugarte, José Ma-
ríaJJomínguez del Castillo, Justo Castro, José Ortega, Fer­
nando Benjumea, Francisco Fernández Heredia Suescún,
Jerónimo Mendoza, José Acevedo y Gómez, Ramón de la In­
180 Boletín de Historia y Antigüedades

fiesta Valdés y el Secretario Eugenio Martín Melendro.


Pero esta representación tiene fecha 20 de Noviembre de
1809, y días después fue renovada la corporación municipal.
Después de la gran fecha no volvió á reunirse el Cabildo
en ese año sino hasta el 12 de Noviembre. El Acta de ese día,
publicada por el señor Bordadla firman los señores Francis­
co Fernández Heredia Suescún, José María Domínguez del
Castillo, José Ortega, Fernando de Benjumea y Jerónimo
de Mendoza y Galavis. ¿Serían éstos, junto con el señor
Acevedo, los Regidores legítimos? Así nos inclinamos á creer­
lo. Uno de ellos, el señor Mendoza, no aparece firmado en el
Acta de la Independencia, bien que sí figura su nombre como
miembro de una de las secciones en que se dividió el Gobier­
no posteriormente (1).
Algunos de esos intrusos manifestaron sin embargo sim­
patías por el movimiento revolucionario. Pudo ser temor
á persecuciones, pero en todo caso algo hicieron en favor de
la Patria. En la lista de donativos publicada en el Diario
Político en los días siguientes, aparecen los señores Rozo,
Marroquín y Alvarez entre los donantes.
v
En varios libros se dice que el Acta fue redactada por
don Camilo Torres. Creemos que en esto hay algún error.
El autor de aquel documento fue don José Acevedo. En la
misma Acta aparece esto claramente :
«En este estado—dice el señor Melendro refiriéndose al
señor Acevedo—me previno dicho señor Regidor Diputado,
á mí el Secretario, certificase el motivo que ha tenido para
extender esta Acta hasta donde se halla. En su cumplimien­
to digo : que habiendo venido dicho señor Diputado ala ora­
ción, llamado á Cabildo extraordinario, el pueblo le aclamó
luégo que le vio en las galerías del Cabildo, y después de
haberle excitado dicho señor á la tranquilidad, el pueblo le
gritó se encargase de extender el Acta por donde constase
que reasumía sus derechos, confiando en su ilustración y
patriotismo, lo hiciese del modo más conforme á la felicidad
y tranquilidad pública, cuya comisión aceptó dicho señor.
Lo que así certifico bajo juramento, y que esto mismo pro­
clamó todo el pueblo.>
También el señor Acevedo expresa esto en una carta

(1) Esta división se hizo el día 26 y no el 20, como algunos lo dicen.


Figuran allí varios nombres que no aparecen en el número délos Vo­
cales elegidos el 20, y no parece que fuesen tampoco Regidores, como
los señores Tenorio, Gil, Torrijos, etc. etc. Hubo tal vez algunos nue­
vos nombramientos de Vocales para agregar á los elegidos del 20.
El Acta de la Independencia

escrita poco después del 20 de Julio al señor J. M. del Real,


que se hallaba en Cartagena. Le habla primero de lo ocupa­
das que han estado las prensas. «No ha sido posible se impri­
ma el Acta primordial de la revolución, la que dictó este
pueblo mismo, por mi conducto, en el momento en que re­
asumió sus derechos y los depositó en personas determinadas
provisionalmente.» Y más adelante se disculpa de las inco­
rrecciones del célebre documento: « Considéreme usted ro­
deado de un pueblo numeroso y conmovido, fatigado de ha­
blar tánto y á gritos para que me oyera toda la multitud que
cubría la plaza, sobresaltado á cada instante por las voces de
que ya traían la artillería, que ya venía el Regimiento Auxi­
liar, que la caballería acometía al pueblo, y desanimado mu­
chas veces al ver á los hombres más ilustrados y patriotas
sorprendidos de asombro y tan azorados como los mismos
delincuentes á quienes perseguía el pueblo. Por esto creo
que el público tendrá la bondad de disimular el cansado y,
tosco estilo del Acta y diligencias, pues no es lo mismo com­
poner sobre el bufete y con seguridad que producirse en
medio de los peligros. También pido perdón por la expre­
sión que puse en el Acta de que esta Junta, compuesta de
miembros provisionales, dictase el reglamento para las elec­
ciones en las Provincias. Esto, aunque parece contradictorio
con el principio que senté antes de la misma Acta, de que
cada una quedase en libertad de obrar, mi intención fue la
de precaver por este medio toda duda ó disputa que pudiese
retardar la elección del Representante y no la de dar leyes
á pueblos tan libres como el de Santafé. Ya está enmendada
en la convocatoria, pues no se prescriben reglas ningunas.»
Esta carta fue publicada por primera vez en El Heral­
do de esta ciudad el 20 de Julio de 1892, como ya lo expre-
sámos arriba.
vi
Vimos antes cuál era la posición oficial de los firmantes
del Acta al extenderse ésta. Veamos ahora cuál fue la suerte
que corrieron la mayor parte de ellos.
Citámos ya unas palabras del señor Caro sobre don Juan
Jurado. Dijo dicho escritor que este Oidor emigró por haber
abrazado la causa realista. No sabemos de la vida del señor
Jurado después del año de 1817, pero hasta entonces parece
que fue leal á los patriotas, no obstante ser español y estar
de Oidor.
El señor Jurado acababa de llegar á Bogotá el 20 de
Julio. Apenas hacía catorce días que había entrado aquí con
su esposa y sus once hijos (1). El 17 de Diciembre de 1814

(1) J. M. Caballero, La Patria Boba.


182 Boletín de Historia y Antigüedades

lo comisionó Bolívar, junto con otros patriotas, para colectar


en Santafé fondos para sostener el Ejército, y era precisa­
mente entonces cuando sufrían persecuciones muchos espa­
ñoles. Tres días después dice el Libertador en una nota al
Presidente de Cundinamarca : «La conducta que el ciuda­
dano Juan Jurado ha observado en -estos últimos aconteci­
mientos lo ha hecho acreedor á mi particular estimación y
la del Ejército, y Vuestra Excelencia ha sido testigo de la
que ha observado desde el principio de nuestra revolución.
Su constante amistad hacia los americanos y la considera­
ción á que es acreedora su crecida y virtuosa familia, reco­
miendan su solicitud. Y aunque sería bien de desear que
conservásemos siempre entre nosotros á los europeos que
aman nuestra causa y son nuestros amigos, juzgo sin embar­
go que es de justicia conceder el sosiego que pide este buen
padre y buen ciudadano; y así no dudo recomendar á Vues­
tra Excelencia su solicitud, aun cuando no sea conforme á
mis deseos, ni quizás á mi deber» (1).
Se ve pues que él voluntariamente se ausentó de esta ca­
pital. Luégo residió en Cartagena, y allí—dice el señor Gon­
zález Chaves en su Estudio Cronológico—influyó mucho en
1816 en favor de los patriotas. En una representación que
dirigieron al Consejo de España él y el señor Mosquera, úni­
cos Oidores que había en la Real Audiencia, establecida en
Cartagena en 1817, protesta contra la política de exterminio
implantada por Morillo, y luégo otra vez en Bogotá, en Sep­
tiembre de ese año, alza <fe nuevo ante el Gobierno español
su voz contra el terrorismo implantado por Sámano.
José Miguel Pey, que fue el Jefe del Gobierno después
del 20 de Julio, y que encabeza por consiguiente la lista de
los mandatarios de la República, se ocultó á la llegada de
Morillo por ahí en las cercanías de La Mesa, y duró en su
escondite tres años y medio. Luégo fue Ministro de Guerra
en 1830, y murió en Bogotá el año de 1838.
Fue Luis Eduardo de Azuola el que llegó á más alto
puesto entre los firmantes. En el año de 1821 se le nombró
en Cúcuta Vicepresidente de Colombia por muerte del doc­
tor-Roscio. Desgraciadamente fue efímero para él ese pues­
to. La parca repitió su golpe sobre el mismo sillón antes de
un mes. Azuola se había encargado el 19 de Marzo y murió
el 13 de Abril. Fue su sucesor el ilustre Nariño.
Conocido es el fin de Acevedo Gómez, quien murió por
allá en el sur del Tolima, en recóndita morada de Anda­
quíes, después de largo martirio.
Murieron en el patíbulo diez de los patriotas que subs­
cribieron el Acta: Camilo Torres, Manuel Bernardo Alvarez,
(1) O’Leary, tomo 13, páginas 591 y 597. Dicha obra publica tam­
bién dos cartas muy interesantes de Jurado á Bolívar, en el tomo 7°
El Acta de la Independencia '83

Joaquín Camacho, José de Leiva, Frutos Joaquín Gutiérrez,


Emigdio Benítez, Miguel de Pombo, Antonio Baraya, Juan
Gómez y José María Carbonell. ¡ Qué decena esa de cabe­
zas ilustres! Esos nombres bastarían para hacer gloriosa
aquella época, si no hubiese tantos otros, y para mostrar
cuán grande fue la saña y la sed de sangre de los esbirros
que entonces hollaron nuestro suelo (1).
Morillo respetó las testas tonsuradas y no fusiló á nin­
gún sacerdote; pero los mandó al destierro. Allá fueron el
Arcediano doctor Pey y los doctores Omaña, Serrano, Ro­
sillo, Amaya y Azuero. Algunos no volvieron jamás. En duro
ostracismo murieron los tres primeros: Pey, en Santa Mar­
ta, y Omaña y Serrano, en La Guaira.
Tuvieron en cambio otros bella suerte al volver la Re­
pública. Garnicafue Obispo de Antioquia y Chaves de Casa­
nare (2). Amaya fue miembro del Congreso Constituyente de
1830; después, muchas veces, Senador y Representante, y
también fue elegido Obispo de Panamá, pero no aceptó.
Azuero tuvo carrera igualmente brillante : fue miembro de
varios Congresos y elegido también para una mitra, la de
Antioquia, que tampoco aceptó. Rosillo, Plata, Cuervo, mu­
rieron de Canónigos de esta’ ciudad.
Hubo un eclesiástico- que desertó, según parece, de las
filas de la República: el doctor Benjumea. Por ahí, entre vie­
jos papeles, hallamos la siguiente comunicación:
< Señor Alcalde Ordinario de primera vara, Corregidor del muy ilus­
tre Cabildo.
< Al oficio de Vuestra Señoría de 24 del corriente, diri­
gido al Tribunal de Vigilancia, con el objeto de que se tras­
lade á las casas consistoriales la persona del Regidor don
Fernando Benjumea, que se halla arrestado en el cuartel de
patriotas, se ha proveído hoy lo que sigue : “ A sus antece­
dentes en su estado y contéstese por Escribanía al Corregi­
dor que á su tiempo se proveerá lo que corresponda en jus­
ticia y se le comunicará la providencia que se dictare.” Está

(1) Gómez era español; así lo dice Caballero al dar cuenta de los
nuevos- Jefes de la ciudad: <1810, 1° de Enero. Alcaldes de este año:
El doctor José Miguel Pey y Andrade, de primer voto, criollo; y don
Juan Gómez, de segundo voto, chapetón.» Borda también dice que na­
ció en Epaña, pero señala su muerte en Bogotá, en 1835. El Dicciona­
rio de Próceres, por el contrario, dice que nació en esta ciudad y que
fue ajusticiado en 1817, en Villa de Leiva. Vergara y Vergara lo
pone en su lista de fusilados también en dicha población, pero en 1816.
(2) En la Gaceta de Nueva Granada de 1834- se habla de este
nombramiento, y allí se dice que era. entonces Guardián del Convento
Máximo de menores observantes de Santafé.
«4 Boletín de Historia y Antigüedades

firmado de los señores Ministros de la Comisión y lo trans­


cribo á Vuestra Señoría para su inteligencia.
« Dios guarde á Vuestra Señoría muchos años.
« Santafé, 26 de Septiembre de 1814.
< Félix José Lotero, Secretario >
Estaba pues en prisión en 1814; prisión decretada por
los patriotas. El señor Raimundo Rivas dice en un escrito
publicado en el Boletín de Historia (tomo v, página 732):
<Benjumea figuró de nuevo al lado de los peninsulares, y el
14 de Octubre de 1816 alcanzó de manos de Morillo el título
de Alférez Real de Santafé.>
Rafael de Córdoba abandonó también por completo
nuestras filas y sirvió al lado de Morillo. Su nombre figura
en 1816 en el Consejo de Guerra que juzgó al señor Gómez
Plata y lo condenó al último suplicio (1). Y así figuraría
en muchos otros.
Otro de los firmantes murió también en el patíbulo : el
señor Martínez Portillo. ¡Ah! pero él no está en el martiro­
logio de la Patria sino en el de la Metrópoli. Fusilado fue
por los patriotas, en Honda, en 1815. El furioso realista
doctor Torres y Peña le consagra varias estrofas en su
poema Santafé Cautiva:
Don Gregorio Martínez de Portillo,
Madrileño de ingenio cultivado
Con solidez y esmero, cuyo brillo
Le dio destino en tiempo tan turbado.
Su carácter pacífico y sencillo
Lo admitió, porque creía como honrado
De lealtad las protestas que interpuso
En sus principios al Gobierno intruso.

Martínez Portillo había sido empleado, como ahí se


dice, del Gobierno revolucionario. En El Precursor se hallan
varias notas de él, en las cuales habla en 1811 en nombre del
Poder Ejecutivo.
Nombres hay en el Acta que lian sido cubiertos por el
olvido. A duras penas hemos podido rescatar de él algunos;
pero de otros ninguna noticia hemos hallado. Y fueron
todos ellos sin duda hombres notables y que sirvieron al país
no solamente en aquella hora sino antes y después de ella.
Luis Sarmiento, que encabeza la segunda adhesión del
Acta, figura después del 20 de Julio como Capitán de fusile­
ros, el 15 de Diciembre (2) ; y firmando unos cuadros sobre
efectos importados y exportados de esta ciudad en Enero
(1) Véase este documento en la biografía del señor doctor Patri­
cio Plata, escrita por don J. L. Camacho.
(2) Diario Político, número 33.
El Acta de la Independencia 185

de 1811 (1). Aparece también como miembro del Cabildo


en 1812, en una felicitación dirigida al General Nariño (2).
José Martín París, padre del General José Joaquín
París, murió en la cárcel á consecuencia de los padecimien­
tos allí sufridos.
Ningún dato hemos hallado de los señores Pescador
León, Ramírez y Alvarez. ¿ En cuál carácter firmaron el
Acta? ¿Qué fue de ellos después del glorioso día?
El Secretario del Cabildo, señor Melendro, fue con Na-
rifio á la campaña del Sur en 1814. El General lo recomienda
especialmente en su nota sobre la batalla de Calibío (3).
Los sobrevivientes de la terrible hecatombe, los que lle­
garon á ver nueve años después el triunfo definitivo de la
República, fueron cayendo luégo á la fosa, cargados de años
y llenos de méritos.
En el Acta firman los señores Manuel y Juan María
Pardo, padre é hijo. El primero era empleado en una délas
oficinas de rentas, y prestó grandes servicios al país en
aquellos días y posteriormente. Su hijo fue reputado médi­
co ; ignoramos qué puesto ocupara el día de la revolución.
El periódico El Tiempo de esta ciudad dijo el 7 de
Agosto de 1860: «De los hombres -que en 1810 pusieron su
firma al pie del Acta de Independencia, uno solo había que­
dado en pie. Este hombre era el doctor José Antonio Amaya
y Plata. Ha muerto en la noche del 6 de los corrientes, á los
setenta y cinco años de edad.» Hé aquí pues el hombre que
sobrevivió á todos sus colegas de aquella noche inmortal, y
que bajó al sepulcro medio siglo después de ella.
vn

Para concluir este imperfecto estudio del Acta de la


Independencia diremos algo sobre el señor Cárdenas, el
hábil calígrafo á quien debemos el facsímile de las primeras
firmas y el haber popularizado dicho documento.
El señor Cárdenas hizo su cuadro por ahí á mediados
del siglo pasado. El 4 de Julio de 1853 se presentó él á la
Sociedad de Historia de Nueva York, y le regaló una copia
del Acta, la cual recibieron allí con vivo reconocimiento (4).
El cuadro no tiene fecha y apenas dice: «Dibujada á
pluma por don Simón José Cárdenas; publicada en París

.. (1) Diario Político, números 40 y 43.


(2) El Precursor, página 510.
(3) O’Leary, tomo x iii , página 499.
(4) Véanse so"bre esto en La Esperanza de Bogotá, número 26, de
20 de Julio de 1858, varios documentos tomados de un periódico de
Nueva York..
86 Boletín de Historia y Antigüedades

bajo la dirección del doctor Rafael Duque Uribe, propieta­


rio. Hanché lith. imp Lemercier h París*
Al señor Cárdenas se refieren aquellas estrofas de don
José Eusebio Caro, en su célebre poesía La libertad y el so­
cialismo :
Puedes contarlo tú, modesto amigo,
En quien un monstruo se ensañó brutal,
Y hoy comes del destierro el pan conmigo........
Que por reparación, ¡nuevo castigo!
Te impuso un Juez venal.

El señor Cárdenas regresó poco tiempo después al país,


y murió el 18 de Julio de 1861 en el combate que tuvo lugar
ese día, y en el cual comandaba él uno de los batallones que
defendían el Gobierno de la Confederación Granadina.
E. Po s a d a

ACTA OE INDEPENDENCIA ABSOLUTA


DON ANTONIO NARIÑO, TENIENTE GENERAL, PRESIDENTE
DEL ESTADO DE CUNDINAMARCA, ETC.

Hago saber á todos los vecinos estantes y habitantes de


esta ciudad y en toda la comprensión del Estado, que el 16
del corriente ha sancionado y decretado el serenísimo Co­
legio Electoral y Revisor la siguiente declaración de inde­
pendencia :
< Nós los Representantes del pueblo de Cundinamarca,
legítima y legalmente congregados para tratar y resolver
lo conveniente á su felicidad, habiendo tomado en considera­
ción el importante punto de si era ó no ya llegado el caso de
proclamar solemnemente nuestra absoluta y entera inde­
pendencia de la Corona y Gobierno de España, por la eman­
cipación en que naturalmente hemos quedado después de los
acontecimientos y disolución de la Península y Gobierno de
que dependíamos; habiendo tenido largas y maduras discu­
siones en que se trajeron á colación las antiguas obligaciones
que por solemnes juramentos nos unían á la Madre Patria,
los que nuevamente se habían hecho; el espacio de tres años
en que nos hemos mantenido en un estado de expectación y
neutralidad respecto á los sucesos de la España europea; y
finalmente la necesidad en que nos poníade deliberar y tomar
un partido activo la aproximación de tropas mandadas por
el Gobierno de España, y á nombre de un Rey que en el di­
latado tiempo de cinco años no se sabe haya hecho el menor
esfuerzo para salvar á España de los males que la abruman,
y mucho menos para librar la América de correr igual suer­
te, hemos decretado:
El Acta de la Independencia <87

« Que en atención á que por haber los Reyes de España


•desamparadola Nación pasándose á un país extranjero; á
la abdicación que sucesivamente hicieron de la Corona, re­
nunciando el padre en el hijo, éste luégo en el padre, y am­
bos en Napoleón Bonaparte ; á la ocupación por las tropas
francesas de la mayor parte de la Península, en donde ya
tienen un Rey de la misma Nación, las Américas se han vis­
to en la precisión de proveer á su seguridad interior, dándo­
se un Gobierno provisional, entretanto que con el transcur­
so del tiempo y el curso de los sucesos deliberaban el parti­
do d e f in it iv o que debían tomar; y que habiendo pasado el
tiempo de tres años sin que esta moderada conducta les haya
valido para que los españoles peninsulares, desconociendo en
América los mismos principios que ellos han proclamado en
Europa, no sólo no hayan dejado de molestarlos, sino que
declarándoles una guerra abierta los han tratado por todas
partes como á insurgentes, armando al hermano contra el
hermano, al ciudadano contra el ciudadano, al padre contra
el hijo, confiscando sus bienes, derramando por todas partes
la consternación, y manchando el suelo americano con la
sangre de los mismos españoles, americanos y europeos, que
debería haberse conservado para derramarla contra cual­
quiera nación extranjera que quisiera privarnos de los de­
rechos que nos eran comunes; y á que estos males se acer­
can ya sobre la Provincia de Cundinamarca, que no sólo no
había hecho un desconocimiento del Rey Fernando, sino
que era el asilo de cuantos españoles europeos se veían per­
seguidos en otras partes, y á lo impolítico y bárbaro que
sería seguir en el mismo estado, y á la aproximación de
tropas enemigas mandadas por españoles que violando la
santidad del juramento, vienen á atacarnos en el nombre de
un Rey y una Nación que en el orden político ya no existe ;
«En atención también al peligro que corre nuestra san­
ta y adorable Religión si permanecemos más tiempo en este
estado, tanto porque al riesgo de finalizarse la conquista de
España por los franceses nos quieran éstos obligar á recono­
cer la dependencia de José Bonaparte, ó la de trasladarnos
á América al Rey Fernando imbuido ya en sus máximas y
quizá rodeado de Ministros y fuerzas francesas, como la falta
bien sensible que en el día se nota de pastores y eclesiásti­
cos, no habiendo quedado en toda la Nueva Granada un solo
Arzobispo ni Obispo que pueda ejercer las funciones de su
ministerio, cuya falta nos iría insensiblemente reduciendo á
la nulidad de Ministros que prediquen el Evangelio, admi­
nistren los sacramentos y atiendan á la conservación y au­
mento de la Religión, y que por lo mismo es de absoluta ne­
cesidad el que saliendo del estado de pupilaje nos pongamos
de acuerdo con otras Provincias que han hecho ó hagan igual
188 Boletín de Historia y Antigüedades

declaratoria,, en el de poder ocurrir al Padre Santo solici­


tando el remedio que cada día se hace más urgente ;
«En consecuencia de todo esto y en atención finalmente al
derecho incontestable é imprescriptible que tienen todos los
pueblos de la tierra de proveer á su seguridad y de dársela
forma de Gobierno que crean más conveniente á labrar su
felicidad, nosotros los Representantes del pueblo de Cundi­
namarca, usando de este derecho y compelidos á adelantar
este paso por los esfuerzos de nuestros impolíticos y crueles
opresores, declaramos y publicamos solemnemente, en nom­
bre del pueblo, en presencia del Supremo Sér y bajo los
auspicios de la Concepción Inmaculada de María Santísima,
Patrona nuestra, que de hoy en adelante Cundinamarca es
un Estado libre é independiente ; que queda separado para
siempre de la Corona y Gobierno de España, y de otra auto­
ridad que no emane del pueblo ó sus Representantes; que
toda unión política de dependencia de la Metrópoli está rota
enteramente, y que como Estado libre é independiente
tiene plena autoridad para hacer la guerra, concluir la paz,
contraer alianzas, establecer el comercio y hacer todos los
otros actos que pueden y tienen derecho de hacer los Esta­
dos independientes. Y llenos de la más firme confianza en el
Supremo Juez que conoce la rectitud y justicia de nuestros
procedimientos, nos obligamos al sostenimiento de esta de­
claratoria con nuestras vidas, nuestros bienes y nuestro
honor, que después del solemne juramento que prestamos
nos es lo más sagrado sobre la tierra.
«Santafé de Bogotá, á diez y seis del mes de Julio de mil
ochocientos trece.
«Manuel Bernardo Alvarez, Presidente—José de Leyvat
Vicepresidente—Ignacio Sanmiguel, Designado—Juan
Bautista Pey—José Domingo Ardoz—Fernando Caycedo—Pa­
blo Plata—Fray Juan Antonio Buenaventura y Castillo—Fray
Santiago Páez y León—Juan Agustín Matallana—Fray Diego
Antonio de la Rosa—Luis Eduardo de Azuola—Luis Ayala—
José María Carbonell—José Sanz de Santa María—José Ma­
ría Chacón—Lorenzo Ley—Pantaleón Gutiérrez—Manuel de
Santacruz—Pedro Núñez — Ramón Calvo—José Ortega—
Antonio Patino de Aro — Rafael Araque Ponce de León—Fer­
nando Rodríguez—Ignacio Calderón—Vicente Santamaría—
Tomás Barriga y Brito—Santiago de Vargas—José María
Domínguez de la Roche—Tomás Ginés de Cos—Antonio Via-
na—Miguel José Montalbo—Jerónimo de Mendoza y Galavis—
Manuel María Alvarez Lozano—José Antonio de Torres y
Peña—Vicente Antonio Benavides—José Antonio Castro—José
Arrubla—Enrique Umaña—Vicente Ronderos—Juan Martí­
nez Malo—Barnardo Pardo—Juan Zalamea—Pedro Ronde-
ros, Secretario—José María Hinestrosa, Secretario.
Antecedentes del Cabildo Abierto de 1810 189

ANTECEDENTES OEL CABILOO ABIERTO DE 1810


DISCURSO DEL GENERAL RAFAEL URIBE URIBE

Señor Presidente, señores:


Honrado hace pocos días por la Academia de Historia
con el cargo de orador para esta sesión solemne, he dispues­
to de muy escaso tiempo para meditar la pieza fuerte que
la ocasión del Centenario requería y que, por ventura, aun
con mayor espacio, no habría sido dado á mis cortas facul­
tades preparar.
Disertaré sobre los antecedentes del Cabildo Abierto de
1810, para esforzarme por establecer la tesis de que el mo­
vimiento de emancipación estuvo directamente vinculado al
espíritu municipal, tan peculiar de la raza latina. El tema
es vasto y pide largo estudio; sólo un resumen presentaré,
reservándome desenvolverlo más tarde, hasta donde me al­
cancen las fuerzas.
i

Con razón se ha dicho que si se tratara de escribir la


historia de la civilización bastaría escribir la historia del
Municipio, porque efectivamente, donde no ha existido ver­
dadero Municipio tampoco ha reinado civilización verdadera
y durable. La formación de los Municipios, su desarrollo
gradual, sus luchas con los poderes hostiles, su engrandeci­
miento y su decadencia, constituyen uno de los asuntos más
interesantes y más fecundos en enseñanzas que la historia
política y económica de los pueblos puede ofrecer.
Una ley perfectamente demostrada por la misma histo­
ria es la de que las naciones que perfeccionan su organiza-
zación social y política, mejoran también las condiciones de
su régimen municipal, y al contrario: el pueblo donde em­
peora la situación del Municipio es un pueblo desgraciado,
porque de él puede asegurarse ipso facto que ha retrocedido
social y políticamente. Y es natural: la suma de libertad ó
de despotismo existente en un país-cualquiera, no puede me­
nos de reflejarse en las instituciones municipales.
La idea del derecho y la del arte nacieron á un tiem­
po en las poblaciones griegas autónomas; se perfeccionaron
en las Municipalidades romanas, y si casi desaparecieron con
la invasión de los bárbaros, brotaron de entre las ruinas y la
obscuridad de la Edad Media, cuando conquistaron los fue­
ros las ciudades italianas, germánicas é inglesas, verdaderas
Repúblicas municipales y colmenas humanas donde se ate­
soró desde la miel de la inspiración artística hasta la utilidad
del comercio, y donde se inventaron desde el crédito y los
Bancos hasta la imprenta y el Parlamento.
190 Boletín de Historia y Antigüedades

II

Circunscribiéndome á la historia del Municipio español,


le que el nuéstro se deriva directamente, debo decir que su
jrigen fue muy distinto del de los pueblos del Norte. Cuan­
do en otras partes las Comunas procedieron del comercio ó de
la industria, como en Italia, Flandes y Alemania, en España
las engendró la guerra. Nacieron entre la batalla de Guada-
lete, ganada por los árabes en 508, y la toma de Granada,
fin de su dominación en 1492. Cada palmo de terreno recu­
perado en ese espacio de tiempo sobre la invasión musulma­
na, se convirtió en un campo atrincherado, que poco á poco
se transformó en una ciudad fortificada.
Desde el siglo xi empezaron los reyes á otorgar fueros
municipales á los pueblos, ya en recompensa de servicios,
ya para estimularlos á la defensa contra los árabes. Cada
población quiso tener su fuero, y al cabo no hubo ciudad
ni villa importante que no poseyese el suyo. Los escribían
ellas mismas y los llevaban á la sanción del monarca, ace­
chando de intento las ocasiones en que lo creían más nece­
sitado de recursos ó cuando quería deshacerse de rivales ó
continuar la lucha contra los infieles. La población de los
Municipios se componía de dos clases, ambas libres: los hi­
dalgos ó ricoshombres y los artesanos y cultivadores. Poseían
los Municipios bienes cuantiosos, sometidos á una adminis­
tración liberal. El príncipe sólo exigía ligeros subsidios, de
que se eximía quienquiera que tuviese un caballo de guerra.
Las Comunas se administraban por sí mismas; asistidos de
un Concejo numeroso, los Alcaldes, elegidos anualmente, lo
regían todo: policía, finanzas, justicia. El poder central se
hacía representar por un Adelantado, gobernador político
y militar, que velaba pasivamente por la ejecución de las
ordenanzas reales, pero que no intervenía en la administra­
ción local.
La más antigua entre las cartas forales es el Fuero Viejo
de Castilla, dictado para servir de Código Municipal á Bur­
gos, de donde se extendió á todo Castilla. Luégo vinieron
las de León, Nájera, Sepúlveda, Oviedo, Logroño, Toledo
y mu chas más.
El fuero tenía tanto de civil y penal como de adminis­
trativo y político. Merced á él eran muchas ciudades Esta­
dos dentro del Estado. Nombraban su Concejo sin inter­
vención extraña; ejercían jurisdicción sin más cortapisaque
el recurso de alzada ante la Corona, en ciertos negocios. Es
decir, que aplicaban leyes propias y disponían de fuerza
para ejecutarlas, y á tal extremo de autonomía negaban al­
gunas ciudades, que gozaban del derecho de acuñar moneda
y del de hacerse representar en Cortes, como lo hicieron
Antecedentei del Cabildo Abierto de 1810 i9I

desde las de Borja en 1174. No satisfechas aún con esto,


cada año procuraban las ciudades arrancar á la Corona pri­
vilegios para robustecer su independencia, y si para algo se
unían entre sí era para defenderla contra los reyes, á quie­
nes siempre miraban con recelo. A ese fin se organizaron
en Castilla y en León las hermandades ó comunidades que
al terminar la Edad Media tuvieron incontrastable fuerza
y que tan tristemente acabaron en Villalar con D. Juan de
Padilla.
Ni era más tibio el espíritu municipal en la porción de
la Península sometida á los árabes. Aunque el dogma de
ellos era eminentemente unitario: un solo Dios, un solo pro­
feta, una sola autoridad religiosa y política, la de los califas,
reyes y pontífices á la vez, no pudieron resistir la influencia
federalista del genio ibérico, y así se formaron en España
multitud de reinos, algunos de los cuales sólo comprendían
una ciudad, y todos con su gobierno, su hacienda y su ejér­
cito propios, esto es, con vida autónoma.
Conviene advertir que las constituciones municipales
otorgadas por los reyes nada contenían que en la práctica
no estuviese ya en vigor largo tiempo antes. Lo que domina
en ellas es el respeto de la dignidad humana y de la inde­
pendencia individual. Bien conocida es la fórmula de los
Regidores aragoneses para dirigirse al Rey: «Nosotros, cada
uno de los cuales vale tanto como vos, y todos juntos más que
vos,» perfecto resumen de la idea que todo hombre libre
debe formarse del origen del poder público y de los dere­
chos de los ciudadanos.
El raciocinio /le los Concejos de las Provincias Vascon­
gadas no fue menos certero: se basó siempre en sostener
que sus fueros los debían á sí mismas, no al Estado, pues si
esto confesaban, le concedían ipso facto el derecho de qui­
társelos. < Nuestros usos y costumbres—dijeron—se pierden
en la noche de los tiempos; los establecieron nuestros pa­
dres por su propia voluntad, y los sellaron con su sangre.
Bajo la condición de que los juraran y guardaran, consenti­
mos en prestar homenaje á los reyes. Los declararon ellos
en sus cartas, nó los otorgaron.» Y fuertes con esa afirma­
ción, los defendían y reivindicaban con las armas en la mano
cuantas veces era necesario.
Esa fue la edad de oro de los Municipios españoles, en­
tre los cuales había algunos tan poderosos como Barcelona,
Córdoba, Sevilla y otros. Reinó la unión entre las clases y
entre unos y otros Municipios mientras amenazó el peligro
morisco; desaparecido, se presentó la discordia. De electivos
como eran los oficios municipales, tendieron á hacerse he­
reditarios. Orgullosos los caballeros de su nobleza y de su
gloria militar, pretendieron excluir de las funciones públi­
>92 Boletín de Historia y Antigüedades

cas á la burguesía y al pueblo; pero las ligas de Aragón y


de Castilla se formaron, y los caballeros fueron vencidos,
aunque de su derrota guardaron hondo resentimiento, que
expiaron más tarde con la pérdida de sus propias liberta­
des, cuando el trono se consolidó sobre las ruinas de la no­
bleza y de los Municipios.
Con la caída de Granada, el último baluarte de los árabes,
y con la reunión en una sola de las coronas de Aragón y de
Castilla, se consumó la unidad, política y se formó al fin la
Nación española, pero también se abrio paso el poder abso­
luto. Para ejercerlo se presentó á punto un príncipe ambi­
cioso, hábil y guerrero: Carlos v.
Sin embargo, las diversas porciones en que estaba di­
vidida la Península sólo habían consentido la obra de los
Reyes Católicos á condición de que les respetasen sus leyes y
su régimen municipal, es decir, su autonomía. Era un ver­
dadero pacto: los reyes juraban de rodillas, la mano puesta
sobre los Evangelios, que conservarían los fueros, privile­
gios, usos, costumbres y libertades concedidos por sus ante­
cesores á cada ciudad o provincia; y sus habitantes juraban
entonces, y no antes, ser fieles al Rey y prestarle sus servi­
cios con arreglo á esos mismos fueros. Así juraran nuestros
Presidentes respetar las franquicias municipales y la ga­
rantía de su goce!
El propio Carlos v, tan poderoso y temido, tuvo que ir
de Corte en Corte, por Castilla, Aragón, Valencia y Catalu­
ña, á pedir que le reconociesen por rey; en los mismos
Estados hubo de celebrar Cortes su hijo el astuto Felipe n,
pues como uno y otro no hubieran jurado previamente los
fueros de esos antiguos Reinos, seguro está que no los hu­
bieran admitido á ceñirse la corona.
Desde luégo que el espíritu despótico que dentro de
esos Césares espiaba, se avenía mal con la diversidad de
leyes por las cuales se regían esas comarcas, y miraban con
particular ceño las que limitaban su autoridad y los obliga­
ban á doblegarse ante poderes é instituciones hijos de la
voluntad de los pueblos; así es que cuando no podían ata­
carlos de frente, los limaban á la sorda, como deprimentes
de lo que creían de la esencia de la potestad real. ¿ Cómo
habían de consentir buenamente en preeminencias de la
índole del fuero de Aragón, en cuya virtud el Rey no po­
día entrar allí con tropas de Castilla, si Aragón no lo con­
sentía, ni nombrar virrey que aragonés no fuese, ni arran­
car de manos del Justicia al que bajo él se amparase ?
Creyéndose humillada la Corona, sólo se desveló en ir
poniendo todos los Reinos á un mismo nivel: el del despotis­
mo. De ahí el menosprecio por las Cortes y de ahí el ir aca­
bando poco á poco con las franquicias municipales. Se bus-
Antecedentes del Cabildo Abierto de »8io '93

có la unidad en la servidumbre, se confundió la unidad con


la tiranía, común error en que se ha incidido en otras épo­
cas y en otros países; pero en la tiranía y en la servidumbre
desaparecieron la grandeza y la dignidad de España.
Carlos v, al fin como forastero, disgustó á un tiempo á
la nobleza altanera y á la rica burguesía; las ciudades se
quejaron; el Emperador no hizo caso. Receloso de la fideli­
dad de sus súbditos, los hizo gobernar por extranjeros, lo
que llevó á su colmo el desagrado y determinó la insurrec­
ción. Mas la antigua levadura del rencor y su interés de
casta indujeron la nobleza á desertar la causa popular y á
ponerse de parte del trono. Abandonadas las Comunas,
pudo comprobarse una vez más la superioridad de unpoder
centralizado sobre las fuerzas indisciplinadas de insurrec­
ciones mal seguras de la justicia de su causa. El ejército de
los Comuneros fue alcanzado por las tropas reales en Villa-
lar, año de 1521; no hubo propiamente batalla: fue una
<rota, > una dispersión sin resistencia. El Jefe, don Juan de
Padilla, subió al cadalso y los fueros municipales quedaron
abolidos. Con lo que de ellos quedaba acabó Felipe n en la
célebre ocasión de su lucha con Antonio Pérez, y el nombre
de Juan de Lanuza, defensor de los fueros de Aragón, que­
dó inscrito en ese martirologio que los pueblos libres debe­
rían recitar á diario. Creo bien que en los salones de nues­
tras Municipalidades, al lado de los retratos de Galán y de
Alcantuz, de Torres y de Acebedo Gómez, no deberían fal­
tar los de Padilla y de Lanuza, héroes de la misma causa:
las libertades municipales.

En resumen, la autonomía municipal en España tuvo


su fuente remota en las antiguas tribus autóctonas; la per­
feccionó la prudente política de Roma; desapareció con la
irrupción de los bárbaros y renació al favor de la recon­
quista contra los árabes; entonces los organismos locales
fundaron la libertad, educaron el estado llano, inspiraron el
derecho, recabaron las cartas-pueblas, crearon las milicias
locales y emanciparon álos siervos. El Municipio era el mo­
numento más histórico y más genuinamente español que
hubiese en la Península. Acabó con él la Casa de Austria,
al cabo como dominación extranjera; lo que expiró en el
cadalso de Padilla fue el Municipio, con el Municipio las
Cortes, que rara vez volvieron á reunirse, y con las Cortes
las libertades públicas y el mismo genio nacional. A los Ca­
bildos elegidos por el pueblo sucedieron los Corregidores
perpetuos, designados por el Rey; en reemplazo de los Sín­
dicos populares vinieron los oficios venales; en vez de los
Procuradores, los áulicos, y en lugar de los Proceres, los cor­
vi—13
94 Boletín de Historia y Antigüedades

tesanos. La imagen borrada de la tradición municipal se re­


fugió en la literatura: Calderón escribió entonces El Alcal­
de de Zalamea^ apología del municipalismó español y uno de
los primeros dramas del teatro moderno.
Pero como esas plantas que arraigan hondo en las en­
trañas de la tierra y que, aun cuando la superficie sea arra­
sada, brotan de nuevo á la primera circunstancia favorable,
el Municipio español resurgió el día de la epopeya nacional,
la guerra de independencia contra Francia. La historia re­
cuerda el caso singular del Alcalde de un humilde puebleci-
to, Móstoles, que declaró formalmente la guerra á Napo­
león, como para demostrar que toda España, aun abolida su
dinastía, podía hablar por boca del último de sus funciona­
rios parroquiales.
En una entrevista de Castelar con Gambetta, después
de la guerra francoalemana de 1870, preguntaba el gran
patriota francés al gran orador español:
—¿Qué tenían ustedes en España en 1808? recordando
quizá con tristeza la desventajosa comparación del pueblo
español que, destronados y aprisionados sus reyes, reaccio­
nó por sí solo hasta vencer al primer guerrero del siglo y
expulsar sus tropas, con aquella inercia del pueblo francés
ante la humillación impuesta por el invasor alemán, inercia
que el genio del Dictador de Tours no pudo conmover.
—Teníamos los Alcaldes—contestó Castelar, y agregó :
los representantes de la Nación, á pesar del absolutismo,
fueron los Alcaldes, jefes de las guerrillas; hubo gue­
rrillas en España porque hubo Alcaldes; ay ! del pueblo que
no los tenga! Quien hace de una nación descentralizada
una nación cesarista, la imposibilita para el más alto minis­
terio de los pueblos, que es la defensa de las fronteras. La
razón es, por desgracia, clara, concluyó Castelar: por cada
hombre que se sacrifica en aras de la humanidad, hay ciento
que se sacrifican en aras déla Patria, y por cada ciento que
creen en la nación entera, hay mil que tienen por única
patria al Municipio donde está su hogar, y cuyos más arrai­
gados sentimientos son los locales y de la familia. Por la de­
fensa de los penates han sido los más altos hechos de armas
que registra la Historia, desde el paso de las Termopilas y
el suicidio colectivo de Numancia y de Sagunto, hasta el in­
cendio de Moscou y el sitio de Zaragoza y de Gerona.
Gambetta, convencido, asintió, y en cuanto hizo parte
del primer Parlamento de la República Francesa propuso
la ley que modificó el régimen del Municipio en sentido
descentralizador, y devolviéndoles la elección de sus Alcal­
des, que el segundo Imperio les había quitado.
La vuelta de los Borbones con Fernando vn fue la señal
de un nuevo eclipse para la libertad en España, y de consi-
Antecedentes del Cabildo Abierto de 1810 195

guíente parala desaparición de la autonomía municipal, que


después ha estado sujeta á todos los vaivenes de la atormen­
tada vida política de nuestra antigua Madre Patria.
De la gloriosa revolución de 1868 data el último floreci­
miento de la libertad española, y con ella las del Muni­
cipio, que hoy está allí lo bastante bien organizado para­
servir de modelo y de ejemplo á las naciones de América,
en la hora en que proclaman con orgullo su emancipación.
ni
Cuando los conquistadores iberos vinieron al Nuevo-
Mundo, todavía las franquicias municipales no habían reci­
bido en España el golpe de muerte que les asestó la dinas­
tía austríaca ; por lo que, al plantar sus tiendas en tierra
americana, establecieron también el poder municipal, con­
forme á la integridad de la tradición antigua.
Con justicia se ha comparado el régimen de gobierno-
de las Colonias españolas con el que Roma implantaba en sus­
conquistas. Romanos y españoles consideraban las Colonias
como parte del territorio de la Metrópoli, y el gobierno co­
lonial como porción integrante del central.
España administraba sus posesiones por medio del Su­
premo Consejo de Indias, de los Virreyes, Capitanes Gene­
rales y Presidentes, especie de Procónsules romanos que
representaban en América la autoridad del Monarca, subor­
dinados al Consejo, y que gobernaban las entidades territo­
riales denominadas, según su importancia, Virreinatos,
Capitanías Generales y Presidencias. El Ramo judicial esta­
ba confiado á las Audiencias ó Cancillerías Reales, y para el
manejo de las secciones inferiores existían Gobernadores,
Cabildos, Alcaldes y Corregidores.
Naturalmente, al adaptarse al medio nuevo en que iban,
á funcionar, aparecieron radicales diferencias entre los Ca­
bildos americanos y los Ayuntamientos de Castilla y Aragón,
respecto á su mecanismo y á su influencia; pero siempre la
raíz de la institución, sus fueros y prerrogativas arrancaban
de las Comunas españolas.
A medida que los territorios se poblaban, se establecía:
un régimen legal análogo al vigente en la Península, con las
modificaciones impuestas por la dificultad de las comunica­
ciones con el gobierno central.
< Todos los años—dice el célebre jurisconsulto don Juan
de Solórzano en su Política Indiana—deben los vecinos ele­
gir los Regidores de sus Cabildos, y éstos los Jueces, Alcal­
des y demás oficios necesarios en tales repúblicas, los cuales
se han de proveer en personas capaces y que no tengan im­
pedimento contra el tenor de las leyes y ordenanzas reales,.
196 Boletín de Historia y Antigüedades

y que sean de fuera de los que al presente son capitulares


en esos Cabildos, porque los tales, hasta que pasen dos anos
no se pueden elegir para Alcaldes, ni para Regidores hasta
que pase uno, porque esto se guarda y observa en todas las
Indias, para que de los dichos oficios gocen todas las perso­
nas beneméritas.*
La elección se practicaba con regularidad, en presencia
del Gobernador, todos los años el 1? de Enero. Por real cé­
dula de 1594 se recomendaba < que los vecinos puedan hacer
elección de sus Cabildos libremente.* En otras cédulas se
ordena á los Virreyes, Oidores y Gobernadores <que dejen
votará los Regidores y Alcaldes y que no se interpongan en
favor de sus parientes ni los de sus mujeres ni otros allega­
dos. Pueden ser elegidos—agregan esas leyes—los vecinos y
naturales de las ciudades, siempre que tengan casa poblada,
para honrarlos y experimentarlos, con tal de que no tengan
oficios, como tiendas de mercaderías, en que ejerzan y midan
actualmente por sus personas, debiendo preferirse á los des­
cendientes de descubridores, siempre que sepan leer y es­
cribir, aunque esta condición se disimule en los pueblos
cortos.*
Estaba reservado á la República quebrantar estas sabias
prescripciones y practicar menos bien el gobierno munici­
pal, cuando por la independencia quedó confiado á nuestras
manos, que cuando pendía de la Metrópoli.
En el orden municipal podían los Cabildos americanos
ser sólo una sombra de las antiguas comunidades de la Ma­
dre Patria; la representación por ellos del común del pue­
blo podía ser sólo nominal ó teórica, pero en su constitución
existía el germen de un principio democrático desde que se
les señalaba la función legal de llevar la voz popular, hasta el
punto de tener derecho de convocar el vecindario á Cabildo
Abierto, que no era un simple plebiscito para aprobar lo
que el Concejo ya tuviese pensado ó resuelto, sino una espe­
cie de Congreso municipal para deliberar sóbrelos intereses
del pueblo en casos extraordinarios, y para decidir por voto
directo, como en las democracias de la antigüedad. Ese de­
recho pudo no pasar de una ficción durante la Colonia, pero
las fuerzas vivas del pueblo se encargarían de convertirlo en
realidad tangible apenas llegase la ocasión propicia; y en
efecto, de los Cabildos brotó la chispa revolucionaria en la
hora histórica de la emancipación.
En principio, los Cabildos coloniales procedían, sin duda,
de un sufragio algo remoto, pero la elección anual de los
oficios conferidos al vecindario honrado los acercaba perió­
dicamente al pueblo, refrescaba sus títulos eñ la fuente pri­
mitiva de toda autoridad y los rodeaba del prestigio de que
punca carecen las instituciones que tienen la libertad por
Antecedentes del Cabildo Abierto de i8ro '97

base. El Cabildo colonial vivía del pueblo y para el pueblo ;


árbitro de los intereses municipales, administraba las tie­
rras pertenecientes al común ; manejaba los bienes de pro­
pios y arbitrios, para aplicarlos á los objetos peculiares de
su misión; estaba encargado del fomento urbano; represen­
taba la autonomía vecinal, é investido con la personería de
la ciudad, á ella apelaba en los casos difíciles que requerían
una decisión especial.
En las obras de los historiadores de la Conquista se en­
cuentra el procedimiento empleado por los españoles para
fundar una ciudad : indicado el nombre, demarcados los lí­
mites de su jurisdicción, señalados los ejidos y plantado el
árbol dé justicia en el centro de lo que había de ser plaza,
se ponían dos varas en manos de los primeros Alcaldes Or­
dinarios, que se distribuían las funciones como los duunvi-
ros de los municipios romanos; luégo se nombraban por
elección los Regidores que habían de formar el Cabildo,
y reunido éste al día siguiente, designaba los empleados
municipales, y en su acta primera nunca omitía dejar cons­
tancia de que obraba por derecho propio, conforme á uso y
costumbre, como srallí hubiera existido siempre el Munici­
pio y no debiera tener fin.
Más tarde, el influjo del nuevo orden político en España
cruzó el mar y modificó algo el régimen municipal america­
no. Los Cabildos ó Ayuntamientos vinieron á componerse
entonces del Justicia Mayor que los presidía y de los Regi­
dores, que ya no eran de elección popular sino que compra­
ban sus empleos, pero que conservaban el derecho de nom­
brar á los Alcaldes ordinarios, á los pedáneos ó Corregidores
y á los Jueces. Ese derecho les ha sido retirado á las Muni­
cipalidades durante la República, so pretexto de falta de
capacidad de los Distritos para el gobierno propio, lo que
parecería implicar la confesión de que con la independencia
habíamos retrocedido.
La fuerza de las instituciones municipales en el período
colonial la comprueban varios hechos recordados por el his­
toriador Vergara y Velasco. El Presidente Fernández de
Córdoba, que gobernó de 1645 á 1658, reconoció solemnemen­
te al Cabildo de Santafé su derecho á intervenir en defensa
de los intereses de la colectividad ; en cambio el Cabildo se
presentó por fiador de aquel funcionario en el juicio de re­
sidencia que á todos los de su clase se les tomaba entonces
con rigor, y que bajo la República—salvo dos casos de excep­
ción, ejercidos por medio de la fuerza—no ha sido posible
exigir á ningún gobernante, sea Presidente ó Ministro,
hasta el punto de haberse optado por consagrar francamen­
te la irresponsabilidad casi absoluta como precepto consti­
tucional 1
'i 98 Boletín de Historia y Antigüedades

Lo contrario ocurrió con el Presidente Diego de Cór­


doba. en 1712: quiso ausentarse sin dar fianza de residencia,
á lo que se opuso el Cabildo de Santafé; reducidos á prisión
los Regidores, se sostuvieron con entereza en su derecho, y
el Presidente Córdoba acabó por doblegarse ante la autori­
dad del Ayuntamiento, aviniéndose á llenar la formalidad
requerida. En la República rara vez hemos visto á los Con­
cejos hacer otra cosa que plegarse á los plebiscitos de la adu­
lación y servir complacientes de instrumento á los planes
políticos del poder central.
De manera que el Cabildo de Santafé estaba organizado
con poderes bastantes para poner á raya á los Presidentes
y Virreyes. Y si esto sucedía en los siglos pasados con el
Cabildo de Bogotá, que mal podía desarrollarse bajo el poder
colonial, absorbente y dominador, es obvio pensar que los
otros Ayuntamientos, distribuidos por todo el país y más
independientes, alcanzarían un concepto más claro todavía
de sus derechos, puesto que las libertades comunales sólo se
desenvuelven en atmósfera libre y en campo propicio á la
expansión social.
Fuéra de Bogotá había indudablemente más vida muni­
cipal; era corriente que estuviese radicada donde el influjo
del poder central llegaba debilitado por la distancia de los
desiertos intermedios, y donde los hombres se agrupaban en
■las Comunas lejanas, esparcidas en un vasto territorio, alre­
dedor del Cabildo como institución popular y única. Y esos
Cabildos, lejos de la sombra agostadora de las autoridades
coloniales, era lógico que desarrollaran más libre y espon­
táneamente su fuerza, que en el momento histórico de la
emancipación había de exhibirse tan hermosa y tan pujante.
El movimiento de los Comuneros del Socorro en 1781
giró todo alrededor de los Cabildos, como su nombre mismo
lo indica, pues repetía el de la insurrección de las comuni­
dades de Castilla y aspiraba á defender las libertades comu­
nales contra la imposición arbitraria de nuevos tributos.
Don Juan Francisco Berbeo, al subscribir con los delegados
de Bogotá las capitulaciones de El Mortiño, dijo obrar á
nombre y con la representación de los sesenta y seis Cabil­
dos que habían apoyado el movimiento.
En los treinta y cinco artículos de que constábanse pro­
veía á necesidades que sólo el conocimiento de la vida local
podía revelar, como la del precio del papel sellado, la supre-
sióñ de la alcabala sobre los víveres y la de las guías y tor- •
naguías, la rebaja de los precios de la sal, la prohibición de
obligar á los vecinos á costear las fiestas religiosas, y la ga­
rantía de dos derechos que ya miraban para más lejos, como
preludios de independencia: el de que los empleos se dieran
A los americanos y el de que los oficiales de las Comunas pu­
Antecedentes del Cabildo Abierto de 1810 99

dieran instruir ásus Compañías en el ejercicio militar, los


días de fiesta. No se hubiera impedido con engaños venir
hasta Bogotá el ejército de los Comuneros, y es harto proba­
ble que, por la sola fuerza de las cosas, el movimiento de in­
dependencia se habría apresurado casi treinta años.
Fue por encargo del Cabildo bogotano como el doctor
Camilo Torres redactó la petición á la Junta Central de Es­
paña para que dispusiese la formación en América de Juntas
de Gobierno análogas. Ese documento, admirable de elo­
cuencia, anunció la « separación eterna » si no se nos hacía
justicia, y fue el que formó en tal sentido la opinión que esta­
lló el 20 de Julio; la circulación secreta de ese escrito y su
ávida lectura tuvieron el más poderoso influjo para desarro­
llar los gérmenes de la revolución. Coadyuvaron al mismo
propósito los reclamos presentados al Cabildo por el Síndico
Procurador don Ignacio Herrera.
A la cabeza del Cabildo de Cartagena, como Alcaldes
Ordinarios, estaban los doctores José María García de To­
ledo y Miguel Granados, y el doctor José Antonio Ayos como
Síndico Procurador, quienes exigieron también del Gober­
nador Montes la instalación de una Junta Provincial de Go­
bierno y el envío de Diputados á España; y como Montes
resistiera, el Cabildo lo redujo á prisión el 14 de Junio.
Asimismo el Cabildo de Pamplona depuso y aprisionó
revolucionariamente al Corregidor español Bastús, el 4 de
Julio, y se apoderó del gobierno, después de anexarse seis
Vocales designados por el pueblo.
Los valientes socórranos hicieron su revolución el 10 de
Julio: convocados por los Alcaldes don Lorenzo Plata y don
Juan Francisco Ardila, pusieron sitio al Gobernador Valdés
•y á ochenta soldados veteranos, en el fuerte edificio que les
servía de cuartel, y los hicieron rendirse á discreción. El
pueblo depositó el gobierno en su Cabildo, al que agregó
seis individuos más de su confianza. La corporación así cons­
tituida dirigió sin pérdida de tiempo una representación
enérgica á la Audiencia, para anunciarle que la Provincia
del Socorro, estrechamente unida, había resuelto sostener
la revolución á todo trance, y que para evitar males futuros
debía autorizarse la formación de Juntas de Gobierno en
todas las Provincias del Virreinato.
En Santa Marta, en Mompós, en Neiva, en Mariquita,
en Antioquia y en Tunja, así como en el Chocó y en Casa­
nare, fueron los Cabildos los que lanzaron el grito de inde­
pendencia, unos antes que Bogotá y otros siguiendo su ejem­
plo, cuando se esparció la noticia de la deposición del Virrey.
Otro tanto sucedió por todo América: del uno al otro extre­
mo de los dominios españoles, en Méjico como en Quito y
Buenos Aires, giró alrededor de los Cabildos el origen y la
obra de la emancipación.
2 DO Boletín de Historn y Antigüedades

Una de las medidas que más exacerbaron los ánimos, y


de que el doctor Camilo Torres hace larga mención en su
Memorial de Agravios, fue haber introducido el Virrey en,
el Cabildo seis Regidores interinos contra la ley que prohi­
bía semejantes nombramientos y que prevenía que, caso de
hacerlos, fuese á propuesta del Cabildo. Ese paso se dio para
asegurar el Virrey á su partido la elección de Alcaldes. Con
el mismo fin se nombró Alférez Real, contra la abierta opo­
sición del Cabildo, y porque éste reclamó, se le declaró des­
obediente. Lo mismo se hacía en otras partes.
< ¡ Mirad—dice el Memorial—cómo se despreciaban las
ciudades, esos ilustres Cuerpos que representaban los pue­
blos ! ¡ Con qué desdén se volvía la espalda á los Alcaldes !
i Con qué despotismo se sufocaba su voz ! ¡ Con qué arrogan­
cia se desatendían las representaciones de los Cabildos !
< Se quitaban y se ponían, se aumentaban y se dismi­
nuían los Regidores por capricho; se colocaban contra el
voto de las ciudades nuevos empleados en los Ayuntamien­
tos ; se amenazaban, se multaban, se reducían á la nada los
representantes del pueblo, hasta negarles el esculpir en las
monedas que se fundieron para la jura de Fernando vn las
armas de esta ciudad, substituyendo en lugar de ellas una
cifra ridicula.»
Las autoridades de la Colonia violaban, pues, los fueros
municipales, pero encontraban quienes reclamasen contra
el atropello. Los españoles habían transmitido la noción del
derecho á sus descendientes y súbditos americanos, y éstos
—armados con la conciencia adquirida de su propio valer—
se volvieron contra sus maestros el día en que ellos mismos
olvidaron la lección. Esa fue la Independencia.
Por lo visto, el régimen municipal no nació entre nosotros
de generación espontánea. Podían unos Cabildos estar fun­
cionando anémicamente y otros con más vigor, según las cir­
cunstancias naturales y sociales que les servían de ambiente;
pero con el hecho sólo de la revolución, esto es, de la ruptu­
ra del vínculo que los ligaba á la Metrópoli, reasumieron la
soberanía popular que en ellos se hallaba latente. Decapitado
el Virreinato y desparecida la autoridad tradicional, los ciu­
dadanos acudieron como por instinto á ponerse bajo el am­
paro de los Cabildos, que fueron el núcleo de acción y que
la irradiaron en todas direcciones. A los habitantes del Nue­
vo Reino les pareció lo más natural y lógico que las corpora­
ciones que tenían la representación real y actual de sus res­
pectivos grupos fueran las depositarías de la soberanía en
sus respectivas regiones. Deducción inmediata fue que losCa-
bildos funcionaran como Cuerpos electivos de las Asambleas
nacionales, pues no habiendo ley electoral, ni estando los
ciudadanos habituados al sufragio, los voceros indicados eran
Antecedentes del Cabildo Abierto de 1810 201

los Cabildos, que de este modo vinieron á influir en la cons­


titución del país.
Esta es la explicación de porqué, al eliminar la fuerza
del Virreinato que las oprimía y al sacudir el peso enorme
que las agobiaba, se desenvolvieran libremente las insti­
tuciones municipales, al calor de la vida nacional que em­
pezaba, y los Cabildos ofrecieran el magnífico espectáculo
de esa floración vigorosa que los convirtió de un día para
otro en centro de la revolución patriótica. El de Bogotá si­
guió el ejemplo de los que le habían precedido, y lo dio á
su turno á los demás, y entre todos fueron el órgano del mo­
vimiento emancipador que, como queda visto, fue en elfondo
y en la forma un movimiento comunal perfectamente carac­
terizado.
IV

Concluyo: las libertades municipales son de derecho


natural, en el sentido más propio de la palabra, como direc­
ta é inmediatamente derivadas de la formación misma de
la comunidad social. Por tanto, el mandato abstracto de
ese principio inmanente debe traducirse sin restricciones
en la ley positiva que lo consagre. Así, pienso que una de las
mejores muestras de veneración que podríamos dar á la
memoria de los fundadores de la nacionalidad sería restau­
rar el espíritu municipal al estado en que existía cuando fue
capaz de producir la acción de los Cabildos, á la cual debe­
mos en gran parte la iniciativa de la independencia; y pienso
que la mayor ofrenda á los hombres del Cabildo Abierto del
20 de Julio de 1810, y lo que más concuerda con las ideas de
gobierno serio y popular que ellos imaginaron, es restable­
cer el gobierno del pueblo por el pueblo en el Municipio.
Esa debe ser la primera aspiración de reforma saludable y
sólida, al comenzar el segundo siglo de nuestra existencia;
ese es el punto que merece más cuidadosa atención de parte
de los patriotas. Si lo hacemos, podremos estar seguros de
dar un impulso impetuoso á la causa del bien general, pues
la suma de ochocientas oficinas de gobierno municipal eficien­
te, distribuidas por todo el país, no puede menos de dar un
total considerable de trabajo y de progreso.
Parece muy extraño que un pueblo tan inteligente, hon­
rado y patriota como el colombiano no haya acertado á darse
en cien años un gobierno municipal satisfactorio, ni igual
siquiera al que tenía en la Colonia. De tal modo ha descui­
dado los principios elementales de la administración muni­
cipal correcta, tan escasa habilidad ha demostrado en la
práctica, que la crítica menos competente tiene que admi­
tir que el gobierno municipal ha sido un fiasco durante la
República.
202 Boletín de Historia y Antigüedades

Los buenos ciudadanos deben dedicarse á curar ese mal,


porque creo que la materia del buen gobierno municipal les
es más importante que el gobierno general mismo, ya que
cada uno siente sólo indirectamente los efectos de la legisla­
ción nacional, mientras que la buena ó mala administración
del Municipio lo afecta inmediata y diariamente, y ya que
los buenos ciudadanos pueden hacer sentir su influencia
sobre el Concejo, mejor que sobre las Cámaras.
Séannos queridas las instituciones municipales; cuidé­
moslas cariñosamente y mejorémoslas; á la sombra apacible
y fresca del árbol de sus libertades, como para los vascos el
de Güernica, será grato á los patriotas sentarse á deliberar
sobre los destinos de nuestro país.
Señores: en los cementerios suelen verse columnas trun­
cas, coronadas por hojas de hiedra que ocultan lo inconcluso
ó roto de la obra. Trunca está la columna de nuestra inde­
pendencia, y quizá por eso procuramos ocultarlo con la fron­
dosidad de nuestra fraseología. Personas hay también que
por no confesar su mal secreto al médico, dejan que la car­
ne se les caiga á pedazos, como si la misma apariencia no
estuviera pregonando su desgracia. No hagamos tál; en es­
tas horas de confidencia colectiva, declaremos franca y
lealmente nuestras dolencias y veamos de curarnos, empe­
zando por despreciar la declamación vacía, que es la peor
enfermedad de este país, la que nos está llevando al desas­
tre, la que nos está empujando al abismo.
Mucho tenemos que aprender, mucho tenemos que tra­
bajar, mucho tenemos que andar todavía para considerarnos
de verdad pueblo independiente y culto. Todos nuestros
males políticos, todos nuestros excesos, todas las inútiles
agitaciones é inquietudes, todos los movimientos anárquicos
de nuestra imperfecta democracia, proceden de una sola
causa: nuestra deficiente y torcida educación política. Si
alguna autoridad tiene en esta hora mi palabra, permítaseme
sugerir, para sanar nuestros males, dos grandes remedios:
paciencia y patriotismo. Paciencia, que cuando se trata de
los pueblos debe llamarse constancia en la lucha; y patrio­
tismo, para afrontarla con calma y sin desaliento, aun desa­
fiando las amarguras que la injusticia trae consigo. Paciencia
y patriotismo, que son los únicos que dan al pueblo esa fuer­
za invencible que lo hace capaz de esperar las soluciones
definitivas, inspiradas en el espíritu amplio de las institu­
ciones republicanas que nos legaron los Padres de la Patria.
Informe de una Comisión

INFORME OE UNA COMISION


Señor Presidente de la Academia Nacional de Historia.

Se sirvió usted comisionarme para redactar las inscrip­


ciones que debían ponerse en el monumento con que la So­
ciedad de Caridad ha querido honrar la memoria de los
obscuros soldados que en los campos de batalla lidiaron con
denuedo y con bravura por la causa de la independencia
colombiana. Gustoso doy á usted sobre dicha Comisión el
siguiente informe:
Un grupo bastante numeroso de nuestros artesanos y
obreros forma hoy la Sociedad de Caridad, institución cuyo
nombre no más da clara idea del noble fin á que está desti­
nada: trabajar por el adelantamiento de las industriasen
todos sus ramos, y al propio tiempo favorecer á los socios
que se hallen en circunstancias difíciles. Al aproximarse la
fecha gloriosa del Centenario de la Patria, estos artistas han
querido traspasar los límites de su filantrópica misión y
unir su contingente álos esfuerzos generales para celebrar
dignamente la clásica fecha. Al efecto han levantado en el
Bosque de San Diego un hermoso monumento de piedra,
que está ya al terminarse, y que será uno de los adornos
más hermosos de aquel sitio y uno de los más imperecede­
ros recuerdos de los muchos que habrán de perpetuar la
memoria de los proceres, á la vez que la de los festejos que
se proyectan para el próximo mes de Julio.
En la parte más culminante de dicho Parque, y en su
extremo oriental, se destaca sobre artístico basamento la
columna de piedra, rodeada de una cinta en que se lee esta
inscripción : La Sociedad de Calidad á los héroes ignotos de
la Independencia. En una de las cuatro caras de la parte
baja está la fecha 1810, y en la opuesta la de 1910. En la
otra arista hay esta inscripción : A la sombra de la enseña de
la Libertad laboraron por la Patria, y al reverso esta otra:
Legión sin nombre: sangre de la República. Coronará el
monumento una hermosa águila dorada y estará todo rodea­
do de un pequeño jardín.
Juzgo, señor Presidente, que la República ha contraído
una deuda de gratitud para con estos obreros compatriotas,
por la manera digna con que han colaborado á la celebra­
ción del Centenario, dejando en uno de los más hermosos
sitios de la capital este artístico monumento, que da mues­
tra de los esfuerzos hechos por ellos en pro del adelanto de
la escultura y de la ornamentación entre nosotros. Artes
son éstas que habían decaído notablemente por falta de es­
tudios y de estímulo, pero que quizá renazcan con brillo en
2 04 Boletín de Historia y Antigüedades

el país, si el ejemplo de los miembros de aquella asociación


es imitado por sus colegas de otras localidades.
Noble y generoso es el proceder de estos sencillos in­
dustriales que, robándose á sí mismos una parte no despre­
ciable de su escaso salario, han allegado los fondos suficien­
tes para costear el monumento que va á honrar la memoria
de sus hermanos, los obscuros soldados de la magna lucha,
los que rindieron la jornada al pie de la banderea sin dejar
su nombre en la historia y sin que la Patria haya recom­
pensado jamás el sacrificio que ofrendaron en sus aras.
Para llevar á cabo la obra se designó una Comisión bajo
la Presidencia del señor Mauricio Venegas; hizo el modelo
el artista Cipriano Rubio, y han trabajado en su desarrollo
los socios de la corporación, señores Ismael Rojas, Alfredo
Ricaurte, Fermín Monte, Luis V. Puentes y Joaquín Páez,
todos con el mismo esmero y compitiendo en el empeño de
dejar concluido el trabajo para antes del 20 de Julio. Al
Presidente de la Sociedad, señor Eusebio Hernández, se
debe en mucho la iniciativa y el desarrollo de la obra.
Sobre el mérito del monumento en sus íntimos detalles
habrán de juzgar con mejor acierto las personas entendi­
das en la materia. A la Academia sólo cumple, en mi con­
cepto, dejar constancia, para aplauso y para ejemplo, de
que con él quiere honrarse la memoria de esosheroes cuyos
nombres se ignoran y de quienes quizá nunca se ocuparán
nuestros historiadores. Así, me permito terminar este in­
forme proponiendo:
« La Academia Nacional de Historia presenta un voto
de aplauso á la Sociedad de Caridad por el hermoso monu­
mento que ha levantado en el Bosque de San Diego y que
dedica, como lo dice su principal inscripción, A los héroes
ignotos de la Independencias»
Bogotá, 20 de Junio de 1910.
•i
Señor Presidente.
Jo s é Jo a q u ín Gu e r r a

Academia Nacional de Historia—Bogotá^ 20 de Junio de iq io .


En sesión de esta fecha se aprobó por unanimidad de
votos la anterior proposición.
Pedro María Ibáñez, Secretario-
Notas 2O5

TELEGRAMA
República de Colombia— Academia Nacional de Historia—
Bogotá, Abril 19 de 1910.
Excelentísimo señor Presidente de los Estados Unidos de Venezuela
Caracas
En esta fecha gloriosa, aniversario secular del día en
■que los patriotas asumieron el mando de ese país, destitu­
yendo á Emparán, último gobernante español, la Academia
presenta al Gobierno y pueblo de esa República hermana,
por conducto de Su Excelencia, calurosas congratulaciones.
El Presidente, Ad o l f o Le ó n Gó me z —El Vicepresiden­
te, Jo s é Jo a q u ín Gu e r r a —El Secretario perpetuo, Pedro
M. Ibáñez.
Caracas, 19 de Abril de 1910
Señores Adolfo León Gómez, José Joaquín Guerra y Pedro M. Ibá-
ñez—Bogotá.
En nombre del pueblo venezolano y en el mío propio
correspondo á su patriótica congratulación, hoy que cele­
bramos uno de los días más gloriosos para los hijos de la
América libre.
Su amigo, J. V. Gó m e z
Auténtico, Cañizales.

NOTAS
Bogotá, Diciembre 9 de 1909
Señor Ministro de Gobierno—Presente.
Como Su Señoría sabe, en la Imprenta Nacional se han
editado—á costa de la Nación—varios tomos de la interesan­
tísima obra Biblioteca de Historia, entre los cuales figuran
Los Comuneros, El Precursor, Vida del General Herrán y
otros, formados por los doctores Eduardo Posada, Pedro M.
Ibáñez, y La Convención de Ocaña, por el doctor J. J. Guerra.
En vista de eso y de que tales libros son de suma impor­
tancia para la República, pido atentamente á Su Señoría se
sirva disponer que bajo mi inmediata dirección se publi­
que otro volumen en los mismos términos, tamaño, forma y
condiciones de los anteriores, y no menos interesante, que
contendrá la documentación auténtica de la historia del
Tribuno don José de Acevedo y Gómez y de otros varios
proceres sus parientes, la genealogía de su familia y multi­
tud de cartas y documentos inéditos referentes al 20 de Ju­
lio de 1810 y á la guerra magna.
De esos escritos históricos he insertado yo en Sur Amé­
rica algunos de los más cortos, y otros he dado al doctor
Rafael M. Carrasquilla, quien los ha publicado en la Revista
20Ó Boletín de Historia y Antigüedades

del Colegio del Rosario; pero los más, que son curiosísimos,
permanecen desconocidos y expuestos á que el tiempo, la
polilla ó cualquier accidente los destruya. Eso me ha movido
á solicitar su publicación en libro, ahora que por tratarse
de conmemorar el 20 de Julio de 1810 es más justo y natural
que nunca hacer conocer la historia y méritos del procer
que fue el alma de ese día glorioso.
Bueno es advertir que yo nunca he pedido nada á este
país (al cual he procurado servir lo más posible) ni á ningu­
no de sus Gobiernos, á quienes nada debo, fuera de injusti­
cias ; y que si esta vez solicito aquello es por interés de la
historia nacional y la gloria de la Patria ; pero propiamente
no es que pido, sino antes que ofrezco una importante docu­
mentación original y mi trabajo para hacerla publicar, si el
ilustrado Gobierno de que Su Señoría es digna parte tiene
á bien decretar de conformidad.
Soy de Su Señoría atento, seguro servidor,
A. Le ó n Gó m e z

Ministerio de Gobierno—Sección N—Bogotá, 23 de Diciembre


de 1910.
Con carácter devolutivo, pásese esta nota al señor Pre­
sidente de la Academia de Historia, para que este centro
científico se digne dar al Ministerio su ilustrada opinión
sobre el particular.
Por el Ministro de Gobierno, el Subsecretario,
Be r n a r d o Es c o v a r
República de Colombia—Ministerio de Gobierno—Sección
Negocios Generales—Número 5385—Bogotá, 24 de Di­
ciembre de 1909.
Señor Presidente de la Academia de Historia—En su Despacho.
Con carácter devolutivo tengo el honor de poner á la
disposición de usted un memorial dirigido á este Despacho
por el señor doctor Adolfo León Gómez, con fecha 9 de los
corrientes, en el cual solicita que por cuenta de la Nación se
edite en la Imprenta Nacional un volumen que contendrá
la documentación auténtica de la historia del Tribuno don
José de Acevedo y Gómez y de otros varios proceres, etc.;
remisión que me permito hacer á usted con el objeto de que
se sirva enterarse de su contenido y dar al Ministerio su
ilustrada opinión sobre el particular.
Anticipo á usted mis agradecimientos por este señalado
favor, y me es grato subscribirme de usted muy atento y
seguro servidor.
Por el Ministro de Gobierno, el Subseccretario,
Be r n a r d o Es c o v a r
Notas 207

EL IDEAL POLÍTICO DE BOLÍVAR

Delegación Apostólica en Colombia—Bogotá, 17 de Marzo


de 1910.
Muy estimado señor:
Desde hace algún tiempo he estado revolviendo en mi
ánimo el pensamiento de que una obra históricocrítica
acerca del ideal político que germinó y se desarrolló en la
vasta mente del Libertador, elaborada con serena impar­
cialidad en relación con las actuales condiciones étnicas,
locales y religiosas de Colombia, sería no sólo luminosa an­
torcha para los estudios sobre el genuino carácter de la
secesión de las colonias de la Madre Patria y sobre el molde
en que el genio de Bolívar anhelaba vaciar las nuevas nacio­
nes hispanoamericanas, sino también una guía práctica'
para conducir esta amada República con adecuadas refor­
mas hacia el alto grado de civilización al cual está providen­
cialmente llamada.
A fin de emprender y llevar á feliz término semejante
trabajo, ¿no convendría estimular á los cultivadores de las
ciencias históricosociales mediante un concurso con pre­
mios ?
Deseando pues asociarme á la digna celebración del
próximo Centenario del nacimiento de la Patria, he deter­
minado rogar, como en efecto ruego, á esa ilustre Acade­
mia que abra el indicado certamen, con las condiciones de
tiempo y de forma que ella estime convenientes.
Con el objeto de premiar la mejor monografía acerca
del señalado tema me es grato incluir un cheque por el
valor de mil quinientas liras italianas ($ 30,000 papel mone­
da), sobre el Banco Sebasti-Reali de Roma.
En la esperanza de que esa benemérita corporación
acogerá con benevolencia este mi respetuoso ofrecimiento,
me cabe la honra de subscribirme, con sentimientos de la
más alta consideración.
De usted atento, seguro servidor,
M. Ra g o n e s i
Al señor doctor Adolfo León Gómez, Presidente de la Academia Na­
cional de Historia—Presente.

Delegación Apostólica en Colombia—Nilmei o 1310—Bogotá,


28 de Marzo de 1910.
Señor Secretario.
Tengo el honor de acusar á usted recibo de la atenta
nota número 871, procedente de la Secretaría de la Acade­
208 Boletín de Historia y Antigüedades

mia Nacional de Historia, que usted tan dignamente des­


empeña.
Mucho me complace el noble interés que esa distingui­
dísima corporación ha mostrado en acoger mi humilde pro­
puesta, y no puedo menos de aprobar lo determinado por
ella en cuanto á las condiciones de tiempo y forma en que
se ha de llevar á cabo el concurso.
Aprovecho esta ocasión para rogar á usted se sirva ma­
nifestar á la docta y benemérita Academia mis agradeci­
mientos por los halagüeños conceptos con que me ha hon­
rado.
De usted atento servidor,
M. Ra g o n e s i
Al señor doctor Pedro M. Ibáñez, Secretario de la Academia Nacio­
nal de Historia—Presente.

República de Colombia—Comisión del Centenario de la Inde­


pendencia—Secretaria—Número 291—Bogotá, 11 de Abril
de 1910.
Señor Secretario de la Academia Nacional de Historia—Presente.
Tengo el honor de referirme á las atentas notas de esa
honorable corporación números 877 y 878, de fecha 7 de los
corrientes.
Con respecto á la primera de dichas notas, se acordó
manifestar á usted que la Comisión se ha impuesto con sa­
tisfacción de lo resuelto por esa Academia acerca del con­
curso abierto por Su Señoría el Delegado Apostólico, y que
aprovecha la circunstancia para excitar á esa honorable cor­
poración á que dé en su primera sesión los candidatos para
Jurados de Calificación de las demás obras de .historia que
se presenten, en virtud de los concursos abiertos por la Co­
misión del Centenario, deseando que éstos sean tres princi­
pales y tres suplentes. Que con respecto á local para la sesión
solemne extraordinaria de esa Academia, se ha oficiado al
señor Ministro de Obras Públicas para que ceda el Teatro
Municipal, lo que en oportunidad tendré el gusto de comu­
nicar á esa Academia.
La segunda nota, que trata del procer de la Independen­
cia Coronel Anselmo Pineda, para rendirle un tributo de
gratitud dando publicidad á cinco volúmenes de índices de
la Biblioteca Pineda, se dispuso que se transcribiera al señor
Ministro de Instrucción Pública, excitándolo para que sea
resuelta dicha petición lo más favorablemente posible.
De usted atento, seguro servidor,
Ma n u e l J. Co n c h a

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