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Año lV—Núm.

47 Agosto: 1907

ds Jftstovia y Antigüedades
ORGANO DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
------- ------ »<■<•»»<--- ---------.

Director, PEDRO M. IBAÍTEZ

Bogotá — República de Colombia

RESEÑA HISTORICA
de las milagrosas imágenes de Jesús, María y José que se veneran en el santua­
rio de la Peña, á extramuros de la ciudad de Bogotá, desde el año de 1685. Es­
crita por su antiguo Capellán, Presbítero Rosendo Pardo. Año de 1906.

CAPITULO I

DE LA APARICIÓN Y HALLAZGO DE LAS IMÁGENES

Entre los pliegues formados por la amplia falda de los


cerros que rodean la capital de Colombia por el lado orien
tal, divísase desde lejos, casi hacia el Sudeste, una graciosa
colina en cuya cumbre aplanada blanquean el campanario, la
cúpula y la fachada de una iglesia que fue en tiempos pasa­
dos tal vez la joya más preciada de la fe religiosa y del piadoso
amor de nuestros mayores. Esa iglesia, tan visitada entonces,
apenas se conoce hoy con el humilde título de Ermita de Nues­
tra Señora de la Peña, y son ya muy pocas las personas que
saben contar á las demás los motivos y recuerdos que ella
pudiera alegar contra el olvido y la incuria en que se le ha
tenido últimamente. Si queréis pues saber cuál es su origen
y los lazos que la ligan á la historia de la Patria, leed pacien­
temente estas páginas que van encaminadas á renovar su
memoria, para ver si se consigue que ella vuelva á ser lo que
fue y ha de ser siempre entre nosotros : esto es, que se la
mire otra vez á ejemplo de los que nos han precedido, como
el santuario tutelar de la Nación entera y de su capital, en
cuyos extramuros está edificada.
Cuenta la Crónica de la Peña publicada en 1815 por el
Presbítero Dr. D. Juan Agustín Matallana, quien dice haberla
sacado del archivo que los primeros Capellanes de aquel san-
' IV—41
634 Boletín de Historia y Antigüedades

tuario formaron con esmero, que el día 25 de Enero de 1717


se hallaban en la casa de hospedería de La Peña el Dr. D.
Dionisio Pérez, Capellán, el Dr. D. Baltasar de Mesa, sacer­
dote, y otros sujetos, que sabiendo se hallaba en la capilla
Bernardino de León, deseosos de saber cuándo y cómo había
encontrado él las sagradas imágenes que se veneran allí, le
llamaron con tal objeto, y preguntado, contó con la sencillez
de un hombre pobre y candoroso que por el año de 1685
solía él recorrer las distintas cimas de la cordillera que do­
minan la ciudad, con el fin de ver si la fortuna le deparaba
algún tesoro con qué salir de su precaria situación, pues era
muy pobre, y que con tal motivo se sintió varias veces impeli­
do de vehementes impulsos de trepar á las más altas serranías
por nadie exploradas, y que al fin se resolvió á emprender la
peligrosa expedición en la mañana del 10 de Agosto, día
del egregio mártir San Lorenzo. Así que después de haber
oído misa y de proveerse de algunos comestibles, se dirigió
hacia los cerros más altos y pendientes fronteros al barrio de
Santa Bárbara; y aunque varias veces quiso volverse por lo
largo y fragoso del camino, que se elevaba sobre rocas y em­
pinadas peñas, cediendo á la suave violencia que lo impelía,
al fin cobró ánimo y fue subiendo hasta que llegó al pináculo
de uno de los cerros de la peña adonde iba, y que exten­
diendo la vista por los inmediatos, alcanzó ¿ ver en otro de
ellos un resplandor grande, extraordinario, que no era de la
luz natural del día, sino muy superior á ella, y en medio de
la piedra ó picacho rodeado por tales resplandores divisó
unas efigies semejantes á las de Jesús, María y José.
En vista de tan extraña novedad determinó ir á buscar
lo que veía, y acelerando el paso, trepó cerro arriba hasta lle­
gar al sitio de la visión ; pero en vano fueron al parecer tantos
esfuerzos, pues nada encontró de lo que había visto, sino ro­
cas escabrosas y peladas entre espesos matorrales. Con el
ardor del sol, lo dificultoso de la subida y la agitación y fatiga
consiguientes se vio acosado por la sed ; trató de retirarse, y
bajando por una de las faldas de la peña, encontró á poco
trecho en una angostura una piedra redonda y hueca en for­
ma del vaso de una pila llena de agua pura, fresca y trans­
parente. Con tan afortunado encuentro se alegró y bebió de
ella la que fue suficiente para saciar la sed que le devoraba.
Pero luégo que satisfizo esta necesidad tan apremiante y des­
cansó un rato, entró en nuevos deseos de volver á registrar
lo que le parecía haber visto, y tomando la misma senda su­
bió otra vez á la peña conocida, y fijando con más atención
la vista descubrió clara y distintamente aquellas imágenes
Reseña <>35

que había visto, esculpidas en todo el ancho de la piedra, á


saber: la Virgen con el Niño en el brazo izquierdo; en se­
guida el Patriarca San José con una especie de fruta en la
mano, y al lado derecho de la Virgen un ángel sosteniendo
una custodia en sus dos manos ; todos en pie, de estatura
natural y de modo que se distinguían bien los cuerpos ó
figuras.
Hasta aquí dice—el Dr. Matallana—es la relación de Ber-
nardino de León. Ahora bien—continúa diciendo el devoto
sacerdote :—¡ quién será capaz de penetrar los sentimientos
que experimentaría este dichoso varón, por otra parte pobre
y abatido; con qué gusto, con qué júbilo y con cuánta humil­
dad y agradecimiento se postraría á dar gracias, alabanzas y
bendiciones á Dios! ¡ Cuántas veces volvería á mirar y remirar
estos santos objetos para satisfacerse y asegurarse que no esta­
ba engañado y que aquello no era una ilusión ! ¡ Cómo se lle­
naría de confusión y vergüenza considerando que cuando bus­
caba tesoros de la tierra había hallado los del cielo ! ¡ Con qué
empeño habría de convidar á sus amigos y conocidos dicién-
doles con el Real Profeta: venid todos, alabemos, cantemos
al Señor Dios de las Alturas ; venid y veréis las obras más ma­
ravillosas de su amor; venid, subid acá, que este es el monte
del Señor, el Monte de la mirra, donde el corazón se desata
en tiernas lágrimas de penitencia, donde el alma se estremece
de placer; el Monte Carmelo, á recibir fecundísimos dones de
gracias; el Monte Hermón, á participar del suave rocío de los
bienes eternos. Finalmente, subid al Monte de los Olivos á
recibir la santa purificación de vuestros corazones! ¡ Oh Mon­
te santo ! ¡ Ojalá nunca nos apartemos de tus faldas y ma­
lezas !
Cerciorado muy bien de lo que había visto el referido
León, observadas las señales y circunstancias del paraje, tra­
tó de retirarse, y buscando el sendero más breve y fácil vino
á la ciudad, entró al convento de los padres de la Compañía
de Jesús y dio noticia de todo á los Superiores, quienes lo
oyeron con cuidado y atención ; y saliendo de allí fue comu
nicando el hallazgo á todas aquellas personas que creía po­
dían interesarse y tomar con empeño la investigación de la
verdad de su relato.
Con tan maravillosa y peregrina noticia comenzó el pue­
blo á alborotarse ansioso de ver cosa tan estupenda, y mu­
chos subieron guiados por León al lugar o peña donde decía
estaban esculpidas las imágenes.
A consecuencia de un hecho ya innegable y notorio se
empeñaron varios sacerdotes y regulares con muchas perso-
Boletín de Historia y Antigüedades

ñas notables en practicar todas las diligencias necesarias para


probar su verdad y autenticidad. Se dieron las más activas
providencias por el Gobierno eclesiástico y civil y sus respec­
tivos cabildos, y con ayuda del arte se pulieron, limpiaron y
barnizaron las sagradas imágenes en la misma piedra. Y edi
ficándose allí una capilla de bahareque y paja se erigió un
altar, y con las licencias necesarias se facilitó lo que era me­
nester para poder darles culto. Previas esas diligencias y vis­
tos los respectivos documentos, todo fue aprobado por el limo.
Sr. Arzobispo Dr. D. Antonio Sanz Lozano. Se nombró sa­
cerdote que se hiciera cargo; se bendijo la capilla con el altar
muy adornado, y se comenzaron los sagrados oficios desde
el domingo de carnestolendas del año de 1686.

CAPITULO II

DEL SITIO EN QUE SE DEJARON VER LAS SANTAS IMÁGENES

Agrio y escarpado era el paraje en que se ocultaba la


hermosa Reina y sus guardianes, como si quisiese huir de las
miradas profanas de los hombres; pero al mismo tiempo so­
lícita por estar cerca de ellos para prodigarles escondida sus
incesantes favores, se había escogido ese albergue que domi­
na la ciudad y la Sabana. Posuerunt me custodem civitatis.
Era el tal sitio como un laberinto de riscos y picos ro­
callosos, plantado hacia el sudeste de la ciudad, á considera­
ble altura, y que da origen á las vertientes que forman las dos
quebradas de'Manzanares y La Peña, que unidas más abajo
forman el riachuelo que descendiendo por Belén y San Agus­
tín sirve de límite al barrio de Santa Bárbara. Era aquel lu­
gar una especie de estuche en que no había un palmo de tie­
rra sobre qué moverse, ni por la parte posterior, ni por el
frente, ni por los lados, y no se podía andar por allí sin riesgo
de rodar y de perder la vida. Grandes debieron ser pues los
esfuerzos y el valor de los fieles que arrostraron tántos peli­
gros para despejar y hacer accesible, á lo menos por un es­
trecho sendero, el plano que ya habían logrado formar, aun­
que de pocas varas de extensión en un principio. Después,
merced á la perseverancia de los trabajadores, se logró despe­
jar y terraplenar á nivel el espacio en que debía fabricarse la
capilla y estrecha hospedería, que más tarde se fueron ensan­
chando y aumentando con unas murallas de toscas piedras y
tierra; todo lo cual se perfeccionó al fin con recios cal y cantos.
Ya la fama había divulgado por todas partes la singular
invención de las efigies, y aun de lugares y pueblos distantes
A'éStñu f>37

acudían las gentes en piadosa romería á satisfacerse por sus


ojos y dar gracias á Nuestra Señora por tan grande favor. La
invocación de Nuestra Señora de la Peña, brotaba á porfía
dondequiera, haciéndose popular, y a ella acudían ya los fieles
en todas sus tribulaciones.
¿ Era todo este progreso obra humana ? Sí, pero también
lo era divina.
Mas luego que la amorosa Madre nuestra quiso dejarse
ver de sus hijos, necesitaba ya un amplio y digno santuario
como lo tenía en otros pueblos ; pues el que ella se había es­
cogido hasta entonces, en adelante no sería suficiente á aco­
ger la multitud de los mismos que iba á venir cada día á ma­
nifestarle su tierna gratitud y en demanda de los favores y mi­
lagros que ya empezaba á prodigarles. Tal vez por eso sería
por lo que en una bella mañana del año de 1714, cuando ape­
nas despuntaba la aurora por la cúspide de aquellos cerros y
cuando más desapercibidos estaban los amantes hijos de
Nuestra Señora de la Peña, se derrumbó con fragor la humil­
de capilla de pajizo techo, débil fábrica, expuesta al embate
de los huracanes y borrascas, tan comunes entonces en aque­
llos cuasi páramos ; y así quedaron otra vez las amadísimas
imágenes á merced de la inclemencia y desabrigo. < La causa,
dice el cronista, fue sin duda natural; pero sabemos que Dios
se sirve de los medios naturales para sus ulteriores designios.=

CAPITULO III

DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA CAPILLA DE CAL Y


CANTO Y TEJA

A pesar de la industria y esfuerzos de los fieles para re­


mediar el daño y seguir conservando la primera ermita, las
circunstancias locales demandaban apremiantes una fábrica
mejor ; y con este motivo trató el Dr. D. Dionisio Pérez, que
entonces servía de Capellán, de que se construyese el santua­
rio de paredes de cal y canto y cubierto de teja, siguiendo en
esto las instrucciones de su antecesor el Dr. D. Francisco
García de Villanueva, patrón, tesorero y Capellán primero,
que según declaración formal en su testamento dejaba pre­
venido en el mismo cerro todo el material de piedra, ladrillo
y madera, mas la necesaria cantidad de clavos que tenia en
la ciudad, con tres mil setecientos sesenta y siete pesos, todo
de su propio peculio, para la edificación del nuevo santua­
rio de Nuestra Señora, de quien era grande y fervoroso de­
voto. Procedióse pues á realizar el piadoso deseo, para lo cual
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se hizo cargo de la nueva obra el maestro albañil Dionisio


Peña, y con el trabajo de alarifes, oficiales y peones á quienes
asistía y acompañaba con empeño el Capellán Pérez de Var­
gas, pronto se concluyó la capilla conforme al anhelo univer­
sal, esto es, de cal y canto y teja, el miércoles 4 de Diciem­
bre, fiesta de la gloriosa virgen y mártir Santa Bárbara.
Acto continuo se trató de la limpieza y decoro corres­
pondientes ; se adornaron las paredes con algunos cuadros y
tapices y se formaron arcos y festones de ramas verdes y ale­
gres florecillas silvestres ; en fin, con cuanto fue posible á la
sencilla devoción de los concurrentes. Hecho todo esto, el d a
16, en virtud de las facultades que se concedieron por el Go­
bierno eclesiástico, en Sede vacante, la bendijo el Capellán
en unión de otros sacerdotes que con tal objeto concurrieron,
en presencia de numeroso pueblo, con toda la solemnidad po­
sible, nombrándose por titular y abogado al Arcángel San
Miguel. Ofrecióse en seguida el santo sacrificio de la misa con
gran pompa, terminándose así poco más ó menos la solemne
dedicación del nuevo templo con singular regocijo de las
gentes.
Refiere el Capellán Pérez de Vargas, en uno de los libros
del archivo, que el día 4 de Diciembre, terminada la obra por
completo, se congregaron los maestros, oficiales y otras per­
sonas á rezar el rosario en acción de gracias por el pronto y
feliz remate de la fábrica, y repentinamente asombrados, re­
pararon el rostro de la Virgen con diferentes semblantes : ya
era triste y lloroso, en seguida blanco y pálido, y por último,
rosado, alegre y risueño, circuido de grandes resplandores.
Conmovidos todos los circunstantes por tan extraño fenóme­
no, unos lloraban, otros entonaban cánticos de alabanzas, y
todos alborotados, cada cual deseaba mostrarse más y más
reconocido á tan piadosa y duJce Madre.
Casos como este—advierte el Dr. Matallana—no han sido
raros en la cristiandad, pues semejantes y más estupendos
aún, acredítanlos en sus escritos personas tan respetables
como el Padre Nieremberg, Ségneri y otros varones ilustres,
que han sido lumbreras insignes de la Iglesia por su ciencia y
su virtud.
CAPITULO IV
DE LOS MOTIVOS QUE HUBO PARA TRASLADAR LAS SANTAS
IMÁGENES

Parece que Nuestra Señora de la Peña se propuso sos­


tener la fe de sus devotos con este último prodigio, para la
Reseña ¿39

nueva prueba que se les iba á presentar. Todo era conten­


to y regocijo en los días que siguieron al 16 de Diciem­
bre, cuando el viernes 8 de Mayo de 1716, á eso de las dos
de la tarde, se derrumbó desde los cimientos la pared del lado
derecho de la capilla, pero de tal manera que ya no dejó en
lo humano arbitrio alguno para reparar el daño, pues todo el
material rodo á lo largo de la falda en todas direcciones.
Bien se comprende cjjál sería la aflicción de los buenos
santafereños al considerar la enormidad del desastre, que por
segunda vez y con circunstancias más agravantes dejaba á la
bendita Madre sin casa, sin culto, sin sacrificio, y lo que era
peor, sin recursos inmediatos para emprender nueva y cos­
tosa obra. Pero sobre todo, ¡ cuál sería su sorpresa al adver­
tir que semejante catástrofe había ocurrido precisamente el
día mismo en que la Iglesia celebra la fiesta de la Aparición
del Arcángel San Miguel, Custodio y Titular, como se ha di­
cho, del venerable santuario de La Peña !
Convencido ante todo el Capellán de la absoluta impo­
sibilidad que había en permanecer allí, resolvió tomar el par-
tido*de trasladar las imágenes á otro punto inmediato y más
plano que había en la falda del cerro, en medio de las dos
quebradas que ya se han mencionado en el capítulo segundo
de esta narración. La medida era necesaria, urgente y opor­
tuna, aunque fueron muy pocos los que la aprobaron, porque
palpaban los obstáculos que la hacían imposible en la prác­
tica. Los riesgos inminentes á que se expondrían las imáge­
nes, los peligros que habrían de amenazar al pueblo concu­
rrente, y en fin las ingentes sumas de dinero que se habrían
de consumir para realizar tal empresa cuando se carecía aun
de lo más necesario, y otras consideraciones no menos razo­
nables, hicieron que se recibiese con frialdad al principio este
proyecto.
Sin embargo, alentando su confianza el devoto Capellán
D. Dionisio Pérez de Vargas con la memoria de las miseri­
cordias divinas, y entreviendo en la reciente y prematura
ruina del santuario la voluntad de la Virgen, que parecía
significar con ella una vez más se la llevara á un lugar más
accesible á sus hijos adoptivos, los exhortaba ardorosamente,
recordándoles los ejemplos de las pasadas contrariedades, so­
licitaba por todas partes limosnas y sobre todo oraciones. En
una palabra, tomó el asunto con tanto empeño que sin más
vacilaciones pasó á impetrar las licencias necesarias de ambos
Gobiernos; previno en el punto designado una decente ca­
pilla de paja con su altar y un camarín alto en qué colocar
las imágenes para que pudieran ser vistas de todos. Para
bjt) Boletín de Historia y Antigüedades

mayor facilidad dispuso que éstas fuesen cortadas ó separa­


das por la silueta de la piedra principal, y convenido lo que
se había de ejecutar, concertó la obra con el cantero Luis de
Herrera, quien hizo el presupuesto de todos esos gastos; y
una vez resuelto todo al parecer, se recogieron los materiales
útiles, se levantaron andamios y se preparó lo necesario sin
mayor dificultad, porque el Capellán decía que la Santísima
Virgen lo mandaba expresamente y estaba en medio de ellos
para dirigirlo todo.
A principios de Junio, un mes después de la ruina de la
graciosa iglesita, comenzó el cantero á separar las imágenes
de la piedra principal, y concluyó su trabajo con éxito feliz
pocos días después. Inmediatamente, con la ayuda de po­
leas, de varas, de palancas y con el esfuerzo de varios y ro­
bustos peones, colocaron el sagrado grupo en bloque entero
sobre un andamio ó armazón de resistentes horquetas y grue­
sas vigas, una de las cuales se quebró en los primeros cim­
bronazos ; mas se le repuso prontamente y las demás se ase­
guraron muy bien.
Pero el deseo, el afán de dar cima á la empresa nonios
dejó reflexionar con calma en las contrariedades que ya se les
iban presentando, pues no habían caído en la cuenta, al em­
pezar la trabajosa marcha, de que la parte del camino que se­
guía de donde estaban y que era la más larga, era también
la más dificultosa y arriesgada. Paráronse á pesar suyo á con­
ferenciar de nuevo, y después de una larga discusión se con­
vino unánimemente, por no haber otro remedio, que el mismo
cantero Luis Herrera adelgazara el gran bloque lo más que
pudiese sin que las imágenes fueran á sufrir daño alguno ; con
advertencia de separar cuidadosamente la del ángel que tiene
la custodia en las manos para bajarla aparte de las otras.
El cantero principió de nuevo á trabajar con sus oficiales
el 22 del mismo Junio, y aunque trataba de apurar lo más
que podía, la delicadeza y cuidado de la obra no le permi­
tían adelantar conforme al deseo general. Tan pronto como
él hubo separado la efigie del ángel la colocaron sobre las
andas de vigas, y rezando las letanías, salves y otras oraciones
para implorar la divina protección, emprendieron otra vez la
peligrosa marcha con grandísimo cuidado. En tanto que el
ángel descendía lentamente por la falda de la peña, como
precursor y heraldo para allanar la senda y anunciar al pue­
blo fiel la próxima llegada de su Reina, que había dejado
arriba preparándose para bajar también, el cantero continuaba
su trabajo con grande interés, y consiguió entregar la obra
perfectamente acabada el 3 de Noviembre del mismo año.
Reseña 641

CAPITULO V

DE LA TRASLACIÓN Y TRIUNFAL ARRIBO DE LAS SAGRADAS


IMÁGENES

Una vez preparado todo lo que era menester para bajar


la preciosa carga del escarpado cerro con la seguridad posible
en aquel tiempo, señalóse el 30 de Noviembre para continuar
la interrumpida traslación de ella. No pudo menos de con­
moverse toda la religiosa Santafé con tal noticia, y como el
pueblo de Israel, vino también á acampar al pie de este otro
monte, para recibir la prenda de su alianza y el testimonio
de la divina protección, pues el Capellán D. Dionisio Pérez
y sus compañeros se ocuparon en los días precedentes en
recorrer las calles y entrar á las casas, y con cariñoso afecto
convidaban á los fieles á que fueran á La Peña en el fijado
día á ayudar y á solemnizar con su piedad personal la atre­
vida traslación de las imágenes. Grande fue efectivamente la
multitud que trepó hasta el lugar en que estaban éstas dete­
nidas, fuéra de la que quedó en la falda esperándolas desde
la víspera debajo de tiendas y de toldos para allanar el resto
del camino y adornarlo con arcos y festones. Mientras los de
abajo ponían su contingente de este modo en la obra magna,
los que se hallaban arriba, que eran cerca de mil entre hom­
bres, mujeres y niños, ocupábanse los unos en dar la última
mano al pedregoso sendero, con estacas, cercos de rama, tie­
rra, arena, ya para aplanarlo un tanto como para darle más
cabida; otros se colocaban detrás de las andas con gruesos
lazos y vigas para auxiliar á los cargueros en caso necesario ;
éstos aprontaban faroles y antorchas de hojas resinosas para
alumbrar el camino cuando entrara ya la noche; aquéllos, en
fin, recogían en la derruida ermita y en la casa los objetos y
trastos que debían bajarse de una vez. Todos trabajaban y ma­
niobraban, ninguno estaba ocioso y todo era devoción, arre­
glo y buen orden.
Como la intención del Capellán y de los otros que diri­
gían la empresa era colocar las andas al borde del descenso
para que el día 30 se siguiese la definitiva marcha, hubo
de retardarse un poco ésta, porque al llegar al sitio donde
debían colocarse se notó que era tan estrecho que fue pre­
ciso derrumbar un pedazo de la pared de la casa. La perseve­
rancia y la fe todo lo vencen: bien decía el Capellán, que
gustaba de citar textos latinos : Labor improbus omnia vincii.
642 Boletín de Historia y Antigüedades

Y así sucedió en todo el curso de la obra, como ya se ha visto


y se verá después.
Entre los que más trabajaron en esta jornada memo­
rable para el creyente pueblo granadino, se distinguió Ma­
tías Vega en tánto grado, que obtuvo y mereció entre los
vecinos y devotos el título de fundador de La Peña, no sólo
por lo que hizo en la antigua y primitiva capilla, sino por el
celo, actividad, constancia y generosidad con que luchó en
esta vez y Contribuyó al decoro y perfección de la segunda.
A pesar de que todo lo que se había hecho hasta el día
30 de Noviembre para el buen éxito del viaje tranquilizaba
algún tanto los ánimos, sin embargo había la convicción ge­
neral de que lo que faltaba todavía por hacer era espantoso ;
pues las santas imágenes no habían emprendido aún la últi­
ma jornada, y para realizarla ya no se necesitaba de más es­
fuerzos humanos, sino de un verdadero prodigio, de un auxi­
lio sobrenatural ; y efectivamente lo hubo, según el testimo­
nio unánime de centenares de testigos oculares. Cerca des
amanecer pues, cuando ya la aurora anunciaba con sus tintes
de oro y nácar el bello día, que era martes y el 1? de Di­
ciembre, puestos todos en procesión y buen orden, aco­
modados los cargueros en sus respectivos puntos, con las
bendiciones, oraciones y el fervoroso Ptocedamus in pace de
los sacerdotes, metieron el hombro á la pesada carga, y dada
la voz convenida de / adelante / alzaron con igualdad y em­
pezaron á andar con resolución.
Era de verse entonces el majestuoso cuadro que pre­
sentaba á lo lejos aquella sencilla pero solemne procesión.
Entre el claroscuro en que se inundan siempre las primeras
horas del día, destacábase sobre el filo perfilado de la peña
la inmensa muchedumbre tachonada de innumerables bujías :
las andas en que estaban las imágenes sobresalían en medio
de ella, y se distinguían ya las albas vestiduras de los sacer­
dotes que venían adelante. En una palabra, el silencio y
quietud de la Naturaleza, dormida todavía, realzaba sobre­
manera el imponente espectáculo, porque de cuando en cuan­
do la brisa matinal llevaba á todas partes las deprecaciones
tiernas de las letanías que las turbas dirigían á Nuestra Seño­
ra con pausado y formidable canto stella matutina, consola-
trix aflictorum, auxilium christianorum. Ora pro nobis. Y así se
la vio venirse lentamente á la cuchilla inmediata que tenía que
transmontar.
Cuando llegaron á ella, ya el sol se había levantado so­
bre el Oriente, y entonces pudieron ver con seguridad que la
Sagrada Familia iba á exigirles allí la última prueba de su
.Reseña 643

ardiente fe. A la verdad vieronse precisados á poner las an­


das en la punta de la serranía, porque el siguiente paso era ya
sobre una angostura limitada por un despeñadero que impedía
más ensanche por uno y otro lado. De pronto no era posi­
ble allanarlo por ser un filo rocoso intratable de otro modo
que no fuera á fuerza de piquetas y taladros, y el único que
daba acceso á la otra cima que había de dominarse también
para poder descender á una cañada que los llevaría á la fal­
da. ¿ Que hacer en tan apurado trance ? En lo humano no
quedaba otro recurso sino volver atrás penosamente y depo­
sitar las imágenes en lo que quedaba de la antigua capilla,
mientras que con taladros se ensanchaba el desfiladero, lo
cual demandaría mucho tiempo y muchos gastos. El general
desconsuelo llegó entonces á su colmo, y en vez del Ave Ma­
ría que se venía cantando últimamente, dejáronse oír los gri­
tos y alaridos de la parte femenina que, según dice el cro­
nista, es el contingente que ésta suele poner en los grandes
apuros.
De repente dijo el invencible Capellán con voz sonora :
" Nos queda un gran recurso todavía, y es nuestra fe, con la
cual podemos hasta trasladar los montes.= Postráronse de
hinojos todos, clavando la mirada suplicante en la augusta
imagen de María, y ¡ oh prodigio ! ¡ oh maravilla ! cuando
ellos volvieron de su angustioso mutismo, vieron las andas ya
del otro lado sobre la cima de la otra sierra, y en disposición
de que se las cargase fácilmente. ¡ Bendito sea Dios ! ¡ Bendi­
ta sea Nuestra Señora ! fue en seguida la exclamación univer­
sal. Es muy cierto que el hombre, tan fecundo como es para
expresar su dolor, carece de palabras para cantar dignamen­
te su alegría : sólo en el cielo le será revelado este lenguaje,
puesto que de allá nos vino la única palabra alta que tene­
mos: Aleluya,
Aparte de este acontecimiento verdaderamente sobre­
humano todo fue ya después santa alegría, vivida fe y de­
vota gratitud; pues con la veloz noticia de el precipitóse
cerro arriba innumerable multitud que con barras, picos, palas,
azadones y otras herramientas despejó más el sendero, por
donde serpenteando despacio la inmensa procesión logró al
fin coronar victoriosamente su jornada con la luz vespertina
del crepúsculo, porque el sol acababa de ocultarse.
Preciso complemento de ella fue otro prodigio, si no
más admirable, sí á lo menos digno de mención. En una de
las travesías ó revueltas, con la precipitación que algunas ve­
ces causaba la pendiente del descenso, el peso de las imáge­
nes y el tumulto de la gente que a ratos se remecía en fuer­
644 Boletín de Historia y Antigüedades

tes olas, se vieron apurados los cargueros, de modo que


perdiendo el equilibrio se rompió una de las varas principales;
con el susto soltaron las andas, y la piedra con todo su enor­
me peso cayó sobre la pierna de uno de ellos, oprimiéndosela
con otra piedra que se hallaba debajo. No poco trabajó costó
sacar al infeliz de esta prisión, aunque sí extrañaban que éste
no se quejara, cuando creían que no sólo la pierna sino gran
parte del cuerpo estuviera hecha pedazos. Todo lo que se le
oía decir era : < ¡ Virgen santísima, favorecedme ! ¡ Madre mía,
socorredme! = Mas al ver al hombre en pie, andando per­
fectamente y sin lesión alguna, sin un solo rasguño, alabóse
á Dios por todos, proclamando que éste era otro visible mi
lagro de la Virgen.

CAPITULO VI

DE LA RECEPCIÓN Y COLOCACIÓN DE LAS IMÁGENES EN LA


CAPILLA

Era pues la hora del Angelus cuando las imágenes de


la Sagrada Familia llegaron con su séquito á la punta de la
explanada que se extiende sobre la colina en que se les había
preparado el nueve albergue, humilde es verdad, pero tam­
bién risueño y tranquilo como la casa de Nazaret. Al verlas
la concurrencia incontable de todos estados, clases y edades,
que había estado esperándolas desde el 30 de Noviembre, en
toda la falda de la peña postróse de rodillas, y hubo muchos
que en esta posición se fueron arrastrando hasta llegar á su
encuentro. En el instante en que la muchedumbre que venía
de arriba se confundió con la de abajo, desbordóse el entu­
siasmo en infinitas señales que más para ser descritas, son
para imaginarlas. Conmovedora sobre todo fue la escena que
hubo entonces delante de las andas: un grupo de niños de
ambos sexos presentó á la Virgen en nombre de la ciudad el
saludo de bienvenida, en dulces y sentidas estrofas. Era el
hosanna que los hijos de este nuevo pueblo de Jacob cantaban
á Jesús y á su bendita Madre en la entrada triunfal que á él
hacían. Ex ore infantium et lactentiun perfecisti laudem (1).
En seguida el Dr. D. Diego Pérez de Vargas, Cura de
Guateque y hermano del Capellán, acompañado de otros sa­
cerdotes revestidos todos con los correspondientes ornamen­
tos sagrados, fue á presentar también á las venerandas imá-

(I) Salmo VIH, 2.


Reseña

genes, con las ondas perfumadas del incienso, el saludo de la


Iglesia granadina, entonando el bello himno Ave Maris Stella.
Y asi, entre las armonías del canto, los repiques de campa­
nas, el estruendo de los fuegos de pólvora, con el ruido acom­
pasado de los instrumentos músicos que tocaban muchos indios,
entro por fin la procesión al nuevo templo. Acto continuo
subieron las efigies al alto camarín, y una vez colocadas en él,
cantóse solemnísimo Te Deumi resonando por primera vez en
aquellas soledades las graves notas de ese himno que es la
expresión sublime á Dios de la humana gratitud.
Como la capilla era pequeña, fue preciso mantenerla
abierta durante esa noche, porque ninguno de los concurren­
tes quiso volverse á su casa sin haber visto á Nuestra Señora
entronizada ya en su nueva posesión. Se le veló pues toda
la noche, se le cantaron muchas salves, y cuando amaneció
el 2 de Diciembre, preparado ya el altar y engalanada la igle­
sia, volvió á ofrecerse el sacrificio de la misa sobre el ara del
santuario de Nuestra Señora de la Peña. Parecía—dice el
autor de la citada crónica—que el semblante de las efigies se
había animado ; una especie de sonrisa se veía en ellas, como
agradeciendo tántos obsequios.
Hasta aquellos alrededores, antes desnudos y estériles,
comenzaron con el tiempo á animarse también. A poco apa­
recieron uvas silvestres, el oloroso laurel, compañero insepa­
rable y testigo en nuestros pesebres del nacimiento del Di­
vino Niño, y otras plantas. Se hubiera dicho que todas ellas
ensayaban plantar en los contornos su rústico jardín.
Aunque las estatuas, según se dijo al principio, estaban
esculpidas en la piedra del tamaño natural, á esta segunda
ermita no llegaron sino de las rodillas para arriba, segura­
mente ó no estaría sino esfumada en la roca la parte que les
faltaba, ó el cantero al separarlas de la piedra madre resolvió
prescindir de ella para aligerar su peso. Lo cierto es que así
habían permanecido desde entonces, hasta que el que escribe
estas páginas determinó completarlas como se verá más
adelante. El primero que las retocó ya con arte fue el famoso
escultor D. Pedro Laboria, siendo Capellán el Bachiller D.
Baltasar de Mesa en Agosto del año de I73°j nadie después
de él las había vuelto á tocar.
De desearse hubiera sido en todo caso que el bello gru­
po hubiese conservado su sencillez original, ostentando siem­
pre el material primitivo en que fue formado ; pero la devo­
ción de los capellanes y de los fieles, y sobre todo el gusto
de ese tiempo no se contentó con mantenerlos asi, y pronto
.646 Boletín de Historia y Antigüedades

lo cubrieron' con ricos vestidos, alhajas preciosas y otros


adornos de la época.
Ahora tal vez podrá preguntar el curioso lector, ¿quién hizo
estas imágenes ? No hay tradición segura de ello. El Dr. Mata-
llana para contestar á tal pregunta trae á colación en su cróni­
ca aludida el piadoso relato de un manuscrito que él halló en­
tre los libros del archivo de La Peña y que inserta íntegramen­
te. Por este manuscrito, cuyo autor fue una religiosa de uno de
los conventos de aquí, se creyó desde el principio de la inven­
ción de las imágenes que ellas no tenían artífice humano. Que
el Cielo quiso significar con ellas á los granadinos que tanto su
país como la ciudad capital estaban encomendados á la tute­
la especial de la Sagrada Familia, y que por eso la imagen de
San José está en actitud de dar al Niño una granada. Que el
grupo representa á Jesús, María y José en viaje á Jerusa-
lén para ir á cumplir con el rito de la presentación en el tem­
plo ; y que Nuestra Señora quiere que se la mire y se la invo­
que allí como á la salud de los enfermos, refugio de los pecado­
res, consuelo de los afligidos y auxilio de los cristianos; que se
la honre en La Peña en la advocación de los Dolores, de las
Mercedes y de su Concepción Inmaculada ; en fin, que el
ángel que acompaña al grupo es la imagen del Arcángel San
Gabriel, ministro y principal guardián de la Sagrada Familia
mientras vivió en la tierra.
Seguramente debido a este manuscrito, que tuvo su re­
sonancia en aquel tiempo, se creía también, y aún se tiene fe
en que la advocación de La Peña defiende á la ciudad de
total ruina en los temblores de tierra, tan comunes como son
en la América del Sur. En una palabra, el que quiera imponer­
se de todo lo que dice este curioso documento puede verlo en
la citada historia del Dr. D. Juan Agustín Matallana, capítulo
VIL Aquí no se transcribe porque no se ha juzgado necesario,
y si se ha hecho alusión á ella, es porque comoquiera que
sea, él forma hoy un testimonio de la grande estima y vene­
ración en que se pudo tener el santuario de La Peña.

CAPITULO VII

DE LA FÁBRICA DE LA IGLESIA ACTUAL Y DE LA FUNDA­


CIÓN DE LA COFRADÍA É INDULGENCIAS CON QUE ESTÁ
ENRIQUECIDO EL SANTUARIO DE LA PEÑA

Era natural que con la famosa traslación de las efigies


se aumentase entre los fieles más y más su devoción y amor
Reseña f>47

por ellas. Establecióse desde entonces con este motivo, como


un tributo obligado para las familias que vivían en la ciudad,
la piadosa costumbre que había hasta hace poco de ir á visi­
tar á Nuestra Señora de La Peña siquiera una vez al año.
Las romerías de las gentes de fuera se hicieron más frecuen­
tes, y era de verse á no pocos peregrinos subir descalzos, arro­
dillados ó con los brazos extendidos, los recuestos y senderos
que llevan á la cumbre de la bendita colina ; hasta del Ecua­
dor y Venezuela vinieron algunos, y el nombre de Nuestra
Señora en su santafereña advocación fue á resonar aun á los
países más remotos de la América latina.
Mas en aquel tiempo, viendo el Capellán Pérez de Var­
gas cómo la amorosa madre celestial le recompensaba gene­
rosamente sus esfuerzos con las gracias y favores que á dia­
rio recibían todos los que iban á acogerse á la milagrosa
imagen de ella, resolvió cambiarle por un templo más digno
la capilla de paja que por el pronto le había preparado. Y
en esta vez dejaron su nombre en la lista de los benefactores
D. José Salvador Ricaurte, D. Luis Acero, D. Juan Galeano,
D. Agustín Villanueva, D. Francisco Javier Martínez, y de
nuevo con lujo de largueza D. Matías Vega. Con los auxi­
lios pues de éstos, con las ofrendas de todos los devotos y
con la valiosa ayuda de varios sacerdotes pudo el infatigable
Capellán comenzar, sostener y concluir la fábrica de la igle­
sia que hoy existe, en el mes de Febrero de 1722. Celebróse
su dedicatoria con m¿is pompa y regocijo todavía que en las
veces anteriores, por ser mayor la concurrencia y más abun­
dantes y espléndidos* los medios que se pudieron emplear en
esta solemnidad, puesto que ¡a nueva situación se prestaba
grandemente á todo ello. Hubo el sábado por la tarde, 14 de
Febrero del mismo año (1722), oficio de vísperas cantadas,
fuegos artificiales de pólvora, iluminación externa de la igle­
sia y gran variedad de agrestes músicas llevadas por los ro­
meros. Veintiún años se cumplían el día siguiente, en que se
hizo la dedicación, domingo de Carnestolendas, de haberse
dicho la primera misa ante las santas imágenes allá en la er­
mita primitiva.
A juzgar por la amplitud y estructura que presenta hoy
el edificio debió de exigir al levantársele toda la energía y
habilidad de su tiempo; pues fuéra de la torre, que es moder­
na, tiene como se ve dos capillas, cúpula y además soportaba
á la derecha un robusto y pesado campanario. Tenía también
una fuente abroquelada como la tienen aún muchos célebres
santuarios. En general, toda la fábrica, con el camarín, la
sacristía y la casa de hospedaje que se concluyeron poco
648 Boletín de Historia y Antigüedades

después, eran de piedra. Y en cuanto á su ornamentación,


decoro, muebles y demás utensilios consiguientes, baste decir
para que se tenga idea de todo, que si la iglesia conservara to­
davía sus joyas de filigrana, las alhajas de oro y plata, sus bro­
cados de tisú, sus arañas de cristal y espejos venecianos, sus
cuadros al óleo y los relieves en marcos de carey y de dorada
y primorosa talla, hoy se le podría formar un tesoro seme­
jante á los que muestran con orgullo á los viajeros las cate­
drales de Europa.
Tal era el estado en que se hallaba el santuario de La
Peña cuando los sacerdotes que cuidaban de él resolvieron
para mayor esplendor suyo fundar una confraternidad que
le sirviese en lo sucesivo y para siempre como de guardia
palatina. Al efecto celebraron varias Juntas, hicieron consti­
tución y dieron reglas, y una vez informado del proyecto el
Gobierno eclesiástico, por conducto suyo se dirigieron á
Roma, previos los documentos legales bajo el régimen del
Capellán, Dr. D. Baltasar de Mesa, sucesor inmediato del in­
signe Pérez de Vargas. Era á la sazón sumo Vicario en la
Iglesia universal nada menos que el egregio Pontífice Bene­
dicto XIV.
Informado plenamente como fue el Padre común de los
fieles, por la congregación correspondiente del singular ori­
gen de la advocación de Nuestra Señora de la Peña, en la
ciudad de Santafé, capital del Nuevo Reino de Granada,
vista la petición y examinada la copia que del relato apun­
tado en los libros del archivo de La Peña habían enviado á la
Cancillería romana los Capellanes Pérez de Vargas, Baltasar
de Mesa y el Dr. Urretavizque, y en atención también al es­
tado floreciente en que se hallaba la dicha advocación, resol­
vió Su Santidad despachar para la Nueva Granada una Bula
pontificia el 6 de Marzo del año de 1750 en que aprobaba todo
lo hecho en el santuario de La Peña y le concedía benig­
namente á la Hermandad de Santa María de La Peña tres
perdurables indulgencias plenarias ante todo lo demas. Una
para el día en que con las debidas condiciones se alisten los
fieles en la cofradía; otra de vísperas á vísperas en el día de
la fiesta, que se señaló con carácter invariable para el domin­
go de Carnestolendas, esto es, el domingo precedente al miér­
coles de ceniza, con aprobación del Ordinario diocesano, y
la tercera para el supremo instante de la muerte de cada co­
frade, siempre que arrepentidos confesaren y comulgaren, y
de no poderlo hacer así, si invocaren, á lo menos con la mente,
los dulces nombres de Jesús, María y José. Concedióles ade­
más por medio de la expresada Bula siete años de perdón
Reseña b4g

para las fiestas del patrocinio de San José, de Santa Ana, de


San Joaquín, y para el aniversario de la Dedicación del Ar­
cángel San Miguel, patrono tutelar, según se ha dicho ya, del
santuario de La Peña; finalmente, sesenta días de indulgencia,
perdurable también, por todos los actos de piedad que ellos
hicieren en La Peña, ó los de caridad, sea donde fuere, siem­
pre que los cumplan conforme á lo dispuesto en tales casos;
Recibióse aquí el documento apostólico con el júbilo y
gratitud que son de suponerse en esos tiempos de fe. Con la
promulgación suya y la noticia de las gracias concedidas á la
confraternidad se propagó por todas partes, y el escapulario
de tela azul y cordones blancos, que empezó á usarse enton­
ces como distintivo de ella, á poco campeaba ya sobre el pe­
cho de todo granadino. Fue más aún : en devoción de las
iglesias, de los conventos y casas de familia se pintaron una
multitud de lienzos, miniaturas y exvotos de Nuestra Señora
de La Peña, de los cuales todavía se ven algunos de ellos en
una que otra parte. En una palabra, tan saludable fue el in­
flujo que trajo á la advocación la Bula pontificia, que ella se­
ñala en los anales del santuario de La Peña el principio de
la éra más prestigiosa que él tuvo entre nosotros por cerca
de sesenta años.

CAPITULO VIII

DE LAS PROPIEDADES TEMPORALES QUE TUVO EL SANTUA­


RIO DE LA PEÑA Y DE LAS CAUSAS DE SU DECADENCIA

Sábese hoy, aun por testigos ocujares que viven toda­


vía, que el patrimonio temporal de Nuestra Señora de La
Peña lo formaba principalmente un gran cofre de joyas que
se guardaba en la sacristía de su santuario y con las cuales
se engalanaban las imágenes de arriba á abajo paralas solem­
nidades de Carnestolendas y del diez de Agosto, aniversario
de su aparición. Consistía en muchísimos prendedores, ani­
llos, zarcillos, brazaletes, cinturones, collares, cintillos y rosa­
rios, todos de fino oro y los más de ellos recamados de pre­
ciosa pedrería y de escogidas perlas y corales. El tal joyel
era doblemente valioso porque representaba el testimonio se­
cular del entusiasmo, amor y gratitud que había habido en­
tre los fieles por aquel santuario, desde el día de su erección.
Hoy ya nada le ha quedado de aquella antigua riqueza, y
las pocas joyas que en el día tiene la sagrada imagen de Nues­
tra Señora se las ha adquirido de nuevo desde el principio
del presente siglo.
IV—42
bso Boletín de Historia y Antigüedades

Los bienes raíces que se sabe fueron de La Peña en


otro tiempo, son en primer lugar el terreno comprendido en­
tre las dos quebradas que se desprenden del cerro de la apa­
rición, quedando incluido éste, hasta la confluencia de ellas,
que es bien abajo de donde está hoy edificado el santuario;
se los donaron voluntariamente, conforme dice el cronista,
los primeros dueños Marcos, José y María Meló en 19 de
Marzo de 1723. Habla también el Dr. Matallana de una mina
de carbón del lado de Fucha, que en un tiempo estuvo en
pleito doble y que la habían donado Felipe Rico y Andrea
Moreno. Seguramente desde entonces se perdió esta dona­
ción, porque dos años después de iniciados los pleitos (año de
1810) principió la decadencia y olvido del santuario de La
Peña, por las causas que se apuntan más adelante. Era igual­
mente de propiedad suya una casa por la parte baja de Egip-
•to y un lote grande de tierra abajo de Belén.
Por último se apuntan dos capellanías fundadas en ho­
nor de Nuestra Señora de La Peña, la una por los Sres. Die­
go é Isabel Pérez de Vargas, y la otra por el limo. Arzobispo
Dr. D. Antonio Alvarez de Quiñones ; el mismo que rega­
ló á la Catedral de esta Metrópoli de Bogotá la preciosa cus­
todia que hoy se admira en ella
Estos eran, entre otras muchas donaciones de que apenas
queda memoria, los principales bienes que tenía La Peña,
y que fue perdiendo poco á poco, á favor de la penumbra que
le fue preciso atravesar desde el año de 1810 hasta que llegó
con los últimos despojos al negro y ancho abismo que se
abrió para el patrimonio de la Iglesia colombiana en la revo-
lnción del año 1860. Sin embargo, el cofre de las joyas se
salvó en esa vez, merced á la benéfica tutela que por aquel
tiempo tenía del santuario el Dr. Caldas, como Capellán, y
veinte años más tarde, le había administrado, cuando el Or­
dinario no encontró de pronto quién se hiciese cargo de él
gratuitamente, por muerte del Dr. Marcelo Hurtado, quien
lo estaba administrando ya por mera devoción y patriotismo
religioso; entretanto desapareció el cofre y hasta el sol del
día de hoy no ha habido rastro suyo á pesar de las publica­
ciones y alegatos á que entonces dio ocasión el atentado sa­
crilego.
Ahora, ¿cuál fue la causa primordial para que el venerado
y antiguo santuario de La Peña viniese tan á menos, siendo
así, como en verdad lo es, que fuera tan amado de los santa-
fereños y en general por todo el pueblo granadino ? ¡ Oh! si
los que vieron el auge á que había llegado la milagrosa advo­
cación en 1809 fuesen los que contestaran hoy esta otra pre-
.Reseña

gunta del compasivo lector, de seguro que antes de responder-


le exclamarían con el Dante Alighieri :
Nessun maggior dolore
Che recordarsi del tiempo felice
Nella miseria.
Sucedió pues que á poco de haber ido á fines de aquel
año el Virrey D. Pedro Amar con ostentosa comitiva en pe^
regrinación á La Peña, como germinarse ya la idea entre los
sudamericanos de emancipar la colonia de la monarquía es­
pañola, á ejemplo de Amar y su Cabildo, subieron también
los proceres, pero sigilosamente, á encomendar á la Virgen la
empresa que meditaban, con el fin de enardecer el entusiasmo
patriótico. Mas después de las primeras tentativas, habién­
dose restablecido al parecer el antiguo orden de cosas, la Real
Audiencia, sabedora ya del voto de los patriotas, dispuso en
seguida que se cerrase el santuario, se recogieran las novenas
y oraciones suyas y se destruyesen las imágenes si era nece­
sario, porque decía ella que los insurgentes estaban haciendo
ver al pueblo ignorante y crédulo que las efigies de Jesús,
María y José de La Peña estaban de su parte, es decir, que
protegían la causa de la rebelión filial contra la venerable
madre España.
Tocó al Dr. Juan Agustín Matallana cumplir dolorosa­
mente la clausura como Capellán, porque acababa de entrar á
reemplazar en ese oficio tan grato para él al Presbítero Dr.
Ignacio Alvarez del Busto ; y aunque después de diez meses
de mortal silencio en La Peña, como volase el Capellán á abrir
sus puertas y echar también las campanas á vuelo en el si­
guiente día de la noche en que se proclamo aquí la indepen­
dencia colonial, ya de ahí para adelante, en todo el tiempo
de la Patria Boba, no pudieron ir á las solemnidades de eos
tumbre sino los habitantes de la ciudad, porque á los de las
provincias y de fuéra les fue imposible volver, á causa de las
continuas revueltas en que se sumergió el país durante ese
primer período de vida independiente. Después vino con el
pacificador Morillo la espantosa éra del terror, y entonces ni
aun los sántafereños se atrevieron á subir á La Peña, puesto
que todavía se recordaba vivamente el terrible incidente que
había habido entre aquel santuario y la Real Audiencia.
En definitiva la primera y grande victima que hubo de
sacrificarse en las aras de la guerra magna fue el amadísimo
santuario de La Peña, porque habiendo tenido que en­
mudecer por diez años, cayó por eso en el olvido, y des­
pués en la ruina y la miseria en que lo hemos visto en las
postrimerías del siglo diez y nueve.
(>52 Boletín de Historia y Antigüedades

CAPITULO IX

DE LOS CAPELLANES QUE HAN ADMINISTRADO EL SANTUA­


RIO DE LA PEÑA

Sin duda alguna débese á los sacerdotes que han des­


empeñado el piadoso oficio de capellanes de La Peña todo
lo que ella fue y le queda todavía, aunque sea el recuerdo no
más de su pasada grandeza ; pues tiene el tal santuario un
secreto y dulce efluyio que ha sabido inspirárselo siempre á
todos los que haá ido á administrarle para .que trabajen
por él y le gasten en amor suyo los mejores años de su mi­
nisterio sacerdotal.
El primer Capellán que tuvo fue el Dr. D. Francisco
García de Villanueva, quien trabajó con tanto ahinco por el
culto de Nuestra Señora de La Peña, que en menos de siete
mesáfe después de su aparición, ya el nombre de ella era co­
nocido por doquiera, y cuando murió, que fue en 1710, estaba
la capilla arriba tan bien paramentada que por devoción suya
había dispuesto se le enterrase con ornamentos de allá, y así
se hizo porque los había de sobra. Los fieles lo aclamaron á
su muerte venturoso fundador de aquella advocación.
Entró á reemplazarle inmediatamente el bachiller D.
Dionisio Pérez de Vargas, quien, como se ha visto en la pre­
sente narración, fue el que edificó en el cerro la segunda er­
mita, pero ya de cal y canto; el mismo que acometió la em­
presa de su admirable traslación á la capilla de paja, pre­
parada por él de antemano á las imágenes en la falda de la
misma peña, y en donde les edificó la iglesia que han venido
teniendo hasta el presente. Entre todos, pues, éste se lleva
la palma como insigne benefactor de La Peña,
Le sucedió como Capellán interino el Bachiller Dr. Bal­
tasar de Mesa, á quien tocó fundar la cofradía, informar á
Roma de todos los acontecimientos hasta entonces relativos
á la milagrosa advocación, y promulgar solemnemente la
Bula que en honor suyo expidió el sapientísimo jerarca de
la Iglesia universal Benedicto XIV.
El Dr. D. Diego Pérez de Vargas siguió al Capellán de
Mesa, no tanto por derecho, advierte el cronista, sino por
condescendencia del Gobierno eclesiástico en atención á la
meritísima memoria de su hermano D. Dionisio. Heredero,
pues de su título, debió aquél de llenar las esperanzas traba­
jando con el mismo celo, puesto que duró hasta el año
de 1753.
Reseña <>53

Entró á reemplazarlo su sobrino D. Tomás Pérez de


Vargas, apoyado, como cuenta la citada crónica, por la paren­
tela y un título simple de D? Isabel Pérez, vecina de la pa­
rroquia de Santa Bárbara, quien se creía patrona ya por sus
propios recursos como por los que á La Peña le habían pres­
tado también los dos parientes suyos, que eran los Pérez de
Vargas anteriores. Seguramente en la administración de es­
tos dos Sres. Vargas se concluyeron los altares de las dos capi­
llas, porque eran obra comenzada por el Capellán D. Dionisio,
que no alcanzó á terminar; así se explica también el interés
que hubo en que fuesen capellanes estos dos últimos señores.
El Dr. D. José Agudelo fue nombrado Rector inte­
rino en 1767 para sustituir por lo pronto al sobrino de los
dos Pérez de Vargas ; pero no duró sino tres años ; sin em­
bargo alcanzó á hacer el altar de Santa Ana, cuyo cuadro
era pintado por el maestro Figueroa. En 1771 fue declarado
Capellán en propiedad el Dr. D. Francisco Antonio Garay,
quien por no poder dejar su curato de Santiago de las Atala­
yas, nombró como excusador suyo al Dr. D. Miguel Rugero.
Ocupóse éste en su período en edificar las casitas que estaban
diseminadas en la vera del camino de La Peña y en los alre­
dedores del santuario, ya para dar posada á los muchos pe­
regrinos que venían de fuéra con frecuencia, como para que
acampasen las multitudes durante el día de sus grandes
fiestas.
Después de él siguió el Dr. D. Andrés Joaquín Gonzá­
lez de la Pava, quien fue nombrado Capellán interino desde
el año de 1788. Hizo en su tiempo el altar de San Joa­
quín (1) y dos más que había también en el cuerpo de la
iglesia á uno y otro lado, y de los cuales no queda hoy sino
su sola memoria.
Sucesor suyo fue el Dr. D. Tomás Bermúdez, quien
adornó la iglesia con una colección de cuadros al óleo que
representaban los principales pasajes de la vida de Nuestra
Señora.
A éste siguió el Dr. D. Lorenzo José Ferreira, á cuyo
interés fue pintado en la primera pechina de la cúpula un San
Lorenzo al fresco.
Como pronto fue reemplazado el Dr. Ferreira por el
Presbítero D. Ignacio Alvarez del Basto, que entró á fines
del año de 1805, á devoción suya pintaron en la otra pechina

(i) El cuadro de San Joaquín existe aún y es un bello lienzo ejecutado por
el inmortal Vásquez Ceballos.
6^4 Boletín de Historia y Antigüedades

una imagen de San Emigdio, por los terribles temblores de


ese año, que hicieron tambalear la cúpula del santuario.
En Septiembre del año de 1809 entró de Capellán el
piadoso sacerdote Dr. D. Juan Agustín Matallana. Como se­
gún queda dicho, él presenció con la violenta clausura del
santuario de La Peña el principio de su decadencia, como
había visto también los días más solemnes de su prestigiosa
veneración, fue pues para él lo que el profeta Jeremías
para Sión y su templo. Efectivamente, se subía á La Peña,
y allí á favor del desolador silencio que le rodeaba, sentábase
á escribir las memorias de la amada advocación, á preparar
himnos, oraciones y ejercicios en honor suyo, para publicarlos
cuando pasara el tiempo de la prueba y llamar con ellos otra
vez al pueblo fiel á las dulces y santas solemnidades de La
Peña. Así lo hizo después del 20 de Julio de 1810; pero
viendo que las festividades ya no tenían la misma gloria de
antes por la escasa concurrencia, amplió más sus elegías y
tornó á publicarlas en 1815. Viae Sion lugent (i), exclama
en una de ellas: * * Lloran los caminos de Sión porque no
hay quien venga á sus solemnidades; destruidas están sus
puertas, desolados sus sacerdotes y yace toda ella agobiada
de dolor, / oh vos omnes qui transitis per viam ! ¡ oh, vos­
otros todos los que pasáis por el camino, deteneos y mirad si
hay dolor igual al mío ! =
No pudo presenciar en esta vez el noble Capellán el eco
que producirían sus quejas, porque á poco comenzaron los
cuatro años del terror, ni tampoco se sabe qué fue de él en
ese entonces ; ardoroso patriotS como era, tal vez correría la
suerte del Dr. Omaña, quien siendo Cura de la Catedral, tan
luégo como firmó el acta de la Independencia el 20 de Julio
fue á sentar en los libros parroquiales una partida de bautismo
en la que puso : < Bauticé al niño fulano’de tal, hijo legítimo
del ciudadano tal y de la cittdadana cual.= Yo no recuerdo aho­
ra los nombres, pero así lo vi escrito de su puño y letra en los
citados libros. ¡ Cómo apreciaban nuestros mayores el don
inestimable de esta libertad que nos legaron y de la cual
hoy ¡ quién lo creyera, estamos renegando, porque ya su
dulce peso nos agobia! Nos parecemos en esto al pueblo de
Israel cuando llegó á maldecir de su cuotidiano maná

(i) Lamentaciones de Jeremías, c. I.°—4.


Reseña t>55

CAPITULO X

CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR *

Tocó á un sacerdote, á quien llamaban el Dr. Sueño, ir á


La Peña como Capellán después del Dr. Matallana, á reco­
ger otra vez las piedras dispersas del santuario, á reconstruir
su aray á enardecer de nuevo el fuego sacro de la devoción
popular, que su predecesor había dejado oculto por medio de
sus escritos en el corazón de los buenos santafereños.
Le siguió el Dr. D. Manuel Zabala, quien fue nombrado
ya por el primer Arzobispo de la naciente República de
Colombia. Su período de Capellán debió llenarlo también con
la obra de reparación emprendida por su celoso predecesor.
Y aun cuando no venga muy al caso, no puedo prescindir de
hacer aquí una alusión á la memoria del limo. Arzobispo D.
Fernando Caicedo y Flórez.
Muchas veces he oído decir que por qué elegiría el pri­
mer Congreso de la Gran Colombia para Arzobispo ese ancia­
no tan decrépito, siendo así que entre el venerable Colegio
de la clerecía de aquel tiempo había tantos que como él po­
dían mostrar las gloriosas cicatrices de su acendrado patrio­
tismo.
El Sr. Caicedo, además de la grande hoja de servicios que
tenía por la causa de la independencia nacional, tenía también
como ninguno otro la de sus antecedentes personales. Per­
teneciente á la antigua familia de los Caicedos de Saldaña, que
fue entre nosotros mtitatis mutandis lo que la casa de los Mé-
dicis en Italia,, cuando fue Provisor y Gobernador de la Ar-
quidiócesis supo continuar las tradiciones de aquélla. Los
suyos habían edificado entre otras obras para el bien público
el cementerio, el antiguo convento é iglesia de Santa Inés y
el colegio y monasterio, de la Enseñanza, que hoy sirve de
Escuela de Bellas Artes, con su respectiva iglesia. El á su
vez fundó la casa del Dividivi para los ejercicios espirituales
y edificó la Catedral actual, cuyas memorias nos dejó tam­
bién escritas de su propia mano. ¿ Que mas ? Era de un ta­
lento superior y bien cultivado por las letras y las ciencias
eclesiásticas, amén de las relevantes virtudes que adornaban
su grande alma. ¿ Porqué pues el venerable decano del
clero secular de entonces no había de merecer primero que
cualquiera otro el solio de Lobo Guerrero, fundador del Co­
legio de San Bartolomé ; del sabio y santo Arias de Ugarte,
de Cristóbal de Torres, dueño del Colegio del Rosario; de
656 Boletín de Historia y Antigüedades

Caballero y Góngora, magnánimo progenitor de nuestra auto­


nomía nacional, y finalmente, ¿porqué no había de sentarse en
el trono de Martínez Compañón, pariente suyo ? Era pues
muy jtisto que el Sr. Caicedo subiera á ese solio, más bien
que encorvado por los años, por el ingente peso de sus gran­
des méritos. Y hecha esta salvedad, que el lector ha de dis­
pensar benévolamente, seguiremos con los humildes é ignora­
dos capellanes de La Peña.
El Dr. D. Juan Gualberto Caldas entró inmediatamente
después del anterior, y fue por mucho tiempo Rector del
Santuario de La Peña, pues estuvo allí desde el grande Arzo­
bispo Mosquera hasta el Gobierno del limo. Sr. Herrán, en el
cual murió siendo todavía Capellán del santuario. En la adminis­
tración suya volvieron á ser frecuentes las visitas de los bogota
nos á La Peña,*y aun hay algunas respetables matronas que
cuentan haber celebrado la velación de sus matrimonios allá
por mera devoción. Las gentes de fuéra volvieron también ya,
pero una vez al año no más, para la fiesta de Carnestolendas,
única costumbre que ha venido hasta nuestros días.
El Presbítero Dr. Marcelo Hurtado sucedió al Dr. Cal­
das, y su gobierno fue igualmente largo y muy benéfico.
Reedificó el camarín y el presbiterio de la iglesia y procuró
adornarla nuevamente. En una palabra, era muy amante de
Nuestra Señora y le dejó varios muebles fabricados por sus
propias manos.
En seguida vino el Presbítero Eugenio Martínez, que
estuvo dos veces de Rector y en ambas se ocupó en retocar
algunos cuadros é imágenes porque conocía bien ese arte, y
por último principió y adelantó un tramo que ya no existe,
para suplir la casa presbiteral, que se había arruinado mientras
no hubo sucesor para el Dr. Hurtado. Acuérdome que muer­
to D. Eugenio, los fieles pusieron sobre su cadáver una palma
blanca de rosas y azucenas, como emblema de su inocencia
bautismal.
Fray León Caicedo, que estuvo también dos veces, em­
pedró el camino que va de Egigto á La Peña é hizo que la
Compañía de gas, poseedora actual del terreno en que se halla
el santuario, le reconociese á la Arquidiócesis por escritura
pública la propiedad del lote en que está edificado, con el de
la casa contigua y su solar.
El Presbítero D. Ignacio Parra, que se esforzó en reme­
diar los daños del edificio que amenazaba ruina inminente y
consiguió proveer la sacristía de los ornamentos más precisos
para el culto, porque los pocos que le quedaban desdecían ya
de su decoro, reemplazó al Padre León.
Reseña <57

Toco al Presbítero D. Policarpo Losada investigar el


postrer despojo que sufrió la iglesia de los antiguos ornamen­
tos y vestidos de las imágenes ; si hoy los guardara La Peña,
se podría decir de ellos con Virgilio: < Apparent rari nantes
in gurgite vasto” (i).
El Presbítero D. Antonio Franco, tan luego como entró
de Capellán, hubo de poner manos en la obra de demoler la
torre primitiva y descargar la fachada de la iglesia, porque ya
era peligroso cumplir con la inscripción que había sobre la
puerta y que la tradición decía se había hallado esculpida en
la misma piedra ó roca en que estaban las efigies:
Quien pisare estos umbrales
Salúdeme con amor,
Pues soy la madre mejor
Que han tenido los mortales.

Fue preciso entonces al limo. Sr. Arzobispo Dr. D.


José Telésforo Paúl, de inmarcesible memoria, nombrar al
Presbítero D. Manuel Almonacid, sacerdote ejemplar por sus
virtudes, actividad y apostólico celo, para que fuese como Ca­
pellán á conjurar el derrumbe total del santuario de La
Peña. El Dr. Almonacid satisfizo en poco tiempo el piadoso
anhelo del Prelado, porque reedificó la fachada y la torre do­
tándola además con las campanas que hoy tiene.
La Peña cuenta también en la lista de sus capellanes,
aunque no lo fue sino por muy breve tiempo, al actual Cura
del barrio de Las Aguas, Dr. D. Darío Galindo, quien si hu­
biera continuado, de seguro habría levantado allí la bellísima
capilla que en honor de San Antonio acaba de edificarle al
lado de la iglesia parroquial. Esta preciosa miniatura, á la
vez que le ha de perpetuar su nombre, será siempre entre
nosotros un modelo acabado de elegancia y de buen gusto.
Fueron, según queda apuntado, unos pocos días los de su
administración, y sin embargo le dejó á Nuestra Señora un
buen ornamento blanco.
Tal es la lista de los Rectores que ha tenido el histórico
Santuario de Nuestra Señora de La Peña, ennumerando en
ella al autor de estas líneas, que fue el último Capellán del
Clero secular.
¡ Oh santa advocación y miembros numerosos ya de su
confraternidad !
Mementote praepantorum vestrorum
Qui vobis locuti sun verumb Dei.

(i) Eneidos, Líber. I.


Boletín de Historia y Antigüedades

CAPITULO XI

RENACIMIENTO Y SILUETA DEL RISUEÑO PORVENIR QUE


YA SE ENTREABRE PARA EL SANTUARIO DE LA PEÑA

Imposible era que Dios dejase extinguir la santafereña


advocación de su augustísima Familia, objeto, según se
ha visto, por más de dos centurias del amor de un pueblo
fiel y del generoso y adunado esfuerzo de tántos capellanes
como cuenta en sus modestas memorias el secular santuario
de La Peña. Estaba, á no dudarlo, en los designios suyos que
el Arzobispo actual, el limo, y Rvdmo. Sr. Dr. D. Bernardo
Herrera Restrepo, Primado hoy de la Iglesia colombiana,
viniese á asegurarle para siempre su digno porvenir.
Acaso lo que voy á decir ahora pueda tener la aparien­
cia de la vil lisonja, pero protesto de ella ante los justos jui­
cios de Dios, pues la verdad cuando se debe decirla y se
merece, jamás será rastrera adulación : Dicite justo quoniam
bene (i). Decid al justo que bien; es la palabra con que las
Santas Escrituras mandan encomiarlas buenas obras del justo.
Mas ¡ cuánto es lo que está encerrado debajo de esta pala­
bra bien! exclama el venerable maestro Fray Luis de Gra­
nada. Y si el Espíritu Santo se complace en rendirle al justo
tan magnífica alabanza, ¿ no nos será dado pronunciar también
á ejemplo suyo una palabra de justicia en encomio del hom­
bre superior que vive todavía, sin que sea adulación ? Pues

(i) Isaías, c. 4.®, III.


Reseña t>59

bien, yo voy á decir esa palabra, desnuda, eso sí, sábelo


Dios, de aquel oropel tan bajo.
El Sr. Herrera, cuya solicitud pastoral en esta Arqui-
diócesis ha sido tan fecunda en obras de adelanto moral y
material, no podía menos de llevar su mano bienhechora hasta
el derruido santuario de La Peña. El, que con tales miras
ha sabido extender los ricos pliegues de su magna capa epis­
copal, aun por encima de los puntos más culminantes de su
Diócesis, con mayor razón debía dejar cobijados con su
abrigo á los que menos sobresalen. A la verdad, la grandiosa
restauración de la iglesia Catedral, la sabia reorganización
del Seminario, la correcta disciplina en que por conciencia
propia vive el Clero que gobierna, y en fin, el respeto y la ve­
neración que le tributan á porfía el magisterio civil y la so­
ciedad entera, á causa de la decorosa austeridad de sus vir­
tuosos ejemplos, títulos son todos éstos que justifican admira­
blemente la elección por la cual lleva hoy sobre sus sienes la
refulgente mitra de Caicedo y de Mosquera, de Arbeláez y de
Paúl. ¡ Oh ! qué hermoso es el contraste que presenta ahora
esa áurea mitra con la humilde violeta de La Peña que él
acaba de añadirle.
En efecto, es á la noble decisión con que el limo. Sr.
Herrera supo acoger la idea del último Capellán que ha te­
nido aquel santuario, á la que se debe verle hoy no ya en
manos de un solo sacerdote, sino á cargo de la Comunidad
de los RR. PP. Capuchinos, la cual con su naciente noviciado
allí, al par que rinde culto permanente á las sagradas imáge­
nes de Jesús, María y José, promete á su santa advocación
trabajar hasta llevar á cabo la éra de reparación que en ho­
nor de ella y su santuario se ha comenzado desde el princi­
pio del presente siglo. ¡ Ah ! Quiera Dios bendecirle sus in­
tentos, para que cuando llegue el año diez de este siglo ya
Nuestra Señora de La Peña se halle otra vez en plena pose­
sión de susantiguos dominios.
Tales han sido los deseos que animaron siempre á este su
último Capellán desde que fue á trabajar allí, sabiendo lo
que había sido y debe ser entre nosotros ese histórico san­
tuario. ¡ Oh, sí 1 Dios no ha dejado defraudada su esperanza,
porque ya se alcanza á ver el cumplimiento de ella; y no po­
día ser de otro modo, puesto que á El, siendo como es infali­
ble escrutador del corazón humano, conocidas le son sobra­
damente las sencillas y puras intenciones.
Paso ahora á referir lo acontecido en el santuario de La
Peña durante la postrera década de la larga administración
del Clero secular y bajo el gobierno de su ultimo Capellán. Y
66o Boletín de Historia y Antigüedades

para decorar este relato principiaré por consignar en su por­


tada los tres nombres, ilustres ya de suyo, pertenecientes á
los sacerdotes que más ayudaron en esa labor final.
El Sr. Dr. Francisco Javier Zaldúa, el fervoroso após­
tol de la advocación del Carmen, á cuyo precioso minis­
terio se deben aquí tantos otros bienes, además de este que
es la grande obra de su vida entera. Colombia es hoy de
Nuestra Señora del Carmen, y para ver de conseguirlo fuele
menester al Dr. Zaldúa posponer á los veintiocho años de su
edad una honrosa mitra por esta gloriosa empresa. La Es­
cuela de Cristo, la Capilla del Sagrario, la iglesia de San Juan
de Dios y sobre todo la santa vocación de muchos é ilus­
tres sacerdotes, no menos que la conversión de innumerables
laicos, atestiguarán siempre delante de Dios y de los hom­
bres la meritísima misión que ha desempeñado entre nos­
otros el que representa hoy la noble estirpe á que pertene­
cieron los Arzobispos Martínez y Compañón, Caicedo y
Flórez y el Sr. Herrán. ¡ Plegue á Dios y á Nuestra Señora
restituir á la Patria el hijo ausente de un preclaro ciudadano
que fue Presidente suyo.
El Dr. Zaldúa subió muchas veces á La Peña, y con su
avasalladora oratoria contribuyó grandemente á despertar de
nuevo el entusiasmo popular por la antigua advocación.
El Sr. Dr. D. Rafael María Carrasquilla, el digno hijo de
D. Ricardo, nieto del General José María Ortega, y de la
sangre también del primer padre de la Patria, el General Na-
riño; Restaurador que ha sido del Colegio del Rosario y su
segundo fundador. ¿ Qué más ? Dueño del estudio más com­
pleto que hay sobre las doctrinas liberales y autor de los
nuevos estatutos que rigen el Seminario, sacerdote de inson­
dable talento universal, literato y profundo pensador, y teó­
logo brillante, fue Ministro.de la Instrucción Pública y mere­
ció últimamente ser laureado por la Santa Sede á causa del
luminoso ministerio que ha venido ejerciendo en la Arquidió-
cesis.
A pesar de sus múltiples tareas fue también á La Peña
con frecuencia á llevarle el valioso contingente de su autori­
zada y sublime elocuencia. En una palabra, tanto de él como
del Dr. Zaldúa se puede decir lo que Labruyére decía de un
grande Obispo de su tiempo : Mais quel besoin a Trophimne
d'etre Cardinal ?
El Dr. D. Leopoldo Medina Ricaurte, la víctima tem­
prana de la más hermosa caridad, como lo publicarán siempre
los lazaretos, el Asilo de San José para los niños desampara­
dos y el Hospital que fundó en la última revolución para los
Reseña 661

presos enfermos. La Sagrada Escritura me dicta á maravilla el


justo elogio de mi inolvidable amigo (i). Consummatus in
brevi explevit témpora milita : placita enim erat Deo anima
illius : propter hoc properavit educere illum de medio inique-
tatum.
El Dr. Medina fue cooperador decidido del santuario de
La Peña y costeaba de su propio peculio los gastos de la
fiesta del Patrono titular el Arcángel San Miguel.
Debo estampar también aquí el nombre del muy ¡lustre
Sr. Vicario general, Dr. D. Salustiano Gómez Riaño, quien
no obstante la pesada carga de su provisorato solemnizó en
no pocas ocasiones con su presencia y su piadosa predicación
las fiestas religiosas de La Peña.
Ni tampoco he de omitir el del antiguo Cura de la Ca­
tedral y hoy dignísimo Obispo de Tunja, el limo. Sr. Dr. D.
Eduardo Maldonado Calvo, el cual gustaba de subir también
á prestar sus importantes servicios. Que la Sagrada Familia
le retribuya ahora en sus faenas pastorales el devoto contin­
gente que se dignó ofrendarle aquí en su santuario de la
Peña.
Por último, no he de cerrar esta alusión tan justa como
honorífica para los silenciosos anales de nuestra dulce y que­
rida advocación, sin incluir en ella los nombres de los Sres.
Presbíteros Dr. D. Carlos Umaña, quien con su habitual hi­
dalguía donó por segunda vez, entre otras preseas, la bella
estatua de San Antonio de Padua que está en el altar de la
capillita del lado del Evangelio ; y los del Dr. D. Octaviano
de J. Lamo, Dr. D. Jenaro Jiménez, Dr. D. Joaquín María
Patiño, Dr. D. Eliecer Gómez y Dr. D. Gregorio N. Ocampo,
á quienes también corresponde el Quoniam bonus de las San­
tas Escrituras.
Mas como la relación anunciada antes de esto se Jialla en
su mayor parte contenida en un artículo que escribió un dis­
tinguido publicista con ocasión de una fiesta que se celebro
en La Peña el 8 de Septiembre de 1902, paréceme oportuno
transcribirlo íntegramente en el capítulo que sigue, para que
ella tenga el sello imparcial de otra autoridad.
CAPITULO XII
CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR

Dice así pues el artículo citado:


< El día ocho del mes de Septiembre del corriente año

De Libre sapientiae, cap. iv.


ÓÓ2 Boletín dt Historia y Antigüedades

(1902) se celebró en el histórico santuario de La Peña una


de las fiestas más grandiosas, populares y hermosas que han
podido presenciarse en la capital de Colombia desde que ella
se halla reclinada sobre la luenga falda de sus dos cerros
Monserrate y Guadalupe.
< Es el santuario de La Peña uno de los monumentos
de la íe cristiana que atestiguan aquí en Colombia la remota
devoción que ha habido siempre por Nuestra Señora la Virgen
Máría, y es también el tercero entre los principales que se
han levantado en honor suyo para conmemorar su aparición
milagrosa ó por lo menos la singular invención de su sagrada
imagen. Así como el de Chiquinquirá en el Departamento de
Boyacá y el de Las Lajas en el del Cauca, éste también fue
levantado aquí á su vez para albergar no solamente la imagen
de María, sino del Patriarca San José y el Niño Jesús, que fue­
ron encontradas en el año de 1685 por un hombre sencillo y
virtuoso, como dicen sus crónicas. Lastres efigies están talladas
en un solo bloque de piedra, que fue arrancado del lugar mis­
mo en donde vio las imágenes Bernardino de León.
< Quién fuera el escultor del bello y piadoso grupo que
representa la Sagrada Familia, en cuyas manos se ve como
señal de amparo y protección una granada, antiguo emblema
de nuestra Patria, no se sabe hoy ni se supo entonces; su
crónica tan sólo dice que el tal hombre las halló en una de
los pináculos formados por la serranía de la cordillera que
guarda á la ciudad por el lado oriental. Actualmente se
distingue el cerro de la invención por la blanca cruz que la
Sociedad de este nombre acostumbra mantener allí pia­
dosamente. Lo cierto es que desde aquel tiempo La Peña ha
sido lugar predilecto de peregrinación para todos los habi­
tantes de Colombia ó Nueva Granada como se llamaba en­
tonces.
<Mas la antigua devoción, y por consiguiente el santua­
rio mismo de Jesús María y José, con su confraternidad, ha­
bían venido cayendo en el olvido y la incuria en estos últi­
mos tiempos, cuando fue nombrado Capellán suyo el Dr.
Rosendo Pardo, quien desde luégo se propuso conjurar la
completa ruina, trayendo en primer lugar á la memoria de los
vivos todo lo que ese santuario había sido para la piedad y
el religioso amor de los que ya han muerto. Con tal fin empe­
zó á reparar costosamente el edificio, ya casi enteramente de­
rruido; á edificar á su lado una espaciosa casa de dos pisos; á
plantar en los contornos bosques y jardines, y sobre todo á pro­
mover fiestas y peregrinaciones de tal trascendencia y mag­
nitud, que ya en los cuatro años que lleva él de gobierno, el
Reseña 66j

histórico santuario de La Peña ha vuelto á ser de nuevo el


gran santuario nacional adonde van las multitudes á pedir á
Jesús, María y José por el remedio en las propias aflicciones y
por la bonanza en las zozobras y angustias de la Patria.
<A la verdad, la gran peregrinación del 8 de Sep­
tiembre revistió tanta pompa y tap regia majestad, que en el
común decir de todos los circunstantes parece muy difícil se
pueda repetir igual en otra ocasión. Ofrecida como fue á la
Sagrada Familia en su advocación de La Peña por los proli­
jos dolores que vienen padeciendo la Iglesia y el Estado
desde que estalló la espantosa guerra actual, se quiso hacer
con ella también una como solemne reparación del abandono
en que se había dejado caer el venerado santuario, pues to­
dos los medios y elementos con que se cuenta en la ciudad
para el mayor esplendor de todas sus fiestas civiles y religio­
sas, entraron en esta sola, pero de un modo tan armonioso y
natura], que todo fue magnífico, solemne é imponente.
< Así pues desde las cinco de la mañana de ese día la
ciudad y aun la Sabana, que es como el amplio manto suyo,
fueron despertadas por las atronadoras salvas de la artillería
militar, cuyos cañones eran disparados en la plazoleta misma
de La Peña; y una y otra se apresuraron á corresponder al
saludo é invitación, porque desde esa hora empezó el ascenso
de los peregrinos al elevado santuario. Todos ellos en esas pri­
meras horas iban recitando en pintorescos grupos el rosario,
y era de verse el espectáculo que presentaba entonces el ca­
mino. Por entre una galería continua de arcos triunfales, de
festones de laurel y flores del monte viéronse subir durante
el día más de cincuenta mil romeros de á pie, fuéra del cor­
tejo que acompañó á los altos dignatarios de la Iglesia y del
Estado, que subieron á caballo á presidir la gran solemnidad
y á orar con el inmenso pueblo por la común aflicción. Y el
arribo de ellos á la cima de La Peña no pudo ser mas bello,
pues á las ocho y media, cuando ya la multitud colmaba el
interior del templo, la plazoleta que se extiende enfrente de
él y todos los alrededores inmediatos al santuario, los repiques,
los cohetes, los truenos del cañón, las bandas de música, con
los toques de corneta de la fuerza militar, saludaron la llegada
del Jefe supremo del Estado y del Sr. Arzobispo, que acom­
pañados del Gobernador del Departamento,* del Vicario ge­
neral de la Arquidiócesis, de miembros que representaban el
Capítulo metropolitano y la Municipalidad, de empleados ci­
viles y militares de muchos caballeros de lo mas granado
de la sociedad, se presentaban escoltados por un lucido Cuerpo
de coraceros y seguidos por una División del Ejercito nació-
664. Boletín de Historia y Antigüedades

nal que en traje de parada iba á representar en ese día la fuer­


za militar de la República.
< Cuando el innumerable gentío columbró el gran cor­
tejo en la entrada de la plazuela, prorrumpió en vítores y
aclamaciones, y éste, para corresponder á la entusiasta ovación,
pasó por entre la apiñada muchedumbre con la cabeza des­
cubierta, hasta el umbral de la casa, en donde fue recibido por
el Sr. Capellán. A eso de las nueve se celebró la misa solem­
ne, en la que ofició el Sr. Vicario general con asistencia del
limo. Sr. Arzobispo, que vestía ricos ornamentos pontificales,
y del Excmo. Sr Vicepresidente, D. José Manuel Marroquín,
encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, que tenía puesto
distinguido en el Presbiterio, frente al trono del metropoli­
tano. Veíanse también el Gobernador de Cundinamarca, el
Comandante general del Ejército, las dignas representaciones
del Ministerio civil, del Cabildo eclesiástico, de la.Municipa­
lidad, del Clero secular y regular, y en fin, tanto las congre­
gaciones y gremios como el periodismo, las letras, las artes y
todas las clases sociales, llenaban el recinto del santuario. El
coro no le fue en zaga á la solemne pompa, pues lo dirigió el
profesor Oreste Sindicci, autor, como es sabido, de la música
de nuestro himno nacional.
<El adorno del templo nada dejó qué desear; bella
y sencillamente decorado como estaba con los colores del
pabellón nacional, dejaba ver por todas partes entre gra­
ciosos trofeos el escudo de la República y el blasón heráldico
de la ciudad. En una palabra, el Santísimo Sacramento y las
venerandas imágenes de Jesús, María y José, objeto de todo
el esplendoroso culto de ese día, dominaban el centro del
altar mayor, en medio de numerosos hachones encendidos,
candelabros, flores, lámparas, arañas de cristal y transparen­
tes nubes de perfumado y suave incienso. Y para corona y
remate de tan regia ceremonia hizo el panegírico de Nuestra
Señora y publicó las gloriosas tradiciones del santuario de
La Peña el Dr. Rafael María Carrasquilla.
<Terminado el augusto sacrificio, verificóse la apertura
del nuevo libro de la confraternidad. Es el libro un hermoso
y monumental índice lujosamente empastado que regaló
el Sr. Eugenio Pardo con el fin de que se inscriban en él por
orden alfabético los nombres de los que quieran entrar como
cofrades á la antigua hermandad que en honor de Nuestra
Señora de La Peña fundó el Papa Benedicto XIV á mediados
del siglo antepasado, como consta por la 4Jula original que
en una palangana de plata estaba con el libro en la mitad del
presbiterio, sobre un sitial de luces y de flores. Abrióse aquél,
Reseña 665

inscribiéndose personalmente el Sr. Arzobispo, el Vicepresiden­


te Marroquin, los otros altos empleados de las dos potestades,
todos los caballeros allí presentes, y después en el curso del
día siguieron apuntándose todas las personas que pudieron
acercarse á él.
Entretanto que esto se hacía en la iglesia, y continuaba
ofreciéndose como en toda la mañana el santo sacrificio de la
misa, según las diversas intenciones que se habían anunciado
en los grandes avisos de la fiesta, los proceres y el cortejo
recibían en la contigua casa el espléndido obsequio de un ban­
quete que el Sr. Capellán les dedicó en los términos si­
guientes :
‘Excmo. Sr. Vicepresidente, limo, y Revmo. Sr. Arzo­
bispo : Permitidme que á la palabra de gratitud que os debo
por el honor que me dispensáis con venir á presidir la fiesta
de hoy, añada ahora la humilde ofrenda de este agape que
habéis aceptado noblemente y que os ruego estiméis como un
testimonio de la alegría y la esperanza con que me siento re­
pastado al veros aquí á la sombra de este agreste cobertizo del
santuario de La Peña. De alegría, porque entiendo que la
Iglesia y la Patria en la persona de sus jefes, de sus sacerdo­
tes, de sus ministros, de sus caballeros, de sus soldados y pe­
regrinos, vuelven otra vez á estos lares, como en los primeros
días de la independencia nacional, movidos al parecer por la
vieja tradición que ha dicho siempre que Jesús, María y José,
desde su secular santuario de La Peña, protegen á Colombia
y bendicen con amor su capital. De esperanza, porque en he­
cho de verdad yo creo que con vuestra visita de boy ven­
drán para La Peña de nuevo aquellos días en que al decir de
sus crónicas la fe y la gratitud del pueblo granadino tercia­
ron á porfía para ver de levantar esta capilla y poner bajo
el amparo de su humilde techo las efigies de la sagrada fami­
lia, á la cual se consideraba entonces protectora tutelar de
este país.
‘¡ Oh, sí! ¿Porqué no han de volver los tales días, si vos,
limo, señor, al honrar hoy con vuestra presencia esta reli­
quia de la antigua fe, le habéis traído con ella la dulce y valio­
sa prenda de vuestra pastoral solicitud ?
i ¿ Qué más me está dictando este ensueño de espe­
ranza ?
‘ Me dice, Excmo. señor, que ei religioso ejemplo que
estáis dando con vuestra visita aquí no quedará sin recom­
pensa; que es el preludio de esa paz que habéis venido a pe­
dir; que ella es, en fin, la palma de olivo y de laurel que
anuncia ya los días de bonanza que han de seguir al fiero
IV—43
666 Boletín de Historia y Antigüedades

vendaval. En una palabra, que vos también aseguráis con


esto un glorioso porvenir para La Peña.
4 ¿ Y porqué no, si con el homenaje de la insignia na­
cional que el Sr. Ministro de la Guerra envía á Jesús, María y
José, autorizado por vos, la antigua ermita, con su santafereña
advocación, la iglesia adonde los padres de la Patria vinieron
á encomendar la causa de la emancipación de la Colonia, el
santuario de la Sagrada Familia á la cual por tradición el pue­
blo mira como á la amorosa protectora de Colombia, va á
convertirse desde hoy, con la preciada ofrenda, en el santuario
nacional que ha de guardar también en su recinto los trofeos
de las glorias, de los triunfos y victorias de la Patria ?
* ¡ Oh, sí! ya veréis, señores, cómo al influjo de esta pe­
regrinación sin semejante hasta ahora entre nosotros, va á sa­
lir La Peña del letal silencio en que ha permanecido por más
de medio siglo: Sí, ese calor vivificante, unido al espíritu público
que bulle en cada uno de vosotros, harán rejuvenecer de ahora
en adelante los vetustos muros de este templo ; ellos harán que
sus contornos se engalanen con árboles y flores y que la sen­
da que nos trae aquí se allane graciosamente, á fin de que la
ciudad pueda volver á su Sión amado de La Peña.
'Tal es, señores, la esperanza en que hoy me siento rebo- ’
sar. y confío en Dios que no ha de confundirme, porque la
esperanza es una virtud, como sabéis ; y cuando ella levanta
cual un árbol su ramaje al Cielo, en amparo de la patria
terrena), su savia divina no se altera, antes bien, todavía se
hace más dulce.’
<En seguida de este discurso, cuyos comentarios huelgan,
el limo. Sr. Arzobispo invitó al Presidente y á todos los cir­
cunstantes á libar la copa de champaña por el pronto adve­
nimiento de la paz, y con las tiernas frases de padre amante
de sus hijos, entreabrió su corazón y dejó ver por medio de
ellas los dolores que vienen desgarrándole desde que estalló
en esta patria' temporal la fratricida guerra que la azota y la
aniquila. Reveló también los grandes sentimientos de patrio­
ta que lo animan, y terminó su improvisado y bello brindis
deseando al Capellán la realización de sus justas esperanzas.
Luégo á su vez el Excmo. Sr. Marroquín se levantó y dio
elocuente testimonio de su gratitud por la nobilísima misión
que el ilustre Jefe de la Iglesia colombiana con el venerable
Clero de ella desempeñan abnegados en la desgracia común;
y acabó su improvisación cordial y bien sentida diciendo que
los acontecimientos prósperos que en lo sucesivo favorecieran
á la Patria infortunada, él los achacaría á la célica protección
del santuario de La Peña.
Reseña 667

< El salón en donde tuvimos el honor de presenciar y oír


todo lo que antecede es el salón principal de la hermosa casa
que esta edificando, como queda dicho, el Dr. Pardo, con el fin,
según nos dijo, de que sirva cuando esté acabada para instalaren
ella, bien un monasterio ó una casa de beneficencia que Nues­
tra Señora indicará cuál sea, á su debido tiempo. El salón—
decimos—estaba lo mismo que la iglesia, magníficamente ador­
nado, con la particularidad de que entre los escudos de la
República, del Papa y del Arzobispo, campeaban allí los re­
tratos de Bolívar, de Nariño, de Caldas y de los tres grandes
Prelados Mosquera, Arbeláez y Paúl. Diríase que sus manes
inmortales estaban presidiendo el espléndido festín.
< Después dejóse ver una escena muy digna de mención,
porque no se había previsto ni estaba anunciada de antemano
en los programas. Cuando el Presidente, el Arzobispo y el
séquito que los acompañaba salieron al envidiable balcón que
da á la plazuela, las turbas volvieron á aclamarlos, y entonces
ellos, para corresponder en esta vez al espontáneo honor que
aquéllas Ies tributaban, pusiéronse á votarles medallas de
asuntos religiosos, frutas, flores y dineros. Parecía que los
dos extremos se estaban confundiendo. Esto duró mientras
llegó la hora señalada de volver al templo, á suspender de la
bóveda del presbiterio el pabellón nacional como expresión
del voto que el Gobierno hacía por la paz de la República.
Efectivamente, á las dos de la tarde, después de que el Arzo­
bispo bendijo la bandera, la vimos ascender hacia la cúpula
del templo entre los bellos acordes del himno nacional ejecu­
tado por los niños de los colegios de los Hermanos Cris­
tianos.
< Mas la corona con que mejor se ornó la memorable
fiesta fue la solemne procesión que se desarrolló en seguida
para ir á bendecir con el Santísimo la ciudad y la República,
terminándose con ella todos los cultos del día. Así pues, tan
luégo como fue colocada ante las santas imágenes la insignia
nacional, el limo. Sr. Arzobispo, habiendo entonado el Te
Deum, procedió á conducir al Augusto Sacramento hasta
un elevado templete que se había construido en el ex­
tremo de la plazuela más inmediato á la ciudad ; y desde allí,
á las tres de la tarde, con la ciudad á los pies y la gran saba­
na por delante, verificóse la bendición más majestuosa que
hemos visto, entre los repiques de las campanas de todas las
iglesias, el clamoreo de las cornetas y el tremendo estampido
del cañón. ¡ Oh, qué imperio el de Jesús Sacrameñtado!
Cuando nos levantámos para volver con él al templo, vimos
todos los se mblantes conmovidos, anonadados de respeto, y
668 Boletín de Historia y A ntigüedades

no pocos bañados también en lágrimas de amor y de esperan­


za. Así se cerró la gran fiesta de aquel día, que sin duda
alguna merece cual ninguna otra ser contada entre los fas­
tos más gloriosos del santuario de La Peña.=

CAPITULO XIII

DEL ESTADO EN QUE SE HALLABA EL SANTUARIO DE LA


PEÑA HASTA QUE POR EL LEGAL DECRETO DEL ORDINARIO
PASÓ Á MANOS DE LOS REVERENDOS PADRES CAPUCHINOS

A partir de aquella solemnidad no pudo el Capellán se­


guir la magna obra de los trabajos iniciados en La Peña, por­
que la postración en que ha quedado el país por causa de la
guerra no le permitió allegar de pronto los grandes recursos
que eran necesarios para llevar á cabo sus empresas. Dedi­
cóse en adelante á sostener y aumentar de todos modos la
rehabilitada devoción y la confraternidad, para lo cual pidió
á Europa millares de estampas, medallas y escapularios,
siendo todo esto lo primero que de allá nos ha venido con
tal advocación. Preparó también los planos para la reforma
arquitectónica del templo, para el camino y la alameda, sir­
viéndose en esta yez de las relevantes aptitudes del Dr. Al­
fredo Ortega, y sobre todo comenzó y concluyó perfecta­
mente el costoso y delicado pulimento que necesitaban las
imágenes, pues según se ha advertido ya, estaban inconclu­
sas, y era menester suplirles este defecto con vestidos pos­
tizos, casi siempre de mal gusto.
Nadie, desde D. Pedro Laboria, que fue el primero que
las coloreó en 1730, las había vuelto á tocar; y á pesar de
ser tan necesario este suplemento de escultura, ni él mismo
quiso intentarlo, pero no seguramente porque fuera incapaz,
que ahí están en algunas iglesias todavía las obras de su gran­
de ingenio, sino porque el gusto de la época prefirió más
bien conservarlas así, para vestirlas cada día á todo su sabor.
Fue pues necesario consultar sobre esto al Sr. Arzobispo, y
obtenida su venia, se llamaron tres alumnos de la escuela
moderna de Bellas Artes, que fueron los jóvenes Silvano y
Polidoro Cuéllar é Inocencio García, quienes habiéndose com­
prometido bajo graves responsabilidades, cúpoles la satisfac­
ción y el singular honor de concluirlas en piedra, hasta dejar- .
las en el estado en que hoy las contemplamos con grande
admiración y regocijo.
Después de esta obra, que ha sido tal vez la de mayor
Reseña 669

agrado al Capellán, con las escasas limosnas de los fieles, con


los estipendios de salves y de misas y con otros fondos cuyo
origen Dios lo sabe, consagróse á dotar opulentamente el
santuario de todo lo necesario para el esplendoroso culto que
se ha venido manteniendo allí.
Hoy pues tiene el santuario de La Peña cerca de veinte
ornamentos, tres cálices, de los cuales el principal, que es de
filigrana y está destinado para las solemnidades, fue del Sr.
Delegado apostólico Monseñor Agnozzi, quien rindió la me­
ritoria jornada de su vida en medio de nosotros. Una linda
custodia traída expresamente de Europa con tal fin por el
Sr. D. Manuel María Madero, amén de otras preseas no me­
nos estimables, que él también ha regalado; el copón para
reservar la Sagrada Eucaristía, y el incensario, que son igual­
mente de plata ; muchísimos candeleros, grandes y pequeños;
ciriales, candelabros, lámparas del Santísimo y arañas de cris­
tal ; todo eso, si no suficientemente digno del objeto, sí por lo
menos bastante decoroso. Tiene los misales necesarios, entre
los que se encuentran dos, que son los mejores, donado el
uno por el Sr. Arzobispo y el otro por el Sr. D. Tadeo de
Castro. Un pequeño órgano parisiense, muy dulce y sonoro,
debido á la generosidad de los Sres. Ricardo Portocarrero O.
y Luis Uribe Alvarez. Mantelería y ropas de lino en abun­
dancia, cenefas, frontales y tapetes; en fin, todo lo necesario,
como ya se dijo, para el culto divino. Apúntase por último
un lote de tierra (1).
Mas á medida que el tiempo corría tan velozmente como
acostumbra siempre, iba dejando también allá en La Peña
nuevos quehaceres y trabajos, porque la confraternidad, que
cuenta hoy con treinta mil hermanos diseminados ya por to­
da la República, le va enviando peregrinos cada día, á quienes
precisa atender con una continua residencia allí. Ellos quie­
ren, y es muy natural, que en su piadosa visita se les digan
las misas y las salves que han ofrecido á Nuestra Señora; que
en ella se les confiese, se les imponga el escapulario y sean
presentados á la Sagrada Familia con todos sus hijitos. En
una palabra, ni aun con vivir el Capellán junto al santuario
podría atender suficientemente, siendo solo, á todas las cre­
cientes exigencias. Pero Dios, que nada olvida y lo ve todo,
se dignó venir á tiempo, con gran lujo, en auxilio de su po­
bre siervo.

(1) Situado en jurisdicción de la parroquia de Egipto, que el Dr. D. Santiago


Rozo donó para que sirva el precio de la venta de él de base para la construcción
de la nueva fachada del santuario.
670 Boletín de Historia y Antigüedades

Efectivamente, su Divina Providencia llamó entonces á


los Padres capuchinos aquí á Bogotá, y desde la primera
entrevista que tuvo el Capellán con el digno Superior de
de ellos, el Reverendo Padre Eugenio, quedó ya planteada fa­
vorablemente la propuesta de instalar en La Peña su con­
vento y tomar á su cargo la administración del santuario,
siempre que mediase en ella el autorizado Placet del Sr. Ar­
zobispo. El domingo siguiente al día de la citada confe­
rencia subió el venerable Superior á La Peña, y encantado
con la bella advocación, con el sitio tan á propósito para su
Orden, y muy conforme con lo que ya estaba hecho de la
casa, delante de las sagradas imágenes dio la respuesta ro­
tundamente afirmativa, de que si era la voluntad de Dios, él
y su comunidad se harían cargo para siempre del bendito
santuario de La Peña.
Poco después, habiendo tenido noticia del proyecto el
Excmo. Sr. Delegado Apostólico, Monseñor Francisco Ra-
gonesi, mandó llamar á su Palacio al Capellán, é informado
minuciosamente por él, prometió con estusiasmo apoyar ante
el Ordinario la feliz idea y recabar también del Gerente de la
Compañía del gas, dueña actual de los terrenos en que está
La Peña, algunas concesiones que dependían de ella y que
eran necesarias para que la comunidad se pudiese establecer
definitivamente allí.
El cristiano é hidalgo caballero D. Arturo Malo O’Leary,
que es el Gerente de dicha Compañía, tan luégo como fue in­
formado del asunto, se deshizo en promesas generosas, y fue el
primero que llevó noticia suya al limo. Sr. Arzobispo. Y él,
que se propone siempre en todo lo relativo al gobierno de
su Diócesis la gloria de la Iglesia y el bien . de las almas que
el Supremo Pastor le ha encomendado, conociendo con la
rectitud de su intención que aquel designio era de Dios, no
vaciló desde luégo, porque cuando el Capellán y el Padre
Eugenio elevaron ante él la expresión de sus mutuas inten­
ciones, !o hallaron completamente decidido y pronto á reali­
zar el anhelado proyecto. No hubo pues necesidad de más
empeños.
El decreto tardó apenas el tiempo estrictamente preciso
que exigen en estos casos las prescripciones canónicas; y fue
así como el día 20 de Febrero del presente año (1906) el que
era Capellán del santuario de La Peña quedó desde esa fe­
cha como último Capellán suyo que fue, del Clero secular.
Con la copia del aludido decreto tuvo el honor de recibir
también el antiguo Capellán una atenta nota del Sr. Secreta­
Reseña 6j i

rio de la Curia arzobispal, en la que se servía decirle lo si­


guiente :
_ Tengo el honor de transcribir á usted la siguiente re­
solución dada por el limo, y Revmo. Sr. Arzobispo en vista
de la nota de usted de fecha 6 de los corrientes :

‘ Bogotá, 15 de Febrero de 1906

‘ Dígase al Sr. Presbítero D. Rosendo Pardo que hemos


quedado altamente satisfechos de las disposiciones que mani­
fiesta en su nota, aplaudimos sus generosos sentimientos á fa­
vor de la Iglesia y de las almas y le damos por ello la ben­
dición.
‘ Be r n a r d o , Arzobispo. ’
< Dios guarde á usted,
“ Carlos Cortés Lee.'>

En la tarde de ese mismo día se convino con el Reve­


rendo Superior de capuchinos que ellos no entrarían en su
nueva posesión sino una vez que pasara la próxima solemni­
dad de Carnestolendas, cuya novena se había comenzado ya;
y como la fiesta no se termina sino con el gran sufragio que
por las almas de los cofrades es costumbre celebrar allí en el
domingo siguiente al miércoles de ceniza, para entonces se
fijó la entrega del santuario. En los tres días que dura la
fiesta referida, á la que concurren peregrinos de todas las pro­
vincias, se cuidó de dar á todos la buena nueva, como que
era ya el cumplimiento de la promesa que tántas veces les
había hecho el ex-Capellán de que con el andar del tiempo,
cuando estuviera la casa terminada, se pondría allí una co­
munidad religiosa para mayor esplendor del santuario y co­
modidad de todos ellos. La noticia fue aplaudida grande­
mente por toda la inmensa turba de romeros, y muchos de
ellos se esperaron á presenciar la tradición de su amada y
santa advocación.
CAPITULO XIV
ENTREGA DEL SANTUARIO DE LA PEÑA Á LA COMUNIDAD
d e l o s r e v e r e n d o s pa d r e s c a pu c h in o s , y s u s o l e m n e
INSTALACIÓN ALLÍ EL 8 DE SEPTIEMBRE
El día 4 de Marzo del corriente año de 1906, después
de celebrarse el solemne funeral por las almas de los herma­
nos que han muerto pertenecientes á la confraternidad de
672 Boletín de Historia y Antigüedades

Nuestra Señora de La Peña, verificóse, como se había anun­


ciado, la tradición de aquel santuario á las manos de la comu­
nidad religiosa de capuchinos. Ante una numerosa concu­
rrencia, luégo que el antiguo Capellán expresó sus sentimien­
tos de júbilo por el trascendental paso que en tal día iba á
dar el santuario de La Peña á causa de la nueva administra­
ción que Dios le enviaba, el Reverendísimo Superior de la
comunidad nombrada recibió en sus venerables manos to­
das las llaves que tenían la iglesia y la casa conventual, y
levantó en seguida su voz de gratitud para manifestársela á
Dios públicamente, á la Santísima Virgen, al Prelado y al
ex-Capellán, obscuro á insignificante instrumento de los de­
signios del Cielo. Cantóse luégo el Te Deum, y el antigno
Capellán reservó su despedida de aquel santuario inolvidable
para el día en que viese nacer el noviciado allí.
Los Padres pusieron inmediatamente manos á la obra
necesaria de adaptar la casa en cuanto fuera posible al espí­
ritu de los estatutos que rigen su comunidad; cambiaron
puertas y tabiques, pusieron celosías, enladrillaron el patio,
blanquearon todas las paredes, y han comunicado el pequeño
coro interior de la iglesia con la severa mansión que les
prescribe el reglamento de su vida monacal, para pasar cons­
tantemente de día y de noche á cantar en el santuario las
alabanzas de Dios y de María en nombre de la Iglesia uni­
versal, y también por todos los devotos y cofrades de la mi­
lagrosa advocación de Jesús, María y José de La Peña en
Bogotá.
Una vez hecho esto, acto continuo procedieron á orga­
nizarse allí y á instalar el noviciado; bendito emporio que ha
de darnos con el transcurso del tiempo, no solamente misio­
neros para las tribus salvajes de Colombia, sino santos reli­
giosos que embalsamarán con el olor de sus heroicas virtudes
el enrarecido ambiente de nuestra amada Patria. Sí, ¡ oh Dios
mío ! ¡ Dadnos santos en nuestra querida Peña ! ¡ Yo no los
he conocido y quisiera antes de ir al descanso de mi escon­
dida fosa oír su voz intercesora, ver su celestial semblante y
besar y estrechar contra mi pecho sus inmaculadas manos!
A los seis meses de aquellas sus primeras tareas mate­
riales, cuando ya estaban aquí el limo. Sr. Obispo de Santa
Marta y el Reverendo Padre Anastasio, apostólicos religiosos
suyos á quienes se estaba esperando para abrir el noviciado,
anunció el Padre Eugenio que la erección solemne del no­
viciado y la instalación definitiva de su comunidad en La
Peña tendrían lugar el 8 de Septiembre, día de la gloriosa
Natividad de Nuestra Señora. En el mismo instante en que
Reseña 6?S

el me dio la noticia para invitarme advertí la coincidencia


que iba á haber entre aquella fiesta tan importante de suyo
con la gran peregrinación que se había promovido para esa
fecha también, en el ano de mil novecientos dos; era pues
su aniversario, y desde luégo la miré como el premio que Dios
me concedía aquí en la tierra por los esfuerzos de entonces,
emprendidos como El lo sabe con tánta pureza de intención.
Efectivamente, el tiempo inexorable en su carrera trajo
al fin el día de la fiesta deseada, y desde por la mañana yo
subí á La Peña en la comitiva que acompañó al Excmo. Sr.
Delegado Apostólico, que iba á presidir en esta vez la fiesta
precursora del venturoso porvenir que se le espera al ve­
nerado santuario. Me fue sobremanera grata la impresión que
recibí al ver la transformación benéfica de mi humilde obra
en las manos de aquellos celosos misioneros, pues todo tenía
ya el carácter del soñado monasterio que tántas veces le pedí
á Nuestra Señora ver allá, al pie de su imagen milagrosa.
A las nueve de la mañana, ante la augusta presencia del
Representante de la Santa Sede, y délos limos. Obispos de
Santa Marta y Garzón, vimos aparecer todos los concurrentes,
sobre el presbiterio del santuario de La Peña, en la persona de
once pobres y humildes novicios, el grano de mostaza que el
Divino Hortelano arrojaba en ese instante en aquel rincón
privilegiado por El ya va para dos siglos y medio.
Principió la misa solemne en seguida de la imposición
del hábito religioso, y cantado el Evangelio, ascendi á la
cátedra sagrada el Reverendísimo Fray Anastasio, quien
después de congratularse doblemente con los fieles por el
natalicio de María y por la instalación del noviciado de su
Orden en el poético santuario de La Peña, prorrumpió en
aclamaciones de tierna gratitud para el Sr. Delegado, para el
limo. Sr. Arzobispo y para el Cabildo metropolitano, como
que eran los factores de la nueva ruta que desde ese día iba
á tomar en Colombia la comunidad de capuchinos, por la
apertura de su naciente noviciado allí.
Luégo, terminada la misa, pasámos al convento todos
los que habíamos sido invitados de antemano, en cuyo refec­
torio fue servido un magnífico almuerzo que presidieron el
Excmo. Sr. Delegado apostólico y los limos. Sres. Obispos
de Garzón y Santa Marta. Estaban también en la honorable
mesa el Sr. Rector del Seminario, Dr. D. Manuel María Ca-
margo, á cuya piedad y celo infatigable van a deberle la
Iglesia y el Estado el Asilo de la Santa Infancia, que con su
grande edificio, capilla consiguiente y espaciosos huertos,
vendrá á ser una fábrica digna de las ricas y cultas ciudades
674 Boletín de Historia y Antigüedades

europeas; los venerables superiores de las otras órdenes


religiosas; S. E. el Sr. Ministro de España; el Sr. Dr.
D. José Rivas Groot, Ministro de Instrucción Pública; el
distinguido Auditor de la Delegación apostólica, Monseñor
Felipe Cortesi; el progresista Sr. Secretario de la Goberna­
ción, D. Julio D. Portocarrero, á quien se debe en mucho el
embellecimiento actual de la ciudad, sin contar los títulos que
él tiene en la construcción del nuevo Palacio municipal y en
la esmerada reforma del cementerio; en fin, había también
otros caballeros de importancia que sería prolijo enumerar.
Una vez terminado el almuerzo, en el que hubo, como
era natural, culta expansión y cordiales felicitaciones para los
superiores de la nueva familia religiosa, volvimos al templo con
el fin de que el Sr. Delegado y sus hermanos en la dignidad
episcopal contemplaran detenidamente el grupo de la Sagra­
da Familia, y S. E. quedó tan prendado de la celestial
unción que ella derrama en torno suyo, que prometió vol­
ver con frecuencia á visitarla. Preciso fue salir de allí al fin
para regresar á la ciudad, y entonces mi alma agradecida por
las bondades de Dios, pronunció allá en su interior, eso sí, sin
que yo sea en manera alguna el Padre Lacordaire, ni el hu­
milde santuario de La Peña la soberbia Catedral de Nuestra
Señora de París, aquellas palabras efusivas con que él dijo adiós
á la basílica en donde dejaba el último rayo de su juventud
sacerdotal.
< ¡ Oh muros y bóvedas sagradas que habéis recibido
mis palabras ! ¡ Santas y amadísimas imágenes que me
habéis bendecido, mi corazón no se separa de vosotras! Yo
no haré más que decir lo que habéis sido para un hombre, y
desahogarme con los recuerdos de vuestros beneficios, como
los hijos de Israel presentes ó desterrados celebraban la me­
moria de Sión ! Y vosotros, numerosos miembros de la
confraternidad de Nuestra Señora de La Peña, me uno á
todos vosotros para lo futuro, como lo he estado en el pasa­
do. Sabed pues que ligados como estáis conmigo á este ve­
nerable santuario, nunca jamás podréis serme ya ingratos,
porque nada puede impedir en lo sucesivo que tanto él
como vosotros hayáis sido la gloria de mi vida, y seáis mi co­
rona inmarcesible allá en la eternidad.=
Bocetos biográficos f>75

BOCETOS BIOGRAFICOS
Mo s q u e r a d e Fig u e r o a Fr a n c is c o , Capitán.—In­
vestigar un hecho de la Conquista, esclarecer la vida de uno de
esos héroes de la epopeya que con el transcurso de cuatro cen­
turias nos parece una leyenda forjada por la imaginación fan­
tástica de un pueblo, ha sido en nosotros una aspiración ve­
hemente, pues escasas y vagas son las noticias de esos tiem­
pos y de esos hombres ya remotos. Borroso, renegrido y
cubierto de polvo el cuadro, quisiéramos darle colores; mas
inhábiles para retocarlo, ensayamos nuestro esfuerzo en dise­
ñar siquiera la silueta de un Capitán ilustre en la conquista
del Perú y de imperecedero recuerdo en la gobernación de
Popayán : D. Francisco de Mosquera y Figueroa, tronco de
una de las familias que más renombre han alcanzado en Co­
lombia.
Fue D. Francisco natural de Badajoz, en Extremadura,
é hijo legítimo de Iñigo López de Sotomayor y descendiente
de los Duques de Feria y de Alba (i). Tal vez pobre y ve­
nido á menos, resolvió trasladarse, siendo aún muy joven, de
España á América. Acaeció esto por los años de 1546, pues
figuró entre los adeptos á la causa del Monarca en la guerra
civil de Gonzalo Pizarro; militó en los tercios del Presidente
La Gasea y fue uno de los tres Capitanes que hicieron pri­
sionero á Gonzalo Pizarro (2) en la batalla de Jaquijaguana
(el 9 de Abril de 1548); memorable combate en los fastos de
las luchas fratricidas del Perú y que tuvo por desenlace la
degollación de Pizarro y de D. Francisco de Carvajal, llamado
por sus contemporáneos el Demonio de los Andes.
Leal á la causa del Rey, el Capitán Mosquera de Figue­
roa se distinguió por su celo y eficaz apoyo en desbaratar los
insensatos planes de Francisco Hernández Girón (3) y en
debelar el movimiento de guerra de este audaz rebelde. Pero
de los hechos que más realzan la vida de D. Francisco es sin
duda la conquista de los Quijos. El País de la Canela o la
provincia de los Quijos, como la llamaron los castellanos, esta
formada por una porción del territorio ecuatoriano situada al

(1) Los españoles solían dar á sus hijos apellidos distintos: este caso es
muy frecuente. En cuanto á la procedencia de D. Francisco de esas nobles casas
de España, no hay duda, está bien comprobada esta aseveración.
(2) Consta en las informaciones de méritos y servicios de D. Francisco ri-
(3) Cédula en favor del Gobernador Mosquera. Archivo del General T. C.
de Mosquera.
676 Boletín de Historia y Antigüedades

oriente de Quito, al otro lado de la cordillera, en las regiones


que forman la hoya de los ríos caudalosos que tributan sus
aguas al Marañón. Esas comarcas, habitadas por tribus sal­
vajes y que hasta hoy no han enrolado en la vida civilizada,
intentó descubrirlas el Capitán Gonzalo Diez de Pineda; pero
su intento fue vano y por dos veces frustrado (1). Empresa
harto difícil era entonces transmontar la inmensa mole de los
Andes ecuatorianos, en cuyas alturas en los días más benig­
nos el termómetro no llega al cero de la escala. La fama de
esos ricos países en donde se creía encontrar ciudades popu­
losas y régulos opulentos, incitó la codicia de Gonzalo Piza­
rro, que en esta vez, como en todas, dio pruebas de su cons­
tancia y de su voluntad de acero, que no lo hacían desistir
de ninguna empresa, por audaz que fuera ; y con un ejército
de 300 castellanos y 4,000 indios, cargados éstos de abun­
dantes bastimentos y pertrechos de guerra, partieron de
Quito con el propósito de explorar las selvas misteriosas de
Oriente. Después de innumerables fatigas y hechos hazaño­
sos llegó á un punto del río Coca, de donde envió á Fran­
cisco de Orellana en busca de vituallas para la hambreada
expedición. Orellana navegó aguas abajo el Coca, entró al
Ñapo y siguiendo el curso de este río vio con asombro que
su frágil embarcación flotaba en la inmensidad de un rio mar
que luégo llamó Amazones, el cual recorrió hasta su des­
embocadura en el Atlántico, tomando puerto en la isla de
Tabagua, de donde se trasladó á Europa á dar cuenta de sus
grandes descubrimientos.
Entretanto, cansado Pizarro de aguardar los socorros de
Orellana; noticiado de la traición de su Teniente, y sin es­
peranza de encontrar en las intrincadas selvas del Levante
los ricos pueblos con que soñaba su fantasía caballeresca, des­
pués de los trabajos y fatigas de una expedición en que se
habían consumido estérilmente todos los caballos, la mayor
parte de los indios y no pocos castallanos, tomó la vuelta á
la sierra para volver á la ciudad de San P'rancisco de Quito, á
la que llegaron solamente 80 hombres, en Junio de 1543, más
de dos años después de la partida.
La empresa de colonizar esas apartadas regiones estaba
reservada á Gil Ramírez Dávalos, infatigable castellano que
había hecho sus primeras armas en la conquista de Méjico.
El tercer Virrey del Perú, el Marqués de Cañete, lo
nombró Gobernador de Quito en 1556; posesionado Ramí-

(1) Historia del Ecuador, por Federico González Suárez, 311, capítulo 8.
Bocetos biográficos

rez Davalos de su cargo, resolvió colonizar los Quijos, Zu-


maco y la Canela, y fundó con ese objeto la ciudad de Baeza,
en el valle de Cosanga, apoyado para ello de D. Francisco
Mosquera y Figueroa, el cual < con armas y caballos á su
costa, llevo a termino feliz la conquista de esos territorios.
Valióse este hidalgo Capitán de medios muy distintos de los
hasta entonces practicados por los castellanos en las conquis­
tas : esquivó batallas y derramamiento de sangre, se atrajo
con dádivas la voluntad de los indígenas y se hizo amar de
los salvajes: igual proceder observó al poblar la ciudad de
Avila, en la que fue por muchos años Capitán y Teniente de
Melchor Vásquez de Avila, Gobernador de Cuenca (i).
En la sexta década del siglo XVI se había terminado la
conquista. Recorrido el continente americano por intrépidos
viajeros, bordeadas sus costas, surcados sus ríos, exploradas
sus tenebrosas selvas, vencidos los Imperios y las tribus, de
grado ó por fuerza, los indios tuvieron que reconocer el yugo
de los extranjeros.
Las guerras civiles que sucedieron á los primeros hechos
de la Conquista habían pasado y un hado funesto perseguía
á los conquistadores: el Mariscal Almagro fue degollado por
Hernando Pizarro ; el hijo del Mariscal tramó el asesinato de
Francisco ; Vaca de Castro decapitó al joven Almagro ; Blas­
co Núñez Vela, primer Virrey del Perú, fue cobardemente
ultimado en el campo de Añaquito; Gonzalo Pizarro expió
en el cadalso sus errores y crímenes ; Robledo fue ajusticiado
por Belalcázar, y este último famoso Capitán, sentenciado á
la pena irreparable, rindió su vida cuando se dirigía á implo­
rar la clemencia del Monarca; el rebelde Oyón expiró en una
horca en la plaza principal de Popayán.
Por los años de 1564 ya se había verificado el estable­
cimiento de las reales Audiencias de Santafé y Quito; nues­
tro territorio dependía en lo judicial de la Audiencia de este
último Distrito, en lo militar, de Panamá, y en lo administra­
tivo y político estaba sujeto únicamente á los Gobernadores
de Popayán. Las ciudades de Pasto, Popayán, Cali y Buga
entraban de lleno en el régimen colonial. En nuestra naciente
colonia se habían sucedido como Gobernadores Belalcázar, Am-
pudia, García de Toledo, Aldana, Andagoya, Briceño, el Capi­
tán Delgado, Montaño. Fernández del Busto, Luis de Guzman,

(i) Constan estos hechos en varios documentos del archivo del General
Mosquera : informaciones de méritos y servicios del Gobernador Mosquera de
Figueroa, coleccionados en dos volúmenes con el título Mosquera, documentos
de familia.
6?8 Boletín Je Historia y Antigüedades

García de Paredes, Pedro de Agredo y el licenciado Valver-


de; pero aún seguía la lucha con algunas tribus, y nuestras
comarcas despobladas, pobres y sin vías de comunicación,
necesitaban para salir de su aflictivo estado un hombre más ci­
vil que militar, un gobernante que si bien tuviera la energía de
un soldado de la Conquista,adoptara medios humanitarios con
los indígenas é impulsara por la vía del progreso los vastos
territorios que formaban la antigua Provincia de Popayán.
Vacante la Gobernación por muerte del licenciado Val-
verde, la Audiencia de Quito nombró de Gobernador al Ca­
pitán Francisco Mosquera de Figueroa (i), mientras se pro­
veía el puesto por el Monarca español, é investido además de
los cargos de Visitador y Juez de residencia. Desempeñaba
entonces D. Francisco el cargo de Alguacil Mayor de Qui­
to (2), é inmediatamente se puso en viaje; tomó posesión de
su cargo ante el Cabildo de Pasto, en 3 de Noviembre de
1564, y siguió su marcha á Popayán.
Pasma todo lo que el Gobernador Mosquera hizo en fa­
vor de esta Provincia en los veinte meses que la gobernó, y
entre los actos de este hombre progresista son dignos de no­
tarse la construcción de edificios: casa para el Cabildo, cárcel
y carnicería de la ciudad; pero más que esto su labor infati­
gable en la apertura de caminos y en la mejora de los que
existían : trochas intransitables por las cuales no podían ca­
minar sino los indios, cargados como bestias; al Capitán
Mosquera se debe el antiguo camino entre Cali y Buenaven­
tura (3), y aun cuando es cierto que los indios del valle te­
nían una trocha que los comunicaba con el mar, incómoda
ruta trajinada antes por Andagoya y Belalcázar, fue con­
vertida en vía expedita por nuestro nunca bien alabado go­
bernante, dejando comunicado así el rico valle con el mar del
Sur, como llamaban al Pacífico los castellanos. Fue D. Fran­
cisco el primer Gobernador de la Colonia que visitó todos los
distritos de su Provincia; hizo construir puentes sóbrelos
ríos caudalosos y ordenó los primeros que se colocaron so­
bre El Piendamó y Río de las Ovejas (4).

(1) Jaime Arroyo, Cronología de los Gobernadores de Popayán^ publicada en


Los Principios de Cali, año de 1870, y en El Puracé de Popayán, año de 1892.
(2) Mosquera, Libro Rojo, documentos inéditos de familia, en poder hoy de
D. José Bolívar Mosquera, hijo del mismo General.
(3) Constan estos hechos en las cédulas y papeles de nobleza que á pedi­
mento de un nieto de D. Francisco compulsó copias el Escribano público de
Quito, en 26 de Septiembre de 1710. Existe en el Libro Rojo del archivo del
lGeneral T. C. de Mosquera, y capias simples en documentos de las familias Va-
encía y Quijano.
(4) Se comprueba con los documentos que hemos mencionado en la nota
anterior.
Bocetos biográficos ¿79

Pero no sólo fue esta la tarea de Mosquera de Figueroa:


puso orden en la real Hacienda y apoyó eficazmente á las
órdenes religiosas en la humanitaria y civilizadora empresa
de defender á los indígenas de la destrucción á que estaban
condenados por el mal trato y duro trabajo á que los obliga­
ban algunos inhumanos patrones. Demuestran todos estos
actos del ilustre gobernante que se aunaban en su alma el
espíritu altruista de Venero de Leiva, la caridad y amor que
á la raza oprimida profesaba Fray Bartolomé de Las Casas y
la rectitud incorruptible del Oidor de Santafé López de Sala-
zar. Pero el hecho más culminante y la medida política de
más trascendencia tomada por el Capitán General Mosquera
de Figueroa fue, sin duda, la tasa (i) que puso al tributo que
los indígenas pagaban á los encomenderos, el cual era antes
sin medida, inagotable fuente de iniquidades para los infe­
lices indios, que consumían su existencia en trabajar como
bestias para satisfacer los inmensos impuestos que á su antojo
les calculaban sus amos codiciosos.
Esta sola providencia bastaría para salvar su memoria
del olvido y conservar su nombre con gratitud.
Exento de ambiciones, sacrificó sus haberes por el bien
de los gobernados y de su tierra adoptiva, en la que ha­
bía unido su suerte á D? Leonor de Velasco (2), hija del con­
quistador D. Pedro de Velasco. Era D? Leonor dama de
alto nombre, así por su gentileza como por las prerrogativas
de que en esa época disfrutaban las gentes de origen noble, y
decimos de origen noble sin temor á las ásperas preocupacio­
nes de estos tiempos en que se oyen con hilaridad y suenan
mal esos términos añejos y desusados en las democracias,
< que la nobleza— dice el Dr. Vicente Cárdenas—siempre fue
el público y merecido acatamiento á las virtudes y claros
hechos de los progenitores, transmitido de generación á ge­
neración en aplauso del mérito y para ejemplo y saludable
estímulo en todas los clases sociales. Si en los villanos pechos
provoca envidia y odio ciego, en almas bien templadas ins-

flj Arroyo, Bosquejo histórico inédito, Cronología de los Gobernadores de


Popayán. Mosquera, Documentos de familia, tomo n,
(2) Con extrañeza hemos visto en el Compendio histérico-cronológico de la
Diócesis de Popayán, que publica La Paz, que el Dr. Bueno, autor de esa esti­
mable obra, asegura que D* Leonor de Velasco, hija del Gobernador Mosquera
Figueroa, fue una de las monjas fundadoras del convento de la Encarnación ;
lo cual es una inexactitud que llama la atención, aunque la apoya en documen­
tos que dice haber consultado. Esta dama fue hija de D. Pedro de Velasco, y
esposa, no hija, de D. Francisco Mosquera de Figueroa. Nuestras fuentes histó­
ricas no dejan la menor duda sobre este particular, pues son testamentos, cédu­
las é informaciones de servicios que constan en instrumentos públicos otorgados
ante Notario.
68o Boletín de Historia y Antigüedades

pira emulación generosa, eficaz incentivo de buenas acciones


y escala segura de ennoblecimiento personal........ ................
Nobleza siempre habrá en el mundo, bajo cualquiera forma
política, como ley sapientísima de la naturaleza social, so
pena de que todo se hunda y perezca, lo presente como lo
por venir, en la degradada y humillante igualdad de la bar­
barie.=
En lugar de atesorar Mosquera de Figueroa el oro que
tan al alcance estaba de los conquistadores y gobernantes de
estas comarcas, y pasar los últimos años de su vida con las
comodidades y honores que á un noble adinerado brindaba
la Villa Coronada, prefirió vivir en una modesta colonia que
apenas se iniciaba en el vasto continente americano. Empo­
brecido por los gastos que de su personal peculio hizo en
descubrir comarcas y en defender las nacientes poblaciones
de los frecuentes ataques de los salvajes, se vio en el caso de
solicitar del Monarca español una pensión y la encomienda
de Chisquío, gracia que le fue concedida por real Cédula (i),
en la que se le asignan dos mil ducados de renta / se le reco­
nocen los servicios y los sueldos que se le habían dejado de
pagar. Sucedió á D. Francisco en la Gobernación de la Pro­
vincia de Popayán D. Alvaro de Mendoza Carvajal. Explo­
raba á pie entonces el Capitán Mosquera la abrupta serranía
que se levanta al occidente del valle del Cauca, cuando llegó
su reemplazo; pero siguió con incansable tesón sirviendo al
Monarca, como ya lo hemos díbho antes, en la civilización de
los salvajes, distinguiéndose especialmente en el sometimiento
de los indios rebeldes de la Provincia de San Juan.
Su muerte ocurrió poco después de este suceso, y conje­
turamos que tendría sesenta años. Dejó nueve hijos : D. Fran­
cisco, D* Isabel, D? Inés, D* Jacoba, D? Catalina, D? María,
D? Juana, D? Beatriz y D? Blanca, las cuatro últimas monjas
agustinas fundadoras del convento de la Encarnación de esta
ciudad de Popayán (2).
El único hijo varón de D. Francisco, siguiendo una cos­
tumbre muy aceptada entre los antiguos españoles, adoptó
para sus hijos apellidos de sus antepasados: á uno llamó Gar-
cilaso de la Vega, á otro puso Cobo de Figueroa. El venera­
ble sacerdote jesuíta Padre Francisco de Figueroa, cruel­
mente martirizado por los salvajes del río Upano, fue herma-

(1) Copia autorizada de ella se conserva en el archivo del General T. C. de


Mosquera.
(2) Consta en el testamento de D* Leonor de Velasco, esposa de Mosquera
de Figueroa.
A anllas del Magdalena 681

no de los que hemos mencionado. El apellido Mosquera no


se extinguió en la descendencia del Gobernador, por haberse
reunido ésta á la de D. Cristóbal de Mosquera, deudo de D.
Francisco. Este—D. Cristóbal—fue también de los conquista­
dores del Imperio de los Incas; Herrera nos habla de él en
sus Décadas, y el sabio historiador González Suárez lo men­
ciona como Capitán que sirvió á órdenes de Belalcázar en la
batalla de Teocajas (i). Ya sometidos á los castellanos el
Perú y Reino de Quito, se avecindó con su esposa D* María
Rengifo en Popayán, en donde dejaron numerosa prole (2).
El polvo de más de tres siglos cubre la memoria de D.
Francisco de Mosquera y Figueroa. No escrita ó no publi­
cada todavía la Historia de Popayán, el nombre de este go­
bernante meritísimo es también ignorado; nosotros, con los
pocos datos y la somera noticia que de él trae D. Jaime Arro­
yo en la Cronología de los gobernadores coloniales, y los que
pudimos obtener de personas que guardan la tradición de
tiempos idos, y la consulta de preciosos documentos que se
conservan en el archivo del General Mosquera y de otras fa­
milias de esta ciudad, hemos podido diseñar este boceto, para
que se conserve el recuerdo de D. Francisco con el religioso
respeto que lo hacían sus preclaros descendientes los Mos­
queras, que rasgaron sus blasones seculares en favor de la
igualdad republicana, aspirando para su Patria libre á lugar
más prominente aún que el que ocupara en el régimen espa­
ñol, nobles anhelos que no hemos sido capaces de realizar los
de estas generaciones, tan zagueras á las pasadas en virtudes
cívicas.
Mig u e l Ar r o y o Díe z

Popayán, Noviembre de 1906.

A ORILLAS DEL MAGDALENA


EN LA REPÚBLICA DE COLOMBIA

Si la gran República americana no ejerce aún la hege­


monía política que sirve de lema á la doctrina de Monroe, es
indudable que por razón de proximidad y cercanía influye

(1) Historia general del Ecuador, tomo IT, página 164.


(2) D? Tomasa del Campo Salaxar, nieta del Gobernador Mosquera, casó
con un hijo de D. Cristóbal, llamado también Cristóbal.
IV—44
68¿ Boletín de Historia y Antigüedades

moralmente en la lenta pero persistente transformación del


carácter sudamericano. Los que niegan la accción del medio
ambiente y creen que el hombre es el mismo en todas las
latitudes, han de verse en apuros para explicar el cambio
psíquico que se nota en los europeos apenas desembarcan en
tierra americana. No parece sino que la grandiosidad de la
Naturaleza, ante cuyos paisajes son retablos de nacimiento los
del viejo continente, ensancha el espíritu y da imperio en él
á un nuevo ideal, exento de prejuicios y henchido de espe­
ranza en lo por venir. El emigrante se siente rejuvenecido por
las caricias de la virgen América, y no obstante la necesidad ó
la miseria que de la nativa tierra le expulsan, levanta el co­
razón al cielo, rasgado por los Andes, y ve ante sus ojos y
sus brazos los vastísimos campos que esperan el sudor del
hombre para devolverlo copiosamente en frutos.
Los enamorados de la historia, los que como pedazos de
un cadáver gigantesco conservan las piedras y los muros que
presenciaron inconmovibles las hazañas guerreras de las épo­
cas heroicas, admirarán con respeto las viejas ciudades latinas,,
de calles angostas y tortuosas, en perpetua sombra envueltas
y en sepulcral silencio adormecidas; pero los enamorados del
porvenir, que también ha de caer algún día bajo el dominio
de la historia, preferirán las ciudades nuevas y limpias, sin
muros y sin tradiciones, sin huellas de héroes ni sangre de
mártires, donde la vida es fiebre y la fiebre es salud física y
moral de los habitantes, que no conociendo el ocio ni el pa­
seo, cual cumple á los pueblos é individuos en lozana juven­
tud, tienen su descanso en el movimiento y su recreo en el
trabajo. ¡ Cuán distintas las poblaciones de la vieja Metrópoli
y las de sus bulliciosas hijas ! En aquéllas hizo su asiento 1a.
esterilidad, y de allí no se mueve, triste y aplanada, en el con­
vencimiento de su impotencia. Todo llora en ellas: desde la
campana en su ventanal hasta la esquila en el cuello de la
perezosa vaca. Son como tumbas del pasado, en que se oye
el gemir de los espectros. Por el contrario, en las otras, fun­
dadas á la aventura junto á la orilla de caudalosos ríos, en la
falda de ingentes montañas ó en el centro de paradisíacos va­
lles, rige en todo su vigor la ley del progreso, que es ley de
vida, y en ellas elaboran activamente las abejas humanas el
panal de una nueva civilización, cuyo fruto ha de ser el defi­
nitivo triunfo del espíritu sobre la materia.
Al comparar la extensión territorial de las Repúblicas
americanas se comprende desde luégo que su ya inverosímil
crecimiento sólo es promesa y esperanza dél que le está re­
servado en futuros siglos. El continente es inmensamente
A orillat del Magdalena 6S3

mayor que el contenido, y aunque la Europa entera desbor­


dara sus gentes en emigración colectiva más allá del Atlán­
tico, con holgura cupieran todas en los inmensos terrenos
que hoy suspiran por brazos que los abran al cultivo. Bien
puede afirmarse que la agricultura, como industria madre y pri­
mera ocupación del hombre, tiene en América su más prós­
pero escenario. No hace falta abarcar de una ojeada toda la
tierra americana en su variedad de repúblicas, que desde que
dejaron de ser colonias emprendieron veloz carrera por el
camino del progreso. Basta fijarnos en una de ellas, en la de
Colombia, por ejemplo, para ver que en una superficie dos
veces mayor que la de España sólo alimenta á una población
seis veces menor, pudiendo sustentar sin fatiga de su suelo á
50.000,000 de seres humanos, La diferencia es la expresión
numérica del esfuerzo necesario para convertir la potenciali­
dad en actualidad ; es un aliciente para cuantos sientan en
sus venas el hervor de laboriosas energías y no encuentren
objeto adecuado en dónde aplicarlas. Pero estas energías han
de ser forzosamente de labriego, de cultivador, las energías
de quien ansíe fecundar en los senos de las tierras vírgenes el
fruto escondido que ha de nutrirle, con sobras suficientes
para alimentar cuantas actividades industriales dimanan de la
agricultura. Tiene Colombia todas las condiciones sociales
que requiere la formación de un ambiente favorable al des­
arrollo de los núcleos de población humana. Son sus habi­
tantes valerosos, hospitalarios, desinteresados y con tan acen­
drado amor á la libertad, que no vacilarían ante sacrificio ni
esfuerzo alguno por conservar y defender lo que justamente
consideran como el mayor bien público, penosamente logrado
tras medio siglo de luchas intestinas. No hay en Colombia
trabas para la industria, ni se conoce la esclavitud, que más
ó menos disimuladamente eclipsa en algunas partes de Amé­
rica el brillo de la independencia. El militarismo, esa plaga
social de la vieja Europa, contra la cual propugnan en vano
los amigos de la paz, no se cierne sobre la sociedad colom­
biana, cuya constitución política prohíbe el reclutamiento y
sólo admite el enganche voluntario para mantener los mil
quinientos hombres que forman el núcleo del ejército nacio­
nal. Mas á pesar de ello, y tal vez por ello mismo, todos los
ciudadanos útiles se consideran soldados de la Patria, y en su
defensa darían vidas y haciendas si poderes extraños alen­
tasen contra su integridad é independencia. La reciente des­
membración de Panamá parece redargüir este aserto; pero
las especiales circunstancias que en el hecho concurrieron
son honrosa disculpa del Gobierno colombiano, cuya acción
684 Boletín de Historia y Antigüedades

de resistencia hubiera tenido efectos más bien perjudiciales


que provechosos para la República. No necesita Colombia
del Istmo para ser grande y poderosa por el incesante es­
fuerzo de su propio trabajo, pues posee en abundancia cuan­
tos elementos contribuyen á la prosperidad de un pueblo:
extensas costas en ambos Océanos; un suelo fértilísimo don­
de por el cultivo pueden fácilmente medrar todas las fami­
lias vegetales y crecer espontáneamente plantas tan produc­
tivas como el cacao, índigo, algodonero y vainilla ; vastísimas
selvas vírgenes que regalan al primer llegado las preciosísi­
mas maderas y resinas de que el arte y la industria son ava­
ras ; playas abundantes en nácares, perlas y conchas; estri­
baciones andinas cuyas entrañas atesoran oro, platino, pórfi­
dos, esmeraldas y hullas; toda una riqueza, en suma, que
por lo incalculable supera á cuanto la minería, la agricultura,
la pesca y demás industrias extractivas allegan al comercio
universal en el continente europeo.
Los buscadores de oro, los aventureros que andan en
querencia de vellocinos ó de escondidos tesoros, pudieran
realizar en América su áureo sueño, si no fuesen tan cándi­
dos en creer que la tierra da de balde cuanto promete. No
hay tal cosa, y en este engaño se desilusionan y desmayan
los que ven allende los mares Jaujas y El Dorado cuya pro-
lífica abundancia les exima de todo esfuerzo. Es preciso
abrir carreteras, surcar ríos, recorrer miles de kilómetros de
mal camino, antes de llegar á parajes de apacible descanso.
En las ciudades están ya ocupados los puestos del banquete
de la vida, y á duras penas alcanzan las migajas quienes, con
sólo atravesar el Océano, intentan acomodarse á expensas del
esfuerzo ajeno. Como en Europa, sobran allá empleómanos é
intelectuales; faltan en cambio brazos robustos que aren
campos y funden ciudades, pues lugar hay de sobra donde
fundarlas, con esperanza cierta de que la choza se convierta
en palacio.
Ejemplo de esta sostenida prosperidad de las ciudades
americanas, de origen humilde como las estirpes preclaras,
nos lo ofrece la hermosa Barranquilla, que si diminuta por su
nombre, es grande por sus alientos y por su trabajo. Barran-
quilla, entre todas las ciudades nuevas de la República de
Colombia, es la más digna de llamar la atención, no sólo por
su situación topográfica sino por la salubridad de su clima y
el espíritu emprendedor y noble carácter de sus habitantes,
ms inclinados á las provechosas empresas déla paz que á los
cruentos empeños de la guerra. En achaques bélicos ño en­
tienden los morigerados pobladores de Barranquilla, y á este
A orillas del Magdalena 685

efecto recordaremos un episodio de la guerra civil promovida


en 1885, durante la segunda Administración del Presidente
D. Rafael Nuñez. Las fuerzas insurrectas salidas de Bogotá
al mando de Ricardo Gaitán se presentaron el día 5 de Ene­
ro a la vista de Barranquilla, con intento de ocupar la ciudad
y apoderarse del vecino puerto de Sabanilla, que es una de
las posiciones estratégicas más importantes del país. Eran los
sublevados en numero de 300 hombres, pero como habían
apresado algunos buques que á la sazón surcaban el Magda­
lena, embarcaron en ellos por grupos de tripulantes, dando á
entender á los de Barranquilla que les amenazaba nada me­
nos que todo un ejército de desembarco. Gracias á este inge­
nioso ardid entraron sin resistencia en la plaza é hicieron pri­
sionero á su Gobernador, D. Carlos Gónima, que se había
refugiado en un buque mercante de matrícula alemana.
Es Barranquilla el puerto fluvial de donde parten hacia el
interior del país, remontando el Magdalena, numerosos va­
pores que transportan las mercancías arribadas á Sabanilla,
lo cual da á la ciudad el centro de la actividad mercantil de
todo el país y la supremacía de la cultura intelectual recibida
del Exterior. No hay duda de que entre todas estas ventajas,
tan propicias para el progreso de Barranquilla, sobresale la
que dimana de su proximidad al río Magdalena, cuyas már­
genes, en la mayor parte incultas, y cuyas aguas, de prodi­
giosa riqueza, serán valiosos elementos de prosperidad cuando
la población empiece á cosechar el fruto de sus presentes
afanes.
A unos veinte mil asciende el número de vecinos, sin
contar los que habitan en los muchos pueblitos disemina­
dos por ambas orillas del río, como blanquísimos cisnes que
á beber en su corriente se hubiesen detenido. Hay buena
parte de extranjeros formando colonia más numerosa que en
cualquiera otra ciudad de la República, incluso la capital, lo
que se debe principalmente á lo apacible del clima, refractario
á las epidemias, y á la gran facilidad que allí encuentran las
empresas comerciales. Tiene Barranquilla espaciosos almace­
nes, suntuosas tiendas, fábricas de aguardientes, ladrillos y
tejas, no faltando algunos edificios públicos de verdadera
magnificencia, como el Mercado, la Aduana, el Hospital, las
Compañías fluviales, etc.
En cuanto á construcciones particulares, hay varias quin­
tas de exquisito gusto arquitectónico y muchas casas elegan­
tes de estilo completamente moderno.
Pero como en casi todas las ciudades de la América la­
tina, el comercio y la agricultura sobrepujan á la industria
686 Boletín de Historia y Antigüedades

manufacturera, que en el orden progresivo de las civilizacio­


nes aparece generalmente en último término. En Barranqui­
lla apenas si se ve alguno que otro taller de artes mecánicas,
no obstante ser éste un ramo que exige poco capital. Los
carpinteros, cerrajeros, albañiles y otros oficiosos artesanos en­
contrarían allí campo abierto para el honroso ejercicio de su
industria y todos los elementos necesarios para no fracasar en
su empresa, pues el régimen político del país, lejos de ver en
el trabajo un recurso fiscal, lo protege de manera que todas
las actividades, cualesquiera que sean el objeto y condición
social de su empleo, encuentran el mismo «amparo de la ley.
Quizás con el tiempo varíe el concepto que de aquellas
tierras suelen tener los europeos, y á la emigración de indi­
viduos suceda la emigración de industrias, cuyo estableci­
miento en los países del continente americano sea nueva fuen­
te de prosperidad pública.
Los habitantes de Barranquilla se distinguen por su pa­
triótico empeño en contribuir con todas sus fuerzas al pro­
greso de la ciudad, y para ello no perdonan medio alguno
que pueda proporcionar á los extranjeros un ameno sitio de re­
sidencia. La fiesta cívicomilitar, siempre memorable en Ba­
rranquilla, á un mismo tiempo es regocijo de los naturales y
atractivo de los forasteros.
f De Hojas Selectas de Barcelona).

REAL CEDULA
(f r a g m e n t o s de la r ea l c éd u l a de c o n f ir m a c ió n
PARA LA FUNDACIÓN DE LA VILLA DE SANTA CRUZ Y SAN
GIL DE LA NUEVA BAEZA, DOCUMENTO QUE REPOSA EN EL
ARCHIVO MUNICIPAL)

< El Rey. ... Por cuanto por parte de vos, Leonardo


Currea de Betancur, vecino y poblador de la Villa de Santa
Cruz y San Gil de la Nueva Baeza, del valle de Guane en el
Nuevo Reino de Granada, y en nombre de los demás pobla­
dores se me ha representado que Don Gil de Cabrera y Dá-
valos, Gobernador y Capitán general de aquel Reino y Presi­
dente de la Audiencia dél, os concedió la fundación y pobla­
ción de la dicha villa con las calidades y condiciones conte­
nidas en el despacho que para ello os dio en once de Mayo
de mil seiscientos y ochenta y nueve, y están prevenidas por
Real cédula 687

la Ley sexta, Título quinto, Libro cuarto de la Recopilación de


Indias para semejantes poblaciones, y con que dentro de cin­
co años contados de diez y siete de Marzo del dicho año, que
fue el día en que el dicho Don Gil de Cabrera os concedió la
dicha fundación, hubiésedes de llevar confirmación mía del
dicho Despacho, cuyo tenor es el siguiente:
< Don Carlos, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de
León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Nava­
rra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Ma­
llorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de
Murcia, de Jaén, de los Algarnes, de Algecira, de Gibraltar,
de las islas de Canaria, de las Indias orientales y occidentales,
islas y tierra firme del mar Océano, Archiduque dé Austria,
Duque de Borgoña, de Brabante y Milán, Conde de Aspurg,
de Flandes, de Tirol y Barcelona, señor de Vizcaya y de
Molina, etc. etc. Por cuanto ante el Maestro de Campo Don
Gil de Cabrera y Dávalos, Caballero del orden de Calatrava,
de mi Consejo, mi Gobernador y Capitán general del Nuevo
Reino de Granada y Presidente en la Audiencia y Chanci-
llería real que en él reside, se presentó una petición del tenor
siguiente :
* Leonardo de Betancur, vecino de la ciudad de Vélez,
por mí y en nombre de los demás vecinos que residen y viven
en la jurisdicción de Guane, y en virtud de su poder que pre­
sento con la solemnidad necesaria, ante Usía parezco y digo:
que el pueblo de Guane es de indios y no hay en él Corregi­
dor ni quien administre justicia, y se hallan en la comarca
avecindados gran número de gente española que para gozar
del pasto espiritual han de ocurrir de necesidad á dicho pue­
blo de indios, lo cual es prohibido por diferentes leyes y or­
denanzas el que los españoles vivan entre los indios, y tienen
muchos inconvenientes que para obviarlos algunos que desean
su quietud se privan de ir á dicho pueblo y del pasto espiri­
tual, y dicho pueblo de Guane está á la ciudad de Vélez más
de cincuenta leguas con caudalosos ríos de por medio, por
cuya causa un Alcalde ordinario de la dicha ciudad de Velez,
que sale cada año á visitar á la Provincia, apenas la anda toda,
y esto que había de ser de alivio de ordinario es de gravísi­
mo quebranto por los excesivos costos y salarios que en cual­
quiera diferencia se aplican, sin tener recurso aquellos pobres
vecinos por la larga distancia y difícil recurso, que primero se
dejan aniquilar que atreverse á venir hasta esta Corte, sin
otros graves inconvenientes que por ahora se omiten, y para
que todo tenga el debido remedio y aquellos vasallos sean
mantenidos en paz y justicia en conformidad de las ordenan­
688 Boletín de Historia y Antigüedades

zas que S. M. tiene dadas para que los españoles y mes­


tizos que vivieren entre indios se recojan y separen y con
ellos se funden villas y lugares, se ha de servir Usía y lo su­
plico de conceder licencia para que se funde y rija una buena
villa por los vecinos que la piden en dicho poder y el número
suficientísimo aun para una ciudad, y que sea en la forma y
manera siguiente:
* 1.a Lo primero, que haya de hacer y fundar en el sitio
y lugar que consta de la donación que presento con la solem­
nidad y juramento necesario que para fundación he donado
yo, siendo mías propias, dando facultad y superintendencia
para repartir solares y huertas á los que fueren á poblarse ;
4 2.a *Lo segundo, que han de ser libres todos los vecinos
españoles y mestizos de aquellos parajes, sin que persona al­
guna les ponga embarazo ;
4 3/ Lo tercero, que ha de ser jurisdicción de esta villa,
desde el río de Oiba, que dista de la ciudad de Vélez veinte
leguas=, donde se junta con el río de Suárez, cortando derecho
al cerro de los Yareguíes, dicho cerro adelante á dar al paso
de la cabuya de Chimitá, que es en el río de Sogamoso, y
dicho río arriba desde allí cortando el cerro del Petaquero y
corriendo singlas de dicho cerro derecho á dar al asiento del
pueblo viejo de Coromoro, y desde allí corriendo derecho á
la cabecera del río de Oiba hasta dar al primer lindero, todos
los cuales dichos sitios y la mayor parte de tierra que se com­
prende en ellos son muy fragosos, ásperos y tan retirados que
en cualquier accidente que suceda ni de Tunja ni de Vélez se
puede tener remedio, porque los delincuentes, que en ninguna
parte caben, se retiran allí y seguros de que allí no llega jus­
ticia, y para que dicha villa se funde con más facilidad en
tanto servicio de ambas Majestades, y tenga permanencia;
* 4? Me obligo y obligo á dichos vecinos á que asegurarán
ciento y cincuenta patacones de renta en cada un año para
el Cura que se hubiere de nombrar, fuéra de lo que hubiere
por razón de diezmos y primicias, que por tanto el número
de vecinos será una congrua muy grande la que tenga;
4 5? Y asimismo se ha de servir Usía para la permanen­
cia de dicha villa de mandar que haya en ella dos Alcaldes
ordinarios y dos de la Hermandad y un Procurador general,
y que éstos han de ser precisamente de los vecinos de dicha
villa y no de otra parte, y que la primera nominación sea
hecha por Usía para que escogidos los que. juzgare más celo­
sos, cuiden de la fundación de dicha villa y hacer la iglesia y
casa para el Cura, como me obligo yo y obligo á los demás
vecinos á que luégo lo harán;
6go Boletín de Historia v Antigüedades

* Pero de no tener cabimento ni haber facultad para esto, ha


de ser dicha villa sujeta á la ciudad de Vélez en la forma re­
ferida y no en otra, y concediéndome Usía la facultad de fun­
dar la dicha villa, se ha de intitular la Villa de Santa Cruz y
San Gil de la Nueva Baeza, mediante lo cual á Usía pido
y suplico que habiendo por presentado dichos instrumentos,
provea y mande como aquí pido, que en ello recibirá bien y
merced, con justicia, y juro lo necesario, etc.
Otrosí digo que para que á Usía conste lo que S. M.
encarga estas fundaciones de nuevas villas y lo que pro­
híbe que españoles ni mestizos asistan con indias, se ha de
servir y lo suplico, que el presente Escribano ponga con estos
autos las cédulas que esto tratan, que están en su oficio en
la fundación de la villa de Medellín. Pido ut sttpra, otrosí,
digo, que para que con más facilidad se consiga dicha funda­
ción me obligo y obligo á mis partes á que estarán prontas
á la defensa, por ser frontera de indios de guerra. Es un ser­
vicio especial, pido justicia ut supra.’
“ Leonardo Currea de Betancury
La anterior real Cédula de confirmación de la licencia
que para la fundación de la villa de Santa Cruz y San Gil de
la Nueva Baeza concedió el Gobernador y Capitán general
del Nuevo Reino de Granada. Don Gil de Cabrera y Dávalos,
con fecha 17 de Marzo de 1689, fue expedida por Don Carlos
II de España, en Madrid, el día 27 de Octubre de 1694.

A 1,099 metros sobre el nivel del mar, en la ribera dere­


cha del río Fonce, llamado antiguamente Mochuelo, en un an­
gosto valle que deprimen elevados cerros, se halla edificada
la ciudad de San Gil, capital del Departamento de Galán, que
dista de Bogotá 29 miriámetros y 5 kilómetros; su clima es
muy sano, con una temperatura media de 24 grados ; no se
poseen datos estadísticos exactos, pero el último censo arroja
una cifra de población de 9,120 habitantes. La población se
distingue por su esmerado aseo y la laboriosidad de sus mo­
radores.
La principal industria de los sangüeños es la agricultura,
y merced á titánicos esfuerzos, pues sus tierras son poco fér­
tiles, logran recolectar abundantes cosechas de maíz mijo,
caña de azúcar, algodón y café; de este último grano alcan­
zaron á exportarse 2,000 cargas antes de la última guerra,
pero como consecuencia de ésta y por las bajas de precio que
el grano ha sufrido en el Exterior la actual producción apenas
alcanza un guarismo de mil cargas anuales.
Real cédula ógi

Las industrias fabriles se hallan en relativo desarrollo,


siendo de admirar que con los rudimentarios rueca y telares de
palos—legado prehistórico—se fabriquen finas sobrecamas,
hamacas, manteles, lienzos y mantas de algodón. De la fibra
del fique o henequén fabrican vistosas y durables alfombras
para habitaciones, chinchorros, alpargatas, costales para em­
paque y multitud de otros artículos de inapreciable utilidad
para el hombre. Otra industria que ha adquirido notable des­
arrollo es la fabricación de sombreros: los tejen de paja de
nacuma, de cañabrava y de caña de azúcar; de esta última
materia fabrican para las damas sombreros capaces de resis­
tir la competencia europea.
Con la abundante y barata producción de mantas, lien­
zos, sombreros y alpargatas se han redimido los labriegos
sangüeños del enorme tributo que pagan los que forzosamente
tienen que consumir mercaderías extranjeras; mas como las
pobres mujeres sí tienen que vestirse con telas europeas, se
observa la anomalía de que mientras un hombre gasta sola­
mente $ 250 en su completo vestido, la mujer necesita $ 500,
pues el solo pañolón le cuesta la mitad de esta cifra. Con la
baja en el precio de todos los productos no alcanzan las muje­
res á ganar para comprarse un vestido anualmente: el pue­
blo confía en que el Gobierno nacional se preocupará por
rebajar la tarifa en lo que respecta á las zarazas y géneros
blancos de algodón : bogotanas.
San Gil es de las pocas poblaciones de Colombia que
poseen acueducto y luz eléctrica muy bien servidos. Desde
1877 tiene la ciudad un magnífico puente de fierro fijo que
la Municipalidad de aquel año contrató con el notable inge­
niero Sr. Abelardo Ramos, puente construido sobre el río
Fonce. Unido á la ciudad por un puente colgante sobre la
quebrada de Cuntí, se halla un pintoresco y poético paseo
denominado Bellaisla : es un islote que rodean la quebrada
de Curití y el Fonce, alfombrado todo él de verdura y som­
breado por corpulentos payandés llamados allí gallineros.
Los edificios públicos más notables son : la iglesia, san­
tuario en el cual el menos observador se da cuenta del grado
de religiosidad del pueblo que así cuida de la casa de Dios.
En medio de las torres de la iglesia se levanta una hermosa
estatua de bronce de la Virgen Madre. Sigue luego en im­
portancia el local del Colegio de San José de Guanenta, fun­
dado por filántropos vecinos en el año de 1865. Al estallar
la última contienda armada poseía este establecimiento un
capital saneado de $ 63,000, renta que era suficiente para
su sostenimiento. Hasta el año de 1875 este plantel fue una
ÓQ2 Boletín de Historia v Antigüedades

lucida Universidad, de la cual salieron muchos hombres úti­


les á la Patria; apenas quedan vestigios de lo que fueron
valiosísimo laboratorio para el estudio de ciencias naturales
y selecta y abundante biblioteca : con las guerras han pasado
estos tesoros á poder de particulares.
Los edificios públicos destinados para servir de escuelas
son bastante capaces, bien ventilados y surtidos de agua
abundante.
La casa consistorial, situada en el costado este de la pla­
za principal, es un sólido edificio de construcción moderna,
en donde existen alojados comúnmente doscientos treinta
presos. Este edificio, así como el del Colegio y escuelas, que­
daron completamente deteriorados por haber servido de cuar­
teles en todo el tiempo que duró la pasada guerra, pero
la Municipalidad procedió á reconstruirlos luégo y hoy se
hallan en buen estado. Los otros edificios notables son el
Hospital de San Juan de Dios y el Asilo de indigentes, si­
tuados en la parte más alta, fresca y sana de la ciudad ; am­
bos establecimientos han sido fundados por vecinos genero­
sos ; el Hospital poseía al estallar la guerra pasada un capital
saneado de $ 35,ooo, y el Asilo contaba con $ 30,000. Tanto
estos dos establecimientos como el Colegio se han visto en
grandes dificultades por el deprecio á que ha venido el pa­
pel moneda ; el Gobierno ejercería un acto de justicia resar­
ciendo á estos establecimientos del despojo de que han sido
víctimas.
Existe también un amplio edificio que la familia Silva
hizo levantar y dotó luégo con algún capital para el sosteni­
miento de un Orfelinato ; al lado de este edificio se encuen­
tra el Colegio para señoritas llamado de la Presentación. Am­
bos establecimientos están regentados por RR. HH. de la
Caridad, y es de allí de donde salen los más finos tejidos de
algodón. El Gobierno podría fundar una escuela modelo de
tejidos dotando este plantel de maquinaria adecuada, para
mover la cual cuenta el edificio con una potente acequia de
agua permanente que lo atraviesa. Mucho ganarían San Gil
y el Orfelinato de San Antonio si el Gobierno nacional aco­
metiera tan redentora obra. También los Hermanos de San
Vicente de Paúl poseen un vasto edificio en donde años atrás
tuvieron establecida una regular Escuela de Artes y Oficios,
de donde alcanzaron á salir formados artesanos hábiles.
Las rentas municipales montan en el actual año á la ci­
fra de $ 3,741-72 oro, que se descomponen así:
Notas oficiales ¿93

Producto del puente de hierro sobre el


Fonce........................................................................ $ 1,000 08
Producto de derecho sobre pesas y medidas 560 04
Producto de derecho en la Carnicería... 172 92
Producto de derecho de degüello de ga­
nado menor,........... .................................. ............ .. 156 60
Producto de derechos sobre almacenes y
tiendas en general.................................................. 1,200 ..
Producto de derecho de coso................... 7 •-
Producto de arrendamiento de fincas mu­
nicipales ........... ....................................................... 20 40
Dos terceras partes del producto de Im­
puesto directo......................................................... . 624 68

Suma... . .................................. $ 3,741 72

Con la anterior suma se hacen todos los gastos muni­


cipales con economía tal que al Juez no se le tienen asigna­
dos sino $ 30 oro mensuales, se atiende á la instrucción pú­
blica, se ayuda eficazmente al sostenimiento del hospital, se
reparan los edificios y se componen los lugares públicos.
A inmediaciones de San Gil se encuentran tres hermosas
cataratas en donde se despeña la quebrada de Curití. Son estos
saltos de agua tesoro inexplotado de hulla blanca, al pie de
los cuales se podrían establecer ventajosamente varias empre­
sas productivas con maquinaria moderna. Las empresas más
indicadas son: hilanderías y tejidos de algodón, explotación
del fique, chocolaterías y por último molinos de trigo, que se
produce en grande abundancia y á bajo precio en García
Rovira.
Ca r l o s D. Pa r r a
San Gil, Enero 30 de 1907.

NOTAS OFICIALES
Sr. Secretario perpetuo de la Academia Nacional de Historia.

Por el honorable conducto de usted tengo el placer de enviar á la Acade,


mia una carta que el pacificador Pablo Morillo dirigió en 1810 al Dr. José An­
tonio Escobar, Cura del Cocuy. Era éste hermano del ^uel° de mi esposa, y
debo la carta á la bondad de mi amigo D. Manuel A. Cuéllar. La Academia está
publicando la correspondencia epistolar de nuestros libertadores, y creo justo
que se haga lo propio con la carta de D. Pablo, para quien la historia debe ser
generosa.
¿94 Boletín de Historia y Antigüedades

Igualmente tengo el gusto de remitir á la Academia una piedra que puede


servir para un doble estudio : etnográfico y geológico.
El dicho objeto es una petrochibcha, ó sea una piedra en que los aborígenes
modelaron un dios. A esas piedras las conocemos con el nombre de tunjos.
Los indios no tuvieron el trabajo de modelar el busto de su dios. Cuando la
materia pétrea estaba blanda, se encontró en medio de cuerpos extraños que le
dieron la forma del cuello; los extremos conservan la forma nodular. Pero es
el caso que en el cuello existen aquellas labores naturales que distinguen á los
grafolitos ó sea á las piedras escritas, que sólo se encuentran en los terrenos
primitivos.
El sabio médico Dr. Juan de Dios Carrasquilla conserva un bello grafolito,
procedente de este lugar.
En la hacienda del Sr. Daniel Otálora existe un ludus admirable: pesa
150 kilogramos y los mosaicos satisfacen el gusto más exigente.
Aprovecho la ocasión para renovar á usted las seguridades de mi distinguida
consideración.
Ma r t ín Me d in a
Turmequé (Boyacá), Mayo de 1907.

Bogotá, 4 de Junio de 1907

Sr. Presidente de la Academia Nacional de Historia—E. S. O.


Tengo el honor de remitiros, con esta carta, una copia del Decreto expedido
en Tunja el 26 de Abril de 1814 por el soberano Congreso de las Provincias
Unidas de la Nueva Granada.
Como veréis por tan importante acto, el Congreso adoptó para todas las
Provincias el pabellón de Cartagena; y como no figura esa antigua enseña de la
Patria en ningún libro de historia ni en ningún estudio heráldico, me complazco
en llevarlo á vuestro conocimiento.
Registrando las leyes autógrafas de 1834 encontré la copia de la disposición
legal en referencia.
Dentro de pocos días tendré el gusto de presentaros una copia del diseño
de ese pabellón, sacada del que fue enviado en 1814 al Sr. Gobernador de
Nóvita.
Aprovecho esta ocasión para presentaros con mis respetos las seguridades
de mi consideración.

Vuestro atento servidor y colega,


Tu l io Sa m pe r y Gr .a u

Yo, Pompeyo García y Valenzuela, Archivero del Congreso, certifico :


Que entre los documentos que acompañan la Ley original de 8 de Mayo de
1834, que asigna armas y pabellón á la República de la Nueva Granada—ley que
se custodia en este archivo á mi cargo,—hay uno que copiado dice así:

“ DECRETO DEL CONGRESO

‘'Tunja, Abril 26 de 1814

“ El Congreso de las Provincias Unidas de la Hueva Granada,


<Debiendo proveer de pabellón ó bandera nacional á la marina de las mismas
Provincias Unidas, puesta inmediatamente—no menos que el comercio y el
corso—bajo la autoridad de este Cuerpo, por el Acta de federación ; y deseando
hacerlo sin perder de vista las indicaciones hechas generalmente de sucesos que
deben influir en una resolución definitiva,
Extracto etc tac actas de las sesiones

“ DECRETA:

<Que adopta, provisionalmente, como de la Unión—según lo ha solicitado el


Gobierno de Cartagena—el pabellón de que se usa actualmente en aquel puerto,
formado en tres cuadnlóngos concéntricos: el primero, exterior, encarnado, el
seguado amarillo y el tercero verde, con una estrella de ocho puntas ó radios
en el centro.
<Pásese con este Decreto al Poder Ejecutivo el oficio del Gobierno de Car­
tagena para los efectos convenientes.
< Por el Congreso.
*4 Ca m a c h o , Vicepresidente.
“ Manmón—Crisanio Valenzuelat Secretario.

< Tunja, Abril 26 de 1814.


Comuniqúese á Cartagena y á todas las Provincias, copiándose al efecto loa
diseños necesarios.
(Está rubricado por D. Camilo Torres, Presidente de las Provincias Unidas)
í < Po m b o =
Y á petición del Sr. General Tulio Samoer y Grau expido esta copia en
Bogotá, á 29 de Abril de 1907.
Po m pe y o Ga r c ía y Va l e n z u e l a

Bogotá, Mayo 3 de 1907.

Sr. Secretario de la Academia Nacional de Historia—L. E. C.

Honrosa para mí ha sido la atenta comunicación que con fecha de ayer se


sirvió usted dirigirme para participarme que en sesión del día primero del actual,
por unánime voto, se sirvió elegirme la Academia Nacional de Historia Presi­
dente de ella.
La gratitud que debo á esa ilustrada corporación desde que en sus princi­
pios se sirvió elegirme individuo de ella, viene á aumentarse con la designación
que acaba de hacerme, la cual acepto con la esperanza de que mi decidida volun­
tad en servir á la Academia compensará la escasez de mis fuerzas para el des­
empeño del cargo.
Con sentimiento de distinguida consideración quedo de usted atento y se­
guro servidor,
J. M. Riv a s Gr o o t

EXTRACTO OE LAS ACTAS DE LAS SESIONES


Sesión del 15 de Febrero de 1907—Presidencia del socio Chaux. Informó el
Secretario que la Comisión de la mesa había remitido á España vanos trabajos
para una enciclopedia moderna ; que los Sres. Simón S. Harker, de Bucara-
manga, y Pedro Salcedo del Villar, de Mompós, ofrecen donar á la Academia
documentos inéditos de importancia para la historia; que los Sres. Alejandro
Peña Solarfb, Manuel Ibáñez y José Joaquín García aceptan la delegación de la
Academia para representarla en la inauguración de la estatua de García Rovira;
qne D. Diodoro Sánchez ha remitido una biografía de D. José María González
Benito; que D. Alvaro Restrepo Euse, de Medellín, ha enviado parte de su
696 Boletín de Historia y Antigüedades

Diccionario histórico de la Colonia, y que el Dr. Posada, de acuerdo con el


Secretario, han convenido en que el tomo vi de la Biblioteca de Historia Nacio­
nal contenga las Relaciones de mando de los Virreyes, Fueron nombrados corres­
pondientes los Sres. Simón Planas Suárez, de Nicaragua (Ministro en Venezue­
la), Dr. Marco A. Saluzzo, Director de la Academia de Historia de Venezuela, y
Dr. Francisco José Urrutia, hoy residente en Bogotá.
Sesión del z? de Marzo de 1907 —Presidencia del Dr. J. J. Guerra. Se leyó
el oficio de varias matronas de Santa Marta en que piden apoyo de la Academia
con el objeto de restaurar la histórica quinta de San Pedro Alejandrino,
Sesión del 15 de Marzo de 1907—Presidencia del Dr. J. J. Guerra. La Se­
cretaría dio cuenta de que el Sr. Germán B. Jiménez, de Magangué, ofrece reco­
ger los documentos y noticias posibles sobre la muerte y sepulcro en Mompós
del benemérito General Maza. Fueron nombrados honorarios el Sr. Cleto Gon­
zález Viques, Presidente de Costa Rica, y D. Rafael Villegas, colombiano que
reside en San José de Costa Rica, correspondiente.
Se leyó una uota del Dr. Rivas Grooten que acepta el cargo de Presidente de
la Academia, y estando presente lo excitó el Sr. Vicepresidente para que ocu­
para supuesto. Se leyeron oficios del’socio Urrutiaen queda gracias por las feli­
citaciones que le ha tributado la Academia, y del Sr. Director de Correos y Te­
légrafos, á la que acompaña un expediente de investigación sobre el paradero de
varios objetos chibchas. El socio Uribe A. J. dio cuenta de que tiene terminada
la impresión del volumen 111 de los Anales Diplomáticos y Consulares de Colom*
bia, que abraza desde 1821 hasta 1903 y que trabaja en el resto de la obra con
paciente labor, obra que alcanzará á vn tomos. Presente el Sr. Dr. Sebastián Ho­
yos, miembro de la Academia de Historia de Antioquia, fue presentado por el Se­
cretario, lo que dio lugar á que se aprobaselosiguiente: < La Academia resuelve:
cuando alguno ó algunos de los socios de las Academias de Historia corres­
pondientes á la Nacional se encuentre en la capital de la República, tendrán
derecho á asiento y facultad de intervenir en las deliberaciones de esta Acade­
mia.= Fue nombrado honorario el profesor Hiran Bingham, miembro de varias
Universidades de los Estados Unidos, quien se ocupa en estudios históricos
sobre las vidas de Bolívar y Santander. Se acordó lo siguiente: u La Academis
celebra la presencia del Sr. Dr. Sebastián Hoyos, miembro de la Academia
de Historia de Antioquia, y lo excita pera que se sirva presentar informe sobra
las tareas y facilidades de vida de dicha Corporación.
Sesión del 1? de Abril de 1907—Presidencia del Dr. J. J. Guerra. Se dio
cuenta de que D, Ramón Correa, autor de la biografía de D. José Januario
Henao, dona á la biblioteca un ejemplar de su trabajo, y de que el Dr. Samuel
Mora, médico colombiano residente en Guayaquil, también dona varios documen­
tos originales é inéditos que pertenecieron al archivo del prócer Pedro Gual; y
pide á nombre de la Srita. Josefa Gual, nacida en Bogotá en 1824, autora de
unas Memorias inéditas, que también reside en Guayaquil, el apoyo de la Acade­
mia para obtener una pensión del Gobierno. Se leyeron dos oficios en los cuales
renuncian los cargos de Presidente y Vicepresidente los Dres. Posada y Guerra,
y se acordó no darles curso á estas renuncias sino en sesión especial que se veri­
ficará el i? de Mayo próximo.
Sesión del zy de Abril de 1907- -Presidencia del Dr. J. J. Guerra. Se comi­
sionó al socio Guerra para averiguar quién había recibido en el correo varios
objetos chibchas que el Sr. Martín Medina, de Guateque, envió con destino á la
Academia. Se leyó oficio del socio Joaquín Arciniegas, que reside en San José
de Costa Rica, al cual acompaña varias fotografías de numismática indígena
colombiana. Fueron nombrados correspondientes los Sres. Miguel Arroyo Diez,
de Popayán ; Manuel Landaeta Rosales, Director de la Biblioteca Nacional de
Venezuela, y D. Manuel José Guzmán, de esta ciudad. Se comisionó al Dr.
León Gómez para estudiar el libro inédito Convención de Ocaña, escrito por el
Dr. José Joaquín Guerra.

IMPRENTA NACIONAL

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