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¿Los directivos tienen agenda?

Fragmento de “Los directivos y la organización de la vida cotidiana”.


Noveduc.2023
Delia Azzerboni y Ruth Harf
La agenda del directivo implica la elección de asuntos o aspectos a abordar y plantea criterios
para establecer prioridades de tal modo que se instalen como ocupaciones y preocupaciones con
el fin de que todo el mundo se interese y se ocupe de “cosas importantes” y no de cosas banales
y superficiales de la cotidianeidad que a menudo desvían la atención de la función esencial del
directivo y del educador.
La agenda expresa la voluntad del directivo para seleccionar temas y acciones relevantes y su
capacidad y fortaleza de gestión para hacer que se instalen en el quehacer cotidiano
institucional, y es una de las claves en el éxito de la gestión.
No ignoramos que toda previsión o anticipación de acciones expresa una representación mental,
se apele o no a un portador concreto. Cuando se habla de la agenda del directivo, se hace
referencia a la posibilidad de concretar esa representación en una distribución temporal, donde
la priorización es esencial. En muchas de las agendas reales o agendas de los directivos se
aprecia una confusión entre lo importante y lo urgente.
¿A qué dedica su tiempo el directivo de una escuela? Suele existir una fuerte distancia entre
“lo que sería deseable hacer” y “lo que se hace”. Muchos definen a esto como la distancia entre
“la teoría y la práctica”, entre “lo deseable y lo posible”, entre “lo esperable y la compleja
realidad cotidiana de las escuelas”.
La agenda permite apreciar si cierta actividad seleccionada es o no pertinente para la función
que se pretende cumplir a través de dicha actividad, tomando en cuenta las circunstancias.
Permite cuestionar los fundamentos por los cuales se hacen las actividades que en ella se
incluyen. Por ejemplo, que el directivo esté presente a la entrada o a la salida de los estudiantes
sólo tiene sentido si cumple con alguna función: ofrecerse como modelo; generar calidez; dar
seguridad y garantías; dar idea de cohesión institucional; obtener información sobre la marcha
institucional, o sobre la comunidad en la cual está inserta la escuela y comunicar: recibir y dar
información institucional.
Si suponemos que la agenda devela la capacidad de una persona para poner determinados temas
sobre la mesa y hacer que la vida profesional institucional en un determinado tiempo gire
alrededor de ellos, cabría preguntarse por qué algunos temas se transforman o pasan a formar
parte de la agenda y otros no. ¿En qué medida influye lo que al directivo le gusta o no hacer?
¿En qué medida influye lo que las circunstancias le permiten o no hacer? ¿En qué medida influye
la capacidad del directivo para priorizar? ¿En qué medida influye la competencia de cada
directivo para actuar sobre lo relevante o es que se “pierde” en lo emergente? Acá se devela la
capacidad de librar la batalla cotidiana entre la voluntad y el deseo, entre la necesidad y el
deber, entre lo importante y lo superfluo, entre las competencias y habilidades y la impotencia.
Sería deseable que la agenda se organice en función de metas concretas, jerarquizando y
estableciendo prioridades para concentrar esfuerzos -administrando bien sus fuerzas-, en las
cuestiones verdaderamente relevantes, buscando coherencia en la tarea de conducción y evitar
la dispersión en actividades superfluas o irrelevantes que desgastan energías.
Aunque la agenda implique ciertas rutinas, es bueno que se de margen a la creatividad en su
planificación y concreción. La flexibilidad ha de ser un rasgo muy valorado en toda la gestión
directiva.
Ser o no ser autónomo, ser o no ser proactivos: esa es la cuestión al agendar.

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