CASA TOMADA
CASA TOMADA
CASA TOMADA
creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y
dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María pasaba al living. Tenía a los lados las puertas de nuestros dor-
Esther antes de que llegáramos a comprometernos. Entramos mitorios y al frente el pasillo que conducía a la parte más re-
en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, tirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de ro-
ble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se po-
simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria día girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir
clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nues-
un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño.
tra casa. Nos moriríamos allí vagos y esquivos pri-
algún día, por
Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa
era
mos se quedarían con la casay la echarían al suelo para enri
de un departamento de
quecerse con el terreno y los ladrillos;
o mejor, nosotros mis- muy grande; si no, daba la impresión
de que fuese dema- los que se editican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vi-
mos la voltearíamos justicieramente antes
víamos siempre en esa parte de la casa, casi nunca íbamos más
siado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Apar- allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es
día tejiendo en increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires se-
te de su actividad matinal se pasaba el resto del
debe habirantes y
el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que rá una ciudad limpia, pero eso lo a sus no a
las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran otra cosa.Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una rá-
aga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y
entre
era así, tejía cosas siem-
pretexto para no hacer nada. Irene no
el invierno, medias para mí, ma- los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien
pre necesarias, tricotas para momento des-
con plumero, vuela y se suspende en el aire, un
ñanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después
lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era pués se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
la canastilla el montón de lana encrespada re Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin
gracioso ver en
sistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio,
iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, eran las ocho de la noche y de repente se me
ocurrió poner al
la
se complacía con los colores y nunca tuve que
devolver made- fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar
libre- entornada puerta de roble; y daba la vuelta al codo que lleva-
jas. Yo aprovechaba esas salidas para dar la vuelta por las
rias y preguntar vanamente si había novedades en literatura
ba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o la biblio-
venía impreciso y sordo, como un volcarse de
francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. a teca. El sonido
la alfombra o un ahogado susurro de conversación.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Ire- silla sobre el
Me pregunto qué hubie- También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en
ne, porque yo no tengo importancia. la
hasta
ra hecho Irene sin el tejido. Uno puede
releer un libro, pero fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas puer-
contra la puerta antes de que fuera demasiado tar-
cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin ta. Me tiré
cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave
es-
escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de de, la
de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo pa-
alcanfor Ileno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con taba puesta
naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de ra más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta
Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitá-
preguntarle a
con la bandeja del mate le dije a Irene: veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la par- living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier co-
te del fondo. sa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el
ade
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. mán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuen-
Estás seguro? tes insomnios.
Asenti. Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los
-Entonces-dijo recogiendo las agujas- tendremos que vi- rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un
vir en ecre lado. crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de r
Yo cbaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un ble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño,
rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a ha-
gris; a mí me gustaba ese chaleco. blar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos había- una cocina hay demasiado ruido de loza y vidrios para que
mos dejado en la
parte tomada muchas cosas que queríamos. orros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces peruiíanos
Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al
en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pan- living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pi-
tuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de sábamos más despacio para no molestarnos. (Yo creo que era
enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta
de muchos años. voz, me desvelaba en seguida.)
Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche
dias) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta
con tristeza. la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dor-
-No está aquí. mitorio (ella tejía) oí el ruido en la cocina; tal vez en la coci-
Yera una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro na o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el
lado de la casa. sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de de
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó .tenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos es
tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media cuchando los ruidos, notando claramente que eran de este la-
por
ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruza- do de la puerta de roble, en la cocina y en el baño, o en el pa-
dos. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme sillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hi-
mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos pa- ce correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia
ra comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resul- atrás. Los ruidos se oían más tuerte pero siempre sordos, a es-
ta molesto tener que abandonar los dormitorios al paldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos
atardecery
ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormi en el zaguán. Ahora no se oía nada.
torio de Irene y las fuentes de comida fiambre. -Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para las manosy las hebras iban hasta la cancel y se perdían deba-
tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero jo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado
por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de soltó el tejido sin mirarlo.
estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. No8 -luviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inúil-
divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reu- mente.
nidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces -No, nada.
Irene decía: Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pe-
-Fijáte este punto que se me ha ocurrido. No da un dibu- sos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
jo de trébol? Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cua- la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que
dradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eu- ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos
pen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la
a no
pensar. Se puede vivir sin pensar. alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en se- robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
guida.) Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papa-
gayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene JULIO CORTÁZAR
decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a
1951, BESTIARIO.
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