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Los Ladrones del Gozo
Jesucristo fue “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Sin embargo, él
poseía un gozo profundo que iba más allá de todo lo que el mundo pudiera ofrecer. Cuando se enfrentó a la cruel muerte del Calvario, Cristo les dijo a sus seguidores: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). Aquellos que han confiado en Cristo tienen el privilegio de experimentar la “plenitud de gozo” (Salmo 16:11). Sin embargo, pocos son los creyentes que se aprovechan de este privilegio. Mas bien viven bajo una nube de desilusión cuando podrían andar en la luz del gozo. ¿Qué es lo que les ha robado el gozo? La respuesta a esa pregunta tan importante se encuentra en una carta escrita hace siglos. Fue escrita por el apóstol Pablo cuando era prisionero en Roma en el año 62 d. de C., y fue enviada a sus amigos creyentes de la iglesia en Filipos, la cual fue una iglesia fundada por Pablo en su segundo viaje misionero (Hechos 16). Uno de los miembros de dicha iglesia, Epafrodito, había sido enviado a Roma para llevar una ofrenda especial al apóstol y ayudarle en ese tiempo difícil en su vida (Filipenses 2:25–30; 4:10–20). En la carta a la iglesia en Filipos, Pablo expresa su gratitud a los creyentes; pero, lo que es más importante, revela su secreto del gozo cristiano. Por lo menos 19 veces en los cuatro capítulos, Pablo menciona la palabra gozo o regocijo. Lo notable acerca de esta carta es lo siguiente: la situación de Pablo era tal que no parecía haber razón para que se regocijara. Era un prisionero en Roma y su juicio se aproximaba. ¡El podría ser puesto en libertad o ser degollado! Hechos 28:30–31 indica que era un prisionero en su propia casa alquilada, pero que estaba encadenado a un soldado romano, y no se le permitía predicar en público. Pablo quiso ir a Roma como predicador (Romanos 1:13–16); sin embargo, llegó allí como prisionero. Y desafortunadamente, los creyentes en Roma estaban divididos; algunos estaban de parte de Pablo y otros en su contra (Filipenses 1:15–17). ¡De hecho, algunos de los creyentes procuraban hacer la situación más difícil para el apóstol! Sin embargo, a pesar del peligro e incomodidad, Pablo sobreabundaba en gozo. ¿Cuál era el secreto de este gozo? El secreto se encuentra en otra palabra que a menudo es repetida en Filipenses: es la palabra sentir, que en este libro se refiere al uso de la mente. Pablo usa dicha palabra 8 veces y también otras 6 palabras distintas que indican el uso de la mente (ciencia, conocimiento, ánimo, estimar, pensamiento, pensar). En otras palabras, el secreto del gozo cristiano se encuentra en la manera que el creyente piensa—sus actitudes. Después de todo, la perspectiva que se tiene de las cosas, determina el resultado que se obtiene de ellas. “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). De ahí que la carta a los Filipenses es un libro de psicología cristiana, sólidamente basado en doctrinas bíblicas. No es un libro de autoayuda superficial que le enseña al lector cómo convencerse de que todo va a salir bien. Es un libro que describe la mente que el creyente debe tener si quiere experimentar el gozo en Cristo, en un mundo lleno de dificultades. Para entender mejor el tema total de este libro, primero es necesario descubrir cuáles son los ladrones que nos roban el gozo, y luego determinar las clases de actitudes que debemos tener, a fin de subyugar y derrotar a dichos ladrones.
Los ladrones que le roban el gozo
Las circunstancias. La mayoría de nosotros confesamos que cuando las cosas van “viento en popa” nos sentimos mucho más felices y nuestro comportamiento es más agradable a los que convivan con nosotros. “De seguro papá tuvo un buen día en la oficina”, dijo la pequeña Alicia a su amiga que le visitaba. “No rechinó los neumáticos del auto cuando enfrenó al llegar, ni azotó la puerta al entrar. ¡E incluso le dio un beso a mamá!” Pero, ¿se ha detenido a considerar cuán pocas son las circunstancias de la vida que están realmente bajo nuestro control? No tenemos control sobre el tiempo, sobre el tráfico en el centro de la ciudad o sobre las cosas que otras personas dicen y hacen. La persona cuya felicidad depende de circunstancias ideales estará infeliz una gran parte del tiempo. El poeta Byron escribió: “Los hombres son el hazmerreír de las circunstancias”. ¡Sin embargo, aquí el apóstol Pablo, en la peor de las circunstancias, escribe una carta saturada de gozo! La gente. Mi hija bajó rápidamente del autobús escolar al detenerse éste enfrente de nuestra casa y azotó la puerta al entrar. Subió excitadamente las escaleras hacia su cuarto y de nuevo azotó la puerta. Durante todo este tiempo iba refunfuñando en voz baja, “¡Gente-gente-gente-GENTE!” Fui a su puerta y toqué suavemente. “¿Puedo entrar?” Ella respondió: “¡No!” Traté una vez más, pero ella dijo en forma aun más bélica: “¡No!” Le pregunté: “¿Por qué no puedo entrar?” Su respuesta fue: “¡Porque tú eres una gente también!” Todos nosotros hemos perdido nuestro gozo a causa de la gente: por lo que son, lo que dicen y lo que hacen. (Y sin duda nosotros hemos contribuido a hacer a alguien infeliz.) Pero, tenemos que vivir y trabajar con la gente; no podemos aislarnos y, a la vez, glorificar a Cristo con nuestras vidas. Somos la luz del mundo y la sal de la tierra. Pero, a veces la luz se desvanece y la sal se hace amarga por causa de otras gentes. ¿Hay alguna manera de tener gozo a pesar de la gente? Las cosas. Un hombre rico se estaba mudando a su mansión, y un vecino suyo de la secta religiosa de los cuáqueros, quien creía en una vida sencilla, estaba observando las actividades cuidadosamente. El vecino contaba el número de sillas y mesas y el vasto número de artículos curiosos que se llevaban a la casa. Finalmente, le dijo al señor de la mansión: “Vecino, si usted necesita algo, venga a verme y le diré cómo puede vivir sin ello”. Abraham Lincoln caminaba por la calle con sus dos hijos, quienes estaban llorando y peleándose. “¿Qué les pasa a los niños?” preguntó un amigo. “Lo mismo que pasa con todo el mundo”, replicó Lincoln. “Tengo tres nueces y cada niño quiere dos”. ¡Cosas! ¡Qué ladrones éstas! Sin embargo, Cristo dijo: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). En el sermón de la montaña, Cristo enseñó en contra de hacerse tesoros en la tierra; no están a salvo, no duran y nunca satisfacen. Pero, aun así, la mayoría de la gente hoy en día piensa que el gozo viene de las cosas que poseen. En realidad, las cosas nos pueden robar la única clase de gozo que realmente perdura. La preocupación. Este es el peor ladrón de todos. ¡Cuánta gente ha sido robada de su paz y satisfacción a causa de la preocupación! De hecho, la preocupación tiene incluso consecuencias físicas, y mientras que la medicina puede quitar los síntomas, no puede eliminar la causa. La preocupación hace su obra por dentro. Usted puede comprar sueño en la farmacia, pero no puede comprar descanso. Si Pablo hubiera querido preocuparse, le habrían sobrado ocasiones para ello. Era un prisionero político que se enfrentaba a una posible ejecución. Sus amigos en Roma estaban divididos respecto a su juicio. No tenía una junta misionera que lo respaldara ni una Sociedad de Ayuda Legal que lo defendiera. Pero, a pesar de todas estas dificultades, ¡Pablo no se preocupó! En cambio, escribió una carta llena de gozo diciéndonos cómo dejar de preocuparnos. De manera que estos son los cuatro ladrones que nos roban el gozo: las circunstancias, la gente, las cosas y la preocupación. ¿Cómo podemos subyugar a estos ladrones para que no nos roben este gozo que por derecho es nuestro en Cristo? La respuesta es la siguiente: debemos cultivar las clases correctas de actitudes mentales. Si nuestra perspec-tiva determina nuestro porvenir, entonces la actitud mental que cultivamos determinará nuestro gozo o la falta de éste. En los cuatro capítulos de Filipenses, Pablo describe cuatro actitudes mentales que producirán gozo a pesar de las circunstancias, la gente y las cosas; y dichas actitudes nos librarán de las preocupaciones.
Las Cuatro Actitudes Que Mantienen El Gozo
La mente sencilla (Filipenses 1). (Sencilla proviene del latín singulus y, en este caso, significa: de un solo propósito, ánimo o sentir. Al decir que cada creyente debe tener una mente sencilla, no significa tener una mente simple o falto de entendimiento o aspiraciones.) “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). “Doble ánimo” en este texto no significa una doble porción de ánimo, sino “dos ánimos contrarios”. El hombre de doble ánimo es inconstante por cuanto vacila entre dos propósitos. La misma idea se expresa en el viejo proverbio latino: “Cuando el piloto no sabe a qué puerto se dirige, ningún viento es buen viento”. La razón por la cual muchos creyentes se perturban a causa de las circunstancias es porque no cultivan la mente sencilla. Pablo expresa esta actitud de la devoción del corazón sencillo hacia Cristo de esta manera: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (1:21). En el capítulo 1, Pablo describe esas circunstancias difíciles y se enfrenta con ellas abiertamente. Pero, sus circunstancias no pueden robarle su gozo porque él no vive para gozar de las circunstancias; sino que vive para servir a Cristo Jesús. Es un hombre con un solo propósito: “una cosa hago” (3:13). No mira a las circunstancias en sí mismas, sino en relación con Cristo Jesús. No es el prisionero de Roma, es el “prisionero de Cristo Jesús” (Efesios 3:1). Las cadenas que lleva son “mis prisiones… en Cristo” (Filipenses 1:13). No se está enfrentando con un juicio civil; sino que está “puesto para la defensa del evangelio” (1:17). No miró a Cristo a través de sus circunstancias, sino que miró a sus circunstancias a través de Cristo; y esto cambió todo. Cuando un creyente tiene la mente sencilla, se interesa por la comunión del evangelio (1:1–11), el progreso del evangelio (1:12–26), y la fe del evangelio (1:27–30). Pablo se regocijó en las circunstancias difíciles porque éstas le ayudaron a fortalecer su comunión con otros creyentes, dándole la oportunidad de llevar a otros a Cristo, y lo capacitaron para defender el evangelio ante las cortes de Roma. Cuando tienes la mente sencilla, las circunstancias obran para tu bien y no en tu contra. La mente sumisa (Filipenses 2). Este capítulo se concentra en la gente, y el versículo clave dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (v. 3). En el capítulo 1, Pablo coloca a Cristo primero. En este capítulo, pone a otros en segundo lugar. ¡Lo cual quiere decir que él mismo se coloca al último! Por lo general, la razón por la cual la gente nos irrita tanto es porque no podemos hacer nuestra propia voluntad. Si nosotros insistimos en ponernos en primer lugar, y los demás se empeñan en colocarse en primer lugar, el resultado obvio será conflictos frecuentes. Una madre y su pequeño hijo subieron en el elevador para ir al consultorio del doctor. En el segundo piso un grupo de personas entró en el elevador, entre ellas una mujer bastante obesa. Al ir subiendo, el silencio se interrumpió con el grito de la obesa pasajera, quien dirigiéndose a la madre le dijo: “Su hijo me acaba de morder”. La madre estaba completamente avergonzada, pero el pequeño tenía una explicación: “¡La mordí porque se sentó en mi cara!” Lo que pasó en el elevador está pasando en todo el mundo: la gente y las naciones se muerden unas a otras porque se sienten maltratadas y marginadas. Mas el creyente con la mente sumisa no espera ser servido por otros; él sirve a los demás. El considera el bienestar de otros como más importante que sus propios planes y deseos. En el capítulo 2, encontramos cuatro ejemplos maravillosos de la mente sumisa: Jesucristo (2:1–11); Pablo (2:12–18); Timoteo (2:19–24); y Epafrodito (2:25–30). Cada uno de estos ejemplos comprueba el principio, “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11). La mente espiritual (Filipenses 3). Te darás cuenta de que Pablo usa siete veces las palabras cosa y cosas. El hace hincapié en que la mayoría de la gente “piensa en lo terrenal” (v. 19), pero que el creyente con la mente espiritual se ocupa de las cosas celestiales. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (v. 20). La persona con la mente espiritual mira las cosas de este mundo desde el punto de vista celestial—¡qué diferencia! Cuando cinco misioneros fueron matados por los aucas en el Ecuador, algunos periódicos y revistas consideraron esta tragedia como una gran pérdida de vidas. Sin embargo, mientras que esto trajo pena y sufrimiento a los amigos y parientes, los eventos subsecuentes comprobaron que esas muertes no fueron una pérdida, ni para ellos ni para el mundo. Las palabras de Jim Elliot, uno de los mártires, expresan una gran verdad: “No es ningún tonto aquel que da lo que no puede guardar para ganar aquello que no puede perder”. La búsqueda de las cosas está robándole el gozo a la gente, aun a los creyentes. Queremos poseer cosas, y después nos damos cuenta de que las cosas nos poseen a nosotros. El único camino a la victoria y al gozo es el de tener una mente espiritual y mirar a las cosas desde el punto de vista divino. Como Pablo, debemos ser evaluadores con los valores correctos (3:1–11), atletas con el vigor necesario (3:12–16), y extranjeros con la visión correcta (3:17–21). “Estimo… prosigo… espero” —son los verbos que describen al hombre con una mente espiritual. La mente segura (Filipenses 4). La preocupación es sencillamente el error de pensar incorrectamente (la mente), y el sentir incorrectamente (el corazón) acerca de las circunstancias, la gente y las cosas. Así que, si tenemos la mente sencilla, la mente sumisa, y la mente espiritual, no nos será difícil vencer sobre la preocupación. Todo lo que necesitamos es algo que guarde nuestro corazón y mente para que la preocupación no penetre. Pablo describe la mente segura: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos (mentes) en Cristo Jesús” (v. 7). Esa palabra guardar es un término militar, y quiere decir “estar de guardia, vigilar”. (Pablo estaba encadenado a un soldado.) El capítulo 4 describe los recursos espirituales que el creyente tiene en Cristo: La paz de Dios (4:1–9), el poder de Dios (4:10–13), y la provisión de Dios (4:14–23). Con recursos como estos, ¿por qué hemos de preocuparnos? Nosotros tenemos la paz de Dios para guardarnos (v. 7), y el Dios de paz para guiarnos (v. 9). La paz de Dios viene cuando oramos correctamente (vs. 6, 7), cuando pensamos correcta-mente (v. 8), y cuando vivimos correctamente (v. 9). Este es el secreto de Dios para tener victoria sobre toda preocupación.
¿Qué Debemos Hacer?
Este estudio de Filipenses nos debe convencer de que es posible vivir una vida de gozo cristiano a pesar de las circunstancias, la gente, y las cosas, y que no necesitamos preocuparnos cuando vienen las pruebas y el camino se torna difícil. Pero, ¿cómo podemos poner todo esto en práctica en nuestras vidas? Asegúrate de que eres creyente. Pablo escribió esta carta a “todos los santos en Cristo Jesús” (1:1). La palabra santos significa sencillamente una persona apartada. Cuando te entregas a Cristo, ya no perteneces a este mundo; perteneces a Dios y has sido apartado para su gloria. Cada capítulo en Filipenses comienza con una de las siguientes frases: “en Cristo” o “en el Señor” (1:1; 2:1; 3:1; 4:1). A menos que pertenezcas a Cristo Jesús, no puedes tener la mente sencilla, “Porque para mí el vivir es Cristo” (1:21), o la mente sumisa, “Estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (2:3), o la mente espiritual, “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” (3:20), o la mente segura, “Y la paz de Dios… guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos” (4:7). ¿Cómo se hace uno hijo de Dios? Pablo contestó esa pregunta cuando estaba en la cárcel en Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” (lee la historia completa en Hechos 16:6– 40). Reconoce tus errores. Si hemos sido de doble ánimo, orgullosos, con mentes mundanas y llenos de preocupaciones, entonces ¡estamos pecando! Y entre más pronto lo confesemos a Dios, más pronto su gozo llenará nuestras vidas. (Algunas personas están realmente orgullosas del hecho de que se preocupan, a pesar de lo que Cristo dice en Mateo 6:24–34.) Rinde tu mente a Cristo diariamente. Pídele que te dé una mente sencilla, una mente sumisa, una mente espiritual y una mente segura. (En los capítulos siguientes explicaremos la manera en que cada una de estas mentes funciona en la vida cristiana.) Cuando te das cuenta de que has perdido tu gozo durante el día, pregúntate: “¿He sido de doble ánimo? ¿He sido orgulloso? ¿Estoy codiciando cosas? ¿Estoy preocupándome?” Si eres culpable, confiesa tu pecado al instante, y pídele a Dios que restaure tu mente para que seas como él quiere. Busca oportunidades en las que puedas poner tu mente a trabajar. Si en verdad quieres una mente sencilla, puedes estar seguro de que el Señor arreglará las circunstancias para que puedas empezar a ejercitarla. Una nueva creyente, hablando con su pastor dijo: “Yo le pedí al Señor que la verdad de Filipenses 1:21 llegara a ser una realidad en mi vida; y usted no se imagina lo que sucedió. ¡Fui a parar en un hospital!” El pastor le preguntó: “¿Buscaste oportunidades para hacer progresar el evangelio de la manera en que Pablo lo hizo en Roma?” Su semblante cayó y replicó: “No, pienso que no lo hice. Pasé la mayor parte del tiempo quejándome”. Descubrirás durante este estudio que Dios te mandará pruebas frecuentes en tu vida, para ayudarte a desarrollar tus actitudes espirituales. El aprendizaje y el vivir van juntos, y Dios le dará la gracia que necesitas para cada demanda. Al ejercitar la actitud correcta, encontrarás que un gozo profundo inundará tu corazón—gozo a pesar de las circunstancias, la gente y las cosas—y un gozo que vence a la preocupación y te llenará de la paz de Dios. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz…” (Gálatas 5:22). Deja que este fruto crezca en tu vida desde ahora.1
1 Warren W. Wiersbe, Gozosos en Cristo: Estudio Expositivo de la Epístola a los Filipenses