Ronulfo Badilla

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Ronulfo Badilla: El reparador de ollas y bacinillas

Aclaración: algunos eventos y nombres son basados en personas y hechos reales, otros
son ficticios.
Escrito por: Prof. Mateo Arroyo Cortes
Fue una noche de septiembre de mil novecientos dieciséis; un dos para ser exacto.
Casimiro y Luciana vivían en una finca en Pejibaye de Pérez Zeledón. A Casimiro le habían
ofrecido un buen trabajo como peón de finca. Además le dieron casa, agua y un terrenito
para que sembrara lo que quisiera.
Se habían ido recién casados; pronto Luciana quedo embarazada, los dos esperaban llenos
de ilusiones el nacimiento de su hijo.
! Que sea lo que Dios quiera expresaba!
Luciana cuando le preguntaban que querían.
Por fin llegó el día. Desde mediodía estaba con contracciones. Casimiro se quedó
acompañándola en casa y no fue a limpiar la milpilla. Ahí estuvo en el corredor impaciente
mientras su mujer en la cama sentía como se iba acercando el momento.
Oscureció y su espera fue acompañada de un concierto de grillos y de chicharras. Más allá
del patio, una rana festejaba en un charco.
Casimiro cabeceaba de sueño, cuando la voz de Luciana le dijo:
-¡Ya vámonos, ya casi viene el niño!
A Casimiro casi se le sale el corazón de la emoción. Luciana tomo un viejo paño y se lo
echo a su espalda para protegerse del sereno en el camino.
Caminaron más de media hora hasta llegar a la casa más cercana. Llamaron a la puerta, la
humilde vivienda estaba iluminada por una canfinera. Una mujer cincuentona y corpulenta
abrió la puerta; al ver los visitantes exclamó:
_!Buenas noches, los estaba esperando!
Aquella mujer era conocida en la zona como la comadrona, pues era buena ayudando a
parir a las mujeres del pueblo. Su nombre era Úrsula. Inmediatamente se fue a la cocina y
puso a calentar una olla con agua en una un viejo fogón. Después se fue y de un viejo
armario saco tela blanca y unas tijeras.
_!Esté tranquila mijita, todo va a salir bien!
Luciana se acostó sobre un viejo camón. Casimiro se fue al corredor a esperar. Media hora
después se escuchó el llanto de un niño. Una enorme sonrisa se dibujó en los labios de
Casimiro. Adentro Úrsula atendía a Luciana y a su vástago.
Un minuto después Casimiro había entrado a aquella habitación y recibía en brazos a su
primer retoño envuelto en mantillas. Lo tomó en sus brazos y expresó:
_!Se parece a mí!
_!Le pondremos por nombre Ronulfo, igual que tío!
De esta forma Ronulfo Badilla vino a esta tierra a engalanar aquel humilde hogar. A la
mañana siguiente emprendieron el camino de regreso a casa lleno de ilusiones.
Ronulfito cómo le llamaban, creció fuerte y sano. Todas las mañanas se tomaba su jarro de
leche al pie de la vaca. Siempre acompañaba a su padre al terreno dónde tenía los
frijolares. A los cinco años ya montaba a caballo y a los seis arriaba el ganado. Por la
mañana era el encargado de poner las maneas a las vacas y separar los terneros.
Ronulfito creció y muy pronto llegó la hora de asistir a la escuela que estaba como a cinco
kilómetros de la casa. Pero no había problema porque para eso tenía su propia yegua y una
buena montura.
Por las tardes cuando regresaba de la escuela ayudaba a su padre con las labores
agrícolas.
Diesiseis años pasan rapidísimo y Ronulfito se había hecho alto y fornido como su padre,
hasta el bigote le estaba saliendo.
En aquel pueblo no había colegio para esa época, así que después de terminar la escuela
Ronulfito busco trabajo como peón de finca con los ganaderos de la zona
Y pasaron los años. Ronulfo ya tenía 30 años y no se había casado. Eso sí, siempre en casa
acompañando a sus padres. Una tarde, cuando regreso del trabajo encontró su madre
llorando desconsoladamente. Le pregunto:
_Qué pasa madre?
Ella le respondió:
_! Casimiro le detectaron un cáncer terminal de estómago!
Aquella noticia fue como un balde de agua fría para Ronulfo jamás, se había puesto a
pensar en que un día perdiera su padre. Tres meses después estaban enterrando a su
padre en el cementerio del pueblo.
Para Ronulfo aquel evento fue devastador. Pero su madurez le hizo comprender que Él
debía ser fuerte y cuidar de su madre.
En pocos días Luciana entro en depresión y no comía. Ronulfo la consolaba cuando estaba
en casa, pero Luciana dijo ya no querer vivir. Seis meses después a Luciana la llevaban a
enterrar junto a Casimiro como ella había pedido.
Después Ronulfo se sentaba en el corredor a recordar cada momento vivido ahí junto a sus
padres, su niñez, su infancia, la adolescencia, los terneros, los frijolares, las regañadas;
pero ahora estaba solo con sus recuerdos y no tenía a nadie ahí. De feria, la casa era
prestada. Asi estuvo ensimismado varios meses. Luego empezó a darle vuelta a una idea.
A él le había contado un primo que vivía en San Ramón que él se ganaba la plata más
fácilmente. Había aprendido a reparar las ollas, jarros y cafeteras que usaban las personas
que cocinaban con leña.
Era común que con el tiempo a las ollas y cafeteras se le hicieran pequeños agujeros en el
fondo. Solo había que ir a la casa y ofrecer el servicio. Lo único que ocupaba era un Cautín
y un rollo de estaño
Así que una mañana de sábado arrolló sus pertenencias, las echó en un saco, se lo echó al
hombro y salió con rumbo a San José.
Después de casi seis horas de andar en varios buses llego a San José. Era la segunda vez
que estaba en ese lugar tan horrible y lleno de carros, cemento y gente corriendo para
todos lados.
Pregunto por la parada de San Ramon, luego caminó muchas cuadras hasta llegar a la
terminal ubicada a un costado del Mercado la Coca-Cola. Una hora despues estaba
abordando el autobús que lo llevaría a una nueva vida.
Noventa minutos después se estaba bajando a un costado del mercado municipal en San
Ramón. El lugar estaba muy frío y ya oscurecía. Unos pocos minutos despues apareció su
primo Pedro el cual le saludó con un fuerte abrazo y la frase:
¡Bienvenido primo!
Después se dirigieron a tomar el autobús que los llevaría a casa de su tío. Casi de noche
llegaron a casa de su tío Carlos, el cual lo recibió de abrazo y a continuación le dijo:
¡Venga para que conozca su cuarto!
A la mañana siguiente después del desayuno, el primo Pedro se lo llevó por detrás de la
casa. Ahí tenía una pequeña bodega donde había muchas ollas y cafeteras viejas. Este le
explico que el proceso era muy sencillo:
_!Solo debe limpiar muy bien con una lija el lugar donde tiene el hueco luego colocas la
punta del Cautín entre las brasas para que se ponga al rojo vivo.!
!Luego se coloca la punta sobre el agujero para calentar la parte dañada; después colocas
el estaño entre la punta del Cautín y el agujero para que se derrita y lo selle. y listo primo!
Después de esta explicación Ronulfo tomó una vieja olla he hizo exactamente lo indicado
por su primo Pedro tapando el agujero. Su primo expreso:
¡Excelente primazo aprendes rápido!
Durante varias semanas ambos salían a recorrer los pueblos aledaños ofreciendo sus
servicios y regresaban a casa ya oscureciendo con dinero en sus bolsillos.
Cerca de seis meses después Ronulfo le dijo a su primo:
Me cuentan que tomando la carretera oeste hacia Puntarenas está el pueblo llamado
Esparta. Que hay muchos agricultores y ganaderos. La gente es muy trabajadora y
tranquila. He decidido ir a probar suerte en ese lugar.
Pedro le dijo:
Primo me parece bien que pienses en grande.
Ocho días después Ronulfo tomó sus pertenencias de nuevo, las echó en el saco, fue a la
terminal de buses y tomó el que lo llevaría a Esparta. En una hora llegó aquel pueblo
totalmente desconocido para él; se bajó en el centro, muy cerca del Parque Pérez.
Preguntó por un hospedaje y le recomendaron la Pensión Córdoba que estaba contiguo a la
Soda Corrales.
Sus planes eran estar ahí un mes. Para esto se había preparado ahorrando mientras estaba
en casa de su tío. Ahí viviría en ese hotel mientras conocía el pueblo y organizaba el
negocio.
Ronulfo Badilla no tenía estudios, pero era una persona llevadera. Así que dondequiera que
llegaba hacia amigos. Después de un año en aquel pueblo, prácticamente había recorrido
todos los barrios a excepción de San Jerónimo
Una mañana de lunes tomo su bolsa de herramientas y comenzó a caminar rumbo a aquel
pueblo. Le habían dicho era de agricultores y ganaderos. Que en la zona alta se pegaban
muy bien los frijoles tapados. Además aquel lugar tenía un rico clima.
Una hora despues de caminar llegó al viejo puente de hamaca. Se quedó maravillado al ver
aquella estructura. Al principio sitio temor al ver cómo se mecía; luego se animó a cruzarlo.
Debajo de este el Río Barranca fluía embravecido y sus aguas se desbordaban por el
playón cada vez que llovia.
Cruzo el puente y comenzó a subir aquella cuesta. El camino era muy solo, habia muy
pocas casas. Muy pronto estaba en el pueblo de San Jerónimo. Empezó a llamar a las
puertas de las casas. Era bien recibido por todos. No solo le daban trabajo; en cada casa
que llegaba le daban café con tortilla y queso. Y de vez en cuando el almuerzo.
Ronulfo estaba feliz con su negocio en aquel lugar. Ya no solo reparaba. ollas, también le
pedían que reparara baldes de ordeñar y hasta bacinillas que ya habían sido desahuciadas.
Sus clientes estaban muy contentos con El.
Después de quince días decidió subir a Cerrillos. Así fue como una tarde llegó a una
propiedad con una casita de madera construida sobre basas de madera. A un costado
había un pequeño corral y un encierro para terneros. Cuando llamó desde fuera de aquella
casa humilde, el primero en salir fue un perro que estaba debajo del piso, se sacudió y le
movió el rabo. Después vio venir del fondo de la casa a un hombre alto, de cerca de metro
setenta y cinco de estatura. Piel rojiza, fornido y brazos largos y ojos verdes.
Aquel hombre se quedó viéndolo de arriba abajo y le dijo:
Que se le ofrece señor?
Este le contesto:
Mi nombre es Ronulfo Badilla y ando ofreciendo mis servicios reparando ollas, comales,
bacinillas y baldes de ordeñar!
El hombre de contesto:
¡Mucho gusto! Dígame Jope. Ya me habían hablado de usted y esperaba pasará por acá.
Ahí le tengo algunas cosas para reparar.
Ese día nació una gran amistad entre Ronulfo y Jope. Al punto que el segundo le da posada
a Ronulfo para que no tuviera que devolverse a Esparta el mismo dia cuando andaba por
aquellos lugares.
Fue asi como en uno de sus viajes a Cerrillos visito a Hernán González, uno de los hijos de
Jope. Hernán era conocido en el pueblo como Faja. Era un hombre cuarentón y vivía con su
familia en Calle Guatuso. Era una calle abandonada llena de zanjas y barriales.
Faja vivía con su mujer Vitalina y sus hijos Eli, Marvin, Hubert y Silverio. Cada vez que
Ronulfo llegaba a aquella casa le costaba irse; porque se sentaba muchas horas a contar
anécdotas con su amigo Faja mientras los chiquillos los escuchaban con atencion.
Ronulfo sabía que cada vez que iba a Cerrillos debía pasar donde Faja y su familia y por
supuesto debía llevarle un regalito a los niños.
Asi que días antes se preparaba y con sus propias manos y con ayuda de unas tijeras
fabricaba unos pitos de lata. Ya con este pito en sus manos aquellos chiquillos pasaban
quince días en un puro concierto de pitidos que atontaba a Faja y su esposa.
Pasaron muchos años y Ronulfo había envejecido. Seguía recorriendo las calles de Esparza
reparando los trastes de los pobladores. Ya para todos era común verlo pasar con su saco y
bolsa de herramientas al hombro. Con el paso del tiempo y la edad tenía afectado su ojo
derecho. Lo tenía medio cerrado y lloroso todo el tiempo. Siempre que iba a Cerrillos la
última casa que visitaba era la de Faja.
Ahí siempre era recibido con abrazos y mucha comida. Los niños de Faja esperaban que
llegara para saludarlo y éste les trajera su pito de lata.
Pasaron las semanas, meses y años, pero el reparador de ollas no volvió a ser visto por las
calles de Esparta, menos por Cerrillos. Los cerrillanos aún comentan el día de hoy las
historias de la llegada de Ronulfo a su casa. Pero de El nunca más supieron nada
.

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