La Celebración Eucarística y Sus Diferencias Con La Celebración Sin Sacerdote

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 4

La celebración Eucarística y sus diferencias con la celebración sin

sacerdote

Resumen: impulsada por el Espíritu Santo, la Iglesia, desde sus inicios, se ha reunido en
oración para celebrar su fe y experimentar en comunidad la salvación obtenida por Cristo.
Hijos por el Hijo, en el Espíritu Santo, los creyentes forman parte del Cuerpo místico de
Cristo, que, unido a Cristo, su cabeza, rinde culto al Padre Dios. Tanto los Evangelios,
como los Hechos de los Apóstoles y las cartas paulinas nos van iluminando el camino en
cuanto a consagrar un día al Señor, ya no el sábado (séptimo día), sino el domingo, el
primer día de la semana, cuya raíz latina precisamente nos remite a “día del Señor”. En
el primer día de la semana resucita el Señor, los discípulos se reúnen en oración, se les
aparece el Resucitado, parten el pan. Así, a lo largo de toda su existencia, la comunidad
de bautizados ha celebrado con solemnidad el domingo, “día en que Cristo ha vencido a
la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal” (Plegaria Eucarística II), y lo ha
hecho en la celebración eucarística, donde se actualiza el sacrificio pascual de Cristo, y
él se hace presente por la efusión del Espíritu Santo, en las especies del pan y del vino,
que, por el milagro de la transubstanciación, se convierten en Cuerpo y Sangre del Señor.
El sacerdote, sea obispo o presbítero, en virtud del sacramento del Orden, actúa “in
persona Christi” y así preside la asamblea y eleva la plegaria al Padre. Sin embargo, en
los últimos años, con la escasez de sacerdotes y los extensos lugares de misión, en muchas
partes se carece de quien presida la asamblea y celebre la Eucaristía, por lo que la misma
Iglesia ha tomado conciencia, tanto del valor del ministerio ordenado, como de la
impostergable necesidad de que la comunidad se mantenga reunida. Así se ha revalorado
el papel de la Palabra de Dios en las celebraciones y la comunidad, y, por otro lado, se ha
insistido en el papel de los laicos en la unidad de la Asamblea. En la praxis de la Iglesia,
incluso de forma incipiente antes del Concilio Vaticano II, la vida misionera redescubrió
la importancia de celebrar la Palabra, allí donde no era posible la presencia de los
sacerdotes, o en territorios de persecución. El mismo Concilio adopta esta praxis y ha ido
modelándola hasta nuestros días y ha tocado a la comunidad, junto con los expertos en
teología y liturgia, ir limando aquellos aspectos que pudieran colocar ambas celebraciones
en una especie de equivalencia, de tal forma que la celebración de la Palabra en ausencia
del sacerdote es reconocida como un acto supletorio, que se lleva a cabo con la función
específica de congregar a la Asamblea, pero que se encuentra subordinada y en función
de la celebración Eucarística, donde todos participamos, tanto de la Mesa de la Palabra,
como de la Mesa de la Eucaristía.

1. La celebración eucarística
 La Iglesia nace de la Eucaristía, pues Cristo está presente en ella y le comunica su
vida y los frutos de su redención, actualizándolos cada vez que celebramos en su
nombre. Él ha confiado a los ministros ordenados, propiamente al obispo y al
presbítero, que participan ministerialmente de su único sacerdocio, el poder
presidir la celebración eucarística, dándoles la potestad de invocar al Espíritu
Santo para consagrar el pan y el vino, que serán Cuerpo y Sangre del Señor.
o Fuente de unidad, pues todos somos uno en Cristo.
o Fuente de Vida, ya que todas las gracias nos vienen de él.
o Fuente de todo apostolado, pues en él encuentran sentido y auxilio.
o Fuente de misión, ya que la fe celebrada es la que se comparte.

 La celebración eucarística, culmen de nuestra vida cotidiana

o Tiene una importancia capital en nuestra vida de fe, es el eje fundante de


la misma, esa misma fe que profesamos no solo en la Iglesia, sino sobre
todo en la vida de todos los días.
o Desde sus orígenes, la Iglesia ha celebrado la Eucaristía, con la escucha
de la Palabra y la fracción del Pan. No se trata de una celebración que
puede equipararse a las demás celebraciones, sino que se trata de la
celebración por antonomasia, con su carácter insustituible.
o Es Cristo, cabeza de la Iglesia, quien rinde culto al Padre, por la acción del
Espíritu Santo. Unida a Cristo, su cabeza, la Iglesia celebra. El sacerdote,
en virtud del sacerdocio que participa, de modo ministerial, preside la
asamblea.

 El domingo, día del Señor

o El primer día de la semana es el día de la Resurrección del Señor, y las


raíces neo-testamentarias de ello fortalecen la precedencia de la
celebración eucarística dominical sobre las demás durante la semana.
o El mandamiento de “santificar las fiestas” toma sentido para el cristiano
en el domingo, convirtiéndose, no solo en una manifestación de fe
individual, sino en la vivencia comunitaria, y por lo tanto eclesial de la fe
que profesa.
o Es también parte del mandamiento la observancia del descanso dominical,
en función del reencuentro con uno mismo, con los hermanos, con la
creación, haciendo una pausa al trabajo cotidiano, para dar gracias y
valorar la vida recibida.

2. La celebración de la Palabra en ausencia del sacerdote


Tanto la misión, como la realidad de la Iglesia desde hace algunas décadas, ha hecho
suscitar un desafío para toda la comunidad: ¿Qué hacer si el sacerdote está ausente? Ello
hace desprender otra pregunta: ¿Es posible mantener encendida la fe de la comunidad si
no hay sacerdote que celebre el santo Sacrificio? He aquí que irrumpe con todo su brillo
la Palabra de Dios, que congrega, que ilumina, que prepara y que hace arder los corazones.
Es posible vivir la fe en torno a la Palabra y que una comunidad mantenga su fe encendida
sin un sacerdote que pueda presidir las celebraciones; sin embargo, no ha de ser lo común,
sino que, el celebrar juntos en torno a la Palabra ha de mantener vivo también el anhelo
de la celebración eucarística, insustituible en la vida de la fe, y, por lo tanto, también ha
de valorar la riqueza e importancia del sacerdocio ministerial en la vida eclesial.
 ¿Por qué celebrarla?

o Para mantener encendida la llama de la fe en la Asamblea.


o Para no olvidar que esa misma fe se profesa solemnemente en el Día del
Señor, en el cual se nos ha dado la gracia de la redención.
o Porque la fe se vive en comunidad y la Asamblea de los bautizados precisa
de congregarse.
o Puesto que en ella se gesta la comunión, a la escucha de la Palabra y,
cuando es posible, en la comunión con el Cuerpo de Cristo.

 Principios fundamentales

o Es un acto supletorio: no sustituye la Misa, ni se compara a ella.


Recordemos que es un acto excepcional, nacido de una carencia.
o Es incentivo de la celebración eucarística, pues ha de despertar el anhelo
por la misma.
o Es un acto congregante en torno a la Palabra, siendo ella la que ilumine, la
que conduzca a los fieles a la alabanza y la acción de gracias.

 ¿Quién puede celebrarla?

o El diácono, quien preside, en virtud del sacramento que ha recibido,


colabora de modo directo con el obispo y el presbítero. Está facultado para
proclamar el Evangelio, predicar la homilía, administrar la comunión
como ministro ordinario y bendecir a la comunidad.
o El ministro laico, quien dirige, es delegado por el obispo o el párroco para
tal encargo, sin ser este una distinción entre los demás creyentes. En virtud
de su sacerdocio común, acompaña a sus hermanos en la oración, lee el
Evangelio, invita a sus hermanos a la reflexión y, si la hubiere, administra
de modo extraordinario la comunión, invocando con sus hermanos la
bendición de Dios.
 Los ministros instituidos, tanto lectores como acólitos, por el
ministerio que la Iglesia les ha confiado. Varones y mujeres.
 Los otros ministros, delegados por el párroco, en lo posible con un
encargo que se haya hecho público para la Asamblea. Varones y
mujeres.

 Orden de la celebración

o Ritos iniciales (en el ambón si es laico, en la sede si es diácono)


 Saludo inicial: Distinto entre diácono y laico. El saludo “el Señor
esté con ustedes” se reserva al ministro ordenado. El laico bendice
al Señor con alguna bendición bíblica o litúrgica.
 Acto penitencial: Común a ambos, como en el rezo de
Completas.
 Oración colecta: Común a ambos. Con las manos juntas.
o Liturgia de la Palabra (en el ambón)
 Lecturas, salmo y Evangelio. Común a ambos, salvo en el
Evangelio, donde el diácono signa el leccionario, saluda como
ministro ordenado y besa al final el Evangelio.
 Homilía o reflexión. Homilía para el diácono, reflexión para el
laico.
 Oración de los fieles. Común a ambos.

o Rito de la Comunión (en el altar)


 Padrenuestro. Común a ambos. Con las manos juntas.
 Rito de la paz. Distinto entre diácono y laico, reservándose el
saludo para el ministro ordenado.
 Acción de gracias. Común a ambos.
 Oración poscomunión. Común a ambos. Con las manos juntas.

o Despedida (en el ambón si es laico, en la sede si es diácono)


 Bendición o invocación de bendición. Distinto entre diácono y
laico. El diácono saluda y bendice. El laico invoca con sus
hermanos la bendición haciéndose la señal de la cruz.

 Observaciones litúrgicas

o Las manos juntas, puesto que este gesto de intercesión se reserva al


sacerdote, quien preside.
o El asiento de quien preside: el diácono ha de usar la sede, mientras que
el laico tendrá un asiento designado fuera del presbiterio.
o Vínculo con el altar: solo en el momento de colocar el copón y el
corporal.
o Vestimenta: el diácono ha de usar sus ornamentos propios: alba, estola y
dalmática si se cree conveniente. El laico ha de seguir las normativas de
la Conferencia Episcopal de su país.

También podría gustarte