LOS PUEBLOS COLONIZADORES
LOS PUEBLOS COLONIZADORES
LOS PUEBLOS COLONIZADORES
Los principales pueblos colonizadores de la Península Ibérica fueron los fenicios y los griegos.
Ambos llegaron a nuestras costas desde Oriente Próximo en busca de recursos, provisiones y
nuevas rutas comerciales. Inicialmente, estos contactos eran puntuales, pero con el tiempo
comenzaron a asentarse y fundar ciudades en las costas.
INFLUENCIA FENICIA
El territorio de los fenicios se encontraba en lo que hoy conocemos como el Líbano. Estaba
compuesto por ciudades-estado independientes entre sí, pero compartían una cultura común que
se remonta al menos al segundo milenio antes de Cristo. Por ello, se les considera un único
pueblo, pese a la ausencia de una unidad política central. Estas ciudades competían entre sí por el
control de tierras, yacimientos y rutas comerciales.
Los fenicios eran un pueblo semita, debido a su lengua, aunque eran distintos de los hebreos. Se
autodenominaban "cananeos". El término "Fenicia" proviene de los griegos, quienes los llamaron
Phoinike ("púrpura"), probablemente en referencia a sus tejidos teñidos con tintes derivados de
un molusco típico de sus costas.
La ciudad de Tiro, una de las más importantes de Fenicia, fue el punto de partida de los fenicios
que cruzaron el estrecho de Gibraltar, considerado entonces el "fin del mundo". Según Estrabón,
geógrafo e historiador del siglo I, este paso y la fundación de ciudades en la Península y en la
costa africana ocurrieron tras la Guerra de Troya (1184 a.C.). Sin embargo, la arqueología no ha
hallado restos fenicios anteriores al 800 a.C. en nuestras costas. Es probable que hubiera una fase
previa de exploración antes de establecer asentamientos permanentes.
Los fenicios eligieron esta región debido a la riqueza minera de Sierra Morena, especialmente en
galena argentífera, fuente de plata. Además, trajeron productos como el vino, el aceite y el
hierro, así como animales como el burro y las gallinas, lo que movilizó a las élites indígenas en
busca de comercio. Esto favoreció la adaptación de la cultura fenicia por parte de los indígenas,
dando lugar a la cultura tartésica, conocida por su producción de bronce y plata para el comercio
mediterráneo.
En la década de 1990 se descubrió el yacimiento fenicio de La Fonteta, cerca del río Segura, el
único asentamiento fenicio conocido en el territorio valenciano. Este sitio, de aproximadamente
8,5 hectáreas, incluye una muralla construida en la primera mitad del siglo VIII a.C., con
compartimentos modulados según patrones fenicios. Posteriormente, se desarrolló una ciudad
comercial junto al mar.
La Fonteta destaca por su tamaño y fortificaciones, lo que sugiere que fue una de las principales
ciudades fenicias del Mediterráneo. La construcción de una muralla más gruesa (7 metros) un
siglo después podría indicar un temor a ataques, posiblemente por disputas económicas o
conflictos con los indígenas.
INFLUENCIAS CULTURALES
Los fenicios no solo trajeron su propia cultura, sino también elementos de otras civilizaciones,
como la egipcia. Ejemplo de ello son los objetos encontrados en Crevillente, o el Pozo Moro
(Chinchilla, Albacete), un monumento funerario ibérico del siglo VI a.C., decorado con escenas
influenciadas por la cultura hitita y figuras protectoras como leones y esfinges.
Otro legado cultural son las damas ibéricas, esculturas funerarias inspiradas en modelos fenicios
de diosas sedentes, como la Dama de Baza y la Dama de Elche. Estas figuras servían para
depositar cenizas y simbolizaban la conexión con el más allá.
LOS CARTAGINESES
Los cartagineses reciben su nombre por la ciudad de Cartago, situada en el norte de África.
Cartago fue fundada por la ciudad fenicia de Tiro, aunque más tarde cortaría sus vínculos
políticos con esta. La ciudad estaba estratégicamente ubicada y contaba con excelentes defensas,
lo que la convirtió en un importante centro de navegación.
El año 600 a.C. marcó la transición de una influencia predominantemente oriental a una cultura
más propiamente cartaginesa. Aunque se atribuye a los cartagineses una política imperialista, su
poder residía principalmente en un sistema comercial bien desarrollado y en el control de puntos
estratégicos, más que en un dominio territorial extenso.
Los cartagineses fundaron varias ciudades en la Península Ibérica, como Carteria, cuyo nombre
significa "ciudad amurallada". A pesar de su origen común con los fenicios, existían diferencias
culturales significativas entre ambos pueblos. Por ejemplo, los fenicios preferían la cremación en
los rituales funerarios, mientras que los cartagineses practicaban mayoritariamente la
inhumación. Sin embargo, estas diferencias no implicaban incompatibilidades culturales entre
ambos grupos.
En Ibiza se encuentra el Puig dels Molins, una de las necrópolis más importantes de la cultura
cartaginesa en esta región. Entre las evidencias arqueológicas que conectan Ibiza con el resto de
la Península destacan las ánforas púnico-ebusitanas. Aunque inicialmente estas se encontraban
solo en las costas, el comercio facilitó su expansión hacia el interior.
Otro legado cultural importante es la diosa Tanit, equivalente a la Afrodita griega o Venus
romana, derivada de la diosa fenicia Astarté. Tanit era la única deidad femenina del panteón
principal de Cartago y aparece representada en varios objetos, como ánforas, lo que sugiere un
proceso de aculturación.
LA CONQUISTA TERRITORIAL
INFLUENCIA GRIEGA
Un texto del historiador y geógrafo griego Heródoto, parte de sus Historias (S. IV a.C.),
documenta la llegada de los griegos a la Península Ibérica. Según él, una nave samia que partió
hacia Egipto se desvió por un viento de levante y, tras pasar por las Columnas de Heracles,
alcanzó Tartessos, lo que permitió descubrir una nueva ruta comercial. Este viaje data de
aproximadamente el 600 a.C. Heródoto también menciona que los primeros griegos en llegar al
Adriático, Iberia y Tartessos fueron los habitantes de Focea. La península, conocida por su
riqueza metalúrgica, pronto se convirtió en un centro comercial de gran importancia.
Los griegos, al igual que los fenicios, fundaron asentamientos en el Mediterráneo y el Mar
Negro, llamados apoikias, que eran colonias independientes política y administrativamente de las
polis de origen. Desde el S. VIII hasta el S. VI a.C., estas colonias se establecieron inicialmente
en el sur de Italia y el norte del Egeo, extendiéndose luego hacia el Mar Negro, el norte de África
y el sur de Francia. Entre las ciudades griegas más destacadas de esta expansión están Nápoles
(Neapolis), Marsella (Massalia) y Cirene (Cirenaica). Marsella, en particular, fundó otras
ciudades en la costa de Girona, como Ampurias (Emporion) y Rosas (Rhode).
Estrabón, en su obra Geografía (Libro III), dedicó un capítulo a la Península Ibérica. Sin
embargo, nunca visitó la región, por lo que su relato se basó en fuentes secundarias, a menudo
orales, lo que pudo distorsionar la información. Mencionó una supuesta ciudad griega llamada
Hemeroscopion, cerca de la actual Denia, situada entre el río Júcar (Sucron) y Cartagena
(Carthago Nova), y un santuario dedicado a Artemisa Efesia. Sin embargo, la falta de evidencias
arqueológicas refuta la existencia de esta ciudad. Algunas teorías sugieren que la referencia de
Estrabón podría aludir al Montgó como punto estratégico, pero no a un asentamiento
permanente.
EL TÉRMINO "IBERIA"
El nombre "Iberia" fue otorgado por los griegos. Inicialmente, sólo designaba una zona en
Huelva, pero en el S. II a.C. comenzó a aplicarse a toda la costa mediterránea y, para finales del
S. I a.C., a toda la península. El término Iber era usado por los pueblos locales para referirse a los
ríos, y los griegos lo adoptaron para delimitar el mundo conocido.
Desde el S. VII a.C., los griegos comenzaron a comerciar con la Península Ibérica, dejando
restos materiales como cerámicas halladas en yacimientos íberos de Caudete y Moixent. Muchas
de estas piezas, relacionadas con el vino y los simposios, representaban escenas dionisíacas. Por
ejemplo, las cráteras (copas para mezclar vino con agua) eran usadas en rituales funerarios por
las élites íberas, quienes las llenaban con cenizas de difuntos. Con el tiempo, los íberos
comenzaron a imitar estas cráteras, adaptando su diseño. Una de estas imitaciones muestra a
Heracles, pero con un lobo ibérico en lugar de un monstruo marino.
Las esfinges, comunes en la iconografía griega como símbolos de protección, fueron adoptadas
por los íberos para marcar y proteger tumbas. Un ejemplo notable es la esfinge de Agost, hallada
en Alicante.
La poliocética, o arte griego de construir y destruir fortificaciones, influyó en las murallas íberas.
Ejemplos de estas construcciones son la muralla de Arse en Sagunto (S. IV a.C.) y la del Puig de
Sant Andreu en Ullastret.
En cuanto a la moneda, los íberos acuñaban sus propias piezas inspiradas en los dracmas griegos.
Cada ciudad utilizaba inscripciones únicas. El hallazgo de monedas griegas en la península
evidencia la intensidad del comercio entre ambos mundos.
ESCRITURA Y LENGUA ÍBERA
Los íberos utilizaban cerámica, madera y plomo como soportes para su escritura. Aunque los
sistemas de escritura íberos están reconocidos, no han sido descifrados, y sus formas varían
según la región. Estos textos demuestran el impacto cultural y comercial griego, pero también
subrayan la autonomía cultural de los íberos en la península.
Mundo Íbero
Actualmente, poseemos una concepción diferente de la cultura íbera respecto a épocas anteriores.
Antiguamente, se consideraba íberos a todos los habitantes de la Península Ibérica. Hoy en día,
diferenciamos a los pueblos de este territorio según las características culturales propias de cada
región. Los íberos son reconocidos como los habitantes de la zona oriental y sur de la península,
mientras que el resto del territorio estaba ocupado por pueblos indoeuropeos, como los celtas y
los celtíberos, con rasgos similares a los de otros pueblos europeos.
La toponimia ha sido clave para identificar y diferenciar estas culturas. En las regiones íberas
destacan nombres con prefijos como Il- (ejemplo: Ilici, Iliturgi, Iliberris), mientras que en las
indoeuropeas predominan los sufijos -briga (ejemplo: Segobriga, Merobriga, Caesarobriga).
La cultura íbera es considerada protohistórica y se desarrolló entre los siglos VI-V a.C. y el I
a.C., llegando a su fin con la romanización. Su desarrollo puede dividirse en tres periodos
principales:
Los íberos nunca conformaron un Estado unitario. En lugar de ello, su organización se basaba en
ciudades independientes, algunas en forma de repúblicas y otras como pequeños reinos,
especialmente en el sur. Los romanos se referían a los íberos como "pueblos", pero estos carecían
de estructuras políticas lo suficientemente poderosas para constituir grandes estados.
En la zona valenciana, encontramos tres grandes grupos culturales:
A los ojos de griegos y romanos, los íberos eran considerados "bárbaros". En su origen, este
término no tenía connotación negativa, sino que simplemente designaba a aquellos pueblos
extranjeros con culturas diferentes. Con el tiempo, adquirió una carga despectiva, reflejo de la
percepción griega y romana de su superioridad cultural. En sus escritos, solían describir a los
íberos como orgullosos y divididos, lo que dificultaba su unión y organización militar.
Sin embargo, los íberos poseían instituciones políticas, sociales y religiosas propias, aunque
conocemos estas estructuras principalmente a través de interpretaciones romanas y griegas.
Ejemplos de términos usados para describir sus instituciones son:
Militarismo Íbero
Los íberos destacaron por sus capacidades militares. Fueron frecuentemente contratados como
mercenarios, especialmente por cartagineses y griegos. A diferencia de otros pueblos, cada
guerrero íbero debía proveerse sus propias armas, lo que refleja su carácter independiente. Entre
sus armas más reconocidas estaban:
La infantería ligera era su unidad más común, equipada con cascos de cuero, protecciones
acolchadas y túnicas decoradas. Estrabón los comparó con los peltastas griegos por su ligereza y
agilidad en combate.
Costumbres Funerarias
Los íberos practicaban la cremación, depositando las cenizas en urnas de cerámica. En ocasiones,
los niños eran enterrados en posición fetal dentro de vasijas colocadas bajo las casas. A pesar de
la creencia inicial de que los íberos no tenían templos, la arqueología ha demostrado la existencia
de pequeñas construcciones de adobe dedicadas a ceremonias religiosas. También existían
santuarios naturales, como cuevas con acuíferos, consideradas lugares sagrados.
Religión y Divinidades
La religión íbera estaba dominada por figuras femeninas, relacionadas con la fertilidad y la tierra.
Ejemplos destacados incluyen:
Moneda y Escritura
Los íberos acuñaron moneda propia antes de la llegada de los romanos, siendo la más antigua
hallada en Arse-Sagunto. Su uso de la escritura es conocido gracias a inscripciones en cerámica y
plomo. Sin embargo, el idioma íbero no ha sido completamente descifrado, aunque se distinguen
tres sistemas de escritura: levantino, greco-ibérico y meridional.
Ciudades Íberas
Las ciudades íberas se ubicaban en zonas elevadas para facilitar la defensa. Ejemplos destacados
incluyen:
Estas ciudades solían estar rodeadas de atalayas que vigilaban el territorio, reflejando una notable
organización territorial.
La llegada de Roma a la península ibérica estuvo motivada por su enfrentamiento con Cartago,
una ciudad fundada por los fenicios en Túnez que ya tenía presencia en la península. Cartago
ocupaba una posición estratégica en las costas del norte de África, gracias a su puerto natural y
su fácil defensa. Su economía, basada en la agricultura, y su dominio naval la convirtieron en
una de las principales potencias comerciales del Mediterráneo. Sin embargo, Cartago no
constituía un imperio unificado, ya que carecía de provincias o control militar directo sobre
territorios lejanos, funcionando más como un imperio comercial.
La rivalidad entre Roma y Cartago se intensificó durante la Primera Guerra Púnica (264-241
a.C.), el conflicto naval más largo de la antigüedad, que terminó con la derrota de Cartago. Tras
la guerra, Roma se anexionó Cerdeña y obligó a Cartago a pagar indemnizaciones. Poco después,
el general cartaginés Amílcar Barca desembarcó en Gadir (Cádiz) con el objetivo de consolidar
un imperio en la península. Su labor fue continuada por su yerno Asdrúbal, quien fundó la ciudad
de Cartagonova (Cartagena) y delimitó las fronteras con Roma en el río Ebro.
El asesinato de Asdrúbal marcó el ascenso al poder de Aníbal Barca, quien consolidó el dominio
cartaginés en la península y provocó la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.) al atacar
Sagunto, ciudad aliada de Roma. Este conflicto, que se desarrolló en dos frentes (Italia y la
península ibérica), marcó la llegada de los romanos a tierras hispanas. Con el objetivo de cortar
las líneas de suministro de Aníbal, un contingente romano desembarcó en Ampurias (Girona), lo
que resultó decisivo para la victoria romana.
Inicialmente, el control romano se centró en los territorios previamente ocupados por Cartago.
Estos se organizaron en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Sin embargo, el
dominio romano sobre la península no fue inmediato ni completo, ya que enfrentaron resistencia
en regiones interiores. La conquista se prolongó durante años, con episodios destacados como las
guerras celtíberas, que culminaron con el asedio y destrucción de Numancia, y las guerras
lusitanas, que finalizaron con la traición y muerte de Viriato.
Urbanización y romanización
Además, la Vía Augusta, que recorría la costa, facilitó el comercio y la movilidad, consolidando
la influencia romana en la región.