ADVIENTO JUBILAR 2025

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COMISIÓN DIOCESANA

DE LITURGIA

AÑO JUBILAR 2025


SPES NON CONFUNDIT
Retiro de Adviento
Para ministros extraordinarios de la sagrada Comunión
30 noviembre 2024

1
LA ESPERA DEL ADVIENTO
ES LA ESPERANZA DE LA HUMANIDAD
La eucología menor de Adviento ora desde la convicción de una esperanza con sentido, desde Cristo que nació,
se hizo uno de nosotros, que volverá para dar plenitud a la transformación del hombre viejo en nuevo, de ese
hombre que tiene un modelo en Cristo y en el sí pronunciado por María y que ahora vive en una historia concreta:
la de la Iglesia, que con limitaciones camina hacia Dios.

A partir de la oración colecta de la primera feria privilegiada de Adviento (17 de diciembre) proponemos unas
reflexiones para este tiempo que revivimos año tras año. La oración reza así. “Señor Dios, creador y redentor
del género humano, que quisiste que tu Palabra se encarnara en el seno purísimo de la siempre Virgen María,
atiende, propicio, a nuestras súplicas, y haz que tu Unigénito, revestido de nuestra humanidad, se digne
hacernos participes de su vida divina. Por nuestro Señor Jesucristo…”.

Cristo se hizo carne

Nuestra esperanza tiene sentido, un gran sentido porque Cristo Jesús, el Mesías esperado y anunciado por los
profetas en el Antiguo Testamento, el Hijo de Dios se hizo carne, "plantó su tienda entre nosotros". Se hizo uno
de los nuestros, es decir: nuestro Dios es un Dios cercano, ha compartido nuestra humanidad, ha sabido de las
alegrías y esperanzas de los hombres, ha vivido en el mundo que los hombres día a día van tejiendo: "hecho
hombre por ustedes".

A diferencia de la imagen de Dios que algunos han creado, de ese ser temible, lejano, castigado, que aterroriza
el Padre de Jesús, "nuestro Dios" es un ser amoroso, compasivo, un Padre solícito, un juez misericordioso. Y
eso hace posible que nosotros mantengamos la esperanza, que todavía tenga sentido esperar. Pero, nuestra espera
es vigilante porque una esperanza pasiva no nos acercaría al Reino.

Cristo dio sentido a la esperanza de muchos hombres y mujeres que compartieron con él su existencia, curó
enfermos, resucitó muertos, devolvió la alegría a los tristes, inició el Reino nuevo de auténtica felicidad. La vida
que él presentó es modelo para la vida de los hombres de todos los tiempos, porque el esfuerzo, la entrega, el
amor, la solidaridad, e incluso el dolor, la enfermedad y la muerte tienen ahora sentido, un sentido totalmente
nuevo y pleno.

La humanidad entera camina en Cristo hacia la Vida, hacia la realización plena de los deseos más profundos de
los hombres, hacia la plenitud que "Dios nos tiene preparada", hacia la "participación de su condición divina".

2
Cristo volverá

Caminamos día a día en la vida de este mundo con la esperanza de llegar a una vida nueva. En ese camino
tenemos un reencuentro, el que ha prometido Cristo. Por eso nosotros en nuestra existencia trabajamos por
preparar la segunda venida "para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la
plenitud de su obra, podamos recibirlos bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar"
(prefacio 1 de Adviento).

No sabemos el día ni la hora "corresponde al Padre determinar el momento", nosotros vivimos "vigilantes".
Debemos vivir el presente, el "ya" que se nos presenta y que es "ya-pero-todavía-no". Cada presente nos anticipa
un futuro inmediato, pero sobre todo hace real el futuro pleno y definitivo. Cada "ya" es un poco de eternidad.
No está todo hecho, debemos ir construyendo ese futuro, y no es un futuro cualquiera, sino el "cielo nuevo y la
tierra nueva", dónde el hombre podrá gozar de su humanidad, que ahora ya empieza a vivir.

Vivir el presente con plenitud, vivir el "ya-pero-todavía-no", vivir cada momento como si fuera el último de
nuestra existencia. No dejar nada de lo que esté en nuestras manos para que lo hagan los demás, o para hacerlo
mañana. Vivimos en el hoy, en el presente, en el instante fugaz que marca la eternidad, en la felicidad de un
momento que anticipa una felicidad eterna. Esta realidad nos hace vivir en gozosa espera.

No podemos estar angustiados ante la vuelta de Cristo. No podemos vivir desesperados ante el juicio. Si nuestra
existencia es de seguidores del Evangelio, si vivimos con una escala de valores que nace de la enseñanza y la
vida de Jesús, ese juicio no nos dará miedo. Ciertamente que vivimos en la limitación de la vida humana. "Hago
el mal que no quiero y no hago el bien que quisiera hacer" (dice san Pablo). Pero nuestra condición la conoce
nuestro Juez. Y él es un juez misericordioso, comprende nuestra limitación. Si nosotros vivimos en una opción
evangélica, si nosotros optamos por el bien, por hacer de nuestra vida una entrega generosa a todos los que
tenemos cerca. Si somos portadores de amor, Dios en ese juicio completará nuestra entrega amorosa con su
amor infinito. Si al contrario nosotros vivimos en una opción por el mal, si lo más importante para cada uno de
nosotros es su ego en ese juicio final, que respetará nuestra opción, encontraremos el egoísmo total y eterno."

La vuelta de Cristo y su juicio, por tanto, no nos debe atemorizar; lo que sí que debemos plantear radicalmente
es nuestra opción y la coherencia de ésta. Dios no nos pide más de lo que podemos hacer, pero sí que nos pide
darnos del todo. No podemos dejar nuestros "talentos" enterrados. Deben dar fruto en el tanto por ciento que
sea.

Preparamos su retorno

Nos toca en este mundo preparar el retorno del Señor. "El que creó el mundo y la humanidad sin nosotros no
volverá hasta que nosotros hayamos preparado el retorno".

3
Nuestra existencia vive en terribles contradicciones. Los hombres buscan el amor y viven muchas veces
odiándose. Quieren la paz y hacen la guerra. Desean ser hermanos, amigos, compañeros de los demás y se
aferran a un egoísmo y a una soledad difíciles de superar.

Y esto ocurre a todos los niveles: en la familia: tensiones, desunión, odios, peleas (por causas a veces
inexistentes), separación de matrimonios... Pero también hay realidades positivas, familias que viven en el amor
desde ese Evangelio que ayuda a superar todas las dificultades, y consiguen un buen clima de hogar.

Vemos niños dejados de todos, niños que no tienen lo mínimo necesario, que no se les da amor sino odio, que
crecen en la indiferencia, que viven la realidad de padres con muchos conflictos (alcohol, drogas, violencia...).
Y también vemos niños que crecen con lo necesario, con una buena familia, con una escuela, con un tiempo de
ocio, con una iniciación en la fe.

Muchos jóvenes han perdido el sentido, o quizás no lo han tenido nunca. "No vale la pena vivir", "pasan", o se
"enganchan" en la droga, en el alcohol, en la prostitución. No creen en esa sociedad dónde ellos tengan un sitio,
y viven en un sinsentido en un vacío existencial. Hay otros jóvenes que luchan por una causa justa, que se
dedican con todos sus esfuerzos a hacer ese "mundo nuevo" ya aquí, porque es posible. Y los vemos
preparándose para un mañana cercano, para dar su vida en el campo en el que tenga más posibilidades. Jóvenes
que aspiran a grandes metas, a dar su vida en tierras de misiones, a ser servidores de los demás hombres a educar
en los diferentes campos a los niños y jóvenes que vengan detrás de ellos. Jóvenes que se preparan para el
servicio de las comunidades cristianas en las diferentes funciones necesarias para éstas (sacerdotes, diáconos,
religiosos y religiosas...).

También nuestra sociedad contempla ancianos abandonados, dejados por todos: en residencias, solos en sus
casas, en hospitales, e incluso en la calle. Parece que la vejez es concebida por muchos como una enfermedad.
Pero también encontramos ancianos muy felices que viven rodeados del amor, del cariño, de la compañía de los
suyos. Ancianos que ponen su sabiduría de la vida al alcance de los que tienen cerca, y son buenos compañeros
para sus nietos, para sus hijos, para los que están con ellos.

Las estructuras sociales, las infraestructuras muchas veces están muy corrompidas. Los trámites se hacen
eternos. La economía no es clara... Pero también hay casos en qué estas estructuras son válidas y ayudan a
construir una sociedad mejor.

Las comunidades cristianas viven también en esa ambigüedad. Nos encontramos que dentro de nuestras
comunidades hay veces que no reina el amor. Que hay envidias, que hay desacuerdos que no triunfa en
Evangelio, sino el planteamiento de la razón humana en su aspecto negativo. Muchas veces, sin embargo, sí que
reinan los valores del Evangelio y la comunidad crece.

Es en esta contradicción que vivimos dónde preparamos el retorno de Cristo y decimos al Padre "escucha
nuestras súplicas".

4
María espera con nosotros

"La Virgen esperó con inefable amor de Madre". María hizo realidad la espera porque dijo un sí; no una palabra
sino una vida. La vida de María fue una sucesión de síes. Día a día en las pequeñas cosas dijo sí, y su entrega
fue compensada para toda la humanidad. Ella en nombre de todos sus semejantes acogió a Jesús, y con él la
salvación abrió sus puertas.

La esperanza de la humanidad en María, la virgen Madre, adquiere un significado pleno. Por eso ella sigue
esperando con todos los hombres, con las madres que como ella sufren al lado de sus hijos con los hijos que
buscan un amor de madre, con los hombres que caminan hacia la esperanza, en este mundo que a veces hace
brillar la desesperanza, porque en ella "la Palabra eterna se encarnó en su seno".

Los hombres viven en la esperanza

Toda la humanidad, los creyentes y los no creyentes viven en la esperanza. Todos buscamos un sentido a nuestra
existencia, queremos una vida que sea vida. En esta búsqueda hay diferentes caminos, y todos quieren ser
portadores de esperanza. En muchos lugares se pone en duda la fe en una religión, pero queda siempre abierta
una puerta a la esperanza en un mundo mejor, en una humanidad nueva. Ha habido y hay filósofos y pensadores
que han hecho de sus reflexiones un absoluto, y han desconfiado de la fe, del salto que debe hacer el creyente
hacia algo que a veces se escapa de la ciencia. Pero algo es común en todos ellos: permanece la esperanza de
una mejora, de una superación.

Los que han formulado una desesperanza, un fin trágico a la existencia, un final vacío, viven la existencia de la
angustia: la vida es una tragedia.

En el corazón de todos los hombres hay siempre un deseo de superar la realidad que vivimos a una realidad
"mejor" y viven luchando por conseguir esta realidad mejor. Viven intentando ampliar conocimientos, tener
mejor economía, tener una casa mejor, vivir en una zona con más recursos, tener... conseguir..., y los creyentes
buscan ser más coherentes en su fe desde esa realidad humana hecha de cosas muy materiales y de aspiraciones
muy concretas. Buscan a Cristo y esperan en él.

La Iglesia espera la venida del Señor

El Señor ha venido y viene. Cada año celebramos su venida en Navidad, y esperamos esta venida con el tiempo
de Adviento. La Iglesia presente en este mundo y viviendo la espera de todos los hombres aguarda que el Señor
se haga presente, y preparar su retomo.

La espera de la Iglesia está marcada por sus limitaciones, somos humanos y vivimos como hombres en la fe, y
debemos transformar la realidad para que día a día sea más integrante del Reino, presente ya en nosotros.

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La Iglesia espera con los hombres y abre los ojos de la fe a la esperanza definitiva, encamina la humanidad
desde un pragmatismo a una dimensión espiritual. Intenta como madre y maestra, mostrar un camino, que no es
otro que el del seguimiento de Jesús, que no es otro sino el evangélico.

Cada Adviento se nos pone ante nuestros ojos la realidad del retorno del Señor, de ese retomo definitivo que
será al fin de los tiempos y que nosotros debemos preparar, y para el cual nos debemos preparar, de ese retorno
en gloria y majestad para juzgar a los hombres, para juzgar en el amor "al final de nuestra vida se nos juzgará
en el amor", y también para ese retorno cargado de ternura, para ver al Niño Dios hecho hombre, para ver ese
Nacimiento que es frágil y que es fuerte.

En Adviento oramos, para pedir al Señor que no olvidemos que caminamos en la oscuridad, buscando la luz.
Oramos y reflexionamos para no creemos autosuficientes. Adviento es la reflexión sobre la limitación de
nuestros triunfos, es la vista a la grandeza que se hace en la pequeñez.

La esperanza del Adviento es la esperanza de toda la humanidad, porque es la esperanza de la plenitud. Y la


comunidad de los creyentes está incluida en esta humanidad y vive con ella esa espera y lucha por superar los
errores y las contradicciones que muchas veces están presentes incluso en la institución eclesial.

La Iglesia está al lado de los hombres y espera con ellos. Y el Señor de la historia camina con los hombres por
medio de la Iglesia y abre caminos de esperanza dónde se habían cerrado.

Nos dirigimos al Padre que es el principio y el fin de nuestra espera, de la esperanza de toda la humanidad y
hacia él caminamos, por medio de la entrega generosa a los hombres, nuestros hermanos.

Nos toca como cristianos, como hombres seguidores de Cristo, como creyentes, hacer viva esta súplica que
presentamos al Señor, y junto con todos los que nos han precedido en su seguimiento, con los santos y los justos
de todos los tiempos, seguir preparando su retorno. Este Adviento puede ser un camino de esperanza auténtica,
no sólo de un "mundo más justo y sin opresión" sino del mundo justo en el Padre que nos presenta el Hijo y al
que nos conduce el Espíritu Santo.

El Jubileo 2025 se abrirá


oficialmente el 24 de diciembre de
2024 a las 19:00, con la
Celebración Eucarística presidida
por el Papa Francisco en la Plaza
de San Pedro, Roma Italia.

A continuación, tendrá lugar el


rito de Apertura de la Puerta
Santa.

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12 CLAVES DE LA BULA
QUE CONVOCA EL JUBILEO 2025

“SPES NON CONFUNDIT”


La esperanza no defrauda

El jueves 09 de mayo la Basílica de San Pedro acogió la entrega y lectura de la bula de convocación del jubileo
ordinario 2025.

JUBILEO ORDINARIO. Su Santidad Francisco ha establecido que el domingo 29 de diciembre de 2024, en


todas las catedrales y concatedrales, los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del
Año jubilar, según el Ritual que se preparará para la ocasión. “Que en ella se lean algunos pasajes del presente
Documento y se anuncie al pueblo la indulgencia jubilar”, dice en el texto, subrayando que, durante el Año
Santo, “ha de procurarse que el Pueblo de Dios acoja, con plena participación, tanto el anuncio de esperanza de
la gracia de Dios como los signos que atestiguan su eficacia”.

1. UNA PALABRA DE ESPERANZA. “Sabemos que la Carta a los Romanos marca un paso decisivo en su
actividad de evangelización. Hasta ese momento la había realizado en el área oriental del Imperio y ahora lo
espera Roma, con todo lo que esta representa a los ojos del mundo: un gran desafío, que debe afrontar en nombre
del anuncio del Evangelio, el cual no conoce barreras ni confines”, recuerda Francisco. “En efecto, el Espíritu
Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza.
Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La
esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie
podrá separarnos nunca del amor divino”

En este sentido, el Papa señala que “San Pablo es muy realista. Sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores,
que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al
sufrimiento”. Y eso lleva a desarrollar una virtud “estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia”.
Esto, “en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el ‘aquí y ahora"’, la paciencia
resulta extraña”. Así, “si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán
esencial es la paciencia”. Por ello, “la paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la
esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia
de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene”.

2. ESPERANZA EN LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS. Francisco recuerda en el documento que “estamos
llamados a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece”. Por ello, “es necesario
poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados

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por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano,
necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza”.

“Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en
la tragedia de la guerra”, dice el Papa. “La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida
a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia”. Por
ello, anima a que “dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que ‘trabajan por la paz’ podrán ser ‘llamados
hijos de Dios'”.

3. ESPERANZA EN EL FUTURO. “Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la
vida llena de entusiasmo para compartir con los demás”, apunta el Papa. Sin embargo, “debemos constatar con
tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo
de transmitir la vida”. Sin embargo, “a causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro,
de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por
la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante
disminución de la natalidad”.

“La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito
en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su
amor”, recuerda. Por este motivo, es “urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un
apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como
en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de
la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque
depende de la esperanza y produce esperanza”.

En este sentido, Francisco señala que “la comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo
a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un
porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías
que ya hay en numerosas partes del mundo”. “Pero todos, en realidad”, añade, “necesitamos recuperar la alegría
de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o
subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades
materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en
el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes”.

4. ESPERANZA PARA LOS QUE NO TIENEN. En el Año jubilar, apunta Francisco, “estamos llamados a
ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria”. Por
ejemplo, para “los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día —además de la dureza de la
reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto”. Por ello, en
la bula el Papa propone a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo “se asuman iniciativas que
devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para

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que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que
corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes”.

5. ESPERANZA PARA LOS ENFERMOS. “Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están
en sus casas o en los hospitales”, pide Francisco. “Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de
las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza,
que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud. Que esa gratitud llegue también a todos los agentes
sanitarios que, en condiciones no pocas veces difíciles, ejercitan su misión con cuidado solícito hacia las
personas enfermas y más frágiles”. Además, subraya la necesidad de que “no falte una atención inclusiva hacia
cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia debilidad,
especialmente a los afectados por patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal”.
Y es que “cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones
concertadas por toda la sociedad”.

6. ESPERANZA PARA LOS JÓVENES. “No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que
abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias, apunta el Papa. “Que sus esperanzas
no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su
dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro
mejor. Que, a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos
internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el
acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social”. Por
eso, añade su deseo de que “la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más
débiles. Que generosamente abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la
esperanza de una vida mejor”.

7. ESPERANZA PARA LOS MIGRANTES. “No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que
abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias”, apunta el Papa. “Que sus esperanzas
no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su
dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro
mejor. Que, a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos
internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el
acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social”. Por
eso, añade su deseo de que “la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más
débiles. Que generosamente abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la
esperanza de una vida mejor”.

8. ESPERANZA PARA LOS ANCIANOS. “Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo
experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la
sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y
para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones”, asevera. “Dirijo un

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recuerdo particular a los abuelos y a las abuelas, que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida
a las generaciones más jóvenes”, añade el Papa. “Que sean sostenidos por la gratitud de los hijos y el amor de
los nietos, que encuentran en ellos arraigo, comprensión y aliento”.

9. ESPERANZA PARA LOS TIEMPOS. “Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de
pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir”, continúa el Papa. “Frente a la sucesión de oleadas
de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada
de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo.
Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos”, explica. “A
menudo no tienen una vivienda, ni la comida suficiente para cada jornada”, añade, subrayando que “no lo
olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables”.

10. ESPERANZA PARA LA TIERRA. “Haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos
recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos”, apunta. “Es
necesario que cuantos poseen riquezas sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan
necesidad. Pienso de modo particular en aquellos que carecen de agua y de alimento. El hambre es un flagelo
escandaloso en el cuerpo de nuestra humanidad y nos invita a todos a sentir remordimiento de conciencia”.

“Hay otra invitación apremiante que deseo dirigir en vista del Año jubilar; va dirigida a las naciones más ricas,
para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países
que nunca podrán saldarlas”, añade el Papa. “Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia,
agravada hoy por una nueva forma de iniquidad de la que hemos tomado conciencia”.

11. LA ESPERANZA CRISTIANA. “¿Cuál es el fundamento de nuestra espera? Para comprenderlo es bueno
que nos detengamos en las razones de nuestra esperanza”, dice Francisco. “En virtud de la esperanza en la que
hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de
cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro
con el Señor de la gloria. Vivamos, por tanto, en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre
en él”, explica.

La esperanza cristiana, añade, consiste precisamente en esto: “ante la muerte, donde parece que todo acaba, se
recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, ‘la vida no
termina, sino que se transforma’ para siempre”. “¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más
allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la
contemplación y participación de su amor infinito”, apunta.

“Otra realidad vinculada con la vida eterna es el juicio de Dios, que tiene lugar tanto al culminar nuestra
existencia terrena como al final de los tiempos”, continúa. “Aunque es justo disponernos con gran conciencia y
seriedad al momento que recapitula la existencia, al mismo tiempo es necesario hacerlo siempre desde la
dimensión de la esperanza, virtud teologal que sostiene la vida y hace posible que no caigamos en el miedo. El

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juicio de Dios, que es amor, no podrá basarse más que en el amor, de manera especial en cómo lo hayamos
ejercitado respecto a los más necesitados, en los que Cristo, el mismo Juez, está presente”.

El Juicio, entonces, “se refiere a la salvación que esperamos y que Jesús nos ha obtenido con su muerte y
resurrección. Por lo tanto, está dirigido a abrirnos al encuentro definitivo con él. Y dado que no es posible pensar
en ese contexto que el mal realizado quede escondido, este necesita ser purificado, para permitirnos el paso
definitivo al amor de Dios”. Así, la oración y el sacramento de la Penitencia “nos asegura que Dios quita nuestros
pecados”.

12. ESPERANZA COMO LA DE MARÍA. “La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más
alto”, concluye el Papa. “En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el
realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente
en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: ‘Este niño será
causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te
atravesará el corazón’. Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada
por un dolor desgarrador, repetía su ‘sí’, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor”.

Por ello, el Papa invita a los peregrinos que irán a Roma para el Jubileo “a detenerse a rezar en los santuarios
marianos de la ciudad para venerar a la Virgen María e invocar su protección. Confío en que todos,
especialmente los que sufren y están atribulados, puedan experimentar la cercanía de la más afectuosa de las
madres que nunca abandona a sus hijos; ella que para el santo Pueblo de Dios es signo de esperanza cierta y de
consuelo”.

El 29 de diciembre de 2024 fiesta de la


Sagrada Familia de Jesús, María y José, en
la santa Madre Iglesia Catedral, nuestro
padre y pastor don José Guadalupe Torres
Campos, obispo de Ciudad Juárez, a las
12:00 del mediodía presidirá la Eucaristía
con la cual se dará apertura al solemne año
jubilar.

Todo el pueblo de Dios está convocado a


participar en esta celebración.

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JUBILEO ORDINARIO DEL AÑO 2025

a. ¿QUÉ ES UN JUBILEO?

Jubileo es el nombre de un año particular: parece que deriva del instrumento utilizado para indicar su comienzo;
se trata del yobel, el cuerno de carnero, cuyo sonido anuncia el Día de la Expiación (Yom Kippur). Esta fiesta
se celebra cada año, pero adquiere un significado particular cuando coincide con el inicio del año jubilar. A este
respecto, encontramos una primera idea en la Biblia: debía ser convocado cada 50 años, porque era el año
‘extra’, debía vivirse cada siete semanas de años (cfr. Lev 25,8-13). Aunque era difícil de realizar, se proponía
como la ocasión para restablecer la correcta relación con Dios, con las personas y con la creación, y conllevaba
el perdón de las deudas, la restitución de terrenos enajenados y el descanso de la tierra.

Citando al profeta Isaías, el Evangelio según san Lucas describe de este mismo modo la misión de Jesús: «El
Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar
a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia
del Señor» (Lc. 4,18-19; cfr. Is. 61,1-2). Estas palabras de Jesús se convirtieron también en acciones de
liberación y de conversión en sus encuentros y relaciones cotidianos.

Bonifacio VIII, en 1300, convocó el primer Jubileo, llamado también “Año Santo”, porque es un tiempo en el
que se experimenta que la santidad de Dios nos transforma. Con el tiempo, la frecuencia ha ido cambiando: al
principio era cada 100 años; en 1343 se redujo a 50 años por Clemente VI y en 1470 a 25 años por Pablo II.
También hay momentos ‘extraordinarios’: por ejemplo, en 1933, Pío XI quiso conmemorar el aniversario de la
Redención y en 2015 el Papa Francisco convocó el año de la Misericordia. También ha sido diferente el modo
de celebrar este año: en el origen coincidía con la visita a las Basílicas romanas de san Pedro y san Pablo, por
tanto, con la peregrinación, posteriormente se añadieron otros signos, como el de la Puerta Santa. Al participar
del Año Santo se obtiene la indulgencia plenaria.

b. SIGNOS DEL JUBILEO.

ORACIÓN. Hay muchos modos y muchas razones para rezar; la base es siempre el deseo de abrirse a la
presencia de Dios y a su oferta de amor. La comunidad cristiana se siente llamada y sabe que puede dirigirse al
Padre solamente porque ha recibido el Espíritu del Hijo. Y es, de hecho, Jesús quien ha confiado a sus discípulos
la oración del Padrenuestro, comentada también por el Catecismo de la Iglesia Católica (Cfr. Catic nn. 2759-
1865). La tradición cristiana ofrece otros textos, como el Avemaría, que ayudan a encontrar las palabras para
dirigirse a Dios: «Mediante una transmisión viva, la Sagrada Tradición, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña
a orar a los hijos de Dios» (Catic n. 2661).

Los momentos de oración realizados durante el viaje muestran que el peregrino posee los caminos de Dios “en
su corazón” (Sal 83,6). Este tipo de alimento necesita también de paradas y escalas varias, a menudo situadas

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en torno a ermitas, santuarios, u otros lugares particularmente ricos desde el punto de vista del significado
espiritual, donde uno se da cuenta de que -antes y al lado- otros peregrinos han pasado y que esas mismas vías
han sido recorridas por caminos de santidad. De hecho, los caminos que llevan a Roma coinciden a menudo con
la trayectoria de muchos santos.

PEREGRINACIÓN. El Jubileo nos pide que nos pongamos en camino y que superemos algunos límites.
Cuando nos movemos, de hecho, no cambiamos solo de lugar, sino que nos transformamos nosotros mismos.
Por eso, es importante prepararse, planificar el trayecto y conocer la meta. En este sentido la peregrinación que
caracteriza este año empieza antes del propio viaje: su punto de partida es la decisión de hacerlo. La etimología
de la palabra ‘peregrinación’ es decididamente significativa y ha sufrido pocos cambios de significado. En
efecto, la palabra deriva del latín per ager, que significa “a través de los campos”, o per eger, que significa
“cruce de frontera”: ambas raíces señalan el aspecto distintivo de emprender un viaje.

Abraham, en la Biblia, es descrito así, como una persona en camino: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa
de tu padre” (Gén. 12,1). Con estas palabras comienza su aventura, que termina en la Tierra Prometida, donde
es recordado como un “arameo errante” (Deut. 26,5). También el ministerio de Jesús se identifica con un viaje
desde Galilea hacia la Ciudad Santa: “Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús
tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc. 9,51). Él mismo llama a los discípulos a recorrer este camino y todavía
hoy los cristianos son aquellos que lo siguen y se ponen a acompañarlo.

El recorrido, en realidad, se construye progresivamente: hay varios itinerarios por elegir, lugares por descubrir;
las situaciones, las catequesis, los ritos y las liturgias, los compañeros de viaje permiten enriquecerse con nuevos
contenidos y perspectivas. La contemplación de lo creado también forma parte de todo esto y es una ayuda para
aprender que cuidar la creación “es una expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad”
(Francisco, Carta para el Jubileo 2025). La peregrinación es una experiencia de conversión, de cambio de la
propia existencia para orientarla hacia la santidad de Dios. Con ella, también se hace propia la experiencia de
esa parte de la humanidad que, por diversas razones, se ve obligada a ponerse en camino para buscar un mundo
mejor para sí misma y para la propia familia.

PUERTA SANTA. Desde el punto de vista simbólico, la Puerta Santa adquiere un significado particular: es el
signo más característico, porque la meta es poder atravesarla. Su apertura por parte del Papa constituye el inicio
oficial del Año Santo. Originalmente, solo había una puerta, en la Basílica de San Juan de Letrán, que es la
catedral del obispo de Roma. Para que los numerosos peregrinos pudieran hacer este gesto, las demás Basílicas
de Roma también ofrecieron esta posibilidad.

Al cruzar este umbral, el peregrino recuerda el texto del capítulo 10 del evangelio según san Juan: “Yo soy la
puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. El gesto expresa la decisión
de seguir y de dejarse guiar por Jesús, que es el Buen Pastor. Por otra parte, la puerta es también un paso que
conduce al interior de una iglesia. Para la comunidad cristiana, no es solo el espacio de lo sagrado, al cual uno
se debe aproximar con respeto, con un comportamiento y una vestimenta adecuados, sino que es signo de la

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comunión que une a todo creyente con Cristo: es el lugar del encuentro y del diálogo, de la reconciliación y de
la paz que espera la visita de todo peregrino, el espacio de la Iglesia como comunidad de fieles.

En Roma, esta experiencia adquiere un significado especial, por la referencia a la memoria de san Pedro y san
Pablo, apóstoles que fundaron y formaron la comunidad cristiana de Roma y que, con sus enseñanzas y su
ejemplo, son una referencia para la Iglesia universal. Aquí se encuentra su tumba, en el lugar donde fueron
martirizados; junto con las catacumbas, es un lugar de continua inspiración.

RECONCILIACIÓN. El Jubileo es un signo de reconciliación, porque abre un «tiempo favorable»


(cfr. 2 Cor 6,2) para la propia conversión. Uno pone a Dios en el centro de la propia existencia, dirigiéndose
hacia él y reconociéndole la primacía. Incluso el llamamiento al restablecimiento de la justicia social y al respeto
por la tierra, en la Biblia, nace de una exigencia teológica: si Dios es el creador del universo, se le debe reconocer
una prioridad respecto a toda realidad y respecto a los intereses creados. Es Él quien hace que este año sea santo,
dando su propia santidad.

Como recordaba el Papa Francisco en la bula de convocatoria del año santo extraordinario del 2015: “La
misericordia no se opone a la justicia, sino que expresa el comportamiento de Dios con el pecador, ofreciéndole
una nueva oportunidad de arrepentirse, convertirse y creer […]. Esta justicia de Dios es la misericordia
concedida a todos como gracia en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, por
tanto, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque ofrece la certeza del amor y de la vida
nueva” (Misericordiae Vultus, 21).

Concretamente, se trata de vivir el sacramento de la reconciliación, de aprovechar este tiempo para redescubrir
el valor de la confesión y recibir personalmente la palabra del perdón de Dios. Hay algunas iglesias jubilares
que ofrecen continuamente esta posibilidad. Puedes prepararte siguiendo un esquema.

LITURGIA. La liturgia es la oración pública de la Iglesia: según el Concilio Vaticano II, es el «culmen hacia
donde tiende» toda su acción «y, al mismo tiempo, la fuente de la que mana toda su energía» (Sacrosanctum
Concilium, 10). En el centro está la celebración eucarística, donde se recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo:
como peregrino, él mismo camina junto a los discípulos y les revela los secretos del Padre, de tal modo que
puedan decir: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída” (Lc 24,29).

Un rito litúrgico, característico del Año Santo, es la apertura de la Puerta Santa: hasta el siglo pasado, el Papa
iniciaba, más o menos simbólicamente, el derribo del muro que la sellaba. Los albañiles procedían a quitar los
ladrillos por completo. Desde 1950, en cambio, el muro se derriba previamente y, durante una solemne liturgia
coral, el Papa empuja las hojas de la puerta desde fuera, pasando como primer peregrino a través de ella. Esta y
otras expresiones litúrgicas que acompañan al Año Santo subrayan que la peregrinación jubilar no es un acto
íntimo, individual, sino un signo del camino de todo el pueblo de Dios hacia el Reino.

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PROFESIÓN DE FE. La profesión de fe, también llamada “símbolo”, es un signo de reconocimiento propio
de los bautizados; en ella se expresa el contenido central de la fe y se recogen sintéticamente las principales
verdades que un creyente acepta y de las que da testimonio en el día de su bautismo y comparte con toda la
comunidad cristiana para el resto de su vida.

Existen varias profesiones de fe, que muestran la riqueza de la experiencia del encuentro con Jesucristo. Sin
embargo, tradicionalmente, las que han adquirido un especial reconocimiento son dos: el credo bautismal de la
iglesia de Roma y el credo niceno-constantinopolitano, elaborado originalmente en el año 325 por el Concilio
de Nicea, en la actual Turquía, y perfeccionado después en el de Constantinopla en el año 381.

“Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para
alcanzar la salvación” (Rom. 10,9-10). Este texto de san Pablo subraya cómo la proclamación del misterio de
la fe exige una conversión profunda no solo de las propias palabras, sino también y sobre todo de la propia
visión de Dios, de uno mismo y del mundo. «Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de
la cual creemos» (Catic n. 197).

INDULGENCIA. La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los
límites de la justicia humana y los transforma. Este tesoro de gracia se hizo historia en Jesús y en los santos:
viendo estos ejemplos, y viviendo en comunión con ellos, la esperanza del perdón y del propio camino de
santidad se fortalece y se convierte en una certeza. La indulgencia permite liberar el propio corazón del peso
del pecado, para poder ofrecer con plena libertad la reparación debida.

Concretamente, esta experiencia de misericordia pasa a través de algunas acciones espirituales que son indicadas
por el Papa. Aquellos que, por enfermedad u otra causa, no puedan realizar la peregrinación están invitados, de
todos modos, a tomar parte del movimiento espiritual que acompaña a este Año, ofreciendo su sufrimiento y su
vida cotidiana y participando en la celebración eucarística.

c. AÑO DE LA ORACIÒN

Tras el año dedicado a la reflexión sobre los documentos y al estudio de los frutos del Concilio Vaticano II, el
2024 será el Año de la Oración, siguiendo la propuesta del Papa Francisco. El Santo Padre ha anunciado su
inicio el domingo 21 de enero de 2024, con ocasión del V Domingo de la Palabra de Dios. Ya en la Carta del 11
de febrero de 2022, dirigida al Pro-Prefecto, S.E. Mons. Rino Fisichella, para encargar al Dicasterio para la
Evangelización del Jubileo, el Papa había escrito: «Me alegra pensar que el año 2024, que precede al
acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el
deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo». Por lo tanto, en preparación para el Jubileo,
las Diócesis están invitadas a promover la centralidad de la oración individual y comunitaria.

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El Dicasterio ha puesto a disposición algunos instrumentos útiles para comprender mejor y redescubrir el valor
de la oración. Además de las 38 catequesis sobre la Oración del mismo Papa Francisco, del 6 de mayo de 2020
al 16 de junio de 2021, ha sido publicada por la Librería Editora Vaticana una serie titulada “Apuntes sobre la
Oración”. Se trata de 8 volúmenes realizados para volver a poner en el centro la relación profunda con el Señor,
a través de las múltiples formas de oración contempladas en la rica tradición católica. Además, está disponible
online, en versión digital, un subsidio pastoral para ayudar a las comunidades parroquiales, las familias, los
sacerdotes, las monjas de clausura y los jóvenes a vivir con mayor conciencia la necesidad de la oración diaria.

LA LITURGIA DEL CORAZÓN. LA VIDA DE ORACIÓN

El deseo de Dios. La oración incesante.

Es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc. 18, 1), «oren con perseverancia» (1 Tes 5, 17). La palabra
de Jesús en San Lucas y la de San Pablo a los Tesalonicenses son desde siempre el punto de referencia que ha
indicado a la Iglesia y a todo cristiano la necesidad de una oración incesante.

Una forma de esta oración incesante es sin duda la Liturgia de las Horas, en la que, como vimos, la Iglesia
conserva con constancia y fidelidad el canto de alabanza, que Jesucristo Sumo Sacerdote introdujo en este exilio
terrenal. Sin embargo, aunque absolutamente necesaria, la sola unión con Cristo en la Liturgia no es suficiente
si no se convierte en la forma estable de toda nuestra vida. Debemos entregar a Cristo, sin reservas, toda nuestra
persona, alma y cuerpo, todos nuestros deseos y sentimientos, buenos y malos, para recibir de él eso mismo
transfigurado en lo suyo, para que nuestros sentimientos se transformen en los mismos sentimientos de Cristo
(Filip. 2, 5), como nos pide San Pablo. Al final, debemos entregarle toda nuestra vida para que él pueda seguir
viviendo su vida en nosotros, para que él pueda incesantemente orar en nosotros, repetir en nosotros: "¡Abba!".

Pero, nuestro abandono a él, aunque queramos sinceramente que sea completo, es desgraciadamente siempre
parcial, retenemos siempre algo, siempre hay en nosotros una mezcla de verdadero amor por Dios y de renuencia
a abandonarnos sin reservas a él. Por eso, se necesita toda nuestra vida y toda nuestra muerte para que el Verbo
tome plena posesión de nuestra persona, de nuestro cuerpo y de nuestra alma, para que pueda hacerse carne en
nosotros.

Sólo el deseo de estar unidos a Jesús, para que nuestra vida llegue por así decirlo a ser intercambiable con la
suya y la suya con la nuestra, es lo que puede permitirnos vivir en una oración ininterrumpida. Debemos volver
constantemente a él, debemos mirarlo de nuevo cuando nos damos cuenta de que hemos apartado la mirada de
él. Debemos aceptar morir a nosotros mismos para que él pueda vivir en nosotros. Y esta muerte debe abrazar
toda nuestra persona, incluso los rincones más escondidos de nuestro corazón. Nada de nuestra persona debe
escapar a esta "invasión" de Cristo, so pena de «permanecer en la muerte» (cf. 1 Jn 3, 14) porque, según las
palabras de san Gregorio Nacianceno: "lo que no ha sido asumido (por Cristo) no ha sido salvado" (Epístola
101, PG 37, 182-183).

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Debemos darle todo, la poca luz y las muchas tinieblas, el bien y el mal que hay en nosotros, para que Cristo
sane todo lo nuestro y todo lo nuestro se haga de Cristo. Es una verdadera muerte que nos espanta.

En Jeremías, Dios pronuncia una palabra que describe realísticamente todo esto. El Señor pregunta: ¿quién
arriesgaría su vida por acercarse hasta mí? (Jer. 30, 21). "Estar cerca de mí es estar cerca del fuego", dice una
palabra de Jesús transmitida por los Padres (Dídimo el Ciego, Explanatio in Psalmos, 88, 8; PG 39, 1487). Por
esto, quien reza quiere estar cerca del fuego, aunque sepa que el fuego lo quemará. Prefiere ser consumido por
esta cercanía, prefiere la humillación y el dolor de estas quemaduras antes que estar lejos de Cristo, aunque sea
un poco, porque sabe que "quien está lejos del fuego está lejos del Reino", como continúa la palabra de Jesús
ya citada (ibid.).

Aceptar que Jesús viva en nosotros su vida, su ofrenda al Padre, su oración: "¡Abbá!", significa aceptar arriesgar
la propia vida. María aceptó plenamente este riesgo y por esto es la criatura más cercana a Dios. También
nosotros, con el Bautismo, hemos aceptado este riesgo de «estar» con Él (cf. Mc. 3, 4).

Tal vez no captamos ni comprendimos todas las consecuencias. Quizá no sabíamos que el riesgo era tan grande.
Pero lo hemos aceptado. Hemos consentido con tal de estar cerca de Jesús. No pensábamos que debía ser tan
total el derrumbe de todo lo que teníamos en nosotros, de todas nuestras seguridades, de todas nuestras ideas,
de todos nuestros sueños. Pero, poco a poco, mientras caminamos, Dios nos lo ha revelado. Es sólo el Espíritu
quien nos da la fuerza para correr el riesgo que se deriva de la intimidad de la vida con Cristo. Para "abandonarse
al Evangelio", como decía Madeleine Delbrêl, "es necesario sumergirse en la muerte, en la fragilidad universal,
en la descomposición actual de todos los valores, de los grupos humanos y de nosotros mismos [...]. Hay que
saber que uno está perdido para querer ser salvado" (Nous autres, gens des rues, París, 1966, 79).

Y es por gracia que, día tras día, ponemos en las manos del Señor lo que todavía queda de nosotros... deseando
que quede siempre menos de nosotros, para que él sea cada vez más el todo de nuestra vida. Este deseo de él,
que es gracia suya, es nuestra oración. Y si no se interrumpe el deseo, siempre estamos orando. En una página
célebre, San Agustín habla de esta oración de deseo:

"Si tu deseo está ante él, el Padre, que ve en lo secreto, lo escuchará. Tu deseo es tu oración; si continuo es tu
deseo, continua es también tu oración. Por algo afirma el Apóstol: “oren con perseverancia” (1 Tes 5, 17).
¿Acaso debemos estar siempre de rodillas, o postrados, o con las manos extendidas, para obedecer el precepto
de orar sin cesar? Si entendemos así el orar, me parece que no podemos hacerlo sin interrupción. Pero hay otra
oración interior, que es la del deseo, y esa sí que es continua, y es el deseo. Cualquier otra cosa que hagas, si
deseas aquel descanso [es decir, el reposo en Dios], no dejas de orar. Si no quieres interrumpir la oración, no
ceses de desear. Tu deseo es continuo; continua es también la voz de tu deseo. Callarás si dejas de amar. El
enfriamiento del amor es el silencio del corazón; el ardor del amor, el clamor del corazón. Si permanece vivo el
amor, estás siempre clamando; si clamas siempre, siempre deseas, si deseas tienes ya fijado el pensamiento en
la paz [es decir, en Dios]. «Y mi deseo está siempre en tu presencia».

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La sed.

Tengo sed de Dios, del Dios viviente: ¿cuándo podré volver y contemplar el rostro de Dios? (Sal. 42, 3)

Pero, a pesar de que nuestro corazón está sediento de vida, de una vida que no termina nunca, de una vida
perfecta y "sabemos" dónde encontrarla, desde Adán hemos buscado esta vida fuera de Dios y lejos de Dios.
Como dice él mismo, lamentándose con el profeta Jeremías: «Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, para
excavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua» (Jer. 2, 13). Donde pensamos que hay agua,
tratamos de calmar nuestra sed de vida cavando cisternas agrietadas. Pero terminamos siempre más
decepcionados y sedientos porque, en el mejor de los casos, lo que logramos encontrar es sólo agua estancada
y amarga.

Pero Dios "tiene sed de nuestra sed" (Gregorio Nacianceno, Oratio XL; PG 36, 397) mucho más de lo que
nosotros podemos tener sed de él porque sabe que sin él no podemos vivir. Creados a su imagen y semejanza, a
imagen de Aquel que es la vida misma, hemos perdido esta semejanza y, desde entonces, nuestra vida es sólo
una lenta muerte. Por esto Dios mismo se ha puesto en camino para buscarnos, ovejas descarriadas y errabundas.
Dios sabe que sólo su Amor en persona puede saciarnos. Ha venido a ofrecernos la vida, para que tuviéramos
su vida y la tuviéramos en abundancia (cf. Jn. 10, 10). Y esta vida está en el Hijo, este, Jesucristo, es el que vino
mediante agua y sangre (Cfr.1 Jn. 5, 6).

El profeta Ezequiel termina su libro con una impresionante visión: «El hombre me llevó otra vez a la entrada
del Templo, y observé que debajo del umbral del Templo brotaba agua. Iba en dirección al este, hacia donde
mira la fachada del Templo. El agua descendía por el lado derecho del Templo, al sur del altar. [...] Y el hombre
me dijo: "Estas aguas que fluyen hacia la región oriental bajan por el desierto del Arabá y van a desembocar
en el mar Muerto. Entonces sus aguas quedarán saneadas. Todos los seres vivientes, que haya en los lugares
por donde pase este torrente, vivirán. Los peces serán muy abundantes, porque por donde pasen estas aguas,
todo quedará saneado: la vida resurge por donde pasa el torrente. [...] A lo largo del torrente, en una y otra
orilla, crecerán árboles frutales de todas las especies; sus hojas no se marchitarán ni sus frutos se acabarán.
Todos los meses producirán frutos nuevos, porque son regados con las aguas que brotan del santuario. Sus
frutos servirán de alimento y sus hojas serán medicinales» (Ez. 47, 1-12).

Este río de Agua viva brotó del costado derecho del verdadero Templo cuando uno de los soldados le atravesó
el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua (Jn. 19, 34). Desde la Cruz, desde el trono donde está
el Cordero, inmolado y glorificado, perfectamente unido al Padre (cf. Apoc. 5, 6), brota este río (cf. Apoc. 22,
1) para dar vida al mundo, para saciar la sed de Dios y nuestra sed. Y desde entonces este río no cesa de manar
y derramar sobre la tierra.

El Espíritu se derrama y actúa en lo más íntimo de los corazones, atrayéndolos secreta y poderosamente hacia
la fuente de la que él mismo brota, hacia el corazón de Cristo y el Corazón del Padre. Como decía san Ignacio
de Antioquía: "Hay en mí un agua viva que me habla diciendo: Ven al Padre" (Carta a los Romanos VII). El

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Espíritu suscita y mantiene viva en nuestros corazones esta sed del agua viva, esta nostalgia del rostro del
verdadero Dios.

Y hubo un instante en el que "vimos" el rostro de Dios, y fue cuando, creándonos con un acto de inexplicable
amor, grabó en nosotros su rostro (cf. Sal 4, 7). Al crearnos a su imagen, dejó impreso en nosotros el "recuerdo"
de su mirada. "Él mismo golpeó nuestros ojos con un rayo encendido de su belleza. La amplitud de la herida
revela ya cuál es la flecha, y la intensidad del deseo deja entrever quién ha disparado el dardo" (cf. N. Cabasilas,
Vida en Cristo, II; PG 150, 554). Y desde ese momento nuestro corazón está inquieto, hasta que vuelva a
encontrar aquella Mirada, está sediento de aquel Rostro.

Por esto, silenciosamente, el Espíritu continúa irrigando la tierra árida y reseca de nuestras almas. Como un río
subterráneo invisible, como un manto acuífero escondido, el Espíritu no cesa de fecundar la vida de los hombres,
de todos los hombres, hablando a cada uno según su lenguaje, sanando las aguas saladas y amargas con las que
tratamos de calmar nuestra sed de vida y de amor, y regando ocultamente las raíces de los árboles cuyos frutos
y cuyas hojas curan nuestras heridas. Pero la corriente escondida de este río invisible aflora a la superficie de la
tierra y se hace visible en la Iglesia.

Los Apóstoles que se encontraban en el Cenáculo todos habían traicionado y abandonado a Jesús. No tenían
ningún mérito; el deseo era su único título para recibir al Espíritu. Vivían sólo de la pobreza de la espera y del
deseo. Jesús, prometiéndoles el Espíritu, no les había pedido otra cosa que "permanecer": “permanezcan en
Jerusalén hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto” (Lc. 24, 49); «esperen que se cumpla la
promesa del Padre» (Hech. 1, 4). Cuando el Espíritu es derramado sobre los apóstoles, sobre María y las mujeres,
la promesa del Padre se cumple y la Iglesia se hace visible, la Esposa del Cordero desciende a la tierra,
resplandeciente de la misma gloria de Dios (cfr. Apoc. 21, 11), porque es pobre como es pobre el mismo Dios,
el Dios Cordero, que se ha manifestado como Siervo del Padre y siervo nuestro (cf. Jn. 13, 4ss.).

La espera.

¿Hasta cuándo, Señor, me tendrás olvidado? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¡Vuelve amado mío! (Cant.
2, 179… pero “tardaba el esposo” Mt 25,5).

Permanecer, perseverar, seguir adelante a pesar de todo parece decir que él nunca vendrá, es difícil. Sin embargo,
esta espera inmóvil del corazón es lo que permite que el río de agua viva fluya silenciosamente con plenitud en
nosotros, porque: "El siervo que será amado es aquel que permanece de pie, inmóvil, cerca de la puerta,
despierto, atento, a la espera, preocupado por abrir apenas oiga llamar. Ni la fatiga, ni el hambre, ni las
preocupaciones, ni las invitaciones amistosas, los insultos, los golpes o las burlas, ni los rumores que puedan
correr en torno suyo, según los cuales su amo habría muerto o estaría irritado contra él y decidido a hacerle
daño, nada en suma lo distraerá mínimamente de su atenta inmovilidad [...]. El estado de espera así
recompensado es lo que comúnmente llamamos 'paciencia' [...]: indica a alguien que espera sin moverse, a pesar

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de todos los golpes y percances con que se intenta hacerle cambiar de lugar. “dan fruto con constancia” (Lc. 8,
15), (Simone Weil, Pensamientos desordenados sobre el amor de Dios, 144-145).

Es esta "paciencia" lo que permite que el río de Agua viva haga nacer de nuestra pobre tierra árboles que llevan
frutos y hojas medicinales. Es esta permanencia estable la que le permite sanar todas nuestras debilidades porque
nos hace experimentar la gratuidad del amor de Dios por nosotros. Sólo si estamos verdaderamente sedientos
podemos acercarnos al corazón de Dios, la fuente de donde brota el río eterno del Espíritu.

En la Última Cena, Jesús dijo a los apóstoles: «No se turben. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa
de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, a ustedes se lo hubiera dicho, porque voy a prepararles un
lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar volveré de nuevo y los llevaré conmigo, para que donde
yo estoy estén también ustedes» (Jn 14, 1-3).

La purificación de la esperanza

«El Señor los hizo salir, los liberó, con esperanza» (Sal 78, 52): de hecho, es sólo en la esperanza que la Iglesia,
y nosotros en ella, vivimos esta intimidad con el Padre, fruto de la Pascua de Cristo. Es en la esperanza que
participamos ahora en su misterio pascual, en su "paso". Sin embargo, aunque vivida sólo esperanza, esta
intimidad ya es real. en la

Por más oscuro que sea el camino que el Señor hace recorrer a su Iglesia, y a nosotros en ella, por más
incomprensible que sea lo que vivimos cotidianamente, por más que parezca sin luz el futuro que nos espera,
estamos seguros de que estamos en las manos del Padre y que él nos está conduciendo hacia la plenitud de la
Pascua. Es hacia la Tierra Prometida de la intimidad con él que nos está guiando a través de nuestro desierto,
porque, como nos ha dicho: «Sólo yo sé bien cuáles son los planes que tengo sobre ustedes -oráculo del Señor-
. Son planes de paz y no de desgracia, de darles un futuro y una esperanza. Ustedes me invocarán e irán a
suplicarme y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón. Yo me
dejaré encontrar por ustedes -oráculo del Señor- y pondré fin a su cautiverio» (Jer. 29, 11-13). «Yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt. 28, 20). Pero "estoy con ustedes en silencio", «un sonido
de suave silencio» (1 Rey. 19, 12).

Este silencio como única respuesta de Dios a nuestra oración es lo que nos permite purificar nuestra imagen de
Dios, como le pasó a Job, y así poder escapar de la tentación de hacer de la oración un "comercio" entre iguales.
Como le pasó a Job que, al final de su lucha con Dios, ante el esplendor del misterio de Dios, tuvo que reconocer:
«Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5), este silencio, esta "ausencia" de
Dios, es la necesaria purificación de todo orante para poder llegar a la "visión" del verdadero Dios.

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