02 - Mi Querido Secreto - Eleanor Rigby
02 - Mi Querido Secreto - Eleanor Rigby
02 - Mi Querido Secreto - Eleanor Rigby
Eleanor Rigby
© 2024, Eleanor Rigby
Título: Mi querido secreto
Primera edición: noviembre de 2024
Sello: Independently published
Diseño de portada: H. Kramer
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones
establecidas en el ordenamiento jurídico, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del titular
del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra
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públicos.
Prólogo
Señorita Burton,
Me hallo en una terrible encrucijada, y en vista de que aquí solo me rodean
insensibles que no podrían comprender jamás la dificultad de esta decisión,
recurro a usted y a su experto consejo con la esperanza de que pueda asistirme.
Tal vez no recuerde mi nombre ni mi rostro. Coincidimos hace un par de
meses y de forma fugaz. Aun así, me disculpo si piensa que me hacía de rogar al
demorar mis escritos. Sepa que el único motivo por el que no me he dirigido
antes a usted es porque no me gusta andar molestando a las jóvenes casaderas
en su empeño de encontrar marido. Solo cuando tengo una buena excusa para
interrumpir tan noble propósito.
La cuestión es, señorita Burton, que no soporto más esta soledad. Que
necesito a alguien a mi lado, a una buena compañera que me reciba cuando
regreso a casa con verdadero entusiasmo, a alguien que pueda seguirme el
ritmo en mis paseos matutinos por la costa, a una criatura dulce que me
despierte por las mañanas con tiernos arrumacos...
Por eso he decidido adoptar un perro.
Señor Connor,
¿Qué clase de persona sería si ignorara su terrible encrucijada? No hay nada
más angustioso en este mundo que la indecisión, y, como todo el mundo sabe,
la elección de la compañera de vida no es asunto menor. Pero no he podido
evitar darme cuenta de que siente una marcada preferencia por la nacionalidad
de sus animales: un setter irlandés, un terrier irlandés, un perro de aguas
irlandés, un lobero irlandés... Este detalle no ha hecho sino generarme una
duda: si en tanta estima tiene la pureza de la sangre irlandesa, ¿de qué manera
podría servirle la opinión de una persona cuyo único contacto con la antigua
patria celta ha sido leer a Jonathan Swift?
Estaré encantada de resolverle cualquier duda que pueda tener sobre los
setter ingleses, los bedlington y los cocker spaniel, entre otras razas de gran
calibre que se prefieren en Inglaterra y de las que poseo más información como
orgullosa inglesa que soy.
Wit,
Tienes que regresar a Arlington Abbey. Sean ha venido a verte por sorpresa.
Mi Sean. Solo que es tu Sean, al final, porque es tu rostro el que recuerda.
Necesito que vuelvas a la mayor brevedad y le pidas que se marche, que le
digas que no estás interesada en sus atenciones, que vuestro contacto epistolar
no fue más que un juego para hacer las delicias de tu entretenimiento y que no
significa nada para ti.
Te lo ruego, Wit.
No puedo permitir que se entere de lo que he hecho.
Capítulo 3
Por capricho del destino y, por qué no decirlo, debido también a la pésima
gestión de todas las partes involucradas, la honorable señorita Wargrave se ha
visto reducida de joya de la temporada a solterona empedernida. Lo tenía todo
para triunfar en el mercado matrimonial: la belleza, el encanto personal, la
riqueza, la cuna... Incluso el cálculo necesario —o la falta de escrúpulos— para
interpretar el papel de la mujer soñada para quienquiera que fuese el caballero
escogido. Pero el desprecio del marqués de Haverford, el hecho de que prefiriera
a Clarissa, ha levantado suspicacias: ahora todo el mundo se pregunta cuál es el
problema de la dama, qué la hace tan fácilmente sustituible, y le niega el
reconocimiento de su virtud.
A veces pienso que el desprecio con el que Rebecca llevaba años
castigándonos se debía a una habilidad de predicción. Nos estaba adelantando
la penitencia que nos mereceríamos por condenarla al ostracismo. Y antes de
que me digas que yo no tuve nada que ver, como sé que harás para curarme los
remordimientos, has de saber que yo habría intercedido una y mil veces por la
felicidad de mi amiga, llegando a aplastar a Rebecca Wargrave, si esto hubiera
sido necesario. No se requirió mi acción directa para lograrlo, de acuerdo, pero
siempre me consideraré cómplice del delito por el simple hecho de
enorgullecerme del resultado: no la vergüenza de Rebecca, sino la paz de
Clarissa.
—No me puedo creer que tengas que irte justo ahora —le
había dicho Primrose con la voz entrecortada. No solo por la
emoción de las últimas horas enredados en la cama, en la
que seguían abrazados, sino porque se había negado a
poner distancia: llevaba toda la conversación hablando con
los labios pegados a su cuello—. ¿Y si me llevas contigo?
—No te expondría ni loco a un primer contacto con mi
padre sin allanarte primero el camino... Además de que
debo tratar con él a solas un asunto privado. Una vez
hayamos puesto en regla lo que quiera que se traiga entre
manos, que, conociéndolo, no será nada bueno, le
anunciaré que nos hemos casado y te llevaré como invitada
de honor. —La besó en la raíz del pelo—. ¿Estás conforme?
—¿Y cuándo será eso? ¿Cuándo piensas volver?
—Dame tres días máximo y seré todo tuyo, te lo prometo.
Mientras, quizá podrías aprovechar que no te acaparo para
aplacar la furia de tus maestras, que pensarán que te he
secuestrado... y para hablar con Verity —había añadido con
pies de plomo, temiendo contrariarla. No sabía cuál era su
posición respecto a la disputa ocurrida dos días atrás.
—Tienes razón —convino ella. Lo estrechó con más
fuerza, como si la necesitara para reunir el coraje que
requería enfrentarse a la señorita Burton—. Si te soy
sincera, no me quito de la cabeza la discusión. Es solo que...
me da miedo que sea demasiado tarde para disculparme, o
haberme excedido en mis reproches, o... o que la condición
de solucionar nuestras desavenencias sea hacer la vista
gorda al modo en que me humilló durante las adivinanzas o
volver a ser la joven que no se manifiesta ni pone en valor
sus sentimientos.
Sean se separó para mirarla a los ojos con cuidado de no
romper el contacto.
—Prim... —le dijo con cariño, prodigando una caricia con
los nudillos a su tierna mejilla. Con la otra mano le acunaba
la nuca—. Conste que no pretendo restarle importancia a
tus sensaciones; apuesto por que, si lo has sentido así, a
algo se debe, pero también estoy seguro de que Verity
jamás ha pretendido silenciarte. Se preocupa por ti igual
que puedo hacerlo yo, y como por supuesto también lo hará
la señorita Simms... Quiero decir; lady Haverford.
—A mí también se me olvida que ahora es condesa, y eso
que en unos meses cumplirá su segundo aniversario de
boda —se rio Primrose. Las últimas veinticuatro horas juntos
le habían pintado un rubor muy saludable en las mejillas
que la hacía resplandecer—. Debo hablar con ella. Y con las
maestras, como bien has mencionado. No sé si estarán
furiosas, pero seguro que se preocuparon.
—Les mandé una nota mientras tú te bañabas
advirtiéndolas de que estabas conmigo, y de que no sería
un escándalo puesto que ya nos habíamos casado... Y
apuesto por que el honorable Harding Wargrave cumplió su
promesa y nos hizo el favor de confirmarlo tan pronto como
regresó a Arlington Abbey.
Primrose asintió, mucho más tranquila.
Sean aprovechó el silencio que se asentó entre los dos
para admirarla a sus anchas. La vida de casada le sentaba
de maravilla y no había hecho más que comenzar. ¿O no era
tanto el título oficial como la alegría de saberse por fin
amada de manera incondicional? Su cabello parecía más
dorado, sus labios, más llenos, y en sus ojos había
amanecido igual que lo hacía ahora al otro lado de las
puertas, señal de que se había cumplido un día entero
desde su encierro voluntario en la posada.
Se inclinó para besarla, y ella correspondió enseguida su
iniciativa echándole los brazos al cuello.
—Algo que no me esperaba es que fueras tan apasionada
—le había confesado al oído.
—Ni yo, pero porque no te imaginaba tan atractivo —le
dijo ella en el mismo tono.
Sean se echó a reír.
—¿Y cómo me imaginabas? La señorita Burton debió
describirme para ti. Ella me había visto.
—Oh, lo hizo, ya te digo que lo hizo. No escatimó en
adjetivos. Te atribuyó características de adonis y te situó a
la altura del dios Apolo. Aun así, no estaba preparada para
verlo con mis propios ojos... —Le lanzó una mirada
juguetona a la par que recorría con el índice el borde de su
oreja, caricia que lo sensibilizó más si cabía—. Vuelve
cuanto antes y te demostraré que lo que viste anoche es
solo el principio.
—Cogeré ese guante que tan amablemente me has
tendido —le prometió él con una sonrisa prometedora—.
Hasta entonces... Pórtate bien, ¿de acuerdo? Y no me
apartes de tu pensamiento ni un solo instante.
Unas horas después de la dulce despedida, Sean avistaba
la finca de Henshawe House en la desembocadura del
camino. Dudó si ralentizar o no la marcha. No tenía la
menor urgencia por reencontrarse con su padre; es más, lo
habría pospuesto de manera indefinida si esto no hubiese
conllevado retrasar a su vez el regreso junto a Primrose.
En las cartas, Sean había sido escueto respecto a la
relación de parentesco que le unía con su excelencia. Para
empezar, no había mencionado que su padre era el duque
de Maybourne. Había hablado de su progenitor como una
figura ausente durante su infancia e invisible en la edad
adulta, más por el desprecio de Sean que porque él se
hubiese desentendido. No solo no pretendía impresionar a
su destinataria revelando que era el hijo de uno de los
hombres más relevantes social y económicamente
hablando, además del posible heredero de su título y
patrimonio, sino que esperaba que se enamorase de él
creyéndolo un humilde granjero con aspiraciones artísticas.
A lo largo de la noche, en momentos de vulnerabilidad
que le hicieron temer estar ocultándole un secreto de gran
calibre, había estado a punto de especificarle a Primrose a
qué se dedicaba lord Lucien Henshawe, pero se había
convencido de que sería más razonable esperar a oír lo que
el susodicho tenía que decirle. Si pretendía desheredarlo,
renegar de él, arrebatarle el apellido como él mismo se
había adelantado haciendo al adoptar el de su madre en
Irlanda, sería contraproducente alentar a Primrose con la
promesa de una fortuna que no llegaría.
Pero como siempre habían hecho por vía postal, habían
dedicado parte de la noche a diseccionar el aspecto
emocional del reencuentro con el duque. Eso era lo que
siempre había preocupado a la ahora señora Connor por
encima de todas las cosas: sus sentimientos.
—¿No te ilusiona lo más mínimo verlo de nuevo? —le
había preguntado. A Sean le había costado concentrarse
teniéndola desnuda y pegada a su costado—. Si no recuerdo
mal, hace ocho años que no sabes nada de él.
—Y no me habría importado que fueran diez, o quince, o
incluso veinte más —resolvió él con una frialdad que hizo
dudar a Primrose—. Mi padre nunca estuvo presente
durante mi infancia. Los niños le han molestado siempre; los
cree unos memos con los que no se puede mantener una
conversación elevada, la única clase de conversación que su
intelecto tolera. Aun así, entendía que tenía una obligación
para con su hijo, aunque fuese un bastardo, y se esforzaba
por aguantarme. Le agradezco, eso sí, que me diera una
buena educación. Era algo que mi madre jamás podría
haberse permitido... Claro que no le habría costado un
penique garantizarme los mismos saberes si mi padre se
hubiese hecho cargo de ella antes de darme a luz pidiéndole
matrimonio.
Primrose le dio un beso en el hombro antes de apoyar ahí
la barbilla para mirarlo con aire pensativo.
—¿Por qué crees que eso sucede, Sean? ¿Por qué los
hombres toman amantes?
Él desvió la vista al techo con una mano sobre el vientre.
—He tenido mucho tiempo para pensarlo, y he llegado a
la conclusión de que hay una sola respuesta correcta: las
toman porque pueden. Claro que hay quienes se enamoran
de ellas, quienes solo tratan de matar el aburrimiento con
un idilio prohibido que les tenga en el borde del asiento,
quienes se sienten apremiados por sus amistades, puesto
que la infidelidad está en boga; quienes pretenden vengarse
de la frigidez de su esposa; quienes son meros
coleccionistas de mujeres..., pero todos esos hombres
tienen en común que pueden. Y muchos confunden
posibilidad con obligación, o esa impresión me he llevado
después de observar a la fauna. Piensan que están
desairando a algún dios o convicción espiritual (tal vez sí
desafíen una convención social, por otro lado)
desaprovechando dicha posibilidad, así que lo hacen solo
por si acaso. Para que nadie les reclame, incluso.
—Es una reflexión muy interesante. Recuerdo que en una
de tus cartas insinuaste que tu padre era un hombre
sentimental, algo que le había jugado en contra a lo largo
de su vida... ¿Lo dijiste porque crees que entra en el grupo
de hombre infiel que se enamora de su amante?
—Si alguna vez he sentido que mi padre amaba a mi
madre, no es porque ella me lo haya dicho, eso por
descontado —se había reído Sean, aunque con amargura—.
Y ni mucho menos porque él lo diese a entender.
—¿Entonces?
—Es la conclusión lógica a la que llegué después de
observar los hechos. Mi padre se estaba poniendo en riesgo
al criar a un hijo bastardo y, sin embargo, lo hizo. No fue por
amor a mí, así que tuvo que ser por amor a ella.
—No tiene por qué ser amor —había meditado Primrose,
apoyando la palma sobre el pecho masculino—. A lo mejor
fue por culpabilidad.
Sean le lanzó una mirada socarrona.
—¿Te imaginas? Créeme, mi padre no es la clase de tipo
que se siente culpable por haber herido a alguien si esto no
le hace perder dinero. También me baso en un criterio de
temporalidad. Mi madre fue su amante durante años; no se
trató de una relación ocasional o de una sola noche. Si no
estaba enamorado, como mínimo se había enganchado... Y
creo que ya hemos hablado suficiente —había agregado
para zanjar la conversación. Se giró hacia ella y la envolvió
entre sus brazos—. Ahora toca besarse.
Primrose se había echado a reír, más que conforme.
Sean sacudió la cabeza para alejar el recuerdo reciente.
Sentía que nada más cruzar las puertas de Henshawe House
entraría en un trance de irrealidad y todos los buenos
momentos que estuviese rememorando se pudrirían junto
con su buen ánimo.
Una de las razones por las que no había querido traer a
Primrose consigo era esa: no deseaba que viera cómo se
desarrollaba el reencuentro con su padre cuando estaba
casi seguro de que lloverían las acusaciones, la que había
sido su dinámica los últimos años de convivencia. La otra
era algo menos negativa, y es que pretendía prestarle una
visita a los Insley para anunciarles que su hija era ahora una
mujer casada. Los amenazaría si fuera necesario para que
se acicalaran y viajasen a Arlington Abbey en persona para
presentarle sus respetos.
La noche había dado de sí lo suficiente para tocar todos
los temas personales que les habían ido viniendo a la
cabeza: entre ellos, lo mucho que entristecía a Primrose que
sus padres no quisieran formar parte de su vida. A Sean le
costaba creer que alguien pudiera desairar a una joven con
sus bondades y no pasar el resto de su existencia
maldiciéndose por injusto. Si la razón por la que un buen día
decidieron abandonar a la niña en Arlington Abbey y cortar
toda comunicación entre ambas partes era que temían que
nunca encontrara marido, debían enterarse de que la
situación había cambiado y empezar a plantearse un nuevo
modo de relacionarse con ella.
A los Insley sí les informaría muy educadamente de que el
esposo en cuestión era hijo de lord Lucien Henshawe.
Si de él dependiera, no se acercaría a los Insley más que
para escupirles a los pies y decirles lo que opinaba de su
lamentable sentido de la responsabilidad. No obstante,
Primrose no dejaba de ser una muchacha que, como él
mismo hacía no mucho tiempo, soñaba con la validación de
sus padres. Además; debía concederle el beneficio de la
duda a una pareja que había perdido a su pequeño de
cuatro años a manos de una fulminante enfermedad.
Contándole largo y tendido lo poco que sabía al respecto,
Primrose le había hecho entender que tuvo que ser una
experiencia devastadora. En opinión de Sean, no justificaba
el maltrato a la hija mayor, pero, al final, lo único que
importaba era lo que la hiciese feliz. Y sospechaba que nada
la ilusionaría más que saber de sus padres; que
reencontrarse con ellos y verlos entusiasmados con la
brillante culminación de sus estudios, sus nada modestas
ambiciones y su nuevo marido...
... aunque para mostrarse sonrientes él tuviera que
ponerles un cuchillo en la espalda.
—¡Señorito! —lo llamó el ama de llaves nada más
abrieron las puertas de la mansión. Aunque habían pasado
ocho años sin verse, la señora Tomlinson presentaba el
mismo y saludable aspecto con la excepción de una
colección de canas que, de algún modo, solo favorecían el
conjunto de su chispeante personalidad—. ¡No me lo puedo
creer! ¡Está usted aquí! ¡Qué maravillosa sorpresa! ¡Oh!
¡Dichosos los ojos!
—Qué escandalosa es usted, señora Tomlinson —se rio
Sean, apeándose del caballo con agilidad. Abrió los brazos
para acoger en un gesto amoroso a la criada que durante
quince años había sido como su madre—. ¡Y qué exagerada!
¡Si le dije que venía hace un par de meses, mujer!
—¡Pero no me lo creí! ¡Y no está usted en posición de
juzgar mi incredulidad, considerando que siempre que
anuncia los viajes termina cambiando de opinión y
dejándome con la miel en los labios! Qué maravilla... Qué
alto, señorito. Qué grande. Qué... ¡qué guapo, por Dios! —
seguía exclamando con una sonrisa reluciente. Se había
aferrado a sus brazos, y lo estrujaba como cuando era niño
y quería supervisar tras una caída aparatosa que no había
salido herido—. ¡Debe de ser usted el hombre más deseado
de Belfast!
—He tenido admiradoras, eso no se lo voy a negar. Pero
estamos ignorando a la verdadera estrella de la casa, a la
belleza de la nación... —La tomó de la mano para hacerla
girar sobre sí misma. La señora Tomlinson se dejó con las
mejillas encendidas de puro gusto, coqueta como siempre
había sido—. Mírese... ¡Si parece que tiene diez años
menos!
—¡Anda ya, canalla! —Le soltó un amistoso manotazo en
el dorso de la mano—. ¡Menudo adulador está hecho!
¿Cómo ha ido el viaje, señorito? Viene de Arlington Abbey,
¿no es así? De reencontrarse con la señorita con la que se
estaba carteando... ¡Una de tantas! ¡A ver si se cree que no
sé que, aparte de a la dama y a mí, también le escribe a la
señorita Evans y a Fanny!
—La señorita Evans era mi institutriz, señora, y sabe que
siempre he sentido debilidad por la dulce Fanny. —Moderó la
expresión por una más resignada—. Ya me informó de que
tuvo que abandonar Henshawe House para cuidar de su
familia. Me contó que su suegra ha enfermado y ahora ha
de cargar con sus responsabilidades, además de las propias.
—Lo sé, lo sé, la estoy ayudando en la medida de lo
posible. Se ha mudado a una casita muy cerca de aquí, ya lo
sabrás. Aunque le tengo dicho que, si quiere ahorrar,
debería dejar de comprar estilográficas y papel.
—¿Y cómo diablos pretende que me escriba, vieja celosa?
¡Será bruja, diciéndole a Fanny que renuncie al contacto
conmigo...!
—¡A mí no me hable en ese tono! —rugió el ama de llaves
—. ¡Le dije que yo le facilitaría el papel y la estilográfica,
igual que le facilité la dirección del profesor que le enseñó a
leer y escribir, para que pudiese ahorrarse el gasto! ¿Por
quién me toma?
—Por lo que es, una arpía sin corazón —se burló Sean, al
borde del ataque de risa al verla enrojecer.
—¡Usted no tiene vergüenza ni la conoce!
—Bueno, bueno, bueno... ¿Acaba de llegar y ya están
ustedes discutiendo? —se quejó el viejo mayordomo. Los
párpados caídos le impedían ver con claridad: tuvo que
echar la cabeza hacia atrás en un ángulo cómico de tan
exagerado para reconocer a Sean—. Mire que es difícil sacar
de sus casillas a la señora Tomlinson, pero usted siempre ha
tenido un don.
Sean se adelantó a estrecharle la mano con una sonrisa
sincera.
—Me alegro de verle sobre las dos piernas, señor Orson.
Me contaron que había estado enfermo y que el pronóstico
de recuperación no auguraba nada bueno.
—Mala hierba nunca muere, milord. ¿Le gustaría tomar un
baño o asearse antes de reunirse con su excelencia? ¿Quizá
comer algo caliente? Linda ha preparado estofado para el
almuerzo y todavía debe de estar caliente.
—Cuando haya resuelto mis asuntos con el duque bajaré
a cenar con ustedes..., si me concedieran el honor de
sentarme a su mesa, por supuesto —añadió con sorna,
inclinándose dramáticamente sobre la menuda ama de
llaves.
La señora Tomlinson respingó y lo acusó con una mirada
indignada.
—¡Como si se le hubieran cerrado a usted las puertas
alguna vez! Mire que no lleva aquí ni diez minutos y ya me
tiene con los nervios crispados —refunfuñó.
Sean se echó a reír y le pasó un brazo cariñoso por los
hombros, que le quedaban a la altura del costado, para
estrecharla contra sí.
—No te enfades conmigo, Petula, que todavía estoy
paladeando la gloria de la noche de bodas y no me gustaría
que nadie me bajara de las nubes antes de tiempo.
El ama de llaves estaba forcejeando con el grueso brazo
que le había caído como el tronco de un árbol cuando
asimiló lo que acababa de decir. Alzó la cabeza como una
gacela al percibir la vigilancia del depredador y lo miró con
los ojos fuera de las órbitas.
—¿La noche de bodas? —Miró al callado mayordomo, que
lanzó una mirada de auxilio al techo temiéndose otro
exabrupto—. ¿Ha dicho eso? ¿Noche de bodas?
El señor Orson se encogió de hombros, que ya tenía de
por sí hundidos hacia delante.
—Creo que sí, pero cuesta saberlo. Con la ceguera uno se
vuelve más sordo, si es que eso tiene algún sentido.
—¡Noche de bodas! —aulló el ama de llaves. Orson se
llevó las manos a las orejas—. ¡¿Se ha casado usted?!
¡¿Cuándo?! ¡Y me lo dice como si nada, el muy
sinvergüenza!
—¿Cómo quería que se lo dijera? ¿Cantándoselo en latín,
como en las misas?
—¡Casado! ¡¿Con la señorita Burton?! ¡Oh, mi buen Dios!
¡Me va a dar un patatús!
—No, con la señorita Burton no. Es una larga historia que
estaré encantado de contarle con las ínfulas de un trovador
en cuanto caiga la noche. Haré las delicias de su cena, se lo
prometo. —Acompañó el juramento de un guiño.
—¿Qué escándalo es este? —rugió una voz masculina; la
que más experiencia tenía haciéndose oír por encima de los
demás pese a tener a Petula Tomlinson como digna
competidora, y la única que conseguía extinguir la
diversión.
El mayordomo se puso firme, el ama de llaves se encogió
y el irlandés tuvo la gentileza de contener sus instintos
destructivos para no replicarle una ruindad. Daba igual que
ya no tuviese dieciocho años y su episodio de rebeldía
adolescente hubiese tocado a su fin.
En presencia del duque, Sean siempre sería un jovencito
respondón.
Capítulo 23
Querida Verity,
¡Me fascina que vayas a conocer las últimas noticias
gracias a una carta! Siento que, en cierto modo, mi vida
empezó gracias a una epístola; una dirigida a tu nombre,
para más señas.
Dos años después de nuestra trastada, aquí estamos las
dos, tú a punto de empezar tu tercera temporada —
¡crucemos los dedos!— y yo esperando mi primer hijo, la
feliz razón por la que no voy a poder acompañarte este año
pese a contar con residencia propia en la capital. No creas
que no me pesa, ¿eh? Siento que todavía no te he dado las
gracias lo suficiente ni te he devuelto del todo el favor por
haber sostenido mi mano durante esa terrible puesta de
largo... y por todo lo que vino antes; por todo lo que hubo
después.
Desde entonces parece que haya transcurrido una vida
entera. ¿No tienes esa impresión?
La semana pasada celebramos el cumpleaños de Silas y
preparamos una pequeña velada con aperitivos en el jardín
trasero. Tuve la oportunidad de conocer a sus amigos de la
escuela y al resto de amistades que ha cosechado en los
últimos años, que no son pocas, porque el muchacho no
pierde el tiempo. Ya lo conoces.
No hemos tenido noticias de mis padres, como era deseo
de Silas, pero sí de los involucrados en sus negocios: por
ejemplo, el hijo del señor Dahl, el heredero de la mitad de la
empresa de alimentación de los Insley. Se trata de un
jovencito medio sueco medio inglés con unos modales
exquisitos y aspecto de príncipe de leyenda nórdica.
También he tenido la oportunidad de conocer a lady Sage
Dinklage, la prometida de mi hermano desde que vino al
mundo. Es una muchacha bellísima y con la cabeza bien
amueblada. Me recuerda a ti, ¿sabes? Y, en su defecto,
también a la señorita Wargrave. Detesta las injusticias y
posee un espíritu intrépido, mas no pierde la compostura ni
un instante.
Es la clase de mujer sobre la que se escriben novelas, no
irás a decirme que no.
Y, hablando de novelas, hace dos semanas puse punto y
final a la mía aprovechando lo que Sean cree que es una
convalecencia (por el amor de Dios, ¡todas las mujeres de
este mundo, o al menos las madres, se han quedado
embarazadas! ¡No soy especial!). El duque cumplió su
promesa y vino a Londres para presentarme al editor del
que me habló. Y antes de que digas nada sobre lord Lucien
Henshawe, porque sé que lo harás debido a la ojeriza que le
profesas y que Sean te ha contagiado, no le guardo el
menor rencor y de hecho le encuentro un hombre de lo más
interesante. No ya por su nivel de cultura y su
intelectualidad, que hacen las delicias de nuestras
conversaciones sobre literatura, sino porque es la única
criatura en este mundo que me ve tal cual soy y ni me
endulza los defectos ni me los remarca.
Es un alivio contar con una persona así en esta familia de
locos en la que todos me ven como si fuera Cristo
resucitado. ¡Incluida la señora Connor, que por fin ha
superado sus reticencias iniciales hacia mi origen inglés!
¡Por cierto! Te sorprenderá saber que el editor que te he
mencionado alabó mi aspecto. Le parecí tan única como
inusuales suelen ser las mujeres escritoras, y, por lo visto,
eso le gustó. Lo malo es que no sabré si le interesa el libro
hasta que lo haya leído, y hasta entonces pueden
transcurrir largos meses.
Cuando tenga una respuesta en firme, te escribiré.
Mientras tanto, recémosle a Dios por un milagro.
Comparar a lady Sage contigo y con Rebecca me ha
recordado que me gustaría que le mostraras esta carta
también a ella para que sepa que la tengo presente, que
aún sigo agradecida por su generosidad y que nada me
gustaría más que veros limando asperezas y apoyándoos
mutuamente en la temporada que comienza. Creo de
corazón que, si consiguierais sentaros a hablar como los
diplomáticos en vez de tratando de poneros por encima de
la otra, entablaríais una amistad que sería el terror de
Londres... y la envidia de todas las mujeres.
A mi parecer, estáis hechas la una para la otra, y lo digo
en el mejor de los sentidos.
(Por favor, no te lo tomes como un ataque, que te
conozco).
Espero que puedas aprovechar alguna ristra de días libres
durante esta temporada para venir con Clarissa, Nile y el
recién nacido Frederick a visitarnos en la costa. Hace una
temperatura estupenda; yo te estoy escribiendo sentada en
el porche. Una brisa muy agradable me acaricia la cara y
tengo unas vistas privilegiadas de mi marido, que está de
espaldas a mí plasmando el paisaje marino en un lienzo. Es
la obra que le has encargado para regalarle a tu padre.
No te inquietes, que estará lista para su cumpleaños.
Y si no llega, porque cierto es que está siempre muy
ocupado entre las tierras, la señora Connor y el dichoso
perro, no dudes en proponerle el mismo proyecto a
Quitterie. Sean me lee las cartas que le han enviado tanto
ella como el señor Gornick, el maestro particular de pintura
que le costea él mismo, y parece ser que cada día pinta
mejor. ¿Es cierto? A ver si un día te asomas a sus lienzos y
puedes darme una opinión imparcial. Sabe Dios que Sean
olvida el significado de esa palabra cuando se trata de la
señorita Tandye.
¿Hablas con Quitterie, Wit? Esa chiquilla siempre me ha
dado ternura. Creo que nunca tuvo la intención de ser
nuestra enemiga. Creo que nadie quiere ser enemigo de
nadie, en realidad. Creo que solo queremos ser felices y
hacemos lo que pensamos que nos hará sentir bien. Es así
de sencillo.
Confío en que esta carta pasará tu concienzuda criba y no
acabará siendo devorada por las llamas del hogar... u
olvidada debajo de tu cama, aunque no me cabe la menor
duda de que habrá quien se sentiría halagado de saber que
sus fervientes palabras de amor descansan bajo tu cuerpo.
Me conmueve ser una de las dos personas a las que
siempre respondes, pero que sepas que te querría incluso si
un día lo olvidaras. No puedo evitar pensar que, de no haber
sido por ti, porque me animaste a responder esa carta en tu
nombre, jamás habría experimentado una dicha tan pura
como la que ahora endulza mis días.
Espero que, muy pronto, la suerte se ponga de tu parte.
Podrás llamarte afortunada si vives en tus carnes solo la
mitad de la ilusión constante que a mí me acompaña allá
donde voy.
Eres la siguiente, Wit. Algo me lo dice.
Ya me dirás tú a mí si me equivoco o no cuando te pase.
Siempre tuya,
Primrose
Nota de autora
***
[1]
En inglés, Wit significa «ingenio». Su otro apodo (Witty), por tanto, significa
«ingeniosa».
[2]
En inglés, «verity» significa «verdad».
[3]
Den lille Havfrue (1837) de Hans Christian Andersen, La sirenita en español.
No se tradujo al inglés hasta febrero de 1846 gracias a Charles Boner, y
entonces se publicó como A Danish Story-book.
[4]
Por orden de mención, Anna Laetitia Barbauld (1743 - 1825), Hannah More
(1745 - 1833), Jane Porter (1776 - 1850).
[5]
A lo mejor esto solo lo he entendido yo.
[6]
«Su nombre significa encantadora, extremadamente bella, a veces caótica,
canónicamente siempre tiene la razón.»