Columela Doce Libros 2021 (1)

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LOS DOCE LIBROS

DE AGRICULTURA
DE

LUCIO JUNIO MODERATO


COLUMELA ,

traducidos al castellano
POR
D. JUAN MARÍA ALVÁREZ DE SOTOMAYOR Y RUBIO
(Incluye Adenda al Cap. XV de D. Vicente Tinajero, 1879)

LIBRO IX
Apicultura en la Hispania romana siglo I

MADRID 1824,
IMPRENTA DE D. MIGUEL DE BURGOS.
Lucio Junio Moderato Columela
Los doce libros de Agricultura.
Libro Noveno.
Juan María Alvárez de Sotomayor y Rubio
Madrid, 1824
Incluye Adenda al Capítulo XV de
Vicente Tinajero. Madrid – 1879

En la presente edición únicamente se han utilizado herramientas


de software libre, principalmente LibreOffice y Gimp.

Antonio Quesada.

Edición de la Asociación de Apicultores de Gran Canaria.


[email protected]
https://apigranca.es
ApiGranca, Febrero 2022
Sobre Lucio Junio Moderato Columela y su obra

Lucius Junius Moderatus nació en Gades (la actual


Cádiz), en la región Bética romana, a comienzos
de la era cristiana.
Contemporáneo de Séneca, llegó a ser su amigo.
Fue tribuno en Siria hacia el año 35. Después se
trasladó a Roma, donde se dedicó a la agricultura
entendida a gran escala, para lo cual iba poniendo
en práctica sus conocimientos al respecto. En la
capital del imperio formó parte de círculos
sociales elevados.
De sus escritos se han conservado “Res rustica”, compuesto
hacia el año 42, y el previo “Liber de arboribus”, que se cree
formaba parte de una obra más amplia, de tres o cuatro volú-
menes. En la primera de estas obras, dividida en doce libros, se
inspiró en otras anteriores de Catón el Viejo, Varrón y otros
autores latinos, griegos e incluso cartagineses. Trata sobre todos
los trabajos del campo, desde la siembra a la veterinaria.
Su obra es básica para comprender la de otro de los considerados
grandes tratadistas romanos, Rutilio Tauro Emiliano Paladio (s.
IV d. C.). Ya en la edad media la influencia del saber agronómico
de Columela, tanto en los reinos cristianos como en Al-Andalus,
es muy importante.
Columela murió en Taras (la actual Tarento) hacia 60-70 d. C.
El s. XIX es el del reconocimiento de Columela como autor lite-
rario romano y agrónomo. En 1840 la Academia Nacional Greco-
Latina de España elabora Dictamen en que, reconociendo la
importancia de su obra Re Rustica así como su practicidad, la
declara como de «utilidad general y de aplicaciones fáciles a los
usos de la vida», recomendando fragmentos selectos para su
traducción y conocimiento en las Cátedras de latín españolas de la
época.
Sobre la Re rustica (Los doce libros de agricultura) de Lucio
Junio Moderato Columela
Columela ofreció, en su obra De re rustica, la más práctica y
exhaustiva exposición conocida de la agronomía antigua. Aborda,
entre otros, aspectos tales como el tratamiento de las plagas —
propone medidas técnicas y prácticas junto a ritos religiosos o
mágicos—, el acondicionamiento de los suelos para el cultivo, la
apicultura, la ganadería, la horticultura o la vida en la granja
(calendario rústico, elaboración de alimentos, etc.). Esta obra está
considerada como la mejor recopilación del saber agrícola greco-
rromano y de toda la Antigüedad precedente.
Esta obra fue ampliamente usada, junto con las de otros agró-
nomos romanos destacados como Catón el viejo, Varrón o el
posterior Paladio, a través de copias manuscritas que se fueron
sucediendo, durante la edad media. Con la llegada de la imprenta
pronto comenzó a editarse, siempre en latín al principio. Normal-
mente formando parte de obras colectivas denominadas De rei
rustica que recogen colectivamente esos tratados de los diversos
autores clásicos de agronomía que perduraban tras su transmisión
durante siglos. Destaca una edición temprana, incunable, de De
rei rustica impresa en 1472 en Venecia de la que se conserva un
ej.en la Biblioteca Nacional de España:
Scriptores rei rusticae [Texto impreso] / (Caton: De re rustica. Varron:
De re rustica. Columela: De re rustica. Paladio: De re rustica). Venezia:
Nicolaus Jenson, 1472. Reproducción digital accesible en Biblioteca
Digital Hispánica.
Con los años, y dada su vigencia y practicidad, la Rei Rustica de
Columela se comenzó a traducir del latín a diferentes idiomas a
través de múltiples ediciones. Destaca una muy temprana ed. en
francés de 1552, con ejs. localizables en varias Bibliotecas:
Les dovze livres de Lucivs Iunius Moderatus Columella des choses
Rusticques / traduicts de latin en françois, par seu maistre Claude Cote-
reau Chanoine de Paris. – A Paris: par Iacques Keruer..., 1552. – [20],
681, [10] p.; 8º (23 cm.). Reproducción digital accesible en Biblioteca
Digital del Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC)
Hay que esperar hasta 1824 para tener la primera edición tradu-
cida a español. Fue Juan María Álvarez de Sotomayor Rubio
quien publicó De re rustica en español íntegramente y por primera
vez.
Los doce libros de agricultura que escribió en latín Lucio Junio Mode-
rato Columela / traducidos al castellano por D. Juan María Álvarez de
Sotomayor y Rubio. -- Madrid: Imp. de D. Miguel de Burgos, 1824. – 1
v. (pag.var.); 22 cm. Reproducción digital (T. II) accesible en Google
Books.
El primer volumen de esta ed. comprende los siete primeros
libros, y el segundo los otros cinco.
Posteriormente, también en el s. XIX, se hizo alguna otra edición
(Los doce libros de agricultura / Lucio Junio Moderato Columela.
Nuevamente reimpresos con la biografía del autor por Don Vicente Tina-
jero. – Madrid, 1879 (Impr. Miguel Ginesta) – 2 vol.; 24 cm.), aunque
no tan afortunada como la de J. M. Álvarez de Sotomayor.
Durante el s. XX y estos años atrás, la última en 2013, se han
realizado varias ediciones facsimilares de esas versiones del s.
XIX.

La estructura de la obra es la siguiente:


I. Situación y construcción de la finca; ocupaciones de los
esclavos.
II. Manutención del campo.
III. - IV. La viña.
V. Árboles frutales.
VI. - IX. Tratado completo de zootécnica.
VI. Ganado mayor.
VII. Ganado menor.
VIII. Aves de corral.
IX. Abejas y apicultura.
X. Jardines.
XI. - XII. El campesino y ocupaciones de la masadera.
LUCIO JUNIO MODERATO COLUMELA

De las cosas del campo.


LIBRO NOVENO
De las crías de la casa de campo.

PREFACIO.

PASO ahora a tratar de la manutención de los animales


silvestres, y de la cría de las abejas, que yo llamaría con
razón, ¡oh Publio Silvino! crías de la casa de campo,
supuesto que había la costumbre antiguamente de poner
viveros a las liebres, a los corzos y a otras fieras semejantes
junto a la casería, y por lo común por bajo de las habita-
ciones del amo, para que no sólo recrease los ojos de su
dueño la vista de la caza encerrada, sino también para que se
sacasen de allí, como de una despensa, cuando la necesidad
de ponerlas en la mesa lo exigiese. También se excavaban
todavía en nuestro tiempo moradas para las abejas en las
mismas paredes de la casería, o se les hacían en corredores
cubiertos, o en huertas de árboles frutales.

De re rustica. Libro noveno Pág. 9


CAPÍTULO I.

De la formación de cotos, y que se encierren en ellos los


animales montaraces.

Los animales silvestres, como los corzos y los gamos,


y no menos todas las especies de cabras monteses, venados y
jabalíes, sirven unas veces para la magnificencia y placer de
los dueños, y otras para ganancia y renta. Los que encierran
la caza para su diversión se contentan con cerrar el coto en
un paraje inmediato a la casería, sea como fuere, y con darles
siempre de comer y beber a mano; pero los que desean
ganancia y rentas, en habiendo un bosque próximo a la
casería lo destinan sin detención para estos animales (pues
importa que no estén retirados de la vista del amo).
Y si faltare agua que nazca allí, se introduce agua
corriente, o se abren albercas que se pavimentan con obra de
Segni, para que retengan la que recojan de lluvia. La exten-
sión del bosque que se ocupa es con arreglo a las facultades
de cada cual; y si la equidad de la piedra y del trabajo lo
persuade, se cerca sin duda con un muro de cal y canto, y si
sucede lo contrario, con uno de adobes y barro. Pero cuando
no tiene cuenta al padre de familia una ni otra cerca, la razón
dicta que se cierre con vacerras: pues así se llama cierta
especie de enrejados que se forman de roble, encina, o de
alcornoque, porque rara vez hay proporción de olivo.
Por último, para esto se echa mano de cualquiera
madera que resista más a las lluvias, según la condición del
país. Y bien sea un palo entero, o según diere de sí su grueso
un medio palo o cuartón, se horada por el lado en muchos
sitios, y después de clavados perpendicularmente alrededor
del coto, de trecho en trecho se introducen varales por los
agujeros de los lados para que impidan que salgan las fieras.
Y es suficiente clavar las vacerras de ocho en ocho
pies, y formar los enrejados con los varales que se intro-
duzcan transversalmente, de manera que la anchura de los

Pág. 10 Lucio Junio Moderato Columela


espacios que hay de agujero a agujero no facilite la fuga a los
animales. Y de este modo se pueden cerrar aun países de
muchísima extensión, y cadenas de montañas, como lo
permite en las Galias y en otras algunas provincias también
lo vasto del terreno: pues no sólo hay grande abundancia de
madera para fabricar las vacerras, sino que las demás cosas
necesarias para formar estos cotos están, por fortuna, de
sobra, porque el terreno, no sólo tiene gran muchedumbre de
manantiales, cosa en extremo saludable a las antedichas
especies de animales, sino también les suministra pastos con
la mayor abundancia y espontáneamente; y, sobre todo, se
eligen bosques fértiles en producciones de la tierra y de los
árboles, pues tanta necesidad tienen de frutos de árboles
como de yerbas gramíneas; y se celebran más que todos los
que son más fértiles en bellota de encina, de carrasca, y no
menos en la de rebollo, como asimismo en madroño, y en las
demás frutas silvestres de que hemos hablado con más indi-
vidualidad al tratar de las aves de corral: pues, por lo común,
casi lo mismo es la comida de los animales silvestres que la
de los domésticos.
Sin embargo, no se debe contentar el diligente padre de
familia con los mantenimientos que la tierra produce por sí
misma, sino que en los tiempos del año en que los bosques
no tienen pastos, ha de socorrer a los animales que tiene
encerrados con los granos que ha entrojado, y mantenerlos
con cebada, con escaña o con habas, como también con orujo
de uvas en muchísima cantidad; y, en una palabra, darles de
todo aquello que esté más barato. Y para que las fieras
adviertan que se les da esto, convendrá soltar en el coto una
o dos de las que se habrán amansado en la casa, para que
discurriendo por todo él atraigan al sitio donde se les ha
echado la comida las que duden ir a él. Y no sólo conviene
hacer esto durante la escasez del invierno, sino también
cuando hayan parido las hembras para que críen mejor sus
hijos. Y así, el guarda del coto debe examinar a menudo si lo
han hecho ya para que se mantengan con grano, que se les
dará a mano. Pero no se ha de permitir que ninguna cabra

De re rustica. Libro noveno. Cap. I Pág. 11


montes, ningún jabalí, ni otro algún animal silvestre se enve-
jezca más allá de cuatro años; pues hasta esta época van cada
vez a más, y después, con la vejez, se enflaquecen: por lo
cual se han de vender mientras el vigor de la edad les
conserva la hermosura del cuerpo. Pero el venado se puede
conservar por muchos años, porque le dura bastante tiempo
la juventud y pues que le ha cabido en parte una vida más
larga. Mas por lo tocante a los animales pequeños, como es
la liebre, lo que tenemos que prevenir es que en los cotos que
están cercados con tapias se echen granos de mixtura y
semilla de chicoria silvestre, y de lechuga en erillas
pequeñas, que se harán en diversos sitios.
Y también se sacarán del granero garbanzos de
Cartago, o de estos de la tierra, y no menos cebada y
gálgana, que se les darán después de haberlos remojado en
agua llovediza, pues secos estos granos no los apetecen
mucho las liebrecillas. Por último, estos animales u otros
semejantes, se entiende fácilmente (aunque yo no lo diga)
que no conviene encerrarlos en cotos cercados con vacerras:
supuesto que por la pequeñez se introducen fácilmente por
los enrejados; y consiguiendo salidas libres, disponen la
fuga.

Pág. 12 Lucio Junio Moderato Columela


CAPÍTULO II.

De las abejas.

Paso ahora a tratar del cuidado que se ha de tener con


las colmenas, del cual no se pueden dar preceptos con más
exactitud que los que ha dado ya Hygino, con estilo más
florido que Virgilio, ni con más elegancia que Celso. Hygino
recogió las opiniones de los autores antiguos que estaban
esparcidas en monumentos separados; Virgilio las adornó
con las flores de la poesía; Celso se arregló por los dos refe-
ridos. Por lo cual, ni aun debíamos empezar a tocar la
materia de este tratado, a no ser porque el complemento de la
enseñanza que hemos tomado a nuestro cargo exige, como
una de sus partes, el hablar de ella, a fin de que el todo de
nuestra obra que hemos empezado no pareciese mutilada e
imperfecta, como si se le hubiese cortado algún miembro.
Y aquellas cosas que se han contado fabulosamente
sobre el origen de las abejas, y que Hygino no ha omitido,
más bien las condonaré, haciéndome cargo de la licencia
poética, que admitirlas para darles crédito. Y a la verdad, no
corresponde a un hombre del campo investigar si hubo una
mujer muy hermosa llamada Melisa1 que Júpiter convirtió en
abeja, o si (como dice el poeta Euhemero) las abejas engen-
dradas por los tábanos y el sol, y que fueron criadas por las
ninfas Phryxonides2, después han sido amas de Júpiter en la
caverna de Dicte, y han tenido por concesión de este Dios la
misma comida con que lo criaron cuando pequeño. Pues
aunque estas cosas no desdigan de un Poeta, sin embargo,
Virgilio las tocó sumaria y ligeramente, tan sólo en un verso,
diciendo de esta manera: «mantuvieron al Rey del cielo bajo
del centro de Dicte». Pero ni aun pertenece a los labradores

1 Hija de Meliso, rey de Creta, que mantuvo a Júpiter, juntamente con


su hermana Amalthea, con leche de cabras y miel, de donde se ori-
ginó la fábula de que lo había criado una cabra y que habían ido
volando las abejas y llenado de miel la boca del niño.
2 No se conoce otro autor más que el nuestro que hable de estas ninfas.

De re rustica. Libro noveno. Cap. II Pág. 13


saber cuándo y en qué país han nacido primero: si en Thes-
alia bajo Aristeo3, o en la isla Cea, como escribe Euhemero;
en el monte Hymeto en tiempo de Erichtonio, como dice
Euthronio; o en Creta4 en el de Saturno, como quiere
Nicandro; y no les corresponde más saber si los enjambres se
multiplican por la unión de los dos sexos, como los demás
animales, o si cogen los herederos de su especie en las flores,
lo que afirma nuestro Maron (Georg., lib. 4, v. 203) y si
vomitan por el pico el licor de la miel, o lo echan por otra
parte. Pues es más propio de los que están dedicados a
descubrir los secretos de la naturaleza, que de las gentes del
campo, hacer indagaciones sobre estas cosas, y sobre otras
semejantes a ellas. Y este trabajo es más agradable a los
hombres estudiosos que tienen lugar de leer, que a los labra-
dores que están con ocupaciones, pues en nada alivian su
trabajo ni aumentan ganancias.

3 Por esto en las medallas de plata de los Cretenses se ve por un lado


la figura de una abeja, lo que tiene relación con esta fábula
4 Esto lo afirma Virgilio en las Geórgicas, lib. 4, v. 283.

Pág. 14 Lucio Junio Moderato Columela


CAPÍTULO III.

Cuántas especies hay de ellas, y cuál es la mejor de todas.

Por lo cual volvamos a aquellos objetos que son más


convenientes a los que tratan en colmenas. Aristóteles,
fundador de la secta peripatética, en los libros que escribió
sobre los animales, hace ver que hay muchas especies de
abejas o de enjambres; y de estos, unos tienen abejas grandes
y abultadas, como también negras y peludas: otros las tienen
más pequeñas, a la verdad, pero igualmente redondas, de
color oscuro y con el pelo erizado; otros, más pequeñas que
estas y no tan redondas, pero con todo eso gruesas, anchas y
de color de miel; algunas muy pequeñas, delgadas, con el
vientre puntiagudo, manchas de color de oro y lisas. Virgilio
(Georg., lib. 4, v. 33), siguiendo su autoridad, aprueba sobre
todas las pequeñitas, oblongas, lisas, brillantes, que resplan-
dezcan como el oro, y manchadas con pintas iguales, e igual-
mente de un carácter pacífico: pues cuanto más grande y más
redonda es la abeja, tanto peor es. Pero la cólera de las abejas
de la especie mejor se aplaca fácilmente con la asistencia
continua de los que cuidan las colmenas; pues andando más
con ellas se amansan más pronto, y si se han cuidado con
esmero duran diez años, y ningún enjambre puede pasar de
esta edad, aunque se sustituyan todos los años abejas nuevas
en lugar de las que han muerto; porque a los diez años, por lo
común, se consume enteramente la población de una
colmena. Y así, para que esto no suceda, en todo el colmenar
siempre se ha de estar propagando la raza de estos insectos, y
se ha de tener cuidado en la primavera, cuando salgan los
enjambres nuevos, de recogerlos y de aumentar el número de
las colmenas, pues muchas veces son sorprendidas por enfer-
medades, las cuales se dirá en su lugar cómo convenga
curarlas.

De re rustica. Libro noveno. Cap. III Pág. 15


CAPÍTULO IV.
De la situación en que se han de colocar,
y cuál es la mejor comida para ellas.

Así que se han escogido las abejas con arreglo a las


cualidades que hemos dicho, se les deben destinar sitios
donde se provean de comida, y estos deben ser muy solita-
rios, y como previene nuestro Marón (Georg., lib. 4, v. 9),
libres de ganados y en un clima templado, y de ninguna
manera expuesto a tormentas, donde no tengan, dice, entrada
los vientos, porque ellos las impiden que lleven sus provi-
siones a la colmena; ni las ovejas ni los petulantes machos de
cabrío insulten las flores; ni la ternera, que vaguea por la
llanura, sacuda el rocío que cubre las yerbas, ni las pisotee
cuando van naciendo. Y el mismo paraje ha de ser fecundo
en plantas pequeñas, sobre todo en tomillo, en orégano,
igualmente en mejorana silvestre, o en cunila de nuestro
país, que la gente del campo llama ajedrea.
Además de estas plantas habrá también otros arbustos
más descollados, como el romero, las dos especies de cítiso,
pues lo hay sativo y silvestre, el laurel de esta clase siempre
verde, y la carrasca, llamada en latin Ilex minor [N.E.
carrasca = encina, Quercus ilex), pues el acebo, que es Ilex
major [N.E. Ilex aquifolium], se reprueba por todos: las
yedras también se aprueban, no por su bondad, sino porque
dan muchísima miel. Pero los árboles que se aprueban más
son el azufaifo rojo y el blanco, y no menos el taray; también
los almendros, los pérsicos, los perales: en una palabra, la
mayor parte dé los árboles fruta-les, para no detenerme en
nombrarlos uno por uno. Pero entre los árboles silvestres
sirven grandemente los que producen bellotas, como también
la cornicabra, el lentisco, que no le es desemejante, y el
cedro oloroso.

Pág. 16 Lucio Junio Moderato Columela


Mas de todos los árboles, sólo los tilos5 son los que
perjudican a estos insectos; los tejos también se desechan.
Además de estos hay una infinidad de semillas que producen
yerbas en el césped inculto, o en las tierras labradas, que
echan flores muy agradables a las abejas, como son en la
tierra de riego las matas de amelo, los tallos de acantho, los
de gamón, la espatha del narciso. Mas en las tablas del jardín
brillan las blancas azucenas, los alelíes que no les ceden en
hermosura, como también los rosales de Cartago, las violetas
amarillas y las moradas, y no menos el jacinto de color azul
celeste: también se ponen bulbos de azafrán de Corycos o de
Sicilia, para que den color y olor a las mieles. Por último,
nacen tanto en las tierras cultivadas como en las de pastos
innumerables yerbas de clase inferior que hacen llenar de
miel los panales: como la lapsana silvestre común, el rábano
rusticano, que no es más estimado que ésta, algunas horta-
lizas como el myagro y la chicoria silvestres, las flores de la
adormidera negra, la zanahoria silvestre y la cultivada, que
los griegos llaman safihuquinón6. Pero de todas las yerbas
que he propuesto, y de las que he omitido, por ahorrar
tiempo (pues su número era incalculable), el tomillo es el
que da miel de mejor gusto: después de éste se siguen la
mejorana silvestre, el serpol y el orégano: el romero y la
cunila de nuestro país, que he dicho llamarse ajedrea, aunque
superiores, están en tercer lugar; las flores de taray 7, las de
azufaifo y las demás especies de comida que hemos

5 Sin embargo, Plinio es de contraria opinión en el lib. 11, cap. 13;


pero lo más extraño es que Virgilio aprueba también este árbol en el
libro 4, v. 141 de las Geórgicas.
6 Staphilinos.
7 En el original dice amarantos; pero Pontedera, a quien sigue Eschoe-
tgenio, en lugar de esto ponen tamarix, que significa taray, porque el
amaranto es yerba anual, y el autor va hablando de árboles.
Además que aquel es inútil para las abejas, y alrededor de éste,
cuando está en flor, vuelan en gran número. Lo que alguno extrañará
es que al principio del capítulo se dice que el azufaifo y el taray son
los que se aprueban más para la miel, y más adelante que la dan de
un gusto mediano: a lo que se satisface, advirtiendo que aunque estos
sean para el efecto los mejores entre todos los árboles, son inferiores
a las yerbas y demás plantas que se han citado aquí.

De re rustica. Libro noveno. Cap. IV Pág. 17


propuesto, la dan de un gusto mediano. Pero la miel que pasa
por peor que todas es la de bosques que se saca del esparto y
del madroño; y la de la casería que dan las hortalizas y las
yerbas que se crían en el estiércol. Y una vez que he
expuesto la situación de la comida de las abejas, y las espe-
cies que hay de ella, ahora voy a hablar de las mismas
acogidas y domicilios de los enjambres.

CAPÍTULO V.

De la elección de sitio para el colmenar.

Se ha de colocar el domicilio de las abejas frente del


Medio día de invierno8 lejos del tumulto y de la compañía de
los hombres y de los animales, en un sitio que no sea caliente
ni frío, pues ambas cosas les son dañosas. Y este sitio ha de
estar en la parte más baja del valle, para que cuando salgan
las abejas vacías a traer la comida, suban volando con más
facilidad a los sitios más altos, y después de haber recogido
lo que necesiten, bajen sin trabajo con su carga, siguiendo la
pendiente. Si la situación de la casería lo diere de sí, no hay
duda que conviene poner el colmenar unido al edificio y
cerrarlo con tapias; pero en parte que esté libre de los olores
pestilentes de la letrina, de la estercolera y del baño. Pero si
la posición de la casería no permitiere evitarlos, y, sin

8 Esta expresión y otras semejantes que se encuentran en nuestro autor,


podrían muy bien entenderse de un sitio frente del cual no se encuen-
tre cosa alguna que impida el que lleguen a él los rayos del sol, aun-
que este lugar esté cubierto por lo alto, en cuyo caso un sitio
expuesto al Mediodía del estío sería aquel delante del cual se hallaría
un cuerpo que interceptaría los rayos del sol en el invierno, sin estar
bastantemente elevado para interceptarlos en el estío.

Pág. 18 Lucio Junio Moderato Columela


embargo, no se siguieren muy grandes inconvenientes, aun
en este caso conviene más que el colmenar esté a la vista del
amo. Mas si todo fuere contrario, a lo menos se pondrán las
colmenas en un valle vecino, donde no sea molesto al dueño
bajar muchas veces, pues esta granjería exige una fidelidad
muy grande, y como ésta sea una virtud rarísima, se guarda
mejor y con más seguridad con las visitas del amo. Y a la
administración del colmenar no sólo le es contrario un
hombre fraudulento, sino el que es perezoso y desaseado, y
no menos le perjudica ser tratada con porquería que mane-
jada con fraude.
Pero donde quiera que estén las colmenas, no ha de ser
muy elevado el muro que las cerca; pero si se quisiere hacer
más alto por miedo de los ladrones, tenga entradas para las
abejas por ventanillas que se abrirán a tres pies por encima
del suelo; y junto a este cercado se hará una choza en la que
habitarán los colmeneros y se guardarán los utensilios conve-
nientes; y, sobre todo, estará provista de colmenas prepa-
radas para recoger los enjambres nuevos, como también de
yerbas medicinales, y todas las demás cosas que se aplican a
las enfermas (Virgilio, Georg., lib 4, v. 10).
Haga sombra al vestíbulo una palma o un acebuche
grande, para que cuando las reinas nuevas conduzcan los
primeros enjambres en la primavera, y la juventud que sale
de los panales se ponga a jugar, las orillas de un arroyo
vecino las conviden a guarecerse del calor, y al árbol que
encuentren a la salida los mantenga en su frondosa acogida.
También, si hay proporción, se les introducirá agua que corra
de continuo; si no, se les echará en una pileta a mano, pues
sin ella no se pueden formar los panales, la miel, ni final-
mente, las abejas nuevas. Además de esto, ya sea que se les
haya introducido agua corriente, ya que se les haya echado
en piletas la de pozo, se pondrán en ella muchas varas y
piedras por causa de las abejas (Id., Georg., lib. 4, v. 27),
para que puedan reposarse sobre esta especie de puentes
multiplicadas, y extender sus alas al sol del estío, si por
casualidad un fuerte aire solano las ha dispersado cuando

De re rustica. Libro noveno. Cap. V Pág. 19


estaban paradas, o las ha sumergido en el agua. Se deben
asimismo plantar todo alrededor del colmenar arbustos
pequeños, y sobre todo los que son conducentes para
conservar la salubridad de las abejas: pues también el cítiso,
la casia, el laurel silvestre y el romero, como igualmente la
ajedrea y el tomillo, y asimismo las violetas, o cualesquiera
otras plantas que la cualidad de la tierra permita que se
pongan en ella con utilidad, sirven de remedio a las abejas
que están enfermas. No sólo se alejarán las plantas de olor
fuerte y fastidioso, sino también cualquiera cosa que lo
tenga, como el del cangrejo quemado9, o el del cieno de las
lagunas: igualmente se han de evitar los sonidos que causan
las cavidades de las rocas, que los griegos llaman exos10.

CAPÍTULO VI.
Cuáles son las mejores colmenas.

Ordenados, pues, los domicilios de las abejas, se han


de fabricar las colmenas según la condición del país. Si éste
es abundante en alcornoque, sin duda las haremos con la
mayor utilidad de corcho, porque no están muy frías en el
invierno ni muy calientes en el verano: si es muy fecundo en
cañahejas, se hacen de ellas con igual utilidad, pues que la
naturaleza de estas es semejante al corcho: si no hubiere uno
ni otro, se hacen con mimbres entretejidas; y si ni aun estas

9 No es de creer que hable aquí Columela de los cangrejos que se cue-


cen para la mesa, sino de los que se queman para medicinas; y no se
hace con ellos una sola, pues se aplican para la mordedura de perro
rabioso, para la gangrena, y para otras que se pueden ver en la Histo-
ria natural de Plinio.
10 Ecos.

Pág. 20 Lucio Junio Moderato Columela


hay, se fabricarán con troncos de árboles excavados, o
aserrados y hechos tablas. Las peores de todas son las de
barro cocido, que se encienden con los calores del estío y se
hielan con los fríos del invierno. Las demás especies que hay
de colmenas son dos, que unas se hacen con boñiga y otras
se construyen con ladrillos; una de las cuales la condenó con
razón Celso, porque está muy expuesta a quemarse; y aunque
aprobó la otra, no disimuló su principal inconveniente, que
consiste en no poderse mudar si el caso lo exige. Y así, no
pienso como él, que a pesar de esto se han de tener colmenas
de la última especie: pues no sólo es contrario el que sean
inmuebles a los intereses del dueño, si quiere venderlas o
proveer de ellas otras heredades (razones de comodidad rela-
tivas solamente al padre de familia), sino también lo es a lo
que se debe hacer por causa de las mismas abejas, cuando
convenga trasladarlas a otros parajes, por estar afligidas de
enfermedad o por la esterilidad o escasez de los lugares en
que se hallan, y no puedan moverse por el referido motivo.
Esto se ha de evitar absolutamente. Y así, aunque yo vene-
raba la autoridad de este doctísimo varón, no obstante,
dejando aparte los respetos, no he dejado de decir mi sentir.
Pues lo que mueve principalmente a Celso, que es el temor
de que las colmenas estén expuestas al fuego y a los
ladrones, se puede evitar revistiéndolas con ladrillos, lo que
las preservará de la rapacidad de los ladrones, y las protegerá
contra la violencia de las llamas, y cuando se hayan de
mover se podrá hacer rompiendo el revestimiento de ladri-
llos.

De re rustica. Libro noveno. Cap. VI Pág. 21


CAPÍTULO VII.

Cómo se han de colocar estas.

Pero como esto parecerá engorroso a muchas personas,


sean como sean las colmenas que se quisieren emplear, se
deberá hacer a todo lo largo del colmenar un poyo de piedra
de tres pies de alto y otro tanto de grueso, y después que se
haya construido de esta suerte, se enlucirá de manera que no
puedan subir los lagartos, las culebras ni otros animales
nocivos. Después se pondrán encima de él las colmenas, ya
sean hechas de ladrillos, como quiere Celso, o ya de otro
material, rodeadas, según mi opinión, de fábrica por todas
partes menos por detrás, o lo que practican casi todos los que
las cuidan con atención: recójanse las colmenas puestas en
fila con ladrillos o cantos, de modo que cada una quede
encerrada entre dos paredes inmediatas una a otra, de manera
que las frentes estén libres por delante y por detrás, pues por
delante se han de abrir algunas veces, y muchas más por la
parte posterior, pues por ella se cuidan de cuando en cuando
los enjambres. Pero si ningunas paredes hubiere entre las
colmenas, sin embargo, se han de colocar de manera que
estén a alguna distancia unas de otras, no sea que cuando se
les da vuelta, la que se toca para cuidarla conmueva la otra
que está pegada a ella y despachurre las abejas vecinas, que
temen todo movimiento que se comunica a sus delicadas
obras de cera, como si fuera una ruina. Es suficiente que
haya tres filas de colmenas colocadas las unas más arriba de
las otras, pues aun en este caso registra el colmenero con
poca comodidad las de la fila superior. Las piqueras que dan
entrada a las abejas han de estar más inclinadas que la parte
posterior, para que no entre el agua de la lluvia, y si hubiere
entrado por casualidad, no pare, sino salga por la piquera.
Por lo cual convendrá que los colmenares se resguarden por
encima con cobertizos, o con bardales unidos con barro a la
Cartaginesa, cuya cubierta las pone al abrigo, tanto del frío y
de la lluvia, como del calor.

Pág. 22 Lucio Junio Moderato Columela


Y, sin embargo, no perjudica tanto éste, aunque sea
muy fuerte, a las abejas, como el invierno; y así convendrá
que haya siempre detrás del colmenar un edificio que reciba
la violencia del Aquilón, y dé a las colmenas un calor mode-
rado; y no basta que estén defendidas por un edificio, sino
que deben estar expuestas al Oriente del invierno, para que
les dé el sol a las abejas cuando salgan por la mañana, y
estén más ágiles, pues el frío las hace perezosas. Por lo cual,
también las piqueras por donde entran y salen deben ser muy
estrechas, para que penetre en la colmena el menos frío que
sea posible. Y es suficiente que tengan la anchura precisa
para que quepa una abeja. De esta suerte ni la venenosa sala-
manquesa, ni la casta inmunda del escarabajo o de la mari-
posa11 o de las polillas, ni las cochinillas que huyen de la luz,
como dice Maron (Georg., lib. 4, v. 243), podrán entrar a
devastar los panales como lo harían por piqueras más anchas.
Y es utilísimo abrir, según lo poblado de la colmena, en la
misma tapadera del agujero grande que ésta tendrá, dos o
tres piqueras a alguna distancia unas de otras, para precaver
las abejas de la malicia del lagarto, que está con la boca
abierta como si fuera guarda de la piquera, acechando a que
salgan para matarlas, y tantas menos mueren, cuando podrán
evitar las asechanzas de este enemigo escapando por otra
piquera.

11 Esta mariposa hace daño a las colmenas de varios modos, como nos
lo enseña Plinio en el libro 11, cap. 19, ya comiéndose los panales,
ya dejando sus excrementos, de que se producen las polillas, y ya
haciendo telarañas. El decir que de los excrementos se producen las
polillas es un error, pues de lo que se engendran es de los huevos que
ponen las mariposas.

De re rustica. Libro noveno. Cap. VII Pág. 23


CAPÍTULO VIII.

De la adquisición de los enjambres,


y del modo de coger los silvestres.

Suficientemente hemos hablado de la comida de las


abejas, de las colmenas y colocación que se les debe dar; así
que se habrá proveído a estas cosas, se sigue que procuremos
los enjambres. Estos los adquirimos por el dinero o gratuita-
mente. En el primer caso, comprobaremos con más atención
su bondad por las señales que hemos dado, y examinaremos,
antes de comprarlos, si son numerosos, abriendo las
colmenas al intento; y si no hay proporción de verlas por
dentro, a lo menos observaremos lo que se pueda examinar:
por ejemplo, veremos si hay muchas paradas en la piquera, o
si se oye dentro de la colmena un zumbido considerable. Y
también (si da la casualidad que todas estén tranquilas y en
silencio dentro de la colmena) aplicando los labios a la
piquera, y soplando por ella, por el ruido con que correspon-
derán inmediatamente podremos hacer juicio de si hay
muchas o pocas. Pero, sobre todo, se ha de tener cuidado de
adquirirlos más bien de la vecindad que de países lejanos,
porque suelen incomodarse con la novedad del clima. Mas si
no hay proporción de esto, y nos viéremos en precisión de
hacer un largo viaje para traerlos, procuraremos que no se
molesten por los caminos malos, y será muy bien hecho
portear las colmenas a cuestas, y de noche, porque de día se
les ha de dar descanso y se les han de echar licores agrada-
bles a las abejas, para que se mantengan con ellos dentro de
su encierro. Después, luego que hayan llegado a la casa, si
fuere ya de día, no se abrirá la colmena, ni se colocará en su
lugar sino al anochecer, para que salgan gustosas por la
mañana las abejas, después de haber descansado toda la
noche; y debemos observar cerca de tres días si todas salen
de una vez, lo cual cuando lo hacen es señal que tratan de
huirse. Después prescribiremos los remedios con que se les
debe impedir esto. Pero los que se adquieren por regalo, o

Pág. 24 Lucio Junio Moderato Columela


cazándolos, se han de examinar con menos escrúpulo;
aunque ni de esta manera quisiera yo tenerlos, sino exce-
lentes, porque los mismos gastos y los mismos cuidados de
un colmenero exigen las buenas que las malas.
Y lo más importante de todo es que no se mezclen las
degeneradas con las superiores, que quiten el crédito a estas;
pues hay menos cosecha de miel cuando hay algunos enjam-
bres perezosos en el colmenar. Pero, sin embargo, como
según la naturaleza del país se ha de adquirir algunas veces
ganado, aunque sea mediano (pues el malo seguramente de
ningún modo se debe adquirir), procuraremos buscar los
enjambres del modo siguiente. En nada ponen más conato las
abejas, donde quiera que hay bosques que les acomodan y de
donde pueden sacar miel, que en escoger para su uso manan-
tiales inmediatos al lugar en que están. Y así conviene
ponerles sitio comúnmente desde la hora segunda del día, y
observar qué porción de ellas van por agua. Pues si son muy
pocas las que vuelan alrededor del agua se ha de conocer su
escasez (si no sucede, sin embargo, que la multitud de
manantiales las hace parecer más claras, por estar repartidas
en ellos), por lo cual sospecharemos también que aquel
paraje no tiene miel; pero si vienen muchas, dan motivo de
esperar también con más fundamento coger enjambres, los
cuales se encuentran de esta manera. Primeramente se ha de
averiguar lo distantes que están, y a este fin se ha de preparar
un vasito con almagra echada en agua: en él mojarás unas
pajas, y untando con ellas las espaldas de las abejas que
están tomando agua, manteniéndote en el mismo sitio,
podrás reconocer con más facilidad las que vuelvan; y si no
tardan en hacer esto conocerás que están en la inmediación;
pero si pasa algún tiempo sin que vuelvan a verse, se inferirá
la distancia del sitio donde están del tiempo que tardan en
dar la vuelta. Cuando se advirtiere que vuelven pronto, si
siguieres sin trabajo su vuelo, serás guiado a la habitación
del enjambre. Pero con aquellas que parece van más lejos, se
empleará un cuidado más esmerado, el cual es de esta suerte.
Se corta un canuto de caña con sus nudos, se barrena por un

De re rustica. Libro noveno. Cap. VIII Pág. 25


lado, por el agujero se le echa un poco de miel o de arrope y
se pone junto al manantial: después, así que han entrado en
él muchas abejas, atraídas por el olor de este licor dulce, se
recoge, y poniendo el dedo pulgar en el agujero, no se deja
salir más que una, la cual así que ha escapado hace ver al
observador la dirección de su fuga, y éste, mientras puede,
sigue su vuelo. Después, así que ha dejado de ver la abeja,
echa otra fuera, y si va por el mismo lado que la primera,
sigue el mismo camino; pero si va por otro deja salir muchas,
abriendo el agujero, y poniendo atención al lado hacia el cual
irán volando más, las seguirá hasta llegar al sitio donde está
metido el enjambre; el cual, si está en una cueva, se le hace
salir por medio del humo; y así que ha salido se le detiene
haciendo ruido con instrumentos de metal. Pues amedrentado
con él, se deja caer inmediatamente sobre un arbusto, o sobre
la cima del árbol más elevado que hay en el bosque, y se
introduce por el que lo va buscando en una colmena que
tendrá preparada al efecto.
Pero si tiene su domicilio en el hueco de un árbol, ya
sea en una rama, ya en el tronco del mismo árbol, entonces,
si la medianía de uno u otro lo permite, se corta primero la
parte superior, que no ocuparán las abejas, con una sierra
muy afilada para que esto se haga más pronto; después la
inferior hasta donde parezca que está ocupada por ellas.
Enseguida, luego que se haya cortado el tronco o la rama por
ambas partes, se cubre con un paño limpio, porque esto es de
la mayor importancia también; y después de haberle emba-
rrado los agujeros, si tiene algunos, se llevará al sitio donde
se ha de colocar; y dejándole piqueras pequeñas (como he
dicho ya) se pone como las demás colmenas. Y conviene que
el que se dedica a buscar enjambres destine a ello las
mañanas, a fin de tener todo un día para examinar el camino
que toman las abejas: pues si es tarde cuando empieza a
señarlas, sucede muchas veces, que acabada, su tarea se
recogen y no vuelven más al agua, aun cuando están en la
inmediación; y, por consiguiente, el que busca los enjambres
se queda sin saber cuánto distan del manantial.

Pág. 26 Lucio Junio Moderato Columela


Hay algunas personas que a principios de primavera
hacen un manojo de toronjil cidrado, y como dice el poeta
(Georg., lib. 4 , v. 63) de toronjil común, y de la ordinaria
sandaraca, con otras yerbas semejantes que son agradables a
esta especie de insectos, y con ellas frotan las colmenas, de
suerte que queden impregnadas de su olor y de su jugo; y
enseguida, después de haberlas limpiado, las rocían con un
poco de miel y las colocan en los bosques, no lejos de los
manantiales, y cuando están llenas de abejas las llevan a su
casa. Pero esto no conviene hacerlo sino en los parajes en
que hay abundancia de abejas: pues muchas veces los que
pasan por casualidad, encontrándose las colmenas vacías, se
las llevan consigo, en cuyo caso la ventaja de conseguir una
o dos llenas no recompensa la pérdida de muchas vacías.
Pero en donde hay más abundancia de abejas, aunque roben
muchas colmenas, es más lo que se adquiere en las abejas
que se han encontrado. Y éste es el modo de coger los enjam-
bres silvestres.

De re rustica. Libro noveno. Cap. VIII Pág. 27


CAPÍTULO IX.

Cómo se observan los enjambres de nuestras colmenas,


y cómo se recogen en otras.

El modo de retener los enjambres que se forman en


nuestras colmenas es el que voy a decir enseguida. El colme-
nero, a la verdad, debe visitarlas siempre con cuidado, pues
no hay tiempo alguno en que no necesiten su atención; pero
la exigen más esmerada cuando viene la primavera, y hormi-
guean sus crías nuevas, las cuales, si no está en acecho el
colmenero para recogerlas al instante, huyen. Porque la natu-
raleza de las abejas es tal, que cada enjambre se engendra al
mismo tiempo que sus reinas, las cuales, así que han adqui-
rido fuerzas para volar, desdeñan la compañía de los más
antiguos, y mucho más su mundo, porque en el reinar no hay
compañía, no sólo entre la especie de mortales dotada de
razón, sino más bien entre los animales mudos que carecen
de ella. Por esto los jefes nuevos salen al frente de su
juventud, que parada en pelotón uno o dos días en la misma
piquera de la colmena, manifiesta con su salida el deseo que
tiene de un domicilio peculiar, y si se le designa inmediata-
mente por el colmenero, está tan contenta con él como con el
paterno; pero si éste ha caído en falta, se dirige a parajes
extraños, como si se le hubiera echado del en que estaba por
el mal tratamiento. Para que esto no suceda, debe el buen
colmenero observar en los tiempos de primavera las
colmenas hasta la hora octava del día, poco más o menos,
después de cuya hora no se van por lo común los nuevos
batallones, y también debe atender con el mayor cuidado
cuándo salen y cuándo vuelven a entrar, pues algunos, al
instante que salen, suelen ponerse en fuga sin detenerse.
Podrá de antemano certificarse de si meditan verificarla,
aplicando por la tarde el oído a cada colmena, supuesto que
cerca de tres días antes de haber de hacer esta fuga se levanta
un alboroto y ruido sordo, como el que arman los soldados
cuando mueven las insignias militares; el cual, como dice

Pág. 28 Lucio Junio Moderato Columela


Virgilio (Georg., lib. 4, v. 70) con muchísimo fundamento,
da a conocer de antemano la intención de la multitud, porque
aquel ruido bélico del bronce ronco reprende a las perezosas,
y se oye una voz que imita los sonidos interrumpidos de las
trompetas. Por lo cual debe observar, sobre todo a las que
hacen esto, para que si salen a combatir (porque pelean entre
sí, como en la guerra civil, o con las de otra colmena, como
cuando la hay con naciones extranjeras), o si salen para huir,
a fin de que esté prevenido para uno y otro caso: la pelea de
un enjambre, cuyas abejas están mal avenidas entre sí, o de
dos enjambres que están discordes, se corta con facilidad;
pues, como dice el mismo poeta (Georg., lib. 4, v. 87), se
apacigua echando sobre ellos un poco de polvo, o rocián-
dolos con vino mezclado con miel, o con vino de pasas, u
otro cualquier licor semejante: mitigando seguramente con la
dulzura, que les es familiar, sus iras, por más encarnizadas
que estén. Pues esto mismo reconcilia maravillosamente a
las reinas que están opuestas entre sí. Pues frecuentemente
sucede que en un mismo enjambre hay muchas reinas, y la
multitud se divide en partidos, como se verifica en las sedi-
ciones excitadas por los grandes, lo cual se ha de estorbar
que se haga a menudo, porque las naciones enteras se
consumen con la guerra intestina. Por esto, cuando los jefes
están amigos, permanece la paz y no hay derramamiento de
sangre. Pero si vieres que las abejas pelean muchas veces,
procurarás matar a los jefes que mueven las sediciones; mas
los combates que están trabados se mediarán por los medios
que hemos dicho antes. Y cuando en seguida de esto se
hubiere puesto la tropa en una rama de un arbusto verde que
esté cerca, repara si todo el enjambre está colgando de ella a
manera de un racimo de uvas, y esto será señal de que hay
una reina sola, o a lo menos de que si hay muchas están
reconciliadas de buena fe, las que dejarás de esta manera
hasta que vuelvan a su domicilio; pero si estuviere dividido
en dos o en tres como en pechos, no te quedará duda de que
no sólo hay muchos jefes, sino que están todavía irritados
entre sí, y deberás buscarlos en aquellas partes en donde
vieres que hay más abejas amontonadas.

De re rustica. Libro noveno. Cap. IX Pág. 29


Y, por consiguiente, después de haberte frotado la
mano con el zumo de dichas yerbas, esto es, de toronjil
común o cidrado, para que no huyan las abejas cuando las
toques, introducirás suavemente los dedos y registrarás las
abejas después de desunirlas, hasta que encuentres el autor
de la discordia, que debes despachurrar.

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CAPÍTULO X.

Qué figura tiene la reina de las abejas.

Estas reinas son un poco más gruesas y más largas que


las demás abejas, con las piernas más derechas, pero con las
alas menos grandes, de un color hermoso y limpio, lisas y sin
pelo ni aguijón, a menos que alguno tal vez tenga por tal una
especie de cabello más grueso que tienen en el vientre, del
cual, sin embargo, no se sirven para hacer daño.
También se encuentran algunas oscuras y erizadas de
pelo, por cuya apariencia juzgarás mal de sus propiedades.
(Virgilio, Georg., lib.4, v. 85, 91, 93). Porque hay dos figuras
entre las reinas, como entre las abejas comunes, las unas
brillan con manchas de color de oro, y se distinguen por sus
escamas rojas, como también son notables por su pico. Y
estas son las que más se aprueban, y son las mejores; pues
las más malas, parecidas a un gargajo, son tan feas como
cuando un viajero viene de pasar por un camino lleno de
polvo y escupe tierra de su boca seca, y (como dice el mismo
Virgilio, de quien se ha copiado lo que precede) son despre-
ciables por su desidia y por el vientre abultado que arrastran
por el suelo. Por consiguiente, darás muerte a los jefes de
peor especie, y dejarás reinar solos en su corte los de la
mejor. Los cuales, sin embargo, se han de despojar de sus
alas siempre que se empeñen en hacer a menudo salidas
impetuosas con su enjambre y huirse. Pues quitando las alas
a este jefe vagamundo, lo retendremos como con cierta
especie de grillete, y destituido del recurso de la fuga no se
atreve a salir de los límites de su reino, y por lo tanto no
permite al pueblo de su mando alejarse mucho.

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CAPÍTULO XI.

Cómo se enmienda la despoblación de las colmenas.

Alguna vez conviene matarlo, cuando una colmena


vieja disminuye el número de sus abejas, y se ha de resta-
blecer su despoblación con algún enjambre. Y así, luego que
al principio de la primavera se hubiera avivado la cría nueva
en aquella colmena, se despachurra al rey nuevo a fin de que
la multitud viva con sus padres sin discordia.
Pero si los panales no hubieren producido prole alguna,
se podrán incorporar las abejas de dos o tres colmenas en
una; mas se han de haber rociado antes con algún licor dulce:
por último, se podrán encerrar y tenerlas así casi tres días,
poniéndoles comida hasta que se acostumbren a estar unidas
con las otras, y dejándoles unas aberturas pequeñas. Hay
algunas personas que prefieren quitar de enmedio a la reina
más vieja, lo cual es contrario al bien estar de la colmena;
pues si esto se verifica, la tropa más antigua, que se debe
considerar como un senado, es preciso que obedezca a las
más jóvenes, y si hay algunas que se empeñen en despreciar
el mando de estas que son más fuertes, las castigan y las dan
muerte. Sin embargo, cuando la reina que hemos dejado de
las abejas antiguas muere de vejez, suele tener el enjambre
nuevo la incomodidad de que la familia, con la demasiada
licencia, está discorde, lo que nace de la muerte del jefe. A
cuya incomodidad se ocurre fácilmente; pues se elige una de
aquellas colmenas que tienen muchas reinas, y trasladándola
a las que no tienen quien las gobierne, se constituye jefe de
ella. Pero en aquellas colmenas que son perseguidas por
algún animal dañino, se puede enmendar la escasez de abejas
con menos molestia. Pues luego que se ha conocido la
mortandad, conviene visitar los panales de una que esté
poblada; y en seguida cortar en los que contienen los hueve-
cillos de las abejas la parte en que se anima la prole real. Y
ésta es fácil de reconocerse, porque aparece comúnmente en

Pág. 32 Lucio Junio Moderato Columela


la extremidad de los panales como un pezón, más levantada,
y con abertura más ancha que las otras celdillas donde se
anidan los gusanos de las abejas comunes. Celso, a la
verdad, asegura que en la extremidad de los panales hay
tubos transversales que contienen los pollitos que han de ser
reinas. Hygino también, siguiendo la autoridad de los
griegos, dice que el jefe no proviene de un gusanillo, como
las demás abejas, sino que alrededor de los panales se
encuentran alvéolos o celdillas poco mayores que los que
contienen la semilla de estas, cubiertos y llenos de una
especie de basura de color rojo, de la cual se forma en un
instante la reina alada.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XI Pág. 33


CAPÍTULO XII.

Del modo de recoger los enjambres y de impedir su fuga.

Hay también otro cuidado que tener con el enjambre


que se ha formado en nuestro colmenar, si por casualidad ha
hecho una salida en el tiempo que hemos dicho, y fastidiado
de la vivienda paterna ha manifestado que procura huir más
lejos. Y esto lo dan a entender las abejas cuando se alejan de
la entrada de tal suerte que ninguna vuelve adentro, antes
bien, se van volando inmediatamente elevándose muchísimo.
En este caso, se ha de atemorizar la juventud que va huyendo
con sonajas de metal o haciendo ruido con tiestos de los que
se encuentran comúnmente en todas partes esparcidos por el
suelo; y luego que ésta, obligada del susto, habrá vuelto al
domicilio materno, y esté colgando amontonada en la
piquera o que en el mismo instante se habrá ido a un árbol
próximo, el colmenero estregará inmediatamente con las
yerbas referidas por dentro una colmena nueva que tendrá
preparada al intento; enseguida la rociará con unas gotas de
miel y la arrimará: después encerrará en ella las abejas que
están amontonadas, bien sea con la mano o bien con un cazo.
Y cuando habrá tomado las demás medidas convenientes
para el cuidado de la colmena, como es de su obligación, y la
haya compuesto y embetunado con exactitud, dejará que se
mantenga en el mismo sitio hasta que anochezca, y al prin-
cipio de la noche la trasladará y la pondrá en hilera con las
demás. Y conviene también tener en los colmenares
colmenas desocupadas. Pues hay algunos enjambres que
cuando han salido buscan un domicilio en la inmediación de
su colmena y ocupan la que encuentran vacía. Esto es poco
más o menos lo que hay que enseñar en orden al cuidado de
adquirir y conservar las abejas.

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CAPÍTULO XIII.

De las enfermedades de las abejas y de sus remedios,


y precauciones para que no las contraigan.

Ahora se sigue buscar remedios para las que padecen


enfermedades comunes o pestilenciales. El estrago de estas
últimas es raro en las abejas, y sin embargo no encuentro que
se pueda hacer otra cosa que lo que hemos prescrito para el
demás ganado, es decir, que se trasladen las colmenas más
lejos. Pero por lo tocante a las enfermedades comunes, se
descubren las causas y se encuentran los remedios con más
facilidad. Mas su mayor enfermedad es todos los años al
principio de la primavera cuando empiezan a florecer las
lechetreznas y los olmos echan su grana. Porque atraídas por
estas primeras flores como si fueran frutas tempranas, comen
de ellas con ansia después de haber pasado la hambre del
invierno; cuya comida, por otra parte, no les haría mal si no
se llenaran de ella, de la cual, en habiéndose atestado en
demasía, mueren de flujo de vientre si no se les socorre pron-
tamente. Pues la lechetrezna alarga el vientre aun de los
animales mayores, y la grana del olmo hace el mismo efecto,
particularmente en las abejas: y ésta es la causa de que en los
países de Italia que están plantados de esta especie de árboles
es raro que duren las colmenas con bastantes abejas. Por
consiguiente, si se les dan al principio de la primavera
comidas medicinales, a un mismo tiempo se podrá precaver
que les moleste semejante enfermedad, y cuando ya la
padecen, curarlas. Porque lo que ha dicho Hygino siguiendo
a los autores antiguos, como yo no lo he experimentado por
mí mismo, no me atrevo a asegurarlo; sin embargo, los que
quieran podrán ensayarlo. Pues previene que los cadáveres
de las abejas, que cuando les ha acometido semejante enfer-
medad pestilencial se encuentran a montones debajo de los
panales, se guarden en un lugar seco durante el invierno; y
que cerca del equinoccio de la primavera se saquen al sol

De re rustica. Libro noveno. Cap. XIII Pág. 35


después de la hora tercera del día, cuando lo templado del
tiempo convide a ello, y se cubran con ceniza de higuera.
Hecho lo cual, asegura que reanimadas al cabo de dos horas
con este calor vivificante, recobran su espíritu y entran en
una colmena preparada a este efecto, si se les presenta.
Nosotros creemos que es mejor dar a los enjambres enfermos
para que no mueran, los remedios que vamos a decir en
seguida. Pues se les deben dar granos de granada molidos y
regados con vino amíneo, o pasas molidas con una parte
igual de zumaque, y humedecido uno y otro con vino áspero;
o si cada una de estas medicinas de por sí no han hecho
efecto, se muelen todas juntas en pesos iguales, se hierben en
un puchero con vino amíneo, y después de haberse enfriado
se les ponen en comederos de madera. Algunas personas les
dan para que beban agua miel en que se haya cocido romero,
echándola después de haberse enfriado en unas tejas. Otros,
como asegura Hygino, les ponen junto a las colmenas orina
de buey o de hombre.
Es también muy conocida aquella enfermedad que las
debilita y las pone feas y encogidas, y la señal de tenerla es
cuando unas sacan de sus domicilios frecuentemente los
cadáveres de las que han muerto, y otras están dentro de
ellos sin movimiento en un triste silencio, como cuando hay
un luto público. Cuando esto sucede, se les pone comida en
comederos de caña, y ésta consiste principalmente en miel
cocida y molida con agalla o rosa seca. También conviene
quemar gálbano, para que con su olor se medicinen, y forti-
ficar a las que están decaecidas con vino de pasas o con
arrope añejo. Sin embargo, lo que les aprovecha más es la
raíz de amelo, cuya flor es amarilla y purpúrea: ésta, después
de haberla hervido con vino amíneo añejo, se exprime, y
enseguida se da este jugo colado. Hygino, en el libro que
escribió sobre las abejas, dice: «Aristomaco 12 es de opinión
que se han de socorrer las abejas enfermas de esta manera:

12 Este autor, natural de Solos, tenía una pasión tan grande a las abejas,
que en cincuenta y ocho años no hizo más que cuidarlas, y también
escribió libros acerca de ellas, como dice Plinio en el lib. 11, capí-
tulo 9.

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en primer lugar se quitarán todos los panales viciados, se les
pondrá comida nueva enseguida a las abejas, y por último se
fumigarán». También cree que es útil a las abejas degene-
radas agregarles un enjambre nuevo, aunque hay el peligro
de que se destruya con la discordia; pero que se han de
alegrar con la multitud que se les agrega, y que a fin de
mantener la unión entre unas y otras se quiten las reinas del
enjambre que se traslada de otra colmena, como que perte-
necen a un pueblo extranjero. Y con todo eso no hay duda
que los panales y los enjambres muy poblados, que tienen
formadas las abejas, se han de trasladar y agregar a los que
han quedado con menos para que se fortifiquen las colmenas
con la adopción, por decirlo así, de esta nueva prole. Pero
también se ha de tener la advertencia, cuando esto se haga,
de no poner más panales que aquellos en que las abejas
nuevas abren ya sus celdillas, y roen la cera que cubre las
bocas de ésta, sacando por ellas la cabeza. Pues si se tras-
ladan los panales con las abejas sin acabar de formar,
morirán estas así que se les deje de dar calor.
Muchas veces también se mueren las abejas de la
enfermedad que los griegos llaman phagedasnan (phage-
dena)13. Esta enfermedad proviene de que teniendo las abejas
la costumbre de hacer desde el principio tantos alvéolos
como creen poder llenar, sucede algunas veces, que después
de concluidas estas obras de cera, el enjambre que se ha
alejado mucho por ir a buscar miel, se halle sorprendido en
los bosques por lluvias o huracanes imprevistos, y pierda la
mayor parte de su pueblo: lo cual, en habiéndose verificado,
las pocas abejas que restan no son suficientes para llenar los
panales; y entonces las partes que quedan vacías se pudren, y
cundiendo la corrupción paulatinamente, la miel también se
pudre y las mismas abejas se mueren. Para que esto no

13 Plinio, en dicho libro, cap. 19, llama a esta enfermedad cleron o scle-
ron, voz de origen oscuro (como dice el padre Harduino). La de phu-
gedena se halla numerada por el mismo Plinio en el libro 20, cap. 7
entre las enfermedades, de que infiero ser una putrefacción o corrup-
ción que suele extenderse demasiado, y consume las carnes por
donde corre.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XIII Pág. 37


suceda se deben juntar dos enjambres que puedan llenar los
panales que estén todavía sanos, y si no hay proporción de
otro enjambre, se han de cortar con una herramienta muy
afilada las partes de de los panales que estén vacías, antes
que se pudran. Pues es importante la perfección de la herra-
mienta, no sea que si ésta está muy embotada, la dificultad
de penetrar haga que se dé un golpe muy fuerte y que éste
disloque los panales; lo cual, si sucede, abandonan las abejas
su domicilio.
Hay también otra causa de mortandad para las abejas,
y es haber en algunos años seguidos muchísimas flores, y
dedicarse más bien a hacer miel que a multiplicar. Y así,
algunas personas que tienen menos inteligencia en estas
cosas, se alegran con la mucha abundancia de fruto, igno-
rando la destrucción que amenaza a las abejas, porque no
sólo mueren muchas fatigadas por el excesivo trabajo, sino
que no reponiéndose por otras nuevas, las que quedan, por
último vienen a perecer. Por lo cual, si entra una primavera
en que los prados y campos labrados tengan flores en mucha
abundancia, es útilísimo cerrar las piqueras de las colmenas
uno de cada tres dias, dejando unos agujeros pequeños por
donde no puedan salir las abejas, a fin de que separadas de la
fabricación de miel, por tener perdida la esperanza de poder
proveer todos los alvéolos de este licor, los llenen de prole14.
Estos son poco más o menos los remedios de que nos
valemos para los enjambres que padecen alguna enfermedad.

14 No puedo decir si las abejas ajustan de esta manera sus cuentas. Pero
puede suceder que este animalillo inquieto, impidiéndole una especie
de trabajo, se dedique a otro.

Pág. 38 Lucio Junio Moderato Columela


CAPÍTULO XIV.

Método para gobernar las abejas en todo el año,


y lo que ha de evitar el colmenero.

Vamos a tratar en seguida de aquel cuidado que para


todo el año prescribe con tanto acierto Hygino. Desde el
primer equinoccio, que se verifica en el mes de Marzo, hacia
el octavo día antes de las calendas de Abril, cuando el sol se
halla en el octavo grado de Aries, hasta que se dejan ver las
Pléyades, hay cuarenta y ocho días de primavera.
Durante este tiempo, dice, se han de principiar a cuidar
las abejas, abriendo las colmenas, a fin de sacar todas las
inmundicias que se han juntado en el invierno, y después de
haber quitado las arañas que destruyen los panales, se intro-
duzca humo de boñiga de buey: pues éste, por cierta
afinidad15 que hay entre las dos especies, es muy conveniente
para las abejas. También se han de matar los gusanillos que
llaman polillas, y asimismo sus mariposas: cuyos animales
dañinos, que comúnmente se pegan a los panales, se caen si
mezclas con la boñiga de buey tuétano del mismo animal, y
quemando uno y otro introduces el humo en la colmena.
Con este cuidado se fortificarán los enjambres en el
tiempo que hemos dicho, y se dedicarán con más vigor a sus
trabajos. Pero lo principal que debe observar el colmenero
cuando deberá andar en las colmenas, es haberse abstenido el
día anterior de los placeres sensuales, no acercarse a ellas
borracho ni sin haberse lavado, privarse de todos los comes-
tibles que echan olor fuerte, como los pescados y demás
cosas saladas, y todos los jugos que destilan también de las
hediondas acrimonias del ajo o de las cebollas, y de las
demás cosas semejantes.
El día cuarenta y ocho después del equinoccio de
primavera, cuando se empiezan a dejar ver las Pléyades,
15 Por la opinión en que estaba de que un buey muerto engendra las
abejas, como va pronto a decirlo.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XIV Pág. 39


hacia el día quinto, antes de los idus de Mayo, principian los
enjambres a aumentar sus fuerzas y el número de las abejas.
Pero en los mismos días se destruyen los que tienen pocas y
enfermas; y en este tiempo se procrean en las extremidades
de los panales fetos de mayor tamaño que las demás abejas,
y algunas personas hacen juicio que estas son reinas; pero, a
la verdad, no faltan autores griegos que los llaman oestros,
porque atormentan a las abejas y no las dejan sosegar; por lo
cual, previenen que se maten. Desde el nacimiento de las
Pléyades hasta el solsticio, que es a últimos de Junio, hacia
el tiempo en que el sol está en el octavo grado de Cancer,
enjambran por lo común las colmenas; en cuyo tiempo se
deben guardar con más cuidado, no sea que huyan las crías
nuevas. Y entonces, desde que se ha verificado el solsticio
hasta el nacimiento de la canícula, que son casi treinta días,
se hace la cosecha de los panales juntamente con la de los
granos. Pero cómo deban recogerse aquellos lo enseñaremos
enseguida, cuando tratemos del modo de sacar la miel.
En cuanto a lo demás, Demócrito, Magon, y no menos
Virgilio, han hecho correr la especie de que en este mismo
tiempo se pueden procrear abejas matando un novillo 16.
Magon asegura que se puede hacer lo mismo con panzas de
bueyes. Cuyo método pienso que es superfluo explicarlo con
más individualidad, agregándome al parecer de Celso, que
dice muy prudentemente, no causar la pérdida de estos
insectos un perjuicio tal, que se ha de procurar adquirir por
este medio. Mas en este tiempo y hasta el equinoccio de
otoño se han de abrir y fumigar las colmenas: lo cual, aunque
es molesto a los enjambres, convienen todos en que les es
muy saludable.
En seguida, luego que las abejas habrán sido perfu-
madas, y se les habrá dado calor, convendrá refrescarlas
regando las partes de las colmenas que estén vacías con agua
fría muy recién cogida, y aquellas que no se hayan podido

16 El no querer explicar Columela el modo de producirse las abejas de


un novillo muerto, convence el desprecio con que miraba esta sim-
pleza.

Pág. 40 Lucio Junio Moderato Columela


regar será bueno limpiarlas con plumas de águila o de cual-
quiera otra ave grande, que tengan resistencia. Además de
esto se barrerán las polillas, si se dejaren ver; se matarán sus
mariposas, que estando por lo común dentro de las colmenas
son la destrucción de las abejas, porque roen los panales, y
porque engendra su estiércol los gusanos que llamamos poli-
llas de las colmenas. Y así, en el tiempo en que las malvas
echan flor, que es cuando hay la mayor multitud de ellas, si
se pone por la tarde, dentro de las colmenas, una vasija de
cobre semejante a un miliario17, y en su fondo se pone alguna
luz, acuden mariposas de todas partes, y revoloteando alre-
dedor de la llama se abrasan, porque no pueden salir volando
con facilidad hacia arriba, a causa de lo estrecho de la vasija,
ni retirarse del fuego, estando como están rodeadas de sus
paredes que son de cobre; por lo que se queman con el ardor
del fuego que tienen inmediato.
Casi cincuenta días después del nacimiento de la caní-
cula es el de Arcturo: entonces es cuando las abejas hacen las
mieles de las flores de tomillo, de orégano y de mejorana
silvestre; y la miel que se tiene por de mejor calidad en esta
misma, es la que hacen en el equinoccio de otoño, que cae
antes de las calendas de Octubre, cuando el sol toca al octavo
grado de Libra. Después del nacimiento de Arcturo, que es
cerca del equinoccio de Libra, como he dicho, es la segunda
castra. Pero se ha de tener cuidado en el tiempo que media
entre el nacimiento de la canícula y el de Arcturo, de que las
abejas no sean sorprendidas por la violencia de los tábanos,
que están por lo común delante de las colmenas acechando a
las que salen.
En seguida, desde el equinoccio, que es hacia el día
octavo antes de las calendas de Octubre hasta el ocaso de las
Pléyades, emplean las abejas cuarenta días en hacer su
repuesto de las mieles que han recogido de las flores del
taray y de la de los arbustos silvestres para mantenerse en el
invierno; y de estas mieles nada se les ha de quitar absoluta-

17 Esto es, alto y angosto, como dice Paladio en el lib. 5, cap. 8, núm. 9.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XIV Pág. 41


mente, no sea que fatigadas con las frecuentes injurias que
reciben huyan desesperadas.
Desde el ocaso de las Pléyades hasta el solsticio de
invierno, que es el día octavo antes de las calendas de Enero,
cuando el sol se halla en el grado octavo de Capricornio, se
sirven ya los enjambres de la miel que tienen de repuesto, y
se mantienen de ella hasta el nacimiento de Arcturo. Y no
ignoro el modo de contar de Hiparco18, que pretende que los
solsticios y los equinoccios se verifican, no cuando el sol
está en el octavo grado de los signos, sino cuando está en el
primero. Pero en este arreglo de los trabajos del campo sigo
yo ahora los calendarios de Eudoxio, de Meton y de los
astrólogos antiguos que están adaptados a los sacrificios
públicos; porque esta opinión, abrazada desde tiempos anti-
guos, es más conocida de los labradores, y porque esta suti-
leza de Hiparco no es necesaria a la grosera instrucción de la
gente del campo. Por lo cual, desde que comience el ocaso
de las Pléyades, convendrá abrir inmediatamente las
colmenas, limpiarlas de toda inmundicia, y cuidarlas con el
mayor esmero, porque en el tiempo de invierno no es conve-
niente moverlas ni abrirlas. Y así, mientras queda algún
tiempo de otoño todavía, después de haberlas limpiado en un
día muy templado, se han de meter las coberteras dentro de
ellas hasta que lleguen a los panales, dejando fuera lo vacío,
para que estando estrechas por este medio se calienten con
más facilidad. Y esto se ha de hacer siempre aun en aquellas
colmenas que están pobladas por un número pequeño de
abejas.
Enseguida untaremos por de fuera con boñiga y barro
amasados todas las rendijas y agujeros que hubiere, sin dejar
más aberturas que las piqueras, por donde entren y salgan: y
aunque estén las colmenas debajo de un colgadizo, con todo
eso las cubriremos con paja y hojas que se amontonarán por
encima de ellas, y en cuanto sea posible las resguardaremos
con esto del frío y de las tempestades.

18 Petavio, en la Uranología, dice que Hiparco no fue autor de este


modo de contar, y que se engaña Columela.

Pág. 42 Lucio Junio Moderato Columela


Algunas personas meten dentro de las colmenas aves
muertas, después de haberles sacado las tripas y las entrañas,
las cuales, en tiempo de invierno, dan calor a las abejas, que
se ocultan entre sus plumas; al mismo tiempo que si se han
consumido las provisiones las alimentan cómodamente
cuando tienen hambre, de suerte que no les dejan más que
los huesos; pero si hay bastantes panales, permanecen sin
tocarlas, y aunque son tan amantes de la limpieza las abejas,
no las ofenden estas aves muertas con su olor.
Sin embargo, nosotros somos de sentir que es mejor
dar a las que tienen hambre en unos comederitos, que se
pondrán junto a las mismas piqueras, higos secos macha-
cados y remojados en agua, o bien arrope o vino de pasas. En
cuyos licores será conveniente empapar lana que esté limpia,
para que poniéndose sobre ella las abejas chupen estos jugos
como por un sifón. También será bueno darles pasas picadas
y un poco rociadas con agua. Y con estos géneros de
comidas se han de mantener, no solamente en el invierno,
sino también en aquellos tiempos (como ya he dicho) en que
estarán en flor la lechetrezna y los olmos.
En casi cuarenta días, contados desde el solsticio de
invierno, consumen toda la miel que tienen de repuesto (a no
ser que el colmenero se la haya dejado en mucha abun-
dancia), y aun muchas veces, después de haber desocupado
los panales, se echan junto a ellos, y están sin comer y ador-
mecidas a la manera de las serpientes19 hasta el nacimiento
de Arcturo, que es desde los idus de Febrero, conservando la
vida con su reposo, la cual, sin embargo, para que no la
pierdan si sobreviniere un hambre más larga, es muy bueno
introducirles con sifones por la piquera licores dulces, hasta
que el nacimiento de Arcturo y la llegada de las golondrinas
les anuncien tiempos más favorables. Por lo cual, después de
este tiempo, cuando lo despejado del día lo permite, se
atreven a salir a los pastos.

19 Cuya razón es conocida por la fábula del hombre del campo que
abrigaba en su seno una serpiente amortecida por el frío, y que des-
pués fue muerto por ella.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XIV Pág. 43


En efecto, desde que ha llegado el equinoccio de
primavera ya andan sin detención por todas partes, cogen
flores a propósito para las crías y las llevan a las colmenas.
Esto es lo que prescribe Hygino para que se observe con
exactitud en los diferentes tiempos del año. Pero Celso añade
que, como en pocas partes hay la felicidad de que se puedan
dar a las abejas unos pastos en la primavera y otros en el
estío, en los parajes donde pasada la primera estación faltan
flores a propósito para las abejas, no deben dejarse las
colmenas, sino que así que se hayan consumido estas flores,
se han de trasladar a aquellos que puedan mantener las
abejas mejor con las flores tardías de tomillo, de orégano y
de mejorana silvestre; lo que dice practicarse no sólo en
Acaya, de donde las trasladan a los pastos de la Atica, en la
Eubea, y en las islas Cycladas, en donde las mudan desde las
otras a la de Scyros, sino también en Sicilia, llevándose al
monte Hibla las de las demás partes de la Isla. Y el mismo
autor dice que la cera se hace de las flores, y la miel del
rocío de la mañana, y que una y otra toman tanto mejor
cualidad cuanto más agradable sea el material de que se ha
hecho la cera. Pero previene que antes de la mudanza se
reconozcan con atención las colmenas y que se saquen los
panales viejos, los que tengan polillas y los que estén poco
asegurados, y que no se reserven sino pocos, y que esos sean
los mejores, para que también al mismo tiempo se hagan
muchísimos de la flor mejor: y que las colmenas que cual-
quiera persona quiera trasladar a otra parte, no las lleve sino
de noche y sin agitarlas.

Pág. 44 Lucio Junio Moderato Columela


CAPÍTULO XV.

Del modo de sacar la miel,


y cuándo se deben castrar las colmenas.

Después de pasada la primavera viene enseguida,


como he dicho, la recolección de la miel, a la cual se dirige
el trabajo de todo el año. Se conoce que es tiempo de hacerla
cuando se advierte que las abejas echan de la colmena y
ahuyentan a los zánganos. Los cuales son una especie de
insectos de mayor tamaño que las abejas, y muy semejantes
a ellas; y como dice Virgilio (Georg., lib. 4, v. 168), un
ganado perezoso y que está junto a los panales sin industria,
pues no sólo no proveen de alimento, sino que consumen el
que han traído las abejas. Pero, sin embargo, parece que
estos zánganos contribuyen en algo a la procreación, incu-
bando las semillas de que se forman las abejas. Por lo cual
los admiten con más familiaridad para que fomenten y críen
la nueva prole. En seguida, después de sacados los pollos,
los echan fuera de las colmenas; y, como dice el mismo
poeta, los alejan de los pesebres. Estos, previenen algunos
autores que es conveniente exterminarlos del todo: lo cual,
conformándome yo con Magon, soy de opinión que no se ha
de hacer, sino que se ha de moderar este rigor, pues no se ha
de hacer una matanza universal de ellos, no sea que las
abejas se hagan perezosas20 supuesto que cuando los
zánganos les comen alguna parte de sus provisiones, se
hacen más ágiles reparando sus daños: ni, por el contrario, se
ha de permitir que tome cuerpo esta multitud de ladrones,
para que no devasten todas estas riquezas que no son suyas.
Por consiguiente, cuando vieres que se arman más a menudo
peleas entre los zánganos y las abejas, abrirás las colmenas y
las registrarás, para que si los panales están medio llenos se
difiera la castra, y si están llenos y cubiertos de cera por

20 Y lo principal es, porque no se acabe todo el enjambre, pues matán-


dolos todos, que son los únicos machos, no podrá fecundarse la
reina, que es la sola hembra.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XV Pág. 45


encima de los alvéolos, se haga. Pero para esta operación se
ha de elegir comúnmente la mañana; pues no conviene irritar
en medio del calor21 a las abejas que ya están exasperadas.
Para este efecto son menester dos herramientas de pié y
medio de largo, o un poco más, una de las cuales será un
cuchillo largo de dos filos que tenga en la punta un tranchete
corvo; la otra es plana por un lado, y muy afilada, para que
con ésta se corten mejor los panales, y con aquella se raigan
y se saque toda la porquería que hubiere caído.
Pero cuando por la parte posterior en que no hay
ningún vestíbulo estuviere abierta la colmena, se introducirá
humo de gálbano o de boñiga seca. Esto se echa con ascuas
en una vasija de barro; y esta vasija se hace con asas y de
figura de olla estrecha, de suerte que por una parte sea más
delgada y tenga un agujero mediano por donde salga el
humo, y por la otra más ancha con una boca bien abierta, por
la cual se puede soplar. Cuando una olla tal como ésta se
habrá introducido su pico en la colmena22, soplando por el
otro lado, se hace llegar el humo a las abejas, las cuales, no
pudiendo soportar este olor, se pasan a la parte anterior de la
colmena inmediatamente, y alguna vez salen de ella.
Y cuando hay proporción de registrarla con más
libertad, si hay dos enjambres se encuentran por lo común
dos especies de panales. Pues, aunque estén en paz, cada uno
guarda su costumbre para arreglar y dar figura a sus ceras.
Pero todos los panales están siempre suspendidos en la parte
superior de las colmenas, y ligeramente adheridos a las

21 Creo que su picada es más fuerte así que han entrado mucho en calor.
Es constante que las mordeduras de otros animales y las picadas de
los demás insectos son mucho más ásperas durante los ardores de la
canícula.
22 Parece que el humo se echaría levantando un poco la colmena por la
parte posterior, y que huyendo de él las abejas, subirán a la parte
superior de la colmena, pues de otra suerte se meterían en medio del
humo. Sobretodo, lo mejor es tener una colmena que pueda abrirse
por arriba, a fin de hacer pasar las abejas a otra, que se pondrá por
encima de la primera. Esto se conseguirá mejor en las colmenas de
muchas alzas, inventadas por Palteau, y perfeccionadas por otros
sabios agrónomos, como se puede ver en Rozier y Quinto.

Pág. 46 Lucio Junio Moderato Columela


paredes, de suerte que no lleguen al suelo, porque esto da
paso a los enjambres. Por otra parte, la forma de los panales
está modelada por la de las colmenas, pues sus capacidades,
ya sean cuadradas, ya redondas y ya largas, dan a aquellos
sus figuras como una especie de molde; y por esto no se
hallan siempre los panales de una misma forma. Pero estos,
sean como sean, no se sacarán todos; pues en la primera
castra, cuando todavía abundan los campos de comida, se ha
de dejar la quinta parte; en la segunda, cuando ya se está
temiendo que llegue el invierno, se dejará la tercera. Sin
embargo, esta proporción no es fija en todos los países, pues
se ha de proveer a la subsistencia de las abejas en cada uno
según la multitud de flores y abundancia de comida. Pero si
las ceras suspendidas a la colmena están alargadas perpendi-
cularmente, se han de cortar los panales con la herramienta
parecida a un cuchillo: en seguida se han de recibir en los
dos brazos que se pondrán debajo, y de esta manera se han
de sacar: mas si los panales están adheridos horizontalmente
a lo alto de la colmena, entonces es precisa una herramienta
con la punta encorvada, para que se corten apretándolos con
ésta. Y se deben sacar los viejos o defectuosos, y dejar sobre
todo los sanos y llenos de miel, y si hay algunos que tengan
pollos, a fin de que se reserven para la reproducción de un
enjambre.
En seguida se han de llevar todos los panales que se
hubieren sacado al sitio en que quieras sacar la miel, y se han
de tapar exactamente los agujeros de las paredes y de las
ventanas, para que las abejas no puedan entrar en él por parte
alguna, porque se obstinan en buscar sus riquezas, por
decirlo así, que han perdido, y en encontrándolas las
consumen. Por lo cual, se ha de hacer también humo con los
referidos materiales en la entrada de aquel sitio, que eche de
allí a las que intenten entrar.
En seguida las colmenas castradas que tengan panales
atravesados en la entrada se han de volver, para que las
partes posteriores sirvan a su turno de entradas; pues de esta
suerte en la castra próxima se sacarán más bien los panales

De re rustica. Libro noveno. Cap. XV Pág. 47


antiguos que los nuevos, y se renovarán las ceras, que son
tanto peores cuanto más antiguas23. Pero si por casualidad
estuvieren las colmenas revestidas de fábrica, y por lo mismo
inmobles, tendremos cuidado de que se castren unas veces
por la parte posterior y otras por la anterior; y esto deberá
hacerse antes de la hora quinta del dia, después repetirlo
pasada la nona, o al día siguiente.
Mas sean cuantos fueren los panales que se han reco-
gido, conviene extraer de ellos la miel el mismo día de la
castra: mientras están calientes se cuelga en un sitio oscuro
un cesto de sauce, o una manga de mimbre menuda de tejido
claro, parecida a un cono inverso, como el que sirve para
colar el vino; enseguida se echan en ella los panales hechos
pedazos; pero se ha de tener cuidado de separar aquellas
partes de ellos que tengan pollos o inmundicias rojas: pues
son de mal gusto, y con su jugo echan a perder la miel. En
seguida, luego que la que se ha colado ha caído en un
lebrillo, que se habrá puesto debajo, se muda a vasijas de
barro, que estarán destapadas, hasta que deje de hervir la
miel nueva, y ésta se ha de limpiar a menudo con una espu-
madera. Después se exprimen con las manos los fragmentos
de los panales que han quedado en la manga; y la miel que
dan es de segunda calidad, la cual los más curiosos la
guardan aparte, no sea que la que es de un gusto excelente se
deteriore mezclándole ésta.

23 Tanto más que los gusanos, al transformarse en abejas, dejan sus


camisas pegadas a las paredes de las celdillas, lo que indispensable-
mente debe comunicar alguna porquería a la cera.

Pág. 48 Lucio Junio Moderato Columela


CAPÍTULO XVI.
De la cera.

El fruto de la cera, aunque de poco valor24, no se ha de


pasar en silencio, siendo su uso necesario para muchas cosas.
Los restos de los panales, así que se han exprimido y se han
lavado bien en agua dulce, se ponen en una caldera de cobre,
y echándoles agua por encima se derriten al fuego. Luego
que esto se ha hecho, se derrama la cera sobre paja o juncos,
y se cuela; se cuece de nuevo como la primera vez, y se
vacía en los moldes que cada uno tiene a bien, llenándolos
antes de agua: en estando cuajada la cera es fácil sacarla,
porque el agua que hay debajo impide que se pegue a los
moldes.
Mas, una vez que hemos concluido el tratado de los
ganados y de las crías de la casa de campo, vamos a dar en
verso (para darte a tí y a nuestro Galion gusto) lo que nos
queda que explicar de las cosas del campo, esto es, el cultivo
de los huertos.

24 No es ahora de muy poco valor la cera, pues con una libra de ella se
pueden comprar cuatro de miel; lo que tiene dos motivos, uno el
mucho consumo que hay de ella para el culto divino; y otro el menor
que hay de miel, que en tiempo de Columela, por darse la preferencia
al azúcar, que entonces era raro y ahora se ha hecho muy común.

De re rustica. Libro noveno. Cap. XVI Pág. 49


CAPÍTULO XV. Adenda.

Ad. Preséntase en este punto una novedad, a lo que


Columela, siguiendo la autoridad de Virgilio (Georg., lib. 4,
v. 33), dice: «pues cuanto más grande y más redonda es la
abeja, tanto peor es». Voy a citar la Apis dorsata grande de
la isla de Java, que tanto llama la atención hoy de los apicul-
tores. Es la expresada Isla llana en sus costas y su clima
tropical, especialmente en sus valles, en cuyo fondo adquiere
exuberante desarrollo el plátano, el arroz, la caña de azúcar,
trigo, la vainilla, el coco y otras plantas; el interior del suelo
varía en grandes escalinatas sobrepuestas hasta erigirse en
montañas en el centro, y conforme se levanta el terreno sobre
el nivel del mar, el clima es cada vez más hermoso y agra-
dable; en estas regiones empieza el bosque que se extiende
hasta la cima de las montañas, donde es el clima más
benigno para las plantas y vida de los animales; el suelo es
fertilísimo, fecundado por innumerables fuentes y riachuelos
y por copioso rocío. La vida vegetal adquiere allí el
máximum de su fuerza y hermosura; el reino animal parece
encontrar los orígenes de creación.
De allí proviene el faisán dorado, el pavo real y los
más bellos y desarrollados insectos; entre los que se distin-
guen el Apis dorsata, que puede llamarse con razón la abeja
grande de la isla de Java, porque es la mayor que se conoce.
Sus dos primeros segmentos son transparentes, de amarillo
de oro naranjado, los demás de negro brillante provistos de
abundantes pelos blancos, muchos de los cuales adornan el
coselete y los anillos del abdomen. Enjambran en el hueco
del tronco de los árboles, y después de la castración no se
alejan mucho. La población indígena de los campos y la
holandesa de las ciudades, por efecto de la rudeza de su
condición la primera, y de sus preocupaciones mercantiles la
segunda, descuidan por completo este interesante ramo del
cultivo, cuya aclimatación en Europa daría grandes y quizá
inapreciables resultados.

De re rustica. Libro noveno Pág. 51


En casi todos los países de Europa abundan plantas
de prolongada y jugosa florescencia, que nuestras abejas no
puedan aprovechar por la pequeñez de su trompa. La del
Apis dorsata es dos veces mayor, y ella utilizaría el néctar
abundante del trébol, que se agosta sin aprovechamiento, y el
de multitud de plantas semejantes, por cuya razón está
siendo objeto de grandes estudios. Por algunos europeos
habitantes en dicha Isla se han hecho apreciaciones y hasta
proponen el medio de transportarla a otros países donde acli-
mata con facilidad. Para un hábil apicultor, trasladándose a
Java, provisto, entre otras cosas, de una escala de cuerda,
una máscara, guantes de gruesa goma y lucilínea petrólea
para impregnar sus vestidos, podría sorprender y capturar en
la cima de los más altos árboles parte de la población obrera
con su reina y algunos panales. La conservación de la familia
es fácil en una habitación poniendo a la reina en una jaula
para poder observar sus costumbres.
En la travesía deben precaverse de los vientos del
estrecho de Aden y de la entrada del mar Rojo; los insectos
pueden venir bien acondicionados en colme-nas sobrepuestas
para que puedan descubrirse en los puntos más calurosos,
bien ventiladas y de fondo móvil; a bordo deben estar
siempre al aire libre y a la sombra, poniéndolas en alto el
alimento, consistente, en buena miel colocada en un lienzo,
de modo que las abejas puedan chuparla; y una vez llegado,
el Congre-so de agricultura favorecería estas expediciones.
Esta nueva especie, que apenas es conocida, llama
sobre manera la atención de los apicultores; encuentra
todavía las dificultades de una novedad aun no generalizada,
y es de importancia por la calidad, por el aprovechamiento
que haría de algunos por hoy ape-nas utilizados, y por la
cantidad de miel que produce.
La cría de las abejas se extiende más cada día, y esto
hace, dice el Sr. López Martínez, que sean más detenidos y
concienzudos los estudios sobre la industria colmenera en
todas sus fases. Entre otras muchas sociedades y periódicos
dedicados exclusivamente a esta industria, está la Sociedad

Pág. 52 Vicente Tinajero


central de fomento de la Agricultura en Italia, que celebra
exposiciones, y en la última figuraron las abejas de la isla de
Java, mucho más grandes que las de Europa.
En cuanto a la labor de las abejas, debe notarse las
celdillas del panal, las cuales hacen de tres diferentes dimen-
siones, correspondiendo a tres clases de abejas. Las más
numerosas y pequeñas a la vez, son las de las obreras, cuya
mayor parte ocupan el centro de la colmena. Su profundidad
es de doce milímetros generalmente, y algo más de cinco en
diámetro. Las celdillas de los machos o zánganos, aunque en
menor número, son mayores, midiendo unos diez y ocho
milímetros aproximadamente de longitud y siete de
diámetro. Las celdillas llamadas costillas reales, están limi-
tadas a tan escaso número, que apenas pasan de cinco a
veinte. Los alvéolos o celdillas de las abejas madres no están
en el mismo plano ni siguen orden alguno; ofrecen mayor
tamaño y sección considerable, equivaliendo el peso total a
cincuenta alvéolos de obreras.
Las celdillas reales sirven exclusivamente de cuna, lo
que no sucede con las de las otras obreras. Aquellas, además
de su uso principal como cuna, sirven de almacén antes o
después del nacimiento o desarrollo de las larvas, aun
cuando existen en las colmenas cierto número de celdillas
destinadas especialmente a las provisiones. La inteligencia y
actividad desarrollada por las obreras en la construcción del
panal son tales que hacen más de 4.000 celdillas en menos de
veinticuatro horas, no tardando en disponer de las 50.000
que generalmente contiene una buena colmena.
Reprocha con Celso, Columela, las colmenas de paja,
y hoy las vemos muy usadas en Francia, de forma cónica,
bastante abrigada sin necesitar tapa; pero a la vez del incon-
veniente que les señala Columela, tienen el de que es neces-
ario levantarlas para extraer la miel y la cera, exigiendo
además mucho cambio de vasijas para retirar las ceras viejas
que están en la parte superior de la colmena.

De re rustica. Libro noveno. Adenda Cap. XV Pág. 53


En España se usan todavía las de corcho; en los
Estados Unidos, donde tanto adelanta esta industria, se usan
mucho las colmenas de marcos y panales móviles, debidas a
Huber y perfeccionadas, como la llamada de Langstroth, que
a la vez puede convertirse en colmena de observación y
estudio; y en este caso es preciso que puedan verse todas las
partes del edificio apícola para poder seguir de cerca sus
trabajos. Con la colmena de estudio se pueden obtener fácil-
mente huevos de obrera y de hembra fecunda, cuando se
trata de dar madre a una colmena que ha perdido la suya y no
le quedan alimentos para reemplazarla. Los partidarios de las
colmenas de marcos y panales móviles aseguran, entre otros
escritores el Sr. Balaguer, que no solamente presentan
grandes ventajas de manipulación, sino que los métodos
apícolas que con ellas pueden practicarse aumentan mucho el
rendimiento en miel; los medios que deben emplearse, son:
alimentación en la primavera con agua de azúcar, que facilita
la postura de muchos huevos de obreras y la conservación de
panales después. Estos se colocan en un extractor de fuerza
centrífuga, de modo que escurra la miel, y se les pone vacíos
en los marcos que se llevan de nuevo a la colmena. Las
abejas se apresuran a depositar su miel en estos almacenes ya
construidos, y no tienen por qué transformar una parte de
ella en cera. Las otras causas de mayor producto son: mejor
calidad de la miel; poder escoger a voluntad los panales sin
polen y postura, y sin aplastarlos; la supresión de las celdi-
llas para los huevos de zánganos y poder agrandar las
colmenas cuando la estación sea favorable.
Mr. Layens afirma, que si la cosecha por los métodos
antiguos está representada por 1, en los modernos llegará a
3,83; es decir, que será cerca de cuatro veces más productiva;
tal vez demasiado creído de los nuevos procedimientos se
anime en tales términos Mr. Layens; pero es muy notable la
diferencia. No sería difícil exponer todos los sistemas y
modelos de colmenas usadas con aplauso, pero nos dete-
nemos ante un estudio tan grande y nos concretamos a decir
que, si bien no son malas ni dificultosas de colocar las

Pág. 54 Vicente Tinajero


abejas, las colmenas deben reunir, principalmente, las condi-
ciones de prestarse a las operaciones que es preciso hacer
sufrir a las abejas, y de permitir el aprovechamiento de la
miel y de la cera sin ocasionar daño alguno a la existencia de
las mismas.
Tiene, pues, la elección de una colmena mucha impor-
tancia, y se han ensayado muchas clases diferentes; pero
generalmente se clasifican en dos grupos:
− primero, las colmenas fijas, de capacidad inva-
riable, generalmente, aunque otras veces se pueda
agrandar por sobrepuestos o por alzas; pero en las
cuales las abejas suspenden sus panales verticales a
una pared superior inmóvil, de tal suerte, que no se
pueden separar dichos panales sino verificando una
sección inferior;
− segundo, colmenas móviles, en las que se puede
dirigir el trabajo de las abejas, obligándolas a cons-
truir sus alvéolos sobre traviesas o en marcos movi-
bles, de tal modo, que se pueda separar enseguida
tal o cual parte de su trabajo, sin perturbar el resto
de la colmena.
A esta división se refieren también las colmenas inven-
tadas por Lombard, llamadas en Suiza la colmenas de alzas;
la de Canuel; la de Arcos; la de Fremiet, la igualmente inven-
tada por Nult; la construida por el célebre Huber, llamada de
hojas o libro. La colmena Prokopowicz, la DeBeauvoys, la
Polonesa, que es el sistema primitivo, la de rejilla bombeada,
la colmena polítropa, etc., etc.
Sobre este industrioso y admirable insecto fabricador
de la miel y de la cera, dice el Excmo. Sr. D. Braulio Antón
Ramírez, se han escrito multitud de tratados y artículos enca-
minados a darla a conocer en su mayor detalle, ofreciendo
todos particular interés. Así, en el Semanario de Agricultura
y de Artes, publicado en Sevilla el año de 1832, tomo II, pág.
265, manifestó el Sr. Portocarrero las especies de abejas que
contiene una colmena; señala tres de las que forma la

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primera clase, una sola llamada reina, que se distingue fácil-
mente porque tiene el cuerpo más largo y en proporción las
alas más pequeñas; segunda, las trabajadoras, llamadas
también neutras, pero que no crían; éstas suben a muchos
miles, son las más pequeñas y están armadas de un aguijón;
tercera, los zánganos, en número de 1.500 a 2.000, son más
gruesos que las trabajadoras, de color más oscuro; al volar
hacen mucho ruido y carecen de aguijón. Las trabajadoras
son las que elaboran la cera, construyen las celdas, recogen
la miel de las flores y alimentan la cría. La reina vuela
bastante alto, escogiendo el momento en que el calor ha
hecho salir los zánganos de la colmena, y en virtud del amor
hace la joven reina su viaje más largo, y vuelve a la media
hora con señales marcadas de fecundación; el pobre
zángano, por su prematura muerte, nunca llega a conocer a
sus hijos.
Es curioso cuanto se ha escrito respecto a las costum-
bres de las abejas, y a cuando dos rivales se disputan la cate-
goría de reina, ya cuando una extraña entra a gobernar o
muere la reina legítima; en el primer caso, el valor es el que
triunfa; en el segundo, la aceptan si ha pasado mucho tiempo
desde el abandono de la reina; y en el tercero, ellas la forman
o eligen de entre sus compañeras. No obstante, la colmena
es, en sentir de D. Eusebio Ruiz de la Escalera, una escuela
práctica, en la cual podemos tomar de las abejas lecciones
importantes de prudencia, templanza, economía, industria,
aplicación, ocupación continua y moderada, aseo, amor a
nuestros semejantes, deseo de prosperidad pública sin
envidia ni ambición, buen espíritu de sociedad y aborreci-
miento a la holganza. No se quejan de su condición ni se
incomodan ni abandonan su morada porque una mano usur-
padora les robe sus panales; antes, por el contrario, vuelven
con solicitud a emprender de nuevo sus tareas.
Presentan generalmente los autores como preferibles
las abejas pequeñitas, oblongas, lisas y brillantes; y el coste y
producto de cien colmenas en sitio y condiciones a propósito

Pág. 56 Vicente Tinajero


ascienden, según cálculos peritos25, los primeros desem-
bolsos a 4.992 reales y a 916 el entretenimiento del primer
año; deducen que al segundo año, no sólo se saca libre el
capital, sino un saldo a favor de 2.356 reales.
Son notables los trabajos de estos insectos; también
por su esmero y cuidados minuciosos e inteligentes para la
conservación de sus huevos, educación de sus crías y prepa-
ración de sus alimentos, y aun el orden que siguen en sus
emigraciones. Es prodigioso el orden con que aparecen los
tres géneros de abejas, y la reina, sobre todo, única encar-
gada de multiplicar la especie y en la que una sola fecunda-
ción de un macho la deja en estado de poner huevos dos o
tres años: los que pone en los seis meses primeros produce
abejas trabajadoras; los meses siguientes pone huevos de
macho, y en un sólo día algunos destinados a producir las
hembras que la han de suceder o erigirse en reinas de otros
enjambres. D. Agustín de Quinto26, que es uno de los que
modernamente han escrito con mayor acierto sobre esta
materia, dice que una colmena es grande cuando tiene
40.000 abejas, y pequeña cuando no llegan a 20.000; y que
sabiéndose por los experimentos de Réaumur que en una
libra de peso entran 5.376 abejas, fácilmente, conociendo el
peso de una colmena vacía, se puede venir en conocimiento
del número de abejas que la pueblan.
La Apicultura en América es notable por todos
conceptos; cada día se extiende allí más la cría de las abejas;
siendo ya la cosecha de la miel un ramo importantísimo de
riqueza en la del Norte. Según dice un periódico de la Cali-
fornia, especialista en este ramo, el primer apicultor de aquel
Estado es un Sr. Harbison, el cual saca de la industria colme-
nera 25.000 duros de renta anual. En el Estado de Nueva
York, el capitán Hetherington vendió en el pasado año

25 Eusebio Ruíz de la Escalera. Práctica Fija de Colmeneros


o sea Modo único de cuidar las abejas y demostración de la utilidad
que rinden. Madrid, 1835. Los cálculos están tomados de este libro.
26 Agustín de Quinto y Guíu. Curso de Agricultura Práctica. Tomo
Segundo, Parte Sexta, Capítulo XVIII. De las abejas. Madrid, 1818.

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88.000 libras de miel de su cosecha, y el Sr. Adam Grimm,
de Jefferson, 90.000.
En los Estados Unidos hay 70.000 apicultores, los
cuales poseen 3.000.000 de colmenas. Por término medio se
recolectarán en los Estados Unidos 70 millones de libras de
miel, cuyo valor asciende a 82.500.000 pesetas, datos que
ponen bien de manifiesto la importancia de este admirable
insecto, tan ponderado desde la antigüedad y entre nosotros
tan descuidado desgraciadamente.

Pág. 58 Vicente Tinajero


ÍNDICE DE CAPÍTULOS

PREFACIO
I. De la formación de cotos, y que se encierren en
ellos los animales montaraces.
II. De las abejas.
III. Cuántas especies hay de ellas, y cuál es la mejor de
todas.
IV. De la situación en que se han de colocar, y cuál es
la mejor comida para ellas.
V. De la elección de sitio para el colmenar.
VI. Cuáles son las mejores colmenas.
VII. Cómo se han de colocar estas.
VIII. De la adquisición de los enjambres, y del modo de
coger los silvestres.
IX. Cómo se observan los enjambres de nuestras col-
menas, y cómo se recogen en otras.
X. Qué figura tiene la reina de las abejas.
XI. Cómo se enmienda la despoblación de las colme-
nas.
XII. Del modo de recoger los enjambres y de impedir
su fuga.
XIII. De las enfermedades de las abejas y de sus reme-
dios, y precauciones para que no las contraigan.
XIV. Método para gobernar las abejas en todo el año, y
lo que ha de evitar el colmenero.
XV. Del modo de sacar la miel, y cuándo se deben cas-
trar las colmenas.
XVI. De la cera.
Adenda al Capítulo XV de la edición de Vicente
Tinajero.
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Febrero, 2022

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