DANIEL

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 118

DANIEL

El libro de Ezequiel dejó a Jerusalén en ruinas, pero con una


gozosa perspectiva de la futura gloria milenaria. Con esto encaja
estupendamente el libro de Daniel. Ezequiel nos ha dicho lo que vio
y lo que previó en los primeros años del cautiverio de los judíos en
Babilonia. Daniel nos dice lo que vio y lo que previó en los últimos
años del cautiverio. Y fue un gran consuelo para los cautivos tener
primero un gran profeta, y después otro gran profeta, para
mostrarles que Dios no los había rechazado del todo.
Su nombre hebreo era Daniel, que significa «Dios es mi juez»,
pero el nombre caldeo que le puso Nabucodonosor era
Belteshazzar, que significa «Bel proteja su vida». Era de la tribu de
Judá y del linaje real, pero, sobre todo, fue un varón eminente en
piedad y sabiduría; totalmente irreprochable, quizá más que ningún
otro personaje del Antiguo Testamento. El propio Ezequiel (Ez.
28:3), de parte de Dios, se dirige irónicamente al rey de Tiro, y le
dice: «¡He aquí que tú eres más sabio que Daniel!» Y, entre los
varones reconocidos en el cielo como los más grandes intercesores
(Ez. 14:14), aparece juntamente con Noé y Job.
Comoquiera que Daniel no desempeñó el ministerio profético
público, su libro no figura en la Biblia Hebrea entre los libros
proféticos (la segunda división de libros en la Biblia Hebrea), sino
entre los «Escritos» (hebr. ketubim), que constituyen la tercera
división. El libro se divide en dos partes simétricas: los primeros seis
capítulos contienen principalmente historia; los últimos seis,
exclusivamente profecía, cuya importancia se verá al estudiarlos.
Un detalle curioso es que el libro consta de dos secciones escritas
en hebreo (1:1–2:3 y 8:1; 12:13), precisamente donde Israel es el
protagonista del escrito; y una gran sección en arameo (2:4–7:28),
donde los gentiles desempeñan el papel principal.
En cuanto a la fecha de la redacción del libro, Ryrie presenta una
brillante defensa de la opinión tradicional, que atribuye a Daniel la
autoría y, por tanto, confiere al libro una fecha dentro del siglo sexto
a. de C. En la división del libro seguimos los epígrafes del esquema
que aparece en la Ryrie Study Bible:
I. Dedicación de Daniel (1:1–21).
II. Sueño de Nabucodonosor: La Gran Imagen (2:1–49).
III. El Horno Ardiente: Una Lección de fe (3:1–30).
IV. Visión de Nabucodonosor del Gran Árbol (4:1–37).
V. Banquete de Belsasar (5:1–31).
VI. Daniel en el foso de los leones (6:1–28).
VII. Visión de Daniel de las Cuatro Bestias y del Anciano de días
(7:1–28).
VIII. Visión de Daniel del Carnero, del Macho Cabrío y del
Cuerno Pequeño (8:1–27).
IX. Profecía de Daniel de las Setenta Semanas de Años (9:1–
27).
X. Panorama Profético de Daniel (10:1–12:13).
CAPÍTULO 1
Daniel comenzó su educación humana antes de recibir las
visiones divinas.
I. Deportación del rey Joacim (vv. 1, 2), en la que Daniel y otros
jóvenes de la nobleza fueron también deportados a Babilonia.
II. Daniel y otros jóvenes fueron escogidos para recibir la educación
caldea, a fin de que fuesen aptos para desempeñar después
puestos de gobierno (vv. 3–7).
III. Rechazan piadosamente participar de los manjares de la mesa
del rey, y piden ser alimentados con legumbres y agua, lo cual
consiguieron del jefe de los eunucos (vv. 8–16).
IV. Sus admirables progresos, muy por encima de sus compañeros
de estudio, en sabiduría y conocimiento (vv. 17–21).
Versículos 1–7
1. El primer ataque, hecho contra Judá y Jerusalén, por
Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el primer año de su reinado, y
tercero del reinado de Joacim, rey de Judá (vv. 1, 2): Puso sitio a
Jerusalén, y se llevó lo que le plugo, incluido al rey; pero nótese que
el texto sagrado dice expresamente que «el Señor entregó en sus
manos a Joacim, etc.» (v. 2). No fue la fuerza de Nabucodonosor,
sino la ira de Dios por los pecados de Su pueblo, lo que causó la
ruina de Israel. Estamos en el año 605 a. de C. La fecha que aquí
pone Daniel («año tercero del reinado de Joacim») no pugna con la
de Jeremías 25:1 («en el año cuarto de Joacim»), si se admite que
Daniel echa mano de la cronología caldea, mientras Jeremías usa
la cronología judía.
2. Nabucodonosor no destruyó, en este primer ataque, la ciudad
ni el reino, pero llevó a cabo el primer perjuicio causado a Israel, en
cumplimiento de la profecía de Isaías (Is. 39:6, 7), por la tremenda
imprudencia de Ezequías al mostrar todos sus tesoros a los
embajadores del rey de Babilonia.
(A) El rey caldeo se llevó a su país los vasos sagrados (v. 2) y
los puso en la casa de su dios, a quien daba las gracias por todos
los éxitos que estaba consiguiendo. Véase la justicia de Dios: Su
pueblo había introducido en Su templo imágenes de otros dioses;
ahora permite que los utensilios del templo de Jerusalén sean
trasladados a los tesoros de otros dioses. No se llevó ahora todos,
sino parte de ellos (v. 2); quedaron todavía algunos, por si el pueblo
se arrepentía y se impedía con eso el que fuese deportado también
el resto (v. Jer. 27:18).
(B) También hizo traer a Babilonia (vv. 3, 4) algunos jóvenes del
linaje real o de la nobleza, de buen parecer y fina educación, que
fuesen aptos para estar en el palacio del rey, y mandó al jefe de los
eunucos (funcionarios de palacio) que les educase en la lengua, la
literatura y las leyes y costumbres de los caldeos, pues todo eso, y
más, va incluido en la última frase del versículo 4. Walvoord hace
notar que «es muy significativo que la erudición de los caldeos no
sirviese a Daniel y a sus compañeros cuando se puso a suprema
prueba en la interpretación del sueño de Nabucodonosor». J.
Alonso Díaz, por su parte, advierte que «por caldeos, aquí y en todo
el libro, a excepción de 5:30 y 9:1, donde tiene un sentido étnico, se
entiende una especie de sacerdotes-videntes babilónicos,
especializados en las ciencias ocultas (cf. Is. 47:9–13)».
(C) «Y les señaló (v. 5) el rey una porción para cada día, de la
provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía.» Quería
tratar con toda generosidad a los que se educasen para ayudarle
después en las tareas de gobierno. Su educación cultural había de
durar tres años. Dice Alonso Díaz: «Tres años de educación era la
costumbre vigente entre los persas, como lo testimonia Jenofonte
en la Ciropedia (1, 2) y Platón en Alcibíades (1.37)».
3. Daniel y sus compañeros eran de entre los hijos de Judá (v.
6), la tribu del cetro real, y probablemente de la casa de David. El
príncipe de los eunucos les cambió los nombres (v. 7) hebreos y les
puso nuevos nombres. «El cambio de nombre, en la mentalidad
semítica, significa acto de dominio (cf. 2 R. 23:24; 24:27). Los
jóvenes pasan, de la condición que tuvieron antes, al servicio del
soberano, que les impone los nombres nuevos» (Alonso Díaz). A
Daniel (que significa «Dios es mi juez») le puso Beltsasar (lit.
Belteshazzar, que significa «Bel proteja su vida»); a Ananías (hebr.
Jananyah, que significa «Yah agració») le puso Shadraj (que
significa probablemente, aunque «intencionadamente
desfigurado»—Alonso Díaz—, lo mismo que Marduk, el principal
dios de Babilonia);
a Misael (hebr. Mishael, probablemente «Dios es salvación») le
puso Meshaj (probablemente contracción de Mishaaku, que
significa «¿quién es lo que es Aku?»—Aku era el dios-luna de los
caldeos); y a Azarías («Yah ayuda») le puso Abed-negó («siervo de
Nebó», que era considerado como hijo del principal dios babilonio
Bel). Como puede verse, también aquí el dios Nebó aparece
desfigurado como Negó. Es muy probable que estos cambios
fuesen hechos con la intención de no ofender demasiado a los
jóvenes.
Versículos 8–16
1. Daniel pronto fue favorito del jefe de los eunucos (v. 9), como
José lo fue (v. Gn. 39:21–23) del jefe de la cárcel.
2. Daniel se mostró totalmente firme en su devoción israelita. Le
habían cambiado el nombre, pero no le pudieron cambiar el
corazón. Le llamasen como le llamasen, él retuvo el espíritu de un
israelita sin dolo. Resolvió (v. 8) no contaminarse con la comida ni
con el vino del rey; y sus compañeros hicieron lo mismo (vv. 11, 12).
Obraron así por principios de conciencia. No era, de suyo, pecado
comer de la mesa del rey ni beber del vino del rey. Pero:
(A) No estaban seguros de que la carne fuese de animales
limpios según la Ley, ni de que hubiese sido preparada de la forma
prescrita por las leyes mosaicas concernientes a la comida.
(B) Tanto la comida como el vino habían sido dedicados
previamente a los dioses de Babilonia, como era la costumbre;
participar, pues, de ello equivalía a reconocer como verdaderas
deidades a los ídolos del país.
3. El jefe de los eunucos, Aspenaz, puso objeciones a la petición
de Daniel (v. 10), pero éste consiguió que el subalterno Melsar (v.
11) consintiera (v. 14). La prueba (v. 12) era fácil: una dieta
vegetariana y abstemia durante diez días, y a comparar (v. 13) el
aspecto de ellos con el de los demás jóvenes que eran educados
juntamente con ellos.
4. La prueba resultó un éxito para los cuatro israelitas (vv. 15, 16)
y, por consiguiente, continuaron con su dieta vegetariana, lo cual les
aprovechó, no sólo en lo físico, sino también en lo mental y hasta en
lo espiritual. Como advierte Walvoord, «aunque estaba sobre ellos
la bendición de Dios, no es necesario imaginar aquí ningún acto
sobrenatural de Dios».
Versículos 17–21
La gran sabiduría que otorgó Dios a Daniel y a sus compañeros
fue:
1. Un contrapeso a sus pérdidas. Por la iniquidad de su padres,
estos jóvenes habían sido privados de sus honores, riquezas y
honestos deleites de que habrían podido disfrutar en su patria; pero,
a fin de contrapesar esas pérdidas, Dios les dio (v. 17) conocimiento
e inteligencia en todas las letras y ciencias y, con ello, mejores
honores y placeres.
2. Una recompensa por su integridad. Ellos guardaron las
normas de su religión aun en los detalles más minuciosos, y Dios
les recompensó por eso. A Daniel le dio doble porción, pues,
además del conocimiento y la sabiduría en ciencias y letras, le dio
(v. 17b) facilidad para interpretar toda clase de visiones y sueños.
3. Una estupenda preparación para el futuro. Pasados los tres
años de educación (vv. 18–20), fueron presentados al rey, quien los
examinó a fondo y los halló muy superiores a todos los demás
condiscípulos. Y no sólo superaban a los demás jóvenes que se
educaban con ellos, sino que (v. 20), en las consultas que el rey les
hizo, los halló diez veces superiores a todos los magos y astrólogos
que había en todo su reino.
El versículo 21 no significa que Daniel dimitiera, o fuese
depuesto, de su cargo el año 538 a. de C. («el año primero del rey
Ciro»). Lo contrario es lo cierto, a la vista de 10:1, por ejemplo. En
1:21 sólo le interesaba hacer constar que «su ministerio continuó
durante todo el tiempo del imperio babilónico, y que todavía vivía
cuando Ciro entró en escena» (Walvoord).
CAPÍTULO 2
En este capítulo tenemos: I. Un sueño del rey Nabucodonosor, y
la incapacidad de los sabios caldeos para adivinarlo e interpretarlo
(vv. 1–13). II. La intervención de Daniel que pide un plazo para
declarar al rey la interpretación, y ruega que no se ejecutase la
orden de matar a todos los sabios de Babilonia (vv. 14–23). III. La
declaración del sueño, y la interpretación del mismo, que Daniel
hizo ante el rey Nabucodonosor (vv. 24–45). IV. El reconocimiento
que Nabucodonosor hizo del poder y de la sabiduría del Dios de
Israel, y los honores y dones que concedió a Daniel (vv. 46–49).
Versículos 1–13
Hay cierta dificultad en la fecha de lo que aquí se relata, pues se
nos dice (v. 1) que ocurrió «en el segundo año del reinado de
Nabucodonosor», al ser así que Daniel fue deportado a Babilonia en
el primer año de dicho reinado (1:1 y ss.), y estuvo bajo tutores
durante tres años antes de ser presentado al rey (1:5, 18). ¿Cómo
pudo, pues, ocurrir esto en el segundo año? La solución más
probable es la que aportan Wiseman, Thiele, Finegan y Walvoord:
Se cuenta, al estilo semita, un año entero y fragmentos de otros dos
para obtener tres. Así que, cuando Nabucodonosor puso sitio a
Jerusalén y se llevó, entre otros, a Daniel (agosto del 605 a. de C.),
fue el primer año de estudios de Daniel. El 7 de septiembre del
mismo año fue entronizado rey de Babilonia, tras la muerte de su
padre Nabopolasar, ocurrida el 16 de agosto. Del Nisán (entre
marzo y abril) del 604 al Nisán del 603 a. de C. tenemos el primer
año del reinado de Nabucodonosor (los meses de accesión al trono:
septiembre del 605 a marzo del 604 no se cuentan como un año de
reinado) y es el segundo año de estudios de Daniel. Finalmente, del
Nisán del 603 al del 602 tenemos el segundo año del reinado de
Nabucodonosor, que es ya el tercero de los estudios de Daniel, y el
año (meses más tarde) en que Nabucodonosor soñó sueños (v. 1.
Lit.).
1. La perplejidad que tuvo Nabucodonosor ante el sueño que
había tenido. Lo había olvidado, pero le había quedado la impresión
de que era un sueño importante y perturbador: «se turbó su espíritu
y no podía dormir» (v. 1, al final). Nabucodonosor era un
perturbador del Israel de Dios, y ahora Dios le perturbaba a él.
Todos los tesoros y deleites que este poderoso monarca poseía no
le podían conceder ningún reposo.
2. La prueba a que sometió a sus magos, astrólogos, etc. (v. 2),
para que le explicasen sus sueños. Muy ufanos se presentarían
ante el rey, orgullosos de que los llamase a ellos (¡no a Daniel!)
Pero el rey les pide un imposible, humanamente hablando: Les dice
(v. 3) que ha tenido un sueño, y que está turbado por el deseo de
comprenderlo. Ellos (v. 4) le piden en arameo (y aquí comienza la
porción aramea que se extiende hasta 7:28) que les declare el
sueño y ellos le darán la interpretación.
3. El rey insiste (v. 5) en que le declaren el sueño y se lo
interpreten bajo pena de muerte y de que sus casas sean
convertidas en muladares o, quizás, en campos abonados de
estiércol. Si logran (v. 6) mostrarle al rey el sueño y la
interpretación, serán colmados de honores. Comenta Alonso Díaz:
«La exigencia inaudita del rey de que los adivinos le descubran no
solamente la interpretación, sino el sueño mismo, prepara el que se
den por vencidos y resalte más a continuación la figura de Daniel».
4. Vuelven a insistir los magos en que el rey tiene que decirles el
sueño y, entonces, si no le dan la interpretación, la culpa será de
ellos (v. 7). Pero el poder arbitrario es sordo a las razones. El rey se
deja llevar de la pasión (v. 8), les dirige palabras muy fuertes y les
acusa de que quieren afrentarle (v. 9): «Ciertamente preparáis
respuesta mentirosa y falsa que decir delante de mí, entretanto que
pasa el tiempo», es decir, ya sea hasta que se le pase al rey el
deseo de conocer su sueño, ya sea hasta que lo haya olvidado tan
perfectamente que puedan ellos inventar uno nuevo sin que él se de
cuenta del engaño. Por eso, quizás, tiene él tanta prisa en que se lo
digan sin demora.
5. En vano apelan ellos: (A) A que no hay hombre en este mundo
(v. 10) que sea capaz de declarar el asunto al rey, sólo lo pueden
hacer (v. 11) los dioses que no viven entre los seres de carne; por
cierto, yerran en cuanto al número de dioses, pero dicen la verdad
en cuanto a que sólo Dios, que es Espíritu y el padre de los
espíritus, puede conocer perfectamente el espíritu del hombre y
todo lo que hay en su corazón, aunque el propio individuo lo olvide
o no se percate de ello. (B) También apelan a que (v. 10b) ningún
rey, príncipe ni señor exigió cosa semejante a ningún mago, ni
astrólogo ni caldeo (es decir, vidente babilónico. V. el comentario a
1:4).
6. El rey pronuncia sentencia de muerte contra todos los sabios
de Babilonia (v. 12), pues con ella les había amenazado (v. 5) si no
le satisfacían su deseo, y una misma había de ser para todos ellos
(v. 9). Se publica, pues, el edicto correspondiente (v. 13) y, aunque
Daniel y sus compañeros no habían sido llamados antes a la
presencia del rey, no por eso quedan exentos.
Versículos 14–23
¡Cuán miserable es el caso de los que viven bajo un gobierno
tirano y arbitrario como el de Nabucodonosor! Pero hay un poder
superior al de todos los tiranos juntos, y ese poder, celestial, está a
favor de Daniel y de sus compañeros; y, en atención a ellos, se
salvarán también las vidas de los sabios caldeos, no adoradores del
verdadero Dios. Daniel era famoso tanto por su piedad como por su
prudencia; por su piedad, tenía poder con Dios; por su prudencia, lo
tenía con los hombres; y en ambos casos prevalecía. En estos
versículos tenemos un notable ejemplo de ello.
1. Por su prudencia, Daniel sabía cómo tratar con los hombres.
Al ir a arrestar a Daniel, pidió éste (vv. 14, 15) a Arioc, capitán de la
guardia del rey, que le explicase cuál era la causa de que tal edicto
se publicase de parte del rey tan apresuradamente. A la vista del
versículo 24, es posible que el v. 16 no indique precisamente una
audiencia con el rey, sino una petición por medio del propio Arioc
(ésta es la opinión del traductor). El contexto posterior da a
entender que le fue concedido a Daniel el plazo requerido para
declarar al rey la interpretación, y el sueño mismo, como sabemos.
2. Por su piedad, sabía Daniel cómo conversar con Dios en
oración.
(A) Su humilde petición a Dios fue que tuviese a bien descubrirle
el sueño y su interpretación. Es cierto que (1:17b) dice que Daniel
alcanzó entendimiento en todas visiones y sueños (lit.), pero no el
adivinar sueños, a no ser por revelación de Dios.
(B) Se fue, pues, a su casa (v. 17), para estar con su Dios a
solas, e instó también (v. 18) a sus compañeros a implorar la
misericordia del Dios del cielo sobre este misterio. También el
apóstol Pablo rogaba a sus amigos que orasen por él. Así hemos de
mostrar el valor que damos a nuestros amigos, encomendándonos
a sus oraciones. A este asunto del sueño lo llama Daniel misterio,
porque era verdaderamente una cosa secreta, oculta. Cualquiera
sea la materia de nuestra preocupación, debe ser también la
materia de nuestra oración. Dios desea que nos sintamos
humildemente libres con Él. Bien podemos, en fe, orar al que tiene
en Su mano todos los corazones y obra portentos en Su
providencia, para que nos descubra lo que está fuera del alcance de
nuestra vista, y nos obtenga lo que está fuera del alcance de
nuestra mano.
(C) La misericordia que Daniel y sus compañeros imploraron a
Dios les fue otorgada (v. 19): «Entonces le fue revelado a Daniel el
misterio en visión de noche». Aunque la mayoría de los autores
sostienen que el vocablo «visión» es aquí específico y más noble
que «sueño» (que se concede igualmente a un rey pagano, y tirano,
como Nabucodonosor), no faltan quienes opinan que Daniel pudo
soñar el mismo sueño que había tenido el rey caldeo.
(D) La gratitud de Daniel por esta misericordia (v. 19b): «por lo
cual bendijo Daniel al Dios del cielo». El contenido de esta oración
de acción de gracias aparece en los versículos 20–23 y, como
observa Alonso Díaz, «tiene bastantes paralelos con Job 12:13, 15,
18, 22; 38:16–20». El comienzo es corriente en muchos salmos de
alabanza (v. Sal. 103:1, 2, 113:1, 2, 115:18 145:1, 2, 21): «Bendito
sea el nombre de Dios de siglos en siglos», porque por siempre hay
en Dios lo que debe ser bendecido y alabado; está inmutable y
eternamente en Él. Nótese, al final del versículo 23, la humildad de
Daniel al dar como revelado a sus amigos lo que le había revelado
Dios a él sólo: «… pues NOS has dado a conocer el asunto del
rey». Así también, el apóstol une consigo en las inscripciones de
muchas de sus epístolas a Silvano, Timoteo o a cualquier otro de
sus principales colaboradores.
Versículos 24–30
Introducción a la declaración que Daniel hace del sueño del rey y
a la interpretación del mismo sueño.
1. Su primera preocupación fue ahora procurar la revocación de
la sentencia pronunciada contra los sabios de Babilonia (v. 24). Fue
a toda prisa a decirle a Arioc, el capitán de la guardia del rey: «No
mates a los sabios de Babilonia».
2. Se ofreció, con gran seguridad, a ir al rey para declararles el
sueño y su interpretación (vv. 24, 25).
3. Aprovechó la ocasión para dar a Dios todo el honor. El rey dio
a entender que era una empresa muy difícil la que Daniel se atrevía
a acometer (v. 26): «¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y
su interpretación?» Cuanto más improbable le parecía al rey que
Daniel pudiese hacer esto, tanto más glorificado fue Dios en
capacitarle para que lo hiciese. Daniel desengaña al rey con
respecto a sus adivinos (v. 27): «El misterio que el rey demanda, ni
sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden revelar al
rey». Como si dijera: «Por tanto, no se enfade el rey con ellos por
no hacer lo que no pueden; sino más bien despídalos por no poder
hacerlo. Pero, aun cuando ellos no pueden, no desespere el rey de
no hallarlo, pues (v. 28) hay un Dios en los cielos, el cual revela los
misterios».
4. Confirmó al rey en la opinión de que el sueño era de gran valor
e importancia. Era una revelación de lo alto, un rayo de luz divina
introducido en su mente desde el mundo superior, referente a los
grandes asuntos de este mundo inferior. Dios, en ese sueño, «ha
hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los
postreros días». Comenta Alonso Díaz: «La frase al final de los días
es escatológica, y no significa simplemente la sucesión de los
imperios». ¡Estupenda confesión de parte de un jesuita católico! En
realidad, va más allá de lo que los dispensacionalistas afirmamos
(nota del traductor), pues los postreros días, para un judío del
Antiguo Testamento, significan todo el espacio de tiempo desde que
la profecía comienza a cumplirse hasta la inauguración del reino
mesiánico en la tierra. Lo veremos al estudiar la interpretación del
sueño.
5. Profesa solemnemente que no ha sido por ningún mérito de su
parte por lo que le ha sido revelado este misterio (v. 30): «Y a mí
me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más
sabiduría que en todos los vivientes; no, no lo he hallado yo con mi
sabiduría». El misterio le fue revelado por Dios, de pura gracia, a fin
de dar a conocer datos importantes de la historia universal de la
humanidad y, de paso, honrar a Daniel y a sus compañeros en
presencia del rey. Los profetas reciben para dar, y comunican a
otros lo que ellos han recibido de Dios.
Versículos 31–45
Ahora Daniel va a dar plena satisfacción al rey Nabucodonosor
con respecto a su sueño. Y también el rey será abundantemente
recompensado por escuchar a este profeta, aunque no lo haga en
nombre de un profeta.
I. El sueño en sí (vv. 31, 45).
1. Nabucodonosor era adorador de imágenes y, ¡hete aquí que
se le presenta una gran estatua ante los ojos! Era la estatua de
alguien que estaba en pie delante de él (v. 31b); en pie, como de
alguien vivo. Y, como las monarquías representadas en la estatua
eran admirables a los ojos de sus amigos, la estatua era muy
grande y de un brillo extraordinario; mas, porque era de temer para
sus enemigos, su aspecto era terrible: tanto los rasgos del rostro
como la postura y las dimensiones del cuerpo la hacían aparecer
terrible.
2. Pero lo que daba a la estatua un aspecto verdaderamente
extraordinario era la diversidad de los metales de que estaba
compuesta: (A) La cabeza (v. 32) era de oro fino, el metal más
precioso y duradero; (B) su pecho y sus brazos, de plata, que es un
metal valioso después del oro; (C) su vientre y sus caderas (o
costados o lomos), de bronce, metal que sigue, en nobleza, al oro y
a la plata; (D) sus piernas (v. 33), de hierro, metal menos noble que
el bronce o cobre; y, finalmente: (E) sus pies, en parte de hierro y
en parte de barro cocido. Véase lo que son las cosas de este
mundo: cuanto más bajas, tanto más viles. Mas a Nabucodonosor,
gran admirador de los reinos de este mundo y de su gloria (Mt. 4:8),
le eran presentadas bajo la imagen pomposa, grande y variopinta
de un hombre brillante y terrible.
3. Sin embargo, ¿qué quedó después de esta imagen o estatua?
La secuencia del sueño la presenta (v. 34) hecha añicos, reducida a
polvo y aventada como el tamo de las eras. Vio el rey una piedra
que se desgajó de la cantera sin que la tocasen manos humanas y
golpeó los pies de la estatua, que eran una mezcla de hierro y de
barro cocido, y los desmenuzó; falta entonces de base, cayó por
tierra la gran estatua, y el oro, la plata, el bronce y el hierro (v. 35)
fueron también desmenuzados; más aún, llegaron a ser (v. 35b)
como tamo de las eras en verano, y se los llevó el viento sin que de
ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que había golpeado a la
estatua fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.
II. La interpretación del sueño (vv. 37–45).
1. La estatua representaba los reinos de la tierra que habían de
gobernar sucesivamente sobre las naciones e influir, de un modo u
otro, en los asuntos del pueblo de Israel. Las cuatro monarquías
son representadas no por cuatro estatuas diferentes, sino por una
sola, porque todas ellas tienen el mismo espíritu en cuanto a su
oposición al Dios verdadero y al pueblo de Dios.
(A) La cabeza de oro simbolizaba la monarquía caldea, de la que
el rey Nabucodonosor (vv. 37, 38) era el representante más notable:
«tú eres aquella cabeza de oro» (v. 38, al final). Dice Alonso Díaz:
«Rey de reyes (v. 37) es un título persa (cf. Esd. 7:12), aunque
también se encuentra aplicado por Ezequiel a Nabucodonosor (cf.
Ez. 26:7)». Para las otras frases de los versículos 37 y 38, véase
especialmente Jeremías 25:9, 11; 27:5–7. Había por este tiempo en
el mundo otros reinos poderosos, como el de los escitas; pero fue el
de Babilonia el que reinó sobre los judíos. Es llamado cabeza por su
sabiduría; de oro, por sus riquezas (comp. con Is. 14:4).
(B) El pecho y los brazos de plata significaban la monarquía de
los medos y los persas, reino inferior (v. 39) al caldeo, no en
extensión, sino en calidad. En realidad, según bajamos en la calidad
de los metales, más extensos son los reinos, y hasta más
poderosos. La monarquía medopersa fue, en realidad, fundada por
Darío el medo y Ciro el persa, y aun el propio Ciro era persa por
parte de padre, pero medo por parte de madre. El poderío
medopersa duró desde 538 hasta 333 a. de Cristo.
(C) El vientre y las caderas de bronce (o cobre) significaba la
monarquía griega, llegada al pináculo de su poderío bajo Alejandro
el Grande, quien derrotó al último de los emperadores persas, Darío
III. De este tercer reino de bronce (v. 39b) no se dice que sea
inferior al anterior, aunque el bronce es inferior, en calidad, a la
plata; quizás se tiene en cuenta que dominará sobre toda la tierra,
ya sea porque en el occidente no había cuajado aún ningún reino
de importancia política o militar, ya sea por la jactancia del propio
Alejandro Magno, quien se gloriaba de haber conquistado el mundo
entero (y aun dice la leyenda que lloró por no poder conquistar la
luna).
(D) Las piernas y los pies de hierro simbolizan, sin duda, el
imperio romano, que, como el hierro, aplastaba todos los pueblos
que conquistaba. Walvoord hace notar que «Daniel presta más
atención a este cuarto reino que a todos los precedentes reinos
juntos». También hace notar, en cuanto a los pies, que Daniel
«presta especial atención a esto y, de hecho, dice de los pies de la
imagen tanto como de toda la imagen por encima de los pies». Esto
significa que lo de los pies reviste especial importancia:
(a) Al explicar (v. 41) el significado de la mezcla de hierro y barro
cocido, dice que «será un reino compuesto» (mejor que «dividido»),
ya que «estaba compuesto de pueblos fuertes (hierro) y débiles
(barro)» (Ryrie). Se trata de «barro cocido», pues si estuviese sin
cocer no se sostendría en modo alguno; además, es el barro
cocido, endurecido, el que resulta frágil.
(b) La clave de la interpretación del cuarto reino se halla en el
versículo 44: «Y en los días de estos reyes, el Dios del cielo
levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino
dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos
reinos, pero él permanecerá para siempre». El plural reyes da a
entender claramente que los diez dedos de los pies de la estatua
representan diez reyes que reinan simultáneamente; es decir, hay
diez reinos simultáneos en los días en que Dios hace surgir el reino
que permanecerá para siempre.
(c) Que éste es el reino mesiánico del futuro se prueba por las
siguientes razones: Primera, la fraseología del versículo 44
concuerda con la profecía de Lucas 1:32, 33, la cual apunta a la
Segunda Venida de Cristo, pues en la Primera no se inauguró el
reino mesiánico, sino que el Mesías-Rey de Israel fue rechazado
por su propio pueblo y crucificado. Segunda, la Iglesia no puede ser
el reino representado por la piedra cortada, porque no coincide con
las características que aquí se asignan a dicho reino: ni es un
monte, ni es un reino propiamente dicho, ni ha llenado de una vez la
tierra, ni ha desmenuzado los reinos existentes, ni estaba el Imperio
Romano dividido en diez reinos cuando surgió la Iglesia. Tercera, el
paralelismo con el capítulo 7 de la presente profecía muestra que
los diez reinos del capítulo 2 pertenecen al futuro, en una especie
de reinstauración del Imperio Romano, que ya parece comenzar a
fraguarse. Cuarta, será precisamente en su Segunda Venida (v. Ap.
19:11–21) cuando Cristo aparecerá como Rey de reyes para (Ap.
19:15) regir a las naciones con vara de hierro (comp. con Sal. 2:9);
y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira del Dios Todopoderoso
(comp. con Is. 63:1–6). Quinta, la distancia entre la caída del
Imperio Romano antiguo (año 1453 de nuestra era en su parte
oriental) y su futuro establecimiento en forma de diez reinos no ha
de extrañar, como no extraña la clara división de épocas distantes
en Isaías 61:2 (v. el comentario a dicho versículo). El profeta pasa
por alto lo que no interesa al nervio de su profecía.
III. Después de interpretar el sueño, a plena satisfacción del rey
Nabucodonosor, Daniel cierra con una solemne aserción: 1. Del
origen divino del sueño (v. 45b): «El gran Dios ha dado a conocer al
rey lo que sucederá después de esto» (lit.). Ni los magos del rey, ni
sus dioses pudieron revelar al rey este misterio, pero el gran Dios,
el único verdadero ha podido hacerlo y lo ha hecho. 2. De la
indudable certeza de las cosas predichas mediante este sueño.
Bien podemos creer con toda firmeza y seguridad lo que Dios nos
ha dado a conocer.
Versículos 46–49
En vez de resentirse como de una afrenta, el rey recibió como un
oráculo del cielo toda la explicación que Daniel le hizo del famoso
sueño, y aquí tenemos sus expresiones sobre las impresiones que
la explicación de Daniel le había producido.
1. Estaba dispuesto a considerar a Daniel como a un semidiós o
que, al menos, tenía dentro de sí algo de la deidad digna de
adoración (v. 46). Al comparar la actuación de Daniel aquí con la de
Pablo y Bernabé en Listra (Hch. 14:13–18), dice Alonso Díaz:
«Daniel no se opone, pero la situación no contiene aquí equívoco,
puesto que Daniel se ha presentado antes como actuando en virtud
de una revelación de Dios. Honrar a Daniel es honrar al Dios que
descubrió el enigma a Daniel». Y Walvoord hace notar que
«Nabucodonosor consideraba a Daniel meramente como a un digno
sacerdote o representante de su Dios, y lo honraba como a tal». Lo
confirman sus expresiones en el versículo siguiente.
2. Reconoció (v. 47) que el Dios de Daniel era el gran Dios: el
Dios de dioses, Señor de reyes y revelador de misterios. No era,
pues, a Daniel propiamente a quien Nabucodonosor adoraba, sino
al Dios de Daniel.
3. El rey promovió a Daniel (v. 48), le engrandeció, pues, además
de colmarle de regalos y honores, le nombró gobernador de toda la
provincia de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios de
Babilonia (comp. con Gn. 41:39–44).
4. Daniel mostró, una vez más, su humildad y su compañerismo
al influir ante el rey (v. 49) para que pusiera sobre los negocios de la
provincia de Babilonia a Sadrac, Mesac y Abed-negó, quedando él
mismo en la corte del rey (lit. en la puerta del rey), es decir, la
cancillería de palacio. Dicen los autores de la obra Search the
Scriptures: «El significado es que Daniel, a quien Nabucodonosor
había conferido un doble oficio (v. 48), rogó que el gobierno de la
provincia de Babilonia fuese transferido a sus amigos, mientras él
quedaba en la corte como jefe de los sabios del rey». Todos estos
piadosos judíos, aunque habían sido deportados a Babilonia como
cautivos de guerra, no solamente ascendieron a los más altos
puestos de autoridad y responsabilidad en el imperio babilónico,
sino que tuvieron ocasión así de favorecer y servir a sus demás
compañeros de cautiverio.
CAPÍTULO 3
Aquí tenemos ahora los mismos tres hombres bajo tanto
desagrado del rey cuanto era antes el favor que del rey disfrutaban;
con todo, su Dios les dispensa ahora mayores honores que los que
les había otorgado antes el príncipe, y les capacita con Su gracia
para que prefieran sufrir antes que pecar. Es un relato memorable,
que presta gran aliento a la constancia del pueblo de Dios en
tiempos de prueba. El autor de Hebreos menciona (He. 11:34),
entre los héroes de la fe, los que «apagaron fuegos impetuosos». I.
Nabucodonosor mandó hacer una estatua de oro y ordenó a todos
sus súbditos adorarla, lo cual hicieron la mayoría de ellos (vv. 1–7).
II. Le informan que ciertos dignatarios judíos se niegan a rendir
adoración a la estatua (vv. 8–12). III. Ellos persisten con toda
constancia en su negativa, a pesar de las amenazas del rey (vv.
13–18). IV. Por ello, son arrojados a un horno encendido (vv. 19–
23). V. Son milagrosamente preservados por el poder de Dios, y el
rey les invita a salir de allí, convencido por este milagro del error
que cometió al arrojarlos allá (vv. 24–27). VI. El honor que el rey dio
por todo esto al Dios verdadero, y el favor que mostró a estos fieles
varones (vv. 28–30).
Versículos 1–7
1. Es erigida una imagen de oro (v. 1) para ser adorada.
Babilonia estaba llena de ídolos, pero quienes han abandonado al
único Dios vivo y comienzan a erigir muchos dioses falsos, hallan
que esos dioses no les satisfacen en modo alguno, por lo que
andan constantemente en busca de otros. Era una estatua de oro,
es decir, cubierta de oro (v. Is. 40:19). Es probable (no seguro) que
tuviese forma humana. La falta de proporción entre la altura y la
anchura parece indicar que los 60 codos de altura incluyen también
el pedestal sobre el que estaba colocada. Extraña que
Nabucodonosor, que había confesado al Dios de los judíos como
«Dios de dioses, Señor de reyes y revelador de misterios» (2:47),
haya perdido ya aquellos sentimientos, pero han pasado algunos
años y el rey caldeo es muy voluble. Quizás le había quedado de la
interpretación del sueño del capítulo 2 únicamente el recuerdo de
que él era la cabeza de oro (2:38, al final). Ahora se hace una
imagen de oro y quiere competir con Dios.
2. Todos los estamentos de la sociedad caldea son convocados
a rendir adoración a la imagen (vv. 2, 3). Se emprenden largos
viajes con un objetivo tan necio; pero, como los ídolos son cosas sin
sentido, así también sus adoradores carecen de sentido.
3. El pregonero del rey (vv. 4–6) hace la proclamación del edicto,
y manda a todos que se postren y adoren la imagen del rey, bajo
pena de ser arrojados dentro de un horno de fuego, encendido
previamente para este fin. Y (v. 7) «todos los pueblos, naciones y
lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey
Nabucodonosor había levantado». Con la cobardía y el servilismo
masivos de tanta gente iba a contrastar la valentía y la fidelidad de
tres varones judíos.
Versículos 8–18
1. Ciertos caldeos (v. 8), no precisamente de entre los sabios,
sino en sentido étnico, informan al rey (vv. 9–12) de que los tres
judíos a quienes el rey había confiado el gobierno de la provincia de
Babilonia no respetan al rey, no sirven a sus dioses ni adoran la
estatua de oro (v. 12). Dos motivos parecen entreverse en esta
acusación: (A) Celos. Eran judíos y habían sido promovidos a tan
alto cargo con preferencia a todos los caldeos. (B) Desprecio. Entre
los hechos del capítulo anterior y los de éste media un período de
tiempo durante el cual Nabucodonosor ha consumado la
destrucción de Jerusalén y de su Templo. Walvoord da como
probable que «hubiesen transcurrido veinte años entre el capítulo 2
y el capítulo 3». Una pregunta ocurre enseguida a cualquier lector
atento: ¿Dónde se hallaba Daniel en este momento? El mismo autor
da tres opciones, y se inclina a favor de la última como «más
probable» 1) Daniel consideró que era un acto político que no
violaba su conciencia (me repugna esta solución—nota del traductor
—); 2) Daniel no adoró, y su alta posición bastó para que sus
enemigos no le acusaran (en contra de esta opinión, basta
comparar este caso con el de 6:4 y ss.); 3) Daniel estaba ausente
por el motivo que fuese (no cabe duda de que ésta es la verdadera
solución).
2. El rey ordena que los tres judíos sean conducidos a su
presencia (v. 13) y les pregunta si es verdad que han decidido
deliberadamente (ése parece ser el sentido del texto original) no
servir a los dioses caldeos ni adorar la estatua que él ha erigido.
Nótese que el rey no parece dudar de la lealtad personal de estos
tres hombres, pues calla lo de «no te han respetado» del v. 12b).
Está dispuesto a perdonarles si están ahora dispuestos a adorar la
estatua tan pronto como suene la música (v. 15). De lo contrario, no
quedarán exentos de ser arrojados al horno encendido. La última
frase del versículo 15 nos recuerda la arrogancia de Senaquerib en
Isaías 36:18–20.
3. La respuesta de los tres hombres es una obra maestra de
valentía, humildad y confianza (vv. 16–18); brillan aquí:
(A) Su desprecio a la muerte (v. 16b): «No necesitamos darte
una respuesta sobre este asunto». No ha de verse en esta
respuesta ninguna arrogancia ni falta de respeto al rey. Tampoco es
una respuesta evasiva. Lo que vienen a decir es que: (a) No
necesitan deliberar sobre lo que habrían de responder; (b) no
necesitan presentar excusas; (c) no les permite la conciencia obrar
de otro modo.
(B) Su confianza en Dios y su total dependencia de Él (v. 17).
Contra la arrogancia del rey (v. 15, al final: «¿y qué dios será aquel
que os libre de mis manos?») responden, según dice literalmente el
original: «Si es que nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos
de un horno de fuego ardiente, también de tu mano, oh rey, librará».
No es que pongan en duda el poder de Dios para librar del fuego y
de la mano del rey, sino que arguyen de mayor a menor: El que
puede librar del daño que puede hacer un horno de fuego de tal
manera encendido, también puede librar de las manos de un
hombre mortal.
(C) Su firme resolución de adherirse a sus principios religiosos,
sea cual sea la consecuencia (v. 18). ¡Qué firmeza tan digna, tan
solemne y majestuosa la de estos varones judíos al responder al
rey! «Y si no, que te sea sabido (lit.), oh rey, que no serviremos a
tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado».
No le imponen a Dios lo que ha de hacer, sino que se someten a Su
santa voluntad, ya que «la liberación o el martirio eran igualmente
posibles en Su plan» (Ryrie). ¡Cuán diferente es el carácter de estos
héroes del de sus antepasados de las diez tribus, quienes, sin que
nadie de fuera les provocara ni les amenazara, habían adorado el
becerro de oro en Dan y en Betel! Alguien habría pensado que
obraban imprudentemente, pues con un pequeño acto de respeto,
ofrecido en un minuto al rey en su imagen, habían podido salvar su
propia vida y estar así en condiciones de hacer muchos y grandes
servicios a sus hermanos de raza. Pero hay más que suficiente en
aquellas palabras de Dios en el segundo mandamiento del
Decálogo para dar respuesta y hacer callar a éstos y a muchos
otros razonamientos carnales. Antes morir que pecar. No se pueden
hacer males para que surjan bienes (v. Ro. 3:8).
Versículos 19–27
1. Al rehusar obedecer la orden del rey, estos tres valientes
fueron arrojados al horno de fuego, pues Nabucodonosor, en lugar
de quedar persuadido por la firmeza y la dignidad de ellos, se
exasperó todavía más (v. 19) hasta demudársele el rostro. No
estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria. «Y ordenó (v.
19b) que el horno se encendiese siete veces más de lo
acostumbrado». Y, vestidos según estaban, los ataron y los
arrojaron en medio del horno de fuego encendido (vv. 20, 21). Pero
cuanto más fuerte era el fuego y más seguras las ataduras, tanto
mayor el milagro.
2. Ahora nótese los numerosos detalles milagrosos en la
liberación que Dios llevó a cabo a favor de esos campeones de la
fe:
(A) Habían encendido tanto el horno que las llamas mataron a
los mismos hombres que arrojaron a los tres judíos en medio del
horno (v. 22).
(B) Esas mismas llamas, no sólo no hicieron ningún daño a los
que así habían sido arrojados al interior del horno, sino que no les
chamuscaron el cabello ni las ropas (v. 27), de forma que «ni
siquiera tenían olor de fuego». Sólo les quemaron las ataduras para
ponerlos en libertad.
(C) Los tres habían caído atados dentro del horno (v. 23), pero el
propio rey y todos los más altos funcionarios de Caldea pudieron
verlos paseándose (v. 25) por en medio del fuego sin sufrir ningún
daño, lo cual insinúa que el horno de fuego era lo bastante grande
para que cuatro personas estuviesen paseándose allí. Los cuerpos,
sin daño; las mentes, sin ofuscación.
(D) Además, ahora resultaba que, en lugar de tres, eran cuatro
los varones sueltos que se paseaban por el interior del horno. Esto
fue lo que más llamó la atención de Nabucodonosor (vv. 24, 25):
«se quedó atónito y se levantó apresuradamente». Estaba
cómodamente sentado, a fin de presenciar el espectáculo con el
que esperaba demostrar que no había dios que librase de sus
manos a estos hombres (v. 15, al final), pero había un Dios que los
había librado del fuego y de su mano. ¿Quién era el cuarto
personaje? El rey dijo (v. 25, al final) que «el aspecto del cuarto es
como de un hijo de dioses» (lit.). Luego (v. 28b) especificará un
poco más.
3. Inmediatamente (v. 26) el rey se acercó a la boca del horno y,
al llamar a los tres varones por sus nombres, añadió «siervos del
Dios Altísimo», lo que significa que reconocía al Dios de Israel como
más alto que los dioses de Babilonia, les invitó a salir del horno. No
se menciona más al cuarto varón, pues es obvio que, para
entonces, había desaparecido. Los tres, como hemos visto, salieron
totalmente indemnes (v. 27), y del milagro había tantos testigos que
nadie se habría atrevido a negarlo. Los caldeos adoraban el fuego
como una de las imágenes del sol, de modo que, al frenar el poder
del fuego, Dios había menospreciado, no sólo al rey, sino también a
su dios.
Versículos 28–30
El efecto que el milagro hizo en Nabucodonosor.
1. Da gloria al Dios de Israel como a un Dios poderoso para
proteger a Sus adoradores y presto para protegerles (v. 28):
«¡Bendito sea el Dios de Sadrac, etc.». Dios puede extraer
confesiones de bendición aun de aquellos que han estado
dispuestos a maldecirle en Su rostro. (A) Le da gloria por Su poder
(v. 29, al final): «no hay dios que pueda librar como éste». Si puede
librar como nadie, también puede demandar obediencia como
nadie. (B) Le da gloria por su presteza en ayudar a los Suyos (v.
28b): «envió a su ángel y libró a sus siervos, etc.». Hay una alusión
inequívoca al Ángel de Jehová, el propio Mesías preencarnado. Bel
no pudo preservar a sus adoradores de ser quemados junto a la
boca del horno (v. 22), pero el Dios de Israel preservó del fuego a
los Suyos, que habían sido arrojados, atados, en medio del fuego.
2. Aplaude ahora la constancia de estos tres hombres en su
devoción a Dios, y lo declara para honor de ellos (v. 28): «confiando
en Él (Dios), no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus
cuerpos antes que servir y adorar a ningún otro dios fuera de su
Dios». El original tiene una fraseología más fuerte que la de nuestra
Reina-Valera en la frase «no cumplieron el edicto del rey», pues
dice literalmente: «cambiaron la palabra del rey», es decir, la
conculcaron (o violaron), como dicen algunas versiones. Estas
frases de Nabucodonosor son tan extraordinarias que, si no las
avalase la autoridad de las Escrituras, que no pueden errar, serían
francamente increíbles en un rey pagano, cruel y déspota.
3. Da un edicto en el que prohibe estrictamente que se hable mal
del Dios de Israel (v. 29). El milagro que acaba de presenciar le ha
hecho tal impresión que la pena que impone a toda persona «que
hable sin respeto del Dios de Sadrac, etc.», es terrible: «sea
descuartizada, y su casa convertida en muladar»; la misma que
había decretado contra sus sabios si no acertaban a declararle el
sueño que había tenido (comp. con 2:5).
4. No sólo revoca la proscripción de estos tres hombres, sino que
los restablece en los puestos de gobierno que ocupaban. En
realidad, el verbo arameo para «engrandeció» (v. 30) significa «hizo
prosperar», lo que indica que les confirió mayores honores,
dignidades y poderes de los que anteriormente poseían.
CAPÍTULO 4
1

Lo registrado en este capítulo concerniente a Nabucodonosor se


nos ofrece con sus propias palabras. I. El prólogo a esta narración,
en el que reconoce el dominio de Dios sobre él (vv. 1–3). II. La
narración misma, en la que refiere: 1. Su nuevo sueño (vv. 4–18). 2.
La interpretación que del sueño le dio Daniel, mostrándole su
pecado y exhortándole al arrepentimiento (vv. 19–27). 3. La
humillación que Dios le infligió al hacer que enloqueciese por
espacio de siete años, recobrando después el uso normal de la
razón (vv. 28–36). III. La conclusión del relato, con humilde
reconocimiento y adoración de Dios como Rey del cielo y Soberano
de todos (v. 37).
Versículos 1–3
1. La forma de la proclamación es la acostumbrada en
Nabucodonosor (v. 1). El estilo del rey es breve y sin florituras
afectadas, como puede verse: «Nabucodonosor rey». La proclama
va dirigida «a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en
la tierra». El saludo es el acostumbrado entre los antiguos
orientales: «¡Paz abundante a vosotros!» Como hace notar
Walvoord, el saludo se parece mucho al de Pablo en sus epístolas

1Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224


TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 948
(comp. también con 6:25), pero el sentido del vocablo en los
escritos de Pablo es muy diferente.
2. La proclama tiene por objeto:
(A) Dar a conocer a otros los caminos de la Providencia con
respecto a él (v. 2): «Me place dar a conocer las señales y milagros
que el Dios Altísimo ha hecho conmigo». Ahora que se ha
recuperado de su enfermedad, reconoce como una deuda a Dios y
al mundo el referir cuán justamente le había humillado Dios y cuán
benignamente le había restaurado después. Debemos dar gloria a
Dios, no sólo alabándole por sus misericordias, sino también al
confesar nuestros pecados y aceptar el castigo de nuestra
iniquidad.
(B) Mostrar la convicción que en su ánimo habían engendrado
los caminos de la Providencia con respecto a él (v. 2).
Nabucodonosor admira lo que Dios ha hecho con él. Era ya muy
entrado en años, pues había reinado más de cuarenta años y había
visto mucho de las cosas del mundo, de guerras y revoluciones,
pero nunca hasta ahora había llegado a admirar las señales y los
milagros del Dios verdadero. «¡Cuán grandes, dice (v. 3), son sus
señales y cuán potentes sus prodigios!» Y de ahí infiere la magnitud
del señorío y de la soberanía de Dios: «Su reino no es como el mío,
próximo a acabarse, sino que es un reino sempiterno. Otros
señores reinan durante una generación; otras dinastías perduran
por algunas, más o menos, generaciones, pero el señorío de ese
Dios perdura de generación en generación».
Versículos 4–18
Antes de referir el castigo que Dios le impuso por su soberbia,
Nabucodonosor da cuenta de las advertencias que había recibido a
ese respecto.
1. La alarma le fue dada (v. 4) cuando estaba tranquilo en su
casa y floreciente en su palacio. Había conquistado recientemente
Egipto, completado con ello sus victorias y terminado sus guerras
hacia el año trigesimocuarto o trigesimoquinto de su reinado (v. Ez.
29:17). Entonces fue cuando tuvo este sueño, el cual se cumplió un
año más tarde. Siguieron los siete años de su locura y, al
recuperarse de ella, escribió esta declaración; vivió después unos
dos años más, y murió en el cuadragesimoquinto año de su reinado.
2. La impresión que le hizo este sueño (v. 5): «Tuve un sueño
que me espantó». Comenzó a cavilar en su lecho sobre lo que
había visto y cada vez le turbaban más sus imaginaciones. En vano
consultó sobre el sueño (vv. 6, 7) a todos los sabios de Babilonia.
Ninguno pudo mostrarle la interpretación, a pesar de la jactancia
con que, en otra ocasión (2:4, 7), le habían dicho que, si les
mostraba el sueño, se lo interpretarían. Ahora empezaba a
cumplirse lo predicho por Isaías (Is. 47:12, 13): que de nada le
habían de servir a Babilonia sus muchos consejeros cuando llegase
la hora de la destrucción del imperio caldeo.
3. «Hasta que vino a mi presencia Daniel, etc.» (v. 8). Hay
muchos que acuden a la Palabra de Dios como al último refugio, y
nunca acuden a ella hasta que se les acaban todos los demás
recursos. Nótense los elogios que, de entrada, hace de Daniel. La
razón por la que el rey repite su nombre caldeo, Beltsasar, es
porque, como hace notar Walvoord, «el decreto era publicado a lo
largo y ancho de todo el reino, donde la mayoría de la gente
conocería a Daniel por su nombre babilónico». M. Henry advierte
una decadencia en el modo de hablar de Nabucodonosor aquí,
pues, tras de llamar Dios Altísimo al Dios de Israel, ahora menciona
(vv. 8, 9) el espíritu de los dioses santos, y, en lugar de llamar a
Daniel siervo de Dios, le llama (v. 9) jefe de los magos. Para este
traductor, la razón de esta manera de hablar, distinta de la que
hemos visto en 3:26–30, es muy sencilla: En el capítulo 3 está en
presencia de tres varones judíos y algunos de los altos dignatarios
del país, y se halla tremendamente impresionado por el milagro que
Dios acaba de realizar. En cambio, ahora se dirige en una proclama
a todos los súbditos del imperio y por fuerza tiene que usar el
lenguaje de los caldeos. Sin embargo, este lenguaje politeísta, y
especialmente la frase del versículo 8 «… cuyo nombre es
Beltsasar, como el nombre de MI DIOS», me resulta una de las
graves objeciones contra la opinión de que Nabucodonosor fue
realmente convertido al Dios verdadero.
4. El relato que hace de su sueño.
(A) Vio en el centro de la tierra (v. 10b) un árbol cuya altura era
muy grande (comp. con Is. 14:4–20; Ez. 28:1–19 y, especialmente,
con Ezequiel 31:2–9, donde el Faraón figura como un majestuoso
cedro del Líbano). Tan alto se había hecho este árbol que (v. 11) el
rey vio su copa llegando hasta el cielo, de modo que se le podía ver
desde todos los confines de la tierra. Su follaje (v. 12) era hermoso
a la vista. Pero, además, había en este árbol dos excelentes
cualidades que no se hallaban en el cedro de Ezequiel 31:6.
Además de dar excelente sombra contra el ardor del sol, mucha
más que el aludido cedro: (a) tenía fruto abundante, no como el
cedro de Ezequiel, que sólo ofrecía sombra; (b) «se mantenía de él
toda carne» (v. 12, al final. Lit.), es decir, todo ser viviente, tanto
hombres como animales, con lo que da a entender la grandeza de
Nabucodonosor como proveedor de todo lo necesario para
satisfacer las necesidades materiales de sus súbditos, tanto de los
hombres como de sus bestias.
(B) Oyó la sentencia dictada contra este árbol por medio de un
ángel a quien él llama «un vigilante, un santo que descendía del
cielo» (v. 13, 17, 23). Este ángel ordena talar el árbol (v. 14), pero
sin arrancarlo de raíz: Se ha de dejar (v. 15) en la tierra el tocón y
sus raíces, con ataduras de hierro y de bronce. La finalidad de esto
último es explicada así por Ryrie: «Ya sea para freno (como se hace
con un loco) o para preservación, a fin de impedir que el tocón sea
desarraigado».
(C) El ángel explicó (v. 16) el significado de la sentencia que
pendía sobre la persona representada en este árbol: La tal persona
ha de ser privada de su dignidad humana y de su mente racional,
para que viva durante siete años como un animal bruto. Los
orgullosos tiranos que ponen su corazón como corazón de Dios (Ez.
28:2, al final), bien se merecen que Dios les prive de su corazón de
hombre y ponga en ellos corazón de animales brutos. Que todo esto
no es una fantasía, sino una realidad afirmada por la Palabra de
Dios, se confirma por los numerosos casos que se han dado de
esta locura, designada por Keil con el epíteto latino de insania
zoanthrópica; más específicamente, puede hablarse aquí de locura
boantrópica, esto es, de un hombre que llega a sentirse y a
comportarse como un buey.
(D) La sentencia se cumplió por decreto de los vigilantes.
Aunque, como observa Alonso Díaz, «en el libro de Henoc (1 Henoc
10:6; 16:1; 19:1) los vigilantes son los ángeles caídos», es muy
improbable que en este contexto puedan ser ellos los que dan tal
decreto; basta con notar el objetivo de tal resolución (v. 17b): «para
que conozcan los vivientes que el Altísimo es dueño del reino de los
hombres, y que a quien Él quiere lo da, y puede establecer sobre él
al más bajo de los hombres». Este lenguaje sólo tiene sentido si
procede de un ángel de Dios, no de un ángel caído (comp. con Lc.
4:6 para ver el contraste).
5. Hecho el relato de su sueño, Nabucodonosor pide a Daniel
que se lo interprete (v. 18), «porque—dice—todos los sabios de mi
reino no han podido mostrarme su interpretación; mas tú puedes,
porque mora en ti el espíritu de los dioses santos».
Versículos 19–27
Interpretación del sueño de Nabucodonosor. Una vez que se le
diga: «Tú eres ese hombre» (2 S. 12:7), queda muy poco por
añadir. La cosa estaba tan clara que, tan pronto como Daniel
escuchó el sueño, «quedó atónito (mejor, aterrado) durante una
hora» (lit.), es decir, por algún tiempo. «Una hora» expresa gran
lapso de tiempo pero sólo relativamente (comp. con Ap. 8:1). Dice
Ryrie: «No porque el sueño le resultase ininteligible, sino por su
repugnancia a declarar el juicio de Dios al rey, a quien se ve que
había llegado a amar».
1. El rey se dio cuenta del aturdimiento de Daniel y, al pensar
que tardaba en hablar por temor de ofenderle, le animó a decirle las
cosas claras: «Beltsasar—le dijo a Daniel (v. 19b)—, no te turben ni
el sueño ni su interpretación». Sin duda dijo esto como quien
sinceramente deseaba saber la verdad, por amarga que fuese.
Daniel muestra el afecto que sentía hacia el rey al decirle: «Señor
mío, sea el sueño para tus enemigos; y su interpretación, para tus
adversarios». Resulta poco menos que increíble que haya autores
que entiendan estas palabras como si Daniel quisiera decir que el
sueño iba a causar alegría a los enemigos de Nabucodonosor. El
sentido es obvio: «Sea para tus enemigos el castigo que este sueño
significa». Aunque este rey era un opresor del pueblo de Dios, al
presente era, sin embargo, el príncipe de Daniel.
2. La interpretación es solamente una repetición del sueño, con
aplicación personal al rey caldeo (vv. 20–23): «El árbol que viste …
eres tú mismo, oh rey, etc.». En cuanto al decreto que, de parte del
Altísimo, había recaído sobre el rey (v. 24), la sentencia (vv. 25, 26)
era que sería depuesto de su trono, y aun echado de entre los
hombres para morar con las bestias del campo, de forma que le
apacentarían con hierba del campo como a los bueyes (recuérdese
lo dicho sobre la locura boantrópica) y, también como los bueyes,
dormiría al raso (v. 26b: «serás bañado con el rocío del cielo»). Esto
había de ser durante siete tiempos, es decir (con la mayor
probabilidad), siete años, al cabo de los cuales, vuelto en sí,
reconocería la soberanía de Dios sobre los hombres. La última frase
del versículo 26 dice literalmente: «luego que hayas reconocido que
(quien) gobierna (son) los cielos». Comenta Alonso Díaz: «La
expresión los cielos para designar a Dios, tan frecuente en el tardío
judaísmo (cf. Mt. 3:2: “el reino de los cielos”), únicamente se usa
aquí en todo el Antiguo Testamento». Compárese con la expresión
del Hijo Pródigo (Lc. 15:18, 21): «Padre, he pecado contra el cielo y
ante ti».
3. La exhortación que, como fiel profeta de Dios, le hizo Daniel al
rey al acabar la interpretación del sueño (v. 27). Véase: (A) Con qué
humildad le da su consejo, con qué ternura y con qué respeto: «Por
tanto, oh rey, acepta mi consejo». (B) Con qué prudencia, afecto y
sabiduría le aconseja lo que debe hacer: No le aconseja que vaya a
un médico para que le prescriba algo contra una posible recaída en
la enfermedad, sino que rompa con sus pecados. Había oprimido a
sus súbditos y se había comportado de mala manera con sus
aliados.
4. La última frase del versículo 27 dice literalmente: «si habrá
duración para tu prosperidad», pero la conjunción aramea hen no es
propiamente condicional, sino que, más bien, equivale al adverbio
de modo «así». Sobre este versículo 27 (24 en la Biblia Hebrea)
dice Alonso Díaz: «Este verso ha sido campo de discusión entre
protestantes y católicos. La posibilidad del arrepentimiento queda
clara con estas palabras. Los acontecimientos no los maneja un
hado inexorable, sino un Dios personal y bondadoso». Me parece
que el docto jesuita—nota del traductor—está aquí dando golpes al
aire, pues no conozco a ningún «protestante» (al menos,
evangélico) que niegue la posibilidad del arrepentimiento ni
defienda que «los acontecimientos los maneja un hado inexorable».
Pero permítaseme añadir que el texto sagrado no significa que los
pecados se puedan expiar o redimir con obras de misericordia, y es
una pena que las ediciones de la Reina-Valera anteriores a la del
1977 hayan introducido aquí el verbo redimir (tomado de la Vulgata
Latina), cuando el verbo arameo significa literalmente «romper
con». Dice a este propósito el Dr. Walvoord: «Este pasaje ha creado
alguna controversia a causa de una mala traducción de la Vulgata,
que dice: “Redime tus pecados por medio de obras de caridad y tus
iniquidades por medio de obras de misericordia con los pobres”.
Esto, por supuesto, no es lo que está registrado en el libro de
Daniel. A Nabucodonosor no se le promete perdón con base en
buenas obras o limosnas a los pobres; sino que, más bien, lo que
dice es que, si es rey prudente y benévolo, disminuirá la necesidad
de que Dios intervenga con un juicio inmediato a causa del orgullo
de Nabucodonosor».
Versículos 28–33
Se cumple el sueño de Nabucodonosor, y queda justificada y
confirmada la aplicación que Daniel había hecho de dicho sueño a
Nabucodonosor.
1. La paciencia de Dios con él: «Todo esto sobrevino al rey
Nabucodonosor» (v. 28), pero no inmediatamente, sino «al cabo de
doce meses» (v. 29), durante los cuales no se ve que rompiese con
sus pecados ni mostrase misericordia hacia los pobres cautivos
oprimidos. Dios le había dado todavía un año más (comp. con Lc.
13:8), por ver si se arrepentía.
2. Su orgullo, su altivez y el abuso que hizo de la paciencia de
Dios. Se paseaba por el palacio real de Babilonia (v. 29), pomposo
y lleno de soberbia. La ciudad aparece grandiosa a sus ojos y dice
(v. 30): «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza
de mi poder?» Es cierto que él había engrandecido y embellecido la
ciudad, pero él no la había comenzado a edificar, pues existía
muchos siglos antes que él naciese. Sus palabras nos recuerdan
aquellas otras que se cuentan de César Augusto con referencia a
Roma: «La hallé ladrillo, pero la dejé mármol». Dice que la edificó
(v. 30b) «para residencia real, metrópoli del imperio, y para gloria de
mi majestad».
3. Su castigo. Tan pronto como acabó de decir esas palabras (v.
31) vino del cielo una poderosa voz, por la cual fue inmediatamente
privado. (A) De su honor como rey (v. 31, al final): «El reino ha sido
quitado de ti». (B) De su honor como hombre (v. 32): «y de entre los
hombres te arrojarán». Pierde la salud mental y, con eso, pierde su
dominio. El cumplimiento de la sentencia no se hizo esperar (v. 33):
«En aquel mismo instante se cumplió la palabra sobre
Nabucodonosor y fue echado de entre los hombres». Todo sucedió
en el plazo de unos minutos. Al marchársele su inteligencia y su
memoria y quebrarse todas las facultades de un alma racional,
hubieron de echarle de la sociedad de los hombres. Desnudo, y a
cuatro patas, como bruto animal, fue a correr por campos y
bosques, comiendo hierba como los bueyes y llevando pelo y uñas
semejantes también a los de los animales (v. 33b). El que se creía
superior a todos los hombres queda así reducido a un estado
inferior al de cualquier hombre y puesto al nivel de las bestias.
Versículos 34–37
Ahora tenemos a Nabucodonosor recobrado ya de su boantropía
y vuelto al uso normal de sus facultades racionales. «Al cabo del
tiempo señalado—dice (v. 34)—, esto es (con la mayor
probabilidad), al cabo de los siete años, alcé mis ojos al cielo», no
en desafío a Dios, sino como hombre erecto, capaz de mirar hacia
arriba, no como bestia que mira hacia el suelo. Ha recobrado la
razón, como él mismo asegura, y lo muestra al razonar
perfectamente, pues no sólo habla como hombre, sino también
como penitente. Veremos después hasta qué punto.
1. Le son restauradas sus facultades mentales hasta el punto de
que glorifica a Dios y se humilla a sí mismo. Los hombres nunca
usan de modo correcto su razón hasta que comienzan a reconocer
el eterno poder y la deidad del Creador (v. Ro. 1:19, 20); tampoco
viven como hombres de veras mientras no viven para la gloria de
Dios. Su locura fue así, paradójicamente, el mejor medio para entrar
en razón. Para volver en sí (comp. con Lc. 15:17) es menester
haber salido fuera de sí. Sus aduladores le habían lisonjeado
muchas veces con la frase: «¡Rey, para siempre vive!» (2:4, por
ejemplo). Pero ahora él mismo está convencido de que ningún rey
vive para siempre, sino sólo el Altísimo (v. 34): «… al que vive para
siempre, etc.», pues «su dominio es sempiterno y su reino no es por
una generación, como el de Nabucodonosor mismo, sino por todas
las generaciones». No hay sucesión, ni revolución, en el reino de
Dios.
2. Se explaya en declarar las múltiples perfecciones de Dios: (A)
«Todos los habitantes de la tierra (v. 35) son considerados ante él
como nada», no porque no se interese por ellos, sino porque,
comparados con el Infinito, son menos que una gota de agua en
comparación con el océano. (B) Su poder es irresistible, pues (v.
35b) «hace lo que le place (aunque sin arbitrariedad, favoritismo ni
tiranía) con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra». (C)
«Todas sus obras son verdaderas» (v. 37), es decir, es veraz y fiel
en todo lo que dice y hace, y cumple siempre lo que promete. (D)
«Y sus caminos son justicia» (lit.), esto es, están de acuerdo con las
normas de la rectitud y de la equidad hasta tal punto que puede
decirse que son la justicia misma, como lo es Dios. (E) «Y (v. 37, al
final) Él puede humillar a los que caminan con soberbia». Esto es
parte de Su justicia, y si alguna vez no lo hace de inmediato (comp.
con el v. 29), es por dar lugar al arrepentimiento (v. 2 P. 3:9).
3. Con el uso normal de la razón le es restaurado también el
reino (v. 36). Se ve restablecido en su trono y en su reino tan
firmemente como si no hubiese ocurrido ninguna interrupción. Las
aflicciones duran sólo el tiempo preciso que se necesita para que
lleven a cabo la obra para la que son enviadas, o permitidas, por
Dios. Tan pronto como Nabucodonosor es restablecido en su reino
(v. 37), «alabo—dice—, engrandezco y glorifico al Rey del cielo».
4. No mucho después de esto, Nabucodonosor terminó su
reinado y su vida. Abideno, citado por Eusebio, cuenta que, en su
lecho de muerte, predijo que Ciro había de tomar la ciudad de
Babilonia. No se nos dice si continuó hasta el fin en la misma buena
línea de conducta que aquí muestra. Si nuestra caridad puede
alcanzar tan lejos como nuestra esperanza de que así fuese, hemos
de admirar la libre y soberana gracia de Dios, por la que
Nabucodonosor perdió su sanidad mental por algún tiempo, a fin de
que su alma fuese salva para siempre. Con autores tan expertos
como Calvino, entre los antiguos, y Keil, entre los modernos (y
muchos otros), este traductor opina (contra el parecer de Young y
Walvoord) que Nabucodonosor no llegó a alcanzar la fe y el
arrepentimiento que se requieren para una verdadera conversión a
Dios, ya que no se menciona tal cosa en el texto sagrado (v. el v.
27), y peor aún es la omisión de que deshiciese los muchos
entuertos que había cometido durante la destrucción de Jerusalén.
No obstante, lo más prudente y caritativo es dejar nuestro juicio en
manos de Dios. Como dice E. L. Carballosa: «Es posible que nunca
sepamos aquí en la tierra cuál de las dos posiciones es la correcta.
No obstante, la lección que todos podemos aprender es que Dios es
soberano aun en la administración de su gracia. El hombre está
muerto en delitos y pecados y, por lo tanto, es totalmente incapaz
de hacer algo en su favor para agradar a Dios. Sólo el poder
regenerador del Espíritu Santo puede reproducir la vida de Dios en
el corazón humano».
CAPÍTULO 5
Desde la muerte de Nabucodonosor en 562 a. de C. han pasado
23 años, pues la historia que el presente capítulo nos refiere tiene
su fecha en el 539, año de la caída de Babilonia en manos de los
medos y de los persas. A Nabucodonosor le había sucedido su hijo
Evil-merodac (v. 2 R. 25:27; Jer. 52:31), el cual, después de un
corto reinado de dos años, fue asesinado por su cuñado Neriglisar,
que reinó cuatro años (560–556 a. de C). A su muerte le sucedió su
hijo Laborosoardoc o Labasi-Marduc, todavía un niño, quien reinó
sólo unos meses, pues fue asesinado en una conjura. Subió
entonces al trono Nabónido, yerno (es lo más probable) de
Nabucodonosor (556–539 a. de C.). Ocupado en frecuentes
correrías fuera de la capital, dejó como regente en la propia
Babilonia a su hijo Belsasar (nos movemos dentro de las hipótesis
más probables). Según el testimonio de Beroso, citado por Josefo,
Nabónido fue derrotado por Ciro fuera de Babilonia. Por lo que
leemos en el capítulo presente, Belsasar no se enteró de la derrota
de su padre y fue sorprendido, sin previo aviso, por las tropas
enemigas. Tenemos aquí: I. La ruidosa, sacrílega e idólatra fiesta
que Belsasar celebró en el palacio real de Babilonia (vv. 1–4). II. La
alarma que recibió a causa de una escritura, de mano invisible, en
la pared, la cual no pudo descifrar ninguno de sus sabios (vv. 5–9).
III. La interpretación que de los extraños caracteres le dio Daniel,
quien le declaró con toda valentía y fidelidad lo que aquello
significaba, mostrándole su sentencia escrita allí (vv. 10–28). IV. El
inmediato cumplimiento de la interpretación dada por Daniel, pues
fue asesinado el rey y cayó el reino en poder de los medos y los
persas (vv. 30, 31).
Versículos 1–9
Tenemos aquí a Belsasar demasiado alegre, pero poco le va a
durar esa alegría. Está afrentando a Dios, pero Dios le va a dar un
susto mayúsculo.
1. «Dio un gran banquete (v. 1) a mil de sus magnates, y en
presencia de los mil bebía vino.» Quizás era su cumpleaños o algún
otro especial aniversario. Dicen los historiadores que Ciro, que
estaba poniendo sitio a Babilonia, se enteró de esta fiesta y, al
suponer que estarían desapercibidos, sepultados bajo el vino y el
sopor, aprovechó bien la oportunidad para atacar de improviso la
ciudad y hacerse el amo de ella. En ese suntuoso banquete:
(A) Belsasar desafió los juicios de Dios. Su capital estaba sitiada;
su reino y su misma vida estaban en la picota. Debería haber
proclamado ayuno, saco y oración (comp. con Jon. 3:5–9), pero,
resuelto a ir por un camino contrario al de Dios, proclamó banquete,
fiesta y jolgorio.
(B) A la crápula y la orgía añadió el sacrilegio (v. 2), pues
«animado por el vino, mandó que trajesen los vasos de oro y de
plata que Nabucodonosor su padre (es decir, su abuelo, como es
corriente en la Biblia) había traído del templo de Jerusalén, etc.».
2. Pero Dios hizo que Belsasar quedase espantado y aterrado en
medio de su orgía. Ha llegado la hora en que se iba a cumplir lo
dicho por Isaías: «El crepúsculo de mis deseos se me volvió en
espanto» (Is. 21:4b).
(A) «De pronto (v. 5), sobre el encalado de la pared del palacio
real, aparecieron los dedos de una mano de hombre y comenzaron
a escribir delante del candelabro, para que pudieran verlo bien
todos; y el rey veía la palma (lit.) de la mano que escribía». No era
la espada del ángel exterminador, sino simplemente una pluma en
la mano del que escribía en la pared, aunque nadie supo quién era
la persona cuya mano escribía. También nosotros vemos en la
naturaleza la obra de la mano de Dios, y en la Biblia la Escritura de
la mano de Dios, y eso es bastante para postrarnos en pavorosa
adoración del Dios a quien no vemos. Si éste es el dedo de Dios,
¿qué será su brazo extendido y remangado?
(B) El rey fue inmediatamente presa del pánico (v. 6): «Entonces
se le cambió el color al rey (lit.), es decir, se puso pálido, le turbaron
sus pensamientos, pues aquello no auguraba nada bueno para él,
se le fueron las fuerzas (lit. se le soltaron las junturas de sus lomos)
y sus rodillas golpeaban una contra otra». ¿Por qué tal pánico? Sin
duda su propia conciencia le decía que no tenía motivos para
esperar buenas noticias. Dios puede hacer que tiemble el corazón
del pecador más endurecido, y no necesita sino turbarle los
pensamientos.
(C) Son llamados (v. 7) todos los sabios de Babilonia, para ver
qué pueden decir del escrito que ha aparecido en la pared. El que
logre leer e interpretar aquellos extraños caracteres será colmado
de regalos y honores, entre los cuales destaca el ser nombrado el
tercer señor en el reino (el primero era el rey Nabónido; el segundo,
su hijo Belsasar, que es el que hace la promesa). Pero Belsasar
queda decepcionado, pues (v. 8) «ninguno pudo descifrar la
escritura ni mostrar al rey su interpretación». Todos, rey y magnates
(v. 9), estaban consternados.
Versículos 10–29
I. En este momento de apuro aparece en la sala del banquete (v.
10) la reina, es decir, la reina madre; con la mayor probabilidad, la
viuda de Nabucodonosor y abuela de Belsasar, más bien que la
mujer de Nabónido, quien se hallaba prisionero de Ciro en estos
momentos. Como sabemos por Ester 1:9, entre otros lugares, las
mujeres tenían su banquete aparte de los hombres. Para calmar la
turbación de Belsasar y de los demás comensales, le aconseja
llamar a Daniel, del que hace (vv. 11, 12) elogios parecidos a los
que le solía tributar Nabucodonosor. Habla de Daniel muy
honoríficamente, como de alguien en quien se había hallado (v.
11b) sabiduría semejante a la de los dioses. Era evidente que
estaba inspirado por los dioses, por cuanto (v. 12) sabía interpretar
sueños, descifrar enigmas y resolver dudas. La reina madre estaba
segura (v. 12, al final) de que Daniel le daría a Belsasar la
interpretación del escrito en la pared.
II. Fue, pues, traído Daniel a la presencia del rey (v. 13), el cual
le pregunta con altivez: «¿Eres tú Daniel, de los hijos de la
cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judá?» No obstante la
altivez que estas expresiones denotan, el rey reconoce (vv. 14–16)
que ninguno de los sabios y astrólogos convocados ha podido
mostrarle la interpretación del asunto, y le promete las mismas
recompensas que ha prometido a ellos si podían hacerlo.
III. La interpretación que Daniel dio de aquellos extraños signos
no calmó de ningún modo los temores del rey. Daniel era ya
bastante entrado en años, mientras que Belsasar era joven; por
tanto, parece tomarse mayor libertad en hablarle llana y
rotundamente que la que había mostrado en ocasiones parecidas,
cuando hablaba con Nabucodonosor.
1. Se pone, pues, a leer el escrito que tanta alarma estaba
causando y a interpretarlo (v. 17). Comienza menospreciando las
recompensas que el rey ofrece, pues él no es de los que adivinan
por dinero: «Tus dones sean para ti—le dice al rey—, pues te van a
durar muy poco, y da tus recompensas a otros». También nosotros
debemos cumplir con nuestro deber, leer los escritos de Dios y dar
a conocer su interpretación.
2. Refiere (vv. 18, 19) la forma en que se condujo Dios con el
abuelo de Belsasar, el gran Nabucodonosor, la gran dignidad y el
enorme poder con que la Providencia le había favorecido. Su poder
era tan fuerte que resultaba irresistible. Su autoridad, tan absoluta
que venía a ser incontrolable: «A quien quería mataba, y a quien
quería dejaba con vida, sin consideración a si eran inocentes o
culpables las personas a las que así trataba; engrandecía a quien
quería, y a quien quería humillaba».
3. También le refiere (vv. 20, 21) los pecados de que había sido
culpable Nabucodonosor, y con los que había provocado a Dios
contra él. La descripción misma de su poder (v. 19) ya insinuaba el
abuso de ese poder. Pero mayor fue su pecado cuando (v. 20) su
corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo.
Por lo cual, Dios le infligió un tremendo correctivo, pues (v. 20b) fue
depuesto del trono de su reino y despojado de su gloria, pero no
para quedar como simple ciudadano, sino (v. 21, repite casi a la
letra 4:25) que «fue echado de entre los hijos de los hombres, etc.».
Un detalle que no había sido mencionado en el capítulo 4 es que
«con los asnos monteses fue su morada» (v. 21b).
4. Después de referir el pecado y el castigo de Nabucodonosor,
Daniel presenta los cargos contra el propio Belsasar.
(A) A pesar de conocer (v. 22) todo eso, es decir, todo lo que le
había sucedido a su abuelo Nabucodonosor, Belsasar no se había
humillado. No había recibido el aviso que contenía el castigo de
Dios a Nabucodonosor; no había escarmentado en cabeza ajena.
(B) Había afrentado al Dios verdadero con mayor desvergüenza
que la de su abuelo, como lo atestiguaba la orgía de aquella noche
(v. 23): «Te has ensoberbecido contra el Señor del cielo, has
profanado los vasos de Su casa, y has convertido en instrumentos
de tu iniquidad los utensilios del santuario de Israel».
(C) También había afrentado a Dios, al dar alabanza (v. 23b) a
dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra
(¡nótese el descenso gradual de «categoría» en el material de los
dioses!), que ni ven, ni oyen, ni saben, como si hubiesen de ser
preferidos al Dios vivo y verdadero, que ve, oye y sabe todo.
(D) Finalmente, había errado el fin último de su vida, pues «no
has dado gloria—le dice (v. 23, al final—) al Dios en cuya mano está
tu vida y todos tus caminos» (lit.). Este es un cargo universal, que
se yergue en el tribunal de Dios contra todos los pecadores
inconversos (comp. con Ro. 1:21). No sólo nos viene de Su mano el
primer aliento de vida, sino que continúa constantemente estando
en Su mano. Igualmente están en Su mano todos nuestros
caminos: cuanto hacemos y cuanto dejamos de hacer. Todos
somos reos ante su tribunal, pues todos hemos pecado y hemos
estado destituidos (mientras inconversos) de la gloria de Dios (Ro.
3:23).
5. A continuación, procede a leerle la sentencia (vv. 24–28),
según lo que estaba escrito en la pared. «Entonces (v. 24),
precisamente cuando tú has llegado a tal colmo de impiedad como
para atropellar las cosas más sagradas; entonces, cuando tú
estabas en medio de tu banquete sacrílego e idolátrico, entonces
fue enviada de Su presencia, de la presencia de Dios, la mano que
trazó esta escritura. Y (v. 25) la escritura que trazó es: MeNÉ, MeNÉ,
TeQEL y PARSÍN». Las versiones antiguas, incluida la Reina-Valera
anterior a la de 1977, escribían la última de esas cuatro palabras
«UPARSÍN», pero la «u» de esa palabra es simplemente la
conjunción copulativa «y». Daniel da a continuación la interpretación
de cada palabra:
(A) «Ésta es (v. 26) la interpretación del asunto (es decir, del
mensaje): MeNÉ: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin». Como
mené es la forma nominal del verbo maná, que significa contar
completamente, hasta el fin, el vocablo significa un número al que
se pone fin; por eso (es probable) aparece repetido dicho vocablo.
La aplicación es clara: Dios ha contado los días del reinado de
Belsasar y les ha puesto fin. Ha dicho: «¡Basta!»
(B) «TeQEL: Has sido pesado en la balanza (v. 27) y has sido
hallado falto de peso». El vocablo teqel es la forma nominal del
verbo arameo taqal, que significa pesar. En las alabanzas de Dios,
Belsasar ha sido hallado falto de peso, demasiado ligero (como
indica el verbo hebreo afín al arameo). Hay un peso malo, que
oprime como el plomo e impide correr la carrera de la fe: es el
pecado (He. 12:1); pero hay otro peso bueno, que vale más que el
oro y ayuda a volar hasta el cielo; es un peso de gloria (2 Co. 4:17).
Belsasar pesaba mucho en la balanza del pecado; pero no pesaba
nada en la balanza de la virtud. Por aquí vemos que Dios no
pronuncia Su juicio contra Belsasar hasta que ha pesado sus
acciones y ha considerado los méritos de su caso.
(C) «PERÉS: Tu reino ha sido dividido y dado a los medos y a
los persas» (v. 28) como un botín para ser repartido entre ambos. El
vocablo perés es la forma nominal del verbo parás, que significa
dividir. Su significado es, pues, división, y es el singular de parsín,
según aparece en el versículo 25, al final. La diferencia, según la
opinión de este traductor, se explica de la manera siguiente: En el
versículo 25, el vocablo está en plural porque el reparto es doble: el
reino va a ser entregado a los medos y a los persas. En el versículo
28 usa el singular: (a) porque los medos y los persas son
mencionados explícitamente; (b) para que el juego de palabras
resulte más relevante, ya que, en lugar de parsay, persas, usa
parás, Persia, con lo que el parecido con perés, división, salta mejor
a la vista.
6. Belsasar quedó lo bastante convencido por su propia
conciencia de la racionalidad de todo lo que Daniel había dicho, por
lo que concedió a Daniel la recompensa que le había prometido (v.
29): «mandó revestirle de púrpura, ponerle en el cuello un collar de
oro y proclamar que él era el tercer señor del reino» (v. el
comentario al v. 16). Si aceptó Daniel el agasajo, quizá fue por no
disgustar más innecesariamente al que ya era «reo en capilla», a
quien se suele conceder su última voluntad.
Versículos 30–31
1. La muerte del rey. Los historiadores paganos dicen que Ciro
tomó Babilonia por sorpresa, con la ayuda de dos desertores que le
mostraron el mejor camino para entrar en la ciudad.
2. El reino fue entregado a otras manos. Desde la cabeza de oro
descendemos ahora al pecho y los brazos de plata. Darío el medo
se apoderó del reino en consorcio con Ciro y con su consentimiento,
pues Ciro fue, en realidad, el que se apoderó de la ciudad. El texto
sagrado especifica (v. 31) que Darío era de 62 años de edad
cuando tomó el reino. De la identidad de este monarca hablaremos
en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO 6
Daniel selecciona los episodios históricos que mejor sirven para
confirmar nuestra fe en Dios. Según alusión de Hebreos 11:33,
Daniel, por fe, fue de los que «taparon bocas de leones», aunque
dicha alusión se aplica mejor aún a Sansón (Jue. 14:5, 6) y a David
(1 S. 17:34–36). Los tres compañeros de Daniel fueron arrojados a
un horno de fuego encendido por negarse a cometer un pecado, y
salieron de allí ilesos y con gran honor. Daniel fue arrojado al foso
de los leones por no omitir un deber. I. Daniel es promovido de
nuevo al más alto cargo del reino después del rey (vv. 1–3). II. La
envidia de sus enemigos trama un plan contra él y logran ellos un
edicto del rey con el que puedan solapadamente obtener la muerte
de Daniel (vv. 4–9). III. A pesar de que el edicto del rey le era
desfavorable y él lo conocía, Daniel persiste con toda constancia en
sus oraciones diarias (v. 10). IV. Se informa al rey de que Daniel ha
contravenido su edicto y es echado en el foso de los leones (vv. 11–
17). V. Es milagrosamente preservado de la muerte (vv. 18–23). VI.
Son entonces arrojados al foso de los leones sus acusadores y allí
son destruidos juntamente con sus familias (v. 24). VII. Darío da
entonces un decreto en honor del Dios de Daniel; y el capítulo
termina con el informe de la subsiguiente prosperidad de Daniel
durante el reinado de Darío y de Ciro (vv. 25–28).
Versículos 1–5
Mucho se ha escrito acerca de la identidad del Darío de 5:31,
que es el mismo del capítulo presente y de 11:1. En espera de
futuras investigaciones que logren aclarar el asunto, la opinión más
probable—a juicio de este traductor (y de otros autores)—es que
Darío es un segundo nombre de Gubaru, a quien Ciro puso por
gobernador de Babilonia al capturar la ciudad. Sin detenernos más
en este asunto, pasamos a ver lo que de Daniel nos dice esta
porción.
1. Lo primero que vemos es su promoción al más alto cargo del
gabinete gubernamental. Darío nombró (v. 1) 120 sátrapas o
gobernadores de provincia (en tiempos de Ester habían ascendido a
127—v. Est. 1:1). Sobre ellos (v. 2) estableció un triunvirato, «tres
ministros (lit. presidentes) a quienes habían de rendir cuentas los
sátrapas, para que el rey no saliese perjudicado». Dice Alonso Díaz:
«El daño que no debía sufrir el rey era sin duda en materia de
tributos». De los tres presidentes del gobierno de la nación, Daniel
era superior, es decir, descollaba, no sólo sobre los sátrapas, sino
también sobre los otros dos presidentes, pues había en él un
espíritu superior. Así que el rey pensó en (esto es, proyectó)
ponerlo sobre todo el reino».
2. Varias circunstancias parecían estar en contra de Daniel: (A)
Había ocupado el cargo de primer ministro en el régimen caído
(quizá sólo durante el reinado de Nabucodonosor, no de sus
sucesores). (B) Era nativo de un reino extranjero, de un reino
destruido y, además, había sido deportado a Babilonia como un
cautivo. (C) Por otra parte, Daniel tenía ahora unos 85 años;
¡demasiado viejo para los menesteres de primer ministro de la
nación! Pero el rey Darío no lo halló tan viejo como para no poder
gobernar el timón del Estado y, sobre todo, se percató pronto de
que había en él algo realmente extraordinario, pues lo halló sabio,
prudente y virtuoso sin tacha (v. 4); y aun probablemente había oído
que era inspirado por los dioses. Por lo tanto, proyectó hacer de él
como su mano derecha.
3. Los sátrapas y los otros dos presidentes comenzaron a tenerle
envidia, pues veían que era el favorito del rey. La causa de la
envidia es alguna cosa buena, pero el efecto de la envidia es
siempre el mal. Los que envidiaban a Daniel no se conformaban
con ningún otro mal sino con su ruina total. Así que se pusieron a
espiarle (v. 4): «buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo
tocante a la administración del reino». Al fin, concluyeron que no
podrían hallar nada de que acusarle, a no ser (v. 5, al final) en
relación con la ley de su Dios. Parece ser que a Daniel no se le
había obligado a seguir la religión del Estado, sino que era libre
para proseguir con sus devociones propias de un piadoso judío, sin
que ello le incapacitase para ocupar los más altos puestos del
gobierno de la nación.
Versículos 6–10
Fue, pues, en esta materia religiosa donde los enemigos de
Daniel pensaron cazarlo en una trampa y, para ello, obtuvieron del
rey un edicto cuya violación le costase la vida a Daniel.
1. Aunque fueron los enemigos de Daniel los que obtuvieron el
edicto, Darío no queda por ello exento de culpa: Es su edicto, y es
un impío e injusto edicto; impío, contra Dios; injusto, contra Daniel.
(A) Le dicen al rey (v. 7) que el consentimiento unánime de todos
los dignatarios del reino está a favor de que se promulgue un edicto
real, y que el rey lo confirme, para que (v. 8) no pueda ser
revocado, conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede
ser abrogada.
(B) El edicto había de prohibir (v. 7b) que, por espacio de 30
días, se hiciese ninguna petición (esto es, oración de súplica) a
cualquier dios u hombre fuera del propio Darío, bajo pena de ser
echado en el foso de los leones.
(C) Resulta difícil decir cuál de los dos crímenes es más
abominable, si el de los enemigos de Daniel al adular a Darío hasta
el punto de obtener de él la prohibición de hacer peticiones a
cualquier dios u hombre fuera de él, o el del propio Darío al
promulgar y confirmar un edicto en ese sentido, por el cual,
estrictamente hablando, hasta se prohibía a los hijos pedir pan a
sus padres, y a los mendigos pedir limosna a los acaudalados.
(D) Nótese la astuta malicia de los enemigos de Daniel. Hacen el
ruego en la forma más general posible, y más lisonjera para el
propio rey, porque si hubiesen propuesto a Darío un edicto que
prohibiese a los judíos orar a su Dios, es muy improbable que el rey
hubiese consentido en ello, pues habría visto en seguida que se
trataba de cazar a Daniel, a quien tanto estimaba.
(E) Pero todavía es más de notar, y en extremo sorprendente,
que Darío promulgase tal edicto. Prohibir la oración por espacio de
30 días equivale a robar a Dios todo el tributo que se merece de
parte del hombre, y al hombre de todo consuelo y ayuda que puede
obtener de Dios. ¿Qué hará todo hombre piadoso, cuando se
encuentre en un aprieto, si no puede recurrir a su Dios en busca de
ayuda? ¿Y qué decir de los propios súbditos no judíos de su
Estado? ¿Tampoco podían hacer ninguna petición a sus dioses?
¡Tampoco, según este edicto! Eso era convertir a Darío en el único
dios, con la agravante de que no era omnipotente, por lo que de
poco le servía a la nación tener tal protector. Ni siquiera
Nabucodonosor, en sus días de mayor altivez, se había atrevido a
tanto. Sin duda que Darío fue, en este asunto, inconsciente e
irresponsable, lo cual no disminuye su culpabilidad.
2. Daniel desobedeció el decreto del rey (v. 10), no por falta de
respeto a su príncipe, sino por la necesaria devoción a su Dios
(comp. con Hch. 4:19; 5:29). Tampoco se retiró a otro lugar del país,
pues sabía que era ésta una buena oportunidad para honrar a su
Dios delante de los hombres.
(A) Daniel entró en su casa, que para él era un hogar sagrado,
una casa de oración, como debería serlo todo hogar cristiano.
Dondequiera tenemos una tienda de campaña, Dios ha de tener un
altar donde ofrecerle sacrificios espirituales.
(B) Daniel, por lo que aquí se ve, oraba con las ventanas
abiertas, las que daban hacia Jerusalén. Cuando se enteró del
edicto no cerró las ventanas, como lo habrían hecho otros para
disimular (aunque siguiesen orando), sino que las abrió de par en
par, como lo solía hacer antes.
(C) Nótense también otros detalles de su devoción: (a) Oraba de
rodillas, una de las posturas más reverentes y de las más olvidadas
en nuestros días. (b) Oraba tres veces al día, como buen judío.
Buena cosa es tener nuestras horas fijas de oración, no para atar la
conciencia, sino para habituarla. (c) Oraba y daba gracias delante
de su Dios, pues en toda oración debemos alabar y dar gracias a
Dios. La gratitud es aprecio y estímulo de la generosidad. (d) Oraba
mirando hacia Jerusalén, la ciudad santa, aunque ahora se hallaba
en ruinas, a fin de mostrar el afecto que tenía aun a sus piedras y al
polvo de ella (Sal. 102:14). ¡Cuánto más deberíamos mirar nosotros
al cielo, donde está la Jerusalén de arriba, la cual es madre de
todos nosotros! (Gá. 4:26).
Versículos 11–17
1. Los enemigos de Daniel (v. 11) se juntaron tumultuosamente
(lit.) para espiar a Daniel y, como suponían, lo hallaron orando y
rogando a su Dios. Sabían, sin duda, cuáles eran las horas de
oración de Daniel y vinieron en grupo, y acordaron de antemano el
lugar desde el que le habían de espiar.
2. Sin perder tiempo (v. 12), se presentaron ante el rey. En
primer lugar, le refrescaron la memoria con respecto al edicto que
había promulgado, de forma que no pudiese negar que lo había
hecho. El rey, sin sospechar la intención de ellos, responde que así
es: el edicto dice lo que ellos preguntan.
3. ¡Con qué alegría recibirían ellos las palabras del rey! Ahora no
hay escape para Daniel. Veamos (v. 13) cómo pintan su caso: (A)
«Daniel, uno de los deportados (lit. de los hijos del exilio) de Judá …
Como si dijesen: «Es uno de los cautivos, de los prisioneros de
guerra, de Judá, un forastero despreciable, que no tiene sino lo que
el favor del rey le ha concedido». (B) «Y, a pesar de eso, no te
respeta a ti, oh rey, ni acata el edicto que confirmaste …» Como si
dijesen: «¡Es un agravio personal a ti, que eres el soberano de la
nación!» (C) «… sino que tres veces al día hace su oración». No
dicen: «Hace oración a su Dios», no fuese que Darío viese en ello
un motivo de alabanza a Daniel por su fidelidad religiosa; sino:
«hace su oración», que era lo que el edicto prohibía.
4. «Cuando el rey oyó el asunto (v. 14), se llevó un gran
disgusto.» Se dio cuenta en seguida de que todo lo que estos
envidiosos le decían no era por honrarle a él, sino por odio y
desprecio a Daniel. Así que resolvió librar a Daniel; y hasta la
puesta del sol estuvo haciendo esfuerzos por librarle. Dice
Walvoord: «En vez de enfadarse con Daniel, como lo había hecho
Nabucodonosor con los compañeros de Daniel en el capítulo 3, el
rey se dio cuenta de que él mismo había cometido un error e
intentó, por todos los medios legales, hallar una escapatoria con la
que pudiera ser librado Daniel».
5. Los demandantes exigían sentencia de condenación contra
Daniel (v. 15). No sabemos lo que dijo Daniel. El rey mismo
abogaba a su favor, pero los demandantes insistieron en que tenía
que cumplirse el edicto. Así que, en contra de su conciencia y
repugnándole de un modo extraordinario, el rey firmó el decreto de
ejecución. Daniel, aquel piadoso y venerable anciano, que llevaba
en su rostro una mezcla de majestad y dulzura, fue echado al foso
de los leones (v. 16), únicamente por rendir a su Dios el culto que
se le debe. Para asegurar que ningún ser humano pudiese
interferirse ni para salvar a Daniel ni para que se le hiciese otro
daño que el que los leones podían hacerle, el cual suponían sus
amigos que sería suficiente, se tapó la boca del foso con una
piedra, y el rey y los dignatarios (v. 17) la sellaron con sus anillos
respectivos. Estos fosos, como se podían ver recientemente en
Marruecos, tenían una puerta por la que tanto los guardianes como
los leones podían entrar cuando no estaba tapada por la piedra.
Pero, además, había una abertura en el techo del foso, lo cual
explica que Darío pudiese conversar con Daniel aun antes de retirar
la piedra de la entrada.
6. Antes de que Daniel fuese arrojado al foso, el rey (v. 16b) le
animó y le dijo: «Tu Dios, a quien tú sirves con perseverancia, Él te
librará» (lit.—aunque es más probable que haya de traducirse por
optativo—: «Él te libre»). Deja, pues, en manos del Dios de Daniel
el curso de la acción, aunque desea vehementemente que,
efectivamente, Dios le libre de la boca de los leones. Con eso
vindica implícitamente la inocencia de Daniel y reconoce que el
único motivo del castigo que se le impone es haber sido fiel en la
devoción a su Dios.
Versículos 18–24
1. La melancólica noche que el rey pasó por causa de Daniel (v.
18). No podía perdonarse a sí mismo el error que había cometido
por no haber sido cauto y haber dado a los enemigos de Daniel la
oportunidad de cumplir el complot que habían tramado contra él. No
quiso cenar, sino que se acostó en ayunas y en vela, y no permitió
diversiones, que es lo que literalmente significa el vocablo arameo
dajawán; es decir, música o concubinas, o ambas cosas.
2. La temprana investigación que hizo el rey con respecto a
Daniel en la mañana siguiente (vv. 19, 20): «Se levantó (v. 19) muy
de mañana y fue apresuradamente al foso de los leones». Llegado
allá (v. 20), el rey le gritó a Daniel con voz triste: «Daniel, siervo del
Dios viviente, ¿ha podido tu Dios, al que tú sirves con
perseverancia, librarte de los leones?» (lit., si tenemos en cuenta
que la sintaxis castellana exige una colocación de las palabras
diferente de la hebrea y la aramea). Esta pregunta confirma lo dicho
sobre el versículo 16—el verbo tenía allí sentido optativo.
3. ¡Cuál no sería el gozo del rey al oír la voz de Daniel! Allí, en el
foso de los leones, estaba él (vv. 21, 22), pero estaba vivo, seguro,
sano y salvo, sin haber sufrido ningún daño de unos leones a los
que no se habría echado ningún otro alimento. Daniel reconoció la
voz del rey y le respondió con el saludo cortés que se daba al
soberano (v. 21): «¡Oh rey, vive para siempre!» No le reprocha el
haber mandado que le arrojasen al foso, sino que le ha perdonado
de todo corazón. El informe de Daniel al rey es como un himno
triunfal:
(A) Dios ha hecho un milagro para preservarle la vida (v. 22): «Mi
Dios—dice—, al que reconozco por mío, y el que me reconoce por
Suyo, envió su ángel. Probablemente, el mismo que fue visto en la
forma de un hijo de los dioses con los tres compañeros de Daniel en
el horno de fuego encendido (3:25), visitó también a Daniel y cerró
la boca de los leones, es decir, les quitó el apetito y les dio respeto
a Su siervo, para que no me hiciesen daño». Véase cómo cuida
Dios a Sus fieles adoradores y servidores, pues llega a cerrar la
boca de los leones para que no les hagan ningún daño.
(B) Daniel había sido difamado ante el rey como si fuese
desafecto al soberano (v. 13) y a su gobierno, pero él asegura (v.
22b) no sólo haber sido hallado inocente ante Dios, sino también no
haber hecho nada malo contra el rey. Cuando le llevaron ante el
rey, no dijo nada para vindicar su inocencia, sino que dejó a Dios
establecer su integridad. Y así lo hizo Dios, quien le preservó la vida
mediante un gran milagro.
4. El rey, regocijado al ver sano y salvo a Daniel (v. 23), mandó
sacarle del foso. Sus demandantes no tienen más remedio que
reconocer que el edicto se ha cumplido y que la ley ha quedado
satisfecha, aunque ellos no lo están. Ya no puede presentarse
ninguna alegación para que Daniel no sea sacado de su
confinamiento.
5. Como en el libro de Ester, el castigo recae ahora (v. 24) sobre
los enemigos mismos de Daniel, quienes habían torcido la justicia al
obligar al rey a dar un edicto por el que se condenaba a muerte a un
varón sabio y piadoso por el único delito de ser fiel a sus deberes
para con el único Dios verdadero. Darío se anima ahora con este
milagro que Dios ha obrado a favor de Daniel y comienza a ser
valiente y actuar como compete a un soberano dueño de sus
acciones. Los acusadores de Daniel, juntamente con sus hijos y
mujeres son echados, por orden del rey, en el foso de los leones, y
son destrozados aun antes de llegar al fondo del foso.
Versículos 25–28
Aquí Darío hace lo posible por enmendar el deshonor que ha
causado tanto a Daniel como al Dios de Daniel.
1. Da honor a Dios, publica un decreto por el que se ordena a
todos los súbditos del reino (v. 26) que «teman y tiemblen ante la
presencia del Dios de Daniel, etc.». Este decreto va más lejos que
el de Nabucodonosor, en el que se prohibía hablar sin respeto de
Dios (v. 3:29), mientras que en el de Darío se manda que todos
teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel. Pero
también el decreto de Darío se queda corto, porque, si hubiese
estado realmente convicto de pecado y se hubiese sentido
necesitado de salvación, no sólo habría mandado que todos
temiesen y temblasen ante la presencia de Dios, sino también que
le amasen y pusiesen su confianza en Él, y abandonasen el culto a
los ídolos, para servir únicamente al Dios verdadero (comp. con 1
Ts. 1:9), comenzando por sí mismo. Razones no le faltaban, al
comparar sus frases de la segunda parte del versículo 26 y las del
versículo 27 con otros lugares bíblicos como versículo 20; 2:44; 4:2,
3, 34; 7:14, 27; Salmos 93:1, 2; Oseas 1:10; Malaquías 3:6; Lucas
1:33 y Romanos 9:26.
2. Aunque no se habla de honores o regalos específicos que
Darío otorgara después a Daniel, es suficiente lo que leemos en el
versículo 28 para estar seguros de que fue promocionado a cargos
más altos. Dice Carballosa: «El verbo prosperar (ZELEJ) es usado
en 3:30 donde se traduce “engrandeció”. De modo que no tan
solamente Daniel sirvió en el gobierno de Darío, sino que fue
prosperado y engrandecido. La idea tal vez sea que fue tenido en
mayor estima que antes de haber sido echado en el foso de los
leones». Contra los que sostienen que «Darío y Ciro eran la misma
persona», al tratar de hallar incluso alguna evidencia gramatical en
el versículo 28, opinamos, con el mismo Carballosa, que «estos dos
reyes reinaron simultáneamente, aunque Darío estaba supeditado a
la autoridad de Ciro». La razón es fácil de adivinar: Ciro, el persa,
era el que llevaba la voz cantante, como general en jefe, en la
guerra contra el rey caldeo Nabónido y su hijo regente Belsasar, así
como en la conquista de Babilonia, pero, como dice el texto sagrado
(5:28), «tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas».
Luego, con 5:31, se intentan dos cosas: 1) contrapesar el papel de
protagonista que el texto sagrado suele dar, en Esdras, Isaías, etc.,
a Ciro; 2) dar a entender que Darío tomó posesión del reino con el
consentimiento de Ciro y bajo su mando supremo. Quizás era un
honor que Ciro quería tributar a su colega más anciano.
CAPÍTULO 7
2

Los seis primeros capítulos de Daniel son históricos; entramos


ahora en los seis últimos, que son proféticos, y en los que
hallaremos algunas cosas difíciles de entender (2 P. 3:16); no en
todas se podrá dogmatizar, pero de todas se podrá sacar provecho
espiritual. En este capítulo tenemos: 1. La visión que Daniel tuvo de
las cuatro bestias (vv. 1–8). II. Su visión del trono de Dios, trono de
gobierno y de juicio (vv. 9–14). III. La interpretación de estas
visiones (vv. 15–28).
Versículos 1–8
1. La fecha de esta visión (v. 1) es anterior a los sucesos del
capítulo 5, que es el último año de Belsasar, y a los del capítulo 6,
que es el primer año de Darío. El texto sagrado dice explícitamente
que esta visión ocurrió en el primer año de Belsasar, es decir, el
año 553 a. de Cristo y, por tanto, catorce años antes de la caída de
Babilonia.
2. Las circunstancias de la visión (v. 1b): «Tuvo Daniel un sueño,
y vio visiones de su cabeza (lit., esto es, de su cerebro) mientras
estaba en su lecho, es decir, cuando estaba durmiendo. Dios revela
a veces sus secretos «cuando el sueño cae sobre los hombres»
(Job 33:15). Y, cuando despertó, escribió el sueño, medida muy
prudente, pues los sueños suelen desvanecerse rápidamente de la
mente, y relató lo principal del asunto, con lo que éste quedó no
solamente registrado para la posteridad, sino incorporado en las
Escrituras, como era voluntad de Dios por lo importante de su
contenido.

2Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224


TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 955
3. La visión misma.
(A) Observó (v. 2b) que «los cuatro vientos del cielo irrumpieron
en el gran mar». El verbo meguiján tiene una variedad de
significados, pero el castellano irrumpieron refleja bien el sentido de
«romper» o «estallar» de repente sobre el mar. El mar, y
especialmente el gran mar, es una metáfora que designa la
muchedumbre de los hombres paganos (v. Ap. 17:15 y, a su luz,
Ap. 13:1). El versículo 17, en efecto, dice que «estas cuatro grandes
bestias son cuatro reyes que se levantarán en la TIERRA», por
donde se ve el sentido figurado de «mar».
(B) «Vio salir del mar cuatro bestias grandes (v. 3), diferentes la
una de la otra.» El contexto determina (vv. 5–7) que las bestias no
salieron del mar todas a la vez, sino una detrás de otra. Al ser, en
realidad, seres humanos que, a su vez, personifican reinos (vv. 17,
18), la notada diferencia de estas bestias denota los diferentes
genios de los diversos países, pueblos y culturas.
(C) La primera bestia (v. 4) era como un león, y corresponde a la
cabeza de oro de la estatua del capítulo 2 (v. 2:37, 38, y comp. con
todo el cap. 4). Simbolizaba, pues, la monarquía caldea en todo su
apogeo en tiempos de Nabucodonosor. Además de la majestad y
grandeza del león, vemos que tenía alas de águila, lo que
representaba la rapidez con que dicho monarca conquistaba las
naciones. El hecho de que Daniel vio que le fueron arrancadas las
alas y levantada del suelo apunta claramente a la experiencia de
Nabucodonosor en 4:29–37, la cual le obligó a concluir que no era
un semidiós, sino un hombre como los demás.
(D) La segunda bestia (v. 5) era semejante a un oso, animal
fuerte, pero más pesado que el león y no tan fuerte como él. Esta
bestia simbolizaba la monarquía medopersa que sucedió a la
caldea en el dominio sobre las naciones. De este oso se dice (v. 5b)
que se alzaba de un costado más que del otro, para indicar la
preponderancia que, a la sazón, había adquirido Persia sobre Media
(comp. con 8:3b). Se añade que tenía en su boca tres costillas entre
los dientes, lo que indica con esto la voracidad medo-persa en
absorber nuevos territorios, pero sin poder «digerirlos».
Corresponde al pecho y brazos de plata de la estatua del capítulo 2.
(E) La tercera bestia (v. 6) era semejante a un leopardo, animal
que se distingue por su rapidez, su astucia y su crueldad, y
representa la monarquía griega en su apogeo bajo Alejandro
Magno. Las alas de ave en sus espaldas representan la misma
rapidez que también hemos visto en la primera bestia. Dice que
tenía cuatro cabezas, las cuales representan los cuatro generales
del ejército de Alejandro (comp. con 8:8, 22) y que, al morir él, se
repartieron el territorio conquistado, el cual era muy extenso, ya
que, en el breve espacio de seis años, Alejandro se hizo dueño de
todo el imperio persa, gran parte de Asia, Siria, Egipto, India y otras
naciones.
(F) La cuarta bestia es más fiera, más fuerte y cruel que las otras
tres (v. 7). Como dice Walvoord, «el punto crucial en la
interpretación del libro entero de Daniel, y especialmente del
capítulo 7, es la identificación de la cuarta bestia». Los
conservadores, en general, admiten que designa el imperio romano,
pero difieren entre sí acerca de detalles importantes: mientras los
amilenialistas sostienen que la época de la cuarta bestia acabó
hace muchos siglos, los premilenialistas defienden que queda por
cumplir una etapa importante, cuando dicho imperio resurgirá al
final de los días bajo diferente forma.
(a) Comencemos por hacer un poco de historia. El poder de
Roma empezó a manifestarse en la conquista de Sicilia el año 241
a. de C., isla que estaba antes en poder de los cartagineses. Con la
derrota final de los cartagineses en la batalla de Zama (202 a. de
C.), Roma se hizo dueña del Mediterráneo. Desde el norte de Italia,
las águilas romanas avanzaron hacia el este, y se pasearon
triunfales por Macedonia, Grecia y el Asia Menor. El año 63 a. de
C., Pompeyo, general en jefe de las fuerzas romanas que luchaban
en el Oriente, se apoderó de Jerusalén tras destruir los restos que
quedaban del imperio seléucida en Siria. En las décadas siguientes,
y bajo el mando de Julio César, los romanos extendieron su dominio
a todo el resto de la Europa continental al oeste del Rin, además del
sur de Gran Bretaña (España había sido conquistada dos siglos
antes). El imperio romano siguió creciendo poco a poco (en
contraste con los otros tres anteriores, que lo hicieron rápidamente)
durante otros cuatro siglos, y llegó a alcanzar su punto más alto el
año 117 de nuestra era.
(b) La decadencia de dicho imperio fue también gradual:
Comenzó en el siglo III de nuestra era y se hizo manifiesta en el
siglo v, cuando las fuerzas romanas tuvieron que abandonar la Gran
Bretaña el año 407; vino luego el saqueo de Roma por los visigodos
el año 410. Un nuevo saqueo de Roma el año 455 dejó la capital en
manos de los bárbaros, y en el 476, el imperio romano, en su parte
occidental, fue destruido, y sobrevivió la parte oriental hasta el año
1453, en que Constantinopla cayó en poder de los turcos.
(c) Al entrar ya en la exégesis de los versículos 7 y 8, vemos que
coincide con las piernas de hierro de la estatua de 2:33, 40. Aquí la
fiera tiene (v. 7b) unos dientes grandes de hierro. La terrible
crueldad de los soldados romanos es patente en todas las páginas
de la historia; en especial, en la destrucción de Jerusalén el año 70
de nuestra era, que es lo que más de cerca atañe a los judíos. Las
frases «devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con
sus patas» son muy expresivas para designar las tropas romanas
que destruían cuanto se oponía a su avance, en lugar de
conquistarlo para conservarlo, como hacían los imperios anteriores,
representados en las otras tres bestias.
(d) En todo era esta bestia (v. 7, al final) «muy diferente de todas
las bestias que vi antes de ella». Pero la principal diferencia, y la
que determina contundentemente el carácter escatológico de esta
bestia, es que tenía diez cuernos. Es necesario aquí volver la vista
a 2:43, 44, a fin de percatarse de que estos diez cuernos,
¡simultáneos!, son los diez reyes, en cuyos días (2:44) levantará
Dios el reino mesiánico (v. el comentario a dicha porción). Esos diez
reyes (del nuevo imperio romano, pues nunca antes se dieron en el
antiguo imperio romano diez reyes simultáneos) son diez reinos
que, políticamente, tendrán su centro en Roma (v. el comentario a
Ap. caps. 17 y 18).
(e) Daniel (v. 8) ve salir, de entre los diez cuernos de la cuarta
bestia, otro cuerno pequeño; es pequeño, no porque tenga menos
importancia, sino porque es una persona, con ojos como de hombre
(no «parecidos a los ojos del hombre», sino «como son los ojos de
hombre», lo cual no podía esperarse de un cuerno) y una boca que
hablaba con gran arrogancia (comp. con Ap. 13:5, 6). La
interpretación que de la visión es dada a Daniel (vv. 15 y ss.)
confirma contundentemente todo lo que acabamos de decir, al
declarar al mismo tiempo la gran fuerza y el poder enorme del
«cuerno pequeño» (vv. 24, 25).
Versículos 9–14
Para que los siervos de Dios no tiemblen ante la perspectiva que
la cuarta bestia presenta, los versículos que siguen tienen por
objeto consolarles con el pensamiento de que Dios está sentado en
Su trono, y llegará un día en que el Mesías derrotará a todos sus
enemigos (comp. con Ap. 19:11–21). Tres cosas se nos dicen aquí
que sirven de ánimo a todos los hijos de Dios en general, pero muy
especialmente a los que vivan en el tiempo de la Gran Tribulación:
1. Que hay un gran Juicio por venir, y Dios será el Gran Juez (vv.
9, 10). Ahora los hombres tienen su día. Al fin de los tiempos, el
dominio del mal, con el imperio del Anticristo, que habrá recibido su
poder del propio Satanás (siempre bajo el control directo de Dios),
se hará sentir con mayor fuerza y extensión todavía, pero tenemos
al comienzo del versículo 9 un «hasta» que acaba con dicho poder.
El plural «tronos» da idea de «una corte celestial en sesión»
(Young). Los autores de la obra Search the Scriptures son más
explícitos: «Son los tronos de los ángeles que asisten en el juicio
(cf. Ap. 4:4)». En el trono central se sienta Dios. Véase cómo se le
describe:
(A) «Anciano de (muchos) días» es una expresión que designa a
Dios como Juez Eterno (comp. con Is. 57:15); el mismo simbolismo
ofrece la expresión (v. 9b), «y el pelo de su cabeza como lana
limpia», es decir, blanca (comp. Is. 1:18, al final).
(B) «Cuyo vestido era blanco como la nieve», lo que simboliza su
santidad y pureza infinitas (comp. con 1 Jn. 1:5).
(C) «Su trono, llama de fuego; y las ruedas del mismo, fuego
ardiente» son frases que nos recuerdan inmediatamente la visión de
Ezequiel (Ez. 1:15, 16. Comp. también con Éx. 3:2; Dt. 4:24; 1 Ti.
6:16; He. 12:29; Ap. 1:14, 15).
(D) «Un río (v. 10) de fuego procedía y salía de delante de Él»
(comp. con Sal. 18:8; 50:3; 97:3; Is. 30:27, 33); es el fuego que
destruye a sus enemigos: «Fuego irá delante de Él, y abrasará a
sus enemigos alrededor» (Sal. 97:3).
(E) «Millares (v. 10b) de millares le servían, y miríadas de
miríadas asistían delante de Él». Este ejército celestial, tan
numeroso, nos trae a la memoria el pasaje de 1 Reyes 22:19, así
como el de 2 Reyes 6:16, 17. La numeración que aquí se nos da de
los ángeles es la misma de Apocalipsis 5:11, con la única diferencia
de que en Apocalipsis el orden está a la inversa: primero figuran las
miríadas y después los millares.
(F) Las frases finales del versículo 10 dicen así, conforme al
original: «La corte se sentó, y los libros fueron abiertos» (comp. con
Ap. 20:11–15). Leupold (citado por Carballosa) da de la primera
frase una excelente traducción, que aclara el sentido: «El tribunal
entró en sesión».
2. Que los crueles enemigos del pueblo de Dios serán abatidos a
su debido tiempo (vv. 11, 12). Esto es representado aquí:
(A) En la destrucción de la cuarta bestia. Dios contiende con ella
con toda justicia (v. 11) por «las grandes palabras que hablaba el
cuerno» (comp. con los vv. 8, 20), en desafío a Dios. Antíoco IV
Epífanes, Julián el Apóstata, Agripa I y otros monarcas han tenido
una muerte miserable por hablar grandes cosas, ya por haber
blasfemado de Dios o por tenerse a sí mismos por iguales a Dios;
pero aquí se trata específicamente del Anticristo, como aclara todo
el contexto posterior, comparado con Apocalipis 13:5–7; 19:20;
20:10. Estos dos últimos lugares confirman, en efecto, que ésta es
la bestia-cuerno que se menciona en el versículo 11b: «hasta que
mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego
para que se quemase».
(B) En la destrucción conjunta de las otras tres bestias (v. 12,
comp. con 2:34, 35). La segunda parte de dicho versículo 12, «pero
les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo», ha causado
perplejidad a muchos autores. Por ejemplo, dice Alonso Díaz: «Las
otras bestias siguen con vida hasta un tiempo determinado. Hay
una diferencia respecto a la visión análoga del capítulo 2, donde los
reinos representados por metales eran totalmente destruidos a la
aparición de la piedrecilla desprendida del monte». Es precisamente
esta analogía la que nos obliga a examinar con precaución el
versículo 12b, a la luz de los lugares paralelos de Apocalipsis
capítulos 13, 19 y 20. La única explicación válida es que, como dice
Walvoord, «evidentemente, las tres primeras (bestias) continúan
sobreviviendo, en otra forma, en el reino que las sustituye. De aquí
lo de “habían quitado también a las otras bestias su dominio, pero
les había sido prolongada la vida por una sazón y un tiempo”. Esto
es corroborado por la imagen del capítulo 2, como afirma Driver: “la
imagen entera permanece intacta hasta que la piedra cae en los
pies (que representa el cuarto y último reino), cuando toda ella es
abatida juntamente”».
3. Que el reino del Mesías será establecido tras de la derrota de
la cuarta bestia. Daniel ve esto en la visión, para consuelo suyo y de
sus amigos.
(A) El Mesías es llamado aquí «hijo de hombre» (no «el Hijo del
Hombre»). Dice Alonso Díaz: «A las bestias que proceden del
abismo se contrapone una especie de figura humana que viene con
las nubes del cielo». Sin embargo, basta repasar una buena
Concordancia para percatarse de las muchísimas veces que el
propio Señor Jesucristo se atribuye a sí mismo el título el Hijo del
Hombre. Hay dos lugares especialmente notables por la conexión
que guardan con Daniel 7:13, 14: (a) Juan 5:27, donde Jesús dice
que «también le dio (el Padre a Él) autoridad de ejecutar juicio, por
cuanto es el Hijo del Hombre». Recordemos que, en esta porción
del capítulo 7 de Daniel, estamos ante un juicio (v. 10), y veremos
que en los versículos 13 y 14 es el Padre (el «Anciano de muchos
días») el que otorga al «hijo de hombre» dominio, gloria, etc. (b) En
Mateo 26:64, el Señor declara ante el sanedrín: «… veréis al Hijo
del Hombre … viniendo sobre las nubes del cielo» (comp. con Hch.
1:9, 11).
(B) El reino del Mesías, del hijo de hombre, es descrito (v. 14b)
como un «dominio eterno, que nunca pasará, y su reino, un reino
que no será destruido jamás». El Dr. Pentecost (citado por
Carballosa) dice a este respecto: «El amileniarista ve un conflicto
aquí e insiste en que la eternidad del reino de Cristo no permite sitio
alguno para un reinado terrenal de mil años. La razón por la que
Calvino rechazó el punto de vista premilenial fue su concepto de
que un reinado de mil años anularía el reino eterno de Cristo». Dos
observaciones bastarán para hacer notar la equivocación sufrida
por Calvino en este punto:
(a) La primera intención del versículo 14b es hacer notar que, al
contrario que todos los reinos anteriores que han sido dominados
por un poder más fuerte que los ha subyugado, los ha destruido
como tales reinos y se ha constituido en sucesor de ellos, este reino
del hijo de hombre no será destruido ni dominado por ningún otro
poder y, por tanto, no será sucedido ni sustituido por ningún otro
reino en este mundo. En este sentido permanece para siempre un
reino, o cualquier otra cosa, que dura mientras dure el presente
cosmos u orden de cosas, «hasta la consumación de los siglos».
(b) Como el mismo Dr. Pentecost hace, un repaso a 1 Corintios
15:24–28 nos aclara definitivamente las dudas que respecto a esto
puedan surgir. En efecto, el apóstol dice allí que Cristo «entregará
el reino al Dios y Padre». Ese día será el fin del reino mesiánico
milenario en la tierra y el comienzo del reinado eterno de Cristo por
toda la eternidad. En efecto, mientras no se haya librado la última
batalla contra el mal y Satanás no haya sido definitivamente
derrotado (¡después del Milenio!—v. Ap. 20:7–10), Cristo no
entregará el reino al Padre (v. de nuevo 1 Co. 15:24–28), pues
todavía estará el mal actuando en el corazón de los hombres y en
los propósitos de Satanás. Una vez congregados en el cielo los
frutos del reino histórico de Cristo, Dios será todo en todos sin la
necesidad de que actúe todavía el Mediador. Cristo no necesitará
regir, pues ya no habrá nada que corregir; más bien que el reino de
Cristo, lo que permanecerá por toda la eternidad es la realeza de
Cristo. En cuanto a dos lugares que se citan en apoyo del reino
eterno del Mesías (Ap. 11:15 y 1 Ti. 1:17), la opinión de este
traductor es que el primero se refiere al reinado mesiánico
milenario, según la explicación que acabo de hacer en el punto
anterior (a); en cuanto al segundo, el «Rey de los siglos» no es
Jesucristo, sino Dios el Padre (comp. con Ro. 16:27; 1 Ti. 6:16 y
Jud. v. 25), el que, como dice Alan G. Nute, «en Su soberanía, está
llevando a cabo Sus designios redentores a lo largo de todas las
edades».
Versículos 15–28
1. La profunda impresión que estas visiones le hicieron a Daniel
(v. 15): «Yo, Daniel, quedé profundamente turbado en mi espíritu».
Literalmente: «En cuanto a mí, Daniel, fue turbado mi espíritu en
medio de su funda». El cuerpo es comparado aquí a la funda o
vaina de una espada. «Ejemplos de esta figura se hallan también en
Job 27:8 y en los escritos de los rabinos … También es usado por
Plinio» (Walvoord). «Las visiones de mi cabeza—continúa Daniel (v.
15b) me alarmaban.» La forma en que estas cosas le eran
reveladas le abrumaba.
2. Tanto más, por eso (v. 16) deseaba conocer «la verdad acerca
de todo esto». Se acercó, pues, a uno de los que asistían (comp.
con v. 10), es decir, a uno de los ángeles de la «corte en sesión», y
él le dio la interpretación de la visión.
3. El ángel le da un compendio de lo que significan las bestias y
lo del reino que seguirá al imperio de la última de las cuatro bestias:
(A) «Estas cuatro bestias (v. 17) son cuatro reyes que se
levantarán en la tierra.» Aun cuando es cierto que «los cuatro reyes
simbolizan los respectivos cuatro imperios» (Alonso Díaz), el hecho
de que personalice en este momento se debe, en opinión de este
traductor, al deseo de que el lector esté preparado para ver, en el
centro de la cuarta bestia, una persona. No han faltado tampoco
quienes han querido ver una contradicción entre el versículo 3,
donde se dice que estas bestias salieron del mar, y este versículo
17, que dice que se levantarán de la tierra. Si se recuerda que el
mar simboliza las multitudes humanas, especialmente las naciones
gentiles, no habrá dificultad en darse cuenta de que «lo que es
simbólico en Daniel 7:3 es literal en Daniel 7:17» (Walvoord).
(B) El versículo 18 dice que: «Después recibirán el reino los
santos del Altísimo, y poseerán el reino para siempre, siempre y por
siempre» (lit. En realidad, el arameo original usa tres formas
distintas de la raíz olam). En cuanto a este énfasis en la
permanencia «eterna» del reino, recuérdese lo que dijimos más
arriba. «Los santos del Altísimo (hebr. Elyonín, plural mayestático
de Elyón, vocablo que ya conocemos en hebreo)» son, lo mismo
que en los versículos 21, 22 25, los miembros del pueblo escogido
de Dios, es decir, Israel. Para Daniel, no podía significar ningún otro
pueblo. No se debe perder nunca de vista que los santos del
Antiguo Testamento no podían tener «ninguna noción de lo que
Pablo llama “el misterio” de la Iglesia (Ef. 3:4–6)» (los autores de
Search the Scriptures).
4. Daniel entiende perfectamente lo de las tres primeras bestias;
la que le intriga es la cuarta bestia (v. 19), que era tan diferente de
todas las otras, etc. Los versículos 19 y 20 repiten lo que ya había
dicho en los versículos 7 y 8. El versículo 21 basta por sí solo para
identificar el cuerno pequeño de los versículos 8, 20, 24 y 25 con la
bestia de Apocalipsis 13 (v., en especial, los vv. 5–7 de dicho cap.).
El versículo 22 es una especie de compendio de los versículos 9–
14, 18; pero hay una frase que necesita explicación en ese
versículo 22, es la frase central, que dice así literalmente, según el
original arameo: «Y el juicio fue dado a los santos del Altísimo».
Aunque podrían citarse varios lugares a favor de la opinión que
interpreta esta frase en el sentido de que se otorgó la facultad de
juzgar a los santos del Altísimo (v., por ej., Mt. 19:28; Lc. 22:30; 1
Co. 6:2; Ap. 20:4), es lo más probable que la preposición le
signifique aquí «a favor de», más bien que «a» o «para».
5. Viene, por fin (vv. 23–27), la interpretación que el ángel da a
Daniel de la cuarta bestia.
(A) «La cuarta bestia (v. 23) será un cuarto reino en la tierra,
etc.» (comp. con v. 17). De este reino se dice que «devorará toda la
tierra», porque cuando se manifieste el Anticristo la situación
política mundial estará en poder de una organización (los «diez
reyes» del v. 24), que posibilitará el liderato mundial del Anticristo
(el «cuerno pequeño»). Lo que se nos dice en este versículo 23 no
es, en realidad, nada nuevo, pero es una necesaria introducción de
lo que sigue.
(B) «Los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán
diez reyes.» Que estos reyes reinarán simultáneamente, se ha
indicado ya en el comentario a 2:40–44; pero la confirmación
decisiva de ello la hallamos en Apocalipsis 13:1; 17:12–14, donde
no se puede negar la simultaneidad. Dice Walvoord: «Son
claramente simultáneos en su reinado porque tres de ellos son
derribados por el cuerno pequeño que es otro gobernante, pero no
se le da aquí el título de rey. También será diferente de los
primeros, esto es, de los diez cuernos, y subyugará a tres de ellos».
(C) Es precisamente este «cuerno pequeño» el que trae de
cabeza a los amilenialistas. Dice M. Henry: «La pregunta es ahora:
¿Quién es este enemigo? Los intérpretes no se ponen de acuerdo.
Algunos tienen por el cuarto reino al de los seléucidas, y por el
pequeño cuerno a Antíoco, y muestran el cumplimiento de todo esto
en la historia de los Macabeos; pero otros sostienen que el cuarto
reino es el de los romanos, y que el cuerno pequeño es Julio César,
y los emperadores que le sucedieron (dice Calvino), el Anticristo, el
reino papal. Otros hacen del imperio turco el cuerno pequeño; así
Lutero, Vatablo y otros». Véase el comentario a Apocalipsis 17:3
para percatarse de la tremenda equivocación que supone hacer del
papado el Anticristo, si tenemos además en cuenta que el Anticristo
será una persona (v. 2 Ts. 2:3, 4), no una organización o institución.
(D) Las dos primeras frases del versículo 25 son una
confirmación de lo que dicen el versículo 20c («boca que hablaba
con gran arrogancia»—comp. con Ap. 13:5—) y el versículo 21. Lo
de «pretenderá cambiar los tiempos y la ley» (v. 25b), que, por lo
que se ve, quedará en mero «proyecto», sin llegar a ponerlo por
obra, no se sabe a ciencia cierta en qué consistirá, pero no está de
más recordar los nuevos nombres que la Revolución Francesa puso
a los meses, etc., con la intención de establecer un «nuevo orden
de cosas».
(E) La frase final del versículo 25 determina tajantemente la
duración del dominio tiránico, violento y persecutorio del Anticristo:
«y serán entregados (los santos del Altísimo) en su mano hasta un
tiempo, y tiempos y medio tiempo», es decir, tres años y medio (la
segunda mitad del período de la Gran Tribulación). Compárese con
12:7 y Apocalipsis 12:14, y aun 11:2, 3; 12:6 y 13:5.
(F) Los versículos 26 y 27 resumen lo que ya hemos visto en los
versículos 9–14. Para lo del «reino eterno» del versículo 27, véase
lo que hemos dicho en el comentario al versículo 14. Que un autor
como Keil haya equivocado este concepto es cosa que asombra.
Dice L. Wood (citado por Carballosa): «Los versículos 13, 14 y 27
hablan claramente de la inauguración del reino de Cristo (no de su
conclusión, como arguye Keil), y los versículos muestran que este
reino será un gobierno glorioso en el que todos los pueblos servirán
a Cristo—algo que no ha ocurrido aún en nuestros días, en lo que
concierne a su gobierno espiritual, pero que será verdad cuando Él
venga para establecer su reinado terrenal después de la
destrucción del Anticristo (Ez. 37:23)».
6. Después de referir lo que el ángel le había dicho, Daniel
declara (v. 28) la impresión que la visión le había hecho: le
sobrecogió el ánimo y le demudó el color del rostro. Una y otra vez
reflexionaba sobre ello, pues eso es lo que significa la frase final «y
guardé el asunto en mi corazón» (comp. con Lc. 2:19, 51).
CAPÍTULO 8
Este capítulo y los cuatro siguientes, esto es, hasta el final del
libro, ya no están escritos en arameo, sino en hebreo, ya que los
temas tratados en ellos conciernen especialmente a Israel. I. La
visión del carnero y del macho cabrío, y el cuerno pequeño que
había de luchar contra el pueblo de Dios y había de prevalecer
contra ellos por un tiempo limitado (vv. 1–14). II. El ángel Gabriel le
da a Daniel la interpretación de la visión, y le muestra que el
carnero significaba el imperio persa, cuyo rey sería, a la sazón,
Darío III Codomano, y el macho cabrío el reino de Grecia, con
Alejandro Magno a la cabeza; el cuerno pequeño de este capítulo
había de ser Antíoco IV Epífanes, de una rama salida del antiguo
reino griego de Alejandro (vv. 15–27). Aunque Antíoco Epífanes
puede ser considerado, de alguna manera, como tipo del Anticristo,
la visión del presente capítulo es totalmente diferente de la del
capítulo precedente.
Versículos 1–14
1. La fecha de esta visión (v. 1). Fue «en el año tercero del
reinado del rey Belsasar», es decir, el año 551 a. de C. Fue una
visión, esto es, mientras estaba despierto, no fue una visión en
sueños (comp. con 7:1). Fue después de esa «que me había
aparecido antes»—dice—, porque la anterior había tenido lugar «en
el primer año de Belsasar», es decir, en el 553 a. de C.
2. El escenario de la visión. El lugar donde Daniel tuvo la visión
era Susa, capital de la satrapía de Elam (v. 2). Como da a entender
el texto sagrado, Daniel fue transportado en espíritu (como Juan en
Ap. 1:10) a un lugar de Susa junto al río Ulay. Susa se hallaba
situada a unos 400 km al este de Babilonia. Así como Ezequiel fue
transportado en espíritu, con alguna frecuencia, a Jerusalén,
mientras corporalmente estaba, como cautivo, en Babilonia, así
también Daniel fue transportado ahora, también en espíritu, a Susa.
El espíritu puede estar en libertad mientras el cuerpo está en
cautividad, porque, incluso cuando estamos atados, el Espíritu de
Dios (como Su Palabra) no está atado.
3. La visión misma.
(A) Vio un carnero que tenía dos cuernos (v. 3). Ésta era la
segunda monarquía, de la que los reinos de Media y de Persia eran
los dos cuernos. Los cuernos eran altos, pero el más alto de los dos
era el que había comenzado a crecer después del otro. En efecto,
los medos fueron los primeros en establecerse como reino, pero los
persas, bajo Ciro, se hicieron más fuertes que los medos.
(B) Vio (v. 4) luego a este carnero que avanzaba en todas
direcciones y conquistaba las naciones que se oponían a su paso.
Dice Alonso Díaz: «Históricamente, Ciro comenzó por conquistar el
septentrión, al vencer a los lidios, que ocupaban el centro del Asia
Menor. Después, toda la parte occidental del Próximo Oriente. Su
hijo Cambises invadió Egipto hasta Etiopía. Tal es la “cornada” del
carnero hacia mediodía».
(C) Cuando tenía la mirada puesta en el carnero (v. 5), «he aquí
que un macho cabrío venía del lado del poniente, es decir, de
Grecia, sobre la superficie de toda la tierra, pues realmente se hizo
dueño de todos los reinos que significaban algo en la civilización de
aquella época». De este macho cabrío dice que avanzaba sin tocar
el suelo, expresión que simboliza la tremenda rapidez de sus
conquistas. Este macho cabrío (el imperio grecomacedonio) tenía
un cuerno bien visible entre sus ojos, puesto que toda la terrible
fuerza y la sabia estrategia de dicho imperio residía en su jefe,
Alejandro Magno. La batalla que se nos describe en los versículo 6
y 7 entre el macho cabrío y el carnero de los dos cuernos no es otra
que la que tuvo lugar a las orillas del Iso (año 333 a. de C.) entre
Alejandro Magno y Darío III Codomano, y que acabó con la derrota
de éste. Volvió a derrotarle definitivamente (año 331) en Arbela.
(D) El versículo 8 nos describe el progresivo engrandecimiento
de Alejandro hasta su muerte prematura, de unas fiebres
infecciosas, el año 323 a. de C., «estando en su mayor fuerza»,
pues no había cumplido aún 33 años. Al morir (v. 8b), su inmenso
imperio fue repartido entre sus cuatro generales, «cuatro cuernos
bien visibles hacia los cuatro vientos del cielo». Macedonia le
correspondió a Casandro; Tracia, a Lisímaco; Egipto, a Tolomeo;
Siria, a Seleuco.
(E) De uno de éstos (v. 9)—en concreto, de Seleuco—salió un
cuerno pequeño, en el que los autores, sin excepción, ven a Antíoco
IV Epífanes (rey de Siria desde el 175 hasta el 163 a. de C.). En lo
que los autores antidispensacionalistas están completamente
equivocados es en identificar este cuerno pequeño con el del
capítulo 7, si bien es cierto que Antíoco IV resulta, en muchos
detalles, tipo del Anticristo. De sus vicisitudes y correrías, lo que le
interesa al autor sagrado es su ataque «hacia la hermosura» (hebr.
weel hatsébi), como dice el final del versículo 9, frase que equivale
a la de «tierra hermosa» (hebr. érets hatsebí) de 11:16, 41, y
designa, indudablemente, a Palestina (comp. con Sal. 48:2; Ez.
20:6, 15). Del ataque de Antíoco a Palestina destaca el autor
sagrado los detalles siguientes:
(a) La persecución que llevó a cabo (v. 10) contra «el ejército del
cielo», que aquí designa metafóricamente a los «santos de Israel»
(comp. con 12:3). «Echó por tierra», es decir, dio muerte, a parte de
ese ejército (unos 80.000 judíos) y de las estrellas, esto es, de los
jefes de Israel.
(b) No sólo eso, sino que (v. 11) «se irguió contra el príncipe de
los ejércitos», que en el versículo 25 es llamado «el Príncipe de los
príncipes», es decir, contra Dios mismo, como lo muestra el propio
versículo 11b: «y por él (por Antíoco) le fue quitado (a Dios) el
continuo sacrificio, y el lugar de Su (de Dios) santuario fue echado
por tierra».
(c) El versículo 12 declara que «a causa de la iniquidad, esto es,
de las transgresiones del pueblo mismo, el ejército (el pueblo judío)
le fue entregado (a Antíoco) junto con el continuo sacrificio, pues lo
hizo cesar el malvado invasor». La frase «echó por tierra la verdad»
significa que, por algún tiempo, suprimió la verdadera religión de los
judíos. En ese tiempo, y para disciplina de Israel, Dios le consintió
que hiciera cuanto quería sin que nadie le estorbara: «y le
acompañó el éxito». Los horribles sacrilegios que Antíoco cometió
(v. 1 Macabeos 1:44 y ss.) fueron una abominación con la que, de
paso, Dios castigaba el menosprecio con que los israelitas habían
tratado los sacrificios que se ofrecían a Dios en el templo (v. Mal.
1:6–14).
(F) Igualmente, Daniel oyó a un santo (v. 13), esto es, a un ángel
declarar el tiempo que tal sacrilegio había de durar. Alonso Díaz
hace notar que «el grito ¿hasta cuándo? refleja la fe bajo la prueba
a través de los tiempos (Sal. 6:3; 74:9; 79:5; 80:4; 90:13)».
Podemos ver otro ¿hasta cuándo? similar en Apocalipsis 6:10.
Aunque tanto la pregunta como la respuesta la hacen dos ángeles,
el verdadero destinatario de la respuesta es Daniel, puesto que el
versículo 14 comienza literalmente diciendo: «Y (él) me dijo …».
Contra la opinión de Walvoord y muchos otros autores, y al seguir la
de R. Culver y de los autores de Search the Scriptures, este
traductor opina que el número 2.300 del versículo 14 indica las
veces (no los días) que el sacrificio continuo estuvo en suspenso.
2.300 veces nos dan 1.150 días, un poco más de tres años; esto
coincide con lo que sabemos por los libros históricos, especialmente
por los de los Macabeos, ya que la profanación del templo hasta
llegar a la suspensión del sacrificio se llevó a cabo en el año 168 a.
de C., mientras que Judas Macabeo llevó a cabo la purificación y
rededicación del templo el 25 de diciembre del 165.
Versículos 15–27
1. Daniel tiene un vivo deseo (v. 15) de comprender la visión y,
para cumplirle este deseo, un personaje (v. 16), cuya voz se
describe como «voz de hombre», ordena al ángel Gabriel que le
explique a Daniel la visión. Quién sea dicho personaje no está claro.
Dice Walvoord: «La voz de hombre puede ser la de Miguel el
Arcángel o incluso la voz de Dios, pero no es identificada en el
texto. Calvino cree que el hombre que habla es Cristo». A esta
opinión me adhiero (nota del traductor).
2. Gabriel obedece la orden y se acerca (v. 17) a Daniel para
explicarle la visión. Con esto, Daniel se sobrecoge de espanto y se
postra sobre su rostro. Es la misma reacción que vemos en Juan en
Apocalipsis 1:17, en Ezequiel (Ez. 1:28; 44:4) y en Nabucodonosor
con respecto al propio Daniel (Dn. 2:46). Posteriormente, «mientras
Gabriel sigue hablando» (v. 18), Daniel pierde el conocimiento, pero
el ángel le toca para que se ponga de pie.
3. Dentro del contexto histórico del presente capitulo, los
versículos 17–19 son sumamente difíciles de interpretar. Por una
parte, tenemos expresiones como «el tiempo del fin» (v. 17, al final),
«al fin de la ira; porque el fin está fijado», así como las
descripciones de los versículos 23–25, que parecen apuntar a un
«fin» escatológico. Por otra parte, todo el contexto del capítulo
indica que lo que se dice aquí se cumplió en la persona de Antíoco
IV Epífanes. El gran experto en profecía Dr. J. D. Pentecost,
defiende, con gran despliegue de argumentos, que la profecía de
este capítulo es de doble cumplimiento, al ser Antíoco tipo del
Anticristo. Este sentido típico real es admitido incluso por un autor
amileniarista como Leupold.
4. La explicación que el ángel dio a Daniel de esta visión.
(A) Con respecto a las dos monarquías de Persia y Grecia (vv.
20–22). El carnero significaba la sucesión de los reyes de Media y
Persia; el macho cabrío significaba los reyes de Grecia; el cuerno
grande era Alejandro; los cuatro cuernos que surgieron en su lugar
son los cuatro reinos que vimos en el versículo 8. Refiere Flavio
Josefo que, cuando Alejandro había capturado Tiro y marchaba
hacia Jerusalén, Yaddas, que era a la sazón el sumo sacerdote, al
temer la ira del macedonio, recurrió a Dios en oración y se le avisó
en sueños que, cuando se acercase Alejandro, abriesen las puertas
de la ciudad y que Yaddas y los demás sacerdotes saliesen a su
encuentro vestidos con sus vestiduras sacerdotales, y todo el
pueblo vestido de blanco. Al ver este grupo a distancia, Alejandro se
fue, él solo, hacia el sumo sacerdote y, postrándose en el suelo, le
saludó; y, al preguntarle uno de sus capitanes por qué lo hacia,
contestó que, mientras estaba aún en Macedonia y cavilaba sobre
la conquista de Asia, se le apareció un hombre vestido como aquél,
quien le invitó al Asia y le aseguró que tendría éxito en conquistarla.
Los sacerdotes le condujeron al templo, donde ofreció sacrificio al
Dios de Israel según le instruyeron, y ellos le mostraron este libro
del profeta Daniel, donde se predice que un griego había de destruir
a los persas, lo cual le animó en su expedición contra Darío. Por
esta causa, él tomó bajo su protección a los judíos y su religión y
prometió portarse benignamente con los de esa religión que
viviesen en Babilonia y Media, adonde él se dirigía ahora.
(B) En cuanto a Antíoco y a la persecución que llevó a cabo
contra los judíos. Se dice que esto había de ocurrir (v. 23) «al fin del
reinado de éstos (los cuatro reinos del v. 22), cuando las
transgresiones lleguen a su colmo». Será un rey altivo de rostro (v.
23b), sin temor de Dios ni de los hombres, y experto en intrigas,
hábil y astuto en tramar planes malvados. Con todo, había de
ejercitar su poder no con fuerza propia (v. 24), sino con el permiso
de Dios (comp. con Ap. 17:17). Sus planes eran de destrucción:
«causará grandes ruinas … y destruirá a los fuertes y al pueblo de
los santos». En todas estas expresiones el ángel se refiere al
pueblo judío. Y de la misma manera que ha prosperado por
habérselo permitido Dios para disciplina de Su pueblo, también será
quebrantado (v. 25, al final) por mano de Dios, contra el que se
habrá levantado al profanar el templo del Dios viviente y colocar allí
la imagen de Júpiter Olímpico. Del quebrantamiento de Antíoco nos
da cuenta el Libro Primero de los Macabeos, 6:1–16. Enterado de
los fracasos de su ejército en Palestina y otros lugares, cayó
enfermo y, al sentir que su muerte estaba próxima, dijo lo siguiente:
«Ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén, cuando
me llevé los objetos de plata y oro que en ella había y mandé
exterminar sin motivo a los habitantes de Judá. Reconozco que por
esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de
inmensa pesadumbre en tierra extraña» (1 Mac. 6:12, 13. Biblia de
Jerusalén). Antíoco murió en el otoño del año 164 a. de C., en un
lugar próximo a Babilonia.
5. Llegamos así (vv. 26, 27) a la conclusión de esta visión y al
encargo que recibió Daniel de mantenerla en secreto (v. 26): «y tú
guarda la visión, porque es para días lejanos» (unos 300 años
después de la visión). Daniel quedó quebrantado (v. 27) hasta tener
que guardar cama durante algunos días. Ya recuperado, volvió a
ocuparse en los asuntos del rey en Babilonia, lo cual «prueba que
había estado en Babilonia todo el tiempo y que su presencia en
Susa había sido puramente en visión» (Jeffrey, citado por
Walvoord).
CAPÍTULO 9
I. Oración de Daniel por la restauración de su pueblo, que
todavía estaba en cautiverio (vv. 1–19). II. Respuesta inmediata, por
medio del ángel Gabriel, a esta oración, con la profecía de las
setenta semanas (vv. 20–27). Esta es una de las profecías más
importantes del Antiguo Testamento. Según el propio M. Henry, «la
profecía más clara del Mesías en todo el Antiguo Testamento».
Versículos 1–3
1. Fecha de la oración de Daniel y de la profecía subsiguiente:
«En el año primero de Darío» (el mismo Darío del cap. 6), es decir,
en 538 a. de C. De él se dice que era «hijo de Asuero», el cual no
puede ser el mismo Asuero del libro de Ester, pues vivió casi un
siglo más tarde que el presente.
2. Investigación que llevó a cabo Daniel sobre los años que
había de durar la cautividad de Babilonia (v. 2). Daniel miró
atentamente en la profecía de Jeremías y sacó la conclusión de que
la desolación de Jerusalén estaba a punto de acabarse (v. Jer.
25:11, 12; 29:10–14).
3. Equivocación que sufrió Daniel en el cómputo de los setenta
años. Daniel contaba a partir de la fecha en que Jerusalén había
capitulado ante Nabucodonosor (año 605 a. de C.), y que era
precisamente la fecha en que él mismo había sido deportado, con
algunos otros, a Babilonia. Sin embargo, la destrucción del templo y
de la ciudad se llevó a cabo el año 586 a. de C., con lo que el error
de Daniel era de más de 18 años con respecto al cómputo correcto.
4. Daniel decide (v. 3) dirigirse en oración a Dios, y acompaña su
oración con las señales que solían indicar la pesadumbre por el
pecado: «buscándole en oración y ruego, con ayuno, saco y cenizas
(lit. polvo)». Vemos aquí a Daniel dispuesto a interceder por los
pecados de su pueblo, incluyéndose a sí mismo.
Versículos 4–19
Tenemos aquí la oración de Daniel, una de las más admirables
del Antiguo Testamento. 1. Comienza con una introducción
reverente (v. 4), en la que da gloria a Dios: (A) Como a un Dios que
debe ser temido: «¡Ah, Señor, Dios grande, digno de ser temido, tú
que puedes enfrentarte con el mayor y más terrible de los enemigos
de Tu pueblo». (B) Como a un Dios que debe ser creído y en quien
puede depositarse una confianza absoluta: «que guardas el pacto y
la misericordia con los que te aman y, como prueba de ese amor,
guardan tus mandamientos». Es un Dios que mejora Sus promesas,
pues añade a Sus palabras misericordia, algo más de lo que había
en la letra del pacto. Fue muy apropiado el que Daniel pensase en
la misericordia de Dios ahora que iba a poner ante Su presencia las
miserias del pueblo y el que, por decirlo así, le hiciese a Dios a la
memoria el cumplimiento de Sus promesas.
2. Sigue con una penitente confesión del pecado (vv. 5, 6).
Cuando rogamos a Dios por bendiciones de carácter nacional,
debemos humillarnos por los pecados de carácter también nacional.
Dos circunstancias hacían más graves dichos pecados: (A) Con
ellos habían quebrantado las leyes (v. 5) que Dios les había dado
por medio de Moisés. (B) Con ellos habían menospreciado los
amables avisos (v. 6) que Dios les había hecho por medio de los
profetas.
3. Aquí tenemos un reconocimiento humilde de la justicia de Dios
en todos los castigos que ha impuesto a Su pueblo: «Las rebeliones
con que se rebelaron contra ti»—dice (v. 7, al final)—eran la causa
de todas las aflicciones que el pueblo había sufrido. Era algo de lo
que todo el pueblo presente, y sus padres, debían avergonzarse (v.
8). Los versículos 10–14 detallan las rebeliones del pueblo y los
castigos que Dios les infligió por esas rebeliones:
(A) Al hacerse solidario de los pecados de su pueblo, dice Daniel
(v. 10) «No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, etc.».
Como hace notar Ryrie, «Daniel se hace solidario de los pecados
de su pueblo 32 veces en esta notable oración de confesión».
«Todo Israel—añade (v. 11) traspasó tu ley, apartándose para no
obedecer tu voz.» Y más adelante (vv. 13 y 14): «… y no hemos
implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de
nuestras maldades y prestar atención a su verdad … pero nosotros
no hemos hecho caso de su voz». Si los hombres fuesen llevados
rectamente a considerar la verdad de Dios y a someterse al poder y
a la autoridad de Su Palabra, se volverían del extravío de sus
caminos. El primer paso para ello es implorar el favor de Jehová
nuestro Dios, a fin de que la aflicción sea santificada antes de ser
retirada.
(B) Daniel confiesa que Dios ha sido justo al castigar los pecados
del pueblo. Por eso, dice, «ha caído sobre nosotros la maldición y el
juramento que está escrito en la ley de Moisés» (v. 11, alude a Lv.
26:14 y ss.; Dt. 27:15 y ss.; 28:15 y ss.; 29:20, 27, etc.). En
concreto, al referirse a los pecados que habían provocado
directamente la ruina de Jerusalén («tan grande mal …»—v. 12b—),
dice que «ha cumplido la palabra que habló contra nosotros» (v.
12a, comp. con Is. 1:10–31; Mi. 3). Esta confesión de la justicia de
Dios al castigar a Israel con tan terrible ruina tiene su clímax y
compendio en el versículos 14: «Por tanto, Jehová veló sobre este
mal y lo ha hecho venir sobre nosotros, porque es justo Jehová
nuestro Dios en todas las obras que ha hecho». Porteous hace
notar (citado por Walvoord) que el verbo veló, que puede traducirse
también por «se mantuvo dispuesto» o «vigilante», es el mismo que
usa Jeremías para decir que Dios estuvo atento a Su palabra para
ponerla por obra (Jer. 1:12; cf. 31:28; 44:27).
4. Tenemos luego una confiada apelación a la misericordia de
Dios. (A) Dios siempre ha estado dispuesto a perdonar el pecado (v.
9). Es «un Dios de perdones» (Neh. 9:17b. Lit.), «amplio en
perdonar» (Is. 55:7, al final). (B) Daniel se remonta al pasado para
dar aliento a su fe (v. 15): «Señor Dios nuestro, que sacaste tu
pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, etc. ¿Y no nos
sacarás ahora de Babilonia con esa misma mano poderosa? ¿No
ha dicho Dios que su liberación de Babilonia había de oscurecer a
la que llevó a cabo al sacarles de Egipto (Jer. 16:14, 15)?»
5. Viene después una patética queja del oprobio bajo el que se
hallaba el pueblo de Dios, y de las ruinas en que yacía el santuario
de Dios. Sus vecinos se reían de ellos hasta el escarnio (v. 16) y se
alegraban de su desgracia (comp. con Éx. 32:12). El lugar santo de
Dios estaba en ruinas; Jerusalén, la ciudad santa, hecha oprobio de
Israel (v. 16); el santuario, asolado (v. 17); los altares, demolidos;
todos los edificios, reducidos a cenizas.
6. Su oración se hace santamente importuna al rogar a Dios que
restaure la condición de los judíos cautivos: «Oh Señor, conforme a
todos tus actos de justicia (v. 16), que son también actos de
misericordia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad
Jerusalén, tu santo monte … Ahora, pues (v. 17), Dios nuestro,
escucha la oración de tu siervo y sus ruegos». Atendamos bien al
objeto de sus peticiones:
(A) Pide que Dios aparte Su ira y Su furor de Jerusalén, Su santo
monte (v. 16). Esto es lo que todos los santos temen y así es como
todos ellos imploran a Dios. No ruega directamente para que Dios
los aparte a ellos del cautiverio (que Jehová obre con ellos como
mejor le parezca a Sus ojos), sino, en primer lugar, que se aparte la
ira de Dios. Si se quita la causa, cesará el efecto.
(B) Pide a Dios que Su rostro resplandezca (v. 17, comp. con
Nm. 6:25) sobre el santuario asolado. El resplandor de la faz de
Dios sobre las desolaciones del santuario es el único medio de que
el santuario sea reparado, y sobre ese fundamento ha de ser
reedificado. Por consiguiente, si los que aman el santuario quieren
empezar su obra por el lado correcto, deben primero implorar con
ahínco el favor de Dios.
7. Tenemos varios alegatos y argumentos con que Daniel
refuerza sus peticiones. Dios nos permite, no sólo orar, sino
también apelar, no para moverle a Él (pues sabe bien lo que va a
hacer), sino para movernos a nosotros mismos y avivar nuestra fe.
(A) Confiesa que no merecen el favor de Dios, pues no
dependen de ninguna justicia propia, sino sólo de la misericordia
divina (v. 18). Ya Moisés le había dicho a Israel (Dt. 9:4, 5) que lo
que Dios hiciese por ellos no se debería a la justicia de ellos ni a la
rectitud de su corazón.
(B) Se anima a orar a Dios, y toma de Dios mismo el ánimo para
orar, sabedor de que Dios les favorecerá y perdonará en atención a
la gloria de Su santo nombre: «¡No tardes más, en atención a ti
mismo, Dios mío!» (v. 19b. También al final del v. 17). En fin de
cuentas, «Suyo es el tener compasión y el perdonar» (v. 9). Todo
aquello por lo que pide es algo que le atañe de cerca a Dios: «tu
pueblo» (v. 15), «tu ciudad Jerusalén, tu santo monte» (v. 16), «tu
santuario asolado» (v. 17), «la ciudad sobre la cual es invocado tu
nombre» (v. 18b), «porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y
sobre tu pueblo» (v. 19, al final). Es como un eco del Salmo 119:94:
«¡Tuyo soy yo, sálvame!»
Versículos 20–27
La respuesta que recibe inmediatamente la oración de Daniel
contiene una de las más ilustres predicciones que acerca de Cristo
se hallan en el Antiguo Testamento.
I. El tiempo en que se dio esta respuesta.
1. Fue mientras Daniel estaba en oración. Esto es lo que él
mismo pone de relieve al decir (v. 21): «aún estaba hablando en
oración». Antes que se levantase de sus rodillas y cuando quizás
estaba dispuesto a seguir implorando con vehemencia, le vino del
cielo la respuesta. Así se cumplía lo que Dios había dicho por Isaías
(Is. 65:24b): «Mientras aún estén hablando, yo habré oído». Daniel
había orado con gran fervor (vv. 18, 19), y Dios le envió un ángel,
nada menos que el ángel Gabriel, para darle una respuesta
asombrosa. No podemos esperar que Dios envíe por medio de
ángeles la respuesta a nuestras oraciones, pero si oramos con
fervor por aquello que Dios ha prometido, podemos, por fe, tomar la
promesa como respuesta inmediata a nuestra oración; pues fiel es
el que prometió. A Daniel le fue descubierto mucho más y mejor de
lo que había rogado.
2. Fue (v. 21, al final) «como a la hora del sacrificio de la tarde».
El altar estaba en ruinas y no se ofrecía, por tanto, ninguna oblación
sobre él, pero los judíos piadosos, durante su cautiverio, tenían en
cuenta diariamente el tiempo en que habrían sido ofrecidos el
sacrificio matutino y el vespertino, y esperaban que sus oraciones
subiesen a la presencia de Dios como el incienso, y que el alzar de
sus manos, y del corazón con las manos, fuese aceptable a los ojos
de Dios como la ofrenda de la tarde (Sal. 141:2). La oblación de la
tarde o sacrificio vespertino era tipo del sacrificio que Cristo había
de ofrecer en la tarde del Viernes Santo y en el atardecer del
mundo; era en virtud de este sacrificio futuro de Cristo como fue
aceptada la oración de Daniel cuando imploraba a Dios en atención
a Su nombre.
II. El mensajero por medio del cual fue enviada esta respuesta.
No se le dio a Daniel en un sueño ni por medio de una voz
procedente del cielo, sino que fue enviado un ángel con este
propósito, quien se apareció a Daniel en forma humana para dar
respuesta a su oración. Gabriel como ángel y Miguel como arcángel
son los únicos seres angélicos que se mencionan por su propio
nombre en las Escrituras canónicas. De Gabriel dice Daniel (v. 21b)
que era «el varón a quien había visto en la visión al principio»
(comp. con 8:16). Nótese la forma como se dirige Gabriel a Daniel
al anunciarle el propósito de su visita (vv. 22, 23):
1. «Daniel—le dice (v. 22b), he salido ahora para ilustrar tu
inteligencia.» Dice Walvoord: «Aunque la oración de Daniel no iba
dirigida a su propia necesidad de entender los procedimientos de
Dios con el pueblo de Israel, ésta es la suposición que subyace a
toda su oración. Dios, en una palabra, quiere dar a Daniel
seguridades sobre Su inconmovible propósito de cumplir todo lo que
se ha comprometido a hacerle a Israel, incluida su restauración
final».
2. «Al principio de tus ruegos—continúa el ángel (v. 23)—fue
dada la palabra (lit.), y yo he venido para revelártela.» Le había
revelado anteriormente (8:19) las aflicciones del pueblo bajo
Antíoco, pero ahora tenía mayores y mejores cosas que revelarle.
En ese «fue dada la palabra» (lit.), es decir, la orden, ve M. Henry la
probabilidad de que «saliese la palabra, o el mandato, de Ciro de
restaurar y edificar a Jerusalén». M. Henry se equivoca de medio a
medio en este cómputo, como veremos luego.
3. Grande sería el ánimo que Daniel recibiría al oír de labios del
ángel Gabriel la frase (v. 23b): «porque tú eres muy amado». Esto
de «muy amado» es como un epíteto que se repite otras dos veces
(10:11, 19). Bien pueden tenerse por muy amados de Dios aquellos
a quienes, y en quienes, tiene Él a bien revelarles Su Hijo.
III. El mensaje mismo es revelado, y queda registrado, con gran
exactitud. Nota del traductor: Tanto M. Henry como Alonso Díaz no
me sirven para nada en el resto del capítulo (vv. 24–27), pues no
captan en forma alguna el sentido de la porción. Para dichos
versículos tomaré prestado el material de mi libro Escatología 11,
páginas 164–172, a la vez que recomiendo a mis lectores la lectura
de, entre otras, las obras de J. D. Pentecost, Eventos del Porvenir, y
E. L. Carballosa, Daniel y el Reino Mesiánico. Los que sepan inglés,
disfrutarán con la lectura del libro de J. F. Walvoord Daniel the Key
to Prophetic Revelation. Dichos versículos dicen así literalmente:
Versículo 24: «Semanas setenta han sido decididas (hebr.
nejtakh, cortadas, conforme a la etimología del verbo “decidir”)
sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar con la
transgresión (o rebelión, hebr. pésha, como en Is. 1:2) y poner fin a
los pecados (hebr. uljathem jattaoth, un juego de palabras que
expresa poner fin a algo que en sí es una barrera) y expiar la
iniquidad (hebr. awón) y hacer que venga justicia de eternidades (es
decir, eterna), y sellar (hebr. ulajtom, el mismo verbo de antes para
“poner fin”) la visión y la profecía (en hebreo no llevan artículo) y
ungir al santo de los santos».
Versículo 25: «Sabe entonces y entiende que, desde la salida de
la palabra (es decir, de la orden) para restaurar y reedificar a
Jerusalén hasta (el) Mesías Príncipe (habrá) semanas siete y
semanas sesenta y dos. De nuevo será edificada (con) plaza y foso,
incluso en angustia de tiempos (esto es, en tiempos angustiosos)».
Versículo 26: «Y después de las semanas sesenta y dos, será
cortado (esto es, se le quitará la vida al) Mesías (sin artículo en el
original) y en ninguna manera (hebr. ein, negación fuerte) para Él (o
nada para Él), es decir, no tendrá nada (según la versión más
probable). Y destruirá la ciudad y el santuario (el) pueblo de un
príncipe que viene; y su fin (será) con una inundación, y hasta (el)
fin (habrá) guerra, estricta decisión de desolaciones (las
desolaciones decretadas por Dios. V. 8:25)».
Versículo 27: «Y hará (el príncipe) que prevalezca un pacto
(hecho) a muchos (por) una (numeral cardinal, no artículo
indefinido) semana. Y a mitad de la semana hará que cese el
sacrificio y la ofrenda, y sobre un ala (esto es, sobre el pináculo del
templo) de abominaciones (habrá, o vendrá) un desolador, incluso
hasta completa destrucción. Y lo que ha sido decretado será
derramado sobre (el) desolador». Vemos que:
1. El hebreo tiene dos vocablos distintos, aunque de la misma
raíz, para decir siete. shéba, que significa simplemente siete, y cuyo
plural (shibim) es la segunda palabra del versículo 24 en el hebreo;
y shabúa, que significa un conjunto o período de siete (días, años,
etc.), es decir, una hebdómada (del griego) o semana (del latín
septimana, donde se ve la raíz de septem, siete); el plural de
shabúa, shabuim, es la primera palabra del versículo 24 en el
original hebreo. Por tanto, si decimos setenta semanas, no
necesitamos hacer ninguna aclaración; pero los autores ingleses
suelen decir setenta sietes, por la sencilla razón de que, en inglés,
semana (week, como el alemán Woche) no es de la misma raíz que
siete (seven). Con todo, es más exacto decir setenta hebdómadas
(como dice Carballosa) que setenta sietes.
2. Nadie discute que las semanas de Daniel significan semanas
de años. Dice R. D. Culver:
Esta interpretación era común en la antigüedad. Daniel había
estado pensando en un múltiplo de «siete» de años (9:1, 2; cf. Jer.
25:11, 12). Sabía que ese múltiplo (setenta años) era un tiempo de
juicio por los 490 años de sábados quebrantados (490, dividido por
7, igual a 70. V. 2 Cr. 36:21). Además, había una común «semana»
de años, que se usaba tanto en recuentos civiles como religiosos
(Lv. 25, especialmente v. 8). No sólo esto, sino que cuando se
desea referirse a semanas de días (Dn. 10:2, 3), se añade el
vocablo hebreo para «días» (yamim) al de «semanas» (shabuim)…
y, lo más importante, si se quiere dar un sentido literal a las
semanas, únicamente un período de semanas de años cumple las
condiciones que requiere el contexto.
3. Como advierten los autores de la obra Search the Scriptures,
lo de «acabar con la transgresión y poner fin a los pecados» (v.
24b) «son expresiones paralelas que significan poner punto final al
pecar de Israel (cf. Ro. 11:26, 27)». Puesto que, detrás de estas
expresiones, viene lo de «expiar la iniquidad», «poner fin al
pecado» ha de significar algo así como «pronunciar sobre el pecado
de Israel un juicio final, perdonador», conforme a Romanos 11:26,
27.
4. Como dice el texto sagrado (v. 24: «sobre tu pueblo y sobre tu
ciudad santa»), esta profecía tiene que ver únicamente con Israel y
con Jerusalén. De ahí la fuerza de la preposición hebrea al, sobre;
como una carga que pesa sobre el pueblo judío: las pruebas,
tribulaciones, persecuciones, etc., por las que Israel tendrá que
pasar hasta que venga su Gran Libertador, que expíe sus pecados
e introduzca la justicia en el nivel perfecto, tantas veces profetizado
anteriormente.
5. Lo de «expiar la iniquidad» (v. 24c) «se refiere a la muerte de
Cristo en la cruz, que es la base para el futuro perdón de Israel
(Zac. 12:10; Ro. 11:26, 27)» (Ryrie). Puesto que el verbo para
«expiar» es el mismo que se emplea para «limpiar o borrar», bien
puede añadirse Zacarías 13:1.
6. La «justicia eterna», en sentido de perpetuidad durante el
tiempo prefijado (concepto ya conocido) apunta al reinado milenial
de Cristo (comp. con Jer. 23:5, 6), mientras que lo de «sellar la
visión y la profecía» equivale a decir que Dios ha puesto Su sello
para ratificar el cumplimiento seguro de tal visión profética.
7. La expresión hebrea (v. 24, al final) qodesh qodashim puede
significar el «Lugar Santísimo», «un sumo sacerdote», o ambas
cosas a la vez: el sacerdote o el santuario. Lo más probable (contra
lo que dije en mi libro Escatología 11, p. 165, nota 27) es que se
refiera a la unción del Lugar Santísimo en el templo milenario, como
señal del regreso de la presencia de Jehová para morar de nuevo
en medio de Su pueblo.
8. El decreto (lit. palabra) al que hace referencia el versículo 25
es, como admiten hoy la mayoría absoluta de los autores, el de
Artajerjes Longimano en el año 445 a. de C., según queda
registrado en Nehemías 2:1 y ss. Al tener en cuenta que este
decreto se dio en el mes de Nisán (esto es, últimos de marzo y
primeros de abril), y que los 483 años que cubren las primeras
sesenta y nueve semanas de Daniel llegan exactamente, según el
cómputo más probable, al año 30 de nuestra era—la fecha más
probable de la muerte del Señor—, se puede comprender mejor el
lamento de Jesús en Lucas 19:41–44, especialmente la
exclamación del versículo 42, donde está bien atestiguada la
lectura: «¡Si conocieses tú, Y POR CIERTO EN ESTE TU DÍA, lo
que es para tu paz!» ¡Era el día 9 de Nisán, y se cumplían
precisamente en ESE DÍA las 69 semanas (483 años), tras de las
que el Mesías Príncipe había de ser cortado, según el versículo 26.
Es posible, como hacen notar los autores de Search the Scriptures,
que a esto se refiriese el Señor cuando proclamaba (Mr. 1:15): «El
tiempo—griego kairós—se ha cumplido», y que a esto se debiese la
creciente expectación (v. Mt. 2:1, 2; Lc. 2:25, 26; 3:15) de la Venida
del Mesías.
9. Como puede verse (v. 25b), el texto sagrado distingue
«semanas siete» antes de «semanas sesenta y dos». En efecto, «la
plaza pública y el foso fueron reedificados al tiempo en que se
completaban las primeras siete semanas (49 años)» (Ryrie). Los
tiempos angustiosos en que todo esto se llevó a cabo se
comprenden con una somera lectura del libro de Nehemías.
10. Ese corte entre las primeras «siete semanas» y las «sesenta
y dos semanas» restantes, que, a su vez (nótese bien), se separan
también de la semana restante la septuagésima semana, se percibe
aún con más claridad al comienzo del versículo 26: «Y después de
las semanas SESENTA Y DOS, será cortado, etc.». Al traducir
dicho versículo 26 ya hemos dicho que la frase hebrea (ein lo, nada
para Él) significa, según la versión más probable, «no tendrá nada».
¡Qué bien encaja dicha frase en la manera como Cristo vivió y
murió! ¡Siempre de prestado! Especialmente, en Su pasión y
muerte: fue tenido por blasfemo en el tribunal religioso; por loco, en
el del arte y el placer; por sedicioso, ante el tribunal político. Antes
de morir fue despojado de todas sus ropas; y, ya en la cruz, otorgó
el perdón a sus verdugos; el Reino, a un criminal; Su madre, a un
discípulo. Y cuando ya lo había dejado todo, aún fue desamparado
por Dios, ¿cabe mayor pobreza?
11. «El pueblo (v. 26b) del príncipe venidero» es, sin duda, el
pueblo romano, pero el príncipe no es Tito (el que destruyó
Jerusalén el año 70 de nuestra era), pues el contexto no cuadra con
lo que de él sabemos. El texto sagrado dice de dicho príncipe «que
viene», porque ha sido introducido ya en 7:8, 24–26, y hace un
pacto con el pueblo judío al comienzo del período de la Gran
Tribulación. Pero, a mitad de la semana septuagésima (v. 27, comp.
con 7:25b), quebrantará dicho pacto y profanará el templo, y hará
que cesen los sacrificios y se erigirá a sí mismo como objeto de
adoración en el propio santuario (comp. con 2 Ts. 2:4).
12. Quizás el dato más importante de toda la porción, y la clave
para la correcta exégesis del pasaje, es determinar quién es el
sujeto del verbo hebreo higbir, vocablo con que comienza el
versículo 27. La norma gramatical más elemental exige que el
sujeto sea el antecedente más próximo, y ese antecedente no
puede ser otro que «el príncipe» del versículo 26, como concede
hasta un amilenarista como Leupold. El verbo higbir es la forma
Hiphil (causativa) del verbo gabar, ser fuerte o prevalecer; por tanto,
su sentido no es el de confirmar un pacto ya existente, sino el de
hacer que prevalezca, o hacer que se concierte, un nuevo pacto.
Los muchos con quienes el príncipe venidero concertará un pacto
son, de modo especial (no exclusivo), los judíos, puesto que todo el
contexto (vv. 24, 27) trata de «tu pueblo y … tu ciudad santa». Este
pacto nadie lo ha hecho todavía. La rotura del pacto y la
consumación de que habla el versículo 27 se comprenden mejor a
la luz de Apocalipsis 13:4–7, a cuyo comentario remitimos al lector.
Es evidente que el «pacto» será llevado a cabo entre el Anticristo y
el pueblo de Israel, vuelto a su patria en los últimos días.
13. No cabe duda de que el desolador (hebr. shomem) al que
alude el versículo 27 (al final) es el príncipe venidero, esto es, el
Anticristo, sobre el cual pende un decreto divino de ruina, que «será
derramada sobre él» (comp. con 7:11b; 2 Ts. 2:8; Ap. 19:20). Este
es un dato que no puede aplicarse a Tito, el destructor de Jerusalén
el año 70 de nuestra era, ya que, aunque murió joven (a los 40 años
de edad), murió tranquilamente el año 81.
14. Finalmente, los versículos 26 y 27 nos hablan de una
semana aparte, la septuagésima y última de la presente profecía,
pues ya quedaron atrás siete (v. 25b) y sesenta y dos (vv. 25, 26),
después de las cuales suceden los acontecimientos referidos en los
versículo 26 y 27. De esta septuagésima semana hemos de decir:
(A) Que constará de siete años como las anteriores. Al ser las
primeras 69 semanas de Daniel «semanas de años», no hay razón
para negar que la septuagésima semana sea igualmente una
semana de siete años.
(B) Que dicha semana está por venir, es decir, es plenamente
escatológica. Esto se prueba por las siguientes razones:
(a) «Después de las sesenta y dos semanas» (v. 26) que siguen
a las siete primeras, ocurren dos acontecimientos separados entre
sí por unos 40 años: la muerte de Jesucristo y la destrucción de
Jerusalén. Estos dos acontecimientos no caben en una sola
semana de años. Luego si se admite un lapso aproximado de
tiempo de 40 años no incluidos en una semana, no hay razón
suficiente para descartar otro lapso mayor; sobre todo, cuando este
lapso está de acuerdo con todo el contexto de la profecía.
Separaciones similares pueden verse en muchos otros lugares del
Antiguo Testamento, siendo el más notable Isaías 61:2, donde la
primera parte del versículo se refiere a la Primera Venida de Cristo,
y la segunda se refiere a la Segunda Venida (¡en un mismo
versículo!).
Es interesante consignar que la prestigiada versión
catolicorromana Biblia de Jerusalén, en nota a Daniel 9:25, y
refiriéndose a «los Padres más antiguos de la Iglesia», declara lo
siguiente: «Algunos remitían la última semana al fin de los
tiempos». En esta misma línea, resulta también interesante
consignar que la mayoría de los escritores eclesiásticos de los tres
primeros siglos de nuestra era creían en un Milenio literal. Sólo
después que la Iglesia oficial ganó la protección del Estado y
comenzó a identificarse a sí misma con el Reino de Dios en la
tierra, el milenarismo fue atacado y, finalmente, proscrito por la
Sede romana. Esta «tradición» antimilenarista es la que heredaron
los Reformadores (Lutero, Calvino, etc.), mientras identificaban
erróneamente el papado con el Anticristo por ignorar el sentido de
Apocalipsis 17 (v. el comentario a dicho cap.).
(b) Mateo 23:37–39 es posterior al relato de la entrada triunfal en
Jerusalén, pero el versículo 39 habla de un rechazo que perdurará
hasta la restauración del favor de Dios hacia el pueblo como tal (v.,
por ej., Zac. caps. 12–14; Ro. cap. 11). Pero si la semana
septuagésima ya se ha cumplido, las bendiciones prometidas para
ella se habrán cumplido también; lo cual no es cierto si tenemos en
cuenta que toda la porción se refiere a Israel, no a la Iglesia.
(c) La comparación con Mateo 24:9 y ss. nos da a entender que
el Señor Jesucristo coloca la semana septuagésima de Daniel al
final de los acontecimientos profetizados en dicha porción, es decir,
en los años que preceden inmediatamente a su Segunda Venida.
La comparación con Hechos 1:6–8 nos hace ver que queda por
delante toda una «era» o kairós (sazón), que bien puede traducirse
por economía o dispensación.
CAPÍTULO 10
3

Este capítulo y los dos siguientes presentan un solo panorama


profético, comunicado a Daniel para provecho de Israel y nuestro,
no por medio de signos y figuras, como antes (caps. 7 y 8), sino por
medio de frases explícitas. En este capítulo tenemos detalles que
forman como introducción a la profecía, y se nos muestran aquí: I.
El solemne ayuno que Daniel se impuso, con otras señales de
humillación de sí mismo, antes de que le fuese concedida esta

3Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224


TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 960
visión (vv. 1–3). II. La visión en la que se le apareció gloriosamente
el Hijo de Dios (vv. 4–9). III. El gran aliento que recibió Daniel para
esperar una revelación tal de futuros acontecimientos que habría de
ser útil a otros y a él mismo, y para que fuese capacitado en orden a
comprender el significado de dicha revelación (vv. 10–21).
Versículos 1–9
Esta visión está fechada en el año tercero de Ciro, rey de Persia
(v. 1), es decir, de su reinado después de la conquista de Babilonia;
el tercer año desde que Daniel había comenzado a relacionarse con
él. Era, pues, el año 536 a. de C., unos 72 años desde que Daniel
había sido deportado a Babilonia; así que estaría ya por los 90 años
de edad.
1. Una idea general de esta profecía (v. 1b): «La palabra (esto
es, el mensaje) era verdadera, y el conflicto (es decir, la
confrontación bélica) grande. A diferencia de anteriores visiones,
que habían dejado a Daniel confuso y perplejo, de ésta se nos dice
(v. 1c) que «entendió el mensaje y tuvo entendimiento en la visión»
(lit.).
2. Relato de la mortificación que Daniel se impuso antes de tener
esta visión (v. 2): «Estuve en duelo—dice—por espacio de tres
semanas». Sin duda, como ya vimos en 9:3 y ss., oraba y se
humillaba al tiempo que se hacía solidario de los pecados y de los
pesares de su pueblo. Hay quienes opinan que la ocasión de este
prolongado duelo fue la indolencia de muchos judíos, quienes,
aunque tenían libertad para regresar a su país, preferían continuar
en el país de su cautiverio. Otros piensan que fue por haberse
enterado de la obstrucción que ponían a la edificación del templo
los enemigos de los judíos, quienes sobornaban a los consejeros
para frustrar sus propósitos (de edificación—v. Esd. 4:4, 5), todo el
tiempo de Ciro, etc. Durante estas tres semanas Daniel (v. 3) no
comió carne ni bebió vino, ni se ungió con perfume.
3. Descripción de la gloriosa persona que Daniel contempló en
su visión. Es opinión casi unánime de los autores que no fue otro
que el propio Señor Jesucristo preencarnado. Estaba Daniel (v. 4) a
la orilla del gran río que es Jiddequel (lit.), es decir, el Tigris.
Probablemente estaría meditando a la orilla del río, como Isaac en
el campo (Gn. 24:63). Alzó los ojos (v. 5) y vio un varón vestido de
lino, etc. Todos los detalles de la visión se parecen tanto a la del
Señor Jesucristo en Apocalipsis 1:13–15 que expositores de la talla
de Young y Keil «consideran al varón como genuina teofanía o una
aparición de Cristo como el Ángel de Jehová» (Walvoord). Sobre el
tono general de la aparición dice el mismo Walvoord: «La impresión
dada a Daniel fue que el cuerpo entero del varón en la visión era
como una gigantesca joya transparente, que reflejaba la gloria del
resto de la visión».
4. Impresión que esto le hizo a Daniel. Como en el caso de los
que acompañaban a Saulo de Tarso (Hch. 9:7; 22:9), sólo Daniel
vio la visión «y no la vieron—dice (v. 7)—los hombres que estaban
conmigo». Pero, aun cuando no vieron la visión, «fueron presa de
gran terror y huyeron a esconderse», probablemente entre los
sauces que crecían a la orilla del río. Daniel mismo (v. 8) no pudo
soportar la impresión que le hizo la visión, pues quedó
completamente sin fuerzas y se le fue el color natural hasta el punto
de que el original dice textualmente: «Y mi color fue cambiado
dentro de mí en corrupción», es decir, adquirió una palidez mortal.
No obstante, oyó todavía (v. 9) las palabras del que le hablaba, y
fue entonces cuando cayó desmayado, dando con su rostro en
tierra.
Versículos 10–21
Poco a poco Daniel volvió en sí.
I. La mano que le había tocado le hizo levantarse del suelo, pero
de rodillas (v. 10) y apoyado en las palmas de las manos. Después
le hizo ponerse de pie (v. 11), pero aun así se quedó temblando.
Dios hace que los Suyos se percaten de su propia debilidad antes
de concederles fuerza y poder. Por fin recobró no sólo el uso de los
pies, sino el de la lengua también (v. 16). Y lo primero que dijo fue
excusarse de su silencio, pues no le habían quedado fuerzas (vv.
16, 17).
II. El varón que le hablaba le animó (v. 12) diciéndole: «No
temas» (comp. con Ap. 1:17). A continuación le dio una información
sumamente interesante.
1. Para animarle de veras a escuchar, repitió la frase que ya
vimos en 9:23b: «varón muy amado» (v. 11), y la volvió a repetir (v.
19): «muy amado, no temas». Con esto le aseguraba que Dios le
estimaba de modo muy especial. Siguió animándole el varón (v.
19b) hasta que él recobró las fuerzas y dijo: «Hable mi señor,
porque me has fortalecido».
2. Le aseguró que su oración había sido oída (v. 12b)
inmediatamente y que por eso había venido él. El motivo por el que
no había llegado antes era (v. 13) que «el príncipe del reino de
Persia se me opuso—dice el personaje en cuestión—durante
veintiún días», esto es, durante el tiempo preciso en que Daniel
había estado de duelo (v. 2, «tres semanas»).
3. Miguel, uno de los jefes de primer rango (v. 13b), vino en
ayuda del que así hablaba. Este dato hace que gran parte de los
autores se niegue a identificar con el Señor preencarnado al
personaje. Al seguir, con Carballosa, a E. Young, mi opinión es que
esta circunstancia no impide que se trate aquí del Señor, pues estas
«ayudas» no se deben a falta de poder de Dios, sino a
condescendencia divina que usa la cooperación angélica y humana
de muchas formas; entre ellas, la intercesión. Dos detalles, en mi
opinión, avalan lo que venimos diciendo:
(A) Si el personaje en cuestión fuese el ángel Gabriel, como
opinan la mayoría de los que niegan que se trate del Ángel de
Jehová, esto es, el Cristo preencarnado, es muy extraño que no se
le mencione por su nombre después de su mención explícita en la
última parte del capítulo 9.
(B) Por el versículo 20 vemos que el de «conforme a la
semejanza de los hijos de Adán» (v. 16. ¡Lit.!) es el mismo que
viene hablando todo el tiempo. Es cierto que en las tres veces (v.
16, v. 17—dos veces—) en que ocurre la expresión «mi señor» el
texto sagrado no dice Adonay, sino Adoní, pero ¡también es Adoní
(no Adonay) el vocablo hebreo que hallamos en Salmos 110:1, y
que precisamente usó el Señor Jesús (v. Mt. 22:44 y paral.) para
demostrar Su mesianidad!
4. Una importante pieza de información, respaldada por otros
lugares de la Biblia (v., por ej., Ef. 6:10 y ss.; Ap. 12:7), es que
existe una lucha entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien, en
la que actúan como jefes respectivos Satanás y el arcángel Miguel.
Esta lucha sólo se acabará de forma definitiva después del Milenio
(v. Ap. 20:10).
5. La porción da a entender claramente (vv. 13, 20) que las
naciones tienen sus ángeles tutelares, aunque de la presente
porción no pueda afirmarse con seguridad. Lo que sí es seguro es
que Miguel es el ángel tutelar de Israel (v. 21, al final; 12:1; Ap.
12:7). Y, puesto que aquí se llama «príncipes» a los ángeles
tutelares, no cabe duda de que «el príncipe del reino de Persia» es
un ángel tutelar, pero no un ángel bueno, sino un ángel «caído», un
demonio; posiblemente el propio Satanás, aun cuando la mención
de Miguel para hacerle frente no basta para asegurarlo, ya que
Miguel es el ángel tutelar de Israel, SEA CUAL SEA EL ENEMIGO
INFERNAL QUE SE LE OPONGA.
6. La versión más probable de la frase final del versículo 13 es:
«porque yo había sido dejado allí con los reyes de Persia». ¿Qué
tenían que ver los reyes de Persia con todo esto? La mejor
respuesta, en mi opinión, a dicha pregunta es la que da Keil, quien,
después de afirmar que los «reyes de Persia» es una referencia a
los que sucedieron a Ciro, añade: «El plural denota que, al ser
subyugado el demonio del reino de Persia, se le puso fin a su
influencia no sólo sobre Ciro, sino sobre todos los siguientes reyes
de Persia, a fin de que el conjunto de reyes persas se volviesen
accesibles a la influencia del espíritu procedente de Dios y
promoviesen la prosperidad de Israel».
7. El personaje declara a Daniel (v. 20) que tiene que volver
«para pelear contra el príncipe de Persia», lo que indica que la
lucha a que se refiere anteriormente (v. 13) no se ha terminado
todavía; más aún, esa lucha persistirá cuando el poderío persa haya
terminado a manos de Grecia, es decir, de Alejandro Magno.
También el ángel «malo», tutelar de los intereses contrarios a Dios
y, por consiguiente, a Israel, tendrá que ser subyugado por el
personaje que habla y por Miguel (v. 21). Dice Walvoord: «La
mención tanto de Persia como de Grecia dirige también nuestra
atención a los principales imperios segundo y tercero que están
implicados en las profecías de Daniel 11:1–35» (v. también 8:20,
21).
III. El varón vestido de lino (v. 5) que exhortó (v. 11) a Daniel a
que estuviese atento a sus palabras, le dice ya (v. 21, comp. con v.
14) que va a declararle lo que está consignado en el escrito de la
verdad (lit.), y lo va a hacer desde 11:2 en adelante. Walvoord cita
de Jeffrey lo siguiente: «Leemos en el Talmud que, en el Día de
Año Nuevo, se abrían los libros y se registraban los destinos (inglés
fates, hados, suertes). Estas tablillas en el libro se mencionan
frecuentemente en los Jubileos y en los Testamentos de los Doce
Patriarcas; y en la Oración de José, preservada en Orígenes
(Philocalia 23:15), leemos: “Porque he leído en las tablillas del cielo
todo lo que os sucederá a vosotros y a vuestros hijos”».
CAPÍTULO 11
El varón vestido de lino cumple ahora la promesa que hizo, en el
capítulo anterior, a Daniel de «hacerle saber (10:14) lo que había de
suceder a su pueblo en los postreros días», conforme a lo que
estaba «consignado (10:21) en el escrito de la verdad». I. Una
breve predicción del establecimiento de la monarquía griega sobre
las ruinas del imperio persa (vv. 1–4). II. Una predicción de los
asuntos de los dos reinos de Egipto y Siria en recíproca referencia
(vv. 5–20). III. Predicción del surgimiento de Antíoco IV Epífanes y
de los males que causará al pueblo de Dios (vv. 21–35). IV.
Profecía del Anticristo hasta introducirnos en la Gran Tribulación
(vv. 36–45), siguiendo (en el cap. 12) hasta la resurrección final.
Versículos 1–4
1. El mismo varón vestido de lino del capítulo anterior continúa
hablándole a Daniel aquí y le comunica los buenos servicios que ha
hecho al país de Israel (v. 1): «Y yo mismo—dice—en el año
primero de Darío el medo, estuve para animarlo y fortalecerlo». Este
versículo muestra bien el empalme del capítulo anterior con el
presente. La persona a quien este varón (el verbo indica un estar de
tipo militar, guerrero) animó y fortaleció no fue Darío, sino (con la
mayor probabilidad) el arcángel Miguel de 10:21, lo cual es otro
tanto a favor de su identificación con el Ángel de Jehová o Mesías
preencarnado. El primer año de Darío el medo es también el primer
año de Ciro el persa (539 a. de C.), pues no cabe duda de que
reinaron simultáneamente, estando encargado especialmente Darío
de los asuntos de Babilonia, la capital caldea.
2. A continuación, dicho varón predice el reinado de cuatro reyes
persas (v. 2) que reinaron después de Ciro: Su hijo Cambises II, el
cual asesinó a su hermano Esmerdis, pero un sacerdote llamado
Gautama se hizo pasar por Esmerdis y usurpó el trono; el tercero
fue Darío Histaspes, llamado el Grande; el cuarto, su hijo Jerjes,
llamado Asuero en el libro de Ester. Los datos que nos ofrece el
versículo 2b coinciden con lo que de él sabemos por la historia
secular. Destaca la derrota que sufrió, a manos de los griegos, en
Salamina.
3. La profecía da un salto de más de un siglo (vv. 3, 4) para
poner ante nuestros ojos un rey poderoso o fuerte (hebr. guibbor,
como en Is. 9:6 «Dios fuerte»). Por lo que ya hemos visto en otros
capítulos, en especial en 8:8, 22, sabemos que se trata aquí de
Alejandro Magno, que hará cuanto quiera, es decir, reinará como un
déspota; morirá sin sucesión y se repartirán sus conquistados
territorios, además de su nativa Macedonia, cuatro generales suyos.
No es que Alejandro careciese de descendencia. Pero, al morir él
en plena juventud, su hermano Arideo se hizo proclamar rey de
Macedonia, pero Olimpia, la madre de Alejandro, lo mató y
envenenó a los dos hijos de Alejandro, Hércules y Alejandro. De
esta forma, la familia de Alejandro acabó a manos de su propia
madre.
Versículos 5–20
La presente porción nos ofrece una detallada profecía de lo que
había de ocurrir en dos de los cuatro reinos en que resultó dividido
el imperio de Alejandro Magno, a saber, Egipto y Siria, hasta llegar
al comienzo del reinado de Antíoco IV Epífanes. Abarca, pues, un
siglo y medio de historia. Al rey de Egipto se le llama en esta
porción «el rey del sur»; y al rey de Siria, «el rey del norte».
1. El rey del sur (v. 5a) que se hizo fuerte es Tolomeo I de Egipto
(305–285 a. de C.). Vemos (v. 5b) que uno de sus príncipes llegó a
ser más fuerte que él. Se refiere aquí a Seleuco I de Siria, el cual
fue uno de los sucesores de Alejandro Magno, pero se le llama uno
de los príncipes de Tolomeo porque, en un principio, fue protegido
por éste y hasta llegó a ser uno de los generales del ejército
egipcio; pero llegó a ser más fuerte que su protector, pues gobernó
un imperio mayor y más fuerte (Siria y los territorios anexionados
por Seleuco) que el egipcio. El versículo 6 se refiere a Tolomeo II
(285–247 a. de C.), quien dio su hija Berenice en matrimonio a
Antíoco II de Siria (261–246 a. de C.). El matrimonio se celebró bajo
la condición de que el hijo de ambos había de ocupar el trono de
Siria. Berenice y el hijo fueron entregados (v. 6b), como dice el texto
sagrado, pues ambos fueron muertos por «intrigas de la primera
esposa de Antíoco II» (Alonso Díaz).
2. Entra en escena (v. 7) «un renuevo de sus raíces», Tolomeo
III (247–222 a. de C.), hermano de Berenice, el cual atacó el reino
del norte, donde reinaba Seleuco II (246–226 a. de C.), y volvió de
Siria con gran botín, al que se refiere el v. 8. Después de esto,
Seleuco II invadió Egipto (v. 9), pero su expedición no prosperó y se
volvió a su tierra de vacío.
3. Los versículos 10–16 dan ciertos detalles importantes de las
guerras llevadas a cabo por Antíoco III el Grande (223–187 a. de
C.), de una parte, contra Tolomeo IV (222–205 a. de C.) y Tolomeo
V (205–182 a. de C.), de la otra parte. La victoria se inclinaba unas
veces del lado de Siria (v. 10), y otras veces del lado de Egipto (vv.
11, 12). Los versículos 13–17 nos refieren los éxitos de Antíoco III
contra Egipto, después de los reveses sufridos en Rafia, a los que
aluden los versículos 11 y 12. Los éxitos de Antíoco III se
vislumbran en los versículos 15 y 16. Sobre el versículo 14 dice
Alonso Díaz: «Parece que un grupo de Jerusalén, que está bajo el
dominio de los Tolomeos, le es favorable (a Antíoco). Después de
algunos incidentes bélicos, derrota a Tolomeo en Panion. Palestina
pasa definitivamente del dominio lágida (los Tolomeos) al dominio
seléucida».
4. Antíoco III, envalentonado con sus éxitos, da un paso más (v.
17) al concebir el proyecto de poner bajo su dominación todo el
reino del sur. Para ello, dio a Tolomeo V por mujer a su hija
Cleopatra. El final del versículo 17 nos dice que no tuvo éxito en sus
planes. En efecto, en los años 196–191 a. de C., hizo una campaña
en las islas (v. 18), pero, después de algunos éxitos iniciales, el
general romano Lucio Cornelio Escipión, a quien se llama en el
versículo 18b «un príncipe», frenó la ambición del sirio derrotándole
en las Termópilas (191 a. de C.), y en Magnesia (190 a. de C.).
Antíoco hubo de retirarse (v. 19) a las fortalezas de su tierra, donde
murió. Dice Alonso Díaz: «Antíoco III murió el 187 mientras
asaltaba, según parece, un templo de Bel en Elimaida». El versículo
20 se refiere a Seleuco IV (187–175 a. de C.), quien gravó con
tributos «la gloria del reino» (v. 17b. Lit.), es decir, «la tierra
gloriosa» (Palestina) del versículo 16b. Poco después de esta
exacción de impuestos, Seleuco murió «no en ira ni en batalla» (v.
20, al final), es decir, no murió en una riña ni en guerra, sino
asesinado a traición por Heliodoro, el mismo exactor enviado por
Seleuco a llevarse de Jerusalén los tesoros del templo (v. 2
Macabeos 3:1–40).
Versículos 21–35
Esta porción trata, por entero, de Antíoco IV Epífanes y de sus
campañas en Egipto y en Palestina.
1. El sagrado texto llama a Antíoco Epífanes «un hombre
despreciable» (v. 21), por la forma indigna de ocupar el trono y
mantenerse en el poder (vv. 21, 22). No le pertenecía a él «el honor
de la realeza», pues el legítimo heredero de la corona siria era su
sobrino, el hijo de su hermano Seleuco IV, pero Antíoco regresó
inmediatamente a Antioquía y logró, mediante intrigas (v. 21b),
usurpar el trono. El versículo 22 describe, según parece, la forma en
que Antíoco aplastó toda oposición: las fuerzas que se oponían a
que asumiese el poder. El príncipe del pacto (v. 22, al final) «debe
de referirse a Onías III, sumo sacerdote en Jerusalén, que, por ser
contrario al partido helenizante, fue depuesto por Antíoco Epífanes
el 175 y sustituido en el cargo por su hermano Jasón (cf. 2 Mac. 4:7
y ss.)» (Alonso Díaz). Onías III fue posteriormente asesinado por
orden de Antíoco, según Walvoord, aunque 2 Macabeos 4:30–38
trae una historia muy distinta: Onías fue asesinado por Andrónico, y
«Antíoco, hondamente entristecido y movido a compasión, lloró al
recordarlo la prudencia y la gran moderación del difunto. Encendido
en ira, despojó inmediatamente a Andrónico de la púrpura y
desgarró sus vestidos, etc.» (Biblia de Jerusalén).
2. Los versículos 23 y 24 quedan algún tanto oscuros, de forma
que hay quienes (como Alonso Díaz) los aplican «a la invasión de
Palestina y a los saqueos efectuados allí». Esto es posible a la vista
de la última frase del 24 «y hasta un tiempo» (lit.), lo que indica que
Dios le paró los pies, además de la mención, al comienzo del
versículo 24, de su «tranquila entrada en lo más fértil de la
provincia» (lit.). Por otra parte, «sus designios contra las plazas
fuertes» (v. 14, hacia el final) y todo lo demás de los versículos 25–
27 nos pone al corriente de sus campañas en Egipto, donde dos
sobrinos suyos (hijos de su hermana Cleopatra), Tolomeo VI
Filométor y Tolomeo VIII Everguetes (gr. Euergetes, bienhechor), se
disputaban el trono. Antíoco se puso de parte del primero, pero el
año 169 a. de C., en una primera campaña contra Egipto, Antíoco
hizo la guerra a su sobrino, derrotó al ejército egipcio y ocupó varias
plazas fuertes (vv. 24b, 25a). Tolomeo le hizo frente (v. 25b) con un
gran ejército, pero no pudo prevalecer contra él, pues fue
traicionado (v. 25, al final) al ser «mal aconsejado por dos
consejeros que vivían con él en palacio» (Alonso Díaz), según
insinúa el versículo 26. El versículo 27 nos declara, aunque muy
compendiosamente, las intrigas con que, con capa de amistad, se
hacían mutuamente Antíoco y su sobrino Tolomeo, tan mentiroso el
uno como el otro, pero, «como aclara la última parte del versículo
27, a pesar de toda su intriga, Antíoco cumplía la profecía
puntualmente» (Walvoord).
3. Otra expedición de Antíoco contra Egipto. De la primera volvió
con gran riqueza (v. 28) y, por ello, aprovechó la primera ocasión
que se le presentó para invadir de nuevo Egipto. Pero antes,
cuando volvía de Egipto, «su corazón estaba contra el pacto santo»,
esto es, contra Israel, y, como sabemos por 1 Macabeos 1:20–28,
saqueó el templo de Jerusalén y sembró la consternación en el
pueblo. Esto ocurría en el otoño del año 169 a. de C. En el año 168
a. de C. volvió de nuevo al sur (v. 29), a Egipto, pero esta
expedición no tuvo el mismo éxito que la primera. Las naves de
Kittim que desanimaron a Antíoco, es decir, le obligaron a retirarse,
eran las naves romanas bajo el mando de Gayo Popilio Laenas.
Dice Alonso Díaz: «Kittim (cf. Nm. 24:24) significó primeramente
una ciudad de la costa sur de Chipre y pasó a significar después las
regiones costeras del Mediterráneo. Como Kittim son designados
también los romanos en los manuscritos de Qumrán».
4. No se quedó, por eso, inactivo (v. 30) Antíoco, sino que volvió
su rabia y su resentimiento contra los judíos, con la cooperación de
algunos traidores de entre los propios israelitas, como Jasón,
Menelao y los seguidores de éstos (v. 1 Mac. 2:18; 2 Mac. 6:1),
cuya fidelidad había sucumbido ante los halagos de los invasores.
Estos traidores son los que aparecen al final del versículo 30 como
«los que abandonan el santo pacto». Fue entonces (v. 31) cuando
las tropas de Antíoco, junto con los traidores al pacto, profanaron el
santuario. El altar fue profanado cuando Antíoco mandó sacrificar
sobre él una cerda, prohibió que continuasen los sacrificios y erigió
allí una estatua de Júpiter Olímpico, que es lo que, al final del
versículo 31, se llama la abominación desoladora (lit.). Los detalles
pueden verse en 1 Macabeos 1:54; 2 Macabeos 5:15 y ss.; 6:2.
5. No contento con estas abominaciones, Antíoco desencadenó
una terrible persecución contra los judíos fieles al pacto. Aunque
hubo quienes, seducidos con lisonjas, violaron el pacto (v. 32), hubo
también quienes, como pueblo que conoce a su Dios, se
mantuvieron firmes y actuaron. Por la historia de 1 Macabeos 2:39 y
ss. hasta el final del capítulo 5, sabemos que dicha actuación se
manifestó en forma de una especie de guerra santa, en la que se
distinguió Judas Macabeo. Dice Carballosa: «En el año 166 a. de
C., sólo unos meses después de comenzada la guerra, Matatías
murió, y uno de sus hijos, Judas, le sucedió como líder del
movimiento. Antíoco pensaba que su ejército aplastaría la rebelión
en un corto tiempo, pero se equivocaba. El ejército sirio sufrió
derrota tras derrota. En diciembre del año 164 a. de C., el ejército
de los macabeos marchó triunfante por las calles de Jerusalén. El
25 de diciembre de ese año el templo fue purificado y rededicado el
culto a Jehová». El texto sagrado (vv. 33–35) contempla la
persecución y el conflicto bélico subsiguiente como un medio
providencial para separar lo precioso de lo vil, y hace que los sabios
con sabiduría de Dios salgan de la prueba depurados, limpiados y
emblanquecidos (v. 35).
Versículos 36–45
Ya el versículo 35b daba a entender que, desde los sucesos
narrados en la sección anterior «hasta el tiempo final», quedarían
muchas cosas por cumplir, «porque el plazo fijado está aún por
venir».
1. Es, pues, aquí, ya desde el versículo 36, donde no sólo todos
los premilenaristas, sino aun amilenaristas de la talla de Keil y
Leupold, ven un salto de muchos siglos, hasta ponernos delante de
los ojos la figura del Anticristo, a quien se llama, con artículo, «el
rey», sin calificarlo por ahora como rey del norte o del sur. La
descripción, aunque somera, que de él se hace en los versículos
36–39 no cuadra con lo que sabemos de Antíoco, de Herodes el
Grande ni de cualquier otro personaje en quien los amilenaristas en
general han visto cumplidas las características que aquí se reseñan.
(A) La primera frase del versículos 36 («hará lo que quiera») se
ha cumplido en muchos déspotas; en este mismo capítulo y en el
versículo 3 la hemos visto cumplida en Alejandro Magno. Pero lo
que sigue del versículo 36 no se ha cumplido en ningún déspota; en
cambio, la fraseología misma equivale a la que describe al
Anticristo: (a) «Se ensoberbecerá y se engreirá por encima de todos
los dioses» puede verse, en parecidos términos, en 2
Tesalonicenses 2:4, con respecto al Anticristo; (b) «proferirá cosas
inauditas contra el Dios de los dioses» equivale a lo que, con
respecto al Anticristo, leemos en Apocalipsis 13:5, 6.
(B) La exaltación de este personaje sobre todos los dioses se
repite al final del versículo 37; pero hay otros dos detalles en dicho
versículo que no encajan con lo que sabemos de cualquier
personaje histórico de alguna importancia en los asuntos de este
mundo: (a) «no respetará a los dioses (mejor que al Dios) de sus
padres» es una frase que describe el rabioso ateísmo de este
personaje siniestro. Dice Ryrie: «El Anticristo no tendrá respeto a
ninguna religión ni a herencias religiosas. Será duro, cruel e
inhumano». Tanto Antíoco Epífanes como Herodes y otros
monstruos han tenido sus dioses. Déspotas verdaderamente ateos
no se han conocido hasta el siglo XX. (b) Ya se entienda lo del
«deseo de las mujeres» en sentido objetivo (desear mujeres) o
subjetivo (lo que las mujeres desean), ninguno de estos dos
sentidos pueden aplicarse a Antíoco ni a Herodes. Sin embargo,
hay otras dos explicaciones de dicha expresión. La primera es la
que identifica «el deseo de las mujeres» con Tamuz (el Adonis de
los griegos), lo cual tiene el respaldo de Ezequiel 8:14. Esto no
tendría mucho que ver con el Anticristo. La segunda, propugnada
especialmente por A. Gaebelein, sostiene que «se refiere al deseo
de las mujeres judías de llegar a ser la madre del Mesías
prometido». Opine el lector.
(C) Los versículos 38 y 39 resultan difíciles de entender, en
especial por la mención del «dios de las fortalezas» (v. 38), «ese
dios extraño» (v. 39) con el que quiere suplir su ateísmo el
Anticristo; pero un autor tan experto (¡y amilenarista!) como Keil
(citado por Carballosa) escribe lo siguiente:
«El “dios de las fortalezas” es la personificación de la guerra, y la
idea es ésta: no considerará otro dios sino solamente la guerra; el
capturar fortalezas constituirá su dios, y adorará ese dios por
encima de todo como su medio para obtener el poder mundial. De
este dios, guerra como el objeto de deificación, podría decirse que
sus padres no supieron nada, porque ningún otro rey había hecho
de la guerra su religión, su dios, a quien ofreció en sacrificio todo,
oro, plata, piedras preciosas, joyas.»
2. La mayoría de los autores, incluidos gran parte de los
amilenaristas (y, entre ellos, aun los catolicorromanos como Alonso
Díaz), entienden la porción de los versículos 40–45 como cosa del
futuro. Dice Alonso Díaz: «Esta predicción incumplida sigue el
esquema creado ya antes por la apocalíptica, que predecía un
conflicto final entre los paganos y los judíos en las proximidades de
Jerusalén (cf. Jl. 3:9–21; Zac. 12:2–9; 14:2, 3; Ez. 38–39, etc.)». En
efecto, aunque estamos ante una porción difícil, una cosa es
segura: La referencia es al tiempo del fin (v. 40) y ese «él» contra el
que combaten tanto el rey del sur como el del norte no puede ser
otro que el Anticristo. Veamos:
(A) Quiénes son esos dos reyes del sur y del norte que
contienden con el Anticristo. Si el rey del sur representaba, en la
primera parte del presente capítulo, a Egipto, es de esperar que lo
incluya también ahora, pero, como hace notar Walvoord, «es
probable que incluya mucho más que Egipto y puede ser
identificado como un ejército africano». La opinión de este traductor
es que se trata de una confederación árabe o, para ser más
exactos, musulmana. En cuanto al rey del norte, caben pocas dudas
de que se trata de la confederación aludida en los capítulos 38 y 39
de Ezequiel, es decir, una coalición comunista. Por muy extraño que
parezca, estas dos confederaciones lucharán contra el Anticristo y
sus fuerzas. No se olvide que, según 9:27, habrá hecho un pacto
con muchos, incluidos los judíos, por una semana, y que, al entrar
en la tierra gloriosa (v. 41, comp. con v. 16 y 8:9), tendrá su base
militar en Palestina.
(B) Al invadir, entre otras tierras (v. 40, al final), la Palestina (v.
41a), el sagrado texto especifica que el Anticristo matará a muchos
(«y muchos caerán»—RV 1977. Ésa es la versión correcta—),
«pero (v. 41b) escaparán de su mano Edom, Moab y la mayoría de
los hijos de Edom», lo cual está de acuerdo con lo que leemos en
Isaías 11:14; Jeremías 48:47; 49:6.
(C) Los versículos 42 y 43 dan a entender que el Anticristo no se
contentará con derrotar al rey del sur, Egipto y sus aliados árabes,
sino que se apoderará de sus tesoros. La frase final del versículo 43
dice literalmente: «y los libios y los etíopes (seguirán) en sus
pasos», es decir, vendrán también a formar «parte de sus
dominios» (Ryrie), lo cual es natural, puesto que serán aliados de
Egipto.
(D) Los versículos 44 y 45 nos ofrecen un resumen de lo que
Apocalipsis describe con todo detalle. Las noticias del oriente y del
norte que lo atemorizarán se refieren, con la mayor probabilidad, a
la gigantesca invasión procedente del oriente (China) que vemos en
Apocalipsis 9:13–21 y 16:12: «… doscientos millones. Yo oí su
número»—dice Juan (Ap. 9:16)—. Es curioso hacer notar que esa
cifra precisamente representa el número de hombres que la China
comunista puede poner hoy en pie de guerra. Los del norte serán
los restos de la confederación comunista, en cuyo auxilio habrán
venido las fuerzas del oriente. El choque de las fuerzas del
Anticristo con ese ejército colosal habrá de ser, por fuerza, tan
aterrador que no es extraño que el ángel de Apocalipsis 9:15
anuncie la matanza de la tercera parte de la humanidad. Una
comparación de esto con la guerra de Gog y Magog que se predice
en Ezequiel, capítulos 38 y 39, daría a entender que las guerras del
Anticristo, en las que el pueblo de Israel se ve envuelto de una u
otra manera, son dos, no una: la primera (de la que habla el v. 44)
tendría que ver con la gran batalla de Armagedón (Ap. 16:16).
Después de esto tendríamos al Anticristo en paz y triunfante, y
habrá trasladado su cuartel general desde un punto de Palestina
«entre los mares y el monte glorioso y santo» (v. 45a) al centro de
la Comunidad Europea, Roma (Ap. caps. 17 y 18), donde todavía se
habrá sostenido la religión apóstata a lomos de la Bestia (v. Ap.
17:3); la segunda guerra será la que el Anticristo y sus fuerzas
llevarán a cabo contra el pueblo de Dios, y cuya batalla decisiva se
librará en las afueras de Jerusalén (Zac. 14:2–4; Ap. 19:19). Allí es
donde el Anticristo y sus fuerzas habrán llegado a su fin, sin que
tenga quien le ayude (v. 45b, comp. con Ap. 19:20).
CAPÍTULO 12
Después de la predicción de las aflicciones que el pueblo de Dios
había de sufrir a manos de Antíoco Epífanes y, al final de los
tiempos, a manos del Anticristo. I. Los consuelos que sostienen (y
sostendrán) al pueblo de Dios en tiempos de aflicción (vv. 1–4). II.
Una conversación llevada a cabo entre el Cristo preencarnado y un
ángel con respecto al tiempo en que habían de suceder estos
acontecimientos (vv. 5–7). III. Pregunta de Daniel acerca del fin, y
respuesta que recibe para su satisfacción (vv. 8–13).
Versículos 1–4
1. En aquel tiempo (v. 1) es el tiempo del fin, pues se refiere al
tiempo del contexto anterior (11:36–45), que es el de la segunda
parte del período de la Gran Tribulación. Dice el jesuita Alonso
Díaz: «En aquel tiempo, por el contexto, claramente se refiere al
“tiempo del fin” (cf. 11:40–45). Momento de angustia … es también
una frase escatológica (cf. 24:2 1; Mr. 12:19; Jl. 2:2)». Podría haber
añadido uno de los principales lugares de referencia: Jeremías
30:7b, «tiempo de angustia para Jacob». Las frases siguientes (v.
1b): «cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las
naciones», nos recuerdan las palabras del Señor Jesucristo en
Mateo 24:21.
2. Una vez más se menciona (v. 1a) a Miguel, el gran príncipe
(esto es, arcángel) que está de parte de los hijos de tu pueblo—se
le dice a Daniel, es decir, del pueblo judío—. Se levantará tiene tono
militar, y coincide con lo que, de la actividad de Miguel, sabemos
por lugares como 10:13 y Apocalipsis 12:7. Aquí, es claro que
Miguel se alza contra el Anticristo y sus fuerzas.
3. La última parte del versículo 1 dice literalmente: «Y en aquel
tiempo será librado (hebr. yimmalet) tu pueblo: todo el que sea
hallado escrito en el libro». Este libro es «el libro de la verdad» que
ha sido mencionado en 10:21. La frase, pues, no se refiere a la
salvación eterna, sino a la preservación temporal. Esto concuerda
con lo que leemos en Ezequiel 20:38; 34:12 y ss.; Mateo 24:22, 31,
etc.
4. El versículo 2 declara, sin lugar a dudas, la resurrección de los
muertos, pero hay una notable diferencia entre las dos partes del
versículo. (A) Nótese que el texto sagrado no dice todos, sino
muchos. También es de notar que, de estos muchos, se dice que
duermen en la tierra del polvo (lit.), es decir, en el sepulcro. Nadie
niega que todos ellos son salvos, pues la propia terminología lo
avala. (B) La segunda parte hace una división que, a la vista de
Apocalipsis 20:4–6, no tiene por qué cumplirse simultáneamente (v.
el comentario a Jn. 5:29). Es aquí donde tenemos, no la única, pero
sí la más explícita referencia a la resurrección corporal en todo el
Antiguo Testamento. Permítaseme transcribir un interesante
comentario (dentro de un excursus) del jesuita Alonso Díaz:
«Tanto en el versículo 1 como en el versículo 2 se trata del
pueblo escogido. El doble grupo está sin duda constituido en ambos
versos por los justos y los pecadores. El primer grupo tendrá como
recompensa la vida; el segundo grupo, la muerte y la corrupción.
Las esperanzas escatológicas se conservan todavía terrenas y,
por lo tanto, para participar de ellas se precisa la resurrección. La
resurrección está en función de la remuneración.
La resurrección de los pecadores y la resurrección universal
habían de ser un desarrollo posterior.
La idea de resurrección universal, que incluye también a los
pecadores, en los pocos textos en que aparece en el Nuevo
Testamento claramente (Jn. 5:28), sólo fue posible cuando las ideas
de muerte y de vida estuvieron más o menos espiritualizadas. La
resurrección, por su naturaleza, sólo se puede entender para la vida
y no puede ser, sino prerrogativa de los justos. Hubiera sido
inverosímil que la primera vez que se habla de resurrección (vuelta
a la vida, considerada como una gran recompensa) se aplicase a
los pecadores.»
La forma en que Alonso Díaz entiende el versículo 2 queda
resumida, en sus propias palabras, del modo siguiente: «De los que
duermen en el polvo, unos resucitan, otros no resucitan. Unos (los
que resucitan) es para la vida eterna, otros (los que no resucitan) es
para el oprobio eterno». Debo añadir que Alonso Díaz no niega la
doctrina bíblica de la resurrección universal, ni la de la retribución
eterna en el cielo o en el infierno, sino el concepto de resurrección
en Daniel. No olvidemos que la divina revelación es fragmentaria y
progresiva hasta el momento en que Dios nos habló, en estos
últimos días, en el Hijo (He. 1:1, 2).
5. El versículo 3 expresa una bendición general para los que
enseñan a otros el camino de la verdad y de la virtud, pero se aplica
directamente a los que, como dice Ryrie, «comprenderán el engaño
del Anticristo. Conducirán también a otros a la verdad durante el
período de la Tribulación».
6. A continuación, Daniel (v. 4a) recibe la orden de «guardar en
secreto las palabras y sellar el libro hasta el tiempo del fin». El
mismo Ryrie explica en pocas palabras lo que esto significa: «No es
que su significado (el del libro) haya de ser dejado sin explicación,
sino que el libro había de ser preservado intacto, para ayudar así a
los que vivan en los días de la Tribulación futura».
7. La segunda parte del versículo 4 es bien conocida. Dice en
nuestra Reina Valera: «Muchos correrán de aquí para allá, y la
ciencia se aumentará». La explicación más corriente de estas frases
es que, en los últimos tiempos (como ya se comienza a ver), la
gente viajará mucho y a gran velocidad, debido a los adelantos
crecientes de la técnica; y también aumentarán rápidamente, y de
modo extraordinario, los inventos y, en general, los conocimientos
científicos. Dos cosas son ciertas: (A) Que las frases tienen que ver
con el libro; así lo exige el contexto. (B) Que el hebreo haddáat
debe traducirse «el conocimiento»; no se trata aquí de «ciencias»,
sino de conocer más y mejor lo que significa esta profecía de
Daniel. En mi opinión, el sentido de Daniel 12:4b es que habrá
muchos que estudiarán de tapa a tapa, y volverán a repasar este
libro de Daniel, y el conocimiento del mismo irá en aumento según
nos vayamos acercando al fin, cuando se aclararán muchos detalles
que aún continúan oscuros. Es interesante la versión que hace la
Nueva Biblia Española: «Muchos lo repasarán (el libro), y
aumentarán su saber».
Versículos 5–13
1. Los versículos 5–7 nos recuerdan la escena a orillas del río
Ulay (8:16 y ss.). Vemos de nuevo al varón vestido de lino (vv. 6, 7)
que interviene para revelar a Daniel acontecimientos futuros. El
segundo de los dos personajes angélicos del versículo 5 pregunta
(para mejor dramatizar la escena—comp. con Ap. 7:13 y ss.—) al
varón vestido de lino (v. 6b): «¿Hasta cuándo el fin de las
maravillas?» (lit.), es decir, «¿cuánto tiempo pasará hasta que se
cumplan estas prodigiosas predicciones?» En un gesto muy
parecido al del ángel de Apocalipsis 10:5 y ss., el varón vestido de
lino (como hemos dicho desde 10:5, el propio Cristo preencarnado
—es lo más probable—) interpone juramento en nombre de Dios de
que, como ya vimos en 7:25, durará tres años y medio («un tiempo,
tiempos y la mitad de un tiempo»). Conforme a la nota de la
columna central de la RV 1977, el significado más probable de la
última parte del versículo 7 es como sigue: «Y que todo esto se
cumplirá cuando la fuerza del pueblo de los santos esté
completamente quebrantada», es decir, cuando los judíos no
puedan ya depender, para su liberación, de ningún poder humano,
propio o ajeno (v. Zac. 14:3, 4; Ap. 19:11–21). Hay una diferencia
muy significativa entre el gesto del varón vestido de lino y el del
ángel de Apocalipsis 10:5, 6, ya que éste, al jurar, pone por testigos
ante Dios los tres elementos del Universo: un pie sobre el mar, otro
sobre la tierra, y la mano derecha que apuntan al cielo, mientras
que el varón vestido de lino de Daniel 12:7 alzó su diestra y su
siniestra al cielo (v. en Dt. 32:40 al propio Jehová alzando Su mano
al cielo para jurar por Sí mismo).
2. A continuación (v. 8), vemos que Daniel no ha entendido
todavía estas profecías, y pregunta: «¿cuál será el fin de esto?», es
decir, «¿cuándo y cómo se cumplirán estas cosas?» El varón
vestido de lino responde con una serie de afirmaciones muy
interesantes, que han desconcertado a la mayoría de los autores, a
pesar de que no resulta muy difícil su explicación a quien conozca
el conjunto de profecías que tienen que ver con el final de los
tiempos.
(A) En el v. 9 le dice a Daniel (comp. con el v. 4) que estas cosas
han de quedar intactas hasta el tiempo del fin, cuando se
entenderán perfectamente.
(B) La primera frase del versículo 10 es semejante a la de 11:35
y no necesita más explicación. La segunda («los impíos procederán
impíamente») se comprende bien al compararla con Apocalipsis
22:11, donde el contexto anterior es semejante al de aquí (v. el
comentario a dicho lugar). La tercera frase («ninguno de los impíos
entenderá, pero los entendidos—es decir, los que tienen
penetración espiritual—comprenderán») es explicada de la
siguiente manera por el profesor Walvoord:
«El entendimiento de la profecía requiere especialmente
penetración espiritual y la función docente del Espíritu Santo. Aun
cuando las Escrituras describen con gran detalle el tiempo del fin,
es obvio que los impíos no harán uso de esta revelación divina,
pero ésta será una fuente de consuelo y dirección para los que
sinceramente creen en Dios. La divina revelación se da con
frecuencia de tal forma que queda oculta a los impíos, aunque sea
comprensible para los de mentalidad espiritual.»
(C) Los versículos 11 y 12 dan algunos detalles que clarifican la
duración de particulares acontecimientos al tiempo del fin, es decir,
entre el final de la Gran Tribulación y el comienzo del reino
mesiánico milenario. Dichos versículos deben leerse conforme a la
Nueva Versión Internacional, que dice así: «Desde el tiempo en que
sea abolido el sacrificio diario, y sea erigida la abominación que
causa desolación, habrá 1.290 días. Dichoso el que espere y llegue
hasta el final de 1.335 días». Por muchos otros lugares de esta
profecía y de Apocalipsis sabemos que los tres años y medio (v. 7)
de la segunda parte del período de la Gran Tribulación (la
Tribulación propiamente dicha, después de otros tres años y medio
de falsa paz—v. 9:27—) equivalen a 1.260 días. Pero, ¿qué
significan esas dos cifras, aquí, de 1.290 y 1.335 días
respectivamente? Sin dogmatizar sobre el significado de estas
cifras, quizá sea la más probable la solución que ofrece R. Culver,
quien ve en la cifra de 1.290 días una especie de limpieza general
en los treinta primeros días del reino milenario; y, en los 45 días
adicionales, la puesta a punto de toda la organización del reino. «El
Milenio—dice—, si ha de ser una verdadera administración de las
normas del cielo en la tierra de forma visible, requerirá algún tiempo
para que comiencen a funcionar los procedimientos
administrativos».
(D) Finalmente, Daniel recibe la más consoladora promesa
profética (v. 13) que un creyente en el Dios verdadero pueda
apetecer: «En cuanto a ti, ve por tu camino hasta el fin.
Descansarás y, después, al fin de los días, te levantarás para recibir
la heredad a ti asignada» (NVI). R. Culver tiene un delicioso
comentario a este versículo:
«Ve por tu camino. Un hombre de edad tan avanzada como
Daniel no puede ponerse una vestimenta de alpinista y ascender a
la cima del collado más próximo para esperar allí la venida del
Señor. Tampoco nosotros podemos. Todos debemos, más bien,
como Daniel, servir fielmente hasta el final … Descansarás. A la luz
de lo que significa en la Biblia el descanso, estas palabras quieren
decir simplemente que Daniel, como todos los verdaderos
creyentes, había de hallar ciertamente una especie de descanso en
el sepulcro (cf. Is. 57:2), regocijándose su espíritu en la presencia
de Dios, donde había de “ver su rostro” (Ap. 22:4; Lc. 16:19–22).
Este estado intermedio, esto es, el período entre la muerte y la
resurrección, no consiste en un doloroso purgatorio, como enseña
la Iglesia de Roma, ni en un sueño inconsciente de cuerpo y alma.
Consiste más bien en “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23), “en el
paraíso” (Lc. 23:43). Es un tiempo de descanso, como leemos aquí,
en el seno de Abraham (Lc. 16:22) y un tiempo de consuelo (Lc.
16:25). Al fin de los días, te levantarás para recibir la heredad a ti
asignada. Ni Daniel ni ningún otro santo saldrá jamás perdiendo en
el “ancho campo de batalla del mundo, en el vivac de la vida”—más
bien, se mantendrá en alto en la gloria de la resurrección—.
Sembrado en corrupción, cosechado en incorrupción. Abatido en
deshonor, levantado en honor; yaciendo en derrota, alzándose en
victoria; sepultado en pesadumbre, resucitado en regocijo, cada uno
de nosotros se levantará a recibir su heredad. Hay una “corona de
justicia” reservada, que nuestro Señor nos dará en aquel día.»

También podría gustarte