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DANIEL
El libro de Ezequiel dejó a Jerusalén en ruinas, pero con una
gozosa perspectiva de la futura gloria milenaria. Con esto encaja estupendamente el libro de Daniel. Ezequiel nos ha dicho lo que vio y lo que previó en los primeros años del cautiverio de los judíos en Babilonia. Daniel nos dice lo que vio y lo que previó en los últimos años del cautiverio. Y fue un gran consuelo para los cautivos tener primero un gran profeta, y después otro gran profeta, para mostrarles que Dios no los había rechazado del todo. Su nombre hebreo era Daniel, que significa «Dios es mi juez», pero el nombre caldeo que le puso Nabucodonosor era Belteshazzar, que significa «Bel proteja su vida». Era de la tribu de Judá y del linaje real, pero, sobre todo, fue un varón eminente en piedad y sabiduría; totalmente irreprochable, quizá más que ningún otro personaje del Antiguo Testamento. El propio Ezequiel (Ez. 28:3), de parte de Dios, se dirige irónicamente al rey de Tiro, y le dice: «¡He aquí que tú eres más sabio que Daniel!» Y, entre los varones reconocidos en el cielo como los más grandes intercesores (Ez. 14:14), aparece juntamente con Noé y Job. Comoquiera que Daniel no desempeñó el ministerio profético público, su libro no figura en la Biblia Hebrea entre los libros proféticos (la segunda división de libros en la Biblia Hebrea), sino entre los «Escritos» (hebr. ketubim), que constituyen la tercera división. El libro se divide en dos partes simétricas: los primeros seis capítulos contienen principalmente historia; los últimos seis, exclusivamente profecía, cuya importancia se verá al estudiarlos. Un detalle curioso es que el libro consta de dos secciones escritas en hebreo (1:1–2:3 y 8:1; 12:13), precisamente donde Israel es el protagonista del escrito; y una gran sección en arameo (2:4–7:28), donde los gentiles desempeñan el papel principal. En cuanto a la fecha de la redacción del libro, Ryrie presenta una brillante defensa de la opinión tradicional, que atribuye a Daniel la autoría y, por tanto, confiere al libro una fecha dentro del siglo sexto a. de C. En la división del libro seguimos los epígrafes del esquema que aparece en la Ryrie Study Bible: I. Dedicación de Daniel (1:1–21). II. Sueño de Nabucodonosor: La Gran Imagen (2:1–49). III. El Horno Ardiente: Una Lección de fe (3:1–30). IV. Visión de Nabucodonosor del Gran Árbol (4:1–37). V. Banquete de Belsasar (5:1–31). VI. Daniel en el foso de los leones (6:1–28). VII. Visión de Daniel de las Cuatro Bestias y del Anciano de días (7:1–28). VIII. Visión de Daniel del Carnero, del Macho Cabrío y del Cuerno Pequeño (8:1–27). IX. Profecía de Daniel de las Setenta Semanas de Años (9:1– 27). X. Panorama Profético de Daniel (10:1–12:13). CAPÍTULO 1 Daniel comenzó su educación humana antes de recibir las visiones divinas. I. Deportación del rey Joacim (vv. 1, 2), en la que Daniel y otros jóvenes de la nobleza fueron también deportados a Babilonia. II. Daniel y otros jóvenes fueron escogidos para recibir la educación caldea, a fin de que fuesen aptos para desempeñar después puestos de gobierno (vv. 3–7). III. Rechazan piadosamente participar de los manjares de la mesa del rey, y piden ser alimentados con legumbres y agua, lo cual consiguieron del jefe de los eunucos (vv. 8–16). IV. Sus admirables progresos, muy por encima de sus compañeros de estudio, en sabiduría y conocimiento (vv. 17–21). Versículos 1–7 1. El primer ataque, hecho contra Judá y Jerusalén, por Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el primer año de su reinado, y tercero del reinado de Joacim, rey de Judá (vv. 1, 2): Puso sitio a Jerusalén, y se llevó lo que le plugo, incluido al rey; pero nótese que el texto sagrado dice expresamente que «el Señor entregó en sus manos a Joacim, etc.» (v. 2). No fue la fuerza de Nabucodonosor, sino la ira de Dios por los pecados de Su pueblo, lo que causó la ruina de Israel. Estamos en el año 605 a. de C. La fecha que aquí pone Daniel («año tercero del reinado de Joacim») no pugna con la de Jeremías 25:1 («en el año cuarto de Joacim»), si se admite que Daniel echa mano de la cronología caldea, mientras Jeremías usa la cronología judía. 2. Nabucodonosor no destruyó, en este primer ataque, la ciudad ni el reino, pero llevó a cabo el primer perjuicio causado a Israel, en cumplimiento de la profecía de Isaías (Is. 39:6, 7), por la tremenda imprudencia de Ezequías al mostrar todos sus tesoros a los embajadores del rey de Babilonia. (A) El rey caldeo se llevó a su país los vasos sagrados (v. 2) y los puso en la casa de su dios, a quien daba las gracias por todos los éxitos que estaba consiguiendo. Véase la justicia de Dios: Su pueblo había introducido en Su templo imágenes de otros dioses; ahora permite que los utensilios del templo de Jerusalén sean trasladados a los tesoros de otros dioses. No se llevó ahora todos, sino parte de ellos (v. 2); quedaron todavía algunos, por si el pueblo se arrepentía y se impedía con eso el que fuese deportado también el resto (v. Jer. 27:18). (B) También hizo traer a Babilonia (vv. 3, 4) algunos jóvenes del linaje real o de la nobleza, de buen parecer y fina educación, que fuesen aptos para estar en el palacio del rey, y mandó al jefe de los eunucos (funcionarios de palacio) que les educase en la lengua, la literatura y las leyes y costumbres de los caldeos, pues todo eso, y más, va incluido en la última frase del versículo 4. Walvoord hace notar que «es muy significativo que la erudición de los caldeos no sirviese a Daniel y a sus compañeros cuando se puso a suprema prueba en la interpretación del sueño de Nabucodonosor». J. Alonso Díaz, por su parte, advierte que «por caldeos, aquí y en todo el libro, a excepción de 5:30 y 9:1, donde tiene un sentido étnico, se entiende una especie de sacerdotes-videntes babilónicos, especializados en las ciencias ocultas (cf. Is. 47:9–13)». (C) «Y les señaló (v. 5) el rey una porción para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía.» Quería tratar con toda generosidad a los que se educasen para ayudarle después en las tareas de gobierno. Su educación cultural había de durar tres años. Dice Alonso Díaz: «Tres años de educación era la costumbre vigente entre los persas, como lo testimonia Jenofonte en la Ciropedia (1, 2) y Platón en Alcibíades (1.37)». 3. Daniel y sus compañeros eran de entre los hijos de Judá (v. 6), la tribu del cetro real, y probablemente de la casa de David. El príncipe de los eunucos les cambió los nombres (v. 7) hebreos y les puso nuevos nombres. «El cambio de nombre, en la mentalidad semítica, significa acto de dominio (cf. 2 R. 23:24; 24:27). Los jóvenes pasan, de la condición que tuvieron antes, al servicio del soberano, que les impone los nombres nuevos» (Alonso Díaz). A Daniel (que significa «Dios es mi juez») le puso Beltsasar (lit. Belteshazzar, que significa «Bel proteja su vida»); a Ananías (hebr. Jananyah, que significa «Yah agració») le puso Shadraj (que significa probablemente, aunque «intencionadamente desfigurado»—Alonso Díaz—, lo mismo que Marduk, el principal dios de Babilonia); a Misael (hebr. Mishael, probablemente «Dios es salvación») le puso Meshaj (probablemente contracción de Mishaaku, que significa «¿quién es lo que es Aku?»—Aku era el dios-luna de los caldeos); y a Azarías («Yah ayuda») le puso Abed-negó («siervo de Nebó», que era considerado como hijo del principal dios babilonio Bel). Como puede verse, también aquí el dios Nebó aparece desfigurado como Negó. Es muy probable que estos cambios fuesen hechos con la intención de no ofender demasiado a los jóvenes. Versículos 8–16 1. Daniel pronto fue favorito del jefe de los eunucos (v. 9), como José lo fue (v. Gn. 39:21–23) del jefe de la cárcel. 2. Daniel se mostró totalmente firme en su devoción israelita. Le habían cambiado el nombre, pero no le pudieron cambiar el corazón. Le llamasen como le llamasen, él retuvo el espíritu de un israelita sin dolo. Resolvió (v. 8) no contaminarse con la comida ni con el vino del rey; y sus compañeros hicieron lo mismo (vv. 11, 12). Obraron así por principios de conciencia. No era, de suyo, pecado comer de la mesa del rey ni beber del vino del rey. Pero: (A) No estaban seguros de que la carne fuese de animales limpios según la Ley, ni de que hubiese sido preparada de la forma prescrita por las leyes mosaicas concernientes a la comida. (B) Tanto la comida como el vino habían sido dedicados previamente a los dioses de Babilonia, como era la costumbre; participar, pues, de ello equivalía a reconocer como verdaderas deidades a los ídolos del país. 3. El jefe de los eunucos, Aspenaz, puso objeciones a la petición de Daniel (v. 10), pero éste consiguió que el subalterno Melsar (v. 11) consintiera (v. 14). La prueba (v. 12) era fácil: una dieta vegetariana y abstemia durante diez días, y a comparar (v. 13) el aspecto de ellos con el de los demás jóvenes que eran educados juntamente con ellos. 4. La prueba resultó un éxito para los cuatro israelitas (vv. 15, 16) y, por consiguiente, continuaron con su dieta vegetariana, lo cual les aprovechó, no sólo en lo físico, sino también en lo mental y hasta en lo espiritual. Como advierte Walvoord, «aunque estaba sobre ellos la bendición de Dios, no es necesario imaginar aquí ningún acto sobrenatural de Dios». Versículos 17–21 La gran sabiduría que otorgó Dios a Daniel y a sus compañeros fue: 1. Un contrapeso a sus pérdidas. Por la iniquidad de su padres, estos jóvenes habían sido privados de sus honores, riquezas y honestos deleites de que habrían podido disfrutar en su patria; pero, a fin de contrapesar esas pérdidas, Dios les dio (v. 17) conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias y, con ello, mejores honores y placeres. 2. Una recompensa por su integridad. Ellos guardaron las normas de su religión aun en los detalles más minuciosos, y Dios les recompensó por eso. A Daniel le dio doble porción, pues, además del conocimiento y la sabiduría en ciencias y letras, le dio (v. 17b) facilidad para interpretar toda clase de visiones y sueños. 3. Una estupenda preparación para el futuro. Pasados los tres años de educación (vv. 18–20), fueron presentados al rey, quien los examinó a fondo y los halló muy superiores a todos los demás condiscípulos. Y no sólo superaban a los demás jóvenes que se educaban con ellos, sino que (v. 20), en las consultas que el rey les hizo, los halló diez veces superiores a todos los magos y astrólogos que había en todo su reino. El versículo 21 no significa que Daniel dimitiera, o fuese depuesto, de su cargo el año 538 a. de C. («el año primero del rey Ciro»). Lo contrario es lo cierto, a la vista de 10:1, por ejemplo. En 1:21 sólo le interesaba hacer constar que «su ministerio continuó durante todo el tiempo del imperio babilónico, y que todavía vivía cuando Ciro entró en escena» (Walvoord). CAPÍTULO 2 En este capítulo tenemos: I. Un sueño del rey Nabucodonosor, y la incapacidad de los sabios caldeos para adivinarlo e interpretarlo (vv. 1–13). II. La intervención de Daniel que pide un plazo para declarar al rey la interpretación, y ruega que no se ejecutase la orden de matar a todos los sabios de Babilonia (vv. 14–23). III. La declaración del sueño, y la interpretación del mismo, que Daniel hizo ante el rey Nabucodonosor (vv. 24–45). IV. El reconocimiento que Nabucodonosor hizo del poder y de la sabiduría del Dios de Israel, y los honores y dones que concedió a Daniel (vv. 46–49). Versículos 1–13 Hay cierta dificultad en la fecha de lo que aquí se relata, pues se nos dice (v. 1) que ocurrió «en el segundo año del reinado de Nabucodonosor», al ser así que Daniel fue deportado a Babilonia en el primer año de dicho reinado (1:1 y ss.), y estuvo bajo tutores durante tres años antes de ser presentado al rey (1:5, 18). ¿Cómo pudo, pues, ocurrir esto en el segundo año? La solución más probable es la que aportan Wiseman, Thiele, Finegan y Walvoord: Se cuenta, al estilo semita, un año entero y fragmentos de otros dos para obtener tres. Así que, cuando Nabucodonosor puso sitio a Jerusalén y se llevó, entre otros, a Daniel (agosto del 605 a. de C.), fue el primer año de estudios de Daniel. El 7 de septiembre del mismo año fue entronizado rey de Babilonia, tras la muerte de su padre Nabopolasar, ocurrida el 16 de agosto. Del Nisán (entre marzo y abril) del 604 al Nisán del 603 a. de C. tenemos el primer año del reinado de Nabucodonosor (los meses de accesión al trono: septiembre del 605 a marzo del 604 no se cuentan como un año de reinado) y es el segundo año de estudios de Daniel. Finalmente, del Nisán del 603 al del 602 tenemos el segundo año del reinado de Nabucodonosor, que es ya el tercero de los estudios de Daniel, y el año (meses más tarde) en que Nabucodonosor soñó sueños (v. 1. Lit.). 1. La perplejidad que tuvo Nabucodonosor ante el sueño que había tenido. Lo había olvidado, pero le había quedado la impresión de que era un sueño importante y perturbador: «se turbó su espíritu y no podía dormir» (v. 1, al final). Nabucodonosor era un perturbador del Israel de Dios, y ahora Dios le perturbaba a él. Todos los tesoros y deleites que este poderoso monarca poseía no le podían conceder ningún reposo. 2. La prueba a que sometió a sus magos, astrólogos, etc. (v. 2), para que le explicasen sus sueños. Muy ufanos se presentarían ante el rey, orgullosos de que los llamase a ellos (¡no a Daniel!) Pero el rey les pide un imposible, humanamente hablando: Les dice (v. 3) que ha tenido un sueño, y que está turbado por el deseo de comprenderlo. Ellos (v. 4) le piden en arameo (y aquí comienza la porción aramea que se extiende hasta 7:28) que les declare el sueño y ellos le darán la interpretación. 3. El rey insiste (v. 5) en que le declaren el sueño y se lo interpreten bajo pena de muerte y de que sus casas sean convertidas en muladares o, quizás, en campos abonados de estiércol. Si logran (v. 6) mostrarle al rey el sueño y la interpretación, serán colmados de honores. Comenta Alonso Díaz: «La exigencia inaudita del rey de que los adivinos le descubran no solamente la interpretación, sino el sueño mismo, prepara el que se den por vencidos y resalte más a continuación la figura de Daniel». 4. Vuelven a insistir los magos en que el rey tiene que decirles el sueño y, entonces, si no le dan la interpretación, la culpa será de ellos (v. 7). Pero el poder arbitrario es sordo a las razones. El rey se deja llevar de la pasión (v. 8), les dirige palabras muy fuertes y les acusa de que quieren afrentarle (v. 9): «Ciertamente preparáis respuesta mentirosa y falsa que decir delante de mí, entretanto que pasa el tiempo», es decir, ya sea hasta que se le pase al rey el deseo de conocer su sueño, ya sea hasta que lo haya olvidado tan perfectamente que puedan ellos inventar uno nuevo sin que él se de cuenta del engaño. Por eso, quizás, tiene él tanta prisa en que se lo digan sin demora. 5. En vano apelan ellos: (A) A que no hay hombre en este mundo (v. 10) que sea capaz de declarar el asunto al rey, sólo lo pueden hacer (v. 11) los dioses que no viven entre los seres de carne; por cierto, yerran en cuanto al número de dioses, pero dicen la verdad en cuanto a que sólo Dios, que es Espíritu y el padre de los espíritus, puede conocer perfectamente el espíritu del hombre y todo lo que hay en su corazón, aunque el propio individuo lo olvide o no se percate de ello. (B) También apelan a que (v. 10b) ningún rey, príncipe ni señor exigió cosa semejante a ningún mago, ni astrólogo ni caldeo (es decir, vidente babilónico. V. el comentario a 1:4). 6. El rey pronuncia sentencia de muerte contra todos los sabios de Babilonia (v. 12), pues con ella les había amenazado (v. 5) si no le satisfacían su deseo, y una misma había de ser para todos ellos (v. 9). Se publica, pues, el edicto correspondiente (v. 13) y, aunque Daniel y sus compañeros no habían sido llamados antes a la presencia del rey, no por eso quedan exentos. Versículos 14–23 ¡Cuán miserable es el caso de los que viven bajo un gobierno tirano y arbitrario como el de Nabucodonosor! Pero hay un poder superior al de todos los tiranos juntos, y ese poder, celestial, está a favor de Daniel y de sus compañeros; y, en atención a ellos, se salvarán también las vidas de los sabios caldeos, no adoradores del verdadero Dios. Daniel era famoso tanto por su piedad como por su prudencia; por su piedad, tenía poder con Dios; por su prudencia, lo tenía con los hombres; y en ambos casos prevalecía. En estos versículos tenemos un notable ejemplo de ello. 1. Por su prudencia, Daniel sabía cómo tratar con los hombres. Al ir a arrestar a Daniel, pidió éste (vv. 14, 15) a Arioc, capitán de la guardia del rey, que le explicase cuál era la causa de que tal edicto se publicase de parte del rey tan apresuradamente. A la vista del versículo 24, es posible que el v. 16 no indique precisamente una audiencia con el rey, sino una petición por medio del propio Arioc (ésta es la opinión del traductor). El contexto posterior da a entender que le fue concedido a Daniel el plazo requerido para declarar al rey la interpretación, y el sueño mismo, como sabemos. 2. Por su piedad, sabía Daniel cómo conversar con Dios en oración. (A) Su humilde petición a Dios fue que tuviese a bien descubrirle el sueño y su interpretación. Es cierto que (1:17b) dice que Daniel alcanzó entendimiento en todas visiones y sueños (lit.), pero no el adivinar sueños, a no ser por revelación de Dios. (B) Se fue, pues, a su casa (v. 17), para estar con su Dios a solas, e instó también (v. 18) a sus compañeros a implorar la misericordia del Dios del cielo sobre este misterio. También el apóstol Pablo rogaba a sus amigos que orasen por él. Así hemos de mostrar el valor que damos a nuestros amigos, encomendándonos a sus oraciones. A este asunto del sueño lo llama Daniel misterio, porque era verdaderamente una cosa secreta, oculta. Cualquiera sea la materia de nuestra preocupación, debe ser también la materia de nuestra oración. Dios desea que nos sintamos humildemente libres con Él. Bien podemos, en fe, orar al que tiene en Su mano todos los corazones y obra portentos en Su providencia, para que nos descubra lo que está fuera del alcance de nuestra vista, y nos obtenga lo que está fuera del alcance de nuestra mano. (C) La misericordia que Daniel y sus compañeros imploraron a Dios les fue otorgada (v. 19): «Entonces le fue revelado a Daniel el misterio en visión de noche». Aunque la mayoría de los autores sostienen que el vocablo «visión» es aquí específico y más noble que «sueño» (que se concede igualmente a un rey pagano, y tirano, como Nabucodonosor), no faltan quienes opinan que Daniel pudo soñar el mismo sueño que había tenido el rey caldeo. (D) La gratitud de Daniel por esta misericordia (v. 19b): «por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo». El contenido de esta oración de acción de gracias aparece en los versículos 20–23 y, como observa Alonso Díaz, «tiene bastantes paralelos con Job 12:13, 15, 18, 22; 38:16–20». El comienzo es corriente en muchos salmos de alabanza (v. Sal. 103:1, 2, 113:1, 2, 115:18 145:1, 2, 21): «Bendito sea el nombre de Dios de siglos en siglos», porque por siempre hay en Dios lo que debe ser bendecido y alabado; está inmutable y eternamente en Él. Nótese, al final del versículo 23, la humildad de Daniel al dar como revelado a sus amigos lo que le había revelado Dios a él sólo: «… pues NOS has dado a conocer el asunto del rey». Así también, el apóstol une consigo en las inscripciones de muchas de sus epístolas a Silvano, Timoteo o a cualquier otro de sus principales colaboradores. Versículos 24–30 Introducción a la declaración que Daniel hace del sueño del rey y a la interpretación del mismo sueño. 1. Su primera preocupación fue ahora procurar la revocación de la sentencia pronunciada contra los sabios de Babilonia (v. 24). Fue a toda prisa a decirle a Arioc, el capitán de la guardia del rey: «No mates a los sabios de Babilonia». 2. Se ofreció, con gran seguridad, a ir al rey para declararles el sueño y su interpretación (vv. 24, 25). 3. Aprovechó la ocasión para dar a Dios todo el honor. El rey dio a entender que era una empresa muy difícil la que Daniel se atrevía a acometer (v. 26): «¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su interpretación?» Cuanto más improbable le parecía al rey que Daniel pudiese hacer esto, tanto más glorificado fue Dios en capacitarle para que lo hiciese. Daniel desengaña al rey con respecto a sus adivinos (v. 27): «El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden revelar al rey». Como si dijera: «Por tanto, no se enfade el rey con ellos por no hacer lo que no pueden; sino más bien despídalos por no poder hacerlo. Pero, aun cuando ellos no pueden, no desespere el rey de no hallarlo, pues (v. 28) hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios». 4. Confirmó al rey en la opinión de que el sueño era de gran valor e importancia. Era una revelación de lo alto, un rayo de luz divina introducido en su mente desde el mundo superior, referente a los grandes asuntos de este mundo inferior. Dios, en ese sueño, «ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días». Comenta Alonso Díaz: «La frase al final de los días es escatológica, y no significa simplemente la sucesión de los imperios». ¡Estupenda confesión de parte de un jesuita católico! En realidad, va más allá de lo que los dispensacionalistas afirmamos (nota del traductor), pues los postreros días, para un judío del Antiguo Testamento, significan todo el espacio de tiempo desde que la profecía comienza a cumplirse hasta la inauguración del reino mesiánico en la tierra. Lo veremos al estudiar la interpretación del sueño. 5. Profesa solemnemente que no ha sido por ningún mérito de su parte por lo que le ha sido revelado este misterio (v. 30): «Y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes; no, no lo he hallado yo con mi sabiduría». El misterio le fue revelado por Dios, de pura gracia, a fin de dar a conocer datos importantes de la historia universal de la humanidad y, de paso, honrar a Daniel y a sus compañeros en presencia del rey. Los profetas reciben para dar, y comunican a otros lo que ellos han recibido de Dios. Versículos 31–45 Ahora Daniel va a dar plena satisfacción al rey Nabucodonosor con respecto a su sueño. Y también el rey será abundantemente recompensado por escuchar a este profeta, aunque no lo haga en nombre de un profeta. I. El sueño en sí (vv. 31, 45). 1. Nabucodonosor era adorador de imágenes y, ¡hete aquí que se le presenta una gran estatua ante los ojos! Era la estatua de alguien que estaba en pie delante de él (v. 31b); en pie, como de alguien vivo. Y, como las monarquías representadas en la estatua eran admirables a los ojos de sus amigos, la estatua era muy grande y de un brillo extraordinario; mas, porque era de temer para sus enemigos, su aspecto era terrible: tanto los rasgos del rostro como la postura y las dimensiones del cuerpo la hacían aparecer terrible. 2. Pero lo que daba a la estatua un aspecto verdaderamente extraordinario era la diversidad de los metales de que estaba compuesta: (A) La cabeza (v. 32) era de oro fino, el metal más precioso y duradero; (B) su pecho y sus brazos, de plata, que es un metal valioso después del oro; (C) su vientre y sus caderas (o costados o lomos), de bronce, metal que sigue, en nobleza, al oro y a la plata; (D) sus piernas (v. 33), de hierro, metal menos noble que el bronce o cobre; y, finalmente: (E) sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Véase lo que son las cosas de este mundo: cuanto más bajas, tanto más viles. Mas a Nabucodonosor, gran admirador de los reinos de este mundo y de su gloria (Mt. 4:8), le eran presentadas bajo la imagen pomposa, grande y variopinta de un hombre brillante y terrible. 3. Sin embargo, ¿qué quedó después de esta imagen o estatua? La secuencia del sueño la presenta (v. 34) hecha añicos, reducida a polvo y aventada como el tamo de las eras. Vio el rey una piedra que se desgajó de la cantera sin que la tocasen manos humanas y golpeó los pies de la estatua, que eran una mezcla de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó; falta entonces de base, cayó por tierra la gran estatua, y el oro, la plata, el bronce y el hierro (v. 35) fueron también desmenuzados; más aún, llegaron a ser (v. 35b) como tamo de las eras en verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que había golpeado a la estatua fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra. II. La interpretación del sueño (vv. 37–45). 1. La estatua representaba los reinos de la tierra que habían de gobernar sucesivamente sobre las naciones e influir, de un modo u otro, en los asuntos del pueblo de Israel. Las cuatro monarquías son representadas no por cuatro estatuas diferentes, sino por una sola, porque todas ellas tienen el mismo espíritu en cuanto a su oposición al Dios verdadero y al pueblo de Dios. (A) La cabeza de oro simbolizaba la monarquía caldea, de la que el rey Nabucodonosor (vv. 37, 38) era el representante más notable: «tú eres aquella cabeza de oro» (v. 38, al final). Dice Alonso Díaz: «Rey de reyes (v. 37) es un título persa (cf. Esd. 7:12), aunque también se encuentra aplicado por Ezequiel a Nabucodonosor (cf. Ez. 26:7)». Para las otras frases de los versículos 37 y 38, véase especialmente Jeremías 25:9, 11; 27:5–7. Había por este tiempo en el mundo otros reinos poderosos, como el de los escitas; pero fue el de Babilonia el que reinó sobre los judíos. Es llamado cabeza por su sabiduría; de oro, por sus riquezas (comp. con Is. 14:4). (B) El pecho y los brazos de plata significaban la monarquía de los medos y los persas, reino inferior (v. 39) al caldeo, no en extensión, sino en calidad. En realidad, según bajamos en la calidad de los metales, más extensos son los reinos, y hasta más poderosos. La monarquía medopersa fue, en realidad, fundada por Darío el medo y Ciro el persa, y aun el propio Ciro era persa por parte de padre, pero medo por parte de madre. El poderío medopersa duró desde 538 hasta 333 a. de Cristo. (C) El vientre y las caderas de bronce (o cobre) significaba la monarquía griega, llegada al pináculo de su poderío bajo Alejandro el Grande, quien derrotó al último de los emperadores persas, Darío III. De este tercer reino de bronce (v. 39b) no se dice que sea inferior al anterior, aunque el bronce es inferior, en calidad, a la plata; quizás se tiene en cuenta que dominará sobre toda la tierra, ya sea porque en el occidente no había cuajado aún ningún reino de importancia política o militar, ya sea por la jactancia del propio Alejandro Magno, quien se gloriaba de haber conquistado el mundo entero (y aun dice la leyenda que lloró por no poder conquistar la luna). (D) Las piernas y los pies de hierro simbolizan, sin duda, el imperio romano, que, como el hierro, aplastaba todos los pueblos que conquistaba. Walvoord hace notar que «Daniel presta más atención a este cuarto reino que a todos los precedentes reinos juntos». También hace notar, en cuanto a los pies, que Daniel «presta especial atención a esto y, de hecho, dice de los pies de la imagen tanto como de toda la imagen por encima de los pies». Esto significa que lo de los pies reviste especial importancia: (a) Al explicar (v. 41) el significado de la mezcla de hierro y barro cocido, dice que «será un reino compuesto» (mejor que «dividido»), ya que «estaba compuesto de pueblos fuertes (hierro) y débiles (barro)» (Ryrie). Se trata de «barro cocido», pues si estuviese sin cocer no se sostendría en modo alguno; además, es el barro cocido, endurecido, el que resulta frágil. (b) La clave de la interpretación del cuarto reino se halla en el versículo 44: «Y en los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre». El plural reyes da a entender claramente que los diez dedos de los pies de la estatua representan diez reyes que reinan simultáneamente; es decir, hay diez reinos simultáneos en los días en que Dios hace surgir el reino que permanecerá para siempre. (c) Que éste es el reino mesiánico del futuro se prueba por las siguientes razones: Primera, la fraseología del versículo 44 concuerda con la profecía de Lucas 1:32, 33, la cual apunta a la Segunda Venida de Cristo, pues en la Primera no se inauguró el reino mesiánico, sino que el Mesías-Rey de Israel fue rechazado por su propio pueblo y crucificado. Segunda, la Iglesia no puede ser el reino representado por la piedra cortada, porque no coincide con las características que aquí se asignan a dicho reino: ni es un monte, ni es un reino propiamente dicho, ni ha llenado de una vez la tierra, ni ha desmenuzado los reinos existentes, ni estaba el Imperio Romano dividido en diez reinos cuando surgió la Iglesia. Tercera, el paralelismo con el capítulo 7 de la presente profecía muestra que los diez reinos del capítulo 2 pertenecen al futuro, en una especie de reinstauración del Imperio Romano, que ya parece comenzar a fraguarse. Cuarta, será precisamente en su Segunda Venida (v. Ap. 19:11–21) cuando Cristo aparecerá como Rey de reyes para (Ap. 19:15) regir a las naciones con vara de hierro (comp. con Sal. 2:9); y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira del Dios Todopoderoso (comp. con Is. 63:1–6). Quinta, la distancia entre la caída del Imperio Romano antiguo (año 1453 de nuestra era en su parte oriental) y su futuro establecimiento en forma de diez reinos no ha de extrañar, como no extraña la clara división de épocas distantes en Isaías 61:2 (v. el comentario a dicho versículo). El profeta pasa por alto lo que no interesa al nervio de su profecía. III. Después de interpretar el sueño, a plena satisfacción del rey Nabucodonosor, Daniel cierra con una solemne aserción: 1. Del origen divino del sueño (v. 45b): «El gran Dios ha dado a conocer al rey lo que sucederá después de esto» (lit.). Ni los magos del rey, ni sus dioses pudieron revelar al rey este misterio, pero el gran Dios, el único verdadero ha podido hacerlo y lo ha hecho. 2. De la indudable certeza de las cosas predichas mediante este sueño. Bien podemos creer con toda firmeza y seguridad lo que Dios nos ha dado a conocer. Versículos 46–49 En vez de resentirse como de una afrenta, el rey recibió como un oráculo del cielo toda la explicación que Daniel le hizo del famoso sueño, y aquí tenemos sus expresiones sobre las impresiones que la explicación de Daniel le había producido. 1. Estaba dispuesto a considerar a Daniel como a un semidiós o que, al menos, tenía dentro de sí algo de la deidad digna de adoración (v. 46). Al comparar la actuación de Daniel aquí con la de Pablo y Bernabé en Listra (Hch. 14:13–18), dice Alonso Díaz: «Daniel no se opone, pero la situación no contiene aquí equívoco, puesto que Daniel se ha presentado antes como actuando en virtud de una revelación de Dios. Honrar a Daniel es honrar al Dios que descubrió el enigma a Daniel». Y Walvoord hace notar que «Nabucodonosor consideraba a Daniel meramente como a un digno sacerdote o representante de su Dios, y lo honraba como a tal». Lo confirman sus expresiones en el versículo siguiente. 2. Reconoció (v. 47) que el Dios de Daniel era el gran Dios: el Dios de dioses, Señor de reyes y revelador de misterios. No era, pues, a Daniel propiamente a quien Nabucodonosor adoraba, sino al Dios de Daniel. 3. El rey promovió a Daniel (v. 48), le engrandeció, pues, además de colmarle de regalos y honores, le nombró gobernador de toda la provincia de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia (comp. con Gn. 41:39–44). 4. Daniel mostró, una vez más, su humildad y su compañerismo al influir ante el rey (v. 49) para que pusiera sobre los negocios de la provincia de Babilonia a Sadrac, Mesac y Abed-negó, quedando él mismo en la corte del rey (lit. en la puerta del rey), es decir, la cancillería de palacio. Dicen los autores de la obra Search the Scriptures: «El significado es que Daniel, a quien Nabucodonosor había conferido un doble oficio (v. 48), rogó que el gobierno de la provincia de Babilonia fuese transferido a sus amigos, mientras él quedaba en la corte como jefe de los sabios del rey». Todos estos piadosos judíos, aunque habían sido deportados a Babilonia como cautivos de guerra, no solamente ascendieron a los más altos puestos de autoridad y responsabilidad en el imperio babilónico, sino que tuvieron ocasión así de favorecer y servir a sus demás compañeros de cautiverio. CAPÍTULO 3 Aquí tenemos ahora los mismos tres hombres bajo tanto desagrado del rey cuanto era antes el favor que del rey disfrutaban; con todo, su Dios les dispensa ahora mayores honores que los que les había otorgado antes el príncipe, y les capacita con Su gracia para que prefieran sufrir antes que pecar. Es un relato memorable, que presta gran aliento a la constancia del pueblo de Dios en tiempos de prueba. El autor de Hebreos menciona (He. 11:34), entre los héroes de la fe, los que «apagaron fuegos impetuosos». I. Nabucodonosor mandó hacer una estatua de oro y ordenó a todos sus súbditos adorarla, lo cual hicieron la mayoría de ellos (vv. 1–7). II. Le informan que ciertos dignatarios judíos se niegan a rendir adoración a la estatua (vv. 8–12). III. Ellos persisten con toda constancia en su negativa, a pesar de las amenazas del rey (vv. 13–18). IV. Por ello, son arrojados a un horno encendido (vv. 19– 23). V. Son milagrosamente preservados por el poder de Dios, y el rey les invita a salir de allí, convencido por este milagro del error que cometió al arrojarlos allá (vv. 24–27). VI. El honor que el rey dio por todo esto al Dios verdadero, y el favor que mostró a estos fieles varones (vv. 28–30). Versículos 1–7 1. Es erigida una imagen de oro (v. 1) para ser adorada. Babilonia estaba llena de ídolos, pero quienes han abandonado al único Dios vivo y comienzan a erigir muchos dioses falsos, hallan que esos dioses no les satisfacen en modo alguno, por lo que andan constantemente en busca de otros. Era una estatua de oro, es decir, cubierta de oro (v. Is. 40:19). Es probable (no seguro) que tuviese forma humana. La falta de proporción entre la altura y la anchura parece indicar que los 60 codos de altura incluyen también el pedestal sobre el que estaba colocada. Extraña que Nabucodonosor, que había confesado al Dios de los judíos como «Dios de dioses, Señor de reyes y revelador de misterios» (2:47), haya perdido ya aquellos sentimientos, pero han pasado algunos años y el rey caldeo es muy voluble. Quizás le había quedado de la interpretación del sueño del capítulo 2 únicamente el recuerdo de que él era la cabeza de oro (2:38, al final). Ahora se hace una imagen de oro y quiere competir con Dios. 2. Todos los estamentos de la sociedad caldea son convocados a rendir adoración a la imagen (vv. 2, 3). Se emprenden largos viajes con un objetivo tan necio; pero, como los ídolos son cosas sin sentido, así también sus adoradores carecen de sentido. 3. El pregonero del rey (vv. 4–6) hace la proclamación del edicto, y manda a todos que se postren y adoren la imagen del rey, bajo pena de ser arrojados dentro de un horno de fuego, encendido previamente para este fin. Y (v. 7) «todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado». Con la cobardía y el servilismo masivos de tanta gente iba a contrastar la valentía y la fidelidad de tres varones judíos. Versículos 8–18 1. Ciertos caldeos (v. 8), no precisamente de entre los sabios, sino en sentido étnico, informan al rey (vv. 9–12) de que los tres judíos a quienes el rey había confiado el gobierno de la provincia de Babilonia no respetan al rey, no sirven a sus dioses ni adoran la estatua de oro (v. 12). Dos motivos parecen entreverse en esta acusación: (A) Celos. Eran judíos y habían sido promovidos a tan alto cargo con preferencia a todos los caldeos. (B) Desprecio. Entre los hechos del capítulo anterior y los de éste media un período de tiempo durante el cual Nabucodonosor ha consumado la destrucción de Jerusalén y de su Templo. Walvoord da como probable que «hubiesen transcurrido veinte años entre el capítulo 2 y el capítulo 3». Una pregunta ocurre enseguida a cualquier lector atento: ¿Dónde se hallaba Daniel en este momento? El mismo autor da tres opciones, y se inclina a favor de la última como «más probable» 1) Daniel consideró que era un acto político que no violaba su conciencia (me repugna esta solución—nota del traductor —); 2) Daniel no adoró, y su alta posición bastó para que sus enemigos no le acusaran (en contra de esta opinión, basta comparar este caso con el de 6:4 y ss.); 3) Daniel estaba ausente por el motivo que fuese (no cabe duda de que ésta es la verdadera solución). 2. El rey ordena que los tres judíos sean conducidos a su presencia (v. 13) y les pregunta si es verdad que han decidido deliberadamente (ése parece ser el sentido del texto original) no servir a los dioses caldeos ni adorar la estatua que él ha erigido. Nótese que el rey no parece dudar de la lealtad personal de estos tres hombres, pues calla lo de «no te han respetado» del v. 12b). Está dispuesto a perdonarles si están ahora dispuestos a adorar la estatua tan pronto como suene la música (v. 15). De lo contrario, no quedarán exentos de ser arrojados al horno encendido. La última frase del versículo 15 nos recuerda la arrogancia de Senaquerib en Isaías 36:18–20. 3. La respuesta de los tres hombres es una obra maestra de valentía, humildad y confianza (vv. 16–18); brillan aquí: (A) Su desprecio a la muerte (v. 16b): «No necesitamos darte una respuesta sobre este asunto». No ha de verse en esta respuesta ninguna arrogancia ni falta de respeto al rey. Tampoco es una respuesta evasiva. Lo que vienen a decir es que: (a) No necesitan deliberar sobre lo que habrían de responder; (b) no necesitan presentar excusas; (c) no les permite la conciencia obrar de otro modo. (B) Su confianza en Dios y su total dependencia de Él (v. 17). Contra la arrogancia del rey (v. 15, al final: «¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?») responden, según dice literalmente el original: «Si es que nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos de un horno de fuego ardiente, también de tu mano, oh rey, librará». No es que pongan en duda el poder de Dios para librar del fuego y de la mano del rey, sino que arguyen de mayor a menor: El que puede librar del daño que puede hacer un horno de fuego de tal manera encendido, también puede librar de las manos de un hombre mortal. (C) Su firme resolución de adherirse a sus principios religiosos, sea cual sea la consecuencia (v. 18). ¡Qué firmeza tan digna, tan solemne y majestuosa la de estos varones judíos al responder al rey! «Y si no, que te sea sabido (lit.), oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado». No le imponen a Dios lo que ha de hacer, sino que se someten a Su santa voluntad, ya que «la liberación o el martirio eran igualmente posibles en Su plan» (Ryrie). ¡Cuán diferente es el carácter de estos héroes del de sus antepasados de las diez tribus, quienes, sin que nadie de fuera les provocara ni les amenazara, habían adorado el becerro de oro en Dan y en Betel! Alguien habría pensado que obraban imprudentemente, pues con un pequeño acto de respeto, ofrecido en un minuto al rey en su imagen, habían podido salvar su propia vida y estar así en condiciones de hacer muchos y grandes servicios a sus hermanos de raza. Pero hay más que suficiente en aquellas palabras de Dios en el segundo mandamiento del Decálogo para dar respuesta y hacer callar a éstos y a muchos otros razonamientos carnales. Antes morir que pecar. No se pueden hacer males para que surjan bienes (v. Ro. 3:8). Versículos 19–27 1. Al rehusar obedecer la orden del rey, estos tres valientes fueron arrojados al horno de fuego, pues Nabucodonosor, en lugar de quedar persuadido por la firmeza y la dignidad de ellos, se exasperó todavía más (v. 19) hasta demudársele el rostro. No estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria. «Y ordenó (v. 19b) que el horno se encendiese siete veces más de lo acostumbrado». Y, vestidos según estaban, los ataron y los arrojaron en medio del horno de fuego encendido (vv. 20, 21). Pero cuanto más fuerte era el fuego y más seguras las ataduras, tanto mayor el milagro. 2. Ahora nótese los numerosos detalles milagrosos en la liberación que Dios llevó a cabo a favor de esos campeones de la fe: (A) Habían encendido tanto el horno que las llamas mataron a los mismos hombres que arrojaron a los tres judíos en medio del horno (v. 22). (B) Esas mismas llamas, no sólo no hicieron ningún daño a los que así habían sido arrojados al interior del horno, sino que no les chamuscaron el cabello ni las ropas (v. 27), de forma que «ni siquiera tenían olor de fuego». Sólo les quemaron las ataduras para ponerlos en libertad. (C) Los tres habían caído atados dentro del horno (v. 23), pero el propio rey y todos los más altos funcionarios de Caldea pudieron verlos paseándose (v. 25) por en medio del fuego sin sufrir ningún daño, lo cual insinúa que el horno de fuego era lo bastante grande para que cuatro personas estuviesen paseándose allí. Los cuerpos, sin daño; las mentes, sin ofuscación. (D) Además, ahora resultaba que, en lugar de tres, eran cuatro los varones sueltos que se paseaban por el interior del horno. Esto fue lo que más llamó la atención de Nabucodonosor (vv. 24, 25): «se quedó atónito y se levantó apresuradamente». Estaba cómodamente sentado, a fin de presenciar el espectáculo con el que esperaba demostrar que no había dios que librase de sus manos a estos hombres (v. 15, al final), pero había un Dios que los había librado del fuego y de su mano. ¿Quién era el cuarto personaje? El rey dijo (v. 25, al final) que «el aspecto del cuarto es como de un hijo de dioses» (lit.). Luego (v. 28b) especificará un poco más. 3. Inmediatamente (v. 26) el rey se acercó a la boca del horno y, al llamar a los tres varones por sus nombres, añadió «siervos del Dios Altísimo», lo que significa que reconocía al Dios de Israel como más alto que los dioses de Babilonia, les invitó a salir del horno. No se menciona más al cuarto varón, pues es obvio que, para entonces, había desaparecido. Los tres, como hemos visto, salieron totalmente indemnes (v. 27), y del milagro había tantos testigos que nadie se habría atrevido a negarlo. Los caldeos adoraban el fuego como una de las imágenes del sol, de modo que, al frenar el poder del fuego, Dios había menospreciado, no sólo al rey, sino también a su dios. Versículos 28–30 El efecto que el milagro hizo en Nabucodonosor. 1. Da gloria al Dios de Israel como a un Dios poderoso para proteger a Sus adoradores y presto para protegerles (v. 28): «¡Bendito sea el Dios de Sadrac, etc.». Dios puede extraer confesiones de bendición aun de aquellos que han estado dispuestos a maldecirle en Su rostro. (A) Le da gloria por Su poder (v. 29, al final): «no hay dios que pueda librar como éste». Si puede librar como nadie, también puede demandar obediencia como nadie. (B) Le da gloria por su presteza en ayudar a los Suyos (v. 28b): «envió a su ángel y libró a sus siervos, etc.». Hay una alusión inequívoca al Ángel de Jehová, el propio Mesías preencarnado. Bel no pudo preservar a sus adoradores de ser quemados junto a la boca del horno (v. 22), pero el Dios de Israel preservó del fuego a los Suyos, que habían sido arrojados, atados, en medio del fuego. 2. Aplaude ahora la constancia de estos tres hombres en su devoción a Dios, y lo declara para honor de ellos (v. 28): «confiando en Él (Dios), no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a ningún otro dios fuera de su Dios». El original tiene una fraseología más fuerte que la de nuestra Reina-Valera en la frase «no cumplieron el edicto del rey», pues dice literalmente: «cambiaron la palabra del rey», es decir, la conculcaron (o violaron), como dicen algunas versiones. Estas frases de Nabucodonosor son tan extraordinarias que, si no las avalase la autoridad de las Escrituras, que no pueden errar, serían francamente increíbles en un rey pagano, cruel y déspota. 3. Da un edicto en el que prohibe estrictamente que se hable mal del Dios de Israel (v. 29). El milagro que acaba de presenciar le ha hecho tal impresión que la pena que impone a toda persona «que hable sin respeto del Dios de Sadrac, etc.», es terrible: «sea descuartizada, y su casa convertida en muladar»; la misma que había decretado contra sus sabios si no acertaban a declararle el sueño que había tenido (comp. con 2:5). 4. No sólo revoca la proscripción de estos tres hombres, sino que los restablece en los puestos de gobierno que ocupaban. En realidad, el verbo arameo para «engrandeció» (v. 30) significa «hizo prosperar», lo que indica que les confirió mayores honores, dignidades y poderes de los que anteriormente poseían. CAPÍTULO 4 1
Lo registrado en este capítulo concerniente a Nabucodonosor se
nos ofrece con sus propias palabras. I. El prólogo a esta narración, en el que reconoce el dominio de Dios sobre él (vv. 1–3). II. La narración misma, en la que refiere: 1. Su nuevo sueño (vv. 4–18). 2. La interpretación que del sueño le dio Daniel, mostrándole su pecado y exhortándole al arrepentimiento (vv. 19–27). 3. La humillación que Dios le infligió al hacer que enloqueciese por espacio de siete años, recobrando después el uso normal de la razón (vv. 28–36). III. La conclusión del relato, con humilde reconocimiento y adoración de Dios como Rey del cielo y Soberano de todos (v. 37). Versículos 1–3 1. La forma de la proclamación es la acostumbrada en Nabucodonosor (v. 1). El estilo del rey es breve y sin florituras afectadas, como puede verse: «Nabucodonosor rey». La proclama va dirigida «a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en la tierra». El saludo es el acostumbrado entre los antiguos orientales: «¡Paz abundante a vosotros!» Como hace notar Walvoord, el saludo se parece mucho al de Pablo en sus epístolas
1Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224
TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 948 (comp. también con 6:25), pero el sentido del vocablo en los escritos de Pablo es muy diferente. 2. La proclama tiene por objeto: (A) Dar a conocer a otros los caminos de la Providencia con respecto a él (v. 2): «Me place dar a conocer las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo». Ahora que se ha recuperado de su enfermedad, reconoce como una deuda a Dios y al mundo el referir cuán justamente le había humillado Dios y cuán benignamente le había restaurado después. Debemos dar gloria a Dios, no sólo alabándole por sus misericordias, sino también al confesar nuestros pecados y aceptar el castigo de nuestra iniquidad. (B) Mostrar la convicción que en su ánimo habían engendrado los caminos de la Providencia con respecto a él (v. 2). Nabucodonosor admira lo que Dios ha hecho con él. Era ya muy entrado en años, pues había reinado más de cuarenta años y había visto mucho de las cosas del mundo, de guerras y revoluciones, pero nunca hasta ahora había llegado a admirar las señales y los milagros del Dios verdadero. «¡Cuán grandes, dice (v. 3), son sus señales y cuán potentes sus prodigios!» Y de ahí infiere la magnitud del señorío y de la soberanía de Dios: «Su reino no es como el mío, próximo a acabarse, sino que es un reino sempiterno. Otros señores reinan durante una generación; otras dinastías perduran por algunas, más o menos, generaciones, pero el señorío de ese Dios perdura de generación en generación». Versículos 4–18 Antes de referir el castigo que Dios le impuso por su soberbia, Nabucodonosor da cuenta de las advertencias que había recibido a ese respecto. 1. La alarma le fue dada (v. 4) cuando estaba tranquilo en su casa y floreciente en su palacio. Había conquistado recientemente Egipto, completado con ello sus victorias y terminado sus guerras hacia el año trigesimocuarto o trigesimoquinto de su reinado (v. Ez. 29:17). Entonces fue cuando tuvo este sueño, el cual se cumplió un año más tarde. Siguieron los siete años de su locura y, al recuperarse de ella, escribió esta declaración; vivió después unos dos años más, y murió en el cuadragesimoquinto año de su reinado. 2. La impresión que le hizo este sueño (v. 5): «Tuve un sueño que me espantó». Comenzó a cavilar en su lecho sobre lo que había visto y cada vez le turbaban más sus imaginaciones. En vano consultó sobre el sueño (vv. 6, 7) a todos los sabios de Babilonia. Ninguno pudo mostrarle la interpretación, a pesar de la jactancia con que, en otra ocasión (2:4, 7), le habían dicho que, si les mostraba el sueño, se lo interpretarían. Ahora empezaba a cumplirse lo predicho por Isaías (Is. 47:12, 13): que de nada le habían de servir a Babilonia sus muchos consejeros cuando llegase la hora de la destrucción del imperio caldeo. 3. «Hasta que vino a mi presencia Daniel, etc.» (v. 8). Hay muchos que acuden a la Palabra de Dios como al último refugio, y nunca acuden a ella hasta que se les acaban todos los demás recursos. Nótense los elogios que, de entrada, hace de Daniel. La razón por la que el rey repite su nombre caldeo, Beltsasar, es porque, como hace notar Walvoord, «el decreto era publicado a lo largo y ancho de todo el reino, donde la mayoría de la gente conocería a Daniel por su nombre babilónico». M. Henry advierte una decadencia en el modo de hablar de Nabucodonosor aquí, pues, tras de llamar Dios Altísimo al Dios de Israel, ahora menciona (vv. 8, 9) el espíritu de los dioses santos, y, en lugar de llamar a Daniel siervo de Dios, le llama (v. 9) jefe de los magos. Para este traductor, la razón de esta manera de hablar, distinta de la que hemos visto en 3:26–30, es muy sencilla: En el capítulo 3 está en presencia de tres varones judíos y algunos de los altos dignatarios del país, y se halla tremendamente impresionado por el milagro que Dios acaba de realizar. En cambio, ahora se dirige en una proclama a todos los súbditos del imperio y por fuerza tiene que usar el lenguaje de los caldeos. Sin embargo, este lenguaje politeísta, y especialmente la frase del versículo 8 «… cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de MI DIOS», me resulta una de las graves objeciones contra la opinión de que Nabucodonosor fue realmente convertido al Dios verdadero. 4. El relato que hace de su sueño. (A) Vio en el centro de la tierra (v. 10b) un árbol cuya altura era muy grande (comp. con Is. 14:4–20; Ez. 28:1–19 y, especialmente, con Ezequiel 31:2–9, donde el Faraón figura como un majestuoso cedro del Líbano). Tan alto se había hecho este árbol que (v. 11) el rey vio su copa llegando hasta el cielo, de modo que se le podía ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje (v. 12) era hermoso a la vista. Pero, además, había en este árbol dos excelentes cualidades que no se hallaban en el cedro de Ezequiel 31:6. Además de dar excelente sombra contra el ardor del sol, mucha más que el aludido cedro: (a) tenía fruto abundante, no como el cedro de Ezequiel, que sólo ofrecía sombra; (b) «se mantenía de él toda carne» (v. 12, al final. Lit.), es decir, todo ser viviente, tanto hombres como animales, con lo que da a entender la grandeza de Nabucodonosor como proveedor de todo lo necesario para satisfacer las necesidades materiales de sus súbditos, tanto de los hombres como de sus bestias. (B) Oyó la sentencia dictada contra este árbol por medio de un ángel a quien él llama «un vigilante, un santo que descendía del cielo» (v. 13, 17, 23). Este ángel ordena talar el árbol (v. 14), pero sin arrancarlo de raíz: Se ha de dejar (v. 15) en la tierra el tocón y sus raíces, con ataduras de hierro y de bronce. La finalidad de esto último es explicada así por Ryrie: «Ya sea para freno (como se hace con un loco) o para preservación, a fin de impedir que el tocón sea desarraigado». (C) El ángel explicó (v. 16) el significado de la sentencia que pendía sobre la persona representada en este árbol: La tal persona ha de ser privada de su dignidad humana y de su mente racional, para que viva durante siete años como un animal bruto. Los orgullosos tiranos que ponen su corazón como corazón de Dios (Ez. 28:2, al final), bien se merecen que Dios les prive de su corazón de hombre y ponga en ellos corazón de animales brutos. Que todo esto no es una fantasía, sino una realidad afirmada por la Palabra de Dios, se confirma por los numerosos casos que se han dado de esta locura, designada por Keil con el epíteto latino de insania zoanthrópica; más específicamente, puede hablarse aquí de locura boantrópica, esto es, de un hombre que llega a sentirse y a comportarse como un buey. (D) La sentencia se cumplió por decreto de los vigilantes. Aunque, como observa Alonso Díaz, «en el libro de Henoc (1 Henoc 10:6; 16:1; 19:1) los vigilantes son los ángeles caídos», es muy improbable que en este contexto puedan ser ellos los que dan tal decreto; basta con notar el objetivo de tal resolución (v. 17b): «para que conozcan los vivientes que el Altísimo es dueño del reino de los hombres, y que a quien Él quiere lo da, y puede establecer sobre él al más bajo de los hombres». Este lenguaje sólo tiene sentido si procede de un ángel de Dios, no de un ángel caído (comp. con Lc. 4:6 para ver el contraste). 5. Hecho el relato de su sueño, Nabucodonosor pide a Daniel que se lo interprete (v. 18), «porque—dice—todos los sabios de mi reino no han podido mostrarme su interpretación; mas tú puedes, porque mora en ti el espíritu de los dioses santos». Versículos 19–27 Interpretación del sueño de Nabucodonosor. Una vez que se le diga: «Tú eres ese hombre» (2 S. 12:7), queda muy poco por añadir. La cosa estaba tan clara que, tan pronto como Daniel escuchó el sueño, «quedó atónito (mejor, aterrado) durante una hora» (lit.), es decir, por algún tiempo. «Una hora» expresa gran lapso de tiempo pero sólo relativamente (comp. con Ap. 8:1). Dice Ryrie: «No porque el sueño le resultase ininteligible, sino por su repugnancia a declarar el juicio de Dios al rey, a quien se ve que había llegado a amar». 1. El rey se dio cuenta del aturdimiento de Daniel y, al pensar que tardaba en hablar por temor de ofenderle, le animó a decirle las cosas claras: «Beltsasar—le dijo a Daniel (v. 19b)—, no te turben ni el sueño ni su interpretación». Sin duda dijo esto como quien sinceramente deseaba saber la verdad, por amarga que fuese. Daniel muestra el afecto que sentía hacia el rey al decirle: «Señor mío, sea el sueño para tus enemigos; y su interpretación, para tus adversarios». Resulta poco menos que increíble que haya autores que entiendan estas palabras como si Daniel quisiera decir que el sueño iba a causar alegría a los enemigos de Nabucodonosor. El sentido es obvio: «Sea para tus enemigos el castigo que este sueño significa». Aunque este rey era un opresor del pueblo de Dios, al presente era, sin embargo, el príncipe de Daniel. 2. La interpretación es solamente una repetición del sueño, con aplicación personal al rey caldeo (vv. 20–23): «El árbol que viste … eres tú mismo, oh rey, etc.». En cuanto al decreto que, de parte del Altísimo, había recaído sobre el rey (v. 24), la sentencia (vv. 25, 26) era que sería depuesto de su trono, y aun echado de entre los hombres para morar con las bestias del campo, de forma que le apacentarían con hierba del campo como a los bueyes (recuérdese lo dicho sobre la locura boantrópica) y, también como los bueyes, dormiría al raso (v. 26b: «serás bañado con el rocío del cielo»). Esto había de ser durante siete tiempos, es decir (con la mayor probabilidad), siete años, al cabo de los cuales, vuelto en sí, reconocería la soberanía de Dios sobre los hombres. La última frase del versículo 26 dice literalmente: «luego que hayas reconocido que (quien) gobierna (son) los cielos». Comenta Alonso Díaz: «La expresión los cielos para designar a Dios, tan frecuente en el tardío judaísmo (cf. Mt. 3:2: “el reino de los cielos”), únicamente se usa aquí en todo el Antiguo Testamento». Compárese con la expresión del Hijo Pródigo (Lc. 15:18, 21): «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti». 3. La exhortación que, como fiel profeta de Dios, le hizo Daniel al rey al acabar la interpretación del sueño (v. 27). Véase: (A) Con qué humildad le da su consejo, con qué ternura y con qué respeto: «Por tanto, oh rey, acepta mi consejo». (B) Con qué prudencia, afecto y sabiduría le aconseja lo que debe hacer: No le aconseja que vaya a un médico para que le prescriba algo contra una posible recaída en la enfermedad, sino que rompa con sus pecados. Había oprimido a sus súbditos y se había comportado de mala manera con sus aliados. 4. La última frase del versículo 27 dice literalmente: «si habrá duración para tu prosperidad», pero la conjunción aramea hen no es propiamente condicional, sino que, más bien, equivale al adverbio de modo «así». Sobre este versículo 27 (24 en la Biblia Hebrea) dice Alonso Díaz: «Este verso ha sido campo de discusión entre protestantes y católicos. La posibilidad del arrepentimiento queda clara con estas palabras. Los acontecimientos no los maneja un hado inexorable, sino un Dios personal y bondadoso». Me parece que el docto jesuita—nota del traductor—está aquí dando golpes al aire, pues no conozco a ningún «protestante» (al menos, evangélico) que niegue la posibilidad del arrepentimiento ni defienda que «los acontecimientos los maneja un hado inexorable». Pero permítaseme añadir que el texto sagrado no significa que los pecados se puedan expiar o redimir con obras de misericordia, y es una pena que las ediciones de la Reina-Valera anteriores a la del 1977 hayan introducido aquí el verbo redimir (tomado de la Vulgata Latina), cuando el verbo arameo significa literalmente «romper con». Dice a este propósito el Dr. Walvoord: «Este pasaje ha creado alguna controversia a causa de una mala traducción de la Vulgata, que dice: “Redime tus pecados por medio de obras de caridad y tus iniquidades por medio de obras de misericordia con los pobres”. Esto, por supuesto, no es lo que está registrado en el libro de Daniel. A Nabucodonosor no se le promete perdón con base en buenas obras o limosnas a los pobres; sino que, más bien, lo que dice es que, si es rey prudente y benévolo, disminuirá la necesidad de que Dios intervenga con un juicio inmediato a causa del orgullo de Nabucodonosor». Versículos 28–33 Se cumple el sueño de Nabucodonosor, y queda justificada y confirmada la aplicación que Daniel había hecho de dicho sueño a Nabucodonosor. 1. La paciencia de Dios con él: «Todo esto sobrevino al rey Nabucodonosor» (v. 28), pero no inmediatamente, sino «al cabo de doce meses» (v. 29), durante los cuales no se ve que rompiese con sus pecados ni mostrase misericordia hacia los pobres cautivos oprimidos. Dios le había dado todavía un año más (comp. con Lc. 13:8), por ver si se arrepentía. 2. Su orgullo, su altivez y el abuso que hizo de la paciencia de Dios. Se paseaba por el palacio real de Babilonia (v. 29), pomposo y lleno de soberbia. La ciudad aparece grandiosa a sus ojos y dice (v. 30): «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza de mi poder?» Es cierto que él había engrandecido y embellecido la ciudad, pero él no la había comenzado a edificar, pues existía muchos siglos antes que él naciese. Sus palabras nos recuerdan aquellas otras que se cuentan de César Augusto con referencia a Roma: «La hallé ladrillo, pero la dejé mármol». Dice que la edificó (v. 30b) «para residencia real, metrópoli del imperio, y para gloria de mi majestad». 3. Su castigo. Tan pronto como acabó de decir esas palabras (v. 31) vino del cielo una poderosa voz, por la cual fue inmediatamente privado. (A) De su honor como rey (v. 31, al final): «El reino ha sido quitado de ti». (B) De su honor como hombre (v. 32): «y de entre los hombres te arrojarán». Pierde la salud mental y, con eso, pierde su dominio. El cumplimiento de la sentencia no se hizo esperar (v. 33): «En aquel mismo instante se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor y fue echado de entre los hombres». Todo sucedió en el plazo de unos minutos. Al marchársele su inteligencia y su memoria y quebrarse todas las facultades de un alma racional, hubieron de echarle de la sociedad de los hombres. Desnudo, y a cuatro patas, como bruto animal, fue a correr por campos y bosques, comiendo hierba como los bueyes y llevando pelo y uñas semejantes también a los de los animales (v. 33b). El que se creía superior a todos los hombres queda así reducido a un estado inferior al de cualquier hombre y puesto al nivel de las bestias. Versículos 34–37 Ahora tenemos a Nabucodonosor recobrado ya de su boantropía y vuelto al uso normal de sus facultades racionales. «Al cabo del tiempo señalado—dice (v. 34)—, esto es (con la mayor probabilidad), al cabo de los siete años, alcé mis ojos al cielo», no en desafío a Dios, sino como hombre erecto, capaz de mirar hacia arriba, no como bestia que mira hacia el suelo. Ha recobrado la razón, como él mismo asegura, y lo muestra al razonar perfectamente, pues no sólo habla como hombre, sino también como penitente. Veremos después hasta qué punto. 1. Le son restauradas sus facultades mentales hasta el punto de que glorifica a Dios y se humilla a sí mismo. Los hombres nunca usan de modo correcto su razón hasta que comienzan a reconocer el eterno poder y la deidad del Creador (v. Ro. 1:19, 20); tampoco viven como hombres de veras mientras no viven para la gloria de Dios. Su locura fue así, paradójicamente, el mejor medio para entrar en razón. Para volver en sí (comp. con Lc. 15:17) es menester haber salido fuera de sí. Sus aduladores le habían lisonjeado muchas veces con la frase: «¡Rey, para siempre vive!» (2:4, por ejemplo). Pero ahora él mismo está convencido de que ningún rey vive para siempre, sino sólo el Altísimo (v. 34): «… al que vive para siempre, etc.», pues «su dominio es sempiterno y su reino no es por una generación, como el de Nabucodonosor mismo, sino por todas las generaciones». No hay sucesión, ni revolución, en el reino de Dios. 2. Se explaya en declarar las múltiples perfecciones de Dios: (A) «Todos los habitantes de la tierra (v. 35) son considerados ante él como nada», no porque no se interese por ellos, sino porque, comparados con el Infinito, son menos que una gota de agua en comparación con el océano. (B) Su poder es irresistible, pues (v. 35b) «hace lo que le place (aunque sin arbitrariedad, favoritismo ni tiranía) con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra». (C) «Todas sus obras son verdaderas» (v. 37), es decir, es veraz y fiel en todo lo que dice y hace, y cumple siempre lo que promete. (D) «Y sus caminos son justicia» (lit.), esto es, están de acuerdo con las normas de la rectitud y de la equidad hasta tal punto que puede decirse que son la justicia misma, como lo es Dios. (E) «Y (v. 37, al final) Él puede humillar a los que caminan con soberbia». Esto es parte de Su justicia, y si alguna vez no lo hace de inmediato (comp. con el v. 29), es por dar lugar al arrepentimiento (v. 2 P. 3:9). 3. Con el uso normal de la razón le es restaurado también el reino (v. 36). Se ve restablecido en su trono y en su reino tan firmemente como si no hubiese ocurrido ninguna interrupción. Las aflicciones duran sólo el tiempo preciso que se necesita para que lleven a cabo la obra para la que son enviadas, o permitidas, por Dios. Tan pronto como Nabucodonosor es restablecido en su reino (v. 37), «alabo—dice—, engrandezco y glorifico al Rey del cielo». 4. No mucho después de esto, Nabucodonosor terminó su reinado y su vida. Abideno, citado por Eusebio, cuenta que, en su lecho de muerte, predijo que Ciro había de tomar la ciudad de Babilonia. No se nos dice si continuó hasta el fin en la misma buena línea de conducta que aquí muestra. Si nuestra caridad puede alcanzar tan lejos como nuestra esperanza de que así fuese, hemos de admirar la libre y soberana gracia de Dios, por la que Nabucodonosor perdió su sanidad mental por algún tiempo, a fin de que su alma fuese salva para siempre. Con autores tan expertos como Calvino, entre los antiguos, y Keil, entre los modernos (y muchos otros), este traductor opina (contra el parecer de Young y Walvoord) que Nabucodonosor no llegó a alcanzar la fe y el arrepentimiento que se requieren para una verdadera conversión a Dios, ya que no se menciona tal cosa en el texto sagrado (v. el v. 27), y peor aún es la omisión de que deshiciese los muchos entuertos que había cometido durante la destrucción de Jerusalén. No obstante, lo más prudente y caritativo es dejar nuestro juicio en manos de Dios. Como dice E. L. Carballosa: «Es posible que nunca sepamos aquí en la tierra cuál de las dos posiciones es la correcta. No obstante, la lección que todos podemos aprender es que Dios es soberano aun en la administración de su gracia. El hombre está muerto en delitos y pecados y, por lo tanto, es totalmente incapaz de hacer algo en su favor para agradar a Dios. Sólo el poder regenerador del Espíritu Santo puede reproducir la vida de Dios en el corazón humano». CAPÍTULO 5 Desde la muerte de Nabucodonosor en 562 a. de C. han pasado 23 años, pues la historia que el presente capítulo nos refiere tiene su fecha en el 539, año de la caída de Babilonia en manos de los medos y de los persas. A Nabucodonosor le había sucedido su hijo Evil-merodac (v. 2 R. 25:27; Jer. 52:31), el cual, después de un corto reinado de dos años, fue asesinado por su cuñado Neriglisar, que reinó cuatro años (560–556 a. de C). A su muerte le sucedió su hijo Laborosoardoc o Labasi-Marduc, todavía un niño, quien reinó sólo unos meses, pues fue asesinado en una conjura. Subió entonces al trono Nabónido, yerno (es lo más probable) de Nabucodonosor (556–539 a. de C.). Ocupado en frecuentes correrías fuera de la capital, dejó como regente en la propia Babilonia a su hijo Belsasar (nos movemos dentro de las hipótesis más probables). Según el testimonio de Beroso, citado por Josefo, Nabónido fue derrotado por Ciro fuera de Babilonia. Por lo que leemos en el capítulo presente, Belsasar no se enteró de la derrota de su padre y fue sorprendido, sin previo aviso, por las tropas enemigas. Tenemos aquí: I. La ruidosa, sacrílega e idólatra fiesta que Belsasar celebró en el palacio real de Babilonia (vv. 1–4). II. La alarma que recibió a causa de una escritura, de mano invisible, en la pared, la cual no pudo descifrar ninguno de sus sabios (vv. 5–9). III. La interpretación que de los extraños caracteres le dio Daniel, quien le declaró con toda valentía y fidelidad lo que aquello significaba, mostrándole su sentencia escrita allí (vv. 10–28). IV. El inmediato cumplimiento de la interpretación dada por Daniel, pues fue asesinado el rey y cayó el reino en poder de los medos y los persas (vv. 30, 31). Versículos 1–9 Tenemos aquí a Belsasar demasiado alegre, pero poco le va a durar esa alegría. Está afrentando a Dios, pero Dios le va a dar un susto mayúsculo. 1. «Dio un gran banquete (v. 1) a mil de sus magnates, y en presencia de los mil bebía vino.» Quizás era su cumpleaños o algún otro especial aniversario. Dicen los historiadores que Ciro, que estaba poniendo sitio a Babilonia, se enteró de esta fiesta y, al suponer que estarían desapercibidos, sepultados bajo el vino y el sopor, aprovechó bien la oportunidad para atacar de improviso la ciudad y hacerse el amo de ella. En ese suntuoso banquete: (A) Belsasar desafió los juicios de Dios. Su capital estaba sitiada; su reino y su misma vida estaban en la picota. Debería haber proclamado ayuno, saco y oración (comp. con Jon. 3:5–9), pero, resuelto a ir por un camino contrario al de Dios, proclamó banquete, fiesta y jolgorio. (B) A la crápula y la orgía añadió el sacrilegio (v. 2), pues «animado por el vino, mandó que trajesen los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor su padre (es decir, su abuelo, como es corriente en la Biblia) había traído del templo de Jerusalén, etc.». 2. Pero Dios hizo que Belsasar quedase espantado y aterrado en medio de su orgía. Ha llegado la hora en que se iba a cumplir lo dicho por Isaías: «El crepúsculo de mis deseos se me volvió en espanto» (Is. 21:4b). (A) «De pronto (v. 5), sobre el encalado de la pared del palacio real, aparecieron los dedos de una mano de hombre y comenzaron a escribir delante del candelabro, para que pudieran verlo bien todos; y el rey veía la palma (lit.) de la mano que escribía». No era la espada del ángel exterminador, sino simplemente una pluma en la mano del que escribía en la pared, aunque nadie supo quién era la persona cuya mano escribía. También nosotros vemos en la naturaleza la obra de la mano de Dios, y en la Biblia la Escritura de la mano de Dios, y eso es bastante para postrarnos en pavorosa adoración del Dios a quien no vemos. Si éste es el dedo de Dios, ¿qué será su brazo extendido y remangado? (B) El rey fue inmediatamente presa del pánico (v. 6): «Entonces se le cambió el color al rey (lit.), es decir, se puso pálido, le turbaron sus pensamientos, pues aquello no auguraba nada bueno para él, se le fueron las fuerzas (lit. se le soltaron las junturas de sus lomos) y sus rodillas golpeaban una contra otra». ¿Por qué tal pánico? Sin duda su propia conciencia le decía que no tenía motivos para esperar buenas noticias. Dios puede hacer que tiemble el corazón del pecador más endurecido, y no necesita sino turbarle los pensamientos. (C) Son llamados (v. 7) todos los sabios de Babilonia, para ver qué pueden decir del escrito que ha aparecido en la pared. El que logre leer e interpretar aquellos extraños caracteres será colmado de regalos y honores, entre los cuales destaca el ser nombrado el tercer señor en el reino (el primero era el rey Nabónido; el segundo, su hijo Belsasar, que es el que hace la promesa). Pero Belsasar queda decepcionado, pues (v. 8) «ninguno pudo descifrar la escritura ni mostrar al rey su interpretación». Todos, rey y magnates (v. 9), estaban consternados. Versículos 10–29 I. En este momento de apuro aparece en la sala del banquete (v. 10) la reina, es decir, la reina madre; con la mayor probabilidad, la viuda de Nabucodonosor y abuela de Belsasar, más bien que la mujer de Nabónido, quien se hallaba prisionero de Ciro en estos momentos. Como sabemos por Ester 1:9, entre otros lugares, las mujeres tenían su banquete aparte de los hombres. Para calmar la turbación de Belsasar y de los demás comensales, le aconseja llamar a Daniel, del que hace (vv. 11, 12) elogios parecidos a los que le solía tributar Nabucodonosor. Habla de Daniel muy honoríficamente, como de alguien en quien se había hallado (v. 11b) sabiduría semejante a la de los dioses. Era evidente que estaba inspirado por los dioses, por cuanto (v. 12) sabía interpretar sueños, descifrar enigmas y resolver dudas. La reina madre estaba segura (v. 12, al final) de que Daniel le daría a Belsasar la interpretación del escrito en la pared. II. Fue, pues, traído Daniel a la presencia del rey (v. 13), el cual le pregunta con altivez: «¿Eres tú Daniel, de los hijos de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judá?» No obstante la altivez que estas expresiones denotan, el rey reconoce (vv. 14–16) que ninguno de los sabios y astrólogos convocados ha podido mostrarle la interpretación del asunto, y le promete las mismas recompensas que ha prometido a ellos si podían hacerlo. III. La interpretación que Daniel dio de aquellos extraños signos no calmó de ningún modo los temores del rey. Daniel era ya bastante entrado en años, mientras que Belsasar era joven; por tanto, parece tomarse mayor libertad en hablarle llana y rotundamente que la que había mostrado en ocasiones parecidas, cuando hablaba con Nabucodonosor. 1. Se pone, pues, a leer el escrito que tanta alarma estaba causando y a interpretarlo (v. 17). Comienza menospreciando las recompensas que el rey ofrece, pues él no es de los que adivinan por dinero: «Tus dones sean para ti—le dice al rey—, pues te van a durar muy poco, y da tus recompensas a otros». También nosotros debemos cumplir con nuestro deber, leer los escritos de Dios y dar a conocer su interpretación. 2. Refiere (vv. 18, 19) la forma en que se condujo Dios con el abuelo de Belsasar, el gran Nabucodonosor, la gran dignidad y el enorme poder con que la Providencia le había favorecido. Su poder era tan fuerte que resultaba irresistible. Su autoridad, tan absoluta que venía a ser incontrolable: «A quien quería mataba, y a quien quería dejaba con vida, sin consideración a si eran inocentes o culpables las personas a las que así trataba; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba». 3. También le refiere (vv. 20, 21) los pecados de que había sido culpable Nabucodonosor, y con los que había provocado a Dios contra él. La descripción misma de su poder (v. 19) ya insinuaba el abuso de ese poder. Pero mayor fue su pecado cuando (v. 20) su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo. Por lo cual, Dios le infligió un tremendo correctivo, pues (v. 20b) fue depuesto del trono de su reino y despojado de su gloria, pero no para quedar como simple ciudadano, sino (v. 21, repite casi a la letra 4:25) que «fue echado de entre los hijos de los hombres, etc.». Un detalle que no había sido mencionado en el capítulo 4 es que «con los asnos monteses fue su morada» (v. 21b). 4. Después de referir el pecado y el castigo de Nabucodonosor, Daniel presenta los cargos contra el propio Belsasar. (A) A pesar de conocer (v. 22) todo eso, es decir, todo lo que le había sucedido a su abuelo Nabucodonosor, Belsasar no se había humillado. No había recibido el aviso que contenía el castigo de Dios a Nabucodonosor; no había escarmentado en cabeza ajena. (B) Había afrentado al Dios verdadero con mayor desvergüenza que la de su abuelo, como lo atestiguaba la orgía de aquella noche (v. 23): «Te has ensoberbecido contra el Señor del cielo, has profanado los vasos de Su casa, y has convertido en instrumentos de tu iniquidad los utensilios del santuario de Israel». (C) También había afrentado a Dios, al dar alabanza (v. 23b) a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra (¡nótese el descenso gradual de «categoría» en el material de los dioses!), que ni ven, ni oyen, ni saben, como si hubiesen de ser preferidos al Dios vivo y verdadero, que ve, oye y sabe todo. (D) Finalmente, había errado el fin último de su vida, pues «no has dado gloria—le dice (v. 23, al final—) al Dios en cuya mano está tu vida y todos tus caminos» (lit.). Este es un cargo universal, que se yergue en el tribunal de Dios contra todos los pecadores inconversos (comp. con Ro. 1:21). No sólo nos viene de Su mano el primer aliento de vida, sino que continúa constantemente estando en Su mano. Igualmente están en Su mano todos nuestros caminos: cuanto hacemos y cuanto dejamos de hacer. Todos somos reos ante su tribunal, pues todos hemos pecado y hemos estado destituidos (mientras inconversos) de la gloria de Dios (Ro. 3:23). 5. A continuación, procede a leerle la sentencia (vv. 24–28), según lo que estaba escrito en la pared. «Entonces (v. 24), precisamente cuando tú has llegado a tal colmo de impiedad como para atropellar las cosas más sagradas; entonces, cuando tú estabas en medio de tu banquete sacrílego e idolátrico, entonces fue enviada de Su presencia, de la presencia de Dios, la mano que trazó esta escritura. Y (v. 25) la escritura que trazó es: MeNÉ, MeNÉ, TeQEL y PARSÍN». Las versiones antiguas, incluida la Reina-Valera anterior a la de 1977, escribían la última de esas cuatro palabras «UPARSÍN», pero la «u» de esa palabra es simplemente la conjunción copulativa «y». Daniel da a continuación la interpretación de cada palabra: (A) «Ésta es (v. 26) la interpretación del asunto (es decir, del mensaje): MeNÉ: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin». Como mené es la forma nominal del verbo maná, que significa contar completamente, hasta el fin, el vocablo significa un número al que se pone fin; por eso (es probable) aparece repetido dicho vocablo. La aplicación es clara: Dios ha contado los días del reinado de Belsasar y les ha puesto fin. Ha dicho: «¡Basta!» (B) «TeQEL: Has sido pesado en la balanza (v. 27) y has sido hallado falto de peso». El vocablo teqel es la forma nominal del verbo arameo taqal, que significa pesar. En las alabanzas de Dios, Belsasar ha sido hallado falto de peso, demasiado ligero (como indica el verbo hebreo afín al arameo). Hay un peso malo, que oprime como el plomo e impide correr la carrera de la fe: es el pecado (He. 12:1); pero hay otro peso bueno, que vale más que el oro y ayuda a volar hasta el cielo; es un peso de gloria (2 Co. 4:17). Belsasar pesaba mucho en la balanza del pecado; pero no pesaba nada en la balanza de la virtud. Por aquí vemos que Dios no pronuncia Su juicio contra Belsasar hasta que ha pesado sus acciones y ha considerado los méritos de su caso. (C) «PERÉS: Tu reino ha sido dividido y dado a los medos y a los persas» (v. 28) como un botín para ser repartido entre ambos. El vocablo perés es la forma nominal del verbo parás, que significa dividir. Su significado es, pues, división, y es el singular de parsín, según aparece en el versículo 25, al final. La diferencia, según la opinión de este traductor, se explica de la manera siguiente: En el versículo 25, el vocablo está en plural porque el reparto es doble: el reino va a ser entregado a los medos y a los persas. En el versículo 28 usa el singular: (a) porque los medos y los persas son mencionados explícitamente; (b) para que el juego de palabras resulte más relevante, ya que, en lugar de parsay, persas, usa parás, Persia, con lo que el parecido con perés, división, salta mejor a la vista. 6. Belsasar quedó lo bastante convencido por su propia conciencia de la racionalidad de todo lo que Daniel había dicho, por lo que concedió a Daniel la recompensa que le había prometido (v. 29): «mandó revestirle de púrpura, ponerle en el cuello un collar de oro y proclamar que él era el tercer señor del reino» (v. el comentario al v. 16). Si aceptó Daniel el agasajo, quizá fue por no disgustar más innecesariamente al que ya era «reo en capilla», a quien se suele conceder su última voluntad. Versículos 30–31 1. La muerte del rey. Los historiadores paganos dicen que Ciro tomó Babilonia por sorpresa, con la ayuda de dos desertores que le mostraron el mejor camino para entrar en la ciudad. 2. El reino fue entregado a otras manos. Desde la cabeza de oro descendemos ahora al pecho y los brazos de plata. Darío el medo se apoderó del reino en consorcio con Ciro y con su consentimiento, pues Ciro fue, en realidad, el que se apoderó de la ciudad. El texto sagrado especifica (v. 31) que Darío era de 62 años de edad cuando tomó el reino. De la identidad de este monarca hablaremos en el capítulo siguiente. CAPÍTULO 6 Daniel selecciona los episodios históricos que mejor sirven para confirmar nuestra fe en Dios. Según alusión de Hebreos 11:33, Daniel, por fe, fue de los que «taparon bocas de leones», aunque dicha alusión se aplica mejor aún a Sansón (Jue. 14:5, 6) y a David (1 S. 17:34–36). Los tres compañeros de Daniel fueron arrojados a un horno de fuego encendido por negarse a cometer un pecado, y salieron de allí ilesos y con gran honor. Daniel fue arrojado al foso de los leones por no omitir un deber. I. Daniel es promovido de nuevo al más alto cargo del reino después del rey (vv. 1–3). II. La envidia de sus enemigos trama un plan contra él y logran ellos un edicto del rey con el que puedan solapadamente obtener la muerte de Daniel (vv. 4–9). III. A pesar de que el edicto del rey le era desfavorable y él lo conocía, Daniel persiste con toda constancia en sus oraciones diarias (v. 10). IV. Se informa al rey de que Daniel ha contravenido su edicto y es echado en el foso de los leones (vv. 11– 17). V. Es milagrosamente preservado de la muerte (vv. 18–23). VI. Son entonces arrojados al foso de los leones sus acusadores y allí son destruidos juntamente con sus familias (v. 24). VII. Darío da entonces un decreto en honor del Dios de Daniel; y el capítulo termina con el informe de la subsiguiente prosperidad de Daniel durante el reinado de Darío y de Ciro (vv. 25–28). Versículos 1–5 Mucho se ha escrito acerca de la identidad del Darío de 5:31, que es el mismo del capítulo presente y de 11:1. En espera de futuras investigaciones que logren aclarar el asunto, la opinión más probable—a juicio de este traductor (y de otros autores)—es que Darío es un segundo nombre de Gubaru, a quien Ciro puso por gobernador de Babilonia al capturar la ciudad. Sin detenernos más en este asunto, pasamos a ver lo que de Daniel nos dice esta porción. 1. Lo primero que vemos es su promoción al más alto cargo del gabinete gubernamental. Darío nombró (v. 1) 120 sátrapas o gobernadores de provincia (en tiempos de Ester habían ascendido a 127—v. Est. 1:1). Sobre ellos (v. 2) estableció un triunvirato, «tres ministros (lit. presidentes) a quienes habían de rendir cuentas los sátrapas, para que el rey no saliese perjudicado». Dice Alonso Díaz: «El daño que no debía sufrir el rey era sin duda en materia de tributos». De los tres presidentes del gobierno de la nación, Daniel era superior, es decir, descollaba, no sólo sobre los sátrapas, sino también sobre los otros dos presidentes, pues había en él un espíritu superior. Así que el rey pensó en (esto es, proyectó) ponerlo sobre todo el reino». 2. Varias circunstancias parecían estar en contra de Daniel: (A) Había ocupado el cargo de primer ministro en el régimen caído (quizá sólo durante el reinado de Nabucodonosor, no de sus sucesores). (B) Era nativo de un reino extranjero, de un reino destruido y, además, había sido deportado a Babilonia como un cautivo. (C) Por otra parte, Daniel tenía ahora unos 85 años; ¡demasiado viejo para los menesteres de primer ministro de la nación! Pero el rey Darío no lo halló tan viejo como para no poder gobernar el timón del Estado y, sobre todo, se percató pronto de que había en él algo realmente extraordinario, pues lo halló sabio, prudente y virtuoso sin tacha (v. 4); y aun probablemente había oído que era inspirado por los dioses. Por lo tanto, proyectó hacer de él como su mano derecha. 3. Los sátrapas y los otros dos presidentes comenzaron a tenerle envidia, pues veían que era el favorito del rey. La causa de la envidia es alguna cosa buena, pero el efecto de la envidia es siempre el mal. Los que envidiaban a Daniel no se conformaban con ningún otro mal sino con su ruina total. Así que se pusieron a espiarle (v. 4): «buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo tocante a la administración del reino». Al fin, concluyeron que no podrían hallar nada de que acusarle, a no ser (v. 5, al final) en relación con la ley de su Dios. Parece ser que a Daniel no se le había obligado a seguir la religión del Estado, sino que era libre para proseguir con sus devociones propias de un piadoso judío, sin que ello le incapacitase para ocupar los más altos puestos del gobierno de la nación. Versículos 6–10 Fue, pues, en esta materia religiosa donde los enemigos de Daniel pensaron cazarlo en una trampa y, para ello, obtuvieron del rey un edicto cuya violación le costase la vida a Daniel. 1. Aunque fueron los enemigos de Daniel los que obtuvieron el edicto, Darío no queda por ello exento de culpa: Es su edicto, y es un impío e injusto edicto; impío, contra Dios; injusto, contra Daniel. (A) Le dicen al rey (v. 7) que el consentimiento unánime de todos los dignatarios del reino está a favor de que se promulgue un edicto real, y que el rey lo confirme, para que (v. 8) no pueda ser revocado, conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada. (B) El edicto había de prohibir (v. 7b) que, por espacio de 30 días, se hiciese ninguna petición (esto es, oración de súplica) a cualquier dios u hombre fuera del propio Darío, bajo pena de ser echado en el foso de los leones. (C) Resulta difícil decir cuál de los dos crímenes es más abominable, si el de los enemigos de Daniel al adular a Darío hasta el punto de obtener de él la prohibición de hacer peticiones a cualquier dios u hombre fuera de él, o el del propio Darío al promulgar y confirmar un edicto en ese sentido, por el cual, estrictamente hablando, hasta se prohibía a los hijos pedir pan a sus padres, y a los mendigos pedir limosna a los acaudalados. (D) Nótese la astuta malicia de los enemigos de Daniel. Hacen el ruego en la forma más general posible, y más lisonjera para el propio rey, porque si hubiesen propuesto a Darío un edicto que prohibiese a los judíos orar a su Dios, es muy improbable que el rey hubiese consentido en ello, pues habría visto en seguida que se trataba de cazar a Daniel, a quien tanto estimaba. (E) Pero todavía es más de notar, y en extremo sorprendente, que Darío promulgase tal edicto. Prohibir la oración por espacio de 30 días equivale a robar a Dios todo el tributo que se merece de parte del hombre, y al hombre de todo consuelo y ayuda que puede obtener de Dios. ¿Qué hará todo hombre piadoso, cuando se encuentre en un aprieto, si no puede recurrir a su Dios en busca de ayuda? ¿Y qué decir de los propios súbditos no judíos de su Estado? ¿Tampoco podían hacer ninguna petición a sus dioses? ¡Tampoco, según este edicto! Eso era convertir a Darío en el único dios, con la agravante de que no era omnipotente, por lo que de poco le servía a la nación tener tal protector. Ni siquiera Nabucodonosor, en sus días de mayor altivez, se había atrevido a tanto. Sin duda que Darío fue, en este asunto, inconsciente e irresponsable, lo cual no disminuye su culpabilidad. 2. Daniel desobedeció el decreto del rey (v. 10), no por falta de respeto a su príncipe, sino por la necesaria devoción a su Dios (comp. con Hch. 4:19; 5:29). Tampoco se retiró a otro lugar del país, pues sabía que era ésta una buena oportunidad para honrar a su Dios delante de los hombres. (A) Daniel entró en su casa, que para él era un hogar sagrado, una casa de oración, como debería serlo todo hogar cristiano. Dondequiera tenemos una tienda de campaña, Dios ha de tener un altar donde ofrecerle sacrificios espirituales. (B) Daniel, por lo que aquí se ve, oraba con las ventanas abiertas, las que daban hacia Jerusalén. Cuando se enteró del edicto no cerró las ventanas, como lo habrían hecho otros para disimular (aunque siguiesen orando), sino que las abrió de par en par, como lo solía hacer antes. (C) Nótense también otros detalles de su devoción: (a) Oraba de rodillas, una de las posturas más reverentes y de las más olvidadas en nuestros días. (b) Oraba tres veces al día, como buen judío. Buena cosa es tener nuestras horas fijas de oración, no para atar la conciencia, sino para habituarla. (c) Oraba y daba gracias delante de su Dios, pues en toda oración debemos alabar y dar gracias a Dios. La gratitud es aprecio y estímulo de la generosidad. (d) Oraba mirando hacia Jerusalén, la ciudad santa, aunque ahora se hallaba en ruinas, a fin de mostrar el afecto que tenía aun a sus piedras y al polvo de ella (Sal. 102:14). ¡Cuánto más deberíamos mirar nosotros al cielo, donde está la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros! (Gá. 4:26). Versículos 11–17 1. Los enemigos de Daniel (v. 11) se juntaron tumultuosamente (lit.) para espiar a Daniel y, como suponían, lo hallaron orando y rogando a su Dios. Sabían, sin duda, cuáles eran las horas de oración de Daniel y vinieron en grupo, y acordaron de antemano el lugar desde el que le habían de espiar. 2. Sin perder tiempo (v. 12), se presentaron ante el rey. En primer lugar, le refrescaron la memoria con respecto al edicto que había promulgado, de forma que no pudiese negar que lo había hecho. El rey, sin sospechar la intención de ellos, responde que así es: el edicto dice lo que ellos preguntan. 3. ¡Con qué alegría recibirían ellos las palabras del rey! Ahora no hay escape para Daniel. Veamos (v. 13) cómo pintan su caso: (A) «Daniel, uno de los deportados (lit. de los hijos del exilio) de Judá … Como si dijesen: «Es uno de los cautivos, de los prisioneros de guerra, de Judá, un forastero despreciable, que no tiene sino lo que el favor del rey le ha concedido». (B) «Y, a pesar de eso, no te respeta a ti, oh rey, ni acata el edicto que confirmaste …» Como si dijesen: «¡Es un agravio personal a ti, que eres el soberano de la nación!» (C) «… sino que tres veces al día hace su oración». No dicen: «Hace oración a su Dios», no fuese que Darío viese en ello un motivo de alabanza a Daniel por su fidelidad religiosa; sino: «hace su oración», que era lo que el edicto prohibía. 4. «Cuando el rey oyó el asunto (v. 14), se llevó un gran disgusto.» Se dio cuenta en seguida de que todo lo que estos envidiosos le decían no era por honrarle a él, sino por odio y desprecio a Daniel. Así que resolvió librar a Daniel; y hasta la puesta del sol estuvo haciendo esfuerzos por librarle. Dice Walvoord: «En vez de enfadarse con Daniel, como lo había hecho Nabucodonosor con los compañeros de Daniel en el capítulo 3, el rey se dio cuenta de que él mismo había cometido un error e intentó, por todos los medios legales, hallar una escapatoria con la que pudiera ser librado Daniel». 5. Los demandantes exigían sentencia de condenación contra Daniel (v. 15). No sabemos lo que dijo Daniel. El rey mismo abogaba a su favor, pero los demandantes insistieron en que tenía que cumplirse el edicto. Así que, en contra de su conciencia y repugnándole de un modo extraordinario, el rey firmó el decreto de ejecución. Daniel, aquel piadoso y venerable anciano, que llevaba en su rostro una mezcla de majestad y dulzura, fue echado al foso de los leones (v. 16), únicamente por rendir a su Dios el culto que se le debe. Para asegurar que ningún ser humano pudiese interferirse ni para salvar a Daniel ni para que se le hiciese otro daño que el que los leones podían hacerle, el cual suponían sus amigos que sería suficiente, se tapó la boca del foso con una piedra, y el rey y los dignatarios (v. 17) la sellaron con sus anillos respectivos. Estos fosos, como se podían ver recientemente en Marruecos, tenían una puerta por la que tanto los guardianes como los leones podían entrar cuando no estaba tapada por la piedra. Pero, además, había una abertura en el techo del foso, lo cual explica que Darío pudiese conversar con Daniel aun antes de retirar la piedra de la entrada. 6. Antes de que Daniel fuese arrojado al foso, el rey (v. 16b) le animó y le dijo: «Tu Dios, a quien tú sirves con perseverancia, Él te librará» (lit.—aunque es más probable que haya de traducirse por optativo—: «Él te libre»). Deja, pues, en manos del Dios de Daniel el curso de la acción, aunque desea vehementemente que, efectivamente, Dios le libre de la boca de los leones. Con eso vindica implícitamente la inocencia de Daniel y reconoce que el único motivo del castigo que se le impone es haber sido fiel en la devoción a su Dios. Versículos 18–24 1. La melancólica noche que el rey pasó por causa de Daniel (v. 18). No podía perdonarse a sí mismo el error que había cometido por no haber sido cauto y haber dado a los enemigos de Daniel la oportunidad de cumplir el complot que habían tramado contra él. No quiso cenar, sino que se acostó en ayunas y en vela, y no permitió diversiones, que es lo que literalmente significa el vocablo arameo dajawán; es decir, música o concubinas, o ambas cosas. 2. La temprana investigación que hizo el rey con respecto a Daniel en la mañana siguiente (vv. 19, 20): «Se levantó (v. 19) muy de mañana y fue apresuradamente al foso de los leones». Llegado allá (v. 20), el rey le gritó a Daniel con voz triste: «Daniel, siervo del Dios viviente, ¿ha podido tu Dios, al que tú sirves con perseverancia, librarte de los leones?» (lit., si tenemos en cuenta que la sintaxis castellana exige una colocación de las palabras diferente de la hebrea y la aramea). Esta pregunta confirma lo dicho sobre el versículo 16—el verbo tenía allí sentido optativo. 3. ¡Cuál no sería el gozo del rey al oír la voz de Daniel! Allí, en el foso de los leones, estaba él (vv. 21, 22), pero estaba vivo, seguro, sano y salvo, sin haber sufrido ningún daño de unos leones a los que no se habría echado ningún otro alimento. Daniel reconoció la voz del rey y le respondió con el saludo cortés que se daba al soberano (v. 21): «¡Oh rey, vive para siempre!» No le reprocha el haber mandado que le arrojasen al foso, sino que le ha perdonado de todo corazón. El informe de Daniel al rey es como un himno triunfal: (A) Dios ha hecho un milagro para preservarle la vida (v. 22): «Mi Dios—dice—, al que reconozco por mío, y el que me reconoce por Suyo, envió su ángel. Probablemente, el mismo que fue visto en la forma de un hijo de los dioses con los tres compañeros de Daniel en el horno de fuego encendido (3:25), visitó también a Daniel y cerró la boca de los leones, es decir, les quitó el apetito y les dio respeto a Su siervo, para que no me hiciesen daño». Véase cómo cuida Dios a Sus fieles adoradores y servidores, pues llega a cerrar la boca de los leones para que no les hagan ningún daño. (B) Daniel había sido difamado ante el rey como si fuese desafecto al soberano (v. 13) y a su gobierno, pero él asegura (v. 22b) no sólo haber sido hallado inocente ante Dios, sino también no haber hecho nada malo contra el rey. Cuando le llevaron ante el rey, no dijo nada para vindicar su inocencia, sino que dejó a Dios establecer su integridad. Y así lo hizo Dios, quien le preservó la vida mediante un gran milagro. 4. El rey, regocijado al ver sano y salvo a Daniel (v. 23), mandó sacarle del foso. Sus demandantes no tienen más remedio que reconocer que el edicto se ha cumplido y que la ley ha quedado satisfecha, aunque ellos no lo están. Ya no puede presentarse ninguna alegación para que Daniel no sea sacado de su confinamiento. 5. Como en el libro de Ester, el castigo recae ahora (v. 24) sobre los enemigos mismos de Daniel, quienes habían torcido la justicia al obligar al rey a dar un edicto por el que se condenaba a muerte a un varón sabio y piadoso por el único delito de ser fiel a sus deberes para con el único Dios verdadero. Darío se anima ahora con este milagro que Dios ha obrado a favor de Daniel y comienza a ser valiente y actuar como compete a un soberano dueño de sus acciones. Los acusadores de Daniel, juntamente con sus hijos y mujeres son echados, por orden del rey, en el foso de los leones, y son destrozados aun antes de llegar al fondo del foso. Versículos 25–28 Aquí Darío hace lo posible por enmendar el deshonor que ha causado tanto a Daniel como al Dios de Daniel. 1. Da honor a Dios, publica un decreto por el que se ordena a todos los súbditos del reino (v. 26) que «teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel, etc.». Este decreto va más lejos que el de Nabucodonosor, en el que se prohibía hablar sin respeto de Dios (v. 3:29), mientras que en el de Darío se manda que todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel. Pero también el decreto de Darío se queda corto, porque, si hubiese estado realmente convicto de pecado y se hubiese sentido necesitado de salvación, no sólo habría mandado que todos temiesen y temblasen ante la presencia de Dios, sino también que le amasen y pusiesen su confianza en Él, y abandonasen el culto a los ídolos, para servir únicamente al Dios verdadero (comp. con 1 Ts. 1:9), comenzando por sí mismo. Razones no le faltaban, al comparar sus frases de la segunda parte del versículo 26 y las del versículo 27 con otros lugares bíblicos como versículo 20; 2:44; 4:2, 3, 34; 7:14, 27; Salmos 93:1, 2; Oseas 1:10; Malaquías 3:6; Lucas 1:33 y Romanos 9:26. 2. Aunque no se habla de honores o regalos específicos que Darío otorgara después a Daniel, es suficiente lo que leemos en el versículo 28 para estar seguros de que fue promocionado a cargos más altos. Dice Carballosa: «El verbo prosperar (ZELEJ) es usado en 3:30 donde se traduce “engrandeció”. De modo que no tan solamente Daniel sirvió en el gobierno de Darío, sino que fue prosperado y engrandecido. La idea tal vez sea que fue tenido en mayor estima que antes de haber sido echado en el foso de los leones». Contra los que sostienen que «Darío y Ciro eran la misma persona», al tratar de hallar incluso alguna evidencia gramatical en el versículo 28, opinamos, con el mismo Carballosa, que «estos dos reyes reinaron simultáneamente, aunque Darío estaba supeditado a la autoridad de Ciro». La razón es fácil de adivinar: Ciro, el persa, era el que llevaba la voz cantante, como general en jefe, en la guerra contra el rey caldeo Nabónido y su hijo regente Belsasar, así como en la conquista de Babilonia, pero, como dice el texto sagrado (5:28), «tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas». Luego, con 5:31, se intentan dos cosas: 1) contrapesar el papel de protagonista que el texto sagrado suele dar, en Esdras, Isaías, etc., a Ciro; 2) dar a entender que Darío tomó posesión del reino con el consentimiento de Ciro y bajo su mando supremo. Quizás era un honor que Ciro quería tributar a su colega más anciano. CAPÍTULO 7 2
Los seis primeros capítulos de Daniel son históricos; entramos
ahora en los seis últimos, que son proféticos, y en los que hallaremos algunas cosas difíciles de entender (2 P. 3:16); no en todas se podrá dogmatizar, pero de todas se podrá sacar provecho espiritual. En este capítulo tenemos: 1. La visión que Daniel tuvo de las cuatro bestias (vv. 1–8). II. Su visión del trono de Dios, trono de gobierno y de juicio (vv. 9–14). III. La interpretación de estas visiones (vv. 15–28). Versículos 1–8 1. La fecha de esta visión (v. 1) es anterior a los sucesos del capítulo 5, que es el último año de Belsasar, y a los del capítulo 6, que es el primer año de Darío. El texto sagrado dice explícitamente que esta visión ocurrió en el primer año de Belsasar, es decir, el año 553 a. de Cristo y, por tanto, catorce años antes de la caída de Babilonia. 2. Las circunstancias de la visión (v. 1b): «Tuvo Daniel un sueño, y vio visiones de su cabeza (lit., esto es, de su cerebro) mientras estaba en su lecho, es decir, cuando estaba durmiendo. Dios revela a veces sus secretos «cuando el sueño cae sobre los hombres» (Job 33:15). Y, cuando despertó, escribió el sueño, medida muy prudente, pues los sueños suelen desvanecerse rápidamente de la mente, y relató lo principal del asunto, con lo que éste quedó no solamente registrado para la posteridad, sino incorporado en las Escrituras, como era voluntad de Dios por lo importante de su contenido.
2Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224
TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 955 3. La visión misma. (A) Observó (v. 2b) que «los cuatro vientos del cielo irrumpieron en el gran mar». El verbo meguiján tiene una variedad de significados, pero el castellano irrumpieron refleja bien el sentido de «romper» o «estallar» de repente sobre el mar. El mar, y especialmente el gran mar, es una metáfora que designa la muchedumbre de los hombres paganos (v. Ap. 17:15 y, a su luz, Ap. 13:1). El versículo 17, en efecto, dice que «estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la TIERRA», por donde se ve el sentido figurado de «mar». (B) «Vio salir del mar cuatro bestias grandes (v. 3), diferentes la una de la otra.» El contexto determina (vv. 5–7) que las bestias no salieron del mar todas a la vez, sino una detrás de otra. Al ser, en realidad, seres humanos que, a su vez, personifican reinos (vv. 17, 18), la notada diferencia de estas bestias denota los diferentes genios de los diversos países, pueblos y culturas. (C) La primera bestia (v. 4) era como un león, y corresponde a la cabeza de oro de la estatua del capítulo 2 (v. 2:37, 38, y comp. con todo el cap. 4). Simbolizaba, pues, la monarquía caldea en todo su apogeo en tiempos de Nabucodonosor. Además de la majestad y grandeza del león, vemos que tenía alas de águila, lo que representaba la rapidez con que dicho monarca conquistaba las naciones. El hecho de que Daniel vio que le fueron arrancadas las alas y levantada del suelo apunta claramente a la experiencia de Nabucodonosor en 4:29–37, la cual le obligó a concluir que no era un semidiós, sino un hombre como los demás. (D) La segunda bestia (v. 5) era semejante a un oso, animal fuerte, pero más pesado que el león y no tan fuerte como él. Esta bestia simbolizaba la monarquía medopersa que sucedió a la caldea en el dominio sobre las naciones. De este oso se dice (v. 5b) que se alzaba de un costado más que del otro, para indicar la preponderancia que, a la sazón, había adquirido Persia sobre Media (comp. con 8:3b). Se añade que tenía en su boca tres costillas entre los dientes, lo que indica con esto la voracidad medo-persa en absorber nuevos territorios, pero sin poder «digerirlos». Corresponde al pecho y brazos de plata de la estatua del capítulo 2. (E) La tercera bestia (v. 6) era semejante a un leopardo, animal que se distingue por su rapidez, su astucia y su crueldad, y representa la monarquía griega en su apogeo bajo Alejandro Magno. Las alas de ave en sus espaldas representan la misma rapidez que también hemos visto en la primera bestia. Dice que tenía cuatro cabezas, las cuales representan los cuatro generales del ejército de Alejandro (comp. con 8:8, 22) y que, al morir él, se repartieron el territorio conquistado, el cual era muy extenso, ya que, en el breve espacio de seis años, Alejandro se hizo dueño de todo el imperio persa, gran parte de Asia, Siria, Egipto, India y otras naciones. (F) La cuarta bestia es más fiera, más fuerte y cruel que las otras tres (v. 7). Como dice Walvoord, «el punto crucial en la interpretación del libro entero de Daniel, y especialmente del capítulo 7, es la identificación de la cuarta bestia». Los conservadores, en general, admiten que designa el imperio romano, pero difieren entre sí acerca de detalles importantes: mientras los amilenialistas sostienen que la época de la cuarta bestia acabó hace muchos siglos, los premilenialistas defienden que queda por cumplir una etapa importante, cuando dicho imperio resurgirá al final de los días bajo diferente forma. (a) Comencemos por hacer un poco de historia. El poder de Roma empezó a manifestarse en la conquista de Sicilia el año 241 a. de C., isla que estaba antes en poder de los cartagineses. Con la derrota final de los cartagineses en la batalla de Zama (202 a. de C.), Roma se hizo dueña del Mediterráneo. Desde el norte de Italia, las águilas romanas avanzaron hacia el este, y se pasearon triunfales por Macedonia, Grecia y el Asia Menor. El año 63 a. de C., Pompeyo, general en jefe de las fuerzas romanas que luchaban en el Oriente, se apoderó de Jerusalén tras destruir los restos que quedaban del imperio seléucida en Siria. En las décadas siguientes, y bajo el mando de Julio César, los romanos extendieron su dominio a todo el resto de la Europa continental al oeste del Rin, además del sur de Gran Bretaña (España había sido conquistada dos siglos antes). El imperio romano siguió creciendo poco a poco (en contraste con los otros tres anteriores, que lo hicieron rápidamente) durante otros cuatro siglos, y llegó a alcanzar su punto más alto el año 117 de nuestra era. (b) La decadencia de dicho imperio fue también gradual: Comenzó en el siglo III de nuestra era y se hizo manifiesta en el siglo v, cuando las fuerzas romanas tuvieron que abandonar la Gran Bretaña el año 407; vino luego el saqueo de Roma por los visigodos el año 410. Un nuevo saqueo de Roma el año 455 dejó la capital en manos de los bárbaros, y en el 476, el imperio romano, en su parte occidental, fue destruido, y sobrevivió la parte oriental hasta el año 1453, en que Constantinopla cayó en poder de los turcos. (c) Al entrar ya en la exégesis de los versículos 7 y 8, vemos que coincide con las piernas de hierro de la estatua de 2:33, 40. Aquí la fiera tiene (v. 7b) unos dientes grandes de hierro. La terrible crueldad de los soldados romanos es patente en todas las páginas de la historia; en especial, en la destrucción de Jerusalén el año 70 de nuestra era, que es lo que más de cerca atañe a los judíos. Las frases «devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas» son muy expresivas para designar las tropas romanas que destruían cuanto se oponía a su avance, en lugar de conquistarlo para conservarlo, como hacían los imperios anteriores, representados en las otras tres bestias. (d) En todo era esta bestia (v. 7, al final) «muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella». Pero la principal diferencia, y la que determina contundentemente el carácter escatológico de esta bestia, es que tenía diez cuernos. Es necesario aquí volver la vista a 2:43, 44, a fin de percatarse de que estos diez cuernos, ¡simultáneos!, son los diez reyes, en cuyos días (2:44) levantará Dios el reino mesiánico (v. el comentario a dicha porción). Esos diez reyes (del nuevo imperio romano, pues nunca antes se dieron en el antiguo imperio romano diez reyes simultáneos) son diez reinos que, políticamente, tendrán su centro en Roma (v. el comentario a Ap. caps. 17 y 18). (e) Daniel (v. 8) ve salir, de entre los diez cuernos de la cuarta bestia, otro cuerno pequeño; es pequeño, no porque tenga menos importancia, sino porque es una persona, con ojos como de hombre (no «parecidos a los ojos del hombre», sino «como son los ojos de hombre», lo cual no podía esperarse de un cuerno) y una boca que hablaba con gran arrogancia (comp. con Ap. 13:5, 6). La interpretación que de la visión es dada a Daniel (vv. 15 y ss.) confirma contundentemente todo lo que acabamos de decir, al declarar al mismo tiempo la gran fuerza y el poder enorme del «cuerno pequeño» (vv. 24, 25). Versículos 9–14 Para que los siervos de Dios no tiemblen ante la perspectiva que la cuarta bestia presenta, los versículos que siguen tienen por objeto consolarles con el pensamiento de que Dios está sentado en Su trono, y llegará un día en que el Mesías derrotará a todos sus enemigos (comp. con Ap. 19:11–21). Tres cosas se nos dicen aquí que sirven de ánimo a todos los hijos de Dios en general, pero muy especialmente a los que vivan en el tiempo de la Gran Tribulación: 1. Que hay un gran Juicio por venir, y Dios será el Gran Juez (vv. 9, 10). Ahora los hombres tienen su día. Al fin de los tiempos, el dominio del mal, con el imperio del Anticristo, que habrá recibido su poder del propio Satanás (siempre bajo el control directo de Dios), se hará sentir con mayor fuerza y extensión todavía, pero tenemos al comienzo del versículo 9 un «hasta» que acaba con dicho poder. El plural «tronos» da idea de «una corte celestial en sesión» (Young). Los autores de la obra Search the Scriptures son más explícitos: «Son los tronos de los ángeles que asisten en el juicio (cf. Ap. 4:4)». En el trono central se sienta Dios. Véase cómo se le describe: (A) «Anciano de (muchos) días» es una expresión que designa a Dios como Juez Eterno (comp. con Is. 57:15); el mismo simbolismo ofrece la expresión (v. 9b), «y el pelo de su cabeza como lana limpia», es decir, blanca (comp. Is. 1:18, al final). (B) «Cuyo vestido era blanco como la nieve», lo que simboliza su santidad y pureza infinitas (comp. con 1 Jn. 1:5). (C) «Su trono, llama de fuego; y las ruedas del mismo, fuego ardiente» son frases que nos recuerdan inmediatamente la visión de Ezequiel (Ez. 1:15, 16. Comp. también con Éx. 3:2; Dt. 4:24; 1 Ti. 6:16; He. 12:29; Ap. 1:14, 15). (D) «Un río (v. 10) de fuego procedía y salía de delante de Él» (comp. con Sal. 18:8; 50:3; 97:3; Is. 30:27, 33); es el fuego que destruye a sus enemigos: «Fuego irá delante de Él, y abrasará a sus enemigos alrededor» (Sal. 97:3). (E) «Millares (v. 10b) de millares le servían, y miríadas de miríadas asistían delante de Él». Este ejército celestial, tan numeroso, nos trae a la memoria el pasaje de 1 Reyes 22:19, así como el de 2 Reyes 6:16, 17. La numeración que aquí se nos da de los ángeles es la misma de Apocalipsis 5:11, con la única diferencia de que en Apocalipsis el orden está a la inversa: primero figuran las miríadas y después los millares. (F) Las frases finales del versículo 10 dicen así, conforme al original: «La corte se sentó, y los libros fueron abiertos» (comp. con Ap. 20:11–15). Leupold (citado por Carballosa) da de la primera frase una excelente traducción, que aclara el sentido: «El tribunal entró en sesión». 2. Que los crueles enemigos del pueblo de Dios serán abatidos a su debido tiempo (vv. 11, 12). Esto es representado aquí: (A) En la destrucción de la cuarta bestia. Dios contiende con ella con toda justicia (v. 11) por «las grandes palabras que hablaba el cuerno» (comp. con los vv. 8, 20), en desafío a Dios. Antíoco IV Epífanes, Julián el Apóstata, Agripa I y otros monarcas han tenido una muerte miserable por hablar grandes cosas, ya por haber blasfemado de Dios o por tenerse a sí mismos por iguales a Dios; pero aquí se trata específicamente del Anticristo, como aclara todo el contexto posterior, comparado con Apocalipis 13:5–7; 19:20; 20:10. Estos dos últimos lugares confirman, en efecto, que ésta es la bestia-cuerno que se menciona en el versículo 11b: «hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego para que se quemase». (B) En la destrucción conjunta de las otras tres bestias (v. 12, comp. con 2:34, 35). La segunda parte de dicho versículo 12, «pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo», ha causado perplejidad a muchos autores. Por ejemplo, dice Alonso Díaz: «Las otras bestias siguen con vida hasta un tiempo determinado. Hay una diferencia respecto a la visión análoga del capítulo 2, donde los reinos representados por metales eran totalmente destruidos a la aparición de la piedrecilla desprendida del monte». Es precisamente esta analogía la que nos obliga a examinar con precaución el versículo 12b, a la luz de los lugares paralelos de Apocalipsis capítulos 13, 19 y 20. La única explicación válida es que, como dice Walvoord, «evidentemente, las tres primeras (bestias) continúan sobreviviendo, en otra forma, en el reino que las sustituye. De aquí lo de “habían quitado también a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida por una sazón y un tiempo”. Esto es corroborado por la imagen del capítulo 2, como afirma Driver: “la imagen entera permanece intacta hasta que la piedra cae en los pies (que representa el cuarto y último reino), cuando toda ella es abatida juntamente”». 3. Que el reino del Mesías será establecido tras de la derrota de la cuarta bestia. Daniel ve esto en la visión, para consuelo suyo y de sus amigos. (A) El Mesías es llamado aquí «hijo de hombre» (no «el Hijo del Hombre»). Dice Alonso Díaz: «A las bestias que proceden del abismo se contrapone una especie de figura humana que viene con las nubes del cielo». Sin embargo, basta repasar una buena Concordancia para percatarse de las muchísimas veces que el propio Señor Jesucristo se atribuye a sí mismo el título el Hijo del Hombre. Hay dos lugares especialmente notables por la conexión que guardan con Daniel 7:13, 14: (a) Juan 5:27, donde Jesús dice que «también le dio (el Padre a Él) autoridad de ejecutar juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre». Recordemos que, en esta porción del capítulo 7 de Daniel, estamos ante un juicio (v. 10), y veremos que en los versículos 13 y 14 es el Padre (el «Anciano de muchos días») el que otorga al «hijo de hombre» dominio, gloria, etc. (b) En Mateo 26:64, el Señor declara ante el sanedrín: «… veréis al Hijo del Hombre … viniendo sobre las nubes del cielo» (comp. con Hch. 1:9, 11). (B) El reino del Mesías, del hijo de hombre, es descrito (v. 14b) como un «dominio eterno, que nunca pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás». El Dr. Pentecost (citado por Carballosa) dice a este respecto: «El amileniarista ve un conflicto aquí e insiste en que la eternidad del reino de Cristo no permite sitio alguno para un reinado terrenal de mil años. La razón por la que Calvino rechazó el punto de vista premilenial fue su concepto de que un reinado de mil años anularía el reino eterno de Cristo». Dos observaciones bastarán para hacer notar la equivocación sufrida por Calvino en este punto: (a) La primera intención del versículo 14b es hacer notar que, al contrario que todos los reinos anteriores que han sido dominados por un poder más fuerte que los ha subyugado, los ha destruido como tales reinos y se ha constituido en sucesor de ellos, este reino del hijo de hombre no será destruido ni dominado por ningún otro poder y, por tanto, no será sucedido ni sustituido por ningún otro reino en este mundo. En este sentido permanece para siempre un reino, o cualquier otra cosa, que dura mientras dure el presente cosmos u orden de cosas, «hasta la consumación de los siglos». (b) Como el mismo Dr. Pentecost hace, un repaso a 1 Corintios 15:24–28 nos aclara definitivamente las dudas que respecto a esto puedan surgir. En efecto, el apóstol dice allí que Cristo «entregará el reino al Dios y Padre». Ese día será el fin del reino mesiánico milenario en la tierra y el comienzo del reinado eterno de Cristo por toda la eternidad. En efecto, mientras no se haya librado la última batalla contra el mal y Satanás no haya sido definitivamente derrotado (¡después del Milenio!—v. Ap. 20:7–10), Cristo no entregará el reino al Padre (v. de nuevo 1 Co. 15:24–28), pues todavía estará el mal actuando en el corazón de los hombres y en los propósitos de Satanás. Una vez congregados en el cielo los frutos del reino histórico de Cristo, Dios será todo en todos sin la necesidad de que actúe todavía el Mediador. Cristo no necesitará regir, pues ya no habrá nada que corregir; más bien que el reino de Cristo, lo que permanecerá por toda la eternidad es la realeza de Cristo. En cuanto a dos lugares que se citan en apoyo del reino eterno del Mesías (Ap. 11:15 y 1 Ti. 1:17), la opinión de este traductor es que el primero se refiere al reinado mesiánico milenario, según la explicación que acabo de hacer en el punto anterior (a); en cuanto al segundo, el «Rey de los siglos» no es Jesucristo, sino Dios el Padre (comp. con Ro. 16:27; 1 Ti. 6:16 y Jud. v. 25), el que, como dice Alan G. Nute, «en Su soberanía, está llevando a cabo Sus designios redentores a lo largo de todas las edades». Versículos 15–28 1. La profunda impresión que estas visiones le hicieron a Daniel (v. 15): «Yo, Daniel, quedé profundamente turbado en mi espíritu». Literalmente: «En cuanto a mí, Daniel, fue turbado mi espíritu en medio de su funda». El cuerpo es comparado aquí a la funda o vaina de una espada. «Ejemplos de esta figura se hallan también en Job 27:8 y en los escritos de los rabinos … También es usado por Plinio» (Walvoord). «Las visiones de mi cabeza—continúa Daniel (v. 15b) me alarmaban.» La forma en que estas cosas le eran reveladas le abrumaba. 2. Tanto más, por eso (v. 16) deseaba conocer «la verdad acerca de todo esto». Se acercó, pues, a uno de los que asistían (comp. con v. 10), es decir, a uno de los ángeles de la «corte en sesión», y él le dio la interpretación de la visión. 3. El ángel le da un compendio de lo que significan las bestias y lo del reino que seguirá al imperio de la última de las cuatro bestias: (A) «Estas cuatro bestias (v. 17) son cuatro reyes que se levantarán en la tierra.» Aun cuando es cierto que «los cuatro reyes simbolizan los respectivos cuatro imperios» (Alonso Díaz), el hecho de que personalice en este momento se debe, en opinión de este traductor, al deseo de que el lector esté preparado para ver, en el centro de la cuarta bestia, una persona. No han faltado tampoco quienes han querido ver una contradicción entre el versículo 3, donde se dice que estas bestias salieron del mar, y este versículo 17, que dice que se levantarán de la tierra. Si se recuerda que el mar simboliza las multitudes humanas, especialmente las naciones gentiles, no habrá dificultad en darse cuenta de que «lo que es simbólico en Daniel 7:3 es literal en Daniel 7:17» (Walvoord). (B) El versículo 18 dice que: «Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino para siempre, siempre y por siempre» (lit. En realidad, el arameo original usa tres formas distintas de la raíz olam). En cuanto a este énfasis en la permanencia «eterna» del reino, recuérdese lo que dijimos más arriba. «Los santos del Altísimo (hebr. Elyonín, plural mayestático de Elyón, vocablo que ya conocemos en hebreo)» son, lo mismo que en los versículos 21, 22 25, los miembros del pueblo escogido de Dios, es decir, Israel. Para Daniel, no podía significar ningún otro pueblo. No se debe perder nunca de vista que los santos del Antiguo Testamento no podían tener «ninguna noción de lo que Pablo llama “el misterio” de la Iglesia (Ef. 3:4–6)» (los autores de Search the Scriptures). 4. Daniel entiende perfectamente lo de las tres primeras bestias; la que le intriga es la cuarta bestia (v. 19), que era tan diferente de todas las otras, etc. Los versículos 19 y 20 repiten lo que ya había dicho en los versículos 7 y 8. El versículo 21 basta por sí solo para identificar el cuerno pequeño de los versículos 8, 20, 24 y 25 con la bestia de Apocalipsis 13 (v., en especial, los vv. 5–7 de dicho cap.). El versículo 22 es una especie de compendio de los versículos 9– 14, 18; pero hay una frase que necesita explicación en ese versículo 22, es la frase central, que dice así literalmente, según el original arameo: «Y el juicio fue dado a los santos del Altísimo». Aunque podrían citarse varios lugares a favor de la opinión que interpreta esta frase en el sentido de que se otorgó la facultad de juzgar a los santos del Altísimo (v., por ej., Mt. 19:28; Lc. 22:30; 1 Co. 6:2; Ap. 20:4), es lo más probable que la preposición le signifique aquí «a favor de», más bien que «a» o «para». 5. Viene, por fin (vv. 23–27), la interpretación que el ángel da a Daniel de la cuarta bestia. (A) «La cuarta bestia (v. 23) será un cuarto reino en la tierra, etc.» (comp. con v. 17). De este reino se dice que «devorará toda la tierra», porque cuando se manifieste el Anticristo la situación política mundial estará en poder de una organización (los «diez reyes» del v. 24), que posibilitará el liderato mundial del Anticristo (el «cuerno pequeño»). Lo que se nos dice en este versículo 23 no es, en realidad, nada nuevo, pero es una necesaria introducción de lo que sigue. (B) «Los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes.» Que estos reyes reinarán simultáneamente, se ha indicado ya en el comentario a 2:40–44; pero la confirmación decisiva de ello la hallamos en Apocalipsis 13:1; 17:12–14, donde no se puede negar la simultaneidad. Dice Walvoord: «Son claramente simultáneos en su reinado porque tres de ellos son derribados por el cuerno pequeño que es otro gobernante, pero no se le da aquí el título de rey. También será diferente de los primeros, esto es, de los diez cuernos, y subyugará a tres de ellos». (C) Es precisamente este «cuerno pequeño» el que trae de cabeza a los amilenialistas. Dice M. Henry: «La pregunta es ahora: ¿Quién es este enemigo? Los intérpretes no se ponen de acuerdo. Algunos tienen por el cuarto reino al de los seléucidas, y por el pequeño cuerno a Antíoco, y muestran el cumplimiento de todo esto en la historia de los Macabeos; pero otros sostienen que el cuarto reino es el de los romanos, y que el cuerno pequeño es Julio César, y los emperadores que le sucedieron (dice Calvino), el Anticristo, el reino papal. Otros hacen del imperio turco el cuerno pequeño; así Lutero, Vatablo y otros». Véase el comentario a Apocalipsis 17:3 para percatarse de la tremenda equivocación que supone hacer del papado el Anticristo, si tenemos además en cuenta que el Anticristo será una persona (v. 2 Ts. 2:3, 4), no una organización o institución. (D) Las dos primeras frases del versículo 25 son una confirmación de lo que dicen el versículo 20c («boca que hablaba con gran arrogancia»—comp. con Ap. 13:5—) y el versículo 21. Lo de «pretenderá cambiar los tiempos y la ley» (v. 25b), que, por lo que se ve, quedará en mero «proyecto», sin llegar a ponerlo por obra, no se sabe a ciencia cierta en qué consistirá, pero no está de más recordar los nuevos nombres que la Revolución Francesa puso a los meses, etc., con la intención de establecer un «nuevo orden de cosas». (E) La frase final del versículo 25 determina tajantemente la duración del dominio tiránico, violento y persecutorio del Anticristo: «y serán entregados (los santos del Altísimo) en su mano hasta un tiempo, y tiempos y medio tiempo», es decir, tres años y medio (la segunda mitad del período de la Gran Tribulación). Compárese con 12:7 y Apocalipsis 12:14, y aun 11:2, 3; 12:6 y 13:5. (F) Los versículos 26 y 27 resumen lo que ya hemos visto en los versículos 9–14. Para lo del «reino eterno» del versículo 27, véase lo que hemos dicho en el comentario al versículo 14. Que un autor como Keil haya equivocado este concepto es cosa que asombra. Dice L. Wood (citado por Carballosa): «Los versículos 13, 14 y 27 hablan claramente de la inauguración del reino de Cristo (no de su conclusión, como arguye Keil), y los versículos muestran que este reino será un gobierno glorioso en el que todos los pueblos servirán a Cristo—algo que no ha ocurrido aún en nuestros días, en lo que concierne a su gobierno espiritual, pero que será verdad cuando Él venga para establecer su reinado terrenal después de la destrucción del Anticristo (Ez. 37:23)». 6. Después de referir lo que el ángel le había dicho, Daniel declara (v. 28) la impresión que la visión le había hecho: le sobrecogió el ánimo y le demudó el color del rostro. Una y otra vez reflexionaba sobre ello, pues eso es lo que significa la frase final «y guardé el asunto en mi corazón» (comp. con Lc. 2:19, 51). CAPÍTULO 8 Este capítulo y los cuatro siguientes, esto es, hasta el final del libro, ya no están escritos en arameo, sino en hebreo, ya que los temas tratados en ellos conciernen especialmente a Israel. I. La visión del carnero y del macho cabrío, y el cuerno pequeño que había de luchar contra el pueblo de Dios y había de prevalecer contra ellos por un tiempo limitado (vv. 1–14). II. El ángel Gabriel le da a Daniel la interpretación de la visión, y le muestra que el carnero significaba el imperio persa, cuyo rey sería, a la sazón, Darío III Codomano, y el macho cabrío el reino de Grecia, con Alejandro Magno a la cabeza; el cuerno pequeño de este capítulo había de ser Antíoco IV Epífanes, de una rama salida del antiguo reino griego de Alejandro (vv. 15–27). Aunque Antíoco Epífanes puede ser considerado, de alguna manera, como tipo del Anticristo, la visión del presente capítulo es totalmente diferente de la del capítulo precedente. Versículos 1–14 1. La fecha de esta visión (v. 1). Fue «en el año tercero del reinado del rey Belsasar», es decir, el año 551 a. de C. Fue una visión, esto es, mientras estaba despierto, no fue una visión en sueños (comp. con 7:1). Fue después de esa «que me había aparecido antes»—dice—, porque la anterior había tenido lugar «en el primer año de Belsasar», es decir, en el 553 a. de C. 2. El escenario de la visión. El lugar donde Daniel tuvo la visión era Susa, capital de la satrapía de Elam (v. 2). Como da a entender el texto sagrado, Daniel fue transportado en espíritu (como Juan en Ap. 1:10) a un lugar de Susa junto al río Ulay. Susa se hallaba situada a unos 400 km al este de Babilonia. Así como Ezequiel fue transportado en espíritu, con alguna frecuencia, a Jerusalén, mientras corporalmente estaba, como cautivo, en Babilonia, así también Daniel fue transportado ahora, también en espíritu, a Susa. El espíritu puede estar en libertad mientras el cuerpo está en cautividad, porque, incluso cuando estamos atados, el Espíritu de Dios (como Su Palabra) no está atado. 3. La visión misma. (A) Vio un carnero que tenía dos cuernos (v. 3). Ésta era la segunda monarquía, de la que los reinos de Media y de Persia eran los dos cuernos. Los cuernos eran altos, pero el más alto de los dos era el que había comenzado a crecer después del otro. En efecto, los medos fueron los primeros en establecerse como reino, pero los persas, bajo Ciro, se hicieron más fuertes que los medos. (B) Vio (v. 4) luego a este carnero que avanzaba en todas direcciones y conquistaba las naciones que se oponían a su paso. Dice Alonso Díaz: «Históricamente, Ciro comenzó por conquistar el septentrión, al vencer a los lidios, que ocupaban el centro del Asia Menor. Después, toda la parte occidental del Próximo Oriente. Su hijo Cambises invadió Egipto hasta Etiopía. Tal es la “cornada” del carnero hacia mediodía». (C) Cuando tenía la mirada puesta en el carnero (v. 5), «he aquí que un macho cabrío venía del lado del poniente, es decir, de Grecia, sobre la superficie de toda la tierra, pues realmente se hizo dueño de todos los reinos que significaban algo en la civilización de aquella época». De este macho cabrío dice que avanzaba sin tocar el suelo, expresión que simboliza la tremenda rapidez de sus conquistas. Este macho cabrío (el imperio grecomacedonio) tenía un cuerno bien visible entre sus ojos, puesto que toda la terrible fuerza y la sabia estrategia de dicho imperio residía en su jefe, Alejandro Magno. La batalla que se nos describe en los versículo 6 y 7 entre el macho cabrío y el carnero de los dos cuernos no es otra que la que tuvo lugar a las orillas del Iso (año 333 a. de C.) entre Alejandro Magno y Darío III Codomano, y que acabó con la derrota de éste. Volvió a derrotarle definitivamente (año 331) en Arbela. (D) El versículo 8 nos describe el progresivo engrandecimiento de Alejandro hasta su muerte prematura, de unas fiebres infecciosas, el año 323 a. de C., «estando en su mayor fuerza», pues no había cumplido aún 33 años. Al morir (v. 8b), su inmenso imperio fue repartido entre sus cuatro generales, «cuatro cuernos bien visibles hacia los cuatro vientos del cielo». Macedonia le correspondió a Casandro; Tracia, a Lisímaco; Egipto, a Tolomeo; Siria, a Seleuco. (E) De uno de éstos (v. 9)—en concreto, de Seleuco—salió un cuerno pequeño, en el que los autores, sin excepción, ven a Antíoco IV Epífanes (rey de Siria desde el 175 hasta el 163 a. de C.). En lo que los autores antidispensacionalistas están completamente equivocados es en identificar este cuerno pequeño con el del capítulo 7, si bien es cierto que Antíoco IV resulta, en muchos detalles, tipo del Anticristo. De sus vicisitudes y correrías, lo que le interesa al autor sagrado es su ataque «hacia la hermosura» (hebr. weel hatsébi), como dice el final del versículo 9, frase que equivale a la de «tierra hermosa» (hebr. érets hatsebí) de 11:16, 41, y designa, indudablemente, a Palestina (comp. con Sal. 48:2; Ez. 20:6, 15). Del ataque de Antíoco a Palestina destaca el autor sagrado los detalles siguientes: (a) La persecución que llevó a cabo (v. 10) contra «el ejército del cielo», que aquí designa metafóricamente a los «santos de Israel» (comp. con 12:3). «Echó por tierra», es decir, dio muerte, a parte de ese ejército (unos 80.000 judíos) y de las estrellas, esto es, de los jefes de Israel. (b) No sólo eso, sino que (v. 11) «se irguió contra el príncipe de los ejércitos», que en el versículo 25 es llamado «el Príncipe de los príncipes», es decir, contra Dios mismo, como lo muestra el propio versículo 11b: «y por él (por Antíoco) le fue quitado (a Dios) el continuo sacrificio, y el lugar de Su (de Dios) santuario fue echado por tierra». (c) El versículo 12 declara que «a causa de la iniquidad, esto es, de las transgresiones del pueblo mismo, el ejército (el pueblo judío) le fue entregado (a Antíoco) junto con el continuo sacrificio, pues lo hizo cesar el malvado invasor». La frase «echó por tierra la verdad» significa que, por algún tiempo, suprimió la verdadera religión de los judíos. En ese tiempo, y para disciplina de Israel, Dios le consintió que hiciera cuanto quería sin que nadie le estorbara: «y le acompañó el éxito». Los horribles sacrilegios que Antíoco cometió (v. 1 Macabeos 1:44 y ss.) fueron una abominación con la que, de paso, Dios castigaba el menosprecio con que los israelitas habían tratado los sacrificios que se ofrecían a Dios en el templo (v. Mal. 1:6–14). (F) Igualmente, Daniel oyó a un santo (v. 13), esto es, a un ángel declarar el tiempo que tal sacrilegio había de durar. Alonso Díaz hace notar que «el grito ¿hasta cuándo? refleja la fe bajo la prueba a través de los tiempos (Sal. 6:3; 74:9; 79:5; 80:4; 90:13)». Podemos ver otro ¿hasta cuándo? similar en Apocalipsis 6:10. Aunque tanto la pregunta como la respuesta la hacen dos ángeles, el verdadero destinatario de la respuesta es Daniel, puesto que el versículo 14 comienza literalmente diciendo: «Y (él) me dijo …». Contra la opinión de Walvoord y muchos otros autores, y al seguir la de R. Culver y de los autores de Search the Scriptures, este traductor opina que el número 2.300 del versículo 14 indica las veces (no los días) que el sacrificio continuo estuvo en suspenso. 2.300 veces nos dan 1.150 días, un poco más de tres años; esto coincide con lo que sabemos por los libros históricos, especialmente por los de los Macabeos, ya que la profanación del templo hasta llegar a la suspensión del sacrificio se llevó a cabo en el año 168 a. de C., mientras que Judas Macabeo llevó a cabo la purificación y rededicación del templo el 25 de diciembre del 165. Versículos 15–27 1. Daniel tiene un vivo deseo (v. 15) de comprender la visión y, para cumplirle este deseo, un personaje (v. 16), cuya voz se describe como «voz de hombre», ordena al ángel Gabriel que le explique a Daniel la visión. Quién sea dicho personaje no está claro. Dice Walvoord: «La voz de hombre puede ser la de Miguel el Arcángel o incluso la voz de Dios, pero no es identificada en el texto. Calvino cree que el hombre que habla es Cristo». A esta opinión me adhiero (nota del traductor). 2. Gabriel obedece la orden y se acerca (v. 17) a Daniel para explicarle la visión. Con esto, Daniel se sobrecoge de espanto y se postra sobre su rostro. Es la misma reacción que vemos en Juan en Apocalipsis 1:17, en Ezequiel (Ez. 1:28; 44:4) y en Nabucodonosor con respecto al propio Daniel (Dn. 2:46). Posteriormente, «mientras Gabriel sigue hablando» (v. 18), Daniel pierde el conocimiento, pero el ángel le toca para que se ponga de pie. 3. Dentro del contexto histórico del presente capitulo, los versículos 17–19 son sumamente difíciles de interpretar. Por una parte, tenemos expresiones como «el tiempo del fin» (v. 17, al final), «al fin de la ira; porque el fin está fijado», así como las descripciones de los versículos 23–25, que parecen apuntar a un «fin» escatológico. Por otra parte, todo el contexto del capítulo indica que lo que se dice aquí se cumplió en la persona de Antíoco IV Epífanes. El gran experto en profecía Dr. J. D. Pentecost, defiende, con gran despliegue de argumentos, que la profecía de este capítulo es de doble cumplimiento, al ser Antíoco tipo del Anticristo. Este sentido típico real es admitido incluso por un autor amileniarista como Leupold. 4. La explicación que el ángel dio a Daniel de esta visión. (A) Con respecto a las dos monarquías de Persia y Grecia (vv. 20–22). El carnero significaba la sucesión de los reyes de Media y Persia; el macho cabrío significaba los reyes de Grecia; el cuerno grande era Alejandro; los cuatro cuernos que surgieron en su lugar son los cuatro reinos que vimos en el versículo 8. Refiere Flavio Josefo que, cuando Alejandro había capturado Tiro y marchaba hacia Jerusalén, Yaddas, que era a la sazón el sumo sacerdote, al temer la ira del macedonio, recurrió a Dios en oración y se le avisó en sueños que, cuando se acercase Alejandro, abriesen las puertas de la ciudad y que Yaddas y los demás sacerdotes saliesen a su encuentro vestidos con sus vestiduras sacerdotales, y todo el pueblo vestido de blanco. Al ver este grupo a distancia, Alejandro se fue, él solo, hacia el sumo sacerdote y, postrándose en el suelo, le saludó; y, al preguntarle uno de sus capitanes por qué lo hacia, contestó que, mientras estaba aún en Macedonia y cavilaba sobre la conquista de Asia, se le apareció un hombre vestido como aquél, quien le invitó al Asia y le aseguró que tendría éxito en conquistarla. Los sacerdotes le condujeron al templo, donde ofreció sacrificio al Dios de Israel según le instruyeron, y ellos le mostraron este libro del profeta Daniel, donde se predice que un griego había de destruir a los persas, lo cual le animó en su expedición contra Darío. Por esta causa, él tomó bajo su protección a los judíos y su religión y prometió portarse benignamente con los de esa religión que viviesen en Babilonia y Media, adonde él se dirigía ahora. (B) En cuanto a Antíoco y a la persecución que llevó a cabo contra los judíos. Se dice que esto había de ocurrir (v. 23) «al fin del reinado de éstos (los cuatro reinos del v. 22), cuando las transgresiones lleguen a su colmo». Será un rey altivo de rostro (v. 23b), sin temor de Dios ni de los hombres, y experto en intrigas, hábil y astuto en tramar planes malvados. Con todo, había de ejercitar su poder no con fuerza propia (v. 24), sino con el permiso de Dios (comp. con Ap. 17:17). Sus planes eran de destrucción: «causará grandes ruinas … y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos». En todas estas expresiones el ángel se refiere al pueblo judío. Y de la misma manera que ha prosperado por habérselo permitido Dios para disciplina de Su pueblo, también será quebrantado (v. 25, al final) por mano de Dios, contra el que se habrá levantado al profanar el templo del Dios viviente y colocar allí la imagen de Júpiter Olímpico. Del quebrantamiento de Antíoco nos da cuenta el Libro Primero de los Macabeos, 6:1–16. Enterado de los fracasos de su ejército en Palestina y otros lugares, cayó enfermo y, al sentir que su muerte estaba próxima, dijo lo siguiente: «Ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén, cuando me llevé los objetos de plata y oro que en ella había y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judá. Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de inmensa pesadumbre en tierra extraña» (1 Mac. 6:12, 13. Biblia de Jerusalén). Antíoco murió en el otoño del año 164 a. de C., en un lugar próximo a Babilonia. 5. Llegamos así (vv. 26, 27) a la conclusión de esta visión y al encargo que recibió Daniel de mantenerla en secreto (v. 26): «y tú guarda la visión, porque es para días lejanos» (unos 300 años después de la visión). Daniel quedó quebrantado (v. 27) hasta tener que guardar cama durante algunos días. Ya recuperado, volvió a ocuparse en los asuntos del rey en Babilonia, lo cual «prueba que había estado en Babilonia todo el tiempo y que su presencia en Susa había sido puramente en visión» (Jeffrey, citado por Walvoord). CAPÍTULO 9 I. Oración de Daniel por la restauración de su pueblo, que todavía estaba en cautiverio (vv. 1–19). II. Respuesta inmediata, por medio del ángel Gabriel, a esta oración, con la profecía de las setenta semanas (vv. 20–27). Esta es una de las profecías más importantes del Antiguo Testamento. Según el propio M. Henry, «la profecía más clara del Mesías en todo el Antiguo Testamento». Versículos 1–3 1. Fecha de la oración de Daniel y de la profecía subsiguiente: «En el año primero de Darío» (el mismo Darío del cap. 6), es decir, en 538 a. de C. De él se dice que era «hijo de Asuero», el cual no puede ser el mismo Asuero del libro de Ester, pues vivió casi un siglo más tarde que el presente. 2. Investigación que llevó a cabo Daniel sobre los años que había de durar la cautividad de Babilonia (v. 2). Daniel miró atentamente en la profecía de Jeremías y sacó la conclusión de que la desolación de Jerusalén estaba a punto de acabarse (v. Jer. 25:11, 12; 29:10–14). 3. Equivocación que sufrió Daniel en el cómputo de los setenta años. Daniel contaba a partir de la fecha en que Jerusalén había capitulado ante Nabucodonosor (año 605 a. de C.), y que era precisamente la fecha en que él mismo había sido deportado, con algunos otros, a Babilonia. Sin embargo, la destrucción del templo y de la ciudad se llevó a cabo el año 586 a. de C., con lo que el error de Daniel era de más de 18 años con respecto al cómputo correcto. 4. Daniel decide (v. 3) dirigirse en oración a Dios, y acompaña su oración con las señales que solían indicar la pesadumbre por el pecado: «buscándole en oración y ruego, con ayuno, saco y cenizas (lit. polvo)». Vemos aquí a Daniel dispuesto a interceder por los pecados de su pueblo, incluyéndose a sí mismo. Versículos 4–19 Tenemos aquí la oración de Daniel, una de las más admirables del Antiguo Testamento. 1. Comienza con una introducción reverente (v. 4), en la que da gloria a Dios: (A) Como a un Dios que debe ser temido: «¡Ah, Señor, Dios grande, digno de ser temido, tú que puedes enfrentarte con el mayor y más terrible de los enemigos de Tu pueblo». (B) Como a un Dios que debe ser creído y en quien puede depositarse una confianza absoluta: «que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y, como prueba de ese amor, guardan tus mandamientos». Es un Dios que mejora Sus promesas, pues añade a Sus palabras misericordia, algo más de lo que había en la letra del pacto. Fue muy apropiado el que Daniel pensase en la misericordia de Dios ahora que iba a poner ante Su presencia las miserias del pueblo y el que, por decirlo así, le hiciese a Dios a la memoria el cumplimiento de Sus promesas. 2. Sigue con una penitente confesión del pecado (vv. 5, 6). Cuando rogamos a Dios por bendiciones de carácter nacional, debemos humillarnos por los pecados de carácter también nacional. Dos circunstancias hacían más graves dichos pecados: (A) Con ellos habían quebrantado las leyes (v. 5) que Dios les había dado por medio de Moisés. (B) Con ellos habían menospreciado los amables avisos (v. 6) que Dios les había hecho por medio de los profetas. 3. Aquí tenemos un reconocimiento humilde de la justicia de Dios en todos los castigos que ha impuesto a Su pueblo: «Las rebeliones con que se rebelaron contra ti»—dice (v. 7, al final)—eran la causa de todas las aflicciones que el pueblo había sufrido. Era algo de lo que todo el pueblo presente, y sus padres, debían avergonzarse (v. 8). Los versículos 10–14 detallan las rebeliones del pueblo y los castigos que Dios les infligió por esas rebeliones: (A) Al hacerse solidario de los pecados de su pueblo, dice Daniel (v. 10) «No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, etc.». Como hace notar Ryrie, «Daniel se hace solidario de los pecados de su pueblo 32 veces en esta notable oración de confesión». «Todo Israel—añade (v. 11) traspasó tu ley, apartándose para no obedecer tu voz.» Y más adelante (vv. 13 y 14): «… y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y prestar atención a su verdad … pero nosotros no hemos hecho caso de su voz». Si los hombres fuesen llevados rectamente a considerar la verdad de Dios y a someterse al poder y a la autoridad de Su Palabra, se volverían del extravío de sus caminos. El primer paso para ello es implorar el favor de Jehová nuestro Dios, a fin de que la aflicción sea santificada antes de ser retirada. (B) Daniel confiesa que Dios ha sido justo al castigar los pecados del pueblo. Por eso, dice, «ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés» (v. 11, alude a Lv. 26:14 y ss.; Dt. 27:15 y ss.; 28:15 y ss.; 29:20, 27, etc.). En concreto, al referirse a los pecados que habían provocado directamente la ruina de Jerusalén («tan grande mal …»—v. 12b—), dice que «ha cumplido la palabra que habló contra nosotros» (v. 12a, comp. con Is. 1:10–31; Mi. 3). Esta confesión de la justicia de Dios al castigar a Israel con tan terrible ruina tiene su clímax y compendio en el versículos 14: «Por tanto, Jehová veló sobre este mal y lo ha hecho venir sobre nosotros, porque es justo Jehová nuestro Dios en todas las obras que ha hecho». Porteous hace notar (citado por Walvoord) que el verbo veló, que puede traducirse también por «se mantuvo dispuesto» o «vigilante», es el mismo que usa Jeremías para decir que Dios estuvo atento a Su palabra para ponerla por obra (Jer. 1:12; cf. 31:28; 44:27). 4. Tenemos luego una confiada apelación a la misericordia de Dios. (A) Dios siempre ha estado dispuesto a perdonar el pecado (v. 9). Es «un Dios de perdones» (Neh. 9:17b. Lit.), «amplio en perdonar» (Is. 55:7, al final). (B) Daniel se remonta al pasado para dar aliento a su fe (v. 15): «Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, etc. ¿Y no nos sacarás ahora de Babilonia con esa misma mano poderosa? ¿No ha dicho Dios que su liberación de Babilonia había de oscurecer a la que llevó a cabo al sacarles de Egipto (Jer. 16:14, 15)?» 5. Viene después una patética queja del oprobio bajo el que se hallaba el pueblo de Dios, y de las ruinas en que yacía el santuario de Dios. Sus vecinos se reían de ellos hasta el escarnio (v. 16) y se alegraban de su desgracia (comp. con Éx. 32:12). El lugar santo de Dios estaba en ruinas; Jerusalén, la ciudad santa, hecha oprobio de Israel (v. 16); el santuario, asolado (v. 17); los altares, demolidos; todos los edificios, reducidos a cenizas. 6. Su oración se hace santamente importuna al rogar a Dios que restaure la condición de los judíos cautivos: «Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia (v. 16), que son también actos de misericordia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte … Ahora, pues (v. 17), Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus ruegos». Atendamos bien al objeto de sus peticiones: (A) Pide que Dios aparte Su ira y Su furor de Jerusalén, Su santo monte (v. 16). Esto es lo que todos los santos temen y así es como todos ellos imploran a Dios. No ruega directamente para que Dios los aparte a ellos del cautiverio (que Jehová obre con ellos como mejor le parezca a Sus ojos), sino, en primer lugar, que se aparte la ira de Dios. Si se quita la causa, cesará el efecto. (B) Pide a Dios que Su rostro resplandezca (v. 17, comp. con Nm. 6:25) sobre el santuario asolado. El resplandor de la faz de Dios sobre las desolaciones del santuario es el único medio de que el santuario sea reparado, y sobre ese fundamento ha de ser reedificado. Por consiguiente, si los que aman el santuario quieren empezar su obra por el lado correcto, deben primero implorar con ahínco el favor de Dios. 7. Tenemos varios alegatos y argumentos con que Daniel refuerza sus peticiones. Dios nos permite, no sólo orar, sino también apelar, no para moverle a Él (pues sabe bien lo que va a hacer), sino para movernos a nosotros mismos y avivar nuestra fe. (A) Confiesa que no merecen el favor de Dios, pues no dependen de ninguna justicia propia, sino sólo de la misericordia divina (v. 18). Ya Moisés le había dicho a Israel (Dt. 9:4, 5) que lo que Dios hiciese por ellos no se debería a la justicia de ellos ni a la rectitud de su corazón. (B) Se anima a orar a Dios, y toma de Dios mismo el ánimo para orar, sabedor de que Dios les favorecerá y perdonará en atención a la gloria de Su santo nombre: «¡No tardes más, en atención a ti mismo, Dios mío!» (v. 19b. También al final del v. 17). En fin de cuentas, «Suyo es el tener compasión y el perdonar» (v. 9). Todo aquello por lo que pide es algo que le atañe de cerca a Dios: «tu pueblo» (v. 15), «tu ciudad Jerusalén, tu santo monte» (v. 16), «tu santuario asolado» (v. 17), «la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre» (v. 18b), «porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo» (v. 19, al final). Es como un eco del Salmo 119:94: «¡Tuyo soy yo, sálvame!» Versículos 20–27 La respuesta que recibe inmediatamente la oración de Daniel contiene una de las más ilustres predicciones que acerca de Cristo se hallan en el Antiguo Testamento. I. El tiempo en que se dio esta respuesta. 1. Fue mientras Daniel estaba en oración. Esto es lo que él mismo pone de relieve al decir (v. 21): «aún estaba hablando en oración». Antes que se levantase de sus rodillas y cuando quizás estaba dispuesto a seguir implorando con vehemencia, le vino del cielo la respuesta. Así se cumplía lo que Dios había dicho por Isaías (Is. 65:24b): «Mientras aún estén hablando, yo habré oído». Daniel había orado con gran fervor (vv. 18, 19), y Dios le envió un ángel, nada menos que el ángel Gabriel, para darle una respuesta asombrosa. No podemos esperar que Dios envíe por medio de ángeles la respuesta a nuestras oraciones, pero si oramos con fervor por aquello que Dios ha prometido, podemos, por fe, tomar la promesa como respuesta inmediata a nuestra oración; pues fiel es el que prometió. A Daniel le fue descubierto mucho más y mejor de lo que había rogado. 2. Fue (v. 21, al final) «como a la hora del sacrificio de la tarde». El altar estaba en ruinas y no se ofrecía, por tanto, ninguna oblación sobre él, pero los judíos piadosos, durante su cautiverio, tenían en cuenta diariamente el tiempo en que habrían sido ofrecidos el sacrificio matutino y el vespertino, y esperaban que sus oraciones subiesen a la presencia de Dios como el incienso, y que el alzar de sus manos, y del corazón con las manos, fuese aceptable a los ojos de Dios como la ofrenda de la tarde (Sal. 141:2). La oblación de la tarde o sacrificio vespertino era tipo del sacrificio que Cristo había de ofrecer en la tarde del Viernes Santo y en el atardecer del mundo; era en virtud de este sacrificio futuro de Cristo como fue aceptada la oración de Daniel cuando imploraba a Dios en atención a Su nombre. II. El mensajero por medio del cual fue enviada esta respuesta. No se le dio a Daniel en un sueño ni por medio de una voz procedente del cielo, sino que fue enviado un ángel con este propósito, quien se apareció a Daniel en forma humana para dar respuesta a su oración. Gabriel como ángel y Miguel como arcángel son los únicos seres angélicos que se mencionan por su propio nombre en las Escrituras canónicas. De Gabriel dice Daniel (v. 21b) que era «el varón a quien había visto en la visión al principio» (comp. con 8:16). Nótese la forma como se dirige Gabriel a Daniel al anunciarle el propósito de su visita (vv. 22, 23): 1. «Daniel—le dice (v. 22b), he salido ahora para ilustrar tu inteligencia.» Dice Walvoord: «Aunque la oración de Daniel no iba dirigida a su propia necesidad de entender los procedimientos de Dios con el pueblo de Israel, ésta es la suposición que subyace a toda su oración. Dios, en una palabra, quiere dar a Daniel seguridades sobre Su inconmovible propósito de cumplir todo lo que se ha comprometido a hacerle a Israel, incluida su restauración final». 2. «Al principio de tus ruegos—continúa el ángel (v. 23)—fue dada la palabra (lit.), y yo he venido para revelártela.» Le había revelado anteriormente (8:19) las aflicciones del pueblo bajo Antíoco, pero ahora tenía mayores y mejores cosas que revelarle. En ese «fue dada la palabra» (lit.), es decir, la orden, ve M. Henry la probabilidad de que «saliese la palabra, o el mandato, de Ciro de restaurar y edificar a Jerusalén». M. Henry se equivoca de medio a medio en este cómputo, como veremos luego. 3. Grande sería el ánimo que Daniel recibiría al oír de labios del ángel Gabriel la frase (v. 23b): «porque tú eres muy amado». Esto de «muy amado» es como un epíteto que se repite otras dos veces (10:11, 19). Bien pueden tenerse por muy amados de Dios aquellos a quienes, y en quienes, tiene Él a bien revelarles Su Hijo. III. El mensaje mismo es revelado, y queda registrado, con gran exactitud. Nota del traductor: Tanto M. Henry como Alonso Díaz no me sirven para nada en el resto del capítulo (vv. 24–27), pues no captan en forma alguna el sentido de la porción. Para dichos versículos tomaré prestado el material de mi libro Escatología 11, páginas 164–172, a la vez que recomiendo a mis lectores la lectura de, entre otras, las obras de J. D. Pentecost, Eventos del Porvenir, y E. L. Carballosa, Daniel y el Reino Mesiánico. Los que sepan inglés, disfrutarán con la lectura del libro de J. F. Walvoord Daniel the Key to Prophetic Revelation. Dichos versículos dicen así literalmente: Versículo 24: «Semanas setenta han sido decididas (hebr. nejtakh, cortadas, conforme a la etimología del verbo “decidir”) sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar con la transgresión (o rebelión, hebr. pésha, como en Is. 1:2) y poner fin a los pecados (hebr. uljathem jattaoth, un juego de palabras que expresa poner fin a algo que en sí es una barrera) y expiar la iniquidad (hebr. awón) y hacer que venga justicia de eternidades (es decir, eterna), y sellar (hebr. ulajtom, el mismo verbo de antes para “poner fin”) la visión y la profecía (en hebreo no llevan artículo) y ungir al santo de los santos». Versículo 25: «Sabe entonces y entiende que, desde la salida de la palabra (es decir, de la orden) para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta (el) Mesías Príncipe (habrá) semanas siete y semanas sesenta y dos. De nuevo será edificada (con) plaza y foso, incluso en angustia de tiempos (esto es, en tiempos angustiosos)». Versículo 26: «Y después de las semanas sesenta y dos, será cortado (esto es, se le quitará la vida al) Mesías (sin artículo en el original) y en ninguna manera (hebr. ein, negación fuerte) para Él (o nada para Él), es decir, no tendrá nada (según la versión más probable). Y destruirá la ciudad y el santuario (el) pueblo de un príncipe que viene; y su fin (será) con una inundación, y hasta (el) fin (habrá) guerra, estricta decisión de desolaciones (las desolaciones decretadas por Dios. V. 8:25)». Versículo 27: «Y hará (el príncipe) que prevalezca un pacto (hecho) a muchos (por) una (numeral cardinal, no artículo indefinido) semana. Y a mitad de la semana hará que cese el sacrificio y la ofrenda, y sobre un ala (esto es, sobre el pináculo del templo) de abominaciones (habrá, o vendrá) un desolador, incluso hasta completa destrucción. Y lo que ha sido decretado será derramado sobre (el) desolador». Vemos que: 1. El hebreo tiene dos vocablos distintos, aunque de la misma raíz, para decir siete. shéba, que significa simplemente siete, y cuyo plural (shibim) es la segunda palabra del versículo 24 en el hebreo; y shabúa, que significa un conjunto o período de siete (días, años, etc.), es decir, una hebdómada (del griego) o semana (del latín septimana, donde se ve la raíz de septem, siete); el plural de shabúa, shabuim, es la primera palabra del versículo 24 en el original hebreo. Por tanto, si decimos setenta semanas, no necesitamos hacer ninguna aclaración; pero los autores ingleses suelen decir setenta sietes, por la sencilla razón de que, en inglés, semana (week, como el alemán Woche) no es de la misma raíz que siete (seven). Con todo, es más exacto decir setenta hebdómadas (como dice Carballosa) que setenta sietes. 2. Nadie discute que las semanas de Daniel significan semanas de años. Dice R. D. Culver: Esta interpretación era común en la antigüedad. Daniel había estado pensando en un múltiplo de «siete» de años (9:1, 2; cf. Jer. 25:11, 12). Sabía que ese múltiplo (setenta años) era un tiempo de juicio por los 490 años de sábados quebrantados (490, dividido por 7, igual a 70. V. 2 Cr. 36:21). Además, había una común «semana» de años, que se usaba tanto en recuentos civiles como religiosos (Lv. 25, especialmente v. 8). No sólo esto, sino que cuando se desea referirse a semanas de días (Dn. 10:2, 3), se añade el vocablo hebreo para «días» (yamim) al de «semanas» (shabuim)… y, lo más importante, si se quiere dar un sentido literal a las semanas, únicamente un período de semanas de años cumple las condiciones que requiere el contexto. 3. Como advierten los autores de la obra Search the Scriptures, lo de «acabar con la transgresión y poner fin a los pecados» (v. 24b) «son expresiones paralelas que significan poner punto final al pecar de Israel (cf. Ro. 11:26, 27)». Puesto que, detrás de estas expresiones, viene lo de «expiar la iniquidad», «poner fin al pecado» ha de significar algo así como «pronunciar sobre el pecado de Israel un juicio final, perdonador», conforme a Romanos 11:26, 27. 4. Como dice el texto sagrado (v. 24: «sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa»), esta profecía tiene que ver únicamente con Israel y con Jerusalén. De ahí la fuerza de la preposición hebrea al, sobre; como una carga que pesa sobre el pueblo judío: las pruebas, tribulaciones, persecuciones, etc., por las que Israel tendrá que pasar hasta que venga su Gran Libertador, que expíe sus pecados e introduzca la justicia en el nivel perfecto, tantas veces profetizado anteriormente. 5. Lo de «expiar la iniquidad» (v. 24c) «se refiere a la muerte de Cristo en la cruz, que es la base para el futuro perdón de Israel (Zac. 12:10; Ro. 11:26, 27)» (Ryrie). Puesto que el verbo para «expiar» es el mismo que se emplea para «limpiar o borrar», bien puede añadirse Zacarías 13:1. 6. La «justicia eterna», en sentido de perpetuidad durante el tiempo prefijado (concepto ya conocido) apunta al reinado milenial de Cristo (comp. con Jer. 23:5, 6), mientras que lo de «sellar la visión y la profecía» equivale a decir que Dios ha puesto Su sello para ratificar el cumplimiento seguro de tal visión profética. 7. La expresión hebrea (v. 24, al final) qodesh qodashim puede significar el «Lugar Santísimo», «un sumo sacerdote», o ambas cosas a la vez: el sacerdote o el santuario. Lo más probable (contra lo que dije en mi libro Escatología 11, p. 165, nota 27) es que se refiera a la unción del Lugar Santísimo en el templo milenario, como señal del regreso de la presencia de Jehová para morar de nuevo en medio de Su pueblo. 8. El decreto (lit. palabra) al que hace referencia el versículo 25 es, como admiten hoy la mayoría absoluta de los autores, el de Artajerjes Longimano en el año 445 a. de C., según queda registrado en Nehemías 2:1 y ss. Al tener en cuenta que este decreto se dio en el mes de Nisán (esto es, últimos de marzo y primeros de abril), y que los 483 años que cubren las primeras sesenta y nueve semanas de Daniel llegan exactamente, según el cómputo más probable, al año 30 de nuestra era—la fecha más probable de la muerte del Señor—, se puede comprender mejor el lamento de Jesús en Lucas 19:41–44, especialmente la exclamación del versículo 42, donde está bien atestiguada la lectura: «¡Si conocieses tú, Y POR CIERTO EN ESTE TU DÍA, lo que es para tu paz!» ¡Era el día 9 de Nisán, y se cumplían precisamente en ESE DÍA las 69 semanas (483 años), tras de las que el Mesías Príncipe había de ser cortado, según el versículo 26. Es posible, como hacen notar los autores de Search the Scriptures, que a esto se refiriese el Señor cuando proclamaba (Mr. 1:15): «El tiempo—griego kairós—se ha cumplido», y que a esto se debiese la creciente expectación (v. Mt. 2:1, 2; Lc. 2:25, 26; 3:15) de la Venida del Mesías. 9. Como puede verse (v. 25b), el texto sagrado distingue «semanas siete» antes de «semanas sesenta y dos». En efecto, «la plaza pública y el foso fueron reedificados al tiempo en que se completaban las primeras siete semanas (49 años)» (Ryrie). Los tiempos angustiosos en que todo esto se llevó a cabo se comprenden con una somera lectura del libro de Nehemías. 10. Ese corte entre las primeras «siete semanas» y las «sesenta y dos semanas» restantes, que, a su vez (nótese bien), se separan también de la semana restante la septuagésima semana, se percibe aún con más claridad al comienzo del versículo 26: «Y después de las semanas SESENTA Y DOS, será cortado, etc.». Al traducir dicho versículo 26 ya hemos dicho que la frase hebrea (ein lo, nada para Él) significa, según la versión más probable, «no tendrá nada». ¡Qué bien encaja dicha frase en la manera como Cristo vivió y murió! ¡Siempre de prestado! Especialmente, en Su pasión y muerte: fue tenido por blasfemo en el tribunal religioso; por loco, en el del arte y el placer; por sedicioso, ante el tribunal político. Antes de morir fue despojado de todas sus ropas; y, ya en la cruz, otorgó el perdón a sus verdugos; el Reino, a un criminal; Su madre, a un discípulo. Y cuando ya lo había dejado todo, aún fue desamparado por Dios, ¿cabe mayor pobreza? 11. «El pueblo (v. 26b) del príncipe venidero» es, sin duda, el pueblo romano, pero el príncipe no es Tito (el que destruyó Jerusalén el año 70 de nuestra era), pues el contexto no cuadra con lo que de él sabemos. El texto sagrado dice de dicho príncipe «que viene», porque ha sido introducido ya en 7:8, 24–26, y hace un pacto con el pueblo judío al comienzo del período de la Gran Tribulación. Pero, a mitad de la semana septuagésima (v. 27, comp. con 7:25b), quebrantará dicho pacto y profanará el templo, y hará que cesen los sacrificios y se erigirá a sí mismo como objeto de adoración en el propio santuario (comp. con 2 Ts. 2:4). 12. Quizás el dato más importante de toda la porción, y la clave para la correcta exégesis del pasaje, es determinar quién es el sujeto del verbo hebreo higbir, vocablo con que comienza el versículo 27. La norma gramatical más elemental exige que el sujeto sea el antecedente más próximo, y ese antecedente no puede ser otro que «el príncipe» del versículo 26, como concede hasta un amilenarista como Leupold. El verbo higbir es la forma Hiphil (causativa) del verbo gabar, ser fuerte o prevalecer; por tanto, su sentido no es el de confirmar un pacto ya existente, sino el de hacer que prevalezca, o hacer que se concierte, un nuevo pacto. Los muchos con quienes el príncipe venidero concertará un pacto son, de modo especial (no exclusivo), los judíos, puesto que todo el contexto (vv. 24, 27) trata de «tu pueblo y … tu ciudad santa». Este pacto nadie lo ha hecho todavía. La rotura del pacto y la consumación de que habla el versículo 27 se comprenden mejor a la luz de Apocalipsis 13:4–7, a cuyo comentario remitimos al lector. Es evidente que el «pacto» será llevado a cabo entre el Anticristo y el pueblo de Israel, vuelto a su patria en los últimos días. 13. No cabe duda de que el desolador (hebr. shomem) al que alude el versículo 27 (al final) es el príncipe venidero, esto es, el Anticristo, sobre el cual pende un decreto divino de ruina, que «será derramada sobre él» (comp. con 7:11b; 2 Ts. 2:8; Ap. 19:20). Este es un dato que no puede aplicarse a Tito, el destructor de Jerusalén el año 70 de nuestra era, ya que, aunque murió joven (a los 40 años de edad), murió tranquilamente el año 81. 14. Finalmente, los versículos 26 y 27 nos hablan de una semana aparte, la septuagésima y última de la presente profecía, pues ya quedaron atrás siete (v. 25b) y sesenta y dos (vv. 25, 26), después de las cuales suceden los acontecimientos referidos en los versículo 26 y 27. De esta septuagésima semana hemos de decir: (A) Que constará de siete años como las anteriores. Al ser las primeras 69 semanas de Daniel «semanas de años», no hay razón para negar que la septuagésima semana sea igualmente una semana de siete años. (B) Que dicha semana está por venir, es decir, es plenamente escatológica. Esto se prueba por las siguientes razones: (a) «Después de las sesenta y dos semanas» (v. 26) que siguen a las siete primeras, ocurren dos acontecimientos separados entre sí por unos 40 años: la muerte de Jesucristo y la destrucción de Jerusalén. Estos dos acontecimientos no caben en una sola semana de años. Luego si se admite un lapso aproximado de tiempo de 40 años no incluidos en una semana, no hay razón suficiente para descartar otro lapso mayor; sobre todo, cuando este lapso está de acuerdo con todo el contexto de la profecía. Separaciones similares pueden verse en muchos otros lugares del Antiguo Testamento, siendo el más notable Isaías 61:2, donde la primera parte del versículo se refiere a la Primera Venida de Cristo, y la segunda se refiere a la Segunda Venida (¡en un mismo versículo!). Es interesante consignar que la prestigiada versión catolicorromana Biblia de Jerusalén, en nota a Daniel 9:25, y refiriéndose a «los Padres más antiguos de la Iglesia», declara lo siguiente: «Algunos remitían la última semana al fin de los tiempos». En esta misma línea, resulta también interesante consignar que la mayoría de los escritores eclesiásticos de los tres primeros siglos de nuestra era creían en un Milenio literal. Sólo después que la Iglesia oficial ganó la protección del Estado y comenzó a identificarse a sí misma con el Reino de Dios en la tierra, el milenarismo fue atacado y, finalmente, proscrito por la Sede romana. Esta «tradición» antimilenarista es la que heredaron los Reformadores (Lutero, Calvino, etc.), mientras identificaban erróneamente el papado con el Anticristo por ignorar el sentido de Apocalipsis 17 (v. el comentario a dicho cap.). (b) Mateo 23:37–39 es posterior al relato de la entrada triunfal en Jerusalén, pero el versículo 39 habla de un rechazo que perdurará hasta la restauración del favor de Dios hacia el pueblo como tal (v., por ej., Zac. caps. 12–14; Ro. cap. 11). Pero si la semana septuagésima ya se ha cumplido, las bendiciones prometidas para ella se habrán cumplido también; lo cual no es cierto si tenemos en cuenta que toda la porción se refiere a Israel, no a la Iglesia. (c) La comparación con Mateo 24:9 y ss. nos da a entender que el Señor Jesucristo coloca la semana septuagésima de Daniel al final de los acontecimientos profetizados en dicha porción, es decir, en los años que preceden inmediatamente a su Segunda Venida. La comparación con Hechos 1:6–8 nos hace ver que queda por delante toda una «era» o kairós (sazón), que bien puede traducirse por economía o dispensación. CAPÍTULO 10 3
Este capítulo y los dos siguientes presentan un solo panorama
profético, comunicado a Daniel para provecho de Israel y nuestro, no por medio de signos y figuras, como antes (caps. 7 y 8), sino por medio de frases explícitas. En este capítulo tenemos detalles que forman como introducción a la profecía, y se nos muestran aquí: I. El solemne ayuno que Daniel se impuso, con otras señales de humillación de sí mismo, antes de que le fuese concedida esta
3Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224
TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 960 visión (vv. 1–3). II. La visión en la que se le apareció gloriosamente el Hijo de Dios (vv. 4–9). III. El gran aliento que recibió Daniel para esperar una revelación tal de futuros acontecimientos que habría de ser útil a otros y a él mismo, y para que fuese capacitado en orden a comprender el significado de dicha revelación (vv. 10–21). Versículos 1–9 Esta visión está fechada en el año tercero de Ciro, rey de Persia (v. 1), es decir, de su reinado después de la conquista de Babilonia; el tercer año desde que Daniel había comenzado a relacionarse con él. Era, pues, el año 536 a. de C., unos 72 años desde que Daniel había sido deportado a Babilonia; así que estaría ya por los 90 años de edad. 1. Una idea general de esta profecía (v. 1b): «La palabra (esto es, el mensaje) era verdadera, y el conflicto (es decir, la confrontación bélica) grande. A diferencia de anteriores visiones, que habían dejado a Daniel confuso y perplejo, de ésta se nos dice (v. 1c) que «entendió el mensaje y tuvo entendimiento en la visión» (lit.). 2. Relato de la mortificación que Daniel se impuso antes de tener esta visión (v. 2): «Estuve en duelo—dice—por espacio de tres semanas». Sin duda, como ya vimos en 9:3 y ss., oraba y se humillaba al tiempo que se hacía solidario de los pecados y de los pesares de su pueblo. Hay quienes opinan que la ocasión de este prolongado duelo fue la indolencia de muchos judíos, quienes, aunque tenían libertad para regresar a su país, preferían continuar en el país de su cautiverio. Otros piensan que fue por haberse enterado de la obstrucción que ponían a la edificación del templo los enemigos de los judíos, quienes sobornaban a los consejeros para frustrar sus propósitos (de edificación—v. Esd. 4:4, 5), todo el tiempo de Ciro, etc. Durante estas tres semanas Daniel (v. 3) no comió carne ni bebió vino, ni se ungió con perfume. 3. Descripción de la gloriosa persona que Daniel contempló en su visión. Es opinión casi unánime de los autores que no fue otro que el propio Señor Jesucristo preencarnado. Estaba Daniel (v. 4) a la orilla del gran río que es Jiddequel (lit.), es decir, el Tigris. Probablemente estaría meditando a la orilla del río, como Isaac en el campo (Gn. 24:63). Alzó los ojos (v. 5) y vio un varón vestido de lino, etc. Todos los detalles de la visión se parecen tanto a la del Señor Jesucristo en Apocalipsis 1:13–15 que expositores de la talla de Young y Keil «consideran al varón como genuina teofanía o una aparición de Cristo como el Ángel de Jehová» (Walvoord). Sobre el tono general de la aparición dice el mismo Walvoord: «La impresión dada a Daniel fue que el cuerpo entero del varón en la visión era como una gigantesca joya transparente, que reflejaba la gloria del resto de la visión». 4. Impresión que esto le hizo a Daniel. Como en el caso de los que acompañaban a Saulo de Tarso (Hch. 9:7; 22:9), sólo Daniel vio la visión «y no la vieron—dice (v. 7)—los hombres que estaban conmigo». Pero, aun cuando no vieron la visión, «fueron presa de gran terror y huyeron a esconderse», probablemente entre los sauces que crecían a la orilla del río. Daniel mismo (v. 8) no pudo soportar la impresión que le hizo la visión, pues quedó completamente sin fuerzas y se le fue el color natural hasta el punto de que el original dice textualmente: «Y mi color fue cambiado dentro de mí en corrupción», es decir, adquirió una palidez mortal. No obstante, oyó todavía (v. 9) las palabras del que le hablaba, y fue entonces cuando cayó desmayado, dando con su rostro en tierra. Versículos 10–21 Poco a poco Daniel volvió en sí. I. La mano que le había tocado le hizo levantarse del suelo, pero de rodillas (v. 10) y apoyado en las palmas de las manos. Después le hizo ponerse de pie (v. 11), pero aun así se quedó temblando. Dios hace que los Suyos se percaten de su propia debilidad antes de concederles fuerza y poder. Por fin recobró no sólo el uso de los pies, sino el de la lengua también (v. 16). Y lo primero que dijo fue excusarse de su silencio, pues no le habían quedado fuerzas (vv. 16, 17). II. El varón que le hablaba le animó (v. 12) diciéndole: «No temas» (comp. con Ap. 1:17). A continuación le dio una información sumamente interesante. 1. Para animarle de veras a escuchar, repitió la frase que ya vimos en 9:23b: «varón muy amado» (v. 11), y la volvió a repetir (v. 19): «muy amado, no temas». Con esto le aseguraba que Dios le estimaba de modo muy especial. Siguió animándole el varón (v. 19b) hasta que él recobró las fuerzas y dijo: «Hable mi señor, porque me has fortalecido». 2. Le aseguró que su oración había sido oída (v. 12b) inmediatamente y que por eso había venido él. El motivo por el que no había llegado antes era (v. 13) que «el príncipe del reino de Persia se me opuso—dice el personaje en cuestión—durante veintiún días», esto es, durante el tiempo preciso en que Daniel había estado de duelo (v. 2, «tres semanas»). 3. Miguel, uno de los jefes de primer rango (v. 13b), vino en ayuda del que así hablaba. Este dato hace que gran parte de los autores se niegue a identificar con el Señor preencarnado al personaje. Al seguir, con Carballosa, a E. Young, mi opinión es que esta circunstancia no impide que se trate aquí del Señor, pues estas «ayudas» no se deben a falta de poder de Dios, sino a condescendencia divina que usa la cooperación angélica y humana de muchas formas; entre ellas, la intercesión. Dos detalles, en mi opinión, avalan lo que venimos diciendo: (A) Si el personaje en cuestión fuese el ángel Gabriel, como opinan la mayoría de los que niegan que se trate del Ángel de Jehová, esto es, el Cristo preencarnado, es muy extraño que no se le mencione por su nombre después de su mención explícita en la última parte del capítulo 9. (B) Por el versículo 20 vemos que el de «conforme a la semejanza de los hijos de Adán» (v. 16. ¡Lit.!) es el mismo que viene hablando todo el tiempo. Es cierto que en las tres veces (v. 16, v. 17—dos veces—) en que ocurre la expresión «mi señor» el texto sagrado no dice Adonay, sino Adoní, pero ¡también es Adoní (no Adonay) el vocablo hebreo que hallamos en Salmos 110:1, y que precisamente usó el Señor Jesús (v. Mt. 22:44 y paral.) para demostrar Su mesianidad! 4. Una importante pieza de información, respaldada por otros lugares de la Biblia (v., por ej., Ef. 6:10 y ss.; Ap. 12:7), es que existe una lucha entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien, en la que actúan como jefes respectivos Satanás y el arcángel Miguel. Esta lucha sólo se acabará de forma definitiva después del Milenio (v. Ap. 20:10). 5. La porción da a entender claramente (vv. 13, 20) que las naciones tienen sus ángeles tutelares, aunque de la presente porción no pueda afirmarse con seguridad. Lo que sí es seguro es que Miguel es el ángel tutelar de Israel (v. 21, al final; 12:1; Ap. 12:7). Y, puesto que aquí se llama «príncipes» a los ángeles tutelares, no cabe duda de que «el príncipe del reino de Persia» es un ángel tutelar, pero no un ángel bueno, sino un ángel «caído», un demonio; posiblemente el propio Satanás, aun cuando la mención de Miguel para hacerle frente no basta para asegurarlo, ya que Miguel es el ángel tutelar de Israel, SEA CUAL SEA EL ENEMIGO INFERNAL QUE SE LE OPONGA. 6. La versión más probable de la frase final del versículo 13 es: «porque yo había sido dejado allí con los reyes de Persia». ¿Qué tenían que ver los reyes de Persia con todo esto? La mejor respuesta, en mi opinión, a dicha pregunta es la que da Keil, quien, después de afirmar que los «reyes de Persia» es una referencia a los que sucedieron a Ciro, añade: «El plural denota que, al ser subyugado el demonio del reino de Persia, se le puso fin a su influencia no sólo sobre Ciro, sino sobre todos los siguientes reyes de Persia, a fin de que el conjunto de reyes persas se volviesen accesibles a la influencia del espíritu procedente de Dios y promoviesen la prosperidad de Israel». 7. El personaje declara a Daniel (v. 20) que tiene que volver «para pelear contra el príncipe de Persia», lo que indica que la lucha a que se refiere anteriormente (v. 13) no se ha terminado todavía; más aún, esa lucha persistirá cuando el poderío persa haya terminado a manos de Grecia, es decir, de Alejandro Magno. También el ángel «malo», tutelar de los intereses contrarios a Dios y, por consiguiente, a Israel, tendrá que ser subyugado por el personaje que habla y por Miguel (v. 21). Dice Walvoord: «La mención tanto de Persia como de Grecia dirige también nuestra atención a los principales imperios segundo y tercero que están implicados en las profecías de Daniel 11:1–35» (v. también 8:20, 21). III. El varón vestido de lino (v. 5) que exhortó (v. 11) a Daniel a que estuviese atento a sus palabras, le dice ya (v. 21, comp. con v. 14) que va a declararle lo que está consignado en el escrito de la verdad (lit.), y lo va a hacer desde 11:2 en adelante. Walvoord cita de Jeffrey lo siguiente: «Leemos en el Talmud que, en el Día de Año Nuevo, se abrían los libros y se registraban los destinos (inglés fates, hados, suertes). Estas tablillas en el libro se mencionan frecuentemente en los Jubileos y en los Testamentos de los Doce Patriarcas; y en la Oración de José, preservada en Orígenes (Philocalia 23:15), leemos: “Porque he leído en las tablillas del cielo todo lo que os sucederá a vosotros y a vuestros hijos”». CAPÍTULO 11 El varón vestido de lino cumple ahora la promesa que hizo, en el capítulo anterior, a Daniel de «hacerle saber (10:14) lo que había de suceder a su pueblo en los postreros días», conforme a lo que estaba «consignado (10:21) en el escrito de la verdad». I. Una breve predicción del establecimiento de la monarquía griega sobre las ruinas del imperio persa (vv. 1–4). II. Una predicción de los asuntos de los dos reinos de Egipto y Siria en recíproca referencia (vv. 5–20). III. Predicción del surgimiento de Antíoco IV Epífanes y de los males que causará al pueblo de Dios (vv. 21–35). IV. Profecía del Anticristo hasta introducirnos en la Gran Tribulación (vv. 36–45), siguiendo (en el cap. 12) hasta la resurrección final. Versículos 1–4 1. El mismo varón vestido de lino del capítulo anterior continúa hablándole a Daniel aquí y le comunica los buenos servicios que ha hecho al país de Israel (v. 1): «Y yo mismo—dice—en el año primero de Darío el medo, estuve para animarlo y fortalecerlo». Este versículo muestra bien el empalme del capítulo anterior con el presente. La persona a quien este varón (el verbo indica un estar de tipo militar, guerrero) animó y fortaleció no fue Darío, sino (con la mayor probabilidad) el arcángel Miguel de 10:21, lo cual es otro tanto a favor de su identificación con el Ángel de Jehová o Mesías preencarnado. El primer año de Darío el medo es también el primer año de Ciro el persa (539 a. de C.), pues no cabe duda de que reinaron simultáneamente, estando encargado especialmente Darío de los asuntos de Babilonia, la capital caldea. 2. A continuación, dicho varón predice el reinado de cuatro reyes persas (v. 2) que reinaron después de Ciro: Su hijo Cambises II, el cual asesinó a su hermano Esmerdis, pero un sacerdote llamado Gautama se hizo pasar por Esmerdis y usurpó el trono; el tercero fue Darío Histaspes, llamado el Grande; el cuarto, su hijo Jerjes, llamado Asuero en el libro de Ester. Los datos que nos ofrece el versículo 2b coinciden con lo que de él sabemos por la historia secular. Destaca la derrota que sufrió, a manos de los griegos, en Salamina. 3. La profecía da un salto de más de un siglo (vv. 3, 4) para poner ante nuestros ojos un rey poderoso o fuerte (hebr. guibbor, como en Is. 9:6 «Dios fuerte»). Por lo que ya hemos visto en otros capítulos, en especial en 8:8, 22, sabemos que se trata aquí de Alejandro Magno, que hará cuanto quiera, es decir, reinará como un déspota; morirá sin sucesión y se repartirán sus conquistados territorios, además de su nativa Macedonia, cuatro generales suyos. No es que Alejandro careciese de descendencia. Pero, al morir él en plena juventud, su hermano Arideo se hizo proclamar rey de Macedonia, pero Olimpia, la madre de Alejandro, lo mató y envenenó a los dos hijos de Alejandro, Hércules y Alejandro. De esta forma, la familia de Alejandro acabó a manos de su propia madre. Versículos 5–20 La presente porción nos ofrece una detallada profecía de lo que había de ocurrir en dos de los cuatro reinos en que resultó dividido el imperio de Alejandro Magno, a saber, Egipto y Siria, hasta llegar al comienzo del reinado de Antíoco IV Epífanes. Abarca, pues, un siglo y medio de historia. Al rey de Egipto se le llama en esta porción «el rey del sur»; y al rey de Siria, «el rey del norte». 1. El rey del sur (v. 5a) que se hizo fuerte es Tolomeo I de Egipto (305–285 a. de C.). Vemos (v. 5b) que uno de sus príncipes llegó a ser más fuerte que él. Se refiere aquí a Seleuco I de Siria, el cual fue uno de los sucesores de Alejandro Magno, pero se le llama uno de los príncipes de Tolomeo porque, en un principio, fue protegido por éste y hasta llegó a ser uno de los generales del ejército egipcio; pero llegó a ser más fuerte que su protector, pues gobernó un imperio mayor y más fuerte (Siria y los territorios anexionados por Seleuco) que el egipcio. El versículo 6 se refiere a Tolomeo II (285–247 a. de C.), quien dio su hija Berenice en matrimonio a Antíoco II de Siria (261–246 a. de C.). El matrimonio se celebró bajo la condición de que el hijo de ambos había de ocupar el trono de Siria. Berenice y el hijo fueron entregados (v. 6b), como dice el texto sagrado, pues ambos fueron muertos por «intrigas de la primera esposa de Antíoco II» (Alonso Díaz). 2. Entra en escena (v. 7) «un renuevo de sus raíces», Tolomeo III (247–222 a. de C.), hermano de Berenice, el cual atacó el reino del norte, donde reinaba Seleuco II (246–226 a. de C.), y volvió de Siria con gran botín, al que se refiere el v. 8. Después de esto, Seleuco II invadió Egipto (v. 9), pero su expedición no prosperó y se volvió a su tierra de vacío. 3. Los versículos 10–16 dan ciertos detalles importantes de las guerras llevadas a cabo por Antíoco III el Grande (223–187 a. de C.), de una parte, contra Tolomeo IV (222–205 a. de C.) y Tolomeo V (205–182 a. de C.), de la otra parte. La victoria se inclinaba unas veces del lado de Siria (v. 10), y otras veces del lado de Egipto (vv. 11, 12). Los versículos 13–17 nos refieren los éxitos de Antíoco III contra Egipto, después de los reveses sufridos en Rafia, a los que aluden los versículos 11 y 12. Los éxitos de Antíoco III se vislumbran en los versículos 15 y 16. Sobre el versículo 14 dice Alonso Díaz: «Parece que un grupo de Jerusalén, que está bajo el dominio de los Tolomeos, le es favorable (a Antíoco). Después de algunos incidentes bélicos, derrota a Tolomeo en Panion. Palestina pasa definitivamente del dominio lágida (los Tolomeos) al dominio seléucida». 4. Antíoco III, envalentonado con sus éxitos, da un paso más (v. 17) al concebir el proyecto de poner bajo su dominación todo el reino del sur. Para ello, dio a Tolomeo V por mujer a su hija Cleopatra. El final del versículo 17 nos dice que no tuvo éxito en sus planes. En efecto, en los años 196–191 a. de C., hizo una campaña en las islas (v. 18), pero, después de algunos éxitos iniciales, el general romano Lucio Cornelio Escipión, a quien se llama en el versículo 18b «un príncipe», frenó la ambición del sirio derrotándole en las Termópilas (191 a. de C.), y en Magnesia (190 a. de C.). Antíoco hubo de retirarse (v. 19) a las fortalezas de su tierra, donde murió. Dice Alonso Díaz: «Antíoco III murió el 187 mientras asaltaba, según parece, un templo de Bel en Elimaida». El versículo 20 se refiere a Seleuco IV (187–175 a. de C.), quien gravó con tributos «la gloria del reino» (v. 17b. Lit.), es decir, «la tierra gloriosa» (Palestina) del versículo 16b. Poco después de esta exacción de impuestos, Seleuco murió «no en ira ni en batalla» (v. 20, al final), es decir, no murió en una riña ni en guerra, sino asesinado a traición por Heliodoro, el mismo exactor enviado por Seleuco a llevarse de Jerusalén los tesoros del templo (v. 2 Macabeos 3:1–40). Versículos 21–35 Esta porción trata, por entero, de Antíoco IV Epífanes y de sus campañas en Egipto y en Palestina. 1. El sagrado texto llama a Antíoco Epífanes «un hombre despreciable» (v. 21), por la forma indigna de ocupar el trono y mantenerse en el poder (vv. 21, 22). No le pertenecía a él «el honor de la realeza», pues el legítimo heredero de la corona siria era su sobrino, el hijo de su hermano Seleuco IV, pero Antíoco regresó inmediatamente a Antioquía y logró, mediante intrigas (v. 21b), usurpar el trono. El versículo 22 describe, según parece, la forma en que Antíoco aplastó toda oposición: las fuerzas que se oponían a que asumiese el poder. El príncipe del pacto (v. 22, al final) «debe de referirse a Onías III, sumo sacerdote en Jerusalén, que, por ser contrario al partido helenizante, fue depuesto por Antíoco Epífanes el 175 y sustituido en el cargo por su hermano Jasón (cf. 2 Mac. 4:7 y ss.)» (Alonso Díaz). Onías III fue posteriormente asesinado por orden de Antíoco, según Walvoord, aunque 2 Macabeos 4:30–38 trae una historia muy distinta: Onías fue asesinado por Andrónico, y «Antíoco, hondamente entristecido y movido a compasión, lloró al recordarlo la prudencia y la gran moderación del difunto. Encendido en ira, despojó inmediatamente a Andrónico de la púrpura y desgarró sus vestidos, etc.» (Biblia de Jerusalén). 2. Los versículos 23 y 24 quedan algún tanto oscuros, de forma que hay quienes (como Alonso Díaz) los aplican «a la invasión de Palestina y a los saqueos efectuados allí». Esto es posible a la vista de la última frase del 24 «y hasta un tiempo» (lit.), lo que indica que Dios le paró los pies, además de la mención, al comienzo del versículo 24, de su «tranquila entrada en lo más fértil de la provincia» (lit.). Por otra parte, «sus designios contra las plazas fuertes» (v. 14, hacia el final) y todo lo demás de los versículos 25– 27 nos pone al corriente de sus campañas en Egipto, donde dos sobrinos suyos (hijos de su hermana Cleopatra), Tolomeo VI Filométor y Tolomeo VIII Everguetes (gr. Euergetes, bienhechor), se disputaban el trono. Antíoco se puso de parte del primero, pero el año 169 a. de C., en una primera campaña contra Egipto, Antíoco hizo la guerra a su sobrino, derrotó al ejército egipcio y ocupó varias plazas fuertes (vv. 24b, 25a). Tolomeo le hizo frente (v. 25b) con un gran ejército, pero no pudo prevalecer contra él, pues fue traicionado (v. 25, al final) al ser «mal aconsejado por dos consejeros que vivían con él en palacio» (Alonso Díaz), según insinúa el versículo 26. El versículo 27 nos declara, aunque muy compendiosamente, las intrigas con que, con capa de amistad, se hacían mutuamente Antíoco y su sobrino Tolomeo, tan mentiroso el uno como el otro, pero, «como aclara la última parte del versículo 27, a pesar de toda su intriga, Antíoco cumplía la profecía puntualmente» (Walvoord). 3. Otra expedición de Antíoco contra Egipto. De la primera volvió con gran riqueza (v. 28) y, por ello, aprovechó la primera ocasión que se le presentó para invadir de nuevo Egipto. Pero antes, cuando volvía de Egipto, «su corazón estaba contra el pacto santo», esto es, contra Israel, y, como sabemos por 1 Macabeos 1:20–28, saqueó el templo de Jerusalén y sembró la consternación en el pueblo. Esto ocurría en el otoño del año 169 a. de C. En el año 168 a. de C. volvió de nuevo al sur (v. 29), a Egipto, pero esta expedición no tuvo el mismo éxito que la primera. Las naves de Kittim que desanimaron a Antíoco, es decir, le obligaron a retirarse, eran las naves romanas bajo el mando de Gayo Popilio Laenas. Dice Alonso Díaz: «Kittim (cf. Nm. 24:24) significó primeramente una ciudad de la costa sur de Chipre y pasó a significar después las regiones costeras del Mediterráneo. Como Kittim son designados también los romanos en los manuscritos de Qumrán». 4. No se quedó, por eso, inactivo (v. 30) Antíoco, sino que volvió su rabia y su resentimiento contra los judíos, con la cooperación de algunos traidores de entre los propios israelitas, como Jasón, Menelao y los seguidores de éstos (v. 1 Mac. 2:18; 2 Mac. 6:1), cuya fidelidad había sucumbido ante los halagos de los invasores. Estos traidores son los que aparecen al final del versículo 30 como «los que abandonan el santo pacto». Fue entonces (v. 31) cuando las tropas de Antíoco, junto con los traidores al pacto, profanaron el santuario. El altar fue profanado cuando Antíoco mandó sacrificar sobre él una cerda, prohibió que continuasen los sacrificios y erigió allí una estatua de Júpiter Olímpico, que es lo que, al final del versículo 31, se llama la abominación desoladora (lit.). Los detalles pueden verse en 1 Macabeos 1:54; 2 Macabeos 5:15 y ss.; 6:2. 5. No contento con estas abominaciones, Antíoco desencadenó una terrible persecución contra los judíos fieles al pacto. Aunque hubo quienes, seducidos con lisonjas, violaron el pacto (v. 32), hubo también quienes, como pueblo que conoce a su Dios, se mantuvieron firmes y actuaron. Por la historia de 1 Macabeos 2:39 y ss. hasta el final del capítulo 5, sabemos que dicha actuación se manifestó en forma de una especie de guerra santa, en la que se distinguió Judas Macabeo. Dice Carballosa: «En el año 166 a. de C., sólo unos meses después de comenzada la guerra, Matatías murió, y uno de sus hijos, Judas, le sucedió como líder del movimiento. Antíoco pensaba que su ejército aplastaría la rebelión en un corto tiempo, pero se equivocaba. El ejército sirio sufrió derrota tras derrota. En diciembre del año 164 a. de C., el ejército de los macabeos marchó triunfante por las calles de Jerusalén. El 25 de diciembre de ese año el templo fue purificado y rededicado el culto a Jehová». El texto sagrado (vv. 33–35) contempla la persecución y el conflicto bélico subsiguiente como un medio providencial para separar lo precioso de lo vil, y hace que los sabios con sabiduría de Dios salgan de la prueba depurados, limpiados y emblanquecidos (v. 35). Versículos 36–45 Ya el versículo 35b daba a entender que, desde los sucesos narrados en la sección anterior «hasta el tiempo final», quedarían muchas cosas por cumplir, «porque el plazo fijado está aún por venir». 1. Es, pues, aquí, ya desde el versículo 36, donde no sólo todos los premilenaristas, sino aun amilenaristas de la talla de Keil y Leupold, ven un salto de muchos siglos, hasta ponernos delante de los ojos la figura del Anticristo, a quien se llama, con artículo, «el rey», sin calificarlo por ahora como rey del norte o del sur. La descripción, aunque somera, que de él se hace en los versículos 36–39 no cuadra con lo que sabemos de Antíoco, de Herodes el Grande ni de cualquier otro personaje en quien los amilenaristas en general han visto cumplidas las características que aquí se reseñan. (A) La primera frase del versículos 36 («hará lo que quiera») se ha cumplido en muchos déspotas; en este mismo capítulo y en el versículo 3 la hemos visto cumplida en Alejandro Magno. Pero lo que sigue del versículo 36 no se ha cumplido en ningún déspota; en cambio, la fraseología misma equivale a la que describe al Anticristo: (a) «Se ensoberbecerá y se engreirá por encima de todos los dioses» puede verse, en parecidos términos, en 2 Tesalonicenses 2:4, con respecto al Anticristo; (b) «proferirá cosas inauditas contra el Dios de los dioses» equivale a lo que, con respecto al Anticristo, leemos en Apocalipsis 13:5, 6. (B) La exaltación de este personaje sobre todos los dioses se repite al final del versículo 37; pero hay otros dos detalles en dicho versículo que no encajan con lo que sabemos de cualquier personaje histórico de alguna importancia en los asuntos de este mundo: (a) «no respetará a los dioses (mejor que al Dios) de sus padres» es una frase que describe el rabioso ateísmo de este personaje siniestro. Dice Ryrie: «El Anticristo no tendrá respeto a ninguna religión ni a herencias religiosas. Será duro, cruel e inhumano». Tanto Antíoco Epífanes como Herodes y otros monstruos han tenido sus dioses. Déspotas verdaderamente ateos no se han conocido hasta el siglo XX. (b) Ya se entienda lo del «deseo de las mujeres» en sentido objetivo (desear mujeres) o subjetivo (lo que las mujeres desean), ninguno de estos dos sentidos pueden aplicarse a Antíoco ni a Herodes. Sin embargo, hay otras dos explicaciones de dicha expresión. La primera es la que identifica «el deseo de las mujeres» con Tamuz (el Adonis de los griegos), lo cual tiene el respaldo de Ezequiel 8:14. Esto no tendría mucho que ver con el Anticristo. La segunda, propugnada especialmente por A. Gaebelein, sostiene que «se refiere al deseo de las mujeres judías de llegar a ser la madre del Mesías prometido». Opine el lector. (C) Los versículos 38 y 39 resultan difíciles de entender, en especial por la mención del «dios de las fortalezas» (v. 38), «ese dios extraño» (v. 39) con el que quiere suplir su ateísmo el Anticristo; pero un autor tan experto (¡y amilenarista!) como Keil (citado por Carballosa) escribe lo siguiente: «El “dios de las fortalezas” es la personificación de la guerra, y la idea es ésta: no considerará otro dios sino solamente la guerra; el capturar fortalezas constituirá su dios, y adorará ese dios por encima de todo como su medio para obtener el poder mundial. De este dios, guerra como el objeto de deificación, podría decirse que sus padres no supieron nada, porque ningún otro rey había hecho de la guerra su religión, su dios, a quien ofreció en sacrificio todo, oro, plata, piedras preciosas, joyas.» 2. La mayoría de los autores, incluidos gran parte de los amilenaristas (y, entre ellos, aun los catolicorromanos como Alonso Díaz), entienden la porción de los versículos 40–45 como cosa del futuro. Dice Alonso Díaz: «Esta predicción incumplida sigue el esquema creado ya antes por la apocalíptica, que predecía un conflicto final entre los paganos y los judíos en las proximidades de Jerusalén (cf. Jl. 3:9–21; Zac. 12:2–9; 14:2, 3; Ez. 38–39, etc.)». En efecto, aunque estamos ante una porción difícil, una cosa es segura: La referencia es al tiempo del fin (v. 40) y ese «él» contra el que combaten tanto el rey del sur como el del norte no puede ser otro que el Anticristo. Veamos: (A) Quiénes son esos dos reyes del sur y del norte que contienden con el Anticristo. Si el rey del sur representaba, en la primera parte del presente capítulo, a Egipto, es de esperar que lo incluya también ahora, pero, como hace notar Walvoord, «es probable que incluya mucho más que Egipto y puede ser identificado como un ejército africano». La opinión de este traductor es que se trata de una confederación árabe o, para ser más exactos, musulmana. En cuanto al rey del norte, caben pocas dudas de que se trata de la confederación aludida en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel, es decir, una coalición comunista. Por muy extraño que parezca, estas dos confederaciones lucharán contra el Anticristo y sus fuerzas. No se olvide que, según 9:27, habrá hecho un pacto con muchos, incluidos los judíos, por una semana, y que, al entrar en la tierra gloriosa (v. 41, comp. con v. 16 y 8:9), tendrá su base militar en Palestina. (B) Al invadir, entre otras tierras (v. 40, al final), la Palestina (v. 41a), el sagrado texto especifica que el Anticristo matará a muchos («y muchos caerán»—RV 1977. Ésa es la versión correcta—), «pero (v. 41b) escaparán de su mano Edom, Moab y la mayoría de los hijos de Edom», lo cual está de acuerdo con lo que leemos en Isaías 11:14; Jeremías 48:47; 49:6. (C) Los versículos 42 y 43 dan a entender que el Anticristo no se contentará con derrotar al rey del sur, Egipto y sus aliados árabes, sino que se apoderará de sus tesoros. La frase final del versículo 43 dice literalmente: «y los libios y los etíopes (seguirán) en sus pasos», es decir, vendrán también a formar «parte de sus dominios» (Ryrie), lo cual es natural, puesto que serán aliados de Egipto. (D) Los versículos 44 y 45 nos ofrecen un resumen de lo que Apocalipsis describe con todo detalle. Las noticias del oriente y del norte que lo atemorizarán se refieren, con la mayor probabilidad, a la gigantesca invasión procedente del oriente (China) que vemos en Apocalipsis 9:13–21 y 16:12: «… doscientos millones. Yo oí su número»—dice Juan (Ap. 9:16)—. Es curioso hacer notar que esa cifra precisamente representa el número de hombres que la China comunista puede poner hoy en pie de guerra. Los del norte serán los restos de la confederación comunista, en cuyo auxilio habrán venido las fuerzas del oriente. El choque de las fuerzas del Anticristo con ese ejército colosal habrá de ser, por fuerza, tan aterrador que no es extraño que el ángel de Apocalipsis 9:15 anuncie la matanza de la tercera parte de la humanidad. Una comparación de esto con la guerra de Gog y Magog que se predice en Ezequiel, capítulos 38 y 39, daría a entender que las guerras del Anticristo, en las que el pueblo de Israel se ve envuelto de una u otra manera, son dos, no una: la primera (de la que habla el v. 44) tendría que ver con la gran batalla de Armagedón (Ap. 16:16). Después de esto tendríamos al Anticristo en paz y triunfante, y habrá trasladado su cuartel general desde un punto de Palestina «entre los mares y el monte glorioso y santo» (v. 45a) al centro de la Comunidad Europea, Roma (Ap. caps. 17 y 18), donde todavía se habrá sostenido la religión apóstata a lomos de la Bestia (v. Ap. 17:3); la segunda guerra será la que el Anticristo y sus fuerzas llevarán a cabo contra el pueblo de Dios, y cuya batalla decisiva se librará en las afueras de Jerusalén (Zac. 14:2–4; Ap. 19:19). Allí es donde el Anticristo y sus fuerzas habrán llegado a su fin, sin que tenga quien le ayude (v. 45b, comp. con Ap. 19:20). CAPÍTULO 12 Después de la predicción de las aflicciones que el pueblo de Dios había de sufrir a manos de Antíoco Epífanes y, al final de los tiempos, a manos del Anticristo. I. Los consuelos que sostienen (y sostendrán) al pueblo de Dios en tiempos de aflicción (vv. 1–4). II. Una conversación llevada a cabo entre el Cristo preencarnado y un ángel con respecto al tiempo en que habían de suceder estos acontecimientos (vv. 5–7). III. Pregunta de Daniel acerca del fin, y respuesta que recibe para su satisfacción (vv. 8–13). Versículos 1–4 1. En aquel tiempo (v. 1) es el tiempo del fin, pues se refiere al tiempo del contexto anterior (11:36–45), que es el de la segunda parte del período de la Gran Tribulación. Dice el jesuita Alonso Díaz: «En aquel tiempo, por el contexto, claramente se refiere al “tiempo del fin” (cf. 11:40–45). Momento de angustia … es también una frase escatológica (cf. 24:2 1; Mr. 12:19; Jl. 2:2)». Podría haber añadido uno de los principales lugares de referencia: Jeremías 30:7b, «tiempo de angustia para Jacob». Las frases siguientes (v. 1b): «cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones», nos recuerdan las palabras del Señor Jesucristo en Mateo 24:21. 2. Una vez más se menciona (v. 1a) a Miguel, el gran príncipe (esto es, arcángel) que está de parte de los hijos de tu pueblo—se le dice a Daniel, es decir, del pueblo judío—. Se levantará tiene tono militar, y coincide con lo que, de la actividad de Miguel, sabemos por lugares como 10:13 y Apocalipsis 12:7. Aquí, es claro que Miguel se alza contra el Anticristo y sus fuerzas. 3. La última parte del versículo 1 dice literalmente: «Y en aquel tiempo será librado (hebr. yimmalet) tu pueblo: todo el que sea hallado escrito en el libro». Este libro es «el libro de la verdad» que ha sido mencionado en 10:21. La frase, pues, no se refiere a la salvación eterna, sino a la preservación temporal. Esto concuerda con lo que leemos en Ezequiel 20:38; 34:12 y ss.; Mateo 24:22, 31, etc. 4. El versículo 2 declara, sin lugar a dudas, la resurrección de los muertos, pero hay una notable diferencia entre las dos partes del versículo. (A) Nótese que el texto sagrado no dice todos, sino muchos. También es de notar que, de estos muchos, se dice que duermen en la tierra del polvo (lit.), es decir, en el sepulcro. Nadie niega que todos ellos son salvos, pues la propia terminología lo avala. (B) La segunda parte hace una división que, a la vista de Apocalipsis 20:4–6, no tiene por qué cumplirse simultáneamente (v. el comentario a Jn. 5:29). Es aquí donde tenemos, no la única, pero sí la más explícita referencia a la resurrección corporal en todo el Antiguo Testamento. Permítaseme transcribir un interesante comentario (dentro de un excursus) del jesuita Alonso Díaz: «Tanto en el versículo 1 como en el versículo 2 se trata del pueblo escogido. El doble grupo está sin duda constituido en ambos versos por los justos y los pecadores. El primer grupo tendrá como recompensa la vida; el segundo grupo, la muerte y la corrupción. Las esperanzas escatológicas se conservan todavía terrenas y, por lo tanto, para participar de ellas se precisa la resurrección. La resurrección está en función de la remuneración. La resurrección de los pecadores y la resurrección universal habían de ser un desarrollo posterior. La idea de resurrección universal, que incluye también a los pecadores, en los pocos textos en que aparece en el Nuevo Testamento claramente (Jn. 5:28), sólo fue posible cuando las ideas de muerte y de vida estuvieron más o menos espiritualizadas. La resurrección, por su naturaleza, sólo se puede entender para la vida y no puede ser, sino prerrogativa de los justos. Hubiera sido inverosímil que la primera vez que se habla de resurrección (vuelta a la vida, considerada como una gran recompensa) se aplicase a los pecadores.» La forma en que Alonso Díaz entiende el versículo 2 queda resumida, en sus propias palabras, del modo siguiente: «De los que duermen en el polvo, unos resucitan, otros no resucitan. Unos (los que resucitan) es para la vida eterna, otros (los que no resucitan) es para el oprobio eterno». Debo añadir que Alonso Díaz no niega la doctrina bíblica de la resurrección universal, ni la de la retribución eterna en el cielo o en el infierno, sino el concepto de resurrección en Daniel. No olvidemos que la divina revelación es fragmentaria y progresiva hasta el momento en que Dios nos habló, en estos últimos días, en el Hijo (He. 1:1, 2). 5. El versículo 3 expresa una bendición general para los que enseñan a otros el camino de la verdad y de la virtud, pero se aplica directamente a los que, como dice Ryrie, «comprenderán el engaño del Anticristo. Conducirán también a otros a la verdad durante el período de la Tribulación». 6. A continuación, Daniel (v. 4a) recibe la orden de «guardar en secreto las palabras y sellar el libro hasta el tiempo del fin». El mismo Ryrie explica en pocas palabras lo que esto significa: «No es que su significado (el del libro) haya de ser dejado sin explicación, sino que el libro había de ser preservado intacto, para ayudar así a los que vivan en los días de la Tribulación futura». 7. La segunda parte del versículo 4 es bien conocida. Dice en nuestra Reina Valera: «Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará». La explicación más corriente de estas frases es que, en los últimos tiempos (como ya se comienza a ver), la gente viajará mucho y a gran velocidad, debido a los adelantos crecientes de la técnica; y también aumentarán rápidamente, y de modo extraordinario, los inventos y, en general, los conocimientos científicos. Dos cosas son ciertas: (A) Que las frases tienen que ver con el libro; así lo exige el contexto. (B) Que el hebreo haddáat debe traducirse «el conocimiento»; no se trata aquí de «ciencias», sino de conocer más y mejor lo que significa esta profecía de Daniel. En mi opinión, el sentido de Daniel 12:4b es que habrá muchos que estudiarán de tapa a tapa, y volverán a repasar este libro de Daniel, y el conocimiento del mismo irá en aumento según nos vayamos acercando al fin, cuando se aclararán muchos detalles que aún continúan oscuros. Es interesante la versión que hace la Nueva Biblia Española: «Muchos lo repasarán (el libro), y aumentarán su saber». Versículos 5–13 1. Los versículos 5–7 nos recuerdan la escena a orillas del río Ulay (8:16 y ss.). Vemos de nuevo al varón vestido de lino (vv. 6, 7) que interviene para revelar a Daniel acontecimientos futuros. El segundo de los dos personajes angélicos del versículo 5 pregunta (para mejor dramatizar la escena—comp. con Ap. 7:13 y ss.—) al varón vestido de lino (v. 6b): «¿Hasta cuándo el fin de las maravillas?» (lit.), es decir, «¿cuánto tiempo pasará hasta que se cumplan estas prodigiosas predicciones?» En un gesto muy parecido al del ángel de Apocalipsis 10:5 y ss., el varón vestido de lino (como hemos dicho desde 10:5, el propio Cristo preencarnado —es lo más probable—) interpone juramento en nombre de Dios de que, como ya vimos en 7:25, durará tres años y medio («un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo»). Conforme a la nota de la columna central de la RV 1977, el significado más probable de la última parte del versículo 7 es como sigue: «Y que todo esto se cumplirá cuando la fuerza del pueblo de los santos esté completamente quebrantada», es decir, cuando los judíos no puedan ya depender, para su liberación, de ningún poder humano, propio o ajeno (v. Zac. 14:3, 4; Ap. 19:11–21). Hay una diferencia muy significativa entre el gesto del varón vestido de lino y el del ángel de Apocalipsis 10:5, 6, ya que éste, al jurar, pone por testigos ante Dios los tres elementos del Universo: un pie sobre el mar, otro sobre la tierra, y la mano derecha que apuntan al cielo, mientras que el varón vestido de lino de Daniel 12:7 alzó su diestra y su siniestra al cielo (v. en Dt. 32:40 al propio Jehová alzando Su mano al cielo para jurar por Sí mismo). 2. A continuación (v. 8), vemos que Daniel no ha entendido todavía estas profecías, y pregunta: «¿cuál será el fin de esto?», es decir, «¿cuándo y cómo se cumplirán estas cosas?» El varón vestido de lino responde con una serie de afirmaciones muy interesantes, que han desconcertado a la mayoría de los autores, a pesar de que no resulta muy difícil su explicación a quien conozca el conjunto de profecías que tienen que ver con el final de los tiempos. (A) En el v. 9 le dice a Daniel (comp. con el v. 4) que estas cosas han de quedar intactas hasta el tiempo del fin, cuando se entenderán perfectamente. (B) La primera frase del versículo 10 es semejante a la de 11:35 y no necesita más explicación. La segunda («los impíos procederán impíamente») se comprende bien al compararla con Apocalipsis 22:11, donde el contexto anterior es semejante al de aquí (v. el comentario a dicho lugar). La tercera frase («ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos—es decir, los que tienen penetración espiritual—comprenderán») es explicada de la siguiente manera por el profesor Walvoord: «El entendimiento de la profecía requiere especialmente penetración espiritual y la función docente del Espíritu Santo. Aun cuando las Escrituras describen con gran detalle el tiempo del fin, es obvio que los impíos no harán uso de esta revelación divina, pero ésta será una fuente de consuelo y dirección para los que sinceramente creen en Dios. La divina revelación se da con frecuencia de tal forma que queda oculta a los impíos, aunque sea comprensible para los de mentalidad espiritual.» (C) Los versículos 11 y 12 dan algunos detalles que clarifican la duración de particulares acontecimientos al tiempo del fin, es decir, entre el final de la Gran Tribulación y el comienzo del reino mesiánico milenario. Dichos versículos deben leerse conforme a la Nueva Versión Internacional, que dice así: «Desde el tiempo en que sea abolido el sacrificio diario, y sea erigida la abominación que causa desolación, habrá 1.290 días. Dichoso el que espere y llegue hasta el final de 1.335 días». Por muchos otros lugares de esta profecía y de Apocalipsis sabemos que los tres años y medio (v. 7) de la segunda parte del período de la Gran Tribulación (la Tribulación propiamente dicha, después de otros tres años y medio de falsa paz—v. 9:27—) equivalen a 1.260 días. Pero, ¿qué significan esas dos cifras, aquí, de 1.290 y 1.335 días respectivamente? Sin dogmatizar sobre el significado de estas cifras, quizá sea la más probable la solución que ofrece R. Culver, quien ve en la cifra de 1.290 días una especie de limpieza general en los treinta primeros días del reino milenario; y, en los 45 días adicionales, la puesta a punto de toda la organización del reino. «El Milenio—dice—, si ha de ser una verdadera administración de las normas del cielo en la tierra de forma visible, requerirá algún tiempo para que comiencen a funcionar los procedimientos administrativos». (D) Finalmente, Daniel recibe la más consoladora promesa profética (v. 13) que un creyente en el Dios verdadero pueda apetecer: «En cuanto a ti, ve por tu camino hasta el fin. Descansarás y, después, al fin de los días, te levantarás para recibir la heredad a ti asignada» (NVI). R. Culver tiene un delicioso comentario a este versículo: «Ve por tu camino. Un hombre de edad tan avanzada como Daniel no puede ponerse una vestimenta de alpinista y ascender a la cima del collado más próximo para esperar allí la venida del Señor. Tampoco nosotros podemos. Todos debemos, más bien, como Daniel, servir fielmente hasta el final … Descansarás. A la luz de lo que significa en la Biblia el descanso, estas palabras quieren decir simplemente que Daniel, como todos los verdaderos creyentes, había de hallar ciertamente una especie de descanso en el sepulcro (cf. Is. 57:2), regocijándose su espíritu en la presencia de Dios, donde había de “ver su rostro” (Ap. 22:4; Lc. 16:19–22). Este estado intermedio, esto es, el período entre la muerte y la resurrección, no consiste en un doloroso purgatorio, como enseña la Iglesia de Roma, ni en un sueño inconsciente de cuerpo y alma. Consiste más bien en “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23), “en el paraíso” (Lc. 23:43). Es un tiempo de descanso, como leemos aquí, en el seno de Abraham (Lc. 16:22) y un tiempo de consuelo (Lc. 16:25). Al fin de los días, te levantarás para recibir la heredad a ti asignada. Ni Daniel ni ningún otro santo saldrá jamás perdiendo en el “ancho campo de batalla del mundo, en el vivac de la vida”—más bien, se mantendrá en alto en la gloria de la resurrección—. Sembrado en corrupción, cosechado en incorrupción. Abatido en deshonor, levantado en honor; yaciendo en derrota, alzándose en victoria; sepultado en pesadumbre, resucitado en regocijo, cada uno de nosotros se levantará a recibir su heredad. Hay una “corona de justicia” reservada, que nuestro Señor nos dará en aquel día.»