desamortización 2023 (1)
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ECONÓMICAS
C.E. 2.2,3.1,3.2, 4.1, 4.2, 4.3, 4.4, 5.1.
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inviolable, lo que choca con la mentalidad del Antiguo Régimen. Y el de considerar al
Estado como auspiciador de la felicidad, término unido a riqueza, prosperidad y
propiedad privada.
CARACTERÍSTICAS GENERALES.
Ha sido objeto de ardua controversia entre los historiadores la importancia real del
gran fenómeno del siglo XIX para Simón Segura, o el gran fiasco para Artola, puesto que
su importancia cuantitativa fue mucho menor de la pretendida. De todos modos, para
nuestra historia social es mucho más significativo el volumen de la superficie desamortizada
y el reparto de su propiedad que el aporte económico.
Esencialmente, la desamortización puede definirse como la incautación por el
Estado, mediante expropiación, con o sin indemnización, de bienes raíces, en su gran
mayoría pertenecientes a la Iglesia y, en menor medida, a los municipios. Estos bienes
incautados se vendieron posteriormente en pública subasta. El término desamortización no
solamente supone, el acto jurídico mediante el cual los bienes que han estado amortizados
adquieren condición de bienes libres para sus propios poseedores, eso ocurría con los
mayorazgos. Si no, que pasan a ser propiedad estatal, quién se beneficia de su posterior
venta.
Se pueden distinguir distintos objetivos de este proceso, aunque ninguno de ellos
fuese conseguido totalmente. El principal objetivo era el fiscal, pues era prioritario
solucionar los problemas de la Hacienda Pública, hacer frente a guerras como las carlistas o
intentar impulsar nuestro proceso industrializador. El objetivo político era crear entre los
beneficiarios de la desamortización una amplia base que apoyase al régimen liberal. Aunque
para ello se tuvieran que enturbiar las relaciones con la Iglesia y fomentar el
anticlericalismo, como subraya Santos Juliá. También se pretendía un objetivo económico
a gran escala, producir transformaciones agrarias que favorecieran el desarrollo económico
y la revolución industrial. Por último, el objetivo social era fomentar la mediana propiedad
para crear una gran masa de campesinos acomodados. Pero sucedería lo contrario, se
fortalecería el latifundismo y aumentaría la masa de campesinos sin tierra, los jornaleros.
PRIMERAS DESAMORTIZACIONES.
La existencia de una gran masa de bienes en manos muertas ya había sido
denunciada por los intelectuales dieciochescos como uno de los principales problemas de
España y una de las causas del atraso. Aunque, en opinión de Tomás y Valiente, en el
XVIII no se pensaba en expropiar a la Iglesia, sino sólo limitar su capacidad de
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adquisición. Caso muy distinto eran los bienes propiedad de los municipios, considerados
bajo potestad real. Respecto a ellos (propios, comunes y baldíos), Carlos III promulgó
distintos Decretos, luego derogados, para que los Ayuntamientos hicieran accesible el
usufructo de las tierras concejiles a las gentes de cada localidad.
Las primeras expropiaciones de bienes de la Iglesia por parte del Estado español se
pusieron en práctica por parte de Godoy (primer ministro de Carlos IV) desde 1797, para
hacer frente al incremento que había sufrido la deuda pública (vales reales) a consecuencia
de los conflictos internacionales y la crisis económica. Se enajenaban con el permiso del
Papa bienes pertenecientes a hospitales, hospicios y cofradías, lo que le valió la enemistad
de una mayoría de eclesiásticos. Hasta la suspensión de estas ventas por Fernando VII en
1808, se enajenó por el Estado la sexta parte de los bienes de la Iglesia.
Durante la Guerra de 1808 a 1814, José Bonaparte intentó una desamortización a
expensas a expensas de los bienes del clero y de los aristócratas que se habían opuesto a la
dominación gala. El problema también quisieron abordarlo las Cortes de Cádiz, que
promulgaron un Decreto General de Desamortización en 1813, en el que se establecía la
nacionalización de una importante masa de bienes raíces que habrían de conformar los
confiscados a los afrancesados, la mitad de los baldíos y realengos, parte del patrimonio de
la Corona y otros de origen eclesiástico. De todos modos, estas medidas no llegaron a
aplicarse, puesto que lo impidió el retorno de Fernando VII.
LA DESAMORTIZACIÓN DE MENDIZÁBAL.
En una época tan inestable como la regencia de María Cristina (1833-1840),
caracterizada por las pugnas entre carlistas, liberales moderados y progresistas, estos
últimos consiguen la disolución del régimen señorial y la desvinculación de los mayorazgos,
la abolición del diezmo, la Mesta, , los gremios, se consolidó la libertad de contratación y la
libertad de industria, además se abolió la Inquisición, se suprimió la orden de los jesuitas y
de los conventos con menos de doce miembros y el impulso de la desamortización.
Los primeros decretos desamortizadores de Mendizábal se firmaron el 15 de julio
1834 y el 4 de julio de 1835, en ellos se suprimía de Inquisición y la Compañía de Jesús. El
estado incautó los bienes de ambas instituciones y financió la deuda pública. En julio de ese
año se decretó la supresión de los monasterios que tuviesen menos de doce profesos y los
bienes de estos se volvieron a incautar y se dedicaron a la misma finalidad.
Siguiendo con la cronología, el 11 de octubre de 1835, Mendizábal realizó un decreto por el
que se suprimían las órdenes religiosas y se justificaba el decreto en que se consideraba
desproporcionado los bienes que tenían, en comparación con los de la depauperada nación
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española.
El cenit de este proceso fue el Real Decreto de 19 de febrero de 1836, impulsado
por Mendizábal, se nacionalizaban y posteriormente sacaban a pública subasta los bienes
eclesiásticos, principalmente del clero regular cuyas sedes habían sido suprimidas.
Otro decreto, de julio de 1837, afectaba a un mayor espectro del clero regular, pues hay que
tener en cuenta, que antes de estas medidas había unos 50.000 religiosos y 23.000 religiosas
en unos 3.000 conventos en toda España.
La ley de 2 de septiembre de 1841, durante la Regencia de Espartero, incluyó
también dentro de los “bienes nacionales” los del clero secular. Hasta 1844 se procedió a
una rápida venta de las antiguas propiedades eclesiásticas. Aunque el retorno de los
moderados al poder bajo la dirección de Narváez supuso que las ventas quedaran
prácticamente en suspenso.
La compra de estos bienes se podía hacer de dos maneras, bien pagando en
efectivo (con plazo de 16 años) o con títulos de Deuda Pública (para los que el plazo era
solo de 8 años). En cuanto al volumen de las ventas, este pudo ser de unos 3.500 a 4.000
millones de reales y, aunque el número de hectáreas nos es desconocido, podría estar entre
12 o 15% de la propiedad agraria española.
Aunque los grandes objetivos de Mendizábal eran la financiación de la guerra
carlista, el saneamiento de la Hacienda y la creación, en sus propias palabras, de “una
copiosa familia de propietarios” interesada en el triunfo de la causa liberal, existe una
opinión muy extendida de que la desamortización acentuó la estructura latifundista de la
propiedad agrícola española, que en el centro y sur peninsulares hundía sus raíces en la
Reconquista. Los bienes no se repartieron según criterios de equidad, sino en pública
subasta al mejor postor, lo que supone que los compradores habían de ser personas con el
suficiente poder para pujar, lo que excluía a los campesinos más humildes. Afirma Tomás y
Valiente que los beneficiarios de la ley de Mendizábal eran capitalistas tenedores de títulos
de deuda pública o capaces de comprarlos en el mercado, y burguesía adinerada de
provincias en subastas fácilmente trucadas y propicias a abusos y la más ladina picaresca. Y
es que Vicens Vives opina que la Desamortización no cubrió los objetivos principales que
se proponía, beneficiando a la burguesía, que la alentaría hasta el máximo. Ya en la época,
un crítico liberal progresista como Álvaro Flórez Estrada lamentaría que el Estado
perdiera la ocasión de crear una masa de pequeños campesinos con los bienes
desamortizados. No era el objetivo de los liberales favorecer a los más desfavorecidos, sino
a sí mismos. Es más, las condiciones laborales se agravaron, la producción agrícola no
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aumentó, no se invirtió en la mejora de las nuevas tierras y los rendimientos económicos
bajaron. Para el Estado fue un negocio ruinoso, ya que al promoverse la venta a plazos
muchas de las fincas se devaluaron y la deuda del estado no disminuyó, por eso la reforma
hacendística tardó más de una década en llegar. A nivel político, la desamortización supuso
la ruptura de las relaciones con la Santa Sede, del mismo modo a nivel cultural, la pérdida
patrimonial fue enorme e irreparable.
LA DESAMORTIZACIÓN DE MADOZ.
Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se vivió un nuevo proceso
desamortizador impulsado por Pascual Madoz, la Ley de Desamortización General de
1855. Supuso la última etapa desamortizadora y una nueva ruptura con la Iglesia tras el
Concordato de 1851. La ley como reza en su preámbulo: “una revolución fundamental en la
manera de ser la nación española, el golpe dado al deplorable régimen, y la forma y el resumen de la
generación política de nuestra patria.”
Se trataba de vender en pública subasta todos los bienes raíces amortizados que
no estuvieran en el mercado, es decir, vinculados a Iglesia (Censos y foros del clero,
órdenes militares, cofradías, obras pías, santuarios y beneficencia), Estado y
Municipios (bienes de propios). Se favorecía el pago en metálico, aunque siguió siendo
importante el realizado con títulos de
Deuda Pública.
El volumen de esta
desamortización duplicó a la de
Mendizábal y buscó sanear el fisco y
potenciar la expansión del ferrocarril.
(LEY DE FERROCARRIL DE 1855). Por
esta ley se regulaba e incentivaba la construcción de
líneas ferroviarias, con grandes ventajas fiscales y
subvenciones a las empresas constructoras. A su
vez se creo una ley de sociedades bancarias y crediticias en 1856, que provocó un crecimiento económico
exponencial, gracias a la llegada de capitales extranjeros a España.
Las consecuencias sociales de esta desamortización fueron muy negativas para los pueblos
a los que se le arrebataron los únicos medios de financiación que tenían en muchos casos, o
para atender a los más necesitados de la comunidad. Al igual que la desamortización de
Mendizábal esta supuso la quiebra de las relaciones entre España y la Santa Sede.
CAMBIOS AGRARIOS RESULTANTES.
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En primer lugar, los procesos desamortizadores supusieron la consolidación de la
propiedad privada e individual, uno de los principios liberales, en España.
En cuanto a la forma en que afectó a la distribución de la propiedad, el hispanista Herr
afirma que la desamortización no supuso una modificación fundamental en la estructura de
una propiedad que, aunque cambió de manos, en general ni se concentró ni se dispersó.
Aunque claro está, se consolidó el latifundio. Por eso, Herr considera que el impacto más
fuerte de la desamortización se debe buscar en el plano económico, pues puso en cultivo
extensiones de tierra hasta entonces poco explotadas.
La superficie vendida se situó alrededor de los diez millones de hectáreas (20% del
territorio nacional y 40% de las tierras cultivables). Entre el 25 y el 33% del valor inmueble
español, apunta Herr.
Está claro que el paso de las tierras de manos muertas a propietarios privados
supondría una expansión del suelo en explotación. Los propietarios “institucionales”
(Iglesia, Estado, municipios) no eran dueños muy productivos, por el contrario, los
propietarios privados, que habían adquirido la tierra como inversión, aplican criterios más
racionales, lo que aumenta la eficacia de las explotaciones. De todos modos, apunta
Tortella, que medidas como la supresión de la Mesta, la abolición del diezmo y las mejoras
en estructura e infraestructura, seguramente ayudaron más a la expansión agraria que la
Desamortización.
La desamortización favoreció a la clase más alta, a la que pertenecía la mayoría de
los tenedores de Deuda Pública. Así que los beneficiarios de estos procesos fueron las
clases burguesas y una nobleza cuyas propiedades se desvincularon, pero no se
expropiaron.
Las víctimas del proceso fueron Iglesia y municipios, seguidos del campesinado más
pobre, en muchos casos un auténtico proletariado agrícola. Los primeros, claro está,
porque fueron privados de las tierras expropiadas, los segundos porque hasta entonces se
habían beneficiado del uso de la propiedad comunal.
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CRÍTICA Y ALTERNATIVA DE FLÓREZ ESTRADA A LA DESAMORTIZACIÓN
DE MENDIZÁBAL
El Estado, sin que se pueda decir cosa en contra, cumple, igualmente que pagando de una
vez toda su deuda, pagando el interés correspondiente. Sentados estos antecedentes, la
cuestión que hay que resolver es la siguiente: ¿el gobierno debe pagar de una vez toda su
deuda dando fincas en lugar de dinero, o convendrá que arriende en enfiteusis todas estas
fincas y reparta su renta entre los acreedores? Hacer ver que el segundo método es el único
justo, el único compatible con la prosperidad futura de nuestra industria, el único
conveniente a los intereses de los acreedores, el único popular, y, por consiguiente,
ventajoso al sostén del trono de Isabel II, el único que no perjudica a la clase propietaria,
el único, en fin, por cuyo medio se puede mejorar la suerte de la desgraciada clase
proletaria desatendida en todas épocas y por todos los gobiernos, es lo que me propongo
hacer ver. . .
¿Qué problema tiene económico tiene el Estado español?
¿Qué alternativa plantea Flórez Estrada a la desamortización?
¿Qué razones da?
Con el plan de venta, todas las clases de la sociedad quedan altamente perjudicadas […].
En cambio, con el sistema enfitéutico, todas las familias de la clase proletaria serían
dueñas del dominio útil de la tierra que cultivasen, y, por consiguiente, interesadas en
sostener las reformas y el trono de Isabel II, pues en ellas verían cifrado su bienestar. Por
el contrario, el sistema de vender las fincas, hará la suerte de esta numerosa clase más
desgraciada, les hará odiosa la reforma y el orden existente de cosas […]. Los arriendos
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de bienes pertenecientes a conventos y a familias de la antigua nobleza eran generalmente
los más equitativos por el hecho mismo del mucho tiempo que había transcurrido desde
su otorgamiento; los nuevos compradores de fincas pertenecientes a conventos por lo
general han subido la renta. […]. Esta subida de la renta, que infaliblemente tendrá
lugar, hará que los pueblos detesten las nuevas reformas por las que se traspasan a otras
manos los bienes, por los que cuando pertenecían a los conventos pagaban un canon
mucho más moderado.
¿Qué ventajas económicas y sociales tiene el sistema enfitéutico?
¿Qué problemas acarrea la desamortización?
La enfiteusis es un sistema que, creando a favor del colono una casi propiedad, forma una
clase de individuos tan industriosos y tan ricos como si fuesen propietarios. Este solo
sistema es el que, inspirando al labrador una completa confianza, le estimula a cultivar
la tierra ajena como si fuera propia.
¿Será posible que nuestro gobierno, a costa de tan graves inconvenientes, se desentienda
de abrazar la única medida capaz de sacar adelante a la clase numerosa de la sociedad
del estado de abyección y de miseria en que se halla?
CONCLUSIÓN.
Para terminar, podemos concluir que estos procesos desamortizadores
consolidaron el régimen liberal, apoyándose en las clases más ricas, como la burguesía. Los
beneficios económicos fueron menos de los esperados. Se aumentó la tensión entre
distintos grupos sociales al fomentar el anticlericalismo y aumentar el número de jornaleros
agrícolas, que quedaron en manos de señoritos y caciques. Para colmo, la burguesía no
explotó las tierras tan bien como se presuponía y se desviaron importantes capitales que no
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fueron a parar a la industrialización, por lo que la economía española no mejoró
considerablemente. Por último, recordemos también, que este hecho supuso una
importante pérdida de nuestro patrimonio cultural, pues se deterioraron o perdieron
edificios históricos, y un gran número de obras de arte se dispersaron inevitablemente.
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Se calcula para 1834 una población de 14 millones de españoles; donde se advierte un mayor
crecimiento fue en Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia y Málaga. Con los planes de ensanche para acoger
a la inmigración se inició en esta época una remodelación urbana. La emigración del campo a la ciudad es
un fenómeno que se inició durante el Antiguo Régimen, pero que se acentúa ahora por las transformaciones
de la propiedad agraria. En el caso español la población urbana pasó del 10% en 1836, al 16,6% en
1900. Los principales focos de atracción fueron Cataluña y el País Vasco y Madrid, como centro
administrativo. Este hecho cambiará la morfología de las ciudades, creándose ensanches, como ya hemos
dicho, así como otros cambios relacionados con los nuevos modos de vida: alcantarillado, alumbrado,
ferrocarril, etc.
Otro problema crónico de la demografía española del siglo XIX fue el problema migratorio. A
comienzos del siglo XIX la emigración se limitaba a las colonias españolas, pero desde mediados del siglo
XIX, la extrema pobreza de regiones como Asturias, Galicia, Cantabria o Canarias provocó una
emigración masiva hacia Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba o México. Otras áreas como Almería o
Murcia tendrán una emigración constante a Argelia o Túnez, mientras que los catalanes emigrarán
fundamentalmente a Cuba, atraídos por la industria del ron.
El lento crecimiento de la población española a lo largo del siglo XIX determinaría nuestra
estructura económica. Por un lado, no se produjo un trasvase efectivo de la población del campo a la ciudad
—con lo cual no existía una base de obreros abundante que ayudara a poner en marcha la revolución
industrial—, y por otro lado la pobreza generalizada del español del siglo XIX hacía que demandara
pocos productos industrializados. El porcentaje de población ocupada en el sector primario en el siglo XIX
era del 64%, en el sector secundario en torno al 18-20%, aumentando el terciario en las últimas décadas
del siglo.
EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN. CARENCIAS Y REALIZACIONES
LA INDUSTRIA TEXTIL ALGODONERA
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Las condiciones de partida de España para el desarrollo de la industria algodonera no eran
buenas, siendo uno de nuestros grandes inconvenientes la escasez y mala calidad del carbón localizado en el
norte, por lo que Cataluña estaba bastante alejada de los centros productores de hulla. A esta situación
debemos sumar la desaparición de la demanda colonial tras la pérdida de las colonias y la exigua demanda
interior motivada por el estancamiento demográfico y la pobreza generalizada. La industria textil
algodonera catalana creció a lo largo del siglo XIX, aunque fue siempre a rastras de la algodonera inglesa,
con una tecnología más atrasada y unos productos de peor calidad y con precios más elevados, por lo que
nunca pudo competir con ella; porcentualmente sólo representaba un 10% de la industria británica.
Las causas de su desarrollo se han de buscar en el
adelanto relativo de Cataluña en comparación con el resto del
país, y en la protección arancelaria. El Principado Catalán
manifestó desde mediados del siglo XVIII una importante
vitalidad demográfica acompañada de una intensa actividad
comercial, favoreciendo ambas la acumulación de capital y una
oferta de mano de obra barata para el nacimiento de un
pequeño núcleo textil algodonero. Durante el siglo XIX esta
industria creció basándose en el abastecimiento del mercado nacional garantizado por los aranceles a los
productos británicos, y en las últimas décadas gracias al monopolio del mercado antillano.
Veamos su evolución: en Cataluña se creó una versión de la hiladora Jenny llamada bergadana; a
principios de siglo se importó la mule de Crompton —una máquina que resultaba de la fusión de la Jenny
de Hargreaves y la frame de Arkwright—. En el año 1802 se dictaron medidas proteccionistas que
impidieron la entrada de algodón hilado a España. Aunque esta medida fue positiva supuso, la Guerra de
Independencia supuso un freno a la industrialización catalana. Tras el parón que supuso el absolutismo de
Fernando VII, fue en la década de 1830 cuando se empezó a utilizar en Barcelona el vapor en el proceso
de hilado, fenómeno que recibía el nombre de Bonaplata. En la década de 1840, una vez concluida la
guerra carlista, comenzaron a introducirse los primeros telares automáticos llamados selfactinas (el nombre
venía de self-acting machine), este desarrollo se vio entorpecido por la resistencia obrera a la sustitución de
hombres por máquinas, ocasionando un severo conflicto en julio de 1854. Sin embargo, la industria
continuó creciendo y en 1855 se registró el año de mayor crecimiento de la industria textil algodonera. A
pesar de ello, la industria catalana presentaba graves contradicciones. En 1861 los husos mecánicos habían
sustituido a los manuales, pero, sin embargo, el 50% de los tallares seguían siendo manuales.
La política progresista de 1854-1856 abrió nuevos campos de inversión —los ferrocarriles y las
tierras desamortizadas— para la exigua clase burguesa española; esta situación, unida a la depresión
económica de 1857-1858, el "hambre del algodón" causada por la guerra de Secesión en Estados Unidos
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(1861-1865), y la depresión de 1865-1868, provocaron un freno en el desarrollo textil. A partir de 1868,
aproximadamente, tuvo lugar un proceso de recuperación que duró unos quince años. La crisis de 1882-
1884 afectó gravemente a la estructura económica de Cataluña, y en particular a su sistema bancario. Esta
crisis dio lugar a un manifiesto en defensa de los intereses de Cataluña llamado Memorial de Greuges o
Memorial de los Agravios titulado Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña,
fechado en 1885 y dirigido al rey Alfonso XII a la antigua usanza de las Cortes Catalanas.
Se pensaba que la solución a la crisis, y en particular a la de la industria algodonera, sólo podía
venir por vía legislativa. A partir de esos años la industria textil algodonera recibió una nueva ayuda con la
Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882, que, en conjunción con el arancel de 1891,
estableció el librecambio para las exportaciones españolas a Cuba y Puerto Rico y el proteccionismo para las
importaciones a las colonias y a España. Con esto la producción volvió a crecer rápidamente en los últimos
años del siglo. La pérdida de las colonias con la Guerra de Cuba (1895-1898) no provocó el fin de las
exportaciones, pues la depreciación de la peseta y las relaciones comerciales con las ex colonias y otros países
hispanoamericanos y del Mediterráneo oriental mantuvieron altas las exportaciones. El estancamiento
definitivo de esta industria se registró durante la primera década del siglo XX. Las causas de estos
problemas económicos tenían que ver con la escasez de carbón (hasta 1892 no llegó la hulla asturiana al
puerto de Barcelona), pero sobre todo a la escasa vertebración del mercado español y la reducida capacidad
de consumo de la demanda interna.
A pesar de estos problemas, la industria catalana consiguió copar el mercado español gracias a las
redes de distribución creadas por los viajantes.
LA MINERÍA
Entre 1874 y 1914, se produjo la explotación masiva de los yacimientos mineros del subsuelo
español. La explotación de estos recursos fue tardía en comparación con Europa. Las principales razones
eran el escaso desarrollo industrial, la falta de capitales, de inversión y el excesivo intervencionismo estatal.
El cambio fundamental fue la aprobación de la Ley de Minas de 1868. Esta ley permitió la
liberalización de este sector y el arrendamiento de las principales minas del país a compañías extranjeras.
La importancia del sector queda reflejada en el volumen de las exportaciones entre 1899 y 1908, cuando
alcanzó hasta un 1/3 de todas las materias exportadas.
LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA
Según la teoría de localización económica, la industria siderúrgica debe situarse cerca de las fuentes
de carbón de coque. En España se sitúa cerca del hierro porque carece de yacimientos de coque, por lo que
en principio estamos ante una industria no competitiva.
En la primera etapa del desarrollo de la siderurgia española su ubicación fue Andalucía. Los primeros
altos hornos se construyeron en Málaga ya que tenía abundantes recursos ferrosos —a manos de la empresa
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La Constancia en 1826, financiada por Manuel Agustín Heredia, exportador de aceite y vino y promotor
del Banco de Málaga—. En Sevilla se creó la sociedad El Pedroso para explotar los yacimientos de hierro
de Cazalla de la Sierra. La primera guerra carlista puso fuera de juego las ferrerías vizcaínas, y al calor de
las circunstancias se fundó una segunda compañía siderúrgica en Málaga, la empresa El Ángel. El
hándicap andaluz era el coste del carbón vegetal que poseía un precio muy elevado, por lo que a partir de
1860 la hegemonía andaluza comenzó a declinar ante la competencia asturiana.
La segunda etapa de esta industria es de
localización mucho más racional: fue realizada en
Asturias, situada al lado de las cuencas carboníferas
de hulla en Mieres y Langreo. En esta fase
destacaron dos fábricas, la de Mieres y la de
Felguera. La fábrica de Mieres fue instalada en 1848 y estuvo siempre en manos extranjeras, primero
inglesas y luego francesas. La Felguera fue una empresa nacional, perteneció a la Sociedad Pedro Duro y
Compañía. El éxito de esta industria fue inmediato, copando el 46% del mercado español en 1868.
La última etapa de la industria siderúrgica fue la siderurgia vizcaína. Los problemas de
transporte y de combustible habían mantenido a las ferrerías vizcaínas en una situación de subdesarrollo
hasta mediados del siglo XIX. La primera sociedad anónima con métodos modernos nació en 1841 en
Begoña. Otra importante empresa fue la de la familia Ybarra, que fue ampliándose hasta formar Ybarra y
Compañía. Sin embargo, la siderurgia vizcaína no inició su gran desarrollo hasta la Restauración
Borbónica gracias a un cambio en el sistema de producción de acero que permitió el consumo de hierro vasco,
el cual se exportaba a Inglaterra y en cuyos mismos fletes llegaban abundantes cantidades de coque que se
utilizaba en la siderurgia vizcaína como fuente de energía. A mediados de la década de 1880 se modernizó
al introducir el convertidor Bessemer y poco después los hornos Siemens-Martin y Thomas. La siderurgia
vizcaína estuvo en manos de tres grandes empresas. En 1882, Ybarra y Compañía se convirtió en la
sociedad anónima Altos Hornos de Hierro y Acero, que combinaba capital y directivos catalanes y vascos.
En ese mismo año se fundó La Vizcaya y en 1888 Iberia; estas tres empresas se fusionaron en 1902
formando los Altos Hornos de Vizcaya. El crecimiento de la industria siderúrgica fue espectacular, pero
aun así en 1900 la producción española era inferior a la inglesa, que había sido superada, a la vez, por
Alemania.
EL FERROCARRIL. OTROS MEDIOS DE TRANSPORTE
En cuanto al ferrocarril, la primera línea Barcelona-Mataró fue inaugurada en 1848, y la línea
Madrid-Aranjuez pudo inaugurarse en 1851. La construcción y la explotación de los ferrocarriles se dejó a
la iniciativa privada mediante la Ley de Ferrocarriles de 1855, que establecía facilidades para su
construcción y auxilios por parte del Gobierno para favorecer la rápida construcción de la red. La primera
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gran expansión se produjo entre los años 1855 y 1866. Durante este periodo se crearon 5108 kms de
vías, estableciéndose entre otras líneas: Madrid-Alicante en 1858, o Sevilla-Cádiz en 1861. En el año
1866 se produjo un hundimiento de la Bolsa y se paralizó la construcción de ferrocarriles.
En el año 1873, se completó casi todo el trazado ferroviario español. En 1876 la red ascendía a
6.000 km, y entre 1876 y 1895 llegó casi a
duplicarse. El objetivo de la Ley de 1877 era
paliar los desequilibrios impulsando el tendido de
líneas transversales y periféricas. Se incluyen los
ferrocarriles de vía estrecha al servicio de la
comunicación comarcal de viajeros, entre otros
fines. Así se completó el oligopolio entre la
Compañía del Norte y la MZA. La inversión
de capital extranjero, especialmente francés, en la
construcción de la red se mantuvo superior al
capital nacional; la aportación extrajera era del 60%.
Jordi Nadal, en su obra El fracaso de la revolución industrial en España, 1814–1913 (2009),
considera que el impacto del ferrocarril en la economía española fue muy grande: por un lado, como
consumidor e impulsor de la industria metalúrgica, hullera, maderera y la específica de material ferroviario,
y por otro lado como productor de una nueva oferta de transporte de mercancías que rápidamente se revelará
sin competencia y dinamizará el intercambio. Una de sus manifestaciones fue la desaparición de las
diferencias regionales de precios agrícolas. Hasta 1900 su principal cliente fueron las mercancías del sector
agrario, de hecho, el ferrocarril fue decisivo en la gran expansión de la producción vinícola de los años
ochenta. La plantilla fija no fue numerosa: el personal cualificado, ingenieros y administradores, llegaron de
Bélgica, Francia e Inglaterra; se contrataron in situ labradores en paro forzosos.
LIMITACIONES EFECTOS POSITIVOS
Creación de una estructura ferroviaria Promovió el intercambio de mercancías y personas.
radial, con la que consolidar un estado Además, redujo los costes.
centralizado
Escaso beneficio para los constructores de Favoreció el sector vitivinícola y el minero, ya que
ferrocarril. La escasa industrialización permitía la exportación de estos materiales.
provocó la escasez del transporte de
mercancías. Este hecho provocó la
quiebra de muchas compañías.
Escaso estímulo de la industria Contribuyó a la creación de un mercado interior.
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siderúrgica nacional, por la importación Estimuló especialmente a los productores
de materiales extranjeros. cerealísticos y a la industria textil.
Establecimiento del ancho de vía español.
Esta decisión provocó el aislamiento de
España y la dificultad de intercambios con
otros países europeos.
Por otro lado, la navegación a vapor tuvo escasa importancia, a partir de 1870 fue impulsada
desde el País Vasco, dónde se crearon los Astilleros de Nervión. Finalmente, en el siglo XIX se modernizó
el servicio de Correos y se inició la telegrafía eléctrica (1854).
OTRAS INDUSTRIAS
Industria harinera. Era una industria auxiliar de la agricultura; tenía un gran tamaño y un
mercado muy amplio, aunque mostraba un fuerte estancamiento tecnológico.
Industria vitivinícola. Estaba repartida por casi toda la geografía peninsular, concentrándose
especialmente en Andalucía y Cataluña como zonas exportadoras. La especialidad de Cataluña
era la exportación de vinos y licores a América, aunque también exportó vino a Francia. Los
vinos andaluces, de Málaga y Jerez, se exportaban sobre todo a Inglaterra. El capital extranjero
vino a instalarse en España para organizar la exportación a sus respectivos países de origen —es
el caso de las familias inglesas Terry y Byass, y de la familia francesa Domecq—. El problema
más grave de la industria vitivinícola fue la plaga de la filoxera que atacó los viñedos europeos en
el último tercio del siglo XIX; afectó a Francia antes que, a España, lo cual produjo un decenio
de prosperidad entre 1875-1885, seguido de otro decenio de crisis.
Industria corchera. Localizada en Gerona, es una industria auxiliar de la vinícola, y utiliza como
materia prima la corteza del alcornoque. La caída de las exportaciones de corcho coincide con la
crisis de la filoxera francesa y española, pues alimentaba a ambos mercados.
Industria lanera. Esta industria había tenido dos centros tradicionales: Castilla la Vieja y
Cataluña. Castilla la Vieja disfrutaba de la ventaja de ser una zona productora de lana de
primera calidad (lana de oveja merina), pero su desventaja residía en el aislamiento económico, por
ello su producción se limitó a mercados locales. En Cataluña, el desarrollo de la industria
algodonera estimuló la lanera al utilizar los mismos factores productivos. Sabadell, Tarrasa y
Barcelona fueron los principales centros de esta industria lanera, produciendo géneros al estilo inglés
y alemán. Utilizaban como materia prima la lana castellana, sajona, australiana y argentina.
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Industria sedera. Se trataba de una industria muy tradicional en Valencia y Murcia. A lo largo
del siglo tendió a concentrarse en Barcelona, posiblemente por la extensión del naranjo a expensas
de la morera en Valencia y Murcia.
Industria del gas. Barcelona tuvo iluminadas sus calles con gas desde 1826. Hacia 1850 había
una docena de fábricas de gas localizadas principalmente en las grandes ciudades.
Industria química. Era una industria complementaria de otras —de la textil, de las de
perfumería y de la industria minera— mediante la fabricación de explosivos, aunque no
alimentaba a la agricultura como en otros países desarrollados. Se localiza en Barcelona, donde
estaba relacionada con la textil. La más importante fue la Sociedad Anónima Cros.
Industria mecánica y metalúrgica. Fue de pequeño tamaño y producía maquinaria para otras
industrias, material naval y ferroviario, pero su importancia económica durante este siglo fue muy
reducida.
La industria tipográfica y editorial se centró en Madrid, dónde tendrán mucha importancia y de
ella surgirá el PSOE.
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exponencial. Desde 1871 se crearon gran cantidad de sociedad mineras y a finales de siglo esta región era la
principal exportadora de hierro de Europa.
Las políticas proteccionistas culminaron en la Restauración. La principal entidad proteccionista
fue Fomento del Trabajo Nacional con sede en Barcelona. Los industriales catalanes y los grandes
cultivadores de cereal castellano, y los mineros asturianos fueron los principales sostenes de las políticas
proteccionistas. Desde 1870 el proteccionismo fue la política económica, casi exclusiva de todos los gobiernos
hasta bien entrado el siglo XX.
«De 1834 a 1841, a pesar de la guerra carlista, España dio un paso decisivo hacia la
economía de mercado. Paralelamente surgió en Cataluña una nueva generación de
industriales decidida a aprovechar la ocasión propicia. Un despliegue cada día más
nutrido de algodoneros se dispone a la conquista del consumo español. Contando con
unas instalaciones que ahora se modernizan rápidamente, la joven promoción de
fabricantes saca provecho del proteccionismo – a veces prohibicionismo puro y simple –
que ha sabido imponer desde Madrid. Los avances son espectaculares: 8.387 toneladas de
algodón en rama importadas en 1840, 15.271 en 1850, 21.207 en 1860. Esta última cifra,
que es 6,2 veces superior a la de 1834, ya sitúa la fabricación algodonera catalana en un
lugar importante dentro de Europa, por delante de los correspondientes a Bélgica e Italia,
por ejemplo. El éxito se debe tanto a un proceso de sustitución de importaciones (descenso
de los artículos ingleses y franceses) como a la sumisión del resto del textil español, sobre
todo del lino. (…) De 1861 a 1913 la industria sigue su marcha ascendente, aunque a un
ritmo no tan vivo».
Jordi Nadal: «Moler, tejer y fundir. Estudios de historia industrial». Barcelona, Ariel,
1992
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de América, y la I Guerra Carlista. La situación era insostenible, por lo que hubo que recurrir a
empréstitos, y a la desamortización.
El segundo intento de reforma fue el
llevado a cabo por Mon-Santillán en 1845. El
principal objetivo era aumentar la recaudación del
Estado, quitando todas las exenciones a los
privilegiados. Se simplificó todo el sistema
impositivo español y se crearon dos impuestos la
contribución industrial y la territorial. Además, se
creó un impuesto a los consumos. A pesar de estos
intento el estado español fue incapaz de generar más
ingresos, sobre todo a causa del constante fraude
fiscal.
Entre 1850-1890, el 27% de los gastos del Estado se destinaban al pago de los intereses de la
deuda. La poca capacidad para generar beneficios del estado provocó la incapacidad para financiarse en
mercados internacionales, así como la creación de un modelo económico dependiente del exterior.
Finalmente, el sector bancario y monetario también sufrió importantes cambios. Con respecto a las
reformas monetarias se realizaron dos: una en 1848, en la que el real se instituyó como unidad monetaria
básica. En 1864, el escudo fue la moneda de cambio elegida pro las autoridades españolas, y en 1868 se
creó la peseta.
Con respecto al sector bancario público, en 1782 se había creado el Banco de San Carlos, pero en 1829
había dado en bancarrota, tras el fracaso de los vales reales, por lo que se creó un nuevo banco estatal, el
Banco Español de San Fernando. Hasta el año 1856, no se crearía el actual Banco de España. En ese
mismo año se aprobaría la ley de Bancos, con la que se modernizaría todo el sistema bancario español. Al
igual que sucedería en Europa, la génesis del sector bancario está unida a la industrialización. En este caso
los dos principales bancos que surgirán será el Banco de Bilbao (1856) y el Banco de Vizcaya (1902).
El siglo XIX fue el siglo que registró el fracaso de la industrialización en España, y fue el fracaso
de una serie de intentos —tanto públicos como privados— por conseguir industrializar nuestro país. Desde
entonces, junto con Rusia e Italia, España formó parte del grupo de rezagados frente a los países de la
Europa noroccidental y Estados Unidos. Intentos hubo muchos, por una parte, tenemos los esfuerzos
privados de la clase empresarial catalana por crear una base industrial en el principado, y por otra parte
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están los intentos del partido progresista por sentar las bases políticas y legislativas de una sociedad
moderna, es decir, industrializada. No obstante, ninguno de estos intentos fue totalmente estéril, de hecho,
Barcelona desarrolló una notable industria, y el país llevó a cabo la desamortización y la construcción
ferroviaria, que fueron necesarias para nuestro desarrollo económico.
Las causas que explican este fracaso son varias: una de ellas es el retraso de la revolución
demográfica española comparado con otros países de la Europa occidental —un mayor aumento de la
población hubiese aportado una mano de obra barata para la industria—, otra es que tampoco hubo una
auténtica revolución agrícola que demandase productos industriales —pues como hemos explicado la
agricultura aumentó la producción pero por un aumento de la tierra cultivable, no por un desarrollo
tecnológico—, además la red de transporte española era completamente ineficaz —obsoletos caminos de
tierra, ausencia de navegación fluvial y tardío desarrollo del ferrocarril—, la escasa vertebración interior de
nuestro país ( hasta el año 1829 no se estableció un Código de Comercio, en 1849 se implantó el sistema
métrico decimal, y en 1868 se creó la peseta como moneda), la falta de capacidad adquisitiva y de demanda
interna y para finalizar hay que ser consciente de que en nuestro país tampoco hubo una revolución
tecnológica como consecuencia de la carencia de capitales y del bajo nivel cultural (teníamos un 80% de
analfabetos en 1860 cuando en Francia sólo había un 30%).
EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO
Jordi Nadal, economista e historiador español, discípulo de Jaume Vicens Vives y considerada
autoridad en la historia del proceso de industrialización en España, analiza las causas del fracaso de
nuestro intento de industrializar el país. En su obra hace referencia a los siguientes factores: el fracaso de las
desamortizaciones —del suelo y del subsuelo— que malograron las bases naturales (agrícola y minera) en
que se debía haber asentado la revolución industrial; los apuros de la Hacienda, perpetuados por los vicios
del sistema político, culpables de restringir el mercado de capitales para la industria y de imponer una
infraestructura (red ferroviaria) inadecuada; la inadaptación del sistema político y social a las nuevas
realidades económicas planteadas tras la pérdida de las posesiones continentales en América; el
estancamiento del sector energético y tradicionalismo del sector agrario, sin ayudarse mutuamente; el
despilfarro de recursos propios e hinchazón de las importaciones, con desequilibrio de la balanza comercial.
En resumen, falta de coordinación y de integración de los principales sectores.
El especialista en historia agraria, Ramón Garrabou Segura, ha estudiado el desarrollo del
capitalismo y de la industrialización como un fenómeno vinculado al desarrollo de la agricultura. Para que
la industrialización tenga lugar tiene que haberse dado previamente un aumento de la producción y una
mejora de la productividad —para alimentar a la población urbana y liberar mano de obra campesina que
pueda trabajar en la industria—, la concentración de la tierra en pocas manos, la sustitución de la
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agricultura de auto consumo por una agricultura comercial, y la acumulación de capitales que puedan ser
reinvertidos en la agricultura o ser canalizados hacia otros sectores productivos.
Para Miguel Artola Gallego, miembro de la Real Academia de la Historia, en cambio, las causas
del subdesarrollo serían la carencia de capitales, la limitación del crecimiento demográfico, los costos elevados
del transporte terrestre, los insuficientes recursos energéticos y el bajo nivel cultural.
Sectorialmente a la industria textil algodonera se le ha reprochado haber crecido a costa del
consumidor español. Debido al proteccionismo y al amparo legislativo las industrias algodoneras pudieron
vender su producto a precios más baratos que los de la competencia, por lo que los consumidores salieron
perjudicados y también los contribuyentes debidos los altos aranceles —recaudaban menos impuestos a causa
del contrabando y de la menor importación—. Además, tras el arancel Figuerola de 1869, que
desmantelaba las barreras arancelarias, los algodoneros hicieron causa común con el sector cerealista
castellano, al que se unieron más adelante los siderúrgicos vascos durante la Restauración Borbónica hasta
hacer un bloque proteccionista invencible frente a los librecambistas andaluces y madrileños. En ese contexto
obtuvieron el alto arancel de 1891, decretado por Cánovas del Castillo. El problema del proteccionismo
reside en que desacelera el crecimiento económico nacional porque los factores productivos se concentran en
sectores no competitivos internacionalmente. Sin embargo, en el lado positivo la industria algodonera alivió el
déficit de la balanza comercial, constituyó la columna vertebral de la industrialización de Cataluña
estimulando el desarrollo de otras industrias, y absorbió un considerable flujo migratorio.
A nivel también sectorial, una de las tópicas razones que explican el relativo atraso de nuestra
industria siderúrgica es la exención arancelaria que se dio a la importación de material ferroviario mediante
la Ley de Ferrocarriles de 1855. No obstante, si se hubiera obligado a los constructores de ferrocarriles a
consumir hierros nacionales, evidentemente la siderurgia nacional hubiese sido mayor. Lo que no está tan
claro es si los fabricantes hubiesen podido hacer frente a esa demanda y a qué precios, lo que pudo haber
frenado la construcción ferroviaria que por otro lado fue básica en el desarrollo de la economía española
decimonónica. Otra causa del retraso, en comparación con la siderurgia británica, es el atraso de la
agricultura, ya que éste es el sector que más demanda productos siderúrgicos.
LA NUEVA SOCIEDAD DE CLASES
LAS ÉLITES
La élite económica.
La élite de la sociedad española decimonónica es la simbiosis entre la antigua alta
nobleza y los nuevos grupos burgueses. La nobleza, aunque perdió sus privilegios conservó
su riqueza, sus propiedades y su influencia en la corte y los círculos de poder. Tanto las
desamortizaciones, como la venta o alquiler de minas o la inversión en deuda pública,
hicieron aún más ricos a estas familias. Por el contrario, la burguesía ansiaba el
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ennoblecimiento como como medio mostrar el culmen de su ascenso social. La oligarquía
resultante monopolizó el poder económico, cultural, social y político durante buena parte
del siglo.
La alta burguesía. La burguesía española tuvo unas características muy específicas con
respecto a las existentes en otros países europeos. Más que dedicarse a la innovación
industrial, se dedicaban a arrendar tierras, al comercio y a obtener contratas de servicios
públicos. Uno de los principales negocios a los que se dedicaron fue a la compra de Deuda
Pública, e inversores en Bolsa. También fueron muy beneficiados por la desamortización
con la obtuvieron tierras y convertirse en rentistas.
La burguesía industrial. Se ubicaba preferentemente en el País Vasco y Cataluña. Su
papel dentro de la creación del estado liberal fue secundario y el principal papel obtener
medidas proteccionistas por parte de este. Para ello fue fundamental su alianza con las
oligarquías agrarias.
Las clases medias. Las clases medias en España eran más escasas que en el resto de
países europeos. Su porcentaje no llegaba al 15% de la población. Dentro de este grupo se
encontraban las profesiones liberales y los funcionarios. No tenían derecho a votar en las
constituciones censitarias, pero solían ser un grupo muy conservador. Más tarde, en el
Sexenio de este grupo surgirán intelectuales demócratas y republicanos.
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Las condiciones de vida eran infrahumanas, con jornadas laborales extenuantes,
únicamente se cobraba los días trabajados y no existía ningún tipo de protección social. A
partir de este momento comenzaron a proliferar los suburbios industriales.
Los grupos marginados. Como consecuencia de una sociedad sin ningún tipo de asistencia
por parte del Estado, casi todas las personas con minusvalía psíquica o física, enfermos
graves, personas ancianas, huérfanos o viudas solían vivir caer en la pobreza extrema.
Especialmente grave era la situación de las mujeres. En el censo de 1860, 263.000
personas eran pobres de solemnidad y el 68% eran mujeres.
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produjo una ola de manifestaciones y ocupaciones de tierras. A estos problemas se les unió
una serie de años de malas cosechas continuadas. La respuesta del campesinado fue la
quema de cosechas y la matanza de ganado, junto con las ocupaciones de tierra y la
quema de registros notariales. Tras la desamortización de Madoz, los problemas
aumentaron, por lo que los movimientos campesinos tuvieron que ser reprimidos por la
Guardia Civil, especialmente dramática fue la situación en el Arahal, Loja y Utrera.
Durante el Sexenio llegaron a España las ideas de socialismo utópico. Joaquín Abreu un
fourierista gaditano defendió la creación de falansterios. El utopismo tuvo mucho arraigo
en Barcelona con los sansimonianos, Monlau, Terradas y Monturiol. En Madrid el
núcleo principal estuvo compuesto por los intelectuales Fernando Garrido, Sixto Cámara
y Ramón de la Sagra.
En 1868 llegó a España Fanelli. Propagó las ideas de la AIT fundamentalmente las
anarquistas, por Madrid y Barcelona. Dos años después se celebró el primer congreso de
la Federación Regional Española, llegando hasta los 30.000 afiliados. En el Congreso se
trataron varios temas entre los que se encontraban la creación de secciones y federaciones
de oficios, así finar su postura hacia el Estado. Finalmente se optó por el apoliticismo y
por la acción social directa.
Aunque la FRE, tuvo su punto álgido durante la I República, en los años siguientes
entró en un rápido declive, hasta su disolución en 1872 en Zaragoza.
En 1871 llegó a Madrid Paul Lafargue, creando un grupo de marxistas en la capital.
Dentro de este grupo destacará Pablo Iglesias. En 1872 se fundará la Nueva Federación
Madrileña, en 1879 se transformó en Agrupación Socialista Madrileña, germen del
futuro PSOE. Mientras tanto el anarquismo tendrá importancia dentro del movimiento
cantonal. En Alcoy se declarará una huelga general, pero no fue un movimiento general
en toda España. En 1874 el general Serrano disolverá la Internacional en España.
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7. ¿Quién era Juan Álvarez de Mendizábal?
8. ¿En qué año se produjo la desamortización de Mendizábal? ¿Durante qué reinado?
9. ¿Quién se vio afectado por la desamortización de Mendizábal?
10. ¿Qué objetivos se pretendían con la desamortización de Mendizábal?
11. ¿Cuáles fueron los resultados de este proceso desamortizador?
12. ¿Por qué durante la década moderada no se produjeron desamortizaciones?
13. ¿En qué año se produjo la desamortización de Madoz? ¿Quién gobernaba en ese momento?
14. ¿Quién era Pascual Madoz?
15. ¿Quién se vio afectado por la desamortización de Pascual Madoz?
16. ¿Cuál era el destino del dinero obtenido de este proceso desamortizador?
17. ¿Qué es un bono del Estado?
18. ¿Cuáles fueron los resultados de la desamortización de Madoz?
19. Explica los resultados del proceso desamortizador desde el punto de vista económico.
20. Explica los resultados del proceso desamortizador desde el punto de vista social.
21. Explica los resultados del proceso desamortizador desde el punto de vista político.
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