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EL MONASTERIO DE SAN MILLçN

Y LA DESAMORTIZACIîN

Gonzalo Capell‡n de Miguel*

Corr’a el a–o de 1863 y los Monasterios de Suso y Yuso se encontraban sumidos en


el m‡s lamentable de los abandonos. La situaci—n parece haber sido tan deplorable que
la propia conservaci—n de ambos monumentos corr’a un grave peligro. Fue ante esta cir-
cunstancia que Francisco Navarro Villoslada (Viana, 1818-1895) tom— la iniciativa de
emprender una campa–a en defensa del Monasterio de San Mill‡n. Su objeto, tal y como
el propio autor denuncia en los textos que reproducimos a continuaci—n, no era otro que
el de sensibilizar la opini—n pœblica desde la prensa. Especialmente se dirig’a su mensa-
je al Gobierno de Isabel II, a las autoridades provinciales y todos los representantes
pœblicos de La Rioja.

Para lograr ese objetivo Navarro Villoslada no se limita a una simple exhortaci—n
desde el peri—dico El Pensamiento Espa–ol. M‡s bien el autor recurri— a componer una
breve pieza de literatura hist—rica sobre San Mill‡n de la Cogolla, en la que pretend’a
demostrar tanto la importancia hist—rica como art’stica y religiosa del Monasterio. Algo
que no desentonaba en una persona como Navarro Villoslada, que fue considerado en la
Žpoca como Òel Walter Scott de las tradiciones bascasÓ, precisamente por su probada
maestr’a para cultivar la novela hist—rica1.

Pero si bien -en opini—n de Navarro Villoslada- la historia de San Mill‡n represen-
ta una brillante p‡gina del pasado espa–ol o bien los monasterios de Suso y Yuso cons-
tituyen un autŽntico patrimonio cultural, lo realmente importante es, sin duda, su valor
espiritual, religioso. Navarro Villoslada destac— en la Espa–a de Isabell II por su mili-
tancia en el partido llamado neocat—lico, primero, y en las filas carlistas tras la revolu-

* Instituto de Estudios Riojanos y Universidad del Pa’s Vasco.


1. VŽase a este respecto el art’culo de Francisco Blanco Garc’a ÒNavarro Villoslada como
novelista hist—ricoÓ, Euskal-Erria, t. XXIV (2), 1891, pp. 362-365. Existe un estudio monogr‡fi-
co de Carlos Mata Indurain, Francisco Navarro Villoslada y sus novelas hist—ricas. Pamplona,
1995.

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ci—n de 1868. Celoso defensor de los valores de la religi—n cat—lica y de los intereses de
la Iglesia, lleg— incluso a ser encarcelado, justamente por combatir la incautaci—n de los
bienes de la Iglesia que Ruiz Zorrilla hab’a decretado en 18692.

Los dos art’culos que bajo el t’tulo ÒEl Escorial de La RiojaÓ escribi— en 1863 se
insertan en esa l’nea de acci—n de Navarro Villoslada. Hay que tener en cuenta que desde
los a–os 30 (Mendizabal) la desamortizaci—n eclesi‡stica hab’a reanudado su camino en
Espa–a, reactivada de nuevo durante el bienio progresista (1854-1856) merced a la
acci—n del ministro Madoz. El monasterio de San Mill‡n y los terrenos colindantes no
fueron ajenos a esa venta masiva del patrimonio de la Iglesia, aunque en este caso la
insolvencia econ—mica del comprador acab— con la devoluci—n de ÒEl escorial de la
RiojaÓ al Gobierno. En sus manos, como denuncia Navarro Villoslada tras haber visita-
do el lugar, San Mill‡n se encontraba m’nimamente conservado gracias a la atenci—n dia-
ria que le dedica un pobre anciano piadoso. ƒsa es la situaci—n y el remedio correspon-
de buscarlo a las autoridades competentes. Navarro Villoslada difundi— el mensaje desde
uno de los peri—dicos madrile–os de mayor circulaci—n y fundado por Žl mismo, El
Pensamiento Espa–ol. D’as m‡s tarde, el Bolet’n Eclesi‡stico del Obispado de
Calahorra y la Calzada crey— conveniente completar la difusi—n del mensaje por tierras
riojanas ya que -como se puede leer en la cabecera del texto- es asunto de interŽs para
todos los riojanos3.

Casi ciento cuarenta a–os m‡s tarde nos parece interesante volver a publicar ese
texto, esta vez como documento hist—rico, ya que el prop—sito que inicialmente le dio su
raz—n de ser , la conservaci—n de San Mill‡n, est‡ hoy m‡s que asegurada. Desde luego
Navarro Villoslada se alegrar’a hoy de ver el efecto que, al correr del tiempo, ha tenido
su exhortaci—n, as’ como de lo certero de su juicio al considerar a San Mill‡n como
autŽntico ÒPatrimonio de la HumanidadÓ.

ARTêCULO I

No muchas leguas despues de su nacimiento, rompiendo el Ebro las monta–as can-


t‡bricas, llega raudo y caudaloso ‡ la magn’fica cuenca de la Rioja, dando vida ‡ ferac’-
simas campi–as de huertos, sotos vi–as y olivares, que bordan y enriquecen sus riberas.
Murallas de este amen’simo valle son, por un lado la espina dorsal de los Pirineos occi-
dentales que cruza las Asturias y se pierde en el Atl‡ntico; por el Norte, los estribos de
la gran cordillera piren‡ica que dividen ‡ çlava, Navarra y el Alto Aragon de varias pro-

2. Tomo el dato de Vicente Garmendia (ed.), Jaungoicoa eta foruac : el carlismo vasconava-
rro frente a la democracia espa–ola (1868-1872) : algunos folletos carlistas de la Žpoca (entre
ellos el titulado ÒLa Espa–a y Carlos VIIÓ de Navarro Villoslada). Bilbao, UPV/EHU, 1999, p. 22.
3. Apareci— en el nœm. 30, correspondiente al s‡bado 12 se setiembre de 1863 (3» Žpoca, tomo
V), pp. 261-271. De aqu’ hemos tomado el texto, que reproducimos conservando la ortograf’a ori-
ginal como podr‡ comprobar el lector.

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vincias castellanas, y por el opuesto lado, las sierras de la Bureba, Cameros y Soria,
ramificadas en el centro de Espa–a y costas de Levante y Mediodia. Contempladas ori-
llas del Ebro desde Rioja esta ultima cadena, el mayor eslabon que presenta es sin duda
el monte de San Lorenzo o San Llorente, como lo llaman los naturales de sus majestuo-
sas faldas, cubierto la mayor parte del a–o de nieves que en varios recuestos nunca del
todo lo abandonan.
Es el San Lorenzo Rey de los ‡speros y elevados montes Distercios Rocas enormes
de l’neas atrevidas, soberbias estratificaciones, troncos colosales, fuentes caudalosas que
d‡n or’gen a poderosos rios, bruscos rompimientos de valles inesperados, fieras que
todav’a disputan al hombre el dominio de la soledad, pompa y atributos son de la sobe-
ran’a que no puede negarse al San Lorenzo por su grandiosa mole.
A la falda septentrional, y abriendo paso ‡ uno de los perennes manantiales que bro-
tan de las entra–as de las rocas hay una hondonada que parece tŽrmino de peregrinacion
y non plus ultra del fatigado viajero. Penetrar en ella, subiendo desde los m‡rgenes del
Ebro es como tocar los l’mites del humano imperio : las bre–as que m‡s all‡ se levantan
son el reino de las aguilas y los javal’es, del silencio y del misterio, de la soledad y de
las nieblas.
Volver la vista atr‡s para contemplar el mundo civilizado, infunde al corazon copia
tal de sentimientos que no tienen los idiomas palabras con que expresarla : el desprecio
de las grandezas del hombre tan ruines en comparacion de las obras de Dios ; la voz de
la sociedad que nos llama y la voz de la soledad que nos atrae con misterioso encanto,
absorven de tal modo nuestro esp’ritu que los ojos carnales apenas transmiten al alma
reflejo alguno de las im‡genes exteriores ; pero en cambio, los ojos de la meditacion
todo lo alcanzan, todo lo divisan : nunca el hombre se ve mejor ‡ si mismo ; nunca mejor
al Hacedor Supremo.
A este valle desierto y fragos’sismo entonces, lleg— un hombre ‡ fines del siglo V,
no como viajero en pos de fugaces impresiones, ni como cazador cruzando r‡pido sel-
vas y torrentes en persecucion de las fieras ; lleg— para vivir en Žl, para sepultarse en Žl,
para morir en Žl ignorado de los hombres y solamente conocido de Dios. En el hueco de
una pe–a que se levanta al sol del Mediodia y en la falda de una monta–a llamada la
Cogolla hall— vivienda acomodada ‡ sus deseos. All’ labr— un altar, y sobre el altar puso
una cruz : era cuanto necesitaba para satisfacer las necesidades de su esp’ritu sencilla-
mente contemplativo : al piŽ de la pe–a labr— un huerto que regaba con el sudor de su
frente y con el manantial que brota de la roca : no necesitaba m‡s para sustento de su
cuerpo. As’ vivi— cerca de noventa a–os.
Este hombre, mancebo ‡ la saz—n, llam‡base Emiliano, y apenas era conocido fuera
de la comarca, fuera de su aldea : hoy todo el orbe le venera con el nombre de San Millan
de la Cogolla. A pesar suyo cundi— la fama de su austera penitencia de pastor en pastor,
de valle en valle, y la pe–a de la Cogolla se pobl— de imitadores y disc’pulos de Millan,
y lo que es m‡s, de piados’simas mujeres que, arrostrando la intemperie y la crudeza del
clima y lo temeroso y desabrido del suelo, buscaron cuevas vecinas en que sepultarse,
poniŽndose bajo la direccion del primitivo anacoreta.

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La cueva que le servia de vivienda se transform— luego en monasterio, y monaste-


rio y cueva quedaron olvidados cuando dos siglos despues se apoderaron los sarracenos
de la Rioja, como del resto de Espa–a.
Pasaron m‡s a–os : los Reyes de Navarra y Aragon que emprendieron la recon-
quista en Sobrarbe, llegaron ‡ Nagera ‡ cosa de tres leguas de la Cogolla, y la erigieron
en capital de su creciente reino. Comenz— ent—nces a correr un rumor en aquella c—rte
de piadosos guerreros - <<All‡ arriba, decia, h‡cia las vertientes de San Lorenzo debe
de haber un profundo valle segœn nos contaban nuestros padres : en ese valle una cueva
; en la cueva un altar, y cobijando altar y cueva un monasterio : fund—lo un siervo de
Dios llamado Emiliano, que muri— de ciento y un a–os en olor de santidad : San Braulio,
obispo de Zaragoza, dej— escrita su vida. Tuvo por compa–eros y disc’pulos a un enjam-
bre de Santos y Santas que hacian igual vida penitente y obraban iguales milagros que
su maestro.Vamos ‡ ver que han hecho los moros de aquel monasterio : vamos ‡ levan-
tar sus escombros, ‡ desenterrar las despedazadas im‡genes que deben yacer entre las
ruinas. Puede que se haya salvado alguna cruz, y ya que la f‡brica haya perecido, vesti-
gios hallaremos de la cueva, y quizas reliquias del Santo.>>
Con tan piadoso anhelo fueron subiendo hacia la sierra : se asomaron al barranco
de la Cogolla y ÁquŽ espect‡culo tan consolador para aquellos soldados, tintos aun en
sangre musulmana! El monasterio estaba en piŽ ; el monasterio estaba poblado ; la Cruz
se alzaba en la torre ; cristianos eran sus moradores ; bajo las b—vedas del templo reso-
naban c‡nticos religiosos : el monasterio no solo se habia conservado, sino engrandeci-
do ; el cuerpo del Santo permanecia intacto bajo la losa del sepulcro, y aquel sepulcro
era un altar, fuente perenne de consolaciones y milagros.

No era quiz‡ el menor de ellos el que estaban presenciando. All’ no habian llegado
los moros ; all’ no se conocia la irrupcion sarracena m‡s que en el acrecentamiento de la
fe, de la piedad, de la penitencia y de las l‡grimas. El valle parecia un oasis en el desier-
to de la supersticion ÀEra sobrenatural aquel prodigio, o solamente debido ‡ la impoten-
cia — tolerancia de los ‡rabes, ‡ lo enmara–ado y fragoso del terreno? Ni por la imagi-
nacion se les pas— ‡ nuestros padres semejante pregunta, que en estos tiempos de incre-
dulidad y naturalismo ser‡ tal vez acogida con estœpida sonrisa.

Aquellos valientes creyeron y adoraron. ÁDichosos los siglos que no han perdido la
fe ! ÁBenditos los hombres que no dudan !

Monjes y guerreros se abrazaron como antiguos conocidos, como hermanos ausen-


tes que tornaban juntos al regazo materno ; monjes y guerreros, creyendo que el haber
sido preservados los unos del yugo mahometano y el haber sido conducidos los otros de
victoria en victoria hasta aquel sitio, era debido ‡ la milagrosa protecci—n de San Millan,
entraron en la iglesia y humildes y alegres se postraron ante el altar del Santo, cuyo bie-
naventurado esp’ritu los bendecia desde el cielo y cuya tosca im‡gen les sonreia desde
la tierra.

Hoy subsiste el monasterio en el mismo estado que lo encontraron los soldados de


Navarra al reconquistar la Rioja. Por una dicha singular no se ha realizado en Žl altera-
ci—n alguna notable al cabo de tanto siglo. Ni aun en estos tiempos llamados de civili-

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zacion ha sido destruido. Es preciso no tener ojos de artista para desconocer la antigŸe-
dad de aquellas paredes, el car‡cter de aquellas columnas, de aquellos arcos y labores,
cuyo tosco estilo nos remontan ‡ la infancia del arte cristiano en Espa–a, y es testimo-
nio de las rudas edades que precedieron y siguieron ‡ la invasion agarena. Entrar en
aquella iglesia es trasladarse de improviso a los siglos VII y VIII ; es llegar quiz‡s al
œnico sitio donde puede conocerse por completo la arquitectura cristiana de una Žpoca,
que segœn creo no nos ha legado intacto ningun otro monumento.
Esta sola circunstancia hace del primitivo monasterio de San Millan de la Cogolla
una joya de inestimable precio para las artes ; joya singular’sima, œnica en su gŽnero, y
que por lo tanto debe conservarse a toda costa, y merece ser visitada por todo viajero
amante de las antigŸedades e historia nacionales, pues sin verla, sin examinarla deteni-
damente no puede llenarse la laguna cronol—gica de los monumentos arquitect—nicos
verdaderamente g—ticos y muz‡rabes en Espa–a.
Y para que se vea que no hay en esto exageracion alguna, y para dar de paso ‡ mis
palabras la autoridad de que por s’ propias carecen, copiarŽ las siguientes del P.
Sandoval, cronista de la Orden de San Benito, que escribia en 1601 : <<Parece que ha
Dios conservado este monasterio y lugar santo m‡s de mil a–os, sin que los enemigos lo
profanasen — destruyesen ni herejes arrianos, ni los moros que ganaron ‡ toda Espa–a,
favoreciendo el se–or ‡ esta casa, y guard‡ndola por los mŽritos del glorioso San Millan,
as’ se hallaron en este monasterio libros escritos en Žl de mil a–os y m‡s de antigŸedad,
y algunos se llevaron al Escurial, por no saber estimarlos nuestros monjes, — por com-
placer al rey que los pidi—. El templo es el m‡s antigŸo de Espa–a, como la traza y obra
lo muestra. Parte del retablo del, parece de la misma antigŸedad. Ay entierros antiqu’si-
mos. Todo lo cual es argumento que los moros no llegaron ‡ Žl. Y as’ digo que es el solar
no violado, m‡s antigŸo que San Benito tiene en Espa–a, y aun la Iglesia toda, porque
no sabemos que la haya fundada de aquellos tiempos que los moros no la profanasen, y
las dem‡s se han edificado en la restauracion del reino.>>
La iglesia tiene dos naves desiguales, contruccion por cierto harto extra–a ; una de
ellas de gusto bizantino y otra posterior en mi concepto, y de estilo muz‡rabe, la cual,
segœn yo entiendo, debi— construirse poco despues de la invasion por algun alarife moro
o por algun cristiano que despues de haber vivido con los ‡rabes se refugi— y tom— qui-
z‡s el h‡bito en el monasterio. Tiene siete pilares, treinta y dos pies de ancho y sesenta
y dos de largo y est‡ arrimada al pe–asco en cuyas concavidades vivi— el santo muchos
a–os. Todav’a se conserva en esta cueva el altar donde oraba y decia Misa, y se designa
el sitio donde dormia sobre el duro suelo.
En lo que creo que Sandoval anda equivocado es en atribuir al retablo principal la
misma antigŸedad que al templo. Creo que sea una de las pinturas cristianas m‡s anti-
gŸas que existen en Espa–a, y como tal la tengo por un monumento arqueol—gico de
inestimable mŽrito ; pero la iglesia es indudablemente mucho m‡s vieja.
Como no intento escribir un art’culo cr’tico, dado que fuese capaz de hacerlo, no
me extiendo en exponer las razones en que fundo mi humilde juicio ; pero basta indicar
una de ellas. El retablo tiene varias leyendas relativas a los milagros del Santo, y carac-
teres y lenguaje son de estilo m‡s moderno que la arquitectura del edificio.

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Pero aun tiene el monasterio otros t’tulos que le realzan. En una capilla de la igle-
sia ‡ mano derecha del altar mayor, est‡n tres Reinas de Navarra, segœn declara una anti-
qu’sima l‡pida de letra g—tica y en versos leoninos que dice as’ : Regno apellato
Navarrae sunt tumulatae Tota, fide plena, necnon Elvira et Ximena : tres hic Reginae,
sit requies sine fine. Lo cual significa : <<aqu’ est‡n sepœltadas tres Reinas de Navarra
: Toda, llena de fŽ, Elvira y Jimena : dŽlas Dios descanso eterno.>>

En el p—rtico de la misma iglesia se muestran tambiŽn ocho humildes sepulturas :


en las siete primeras yacen los infantes de Lara ; en la restante su ayo. La tradicion lo
decia as’ desde tiempos remot’simos, y los hechos siguientes lo han confirmado. All‡ en
16 de Diciembre de 1597 hall‡ronse las cabezas de los desdichados Infantes en la igle-
sia parroquial de Salas ; y con este motivo tratose de averiguar si en efecto los siete cad‡-
veres del p—rtico de San Millan estaban o no degollados. Procediose con toda solemni-
dad al acto de abrir las sepulturas : concurrieron ‡ Žl, el Abad, el alcalde del valle, un
escribano y varios testigos : levant‡ronse las losas y encontr‡ronse siete esqueletos sin
cabeza. Solo en el octavo sepulcro, que es de construccion distinta, se hall— completa la
osamenta, de todo lo cual se alz— testimonio en forma. Me han contado que reciente-
mente y para satisfacer la curiosidad de un autorizado viajero, volviose ‡ abrir uno de
los sepulcros de los infantes, y en Žl estaba todav’a el degollado cad‡ver.

No hay que extra–ar que ‡ tan remoto y ‡spero lugar quisiesen ser trasladados en
muerte tantos y tan ilustres personajes. La devocion a San Millan cundi— presto por toda
Espa–a y especialmente por Rioja y Navarra, donde era invocado en las batallas como
Santiago en Castilla. Mas de una vez se vio al santo rasgar los aires y descender del cielo
en misteriosa cabalgadura para servir de adalid a los cristianos contra las huestes musul-
manas. Los Reyes de Navarra, que residieron largo tiempo en Nagera, subian al monas-
terio en devota peregrinacion tres — cuatro veces al a–o, y ellos y los condes de Castilla
y los monarcas de Leon, lo llenaron de donaciones, que le hiciera uno de los m‡s ricos
de la cristiandad. La ladera de la Cogolla es un cementerio donde en aquellos siglos de
viva fŽ y profunda humildad se enteraban los m‡s ilustres caballeros y personas piado-
sas de todas clases. No hay medio de cruzarla, sin hollar huesos humanos, que asoman
entre las piedras descarnadas por los torrentes ; y al visitar dias pasados el venerando
santuario, yo mismo recoj’ alguno de esos restos humanos, que contaba ‡ no dudarlo
siglos y siglos de antigŸedad.

El primitivo monasterio de San Millan ha sido adem‡s verdadera cantera de Santos.


De ella salieron San Citonato, que sucedi— al fundador en la abad’a ; San Asclo, San
Sofronio, San Jeroncio, Santa Aurea, Santa Potamia, con otros varios cuyos nombres no
recuerdo en este momento. Bien es verdad que no puede darse un paso por aquella
comarca sin seguir la huella de algun bienaventurado siervo de Dios : all’ florecen San
Felices de Haro, Maestro de San Millan ; Santo Domingo de la Calzada, San Gregorio
Ostiense, San Zoilo, vulgarmente llamado San Sol ; Santo Domingo de Silos, Santa
Nonilo y Santa Alodia y otros muchos cuya enumeracion fuera prolija.

VŽase, pues, si el Monasterio de San Millan, ora se le considere como monumento


art’stico y arqueol—gico, ora se le contemple con los ojos de la fe y la piedad, es digno
de ser conservado ‡ costa de cualquier sacrificio, y c—mo seria mengua y oprobio de un

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siglo que blasona de ilustrado, dejarlo que se convierta en ruinas y guaridas de fieras, —
que lo profanen las manos del vil interŽs y de la estœpida especulacion.

Pero aœn no he dicho nada del segundo Monasterio de San Millan, objeto principal
de estas l’neas, del magn’fico monumento, comunmente y con just’sima razon llamado
El Escorial de La Rioja.

ARTêCULO II

Cuatrocientos cincuenta y tantos a–os habia permanecido el cuerpo del bienaven-


turado San Millan en el mismo sepulcro de piedra que con su est‡tua yacente y figuras
aleg—ricas se conserva aun en bastante buen estado, cuando Don Sancho el Mayor, Rey
de Navarra y Aragon, dispuso que fuese trasladado ‡ una arca de marfil, plata, oro y pie-
dras preciosas, que se deposit— en el altar mayor y fuŽ all’ venerada por espacio de vein-
te y tres a–os. En el 1053 el Rey Don Garc’a, hijo del mencionado D. Sancho, estaba
edificando en N‡gera un monasterio de Religiosos de San Benito con la advocacion de
Santa Maria, y deseando por un lado ilustrar la nueva fundacion, y engrandecer por otro
el culto de San Millan, de quien tanto Žl como otros Monarcas predecesores suyos
habian sido visiblemente favorecidos, determin— trasladar la preciosa urna al nuevo
monasterio.

FuŽ al efecto con mucho aparato al solitario convento de la Cogolla, y colocando


el arca en un carro magnificamente aderezado, ech— ‡ andar ladera abajo hasta llegar ‡
la llanura del fondo del valle, donde tenian los monges un peque–o hospital y hospede-
ria. No fuŽ posible hacer que pasasen de all’ los bueyes que tiraban del carro. El arca
permaneci— inm—vil, ‡ pesar de los esfuerzos del rey para arrancarla de aquel sitio, y
convencido D. Garcia de la voluntad de Dios, no solo desisti— de su prop—sito, sino que
determin— levantar en aquella un gran monasterio en honor a San Millan, ya que el pri-
mitivo por lo pendiente y ‡spero del terreno no era susceptible del ensanche y engran-
decimiento que la devocion reclamaba.

Tal fuŽ el origen de la soberbia f‡brica que hoy admiramos, conocida con el nom-
bre de San Millan de Yuso, — de abajo, para distinguirla del primitivo monasterio que se
denomina San Millan de Suso, — de arriba, separados por una distancia de mŽnos de un
cuarto de hora.

Al lado del nuevo convento, cosa harto frecuente en la Edad media, fund—se un
pueblo a la entrada del valle y ‡mbos monasterios han recibido el nombre de San Millan.

La imaginacion popular, — el orgullo provincial, ha dado tambien al monasterio de


Yuso el t’tulo de Escorial de La Rioja, que en honor de la verdad, lŽjos de parecerme
hiperb—lico, es bastante propio y adecuado. SemŽjase mucho, en efeto , la fundacion de
D. Garcia ‡ la obra de Felipe II, no solo por su situacion topogr‡fica, sino por su severa
magnificencia y traza arquitect—nica.

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Dicho se est‡ con esto que el gran Monasterio de San Millan, tal como hoy lo admi-
ramos, no es, no puede ser la primitiva f‡brica del siglo XI, la cual pertenecia sin duda
al gŽnero de arquitectura ojival de Santa Maria de N‡gera, obra del mismo siglo, del
mismo Monarca, y tal vez del mismo art’fice.

Escribo estas lineas bajo la primera impresion que ha producido en m’ el aspecto


del grandioso monumento, y carezco de libros ‡ que consultar para rectificar o confir-
mar mis propios juicios; pero ateniŽndome œnicamente ‡ ellos, parŽceme indudable que
el gran monasterio de San Millan ha debido reconstruirse en los siglos XVI y XVII,
correspondiente ‡ la primera Žpoca la parte superior del patio y claustros principales, y
la iglesia ‡ la segunda.

No tendria dificultad en atribuir al mismo Juan de Herrera gran parte de la restau-


racion, sospecha tanto m‡s veros’mil cuanto que ‡ tres — cuatro leguas de distancia exis-
te en la ciudad de Santo Domingo de la Calzada el convento de San Francisco, cons-
truido como es notorio por el inmortal arquitecto de San Lorenzo del Escorial.

Sea de esto lo que fuere, el monasterio de Yuso es un basto edificio de colosales


proporciones, que parece magn’fico aun en medio de las magnificencias de la naturale-
za que le rodean : que parece grande al piŽ mismo de la gran mole de la monta–a de San
Lorenzo que todo lo achica.

La iglesia tiene tres naves, cada una de las cuales pudiera pasar por m‡s que media-
no templo. Para dar una idea de su capacidad baste decir que hay en ella dos coros pro-
pios para una comunidad de m‡s de cien individuos, y que el coro bajo, situado en medio
de la nave principal, no perjudica gran cosa al conjunto, que se abarca por completo
desde el altar mayor y desde el p—rtico del frente. Reina por lo general en la arquitectu-
ra del templo cierta sobriedad de adornos que deja campear la grandiosidad de las line-
as, ‡ las cuales y al atrevimiento de las naves que se pierden de vista por su elevacion es
debido el sorprendente efecto que producen.

Pero solamente examinando separadamente cada una de las partes del edificio es
como se va cayendo en la cuenta de su grandeza. La sacristia parece tambien una igle-
sia : el refectorio abarca un ‡rea donde pudiera levantarse una manzana de casas : por la
escalera principal puede subir un batallon en columna cerrada : el patio principal, vast’-
simo, tiene dos claustros, a mi modo de ver, de distintas Žpocas, ambos, anchurosos, ale-
gres, bien dispuestos, llenos de luz y de armonia de proporciones entre los arcos, pilas-
tras y rompimiento de balcones y ventanas. La celda abacial semeja un palacio, y hay
muchas otras de primer —rden, en las cuales c—modamente pudiera albergarse una fami-
lia entera. La biblioteca est‡ dividida en dos —rdenes de estanteria por medio de una gale-
ria que pueden recorrer dos personas de frente. En suma, El Escorial de La Rioja no es
el Escorial de Espa–a ; pero es m‡s que el Escorial de una provincia.

El monasterio de San Lorenzo fue obra de un Rey ; el de San Millan, la de cien


Reyes : h’zose el primero en un siglo, el segundo en siete œ ocho. Por eso seria en vano
buscar en este la maravillosa unidad de pensamiento y de arte que asombra en aquel ;
pero resaltan ‡ primera vista, contemplando ‡ entrambos con los ojos de la imaginacion,
la misma idea, el mismo poder que ‡ los dos han dado vida, la misma tendencia arqui-

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tect—nica ‡ poner en armonia la severidad del edificio con la severidad de la naturaleza


que lo circunda.

El Escorial no cuenta m‡s que un Felipe II. San Millan tiene casi tantos como Reyes
ha habido en Navarra, Aragon y Castilla en la Edad media. Felipe II cerr— la era de los
Reyes de Espa–a que construyen monasterios en el desierto y hacen ‡ los cenovitas del
desierto se–ores de ciudades y provincias.

Ahora bien : en la noche del 20 al 21 de Diciembre de 1809, llegaron los franceses


al convento, y lo saquearon por completo, llev‡ndose entre otras cosas la urna del Santo,
si bien dejaron los huesos : cuando la expulsion de los religiosos en los primeros a–os
de la œltima guerra civil [carlista] el despojo fuŽ todavia m‡s horroroso.

La biblioteca estaba repleta de libros ; ahora parecen sus estantes nichos de un


cementerio profanado. El archivo era sin disputa uno de los m‡s ricos en c—dices y escri-
turas indispensables para ilustrar la historia nacional : no dirŽ lo que es hoy ; me con-
tentarŽ con referir lo que ha pasado ayer. No har‡ tal vez un a–o que ha llegado al monas-
terio una persona con autorizacion del Gobierno, y sac— del archivo los c—dices y pape-
les que tuvo por conveniente.

De halajas de oro y plata no hablaremos : era San Millan una de las iglesias donde
con m‡s pompa y majestad se celebraban los divinos oficios ; hoy no queda all’ sino la
memoria de aquellos tiempos. Templos, claustro, sacristia y celdas principales estaban
adornadas de cuadros de gran mŽrito ; pocas, rar’simas pinturas de las que hoy han que-
dado pueden ser consideradas como dignas de aprecio desde el punto de vista del arte.

El voto de San Millan, que hacia ‡ Castilla tributaria del monasterio, ha desapare-
cido ; las rentas que pasaban con mucho de 200,000 ducados han pasado a otras manos.
Logro–o, capital de la Rioja, fue un tiempo propia de esta casa, por donacion de D.
Garcia S‡chez Rey de Navarra ; hoy esta casa no tiene un palmo de tierra m‡s que el
solar en que se alzan sus paredes. El valle ya no es suyo ; el pueblo ya no es suyo ; ni
son suyos tampoco los prados, huertas y jardines, pegados al monasterio y ce–idos de
murallas.

Afortunadamente el San Millan de Suso y el San Millan de Yuso existen todabia ;


el primero, por una circunstancia providencial ; el segundo, por un milagro del cielo y
la piedad, continuado durante veinte y ocho a–os. Vendi—se aquel, ÁOh, vergŸenza ! ven-
diose la joya arqueol—gica, œnica en su especie, que poseemos ; vendi—se con el monte
de la Cogolla, que como hemos visto, est‡ incrustado de huesos humanos, tal vez de san-
tas reliquias ; pero el comprador vino tan ‡ menos que no pudo satisfacer ‡ plazos el
peque–o capital que habia ofrecido, y el monte y convento volvieron ‡ manos del
Estado, en las que aœn subsisten. A esta circusntaancia, que ser‡ para muchos meramen-
te casual, acompa–ada de otras personales, y que por lo mismo me abstengo de referir,
se debe quiz‡ la conservacion del edificio religioso del siglo VI, que respetaron arrianos,
moros y franceses.

Paso ahora ‡ referir el milagro que he presenciado. Desde la exclaustracion de los


frailes vive en el monasterio de Yuso un lego, hijo de esta santa casa, dedicado — m‡s

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VARIA

bien consagrado, exclusivamente al cuidado de ella. Quien recuerde los horrores y vici-
situdes de la guerra civil y el continuo pasar y repasar de tropas en la Rioja, frontera de
las provincias insurrectas, no podr‡ comprender seguramente c—mo en aquella Žpoca ha
podido subsistir el pobre lego en medio de una soldadesca licenciosa y mal disciplina-
da. Pero no es esto lo que m‡s asombra : lo maravilloso es que ‡ los esfuerzos de un
hombre se deba la conservacion de tan gigantesco edificio, cuyo entretenimiento, no
solo por su magnitud sino por lo desabrido y riguroso del clima, exige el empleo de
muchos hombres y de grandes caudales. El monje benedictino, sin embargo, — los ha
encontrado — los ha suplido con aquella fŽ bastante poderosa para remover monta–as de
su eterno asiento. Solo como est‡, cuida desde el retejo de la inmensa techumbre hasta
del aseo del pavimento de la Iglesia.

ÁSolo como est‡ ! Esto se dice f‡cilmente ; pero no se comprende tan pronto. Estar
solo en el monasterio de San Millan, es como estar solo en una ciudad abandonada, en
un nav’o de tres puentes lanzado en el OccŽano ; ser el Robinson de una inmensa f‡bri-
ca desierta. ÀQuŽ significa un hombre dentro de aquel laberinto de cl‡ustros, de celdas,
de escaleras, de sotanos, de guardillas, de altares, de columnas, de claraboyas y torres y
ventanas ? ÀY que significa este hombre lego, anciano, pobre, sin m‡s recursos que sus
brazos — con tan escasos recursos, en comparacion de sus necesidades, que la limosna —
el donativo solo pueden servirle para dejarle entre ver el inmenso cœmulo de obligacio-
nes que voluntariamente se ha impuesto ? Humanamente considerado este hombre no es
nada para el sostŽn de un edificio tan vasto como el monasterio de San Millan. Con esta
caridad, con este celo un hombre solo construy— una calzada ‡ pocas leguas de San
Millan, levant— hace ocho siglos un magn’fico puente que aun hoy subsiste, una catedral
y varias iglesias que todav’a est‡n en piŽ.

Pero el monasterio de San Millan se ha sostenido ya bastante tiempo por milagro,


y es obligacion del Gobierno y honor de la novil’sima provincia de la Rioja acudir
resuelta, pronta y generosamente ‡ la conservacion de los dos monumentos que he pro-
curado describir. En ello estan interesadas las glorias nacionales. Los hombres de nues-
tro siglo sufren con resignacion — miran con indiferencia que se les acuse de imp’os — de
irreligiosos ; pero miran con el mayor baldon que puede dirijirseles el que se les tache
de poco ilustrados, de poco amantes de las artes. Pues bien, las ruinas de San Millan de
Suso y de San Millan de Yuso serian para nuestro siglo vivo testimonio, no ya de falta
de ilustracion, sino estœpida barbarie.

Nosotros deseamos evitar este oprobio, este baldon al Gobierno de S.M., ‡ las auto-
ridades locales, a los diputados de la provincia, ‡ los conocidos y esclarecidos varones
que en todas las carreras del Estado ilustran hoy a la provincia de Logro–o : en nombre
de las artes, en nombre de las letras, en nombre del orgullo nacional y provincial, y...
Ànos atreveremos ‡ decirlo ? S’, en nombre de la Religion s‡lvese el Escorial de la Rioja

No tienen otro objeto las presentes l’neas.

FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA

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