B.J.Kemp-El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización
B.J.Kemp-El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización
B.J.Kemp-El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización
BARRY J. KEMP
EL ANTIGUO EGIPTO
Anatomía de una civilización
Traducción castellana de
MÓNICA TUSELL
CRÍTICA
GRIJALBO MONDADORI
BARCELONA
Primera edición en esta colección: febrero de 1996
Titulo original:
ANCIENT EGYPT
Anatomy of a Civilization
Routledge, Londres
agolpan a nuestro alrededor y fluyen ante nosotros desde que nacemos has-
ta que morimos, selecciona algunas de ellas y nos las estructura en pautas.
Esas pautas y las respuestas que les damos, efímeras de palabra pero más du-
raderas cuando se transforman en instituciones y monumentos, constituyen
nuestra cultura. La cultura empieza siendo una terapia mental que impide
que la información que recogen nuestros sentidos acabe por abrumarnos, y
que clasifica algunos elementos como importantes y a otros como triviales.
A través de ella damos sentido al mundo.
En el siglo Xx, la acumulación de conocimientos nos ha proporcionado
una ventaja inmensa sobre nuestros predecesores en lo que se refiere a la tec-
nología y a las diversas facultades mentales mediante las cuales podemos ex-
plorar el universo y generar una multiplicidad de imágenes lógicas. Pero no
hemos de confundirlo con una mayor inteligencia. Inteligencia no equivale a
conocimientos, sino que es la facultad de dar una configuración lógica a los
conocimientos que se tienen. Dentro del sistema creado por los antiguos
egipcios para afrontar el fenómeno de la conciencia personal —las esferas de
la existencia que se alejan de cada persona—, hemos de suponer que serían
tan (o tan poco) inteligentes como nosotros. Este es el mensaje crucial de la
biología, del hecho de que todos pertenecemos a la misma especie. El pro-
greso no nos ha convertido en seres superiores.
Cuando estudiamos la antigua civilización egipcia, estamos claramente
ante el producto de una mentalidad muy distinta de la nuestra. Pero ¿hasta
qué punto ello se debe a su antigiedad? ¿Hay algo especial en la «mentalidad
primitiva»? ¿Refleja una actitud todavía más diferente de la presente en, pon-
gamos por caso, las religiones y las filosofías orientales (es decir, del Lejano
Oriente)? No existe ninguna escala sencilla que calcule grados de diferencia
con este tipo de cosas. Las religiones y las filosofías orientales suelen contar
con una literatura mucho más extensa y una forma de presentación más co-
herente que la antigua religión egipcia, la cual dependía en gran parte de los
símbolos pictóricos para transmitir su mensaje y que se desenvolvió en un
mundo donde, en ausencia de adversarios serios, nadie sintió el imperativo de
elaborar una forma de comunicación más convincente y completa. Nunca fue
necesario persuadir. Pero esto es más una cuestión de presentación que de
contenido. La principal diferencia es histórica. Las religiones y las filosofías
orientales han sobrevivido, y han acabado adaptándose y ocupando el lugar
que les corresponde en el mundo moderno. De este modo, las personas de
fuera pueden acceder a ellas de forma más directa, enseñadas por los apolo-
gistas que han surgido de entre sus filas. Si nos mostramos diligentes y dispo-
nemos de tiempo, podemos aprender el lenguaje que utilizan, vivir entre sus
gentes, absorber la cultura y, en general, introducirnos hasta que seamos ca-
paces de reproducir sus procesos mentales en nuestra propia mente. Y tam-
bién ocurre lo contrario. De hecho, el mundo oriental ha mostrado una mayor
disposición a penetrar en la mentalidad occidental que a la inversa.
INTRODUCCIÓN 9
* «But at my back I alwaies hear / Time's winged Chariot hurrying near», Andrew Marvell,
«To his Coy Mistress».
INTRODUCCIÓN 11
antigua. Pero a la vez es una trampa, por cuanto es difícil saber cuándo nos
hemos de parar. Veamos un ejemplo concreto. Frente a la Gran Esfinge de
Gizeh se levanta un templo con un diseño singular, sin una sola inscripción
que nos diga qué representaba para sus creadores. La única manera que te-
nemos de descubrirlo es recurrir a lo que conocemos de la antigua teología
egipcia. Dos investigadores alemanes lo han interpretado del siguiente modo:
los dos nichos de ofrendas situados al este y al oeste estaban consagrados a
los rituales de la salida y la puesta del sol, y las dos columnas enfrente de
cada nicho simbolizaban los brazos y las piernas de la diosa del cielo Nut. La
pieza principal del templo es un patio abierto rodeado de columnatas, cada
una con veinticuatro pilares. Estos pilares representaban las veinticuatro ho-
ras de que consta un día y su noche. Si, por un momento, imaginamos que
fuera posible ponerse directamente en contacto con los antiguos constructo-
res y preguntarles si ello es cierto, tal vez obtuviésemos un simple «sí» o «no»
por respuesta. Pero también podría suceder que nos dijeran: «No habíamos
pensado antes en ello pero, sin embargo, es verdad. De hecho, es una reve-
lación». Nos podrían responder de este modo porque la teología egipcia era
un sistema de pensamiento abierto, en el que la libre asociación de ideas te-
nía una gran importancia. No tenemos una manera definitiva de saber si lo
que son una serie de conjeturas académicas, que pueden concordar perfecta-
mente con el espíritu del pensamiento antiguo y estar basadas en las fuentes
de que disponemos, en realidad se les ocurrieron alguna vez a los antiguos.
Los libros y los artículos especializados actuales sobre la antigua religión
egipcia seguro que, además de explicarla con términos occidentales moder-
nos, aportan elementos nuevos al conjunto original de ideas. Los especialis-
tas estamos llevando a cabo, de manera inconsciente y por lo general sin pen-
sarlo, la evolución de la religión egipcia.
Debido al carácter universal e insondable de la mente, así como por la si-
militud de las situaciones en que se encuentran los individuos y las socieda-
des, tendríamos que tener el mismo objetivo al estudiar las sociedades del pa-
sado que cuando trabajamos en sociedades del presente distintas de la
nuestra. Puesto que el tiempo ha destruido la mayor parte de las evidencias
del pasado distante, los historiadores y los arqueólogos han de dedicar mu-
cho tiempo a cuestiones técnicas tan sólo para establecer hechos básicos que
en sociedades contemporáneas se observan a simple vista. Las excavaciones
arqueológicas son una de estas aproximaciones técnicas. Pero el interés por
los métodos de investigación no nos ha de hacer olvidar que el paso del tiem-
po no afecta el objetivo final: estudiar las variaciones de los modelos menta-
les y las respuestas de la conducta que el hombre ha creado para adaptarse a
la realidad que le rodea. La cronología nos permite seguir el cambio de mo-
delos con el transcurso del tiempo y constatar los avances hacia el mundo
moderno. Pero caer excesivamente en la «historia» —las fechas y la crónica
de los acontecimientos— puede acabar convirtiéndose en una barrera que
INTRODUCCIÓN 13
nos impida ver las sociedades y las civilizaciones del pasado por lo que real-
mente fueron: soluciones a los problemas de la existencia individual y colec-
tiva que podemos sumar a la diversidad de soluciones manifiestas en el mun-
do contemporáneo.
Al decir «constatar los avances» nos estamos aliando con una creencia
particular: la de que la humanidad se ha lanzado a una carrera mundial en
pos del triunfo universal de la razón y los valores occidentales, y que las an-
tiguas costumbres son reemplazadas por otras nuevas y mejores. Podemos
aceptar que sea cierto en lo que se refiere a la tecnología y el conocimiento
racional de los fenómenos materiales. Pero el saber racional ha resultado ser
muchísimo más frágil que el conocimiento del significado profundo de las co-
sas que las personas sienten que les transmite la religión. Aquel último tiene
una fortaleza y un vigor que hacen pensar que se halla casi en el mismo cen-
tro del intelecto humano. Forma parte del pensamiento primario. Si alguien
lo duda, debería reflexionar acerca de uno de los acontecimientos más signi-
ficativos del mundo contemporáneo: la poderosa fuerza política e intelectual
del resurgimiento de la ideología islámica. Para millones de personas es un
modelo con una nueva validez, que da sentido al mundo y propone un ideal
de sociedad aceptable. Es una alternativa tan vigorosa y autosuficiente como
la de cualquiera de los productos de la tradición racional de Occidente, naci-
dos de la Grecia clásica. Aglutina una asombrosa variedad de instrumentos
intelectuales para lograr un mismo fin: cómo estructurar la realidad. Tampo-
co hemos de alejarnos tanto para encontrar ejemplos de la feliz conformidad
de la humanidad ante la mezcla de razón y mito. La incorporación a la mo-
derna cultura occidental, a través de la tradición judeocristiana, de un terri-
torio sagrado, basado en la geografía de Palestina y los países circundantes
en el segundo milenio a.C., es a su manera un fenómeno intelectual tan ex-
traño como cualquier otro. Pero, como lo vemos «desde dentro», aceptamos
su incongruencia, incluso aunque no creamos propiamente en él. Y, si lo ha-
cemos, disponemos entonces de un abanico de convenios entre ciencia y cris-
tianismo que lo corroboran. La mente humana es un maravilloso almacén
atestado, como el de cualquier museo, de reliquias intelectuales y en el que
no faltan guías que hagan que lo que es extraño nos resulte familiar. Com-
probar un nuevo conocimiento siguiendo una lógica estricta antes de acep-
tarlo es únicamente un criterio fortuito y en el fondo profesional. Las ideas
que todos tenemos de la mayoría de las cosas, las «nociones elementales» de
cada día, son totalmente análogas al mito y, en parte, constituyen verdaderos
mitos. No podemos mostrarnos poco serios ante éstos ni tratarlos con con-
descendencia, pues son una faceta ineludible de la mente humana.
Podemos atribuir a la naturaleza de la mente el hecho de que el saber ra-
cional no esté sustituyendo, erosionando O apartando, lenta e inexorable-
mente, las creencias irracionales y las ideologías y los símbolos atávicos del
poder político, No somos bibliotecas u ordenadores, con espacios vacíos para
14 EL ANTIGUO EGIPTO
restricciones que les imponen las tierras y las personas que los integran, ge-
neran fuerzas, promueven cambios y, en general, interfieren. En consecuen-
cla, cuando estudiemos el Estado hemos de tener bien presente este poder
generador que funciona de arriba a abajo y del centro hacia fuera. Lo que
nos interesará serán principalmente los instrumentos por medio de los cuales
lo consigue y, muy importante a la vez, la ideología de la que nacen. La his-
toria de la humanidad es tanto una historia de las ideas como de las conduc-
tas. El arqueólogo jamás debe olvidarlo, a pesar de que sus mismas fuentes
de estudio, los restos materiales de las sociedades del pasado, apenas se lo
comunican de una manera explícita. Egipto aporta testimonios en abundan-
cia de dos visiones poderosas y complementarias: una ideología explícita de
mando y una cultura colectiva unificadora que dan identidad al Estado, y un
modelo implícito de una sociedad ordenada mantenido por la burocracia. Las
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dos primeras partes de este libro se ocupan respectivamente de ambas.
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FiGura 1. Mapa de la parte septentrional del valle del Nilo con los asentamientos del antiguo
Egipto.
2.-- KEMP
18 EL ANTIGUO EGIPTO
ancho y llano donde el río se divide en dos brazos, el Damieta al este y el Ro-
seta al oeste (en la antigúiedad había más), que corren formando meandros.
Actualmente, el delta representa cerca de dos tercios del total de tierra ara-
ble en Egipto. La acusada división entre el valle y el delta da lugar a una
frontera administrativa natural, especialmente si se contempla desde El Cai-
ro o desde su antigua predecesora, la ciudad de Menfis. Así lo entendían los
antiguos egipcios, que dieron un nombre a cada zona y las trataron como si
en algún momento hubieran constituido reinos independientes. Estos nom-
bres se traducen convencionalmente por Alto Egipto para el valle y Bajo
Egipto para el delta.
Sin embargo, estamos simplificándolo demasiado. El Alto Egipto presen-
ta una división interna en las proximidades de Asiut. Es perceptible en par-
te si se observa el curso de la historia, que en épocas de debilidad interna ha
solido revelar esta división, y en parte a causa de la topografía. Al norte de
Asiut, la ribera oeste se ensancha, los farallones occidentales pierden altura
y se transforman en una escarpa baja y la tierra está regada no sólo por el
curso principal del río sino también por el Bahr Yusuf, un afluente sinuoso
que discurre junto al primero (figuras 1 y 88). Debido a que tiene un carác-
ter propio, se suele utilizar el término Medio Egipto para el valle al norte de
Asiut. La topografía del delta presenta una mayor homogeneidad, pero de
todas maneras sus habitantes acostumbran a distinguir entre un lado este y
otro oeste. El primero es el que da a la península del Sinaí, el vital puente te-
rrestre con Ásla.
Las tierras de labrantío del valle y el delta muestran hoy día un paisaje
llano y uniforme de campos intensamente cultivados, atravesado por los ca-
nales de irrigación y de avenamiento, sembrado de ciudades y aldeas medio
escondidas entre los bosques de palmeras, y que presenta cada vez más sig-
nos de un rápido crecimiento y modernización. La transición entre los cam-
pos y el desierto es repentina y acusada. La civilización finaliza visiblemente
a lo largo de una clara línea. Al este, la meseta desértica que se eleva por en-
cima del valle va alzándose gradualmente hasta formar la serrada cadena de
colinas y montañas que bordea el mar Rojo, mientras que al oeste se extien-
de un mar de grava y arena, vacío, silencioso y barrido por el viento, que lle-
ga hasta el océano Atlántico, a más de 5.500 km de distancia.
El Nilo recibe dos afluentes, el Nilo Azul y el Atbara, que nacen ambos
en el alto y montañoso macizo etíope. Las intensas lluvias estivales en Etio-
pía elevan enormemente el caudal de estos afluentes, que arrastran consigo
una gran cantidad de sedimento rico en minerales. En la época anterior a los
complejos controles hidráulicos que se vienen aplicando desde mediados del
siglo pasado, esta riada bastaba para inundar el valle y el delta de Egipto,
transformando el país en un gran lago poco profundo mientras que las ciu-
dades y las aldeas se convertían en islotes bajos unidos por las calzadas ele-
vadas (lámina 1).
INTRODUCCIÓN 19
CIALIS RANAS
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FIGURA 2. El cultivo de los jardines y los huertos durante todo el año: el método perfeccionado
del Imperio Nuevo mediante el uso de un shaduf. En la escena de arriba aparece un shaduf sen-
cillo que se está utilizando para regar un jardín al lado de un santuario. El hombre (detrás tie-
ne a su perro) está a orillas de un canal y tira hacia abajo del palo vertical para sumergir el cubo
que cuelga del mismo en el agua. El largo travesaño oscilatorio del shaduf se apoya en un pilar
alto de ladrillos y tiene un contrapeso redondo de barro al otro extremo. A la derecha del di-
bujo se está vaciando otro balde de agua. Tumba de Ipy, Tebas, c. 1250 a.C, tomado de N. de
G. Davies, Two Ramesside Tombs at Thebes, Nueva York, 1927, lámina XXIX. En la escena de
abajo, se muestra el funcionamiento de un shaduf más complejo. Se encuentra junto a un pozo
(a la derecha del dibujo), por encima del cual proyecta una plataforma destinada al operario.
Este hombre está vaciando el cubo en un canalón que atraviesa el pilar de ladrillos del shaduf y
continúa hacia abajo para regar un huerto. Tumba de Neferhotep, Tebas, c. 1340 a.C., tomado
de N. de G. Davies, The Tomb of Nefer-hotep at Thebes, Nueva York, 1933, lámina XLVL
INTRODUCCIÓN 21
las aguas del Nilo pudieron llegar más lejos y de manera más eficaz median-
te la creación de un sistema de canales de irrigación y de avenamiento con-
trolados por esclusas y, por último, como ha venido sucediendo desde la
apertura de la gran presa de Asuán en 1970, al contener la mayor parte del
caudal de agua y soltarla lentamente de manera que el río siempre tiene el
mismo nivel y nunca se desborda. Al perfilar la imagen de la sociedad anti-
gua es necesario que nos preguntemos hasta dónde llegaron los egipcios en
esta carrera de avances.
Al parecer, no muy lejos. No les hacía falta. A la mentalidad egipcia le
era ajena la idea de utilizar la tierra fértil para cultivar productos con fines
comerciales y obtener un beneficio vendiéndolos a otros países (como ha
ocurrido en la época moderna con el algodón y el azúcar). La población au-
mentaba lentamente y hacia finales del Imperio Nuevo no superaba los 4a 5
millones de personas, una cifra muy modesta comparada con la media actual.
El estudio de las fuentes antiguas nos sugiere que la administración de las tie-
rras era muy elemental. El Estado se interesaba muchísimo por su rendi-
miento anual con miras a recaudar las rentas y los tributos: ello queda claro
en bastantes fuentes escritas. Pero los mismos documentos apenas mencio-
nan, o no lo hacen en absoluto, la irrigación, lo que implica que se trataba de
una cuestión local fuera del control gubernamental. Era obligación de cada
interesado mantener los terraplenes que rodeaban las balsas y, cuando la cre-
cida anual las llenaba, en el suelo sólo quedaba la suficiente humedad para
una cosecha de cereales. Se tenía un interés profesional por la altura máxima
que alcanzaba la inundación cada año, que se grababa en los marcadores
apropiados: los nilómetros o muelles del templo. No se tienen pruebas de
que se utilizasen estas cantidades para calcular el rendimiento de los cultivos,
si bien la gente debía ser muy consciente de las consecuencias de una creci-
da cuyo nivel fuera superior o inferior al habitual.
Actualmente en Egipto las tareas de irrigación no sólo conllevan la regu-
lación del caudal y de la disponibilidad del agua del Nilo a través de un siste-
ma de canales, sino también el uso de maquinaria para hacerla llegar hasta el
nivel del terreno. En nuestros días puede contemplarse una gran variedad de
máquinas hidráulicas. Antiguamente, sólo había una: el shaduf, un aparato fá-
cil de construir, formado por un palo horizontal montado sobre un pivote con
un contrapeso a un lado y un balde o un recipiente similar suspendido del otro
(figura 2). Aparece en escenas de las tumbas a partir de finales de la dinastía
XVII (c. 1350 a.C.), pero incluso entonces sólo en composiciones que mues-
tran a unos hombres regando jardines. En versiones previas, anteriores a la di-
nastía XVIII, el método era todavía más rudimentario. Vemos cómo los hom-
bres transportaban el agua hasta los jardines en un par de jarras de cerámica
colgadas de una percha que llevaban a hombros (figura 3). Lo que observa-
mos en estas escenas no es la irrigación de tierras de labrantío para producir
un cultivo base de cereal o lino, sino el riego de una pequeña parcela de te-
22 EL ANTIGUO EGIPTO
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que sus raíces en culturas neolíticas anteriores retroceden hasta el séptimo
milenio a.C. Para la sucesión de las distintas fases culturales del Predinástico
del Alto Egipto hay una serie de términos que son de uso corriente. La anti-
gua sistematización comenzaba en el badariense, al que seguían el amratien-
se y el guerzeense y que culminaba finalmente, mediante una transición un
tanto ambigua, en la dinastía 1. Posteriormente, se solían reemplazar los tér-
minos amraciense y guerzeense por los de Nagada 1 y Nagada IT, aunque el
período transicional seguía estando poco definido. Hace algunos años se pro-
puso una nueva periodización, en la que se reconocen tres fases de Nagada
(1, U y IED), y que ha contado con una mayor aprobación entre los expertos.
De todos modos, son fases culturales definidas por los estilos cerámicos, etc.
Desde una perspectiva política, es evidente que en el último o los dos últimos
siglos del Predinástico estamos tratando con «reyes», y un término general
bastante útil para calificarlos es el de «dinastía 0».
Juntos, el Egipto Predinástico y el Dinástico cubren alrededor de 3.500
años. Aunque el ritmo de cambio en el mundo antiguo era notablemente más
pausado que el de la época moderna, en este lapso de tiempo se notan los
efectos. Cuando se escribe sobre el antiguo Egipto, hay que ir con cuidado
de no mezclar demasiado las fuentes de períodos distintos. Uno de los temas
que se discuten en este libro es que los cambios ideológicos quedaban dis-
frazados al presentarlos siempre con una apariencia conservadora, lo que ha
llevado al mito moderno de que los antiguos egipcios tenían una mentalidad
más reaccionaria que los otros pueblos de la antigledad. Este libro no va más
allá de finales del Imperio Nuevo, excepto cuando se mencionan unas pocas
fuentes concretas de períodos posteriores. Incluso en este breve lapso de
tiempo, la sociedad egipcia cambió de manera notable. Entre el Imperio Me-
dio y el Nuevo se produce una ruptura clarísima. He evitado adrede que la
cronología y la historia se metieran de una manera muy obvia en el texto, si
bien ha sido necesario dejar constancia del paso del tiempo. He optado por
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LA FORMACIÓN
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Capítulo I
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Ficura 4. Arriba, la legitimación del presente a través de la veneración de una versión corre-
gida del pasado: el faraón Seti I (y el príncipe Ramsés) hacen ofrendas a los nombres de los re-
yes, ordenados en una sola secuencia continua que enlazaba a Seti 1 con Meni (Menes), el pri-
mer faraón de quien los egipcios tenían constancia segura. En el diagrama, se han agrupado los
nombres por bloques, los cuales representan los períodos de gobierno legítimo según la inter-
pretación de los sacerdotes de Abydos. Los saltos entre el tiempo «rcal» y la historia, evidentes
para nosotros, correspondían a las épocas a las cuales se asociaba un estigma. Es notable el peso
que la lista otorga a los faraones de los primeros períodos, probablemente porque causaba una
mayor sensación de antigiedad. Ello se ha logrado en parte con la inclusión de los reyes de la
dinastía VIII, cuyos efímeros reinados siguieron al mandato de los grandes faraones menfitas del
Imperio Antiguo, si bien en una situación más apurada. Templo de Seti Il en Abydos (c. 1300
a.C.). Abajo, veneración particular de la familia gobernante y sus antepasados por parte de
Amenmes, sumo sacerdote, en una imagen del culto al faraón Amenofis I, llamada « Amenofis
del Atrio», fallecido tiempo atrás. Amenmes vivió en los reinados de Ramsés l y Seti I. Proce-
dente de su tumba en Tebas occidental, tomado de G. Foucart. Le Tombeau d'Amonmos.
El Cairo, 1935, lámina XIIB, que a su vez es una copia de la realizada por Thomas Hay en el
siglo XIX.
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 31
pezado a admitirse en general que, si bien los temas del mito pertenecen a la
corriente principal del pensamiento egipcio, esta composición en concreto es
relativamente tardía, tal vez incluso de la época de Shabaka. Respecto a su
estilo arcaico, existen pruebas suficientes de que los escribas del período Tar-
dío tenían unas nociones del lenguaje arcaico y podían componer con él. Era
más fácil aceptar ideas nuevas o reinterpretar las antiguas si se recurría a su
antigúedad o se las disfrazaba bajo la apariencia de aquélla. Las raíces de la
cultura estaban en el pasado.
Los reyes de las listas compartían el mismo título: todos eran faraones del
Alto y del Bajo Egipto, las dos divisiones geopolíticas arquetípicas entre el
valle y el delta. Con este título se expresaba fuertemente el concept
de uni-
o
dad. Sin embargo, una vez más, nos encontramos con que los egipcios rehuían
las realidades desagradables de la política. El tema del orden versus el caos
se repite de diversas formas en el pensamiento egipcio. Como hemos visto,
era responsabilidad de la monarquía. Algunas obras serias del Imperio Me-
dio (incluidas las admoniciones del escriba Ipuur) insisten en la naturaleza de
un mundo en desorden y hacen responsable al monarca de solucionarlo.
Pero, como ya hemos señalado antes, pertenecen a una tradición cortesana
que permitía hacer especulaciones libremente aunque dentro de unos límites.
En el marco de la ideología oficial, la división y la desunión no se entendían
como la posible fragmentación en infinidad de territorios o el caos completo
que reflejaban las admoniciones de Ipuur. Habría otorgado excesivo respal-
do a la posibilidad de disturbios. En cambio, se propuso una división simbó-
lica dual. Era algo que agradaba a los egipcios, dado su amor por la simetría,
reflejado en todo el arte y la arquitectura; pero, hablando más en serio, la
idea de que en un principio había habido dos reinos proporcionaba una base
más segura y respetable al rol del monarca como único unificador, que la
imagen de un enorme número de unidades más pequeñas o una situación ex-
tendida de anarquía. También concordaba con la división geográfica del país
en dos mitades, si bien la verdadera historia política nos presenta escisiones
internas en varias líneas diferentes.
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38 EL ANTIGUO EGIPTO
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FiGura 6. La fuente de la que emanan el orden político y la estabilidad: la conciliación de las
fuerzas contrarias, personificadas en los dioses Horus (izquierda) y Set (derecha), y en la cual
quedan comprendidas las divisiones políticas de Egipto (cf. figura 17, p. 65). La reconciliación
está simbolizada por el acto de enlazar las plantas heráldicas del Alto y el Bajo Egipto alrede-
dor del signo jeroglífico de «unificación». Base del trono de Sesostris 1 (1971-1928 a.C.), proce-
dente de su templo de la pirámide en El-Lisht. J.-E. Gautier y G. Jéquier, Mémoire sur les foui-
lles de Licht, El Cairo, 1902, p. 36, fig. 35; K. Lange y M. Hirmer, Egypt: Architecture, Sculpture,
Painting in Three Thousand Years, Londres, 1961*, p. 86 (preparado por B. Garfi).
texto y los signos adicionales evitarían las confusiones cuando hiciera falta.)
Los artistas explotaron con audacia esta disociación entre el signo y el SIgni-
ficado. Y, a pesar de que el estilo cursivo (hierático) apareció en fecha tem-
prana, una característica del sistema de escritura fue la de que, en contextos
oficiales, los artistas siguieron conservando con delicadeza todo el detalle y
la forma natural de los originales, con lo cual los radicales jamás se perdie-
ron. Los artistas podían coger los signos jeroglíficos que expresaban concep-
tos abstractos y reproducirlos en las composiciones artísticas como si fueran
objetos tangibles, conservando al mismo tiempo la congruencia de estilo.
Este uso emblemático de los signos proporcionó un elemento visual al ¡ juego
lingúístico teológico. Constituye una característica importante del estilo ar-
tístico egipcio, al igual que lo es la moderación con que lo utilizaban. Sólo
unos pocos de los signos de una composición serían tratados de esta manera
y el mensaje que transmitirían sería claro e inmediato.
Una buena serie de ejemplos, que resumen la ideología básica del Esta-
do egipcio, son los bajorrelieves que están esculpidos a los lados de diez es-
tatuas de piedra caliza del faraón Sesostris I, de principios de la dinastía XII
(1971-1928 a.C.), en su templo funerario en El-Lisht (figura 6).'” En el centro
aparece un signo vertical rayado que, en verdad, es la imagen estilizada de
una tráquea y los pulmones, pero que no sólo se empleaba para escribir la
palabra «pulmones» sino también el verbo «unir», que posee la misma se-
cuencia de consonantes. El término y el jeroglífico que lo representa eran el
elemento fundamental dondequiera que se presentase el tema de la unifica-
ción del reino. Encima de este signo emblemático para «unidad», se encuen-
tra el cartucho oval que contiene uno de los nombres del rey. Al signo se han
atado, empleando un nudo marinero, dos plantas: a la izquierda, una mata de
tallos de papiro, la planta heráldica del Bajo Egipto; a la derecha, una mata
de juncos, a su vez distintivo del Alto Egipto. Las están atando dos divinida-
des: a la izquierda, Horus, el dios con cabeza de halcón, y a la derecha Set,
representado por una criatura mitológica.” Los jeroglíficos que hay encima
de cada dios hacen referencia a dos localidades. Set es «el ombita», es decir,
oriundo de la ciudad de Ombos (Nubt, cerca de la aldea actual de Nagada),
en el Álto Egipto. Horus es el «señor de Mesen», topónimo que se utilizaba
en varios lugares, tanto del Alto como del Bajo Egipto (por motivos que ex-
plicaremos más adelante), pero que aquí se refiere a una ciudad del Bajo
Egipto. En algunas de las bases de los tronos, a Set se le llama «señor de Su».
una localidad situada en la frontera norte del Alto Egipto, mientras que va-
rias veces se alude a Horus como «el behdetita», es decir, natural de Behdet,
otro topónimo que se repite en más de un sitio pero que aquí, claramente,
corresponde a algún lugar del norte.
Los artistas que esculpieron los pedestales de las estatuas dominaban el
arte de hacer variaciones con elegancia, También labraron otros temas dua-
lísticos partiendo del mismo diseño básico. En cinco de los pedestales, se sus-
40 EL ANTIGUO EGIPTO
tituyeron las figuras de Horus y Set por las de unos rollizos dioses del Nilo,
acompañados de símbolos que indican si pertenecen al Alto o el Bajo Egip-
to, mientras que las leyendas escritas con jeroglíficos y colocadas encima ha-
cen referencia al «mayor» y el «menor de los Ennead» (compañía de nueve
dioses), «ofrendas» e ideas de fertilidad, empleando parejas de sinónimos
para ambos. Hay otra variación del tema de Horus y Set. En este caso se re-
lacionan, por un lado, «la porción unida de los dos señores», y una pequeña
imagen de Horus y Set nos permite reconocer quiénes eran dichos señores, y
del otro, «los tronos de Geb», un dios de la tierra que, en textos más largos
que tratan sobre el tema, presidió la reconciliación entre los dos anteriores.
Por lo tanto, el dualismo podía ir desde correlacionar dos entidades opuestas
hasta hacer parejas de sinónimos, cada uno de los cuales haría alusión a al-
gún aspecto de las partes que se confrontaban.
Dentro de esta reordenación de las entidades, con las que se ilustra el con-
cepto de armonía por medio del equilibrio entre las dos, podemos entrever
un sencillo ejemplo de una de las maneras en que procedía el pensamiento
de los egipcios: la manipulación de las palabras, en concreto de los nombres,
como si fueran unidades independientes de conocimiento, En el fondo, el sa-
ber antiguo, cuando no tenía un carácter práctico (cómo construir una pirá-
mide o cómo comportarse en la mesa), consistía en acumular los nombres de
las cosas, los seres y los lugares, además de las asociaciones que se hacían con
ellos. La «investigación» radica en llevar la gama de asociaciones a áreas que
ahora consideraríamos de la «teología». El sentido o el significado quedaron
en el pensamiento y no se llegaron a formular por escrito. Composiciones mi-
tológicas como ésta proporcionaban una especie de cuadro de correlaciones
entre conceptos.
El aprecio que se tenía por los nombres de las cosas queda bien manifies-
to en una clase de textos que los expertos denominan «onomástica».” El más
conocido, compilado a finales del Imperio Nuevo (c. 1100 a.C.) por un «es-
criba de los libros sagrados» llamado Amenemope, y copiado hasta la sacie-
dad en las antiguas escuelas, lleva este prometedor encabezamiento: «Inicio
de las enseñanzas para aclarar las ideas, instruir al ignorante y aprender to-
das las cosas que existen». Pero, sin añadir ningún comentario o explicación,
continúa con una lista de los nombres de las cosas: los elementos que forman
el universo, los tipos de seres humanos, las ciudades y las aldeas de Egipto
con gran detalle, las partes de un buey, etc. Dentro de la mentalidad moder-
na, esta forma de aprender recuerda al tipo de pedagogía más sofocante.
Pero, para los antiguos, conocer el nombre de una cosa suponía familiarizar-
se con ella, adjudicarle un lugar en la mente, reducirla a algo que fuera ma-
nejable y que encajase en el universo mental de cada uno. Podemos admitir
que, en realidad, tiene cierta validez: el estudio de la Naturaleza, sea obser-
var aves o clasificar las plantas, consiste en primer lugar en aprenderse los
nombres y, luego, ordenarlos en grupos (la ciencia taxonómica), lo mismo
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 41
que intuitivamente se hacía con la onomástica, que servía para ayudar a re-
cordar todos los conocimientos que, simplemente, se absorbían si se era un
egipcio con una educación media.
Esta concepción de los nombres condujo a lo que es una característica
muy destacada de la religión egipcia. Los nombres de los dioses se convirtie-
ron en el elemento esencial a partir del cual se ampliaban las definiciones de
la divinidad. Así pues, en una de las versiones del Libro de los Muertos, se
califica a Ostris de «Señor de la eternidad, Unen-nefer, Horus del horizonte,
el de las múltiples formas y manifestaciones, Ptah-Sócares, Atum de Helió-
polis, señor de la región misteriosa». Se han utilizado no menos de cinco
nombres «divinos» para enriquecer las imágenes por las que se conoce a Osi-
ris.” Una demostración muy explícita de dicho fenómeno la encontramos en
la breve alocución que hace el dios Sal: «Soy Khepr en la mañana, Re al me-
diodía, Atum al atardecer».” La fascinación por los «nombres del dios» dio
lugar al capítulo 142 del Libro de los Muertos, que lleva por título «Conocer
los nombres de Osiris de cada sede donde desea estar», y que es una lista ex-
haustiva de las variantes locales de Osiris repartidas por toda la geografía, así
como las versiones de otras muchas divinidades finalmente englobadas como
«los dioses y las diosas del cielo con todos sus nombres».*
Es necesario saber apreciar el modo de pensar de los egipcios para evaluar
correctamente aquellos textos que puedan tener una relación más directa con
el mundo real y material, textos que pueden convertirse en fuentes históricas.
Los topónimos se podían manipular del mismo modo y ello dio origen a un
tipo de geografía simbólica. Era una especie de juego de palabras en el que se
intentaba distribuir, de manera idealizada y simétrica, los lugares, que princi-
palmente eran nombres de sitios a los que se les habían dado asociaciones mi-
tológicas. A veces, quizá siempre, se trataba de una ciudad o una localidad pe-
queña y anodina en la tierra. Pero, aunque el Estado articuló un mito de
supremacía territorial mediante la geografía simbólica, es un error pensar que
las referencias geográficas existentes en las fuentes religiosas nos pueden ser-
vir de guía para reconstruir la verdadera geografía antigua. Hacerlo es no en-
tender los poderes de abstracción de la mentalidad egipcia, con los que crea-
ron un mundo mítico, ordenado y armonioso, a partir de unas experiencias
comunes y, seguramente, bastante humildes. El producto final se hallaba re-
pleto de nombres familiares que, sin embargo, pertenecían a un plano más
elevado. Fluctuaba de manera seductora entre la realidad y la abstracción.
De todas maneras, nos puede hacer caer en una trampa si no somos pre-
cavidos. En los estudios modernos se tiende a actuar del mismo modo que los
abogados: se reúnen hechos que están documentados, se discuten punto por
punto y se llega a un veredicto que satisfaga la lógica moderna y el «peso de
las evidencias». Pero los textos y las representaciones artísticas reflejan una
estética intelectual. Fueron compuestos en la mente de sus creadores y refle-
jaban un mundo interior que no era una proyección directa del mundo ma-
42 EL ANTIGUO EGIPTO
[Geb, el señor de los dioses, ordenó] a los Ennead que se reunieran con él. Juz-
gó entre Horus y Set; selló la disputa entre ambos. Hizo a Set rey del Alto
Egipto, en el país del Alto Egipto, en el lugar donde había nacido y que es Su.
E hizo Geb a Horus rey del Bajo Egipto, en el país del Bajo Egipto, en el lu-
gar donde su padre [Osiris] se había ahogado y que es la «separación de los
Dos Países» [un topónimo míticoj. Así, Horus vigllaba en una región y Set vi-
gilaba en una región. Hicieron las paces junto a los Dos Países, en Ayan. Aque-
lla era la separación de los Dos Países ... Entonces creyó Geb que era injusto
que la porción de Horus fuera idéntica a la porción de Set. Así Geb dio a Ho-
rus su herencia, pues él es el hijo de su primogénito. Las palabras de Geb a los
Ennead fueron: «He nombrado a Horus, el primogénito»... Horus es quien se
convirtió en rey del Alto y el Bajo Egipto, quien unió los Dos Países en el
nomo del muro [es decir, Menfis], el lugar donde los Dos Países estaban jun-
tos. Ante las dobles puertas de la mansión de Ptah [el templo de Ptah en Men-
fis], se colocaron juncos y papiros con los que se simbolizaba a Horus y Set, en
paz y unidos. Confraternaron y cesaron las disputas en cualquiera de los luga-
res donde pudiesen estar, y ahora están unidos en la casa de Ptah, el «equili-
brio de los Dos Países», en el que el Alto y el Bajo Egipto han sido nivelados.
asentamiento abandonado
necrópolis
2. Poblaciones agrícolas
o
mn en abanico del wadí
necrópolis
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vegetación semiárida
FIGURA 7. Modelo del territorio del Alto Egipto a finales del período Predinástico, en donde
se muestran los posibles factores ambientales y la pauta local de expansión territorial y política
durante la fase decisiva de la formación del Estado.
46 EL ANTIGUO EGIPTO
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FiGuRA 8. La formación del Estado: mapa hipotético de los proto-estados más importantes del
Alto Egipto cuando se desarrollaron a finales del período Predinástico (cf. figura 13, p. 59).
en realidad cada jugador son varias generaciones tratadas como una sola uni-
dad. Y, en la vida real, los juegos van más allá del momento en que se ven-
ce. Empiezan los procesos de debilitamiento y escisión, y el juego prosigue
probablemente con otras consecuencias,
El valor que tiene este modelo reside en la implicación de que todas las
zonas de Egipto, en las que ya se habían establecido unas comunidades agrí-
colas y sedentarias, deberían encontrarse, simplemente a consecuencia de
unos procesos locales internos, en una etapa más o menos avanzada de la
partida y previa a sus últimos y más teatrales estadios (figura 8). En conse-
cuencia, existía una base receptiva a la última fase de unificación política. La
expansión final del reino ganador (con centro en Hieracómpolis) se produjo
dentro de un marco social y económico donde ya estaban funcionando, por
más que a ritmos diferentes, los procesos de formación del Estado.
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 47
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FicGura 9. Nagada: centro de uno de los primeros proto-estados del valle del Nilo. Obsérvese
la extensión de la ciudad predinástica, con su sólida muralla de ladrillos de adobe y los otros edi-
ficios en el extremo septentrional. La ciudad de la época histórica ocupaba mucho menos espa-
cio, pero seguramente quedó compensado con un incremento de la densidad de ocupación. De
todas maneras, el templo de Set fue un edificio de tamaño discreto durante toda la época anti-
gua. El cementerio predinástico, situado detrás del núcleo de población del mismo período, es
el más grande de los que nos han llegado de esta época. El cementerio T, aunque de menor ta-
maño, contenía unas tumbas extraordinariamente bien construidas destinadas a unos enterra-
mientos lujosos, probablemente los de una familia gobernante de Nagada. El mapa básico está
tomado de W. Kaiser, «Bericht iiber eine archáologisch-geologische Felduntersuchung in Ober-
und Mitteligypten», Mitteilungen des Deutschen Archiiologischen Instituts, Abteilung Kairo, 17
(1961), p. 16, fig. 3 (cf. W. M. F. Petrie y J. E. Quibell, Nagada and Ballas, Londres, 1896, lá-
mina IA); el recuadro con el mapa de la ciudad sur está sacado de Petrie y Quibell, op. cit.,
lámina LXXXV, y el de la tumba TS5 de ibid., lámina LXXXIl; el recuadro con el plano del ce-
menterio T procede de B. J. Kemp, «Photographs of the Decorated Tomb at Hierakonpolis»,
Journal of Egyptian Archaeology, 59 (1973), p. 39, fig. 1, tomado a su vez de Petrie y Quibell.
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LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 49
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diseño de la fachada del palacio ¡> |
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FIGURA ¿0, La esencia de la monarquía primitiva. El nombre del faraón Dyet de la dinastía 1
(c. 2900 a.C.), escrito con el signo jeroglífico de la cobra, aparece sobre una versión estilizada de
la arquitectura distintiva del palacio real (cf. las figuras 12, p. 54; 17, p. 65 y 18, p. 72). Encara-
mada encima, está la figura del dios halcón Horus, de quien cada faraón era una personificación.
Estela funeraria del faraón Dyet, procedente de su tumba en Abydos. Tomado de A. Vigneau,
Encyclopédie photographique de Uart: Les antiquités égyptiennes du Musée du Louvre, París,
1935, p. 4.
Imperio Antiguo. Unos quinientos años separan aquella época del período
de formación del Estado egipcio, y fue durante aquel intervalo cuando se for-
malizó la configuración básica de la cultura de la corte faraónica. Fue un pro-
ceso dinámico y conllevó una sistematización de los mitos, la cual asoma fi-
nalmente en los Textos de las Pirámides —colecciones de breves discursos
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICH DEL ESTADO 51
HIERACÓMPOLIS
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FIGURA 11. Hieracómpolis: cuna de la monarquía egipcia. El mapa de base muestra las zonas
con el poblamiento predinástico disperso juntamente con los cementerios, situados en el desier-
to bajo, y la posible continuación del asentamiento por debajo de la llanura aluvial actual, en un
antiguo cono de deposición de un wadi que hoy día se encuentra sepultado bajo el aluvión. En
el centro de esta última zona se levanta la ciudad amurallada de Hieracómpolis del período Di-
nástico (cf. las figuras 25, p. 96, y 48, p. 179), que, como en Nagada, constituye un núcleo de po-
blación más reducido pero con mayor densidad de ocupación que su predecesor del Predinásti-
co. El mapa está tomado de W. Kaiser, «Bericht ber eine archáologische-geologische
Felduntersuchung in Ober- und Mittelágypten», Mitteilungen des Deutschen Archiologischen
Instituts, Abteilung Kairo, 17 (1961), p. 6, fig. 1, y M. Hoffman, The Predynastic of Hierakon-
polís, Gizeh y Macomb, I]., mapa final. A comienzos de la secuencia evolutiva de la monarquía
tenemos la tumba 100 (la «tumba decorada»), que tal vez perteneciese a unos de los primeros
reyes de Hieracómpolis en el período Nagada Il (c. 3400/3000 a.C.); al otro extremo están el tra-
mo de la muralla del palacio del Dinástico Antiguo (c. 3000/2900 a.C.) y la enorme «fortaleza»
de ladrillos de adobe de finales de la dinastía ll. Ambos eran monumentos de la familia aristo-
crática que siguió establecida en Hieracómpolis durante varias generaciones después del inicio
de la dinastía [. La entrada y la muralla del palacio del Dinástico Antiguo están tomadas de K.
Weeks, «Preliminary report on the first two seasons at Hierakonpolis. Part 11. The Early Dy-
nastic Palace», Journal of the American Research Center in Egypt, 9 (1971-1972), figura sin nu-
lugar donde en la antigiedad se escondieron los objetos votivos del templo pertenecientes a fi-
nales del período Predinástico / Dinástico Antiguo y de época posterior. En la figura 25, p. 96,
se ofrece un plano detallado de los restos del templo. Entre los materiales del depósito se en-
contraban la paleta de Narmer (figura 12, p. 54) y la paleta menor de Hieracómpolis (o de los
Dos Canes), que aparece en la figura 14, p. 62.
FIGURA 12, La paleta de Narmer, de 63 cm de altura, es una lámina de pizarra esculpida por
sus dos caras con escenas que conmemoran el reinado de un faraón cuya personificación de Ho-
rus era Narmer (escrito arriba de todo, en los rectángulos de la «fachada de palacio»), quien de-
bió de haber vivido justo antes del inicio de la dinastía 1 y es muy posible que fuese el último y
más grande de los reyes de la dinastía 0 de Hieracómpolis. A la izquierda, Narmer, que lleva la
corona blanca del Alto Egipto y otras insignias de la monarquía antigua, empuña en alto una
maza y está a punto de golpear a un prisionero arrodillado. Junto a la cabeza del cautivo, un gru-
po de jeroglíficos informa de que se llamaba Uash. El dibujo de encima transmite probable-
mente el mensaje adicional de que el rey Horus (el halcón) ha obtenido una victoria sobre un
enemigo del delta, de quien posiblemente Uash era el gobernante. Detrás de Narmer hay un
personaje de alto rango que sostiene las sandalias del faraón. A la derecha, las imágenes de con-
quista de los registros superior e inferior quedan contrarrestadas por el motivo central que, por
medio de dos animales fabulosos con los cuellos entrelazados y cautivos, expresa la armonía. En
el registro superior, Narmer, quien ahora ciñe la corona roja del Bajo Egipto y está acompaña-
do por dos hombres de rango elevado, si bien con una categoría distinta, pasa revista a dos filas
de enemigos atados y degollados. El grupo va precedido por cuatro portaestandartes, cada uno
de los cuales tiene una forma peculiar. Más tarde, a estos estandartes se les dio el nombre de los
«seguidores de Horus» o «los dioses que siguen a Horus». Sea cual fuere su origen. no cabe duda
de que en tiempos de Narmer formaban parte de la serie de símbolos que contribuían a crear la
atmósfera única de la monarquía. No se pueden interpretar de un modo fiable los símbolos que
aparecen encima de los enemigos decapitados. En el registro inferior, el poder conquistador del
faraón, simbolizado por un toro, arremete contra una ciudad amurallada y fortificada. Los di-
bujos de la paleta están tomados de J. E. Quibell, «Slate palette from Hieraconpolis», Zeitsch-
rift fiir Agyptische Sprache, 36 (1898), láms. XII, XIIT; J.E. Quibell, Hierakonpolis, l, Londres,
1900, lámina XXIX; W. M. F. Petrie, Ceremonial Slate Palettes and Corpus of Proto-dynastic
Pottery, Londres, 1953, láminas J y K. Para los seguidores de Horus, véase W. Helck y E. Otto,
Lexikon der Agyptologie, Wiesbaden. 1975-1986, vol. HL, pp. 52-53.
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 55
Lo sabemos casi todo acerca del yacimiento de Maadi, que hoy día se ha-
lla junto a un barrio con el mismo nombre que queda al sur de El Cairo.” Era
un extenso asentamiento cuya historia se prolonga, como mínimo, durante
parte del período equivalente a las culturas de Nagada 1 y Il del Alto Egip-
to. Las casas estaban mejor construidas que las de Merimde, pero, aun así, ni
en las estructuras ni en los artefactos podemos detectar una acumulación sig-
nificativa de riquezas o prestigio. Aparece cobre, tanto en un reducido nú-
mero de objetos fabricados con él, como en trozos del mineral mismo, de
baja calidad, lo que puede apuntar a un factor importante dentro de la eco-
nomía de Maadi: estaba perfectamente situada para acceder al Sinaí en don-
de, probablemente, habría cobre que se obtendría comerciando con los obre-
ros metalúrgicos de Palestina, cuya presencia en el sur del Sinaí está
documentada en este período. Pero de las riquezas que llegaron hasta Maa-
di no ha quedado constancia en el terreno. Cada vez disponemos de más evi-
dencias de que la «cultura de Maadi» era representativa de otras regiones del
mismo delta del Nilo y empieza a generalizarse el uso de dicho término. Por
ejemplo, se dice que los materiales recientemente descubiertos en Buto se le
parecen."
Cuando hagamos una valoración general de la prehistoria de Egipto, he-
mos de tener presente la extremada escasez de datos procedentes del delta.
Pero ello no da pie a hablar de la existencia de una cultura ahora desapareci-
da que, por su variedad y características propias, equivaldría a la del sur. Con
el transcurso del tiempo hubo cambios culturales, pero aquí el elemento más
importante es la creciente presencia de materiales de la tradición de Nagada
del Alto Egipto, desde el período de Nagada II, pasando por la fase III,
hasta el comienzo de la dinastía 1. Se conoce dicho material gracias a los
hallazgos casuales y a las excavaciones, incluida la que se ha realizado re-
cientemente en un cementerio de Minshat Abu Omar, en el límite oriental.*'
Resulta ingenuo equiparar cultura material y su «nivel» con la compleji-
dad social y política. Hemos de aceptar que, hacia finales del Predinástico, ya
se habría producido cierto grado de centralización social y política en el del-
ta y que las gentes del norte, como las de todas partes, independientemente
de sus estilos de vida en términos materiales, tenían un conjunto bien elabo-
rado de mitos y tradiciones sociales estrechamente ligados a unas reivindica-
ciones territoriales. Es ahora cuando el modelo de juegos tiene utilidad. Se-
gún parece, en el norte se desarrolló un estilo de vida sedentario y agrícola
al menos tan pronto como en el sur. También allí debieron empezar a entrar
en juego los mismos procesos competitivos, y sólo en los estadios finales del
desequilibrio saldrían perdiendo. Los datos arqueológicos señalan la existen-
cia de una acusadísima disparidad del ritmo de desarrollo hacia una centrali-
zación en las etapas finales de la prehistoria. En el sur, y a partir de una ex-
pansión local, surgió un Estado o, lo más probable, un grupo de ellos,
siempre en torno a un amplio núcleo de población (una ciudad incipiente)
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 59
Proto-reino del
Alto Egipto ,
HIERACÓMPOLI
0 12 etapa
PA 2.2 etapa
A 3.2 etapa
FIGURA 13. La formación del Estado: mapa hipotético de Egipto en vísperas de la formación
de un Estado unificado a principios de la dinastía Il. Los procesos de centralización estaban fun-
cionando en toda la región, si bien a ritmo distinto, de manera que las diferentes etapas de de-
sarrollo (arbitrariamente reducidas a tres) ya se habían alcanzado cuando el centro con un ma-
yor desarrollo político, un proto-reino del Alto Egipto con base en Hieracómpolis (véase la
figura 8, p. 46), emprendió una expansión militar (indicada con flechas) que absorbió todo Egip-
to. Á comienzos de la dinastía I, la expansión prosiguió al interior de Nubia.
(figura 13); sobrevinieron lós conflictos entre ellos, les siguió una mayor ex-
pansión de la dominación política y material hasta que, antes de iniciarse la
dinastía I, se había logrado cierto grado de unidad en el norte y el sur (véa-
se la figura 8, p. 46). En la última fase del proceso, de la que formaron parte
las guerras intestinas que conmemoran diversos objetos esculpidos (entre los
que está la paleta de Narmer), está clarísimo que el centro de esta actividad
60 EL ANTIGUO EGIPTO
píritus» sin nombre. La piedra de Palermo nos ofrece una pista sobre el ori-
gen de aquéllos. A todo lo largo de la parte superior de la piedra hay una lí-
nea de casillas rectangulares que no contienen los acontecimientos de los
años que habían pasado, sino simplemente los nombres y pequeñas imágenes
de monarcas sentados. En el fragmento principal se les ve tocados con la co-
rona que, en la época histórica, representaría al reino del Bajo Egipto. En
otro trozo, que se encuentra en el museo de El Cairo, llevan la doble coro-
na. Estos nombres deben pertenecer a reyes prehistóricos de quienes, en la
dinastía V, no se sabía nada más. Agrupados en calidad de «espíritus», supo-
nían la transición perfecta entre los dioses y los verdaderos monarcas de cu-
yos reinados quedaba constancia escrita. Por lo que a nosotros respecta, de-
ben ser los reyes de la dinastía 0, que gobernaron sobre varios territorios (las
ciudades-estado incipientes) en todo Egipto. El hecho, digno de mención, de
que en el fragmento que hay en El Cairo algunas de estas pequeñas figuras
llevan la doble corona significa que tampoco los propios egipcios, al menos
en los primeros tiempos, consideraban a Menes el primer unificador. Si esta
tradición es fidedigna, se adaptaría mejor a una historia política mucho más
prolongada de la formación del Estado unificado, como la que sugieren el re-
gistro arqueológico y el artístico.”
FiGURA 14. La contención del desorden en el universo. fzquierda, reverso de la paleta menor
de Hieracómpolis (o de los Dos Canes). Hace una alegoría de la vida representándola como una
lucha desigual entre los fuertes y los débiles, por lo visto animada por la presencia de un perso-
naje semejante a Set (abajo, en la esquina izquierda), que toca la flauta. Los depredadores más
destacados son los leones enfrentados de la parte superior, que, sin embargo, están muy
cerca de un punto de equilibrio en el cual las fuerzas de ambos se contrarrestan. Este punto de-
finitivo de armonía está insinuado por las figuras de los fieros perros de caza que enmarcan la
paleta. Derecha, la consecución del verdadero punto de detención de la lucha se muestra en
otras dos escenas, en las cuales ahora una figura masculina, tal vez un rey, separa a dos leones
encarados. El ejemplo de arriba procede de la tumba decorada de Hieracómpolis (cf. la figura
11, p. 52); el de abajo está en el mango del cuchillo de Gebel al-Arak. Hay fotografías de la pa-
leta en W. M. F. Petrie, Ceremonial Slate Palettes and Corpus of Proto-dynastic Pottery, Lon-
dres, 1953, lám. F; J. E. Quibell y F. W. Green, Hierakonpolis, 11, Londres, 1902, lám. XXVIII;
M. J. Mellink y J. Filip, Frúhe Stufen der Kunst (Propyláien Kunstgeschichte, 13), Berlín, 1974,
lám. 208. Con respecto a la empuñadura del cuchillo de Gebel al-Arak, véase Mellink y Filip,
op. cit., lám. 210; W. M. F. Petrie, «Egypt and Mesopotamia», Ancient Egypt, 1917, p. 29, fig. 4.
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FiGura 15. Arriba, el tema (contención del desorden) transferido a un plano cósmico de rena-
cimiento cíclico, donde el viajero triunfante es el dios Sol, quien, aquí, cruza en su barca una de
las horas nocturnas. En el registro superior hay tres figuras sin cabeza, identificadas como «los
enemigos de Osiris», y tres figuras postradas, calificadas como «los rebeldes». En el registro in-
ferior se sacrifica al demonio dei mal, la serpiente gigante Apopis. Fragmento de la séptima sec-
ción del «Libro de lo que hay en el otra mundo», pintado en las paredes de la tumba del faraón
Tutmosis TI en el Valle de los Reyes, Tebas (c. 1430 a.C.). Se ha suprimido el texto en
escritura jeroglífica cursiva. Tomado de A. Piankoff, The Tomb of Ramesses VI, vol. I, Nueva
York, 1954, fig. 80. En J. Romer, Romer's Egypt, Londres, 1982, pp. 170 y 173, hay fotografías
en color. Abajo, el mismo tema representado con una sencilla alegoría de la naturaleza. Las aves
salvajes de las marismas de papiros simbolizan el desorden. Se las atrapa, y por tanto se las in-
moviliza, con una red destinada al efecto y manejada por el faraón Ramsés II y los dioses
Horus (izquierda) y Khnum (derecha). Gran Sala Hipóstila de Karnak, pared interior de la mu-
ralla sur. Cf, H. Frankfort. Kingship and the Gods, Chicago, 1948, fig. 14.
64 EL ANTIGUO EGIPTO
44,
FiGURA 16. Arriba, una de las caras de la paleta de Tjehenu. Se ha perdido la escena principal,
probablemente la de una batalla. La parte inferior que queda muestra siete ciudades fortificadas
a las cuales atacan unos animales que simbolizan la monarquía y empuñan unas azadas. Segura-
mente, la paleta conmemoraba una serie de victorias del reino de Hieracómpolis en su expan-
sión hacia el norte. A partir de W, M. F, Petrie, Ceremonial Slate Palettes and Corpus of Proto-
A A AP A PA 10% linia e RA TORA, TEE OI A PR PS
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(Propyláien Kunstgeschichte, 13), Berlín, 1974, lám. 214b. Abajo, la escena de un guerrero que
blande una maza sobre una fila de prisioneros atados está tomada de la tumba decorada de Hie-
racómpolis (véase la figura 11, p 52) y, probablemente, representa a un rey del período Predi-
nástico en el rol de vencedor de la batalla.
dee
E ==
FiGURA 17. El tema de la dualidad en los primeros monogramas y nombres reales. Los números
1 y 2 (transición de la dinastía 1) son monogramas que representan de forma sencilla un trozo
de la fachada del palacio real, sin adjuntarle el nombre del faraón (compárese con la figura 10,
p. 50), y coronado en ambos casos por dos figuras de Horus. A partir de J. Clédat, «Les vases
de El-Béda», Annales du Service des Antiquités de l'Égypte, 13 (1914), lámina XIII, H: Junker,
Turah, Viena, 1912, p. 47, fig. 57. En el número 3, las dos mismas siluetas de Horus (a), acom-
pañando al nombre del faraón (Andyib) Mer-pu-bia (b) de la dinastía 1 (tomado de W. M. F.
Petrie, Royal Tombs, vol. I, Londres, 1900, lámina V.12). El número 4 es una manera de escri-
bir el nombre del faraón Khasekhemui de la dinastía Il en la cual se ha sustituido una de las fi-
guras de Horus por otra de Set (compárese con la figura 6, p. 38). Tomado de J. Capart, Memp-
his á Pombre des pyramides, Bruselas, 1930, p. 119, fig, 116.
5.-KEMP
66 EL ANTIGUO EGIPTO
rasgos distintivos del arte faraónico. El uso de animales como alegoría de una
fuerza vital, caótica e indomable, perduró en el arte religioso de la época his-
tórica, en especial en las escenas donde reyes y dioses capturan aves salvajes
(y en el período grecorromano también animales) con una enorme red, y
cuyos textos y contexto dejan claro el simbolismo de contención de un de-
sorden (figura 15).*%
El fresco de la tumba 100 de Hieracómpolis se puede interpretar dentro
de las mismas directrices. Retrata un universo simbólico cuyo elemento cen-
tral es una hilera de barcas: puntos inabordables de orden y autoridad, que
también transmitían la imagen de movimiento con el transcurso del tiempo.
Una de ellas, en la que aparece la figura de un dirigente sentado bajo un tol-
do y protegido por guardianas, está específicamente asociada con la autori-
dad. Las amenazas de manifestaciones de fuerzas vitales puras, algunas con
el aspecto de animales del desierto y otras con apariencia humana, están en
todos lados y se hace frente a ellas con viñetas de captura o derrota. La
misma lucha elemental, librada en un perpetuo recorrido por el tiempo,
subyace en algunos de los muchos murales pintados en las tumbas de los fa-
raones del Imperio Nuevo en Tebas. Pero, por aquel entonces, quince siglos
o más de avances intelectuales y artísticos habían transformado el paisaje del
caos, simple y real, en otro mundo imaginario de peligros ocupado por de-
monios ficticios (véase la figura 15).
Tenemos derecho a preguntar: ¿cuál era la causa del desorden que se de-
jaba sentir en aque! momento? Una sensación que comparten las gentes de
una sociedad sedentaria es la de sentirse rodeados y amenazados por un
mundo exterior turbulento y hostil (compárense las figuras 78 y 79, pp. 286 y
289). El entorno de las pequeñas unidades políticas de Egipto a finales del
Predinástico era conocido: los desiertos extraños y las comunidades vecinas
no muy alejadas, siguiendo el curso del Nilo. Pero las comunidades que tu-
vieron más éxito, las ciudades-estado incipientes, habían entrado en conflic-
tos más organizados por el territorio, los conflictos que habrían de conducir
al nacimiento del Estado egipcio. La acuciante realidad de la guerra, con los
ataques a los asentamientos amurallados y los horrores del campo de batalla,
se tradujeron a veces en escenas pictóricas con combates reales (figura 16),
aunque la esencia del conflicto, del desequilibrio, se siguiera viendo en tér-
minos alegóricos generalizados. A partir de la experiencia de desorden y lu-
chas, de un anterior equilibrio hecho añicos, surgió la percepción de un mun-
do en conflicto, real o potencial, entre el caos y el orden. Este iba a ser un
tema de interés intelectual durante el resto de la historia egipcia, igual que lo
fue la idea de que se podía contener (aunque no derrotar de manera defini-
tiva) el desorden y la falta de autoridad gracias al gobierno de los monarcas
y la presencia benigna de una suprema fuerza divina que se manifestaba en
el poder del sol. La concepción intelectual de la naturaleza del universo coin-
cidía con la estructura del poder político.
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 67
Los animales que se empareja son siempre idénticos. Incluso los dos de
la paleta de Narmer carecen de señales que les diferencien y que sugieran un
deseo de identificar, de una manera peculiar, cada uno con una parte del país
o un reino distinto. La armonía política debe de estar en el significado, pero
sólo como un aspecto acuciante del ideal de armonía general en el mundo
que conocían los egipcios.
A pesar de todo, las parejas de animales de las paletas ceremoniales de
finales del Predinástico son las precursoras de la pareja constituida por Ho-
rus y Set. Las primeras son los símbolos de un planteamiento general, mien-
tras que la última representa una aplicación más concreta del concepto y su
plasmación artística ante las nuevas circunstancias políticas del Egipto dinás-
tico. Además, hay que reconocer una interesante fase de transición. Las pri-
meras representaciones de figuras en pareja que simbolizan de manera ex-
plícita la unión de ambos reinos no son las de Horus y Set, sino dos siluetas
de Horus, frente a frente, con un estilo arcaico que recuerda, concretamen-
te, la figura específica del Horus de Hieracómpolis (figura 17). Es una adap-
tación directa de las parejas de figuras idénticas en las paletas de pizarra.
Vuelve a aparecer, alguna que otra vez, en los períodos históricos, cuando se
puede representar a ambos reinos como la herencia de Horus.*
El acto de equilibrio cósmico no era de por sí suficiente. La sociedad egip-
cia del período Dinástico estaba muy jerarquizada. La armonía dentro del
Estado emanaba de una única fuente, el monarca, y por medio de funciona-
rios leales llegaba hasta el pueblo. El rey representaba el papel de supremo
mantenedor del orden, que abarcaba no sólo la responsabilidad de la justicia
y la piedad sino también la conquista del desorden. Los textos filosóficos del
Imperio Medio describen este último tanto desde el punto de vista de una
agitación social, como también de una catástrofe natural y cósmica. La ga-
rantía definitiva de una armonía dentro de la sociedad y el orden natural de
las cosas no residía en el equilibrio entre contrarios. Una de las fuerzas tenía
que ser superior. Ya lo podemos entrever en uno de los motivos de la tumba
decorada de Hieracómpolis (véase a la derecha de la figura 14, p. 62). Allí, la
figura de un dirigente, en el centro, separa y equilibra una pareja de anima-
les enfrentados (en este caso, leones). La introducción de Set permitió que
ello quedara reflejado en las verdades eternas de la teología y, para que lo
entendamos, hemos de recordar que cada faraón era también la personifica-
ción concreta de Horus.
Set pasó a ser el perdedor y el antagonista de Horus, Se convirtió en el ad-
versario para poner orden a gran escala: las perturbaciones de la bóveda ce-
leste en forma de tormentas, la naturaleza hostil de los desiertos circundantes,
el carácter exótico de los dioses extranjeros e, incluso, las personas pelirrojas,
eran manifestaciones de Set. Sin embargo, como nos cuenta la piedra de
Shabaka. también Set acepta el juicio divino en su contra. Conserva el poder
para ser una fuerza reconciliada dentro del equilibrio ideal de la armonía.
68 EL ANTIGUO EGIPTO
Y
El mito de Horus y Set no es un reflejo del nacimiento político del Esta-
do egipcio. Seguramente, jamás conoceremos los pormenores del período de
guerras internas entre las ciudades-estado incipientes del valle del Nilo, pero
podemos afirmar sin temor a equivocarnos que no fue una mera contienda
épica entre dos adversarios. El mito del Estado de época histórica fue una
hábil adaptación de una noción, previa y más general, de un mundo ideal
cuyo origen estaba en el Alto Egipto. Combinó el antiguo concepto de una
armonía definitiva, a través del equilibrio de los contrarios, con la necesidad
que empezaba a percibirse de que sólo hubiera una fuerza superior. Se creó
dentro de la gran codificación de la cultura cortesana y se elaboró a partir de
la mitología local, que en el caso de Horus y Set estaba centrada en el Alto
Egipto. Pasó a formar parte del interés, prolongado y activo, que tenían los
egipcios por la geografía simbólica; en realidad, fue un proceso de coloniza-
ción interna a nivel intelectual.
Hay que hacer una última observación. La dinastía I se inició ya en un Es-
tado cuyo territorio era tan grande como el de la mayoría de los que ocupa-
rían la parte baja del Nilo en los tiempos modernos. No hubo un largo pro-
ceso de desarrollo a partir de la expansión de las ciudades-estado, una
primera forma política bastante común y que tuvo una historia floreciente
en, por ejemplo, Mesopotamia. Ya hemos empleado el término «ciudad-es-
tado incipiente» para los territorios en la parte meridional del Alto Egipto
con centro en Hieracómpolis y Nagada. «Incipiente» parece la palabra apro-
piada por cuanto no pueden equipararse en complejidad a las ciudades-esta-
do contemporáneas de otros lugares del Oriente Próximo. Estamos bastante
seguros de la existencia de dos de estas ciudades y sospechamos que ya de-
bían haber algunas otras presentes (por ejemplo, una con sede en Tinis), o
que todavía se encontraban en una primera etapa de formación (quizá Maa-
di y Buto en el delta, Abadiya en el Alto Egipto y Qustul en la Baja Nubia).*
Las guerras intestinas, que prosiguieron con gran vigor desde el sur, acaba-
ron con este período de desarrollo político en varios centros. Pero, como
cualquier Estado descubre tarde o temprano, las reivindicaciones regionales
continúan teniendo una gran fuerza incluso cuando los centros se encuentran
inmersos en una política más amplia. El juego prosigue. El extraordinario lo-
gro del Estado faraónico fue crear, por medio del recurso de la geografía
simbólica, una ideología con numerosas ramificaciones en las provincias. Po-
demos hablar de un marco mítico nacional, pero, por debajo, subsistían unas
identidades locales. La que podemos ver con más claridad en las etapas his-
tóricas posteriores (desde la dinastía VI en adelante) es Tebas, una ciudad-
estado encubierta. Hablaremos más de ella en el capítulo V. Pero hubo otras,
en el Medio Egipto y en el delta, que salían a la luz en épocas de debilidad
dinástica (fundamentalmente, los tres períodos intermedios). A veces, tras un
período de enorme trascendencia en una región, quedaba una aristocracia lo-
cal capaz de hacer alarde, durante un tiempo, de la pompa que acompaña a
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 69
Lámina 2. La arquitectura real en sus comienzos: Shunet al-Zebib de Abydos, palacio funera-
rio de ladrillos de adobe del faraón Khasekhemui de la dinastía 11 (c. 2640 a.C.). Orientado al
sureste.
FIGURA 18, El estilo regio de la arquitectura en el período Dinástico Antiguo. (A) Sector su-
reste de Shunet el-Zebib en Abydos (lámina 2, p. 70; reinado de Khasekhemui, finales de la di-
nastía II, c. 2640 a.C.). La situación de los montículos territoriales de piedra es hipotética. To-
mado de E. R. Ayrton, C. T. Currelly y A. E. P. Weigall, Abydos, vol. III, Londres, 1904, lámina
VI. Adviértase el estilo a base de entrantes, «fachada de palacio» simplificado, de la mamposte-
ría de las superficies externas. Para ver el tramo de la muralla de un palacio auténtico (por opo-
sición a uno funerario), remítase a la figura 11, p. 52, de Hieracómpolis y también a la figura 10,
p. 50. (B) Reconstrucción de la parte de la fachada de una tumba de un cortesano de la dinas-
tía 1, donde se recrea en miniatura la arquitectura de «fachada de palacio» de los edificios gu-
bernamentales. (C) La reconstrucción de los trabajados diseños —en su mayoría, pintados— de
la parte superior está basada en las reproducciones más tardías sobre los sarcófagos y en los lu-
gares de ofrendas de las capillas funerarias. Esta muestra procede de la tumba de Tepemanj, en
Abusir, dinastía V, tomada de J. Capart, L'Art égyptien L L "architecture, Bruselas y París, 1922,
lámina 46, a su vez sacada de L. Borchardt, Das Grabdenkmal des Kónigs Ne-user-re, Leipzig,
1907, lámina 24. (D) Otro ejemplo, procedente de un sarcófago esculpido de la tumba de Fefi,
dinastía IV, de Gizeh. Tomado de S. Hassan, Excavations ar Giza (1929-1930), Oxford, 1932,
lámina LXV.
2
'
A
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 75
FiGUrA 19, Arquitectura política. (A) Reconstrucción del sector meridional de la Pirámide Es-
calonada del faraón Dyoser (Zoser) en Saggara, plaza eterna de la exhibición real y escenario
de la fiesta Sed (cf. lámina 3, p. 79), tomada de J.-Ph. Lauer, La pyramide á degrés, El Cairo,
1936, lámina 4. (B) Escena del faraón Dyoser mientras procede a visitar el santuario temporal
de Horus de Behdet. La columna de jeroglíficos enfrente del monarca dice: «Un alto [en] el san-
tuario de Horus de Behdet». El último signo es, en realidad, el dibujo de un santuario temporal,
como los construidos en piedra alrededor del patio para la fiesta Sed en la Pirámide Escalona-
da. Estela norte, cámara subterránea de la Pirámide Escalonada de Saggara, a partir de C. M.
Firth y J. E. Quibell, The Step Pyramid, vos. HU, El Cairo, 1935, lámina 17, y A. H. Gardiner.
«Horus the Behdetite». Journal of Egyprian Archaeology, 30 (1944), lámina 111.4. (C) Platafor-
ma de piedra con dos gradas hallada en el extremo meridional del patio para la fiesta Sed en la
Pirámide Escalonada (cf. lámina 3, p. 79), tomado de Lauer, op. cit, foto LVI1 y p. 145, fig. 146.
(D) Antigua representación de la plataforma para el doble sitial y el dosel como se usaba en la
fiesta Sed, basada en un dintel esculpido del faraón Sesostris 111 (dinastía X11), según la repro-
ducción de K. Lange y M. Hirmer, Egypt: Architecture, Sculpture, Painting in Three Thousand
Years, Londres, 1961*, pp. 102-104,
Ficura 20. Ritual de reivindicación del territorio. (E) Relieve del faraón Dyoser corriendo (o
caminando a grandes zancadas) por el patio ceremonial entre los dos grupos de indicadores te-
rritoriales. Enfrente del rey hay el estandarte del dios Upuaut y una columna vertical de jero-
glíficos, cuyo significado es un tanto oscuro. La traducción literal es «Los Grandes Blancos», una
alusión en plural al dios babuino cuya silueta forma parte del último jeroglífico. Sin embargo, el
primer elemento del nombre es además uno de los términos para santuario, por lo visto un «San-
tuario Blanco». Se ha propuesto que los babuinos en cuestión son imágenes de los espíritus de
los antepasados, pero tan sólo es una hipótesis. Véase W. Helcky E. Otto, Lexikon, vol. Il, pp.
1.078-1.080; A. Erman y H. Grapow, Worterbuch der aegyptischen Sprache, Leipzig, 1926-1931,
vol, HI, p. 209.6; H. W. Fairman, «Notes on the alphabetic signs employed in the hieroglyphic
inscriptions of the Temple of Edfu», Annales du Service des Antiquités de ' Egypte, 43 (1943), pp.
260-261; A. J. Spencer, Catalogue of Egyptian Antiquities in the British Museum V, Early Dy-
nastic Objects, Londres, 1980, pp. 13, 16, n.? 16, láminas 8 y 9, G. Dreyer, Elephantine VIH. Der
Tempel der Satet. Die Funde der Friihzeit und des Alten Reiches, Maguncia, 1986, p. 69. Detrás
del monarca hay un par de jeroglíficos empleados para escribir una palabra (mdnbw) que quie-
re decir «límites». Estela central de la cámara subterránea bajo la Pirámide Escalonada de Saq-
gara, tomado de C. M. Firth y J. E. Quibell, The Step Pyramid, vol. 1, El Cairo, 1935, lámina
16. (F) Fragmento de un rótulo de madera del faraón Udimu de la dinastía Í procedente de su
tumba en Abydos. Se ha de leer de derecha a izquierda: 1) el signo de «año de reinado» (cf. fi-
gura 5, p. 31); 2) el rey corriendo entre los montículos territoriales; 3) el rey aparece sentado
bajo un dosel en un estrado del trono provisto de gradas; 4) nombre de Horus del faraón Udi-
mu. Según W. M. F. Petrie, Royal Tombs, vol. 1, Londres, 1900, láminas X1.14 y XV.16. (G) De-
talle de una escena procedente de una maza ceremonial del faraón Narmer, dinastía 1, de Hie-
racómpolis. Representa la aparición ceremonial del monarca, sentado en un estrado del trono
con gradas y dosel (1), y acompañado de los portaestandartes de los «seguidores de Horus» (3a,
3b, cf. la figura 12, p. 54). Por lo visto, el acto corresponde a la inspección de los prisioneros (2b-
4b y 4c) y los animales (2a, 3c y 4c) capturados en una batalla. Los varios signos pequeños de la
línea c son números. Adviértase la figura sedente (¿una imagen divina?; 2b) en una silla de
mano provista de un doselete curvo (cf. la figura 33, p. 119). Un elemento especialmente signi-
ficativo es la manera en que se ha colocado a los prisioneros entre los montículos territoriales.
Tomado de J. E. Quibell, Hierakonpolis, vol. L, lámina XXVLB.
LAS BASES INTELECTUALES DEL INICIO DEL ESTADO 77
Lámina 3. La Pirámide Escalonada del faraón Dyoser (Zoser), dinastía Il, en Saggara. Orien-
tada al noroeste. Delante de la pirámide se encuentran las reproducciones en piedra de los san-
tuarios de campaña erigidos sobre pedestales y que forman parte del patio para la fiesta Sed.
Obsérvese la posible plataforma destinada al doble sitial que hay en c! patio.
pirámide
templo funerario
con lugar de ofrendas
Z
Huni, fi-
Ficura 21. La apoteosis de la monarquía. La pirámide de Medum (reinado del faraón
dinastía HI, c. 2575 a.C.), fue la primera de una nueva generación de tumbas en las
nales de la
de la monar-
pirámides que expresaban un concepto diametralmente distinto de la naturaleza
supremo del te-
quía. En vez de un sepulcro donde se celebraba al faraón como reivindicador
rritorio y que perpetuaba su fasto terrenal (figura 19, p. 74), el nuevo estilo de las pirámides pro-
la principal
clamaba su fusión con el símbolo místico del Sol. El minúsculo lugar de ofrendas era
vertiente humana. Los complejos de las pirámides más tardíos atenuaron el tre-
referencia a su
mendo contraste entre la escala de aquéllas y la de los templos.
6.—KEMP
82 EL ANTIGUO EGIPTO
culturales.
Si visito las pirámides de Gizeh o los templos y las tumbas con decora-
ciones de Luxor, inmediatamente me doy cuenta de que estoy frente a una
singular creación de la humanidad. Sentiré lo mismo cuando me halle en pre-
sencia de una mezquita medieval en El Cairo o ante un castillo o una cate-
dral de Europa. Cada uno de ellos es fruto de una gran tradición cultural dis-
tinta y todos dejan imágenes bien diferentes en la memoria, Cuando, por
otro lado, dada mi condición de arqueólogo, excavo entre las viviendas de
una de las comunidades más pobres del antiguo Egipto, esta singularidad de-
crece notablemente. Los hombres de la aldea local que contrato para reali-
zar los trabajos de excavación no sentirán que los signos de vida humana que
se perfilan ante ellos sean muy distintos de la suya propia: aquí la cocina, allá
los establos para el ganado. La sensación de familiaridad y de anticipación
puede resultar desalentadora. Me veo obligado a recordarme que la cultu-
ra y el entorno nunca son los mismos de un lugar a otro ni de una época a
otra, y que la búsqueda de las variaciones dentro de las amplias regularida-
des de la existencia humana constituye una parte esencial del conocimien-
to de toda la multiplicidad de conductas de los humanos.
La «gran cultura», que con el tiempo se convierte en la cultura de los tu-
ristas, no fue la creación espontánea del hombre de la calle. No es casualidad
que la hallemos manifiesta en enormes edificios religiosos, palacios, mansio-
nes y castillos. La gran cultura, que requiere el patrocinio y la dirección de
los trabajos, se origina en las cortes. La riqueza, la magnitud, el esplendor,
los cánones artísticos y las novedades intelectuales forman parte de los ins-
trumentos de poder. Cuando una gran tradición está bien arraigada, la in-
fluencia que puede tener se percibe en toda la sociedad. Pero, para llegar a
este estadio, ha de expandirse a costa de las demás tradiciones. Ha de colo-
84 EL ANTIGUO EGIPTO
quitectura monumental, que culmina en las pirámides y los templos que las
acompañan. A los ojos del historiador del arte, en realidad la antorcha se
prendió en el período Dinástico Antiguo. Las dinastías posteriores le agre-
garon intensidad y luminosidad.
fueron inmediatamente sustituidos por los templos con el familiar estilo ar-
quitectónico del antiguo Egipto. Poco a poco, desde hace algún tiempo, se
han ido acumulando pruebas respecto a que el «típico» templo de piedra del
Imperio Nuevo, que goza de tanto favor en los manuales actuales, fue prece-
dido por una primera fase de construcción de templos locales, de dimensio-
nes más reducidas, en los que se solían emplear unos pocos sillares dentro de
una arquitectura general a base de ladrillos de adobe y, en conjunto, con una
apariencia más sencilla. A esta fase le daremos aquí el nombre de «Formal
Antiguo». En el Imperio Nuevo llegó el templo del «Formal Pleno» y, por úl-
timo, el templo del «Formal Tardío» consumió casi todas las energías del pe-
ríodo comprendido entre la dinastía XXX y la primera parte de la ocupación
romana de Egipto.
Una vez propuesta esta secuencia, examinaremos un grupo de yacimien-
tos del Alto Egipto de acuerdo con los términos sugeridos.
Medamud
tinua, que corría al pie de la muralla, al igual que sucede en las fortalezas del
Imperio Medio levantadas en la Baja Nubia (véase el capítulo IV). Al sur,
una calle perpendicular separa dos bloques distintos, mientras que, al norte,
una tercera se extiende a todo lo ancho. Las calles estaban provistas de de-
sagies de calcita que seguían el eje central.
Por desgracia, el espacio que queda al norte es el sector donde se con-
centraron las posteriores edificaciones del templo, las cuales destruyeron
casi toda la obra de ladrillos en este nivel. El templo del Imperio Medio de
Medamud se levantaba por lo visto en este lugar, pero no disponemos de
datos directos acerca de cómo era su planta. Durante las primeras tempora-
das de excavación, se descubrieron numerosos elementos arquitectónicos de
aquella cronología que habían sido reutilizados en las construcciones poste-
riores. Había columnas, estatuas osiriacas de los reyes, elementos de las
puertas y esculturas. Bastantes bloques de piedra procedían de dos inmen-
sos portales que debieron estar en la muralla de ladrillo del recinto. Pero,
por lo que se desprende de los informes, no hay suficientes mampuestos
para hablar de un templo del Imperio Medio cuyas paredes estuviesen cons-
truidas con sillares; en su mayor parte, debían ser de ladrillos de adobe. Los
excavadores hicieron una reconstrucción de la planta del complejo, en la
que se incluía un plano del templo, y es esta la que ha llegado hasta los li-
bros de texto. De todas maneras, según parece, conlleva una buena dosis de
interpretación personal, y en la figura 22 se ha preferido presentar la plan-
ta de los verdaderos restos. A pesar de todo, los excavadores admitían que
el sector sur debió estar formado por los almacenes y las viviendas de la co-
munidad religiosa. También llamaron la atención sobre el parecido que
mostraba con una fortaleza y, en verdad, los fuertes nubienses proporcionan
los paralelos más cercanos. Al parecer, en Medamud tenemos la aplicación
a un templo de la impresionante maquinaria burocrática para las construc-
ciones del Imperio Medio. Es un buen ejemplo del trazado de un templo de
la fase Formal Antigua.
Esta intervención del Imperio Medio dejó, en el terreno por debajo, los
vestigios de un recinto religioso aún más antiguo. Se excavó en el año 1939,
y nuevamente nos encontramos con que sólo ha sido objeto de un estudio
preliminar? Una muralla de ladrillo cerraba una parcela de terreno de con-
torno irregular, poligonal, que medía 83 metros en su punto más ancho. La
muralla y los edificios asociados fueron construidos sobre el suelo aluvial en
el que, por lo visto, nunca se había edificado con anterioridad, si bien conte-
nía unos cuantos utensilios prehistóricos. La muralla rodeaba una arboleda,
de la que han quedado los restos carbonizados. Dentro de este bosquecillo
sagrado, se levantaban dos estructuras ovaladas, cuya existencia se infiere de
las siluetas en negativo sobre el terreno. Se pensó que simplemente habrían
sido montículos de tierra. Un pasadizo sinuoso de ladrillo atravesaba cada
montículo hasta llegar a una cámara central, cuyo suelo estaba cubierto de
MEDAMUD
soportes de cerámica
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Ficura 22. Dos mil quinientos años de culto religioso: el templo de Medamud con los niveles
arquitectónicos superpuestos. A partir de €. Robichon y A. Varille, «Médamoud. Fouilles du
Musée du Louvre, 1938», Chronique d'Egypte, 14, n. 27 (1939), p. 84, fig. 2; C. Robichon y A.
Varille, Description sommaire du temple primitif de Médamoud, El Cairo, 1940, mapa desplega-
hlea del
Nalf
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 89
arena fina. Los pasadizos comunicaban con un patio, en cada caso por medio
de un vestíbulo. En aquéllos había soportes de cerámica para los cuencos de
ofrendas o los incensarios. El patio estaba cerrado por un muro en el que se
abría una entrada, flanqueada por dos pequeños torreones de ladrillo. Se
siente la fuerte tentación de restaurarlos como si fueran pilonos y, así, con-
vertirlos en los primeros ejemplos del valle del Nilo. Más tarde, se le añadió
un patio anterior y se reemplazaron aquellas torres por un nuevo par colo-
cadas más al norte. Frente a cada una de éstas, se hallaba el emplazamiento
para un mástil de bandera, en un caso representado por un soporte circular
de piedra. Este patio anterior contenía dos pedestales rectangulares de ladri-
llo, cubiertos de cenizas. Hemos de considerar la posibilidad de que sean
equivalentes a la plataforma que hay en la antesala del santuario de Elefan-
tina (véanse las pp. 122 y 124).
No se hallaron inscripciones relacionadas con este curioso edificio, pero
parece que la cerámica lo fecha en las postrimerías del Imperio Antiguo.
Existe, pues, la fuerte presunción de que ya hubo alguna clase de santuario
allí con anterioridad y el templo Preformal que se ha conservado supone un
acto de renovación arquitectónica, llevada a cabo en el período Dinástico y
sin apenas tener en cuenta las tradiciones de la corte.
Al parecer, este primer templo se construyó en torno al símbolo arqui-
tectónico del montículo. Se puede interpretar desde el punto de vista de la
teología unificadora de época posterior, la cual tomó el concepto del montí-
culo primigenio, lo que primero emergió de las aguas del caos, como princi-
pio simbólico del poder regenerador, incluida la nueva vida más allá de la
muerte. Pero no existen inscripciones que lo relacionen concretamente con
Medamud y, como siempre, deberíamos mostrarnos cautelosos cuando haga-
mos interpretaciones utilizando fuentes de épocas más tardías. Medamud es
hoy, todavía, el ejemplo más notable de arquitectura preformal de Egipto. Su
conología, adentrada en el período histórico, es un punto de referencia im-
portante para otros yacimientos. Otorga credibilidad a las dataciones históri-
cas de los otros materiales que discutiremos aquí y, en especial, resulta útil
para interpretar los restos arquitectónicos de Hieracómpolis.
Elefantina
destal para
santuario de
metros
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pozo de la dinastía XVIII pavimento de piedra del templo de: Formal Antiguo (dinastía X1/X141)
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relleno de bloques;
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FIGURA 23. El santuario primitivo de Elefantina, conservado debajo del pavimento del templo
a la diosa Satis, de la dinastía XVIII Los dos planos de arriba documentan dos etapas de la evo-
lución arquitectónica del santuario de ladrillos. En la planta de la dinastía Vl, a es un cartucho
de Pepi II y b corresponde a una breve inscripción de Merenra. Abajo, sección del eje X-Y. Para
una reconstrucción del pedestal de la imagen portátil, véase la figura 33, p. 119. Tomado de G.
Dreyer, Elephantine VIH. Der Tempel der Satet, Maguncia, 1986, figs. 1,4 y 7.
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 91
HIERACÓMPOLIS ul
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| estela de granito con el borde superior redondeado” Ml |
+ objeto importante del Imperio Nuevo * hallazgo antiguo importante, probablemente del santuario
FIGURA 25. Ruinas del templo de Hieracómpolis (cf. las figuras 11, p. 52, y 48, p. 179). Los es-
casos restos del templo del Formal Pleno (dinastía XVIII y época posterior) aparecen en gris.
Tomado de J. E. Quibell y F. W. Green, Hierakonpolis, vol. II, Londres, 1902, lámina LXXIL
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 97
Hieracómpolis
TA KEMP
98 EL ANTIGUO EGIPTO
FIGURA 26. Una antigua imagen divina: el dios halcón Horus de Hieracómpolis protegiendo la
figura del rey. Originalmente, era de madera (ahora descompuesta), laminada en cobre y tenía
la cabeza de oro. Fue hallada enterrada en un pozo del santuario del templo del Formal Anti-
guo de Hieracómpolis (figura 25, p. 96). A partir de J. E. Quibell y F. W. Green, Hierakonpolis,
val, Il, Londres, 1902, lámina XLVII; J. E. Quibell, Catalogue général des antiquités égyptiennes
du Musée du Caire: Archaic objects, El Cairo, 1904-1905, lámina 65.
número. Los más corrientes eran las mazas, cuencos de alabastro poco hon-
dos, otras vasijas de piedra y de fayenza entre las que hay modelos de reci-
pientes sobre soportes altos, y figuritas de animales hechas con materiales di-
versos: monos, uno de los cuales está abrazando a su cría, aves, ranas,
hipopótamos, perros, un jabalí, gacelas o íbices y numerosos escorpiones o
colas de escorpión. Estos últimos aportan una nota distintiva a la colección.
Existe un fuerte paralelismo con Abydos y Elefantina y, una vez más, el ma-
terial apenas se corresponde con la divinidad a quien sabemos estaba consa-
grado el templo, el dios halcón Horus de Nejen, la personificación de la mo-
narquía inicial.
El depósito principal se hallaba bajo los muros de una parte del templo
del Formal Antiguo. Debajo de otra, había la porción más grande de una es-
tructura anterior: un montículo circular de arena limpia del desierto reforza-
do con un muro de revestimiento, de paredes inclinadas, hecho con bloques
de arenisca sin labrar. Los datos estratigráficos insinúan que fue construido
entre una fecha tardía del período Predinástico y la dinastía II o la III (es de-
cir, 2700 o 2600 a.C.). Alrededor de él, pero sin traspasar sus límites, se cons-
truyeron casas del Imperio Antiguo, así que es muy posible que estuviera en
uso al menos durante parte de aquel período. La interpretación generalizada
de su funcionalidad es que fue la base del primer templo de Hieracómpolis.
Algunos bloques de piedra hallados en las proximidades podrían muy bien
proceder del templo levantado sobre el montículo y que, más tarde, fue de-
molido para dejar sitio al templo del Formal Antiguo. Estos bloques incluyen
la jamba de granito de una puerta del faraón Khasekhemui, sobre la que se
había esculpido una escena de la ceremonia de fundación del templo,'' y una
columna o estela de uno de los faraones Pepi de la dinastía VI.” Una pieza
fuera de lo corriente era una estela de granito, plana y con el borde superior
redondeado, de 2,6 metros de altura, parecida a las estelas verticales que ha-
bía en los patios descubiertos de los templos funerarios situados junto a al-
gunas de las pirámides del Imperio Antiguo (véase la figura 30.3, p. 111, y cf.
figura 21, p. 81).'* No podemos saber cómo era el edificio que se levantaba
sobre el montículo, aunque probablemente estaba construido con ladrillos de
adobe y debía ser bastante pequeño. Pero el contorno circular del montículo
nos proporciona una característica que se aparta de inmediato de lo que es-
peramos de la arquitectura de los templos egipcios. Lo que contenía el tem-
plo también nos resulta extraño. Sabemos lo que era por el depósito princi-
pal y otros materiales sepultados que ya hemos descrito: una exigua cantidad
de piezas identificables como «clásicas» y un elevado número de objetos den-
tro de la tradición Preformal. Puede que muchos fuesen fabricados a finales
del período Predinástico, como algunas de las paletas de pizarra, pero es im-
probable que lo fueran todos, en especial dados los nuevos datos que nos
presenta Elefantina.
100 EL ANTIGUO EGIPTO
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FiGURA 27. Restos del primitivo templo al dios Khenti-amentiu en Abydos. Se encontraba en
la esquina de un recinto fuertemente amurallado y estaba rodeado de depósitos y otros edificios.
Tomado de W. M. F. Petrie, Abydos, vol. TE, Londres, 1903, láminas L-LIV.
Abydos'*
entrada hecha con sillares de piedra en la que quedaban marcas del cartucho
de uno de los faraones Pepi de la dinastía VI. El templo en sí era un edificio
rectangular, de 18 por 21 metros de lado, con subdivisiones interiores. Se ha-
bía construido con ladrillos, pero la entrada fue hecha con sillares. En el in-
terior, Petrie halló una gran variedad de objetos votivos, incluidas tablillas de
fayenza y vasos de alabastro con los nombres de Pepi I y ML. A una profun-
didad de 50 cm por debajo del nivel del suelo, había un gran depósito cu-
bierto de cenizas y tierra quemada que contenía «centenares de pequeños ro-
llos de arcilla cocida». Más tarde, se encontraron objetos parecidos en un
depósito, por lo visto del Dinástico Antiguo, debajo del templo del Imperio
Nuevo en Armant.* Los restos de las estructuras que se pudieron distinguir
bajo el suelo del templo del Imperio Antiguo consistían tan sólo en mancho-
nes de arena y los tramos inconexos de unos delgados muros de ladrillo a
partir de los cuales no se puede reconstruir el trazado del edificio. Al pare-
cer, una de las partes está formada por un patio rectangular del cual sale un
corredor angosto y revestido de ladrillo, lo que recuerda, a grandes rasgos, la
planta básica del templo Preformal de Medamud.'* La suposición más acer-
tada sería la de que hubo un edificio carente de construcción pesada y con un
diseño formal.
Durante estas excavaciones, Petrie también descubrió varios grupos de
figurillas votivas. Algunas fueron enterradas dentro de pozos, uno de los
cuales está, de hecho, bajo el límite de la muralla de este templo de finales
del Imperio Antiguo. Había figurillas humanas, la mayoría de marfil y fa-
yenza; un amplio grupo de estatuillas de animales, la mayor parte de las
cuales eran de fayenza, caliza y marfil; y modelos de vasijas, barcas, san-
tuarios portátiles, frutas y flores, prácticamente todos de fayenza (véase la
figura 24, p. 94). Una de las figuritas humanas eran una preciosa estatuilla
de marfil de un rey con la indumentaria de la fiesta de jubileo.” Este ma-
terial presenta el mismo problema de datación que el de los denésitos de
Hieracómpolis: en la antigúedad, cuando se reconstruyó e. templo, se le
apartó adrede de su contexto original y, debido a su estilo Preformal, da la
impresión de ser de una cronología muy elevada. Sin embargo, muestra una
enorme semejanza con el material de Elefantina. Algunas piezas pertene-
cen indudablemente al Dinástico Antiguo, pero otras probablemente en-
tran dentro del Imperio Antiguo. Cuando, a finales de aquel período, se re-
construyó el templo, su presencia en él dejó de ser necesaria y se las
enterró cuidadosamente en los cimientos. A finales de la dinastía XI y en
el reinado de Sesostris 1, el templo fue reconstruido y, probablemente, se
empleó una cantidad reducida de sillares dentro de una estructura de la-
drillos de adobe. La reedificación del Imperio Nuevo borró cualquier ves-
tigio de aquel edificio.
En Abydos, una de las consecuencias del patrocinio de la corte y la parti-
cipación en el estilo formalizante fue el cambio de identidad del dios a quien
102 EL ANTIGUO EGIPTO
Coptos
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altura media de una persona
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Ficura 28. Arte preformal a escala monumental: una de las tres estatuas gigantescas de piedra
caliza de un dios de la fertilidad procedentes de Coptos. La parte correspondiente al torso y el
inicio de las piernas se conserva en el Museo Ashmolean, Oxford. Tiene una altura de 1,9 me-
tros. La cabeza y el final de las piernas son una reconstrucción, aunque la forma general de la
primera y la barba están basadas en la cabeza, en muy mal estado, descubierta en Coptos y tam-
bién depositada en el Museo Ashmolean. La altura de la reconstrucción (excluyendo la base in-
ferior, toscamente labrada. del pedestal), es de 4,1 metros. Los signos esculpidos en el costado
derecho están tomados de W. M. F. Petrie, Koptos, Londres, 1896, láminas Il y IV. La identifi-
cación de los relieves es la siguiente: a) un par de estandartes coronados con un emblema del
«rayo» y una pluma de ave, alternados entre un par de espinas del pez sierra del mar Rojo (en
la estatua de El Cairo se ha agregado una pequeña avestruz); b) un par de conchas de pleroce-
ras (un molusco del mar Rojo; separadas por un arpón en la estatua de Ashmolean); c) un ele-
fante con las patas apoyadas sobre unas colinas de forma cónica y un pájaro (del cual sólo se
conserva la parte posterior); d) una hiena y un toro, con las patas reclinadas sobre unas colinas
cónicas.
104 EL ANTIGUO EGIPTO
* Después de acabarse este libro, Barbara Adams ha publicado las esculturas en cerámica
de Coptos, Sculptured Pottery from Koptos in the Petrie Collection, Warminster, 1986, en donde
llega a la conclusión de que lo más probable es que sean del Imperio Antiguo o de fecha poste-
rior. Su conclusión es bastante similar a la presentada aquí: «Por lo visto, hubo una tradición en
los templos, antigua y duradera, en el modelado de las figuras humanas y de animales, tal vez
como un objeto votivo fabricado con rapidez».
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 105
que pudo haber ocurrido en cualquier momento del Imperio Antiguo. Ade-
más, incluso después de haberlas abandonado de modo oficial, seguramente
continuaron siendo una fuente de poder para la gente del lugar. Sobre el
cuerpo, presentan varias cavidades, redondeadas y pulidas, probablemente
causadas por las personas que las picaban para obtener polvo con propieda-
des mágicas. Sólo lo podrían haber hecho cuando las estatuas estaban caídas
en el suelo.
Desde su descubrimiento, estas esculturas han dado la sensación de ser un
producto totalmente extraño en el valle del Nilo. Sin embargo, ello se debe
a que nosotros mismos las vemos en retrospectiva y nuestro sentido de la es-
tética ha quedado moldeado por lo que, al final, fue la única tradición im-
portante dentro del arte. Para quienes las esculpieron y adoraron, represen-
tarían un logro artístico sin precedentes de las tradiciones regionales que
ellos preferían.
A finales del siglo pasado, ya se conocía la mayor parte del material ar-
tístico Preformal (a excepción del de Elefantina). Su descubrimiento causó
una honda impresión inicial y motivó la publicación, en el año 1905, de un li-
bro que aún hoy constituye un buen estudio introductorio: Primitive Art in
Egypt de J. Capart.* Según el autor, el contraste estilístico se explicaba por
la extendida supervivencia de un «arte primitivo» indígena entre la población
en general, junto al desarrollo de un «arte oficial, el arte de los señores», in-
troducido por un pequeño grupo invasor de egipcios faraónicos que, según se
creía entonces, trajeron consigo las ideas fundamentales de la antigua civili-
zación egipcia. Aunque esta explicación de una invasión ya no tenga validez
histórica, al menos el modelo de Capart concedió a este material una impor-
tancia que, luego, ha perdido. Si sustituimos el grupo de invasores superiores
por un círculo de la corte innovador e indígena, entonces la explicación de
Capart resulta sostenible, pese a que, también él, haya relegado de manera
innecesaria un excesivo número de objetos votivos del templo al período
prehistórico.
El modelo unilineal de la evolución inicial de la cultura egipcia, el méto-
do de la historia del arte, simplifica demasiado y, a causa de ello, rechaza los
datos que no se adecúan a él. La orientación estilística estrictamente formal,
que identificamos como la quintaesencia del estilo faraónico y que sustituyó a
las creaciones más intuitivas y menos sujetas a unas normas del período Pre-
dinástico, tardó en llegar a determinados rincones de las provincias del Egip-
to dinástico. El arte académico de la corte, creado durante el período Dinás-
tico Antiguo, no se concretó en un plan general de cambio para el país entero.
En los templos de las provincias, los edificios y los objetos, heredados del pa-
sado o creados conforme los estilos de antaño, siguieron despertando un inte-
rés por mucho tiempo. Entre las causas de la lentitud y la falta de sistemati-
zación del avance de la transformación, tal vez estuvieran incluidas las
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 107
que denominamos hierático (véanse ejemplos en las figuras 39, pp. 142-143,
y 41, pp. 148-149). Cada jeroglífico quedó reducido a unos cuantos trazos
sencillos hechos con un pincel de cáñamo y, a veces, se unen formando gru-
pos. El estilo hierático cambió en el transcurso de las generaciones, de
manera que los investigadores actuales pueden situar los textos dentro de
ciertos límites cronológicos según el tipo de letra. Algunos buenos escribas,
sobre todo los de las postrimerías del Imperio Nuevo, elaboraron una letra
con elegantes florituras. Pero, francamente, de ningún modo podemos soste-
ner que se trate de un arte caligráfico como el desarrollado en, pongamos por
caso, las culturas tradicionales islámica o japonesa. El motivo es bien simple:
la escritura que exigía cuidado y atención era la jeroglífica. Aunque de vez
en cuando se añadieron signos nuevos, el tipo ideal jamás cambió. Era la si-
lueta natural, perfilada con esmero, cuyas bases se sentaron a finales del Pre-
dinástico. El artista que quería derrochar talento en los jeroglíficos lo hacía
trabajando con ahínco los detalles internos, sín tocar los contornos que ha-
bría sido antinatural o impropio modificar.
Resulta bastante fácil describir el estilo del arte faraónico*” y, a juzgar por
el volumen de producción en la antigiiedad, tampoco costaba mucho apren-
derlo, dado que existían todos los incentivos para ello. Un buen artista per-
tenecía a la clase funcionaria de los escribas, como lo revelan los talleres de
los escultores de la ciudad del Imperio Nuevo de El-Amarna (véase el capí-
tulo VID. Podemos elegir tres elementos fundamentales. Se imprimía a toda
la composición una ordenación marcadamente lineal mediante subdivisiones
trazadas con rayas horizontales de las que brotan las figuras. Las bandas de
figuras resultantes, o registros, representan temas, pero la secuencia de los
registros podía incluir un elemento de ordenación más general: espacial, ale-
jándose del espectador, si bien no se preocuparon por reducir el tamaño de
las figuras con la distancia; o temporal, en una secuencia que va vertical-
mente hacia arriba. El segundo elemento, que también tiene que ver con la
composición global, es la estrecha relación que hay entre las figuras y la es-
critura jeroglífica que las acompaña. Como los jeroglíficos conservaban las
formas naturales originales y se dibujaban siguiendo las mismas convencio-
nes que los otros elementos de la composición pictórica, el texto y las imá-
genes se fundían armoniosamente en un único canal de comunicación. Esto
se ve clarísimo cuando se trabaja los signos de manera emblemática dentro
de la composición pictórica, como lo ilustran las bases de los tronos de Lisht
(véase la figura 6, p. 38). En el período Dinástico Antiguo, los jeroglíficos y
los grupos pictóricos se solían confundir de manera más equitativa que en
épocas posteriores, cuando varió el equilibrio entre ambos y los jeroglíficos
pasaron a ser más un comentario de una composición pictórica dominante.
El tercer elemento atañe a las convenciones artísticas de las propias figu-
ras, sean humanas, de animales o piezas de mobiliario, Cada figura o cada
una de las partes principales que la componen queda reducida a un perfil ca-
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 109
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FiGuRa 30, La transformación artística de un símbolo: la piedra sagrada benben de Heliópolis.
1) La piedra sagrada original hipotética. 2) Los primeros dibujos, a modo de jeroglíficos, en los
Textos de las Pirámides (Pyr 1652b y 2069a). Los artistas prefirieron conferirle una forma simé-
trica y geométrica, con lo cual crearon dos tradiciones, una con sección rectangular aplanada y
el borde superior redondeado (3-6) y otra de sección cuadrada y en punta (7-10). 3) Este-
la con el borde superior redondeado procedente del templo de Hieracómpolis, de 6 metros de
altura, tomada de J. E. Quibell y F. W. Green, Hierakonpolis, vol. U, Londres, 1902, lámina
LXVIT. 4) Escritura de piedra benben en la tumba de Merire en El-Amarna, dinastía XVII, to-
mado de £D, vol. 1, 97e. 5) Representación de una piedra benben erigida en Un templo de El-
Amarna [véase el capítulo VH), tumba de Merire, tomado de N. de G. Davies, Rock tombs of
El Amarna, vol. 1, Londres, 1903, lámina XXXULL 6) Piedra vertical de granito en Abgig, Fa-
yum, erigida por Sesostris , dinastía XII, altura 12,62 metros, tomada de K. R. Lepsius, ed,
Denkmaeler aus Aegypten und Aethiopen, Berlín, 1849-1858, vol. II, B1 119. 7) Silueta, parcial-
mente reconstruida a partir de las representaciones antiguas, de la estructura central de los tem-
plos solares de la dinastía V en Abu Ghurab. 8) Escritura de piedra benben en una inscripción
de El-Amarna, a partir de J, D. S. Pendlebury, The City of Akhenaten, vol. 111, Londres, 1951,
lámina CITA48, 9) Parte superior del piramidión que coronaba la pirámide del faraón Khendyer
de la dinastía XITl en Saggara. Encima del mismo se ha esculpido el disco alado del Sol. Toma-
do de G. Jéquier, Deux pyramides du moyen empire. El Cairo, 1933, fig. 17. 10) Obelisco de gra-
nito de Sesostris Ten la misma Heliópolis (20,4 m) tomado de Lepsius, op. cit., vol. 11, B1 118h.
112 EL ANTIGUO EGIPTO
mayal mientras que, con la otra, sujeta por la raíz el pene erecto (figura 29).
Lleva un tocado consistente en un par de largas plumas. Otros atributos que
le distinguen son una curiosa versión estilizada del primitivo santuario de
campaña y una mata de lechugas cultivadas, cuya savia se interpretaba por lo
visto como el semen del dios.* También se le dio un emblema, que llevaba
en lo alto de una vara; un objeto del cual todavía no se ha hecho una identi-
ficación categórica si bien, oportunamente, se le ha denominado «rayo».
Esta colección de imágenes clásicas fue codificada en las postrimerías del
Imperio Antiguo.” De hecho, la imagen básica del dios Min aparece ya en
una fecha muy temprana, a finales de la dinastía 11.* Ahora, junto con Min,
las estatuas preformales de los colosos, halladas asimismo en Coptos, nos
proporcionan parte de la materia prima con la cual se modeló la estereotipa-
da imagen clásica. Podemos ver de qué manera funcionaron los sistematiza-
dores intelectuales de la corte. Se conservó la postura básica, pero se remo-
delaron los detalles y el estilo general, con lo que se obtuvo una variante de
la única imagen estándar de un dios tal cual la imponía el estilo artístico re-
ligioso de la corte. Al culto original iban asociados varios emblemas, esculpi-
dos en los costados de los colosos. Los sistematizadores religiosos del círcu-
lo de la corte seleccionaron uno de ellos, el «rayo», y no hicieron caso de los
demás. El resultado global de sus esfuerzos fue un montón de atributos que
se prendieron, por así decirlo, al modelo consagrado y universal de un dios.
En estas condiciones, se le podía utilizar en el juego teológico de palabras e
imágenes. Apareció la combinación Min-Amón, en la que se produjo cierta
fusión con el dios Amón de la ciudad cercana de Tebas. En Abydos, duran-
te el Imperio Medio, logró cierta popularidad el culto a «Min-Horus, el Vic-
torioso», en el que la veneración a Min se asoció con el culto a Osiris.
El segundo ejemplo es la piedra sagrada benben.* Al parecer, se encon-
traba en un santuario de Heliópolis y, probablemente, era una muestra del
difundido culto en la antigiiedad a piedras aisladas, a las que se atribuía pro-
piedades singulares. El original ya no existe, pero los testimonios pictóricos
indican que se trataba de una piedra en posición derecha y con el borde su-
perior redondeado (figura 30). La piedra devino el prototipo de una serie de
símbolos arquitectónicos y, con este carácter, reaparece esporádicamente en
su forma primitiva por la historia egipcia. El faraón Ajenatón (Akhenaton),
por ejemplo, colocó una piedra benben con el borde redondeado en uno
de sus templos consagrados al Sol en El-Amarna.* El faraón Sesostris III de
la dinastía XII había erigido antes una versión más alargada en el Fayum,
en el yacimiento de Abgig.* Pero, por lo general, el contorno redondeado he-
ría la sensibilidad estética de los egipcios; le faltaba pureza geométrica. Pre-
firieron convertir el reborde curvado en una figura geométrica más pura, una
pirámide, y la piedra entera en un obelisco truncado. Se construyeron ver-
siones monumentales de aquella forma, que fueron el foco de atención de los
templos solares asociados a las pirámides de los reyes de la dinastía V, cerca
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 113
pirámide >
santuario de >
campaña
FiGurRa 31. La combinación de símbolos que no guardan relación entre ellos. Una naos (o san-
tuario interior para una imagen divina) en forma de un santuario de campaña sobre el cual
se ha colocado una pirámide, algo que, estructuralmente, resulta incongruente, pero produce
una satisfacción estética en tanto que combinación de símbolos. Dinastía XXX, tomado de G.
Roeder, Catalogue général des antiquités égyptiennes du Musée du Caire: Naos, Leipzig, 1914,
lám. 16 b.
8.-kEMP
114 EL ANTIGUO EGIPTO
tuvo aquella piedra y que, lo más probable, habremos perdido para siempre.
Se dio una nueva forma y contenido al tipo ideal. En este caso, al igual que
con la historia del dios Min, somos testimonios presenciales de la invención
de la tradición, algo que los egipcios practicaron con entusiasmo hasta el fin
de su civilización.
Podemos pensar en otro ejemplo más. A principios del Imperio Medio,
Abydos se había convertido en el centro del culto a Osiris.* Durante la últi-
ma parte del Imperio Antiguo, los teólogos, que intentaron sistematizar y ra-
cionalizar las diversas tradiciones regionales sobre cuestiones sagradas de
Egipto, ya habían establecido, por motivos que seguramente jamás conoce-
remos, una relación entre Osiris y Abydos. Lo sabemos por frases de los Tex-
tos de las Pirámides. Sin embargo, en el mismo terreno, en el templo que en
verdad se erigía en la ciudad de Abydos, la primera mención a Osiris de la
que tenemos conocimiento se remonta tan sólo a la dinastía XI. Durante el
Imperio Antiguo, el templo perteneció a un dios local con apariencia de cha-
cal, asociado a la gran necrópolis cercana y llamado Khenti-amentiu, «el pri-
mero entre la gente del Oeste», una alusión a los muertos bienaventurados.
A partir del Imperio Medio, esta expresión se convierte principalmente en
un epíteto de Osiris: «Osiris, el primero entre la gente del Oeste». Al pare-
cer, durante la primera parte de la existencia del santuario de Abydos, hubo
una relación igual de compleja entre Khenti-amentiu (suponiendo que el
culto a este fuera de esa época) y la práctica popular que revelan los objetos
votivos. Entre ellos no hay ninguna imagen del dios, aunque un modelo de
santuario muestra a una deidad con cabeza humana a la que nos vemos in-
capaces de darle un nombre.
Por los datos de que disponemos, es muy obvio que la intervención inte-
lectual modeló la religión egipcia, removiendo el caldero de la tradición y
echándole nuevos ingredientes, durante largo tiempo.-El problema que se
nos presenta a los investigadores actuales cuando aceptamos con excesiva ra-
pidez esto —es decir, un fuerte elemento dinámico en la religión antigua—
es que socava nuestro principal método de investigación: el de seguir cuida-
dosamente las fuentes, retrocediendo desde las últimas, que conocemos me-
jor, hasta las primeras, más fragmentarias y escurridizas, con elol supuesto
cria
de
que el significado siempre fue el mismo. Solemos trabajar intentando descu-
brir, incrustados en las fuentes más tardías, los fósiles de las primitivas creen-
cias. Pero, si tomamos esta línea fácil de investigación, corremos el peligro de
sustituir el antiguo juego lingiístico por un moderno juego de erudición.
¿Cultura popular?
altura 5.9 cm
pm | ¿(==
O altura 4,0 cm
Bl
(Mtongitud 1,2cm
a longitud 2,1 cm tangitud 2,4 cm
FIGURA 32. Las creaciones de un estilo artístico alternativo que no evolucionó, revelado por los
pequeños relieves sobre objetos del Imperio Antiguo. a-c Sellos, procedentes de Abusir, en: Mu-
seo Staatliche, Berlín, 15600; Museo de El Cairo, JdE 72610; Museo Staatliche, Berlín, 16433. A
partir de H. G. Fischer, Metropolitan Museum J, 6 (1972), pp. 5-16, figs. 4, 18 y 21. d-f Placas vo-
tivas de fayenza procedentes del templo de Elefantina, a partir de G. Dreyer, Elephantine VII.
Der Tempel der Satet, Maguncia, 1986, p. 151, fig. 60, lám. 57. g-¿ Sellos de botón provenientes
del Medio Egipto, tomados de G. Brunton, Qau and Badari, vol. 1, Londres, 1927, lámina
XXXIH. 118, 121 y 112.
con barniz naranja que se hacían en el Imperio Antiguo, pero aun así dista
mucho de ser una tradición artística con una expresión propia y la buena ca-
lidad se debía más a los gustos refinados de la corte. En los estilos cerámicos
había un grado de regionalismo, pero nada de todo esto equivale a una tra-
dición de arte cerámico popular. Los tipos de cerámicas del Dinástico Anti-
guo y del Imperio Antiguo de las ciudades de provincias que poseían las cul-
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 117
turas de los santuarios locales que hemos estudiado antes son variantes re-
gionales de unos objetos de uso corriente y que se han hecho desde la ma-
nera más tosca hasta la más cuidada.
De todos modos, si nos fijamos con atención, podemos descubrir excep-
ciones. Una es el arte de grabar los sellos. El sello cilíndrico era una idea
foránea que muy pronto llegó a Egipto." Los primeros aparecen a finales
del período Nagada Il y son importaciones, o copias de éstas, procedentes
de las culturas contemporáneas de Asia occidental. Desde la dinastía I, los
egipcios empezaron a grabar jeroglíficos en ellos y les dieron una aplicación
en la administración, para sellar cartas, vasijas, puertas, arcas, etc., con un
estampado oficial distintivo. No obstante, los sellos cilíndricos seguían des-
pertando un interés por sí mismos y su utilidad no era tan claramente ad-
ministrativa. Se conocen numerosos sellos privados del período Dinástico
Antiguo en cuyo estampado se mezclan, de una manera un tanto surrealis-
ta, jeroglíficos y otros motivos decorativos, lo que revela un interés por crear
diseños distintos de los modelos naturales que normalmente extasiaban a
los egipcios (figura 32).* En la última parte del Imperio Antiguo se habían
convertido en un arte menor: se les encuentra de vez en cuando en las ne-
crópolis de la corte y a veces llevan inscripciones corrientes en jeroglífico.
Luego experimentaron una súbita transformación, en la cual se abandonó la
forma cilíndrica que fue reemplazada por un disco aplanado con un apéndi-
ce, o la forma de un prisma, y pasaron a ser sellos para estampar en cuya
base llevaban grabado un diseño dentro de la misma tradición no formal.*
Parece que el centro de esta industria estaba en el Medio Egipto. Observa-
mos otros pasos en la evolución de la decoración durante el Primer Período
Intermedio, y a finales de éste ya había nacido el característico sello egip-
cio en forma de escarabajo. Además, la clase administrativa lo había adop-
tado para sí al ser una manera más práctica de aplicar los sellos, así que
el escarabeo sustituyó totalmente a los sellos cilíndricos. Junto con el reco-
nocimiento oficial, llegó la aplicación de unos motivos decorativos propia-
mente formales y la desaparición de esta tradición de un arte menor pro-
vincial.
Este caso concreto ilustra cómo la cultura de la corte podía seguir adop-
tando motivos decorativos nuevos originarios de las provincias. Parte del éxi-
to del Estado egipcio se debió a que supo incorporar las tradiciones regiona-
les dentro de un marco nacional de mitos y estilos decorativos. El proceso
duró bastante y, como comentábamos en la primera parte de este capítulo, la
tradición local continuó floreciendo en los santuarios de las provincias hasta
bien entrado el Imperio Antiguo. En épocas posteriores, cuando aparecen
elementos nuevos, tales como la popularidad del dios doméstico Bes a partir
del Imperio Nuevo o el enorme interés que despertó el enterramiento sagra-
do de animales durante el Dinástico Tardío, podemos sospechar la presencia
de una ramificación de la conducta y la conciencia popular: el folklore, que
1183 EL ANTIGUO EGIPTO
tencia muy real en la mente de los egipcios, pero daban lugar a muchas po-
sibilidades cuando se traducían a estructuras y edificios. La arquitectura
faraónica, todavía más que el arte, revela de qué manera se inventaba la tra-
dición.
Durante el período Dinástico Antiguo, el material que se solía utilizar en
las construcciones eran los ladrillos de adobe. Los hombres los empleaban en
las casas, las murallas de las ciudades, el revestimiento de las fosas sepulcra-
les y en las estructuras conmemorativas y las capillas de ofrendas que cons-
truían encima de aquéllos. Las posibilidades que ofrece el adobe de crear di-
seños interesantes según el método que se use para colocarlo se hicieron
realidad en los palacios y las tumbas de los cortesanos con el estilo arquitec-
tónico de fachada de palacio (véase la figura 18, p. 72). El superviviente mo-
numental más importante, traducido en piedra, es la gran plaza y el pabellón
frente a la Pirámide Escalonada de Saggara (véase la figura 19, p. 74). Sin
embargo, no parece que se utilizase en los templos. Aparece de repente, con
todos los detalles ultimados, a principios de la dinastía 1, lo que ha dado pie
a la teoría de que proviene de la arquitectura de los templos mesopotámicos,
en donde dicho estilo estaba fuertemente arraigado y tenía una larga historia
evolutiva tras de sí. No es una idea tan inverosímil como podría parecer en
un primer momento, pues existen otros indicios puntuales de contactos con
el sur de Mesopotamia a finales del período Nagada Il, aunque ahora sea di-
fícil evaluar su carácter e importancia.
Sin embargo, junto a la arquitectura de ladrillo del estilo fachada de pa-
lacio, hemos de reconocer la existencia de una segunda tradición arquitectó-
nica que, al final, iba a tener una influencia determinante sobre la arquitec-
tura de piedra en las postrimerías del Egipto faraónico. Era la arquitectura
de las construcciones de carácter temporal, hechas con un armazón de ma-
dera recubierto, parcial o totalmente, con simples tablones de madera o bien
con cortinas tejidas de estera o de juncos entrelazados. Para comprender la
tecnología, hemos de acudir a las primeras representaciones artísticas que,
inoimitakhlaormanta ma enmiimican do manera miv vasca las detallas ay mucks
IMcvyvHabicmené, 1n0s comunican ae manera muy Vaga 1035 UCLarEsS O, PRUCAoO
mejor, a los ejemplos reales que se han conservado del Imperio Antiguo. Los
dos más famosos, ambos en Gizeh, son las cabinas de la barca funeraria de
Keops (Jufu)* y la tienda hallada en la tumba de la reina Hotepheres, ma-
dre de Keops.* Las distintas fuentes coinciden en lo que respecta a la forma
FiGura 33, El primitivo santuario de campaña: prototipo de la arquitectura formal faraónica.
1) Un antiguo santuario de campaña destinado al culto de la estatua de un carnero, colocado en
el interior de un recinto de ladrillos con el estilo a base de entrantes y salientes. Tablilla de mar-
fil procedente de la tumba del faraón Udimu en Abydos, dinastía I. Tomado de W. M. F. Petrie,
The Royal Tombs of the Earliest Dynasties, vol. 1, Londres, 1901, p. 25, lámina VILS. 2) Re-
construcción de un santuario de campaña para la imagen visible del dios. basada en la tarima de
ladrillos existente en el templo del Imperio Antiguo en Elefantina, véase la fígura 23, p. 90, y la
lámina 4, p. 91. 3) Antigua representación de un santuario de campaña con la silueta de un ani-
mal, colocado tal vez sobre unas andas y, por consiguiente, transportable. Fragmento del diseño
de la impresión dejada por un sello de barro procedente de la tumba del faraón Hor-aha, a prin-
cipios de la dinastía l, tomado de W. B. Emery. Hor-aha, El Cairo, 1939, p. 27, fig. 23. 4) Mo-
delos de los primitivos santuarios de campaña: P131, P132 y P243, modelos de fayenza proce-
dentes de los depósitos antiguos de Abydos (W. M. F. Petrie, Abydos, vol. 11, Londres, 1903,
láminas VIL.131 y 132, X1.243): de A29a-c. en fayenza, y A31, de piedra caliza, se desconoce el
lugar de origen, que pudiera ser Abydos (tomados de H. W. Múller, Agyptische Kunstwerke,
Kleinfunde und Glas in der Sammlung E. und M. Kofler-Truniger, Luzern. Berlín. 1964). Su ta-
maño oscila entre los 4 y los 10 cm.
120 EL ANTIGUO EGIPTO
armazones con pies (A31) o unos salientes que representan asideros para po-
derlos transportar. No obstante, dos de ellos (A29a y b), están apoyados en
unos pedestales cuyos lados están decorados con entrantes y salientes, así
que es probable que fueran de construcción sólida, a base de ladrillos de ado-
be.* Otros dos (P243 y A31) contienen una figura humana que, en el caso del
segundo, tiene un rostro muy semejante al de aquellas que aparecían en la
parte superior de la paleta de Narmer. Lleva un rótulo con la palabra Repit
escrita en jeroglífico. Es imposible deducir ahora si se trata del nombre de
una diosa, o de un término empleado para hacer referencia a un tipo de ima-
gen o a la esencia de una divinidad, pues, como ocurre con tanta frecuencia,
no nos podemos fiar de que las referencias más tardías no conlleven una rein-
terpretación considerable.” Las veces en que se ha escrito en jeroglífico esta
palabra se ha utilizado un signo que representa el mismo pequeño santuario
portátil, lo que implica que el hecho de ser transportable formaba parte de
su Estililld.
está el pedestal para la imagen portátil, completado por los postes que sos-
tenían el dosel.”
Las procesiones de las imágenes visibles (llamadas genéricamente repit).*
no sólo las llevaban por itinerarios puntuales; de vez en cuando, llegaban
hasta la misma corte real, durante las fiestas Sed, en donde también se las al-
bergaba en unos santuarios de campaña montados sobre grandes pedestales
de ladrillo. Aunque todos estos pabellones tenían, en el fondo, el mismo di-
seño, a veces se les confería un carácter distintivo variándoles ligeramente la
forma o añadiéndoles detalles, inclusive parejas de postes verticales.
Por lo general, se ha creído que el santuario de campaña nos da una idea
de cómo eran los templos provinciales del período Dinástico Antiguo, a pe-
sar de que tenemos pruebas de que el uso del adobe, que de por sí implica
un tipo de arquitectura muy diferente, estaba muy extendido desde hacía al-
gún tiempo. La interpretación que aquí ofrecemos, basada en el único san-
tuario antiguo que se ha hallado y documentado con cierto grado de preci-
sión (el de Elefantina), coloca en un lugar muy concreto la arquitectura a
base de madera y esteras. Ya no era el sistema de construir todo el santua-
rio. Tan sólo perduraba en calidad de habitáculo de la imagen visible, aun-
que, al mismo tiempo, su antigijedad y singularidad le convirtieron en la base
ideal de un símbolo de santuarios y lugares santos en general, que era fácil
de reconocer.
La originalidad de la Pirámide Escalonada radica en la manera con que el
arquitecto creó un estilo de arquitectura permanente en piedra a partir de
este vestigio de la arquitectura tradicional. El vocabulario de formas, tradu-
cidas ahora en piedra, pasó a ser en lo sucesivo el tipo ideal de edificio reli-
gloso al que, invariablemente, los arquitectos de los futuros templos dirigi-
rían la mirada. Podemos identificar tres versiones en la Pirámide Escalonada.
La más común, que cuenta con más de veinte ejemplos, representa una tien-
da rectangular, con el armazón de madera y un techo curvado, colocada so-
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 123
] fachada abierta
En versión pintada de la decoración
de nudos en los extremos (jeker)
remate en forma
de cáliz de papiro
TT Ton poste de
> madera
cortinas de
estera
O
FIGURA 34, Los tipos ideales en arquitectura: el santuario de campaña abierto por la parte fron-
tal (cf. lámina 3, p. 79). 1) Realizado en piedra en la Pirámide Escalonada de Dyoser en Sagqa-
ra, tomado de L. Borchardt, Agyptische Tempel mit Umgang, El Cairo, 1938, lám. 10. 2) Otro,
pero con una forma más perfeccionada, en el quiosco romano de Filas. La línea discontinua de
la cubierta indica un techo curvado de madera, ahora desaparecido, ibid., lám. 5. 3) El mismo
tipo de arquitectura, conservado por motivos prácticos, en la tienda con armazón portátil desti-
nada a las visitas al campo, procedente de la tumba de Urirni, dinastía V, en Sheij Said, a partir
de N. de G. Davies, Rock Tombs of Sheikh Said, Londres, 1901, lámina XV.
124 EL ANTIGUO EGIPTO
bre un pedestal (véanse la figura 19, p. 74, y la lámina 3, p . 79). Algunas son
pequeñas y con las fachadas lisas; sin embargo, los frontispicios de las más
grandes tienen esculpidos postes que sostienen el techo, de lo que se infiere
que, en verdad, representan tiendas abiertas por delante. Según esto, pode-
mos suponer que también las más pequeñas estaban pensadas para tener la
parte frontal abierta. Al menos en dos de los casos, una escalinata con pel-
daños estrechos asciende hasta el pedestal o la plataforma sobre la cual se le-
vanta la tienda.
Cuando estudiemos la arquitectura de la Pirámide Escalonada, no hemos
del olvidar que estamos contemplando el fruto de una reconstrucción mo-
derna. Cuando la excavaron, se encontraron con que las importantísimas fa-
chadas de los edificios ubicados en el interior del complejo habían quedado
reducidas a las hiladas inferiores de los sillares. Es una suerte que el estudio
y parte de la reconstrucción de estos edificios hayan sido llevados a cabo por
un brillante arquitecto, Jean-Philippe Lauer, quien basó su trabajo en un mi-
nucioso estudio de los bloques sueltos aparecidos entre los escombros, así
como en los dibujos antiguos de los santuarios tradicionales. La honestidad
con que lo realizó ha hecho que todos los santuarios de este grupo en con-
creto sean muy parecidos. Pero, por los testimonios pictóricos de la antigúe-
dad, hemos de tener presente la posibilidad de que algunos o todos ellos lle-
vasen alguna marca que les distinguiese de los demás, pues probablemente
representan los santuarios provisionales para las fiestas, en los que se alber-
gaba las imágenes divinas procedentes de las ciudades de provincias.
El segundo tipo es una variante de mayor tamaño y que se levanta sobre
el mismo suelo en vez de encima de un pedestal. Existen dos ejemplos, las
llamadas Casas Norte y Sur. Nuevamente, reproducen un edificio abierto por
la parte frontal, en la que se ha esculpido una hilera exterior de delgados pi-
lares para sostener el techo. El aislamiento del interior lo proporcionaba una
cortina que colgaba entre los pilares y que sólo quedaba interrumpida por la
entrada (figura 34). Se concebía la cortina como si estuviera hecha con jun-
cos, idea que transmitieron al esculpir, de modo estilizado, los nudos que ata-
ban el extremo superior de los cabos sueltos. Este diseño general tenía una
ral tarnía na:
gran fuerza, en especial con el uso de una pared protectora que unía los pi-
lares y la hilera de nudos estilizados, que, en calidad de cenefa jeker, Mega-
ron a ser un motivo decorativo de uso generalizado.
Puede que tengamos cuatro ejemplos de la tercera versión de una cons-
trucción provisional de madera. Uno de ellos, el «templo T», en cuyo interior
hay habitaciones y corredores, tiene una importancia especial dado que es
uno de los pocos edificios «verdaderos» de la Pirámide Escalonada. El exte-
rior del templo T es una versión austera del estilo a base de madera y este-
ras (figura 35,1). Las cuatro paredes exteriores son iguales: superficies rec-
tangulares y lisas, coronadas por un ribete curvo, estrecho y horizontal,
encima del cual asoman las puntas sueltas del extremo superior de los juncos.
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 195
expresados aquí mediante una simple cenefa. Las cuatro esquinas del edifi-
cio estaban protegidas por más haces de cañas atadas. Sin embargo, el inte-
rior no está en consonancia con la construcción hecha con dichos materiales.
La compleja planta interior recuerda a la de los palacios funerarios de Aby-
dos, construidos con adobe. Aunque se le añadieron pilastras, decoradas con-
forme al estilo de los haces de juncos, es la planta de un edificio hecho
con materiales sólidos, impresión que refuerzan los techos, esculpidos a imi-
tación de troncos de madera colocados muy juntos. Es un tipo de cubierta
que, dado el peso que tendría, exige la presencia de unos muros macizos de
ladrillo o de piedra. Por una mera cuestión de estructura, es incompatible
con el ligero armazón de madera y las cortinas de estera.
El templo T, que reviste con la arquitectura de una tienda un edificio de
contornos más sólidos, definió el estilo de siglos venideros. En el exterior,
muestra la esencia del tipo ideal de los posteriores templos egipcios. Ello a
veces queda explícito en los relieves de los templos donde, en la ceremonia
de purificación de los mismos, se representaba el edificio mediante un jero-
glífico que mostraba aquella sencilla forma original (figura 35.3). De todos
modos, únicamente fue el prototipo de la parte externa del templo. La aus-
tera construcción rectangular hecha de madera y esteras pasó a ser una fa-
chada, el envoltorio perfecto de un edificio cuyo interior reflejaba las necesi-
dades prácticas del momento.
De qué manera los arquitectos de otras épocas lograron la reconciliación
entre la forma y la función es, en realidad, la historia restante de la arquitec-
tura de los templos egipcios. Las plantas interiores se adecuaron a las nece-
sidades, que variaban de una época a otra y de un lugar a otro. En el capítu-
lo V, veremos que la moda de las barcas sagradas con naos y diversos
aspectos del culto funerario de los reyes, durante el Imperio Nuevo dieron
origen a unas plantas distintivas que todavía se mantenían inflexiblemente
dentro del antiguo tipo ideal. Por el momento, ilustraremos este punto con
algunos ejemplos que demuestran la perdurabilidad de las imágenes creadas
en la Pirámide Escalonada. El primero es el templo mortuorio casi intacto de
Amenirdis Í, la esposa divina, en Madinet Habu, pertencciente a la dinastía
XXV (c. 715 a.C.; figura 35,2). Fundamentalmente, el edificio consiste en dos
santuarios de campaña, uno colocado en el interior del otro. El santuario que
protege la entrada a la tumba de Amenirdis es una versión sencilla, con una
sola cámara, cuyo interior y exterior se aproximan a la forma original, A su
vez, se encuentra dentro de otro edificio más grande, el cual incluye un patio
porticado, uno de los elementos favoritos del diseño interior de los templos.
En lo que concierne al efecto de la parte exterior definitiva, el arquitecto
había vuelto al prototipo de santuario de campaña, aunque realzó la fachada
del edificio alzando el muro. También este era uno de los recursos predi-
lectos a pesar de que, a partir el Imperio Nuevo, los frontispicios de los edi-
ficios más grandes estaban normalmente divididos por la mitad para crear la
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FIGURA 35. Los tipos ideales en arquitectura: el santuario de campaña oculto. 1) Templo T en
la Pirámide Escalonada de Dyoser, según J.-Ph. Lauer, La Pyramide á degrés, vols. | y 11, El
Cairo, 1936, lámina LV y fig. 157. 2) Tumba y templo de Amenirdis I, la esposa divina, en Ma-
dinet Habu (c. 715 a.C.), en donde hay un santuario de campaña metido dentro de otro, un tru-
co habitual en la arquitectura egipcia. A partir de U. Hólscher, The Excavation of Medinet
Habu V. Post-Ramessid Remains, Chicago, 1954, fig. 24. 3) Escena del faraón Tutmosis Il
mientras purifica el templo de Amada en Nubia rociándolo de natrón en presencia del dios Ha-
ractes. El susodicho templo está simbolizado por el dibujo de un santuario de campaña (indica-
do con una flecha). A partir de H. Gauthicr, Les Temples immergés de la Nubie: le temple
10123 AA
d'Amada, El Cajro, 1913, lámina XVIL
ESTERAS
casas
LADRILLOS DE ADOBE
|
casas /
hienaas de estera para arquitectura temporal
las imágenes procesionales de uso práctico
de los templos (cabinas de los barcos.
de provincias (fig. 33) tiendas para el campo.
; toldos portátiles,
; pabellones funerarios)
1 (fig. 34.3)
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estilo «fachada de sencillos templos I
de
us adobe
dibujo de los
jeroglíficos y
tipo ideal de
«santuario» (fig. 35)
elebra
arquitectura de la Pirámide
Escalonada (fig. 19)
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se conserva como un ninguna tradición
diseño simbólico en los propia
lugares de ofrendas y los i
sarcófagos (fig. 18) +
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9.-KEMP
130 EL ANTIGUO EGIPTO
metros
FiGURA 37. Templos imaginarios. En el centro, la planta del templo de Horus en Edfu, período
ptolemaico, 237-57 a.C. A izquierda y derecha, bocetos de los templos míticos inventados por los
sacerdotes con métodos especulativos y vertidos a descripciones escritas en donde se detallan sus
dimensiones en codos. Izquierda, el primitivo templo del halcón sagrado (Horus). El texto que
lo encabeza dice: «Disposición de la fundación hecha en el templo del “elevador de dios” du-
rante el reinado de [el dios] Tanen, en presencia de Re, de acuerdo con lo escrito en el libro 1-
tulado “Especificación de los Montículos Sagrados de la Edad Primigenia Antigua». Derecha,
el templo del dios Sol. Aunque estos templos (y otros) están situados en una edad primigenia y
mítica de los dioses, anterior a la aparición de la humanidad, tanto en la escala como en las pro-
porciones reflejan la perspectiva arquitectónica de los sacerdotes ptolemaicos. Es muy poco
probable que sean registros de los primeros edificios auténticos. Tomado de E. A. E. Reymond,
The Mythical Origin of the Egyptian Temple, Manchester, 1969. Otros textos de Edfu donde se
describe la fundación del verdadero templo ofrecen una descripción, con las medidas en codos.
bastante realista; véase S. Cauville y D. Devauchelle, «Les mesures réelles du temple d'Edtou».
Bulletin de Institut Francais d'Archeólogie Orientale, 84 (1984), pp. 23-24.
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 131
modo que la historia política del antiguo Egipto fue modelada por un con-
cepto mítico del pasado, la historia de la arquitectura formal de los templos
es un gesto de deferencia a otro mito.
Sin embargo, la recodificación de las formas arquitectónicas en la dinastía
134 EL ANTIGUO EGIPTO
famoso sabio de antaño, uno de los hijos del faraón Keops. Sin embargo, la
fama de Imhotep no terminó aquí. En la dinastía XVI, se había convertido
en un dios menor, hijo del dios Ptah de Mentfis, y su especialidad era la cu-
ración, por lo que los griegos lo identificaron con su dios de la medicina, As-
clepio (Esculapio). En otros textos más tardíos se le dan una serie de títulos,
pero son creaciones del momento: «visir, superintendente de las obras, alcal-
de». Se le ubicaba correctamente en el reinado del faraón Zoser, pero se re-
modeló la historia de éste. Un papiro del siglo 1 o II d.C., por ejemplo, tras-
lada a Zoser y a su visir Imhotep a una campaña en Asiria.
Seguramente estamos en lo cierto cuando identificamos a Imhotep como
el arquitecto de la Pirámide Escalonada. (Aunque hemos de tener presente
que sencillamente hemos jugado al manido juego de elevar los nombres a la
categoría de información. En realidad, no nos dice nada de su persona.) Gra-
cias a ello adquirió fama en calidad de funcionario eminente y es por ese
cargo, acompañado del ineludible atributo de ser «sabio», que se le recuerda.
Lo que importaba era el hecho de haber conseguido triunfar y no los medios,
el genio arquitectónico, que lo hicieron posible. Habría sido contrario al
mundo mítico de la arquitectura si se le hubiese dado un punto de partida
histórico.
Ello nos plantea un nuevo enigma. Hemos de aceptar que, de vez en cuan-
do, entre los egipcios salieron personajes con una gran capacidad intelectual
que fueron los responsables de los principales cambios dentro de la tradición.
Sin embargo, seguían sin tener la fórmula para conceptuarlo. A los innovado-
res del pasado se les recordaba, pero en cuanto «hombres sabios». ¿Cómo, en-
tonces, podemos descubrir por qué estas personas fueron famosas?
En el capítulo anterior señalábamos que en la pirámide de Medum, del
reinado del faraón Huni, tenemos el resultado de una gran reevaluación no
sólo de las formas arquitectónicas sino también del significado de la monar-
quía, una de las preocupaciones intelectuales más importantes del momento.
Si queremos atribuir la originalidad de la Pirámide Escalonada al genio de un
solo individuo, deberíamos
m
estar dispuestosa hacer otroea tanta
tanto con
can
lala mirámida
pirámide
de Medum. En el Imperio Medio, los egipcios poseían el testimonio de
un «sablo» que, según ellos, pertenecía a aquel mismo período, al reinado
de Huni. Es un conjunto de instrucciones sobre la conducta correcta a seguir
en donde se recomienda encarecidamente mantener una actitud sobria ante
LA DINÁMICA DE LA CULTURA 137
la vida. Su autor era un visir cuyo nombre, por desgracia, hemos perdido
(puede que se tratara de Kaij-irisu, otro sabio de renombre). Se dirigía a sus
hijos, uno de los cuales pudiera haber sido el visir Kagemni, cuyo nombre se
cita al final del texto, El visir Kagemni es un personaje conocido, dado que
se conserva su tumba en Saggara; pero vivió durante el reinado del faraón
Teta, a principios de la dinastía VI y, por consiguiente, casi tres siglos después
de los tiempos de Huni. Además, existen buenas razones para datar la com-
posición de este texto aún más tarde. Podemos entender esta contradicción
entre los datos si integramos el texto dentro de un fenómeno más general
que se producía en el antiguo Egipto (al igual que en otras culturas): la in-
vención de la tradición, que en este caso particular había implicado un pro-
ceso de condensación. Hemos de imaginarnos una secuencia de este tipo: un
gran racionalizador y organizador de la corte de Huni es el responsable de la
extraordinaria pirámide de Medum; durante las generaciones siguientes se
olvidan las razones que le hicieran famoso, dejándosele en calidad de «sa-
bio»; se le confunde por último con un visir de finales de la dinastía V y prin-
cipios de la VI, famoso por algún otro motivo; finalmente se atribuye a esta
persona una enseñanza docta apropiada, compuesta aún más tarde.“
La tradición no es enteramente una repetición mecánica de las formas
antiguas que, de ese modo, proporcionan una clave para tiempos pasados. Se
da sentido a una época posterior a través de la modificación y, a veces, de la
invención. Así pues, las tradiciones pueden oscurecer el pasado lo mismo que
iluminarlo. Satisfacen unas necesidades actuales y son el fruto de unas men-
tes ingeniosas.
Cuando observamos la arquitectura palaciega de ladrillo del Dinástico
Antiguo y los santuarios Preformales, junto con los objetos asociados a ellos,
es posible imaginarse que podrían haber constituido el origen de una tradi-
ción cultural y artística muy diferente de la que en realidad se desarrolló. O
si, como sucede con la civilización del valle del Indo, el Egipto del Dinástico
Antiguo no hubiese avanzado más por una trayectoria cultural clara y todo
lo que tuviésemos fuesen los primeros materiales, nuestra evaluación e inter-
pretación de los mismos sería bastante distinta de como en realidad se nos
aparece ahora: meramente, la de una etapa formativa seguida después de
algo mucho más rico y de mayor importancia. Es otra manera de decir que
la cultura faraónica no fue una tradición que evolucionó naturalmente. Se in-
ventó, pero con tal fortuna que dio la impresión a los egipcios (y hasta cier-
to punto a nosotros) de que todo se hallaba de alguna manera arraigado, de
un modo fundamental, en el país y en la psicología de sus gentes.
Endd el
MU fonda
CANIS de una tradición
dd cultural existe un commpramiso
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peto hacia los logros del pasado y la acomodación de las mentes fértiles
creativas que buscan algo nuevo. El antiguo Egipto brinda un primer ejem-
plo histórico de la dinámica de la Gran Tradición de la cultura: de qué modo
surgió y se mantuvo en cuanto sistema vivo, cómo se desarrolló a costa de las
138 EL ANTIGUO EGIPTO
tradiciones locales y cómo consiguió este difícil equilibrio entre pasado y pre-
sente. También amplía nuestros conocimientos del alcance del mito dentro
de la sociedad. El primer capítulo estuvo dedicado a mostrar la manera en
que los egipcios arroparon con mitos la historia y el poder político. En este
capítulo se ha intentado hacer lo mismo con la cultura material. El mito no
es únicamente una forma de expresión narrativa. A través del arte y la ar-
quitectura se pueden transmitir, con gran intensidad, enunciados míticos sin
tener que expresarlos con palabras. Proporcionan una dimensión caracterís-
tica al asalto de los sentidos perpetrado desde el fondo de las ideologías es-
tatales.
Segunda parte
EL ESTADO PROVEEDOR
Capítulo UI
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA
Todos los logros materiales de los estados de la antigúedad —las pirámi-
des, las riquezas ostentosas, los palacios, los templos, las conquistas— de-
pendían de una habilidad concreta: la administración de los recursos. Aun-
que su objetivo principal era manipular el entorno económico en favor de la
elite, mientras lo cumplía los beneficios se difundían de paso sobre un sector
considerable de la población. Fundamentalmente, ello se lograba mediante
un sistema tributario por el cual se concentraban unos recursos que, luego, se
redistribuían a modo de raciones entre una parte, probablemente bastante
grande, de la población que trabajaba temporalmente o con carácter fijo para
el Estado. En Egipto, el material que ilustra mejor la primera parte de este
clásico ciclo de los recursos en los primeros estados —el sistema tributario—
es el del Imperio Nuevo, que veremos en los capítulos V y VI. El presente
capítulo trata más acerca de la burocracia como fuerza determinante dentro
de la sociedad y de las consecuencias de la distribución a gran escala de los
recursos sobre las relaciones entre el Estado y la población.
Un sistema burocrático avanzado saca a la luz y fomenta enérgicamente
una faceta concreta de los humanos: la profunda satisfacción que se siente al
programar pautas de trabajo para calcular, inspeccionar, comprobar y, en de-
finitiva, controlar al máximo las actividades de los demás. Es una manera pa-
siva y ordenada de ejercer el poder en contraste con la coerción directa. Se
sirve de una habilidad concreta, tan peculiar e importante para una sociedad
como el genio de sus artistas y arquitectos o el arrojo de sus soldados. A un
miembro de este grupo le denominamos «escriba». Es una traducción co-
rrecta de la palabra egipcia que, sencillamente, quiere decir «un hombre que
escribe». En las sociedades modernas, con un alto índice de alfabetización, se
tiende a denigrar los empleos de funcionario subalterno u oficinista. Pero
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144 EL ANTIGUO EGIPTO
sica de pan, cerveza y grano, además de artículos adicionales tales como car-
ne y ropas. La recepción de losingresos y la distribución de las raciones pu-
sieron en marcha _Un
u: pequeño “ciclo administrativo. Aunque el palacio del
faraón reinante
te podría suministrar aquéllos ingrésos, se óbtuvo una fuente de
aprovisionamiento mucho más segura con el establecimiento de una funda-
ción piadosa a perpetuidad. Fundamentalmente, ésta estaba compuesta por
propiedades agrícolas, cuyos productos. iban destinados a costear el personal
que mantenía el culto y la organización en las pirámides.
La hoja de papiro que aparece en la figura 39 (p. 143) es una lista de los
ingresos diarios, escrita en un estilo antiguo de hierático que todavía conser-
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 145
vaba muchos de los trazos de los signos jeroglíficos originales. Podemos re-
conocer instantáneamente una clara ordenación en forma de tabla, con las
rayas trazadas en tinta roja y negra. Cada línea horizontal está reservada a
uno de los treinta días del mes y contiene principalmente entradas numéricas
dispuestas 'en columnas verticales. Cada columna lleva un epígrafe conciso,
escrito en dos o tres líneas, que informa de las instituciones proveedoras,
el tipo de alimentos y, en las tres columnas de la derecha, el estado de la
partida.
FiGura 40. Fragmento de una relación de las propiedades agrícolas que proporcionaban in-
gresos al-templo
.
de la pirámide del faraón Snefru, dinastía
ad tia
IV, en
IV
Dahshur. Cada
an Tlahchs
finca está
ada finan actá
per-
sonificada por una mujer que lleva una bandeja con ofrendas en alimentos. El nombre de cada
propiedad aparece escrito encima y enfrente de cada una de las figuras, están agrupadas por no-
mos (distritos administrativos). Delante de la segunda figura, comenzando por la izquierda, apa-
rece el título de «nomo de Oryx», el área de Beni Hasan. Tomado de A. Fakhry, The Monu-
ments of Sneferu at Dahshur, vol. U, El Cairo, 1963, fig. 16; dibujado de nuevo por B. Garfi.
10.-KEMP
146 EL ANTIGUO EGIPTO
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18 cm
FiGuRa 41. Hoja de inventario de los materiales, procedente del mismo lugar que la figura 39,
p. 143. Tomado de P. Posener-Kriéger y J. L. de Cenival, Hieratic Papyri in the British Museum.
5th Series. The Abu Sir Papyri, Londres, 1968, lámina XX.
150 EL ANTIGUO EGIPTO
unos cuantos ejemplos sencillamente para dar una ligera idea acerca de este
tipo de actividad, que ocupaba a un gran número de los que dirigían el anti-
guo Estado egipcio. Antes de nada, habría que señalar un rasgo de las mate-
máticas de los antiguos egipcios que supone un enorme obstáculo a los
lectores modernos: con la sola excepción de Z , nunca se escribía una frac-
ción cuyo numerador fuera mayor que uno. Así pues, 2 lo escribían
L+tiLera + ++ 358tc. Aunque para nosotros sea engo-
rroso, pues no estamos familiarizados con él, los escribas egipcios manejaban
este sistema con soltura y con excelentes resultados prácticos. Además, en
caso de duda, podían consultar los manuales de aritmética. Éstos presentan
con frecuencia problemas bastante complejos, pero reflejan la mentalidad
básica de los egipcios de que había que resolver cada problema como si fue-
ra un caso específico y único, en vez de aplicar unos principios matemáticos
generales. Los escribas expertos debieron desarrollar un alto grado de intui-
ción matemática, pero no se les ocurrió la idea de buscarlo como un fin en sí,
es decir, crear las matemáticas.
Ze
ES, molinillos”
de mano
Ns Y
A?
FiGura 42. La 1 y la cerveza: el modelo de panadería y cervecería proce-
dente de la tumba de Meket-re en Tebas, dinastía XI, tomado de H. E. Winlock, Models of
Daily Life, Nueva York, 1955, figs. 22, 23, 64 y 65. Los dos recipientes que se muestran en de-
talle provienen de la ciudad en el templo funerario de Amenemhet ll en Dahshur, según D. Ar-
nold, «Keramikbearbeitung in Dahschur 1976-1981», Mitteilungen des Deutschen Archiiologis-
chen Instituts, Abteilung Kairo, 38 (1982), p. 29, fig. 5, p. 31. fig. 7.
154 EL ANTIGUO EGIPTO
eran mujeres) se situaba detrás del extremo más alto y se inclinaba sobre la
muela, utilizando otra piedra más pequeña para triturar el grano. El produc-
to de la molienda no sería una harina de textura uniforme, sino una mezcla de
harina y cascabillo triturado que había que cribar. Además, los análisis rea-
lizados en panes antiguos han puesto de manifiesto la presencia de muchí-
sima arenisca, y los experimentos modernos en que se ha reproducido la
técnica antigua demuestran que era imposible evitar que quedase esta are-
nilla.”
Justo al lado de la puerta de entrada a la habitación del modelo que sirve
de cervecería, se ve una tinaja alta de cerámica. Dentro, hundido hasta el pe-
cho, hay un hombre que se aguanta en los bordes mientras va amasando la
masa con los pies. Luego, con la masa se hacían pequeños pasteles y. en esta
etapa, se podían añadir dátiles. Tal vez, la bandeja cuadrada y plana que se
halla junto a la tina para amasar tenía esta función. Se dejaba fermentar los
pastelillos de masa, pero es evidente que no se cocían allí porque no hay nin-
gún horno en esta parte del edificio. Después, se colocaban los pastelillos fer-
mentados sobre una bandeja circular que, probablemente, era un tamiz de
malla fina, quizás hecha con lino. Se depositaba la bandeja sobre otra tinaja
de cerámica y se vertía agua encima. Mientras se escurría a través del tamiz,
alguien agitaría los pastelillos de masa para que se rompiesen y mezclasen
con el agua. Dejada reposar, la mezcla fermentaría. El acto final era verter el
líquido fermentado en las vasijas de cerámica destinadas a la cerveza y tapo-
narlas con barro. Se muestran algunas tapadas de esta forma. Por lo que se
refiere al repertorio cerámico del Imperio Medio, estas vasijas de cerveza de-
bieron ser un tipo muy conocido y lo podemos apreciar en el detalle de la fi-
gura 42.
La habitación de al lado era la panadería y estaba dividida en dos por me-
dio de un tabique de media altura. La partición refleja dos maneras distintas
de hornear el pan: una para obtener hogazas planas y la otra para barras ci-
líndricas cocidas en moldes de cerámica. Sobre el suelo del compartimiento
interior hay dos morteros y, en el exterior, dos molinillos de mano y otro
mortero. En cada compartimiento hay también dos grandes amasaderas que,
en el cuarto interior, se encuentran junto a dos mesas bajas sobre las cuales
se están preparando las hogazas de pan. Pero no todo el pan se hacía a mano.
Una práctica habitual era la de cocer una parte en moldes de cerámica. Los
del Imperio Medio eran muy característicos: tubos largos y estrechos hechos
a mano, de textura áspera por fuera pero en su interior muy pulidos (figura
42, detalle).'" Aparecen en grandes cantidades en los yacimientos del Impe-
rio Medio, y la práctica siguió en el Imperio Nuevo. Los moldes de cerámica
eran de un solo uso y, probablemente, servían para fabricar un pan de mayor
calidad que, al menos durante el Imperio Nuevo, se horneaba cerca de los
santuarios y los templos. Junto a la entrada que comunica ambos comparti-
mientos, hay una cesta cuadrada llena de hogazas de pan con esta forma y
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156 EL ANTIGUO EGIPTO
que, cabe suponer, se hicieron con la masa de las tinajas que están al lado.
Cada cuarto tenía además dos hornos, aunque en cada uno con un diseño dis-
tinto. En el del fondo, son cilíndricos y tienen una abertura en la base para
introducir el fuelle, En cambio, los otros dos son rectangulares. Los datos
procedentes de las excavaciones demuestran que estos últimos se utilizaban
concretamente para el pan cocido en molde o si no para la cocción de los
mismos moldes.”
Las pinturas de la tumba de Intef-iker (un visir de principios de la dinas-
tía XI), sirven de complemento a los modelos de Meket-re (figura 43). Al
extremo derecho de la hilera superior, se están manejando una mano y un
mortero; justo a su izquierda, una mujer está moliendo con un molinillo
de mano, ayudada por otra que, sentada en cuclillas, tamiza el producto
para quitar los componentes más bastos (una tarea necesaria que se omite en
los modelos de Meket-re). En el extremo izquierdo, otra pareja de mujeres
llenan los moldes de cerámica con la masa que sacan de las tinajas, mientras
que su compañera de la izquierda está, por lo visto, acabando de hacer uno
de estos moldes a mano. En el centro de la composición, un hombre atiende
un horno rectangular dentro del cual están cociéndose los moldes de cerá-
mica para el pan. La elaboración de la cerveza está representada en la esce-
na de abajo (nuevamente, sin la presencia de un horno): a la derecha, un
hombre está preparando los rollos de masa y una inscripción que le acompa-
ña nos informa de que en esta etapa se añadían dátiles. Detrás suyo, otro
hombre agita y presiona los rollos de masa fermentados contra un tamiz o
una malla para que caigan en una gran vasija. El niño que sostiene el cuen-
co le está diciendo, en la inscripción que hay al lado: «Dame algo de cerve-
za, que estoy hambriento». El acto final consiste en llenar y sellar las jarras
de cerámica para la cerveza colocadas sobre anaqueles de madera (a la iz-
quierda).
La elaboración del pan y la cerveza incluía elementos que imposibilita-
ban el control directo de las cantidades mientras iban pasando de una fase a
otra. Se agregaba agua, la masa aumentaba de volumen, además se añadían
otros productos como los dátiles, a la vez que se perdía una proporción de
restos no comestibles durante la molienda y el tamizado. Las hogazas podían
ser de muchas formas distintas. Los escribas optaron por tratar toda la ope-
ración como una especie de «caja negra»: era posible calcular lo que entraba
(granos de cereal o harina ya molida), así como lo que salía al final en canti-
dades de hogazas y vasijas de cerveza. Sin preocuparse por lo que ocurría en
el proceso, la relación entre la entrada y la salida era muy sencilla: el núme-
ro de hogazas y de jarros de cerveza que se obtenían con una cantidad de-
terminada de grano o harina. Los egipcios llamaban a esta escala de valores
pefsu, que podemos traducir como «el valor de cocción», y supuso un paso
hacia la abstracción matemática. La escala pefsu se fijaba según el número de
hogazas y de jarras de cerveza que se podían obtener con 1 hekat de grano.”
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 157
Cuanto más alto era su valor, más pequeñas eran las hogazas o más ligera la
cerveza (o tal vez las jarras eran más pequeñas). El pefsu permitía al escriba
calcular las equivalencias entre las hogazas y las jarras de tamaño y consis-
tencia diferentes. «155 hogazas con una escala de cocción 20, ¿a cuántas ho-
gazas con un valor de 30 equivalen? Expresa las 155 hogazas con valor de
cocción 20 según la harina, o sea, 7 > + 7 hekat. Multiplícalo por 30 y la so-
lución es 23237 .»"
Se han conservado numerosas listas de racionamiento y suelen hacer caso
omiso de los valores en pefsu.'* Asumen un tamaño estándar para las jarras
de cerveza y se reúnen los diferentes tipos de pan en concepto de hogazas
«mezcladas». Ello supone una estandarización, un paso lógico en el modo de
pensar teniendo en cuenta la magnitud y la omnipresencia de las operacio-
nes, en las que todos los implicados, hasta los que fabricasen las vasijas de
cerveza, se inclinarían de forma natural, por la costumbre, a producir formas
tipificadas. Tenemos incluso la oportunidad de comprobarlo por nosotros
mismos. Aunque se han conservado poquísimas hogazas auténticas, tenemos
sustitutos. Los más corrientes son los moldes de cerámica donde se cocía el
pan; se han encontrado por millares en las excavaciones. Fueron evolucio-
nando con el transcurso del tiempo. Durante el Imperio Antiguo, producían
hogazas de pan con forma de cono achaparrado, por lo general con una base
de entre 16 y 20 cm de ancho. En el Imperio Medio, los conos se habían
transformado en unos cilindros largos y estrechos (véase en detalle en la fi-
gura 42, p. 153). Pero, por extraño que parezca, a pesar de que se han des-
cubierto tantos moldes, nunca se ha hecho un estudio desde el punto de vis-
ta de comparar las hogazas que producían con las prácticas contables y las
necesidades dietéticas de la antigiiedad. Las fotografías tomadas de algunos
de los hallazgos más cuantiosos dan la impresión de que, dentro de un mis-
mo grupo, existía una capacidad exacta estandarizada, que se podría haber
mantenido si, tal como se ha sugerido, se hubiesen hecho moldes reutilizables
(tal vez de madera).'” Sin embargo, los ejemplos de yacimientos y épocas dis-
tintos varían considerablemente. No hay ningún indicio que haga creer que
siguiesen un estándar prescrito de modo oficial. Probablemente, el escriba
realizaba los cálculos del pefsu de una manera periódica para comprobar hor-
nadas enteras. De todos modos, aquí no se termina la historia. No todas
las raciones de pan se repartían en hogazas hechas con molde. Los soldados
de una de las fortalezas nubias del Imperio Medio (Uronarti) poseían tarjas
de madera con la forma de sus raciones de pan y con las cantidades de trigo
y cebada o el número de hogazas que les correspondían inscritas en jeroglí-
fico (figura 44).'* Algunas representan hogazas de pan de molde (de cebada),
mientras que otras son hogazas redondas y aplanadas hechas a mano (de tri-
go). Por lo visto, estas tarjas servían para que el receptor (un soldado) pu-
diera comprobar el valor de sus raciones, calculado en parte por la asignación
de grano implícita en ellas más que por el número real de hogazas percibi-
158 EL ANTIGUO EGIPTO
A o a
Al AO, IDA
A
FiGuRa 44. «Vales» de la ración de pan de los soldados, hechos de madera, enyesados y pinta-
dos. Cada uno tiene la forma de un tipo concreto de hogaza de pan y llevan grabadas unas bre-
ves inscripciones de difícil traducción. 1) Una hogaza cilíndrica de las cocidas en moldes de ce-
rámica, altura 24,7 cm; los jeroglíficos hacen referencia a setenta y cinco hogazas para un
soldado. 2) Una hogaza redonda y aplanada, más alta en el centro, con un diámetro de 12,8 cm;
los jeroglíficos hacen alusión a noventa hogazas obtenidas de 1 hekat de trigo. 3) Una hogaza
ovalada y con la base plana, cuya longitud es de 12,7 cm; los jeroglíficos mencionan 60 2/3 de ho-
gazas. Procedentes de la fortaleza de Uronarti en Nubia, dinastía XML. Tomado de D. Dunham.
Uronarti Shalfak Mirgissa, Boston, 1967, láminas XXVII y XXVII, pp. 34-35.
das. Pudieron ser la base de una obligación exigida al escriba para que com-
probase el valor pefsu de una hornada de hogazas mezcladas que se entrega-
ban como raciones.
Nos es más difícil comprobar la capacidad de una jarra de cerveza. Sabe-
mos cuál era la forma más común en el Imperio Medio y, si bien la mayoría
de las cerámicas de las excavaciones están demasiado fragmentadas para in-
tentar calcular su capacidad, se han descubierto también algunas enteras. Sin
embargo, al igual que sucede con los moldes de pan, parece que a nadie se le
ha ocurrido calcular la capacidad real teniendo presente esta cuestión de la
estandarización. De todos modos, por los dibujos actuales de unas vasijas de
este tipo halladas en distintas tumbas pertenecientes a una misma necrópo-
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 159
lis, parece como si reflejasen una diversidad de tamaños y a duras penas se-
guían un estándar.
El hecho de que, según parece, la estandarización no era un objetivo cons-
ciente, es típico de la falta de interés de los antiguos por la idea de eficien-
cia. Los escribas y los alfareros (así como los panaderos) vivían en mundos
aparte. La diferencia de posición social impedía al escriba salirse de los lími-
tes de su propio oficio, los trámites y la contabilidad. y sus procedimientos
nacían de la aceptación de que una parte crucial de
rre
>
virtualmente fuera de su control.
Las listas de racionamiento auténticas demuestran que el salario o la ra-
ción habitual se calculaba en términos de las cantidades de hogazas de pan y
jarras de cerveza, y a veces aparecían algunos extras como pasteles o vino.”
El salario base estándar consistía en diez hogazas y una medida de cerveza,
que podía oscilar entre un tercio de una jarra a una e incluso dos jarras en-
teras. Se creía que esta ración base era la adecuada para un trabajador co-
rriente. Las listas de racionamiento muestran también que, a medida que se
asciende en el escalafón del funcionariado, las distribuciones aumentaban
multiplicando la ración base. A veces se expresaba contando a los que tenían
una categoría superior como si fueran más de una persona: quizá cinco, diez
o incluso veinte hombres. El papiro matemático Rhind ayudaba al escriba a
enfrentarse con las consecuencias.
que ponen de manifiesto que lo que en verdad él quería saber era la progre-
sión aritmética de las porciones para los 5 hombres, cada una > más pe-
queña que la siguiente. Se ha hallado la respuesta correcta: 38 >. 297,20,
1037 yl + . La diferencia entre cada una es de 9 + .
Los documentos acerca del reparto de las raciones plantean un problema
que nos informa de que no sólo estamos tratando con una cuestión terrenal
y pragmática de alimentar a las personas, sino con un sistema económico con
unas miras más ambiciosas y que tenía un mayor contenido conceptual o abs-
tracto de lo que a primera vista podría parecer.
Si la ración mínima diaria consistía en diez hogazas de pan, a un funcio-
nario de categoría superior se le podrían haber abonado algo más de 500 en
un solo día. Ni el apetito más colosal hubiese podido acabarlas. ¿Se trataba
de una cantidad adicional para alimentar a las personas a su cargo? Algunos
textos mencionan aparte los pagos al personal, así es que podemos descar-
tario. En cualquier caso, algunas de las listas sobre el reparto de raciones ata-
ñen a las expediciones enviadas a las minas y las canteras en parajes desérti-
cos e inhóspitos, como el Sinaí o el Wadi Hammamat. No eran los lugares
apropiados para llevarse consigo a la familia o los parientes, ni para darse la
gran vida. Y luego hemos de tener presente las fracciones. El papiro mate-
mático Rhind no es el único que toma en consideración las difíciles fraccio-
nes de las hogazas y las jarras de cerveza. Lo mismo ocurre en las listas rea-
les, e igual de impresionante es el sistema de contabilidad de un templo de
provincias del Imperio Medio, el consagrado al dios Upuaut en Asiut.? A
una parte del personal se le pagaba según el número de «días del templo»
que les habían sido asignados. Un texto nos lo explica:
En cuanto a un día del templo, corresponde a 5 parte del año. Ahora bien,
dividirás todo lo que entre en el templo —pan, cerveza y carne—, a modo de
proporción diaria. Es decir, va a ser 5 parte del pan, de la cerveza y de todo
lo que entre en este templo para [cualquiera de] estos días que te he asignado.
Cada miembro del personal tenía derecho a dos días del templo, excepto el
sumo sacerdote al que le correspondían cuatro, Por tanto, tenían derecho a
percibir la 22 parte (o la 50 en el caso del sumo sacerdote) de cada hogaza
y jarra de cerveza que el templo recibía en concepto de ingresos. Una parte
de éstos eran en carne. El archivo de otro templo (en Kahun) trata con frac-
ciones ¡de reses!?
El sentido común nos dice que no estamos ante un sistema en el que se
distribuyesen migajas de pan y trocitos de carne en porciones pesadas con
precisión, ni que acumulase pilas de víveres imposibles de acabar en torno a
los altos funcionarios. El sistema debía combinar el reparto de raciones rea-
les e imaginarias; en realidad, las segundas servían de crédito y la acumula-
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 161
11.-kEMP
162 EL ANTIGUO EGIPTO
en diez días, 12 L
y en 40 días, 50 hekar,
límites de la cantera
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40» límites hipotéticos de la cantera
muros de delimitación
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FiGura 45. La arqueología de las obras públicas a gran escala: la meseta de las pirámides de
Gizeh, en donde están señaladas las canteras y los restos de la construcción. así como el contor-
no hipotético de las rampas de construcción. parcialmente en «espiral», de la primera y la se-
gunda pirámide, según M. Lehner, «A contextual approach to the Giza pyramids». Archiv fiir
Orientforschung, 32 (1985), pp. 136-158, Con respecto a los talleres de Kefrén, véase la figura 46,
p. 171; en cuanto al templo del valle de Micerino, véase la figura 51, p. 186; y para la ciudad de
Vhanmtlbamno vá al f;
ANcmkdaus, Vease la 1iguTa 50, p. 184.
168 EL ANTIGUO EGIPTO
comendada a los funcionarios de mayor categoría del país, los más allegados
al faraón, hasta tal punto que, en la dinastía IV, solía tratarse del hijo del
monarca.*
Esta imagen de las posibilidades y las limitaciones en las tareas de direc-
ción tiene dos orígenes. Uno es la observación directa. Gracias a las excava-
ciones actuales se conoce la ubicación de varias de las canteras y algunos in-
dicios apuntan a la existencia de una antigua depresión en el extremo sur del
yacimiento. El otro es resultado de ponerse en el lugar de los constructores
y buscar una solución rentable dentro del contexto que nos facilita la arqueo-
logía. Tan sólo de esta manera podemos deducir cómo estuvieron colocadas
las rampas, construcciones monumentales por derecho propio, pues se reti-
raban tan pronto concluía la edificación de la pirámide y no ha quedado el
menor rastro de ellas. La necesidad de actuar previsoramente y acotar zonas
de actividad para impedir que se extendieran demasiado lejos pueden ser al-
gunos de los motivos de la presencia de una alineación de toscas murallas de
piedras, junto a las pirámides de Kefrén y Micerino, que delimitan grandes
áreas dentro de la meseta de Gizeh. Dichas estructuras fueron conservadas y,
con algunos añadidos, habrían continuado delimitando el terreno que pro-
piamente pertenecía a cada pirámide.
Como ya hemos dicho, las rampas de construcción eran de por sí proyec-
tos de gran magnitud. Cada una podría haber equivalido a dos tercios del vo-
lumen de la pirámide correspondiente. Al acabar la jornada, las retiraban.
¿De qué estaban hechas? Algunas fuentes tardías muestran que las rampas
podían estar construidas con compartimientos de ladrillos de adobe rellenos
de arena. Pero en Gizeh no hay restos de pilas inmensas de ladrillos de ado-
be. En cambio, algunas partes de la meseta, en especial las canteras y el área
baja hacia el sur, quedaron sepultadas bajo cantidades ingentes de rocalla y
polvo, las suficientes para dar razón de las rampas. Ello pone de manifiesto
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 169
Más allá del muro oeste del períbolo se encontraban los grandes barraco-
nes de los trabajadores. Hasta la fecha, se pensaba que eran simplemente hile-
ras de cascotes de piedra o los escombros apilados por los trabajadores de la
cantera y, aunque Vyse se abrió camino a través de una parte, él sencillamen-
te dice que «se observó que los montículos estaban hechos de piedra y arena,
y se desconoce su origen». ... Pero al examinarlos más detenidamente, pude re-
conocer los bordes recortados de unos muros y, tan pronto empezamos a lim-
piarlos, se vieron los restos de la parte superior de los mismos, con las juntas
tapadas por la arena del desierto.
Estas galerías están construidas con bloques irregulares de caliza (pareci-
dos a los del muro oeste del períbolo), fijados con barro y revocados con barro
apelmazado o una mezcla de barro y limo [Petrie debe querer decir yeso]; el
suelo de las galerías también es de barro apelmazado. La longitud variaba ge-
neralmente en torno a los 44 m; su anchura era de unos 3 m y las entradas te-
nían unos 2 m. En total hay 91 galerías; ello supone un complejo de casi 3 km
de longitud, de 4,5 m de ancho y de casi 3,5 m de altura. Tal cantidad de de-
pendencias sólo parecen imputables a los barracones de los obreros.”
170 EL ANTIGUO EGIPTO
Petrie incluso calculó que debían albergar a cerca de unos 4.000 hombres.
En aquella época, trabajaba a una escala muy reducida y es muy poco
probable que sus excavaciones incluyesen algo más de una o dos catas de
prueba. Sin embargo, desde entonces todo el mundo ha aceptado esta inter-
pretación, aunque no explique la ausencia de una acumulación de desechos
de carácter doméstico que una ocupación tan densa habría dejado. Además,
la planta general recuerda los bloques de almacenes que los egipcios edifica-
ban en lugares religiosos y que, en consecuencia, sería una hipótesis alterna-
tiva. Sin nuevas excavaciones, no estamos en situación de hacer valoraciones
sobre este edificio.
No se debía alojar a toda la mano de obra en barracones independien-
tes y construidos especialmente para la ocasión. Puede que algunas cuadri-
llas simplemente acamparan o vivieran en el lugar de construcción. En los
años 1971 y 1972, se excavó una parte de dicha área al sureste de la pirá-
mide de Micerino (figura 46).* Consiste en un conjunto de estructuras edi-
ficadas a ambos lados de un muro de cascajo que presenta unos cambios
bruscos de dirección. Se desconoce la extensión total del yacimiento porque
debajo del desierto, tanto al este como al oeste, no se ha excavado. Al igual
que la muralla de circunvalación, todos los edificios estaban construidos con
piedra sin labrar y argamasa. Al norte, hay un grupo integrado por tres de
ellos. El edificio central (H13) tenía un vestíbulo de 15 por 5,5 metros, con
soportes cuadrados que podrían haber sido las bases de las columnas. En el
suelo de la habitación de al lado y de los otros dos edificios del sector nor-
te, H12 y H14, había numerosos hoyos circulares. Junto a la pared este del
muro principal hay tres unidades, H5, H6 y H7, a las que por falta de un tér-
mino mejor se las ha llamado «casas», aunque no se sabe a ciencia cierta
el abanico real de actividades desplegadas dentro y alrededor de ellas. De
todas maneras, hemos de señalar que, en el edificio HS, la habitación cen-
tral ubicada al norte contenía una tarima baja, del tipo que generalmente in-
dica la presencia de un dormitorio. Pero, a diferencia de ejemplos más tar-
díos, esta tarima caía hacia un extremo, pasando de medir 20 cm en una
banda a tener 5 cm en la otra. Ocurre lo mismo en otras del yacimiento. En
el sector oeste, en el extremo sur de la excavación, se abrió una gran área
que sacó a la luz varias construcciones diferentes. Junto al flanco oeste del
muro principal, se apiñaban una hilera de casas muy pequeñas. El edificio
H1 tenía una tarima en un hueco de la cámara central, situada al sur. Los
edificios H2 y H3 contenían hornos, uno de ellos probablemente para cocer
cerámica. En el lado norte del área abierta, había un tramo de un muro que
parapetaba una hilera de otros doce hornos de cerámica. Su presencia indi-
ca el aprovisionamiento local de al menos una parte de la fuerte demanda
de vasijas de cerámica, por las que las sociedades antiguas siempre mostra-
ron gran inclinación. En el sur, aparece un edificio aislado, H8, probable-
mente una vivienda o un local administrativo. Dos de las habitaciones si-
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 171
GIZEH
¡campamento de trabajo
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|
| templo funerario
FiGura 46. Parte del campamento de trabajo ubicado cerca de la pirámide de Micerino en Cn-
zeh, si bien probablemente fue destinado a la construcción de la pirámide de Kefrén, véase la fi-
gura 45, p. 167. Tomado de Abdel-Aziz Saleh, «Excavations around Mycerinus pyramid com-
plex», Mirteilungen des Deutschen Archáologischen Instituts, Abteilung Kairo, 30 (1974). p. 132,
fig. 1, y p. 142, fig. 2.
172 EL ANTIGUO EGIPTO
tuadas al norte poseen huecos, cada uno con una tarima, Á poca distancia,
hay dos edificios más pequeños, H9 y H10. El primero tenía dos hornos. So-
bre esta superficie abierta aparecieron desparramados un gran número de
bloques toscos de alabastro junto con la base inacabada de una columna,
asimismo de alabastro, Ello sirve para identificar el yacimiento como cam-
pamento de los obreros que trabajaban en la pirámide. El mismo espacio
abierto tenía un grupo de estructuras que desafían toda explicación. Son
cuatro trincheras, anchas y poco profundas, en cuyo interior había hileras de
pedestales rectangulares colocados muy juntos y construidos de piedra y ar-
gamasa. Los pedestales medían de 95 a 110 cm de largo por 57 a 65 cm de
ancho y, en total, su número se eleva a setenta y dos. Fuera cual fuese su fi-
nalidad, parece que tuvieron una duración breve, pues los edificios H9 y
H10 se construyeron justo encima.
Esta excavación aporta otro dato a la imagen de Gizeh como un lugar de
construcción gigantesco. La razón de que el campamento obrero se halle tan
bien conservado se debe, sencillamente, a que quedó sepultado bajo un ver-
tedero inmenso de la rocalla que se detecta en diferentes partes de la mese-
ta de Gizeh. El hecho de que estos cascotes aparezcan en el campamento
sólo después de su abandono es comprensible si los consideramos los restos
de una rampa de la pirámide, retirada una vez concluida la obra y vertida en
el lugar más cercano.
No todos los vertederos antiguos de Gizeh son acumulaciones de casco-
tes de piedra caliza y, desde el punto de vista arqueológico, estériles. En el
escarpe rocoso que hay al sur y al este del campamento obrero de Miceri-
no, existe un gran entrante colmatado hasta arriba. Aunque a primera vista
parece un depósito natural, los sondeos arqueológicos han sugerido otra
cosa. Petrie fue el primero en advertir que no se trataba de una parte natu-
ral del desierto: «Toda la superficie está cubierta, hasta varios pies de pro-
fundidad, de cascotes de piedra de la cantera».* Luego, entre 1971 y 1975,
una expedición austríaca practicó sondeos en todo el borde oriental, donde
se convierte en la ladera oeste del saliente promontorio rocoso que queda
al sur del templo del valle de Micerino.” Se descubrió un importante depó-
sito estratificado con restos de carácter doméstico del Imperio Antiguo, en-
tre los que había cerámicas y otros artefactos, aunque ninguna estructura.
Estos dos sondeos y el registro del campamento de trabajo de Micerino
apuntan la posibilidad de que todo el límite sur de la meseta de Gizeh, que
constituye su parte más baja, sea un gigantesco relleno de escombros, en
parte formado por los desechos de las rampas y, en parte, por los restos
apilonados de las edificaciones y los campamentos de trabajo. Ello supon-
dría que la mayoría de los obreros acampaban en las proximidades y, por
tanto, cerca de los finales de las rampas de construcción y el muelle de des-
carga, donde, cabe esperar, se habría concentrado la mayor parte de los tra-
bajos.
LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 173
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22 cm
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FIGURA 47. Ayudas prácticas de los escribas para la construcción: 1) Puede que un boceto rápi-
do con las dimensiones globales fuera lo único necesario para que los constructores empezaran
a señalar el terreno y cavaran los cimientos. En esta ocasión, el esbozo se ha hecho sobre un
fragmento de cerámica rota y es de finales de la dinastía XW HU o principios de la XIX. Hay es-
critas unas breves anotaciones, además de las medidas, en hierático. Por lo visto, el edificio era
una estación de paso religiosa abierta a cada extremo y contenía una cámara interior, asimismo
abierta por ambos extremos, rodeada de columnas. Las medidas exteriores eran 27 codos (unos
14 metros) a cada lado; el santuario interior habría de tener 14 por 6 codos. Aparecen seis co-
humnas en los lados (cuatro de ellas llevan el rótulo «columna» adosado), pero es posible que
este no fuera el número exacto pensado. Probablemente, los detalles se trabajaban sobre las pie-
dras a medida que avanzaba la construcción. Anchura 9,5 cm. Museo Británico, 41228, proce-
dente de Deir el-Bahari. Tomado de $. R. K. Glanville, «Working plan for a shrine», Journal of
Egyptian Archaeology, 16 (1930), pp. 237-239. 2) Un diagrama bosquejado sobre un fragmento
de piedra caliza en donde se enseña cómo perfilar una curva perfecta. Había que trazar una lí-
nea perpendicular, con una longitud determinada, a intervalos regulares (de 1 codo, aunque no
esté explicitado). Las longitudes se dan en el sistema de codos (transformados aquí en dedos
para mayor comodidad). Cuando se unen los puntos de los extremos de las líneas, se obtiene una
curva. Procedente de Sagqgara, tal vez sea de la dinastía III y fuese utilizado en la construcción
del techo curvado de la tumba sur. Anchura 17,8 cm. Museo de El Cairo, JE 50036. Tomado de
Somers Clarke y R. Engelbach, Ancient Egyptian Masonry, Oxford, 1930, pp. 52-53, figs. 53 y 54.
3) Tablilla de caliza procedente de Kahun, quizás empleada para señalar la posición de un gru-
po proyectado de casas. La inscripción dice algo así como: «Un bloque de cuatro casas — 30 por
20 [codos)», es decir, unos 15 por 10 metros. A partir de G. A. Wainwright, «Antiquities from
Middle Egypt and the Fayúm», Annales du Service des Antiquités de l'Égypte, 25 (1925), pp. 144-
145 y lámina; asimismo, H. G. Fischer, «Deux stéles villageoises du Moyen Empire», Chronique
d'Égypte. 35, n.”. 109-110 (1980), pp. 13-16.
12.-kEMP
178 EL ANTIGUO EGIPTO
HIERACÓMPOLIS
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FicGura 48. Trazado urbano donde se aprecia el grado de regularidad impuesto por la muralla
de la ciudad: la ciudad del Imperio Antiguo de Hieracómpotis (cf. la figura 11, p. 52, y la figu-
ra 25, p. 96). Las flechas indican las posibles calles. A partir de J. E. Quibell y F. W. Green, Hie-
rakonpolis, vol. TL, Londres, 1902, lámina LXXIH; W. Fairservis, K. R. Weeks y M. Hotfman,
«Preliminary report on the first two seasons at Hierakonpolis», Journal of the American
Research Center in Egypt, 9 (1971-1972), figs. 3 y 9-15.
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MODELOS DE COMUNIDADES 183
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paso subterráneo
FiGura 50. Antigua planificación urbana: la ciudad destinada a albergar la comunidad que man-
tenía el culto a la difunta reina Khentkaus en Gizeh, dinastía IV (cf. con la figura 45, p. 167, para
su ubicación). Tomado de S. Hassan, Excavations at Giza IV (1932-1933), El Cairo, 1943, fig. 1.
lla de 2,5 metros de espesor cerraba por ambos lados el recinto. Del extremo
oriental, salía otro recinto que se prolongaba hacia el sur y medía 80 por 40
metros, lo que confería a todo el complejo una planta en forma de L. En las
murallas exteriores se distinguen algunas entradas. La calle que corría hacia
el sur cruzaba por debajo de la vía principal, en dirección oeste-este, me-
diante un túnel con una escalinata al norte y una rampa al sur. El ala norte,
MODELOS DE COMUNIDADES 185
muy larga, posee una hilera de once edificios distintos, la mayoría de los cua-
les probablemente fueran viviendas. En varios casos, se reproduce la misma
planta con ligeras variaciones sin importancia, tal vez debidas a las reformas
que introdujeron sus ocupantes, En el centro, hay seis de estas unidades de
habitación con idéntica planta, cada una de las cuales mide 12 por 15 metros.
La distribución de las casas presenta cierto parecido con la de otros yaci-
mientos del Imperio Antiguo así como del Imperio Medio. Por lo visto, en el
acceso al entramado de habitaciones rectangulares del interior, la comodidad
quedó subordinada al deseo de preservar la intimidad o a la seguridad, lo que
les llevó al uso de corredores, antesalas y numerosos giros, formando un tra-
zado laberíntico. En la mayoría de las casas, se puede identificar una habita-
ción central que, por lo general, comunica con otros tres cuartos. No existen
indicios de que los techos estuviesen sostenidos por columnas. En dos de las
viviendas había depósitos circulares de grano: uno en la tercera casa y cuatro
en la sexta, contando siempre desde el oeste. La dependencia central situada
al fondo (o al sur) era la cocina, como lo prueba la presencia de hogares y ce-
nizas.
El ala sur del asentamiento de Khentkaus cuenta con, por lo menos, cua-
tro edificios que tal vez sirviesen de residencia o como locales de la adminis-
tración. En el centro, hay un espacio al aire libre en cuyo lado norte aparece
un grupo de cuatro silos de grano circulares y al cual se accedía mediante una
escalinata situada al oeste, lo que refleja la pendiente inclinada que tiene el
desierto. Al norte de este patio se encuentra otro que únicamente contiene
un aljibe rectangular excavado en la roca. La existencia de un cementerio
moderno impidió prolongar la excavación hacia el sur y el sureste de la ciu-
dad pero, cuando se practicaron unos sondeos bastante hondos, se descubrió
la presencia de muros de ladrillo sobre una amplia extensión, por más que a
una profundidad superior a los seis metros por debajo del nivel actual del te-
rreno.
No está muy clara la razón de una planta en L, aunque debemos recor-
dar que, conforme a la reconstrucción del plano general de la meseta de Gi-
zeh en la antigiiedad, y que estudiamos en el capítulo anterior, los muelles y
las dársenas de la zona donde se recibían los materiales de construcción pro-
bablemente estaban cerca e impidieron que se prolongara el recinto hacia el
este. Pero el resultado de ello fue que el anexo sur casi tocaba con otro sitio
afín y bastante extraordinario: el templo del valle del faraón Micerino (véa-
se la figura 51)."
Los arquitectos de Micerino habían proyectado que los dos templos, el fu-
nerario y el del valle, fueran construidos dentro de la tradición megalítica im-
perante. Sin embargo, es probable que el faraón falleciera prematuramente,
y el edificio se terminó con ladrillos de adobe. No se han encontrado vesti-
glos de un asentamiento como el de Abusir junto al templo que se levanta en
la meseta, al lado mismo de la pirámide, pero tampoco se ha despejado una
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estatuas reerigidas del faraón Micerino
FiGuRA 51. La «conversión en aldea» de un monumento: el templo del valle de la pirámide del
faraón Micerino en Gizeh (cf. la figura 45, p.167, para su ubicación). Arriba, planta del templo
cuando se finalizó tras la muerte de Micerino (c. 2471 a.C.). Obsérvese la decoración de facha-
da de palacio a los lados del patio principal. Todo él es una muestra excelente de la arquitectu-
ra monumental y formal en ladrillo. Abajo, el mismo edificio al cabo de tres siglos, en el reina-
do del faraón Pepi 1]. El decreto real sobre una tablilla de piedra descubierta en el vestíbulo de
entrada demuestra que, todavía, de manera oficial se la designaba la ciudad de la pirámide de
Micerino. Con el transcurso del tiempe, la comunidad religiosa se trasladó allí y edificaron ca-
sas y graneros (las estructuras circulares) en parte en el interior del templo y, en parte, sobre las
ruinas del mismo. En realidad. la gruesa muralla y las imponentes entradas gemelas hacían de
ella una aldea fortificada. Tomado de G. A. Reisner, Mvcerinus, Cambridge. Mass... 1931, cap.
TIT. láminas VII y 1X.
MODELOS DE COMUNIDADES 187
extensión grande del área que le rodea. Sabemos que el templo funerario to-
davía se utilizaba a finales del Imperio Antiguo gracias a los fragmentos de
dos inscripciones, seguramente decretos, que llevan el nombre del faraón
Merenra de la dinastía VI.
El templo del valle se acabó de construir con ladrillos de adobe y conte-
nía un patio central cerrado por una muralla decorada con entrantes, si-
guiendo el estilo panelado de fachada de palacio (figura $51, primera fase).
Junto a la fachada original, se construyó un anexo ceremonial de ladrillos
que situó la entrada más al norte, en dirección al espacio que lo separaba de
la ciudad de la reina Khentkaus. También daba a una calzada enladrillada
que venía del este. Una entrada con un pórtico de doble columnata daba
paso a un vestíbulo con cuatro hileras de columnas. Éste, a su vez, conducía
a un patio que estaba atravesado en diagonal por un camino pavimentado
con losas de piedra caliza que, originalmente, entraba en el edificio del tem-
plo del valle de Micerino. Al sur, se dispusieron más corredores y espacios.
Pero sobre aquella área, en los lugares de acumulación de desechos, se edifi-
<caron viviendas pequeñas. Al sur de las mismas, había unos silos circulares
hechos de ladrillo para almacenar grano.
Una vez finalizada la construcción en adobe del templo del valle propia-
mente dicho, las casas empezaron a invadir el patio principal y se construye-
ron un buen número de graneros circulares, agrupados en la zona norte del
patio original. A partir de aquel momento, se dejó que la mayor parte del
templo, a excepción del santuario, se fuera deteriorando. En algunos lugares
incluso se demolió para hacer más sitio al crecimiento de la aldea, que poco
a poco cubrió las partes inferiores del templo. En la planta se puede apreciar
la construcción de muros sobre las ruinas depositadas, en especial al sur y al
suroeste, donde las casas taparon la antigua muralla. Los excavadores en-
contraron además en los almacenes originales una buena parte del equipo del
templo, enterrado entre el polvo y los escombros. Á esta categoría pertene-
ce la tríada de pizarra formada por el monarca y otras figuras que se cuentan
entre las obras de mayor calidad de los escultores del Imperio Antiguo. El
proceso de deterioro se había visto acelerado por una inundación, producida
por una súbita tempestad, que dañó toda la parte posterior del edificio. Hubo
un intento de reconstrucción, pero encima de los escombros. La reconstruc-
ción tuvo en cuenta la existencia del asentamiento y lo rodeó con una nueva
muralla. También se construyeron una garita y un santuario nuevos en el
mismo lugar donde estuvieran los anteriores. En consecuencia, si alguien iba
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desde la garita hasta el santuario, tenía que camiñar entre dos grupos de cho-
zas y silos.
El nuevo santuario tenía un vestíbulo con cuatro columnas, que habían
sido de madera y con los pedestales de caliza. Sobre el suelo de barro se colo-
caron cuatro bellas estatuas de Micerino a tamaño natural, dos a cada lado de
la puerta que conducía a las cámaras interiores. La sala de ofrendas del nue-
188 EL ANTIGUO EGIPTO
DAHSHUR
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FIGURA 52. La «ciudad» del culto funerario junto al templo del valle del faraón Snefru en Dah-
shur (cf. los relieves, figura 40, p. 145), perteneciente al Imperio Antiguo. Los n.* 1-11, 13, 14 y
16 son probablemente casas; la n* 15 contiene una serie de cuatro graneros. Tomado de A.
Fakhry, The Monuments of Sneferu at Dahshur, vol. 1.1, El Cairo, 1961, fig. 4.
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FiGura 54. Grandes casas urbanas: la planta es una composición realizada a partir de Kahun
(figura 53. p. 191). El núcleo de la vivienda —la parte residencial— aparece rayada. Se pueden
identificar dos dormitorios principales con los huecos para las camas (n.* 1 y 2, cf. la figura 98,
p. 371). El resto del edificio se debió de destinar al almacenamiento (incluye un granero, n* 3)
y a talleres. El dibujo en perspectiva corresponde a los modelos de casas hallados en la tumba
de Meket-re en Tebas, dinastía XI. Las partes A a D equivalen a las etiquetadas del mismo
modo sobre la planta. A) es la fachada que da a la calle, B) es la zona de vivienda (reducida al
espesor del último panel de madera en el modelo), C) es el pórtico y D) es el jardín. Tomado
de H. E. Winlock, Models of Daily Life in Ancient Egypt. Nueva York, 1955, figs. 9-12, 56-57.
13.—KEMP
194 EL ANTIGUO EGIPTO
Cuapro 1. El total de raciones anuales que se podía almacenar en los graneros se-
gún el tamaño mínimo y máximo estimado para una ración
con diversidad de categorías sociales, mientras que Kahun, una sociedad con
niveles distintos.
Una buena parte del interior restante de Kahun está ocupado por hileras
de pequeñas casas, con frecuencia situadas de espaldas, En el plano de Petrie
hay alrededor de 220, una relación de 20 a 1 con respecto a las mansiones. El
plano da la impresión de que la mayor parte del terreno que faltaba de
Kahun estaría cubierto de casas pequeñas y no de grandes y, aunque desco-
nozcamos hasta qué punto, hemos de aumentar dicha relación. El número de
casas Ofrece el método más seguro para hacer un cálculo aproximado de la
población original. Incluso si asumimos que en el plano de Petrie sólo apa-
recen la mitad de las casas que había originalmente, y calculamos unas seis
personas por cada una (véase la p. 202 ), obtenemos un total de población de
menos de 3.000 habitantes, lo que se halla bastante por debajo de la cifra de
10.000 que se ha propuesto a partir de otros datos. La consecuencia de todo
ello es, naturalmente, acrecentar la impresión de que la población entera de-
pendía de los graneros de las casas grandes.
La distribución interior de las habitaciones en las casas pequeñas varía
considerablemente, lo cual hasta cierto punto puede representar las modifi-
caciones introducidas por sus ocupantes en respuesta a las circunstancias de
cada uno. Presentan la misma compleja articulación interior de los cuartos
que vemos en las grandes casas de Kahun. Por lo general, un pasillo de en-
trada conduce a una habitación que, si bien no es excesivamente grande,
constituía el eje central de la vivienda porque en ella se abren varias puertas
que, con frecuencia, conducen a antesalas en vez de a cámaras cerradas. Las
antesalas prolongan a veces deliberadamente el recorrido, anteponiéndose la
seguridad y el deseo de intimidad a la facilidad de acceso. En algunos casos,
parece como si se hubiese tirado la separación entre dos casas para hacer
otra más grande y en ellas se han introducido columnas. Tenemos ejemplos
en el sector oeste, en el octavo bloque comenzando por el norte. En varias
de las casas del plano a pequeña escala que dibujó Petrie aparecen señalados
unos círculos; al parecer, los más pequeños son generalmente pedestales y,
según el excavador, sostendrían columnas octogonales de madera de unos 25
cm de diámetro. En unas breves notas publicadas acerca de la arquitectura,
el mismo Petrie nos describe los graneros, unas estructuras circulares de la-
drillo que medían entre 1,70 y 1,93 metros de ancho y enlucidas tanto por
dentro como por fuera. La mayoría de las veces sólo aparece uno, pero tam-
bién hay una pareja. En el bloque oeste, trece casas de entre un total de unas
150 contienen círculos lo suficientemente grandes para haber sido graneros.
Estos habrían acrecentado la capacidad de grano almacenado de la ciudad,
pero su relativa poca frecuencia entre las casas pequeñas apunta a unas dife-
rencias de riqueza notables entre los habitantes de Kahun,
Otro edificio de Kahun es digno de atención. Se encuentra justo al sur de
la «acrópolis» y parece como si se hubiese hallado en un terreno despejado.
MODELOS DE COMUNIDADES 199
Shepset
1.2 etapa
E a .
Y, 4 Y o
2 Isis
Katsenut
(Sat-) Snefru A
casa de Kahun
FiGura 55. Los cambios en el tamaño de una unidad doméstica de Kahun, perteneciente a un
soldado y su familia. Realizado a partir de un archivo de los papiros de la ciudad. Se desconoce
cuánto tiempo abarca, pero probablemente es un periodo breve. Se cree que vivían en una de
las viviendas corrientes, como la que aparece en la ilustración.
202 EL ANTIGUO EGIPTO
de la pirámide
o
o
0000000
0000000
o
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DAHSHUR ON
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casas
avenida de acceso a la pirámide
A O 7O
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FIGURA 56. Los cimientos de las casas y de los edificios auxiliares de la «ciudad» de la pirámi-
de de Amenemhet 111 en Dahshur, la cual presenta una planificación ortogonal y carece de una
muralla alrededor. Tomado de D. Arnold, Der Pyramidenbezirk des Kónigs Amenemhet HI in
Dahschur, [. Die Pyramide, Maguncia, 1987, lám. 36.
cado a la luz los restos de paredes de casas, silos circulares de grano y pe-
queños almacenes, junto con cerámica del Imperio Medio y del Segundo Pe-
ríodo Intermedio.”
3. Al este del recinto de Karnak y, concretamente, fuera de la muralla
de la dinastía XXX, unos sondeos practicados bajo el suelo de un templo
muy deteriorado de Ajenatón ban revelado la existencia de las ruinas de la
ciudad, otra vez del Imperio Medio y del Segundo Período Intermedio. Los
restos incluyen un tramo de seis metros de ancho de una muralla que iba de
norte a sur (dado el espesor que tiene, podemos deducir que probablemente
era la muralla principal de la ciudad), y numerosos fragmentos de un tipo de
cerámica doméstica ordinaria, con una decoración incisa lineal, característica
de los niveles de finales del Imperio Medio y del Segundo Período Interme-
dio de las ciudades del Alto Egipto.”
4. También fuera de la muralla de la dinastía XXX, pero esta vez al nor-
te, se han excavado los cimientos de un edificio de piedra que no está alinea-
do con respecto al templo principal del Imperio Nuevo, sino que sigue la
orientación general de los muros exhumados al este del Lago Sagrado. Se le
ha identificado como la «tesorería» de Tutmosis I, un faraón de la dinastía
XVIIL? Pero los sondeos practicados bajo su piso han hallado muros y cerá-
micas del Segundo Período Intermedio, mientras que fuera del edificio apa-
recen materiales similares en un nivel por encima del suelo de la tesorería.
Esta excavación tiene un interés especial, pues sugiere que la tesorería del
Imperio Nuevo fue edificada en una hondonada entre las ruinas de la anti-
gua ciudad abandonada, pero que los lados de dicha hondonada tenían aún
el contorno de una parcela de terreno marcada por la orientación general de
las calles en la ciudad antigua.
5. Se han recuperado casas del Imperio Medio y del Segundo Período
Intermedio por debajo del nivel del suelo del recinto del templo a la diosa
Mut, perteneciente al Imperio Nuevo.”
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alineación de la ciudad del Imperio Medio
qa
del imperio Medio
FiGURA 57. La antigua ciudad de Tebas. En la página anterior, planta del complejo religioso del
Imperio Nuevo con las principales excavaciones que han dejado al descubierto la ciudad ante-
rior a aquel período (n.” 1-5, la explicación se encuentra en el texto). En esta página, detalle de
la excavación n” 1, parte de la ciudad con trazado ortogonal del Imperio Medio, lomado de Kar-
nak V (1970-2), p. 26, fig. 13.
ABU GHALIB
ABU GHALIB Y
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FiGura 58. Dos ejemplos de colonización interna durante el Imperio Medio con la construcción
de nuevos núcleos de población, en el delta del Nilo. En esta página, el asentamiento
de Abu
Ghalib, que originalmente tal vez se hallaba junto al río era un puerto fluvial. Adviértase la es-
tricta orientación al norte, en contra de la configuración natural de la zona. Tomado de
H. Lar-
sen, «Vorbericht tiber die schwedischen Grabungen in Abu Ghálib 1932-1934», Mitteilungen
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Zas co
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unidad de vivienda
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TELL EL-DABA
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des Deutschen Instituts fir Agyptische Altertumskunde in Kairo, 6 (1935), p. 52, fig. 5. En esta pá-
gína, trozo del nivel más antiguo del asentamiento de Tell el-Daba, al noreste del delta, que data
del Primer Período Intermedio / inicios del Imperio Medio, y que tal vez fuera una colonia de
carácter militar. Tomado de M. Bietak, «Tell el-Dab“a», Archiv fúr Orteniforschung. 32 (1985),
pp. 132-133.
210 EL ANTIGUO EGIPTO
ello el control burocrático, a zonas del país hasta entonces casi despobladas.
Dos ejemplos, procedentes de extremos opuestos del delta del Nilo, lo de-
mostrarán.
Abu Ghalib está en la zona limítrofe con el desierto del delta del Nilo, a
40 km al noroeste de El Cairo.” Entre 1932 y 1934, una expedición sueca rea-
lizó tres campañas de prospección y excavación, dedicadas en parte a exa-
minar los hallazgos de las ruinas de una ciudad del Imperio Medio. Por indi-
cios superficiales, se estimó que cubría una área de unos 600 metros por otros
700 metros, lo cual, si fuera cierto, supondría una ciudad de doble tamaño
que Kahun. El yacimiento estaba cubierto por una gruesa capa de sedimen-
tos de origen eólico y el área exhumada por la excavación todavía es muy re-
ducida. De todas maneras, quedó al descubierto lo suficiente para ver que los
edificios se habían dispuesto en unidades rectangulares, siguiendo una cua-
drícula imaginaria (figura 58, p. 208) que, en vez de estar alineada con res-
pecto a los accidentes topográficos naturales, estaba orientada según los pun-
tos cardinales, otra característica de algunos de los edificios y asentamientos
planificados del Imperio Medio. Se desconoce totalmente por qué se situó
aquí una ciudad nueva. Quizás, al estar ubicada junto a uno de los brazos del
Nilo, participaba en el tráfico fluvial de mercancías entre el delta y el Alto
Egipto, pero es pura conjetura. Parece como si dos de los edificios, situados
a ambos lados de una calle de 2 metros de ancho, hubiesen sido bastante
erandes. La calle transversal, que lleva a un terreno despejado, es de mayor
tamaño y tiene 3,5 metros de anchura. Las subdivisiones del interior de los
edificios principales son un poco menos intrincadas que en Kahun. Se halla-
ron numerosos hornos de pan y hogares. Sin embargo, el hallazgo más ex-
traordinario lo constituían millares de útiles de sílex, en su mayoría microli-
tos, que al parecer se utilizaban en una importante industria de fabricación
de cuentas de piedra. Es indiscutible su
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contemporaneidad
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con
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la ciudad
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del
Imperio Medio, por más que cuando se les aparta de su contexto tienen el as-
pecto de ser prehistóricos. Nos enseñan algo muy importante: las tendencias
conservadoras de la tecnología antigua y la tenue correspondencia que exis-
te entre ésta y el producto final, pues a pesar del carácter primitivo de los ins-
trumentos empleados la orfebrería de cuentas de piedra del Imperio Medio
tenía a menudo una calidad excelente.
Tell el-Daba, en el margen oriental del delta, tiene una relevancia espe-
cial por la aportación que hace a la historia y la arqueología del Segundo
Período Intermedio, pues es el emplazamiento de Avaris, la capital de los
hicsos. Desde 1966, viene siendo objeto de una meticulosa excavación es-
tratigráfica a cargo de una expedición austríaca. Aunque los estratos corres-
pondientes al período hicso constituyen el foco principal de interés, la his-
toria de Tell el-Daba se remonta hasta, por lo menos, el Primer Período
Intermedio. Una prospección en los campos contiguos ha revelado la exis-
tencia de un vasto asentamiento, con una extensión de 1,5 km” y puede que
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hasta 2 kim?, del Imperio Medio en adelante. En 1979 y 1980, se iniciaron las
excavaciones en las tierras de cultivo que quedan a unos 400 metros al oes-
te de Tell el-Daba. Se descubrió un enorme asentamiento, planificado y con
planta ortogonal, del Primer Período Intermedio debajo de un majestuoso
palacio del Imperio Medio.* El área reducida que hasta el momento se ha
excavado contiene unas pequeñas unidades de vivienda, por lo visto situa-
das junto a un tramo recto de una muralla (figura 58, p. 209). Su datación
en el Primer Período Intermedio es muy interesante, ya que los textos lite-
rarios de la época ponen de manifiesto la preocupación que sentían los re-
yes por la seguridad del margen oriental del delta ante la presión de las mi-
graciones provenientes del sur de Palestina. Tras la creación de una ciudad
planificada en Tell el-Daba podemos adivinar, en realidad, la fundación de
una colonia del Estado que ofreciese una base mejor para el control y la ad-
ministración.
cin
los soldados. Como muestran los testimonios del Imperio Nuevo (capítulo V),
ambos eran muy conscientes de que ocupaban posiciones distintas.
La conquista egipcia de Nubia había comenzado en la dinastía 1.* Du-
rante el Imperio Antiguo, los egipcios dieron los primeros pasos para esta-
blecerse en Nubia. Ello reflejaba una actitud que se iría acentuando cada vez
más en períodos posteriores: la de que Nubia casi era una provincia del Es-
tado egipcio. Un trozo de un asentamiento del Imperio Antiguo en Buhen
Norte es el único emplazamiento que se conoce por excavaciones, pero unos
cuantos fragmentos de cerámica del mismo período hallados en Kubban, si-
tuada más al norte, podrían ser un indicio de que Buhen no estaba sola en
aquella época.”
Después de la guerra civil del Primer Período Intermedio y durante el
reinado del vencedor, el faraón Nebhepetre Mentuhotep 11, la reconquista de
la Baja Nubia se efectuó por lo visto con rapidez. Otra campaña
e de cconquis-
tas en el 29.” año del reinado de Amenemhet l, el primer faraón de la dinas-
tía XII, está testimoniada en un grafito que se halla en el corazón de las tie-
rras de la Baja Nubia. La política de edificaciones, muy avanzada durante el
reinado de su sucesor, el faraón Sesostris I, es de por sí el testimonio monu-
mental de que ya se había sometido toda la Baja Nubia. La postura profun-
damente burocrática que parece caracterizar al Imperio Medio centró ahora
sus miras en la Baja Nubia y en una nueva fase de creación de asentamien-
tos. A finales de la dinastía XII, ello había dado lugar a una línea de fortale-
zas y de ciudades fortificadas espaciadas a intervalos regulares a todo lo lar-
go de los 400 km que median entre la primera catarata y Semna, al comienzo
de la segunda catarata. Aunque estas construcciones reflejen la considera-
ción de unos problemas propios de la región, también tienen mucho que de-
cirnos acerca de la magnitud de la administración en el Imperio Medio y so-
bre su determinación de crear un entorno conveniente a pesar de las
tremendas dificultades.
Las fortalezas nubias se distribuyen más o menos en dos grupos, que re-
presentan, en parte, dos tipos distintos de terreno y, asimismo, dos grandes
fases de construcción.” Además, en algunos lugares las fortalezas edificadas
durante la primera fase experimentaron varias remodelaciones y ampliacio-
nes de importancia que, probablemente, respondan a las iniciativas de las co-
munidades indígenas en actividad durante un período de más de dos siglos.
Al primer grupo de fuertes se le puede denominar el «tipo de los llanos»
y estaban construidos en las riberas planas o en declive del Nilo, al norte de
la segunda catarata. Fueron las fortalezas más grandes levantadas en Nubia
y, en el interior de las ciudadelas y del terreno aún más extenso que ence-
rraba la muralla del perímetro exterior, podrían haberse desarrollado nume-
rosas actividades y haber albergado a una elevada población de personas así
como animales. La fortaleza de Buhen, en el extremo meridional de esta
zona, es el yacimiento típico (figura 60).% Las inscripciones revelan que ya
214 EL ANTIGUO EGIPTO
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FiGurA 60. La planificación urbana al servicio de los militares: la fortaleza del Imperio Medio
de Buhen, en Nubia. El trazado celular representa los cimientos; al nivel del suelo se habrían
distinguido más entradas. Tomado de W. B. Emery, H. $. Smith y A. Millard, The Fortress of
Buhen; the Archaeological Report, Londres, 1979, lámina 3.
MODELOS DE COMUNIDADES 215
FIGURA 61. Las ideas ingeniosas del arquitecto militar (sin duda, un «escriba»). Reconstrucción
de las fortificaciones de la ciudadela de Buhen, véase la figura 60.
neas continuas, causa una impresión extraña que, en cierto modo, es ilusoria.
Eran mucho más fragmentarios de lo que se presenta.
Parece que el edificio situado en la esquina noroeste era el cuartel gene-
ral de la guarnición. Se construyó junto a la muralla y poseía una escalera
propia para subir a la parte superior de aquélla. El edificio tuvo al menos dos
pisos. En el inferior, había salas con pilares y un patio con columnatas cuyo
suelo era de piedra. En el suelo de la sala principal se excavó en piedra un
depósito cuadrado de agua. Esta suele ser una estructura corriente en los
grandes edificios del Imperio Medio y la vimos ya en las mansiones de
Kahun. Los pilares de estas habitaciones habían sido de madera, octogonales
MODELOS DE COMUNIDADES 217
Medio (probablemente a finales del mismo), se utilizó esa zona como ce-
menterio, el cual se extendía en toda la longitud del terreno amurallado. Du-
rante la excavación de aquel sector, no se encontraron restos de viviendas, lo
que implica que toda el área occidental del recinto exterior carecía, si excep-
tuamos las tumbas, de construcciones. De la zona que queda al sur de la ciu-
dadela apenas tenemos información, pero en la parte septentrional se halló
una construcción importante casi pegada a la muralla norte de la ciudadela.
En realidad, se hallaba tan próxima que camuflaba y hacía inefectivo todo el
lado norte de las fortificaciones de la ciudadela. Tan sólo se han conservado
los cimientos de este edificio, pero corresponden a una construcción impre-
sionante que medía 64,25 por 31,25 metros. Aunque algunas de las paredes
conservaban hasta una altura de 1,5 metros, no presentaban ninguna entra-
da, lo que sugiere que constituían un basamento o una plataforma para aguan-
tar unas cámaras a cierta altura por encima del suelo. Á principios del
Imperio Nuevo (o quizá durante el Segundo Período Intermedio), se demo-
lió una parte y encima se edificó el pequeño templo a Horus. Las divisiones
internas del edificio lo convierten en la característica unidad preplanificada
del Imperio Medio.
El estilo y la solidez de las fortificaciones de Buhen parecen diseñados
para frustrar un tipo de asedio muy sofisticado. Gracias a los testimonios pic-
tóricos sabemos que en Egipto, a comienzos de la dinastía XII, ya se conocía
la guerra por asedio mediante el uso de ingenios construidos con aquel fin,
tal como se muestra en un fresco de la tumba del portador del sello real y ge-
neral Intef, de finales de la dinastía XI, en Tebas, donde se está usando una
torre de asedio con ruedas.” Ello plantea una cuestión interesante: ¿la ciu-
dadela de Buhen representa un tipo de fortificación urbana, desarrollado en
Egipto durante las guerras civiles del Primer Período Intermedio, y que la
administración transfirió luego a Nubia? ¿Es, por tanto, la arquitectura en si
el producto de una decisión burocrática más que una manifestación de la es-
trategia local?
En la misma área general de la Baja Nubia se encuentra también, en la ri-
bera oriental del Nilo, la fortaleza de Serra.* Lo extraordinario en ella es que
el cauce del río pasa por dentro del perímetro fortificado. Es un indicio im-
portante de una de las funciones de aquellos fuertes, la de salvaguardar el
tránsito de los barcos egipcios en la Baja Nubia. Serra poseía un foso seco
pero ningún camino cubierto o parapeto exterior. Sin embargo, el lado nor-
te estaba defendido mediante una prolongación del foso que parece como si
estuviese destinada a rodear una muralla lateral acabada en una torre. En
esto guarda cierta similitud con los fuertes de la segunda catarata. Para ade-
cuar los edificios del interior al declive del terreno, hubo que construirlos so-
bre terrazas artificiales. Se conserva lo suficiente de la terraza superior para
reconocer unos edificios que siguen una cuadrícula rigurosa y separados de
la muralla que delimita el perímetro por una calle angosta.
MODELOS DE COMUNIDADES 219
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Cualquier hijo mío que defendiere esta frontera que Mi Majestad ha esta-
blecido, será hijo mío nacido de Mi Majestad. ... Pero quienquiera que la aban-
donare y no luchare por ella, no será hijo mío, no habrá nacido de mí.
SEMNA
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FIGURA 63. La frontera meridional del territorio egipcio a finales del Imperio Medio. El sistema
de fuertes en Semna no sólo brindaba protección militar, sino que también regulaba el tráfico
comercial y diplomático hacia el norte,
Una de las estatuas veneradas en su interior era la del faraón Sesostris III, el
fundador de Semna. En las paredes del santuario había relieves con el dibu-
jo de la estatua, sentada en una barca sagrada del estilo del Imperio Nuevo.*
Al otro lado del río, enfrente de Semna, se encontraba el fuerte de Kum-
na, de dimensiones más reducidas y edificado sobre un empinado promonto-
rio rocoso.* Las laderas eran tan escarpadas que en algunos puntos hubo que
levantar los muros encima de terraplenes de tierra. La fortaleza tiene el con-
MODELOS DE COMUNIDADES 223
los grupos de grafitos dejados en los lugares indicados por personas del Im-
perio Medio.” También se ha propuesto que los puestos de vigilancia y los
fuertes de la segunda catarata se comunicaban a través de señales, probable-
mente columnas de humo. Un grupo de documentos, procedentes de una
tumba en Tebas y pertenecientes al reinado del faraón Amenemhet III, de-
muestran de manera más explícita que los fuertes estaban en contacto entre
ellos y con su base, puede que la misma Tebas, por medio de unos informes
escritos con regularidad. Á estos documentos se les conoce como los Despa-
chos de Sera.” También prueban que se seguía activamente un sistema de
vigilancia del desierto, mediante el envío de patrullas que buscaban rastros y
traían a los viajeros para interrogarles. Para ello, los egipcios tenían a su ser-
vicio a los hombres del desierto del Nubia, los medyau. Este sistema daba
origen a informes como el siguiente: «La patrulla que partió en misión al bor-
de del desierto ... ha regresado y me ha informado de lo siguiente: “Hemos
encontrado el rastro de 32 hombres y 3 burros”». Otros despachos se ocupan
del comercio con los nubios en la misma fortaleza limítrofe de Semna. La mi-
nuciosidad que aparece en estas misivas, las cuales por lo visto eran someti-
das a un severo examen en Tebas, es característica del ansia de los egipcios
por dejar constancia de unos sucesos que a un oficial superior le pudieran re-
portar algún interés, y documentan muy bien el trasfondo burocrático de la
presencia egipcia en Nubia.
La red de control absoluto que los egipcios extendieron sobre la región
incluía también la regulación de los contactos con las comunidades nubias
que vivían al sur, fuera de los límites del dominio directo egipcio. Semna ha
proporcionado otra inscripción oficial de Sesostris FIT:
CUADRO 2. El total de raciones anuales que se podían almacenar en los graneros se-
gún el tamaño mínimo y máximo estimado para una ración
15.-KEMP
226 EL ANTIGUO EGIPTO
por las inscripciones, sabemos que se trata de Igen, el enclave que oficial-
mente se destinó al comercio con los nubios del sur. Pero no es así.
Los fuertes nubios alrededor de la segunda catarata y al sur de Mirgissa
fueron mandados construir por Sesostris III para defender la frontera que
acababa de fijar. Sin embargo, las acciones militares emprendidas en aquel
momento incluían también campañas a zonas situadas aún más al sur. Los
soldados necesitaban las raciones y, aunque sin duda debían albergar la es-
peranza de capturar los almacenes de grano de los nubios derrotados, la ma-
quinaria administrativa del Imperio Medio no podía dejar los suministros y
las raciones en manos del azar. A partir de los textos mencionados en el ca-
pítulo III, nos podemos imaginar perfectamente los preparativos: calcular el
total de hombres, el tiempo, el tamaño de las raciones y, con eso, el tamaño
máximo de los depósitos. Tan sólo podemos comprender el tamaño y la lo-
calización de los graneros de la segunda catarata si los vemos como parte in-
tegrante de una estrategia militar ofensiva y de defensa. Los graneros entran
dentro de una cadena de suministración plancada al detalle. La importancia
que tenían en el pensamiento militar queda ampliamente demostrada por la
fortaleza de Askut, situada en una isla bastante lejos de la frontera en Sem-
na y, por tanto, la más segura del grupo. El granero ocupa una zona tan enor-
me del espacio interior que se tiene la impresión de que la fortaleza entera
era en realidad un almacén de grano amurallado para casos de emergencia o
un depósito de suministros en la retaguardia.*
El cuidado con que se realizaban todos los preparativos queda manifies-
to por otros dos asentamientos excavados, en donde se han descubierto los
«fantasmas» de dos palacios temporales del Imperio Medio. Uno es el «edi-
ficio de la administración» en Kor* y el otro es el «palacio» en la isla de Uro-
narti (figura 64).* Ambos tan sólo estuvieron ocupados durante un breve lap-
so de tiempo y se proyectaron siguiendo la atención ritual por la orientación
hacia el norte, sin hacer caso de la configuración del terreno (como también
es evidente en Abu Ghalib y Qasr el-Sagha; véanse las figuras 58, p. 208, y
59, p. 211). Sólo tienen sentido si los interpretamos como las residencias tem-
porales, construidas a toda prisa, del rey mientras estuvo al mando de las
campañas en las regiones al otro lado de la frontera.
Los testimonios arqueológicos de Nubia durante el Imperio Medio des-
tacan una aplicación tremenda de la administración de la época en esta re-
gión militar limítrofe. Tras las fortalezas se esconde el inmenso esfuerzo de
los escribas. Únicamente nos queda maravillarnos ante el exceso de celo y
energía que toda la operación revela.
MODELOS DE COMUNIDADES 227
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FIGURA 64. Dos edificios para ser ocupados provisionalmente, orientados cuidadosamente hacia
el norte real (cf. la figura 59, p. 211) y en contra de la configuración natural del terreno, en Uro-
narti y Kor, Nubia. ¿Eran los cuarteles generales temporales del faraón durante las principales
campañas? A partir de G. A. Reisner, N. F. Wheeler y D. Dunham, Second Cataract Forts HH:
Uronarti Shalfak Mirgissa, Boston, 1967, mapas 11 y VI, y J. Vercoutter, «Kor est-il Iken? Rap-
port préliminaire sur les fouilles frangaises de Kor (Bouhen sud), Sudan, en 1954», Kush, 3
(1955), plano D, lámina VI
228 EL ANTIGUO EGIPTO
LA SOCIEDAD NORMATIVA
obra del Egipto del Imperio Medio —y la de los períodos equivalentes bajo
el dominio de la burocracia en la antigua China, el valle del Indo, Mesopo-
tamia y la época precolombina en América Central y del Sur—, como un
continuo pacífico, convirtiendo a todo aquel que la encontraba en un admi-
rador entusiasta del orden y la belleza de los sistemas lógicos de gobierno, tal
vez ahora tendríamos un orden universal utópico. Pero el amor anárquico
por el desorden y el rechazo a la autoridad también se hallan presentes en la
personalidad humana. La historia es un registro de la lucha entre dos polos
opuestos de la mente: el orden y el desorden, la aceptación y la sublevación
(del mismo modo que lo percibían los egipcios). El auge y la decadencia de
la civilización están en cada uno de nosotros.
Tercera parte
Capítulo V
rio Nuevo a los estados que, desde entonces hasta época reciente, han surgi-
do y desaparecido en el mundo. Asimismo, hemos de contar con otra fuerza
que, paulatinamente y de manera casi invisible, corroyó la sociedad normati-
va: la emancipación económica de las personas, que será el tema del próxi-
mo capítulo. Actualmente, el antiguo Egipto tiene la reputación de un extre-
mado conservadurismo cultural, pero el Imperio Nuevo prueba que esto no
es más que un mito, nacido de la confusión entre forma y contenido. Las cir-
cunstancias habían cambiado y la ideología y las prácticas fundamentales se
estaban amoldando a ellas.
La historia es una de entre varias ramas de las humanidades que, en esen-
cia, son verbales. Sin embargo, el entorno natural y el artificial influyeron
con fuerza (aunque en su mayor parte de modo inconsciente) sobre las ex-
periencias de quienes vivieron en realidad en cualquier período concreto. El
arqueólogo, que trata con el pasado más remoto, se ve naturalmente obliga-
do a centrarse más en el registro del entorno físico, sencillamente porque a
menudo consisten en ello todos, o la mayoría, de los testimonios de que dis-
pone. Pero esto no tiene por qué ser necesariamente una derrota, Nos re-
cuerda que la historia escrita, y la que sólo se elabora a partir de las fuentes
escritas, da por sentados los restos materiales que ayudaron a conformar las
experiencias de los sujetos. En realidad, los restos de la cultura material son,
de un modo y con un poder simbólico que los documentos escritos no pue-
den igualar, una expresión esquemática e involuntaria de la sociedad que los
produjo. La imagen que tenemos de la sociedad normativa del Imperio Me-
dio no sólo ha surgido de los textos administrativos, sino también de las ciu-
dades planificadas a las que dio origen. De una forma más compleja y varia-
da, ocurre lo mismo con el Imperio Nuevo.
Por ser una institución, el templo local era un atributo del cargo de la auto-
ridad de la comunidad, de manera que frecuentemente el «alcalde» del lugar
solía llevar el título de «superintendente de los sacerdotes». Durante el Im-
perio Nuevo, se introdujeron la escala monumental y la preferencia por los
edificios de piedra en las ciudades. Fue la época de los templos del Formal
Pleno, como ya resumimos en el capítulo II. La gente en general comenzó a
vivir a la sombra de gigantescas construcciones de piedra que proclamaban el
acuerdo entre caballeros establecido entre el monarca y los dioses según el
cual todo el poder les pertenecía. La ciudad de Tebas en el Imperio Nuevo
representa este hecho, como veremos más adelante en este capítulo.
Para poder apreciar plenamente el estilo de los templos del Imperio Nue-
vo, tenemos que señalar dos factores concretos. El primero nació de la dua-
lidad estructural del culto en los templos, que acomodaba un aspecto oculto
y otro visible (capítulo II). Durante el Imperio Nuevo, se prestó una mayor
atención a este último, a la imagen sagrada procesional, de la cual la más fa-
miliar es el santuario colocado en una barca sagrada con naos. Las barcas sa-
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FiGuRA 65. Las procesiones religiosas del Imperio Nuevo centradas en el transporte de las bar-
cas sagradas con naos (asimismo, la lámina 5, p. 237). La barca que aparece en esta escena es
la más grande destinada a la imagen de Amón y tenía un nombre especial, «Userhat». Se la
muestra en el templo funerario de Seti l, en Tebas occidental, durante la «Hermosa Fiesta del
Valle». El pilono del templo de Seti I (vagamente identificado gracias a los cartuchos pintados,
no aparece en este dibujo) se encuentra en el lado izquierdo. Los sacerdotes Hevan la barca y
la acompañan unos funcionarios. 1) y 2) sacerdotes; 3) sumos sacerdotes; 4) Ipiuy, un escul-
tor de Deir el-Madina; 5) el visir Paser; 6) el escriba de Deir el-Madina, Amenemipet. Proce-
dente de un sillar esculpido de Deir el-Madina, reinado de Ramsés II, depositado en el Museo
de El Cairo, 43591. A partir de G. Foucart, «Études thébaines. La Belle Féte de la Vallée»,
Bulletin de Plnstitut Frangais d'Archéologie Orientale, 24 (1924), lámina XI (se ha suprimido
el texto); K. A. Kitchen, Ramesside Inscriptions: Historical and Biographical, vol. 1, fase. 7 y 8,
Oxford, 1975, p. 403.
EL ESTADO EN SU PLENITUD 237
LÁMINA 5. Los grandes templos eran lugares donde reinaba una actividad constante. Aquí, los
sacerdotes transportan las barcas sagradas con naos en el marco de la procesión de la fiesta a
Amón. Procedente del templo de Madinet Habu, reinado de Ramsés III, pared noreste del se-
gundo patio.
238 EL ANTIGUO EGIPTO
gradas no eran algo nuevo. Parece que desde tiempos antiguos tuvieron un
importante rol simbólico y ritual? Lo que se hizo en el Imperio Nuevo fue
prodigar toda clase de atenciones a algunas de ellas (en especial a la barcaza
de Amón en Karnak, llamada Userhat-Amón, «Amón, el de la proa podero-
sa»), y realizar una versión más pequeña y transportable. A un «superinten-
dente de los carpinteros y jefe de los herreros», de nombre Najt-Dyehuty,
que vivió en el reinado de Ramsés II y que por lo visto estaba especializado
en construirlas, le encargaron repetidas veces que fabricase barcazas nuevas
para varios templos, probablemente hasta un total de veintiséis.* Tanto las
barcas del río como las barcas sagradas con naos se convirtieron en el centro
del plano del templo y las celebraciones religiosas. Las barcas sagradas con
naos estaban hechas de madera, pero doradas y decoradas con un estilo re-
cargado, así como provistas de una cabina cerrada (a la que a veces se llama
set-netjer, «el santuario de campaña del dios»), en cuyo interior iba colocada
la imagen sedente de la deidad (figura 65 y lámina 5). Unas largas andas a
cada banda, o hasta un total de cinco colocadas lateralmente, sostenían el
santuario que era transportado a hombros de los sacerdotes.* Los lugares
donde se depositaban las barcas sagradas tenían una planta característica:
una cámara oblonga, con una entrada a cada extremo y en el centro un pe-
destal cuadrado de piedra sobre el que se apoyaba el santuario (cf. figura 69,
p. 247). Hemos de recordar ahora las peanas de los templos antiguos sobre
las que se colocaban las imágenes portátiles y cubiertas con un baldaquín
curvo hecho de esteras (véase el capítulo II y la figura 33, p. 119). La mayo-
ría de los templos del Imperio Nuevo fueron construidos en realidad alrede-
dor del santuario de la barca sagrada, y la planta interior así como el recinto
sacro exterior partieron del deseo de hacer ostentación, con la máxima es-
pectacularidad, de la barca sagrada (figura 66). Los templos seguían tenien-
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¿nanrnas ¿efiin .
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do imágenes fijas de los dioses, pero ahora estaban relegadas a una posiciól
secundaria. La exaltación del santuario de la barca como lugar preeminente
dentro de la religión del templo estaba en consonancia con la nueva escala
monumental de los templos locales. Aquéllos no sólo dominaban físicamen-
te la ciudad: las procesiones de las barcas sagradas por avenidas acondicio-
nadas para la ocasión introdujeron un grado mucho mayor de espectáculo re-
ligioso en la vida de la ciudad. La magnitud y la profesionalización de la
religión en los templos del Imperio Nuevo esclavizó aún más al populacho y
sustituyó parte del anterior control desde la burocracia por una manipulación
psicológica mayor y más abierta. A la gente de entonces, como a la de hoy
día, le gustaban las procesiones festivas que organizaba el Estado y, después
de una de ellas, mostrarían una disposición más favorable hacia sus gober-
nantes.
Para el segundo factor hemos de fijarnos en la arquitectura exterior de
los templos, en cómo se mostraban al mundo; un mundo al que, en su mayor
parte, se le impidió siempre cruzar las puertas del templo. Los muros de pie-
templo de
KARNAK
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arquitectura monumental y
las estatuas de colosos. El iti-
nerario procesional que enla-
zaba el templo de Amón-Re
y el de la diosa Mut en Kar-
Y nak, Tebas. cf. las figuras 57,
templo de Amón-He . p. 207, y 71, p. 257.
240 EL ANTIGUO EGIPTO
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5
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FIGURA 67. El aspecto amenazador de los grandes templos del Imperio Nuevo, rodeado de mu-
rallas construidas para parecerse a las fortalezas. Arriba, un modelo antiguo de las murallas que
encerraban el templo de Ptah en Menfis, originalmente labradas en forma de un cuenco de
ofrendas presentado por una estatua hincada de rodillas. Tomado de J. Jacquet, «Un bassin de
libation du Nouvel Empire dédié 4 Ptah. Premiére partie. L'architecture», Mitteilungen des
Deutschen Archiologischen Instituts, Abteilung Kairo, 16 (1958), p. 164, fig. 1. Abajo, represen-
tación de una muralla y el portal de un templo en Karnak, procedente de una escena en el inte-
rior del templo de Khonsu en Karnak, reinado de Herihor, transición de la dinastía XXI, toma-
do de The Epigraphic Survey, The Temple of Khonsu 1. Scenes of King Herihor in the Court,
Chicago, 1979, lámina 53.
16.-KEMP
242 EL ANTIGUO EGIPTO
pr
visión de las tierras del templo, subdivididas en un complicado mosaico de
propiedades, algunas cultivadas por los representantes del templo y las de-
más por personas que cubren todo el abanico de la sociedad egipcia, desde
los pequeños agricultores que trabajaban por cuenta propia, pasando por los
sacerdotes y los soldados, hasta el visir en persona. Obviamente, los últimos
eran terratenientes con trabajadores a su servicio y que, en consecuencia, in- iE
depósito de
Cereales TAN An PON,
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T— Tetesitaba
E tres veces esta extensión de tierras para llenar el
BLOQUE DE ALMACENES EN EL-AMARNA granero del Rameseo con la porción dei 30 por 100 de la
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EL ESTADO EN SU PLENITUD 245
lo). Así pues, Nefer-peret seguiría cuidando de estas reses, obligado a entre-
gar al templo una cuota de los animales recién nacidos y de la leche (que su
hijo tenía que llevar), pero permitiéndosele quedarse con el resto, legalmen-
te a salvo de la acción del funcionario que normalmente se encargaba de ta-
les convenios.
A los templos también se les podía otorgar acceso a los recursos minera-
les. De este modo, al templo de Seti l en Abydos se le concedieron derechos
de explotación en las minas de oro del desierto oriental, una cuadrilla de
hombres que transportarían el oro hasta el templo y un emplazamiento con
un pozo en las mismas minas.'* Parece que el templo de Amón en Karnak
tuvo un convenio similar para las minas de oro de esta área, así como otro
para adquirir galena, utilizada en la pintura de ojos y como medicamento,
también en el desierto oriental.'* Además, aparecen regularmente obsequios
directos de piedras y metales preciosos como muestra de la devoción real. El
faraón entregaba asimismo a los templos el botín sobrante o lo que no que-
ría para sí de las campañas en el extranjero. Los templos deparaban un lugar
de depósito y una administración seguros, a la vez que, más importante si
cabe, un recibo consistente en un despliegue de textos y escenas en donde
quedaba constancia del obsequio en calidad de un gran acto de generosidad
piadosa.
A todos estos diversos tipos de riquezas, desde las colmenas hasta los
barcos, se les denominaba con el término usual de «ofrendas». (Lo que real-
mente se presentaba al dios durante la ceremonia de ofrenda se debía consi-
derar sólo como un símbolo.)
FIGURA 68. La clave de la estabilidad económica: los stocks de reserva de cereal. Los depósitos
estrechos y alargados —los «almacenes»—, en los templos grandes tales como el Rameseo en
Tebas occidental (figura 69, p. 247), servían para guardar una amplia variedad de artículos, como
queda ilustrado en la escena de una tumba de El-Amarna (arriba, tumba de Merire), que re-
presenta parte de un almacén de El-Amama. De todas maneras, lo más probable es que, en
cualquiera de ellos, casi toda su capacidad se destinase al almacenamiento de grano, como en el
Rameseo (figura 69, p. 247, y lámina 6, p. 249). Sabemos (por el papiro de Amiens) que el pro-
medio de la capacidad de una barcaza para el transporte de los cereales era de 650 sacos de ta-
maño estándar o khar. Habrían sido necesarias 350 cargas de cereales para llenar el granero del
Rameseo. La producción cerealística variaba según la calidad del terreno, fluctuando entre 5
y 10 khar por arura (2.735 m?). Con una producción baja, si bien corriente, de 5 khar en unas
tierras que pagaban un 30 por 100 de la cosecha al templo, el Rameseo habría dependido de una
franja de terreno equivalente a unos 412 km'. Para dar una idea a los lectores de a lo que nos
estamos refiriendo, se ha señalado un tercio de dicha extensión sobre un mapa de la región te-
bana. En la práctica, las propiedades agrícolas del templo se dividían en muchos campos muy se-
parados entre sí. Si, a partir del diagrama, hacemos una extrapolación para incluir los templos
secundarios de provincias, es fácil imaginarse cuántas tierras de labrantío estaban vinculadas.
de un modo u otro, a las propiedades o la gestión del templo. Los almacenes de El-Amarna
provienen de la obra de N. de G. Davies, The Rock Tombs of El Amarna, vol. 1, Londres, 1903,
lámina XXXI; la escena de la carga del barco está tomada de B. Landstróm, Ships of the
Pharaohs, Londres, 1970, p. 134, fig. 393.
246 EL ANTIGUO EGIPTO
Una segunda vía de desembolso eran los gastos generales del templo,
principalmente el pago en especie al personal. Mediante la «reversión de las
ofrendas», aquellas que se presentaban al dios se llevaban después, en primer
lugar, ante cualquiera de las estatuas de cultos menores y, al final, se repar-
tían entre los sacerdotes y el personal del templo. Por la misma vía o por otra
distinta los recursos Hegaban a otras personas que tuvieran derecho a ello,
como los obreros de la necrópolis tebana de Deir el-Madina. En los grandes
templos, la afluencia diaria de «ofrendas» era considerable. En Madinet
Habu ascendía a 5.500 hogazas de pan, 54 pasteles, 34 bandejas de dulces,
204 jarras de cerveza y un amplio surtido de otros alimentos.'” Se desconoce
EL ESTADO EN SU PLENITUD 247
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Lámina 6. La riqueza de las instituciones: algunas de las cámaras de adobe utilizadas como gra-
neros en los bloques de almacenes del Rameseo, el templo funerario de Ramsés 1l en Tebas oc-
cidental. Orientada al noreste. Las cubiertas abovedadas pertenecen al edificio original.
con el nombre del monarca describía así su manifestación: «Hijo de Re, N.»
(N era la inicial del nombre de Re del faraón; por ejemplo, «Eternas son las
almas de Re», el nombre de Re del faraón Micerino, el constructor de la ter-
cera pirámide de Gizeh). La importancia de la dependencia regia respecto
del Sol quedaba proclamada en piedra con las pirámides y, en la dinastía V,
con los templos solares de grandes dimensiones correspondientes a las mis-
mas. A veces los egipcios empleaban la palabra «hijo» en sentido metafórico,
para calificar la posición de lealtad o de hijo bienamado que cualquier per-
sona, incluido el faraón, podía mantener con relación a otra. Sin embargo, la
expresión «hijo de Re» tenía una interpretación más literal. Una narración
de finales del Imperio Medio (el papiro Westcar), ubicada en los tiempos re-
motos de la corte del faraón Keops, contiene un relato de cómo los futuros y
devotísimos faraones de la dinastía V nacieron de la unión sexual entre Re y
la esposa de un sacerdote de Re.” La narración no es una pieza solemne de
teología y tal vez no sirva de prueba de que, en períodos anteriores, el mito
literal del origen divino del faraón formaba parte de la teología oficial y se-
ria; pero en el Imperio Nuevo sí que lo hacía.
Tener por deidad suprema al Sol origina un problema. Es la más visible y
ostensible de las fuentes de poder suprahumano. No obstante, su misma no-
toriedad y su silueta fija dificultan más el entenderla en términos humanos.
Una religión que tiene himnos, oraciones y ofrendas presupone una capaci-
dad humana por parte de la deidad de recibirlos. Los egipcios lo compren-
dieron de manera intuitiva y, en una fecha temprana, dieron figura humana
a la mayoría de los dioses y diosas de Egipto, aunque a veces conservaron la
cabeza de un animal a modo de emblema. Una de las manifestaciones del
dios Sol, Re-Horus del Horizonte (Re-Haractes), era un hombre con la ca-
beza de halcón del dios Horus. Pero en otros contextos, el disco solar apare-
cía como un elemento suelto, quizás expresado simbólicamente en adelante
por un escarabajo, a su vez el símbolo de la creación en calidad del dios Khe-
prer, o viajando en una barcaza solar por encima de un dios con cabeza de
carnero. Cuando llegaba el momento de venerar directamente al Sol me-
diante himnos y la presentación de ofrendas de alimentos, era difícil mante-
ner la aureola del misterio necesaria para encubrir un acto un tanto artificial.
Los templos solares estaban a cielo abierto y los himnos se cantaban y las
ofrendas se presentaban encima de una plataforma al aire libre. El Sol depa-
raba una buena imagen poética para el faraón, pero era un modelo bastante
menos apropiado para su homólogo divino.
Los teólogos del Imperio Nuevo lo resolvieron. Al dios supremo, que en-
gendraba al monarca y al que se dirigía en última instancia al respeto real, se
le dio el aspecto de un hombre. Era el dios Amón. No fue una elección al
azar, pues Amón era una antigua divinidad de Tebas, la ciudad de origen de
los faraones de la dinastía XVIII. No está bien documentada la historia pri-
mitiva de Amón, pero es evidente que su preeminencia durante el Imperio
252 EL ANTIGUO EGIPTO
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FIGURA 70. Una concepción inmaculada: el dios Amón (arriba, a la derecha) fecunda a la reina
Mutemuia (arriba, a la izquierda), esposa de Tutmosis TV y madre del futuro faraón divino
Amenofis III. Debajo de ambos están sentadas las diosas Selket (izquierda) y Neit (derecha).
Una escena perteneciente al ciclo del nacimiento divino en el templo de Luxor (cf. la figura 72,
p. 263). A partir de H. Brunner, Die Geburt des Gottkónigs, Wiesbaden, 1964, lám. 4; E. Otto,
Egyptian Art and the Cults of Osiris and Amon, Londres, 1968, lámina 30 (dibujado de nuevo
por B. Garfi).
254 EL ANTIGUO EGIPTO
de viudez, actuó como regente del joven sucesor, su sobrino Tutmosis II,
pero al cabo de poco tiempo se proclamó a sí misma faraón y gobernó en ca-
lidad de parte dominante. En su templo funerario de Deir el-Bahari, al oes-
te de Tebas, aparece siempre como la legítima soberana y se la representa, y
también se hace referencia a ella frecuentemente en los textos, como si fue-
ra del género masculino. Las convenciones de la monarquía no daban opción
sobre este último aspecto. Un conjunto de exquisitos relieves en Deir el-Ba-
hari documenta la historia de sus orígenes. Al principio de todo está la se-
cuencia del nacimiento divino, en la cual desde el comienzo se la nombra fa-
raón de Egipto. A medida que avanza el relato se pasa, gradual y sutilmente,
al mundo terrenal. Visita el Bajo Egipto con su verdadero padre, Tutmosis l,
y todos los dioses de Egipto la instruyen, la coronan y preparan sus títulos
honoríficos. Ahora, más fusionado con el mundo material, su padre la pre-
senta ante la corte y la nombra su sucesora y corregente:
constancia del reinado de Hatshepsut para que tuviera una coherencia con
un modelo formulado de antiguo, y eso era lo único que importaba.
dio, el terraplén de la misma ocupaba una superficie de, al menos, 1.000 por
500 metros, si no es que bastante más. Ello la coloca en la categoría de pobla-
ciones más grandes según las pautas antiguas. Una buena parte había sido tra-
zada siguiendo una planta ortogonal estricta y, dentro, había palacios (los co-
nocemos también por los textos). Durante la dinastía XVIII, se evacuó a toda
la población y se niveló la ciudad para facilitar una plataforma que sirviera de
base a los nuevos templos de piedra, que dominarían la ciudad. Probable-
mente se realizó de forma paulatina y, en algunas partes, sobre todo en la «te-
sorería» de Tutmosis 1 y en el extremo meridional de la avenida procesional
en dirección sur (entre los pilonos VIII y X), la orientación seguida corres-
pondía a la de la calle principal y el trazado del terreno de la ciudad antigua
(véase la figura 57, pp. 206-207), mientras que los templos restantes estaban
orientados perpendicularmente al río, al igual que, por lo visto, el templo del
Imperio Medio.
La zona residencial de Tebas se debió construir otra vez, en un terreno di-
ferente, lo que implicaba que se tenía una nueva parcela de tierra en propie-
dad. Hailarse en un terreno distinto quería decir que éste estaba a un nivel
más bajo que el templo recién edificado, que se hallaba encaramado en lo
alto de la cima allanada del antiguo terraplén de la ciudad. Ahora, segura-
mente, esta ciudad nueva se encuentra debajo del nivel general de las aguas
superficiales. Las excavaciones modernas todavía no han localizado su em-
plazamiento. La ubicación de uno de los barrios se debió a una inscripción
grabada sobre un gigantesco obelisco esculpido durante el reinado de Tut-
mosis II y finalmente puesto en pie por Tutmosis IV en una curiosa capilla
construida junto a la pared trasera, es decir, oriental, del templo principal de
Karnak. Esta capilla estaba destinada a las personas que no tenían derecho a
entrar en el templo principal. Era un «lugar de la oreja» para el dios Amón,
desde donde podía oír las plegarias de los habitantes de la ciudad. Según pa-
rece, también contenía una estatua de «Ramsés, el que escucha las plega-
rias», un detalle revelador de la realidad tras el culto a los faraones divinos.”
La inscripción del obelisco reza que fue colocado en «la entrada superior de
Karnak, frente a Tebas»,* de lo que claramente se deduce que estaba orien-
tado hacia la ciudad que se extendía al este. De todos modos, deberíamos
imaginarnos una población que cubría una superficie mayor que la de antes,
lo que refleja la atmósfera más expansiva del Imperio Nuevo (figura 71). La
ciudad de El-Amarna, ocupada durante un breve lapso de tiempo, desparra-
mó sus construcciones sobre un área de unos 5 km de longitud por 1 km de
anchura.
Tenemos indicios en otros lugares de que lo que ocurrió en Tebas duran-
te el Imperio Nuevo no fue nada extraordinario. Parece como si el período
se hubiese caracterizado por la renovación urbanística. En el Imperio Medio,
podemos hablar de urbanización como una política del Estado, que se lleva-
ba a término con proyectos de asentamientos previamente planificados, los
257
EL ESTADO EN SU PLENITUD
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cuales reflejan, en su planta ortogonal estricta, el intenso
Nuevo ape-
cracia sobre la sociedad. La renovación urbanística del Imperio
y pudo ser una consecu encia de la remode-
nas muestra nada de lo anterior,
dentro de la ciudad para converti rlos en
lación de los lugares fundamentales
vez, la constru cción de templos a gran es-
los recintos religiosos. Por primera
17.-KEMP
258 EL ANTIGUO EGIPTO
cala en las provincias pasó a ser una de las prioridades en las inversiones del
Estado; la reconstrucción de las poblaciones y las ciudades, con un estilo más
libre que reflejaba un carácter distinto de la sociedad egipcia, fue un efecto
secundario que, por lo general, resultó beneficioso.
La parte principal del templo de Karnak se construyó durante la dinastía
XVIII y rodeaba por los cuatro lados el antiguo templo del Imperio Medio,
cuya orientación se apartaba del eje principal seguido por el barrio planifi-
cado de la ciudad de la época y daba sobre el río. La distribución de los tem-
plos egipcios de la dinastía XVIII presenta una diversidad y una originalidad
enormes, lo que se evidencia especialmente en Karnak. Tiene un trazado úni-
co, tanto por la complejidad de su interior como por la asignación escasa de
espacios al aire libre. El elemento central era un santuario, abierto por am-
bos extremos, que contenía la barcaza transportable con la cual se sacaba la
imagen de Amón del templo en las fiestas importantes. El santuario actual
de granito, obra del rey macedonio Filipo Arrideo, sustituyó en época más
tardía al original del Imperio Nuevo. En el reinado de FPutmosis IN se amplió
en un 50 por 100 el edificio principal del templo, al añadirle en la parte de
atrás un edificio de piedra conocido como la «Sala de Fiestas» de Tutmosis
NI* Un par de estatuas del faraón con la apariencia de Osiris flanqueaban
la entrada, lo cual bien puede haber informado de una manera directa de que
el edificio tenía una relación concreta con la monarquía. En su interior, el
elemento arquitectónico más notorio era una sala con columnas, cuyo diseño
hace pensar en las estacas y el toldo de una inmensa versión rectangular del
santuario de campaña, un gesto significativo hacia el mito egipcio del origen
de los templos (véase el capítulo II). Las escenas de las paredes representan
a Seker, el dios del mundo subterráneo, la fiesta Sed real, la forma itifálica
de Amón, el culto solar y la veneración de los antepasados reales. Como ocu-
rre generalmente con los templos egipcios, casi nada explicita la funcionali-
dad del edificio, lo cual ha dado lugar a que se hagan interpretaciones muy
distintas. Una de ellas, teniendo presente las estatuas osiriacas del faraón que
flanquean la entrada, sostiene que el objetivo principal era la celebración de
la renovación del monarca divino mediante la identificación con la resurrec-
ción del dios Seker y los dioses solares Horus y Re, así como a través de los
rituales de la fiesta Sed. De esta manera, los poderes progresivos y en cons-
tante renovación del faraón fueron integrados dentro del simbolismo arqui-
tectónico y el ciclo anual de rituales del principal templo de Amón en Egip-
to. Por cierto, los relieves de las paredes muestran que, en la cargada
atmósfera religiosa de este edificio cerrado, se atendía al bienestar del fa-
raón reinante y de sus antepasados, representados por esculturas. Las diver-
sas estatuas reales, colocadas en diferentes partes del recinto, eran a su vez
objeto de una procesión en la cual se las llevaba hasta el templo cercano de
la diosa Mut.*
En alguna parte del terreno perteneciente al templo de Karnak había un
EL ESTADO EN SU PLENITUD 259
uno de estos itinerarios salía de la fachada del templo en dirección oeste, ha-
cia el río, y finalizaba en un muelle de piedra sobre una dársena en la entra-
da de un canal. En la dinastía XIX, quedó reducido al construirse en su re-
corrido la gran sala hipóstila y el segundo pilono, que pasaron a ser la nueva
fachada del templo. Durante la dinastía XVIII, se dispuso otro itinerario pro-
cesional que salía de la que entonces era la fachada del templo y se dirigía
hacia el sur (véase la figura 66, p. 239). Tenía un aspecto muy elegante y ma-
jestuoso. En la época de Horemheb consistía en cuatro pilonos que separa-
ban otros tantos patios. Frente a las torres de los pilonos había obeliscos,
mástiles de bandera y estatuas colosales de los reyes, y a los lados de los pa-
tios se edificaron un lugar de descanso y una sala del jubileo. Cruzado el úl-
timo pilono (el X en la serie de Karnak), el itinerario se prolongaba otros 350
metros, bordeado de esfinges con cabeza de carnero del reinado de Horem-
heb y flanqueado por dos lugares de descanso, hasta llegar a un templo muy
apartado perteneciente a la diosa Mut a quien, durante el Imperio Nuevo, se
la consideraba la consorte de Amón. Una tercera avenida, guarnecida des-
pués del Imperio Nuevo con esculturas de carneros reutilizadas del reinado
de Amenotis HI, mostraba un recorrido casi paralelo desde el templo de
Khonsu, quien, por ser el hijo de Amón y Mut, completaba la sagrada fami-
lia tebana. El edificio actual se remonta a la dinastía XX. Se cree que tam-
bién esta avenida acababa en un muelle sobre una dársena unida al Nilo.*
Muy cerca, comenzaba otro itinerario procesional que cubría una distancia
de 3 km en dirección sur y finalizaba enfrente del templo de Luxor. Las es-
finges que actualmente bordean esta avenida datan tan sólo de la dinastía
XXX, pero un documento procedente del reinado de Hatshepsut demuestra
que el itinerario debía estar indicado de algún modo en el Imperio Nuevo.
Se celebraban muchas fiestas en Tebas y las principales obligaban a los
templos a hacer un gasto adicional considerable en «ofrendas» de alimentos
que, mediante una ceremonia llamada la «reversión de las ofrendas», se dis-
tribuían a modo de raciones suplementarias entre el personal del templo y
aquellas otras personas que participaban en los festejos. Como ejemplos po-
demos citar un texto deteriorado de Tutmosis III, procedente de su Sala de
Piectas en Karnak cane fiaba mn calendario de cincnenta yv Mer
cuatro días fectj3-
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ban lentamente por las avenidas acordadas de modo oficial, con detenciones
concienzudamente planeadas de antemano en estaciones intermedias y, de
vez en cuando, la emoción de un «milagro»: todo ello irrumpió en la ciudad
como un gran espectáculo y una munificencia que, regularmente, reforzaba
la dominación física y económica de los templos. Y en la más importante de
las fiestas, el faraón en persona se desplazaba a Tebas para ser el centro y ab-
sorber algo del poder que la coyuntura generaba.
La más importante era la fiesta de Opet.* Se repetía cada año en el se-
gundo mes de la estación de la inundación. A mediados de la dinastía XVIII
duraba once días. A finales del reinado de Ramsés HI, en la dinastía XX, se
había alargado a no menos de veintisiete días. En aquella época, la fiesta se
celebraba en Madinet Habu con el reparto de 11.341 hogazas de pan, 85 pas-
teles y 385 jarras de cerveza. El acto central de la fiesta era una procesión ex-
traordinariamente larga de las imágenes de la sagrada familia de Tebas. El
itinerario iba desde la misma Karnak hasta el templo de Luxor, a 3 km al sur
(véase la figura 71, p. 257). En la época de Hatshepsut, el trayecto de ida se
hacía por tierra, utilizando la prolongación recién terminada de los patios y
pilonos de Karnak y parando en seis lugares de descanso, mientras que el de
vuelta se realizaba por el río. A finales de la dinastía XVII tanto el viaje de
ida como el de vuelta se hacían por el río. Cada una de las deidades viajaba
en una barcaza distinta, remolcada por embarcaciones menores y cuadrillas
de hombres situados en la orilla, entre los que habría altos funcionarios de la
corte. Era una de las ocasiones en que el público podía formular sus súplicas
a los dioses ante las barcas que los transportaban y ante las estatuas colosa-
les del ka del faraón. En las paredes del templo de Luxor, el punto de desti-
no del festejo, había grabadas escenas de las procesiones en las que apare-
cían también representados soldados, bailarines y músicos que seguían desde
la orilla el avance de las barcas.
El templo actual de Luxor es en gran parte obra de Amenofis III y Ram-
sés II. Por hallarse orientado hacia Karnak en vez de al río, que tiene al lado,
proclama su dependencia del primero. En realidad, parece que la razón prin-
cipal de la existencia del templo fue crear un escenario apropiadamente mo-
numental para los ritos con los que culminaba la fiesta anual de Opet (figu-
ra 72).* Estos ritos iban dirigidos al problema fundamental que, inevitable-
mente, genera toda autoridad suprema: cómo reconciliar la faceta humana
del gobernante con la divinidad de su cargo.
Ya hemos examinado el proceso por el cual, en primer lugar, se infundía
la divinidad al niño mortal destinado a ser el faraón. Se explicaba, de un
modo bastante literal, como el resultado de la unión sexual entre la madre y
el dios Amón, quien, temporalmente, había adoptado la apariencia del pa-
dre. En la decoración interior del templo de Luxor encontramos una serie de
escenas que representan justamente esto. Sin embargo, además se identifica-
ba aparte la naturaleza de aquella esencia divina: era el ka real. Todas las
EL ESTADO EN SU PLENITUD 263
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escenas de la procesión de la
fiesta de Opet (con las barcas de
Amón, Mut, Khonsu y el faraón)
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colosos det faraón[ 7]
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1 obeliscos
FIGURA 72. Templo de Luxor: el centro de la relación mística entre el faraón y el dios Amón,
y el foco de atención en la fiesta de Opet. La parte rayada situada detrás de todo es la más an-
tigua y era el recinto sagrado donde, anualmente, tenía lugar la unión misteriosa entre el faraón
y el dios. Se ha señalado con un asterisco el santuario triple del patio exterior, que originalmente
había sido una estación de paso de los tiempos de la reina Hatshepsut, contenía más estatuas del
ka del faraón y allí acudía la gente para rezar y formular sus peticiones, a la espera de una res-
puesta del oráculo. El templo fue el lugar de coronación de al menos un faraón, Horemheb.
264 EL ANTIGUO EGIPTO
LámINaA 7. Parte del palacete situado en el lado sur del templo funerario de Ramsés Ill en Ma-
dinet Habu. Las paredes están en parte reconstruidas.
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cabezas esculpidas de los prisioneros extranieros
FiGura 73, Marco teatral para la «aparición» del monarca: el balcón ornamental y recargado
de símbolos de palacio, la «ventana de la aparición» del faraón. Esta versión, ligeramente res-
taurada, proviene del primer palacio en el templo funerario de Ramsés III, Madinet Habu, Te-
bas occidental, tomada de U. Hólscher, The Mortuary Temple of Ramses HI, 1.2 parte, Chicago,
1941, cap. IT. Para ver una imagen de las ruinas del palacio,véase la lámina 7, p. 268.
pensas sólo era una versión local de una ceremonia general de reparto de ob-
sequios que los faraones de finales del Imperio Nuevo se permitieron el lujo
de celebrar. El Edicto de Horemheb describe en términos elogiosos que la
unidad del ejército, que prestaba temporalmente su turno de guardia de diez
días en palacio, recibía raciones especiales extra en una ceremonia de entre-
ga de recompensas que tenía lugar en la ventana de la aparición.* Volvere-
mos a hablar de este tema cuando veamos la ciudad de El-Amarna en el ca-
pítulo VIT.
La presencia poco habitual del faraón en Tebas debió dar pie a que la ce-
remonia de entrega de recompensas fuese aquí una ocasión muy especial, re-
servada a casos sobresalientes de mérito. Existía además un trasfondo ritual.
Tan sólo ha sobrevivido en un grado significativo un templo funerario real
anterior a Horemheb: el de Hatshepsut en Deir el-Bahari. También éste tie-
ne una ventana de la aparición, aunque no se halla en un palacete anexo.
Esta ventana está en la parte posterior del mismo templo (en el extremo sur
del patio superior) y, por consiguiente, es parte integrante de la zona dedi-
cada exclusivamente a los rituales religiosos.* No la acompañan escenas O
textos, pero su ubicación da a entender que proporcionaba un escenario a la
«aparición» de la reina en el marco de un ritual al que asistían los sacerdo-
tes. Las posteriores ventanas de la aparición en los palacetes heredaron, ine-
vitablemente, el aura ritual de la ceremonia original y seguramente no ire-
mos desencaminados si decimos que cualquier aparición en público del
monarca estaba cargada de una atmósfera ritual, lo que otra vez es una ré-
plica de la revelación de la imagen transportable de un dios en las procesio-
nes del templo.
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había pasado a ser, y quizá siempre lo fue, en primer lugar una celebración
de los treinta años de reinado. Pero luego los monarcas podían libremente
repetirla con intervalos frecuentes. Los jubileos de Amenofis II tienen un
interés especial porque ha sobrevivido el lugar donde al menos los dos pri-
meros se celebraron. Ahora lleva el nombre de Malkata y se halla en la ri-
bera oeste de Tebas, al sur de la alineación de templos mortuorios y del pe-
rímetro procesional de Tebas (figuras 71, p. 257, y 74). Al ser una especie de
recinto ferial, creado para las magnas fiestas de la monarquía, ofrece desde
la arqueología un cuadro pintoresco y nada convencional de la prodigalidad
del uso de recursos propia de los estados despóticos en la cima de su poder.
Como ya señalamos en el capítulo 1, la fiesta Sed clásica era una combi-
nación de dos rituales distintos, la fiesta Sed propiamente dicha y la ceremo-
nia de reivindicación del territorio. La primera arquitectura funeraria real,
cuyo mejor ejemplo es la Pirámide Escalonada de Saggara, creó un marco
para ambas fiestas en el que uno de los elementos decisivos era un gran pa-
tio ceremonial donde el faraón realizaría una carrera sagrada. En Malkata,
esta parte se transformó en una ceremonia en el agua. En el lugar donde con-
fluyen la llanura y el desierto, se excavó una enorme cuenca artificial que te-
nía la forma de la moderna letra T. Esta era la silueta característica de las pi-
las y los estanques que contenían agua sagrada. A finales del reinado del
faraón, la cuenca de Malkata había sido ampliada hasta el punto de que la
parte principal medía 2 km de longitud por 1 km de ancho. La tierra extraí-
da de este formidable agujero en el suelo fue, en parte, desparramada para
preparar una terraza artificial sobre la cual se levantaron el templo funerario
del faraón y parte del palacio contiguo y, en parte, apilada para configurar
hileras de colinas artificiales, Todavía quedan restos de este primer ejemplo
de jardinería paisajística (lámina 8). Una tumba tebana coetánea, de un alto
funcionario de la corte llamado Kheruef, ha dejado una descripción breve y
muy estilizada del principal acto del primer jubileo del faraón:
La aparición gloriosa del faraón ante las dobles puertas inmensas de su pa-
lacio, «la Casa del Regocijo»; hizo pasar a los funcionarios, los amigos del fa-
raón, el chambelán, los hombres de la entrada, los allegados del faraón, la tri-
pulación de la barca, los castellanos y los dignatarios del faraón. Se entregaron
recompensas de «oro de alabanza», ánades y peces de oro, y recibieron galar-
dones de lino verde mientras cada cual estaba en el lugar que le correspondía
por rango. Se les alimentó con parte del desayuno del faraón: pan, cerveza,
buey y gallinas. Se les condujo hasta el lago de Su Majestad para remar en la
barcaza del faraón. Asieron las sirgas de la Barcaza de la Noche y el cabo de
proa de la Barcaza de la Mañana, y las remolcaron hasta el gran lugar. Se de-
tuvieron ante las gradas del trono.
Fue Su Majestad quien lo preparó todo de acuerdo con los escritos de anta-
ño. [Pero] jamás las generaciones pasadas, desde los tiempos de los antepasa-
dos, celebraron ritos de jubileo como éste.*
EL ESTADO EN SU PLENITUD 273
Lámima 8. Vista aérea de una parte del mayor terraplén del antiguo Egipto: arquitectura pai-
sajística con los montículos de escombros procedentes de la excavación del lago ceremonial de
Amenofis TI en el Birket Habu, Malkata.
18.—-KEMP
274 EL ANTIGUO EGIPTO
raón» en el Medio Egipto.” Había uno cerca del palacio del harén en Madi-
net el-Ghurab y otro en la ciudad de Hardai, a orillas del Nilo. Este último
poseía 401 arura de terreno. Sin embargo, cuesta creer que un subterfugio
tan sencillo solventara todo el problema. Algunos monarcas eran más extra-
vagantes que otros o podían viajar acompañados de un harén, cuyas necesi-
dades eran exageradas (recuérdese que el harén era una institución semiin-
dependiente con sus propios funcionarios). El modelo de una carta con
Órdenes destinadas a un funcionario de provincias, responsable de algunas
casas de descanso reales, es memorable por la asombrosa diversidad de artí-
culos enumerados. Puesto que se trata de un modelo de correspondencia, nos
figuramos que encierra un ejercicio de práctica de vocabulario, pero los fa-
raones del Imperio Nuevo no tenían unos gustos sencillos. Era la clase de si-
tuación en que ] la única alternativa que le quedaba al sobrecargado funcio-
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FIGURA 75. Una casa de descanso real en un lugar sagrado. En la dinastía XVIII, el cuerpo de
la Gran Esfinge de Gizeh (por entonces tenía 1.000 años de antigúedad y, por lo visto, se la ha-
bía descuidado) había quedado enterrado bajo la arena, que asimismo había cubierto los dos
templos coetáneos de piedra enfrente de ella. Ahora se designó a la Esfinge como una imagen
del dios Sol Horemachet (Horus del Horizonte). Amenofis II construyó un templete de ladrillos
orientado hacia el rostro de aquélla y, después de un sueño que tuvo mientras descansaba a su
sombra, Tutmosis IV limpió de arena la base de la estatua y, para conmemorarlo, erigió una es-
tela de granito entre las patas delanteras de la Esfinge. No obstante, el interés real no era
puramente espiritual. Los textos revelan que los monarcas utilizaban la zona desértica situada
detrás, alrededor de las pirámides, para ejercitarse con los carros y practicar el tiro al arco (del
mismo modo que, en la actualidad, se utiliza esta área para montar a caballo). También se
construyó aquí una casa de descanso real, alrededor del terraplén aplanado de arena bajo el cual
estaba sepultado el templo del valle de Kefrén (el creador original de la Esfinge). Todo el
complejo, que también quedó enterrado por la arena, e incluso los edificios posteriores se con-
servaron en unas condiciones bastante buenas hasta la época moderna, cuando los arqueólogos,
obsesionados por hallar las
la s esculturas y las obras de sillería del aero Antiguo, destruyeron la
oO escrito. Á parti er, Das Grabdenkmal des
EL ESTADO EN SU PLENITUD 279
funerarios da mayor validez a que los utilicemos de modelo para este tipo
de casas de descanso reales en las provincias. En realidad, se ha descubierto
y excavado una, por lo visto usada como pabellón de caza, pero jamás se
ha publicado del todo. Pertenece a la época de Tutankhamón y se hallaba
cerca de la Gran Esfinge de Gizeh. ¿Por qué se encuentra aquí? En el Im-
perio Nuevo, la Gran Esfinge —originariamente, una estatua de Kefrén, el
faraón que mandó construir la segunda pirámide de Gizeh— fue reidentifi-
cada como una estatua del dios Sol Horemachet (otro ejemplo de invención
de la teología). Reyes y particulares le dedicaban actos piadosos. Amenofis
II levantó un templete especial de ladrillo no lejos de ella. El lugar contaba
además con una atracción adicional. La gran estela que hay en el templo de
Amenofis II deja constancia de cómo, siendo aún príncipe, se había entrena-
do a conducir su carro en el desierto cercano. Su hijo, el futuro Tutmosis IV,
iba a cazar, hasta leones, por la misma zona. Inmediatamente al sur de la Es-
finge y junto a las ruinas del antiguo templo del valle de Kefrén, los faraones
de la dinastía XVIII mantenían un palacete, Es una tragedia que los prime-
ros arqueólogos, demasiado interesados en los monumentos del Imperio
Antiguo, lo destruyeran sin apenas dejar constancia de cómo era.* La planta
de una parte indica que estaba formado por un grupo de edificios parecidos
a las casas más grandes de El-Amarna (figura 75). Uno de ellos contenía el
marco de piedra de una puerta, grabado con los cartuchos de Tutankhamón
que más tarde usurpó Ramsés II. Se recuperaron algunos tapones de las va-
sijas de vino. Puede que una de las descripciones de una excavación realiza-
da el año 1907 haga referencia a una muralla de ladrillos con torreones cua-
drados, situados a intervalos regulares, en la parte exterior.
Una pequeña casa de descanso con una funcionalidad parecida —el en-
treno de conducir carros— se erige en el límite con el desierto al sur de Mal-
Kata, en un yacimiento conocido como Kom el-Abd. Construida por Ame-
nofis III, su característica principal era una plataforma plana a la cual se
accedía mediante una rampa (figura 76). Se ha planteado la hipótesis de que
las tiendas se montaban sobre la plataforma.”
La arqueología de los palacios del Imperio Nuevo está mejor ilustrada en
El-Amarna, asentamiento al cual está dedicado en parte el capítulo VII, Fue-
ra de El-Amarna, hay menos datos arqueológicos de los que uno querría. Por
los textos y las circunstancias históricas generales, sabemos que en Mentfis
existían grandes palacios residenciales y, desde el reinado de Ramsés II,
también en Pi-Ramsés (cerca de la ciudad actual de Qatana), en la parte
oriental del delta del Nilo. Hasta la fecha, los palacios de Pi-Ramsés están re-
Kontgs Chephren, Leipzig, 1912, lám. XV; Selim Hassan, The Great Sphinx and its Secrets, El
Cairo, 1953; H. Ricke, Der Harmachistempel des Chefren in Giseh (Beitriige zur Agyptischen
Bauforschung und Altertumskunde, 10), Wiesbaden, 1970; y de las conversaciones mantenidas
con M. Lehner. Véase asimismo J. van Dijk y M. Eaton-Krauss, «Tutankhamun at Memphis»,
Muitteilungen des Deutschen Archáologischen Instituts, Abteilung Kairo, 42 (1986), pp. 39-41.
280 EL ANTIGUO EGIPTO
a metros
FIGURA 76. Una casa de descanso real en Kom el-Abd, cerca de Malkata, construida por Ame-
nofis IM. La utilización de la plataforma de ladrillos para apoyar las tiendas es hipotética. To-
mado de B. J. Kemp, «A building of Amenophis HI at Kóm El-'Abd», Journal of Egyptian Ar-
chaeology, 63 (1977), p. 74, fig. 2, y p. 79, fig. 3.
EL ESTADO EN SU PLENITUD 281
pone: «Recibo del trigo proveniente del granero del faraón en Menfis para
hacer las hogazas en la panadería bajo la autoridad del alcalde de Menfis,
Nefer-hetep, que se deberán enviar al depósito del faraón». Le siguen unas
listas con las cantidades diarias, las cuales oscilan entre los 100 y los 180 sa-
cos (unos 7.300 a 13.000 litros). Una lista complementaria retoma el hilo:
«Recibo del pan de la panadería que está bajo la autoridad del alcalde de
Mentfis, Nefer-hetep, en el depósito del faraón». Las cantidades, percibidas
cada pocos días oscilaban por lo general entre 2.000 y 4.000 hogazas peque-
ñas. Adviértase que al alcalde de Menfis se le había hecho responsable de la
parte dificultosa: la dirección de la panadería, un lugar de trabajo intensivo
(como probarán los datos de las excavaciones de El-Amarna) y en donde el
método para tener cuenta del flujo de los productos era muy vulnerable, pues
del grano se hacía la harina con la cual se preparaban las hogazas. En estos
papiros, ello se documenta aparte. Nos enteramos de que 3,5 sacos de harina
equivalen a 168 hogazas de tamaño estándar o 602 panes pequeños y se ha-
cen anotaciones aparte del peso así como de la pérdida de peso durante el
proceso de cocción. Según parece, con unos dos sacos de grano se obtenía
uno de harina, pero nunca se da por sentada una ración media. Se tomaban
medidas en cada paso y se anotaban las diferencias. Tradicionalmente, moler
era tarea de las mujeres y hay una breve entrada en los registros que lo ilus-
tra: en un día, tres mujeres, en representación de un grupo de veintiséis, re-
cogieron 10,5 sacos de grano y los convirtieron en 7,25 sacos de harina. La
tasa de suministro de trigo habría equivalido a unos 50.000 sacos anuales,
para lo cual sería necesario un granero cuyo tamaño fuese la cuarta parte del
que había en el Rameseo, aunque debemos prever además una cantidad por
separado y bastante elevada de cereal utilizado en la elaboración de la cer-
veza. Pero, puesto que el trigo se destinaba directamente a hacer pan, hemos
de aceptar la existencia de una considerable población dependiente, de va-
rios centenares, si no es que de algunos miles, de personas.
El palacio era, naturalmente, mucho más que la arquitectura y el suminis-
tro de víveres. Las decisiones de Estado y las cuestiones de la sucesión di-
nástica debían ocupar el pensamiento de quienes residían en él, y las conclu-
siones a las que llegaron así como el modo en que actuaron proporcionan al
historiador la materia prima de su profesión. La conspiración del harén en el
reinado de Ramsés III es un ejemplo que viene al caso,
El ámbito que ilustra con mayor firmeza el realismo político con el cual
se trataban los asuntos de la corte son las relaciones exteriores. El Imperio
Nuevo asistió a un gran cambio en la posición internacional de Egipto. Las
conquistas y el imperio pasaron a encabezar la verdadera política, así como
la ideología. El resultado fue un imperio que abarcaba gran parte del norte
de Sudán y, hacia el noreste, Palestina y partes de Siria. La realidad de la
conquista clara alentó a representar artísticamente al faraón como la figura
del conquistador poderoso, lo que hicieron con gran vigor y sin ningún re-
1.33 metros
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FIGURA 77. Imágenes imperiales. Arriba, la bendición divina a las conquistas del faraón. Ram-
sés TI golpea a un reo semítico mientras el dios, en la persona de Atum señor de Tju
(= Tejku, una localidad), le ofrece una espada en forma de hoz para legitimar el acto. Proce-
dente de un templo en Tell el-Retaba, delta oriental. Tomado de W. M. F. Petrie, Hyksos and
Israelite Cities, Londres, 1906, láminas XXIX y XXX. Abajo, el faraón Ajenatón pisotea a sus
enemigos dentro de la seguridad de su palacio. Derecha, un trozo del pavimento pintado del
Gran Palacio de El-Amarna, que representa dos temas: un estanque rectangular rodeado de ve-
getación (B) y un camino central con las figuras de prisioneros extranjeros atados alternadas en-
tre grupos de tres arcos, el símbolo de los enemigos del faraón en general (A). Tomado de W.
M. F. Petrie, Tell el Amarna, Londres, 1894, lámina IL fzquierda, planta de una parte del Gran
Palacio donde se muestra el contexto de dicho pavimento pintado, así como la continuación del
recorrido decorado. Cuando el rey iba caminando de una sala a otra, aplastaba a sus enemigos
bajo los pies. Tomado de J. D. S. Pendlebury, The Citv of Akhenaten, vol. TH, Londres, 1951, lá-
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284 EL ANTIGUO EGIPTO
cato en las paredes de los templos así como en otros contextos (figura 77).
Sin embargo, las victorias militares llevaron también a un astuto juego polí-
tico de consecuencias devastadoras con unos enemigos poderosos, de lugares
remotos, a quienes el faraón ni podía soñar en conquistar. Un estudio de las
relaciones exteriores durante el Imperio Nuevo es la mejor oportunidad que
se nos brinda para observar la existencia, al más alto nivel, de una sagacidad
política intuitiva con la cual se hacía frente, de modo pragmático, a las situa-
ciones graves de verdad y que nada tenían que ver con los atropellos cósmi-
cos del faraón representados en el arte egipcio de la misma época.
La principal fuente de información es un conjunto de tablillas de arcilla,
procedente de una oficina del gobierno situada en el centro de El-Amarna,
la capital de Ajenatón, escritas en cuneiforme con una variante dialectal del
acadio.” Entre los textos hay unos cuantos destinados a enseñar el acadio a
los egipcios y viceversa. La mayor parte de las tablillas son cartas enviadas
desde las cortes de Asia occidental y copias de las que la corte egipcia man-
dó en respuesta. En términos políticos, las cartas se dividen en dos grupos, a
raíz de los cuales se delimita la esfera auténtica del poder egipcio fuera del
país. Uno es la correspondencia entre Egipto y otros estados poderosos, en
la que el tratamiento mutuo es de «hermano». Son los estados de Babilonia,
Asiria, Mitani, Hatti y Alasia (Chipre). El contenido es en su mayor parte de
carácter privado, pero podría encerrar un matiz político, como en el consejo
del rey de Alasia de que no se alíe con los reyes de Hatti y Babilonia (EA
35). Junto con las cartas se intercambiaban obsequios, una costumbre que se
tomaba con la mayor seriedad y en la cual los reyes se preocupaban sensi-
blemente de sopesar qué era lo que daban a cambio de lo recibido. Los ma-
trimonios concertados por vía diplomática eran una de estas áreas delicadas.”
El segundo grupo es la correspondencia con las ciudades-estado de Pa-
lestina y Siria, tanto con sus príncipes como con los funcionarios egipcios re-
sidentes allí. En ellas el faraón recibe el tratamiento de «mi señor». Los que
vivían cerca de Egipto no tenían otra alternativa mejor, pero los príncipes si-
rios estaban en condiciones de tomar libremente decisiones de la mayor im-
portancia. Se han resumido sus intenciones del siguiente modo: la preserva-
ción de su propia autonomía local, la inclusión de los pueblos vecinos bajo su
dominio, guardar una apariencia de lealtad con respecto a Egipto para obte-
ner hombres y dinero, y la oposición o la sumisión, según las circunstancias,
al monarca hitita.” Sus cartas tienden a ser una larga declaración introducto-
ria de lealtad absoluta expresada con un lenguaje servil:
Así se expresaba Abimilki de Tiro (EA 147). En tales casos, el mensaje po-
EL ESTADO EN SU PLENITUD 285
lítico claro suele estar reservado a una o dos frases cortas al final, si bien al-
gunos autores, sobre todo Rib-addi de Biblos, podían repetir las peticiones
locuaces de ayuda durante casi toda la misiva. Un elemento asiduo es la de-
nuncia de un príncipe vecino al que se acusa de deslealtad al faraón de Egip-
to. Puesto que las acusaciones a veces llegaban hasta el asesinato de un prín-
cipe a manos de otro (por ejemplo, en EA 89 y también en 73,75, 81 y 140).
no forzosamente había de rechazárselas como invenciones.
La conclusión evidente que se puede sacar de este material es que, aun-
que no haya sobrevivido nada que se parezca a un comentario objetivo sobre
una situación internacional, las relaciones exteriores de Egipto, tras la facha-
da de absoluta primacía militar, tenían una base política, requerían una inter-
pretación y una valoración prudentes y exigían la discusión de las situaciones
en función de los motivos humanos. Suponemos que los egipcios estaban
bien dotados para esto. En primer lugar, solían escribir cartas a sus superio-
res con un estilo exagerado no muy distinto; en segundo, el pronunciamien-
to de las sentencias legales (algo que no estaba circunscrito a una clase de jue-
ces de carrera, sino que probablemente era un atributo básico que acompa-
ñaba a un cargo importante), aunque pudiera conllevar el hacer consultas en
los archivos de documentación, en esencia era una cuestión de resolver unos
testimonios contradictorios y de enjuiciar la conducta humana. Las personas
que podían pronunciar una sentencia en un caso enrevesado sobre la propie-
dad de unas tierras, que se remontaba varias generaciones, tenían el temple
adecuado para leer entre líneas la correspondencia diplomática.”
Sin embargo, las cartas tenían otra dimensión más perniciosa. Recreaban
un mundo propio en la mente dentro del cual participaban todos los corres-
ponsales. Para el faraón de Egipto, que desde el punto de vista geográfico es-
taba más o menos al término de la secuencia epistolar, era un mundo con
quizá cincuenta participantes, cada uno de ellos un gobernante 0, de vez en
cuando, otro de los miembros de una familia dirigente. Rara vez, si es que al-
guna, se encontraban. Mantenían correspondencia entre ellos, seguida de lar-
gos intervalos de silencio, pero había los suficientes gobernantes como para
mantener a un funcionario y una secretaría fijos que despachasen la corres-
pondencia en la corte egipcia (y sin duda en las de otros muchos lugares).
Cuando leían las cartas o dictaban las respuestas, debían formarse ideas va-
gas los unos de los otros que, con frecuencia, eran completamente erróneas
en los detalles, pero que captaban la esencia de la situación: todos eran ac-
tores de un escenario político y tenían a grandes rasgos las mismas motiva-
ciones. Aunque por lo general se escribían con un propósito concreto, sus
cartas también representaban los movimientos de una partida en donde los
premios se cifraban en el prestigio y la dignidad. En este mundo de comuni-
caciones a gran distancia creado de manera artificial, un monarca podría so-
focarse o encolerizarse ante la idea de lo que se había dicho de él en una cor-
te lejana, la cual jamás vería ni podría castigar, ideas surgidas de las palabras
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Ficura 78. El temor al mundo exterior. Tal como se veía desde Egipto, era un lugar caótico,
hostil y amenazante. En concreto, el Oriente Medio estaba atestado de poblaciones y ciudades
fortificadas, gobernadas (según los egipcios) por unos príncipes tortuosos y nada fiables. Aquí,
el ejército de Ramsés II ataca una de ellas, la ciudad de Dapur, al norte de Siria y aliada de los
hititas. Los soldados egipcios (entre los cuales hay cuatro príncipes de renombre), que llevan es-
cudos con el borde superior redondeado, efectúan un asalto desde la retaguardia, tras la protec-
ción de unos parapetos temporales (abajo) y empiezan a escalar las murallas con la ayuda de una
escalera de mano. Algunos de los defensores repelen el ataque con arcos y flechas o arrojando
piedras, mientras que los civiles indefensos atrapados fuera piden clemencia (abajo, a la iz-
quierda) o buscan refugio en su ciudad siendo izados por la cara externa de las murallas. Proce-
dente de una escena del Rameseo, el templo funerario de Ramsés IL, tomada de W. Wreszinski,
Atlas zur Altaegyptischen Kulturgeschichte, vol. IL, Leipzig, 1935, pp. 107-109 (dibujado de nue-
vo por $. Garfi).
EL ESTADO EN SU PLENITUD 287
de una carta de arcilla y las historias del emisario que la había traído. Las es-
cenas de las batallas egipcias en las paredes de los templos reducían el con-
flicto internacional a la más absoluta simplicidad. Respaldado por los dioses,
el faraón golpeaba impunemente a unos enemigos indefensos e impotentes.
No obstante, las cartas integraban a ese mismo faraón en un mundo de vani-
dades internacionales, donde exponerse a la competencia era el precio a ser
aceptado en calidad de actor principal. Aquí ya no era un dios.
El imperio introdujo un nuevo militarismo en Egipto. En los períodos”
precedentes se habían vivido guerras civiles y se conquistaron territorios,
concretamente en Nubia. Se había alcanzado un nivel notable de desarrollo
en la arquitectura militar especializada en la defensa de las ciudades (capítu-
lo IV). Pero todos los datos indican que la lucha estaba protagonizada por
milicias reclutadas para una campaña determinada, a veces reforzadas por los
guerreros del desierto nubio (el pueblo medyau). Por extraño que parezca,
las armas de guerra todavía eran rudimentarias: garrotes y lanzas con punta
de sílex aún en el Imperio Medio. Todo ello cambió radicalmente en el Im-
perio Nuevo. Ante la necesidad de enfrentarse de un modo mucho más serio
contra los bien pertrechados ejércitos de Asia occidental, los egipcios se
apropiaron de la tecnología y las tácticas y parece que, por primera vez, tu-
vieron un ejército permanente formado por soldados y oficiales con muchos
años de servicio activo.”
Los ejércitos tienen una función clara y obvia, y casi todo lo que se pue-
de decir de ellos consiste en un catálogo del armamento, un listado de las
graduaciones y las unidades, y una crónica de determinadas batallas. El ejér-
cito del Imperio Nuevo no fue una excepción al respecto. Desde nuestro pun-
to de vista, tiene mucho más interés lo siguiente: todas las instituciones ocu-
pan un sitio dentro del Estado, son parte del sistema mediante el cual se
ejerce un poder en el propio país; ¿en qué lugar del gobierno del Imperio
Nuevo encajaba el ejército egipcio?
Debido a la naturaleza de la administración egipcia —fundamentalmente
un amplio grupo de centros de actividad, en potencia rivales entre sí—, no
está nada claro que los miembros de una «profesión» se sintieran integrados
en un grupo con unos intereses comunes y así, al menos en potencia, pose-
yeran un poder político. Probablemente, incluso la clase sacerdotal no era
una excepción; en cambio, el ejército quizá lo fuera. No sólo por una apa-
riencia general de disciplina podemos llamar profesional al ejército del Impe-
rio Nuevo. Reclutaba a jóvenes, a quienes internaba en campos de adiestra-
miento, y las campañas así como el servicio en las guarniciones eran bastante
regulares. Había unidades del ejército estacionadas en Egipto. Por ejemplo,
el Edicto de Horemheb habla de dos cuerpos del ejército, uno al sur y otro
al norte. Sus soldados tenían la posibilidad de estar en palacio para proteger
personalmente al rey. El Edicto también reafirma la costumbre de emplear
como cuerpo de guardia del faraón a un grupo de soldados de las provincias
288 EL ANTIGUO EGIPTO
que era relevado cada diez días (la «semana» egipcia), y el cambio de guar-
dia quedaba fijado por el reparto especial de raciones extraordinarias en la
ventana de la aparición." Tenemos datos, tanto de la dinastía XVIII así
como de finales de la XX, de que a los veteranos les adjudicaban lotes de tie-
rra.” Por la clase de vida que llevaba, el ejército del Imperio Nuevo era un
cuerpo de hombres, una institución, con un sentido de la identidad propio
que nacía de su distanciamiento con respecto a la existencia corriente. A me-
dida que transcurría el Imperio Nuevo, este distanciamiento se fue intensifi-
cando más a causa del incremento de la práctica de reclutar mercenarios ex-
tranjeros: de Libia y de otros países del Mediterráneo oriental. También ellos
disfrutaban de la concesión de lotes de tierra en Egipto.
Cuando estudiamos el papel del ejército —la institucionalización de las
fuerzas armadas—, nos hemos de hacer una pregunta básica: ¿quiénes eran
en verdad los faraones de Egipto? ¿De dónde provenían? Los mismos egip-
cios corrieron una cortina, grande y eficaz, en torno a esta cuestión. La serie
rebuscada de fiestas, rituales, mitos, insignias y lenguaje adulatorio que ro-
deaba a los monarcas desde la coronación hasta la muerte, y más allá de ésta,
era en suma un asalto intelectual y de conducta arrollador a la sociedad, con
el resultado de que la posición del faraón reinante era incuestionable e into-
cable. Dado que dentro de la corte la cuestión de cuál de los varones reales
sería el siguiente sucesor ofrecía oportunidades a las intrigas, durante largos
períodos de tiempo la sucesión real continuaba dentro de la misma familia,
de una dinastía. Incluso cuando se producía un cambio de ésta, el recién lle-
gado intentaba legitimizar su posición casándose con una dama de la casa
real derrocada. Aun así, las dinastías cambiaban. Invariablemente, nos resul-
ta difícil rastrear los orígenes de los recién llegados, excepto cuando eran ex-
tranjeros, sencillamente porque hay una ausencia general de datos. Unas ve-
ces parece que ya eran personajes destacados de la corte, otras provenían de
las provincias. Lo que hemos de reconocer es que veían el cargo de monarca
por lo que realmente era: la meta de un hombre ambicioso, a la que se podía
echar mano cuando la gran cortina de la monarquía divina quedaba, tempo-
ralmente, descorrida y permitía dar ese paso. Los usurpadores y los funda-
nara na ac AAMUTACAIIALA línano A AA ira rar caradao da 1141 actara na ama
aores úe 1as nuevas mitas dimasticas ño Craá sacados ag un ECstago ue ¡0
cencia por los sacerdotes o las voces misteriosas y los signos sobrenaturales;
respondían a la pura ambición. Al parecer, antes del Imperio Nuevo no ha-
bía un ejército profesional y permanente. Pero si el militarismo no era un fac-
tor tan importante en los períodos precedentes, tampoco lo era la experien-
cia que del mismo tenía la gente. Significa, sencillamente, que, por lo me-
nos, se les podía intimidar. La dinastía XI y la preeminencia histórica de Te-
bas nacieron de una victoria tras una guerra civil. Los antecedentes del
cambio de la dinastía XI a la XII no están del todo claros, pero el usurpador
que venció, Amenemhet l, fue a su vez víctima de un asesinato. Y si retro-
cedemos hasta los comienzos mismos de la historia egipcia, las fuentes mues-
EL ESTADO EN SU PLENITUD 289
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oCALDASAASIA
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FIGURA 79. Otro peligro lo presentaban los pueblos desarraigados, algunos propiamente nó-
madas, otros desposeídos y desplazados, que se lanzaron sobre las sociedades urbanas del Orien-
te Medio para atacarlas. En la dinastía XX, ante el incremento del éxodo desde Anatolia, al que
se sumaron las familias de Siria, la existencia de la sociedad palestina y, en definitiva, de la egip-
cia se vio amenazada. En esta escena, correspondiente a una batalla librada por el ejército de
Ramsés Ill en e. 1186 a.C., se detiene parte de esta migración. Los soldados egipcios (A, F, H)
esgrimen espadas y unos escudos oblongos con el borde superior curvado, y les apoyan unos
mercenarios de origen mediterráneo, los sherden (C), quienes llevan un yelmo característico de-
corado con un disco y cuernos. Los guerreros anatolios (B, E, G, 3) portan lanzas, largas espa-
das triangulares y escudos redondos, y van tocados con lo que parece un penacho. Luchan a pie
y en los carros (G) y protegen sus carretas de bueyes (B). Aparecen tres de estas carretas (B, D,
D), con el armazón de mimbre y ruedas sólidas, uncidas a cebúes con giba o bueyes. En las ca-
rretas van las mujeres y los niños. Procedente del templo de Madinet Habu, tomado de H. H.
Nelson y U, Hólscher, Medinet Habu Reports (Oriental Institute Communications, 10), Chicago,
1931, pp. 19-20, fig. 13 = Universidad de Chicago, Oriental Institute, Epigraphic and Architec-
tural Survey, Medinet Habu, vol. 1, Chicago, 1930, lámina 32. Véase además N. K. Sandars, The
Sea Peoples, Londres, 1978, pp. 120-124.
tran que la monarquía surgió tras un período de guerras intestinas, que rea-
parecieron a finales de la dinastía TI. La cortina de la monarquía divina man-
tenía a los faraones y las dinastías en el poder durante períodos largos de es-
tabilidad política, pero en el fondo la monarquía era fruto del uso de la
fuerza.
El Imperio Nuevo se desarrolló a partir de la derrota de los ejércitos ex-
tranjeros. Ante el nuevo militarismo de la sociedad, la representación artísti-
19,-KEMP
290 EL ANTIGUO EGIPTO
rrió durante la mayor parte del Imperio Nuevo.* En las dinastías XVIII y
XIX, hasta el reinado de Ramsés II, todos los sumos sacerdotes eran desig-
nados por real nombramiento de entre las filas de la burocracia (dos, Ptah-
mes y Paser, fueron visires), o de entre las personas que tenían unos antece-
dentes de servicio al templo, aunque no necesariamente había de ser el de
Karnak o, incluso, los de Tebas. Sin embargo, a finales de la dinastía XIX y
en la XX, dos familias (vinculadas por matrimonio) controlaron en gran par-
te la clase sacerdotal y se las arreglaron para monopolizar el cargo de sumo
sacerdote, así como otras muchas categorías de segundo orden, del culto de
Amón en Karnak, formando verdaderas dinastías de sacerdotes. No obstan-
te, la base de su poder era civil: la dignidad de un alto cargo, los vínculos de
parentesco y la clientela de que disponían. En último recurso, sólo se tolera-
ban entre ellos. Fracasaron en la prueba definitiva: las familias de sacerdotes
no proporcionaron futuros reyes. La ruptura entre ambas familias coincidió
con cierta inestabilidad civil relacionada con la disputa dinástica que culmi-
nó con el advenimiento de la dinastía XX. A principios de ésta, el cargo de
sumo sacerdote estuvo durante un tiempo en manos de un tal Bagenjonsu,
hijo de un hombre que había sido responsable de la guarnición militar que,
por entonces, mantenía la finca de Amón en Tebas. Pero la máxima depen-
dencia del poder civil respecto del militar sólo llegó al final. El penúltimo
sumo sacerdote de la segunda familia, Amenofis, fue expulsado de su cargo,
durante ocho o nueve meses, en el transcurso de una auténtica guerra civil en
el Alto Egipto, en la que intervino el virrey de Cush al frente del ejército nu-
bio. Este personaje se estableció en Tebas y, por poco tiempo, tomó la res-
ponsabilidad de las entregas de grano a la finca de Amón (acto que, al pa-
recer, estabilizó la fluctuación anterior en los precios de los cereales).*
Cuando terminó la dinastía, Herihor, un comandante del ejército, se apode-
ró del cargo de sumo sacerdote. Los tres siglos siguientes estuvieron caracte-
rizados por los ejércitos privados. La Tebaida pasó a ser una provincia se-
miautónoma, gobernada por el sumo sacerdote de Amón que, al mismo
tiempo, era comandante del ejército y, con frecuencia, un príncipe de la casa
reinante al norte de Egipto; la misma fusión de poder religioso y laico que
personificaba la monarquía.
No fue tanto un triunfo del ejército o de la clase sacerdotal como del re-
alismo en política. Aquí tenemos una lección importante. El temor a la reli-
gión no era de por sí una base de poder: las imágenes de poder que transmi-
tía eran una ilusión a menos que articulasen las determinaciones políticas de
unas personas que, fuera por nacimiento o ambición, sentían afán de gober-
nar. Probablemente, ellos no lo habrían visto o expresado de una manera tan
franca —por una razón: todavía no existían el vocabulario de la política y el
cinismo—. Pero, si es cierto que aceptaban el lenguaje y los conceptos pia-
dosos, también lo es que volvían aquellas imágenes en su dirección y se pro-
yectaban a sí mismos en el centro de todo. Los hombres con un poder au-
292 EL ANTIGUO EGIPTO
téntico sólo toleraban a una clase sacerdotal civil y poderosa mientras ésta no
se interpusiera en su camino.
Y de este modo volvemos a lo que decíamos al comienzo de este capítu-
lo. Vivo en Gran Bretaña y soy muy consciente de que, en mi sociedad, el boa-
to y el ceremonial no son una articulación simbólica del poder político. Casi
todo éste recae en el primer ministro, una figura en torno a la cual la pompa
ha quedado suavizada. Es obvio que todo ha cambiado muchísimo desde la
amtigúedad. Pero, un momento. El público a quien iba dirigido el boato de
los faraones comenzaba en la corte, se extendía hasta los funcionarios subor-
dinados y, en el Imperio Nuevo, probablemente incluía a grupos simbólicos
de la gente en general. Pero el concepto de un poder colectivo apenas si ha-
bía nacido. La mayor parte del público era neutral en cuanto a política. La
gente se quejaba ante los tributos injustificados y hacía manifestaciones
cuando las raciones tardaban en llegar, pero no constituían partidos políticos
oO una masa revolucionaria. El boato no estaba acallando una amenaza real.
Los que sí eran una amenaza para el faraón eran los más allegados a su per-
sona, los que estaban «dentro» de la pompa, los que probablemente ayuda-
ban a organizarla y, en consecuencia, a quienes menos impresionaba.
Hacemos bien en buscar el medio fundamental de comunicación de las
ideas de gobierno en el fasto de la corte, expresado en términos que eran
comprensibles en el momento, pues dichos términos apenas habrían tenido
validez fuera de la celebración en sí y los preparativos de la misma. Por ejem-
plo: ¿podríamos decir que la fiesta Sed existía independientemente de su ce-
lebración (o de su celebración anticipada)? Los medios de comunicación
eran en sí ideología. La pompa y el ceremonial eran una terapia recíproca,
una forma de expresión «directa» en la que todos los implicados accedían a
condescender, incluso los teóricos —probablemente sacerdotes— que idea-
ban el significado y para quienes, sin la celebración, no habría tenido un sen-
tido. No sólo el público se adhería a ella, también lo hacían los actores prin-
cipales.
La sociedad moderna, al democratizar el boato y el ceremonial y cederlo
también a los héroes y las heroínas del espectáculo, revela de forma válida
que la pompa es un acontecimiento social y colectivo que se puede sostener
de una forma que es independiente del poder político. En el mundo antiguo,
la fusión de los roles tiende a velarlo, pero también debe de ser cierto. Quién
era el gobernante, quién gozaba de su favor y quién lo perdía, qué guerras se
hacían, qué tributos se cobraban y qué nuevos edictos se promulgaban: el
ejercicio del poder real, oculto tras las cortinas, era algo ajeno a la pompa y
al ceremonial.
Capítulo VI
EL NACIMIENTO ,
DEL HOMBRE ECONOMICO
ministración, al que recurren para realizar parte de sus tareas, por no hablar
del casi inalterable control estatal del sistema bancario, los niveles de tri-
butación y la masa monetaria circulante, que a su vez está imbricado en con-
sideraciones teóricas más amplias tales como «el interés nacional», «las
consideraciones del partido político», «la responsabilidad social y moral»,
etcétera.
¿Qué tiene que ver todo ello con el estudio de la antigúedad? Todos los
sistemas macroeconómicos actuales son, pese a las enormes diferencias de fi-
losofía y práctica, combinaciones distintas de los dos mismos ingredientes bá-
sicos: por un lado, la ambición del Estado y, por el otro, la demanda del sec-
tor privado que exige algo más que una asignación igualitaria de los recursos
estatales. Tanto si nos fijamos en los estados que practican la libertad de em-
presa, y que quizá deseen sustraerse de todo control económico, o en aque-
llos con una filosofía diametralmente opuesta, en realidad nos encontramos
con que lo único que hacen es mover las fronteras entre ambas zonas. Así
pues, podemos preguntar acerca de los sistemas del pasado: ¿son también
ellos una combinación peculiar, dentro de la estructura macroeconómica uni-
versal e ineludible que se creó cuando surgieron los primeros estados (lo que
deja abierta la posibilidad de que, al igual que ocurre en la actualidad con
el «mercado negro», puedan asomar ciertos aspectos con una apariencia dis-
tinta)?
No hay ninguna duda respecto a una de las vertientes de la antigua com-
binación, la dirigida por la administración institucional y del tipo redistribu-
tivo. Sin embargo, no sucede lo mismo con la otra vertiente, la satisfacción
de la demanda de los individuos, donde el enfoque de Polanyi destaca la mi-
nimización de su poder económico. Si, como se nos anima a hacer con los es-
tados de la antigúedad tales como el de Egipto, consideramos que la econo-
mía administrada dominaba de modo absoluto, hemos de aceptar que había
presente una de estas dos condiciones: o que el mismo sistema era capaz de
estimar continuamente las necesidades reales de cada individuo y satisfacer-
las, o que sectores muy amplios de la población tenían unas necesidades pa-
sivas y no estáticas, de manera que constituían un reflejo de las fluctuaciones
producidas en el sistema estatal; es decir, cuando el Estado tenía menos para
dar, la gente se resignaba a recibir menos. Respecto a la primera condición,
si hubiese existido la tendríamos que considerar una de las artes desapareci-
das de la antigiiedad, pues representaría un nivel de gestión económica que
se halla fuera del alcance de cualquiera de los gobiernos actuales. En cuanto
a la segunda, en cambio, hemos de examinar tanto la naturaleza de la de-
manda en la antigiiedad como hasta qué punto los sistemas antiguos eran
estáticos.
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 297
OS FAN
FIGURA 80. El pago en especie: la tributación municipal en una economía sin dinero circulante,
ilustrada por un fragmento de la escena del pago de contribuciones procedente de la tumba del
visir Rejmire en Tebas, a mediados de la dinastía XVIIL No se ha podido identificar todos los
artículos. Arriba, A) Tributos entregados por el «alcalde de [la ciudad] de Huut-uret-
Amenemhet» (al sur de Abydos). 1: cuatro montones de cebada; 2: pasteles; 3: cuerdas; 4:
frutos dom, 5: pasteles; 6: especias (?); 7: algarrobas; 8: miel (?); 9: sacos; 10: esteras de juncos,
11: esteras de esparto; 12: 6 cabras; 13: 5 terneros; 14: 4 cabezas de ganado; 15: 2 cabezas de
ganado cuernilargo; 16: 500 palomas; 17: dos lingotes de forma anular de oro y 1 de plata. Aba-
jo, B) «El magistrado de la ciudad de Wah-set» (al sur de Abydos) y C) «el escriba del magis-
trado de la ciudad de Wah-set». 1: dos cortes de lino en un cofre; 2: miel; 3: una cabeza de ga-
nado; 4: tres lingotes de forma anular de oro; 5: una prenda de lino; 6: una cabeza de ganado,
D) «el magistrado de Abydos»; 7: un corte de tela y una prenda de vestir en un cofre, 8: miel; 9:
una cabeza de ganado; 10: dos lingotes anulares de oro y uno de plata. A partir de N. de G. Da-
vies. The Tomb of Rekh-mi-ré at Thebes, Nueva York, 1943, lámina XXXIV; P. E. Newberry,
The Life of Rekhmara, Londres, 1900, lámina VI,
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 301
En las necrópolis de Qau y El-Badari, las tumbas que cuentan con más ob-
jetos son, precisamente, las del período de las dinastías VII-VIIL Es donde en-
contramos una mayor profusión de cuentas y amuletos; ninguna reducción en
el número de vasos de alabastro y hay todos los reposacabezas de alabastro; la
mayor cantidad de espejos con relación a cualquier otro período; y el menor
número de tumbas sencillas y de poca profundidad. La orfebrería de los amu-
letos vidriados puede mostrar una enorme delicadeza; las piernas de cornelina
son las mejores de su género; y los sellos en forma de amuleto, que reproducen
el lomo de un animal, están tallados con maestría y esmero.'”
terramientos de muchas aldeas dispersas. Hay que ser muy crédulo para pen-
sar que esta gente eran receptores pasivos de un sistema estatal redistributi-
vo, cuando éste, por naturaleza, tenía poca flexibilidad.
Es una suerte que el Primer Período Intermedio nos haya dejado también
Unos cuantos papeles de carácter personal de un hombre corriente: el archi-
vo de Hekanajt. Hekanajt vivió al sur mismo de Tebas, en el Estado que crea-
ron los gobernantes tebanos de la dinastía XI y que, por entonces, abarcaba
la totalidad de Egipto. Hekanajt era un modesto agricultor que, mientras es-
taba de viaje, enviaba cartas malhumoradas a su familia. Denotan un vivo de-
seo de maximizar los ingresos familiares mediante tratos hábiles con los ve-
cinos y Otras personas, sin que se haga mención alguna a un sistema o una
autoridad externos.
También poseía un rebaño de treinta y cinco cabezas. Mostraba para con los
miembros de su familia una precisión de lo más rigurosa y a cada uno, hasta
a su madre, le entregaba una ración mensual, de modo que repetía, a peque-
ña escala, el mismo sistema de distribución de raciones que nos es familiar
por los documentos administrativos.? Pero la relación que mantenía con el
mundo exterior se basaba en el cálculo de ganancias. Por ejemplo, reco-
mienda encarecidamente a uno de sus familiares que se quede con un toro
dei rebaño que estaba a punto de vender, pues le ha surgido la posibilidad de
realizar una venta muy beneficiosa: «su precio ha subido casi la mitad».”
Hay que señalar que Hekanajt vivió en una época difícil. Él mismo hace
referencia explícita al hambre. Pero ello no afecta al punto central: Hekanajt
presenta la mentalidad de quien sobrevive mediante hábiles transacciones
personales, y no la de alguien cuya fortuna dependa de la posición que ocu-
pa en el seno de un sistema de obligaciones sociales y ayudas de la adminis-
tración.
Hekanajt se las arregló en una época de cambios que, dada su magnitud,
no tiene parangón en el curso de la historia faraónica. Pero aunque las eco-
nomías del pasado jamás experimentaron la prolongada volatilidad de hoy
día, es un error creer que fueron estáticas. Sólo una generación separaba a
Hekanajt de la administración centralizada menfita de principios de la dinas-
tía XII. En resumen, pongamos entre el 2100 y el 1500 a.C., las fronteras del
poder estatal avanzaron y retrocedieron en dos ciclos de gran magnitud. Y en
tiempos mejores, sin el espectro del hambre y la guerra civil, el sistema esta-
tal aún tenía que adaptarse al cambio, sobre todo a las exigencias de los mo-
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 305
20.-KEMP
306 EL ANTIGUO EGIPTO
para las primeras etapas de la construcción de una nueva vivienda para Men-
tuhotep, una casa que, a juzgar por las dimensiones, iba a ser magnífica. Es
probable que estemos ante el caso de un dignatario de provincias que fija su
segunda residencia en una ciudad real, esta vez Tebas, y por la que clara-
mente paga de su bolsillo. Al final de la carta, agrega: «Al propietario del te-
rreno para la casa dale el precio que pida y asegúrate de que queda satisfe-
cho. Procura que cuando yo llegue no tenga cuestiones conmigo» (papiro
B.M. 10102).7
Luego estaban los artículos que hijas e hijos tenían que adquirir para reu-
mir los bienes comunes que sentaban las bases de un contrato matrimonial;
había también las donaciones piadosas a los santuarios, los posibles regalos o
sobornos para ganarse un ascenso, y el general alarde competitivo de rique-
zas suscitado por la existencia de una corte ostentosa y lujosa. Además de los
bienes y los artículos que salen a la luz cuando se excavan los asentamientos
y las necrópolis, sabemos por otras fuentes que los funcionarios mantenían
una flota de barcos en el Nilo (figura 81)” y, durante el Imperio Nuevo, tam-
bién caballos y carros. La gente tenía infinidad de motivos para acumular ri-
quezas, que les podían llegar de forma bastante inesperada. Las consecuen-
cias de un juego de adquisición competitiva relativamente libre, desvinculado
de las costumbres funerarias, pueden verse en la ciudad del Imperio Nuevo
de El-Amarna,” donde la sutil gradación del tamaño de las casas y los sím-
bolos arquitectónicos que denotan la posición social anuncian la riqueza y la
categoría social (véase el capítulo VII).* A su manera, presuponen la exis-
tencia de un sistema económico muy en consonancia con la ambición y las
circunstancias de cada uno.
La respuesta que da el enfoque de Polanyi a la existencia de una deman-
da de cosas que no eran meramente secundarias a la vida es la pasividad eco-
nómica enlazada con el optimismo: trabajar con honestidad y esperar pa-
cientemente que la lealtad, el trabajo arduo y las obligaciones que los demás
tenían con uno trajesen tiempos mejores. Algo por el estilo es lo que en la
antigiiedad se tenía por el verdadero ideal: «Un vaso de agua apaga la sed,
un bocado de hierbas fortalece el corazón», es el consejo ascético que da el
sabio Kagemni. Sin embargo, los elementos que hemos apuntado hasta aho-
ra no son un ejemplo de esta filosofía. Podemos identificar áreas con una
fuerte demanda privada que se continuaba satisfaciendo independientemen-
te de la efectividad que mostrase el sistema público. El Primer Período In-
termedio tiene una enorme trascendencia aquí, en tanto que da a entender
que no todo el mundo se resignaba al puesto que ocupaba dentro del orden
social y, por tanto, económico. Muchos aprovecharon cualquier posibilidad
de enriquecerse que se les presentó.
Las postrimerías del Imperio Nuevo proporcionan una documentación es-
pectacular (un archivo de papiros que tratan sobre investigaciones y juicios)
sobre la promesa de un enriquecimiento inmediato por medio de robos.*
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 307
BARCO DE VIAJE
EMBARCACIÓN DE RECREO
BARCO DE VIAJE
EMBARCACIÓN DE RECREO
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BARCO DE VIAJE A,
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EMBARCACIÓN DE
oBARCA DE
FIGURA 81. Opulencia: la flota que poseía el canciller Meket-re en el río. Siluetas de los mode-
los de embarcaciones de madera procedentes de su tumba en Tebas, dinastía XI, tomadas de H.
E. Winlock, Models of Daily Life in Ancient Egypt, Nueva York, 1955, figs. 70-82.
Nada quedaba a salvo: las reservas de grano de los templos desaparecían dis-
creta y paulatinamente; las tumbas eran desvalijadas y se saqueaban los en-
seres y las guarniciones del templo. Aunque el robo de tumbas atraía sobre
todo a los individuos de baja estofa, otras modalidades de hurto y fraude me-
nos trabajosas atraían también a los funcionarios, inclusive los sacerdotes del
templo. De hecho, la escala de los robos requería frecuentemente la inter-
vención de los funcionarios. Los papiros, además de dar a conocer la otra
cara de la sociedad de finales del Imperio Nuevo, cuya estructura se estaba
desmoronando, y los procedimientos legales cuando finalmente se recurría a
ellos, ilustran de un modo muy pintoresco las motivaciones y los medios en
la economía del momento. Ponen de manifiesto la existencia de un vulgar an-
helo de enriquecerse que, en circunstancias mejores, hubiesen canalizado a
través de la participación en un mercado, con la venta de artículos, el alqui-
ler o el arriendo de tierras y la concesión de créditos a interés; prácticas to-
308 EL ANTIGUO EGIPTO
Fuimos otra vez a las jambas de la puerta ... y quitamos 5 kite de oro. Con
él compramos grano en Tebas y nos lo repartimos ... Al cabo de unos días, Pe-
minu, nuestro superior, discutió con nosotros y nos dijo: «No me habéis dado
nada». Así que volvimos a ir a las jambas de la puerta y arrancamos 5 kite de
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 309
Desde el punto de vista económico, tal vez la entrada más sugerente sea
una lista de oro y plata «recuperados de los obreros ladrones de la Necrópo-
lis, de quienes se descubrió que los habían entregado a los tratantes de cada
310 EL ANTIGUO EGIPTO
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FIGURA 82. Parte de un tesoro en oro y plata enterrado dentro de una vasija de cerámica en un
barrio de El-Amarna. La plata está compuesta por objetos acabados (incluida la estatuilla hiti-
ta, n.7 30/489) y, además, rollos y trozos de forma irregular, algunos cortados de vasos, el oro se
encuentra en barras toscas. Como muestran las gráficas con el peso, casi nada sugiere que se de-
seasen unas piezas con un tamaño estándar (proto-monedas). Más bien, en el caso de las espi-
rales, los trozos y las barras, las piezas se habían cortado para satisfacer una necesidad concreta
y su peso (por consiguiente, su valor) se determinaba pesándolas (como en las figuras 85, p. 317,
y 86, p. 322). Tomado de H. Frankfort y J. D. S, Pendlebury, The City of Akhenaten, val. Il,
Londres, 1933, pp. 59-61, lámina XLIII y las fichas de excavación originales.
3102 EL ANTIGUO EGIPTO
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circulares de piedra
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FIGURA 83. Explotación a pequeña escala de un recurso mineral: las canteras de yeso de Umm
el-Sawan (al norte del Fayum) a principios del Imperio Antiguo. El campamento estacional, con
unas 200 cabañas circulares de piedra, ocupa la cima de una estribación, en el borde de una es-
carpa que domina un gran afloramiento de yeso en la llanura desértica situada debajo. El yeso
se extraía, con la ayuda de unos rudimentarios picos de sílex, en parte en pequeños bloques des-
tinados a la fabricación de vasos y, además, pulverizado para usarlo como mortero. Los talleres
para la fabricación de los vasos se encontraban en lugares más resguardados junto a las laderas
del escarpe. Los picos se hacían allí mismo con nódulos de sílex traídos de fuera. Para la fabri-
cación de los vasos se utilizaba otro tipo de útiles de sílex. Hay que contrastar el carácter infor-
mal del asentamiento con la planificada Aldea de los Obreros en Oasr el-Sagha, perteneciente
al Imperio Medio (véase la figura 59, p. 211). Tomado de G. Caton-Thompson y E. W. Gardner,
The Desert Fayum, Londres, 1934, lámina LVIIL
durante largos períodos de tiempo forman parte de la fama que tiene de per-
durabilidad. Han de reflejar una aprobación general de las ideas y los ideales
que se originaban en la corte. Pero tras esta suave fachada de observancia de
la ley, acechaba un instinto depredador dirigido hacia las propiedades en vez
de a las personas. La vigilancia institucionalizada obraba con arreglo a unos
314 EL ANTIGUO EGIPTO
» e
e ESyA AR [ Un
FIGURA 84, Los productos del desierto oriental que recibía el noble designado para controlar
aquella área, el nomarca de Oryx y «supervisor de los desiertos orientales» durante la dinastía
XII, Khnumhetep. Los productos son en su mayor parte caza, pero además incluyen (registro in-
ferior) a un grupo de comerciantes palestinos que traen pintura para los ojos y los cuales son
presentados por un oficial egipcio, «Khety, jefe de los cazadores», un título que aclara cuál cra
la posición del grupo palestino para los egipcios. Procedente de la tumba n.* 3 en Beni Hasan,
tomado de P. E. Newberry, Beni Hasan, vol. 1. Londres, 1893, láminas XXX y XXXL
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 315
PRA AA
Lámina 9. El marco de la vida pueblerina: parte de la aldea de los obreros y artesanos que tra-
bajaban en la necrópolis de Deir ei-Madina, Tebas occidental, a finales del Imperio Nuevo. La
fotografía está tomada en dirección noroeste, siguiendo el eje central de una de las casas, la n*
II.NE. Las casas continúan después de una calle transversal y, al fondo, se divisan las terrazas
que originalmente sostenían las capillas funerarias. Las paredes están parcialmente restauradas.
316 EL ANTIGUO EGIPTO
janas, que cruzan el desierto por los wadi hasta llegar a los puntos de con-
tacto en las provincias, ya en el valle del Nilo. Una escena de una tumba no
fija una norma, pero sí apunta una posibilidad que tan sólo se puede recha-
zar si se recurre a una afirmación dogmática: «el comercio con el exterior era
monopolio real», afirmación que no está confirmada de modo directo. La dis-
ponibilidad de materia prima y la importación de artículos acabados en el an-
tiguo Egipto es, en potencia, otro ejemplo de hacia dónde se inclinaba la ba-
lanza entre el Estado y la esfera privada de una época a otra.
H= IA )
1 sarcófago
nn
FiGuraA 85. Compras y ventas por medio del trueque y los intercambios, ilustrado con un ejem-
plo tomado de Deir el-Madina, dinastía XX. A un lado del canje tenemos un sarcófago, con un
valor teórico de 25,5 deben de cobre. El comprador ha de reunir una serie de artículos que val-
gan lo mismo, y lo consigue con unos objetos que tienen un valor teórico en deben de cobre (dos
cabras, un cerdo y dos troncos de madera, que tal vez sean la materia prima para confeccionar
el sarcófago), y además con objetos a trozos de cobre cuyo valor en deben se obtiene pesándo-
los en una balanza y utilizando para ello unas pequeñas pesas de piedra o bronce que, a veces,
están talladas haciendo figuras de animales (como en la figura 86, p. 322). El ejemplo proviene
del Ostracón de Deir el-Madina 73, verso, tomado de J. J. Janssen, Commodity Prices from the
Ramesside Period, Leyden, 1975, p. 10.
XX, los precios muestran una volatilidad acusada y van desde las cotas casi
normales hasta otras muy elevadas que, durante los reinados de Ramsés VII
a IX, llegaron hasta los 8 e incluso los 12 deben. No se trataba de una
«infla-
ción» general como a la que estamos acostumbrados en el mundo actual,
pues los otros precios no siguen una trayectoria similar y no hay indicios de
que se modificasen las unidades de medición. Tenemos una pista en la alu-
sión al hambre citada en la p. 308: la mujer que sostenía haber vendido la ce-
bada a cambio de plata «en el año de las hienas, cuando hubo el hambre». Es
una lástima que el documento no detalle las cantidades comprendidas, pero
por la manera en que ella responde da a entender que el canje de la cebada
por la plata durante el hambre fue una transacción distintiva y un precio ele-
vado es la interpretación inmediata. En general, los precios de aquella época
(la primera parte del reinado de Ramsés X1) se doblan con respecto al pre-
cio máximo tradicional, es decir, 1 khar era igual a 4 deben. También pode-
mos dirigirnos a las quejas repetidas por la escasez de víveres de la comuni-
dad de Deir el-Madina desde el reinado de Ramsés II para encontrar una
explicación a la volatilidad de los precios de los cereales a finales del perío-
do ramésida, aunque por el momento una relación de causa-efecto tenga que
ser circunstancial.*
Algunos comentaristas muestran preocupación por el hecho de que los
egipcios, así como otros pueblos antiguos, no hagan mención explícita al «be-
neficio» o, tan siquiera, posean una palabra adecuada en su vocabulario. De
todas maneras, no deberíamos darle demasiada importancia. El concepto
abstracto de obtener un beneficio con una venta es una racionalización de lo
que se logra al hacer una transacción provechosa, de sacar un buen precio.
Lo último pertenece al reino de las estrategias intuitivas de supervivencia
que forman parte del ser humano. Por lo visto, Hekanajt se encontraba aquí
en su terreno y el que no conceda un pensamiento a la idea de «beneficio»
no le impide distinguir un buen precio de otro malo, del mismo modo que a
nosotros no nos debería impedir reconocerle a él y a las personas de las so-
ciedades antiguas en general un buen olfato para los negocios. Los egipcios
no pensaban en la economía, la vivían. No ambicionaban un beneficio en-
tendido como medida abstracta del éxito en el comercio o en la fabricación
de objetos, sino colmarse de artículos valiosos que les hicieran sentirse satis-
fechos consigo mismos y suscitaran las envidias de los demás. Sin embargo,
los resultados no eran muy diferentes de los de sus homólogos contemporá-
neos, que son más conscientes de la economía.
Los registros de las transacciones en Deir el-Madina carecen de un marco
de referencia, como también, en general, las confesiones de los ladrones te-
banos. Algunos de los tratos debieron producirse porque el comprador y el
vendedor, oriundos de la misma aldea, se conocían entre sí. Sería lo proce-
dente cuando se tratase de la fabricación de algo. Si querías adquirir un es-
cabel nuevo, probablemente sabías dónde vivía un carpintero y la transacción
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 321
tenía lugar en una casa, la de él o la tuya, depende del rango de ambos. Pero
¿unos contactos informales y personales bastarían absolutamente para igua-
lar la demanda con la oferta? ¿Existían mercados, reconocidos como tales, en
los que los vendedores desparramaban sus mercancías? Una de las acusadas
en los papiros referentes a los robos describe un marco convincente: «Ahora
bien, yo estaba casualmente sentada y hambrienta [¿mendigando?] bajo los
sicómoros y, mientras estábamos sentados y hambrientos, dio la casualidad
de que los hombres estaban comerciando con cobre» (papiro B.M. 10403,
3.5-7). Desconocemos en qué lugar de la topografía del sector occidental de
Tebas estaban los sicómoros. Pero algunos mercados de la ciudad se hallaban
en la ribera del Nilo;” lo sabemos por unas pinturas en tumbas. No hay nin-
gún texto adjunto que las explique, así que nuestra comprensión de las mis-
mas depende de si hacemos una interpretación correcta de la pantomima que
el artista ha utilizado para transmitir el sentido.
Una de ellas procede de la tumba de un escultor llamado Ipy, en Deir el-
Madina, quien esperaba con ilusión el otro mundo y la vida que proponía el
ideal de los escribas (figura 86).* En el centro de la composición hay una bar-
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caza de ra
ada da río que trae la cosecha anual de cereales a los graneros particulares,
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21.-KEMP
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FIGURA 86. Escenas de trueque e intercambio en las tumbas del Imperio Nuevo. Arriba, los co-
merciantes de los puestos hacen tratos con los sirios mientras éstos descargan sus mercancías en
las orillas del río. Procedente de la tumba de Kenamum en Tebas, tomado de N. de G. Davies
y R. O. Faulkner, «A Syrian trading venture to Egypt», Journal of Egyptian Archaeology, 33
(1947), lámina VII. Abajo, los trabajadores que descargan el grano de una barcaza utilizan los
sacos de cereales para comprar pescado y hortalizas a las mujeres de la aldea. Procedente de la
tumba de Ipy, tomado de N. de G. Davies, Two Ramesside Tombs at Thebes, Nueva York, 1927,
lámina XXX.
EL NACIMIENTO DEL HOMBRE ECONÓMICO 323
lo visto, vendedores, pero ya no unas amas de casa con una sola cesta de ví-
veres. Dos de los tres comerciantes son hombres y todos están sentados bajo
unos toldos en donde ofrecen variedad de mercancías: sandalias; cortes de
tela, algunos con orlas; pan y otros alimentos; y lo que quizá sean anzuelos
de metal. Aparece una transacción: un sirio ofrece una jarra de vino tapada.
Los comerciantes varones sostienen en la mano unas pequeñas balanzas. A
veces no las encontramos en las excavaciones (aparecieron dos en una casa
pequeña
o del barrio norte de El. Amarna), 51 y a veces
Pi er se las dibnia
IN AS AS MAA con
IE más
LAS de-
talle mientras se las está utilizando. Una de las funciones que tenían (puede
que la principal) era la de pesar metales sirviéndose de unas pesas de piedra
con unos valores determinados de la escala de deben. Su presencia en esta
escena da a entender que los metales formaban parte de la transacción, y ta)
vez los extranjeros llevaban su propio juego de pesas para evitar que les en-
gañasen. Los comerciantes egipcios parecen mucho más profesionales que las
amas de casa de la tumba de Ipy. Pero ¿quiénes eran en realidad? Este pun-
to decisivo resulta ambiguo. ¿Eran «tratantes» tal y como los egipcios enten-
dían el término, es decir, agentes de comercio al servicio de los funcionarios?
¿O estaban comerciando en beneficio propio? Si supiéramos la respuesta,
tendríamos un dato importante acerca de la economía egipcia del período,
pues en el último caso se habría tratado, en realidad, de tenderos que vivían
de las compras y las ventas que hacían y, por tanto, de los beneficios que ob-
tenían con sus transacciones. Pero, aun sin saberlo, tenemos que reconocer
que estas escenas no ilustran un intercambio ad hoc entre vecinos de una al-
dea. Presentan la clase de conducta decidida por parte de los vendedores que
corresponde a los mercados por antonomasia, en los que los compradores no
tienen por qué pertenecer en absoluto a la misma comunidad y, por eso, no
están necesariamente muy influidos por los compromisos sociales: justo el
tipo de mecanismo que se exige en un modelo económico que concede un
mayor margen a la actuación privada.
Estas escenas del Imperio Nuevo tienen una larga historia tras de sí y
cuentan con predecesoras importantes en varias tumbas del Imperio Anti-
guo, que han sido tema de bastantes estudios en los últimos años.” Sin em-
bargo, al igual que con sus sucesoras, las tenemos que explicar tanto por el
modo en que comprendemos el marco económico general, como a partir de
detalles concretos en las mismas escenas y que, de por sí, sin ambiguos, He-
mos de fijarnos en un cambio social: en las escenas del Imperio Antiguo los
vendedores suelen ser hombres. También hay un texto adjunto, inusitada-
mente explícito: en una venta de unas telas se declara lo siguiente: «xx codos
de
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tela aa cambio
tela pamhia
de ñÁ6 shat».
de chbofy
Aunque
Aunarma
se desconoce lala naturalora
<a decranare
naturaleza exaarCta
cta del
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shat en aquella época, debe ser una unidad absoluta de valor similar a las uni-
dades de cobre, grano, aceite, etc., del Imperio Nuevo.*
Deir el-Madina era una comunidad atípica en dos aspectos: pese a ser una
aldea pequeña, estaba en contacto con funcionarios de categoría superior y
324 EL ANTIGUO EGIPTO
nuevo, el cual, sin embargo, estaba siempre expresado con el lenguaje teoló-
gico inspirado en un amplio repertorio de imágenes tradicionales. Por lo que
se refiere al Imperio Nuevo, tenemos unos ejemplos excelentes de la labor
erudita del momento conservados en las pinturas que decoran el interior de
las tumbas del Valle de los Reyes.' Nos da perfectamente una idea de cómo
332 EL ANTIGUO EGIPTO
miento del faraón como f ruto de la unión entre su ma el dios Sol en-
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carnado en figura humana. El jueg
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tóricos estaban casi muertos.
Desde los primeros días de la egiptología, una pregunta ha fascinado a las
personas: ¿es esto monoteísmo? Es una fascinación que en el pasado se vio
alimentada por la idea estrecha de los occidentales de que creer en un dios
es superior a creer en varios. Sin embargo, es casi imposible dar una res-
puesta acertada en estos términos. La religión es un fenómeno demasiado
complejo para tratarlo con etiquetas simples. Las formas desarrolladas del
cristianismo y el islamismo tienen un modo de enfocar las manifestaciones de
la divinidad y la autoridad sobrenatural más sutil y complejo que el que pre-
supone el término «monoteísmo». En efecto, a mí, que lo veo desde fuera,
me parece ilógico que se deba clasificar al cristianismo de religión monoteís-
ta. Si deambulo por una de las grandes iglesias europeas y la observo desde
la perspectiva de un arqueólogo, la cantidad y la diversidad de imágenes sa-
gradas de piedra, madera, latón y vidrios de colores me llevarán a reconstruir
un sistema de creencias muy complejo y con varios centros, que incluye a una
Trinidad o una tríada de entidades divinas. El creyente cristiano elude esta
contradicción mediante un impresionante reajuste mental que se funda en el
concepto de «misterio», una forma de pensar de la cual, por no ser creyente,
me veo excluido. Los egipcios inteligentes del pasado hicieron lo mismo y
tradujeron la sensación religiosa a los términos lingilísticos de su cultura. De
esta manera, el término «politeísmo» aplicado a los egipcios es absolutamen-
te inapropiado por sugerir que la religión egipcia fue fragmentaria e incohe-
rente. En la práctica, fa cuestión se resuelve por sí sola estableciendo una
comparación entre Ajenatón y el judaísmo del Antiguo Testamento.
Ajenatón vivió mucho antes del nacimiento del reino de Israel, pero las
imágenes del Himno al Atón tienen ecos inconfundibles en uno de los salmos
bíblicos. Además, en ambas doctrinas observamos el mismo propósito tre-
mendamente serio: intentar lograr enunciados concisos con definiciones fini-
tas sobre la naturaleza de Dios. Las dos reflejan un sentimiento de insatis-
facción. Pero la falta de datos sobre el marco histórico contemporáneo de la
región nos impide saber si ello representaba una agitación intelectual más ex-
tendida, la cual se manifestaba de formas divergentes, y diseminada por todo
el antiguo Oriente Medio. En cualquier caso, los resultados fueron muy dis-
tintos. No podría haber sido de otro modo dado el tremendo contraste de en-
tornos culturales. El Atón era una fuerza que presidía con actitud benigna
pero de lejos un mundo estable y familiar; no era un dios irascible dispuesto
a intervenir en los asuntos del hombre y a dictar su comportamiento. La en-
señanza moral estaba arraigada en Egipto desde hacía tiempo y solía ir apar-
te de la teología, cuyo principal interés era el funcionamiento del universo.
La religión de Ajenatón pertenecía a esta tradición: no le interesaba el des-
tino o la condición del hombre —en verdad, este no era un tema en el que
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 335
ketatón, que falleció a una edad temprana y fue enterrada en una cámara
sólo para ella en la tumba real de El-Amarna; luego venía Anjsenpa-atón
quien, con el nuevo nombre de Anjsenamón, acabaría desposándose con Tu-
tankhamón y, durante un breve tiempo, fue la principal reina de Egipto. De
las tres últimas sólo sabemos los nombres: Nefernefruatón la Joven (Nefer-
nefruatón era el primer nombre en los cartuchos de Nefertiti), Nefernefrure
y Setepenre. Es posible que este grupo exclusivamente femenino sea la fiel
representación de toda la familia de Ajenatón. Sin embargo, existen indicios
válidos de que Tutankhamón fuese hijo de Ajenatón, aunque no forzosa-
mente por parte de Nefertiti, pues es sabido que Ajenatón tuvo más de una
esposa? Si es cierto, la importancia dada a la feminidad podría ser una face-
ta de la ideología
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de Ajenatón.
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338 EL ANTIGUO EGIPTO
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FIGURA 87. Ajetatón o el «Horizonte del Sol», la nueva ciudad de Ajenatón. Arriba, recons-
trucción del paisaje en la dinastía XVIII, en la cual se muestra la extensión de las tierras culti-
vadas en la orilla occidental del río que quedaban comprendidas entre las estelas de demarca-
ción. Abajo, reconstrucción del aspecto original de una de las estelas de demarcación, la «N». La
estela, de 3,9 metros de altura, se halla flanqueada por unas estatuas. Cada grupo de las mismas
representa a Ajenatón y Nefertiti que sostienen delante de ellos una tablilla vertical y estrecha
con los nombres del Atón y los suyos propios inscritos. Les acompañan sus dos hijas mayores,
Meritatón y Meketatón. Todavía se conserva gran parte de la estela y las esculturas.
340 EL ANTIGUO EGIPTO
nan que el Atón le había guiado hasta aquel lugar, el cual había escogido y
que no había pertenecido antes a ningún dios o diosa. Los templos y los pa-
lacios serían levantados dentro de los límites señalados por las tablillas, y los
campos y las aldeas existentes en la otra orilla del río se encontraron con que
formaban parte del grandioso proyecto. Un año después, volvió a visitar el
emplazamiento y se esculpió una segunda tanda de tablillas en las colinas. En
ellas está escrito un juramento del faraón:
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EL-AMARNA ¡E tumbas $.
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FIGURA 88. Mapa del valle del Nilo en El-Amarna donde se señala la extensión de Ajetatón tal
cual la definen las estelas de demarcación. Detrás de El-Amarna hay dos grupos de tumbas ex-
cavadas en la roca (las tumbas norte y las tumbas sur), la tumba real y dos asentamientos ubi-
cados en la periferia, la Aldea de los Obreros (AO) y la Aldea de Piedra (AP).
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FiGuRa 89. Mapa de la antigua ciudad de El-Amarna, que muestra los principales edificios ex-
cavados y las construcciones modernas,
344 EL ANTIGUO EGIPTO
sobre todo por labriegos, debió de ser así bastante reducida. Sin datos más fi-
dedignos es imposible proseguir esta línea de argumentación, pero lo que sí
sugiere este ejercicio es un cierto equilibrio entre la capacidad de sustenta-
ción de la tierra y la población que había dentro de los límites de Ajetatón.
No obstante, un ideal general era además acumular stocks del excedente ce-
realístico (cúmulos de grano, en términos de hoy). Para conseguirlo, se po-
dría haber incrementado el producto local con el de las fincas particulares de
fuera de los límites y, tal vez, con las rentas para Atón de otros lugares. Los
templos de Atón en Karnak eran abastecidos con «ofrendas» de procedencia
diversa, inclusive de los alcaldes de provincias.” Pero ello ocurría en los pri-
meros tiempos del faraón. Las proclamas en las estelas de demarcación po-
drían significar que, en lo sucesivo, se iba a abastecer al Atón de Ajetatón
sólo con las tierras que eran suyas, aquellas delimitadas por las estelas. La
asignación a una institución de una franja de terreno, extensa y situada jun-
to a ella, es tan contraria a la pauta corriente de propiedad de tierras por par-
te de las instituciones que, de por sí, podría indicar una aplicación de la nue-
va sencillez que, al parecer, Ajenatón encontraba atrayente.
La excavación de los arqueólogos deja al descubierto los contornos de
unos edificios en ruinas, pero los resultados pueden estar muy lejos de cómo
se mostraba la ciudad a los que vivieron en ella. En El-Amarna, tenemos la
suerte de poseer pinturas de la ciudad, conservadas en varias de las tumbas
excavadas en la roca del asentamiento, tal y como la vieron algunos artistas.”
Tenían una perspectiva muy diferente de la nuestra: su propósito era dejar
constancia de las sensaciones visuales de hallarse en ciertos lugares impor-
tantes, en vez de pintarlos con precisión topográfica. En consecuencia, hay
que usarlas con cautela. Aun así, muestran muchas estructuras arquitectóni-
cas importantes que de otro modo desconoceríamos, y también que la afición
de los antiguos egipcios por los árboles y los jardines estaba bien representa-
da en la ciudad. Habría poseído un verdor del cual la aridez actual del lugar
carece por entero.
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excavadas en a
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norte y las del sur, por los riscos y colinas que bordean el asentamiento, for-
mando un gran arco, al este. Pertenecían a los cortesanos y los funcionarios.
Si bien en Tebas suelen encontrarse tumbas inacabadas, en El-Amarna esto
es la norma. Pero, puesto que una costumbre habitual en la antigúedad era
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 345
traer los decoradores tan pronto había espacio de pared suficiente para que
trabajasen, se terminó buena parte de la decoración en relieve de los muros
aun cuando los albañiles podrían no haber acabado de excavar las cámaras
interiores. Las escenas son variaciones de una serie limitada de temas, la ma-
yoría de los cuales se centran en la vida de la familia real. El propietario de
la tumba sólo aparece como un personaje secundario, excepto en la entrada,
donde con frecuencia se le permitía que cubriese las paredes laterales con fi-
guras de sí mismo rezando una larga oración, y al fondo de la tumba donde,
en unos cuantos casos, se ha empezado una estatua del propietario y está ro-
deada de pequeñas representaciones de su familia.
Existe otra fuente de información pictórica. Los templos nuevos y el Gran
Palacio fueron construidos en parte con piedra y se decoraron las paredes con
frescos, los cuales a veces mostraban la misma clase de escenas de la vida de
la ciudad en torno a la familia reaj que se encuentran en las tumbas particula-
res. En el reinado de Ramsés II, unos 50 a 100 años más tarde, El-Amarna era
una ciudad en gran parte desierta, con los edificios públicos abandonados si
bien, todavía, en buen estado. Constituían una tentación demasiado grande en
tanto que fuente de material de obra barato. Se demolieron con todo cuidado
y se llevaron las piedras transportándolas en barco para utilizarlas en el gran-
dioso programa de construcción de templos del faraón. Muchas de ellas hicie-
ron un trayecto corto, hasta la ciudad de Hermópolis al otro lado del río. Las
excavaciones han sacado a la luz unos 1.500 bloques sueltos, pero es probable
que sólo sea una porción muy pequeña de la cantidad original. No las pode-
mos recomponer para formar la escena entera pero, solas o en pequeños gru-
pos, constituyen una fuente de información muy útil.”
En las estelas de demarcación, Ajenatón prometía construir las tumbas
para él y su familia en Ajetatón. El nuevo Valle de los Reyes estaba en un
lugar particularmente apartado hacia el este. Una caminata de 5 km nos lle-
va desde la ciudad hasta la entrada al wadi que conduce al valle real y, en-
tonces, quedan por delante otros 6 km antes de llegar al emplazamiento de
la necrópolis real. Sólo una de las varias tumbas proyectadas se llegó casi a
.
completar y era la del propio Ajenatón. T;1 las dimensiones y 1las caracte-
+
bió al trono, hubo una nueva fase de actividad constructora en las afueras in-
mediatas de la aldea. Los habitantes comenzaron a edificar capillas, destina-
das a ser lugares de reunión familiar, en las laderas de las colinas. Se han en-
contrado algunas inscripciones, en las cuales se menciona principalmente a
los dioses tradicionales, incluido Amón-Re, a quien Ajenatón consideraba su
mayor enemigo. Por lo visto, tras el fallecimiento de Ajenatón la gente per-
maneció en este lugar durante un período más largo de lo que se suele
creer, tal vez vigilando las tumbas o hasta que se hubieron llevado sus pre-
ciosos contenidos, o quizás sólo por si un nuevo vuelco de la historia volvía
a traer a la corte. Las excavaciones posteriores realizadas en la ciudad prin-
cipal, en un lugar que abastecía de agua y, probablemente, también de cerá-
mica a la aldea, han confirmado que el reinado de Tutankhamón devolvió,
aunque por poco tiempo, la vitalidad a algunas partes de El-Amarna.
1. La comitiva oficial,
2. la escolta armada,
3. ademanes de deferencia especial por parte de aquellos a quienes se
permite acercarse,
4. la «aparición», solo o acompañado de la familia, en el balcón de pala-
cio,
pasar revista a las tropas y los representantes del imperio en público,
actos de culto públicos o semipúblicos,
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1 .
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FiGuRa 90, El paseo real en carro. Registro superior, Ajenatón y Nefertiti se marchan en carro
de uno de los templos al Atón (representado por una entrada con pilonos y mástiles de bande-
ra). Se dirigen hacia un edificio fortificado, situado entre lo que parecen ser unas cercas, proba-
blemente el Palacio de la Ribera Norte (figura 91), flanqueados por un cuerpo de guardia que
va corriendo y liderado por «Mahu, jefe de policía de Ajetatón». Registro inferior, la pareja real
pasea en carro por un camino delimitado, al parecer, por la misma cerca y nuevamente les acom-
pañan Mahu y el cuerpo de guardia. Procedente de la tumba de Mahu, tomado de N, de G. Da-
vies, The Rock Tombs of El-Amarna, vol. IV, Londres, 1906, láminas XX-XXII.
350 EL ANTIGUO EGIPTO
elementos que hemos de aislar (figura 91). La espina dorsal era una avenida
larga y recta, el llamado «camino real», que enlazaba la ciudad central con la
ciudad norte. La topografía del lugar influyó en la ubicación de sus dos ex-
tremos. Á pesar de que hablamos de la «planicie de El-Amarna», desde el
punto de vista de los que la visitan no es especialmente llana. Varias
ondulaciones grandes la recorren de norte a sur y quienes la atraviesan de
una punta a otra las notan claramente. El camino real unía dos de ellas.
La ciudad central se levantaba sobre una y, en el punto más alto, estaba la
Casa del Faraón, en una estribación que corría en dirección este, en donde
también se construyó el puesto de policía; al otro extremo estaba la ciudad
norte, encajada y protegida a los pies de los riscos en el punto donde bor-
dean el río.
La ciudad norte (figura 91) tenía un edificio de construcción sólida, el Pa-
lacio de la Ribera Norte, ceñido por una impresionante muralla de fortifica-
ción. Probablemente era la residencia principal del monarca, de carácter pri-
vado y separada del resto de la ciudad, así como también muy resguardada.”
Parte de esta muralla, en la cual se abre una entrada inmensa, sigue siendo
una estructura notoria. Entre la muralla y el palacio en sí había almacenes y
otros edificios, los cuales pudieron haber sido los barracones del cuerpo de
guardia del faraón. Al otro lado del camino existía un grupo de casas, algu-
nas de las cuales son las más grandes de la ciudad, y que probablemente eran
las de los cortesanos más allegados al rey. Un gran edificio de la administra-
ción, construido en terrazas al final de las laderas de los riscos, cerraba por
el norte la ciudad norte y contenía un bloque enorme de almacenes para
guardar productos, una parte del cual tal vez fuese un granero. Ello presu-
pone que la ciudad norte y la residencia privada del faraón eran autosufi-
cientes, disponiendo de una reserva de alimentos independiente de aquellas
que mantenían al resto de la ciudad. Todo el lugar, a la sombra del inmenso
precipicio, posee una atmósfera muy distinta de las otras partes de la ciudad
y, por lo visto, era tan atrayente para Ajenatón como lo es para los visitan-
tes actuales.
Aquí empezaba el camino real y luego continuaba en dirección sur, por un
terreno bajo y despejado, hasta la ciudad central. Era el recorrido que seguía
el paseo real en carro, una de las escenas predilectas en las tumbas. En una
de ellas aparece incluso el Palacio de Ja Ribera Norte, dibujado como una
fortaleza estilizada coronada por almenas, que constituía el punto de partida
de los reyes, así como una especie de cerca situada a ambos lados del gran
camino (figura 90). En el capítulo Y veíamos la trascendencia que tuvieron
las fiestas con las procesiones de los dioses en la ciudad de Tebas, cómo pro-
porcionaron un espectáculo público anual y una reafirmación simbólica ante
el mundo exterior mientras recorrían grandes distancias. En la más impor-
tante de todas llegaba el faraón para incorporar, y en cierto modo sumergir
en ella, su persona. El culto al Atón lo frenó todo. Ya no había más barcas
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 351
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Ficura 91. Diagrama del principal elemento estructural de El-Amarna, el itinerario procesio-
nal del faraón.
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LA CIUDAD DE EL-AMARNA 353
sagradas que transportar. El disco del Atón hacía su propio recorrido por el
cielo en procesión permanente. Ajenatón había creado otro vacío e intentó
llenarlo con los desfiles de sí mismo, convertido en el centro de la adulación
pública, sustituyendo el transporte majestuoso, colorido y ruidoso de las imá-
genes divinas de antaño por el brío militar. Atisbamos fugazmente el mundo
que le seguiría. El rey, la reina, las hijas, el séquito en sus carros y el cuerpo
de guardia que corre, los cuerpos inclinados hacia adelante, junto a ellos (fi-
gura 90): reconocemos las bases de una escena que se repite hoy día en las
capitales y durante las ceremonias oficiales en el mundo entero, La limousi-
ne presidencial, el landó real, la escolta motorizada, los consejeros presiden-
ciales y los guardas de seguridad; todo forma parte de una función en públi-
co interpretada durante los milenios siguientes siempre que los gobernantes
y los líderes han respondido al deseo de una aclamación general.
Yendo en dirección sur, el camino real pasaba por delante de un edificio
apartado y orientado hacia el río, el Palacio Norte.* Cuando se excavó en los
años veinte, se descubrió que se trataba de una residencia real independien-
te, con salones oficiales de recepción, unas dependencias de carácter domés-
tico compuestas por dormitorio y sala de baño, un templo solar al aire libre,
y jardines y patios cuyas paredes estaban pintadas con escenas de colores bri-
llantes tomadas de la naturaleza y en los cuales se guardaban animales y
aves. Los numerosos fragmentos de inscripciones recuperados revelan que la
persona a la cual estaba finalmente destinado el Palacio Norte era la prince-
sa mayor y heredera, Meritatón. Puede que se convirtiese en su residencia
principal cuando, en vida de su padre, alcanzó la mayoría de edad. Por su fi-
nalidad esencial ——proporcionar un palacio totalmente apartado a la reina
principal y su familia—, se ajusta al tipo de palacio-harén documentado en
los textos y en el yacimiento de Madinet el-Ghurab (véase el capítulo V),
mientras que por su ceremoniosidad se le puede comparar, por ejemplo, con
el trozo que queda del palacio de Merenptah en Menfis.
Pasado el Palacio Norte, el camino real atravesaba finalmente la primera
de las zonas con una gran concentración de edificios, el barrio norte, e ini-
ciaba la suave ascensión hacia la meseta baja sobre la cual se levantaba la
ciudad central. Ésta estaba distribuida en torno al extremo del tramo princi-
pal del camino real (figuras 89, p. 343, y 91, p. 351).” El Gran Palacio se en-
contraba junto a la banda oeste y probablemente cubría toda la extensión de
terreno hasta la orilla del río.* Contenía una zona privada con patios y salas
acogedores, pintados de colores brillantes (véase un fragmento del pavimen-
to decorado en la figura 77, p. 283). Pero el eje del edificio lo constituía un
patio enorme rodeado de estatuas colosales de Ajenatón y un complejo de
salas, patios menores y monumentos. Estas partes fueron construidas en pie-
dra y puesto que, después del abandono de la ciudad, la sillería fue quitada
de modo sistemático, ahora resulta difícil tener una idea segura de cómo
eran. Sin embargo, fueran cuales fuesen los detalles, el conjunto servía para
23.—KEMP
354 EL ANTIGUO EGIPTO
algunos de los altares ubicados a los lados de los patios estaban resguardados
por paredes, apenas si difería del resto del templo. La provisión de numero-
sos altares es un rasgo distintivo del culto de Ajenatón. Las escenas con re-
presentaciones del templo en las tumbas contemporáneas muestran los alta-
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 355
res con pilas de ofrendas de comida y bebida encima. Esta era la forma tra-
dicional de servir a los dioses, pero parece que Ajenatón la utilizaba para ha-
cer una demostración de suma devoción. Alcanzó su punto álgido en un au-
téntico prado situado junto a la «Casa del Regocijo», en el lado meridional,
donde se colocaron varios centenares de mesas de ofrendas. Al fondo del
Gran Templo se encontraba el segundo edificio de piedra cuya característica
principal era, otra vez, los patios descubiertos completamente llenos de hile-
ras de mesas de ofrendas. Cuando observemos las plantas y los dibujos con
las reconstrucciones, hemos de recordar que lo único que Sobrevive son los
cimientos junto con representaciones antiguas en las tumbas excavadas en la
roca de El-Amarna. Dan mucho pie a interpretaciones distintas. Por ejemplo,
mientras que los excavadores se los imaginaban construidos más o menos a
la altura del suelo y cerrados por altos muros, es posible sostener que, en su
mayor parte, estaban edificados sobre plataformas de hormigón yesoso y te-
nían una fachada abierta, de modo que los actos de culto iniciales celebrados
por el faraón estaban a la vista de todos, tal y como sugieren los frescos de
las tumbas (figura 93).%
Otra estructura sacra acabada dentro del recinto era un monumento en
posición erecta, una piedra benben. Una vez más, estamos en deuda con las
escenas antiguas de las tumbas por facilitarnos su forma (figura 30.5, p. 111).
Estaba colocada sobre un pedestal y se trataba de una losa de piedra con el
borde superior redondeado. Como señalábamos en el capítulo Il, esta fue,
desde tiempos antiguos, la forma de un simbolo sagrado del Sol y, posible-
mente, el original estaba en Heliópolis, justo a las afueras de la ciudad actual
de El Cairo. No se conocen realmente el origen de la figura ni los motivos de
su enlace con el Sol, pero que Ajenatón la conservase es uno de los bastan-
tes indicios de que dependía mucho de las ideas tradicionales para la forma
y la presentación de su culto.
La ciudad central poseía otro templo de menores dimensiones dedicado al
Atón, denominado «la Mansión del Atón». Se hallaba al lado de la Casa del
Faraón. Fundamentalmente, es una versión reducida del Gran Templo. Ocu-
paba un recinto mucho más pequeño y lo rodeaba una muralla en cuya par-
te exterior había torreones espaciados a intervalos regulares. Es algo que ya
conocemos por otros templos del Imperio Nuevo, donde los datos indican
que las torres estaban coronadas por almenas para dar la impresión al mun-
do exterior de que el templo se hallaba en el interior de una fortaleza (véa-
se el capítulo V). La entrada estaba situada entre dos pilonos que, todavía
hoy, constituyen un elemento destacado del paisaje. Por la parte externa es-
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los cuales ondeaban las flámulas. Una vez cruzada la entrada con los pilonos,
en el centro del primer patio había una gran plataforma de las llamadas «tol-
do». Detrás de otros dos grupos de pilonos venía el santuario de piedra, que
era casi un calco del que había en el Gran Templo. La reciente revisión de
4
RT
FiGura 93. Veneración semipública del Atón en uno de los templos de la ciudad central. Arri-
ba, el faraón se halla de pie sobre una plataforma situada en el interior del templo realizando
unas ofrendas. Dentro del mismo hay numerosas mesas pequeñas de ofrendas. Le están obser-
vando algunas de sus hijas y grupos de espectadores obsequiosos. Adviértase el matadero que
hay arriba, a la izquierda, con las piedras para trabar a los animales. Procedente de la tumba de
Panehesy, tomado de N. de G. Davies, The Rock Tombs of El-Amarna, vol. T, Londres, 1905,
lámina XVITI. Abajo, una reconstrucción del santuario del Gran Templo de Atón, tomada de B.
J. Kemp, Amarna Reports, vol. IV, Londres, 1987, p. 112, fig. 8.7. Con los datos disponibles se
pueden hacer otras reconstrucciones.
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 357
EN
pl
FiGURA 94, Un retrato de la familia real mientras descansa en la intimidad. De todas maneras,
el retrato en sí era objeto de la veneración privada, pues seguramente se encontraba en una ca-
pilla levantada en el terreno de una casa particular. Piedra caliza, 32 cm de altura. Ajenatón se
halla sentado a la izquierda y sostiene en sus brazos a su hija mayor y heredera, Meritatón; Ne-
fertiti está sentada de cara a él, con su segunda hija, Meketatón (moriría al cabo de poco tiem-
po), en el regazo y meciendo a su tercera hija, Anjsempa-atón (más tarde, esposa de Tutankha-
món). Museo de Berlín, 14145.
partes de este templo ha puesto de manifiesto con gran claridad de qué ma-
nera fue objeto de mejoras durante el período de Amarna. En un principio
estaba el «toldo», que tal vez fue el primer lugar de El-Amarna en que el fa-
raón pudo adorar de la manera adecuada al Atón. Posteriormente se demo-
lió hasta sus cimientos, probablemente para reemplazarlo por el santuario de
piedra situado más al fondo. Sólo entonces se construyeron los pilonos, y
358 EL ANTIGUO EGIPTO
hubo que esperar al reinado de Smenkere para poder encontrar los albañiles
que empezasen el proceso de adornar con piedra la entrada principal.*
Dada su ubicación en el centro de la ciudad, este templo menor era, por
lo visto, el lugar donde el faraón celebraba muchos de los actos semipúblicos
de culto y, así, en esencia era una capilla real. Sea o no una coincidencia, si
uno se sitúa enfrente de los pilonos del templo y, siguiendo el eje de éste,
mira en dirección a las colinas a lo lejos, se encontrará con que el eje apun-
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vista de ello, se puede sostener que este templo era el equivalente a un tem-
plo funerario y en él las estatuas de Ajenatón recibirían un mayor grado de
atención devota del que se les podría haber dado en otros edificios reales. La
presencia de un pequeño edificio, probablemente consistente en un vestidor
y una ventana de la aparición, en el segundo patio otorga cierto peso a esta
idea, pues esta estructura era un elemento esencial en los templos funerarios
de Tebas.” Y también se le otorga el uso del término «mansión» que por lo
general, si bien no de modo exclusivo, en el Imperio Nuevo se empleaba para
designar los templos funerarios y los santuarios.
El culto a la efigie del monarca formaba parte desde antiguo de la ideo-
logía del Estado egipcio, pero en circunstancias normales los datos de que
disponemos se reducen a los templos. La proliferación única de materiales
excavados en El-Amarna nos permite, por una vez, ver hasta dónde podía
llegar. Los datos más importantes proceden de un edificio (R43.2) situado en
el punto donde la zona oficial de la ciudad lindaba con el barrio residencial
meridional (figura 95).* Estaba construido de adobes y poseía algunos ele-
mentos del diseño tradicional de los templos: un patio anterior descubierto
(con árboles) y salas provistas de columnas, una más grande y otra más pe-
queña; todas las dependencias estaban distribuidas de modo simétrico alre-
dedor de un eje central. En el centro de la sala interior se colocó un santua-
rio de madera con escenas del Atón y la familia real labradas y pintadas. Una
inscripción alude a «la gran estatua que el rey hizo hacer», la cual probable-
mente iría dentro del altar. También se encontraron aquí fragmentos de ta-
llas y una pequeña esfinge de madera, así como numerosas cuentas y colgan-
tes. Una característica rara del edificio es el presunto dormitorio contiguo a
la sala de la estatua. Tan sólo podemos hacer cábalas respecto a la naturale-
za del culto, si bien por la localización del edificio y su carencia de preten-
siones pudo tratarse de un centro bajo los auspicios de un particular.
Aunque se ha perdido esta estatua, las excavaciones en las zonas residen-
ciales de la ciudad han sacado a la luz otros trozos de estatuas reales, las cua-
165 Gacolal 11 Gecñtio ac 105 pequenos salitualivs qui daubridaDdal 1U% jatutlico
laa dohíarn ir danter, da no rnaniannaa Lantriarino Sia adarnaharn lao sardina
hoyos de árbol
El EXTTIIA
hb Lana
E
banco
metros
FiGura 95. Capilla de la estatua del faraón en El-Amarna, con la planta y algunos de los ha-
llazgos principales. A partir de J. D. S. Pendlebury, The City of Akhenaten, vol. 1, Londres,
1951, p. 141, fig. 20, láminas XXIT y LXXIX, y de las fichas originales de excavación. a) Esfinge
de madera; b) plumas de madera pertenecientes a la estatua; c) mano de madera de la estatua;
d) yelmo de fayenza procedente de la estatua de Ajenatón; e) tenazas de bronce; f) reconstrue-
ción de la cornisa del santuario de madera.
360 EL ANTIGUO EGIPTO
lo que parecen ser dos recintos con las provisiones de víveres y bebidas. Re-
sulta muy difícil identificar este lugar en el terreno, por cuanto cabe la posi-
bilidad de que el marco arquitectónico no esté completo. Si lo está, entonces
podemos apuntar a un grupo apartado de construcciones situadas en el de-
sierto, entre el Palacio Norte y las tumbas del norte. Se las conoce con el
nombre de los «Altares del Desierto» (figuras 89, p. 343, y 91, p. 351).* En su
fase definitiva, se limpió de piedras una zona del desierto de aproximada-
mente 250 por 300 metros. En ella se levantó un grupo de tres construccio-
nes (1-11) que seguían el mismo eje. La número III es la base de ladrillos,
compuesta por una plataforma con rampas de acceso, para un pabellón. El
intrincado plano interior reproduce un dibujo con las bases de las hileras de
columnas erigidas encima de la plataforma, lo cual prueba que el edificio es-
taba cubierto, y sin duda pudo incluir también un núcleo interior de salas con
columnas o cerradas por muros. La construcción Il es el grupo de los tres
«toldos». En algún momento se había reconstruido el de en medio, de modo
que la única mesa de ofrendas situada en el centro fue sustituida por otras
dos. La construcción l era otra plataforma a la cual se accedía por medio de
unas rampas, si bien esta vez se encontraba a cielo raso. Es posible que el
rehundimiento cuadrado y revestido con ladrillos del centro señale la posi-
ción original de una piedra vertical (¿una piedra benben?), que fue quitada
ya en la antigiedad.
Las construcciones l y II, en un escenario de algo que hace pensar en una
plaza de armas, se parecen muchísimo a la escena que hay en la tumba de
Huya. Es cierto que no existe nada que corresponda a los recintos para las
provisiones de víveres y que la construcción Í no aparece. Pero es posible que
este lugar tuviese otros usos, en los cuales, tal como imaginaron sus excava-
dores, se demolió la construcción II. Así pues, la construcción 1 pudo haber
sido levantada con algún fin después de la recepción del año 12, propósito
que obligó a la remodelación del «toldo» central. En consecuencia, todo el
lugar habría sido una especie de Malkata a pequeña escala, el escenario para
una arquitectura ceremonial de corta duración.
La larga espera bajo el sol fue un suplicio para el grupo de emisarios lle-
gados del extranjero. Después de una de estas ocasiones, los delegados del
rey de Asiria Ashuruballit T se quejaron de ello a su señor, quien, más tarde
y con sarcasmo, transmitió sus quejas a Ajenatón:
¿Por qué se obliga a mis enviados a permanecer de pie a pleno sol? Pere-
cerán si se quedan a pleno sol. Si al rey le complace estar a pleno sol, que se
quede él y sea él quien sucumba. ¡Entonces sacará el rey algún provecho!*
Pero, como muestran claramente las escenas de las tumbas, Ajenatón se cui-
daba bien de no exponerse largo tiempo a los rayos de su dios protegiéndo-
se con toldos y doseles.
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 363
pondencia del Faraón». A finales del siglo xIx, los lugareños descubrieron
dentro del mismo una colección de tablillas de arcilla que ahora se conocen
con el nombre de las Cartas de Amarna, el archivo de la correspondencia di-
plomática que estudiamos brevemente en el capítulo V. El otro edificio del
grupo cuya finalidad conocemos gracias a los rótulos estampados en los la-
drillos se denominaba «la Casa de la Vida». Con este término los antiguos
egipcios se referían a una institución donde se estudiaban y copiaban rollos
de papiro que trataban sobre temas religiosos y otros asuntos serios (medici-
na, astronomía, etc.). Las copias de los textos antiguos habrían hecho de ella
una biblioteca, y es digno de atención el que Ajenatón no se deshiciera de
este centro tradicional de enseñanza.
Este aparato técnico de gobierno estaba alojado en unos locales muy mo-
destos. Se cedió mucho más espacio a la atención de la faceta patrimonial de
la corona: la distribución de artículos y raciones. La Casa del Faraón consta-
ba de tres elementos principales: un palacete, un patio con una avenida ce-
remonial poblada de árboles y una extensa agrupación de depósitos y alma-
cenes. Existían varias entradas, pero las principales se hallaban en el lado
oeste, bien por el camino real o desde el Gran Palacio por medio de un puen-
te, y en el norte entre un par de pilonos. Puede que el palacete tuviese más
de un piso, en cuyo caso hemos perdido toda la información sobre las plan-
tas superiores que, probablemente, serían de carácter más privado. Según pa-
rece, el piso inferior consistía en varios vestidores pequeños (reconocibles
por los biombos de ladrillo), despensas y una gran sala con columnas. En un
salón lateral, se había construido una plataforma junto a la pared norte, al
otro lado de la cual, en el mismo lugar, se había decorado la superficie con
un panel pintado que representaba a unos enemigos cautivos y maniatados.
Este es un dato fundamental, pues sirve para localizar la ventana de la apa-
rición que con tanta frecuencia sale en las escenas de las tumbas particulares
excavadas en la roca en El-Amarna, donde se aprecia este mismo panel de-
corado debajo de la misma.* La ventana de la aparición debía ser una aber-
tura en la pared, situada justo encima del panel y provista de un balcón. La
familia real permanecería de pie entre la abertura y sobre la plataforma que
había detrás. La ceremonia de entrega de recompensas se realizaba en el
gran patio, y el receptor entraba por entre los pilonos y atravesaba la aveni-
da con árboles en dirección a la ventana. Las representaciones existentes de
la ceremonia están centradas en ocasiones especiales: obsequios en oro y
otros artículos preciosos o el anuncio ofictal de un ascenso a un cargo más
importante (véase la figura 92, p. 352). No obstante, por el Edicto de Ho-
remheb, mencionado varias veces en los capítulos anteriores, sabemos que la
ceremonia de entrega de recompensas en la ventana se podía utilizar además
para el reparto habitual de las raciones. Este ceremonial repetido era una
manera de reforzar y recordar que los altos funcionarios dependían del rey.
Ello explica la proximidad del gran bloque de almacenes. Servía para guar-
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 365
dar los productos que se distribuían a modo de raciones a los funcionarios del
faraón. Una parte, puede que todo, debió de ser un granero. Nos permite de-
cirlo la presencia de unos compartimientos, hechos de ladrillos y destinados
al almacenaje de grano, reproducidos fielmente en una de las tumbas de El-
Amarna.
La superficie de este granero es de unos 2.000 metros cuadrados, es decir,
una cuarta parte de la que tenía el del Rameseo, examinado en el capítulo V,
pero podía almacenar grano para sustentar a varios miles de personas, si bien
sólo sería una porción muy pequeña de la población total probable de la ciu-
dad. El orden de magnitud cae dentro del que indicaban los registros de la pa-
nadería del palacio de Seti I en Mentfis, también vistos en el capítulo V. En
este punto se nos plantea un problema interesante. En la comunidad que te-
nemos mejor documentada de aquella época, la aldea de Deir el-Madina, se
pagaba a los obreros con grano que luego utilizaban como medio de trueque
o intercambio. Pero los registros sobre la distribución de raciones a gran es-
cala, algunos procedentes de los palacios y los grandes templos bajo el epí-
grafe de «ofrendas», consignan que los cereales eran distribuidos en forma de
pan y cerveza. Se desconoce por qué razón se tomó la decisión de preferir las
hogazas a los sacos. Quizá las primeras estuviesen reservadas a una ración ex-
traordinaria o a corto plazo en vez de a un sustento fijo, pagado de una vez y
para todo el año. Pero la preferencia de los templos por el pan y la cerveza in-
dica la existencia de una laguna interesante en los datos. Incluso en los tem-
plos cuyo trazado se conserva bien (como el del Rameseo), no existe ninguna
panadería, pese a los restos inconfundibles que éstas dejaban en la antigile-
dad: numerosos hornos, depósitos de cenizas y cantidades ingentes de moldes
de cerámica rotos, El carácter de tales depósitos posiblemente sea lo que ex-
plique su ausencia. Las panaderías eran lugares llenos de humo y que produ-
cían hollín, cenizas y fragmentos de cerámica, por lo cual era mejor que estu-
viesen apartadas del recinto sagrado. En consecuencia, en algún sitio cerca del
Rameseo, pero fuera del recinto sagrado, debió de haber una gran panadería
y cervecería que, hasta la fecha, no ha sido detectada.
Sin embargo, en El-Amarna, donde se puede acceder al terreno exterior
al recinto del templo del mismo modo que a su interior, se han excavado dos
enormes panaderías de carácter institucional. Ocupaban unas largas hileras
de cámaras estrechas y paralelas extendidas muy cerca de la muralla sur de
los dos templos al Atón (figura 96).* Cada cámara era un módulo de cocción
del pan que contenía uno o más hornos circulares del clásico diseño domés-
tico al fondo. Al lado de las paredes había varios contenedores de ladrillo. El
total de cámaras en la panadería situada junto al Gran Templo al Atón su-
peraba el centenar. Los pormenores de lo que acontecía en su interior están
documentados en uno de los sillares de Hermópolis (figura 96), en el que hay
representada parte de una panadería. A un lado de un patio se abren dos cá-
maras. La curvatura que hace la cubierta en cada una probablemente descri-
ja
—
FiGURA 96. Las panaderías del templo en la ciudad central, un raro ejemplo de producción in-
dustrial a gran escala si bien, de modo característico, organizada a base de células de trabajo re-
petidas. La escena de abajo, procedente de un sillar de El-Amarna reutilizado en Hermópolis,
está tomada de J. D. Cooney, Amarna Reliefs from Hermopolis in American Collections, Broo-
klyn y Maguncia, 1965, p. 73.
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 367
nario. Según parece, este era también el sistema que había detrás de los re-
gistros de la panadería de Menfis procedentes del reinado de Seti 1, menos
de cincuenta años después, tratados en el capítulo V.* Allí, la responsabili-
dad de la cocción del pan recaía sobre el alcalde de Menfis. Vale la pena
señalar que también El-Amarna tenía alcalde, aunque se desconoce la ubica-
368 EL ANTIGUO EGIPTO
ción de su casa; tan sólo sabemos la de su tumba (n.* 13). Este planteamien-
to celular de una operación a gran escala sirve de paradigma a todo el siste-
ma antiguo. Estaba basado en la oferta disponible de mano de obra barata.
Esta es la razón de que nos sea posible decir que, en lo tocante a la organi-
zación, los antiguos egipcios podían ser muy eficaces, pero no, en absoluto,
que fuesen eficientes.
El suministro de agua a la ciudad ilustra el mismo fenómeno. Había una
considerable demanda de agua, ya que no sólo era necesaria para los habi-
tantes y los animales, sino también para regar los árboles y demás plantas
que se cultivaban en los jardines de las casas más grandes. Aunque la ciu-
dad estaba al lado del Nilo, muchas casas se encontraban a más de 1 km de
distancia, por lo cual se le facilitó un suministro independiente de agua me-
diante la provisión de numerosos pozos, si bien algunos tan sólo se hallaban
a 350 metros de la línea hipotética del antiguo margen del río. La carencia
general de núcleos de población y ciudades egipcias excavadas nos dificulta
las comparaciones, pero los restos que existen no tienen parangón con El-
Amarna en cuanto al número de pozos. Por ejemplo, toda la gran ciudad de
Kahun debió estar abastecida con el agua traída de un lugar a las afueras de
la muralla. Parece que Malkata, Deir el-Ballas y Madinet el-Ghurab repiten
la misma historia, Asimismo, Deir el-Madina tuvo que depender del agua
traída a lomos de los burros, si bien durante la dinastía XX se intentó reme-
diar la situación con la excavación de un pozo rectangular, provisto de una
escalera continua y que alcanzó la asombrosa profundidad de 52 metros, en
las proximidades de la aldea.” La concentración única de pozos en El-Amar-
na pudo ser otro de los proyectos novedosos de Ajenatón, en este caso para
suministrar a su nueva ciudad una reserva de agua independiente del Nilo.
El diseño de los pozos, desde los grandes en los centros de la administra-
ción hasta los pequeños en las propiedades particulares o de uso público en-
tre las viviendas de la gente pobre, tenía una notable característica en común:
se contaba con que los hombres subirían el agua al menos por una parte de
los mismos. Parece ser que los consideraban aguaderos hundidos a gran pro-
fundidad: se procuraba que la distancia vertical para subir el agua tirando de
una cuerda atada a un cubo o, en el caso de los grandes pozos de la admi-
nistración, con el uso del shaduf, fuera la menor posible, para lo cual hun-
dían la boca del pozo en el terreno y para llegar a ella se tenía que descen-
der por una escalera de caracol situada en una gran abertura circular. En la
figura 98, p. 371, se pueden ver algunos ejemplos reconstruidos.
En 1987, la excavación de un gran pozo de la administración reveló ade-
más un grave problema técnico que, al menos en aquella ocasión, se les plan-
teó a los poceros.* Cuando se excava en el desierto de El-Amarna, nos en-
contramos con que la delgada capa de arena y grava de la superficie cubre un
lecho de marga compacta. Si se continúa perforando, al final se irrumpe en
un estrato espeso de arena suelta y de color gris claro. Aquí está la vena acuí-
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 369
fera que contiene el agua dulce. Por entonces, comenzaba a unos 7 metros
por debajo de la superficie. Sin embargo, es una arena tan suelta que tan
pronto queda expuesta empieza a derrumbarse. En la actualidad, una solu-
ción sería intentar excavar un pozo estrecho, revestir las paredes con un ma-
terial de gran solidez, como piedra o ladrillos cocidos, y subir el agua con la
ayuda de cuerdas o, tal vez, una máquina hidráulica que ahorre trabajo.
Como hemos visto, la solución antigua se preocupaba bastante menos del
trabajo. Los aguadores eran quienes subían el agua llevando a hombros las
vasijas de cerámica. Así, en la mayor parte de su profundidad, el pozo era
una gran abertura de unos 9 metros cuadrados provista de rampas inclinadas.
Encima mismo de la vena acuífera en la arena suelta, la abertura se estre-
chaba hasta quedar el hueco del pozo y el único sistema para impedir su de-
rrumbamiento fue aplicar una capa desigual de arena y arcilla en las paredes.
No resultaba muy eficaz y ellos mismos lo debieron entender de esta forma.
La diferencia existente entre la anchura del pozo y la de la abertura superior
daba cierto margen al derrumbamiento paulatino del primero, que poco a
poco se iba ensanchando hasta que empezaba a socavar las paredes de roca
de la segunda. Por entonces, el pozo se habría ido haciendo cada vez más pe-
ligroso y, por último, se habría tenido que abandonar. A finales del período
de Amarna, este pozo de muestra estaba llegando a este punto.
La Casa del Faraón era el centro de un consumo ostentoso para muchos
funcionarios. La mayor parte de lo que recibían aquí se lo llevaban luego a
casa, pero aun así se acumularon unos desechos más opulentos de lo normal.
El vertedero mayor era un trozo de terreno yermo a las afueras de la ciudad
central, al lado del principal puesto de policía.** Cuando en 1892 Flinders Pe-
trie hizo un reconocimiento, halló en él abundantes sortijas vidriadas en los
cartuchos de los reyes y fragmentos de frascos de vidrio coloreado, además
de un gran número de vasijas de cerámica rotas importadas del Egeo o del
Mediterráneo oriental, cuyo diseño prototípico procedía de Micenas. Tratán-
dose de importaciones, es muy posible que contuvieran aceite.
Las escenas de la vida pública del monarca que predominan en la deco-
ración de las tumbas excavadas en la roca conceden un puesto destacado a la
soldadesca. Vaya donde vaya el rey, vemos contingentes de unidades del
ejército egipcio y mercenarios extranjeros. Está en consonancia con el fuerte
carácter militar de la sociedad del Imperio Nuevo y cuadra con algunas de las
declaraciones que se hacen en el Edicto de Horemheb, donde se alude al
cambio constante de la guardia real. Sin embargo, hay una ausencia notable
de arquitectura militar en el trazado de la ciudad. Visto desde fuera, el Pala-
cio de la Ribera Norte parecía una fortaleza enorme y puede que en los es-
pacios exteriores del mismo detectemos los contornos de unos barracones
para la guardia personal del faraón. Pero no existe nada similar en la ciudad
central ni en las zonas residenciales. Lo que hallamos en el extremo oriental
de la ciudad central es un grupo de edificios destinados, por lo visto, a una
24.-KEMP
EL ESCULTOR, TUTMOSE
FicGura 97. Plano de un sector característico de una de las zonas residenciales de El-Amarna,
en la ciudad principal. El famoso busto pintado de la reina Nefertiti fue hallado en casa de un
escultor, cuyo nombre pudiera ser Tutmose. Las letras que aparecen sobre el plano son: P
(pozo); C (capilla, las dos dentro de un círculo eran capillas públicas); G (granero). El asterisco
indica la probable presencia de un horno de cerámica. La figura 98 está basada en una parte de
este mapa.
escalera
dormitorio principal
LA VIDA SUBURBANA
Casi toda la población fija de El-Amarna vivía en dos grandes zonas re-
sidenciales situadas al norte y al sur de la ciudad central: el barrio norte y la
ciudad principal. El Imperio Medio había presenciado en Egipto el desarro-
llo de una tradición de planificación ortogonal sencilla, que era aplicada a las
calles y las casas de asentamientos hasta llegar a la escala de ciudades de ta-
maño normal. Pero, en el Imperio Nuevo, la idea de una planificación com-
pleta había perdido su atractivo. En realidad, ya lo hemos constatado en Te-
bas con el contraste entre la rígida planificación simétrica de cada templo y
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 373
la interrelación informal entre ellos, la cual quedaba disfrazada por los itine-
rarios procesionales que los enlazaban. En El-Amarna, aparte del corredor
de edificios reales, la planificación era inexistente. En vez de un grandioso di-
seño unitario encontramos unas pocas calles amplias, aunque distan bastante
de ser rectas, que van más o menos paralelas al Nilo y comunican los barrios
con el centro, mientras que unas callejuelas estrechas las cruzan en ángulo
recto. La impresión que produce es la de un grupo de aldeas unidas. Los te-
rrenos particulares de las casas se entrelazan formando un diseño complejo y
dan lugar a unos barrios característicos (figuras 97 y 98). A veces existen con-
centraciones de casas grandes o pequeñas, pero ambos tipos suelen estar
mezclados. Los ricos vivían al lado de los pobres. Apenas había un concepto
de situación privilegiada, aparte del de hacer fachada con una de las amplias
vías públicas que iban de norte a sur. Excepcionalmente, al lado del palacio
principal (el Palacio de la Ribera Norte) había un grupo de casas más gran-
des de lo normal y, dada su ubicación, nos imaginamos que las habitaban per-
sonas muy allegadas al faraón. Pero, por lo demás, parece como si estar cer-
ca de la ciudad central o del camino real hubiese tenido muy poco o ningún
interés. Ya hemos indicado que uno de los funcionarios más importantes del
faraón, el visir Najt, vivía lo más lejos que podía de aquél. La casa del sumo
sacerdote Panehsy (uno de los pocos agraciados con una gran tumba en el
grupo norte así como con una residencia oficial al lado del Gran Templo al
Atón) estaba en la ciudad principal y bastante apartada del camino real; otro
sacerdote, Pauah, vivía en una gran mansión en el centro de la ciudad prin-
cipal. Los asuntos en la ciudad central y los que se trataban con el rey supo-
nían el tener que desplazarse a diario en carro. De ello dejan constancia fiel-
mente las escenas de las tumbas.
Las plantas de las casas particulares de El-Amarna son, fuera de su ta-
maño, extraordinariamente uniformes.* Aunque no suelen haber dos vivien-
das idénticas, siempre se repiten los mismos elementos en combinaciones un
poco diferentes (figura 97). La dependencia principal es una sala de estar
cuadrada situada en el centro. A un extremo se hallaba una tarima baja de
ladrillo donde se sentarían el propietario y su esposa para recibir a los invi-
tados. A veces había una pila de piedra enlucida pegada a otra pared. Con
una O más columnas de madera se habría subido lo suficiente el techo para
poder abrir unas ventanas arriba de todo de las paredes. En las casas más
grandes, estas ventanas consistían en unas rejas de piedra. Alrededor de esta
pieza central se distribuían otras: una sala de recibir exterior, despensas y los
cuartos de uso más personal y doméstico. El propietario tenía un dormitorio
mayor, en el cual había una cama de madera situada en un hueco alto al fon-
do. En el mejor de los casos, al lado estaban el cuarto de baño y el retrete.
Sin embargo, la evacuación de las aguas residuales era de lo más sencilla, En
la ciudad no hay el menor indicio de la existencia de una red de alcantarilla-
do público.
374 EL ANTIGUO EGIPTO
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Ficura 99. Las actividades realizadas en una casa grande de Tebas, según un artista egipcio. A
primera vista, la pintura representa una vivienda con varias plantas, pero también es posible que
las dependencias principales, a la izquierda, fueran contiguas y estuviesen en el mismo piso. Las
escenas principales muestran: 1) se está hilando lino y tejiéndolo en un telar vertical, mientras
que a la derecha de todo una figura se inclina sobre un molinillo de mano para moler la harina;
2) la sala principal de recepción en donde el propietario, sentado en una silla colocada encima
de una tarima baja, está siendo servido. Es probable que los rectángulos que hay arriba de la pa-
red sean ventanas; 3) una habitación interior, en la cual el dueño está, por lo visto, tratando de
negocios acompañado por dos escribas sentados sobre el suelo; 4) una hilera de contenedores
de grano; 5) un carnicero corta la carne sobre una mesa y cuelga los cuartos para curarlos. To-
mado de N. de G. Davies, «The town house in ancient Egypt», Metropolitan Museum Studies,
1 (1929), pp. 234-235, figs. 1A y 1B.
Que sepamos, la decoración de las casas era mínima. Las paredes de fue-
Le
er ana AI r- LI A ALA
FiGuraA 100. Dos vistas antiguas de casas. Abajo, una vivienda en un terreno propio, rodeado
por una
por una muralla
m uralla con
con | laa parte
parte superior
superior acanalada.
acanalada. Por encima de
Por encima de la
la misma
misma sobresalen dos silos
sobresalen dos d
silos de
grano y el tejado de otro edificio. Procedente de la tumba de Anena en Tebas, tomado de N. de
G. Davies, Scenes from Some Theban Tombs (Private Tombs at Thebes, IV), Oxford, 1963, lá-
mina XXI. Arriba, boceto de una casa de El-Amarna procedente de un sillar de piedra caliza
reutilizado en Hermópolis. Tomado de J. D, Cooney, Amarna Reliefs from Hermopolis in Ame-
rican Collections, Brooklyn y Maguncia, 1965, p. 74.
376 EL ANTIGUO EGIPTO
LÁMIMA 11. La riqueza privada: las bases de los graneros circulares de ladrillo en una propie-
dad particular de El-Amarna, casa U24.1. Orientada al noreste. Cada silo tiene un diámetro de
unos 3,5 metros. Cortesía de la Egypt Exploration Society.
378 EL ANTIGUO EGIPTO
Las casas de los ricos y de los pobres se diferencian más por el tamaño que
por el diseño, aunque las más grandes poseían también elementos, tales
como un porche de entrada, que en sí denotaban la condición social. Si con-
sideramos las dimensiones de la vivienda de una persona como un indicador
aproximado de su posición en la sociedad, la distribución por tamaños de las
casas nos proporciona un perfil general de la clase de sociedad que nos ocu-
pa. La manera más fácil de observar todo el cúmulo de datos es tabulándo-
los (figura 101). Aunque hay saltos e intervalos de discontinuidad, la pauta
general de los datos se ajusta a una curva en la cual, pasado un punto en don-
de se concentran las casas de un tamaño muy básico, decrece ininterrumpl-
damente el número de las mayores. No existen rupturas o estancamientos
pronunciados. Si recordamos que aquella fue una época de enorme prosperi-
casas
de
núm.
Ficura 101. Diagrama de barras con las frecuencias de las casas con tamaños diferentes en la
ciudad principal de El-Amarna. El tamaño de las casas se da a intervalos de 10 m”. Es asombro-
sa la regularidad que presenta la curva de distribución, Tomado de Piers Crocker, tesis inédita,
Universidad de Cambridge, y cf. «Status symbols in the architecture of El.-Amarna», Journal of
Egyptian Archaeology, 71 (1985), pp. 52-65.
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 379
dad a nivel nacional, por lo que se refiere a esto el abismo entre ricos y po-
bres no era tan amplio como se podía pensar. Los ricos y poderosos vivían en
casas grandes, no en palacios. El gran abismo se abría entre el rey y los de-
más.
Los planos de la ciudad, en los que las paredes y los espacios libres están
señalados con rayas negras sobre fondo blanco, dan una sensación de frial-
dad que puede resultar engañosa. Ocurre lo mismo con los dibujos de re-
construcciones que transforman El-Amarna en un agradable barrio ajardina-
do. Para tener una impresión más real de lo que sería vivir allí, hemos de
comenzar haciendo una relación del total de restos de la ocupación humana.
La figura 102 es una pequeña porción de un plano moderno que sirve justa-
mente para esto. Muestra un sector de la ciudad antes de su excavación, aun-
que algunas partes ya estaban removidas a causa de los sondeos practicados
por los buscadores de tesoros en el siglo pasado. La superficie es ondulada,
formando un dibujo muy complejo de montículos y hondonadas, representa-
dos aquí mediante curvas de nivel. Es muy difícil comprender el efecto cuan-
do se pasea por primera vez sobre el terreno. Sin embargo, a medida que nos
vamos familiarizando, podemos empezar a entenderlo, sobre todo a partir de
las sutiles variaciones en la composición de la superficie. Aquéllas nos per-
miten distinguir entre los montículos de escombros y arena que cubren las
casas sin excavar, y los que son los restos de vertederos antiguos. Estos últi-
mos aparecen sombreados en la figura 102. Hemos de tener presente que, en
los tres milenios transcurridos desde su formación, se han ido esparciendo y
además han perdido algo de su volumen original, pues el viento ha barrido la
arena y el polvo. El cuadro que así nos queda es uno en el cual, lejos de las
amplias vías públicas en la dirección norte-sur, se formaban acumulaciones
prominentes de desperdicios de carácter doméstico casi en cualquier espacio
libre disponible fuera de los recintos amurallados de la gente acomodada.
Los basureros asomaban peligrosamente cerca de los pozos públicos y de-
bieron reducir el acceso a las viviendas más pequeñas a unos senderos estre-
chos que serpenteaban entre ellos. Es posible que echen a perder la imagen
que tenemos de la ciudad de Ajenatón, pero no tendríamos que hacerles de-
masiado caso. Los habitantes originales los aceptaban (después de todo, po-
drían haberse molestado en llevar las basuras más lejos), y ahora son de
enorme importancia para el arqueólogo. En los primeros tiempos de los tra-
bajos de campo en El-Amarna, la gente excavaba en las casas con la espe-
ranza de descubrir lo que habían abandonado sus moradores. Los resultados
eran con frecuencia desalentadores; por dos razones. La ciudad no fue desa-
lojada a toda prisa: por lo visto, sus habitantes tuvieron tiempo de sobras
para empaquetar sus pertenencias; y, en cualquier caso, los egipcios solían
barrer sus casas con regularidad. Pero no depositaban la suciedad muy lejos.
La figura 102 incluye parte de la vivienda y el recinto amurallado de uno de
los altos funcionarios de El-Amarna (046.1). La entrada principal estaba en
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382 EL ANTIGUO EGIPTO
la banda este y daba a la calle mayor; la entrada posterior conducía a una pe-
queña zona de terreno yermo. Justo a un lado hay un vertedero enorme que,
originalmente, se amontonaba contra el muro del recinto. Es difícil resistirse
a identificarlo como el basurero principal de la casa grande. Ésta fue exca-
vada en 1914, pero el montón de desperdicios sigue intacto. Si queremos
completar nuestro informe de lo que dejaron los ocupantes, también hemos
de excavar aquí.
Ajenatón despojó de sus ropajes la religión institucionalizada y con ello
reveló, por un breve lapso de tiempo, la cruda verdad de la creencia general.
En estas circunstancias únicas, podemos examinar cuál fue la reacción de la
gente durante el mandato de Ajenatón y también después, por un tiempo en
el reinado de Tutankhamón, cuando se continuaban habitando grandes sec-
tores de la ciudad y las amenazas del orden anterior habían resurgido. Como
hemos visto, el culto al faraón proseguía con vigor, practicándose incluso
en los jardines traseros de las casas. Todos los que podían permitirse tener
un jardín amurallado, colocaban con frecuencia en él un pequeño santuario
consagrado a la familia real. Pero no sabemos cómo los utilizaban los mora-
dores ni qué sentimientos despertaban en ellos. Puede que fuese algo más
que un acto formulario o un gesto vacío de pura conveniencia, pues el culto
a las estatuas reales promovido por los funcionarios alcanzó su apogeo en el
siguiente período ramésida.* Además, parece que las estatuas de Ajenatón
en los santuarios de los jardines particulares no eran en el estilo grotesco que
favorecían los edificios reales. Ajenatón estaba manipulando una fuente real
e intensa de poder. El faraón siempre había sido un dios y es posible que el
culto a la nueva imagen regia hallase una acogida emocional auténtica. Y lo
mismo ocurría con el Atón. A causa de la carencia de datos y debido al fra-
caso definitivo de las ideas de Ajenatón para sobrevivirle tras su desapari-
ción, es fácil llegar a la conclusión de que el culto al Atón tenía pocos adep-
tos entre el pueblo. Sin embargo, en medio de este panorama negativo,
existen dos cartas únicas escritas en papiro por un funcionario subalterno de
EL- Amarna a sus parientes y que tratan de asuntos
a privados. En ellas sise uti-
modo que lo fueron Amón y otras divinidades en las cartas de otros perío-
dos.” Si la historia hubiese tomado un curso diferente, y los faraones si-
guientes hubiesen mantenido el culto al Atón, a partir de evidencias de esta
índole es posible imaginar que el Atón habría desarrollado una vertiente
realmente popular.
Como vimos en el capítulo V, los grandes temp
unos pequeños santuarios alrededor de la parte exterior de sus murallas,
donde todos los que no fuesen sacerdotes podían establecer contacto con una
divinidad destacada y depositar una ofrenda votiva. Esto satisfaría los de-
seos de devoción y, al mismo tiempo, si la donación consistía en una estatua
o algo parecido, era una forma de demostrar la solvencia del donante para
LA CIUDAD DF EL-AMARNA 383
¿Cuánta gente vivía en la ciudad y, lo que tal vez sea más interesante, qué
clase de personas eran? "Tendremos que despachar rápidamente la primera
cuestión a causa de las dificultades técnicas intrínsecas. Se ha excavado bue-
na parte de la ciudad y es posible reseguir los contornos de bastante de lo
que falta en el desierto, con lo cual tenemos una base para hacer una esti-
mación del número total de casas que hubo originalmente. A partir de ello
podemos pasar a calcular a cuántas personas albergaban. Aquí surgen los
verdaderos problemas. De modo sorprendente, apenas existen datos directos
sobre el tamaño medio de las familias en el antiguo Egipto,* y lo máximo que
podemos hacer es adaptar las cifras de las comunidades campesinas actuales
de Oriente Medio y las estadísticas que arrojan los censos de Egipto duran-
te el cambio de siglo, los cuales varían mucho de una localidad a otra. Ade-
más, hemos de tener en cuenta la posibilidad de que el grupo doméstico en
el antiguo Egipto comprendiera no sólo la familia nuclear, sino también una
colección de personas dependientes. En consecuencia, lo mejor que podemos
hacer es aplicar una magnitud general a El-Amarna. Se han llevado a cabo
dos tipos de cálculos que han dado una cifra de entre 20.000 y 30.000 habi-
tantes en un caso (en el cual el tamaño medio barajado para un grupo do-
25.-KEMP
386 EL ANTIGUO EGIPTO
méstico tal vez sea demasiado bajo), y desde 50.000 para arriba en el otro.”
Cuando estudiamos la composición de esta población tan considerable,
estamos dirigiendo nuestra atención al perfil básico de la antigua sociedad
egipcia en general y, al mismo tiempo, descubriendo las graves limitaciones
de los datos de que disponemos. Una vivienda poseerá un elemento directo
que la identifique en un porcentaje mínimo de casos. Por regla general, ello
es debido a que sabemos el nombre de su dueño. Entre los ciudadanos emi-
nentes había la costumbre de hacer el marco de la puerta principal de piedra
o madera, en el cual grababan su nombre y los títulos oficiales. Por desgra-
cia, parece que, cuando se abandonó la ciudad, la gente se llevó aquellos ac-
cesorios costosos, si no es que las termitas royeron toda la madera, por lo
cual sólo en contadas ocasiones sabemos ahora quién era el inquilino. La per-
sona más importante dentro de esta categoría era el visir, o primer ministro,
llamado Najt, mencionado con anterioridad, quien tenía una residencia pro-
vista de salas adicionales con columnas y particularmente espaciosa, si bien
todavía minúscula en comparación con los palacios reales. También nos he-
mos referido a las viviendas de dos sacerdotes, Panehsy y Pauah. Los ofi-
ciales del ejército tenían sus casas desperdigadas por toda la ciudad: Re-ne-
fer, un jefe de la unidad de carros, poseía una bastante modesta que hacía es-
quina en un barrio de casitas o talleres; un comandante de las tropas, Ramo-
se, tenía una algo más grande unas cuantas calles más abajo (véase la figura
97, p. 370). Los dueños de otras dos casas debían trabajar en las obras de
construcción de Ajenatón. Uno de ellos, un capataz de los constructores,
Maa-najtutef, tenía una vivienda nada pretenciosa en la ciudad principal. Ha-
cia la parte septentrional, en el barrio norte, un supervisor de las obras, Ha-
tiay, estaba a punto de finalizar una nueva casa para él cuando le llegó el avi-
so de dejarlo todo y marcharse. El hermoso dintel pintado que iba destinado
a la entrada principal quedó tirado frente a la misma. No obstante, el inqui-
lino más famoso desde el punto de vista del interés del público actual era un
tal Tutmose, un escultor (véase la figura 97).” Su estudio, situado al lado de
la casa, se hallaba en un sector de la ciudad principal donde residían y tenían
los talleres otros escultores. Los talleres eran simples patios con cobertizos
pequeños pegados contra las paredes. Cuando la ciudad fue abandonada, las
esculturas inacabadas y las piezas que servían de modelo quedaron desperdi-
gadas aquí y allá, o se guardaron en la casa del escultor. Una de esas piezas
era el famoso busto pintado de la reina Nefertiti.
De todos modos, estos casos individualizados son la excepción. En ge-
neral, la ciudad continúa siendo para nosotros un lugar anónimo, pero ello
sólo quiere decir que hemos de trabajar mucho más en los datos de este gé-
nero que podamos reunir. Asimismo, significa que hemos de tender nuestras
redes sobre materiales escritos y de otro tipo que trasciendan el período de
Amarna, teniendo presente en todo momento que la sociedad egipcia cam-
biaba según la época y de una provincia a otra.
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 387
manera, ello queda justificado por la presencia de, cuando menos, treinta y
dos sacerdotes de distintos rangos. Podemos servirnos de la presencia del
templo de Madinet Habu para sostener que se trataba de una comunidad pe-
culiar, pero otros datos (incluidas las listas de los terratenientes en el papiro
Wilbour, véase la p. 394) sugieren que, en las postrimerías del Imperio Nue-
vo, la profesión de sacerdote solía ser una ocupación corriente. Naturalmen-
te, no se trata de ningún tipo de espiritualidad inusitada, pues ser sacerdote
era más un oficio que una vocación.
Casi un tercio de los cabeza de familia de Maiunehes trabajaba en el sec-
tor agropecuario y en actividades afines, pero a primera vista las proporcio-
nes entre las diversas subdivisiones ponen de manifiesto que el pastoreo era
más importante que el cultivo de cereales (representado únicamente por seis
pequeños agricultores o «cultivadores», tal vez «intermediarios agrícolas»).”
Sin embargo, esto podría resultar engañoso. Hay abundantes testimonios (in-
cluido el papiro Wilbour) donde queda patente que personas de todas las ca-
tegorías profesionales poseían o arrendaban tierras de cultivo, tanto campos
de cereales como bancales de hortalizas. Ello no aclara la cuestión de quién
trabajaba en realidad la tierra y la alternativa se encuentra entre los jornale-
ros, los niños y los parientes menos afortunados de la familia del terrate-
niente. No parece que en Malunehes hubiese una población trabajadora con-
siderable y organizada aparte en sus propias familias. Podríamos sostener
que dichas personas vivían diseminadas en los campos contiguos por lo que,
en consecuencia, no se las incluyó en la lista, si no se diera la circunstancia
de que al menos doce de los cabeza de familia eran pescadores. Aunque pes-
case en los pantanos del interior, cerca del desierto (fueron drenados y desa-
parecieron en época moderna),” en vez de en el Nilo, son personas de quie-
nes igualmente se esperaría que residiesen fuera de la ciudad. Puesto que los
niños y los parientes pobres resultaban más baratos que los jornaleros, las fa-
milias de Maiunehes se podrían haber parecido a la de Hekanajt, quien ha-
bía vivido en la zona nueve siglos antes (capítulo VI). En las tierras de éste,
las faenas agrícolas las realizaban cinco hombres que formaban parte de su
familia y que, probablemente, fuesen también hijos suyos. Por lo visto, per-
tenecer a un grupo doméstico, fuera en calidad de pariente o de protegido,
era un deseo vital entre los egipcios y, si este era significativamente el caso
de Maiunehes, entonces el número de personas que colocamos en las 155 fa-
milias superaría con creces las 1.000 mencionadas anteriormente; algunas de
las familias, como se las reconocía de modo oficial, podrían haber estado re-
. . |
presentadas por varias casas contiguas, formando un grupo, tal como las dis-
tinguimos con frecuencia en los barrios de El-Amarna.” Ello plantea asimis-
mo una pregunta fundamental dentro de la historia social del mundo antiguo
y a la cual nos es imposible responder: ¿cuándo empezaron las ciudades a te-
ner un proletariado urbano, una población de hombres, mujeres y niños que
eran simples trabajadores y buscaban empleo fuera de su misma familia? El
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 389
se muestra más explícito aun cuando distingue entre las tierras khato del fa-
raón y las tierras de propiedad privada, cuya contribución se paga aparte al
tesoro. A ello le hemos de sumar los testimonios (particularmente del papi-
ro Wilbour, comentado en la p. 394) sobre la práctica generalizada de arren-
392 EL ANTIGUO EGIPTO
damiento de las tierras del templo y los indicios de que la misma podría ha-
ber sido hereditaria. Reunamos todos los datos y tendremos, en el caso del
sector privado, la idea general de una estructura complejísima de la propie-
dad de tierras, en la cual una «granja» no era una sola parcela circunscrita de
campos de cultivo, sino toda una serie de terrenos diseminados que se podían
tener de diversas formas: en entera propiedad o arrendados de un templo o
de otro terrateniente.
¿Y los «agricultores»? Se trataba nada menos que de personas con iítu-
5 mras La nrda
los oficiales, quienes necesitaban las rentas de una finca pequeña con el fin
de mantener una posición respetable y llevar una vida holgada. Los ejercicios
escritos de las escuelas lo dejan bien claro. Además de los modelos de co-
rrespondencia, contienen fragmentos en los cuales se hace hincapié en los be-
neficios reportados al hombre de letras que logra triunfar. No describen su
destino como uña rutina continua de funciones importantes en los círculos
oficiales, sino como una vida desahogada y bucólica en la villa particular, ro-
deado por los productos de una granja bien provista y gestionada:
del Medio Egipto a finales del Imperio Nuevo (figura 103). Posee algunas
particularidades sorprendentes, entre ellas la elevada proporción de mujeres
presentes. El número de soldados (incluidos los mercenarios sherden) pro-
bablemente sea una peculiaridad local, aunque refleja perfectamente la prác-
tica de establecer a los veteranos en la tierra.*
LA CIUDAD DE El-AMARNA 393
2
caballerizoJN
e
soldado mo
señora ,
pequeño agricultor
pastor y
sherden
(mercenario extranjero) á
escriba f
A
FIGURA 103. Un perfil social: categorías de las personas que arrendaban tierras en el Medio
Egipto durante la dinastía XX (a partir del papiro Wilbour). Cada cuadrado equivale a diez per-
sonas.
cultivo. Los visires de Heracleópolis estaban entre quienes mantenían una vi-
lla en los campos de los contornos.
Ahora podemos comprender mejor la base social y económica de El-
Amarna. Para algunos funcionarios, las casas que vemos deben ser todas las
propiedades que tenían y, cuando incluyesen silos y corrales para los anima-
les, servirían para guardar los productos de los campos, probablemente si-
tuados por allí cerca, administrados por ellos mismos. Ajetatón comprendía
una extensa franja de tierras de labrantío en la ribera occidental. Habría sido
propio de la manera de actuar de los egipcios si las hubiesen arrendado a los
funcionarios residentes en la ciudad, aunque probablemente Ajenatón las ex-
propió en nombre del Atón. Para los demás funcionarios, y nos es imposible
decir en qué proporción, la villa en la ciudad no lo era todo. Conservaban los
vínculos con sus provincias de origen y, por lo visto, esto englobaba los de-
rechos de propiedad, así como las esperanzas de heredar en un futuro. En
vista de los cambios imprevistos de fortuna que podían darse cuando un nue-
vo faraón llegaba al poder, a lo mejor era muy prudente conservar estos la-
zos y esperar al retiro definitivo y ser enterrado en el lugar donde se había
nacido. En realidad, es muy posible que prevaleciera un sentimiento de exi-
lio al tener que irse a vivir a una ciudad real.
Era fácil mantener los lazos con una residencia en las provincias o de ca-
rácter semirrural. Los egipcios tenían una inveterada afición a escribir cartas
y solían viajar por el Nilo con regularidad. En efecto, han legado hasta no-
sotros dos cartas escritas por un «encargado de hervir el aceite» de El-Amar-
na, llamado Ramose, a su hermano, un escriba del tesoro en Tebas, y a su
hermana.” De su contenido deducimos que formaban parte de una corres-
pondencia regular. Por otro lado, entre la gama de bienes personales desea-
bles se contaba la posesión de una barca. Las visitas —vacaciones— se for-
malizaban de dos maneras: una era una expedición deportiva a pescar o cazar
aves y que, tal como muestran a menudo las pinturas de las tumbas, consti-
tuía una excursión de la familia en pleno. La otra era la peregrinación al se-
pulcro familiar: para inspeccionarlo, ordenar las futuras obras y sentarse a ce-
lebrar una comida especial en la compañía espiritual de los antepasados.
Hemos visto ya como en Tebas, con motivo de la «Hermosa Fiesta del Va-
lle», se hacía una peregrinación hasta la tumba y se pasaba la noche allí de
vigilia. Apenas nos cabe duda de que las ciudades de provincias y sus necró-
polis tenían equivalentes (existe un ejemplo incuestionable del Imperio Me-
dio en Asiut).*
Cuando examinamos las casas de El-Amarna, no sólo nos encontramos
con que la capacidad de guardar grano varía enormemente en cada una, sino
también que esta diversidad no se corresponde particularmente con el tama-
ño de la residencia en cuestión.” Hasta cierto punto, los dos signos de condi-
ción social y riqueza —el tamaño de la vivienda y el del silo/almacén— son
independientes. Lo podemos explicar cuando decimos que la economía de la
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 397
villa reflejaba tanto los ingresos del propietario como la intensidad de sus
lazos con la provincia de origen. Por ejemplo, es posible que la lista entera
de las propiedades del visir Najt incluyese la residencia en la ciudad princi-
pal de El-Amarna y, además, las posesiones en su ciudad natal, dondequiera
que estuviese ésta. Uno de los textos escolares establece esta misma distin-
ción entre el contexto urbano de la villa ideal y las propiedades agrícolas en
la propia aldea:
La continuidad del nexo con las provincias aclara asimismo una anomalía
mucho más notoria de El-Amarna. Las estelas de demarcación de Ajenatón
anuncian que entre las obras a emprender en Ajetatón está la construcción de
las tumbas para los funcionarios, las cuales se habían de ubicar en el desierto
oriental. De resultas de esta declaración, surgieron dos grupos de sepulcros:
las tumbas norte y las tumbas sur. No obstante, el número de las mismas es
muy inferior al de funcionarios que, según nuestros cálculos, vivían en la ciu-
dad. Para realizar dicha estimación, podemos tomar como punto de partida la
vivienda más pequeña ocupada por un funcionario de entre las conocidas, que
es la N49.18 (la de Ranefer, el oficial de la unidad de carros). Podemos en-
tonces suponer que, probablemente, todas las casas de este tamaño o más
grandes pertenecieron a esta categoría de personas. Su número se eleva a 65.
Las zonas con viviendas excavadas equivalen a un 50 por 100 de toda la pro-
bable área residencial, con lo cual hemos de creer que unos 130, contando por
lo bajo, sería la cifra de los funcionarios con un rango medio a superior. Sin
embargo, esto tal vez sea demasiado selectivo. Como se indicó en su momen-
to, no se producen saltos en el tamaño de las casas a medida que vamos as-
cendiendo en la escala social. Pero sí aparecen ciertos elementos cuando las
casas se hacen más grandes. Uno de ellos es un porche de entrada. Si lo con-
sideramos un signo de que son propiedad de unas personas de cierta catego-
ría, esto es, de todos los funcionarios salvo aquellos con un cargo insignifican-
te, el número de viviendas excavadas aumenta considerablemente. Un estudio
ha demostrado cómo, de entre las 120 casas más grandes, sólo 15 carecen de
aquel elemento.” Si situamos la cifra base de residencias de los «funcionarios»
en 120, lo cual tan sólo representa un 15 por 100 del total de casas excavadas
(una proporción baja en comparación con los grupos domésticos de Maiune-
hes), y tenemos en cuenta que la muestra excavada es únicamente la mitad de
la original, el número de quienes cabría esperar se hubiesen procurado un se-
pulcro decorado para sí y sus familias ascendería a 240,
398 EL ANTIGUO EGIPTO
Casi todas las tumbas de El-Amarna estaban sin acabar cuando la ciudad
fue abandonada. Sin embargo, se había empezado a trabajar en 43. Las di-
mensiones y la complejidad de las mismas varía enormemente, lo cual refle-
ja las diferencias de posición y recursos de los propietarios. A pesar de estar
inacabadas, todavía las podemos subdividir en dos grupos: las destinadas a
tener una sala con columnas en el interior (o más de una), y las que no. Te-
nemos 16 de las primeras, 20 de las segundas y 7 respecto a las cuales no po-
demos opinar. La composición de los propietarios de ambos grupos es tal y
como la podríamos prever. Las personas a quienes, debido a su posición, con-
sideraríamos importantes tienen tumbas de la primera categoría, las provis-
tas de salas con columnas. Entre ellas están el visir Najt (pa-atón); Neferje-
peru-her-sejeper, el alcalde de Ajetatón; el sumo sacerdote Merire; los
mayordomos personales de Nefertiti (Merire II) y de la reina madre Tiy
(Huya); el chambelán Tutu, quien pudo haber sido el encargado de la co-
rrespondencia con las potencias extranjeras y los gobernantes dependientes
de Asia occidental; y el oficial de carros Ay, quien más tarde se convertiría
en faraón.
Evidentemente, la suma de cuarenta y tres tumbas excavadas en la roca es
considerablemente inferior al total de funcionarios con residencia en El-
Amarna. Además, el número de los que llevaban allí el tiempo suficiente
para constatar un avance apreciable en las obras de su sepulcro era bastante
menor, a lo sumo veinticinco, aunque hasta cierto punto debió de ocurrir lo
mismo en la ciudad: siguió creciendo hasta el final, mientras más gente se
trasladaba a ella con intención de iniciar una profesión. Con todo, la dife-
rencia subsiste. No es difícil hallarle una explicación que concuerde con la es-
tructura conocida de la sociedad del Imperio Nuevo.
Cuando un faraón subía al trono, traía consigo a un círculo de personas
con las cuales se había educado. Debía ser una señal de relevo en varios
puestos clave del poder; mientras, los funcionarios destituidos tal vez se reti-
rasen a su ciudad natal si procedían de las provincias. El cambio de fisono-
mías debió alcanzar a algunos cargos inferiores de la burocracia antes de ce-
sar por completo. Las tumbas excavadas en la roca de El-Amarna eran un
signo de proximidad al rey o a sus favoritos, así como una prueba de adhe-
sión al nuevo orden. El hecho de haber relativamente muy pocas lo podría-
mos considerar un indicio de que, incluso en las circunstancias excepcionales
de este ascenso al trono en concreto, el cambio de caras afectó a pocos pues-
tos, aunque no necesariamente a su influencia. Nos estamos refiriendo a una
camarilla selecta del rey, compuesta por entre veinte y treinta hombres al
mismo tiempo. La mayoría de los que se trasladaron a El-Amarna y no per-
tenecían a este círculo elitista, dejaban atrás sus raíces en una ciudad real o
en las provincias, raíces que incluían una zona de la familia en un cemente-
rio y, en el caso de una minoría acomodada, una finca en el campo para dis-
frutarla cuando les llegase el retiro. De hecho, el traslado a El-Amarna pro-
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 399
ción de los funcionarios de El-Amarna tenía lazos de unión con unas fincas
y unas casas ubicadas a mayor distancia, en las provincias natales. En conse-
cuencia, los funcionarios más prósperos eran instituciones en miniatura. En
sus unidades domésticas se llevaban a cabo también actividades relacionadas
LA CIUDAD DE EL-AMARNA 401
con la manufactura, si bien con una intensidad variable. Las propiedades par-
ticulares tenían excedentes de víveres y artículos que podían regalar o ven-
der; esto último lo delegaban a veces en los «tratantes». Este sistema econó-
mico mixto resultaba eficaz, pues repartía los recursos por toda esta gran
ciudad de una manera bastante homogénea.
El-Amarna no fue una ciudad egipcia típica. Ninguna ciudad real podría
haberlo sido. Menfis, Tebas y Pi-Ramsés en el delta, cada una debió tener
una personalidad propia nacida de las iniciativas de unos monarcas ambicio-
sos. Con todo, los restos de El-Amarna todavía pueden arrojar luz sobre la
sociedad del Imperio Nuevo, desde sus niveles más altos hasta los más bajos.
Sobre todo hemos de remarcar dos aspectos. Uno es la gran cohesión de la
sociedad egipcia gracias a los vínculos personales que unían a las poblaciones
urbanas con el medio rural y, así, convertían incluso una gran capital en un
conglomerado de aldeas. Los ricos tenían prestigio y personas bajo su pro-
tección, pero no estaban alejados de la vida corriente. Tampoco podemos re-
conocer, ni tan siquiera sospechar, la existencia de un proletariado urbano
que viviese y trabajase fuera de esta estructura fuertemente trabada de los
vecindarios. En el antiguo Egipto, la ciudad no era un lugar extraño, aunque
la movilidad interna de la gente propiciase encuentros y juntase a completos
desconocidos. La ciudad estaba firmemente imbricada en el conjunto de la
sociedad egipcia. El segundo aspecto es el distanciamiento, casi la separa-
ción, del rey y su familia con respecto a la vida ordinaria. Vivían aislados fí-
sicamente en un pasillo de edificios cuyo estilo y tamaño apenas guardaban
relación con los ambientes domésticos de, tan siquiera, los más altos funcio-
narios. Vivían aislados psicológicamente en una atmósfera cargada de adula-
ción, rituales religiosos y desfiles militaristas. Se mantenía un contacto con
los funcionarios, pero estaba institucionalizado en la Casa del Faraón, la cual
permanecía en el centro de una red con prolongaciones económicas y políti-
cas, representadas en el terreno por una serie de edificios diferentes.
Fuera de las zonas reales, en los barrios de la ciudad atestados de gente,
el rey y su séquito quedaban relegados a un último plano y tan sólo los ico-
nos recordaban su presencia. En las mansiones más grandes, vemos a los fun-
cionarios que llevan la vida desahogada, fruto de los ingresos personales y las
donaciones estatales, prometida en los textos escolares, o bien tratan de con-
seguirla; que reparten su tiempo y lealtad entre la residencia en la ciudad y
la casa solariega en las provincias; que escriben cartas y hacen visitas para no
perder la relación. En las viviendas pequeñas, viven apiñadas toda una serie
de personas de condición inferior, unos sirvientes, otros funcionarios con car-
gos insignificantes, muchos fabricantes de artículos para vender: sandalias,
lino, camas, cestos, cuentas; tal vez cerca del río se encuentren los pescado-
res y los barqueros que cruzan a los vendedores de hortalizas, forraje, palo-
mas y miel de la otra orilla. Otros barcos traen cl grano, el ganado, el vino y
los demás productos procedentes de las propiedades de la clase dirigente: las
26.-KEMP
402 EL ANTIGUO EGIPTO
parámetros. En efecto, el carácter unilateral de este ideal le impide ser una fi-
losofía del progreso general y benevolente. Quienquiera que se propusiese es-
cribir este tipo de historia sobre los países o los pueblos atacados por Ram-
sés Il, vería los «triunfos» de éste desde un punto de vista diametralmente
opuesto.
De hecho, existe un estudio así acerca de Nubia.? El autor, W. Y. Adams,
adopta conscientemente la filosofía de escribir desde la perspectiva de los nu-
bios. La sociedad nubia anterior a las conquistas egipcias es un «ideal pasto-
ril», los egipcios pasan a ser los aniquiladores y Ramsés II deviene el «faraón
megalómano». El problema que origina este planteamiento de la historia de
Nubia aflora más tarde. Al final, los nubios aprendieron la lección y se con-
virtieron a su vez en imperialistas, conquistaron Egipto y gobernaron durante
un tiempo como la dinastía XX V. Posteriormente, los sucesores de estos fa-
raones sudaneses, a quienes los historiadores llaman los reyes de Meroe, de-
bieron extender su dominio sobre muchos de los sencillos pueblos pastores de
las vastas planicies del Sudán. Tal vez en un futuro, un arqueólogo especiali-
zado en dichos pueblos escribirá su historia, en la cual los reyes meroíticos se-
rán los atacantes cubiertos de vanagloria. Uno de los tópicos de la historia es
que el oprimido sigue los pasos del opresor.
Sin embargo, y mientras va asintiendo con la cabeza, el lector puede pen-
sar también, respondiendo a un criterio lógico, que la civilización sólo se ha
desarrollado durante el reinado de los «grandes» monarcas. Presidir una so-
ciedad donde prosperaron los artistas y los pensadores es un papel que, con la
larga perspectiva de la historia, pesa más que las víctimas que tuvieron que pa-
gar la cuenta. El hecho de estar escribiendo y de que el lector me lea, en vez
de encontrarnos ambos recolectando cereales silvestres, sólo es posible por-
que, en épocas pretéritas, los reinos y los imperios crearon oasis de ocio para
las personas con talento y los eruditos. Sin la voluntad de coaccionar a los ve-
cinos, el hombre viviría en una perpetua Edad de Piedra.
No lo podemos negar. Sin embargo, paradójicamente, el desarrollo de
aquellas posturas, instituciones y tradiciones que frenan el poder absoluto y
ciber una moralidad universal en la dirección de los asuntos, con lo cual
minan el concepto antiguo, cómodo y paternalista del gobernante ideal, es lo
que ofrece el principal alegato a favor de la existencia del progreso en la his-
toria de la civilización. Pero, mientras que el gran líder y sus admiradores sa-
EPÍLOGO 405
cible. Aun así, gran parte de los avances en los conocimientos y la tecnología
se han revelado como amorales. Se empobrecen casi tantas vidas como las que
se mejoran. El ser capaces de reconocer al instante a los «grandes» gobernan-
tes de antaño es, en sí, un claro indicio de lo poco que han cambiado algunas
de las cosas más esenciales. Refleja un panorama del mundo actual lleno de
indicaciones de que el poder de esta imagen atávica no ha sufrido menoscabo,
de que continúan la virilidad de los símbolos y la ideología, los dogmas, los ri-
tuales y el recurso a unas tradiciones extrañas; el espectro entero de aquellos
mecanismos con los cuales se ha manipulado en conjunto a la gente desde la
Edad del Bronce.
Si nos atrevemos a admitir que hay que calibrar el progreso de la civiliza-
ción a partir del desarrollo de aquellos factores que frenan o humanizan la
praxis del poder, la cual inició el proceso, ¿qué nos diferencia de nuestros an-
tepasados? Deberíamos desconfiar de la religión. Las principales religiones
actuales de Occidente y de algunas zonas de Oriente tienen sus raíces en el an-
tiguo Oriente Medio, reflejan sus limitaciones, y las éticas personales no son
nada extraordinario. Con su actitud intolerante y sus ansias de unirse a las
fuerzas de formación del Estado, introdujeron un nuevo motivo de disgustos
humanos al crear una versión celestial del «gran dirigente».
Lo que realmente nos diferencia del pasado es el poder escoger la natura-
leza de nuestros mitos y comprender, aunque sea defectuosamente, el papel
que éstos desempeñan en nuestra mentalidad. Con respecto a los dos polos de
nuestra vida —las estrategias intuitivas personales para sobrevivir y la direc-
ción que nos imponen las ideologías y los instrumentos de nuestros estados y
comunidades—, no nos hemos movido un ápice desde que por primera vez
apareció la sociedad compleja. Todavía vivimos a la sombra de la Edad del
Bronce. Las sociedades de un pasado remoto, como la del antiguo Egipto, lo
exponen de forma escueta. En ellas podemos ver el esqueleto de la existencia
humana tal y como ha sido desde entonces. Lo que nos coloca en un lugar dis-
tinto es el desarrollo del mito racional y el conjunto de conocimientos ateso-
rados. Y el más importante de estos últimos es la actitud objetiva, así como la
naturaleza y el rol del propio mito. Disponemos de la capacidad para conver-
tirnos en objeto de estudio científico y considerarnos, a nosotros y a nuestras
sociedades, los productos de un mundo anterior, aislando y viéndolos por lo
que realmente son a los elementos que perduran del mito original e irracional,
las ideologías disgregadoras, unilaterales y atávicas por las cuales aún se nos
invita a votar. El «gran gobernante», con todo su despliegue de accesorios
visuales, fue un instrumento necesario para poner en marcha el proceso de la
civilización. Ahora le hemos quitado la máscara y le podemos situar en el
contexto que le corresponde. A medida que vayamos entendiendo el pro-
ceso y nos fijemos como meta unos mitos humanitarios y racionales, le nece-
sitaremos menos. El verdadero estudio del hombre es una materia sub-
versiva.
NOTAS
Lista de abreviaturas
Capítulo L Las bases intelectuales del inicio del Estado (pp. 27-82)
pp. 86 y 87: asimismo, E. Otto, Egyptian Art and the Cults of Osiris and Amon, Londres. 1968.
lámina 5.
20. Acerca de Set, véase H. te Velde, Seth, God of Confusion, Leyden, 1967.
21. A. H. Gardiner, Ancient Egyptian Onomastica, Londres, 1947.
22. Capítulo 15. papiro de Ani, según lo cita A. Piankoff, The Litany of Re, Nueva York,
1964, p. 46. R. O. Faulkner, The Ancient Egyptian Book of the Dead, Londres, 1985. p. 40, lo tra-
duce de otra manera. Otro buen ejemplo sobre el nombre de Osiris es: «Osiris-Apis-Atum-Ho-
rus en uno, el Gran Dios», citado en H. Frankfort, Kingship and the Gods. Chicago, 1948, pp.
146 y 196; también en S. Morenz, Egyptian Religion, Londres, 1973, p. 143. Las páginas 139-146
de este último tratan sobre el fenómeno general de la individualidad/pluralidad de los nombres
de las deidades egipcias, al igual que lo hace E. Hornung, Conceptions of God in Ancient Egypt:
the One and the Many. Londres, 1983, cap. 3.
23, Morenz, op. cit., p. 145.
24. T. G. Allen, The Book of the Dead or Going Forth by Day. Chicago, 1974, pp. 118-120.
En la Letanía de Re hay otra invocación parecida, dedicada a las múltiples formas de Re (se-
tenta y cinco en total); véase Piankoff, op. cit.. pp. 3-9, en el que se discute el fenómeno de la
pluralidad de los nombres en otras religiones, inclusive el Islam,
25. AEL, 1, pp. 52-53; Frankfort, op. cit., cap. 2.
26. Sobre este tema, unos estudios muy útiles son los de J. Gwyn Griffiths, The Conflict of
Horus and Seth, Liverpool, 1960, pp. 130-146; B. G. Trigger, Beyond History: the Methods of
Prehistory, Nueva York, 1968, cap. 6: «Predynastic Egypt»: además, la bibliografía citada en la
nota 44.
27. Respecto a la un tanto enigmática relación con Mesopotamia, véanse: H. Frankfort, The
Birth of Civilization in the Near East, Londres, 1951, pp. 100-112; Frankfort, «The origin of mo-
numental architecture in Egypt», AJSL, 58 (1941), pp. 329-358; P. Amiet, «Glyptique susienne
archaique», Revue d'Assyriologie, 51 (1957), pp. 121-129; H. J. Kantor, «The early relations of
Egypt with Asia», JNES, 1 (1942), pp. 174-213; Kantor, «Further evidence for early Mesopota-
mian relations with Egypt», JNES, 11 (1952), pp. 239-250; Kantor, «The relative chronology of
Egypt and its foreign correlations before the Late Bronze Age», en R. W. Ehrich, ed.. Chrono-
logies in Old World Archaeology, Chicago, 1965, pp. 1-46; W. A. Ward, «Relations between
Egypt and Mesopotamia from prehistoric times to the end of the Middle Kingdom», JESHO. 7
(1964), pp. 1-45 y 121-135; A. L. Kelley, «Cylinder seals in predynastic Egypt», NSSEA, 4,n. 2
(1973), pp. 5-8; Kelley, «The evidence for Mesopotamian influence in predynastic Egypt».
NSSEA, 4, n.? 3 (1974), pp. 2-11; R. M. Boehmer, «Orientalische Einflisse auf verzierten Mes-
sergriffen aus dem prádynastischen Agypten», Archiiologische Mitteilungen aus Iran, 7 (1974),
pp. 15-40; Boehmer, «Das Rollsiegel in prádynastischen Ágypten», Archáologischer Anzeiger, 4
(1974), pp. 495-514; W. Needler, Predynastic and Archaic Egypt in the Brooklyn Museum, Mu-
seo de Brooklyn, Brooklyn, 1984, pp. 14, 26 y 30-31.
28. En el capítulo VI trataremos el tema de las motivaciones y los medios en la antigua eco-
nomía egipcia de la época faraónica.
29. W. M. F. Petrie y J. E. Quibell, Nagada and Ballas, Londres, 1896; W. Kaiser, «Bericht
liber eine archáologisch - geologische Felduntersuchung in Ober- und Mittelágypten», MDAIK,
17 (1961), pp. 14-18; B. J. Kemp, «Photographs of the Decorated Tomb at Hierakonpolis», JEA.
59 (1973), pp. 36-43; W. Davis, «Cemetery T at Nagada», MDATK, 39 (1983), pp. 17-28; Lexi-
kon, IV, pp. 343-347.
30. A. H. Gardiner, en «Horus the Behdetite», JEA, 30 (1944), pp. 23-60, trata con cierta
profundidad los problemas que giran en torno a Behdet y temas afines.
31. Pero obsérvese una representación, fechada en la dinastía I, de Horus en una barca que
surca el cielo montada en un par de alas; todo ello se encuentra sobre la figura de Horus que co-
rona el nombre de un faraón. R. Engelbach, «An alleged winged sun-disk of the First Dinasty».
ZAS, 65 (1930), pp. 115-116; Gardiner, op. cit., 1944, p. 47, lámina VIA.
32, J, E. Quibell, Hierakonpolis, vol. 1, Londres, 1900; J. E. Quibell y F. W. Green, Hiera-
410 EL ANTIGUO EGIPTO
konpolis, vol. 1, Londres, 1902; B. Adams, Ancient Hierakonpolis (junto con el suplemento),
Warminster, 1974; W. Kaiser, «Zur vorgeschichtlichen Bedeutung von Hierakonpolis», MDAIK,
16 (1958), pp. 183-192; W. Kaiser, op. cit., 1961, pp. 5-12; W. A. Fairservis, K. R. Weeks y M.
Hoffman, «Preliminary report on the first two seasons at Hierakonpolis», JARCE, 9 (1971-
1972), pp. 7-68; M. Hoffman, «A rectangular Amratian house from Hierakonpolis and its signi-
ficance for predynastic research», JNES, 39 (1980), pp. 119-137; M. A. Hoffman, The Predynas-
tic of Hierakonpolis, Guizeh y Macomb, ]ll., 1982; B. J. Kemp, «Excavations at Hierakonpolis
Fort 1905: a preliminary note», JEA, 49 (1963), pp. 24-28. Principalmente, son contribuciones so-
bre la arqueología local de Hieracómpolis. J. A. Wilson, en «Buto and Hierakonpolis in the geo-
graphy of Egypt», JNES, 14 (1955), pp. 209-236, examina el contexto cultural más amplio en el
que se enmarca Hieracómpolis.
33. Quibell y Green, op. cit., pp. 20-22, láminas LXXV-LXXIX; [F. W. Green], The Prehis-
toric Wall-painting in Egypt [London British School of Egyptian Archaeology, 1953); H. Case y
J. C. Payne, «Tomb 100: the Decorated Tomb at Hierakonpolis», JEA, 48 (1962), pp. 5-18; J. €.
Payne, «Tomb 100: the Decorated Tomb at Hierakonpolis confirmed», JEA, 59 (1973), pp. 31-
35; B. J. Kemp, op. cit., 1973, pp. 36-43,
34. B. J. Kemp, «The early development of towns in Egypt», Antiguity, 51 (1977), pp. 185-
200; M. Bietak, «Urban archaeology and the “town problem” in ancient Egypt», en K. Weeks,
ed., Egyptology and the Social Sciences, American University, El Cairo, 1979, pp. 110-114.
35. Gardiner, op. cit., 1944, p. 32; C, M. Firth y J. E. Quibell, The Step Pyramid, vol. U, El
Cairo, 1935, lámina 41.
36. Para los resultados de las últimas campañas de excavación que han permitido localizar
los estratos del Predinástico y el Dinástico Antiguo, véase la nota 40.
37. S. Hendrickx, «The Late Predynastic cemetery at Elkab (Upper Egypt)», en
L. Krzy2aniak y M. Kobusiewicz, eds., Origin and Early Development of Food-producing Cultu-
res in North-eastern Africa, Poznan, 1984, pp. 225-230.
38. El mejor resumen sobre las primeras excavaciones en el área de Merimde, el Fayum y
Maadi es el de W. C. Hayes, Most Ancient Egypt, Chicago, 1965, cap. 3, pp. 91-146. Las excava-
ciones alemanas más recientes son el tema que trata una serie, inconclusa, de volúmenes que co-
mienza con el de J. Eiwanger, Merimde-Benisaláme, vol. I, Maguncia, 1984; también hay diver-
sos informes preliminares del mismo J. Eiwanger: «Erster Vorbericht iiber die Weideraufnahme
der Grabungen in der neolithischen Siedlung Merimde-Benisaláme», MDAIK, 34 (1978), pp. 33-
42; «Zweiter Vorbericht úiber die Wiederaufnahme der Grabungen in der neolithischen Siedlung
Merimde-Benisaláme», MDAIK, 35 (1979), pp. 23-57; «Dritter Vorbericht úber die Wiederauf-
nahme der Grabungen in der neolithischen Siedlung Mermide-Benisaláme», MDAIK, 36 (1980),
pp. 61-76; «Die neolithische Siedlung von Merimde-Benisaláme: Vierter Bericht», MDAITK, 38
(1982), pp. 67-82; asimismo, véase F. A. Badawi, «Die Grabung der ágyptischen Altertiimer-
verwaltung in Merimde-Benisaláme im Oktober/November 1976», MDAIK, 34 (1978).
pp. 43-51.
39. 1 Rizkana y J. Seeher, «New light on the relation of Maadi to the Upper Egyptian cul-
tural sequence», MDAIK, 40 (1984), pp. 237-252; Rizkana y Seeher, «The chipped stones at Maa-
di: preliminary reassessment of a predynastic industry and its long-distance relations», MDAIK,
41 (1985), pp. 235-255; W. Kaiser, «Zur Stidausdehnung der vorgeschichtlichen Delta-Kulturen
und zur frúhen Entwicklung Oberágyptens», MDAIK, 41 (1985), pp. 61-87; también L. Habachi
y W. Kaiser, «Ein Freidhof der Maadikultur bei es-Saff», MDAIK, 41 (1985), pp. 43-46,
B. Mortensen, «Four jars from the Maadi Culture found in Giza», MDAIK, 41 (1985),
pp. 145-147.
40. Respecto a las recientes prospecciones en Buto, véase T. von der Way, «Untersuchun-
gen des Deutschen Archáologischen Instituts Kairo im nórdlichen Delta zwischen Disóq
und Tida», MDAIK, 40 (1984), pp. 297-328; T. von der Way y K. Schmidt, «Bericht iiber
den Fortgang der Untersuchungen im Raum Tell el Fara'in/Buto», MDAIK, 41 (1985),
pp. 269-291.
NOTAS (pp. 51-70) 411
41. D. Wildung, «Terminal prehistory of the Nile Delta: theses», en Krzyzaniak y Kobusie-
wicz, Op. cit., pp. 265-269,
42. Wildung, op. cit., 1969b, pp. 4-21; Lexikon, VV, pp. 46-48.
43. Waddell, op. cit., pp. 26-33.
44. Existen unos estudios de notable interés acerca de este difícil período: J. H. Breasted,
«The predynastic union of Egypt», BIFAO, 30 (1931), pp. 709-724, en el que está debidamente
publicado el registro de la parte superior del fragmento de la piedra de Palermo que se halla en
El Cairo; W. Kaiser, «Einige Bemerkungen zur ágyptischen Friihzeit. ll. Zur Frage einer úiber
Menes hinausreichenden ágyptischen Geschichtsiiberlieferung», ZAS, 86 (1961), pp. 39-61; y
Kaiser, «Einige Bemerkungen zur ágyptischen Frúhzeit. 11. Die Reichseinigung», ZAS, 91
(1964), pp. 86-125. P. F. O'Mara, The Palermo Stone and the Archaic Kings of Egypt, La Cana-
da, Calif, 1979, sostiene que el fragmento de El Cairo es en realidad una falsificación moderna,
aunque apenas hay indicios de que esta idea se haya tomado en serio. Un excelente resumen de
la imagen actual que se tiene del Egipto predinástico y de la evolución del Estado faraónico es
el de Needler, op. cit., cap. l; también está la valiosa síntesis que hace Kaiser, op. cit., 1985, pp.
61-87.
45. J. Vandier, Manuel d'archéologie égyptienne [.1. La préhistoire, París, 1952, caps. X y XI;
J. Capart, Primitive Art in Egypt, Londres, 1905; H. Asseiberghs, Chaos en beheersing, Leyden,
1961; H. J. Kantor, «Agypten». en M. J. Mellink y J. Filip, eds., Frúhe Stufen der Kunst
(Propyláen Kunstgeschichte, 13), Berlín, 1974; W. M. F. Petrie, Ceremonial State Palettes and
Corpus of Proto-dynastic Pottery, Londres, 1953; H. G. Fischer, «A fragment of late Predynastic
Egyptian relief from the Eastern Delta», Artibus Asiae, 21 (1958), pp. 64-88; A. L. Kelley, «A
review of the evidence concerning early Egyptian ivory knife handles», The Ancient World, 6
(Chicago, 1983), pp. 95-102.
46. Lexikon, 1, pp. 146-148 («Feindsymbolik»); Lexikon, VI, pp. 1.009-1.012 («Vernich-
tungsritualen») y 1.051-1.054 («Vogelfang»); M. Alliot, «Les rites de la chasse au filet, aux tem-
ples de Karnak, d'Edfou et d'Esneh», RdE, $ (1946), pp. 57-118; H. W. Fairman, «The kingship
rituals of Egypt», en S. H. Hooke, ed., Myth, Ritual, and Kingship, Oxford, 1958, pp. 74-104, en
especial las pp. 89-91; también aparece una escena de este tipo en el templo de Hatshepsut en
Deir el-Bahari, en un contexto que claramente da a entender una alusión simbólica a la victoria
obtenida sobre unas fuerzas hostiles, E. Naville, The temple of Deir el Bahari, vol. YI, Londres,
1908, p. 8, lámina CLXIIL
47. Kaiser, op. cit., 1964, pp. 113-114, fig. 7; Kaiser y G. Dreyer, «Umm el-Qaab. Nachun-
tersuchungen im friihzeitlichen Kónigsfriedhof. 2. Vorbericht», MDAIK, 38 (1982), pp. 262-269,
fig. 14.
48. El primer testimonio del emparejamiento de Horus y Set posee casi la misma antigiie-
dad y pertenece al reinado del faraón Dyer de la dinastía 1. En uno de los títulos de la reina, «la
que ve a Horus y Set», se presenta al faraón como la encarnación de ambos dioses (Gardiner,
op. cit., 1944, p. 59, nota).
49. Kaiser y G. Dreyer, op. cif., 1982, pp. 242-245, estudian la importancia que tienen estas
tumbas, de extraordinario tamaño y muy bien equipadas, como prueba de la existencia de unas
elites políticas, y se fijan en el cementerio de Abadiya, excavado por Petrie. B. Williams, «The lost
Pharaohs of Nubia», Archaeology, 33 (1980), pp. 14-21; Williams, «Forebears of Menes in Nubia:
myth or reality?», JNES, 46 (1987), pp. 15-26; Williams, Excavations between Abu Simbel and the
Sudan Frontier, Part 1: the A-group Royal cemetery at Qustul: cemetery L, Chicago, 1986, publica
una necrópolis de la elite ubicada en la Baja Nubia (Qustul), aunque exagera su importancia; cf.
W. Y. Adams, «Doubts about the “Lost Pharaohs”», JNES, 44 (1985), pp. 185-192.
50. Los informes básicos acerca de la excavación están en W. M. F. Petrie, The Royal Tombs
of the First Dynasty, vol. 1, Londres, 1900, y W. M. F. Petrie, The Royal Tombs of the Earliest
Dynasties, vol. II, Londres, 1901. En W. Kaiser y G. Dreyer, op. cit., 1982, pp. 211-269, se lleva
a cabo una revisión fundamental de las primeras tumbas reales, basada en parte en las nuevas
excavaciones realizadas en Abydos; cf. también Kaiser, «Zu den Kónigsgrábern der 1. Dynastie
412 EL ANTIGUO EGIPTO
in Umm el-Qaab», MDAIK, 37 (1981), pp. 247-254; Kaiser, «Zu den kóniglichen Talbezirken
der 1. und 2. Dynastie in Abydos und zur Baugeschichte des Djoser-Grabmals», MDAIK, 25
(1969), pp. 1-21; B. J. Kemp, «The Egyptian 1st Dynasty royal cemetery», Antiquity, 41 (1967),
pp. 22-32.
51. La publicación básica es la de E. R. Ayrton, C. T. Currelly y A. E. P. Weigall, Abydos,
vol. IH, Londres, 1904, cap. E Los artículos reseñados en la nota 50 incluyen discusiones acerca
de su importancia.
52. La documentación la tenemos resumida de forma útil en W. B. Emery, Archaic Egypt.
Harmondsworth, 1961, y se discute en B. J. Kemp, «Architektur der Friihzeit», en C. Vanders-
leyen, ed., Das alte Agypten (Propyláen Kunstgeschichte, 15), Berlín, 1975, pp. 99-112. Podemos
encontrar ejemplos excelentes de arquitectura funeraria más tardía en la que se conserva el es-
tilo de decoración, en J. E. Quibell, The Tomb of Hesy, El Cairo, 1913, láminas VIII y 1X; L.
Borchardt, Das Grabdenkmal des Kónigs Ne-user-re, Leipzig, 1907, Bl 24; S. Hassan, Excava-
tions at Giza, 1929-1930, Oxford, 1932, láminas LXI-LXV.
53. Las publicaciones básicas son C. M. Firth y J. E. Quibell, op. cit.; J.-Ph. Lauer, La Pyra-
mide á degrés, El Cairo, 1936. Un resumen valioso y pormenorizado es el que ofrece J.-Ph.
Lauer. Histoire monumentale des pyramides d'Egypte, vol. 1, El Cairo, 1962; en H. Ricke, Be-
merkungen zur ágyptischen Baukunst des Alten Reiches, vol. IL, Zurich, 1944, hay unos cuantos
dibujos excelentes de los prototipos arquitectónicos a base de madera y esteras.
54. Firth y Quibell, op. cit., láminas 15-17, p. 104; J.-Ph. Lauer, Monumenis et Mémoires
(Fundación Eugéne Piot), 49 (1957), pp. 1-15, comenta y aclara cuestiones de detalle.
55. A.J. Spencer, «Two enigmatic hieroglyphs and their relation to the Sed-Festival», JEA,
64 (1978), pp. 52-55.
56. H. Frankfort, op. cit., 1948, cap. 6; Lexikon, V, pp. 782-790; Fairman, op. cit., pp. 83-85;
C. J. Bleeker, Egyptian Festivals: Enactments of Religious Renewal (Studies in the History of Re-
ligions, 13), Leyden, 1967, cap. V; E. Hornung y E. Staehelin, Studien zum Sedfest (Agyptiaca
Helvetica, 1), Ginebra, 1974. A. M. Blackman, Studia Aegyptiaca, vol. 1 (Analecta Orientalia, 17,
1938), pp. 4-9, tiene unas observaciones interesantes sobre una de las representaciones de la di-
nastía L.
57. En el capítulo V, estudiaremos un grupo en concreto, perteneciente al faraón Amenofis
III de la dinastía XVIII
58. La referencia más antigua y explícita aparece en una entrada a un faraón de la dinastía
I (posiblemente, Andyib), en la piedra de Palermo. Muestra el estrado con el doble sitial y le
acompaña una leyenda que dice: «La aparición del rey del Alto Egipto, la aparición del rey del
Bajo Egipto: la fiesta Sed». Véase H. Scháfer, Ein Bruchstiick altúgyptischer Annalen, Berlín,
1902, p. 19. Todas las primeras alusiones a la fiesta Sed están recopiladas de forma útil en Hor-
nung y Staehelin, op. cit., pp. 16-20.
1. C. Robinson y A. Varille, «Médamoud. Fouilles du Musée du Louvre, 1938», CdE, 14, n.?
27 (1939). pp. 82-87; D. Arnold, «Architektur des Mittleren Reiches», en C. Vandersleyen, ed.,
Das alte Agypten (Propylien Kunstgeschichte, 15), Berlín, 1975, pp. 161-163, fig. 36; D. Arnold,
Der Tempel des Kónigs Mentuhotep von Deir el-Bahari 1; Architektur und Deutung, Maguncia,
1974, pp. 76-78.
2. C. Robinson y A. Varille, Description sommaire du temple primitif de Médamoud, El Cai-
ro, 1940; véanse además los comentarios de Arnold, op. cit., 1974, pp. 76-78.
3. Por el momento, están publicadas en informes preliminares: W. Kaiser, G. Dreyer, G.
Grimm, G. Haeny, H. Jaritz y C. Miller, «Stadt und Tempel von Elephantine, Fiinfter Gra-
bungsbericht», MDAIK, 31 (1975), pp. 51-58; W. Kaiser, G. Dreyer, R. Gempeler, P. Grossmann,
G. Haeny, H. Jaritz y F. Junge, «Stadt und Tempel von Elephantine, Sechster Grabungsbericht».
NOTAS (pp. 70-102) 413
11 (1911), p. 106 y mapas desplegables, láminas 1 y II; B. Adams, «Petrie"s manuscript notes on
the Koptos foundation deposits of Tuthmosis IM», JEA, 61 (1975), pp. 102-113.
20, Petrie, ibid., p. 5.
21. Con respecto a los leones, véase B. Adams y R. Jaeschke, The Koptos Lions (The Mil-
waukee Public Museum, Contributions in Anthropology and History, 3), Milwaukee, enero de
1984.
22. Según parece, a Petrie o a sus patrocinadores les cohibió mucho incluir los grabados de
los torsos en la memoria de excavación y, hasta la fecha, no se ha publicado un estudio verdade-
ramente exhaustivo que haga justicia a estos extraordinarios objetos. Dos de ellos están en el Mu-
to avh ti
seo Ashmolean de Oxford y las fotografías están en J. Capart, Primitive Art in Egypt, Londres,
1905, p. 223, figura 166; E. Denison Ross, ed., The Art of Egypt through the Ages, Londres, 1931,
p. 86; E. J. Baumgartel, «The three colossi from Koptos and their Mesopotamian counterparts»,
ASAE, 48 (1948), pp. 533-553, láminas 1 y II; H. J. Kantor, «Agypten», en M. J. Meilink y J. Fi-
lip, eds., Frúhe Stufen der Kunst (Propyláen Kunstgeschichte, 13), Berlín, 1974, p. 255, fig. 221. Pa-
rece que tampoco se ha publicado jamás un grabado de la estatua de El Cairo, Registro de en-
trada [Journal d'Entrée] 30770. La cabeza de una de ellas, cuyo rostro se ha perdido, está también
en el Ashmolean; véanse Petrie, op. cit., 1896, lámina V.4; Baumgartel, op. cit., lámina HI.
23, Adams y Jaeschke, op. cit., p. 21.
24. En opinión de Arkell, citado por Baumgartel, op. cit., proceden de las canteras de Tu-
rah, a las afueras de El Cairo, si bien uno preferiría tener una comprobación de ello.
25. Primitive Art in Egypt, Londres, 1905, una traducción al inglés de la edición en lengua
francesa publicada en Bruselas el año 1904.
26. K. Sethe, «Hitherto unnoticed evidence regarding copper works of art of the oldest pe-
riod of Egyptian history», JEA, 1 (1914), pp. 233-236; D. Wildung, Die Rolle iigyptischer Kónige
im Bewusstsein ihrer Nachwelt, 1, Berlín, 1969, p. 52, nota 3. Muchas de las menciones están en
la piedra de Palermo, H. Scháfer, Ein Bruchstiick altágyptischer Annalen, Berlín, 1902, p. 15, n.”
1; p. 16, n.? 8; p. 17, n.? 9, 10; p. 21, n.* 14; p. 28, n.* 10,
27. Sobre la historia de la escritura y el alfabetismo en el antiguo Egipto, véanse J. Baines,
«Literacy and ancient Egyptian society», Man, 18 (1983), pp. 572-599; J. D. Ray, «The emer-
gence of writing Egypt», World Archaeology, 17 (1986), pp. 307-316,
28. La introducción más pormenorizada y erudita es la que hace H. Scháfer, Principles of
Egyptian Art, trad. y ed. de J. Baines, Oxford, 1974. Otras son las de M. Baud, Les Dessins ébau-
chés de la nécropole thébaine (au temps du Nouvel Empire), El Cairo, 1935; E. Iversen, Canon
and Proportions in Egyptian art, Warminster, 1975, G. Robins, Egyptian Painting and Relief,
Shire Publications, Princes Risborough, 1986.
29. Kemp, «The early development of towns in Egypt», pp. 189-191.
30. Lexikon, IV, pp. 136-140.
31. Respecto a este último aspecto, véanse R. Germer, «Die Bedeutung des Lattichs als
Pflanze des Min», SAK, 8 (1980), pp. 85-87; M. Defossez, «Les laitues de Min», SAK, 12 (1985),
pp. 1-4.
32. G. Jéquier, Le Monument funéraire de Pepi 1, UL, El Cairo, 1938, láminas 12 y 14; H. Goe-
dicke, Kónigliche Dokumente aus dem Alien Reich, Wiesbaden, 1967, p. 43, fig. 4.
33. Petrie, op. cit., 1902, p. 4, lámina 111.48. Cf. además la entrada, probablemente de la di-
nastía IL en la piedra de Palermo: Scháfer, op. cit., p. 28, n.? 10.
34. J. Baines, «Bnbn: mythological and linguistic notes», Orientalía, 39 (1978), pp. 389-404;
Lexikon, 1, pp. 694-695.
35. 3. D.S. Pendlebury, The City of Akhenaten, 11, Londres, 1951, lámina IX; N. de G. Da-
vies, The Rock Tombs of El Amarna, 1, Londres, 1903, láminas X1 y XXXUI; IL, Londres, 1905,
lámina XTX; TIT, Londres, 1905, lámina XXX.
36. Lexikon, 1, p. 680; LD, U, B1. 119.
37. Textos de las Pirámides, expresión n.* 600. R, O. Faulkner, The Ancient Egyptian Pyra-
mid Texts, Oxford, 1969, p. 246; ANET, p. 3.
NOTAS (pp. 102-128) 415
(Manchester, 1954), pp. 165-203, es un resumen informativo de la historia y las actividades reli-
glosas del templo.
56. E. A. E. Reymond, The Mythical Origin of the Egyptian Temple, Manchester, 1969.
57. E. Naville. The XIlth Dynasty Temple of Deir el-Bahari, U, Londres, 1910, pp. 14-19, lá-
minas XXIII y XXIV.
58. Arnold, op. cit., 1974. pp. 28-32 y 76-78.
59. R. Stadelmann, Die ágyptischen Pyramiden; Vom Ziegelbau zum Weltwunder, Maguncia,
1985, p. 229, fig. 74.
60. Otro buen ejemplo es la reconstrucción de un par de obeliscos y la estatua de un halcón
encaramado en el techo de un santuario con la forma de un pabellón en Gebel Silsila; véase G.
Legrain, «Notes d'inspection», ASAE, 4 (1903), pp. 205-209, figs. 3 y 4. Como suele ocurrir,
cuando la lámina se reproduce en otro libro, se pasa por alto el hecho de que tan sólo se trata
de una reconstrucción; véase G. Jéquier, Manuel d'archéologie égyptienne 1: les éléments de Var-
chitecture, París, 1924, p. 321, fig. 218, Aquí, la reconstrucción se ha hecho realidad.
61. AEL, L pp. 115-118.
62. E. $. Bogoslovsky, «Hundred Egyptian draughtsmen», ZAS, 107 (1980), pp. 96-116; C.
A. Keller, «How many draughtsmen named Amenhotep? A study of some Deir el-Medina pain-
ters», JARCE, 21 (1984), pp. 119-129,
63. Lexikon, UL, pp. 145-148; D. Wildung, Imhotep und Amenhotep-Gormwerdung im alten
Agypten, Berlín, 1977, Wildung, Egyptian Saints: Deification in Pharaonic Egypt, Nueva York,
1977.
64. AEL, 1, pp. 6-7 y 58-61; D. Wildung, op. cit., 1969, pp. 102-103; Lexikon, Ul, pp. 290 y
980-982.
1. Ambos pasajes están en el papiro Chester Beatty IV; véase A. H. Gardiner, Hieratic
Papyri in the British Museum. 3rd Series: Chester Beatty Gift, Londres, 1935, p, 41. Además, el
primero aparece en el papiro Anastasi II y en el papiro Sallier l; véase R. A. Caminos, Late
Egyptian Miscellanies, Londres, 1954, pp. 51 y 317.
2. P. Posener-Kriéger y J. L. de Cenival, Hieratic Papyri in the British Museum. Sth Series:
the Abu Sir Papyri, Londres, 1968; P. Posener-Kriéger, Les Archives du temple funéraire de Né-
ferirkaré-Kakai (Les papyrus d'Abousir), El Cairo, 1976, 2 vols,
3. A. Fakhry, The Monuments of Sneferu at Dahshur 11. The Valley Temple, Part 1: the Tem-
ple Reliefs, El Cairo, 1961. Un estudio minucioso de todas las fuentes del Imperio Antiguo de
este tipo es el libro de H. Jacquet-Gordon, Les Noms des domaines funéraires sous 'Ancien Em-
pire Egyptien, El Cairo, 1962.
4. Posener-Kriéger, op. cit., pp. 565-5374; Lexikon, YV, p. 1.044; A. M. Roth, «A preliminary
report on a study of the system of phyles in the Old Kingdom», NARCE, 124 (invierno de 1983),
pp. 30-35.
5. Posener-Kriéger y J.-L. de Cenival, op. cit., lámina XXXI; Posener-Kriéger, op. cit., pp.
429-439,
6. Con respecto a las matemáticas egipcias, véanse T. E. Peet, The Rhind Mathematical
Papyrus, Londres, 1923; R. J. Gillings, Mathematics in the Time of the Pharaohs, Cambridge,
Mass., 1927; O. Gillain, La Science égyptienne: Uarithmétique au Moyen Empire, Bruselas, 1927;
G. Robins y C. Shute, The Rhind Mathematical Papyrus, Museo Británico, Londres, 1987,
7. Papiro matemático Rhind, problema 42.
8. H. E. Winlock, Models of Daily Life in Ancient Egypt, Nueva York, 1955, pp. 27-29 y 88,
láminas 22, 23, 64 y 65.
9. B.J. Kemp, Amarna Reports, 11, Londres, 1986, pp. 2-5. En la tumba del faraón Tutan-
khamón se encontró un modelo exquisito de molinillo de mano: W. J. Darby, P. Ghalioungui
NOTAS (pp. 128-166) 417
y L. Grivetti, Food: the Gift of Osiris, Londres. 1977, p. 505, fig. 12.2. Los dos volúmenes de
esta obra contienen mucha información acerca de la elaboración del pan y la cerveza en
Egipto.
10. F. Filce Leek, «Teeth and bread in ancient Egypt», JEA, 58 (1972), pp. 126-132; Leek,
«Further studies concerning ancient Egyptian bread», JEA, 59 (1973), pp. 199-204. En 1987 se
llevó a cabo un experimento de la molienda en El-Amarna: véase B. J. Kemp, Amarna Reports,
V, Londres, 1989, cap. 12.
11. H. Jacquet-Gordon, «A tentative typology of Egyptian bread moulds», en D. Arnold.
ed., Studien zur altiigyptischen Keramik, Maguncia, 1981, pp. 11-24.
12. B. J. Kemp. Amarna Reports, IV, Londres, 1987, cap. 6. El nexo entre los hornos cua-
drados y los moldes de pan está confirmado además en los asentamientos del Imperio Medio
de Abu Ghakib y Mirgissa (H. Larsen, «Vorbericht iiber die schwedischen Grabungen in Abu
Ghálib 1932-1934», MDIAAK, 6 [1935], p. 51, fig. 4, pp. 58-60; R. Holthoer, The Scandinavian
Joint Expedition to Sudanese Nubia 5: New Kingdom Pharaonic Sites, The pottery, Estocolmo,
1977, lámina 72.2), y en los hornos del Imperio Nuevo que hay junto al Tesoro de Tutmosis [
en Karnak norte (J. Jacquet, «Fouilles de Karnak Nord. Quatriéme campagne, 1971», BIFAO,
71 [1972], p. 154, plano 1, lámina XXXIV; J, Jacquet, Karnak-Nord V: Le trésor de Thoutmo-
sis ler: étude architecturale, El Cairo, 1983, pp. 82-83).
13. N. de G. Davies, The Tomb of Antefoker, Vizier of Sesostris l, and of his Wife, Senet,
Londres, 1920, pp. 15-16, láminas XI-XH.
14, Peet, op. cit., pp. 112-113; Gillings, op. cit., pp. 128-136. En este último libro, en vez de
pefsu se utiliza pesu, haciendo una lectura alternativa.
15. Papiro matemático Rhind, problema 75.
16. Aunque no siempre, por ejemplo F. Ll, Griffith, Hieratic Papvri from Kahun and Gurob,
Londres, 1898, p. 65, lámina XXVIa.
17. Verificado mediante experimentación en El-Amarna el año 1987; véase Kemp, op. cit.,
1989, cap. 11.
18. D. Dunham, Uronarti Shalfak Mirgissa (Second Cataract Forts, 11), Boston, 1967, pp. 34-
35, láminas XXVII y XXVIII, W. K. Simpson, «Two lexical notes to the Reisner Papyri: whrr
and trsst», JEA, 59 (1973), pp. 220-222.
19. Un estudio excelente es el de D. Mueller, «Some remarks on wage rates in the Middle
Kingdom», JNES, 34 (1975), pp. 249-263,
20. Papiro matemático Rhind, problema 65.
21. G. A. Reisner, «The tomb of Hepzefa, nomarch of Siút», JEA, 5 (1918), pp. 79-98: A. J.
Spalinger, «A redistributive pattern at Assiut», JAOS, 105 (1985), pp. 7-20.
22. Griffith, op. cit., pp. 45-46, láminas XVI y XVIL
23. Simpson, op. cit.; cf. B. J, Kemp, «Large Middle Kingdom granary buildings (and the ar-
chaeology of administration)», ZÁS, 113 (1986), pp. 120-136.
24. Sobre este tema y otras muchas cuestiones relacionadas con el rendimiento de las tierras,
véase K. Baer, «The low price of land in ancient Egypt», JARCE, 1 (1962), pp. 25-45.
25. Citado en Kemp, op. cit., 1986, p. 132.
26. W. K. Simpson, Papyrus Reisner, I, Boston, 1963, pp. 83-85; W. K. Simpson, Papyrus
Reisner. MI, Boston, 1969, pp. 13-15,
27. W, C. Hayes, A Papyrus of the Late Middle Kingdom in the Brooklyn Museum, Broo-
klyn, 1955. La cita se encuentra en la p, 64,
28. G. Goyon, Nouvelles inscriptions rupestres du Wadi Hammamat, París, 1957, pp. 17-20 y
81-85, n.* 61; Mueller, op. cit., p. 256.
29. W, K. Simpson, Papyrus Reisner, 11, Boston, 1965.
30. La explicación dada a continuación es esencialmente una sinopsis de los trabajos del ar-
queólogo americano Mark Lehner. Él mismo facilita un resumen en «A contextual approach to
the Giza pyramids», Archiv fiir Orientforschung, 32 (1985), pp. 136-158, así como, parcialmente,
en «The development of the Giza necropolis: the Khufu project», MDAIK, 41 (1985), pp. 109-
27. -KEMP
418 EL ANTIGUO EGIPTO
143, y personalmente he aprendido mucho con las largas discusiones entabladas con él en la mis-
ma meseta de las pirámides.
31. N. Strudwick, The Administration of Egypt in the Old Kingdom: the Highest Titles and
their Holders, Londres, 1985, pp. 237-250, informa acerca de las obligaciones del «supervisor de
las Obras», así como del papel primordial de éste en la dirección de la mano de obra empleada
en diversos menesteres.
32, Herodoto 11.124.
33. W. M. F. Petrie, The Pyramids and Temples of Gizeh, Londres, 1885, p. 34,
34, Abdel-Aziz Saleh, «Excavations around Mycerinus pyramid complex», MDAIK, 30
(1974), pp. 131-154,
35. W. M. F. Petrie, Gizeh and Rifeh, Londres, 1907, p. 9.
36. K. Kromer, Siedlungsfunde aus dem friihen Alten Reich in Giseh, Viena, 1978. Una revi-
sión práctica y aclaratoria es la de K. W. Butzer, INES, 41 (1982), pp. 140-141.
1. El mejor informe general sobre los métodos de construcción en Egipto sigue siendo el de
Somers Ciarke y R. Engelbach, Ancient Egyptian Masonry, Londres, 1930.
2. Esta es la manera en que lo enfoca A. Badawy, Ancient Egyptian Architectural Design: a
Study of the Harmonic System, Berkeley y Los Ángeles, Calif., 1965.
3. Se puede apreciar si se compara la planta de J. E. Quibell y F. W. Green (Hierakonpolis,
II, Londres, 1902, lámina LXXITD con los resultados de las excavaciones norteamericanas de
1967 y los años siguientes, en particular W. A. Fairservis, K. R. Weeks y M. Hoffman, «Prelimi-
nary report on the first two seasons at Hierakonpolis», JARCE, 8 (1971-1972), pp. 14-21, más las
plantas y las secciones que lo acompañan.
4. En realidad, apenas hay algo publicado. Se da alguna información en B. J. Kemp, «The
early development of towns in Egypt», Antiquity, 5 (1977), pp. 185-200.
5. W. Helck, «Bemerkungen zu den Pyramidenstádten im Alten Reich», MDAIK, 15 (1957),
pp. 91-111; K. Baer, Rank and Title in the Old Kingdom, Chicago, 1960, pp. 247-273.
6. L. Borchardt, Das Grabdenkmal des Kónigs Nefer-ir-ke-Re, Leipzig, 1909.
7. K. A. Kitchen, Pharaoh Triumphant: the Life and Times of Ramesses 11, King of Egypt,
Warminster, 1982, pp. 103-109; Farouk Gomaaá, Chaemwese Sohn Ramses' II. und Hoherpriester
von Menphis, Wiesbaden, 1973. , -
8. Papiro Chester Beatty IV = papiro 10684 del Museo Británico; A£L, Ul, pp. 175-178.
9. Selim Hassan, Excavations at Giza IV (1932-1933), El Cairo, 1943, pp. 1-62.
10. En primer lugar, G. A. Reisner, Mycerinus, Cambridge, Mass., 1931, cap. 111; Hassan, op.
cit., facilita otra parte de la planta. Véase también B. G. Trigger, B. J. Kemp, D. B. O'Connor y
A. B. Lloyd, Ancient Egypt: a Social History, Cambridge, 1983, pp. 92-94 (hay trad. cast.: Histo-
ria del Egipto Antiguo, Crítica, Barcelona, 1985).
11. Ahmed Fakhry, The Monuments of Sneferu at Dahshur 1: The Bent Pyramid, El Cairo,
1959, pp. 114-117; Il: The Finds, El Cairo, 1961, en la segunda parte contiene una relación de la
cerámica, la mayor parte de la cual proviene del Imperio Antiguo. Véase asimismo Trigger et al,
op. cit., pp. 95-96.
12. W. M. F. Petrie, Kahun, Gurob, and Hawara, Londres, 1890, cap. Ill; W. M. F. Petrie,
Hlahun, Kahun and Gurob, Londres, 1891, caps. 11 y III; W. M. F. Petrie, G. Brunton y M. A.
Murray, Lahun, 1, Londres, 1923, cap. XUL, A. R. David, The Pyramid Builders of Ancient
Egypt, Londres, 1986.
13, El grupo que descubrió Petrie está publicado por entero en F. Ll. Griffith, Hieratic Papy-
ri from Kahun and Gurob, Londres, 1898; el segundo grupo, procedente de excavaciones clan-
destinas y la mayor parte del cual se encuentra ahora en Berlín, está repartido entre
L. Borchardt, «Der zweite Papyrusfund von Kahun und die zeitliche Festlegung des mittleren
NOTAS (pp. 166-218) 419
Reiches der ágyptischen Geschichte», ZAS, 37 (1899), pp. 89-103: U. Kaplony-Heckel. Agyptís-
che Handsckhriften, parte l, ed. por E. Ltiddeckens, y forma parte de la colección de
W. Voigt, ed., Verzeichnis der orientalischen Handschriften in Deutschland, X1X. Wiesbaden.
1971; U. Luft, «Mahunstudien 1: zu der Chronologie und den Beamten in den Briefen aus
lllahun», Oikumene, 3 (Budapest, 1982), pp. 101-156; «Illahunstudien 1H ei Verteidigungsbrief
aus Illahun. Anmerkungen zu P. Berol 10025», 4 (1983), pp. 121-179: «Illahunstudien IM: zur so-
zialen Stellung des Totenpriesters in Mittleren Reich», 5 (1986), pp. 117-153.
14. H. E. Winlock, Models of Daily Life in Ancient Egypt, Cambridge, Mass., 1955.
15. W. C. Hayes. A Papvrus of the Late Middle Kingdom in the Brooklyn Museum. Broo-
klyn, 1955, sección IV.
16. Griffith, op. cit.. pp. 19-24: también el estudio de D. Valbelle, «Éléments sur la démo-
eraphie et le paysage urbains, d'apres les papyrus documentaires d'époque pharaonique», en So-
ciétés urbaines en Egypte et au Soudan (Cahier de Recherches de l'Institut de Papyrologie et
d'Égiptologie de Lille, 7), 1985, pp. 75-87.
17. D. Arnold y R. Stadelmann, «Dahschur. Zweiter Grabungsbericht», MDA/IK, 33 (1977),
pp. 15-18, fig. 2; Arnold, «Dahschur. Dritter, Grabungsbericht», MDATK, 36 (1980), pp. 15-17.
fig. 1; Dorothea Arnold, «Keramikbearbeitung in Dahschur 1976-1981», MDAIK, 38 (1982). pp.
25-65.
18. 3. Lauffray, Ramadan Sa'ad y S. Sauneron, «Rapport sur les travaux de Karnak. Activi-
tés du Centre franco-égyptien en 1970-1972», Karnak V (1970-25, El Cairo, 1975, pp. 26-30, con
una planta en la fig. 13; J. Lauffray, «Les travaux du Centre franco-égyptien d'étúde des temples
de Karnak. de 1972 a 1977», Karnak VI (1973-7), El Cairo, 1980, pp. 44-52; F. Debono, «Rap-
port préliminaire sur les résultats de Pétude des objets de la fouille des installations du Moyen
Empire et “Hyksós”, á FEst du Lac Sacré de Karnak», Karnak VII (1978-81), París, 1982, pp.
377-383; J. Lauftray, Karnak d'Egypte, París, 1979, pp. 197-209.
19. Karnak VI (1973-77), pp. 153-165.
20. D. B. Redford, Akhenaten, the Heretic King, Princeton, 1984, pp. 95-98,
21. J. Jacquet, Le Trésor de Thoutmosis Her: étude architecturale, El Cairo, IFAO, 1983.
22, R. Fazzini y W. Peck, «The 1982 season at Mut», NARCE, 120 (invierno de 1982), p. 44.
23. H. Larsen, «Vorbericht iiber die schwedischen Grabungen in Abu Ghálib 1932-1934»,
MDIAAK, 6 (1935), pp. 41-87.
24. M. Bietak, «Fell el-Dab*a», Archiv fúir Orientforschung, 32 (1985), pp. 130-135. Para una
introducción general al asentamiento, véase M. Bietak, «Avaris and Piramesse: Archaeological
Exploration in the Eastern Nile Delta» (Mortimer Wheeler Archacological Lecture, 1979), Pro-
ceedings of the British Academy, 65 (1979), pp. 225-290.
25. Textos buenos sobre la historia de la antigua Nubia y la participación de los egipcios son
los de W. Y. Adams, Nubia: Corridor to Africa, Londres, 1977; B. G. Trigger, Nubia under the
Pharaohs, Londres, 1976; también en Trigger et al, op. cit, pp. 116-137; Trigger, «The reasons
for the construction of the Second Cataract forts», JSSEA, 12 (1982), pp. 1-6.
26. W. B. Emery, «Egypt Exploration Society, preliminary report on the excavations at
Buhen, 1962», Kush, 11 (1963), pp. 116-120, trata sobre la ciedad del Imperio Antiguo en Buhen.
Los fragmentos de cerámica de Kubban están mencionados en W. B. Emery y L. P. Kirwan, The
Excavations and Survey between Wadi es-Sebua and Adindan, 1929-1931, El Cairo, 1935, p. 58,
lámina 14.
27. A. W. Lawrence, «Ancient Egyptian fortifications», JEA, 51 (1965), pp. 69-94; W. B.
Emery, Egypt in Nubia, Londres, 1965, pp. 141-153; B. J. Kemp, «Fortified towns in Nubia», en
P. Ucko, R. Tringham y G. W. Dimbleby, eds., Man, Settlement and Urbanism, Londres, 1972,
pp. 651-656.
28. W. B. Emery, H. S. Smith y A. Millard, The Fortress of Buhen: the Archaeological Re-
port, Londres, 1979.
29. D. Arnold y J. Settgast, «Erster Vorbericht úber die vom Deutschen Archáologischen
Institut Kairo im Asasif unternommenen Arbeiten (1. und 2. Kampagne)», MDAIK, 20 (1965).
420 EL ANTIGUO EGIPTO
fig. 2 frente a la p. 50; cf. A. R. Schulman, «The battle scenes of the Middle Kingdom», JSSEA,
12 (1982), pp. 165-183,
30. J. Knudstad, «Serra East and Dorginarti. A preliminary report on the 1963-64 excava-
tions of the University of Chicago Oriental Institute Sudan Expedition», Kush, 14 (1966), pp.
165-178,
31. G. A. Reisner y D. Dunham, «The Egyptian forts from Halfa to Semna», Kush, 8 (1960),
p. 16, plano 2; G. A, Reisner, N. F. Wheeler y D. Dunham, Uronarti Shalfak Mirgissa (Second
Cataract Forts 11), Boston, 1967, sección Il.
32. AEL, L, pp. 118-120.
1 Ea coman Y Cc
38. G.A. Reisner, D, Dunham Y JM. A. Janssen, Semña Kumma (EC
Boston, 1960, sección Il.
34. [bid., láminas 17 y 22.
35. 1bid., sección Il.
36. J, Vercoutter, «Semna South fort and the records of the Nile levels at Kumma», Kush,
14 (1966), pp. 125-132.
37. A. J. Mills, «The archaeological survey from Gemai to Dal - report on the 1965-1966
season», Kush, 15 (1967), p. 206, lámina XXX VIOb.
38. Señalado en el mapa en J. de Morgan, U. Bouriant, G. Legrain, G. Jécquier y A. Barsan-
ti, Catalogue des monuments et inscriptions de l'Égypte antique, serie 1, vol. 1, Viena, 1894, p. 65;
está tratado más a fondo en J. Hawkes, ed., Atlas of Ancient Archaeology, Londres, 1974, p. 163.
39. W. Y. Adams y H. Á. Nordstróm, «The archaeological survey on the west bank of the
Nile: third season, 1961-62», Kush, 11 (1963), p. 23; Adams, op. cit., p. 183.
40. P. C. Smither, «The Semnah Despatches», JEA, 31 (1945), pp. 3-10.
41. Adams, op. cit., p. 185.
42. J. Vercoutter, «La stéle de Mirgissa 1M.209 et la localisation d'Iken (Kor ou Mirgissa?)»,
RaE, 16 (1964), pp. 179-191; Vercoutter, Mirgissa, 1, París, 1970, pp. 187-189.
43. B. J. Kemp, «Large Middle Kingdom granary buildings (and the archaeology of admi-
nistration)», ZAS, 113 (1986), pp. 120-136.
44. A. Badawy, «Preliminary report on the excavations by the University of California at
Askut (first season, October 1962-Jaunary 1963)», Kush, 12 (1964), pp. 47-53; Badawy, «Askut:
a Middle Kingdom fortress in Nubia», Archaeological, 18 (1965), pp. 124-131; Badawy, «Archaeo-
logical problems relating to the Egyptian fortress at Askut», JARCE, 5 (1966), pp. 23-27.
45. J. Vercoutter, «Kor est-il Iken? Rapport préliminaire sur les fouilles francaises de Kor
(Bouhen sud), Sudan, en 1954», Kush, 3 (1955), pp. 4-19; H. S. Smith, «Kor. Report on the ex-
cavations of the Egypt Exploration Society at Kor, 1965», Kush, 14 (1966), pp. 187-243; también
en Kemp, op. cif., 1986.
46. Reisner, Wheeler y Dunham, op. cit., pp. 22-31, láminas XV-XIX, mapa VI
1. Los estudios generales sobre el papel del templo en la sociedad del Imperio Nuevo y los
períodos siguientes son: J. J. Janssen, «The role of the temple in the Egyptian economy during
the New Kingdom», en E. Lipinski, ed., State and Temple Economy ín the Ancient Near East, 1,
Lovaina, 1979, pp. 505-515; B. J. Kemp, «Temple and town in ancient Egypt», en P. J. Ucko,
R. Tringham y G. W. Dimbleby, eds., Man, Settlement and Urbanism, Londres, 1972, pp. 657-
680; J. H. Johnson, «The role of the Egyptian priesthood in Ptolemaic Egypt», en L. H. Lesko,
ed., Egyptological Studies in Honor of Richard A. Parker, Hannover y Londres, 1986, pp. 70-84.
2. K. A. Kitchen, «Barke», Lexikon, 1, pp. 619-625.
3. K. A. Kitchen, «Nakht-Thuty - Servitor of sacred barques and golden portals», JEA, 60
(1974), pp. 168-174; Kitchen, Pharaoh Triumphant: the Life and Times of Ramesses 1, King of
Egypt, Warminster, 1982, p. 172.
NOTAS (pp. 218-250) 421
4. G. Legrain, «Le logement et transport des barques sacrées et des statues des dieux dans
quelques temples égyptiens», BIFAO, 13-(1917), pp. 1-76, continúa siendo una valiosa obra de
referencia sobre el transporte de las barcas sagradas y sus santuarios durante el Imperio Nuevo
y los períodos siguientes.
5. B. J. Kemp, «Fortified towns in Nubia», en Ucko, Tringham y Dimbleby, op. cit., pp. 651-
656.
6. J. Jacquet y H. Wall-Gordon, «Un bassin de libation du Nouvel Empire dedié á Ptah. Pre-
miére partie. L'architecture/A New Kingdom libation basin dedicated to Ptah. Second part. The
inscriptions», MDATK, 16 (1958), pp. 161-175; R. Anthes, Mit Rahinek 1956, Filadelfia, 1965, pp.
72-75, láminas 24-25,
7. Véase la nota 31. Tenemos documentado otro ejemplo, junto a la entrada del templo de
Soleb en Nubia, en M. S. Giorgini, «Soleb, campagna 1959-60», Kush, 9 (1961), p. 186, fig. 3.
8. La fuente clásica de los territorios nubios que abastecían a un templo egipcio es el De-
creto de Nauri de Seti 1, en beneficio de su templo en Abydos; véase F. Ll. Griffith, «The Aby-
dos Decree of Seti I at Nauri», JEA, 13 (1927), pp. 193-208; W. F. Edgerton, «The Nauri Decree
of Seti L A translation and analysis of the legal portion», JNES, 6 (1947), pp. 219-230; A. H.
Gardiner, «Some reflections on the Nauri Decree», JEA, 38 (1952), pp. 24-33.
9. K. Baer, «The low price of land in ancient Egypt», JARCE, 1 (1962), pp. 25-45, facilita un
buen estudio introductorio de las fuentes y las interpretaciones pertinentes a la propiedad de tie-
rras en el antiguo Egipto. Sin embargo, las observaciones que hace al respecto del papiro Wil-
bour han sido superadas en artículos posteriores, el más reciente de ellos es el de J. JJ anssen,
«Agrarian administration in Egypt during the Twentieth Dynasty», BibOr, 43 (1986), pp.
351-366.
10. A. H. Gardiner y R. O. Faulkner, The Wilbour Papyrus, 1-IV, Brooklyn, 1941-1932; S. L.
D. Katary, «Cultivator, scribe, stablemaster, soldier: the Late-Egyptian Miscellanies in light of
P. Wilbour», The Ancient World, 6 (1983), pp. 71-93; Janssen, op. cit., 1986,
11. A. H. Gardiner, «Ramesside texts relating to the taxation and transport of corn», JEA,
27 (1941), pp. 37-56.
12. Tratado en J.-M. Kruchten, Le Décret d'Horemheb, Bruselas, 1981, pp. 92-93.
13. $. Schott, Kanais. Der Tempel Sethos 1. im Wadi Mia, Gotinga, 1961, pp. 143-159; AEL,
TIT, pp. 52-57.
14. W, Helck, «Eine Briefsammlung aus der Verwaltung des Amuntempels», JARCE, 6
(1967), pp. 135-151, Se han localizado las minas de galena y se ha excavado un pequeño santua-
rio de construcción muy tosca: G. Castel, J.-F. Gout y G. Soukiassian, «Fouilles de Gebel Zeit
(Mer Rouge). Premiére et deuxiéme campagnes (1982-83)», ASAE, 70 (1984-1985), pp. 99-105;
G. Castel y G. Soukiassian, «Dépót de stéles dans le sanctuaire du Nouvel Empire au Gebel
Zeit», BIFAO, 85 (1985), pp. 285-293.
15. J. J. Janssen, Commodity Prices from the Ramessid Period, Leyden, 1975, pp. 455-459.
16. Gardiner, op. cit., 1941, pp. 22-37.
17. W. F. Edgerton, «The strikes in Ramses IIP's twenty-ninth year», JNES, 10 (1951), p.
144, W. Helck, Materialen zur Wirtschaftsgeschichte des Neuen Reiches, Maguncia, 1960-1964,
1, pp. 267-268; IV, p. 410; A. H. Gardiner, Ramesside Administrative Documents, Londres,
1948, p. 64, línea 12, hasta p. 65, línea 4.
18, T. E. Peet, The Great Tomb-robberies of the Twentieth Egyptian Dynasty, Oxford, 1930,
p. 12, nota i.
19. H. H. Nelson y U. Hólscher, Work in Western Thebes 1931-33 (Oriental Institute Com.-
munications, 18), Chicago, 1934, pp. 46-51.
20. Los dibujos de los almacenes y los graneros del templo son de N. de G. Davies, «The
graphic work of the expedition», Bulletin of the Metropolitan Museum of Art (noviembre de
1929), sección II, suplemento, pp. 41-49,
21. U. Holscher, The Mortuary Temple of Ramses [1Í, vol. 1, Chicago, 1941, pp. 71-82,
22. BAR, Il, p. 113, $ 274.
422 EL ANTIGUO EGIPTO
23. 3.3 Janssen, Two Ancient Egyptian Ship's Logs, Leyden, 1961, en especial las pp. 101-
102; véase asimismo el cap. 6.
24. AEL, Í, pp. 215-222.
25. E. Otto, «Amun», Lexikon, L, pp. 237-248; D. Arnold, Der Tempel des Kónigs Mentuho-
tep von Deir el-Bahari [. Architektur und Deutung. Maguncia, 1974, pp. 78-80; F. Daumas,
«L'origine d'Amon de Karnak». BIFAO, 65 (1967), pp. 201-214.
26. H. Brunner. Die Geburt des Gottkónigs, Wiesbaden, 1964. El grupo de escenas a las cua-
les es más fácil acceder es el correspondiente a Hatshepsut en Deir el-Bahari: E. Naville, The
Temple of Deir el-Bahari, UL. Londres, 1896, láminas 47-55,
27. Naville, op. cit., UL, 1898, lámina LXL
28. Sobre los días de coronación en el Imperio Nuevo, véase A. H. Gardiner, «Regnal years
and civil calendar in Pharaonic Egypt», JEA, 31 (1945), pp. 25-28; Lexikon, VI, pp. 532-533.
29. Papiro Leyden 1.350. A. H. Gardiner, «Hymns to Ámon from a Leiden papyrus», ZÁS,
42 (1905), pp. 12-42 y, en especial, las pp. 20-22; C. F. Nims, Thebes of the Pharaohs: Pattern for
Every City, Londres, 1965, p. 69.
30. Para una visión de conjunto de Tebas, véase Nims, op. cit. Se pueden encontrar descrip-
ciones sobre Karnak en los manuales y en los libros de arquitectura egipcia, pero está tratado
más a fondo en: P. Barguet, Le Temple d'Amon-Ré á Karnak: essal d'exégese, El Cairo, IFAO,
1962; J. Lauffray, Karnak d'Egypte: Domaine du Divin, París, 1979.
31. Barguet, op. cit., pp. 219-242; C. F. Nims, «The Eastern Temple at Karnak», en Beltriige
zur áigyptischen Bauforschung und Altertumskunde, 12 (Festschrift Ricke), Wiesbaden, 1971, pp.
107-111; L. Habachi, Features of the Deification of Rameses H, Glúckstadt, 1969, p. 20.
32. J. Yoyotte, «Á propos de Pobélisque unique», Kémi, 14 (1957), pp. 81-91.
33. Barguet, op. cit., cap. IV y pp. 283-299; J. Lauffray, «Le secteur nord-est du temple jubi-
laire de Thoutmosis III a Karnak. État des lieux et commentaire architectural», Kémi, 19 (1969),
pp. 179-218; F. Daumas, «L'interprétation des temples égyptiens anciens á la lumiére des tem-
ples gréco-romains», Karnak VI (1973-1977), El Cairo, 1980, pp. 261-284; G. Haeny. Basilikale
Anlagen in der aegyptischen Baukunst des Neuen Reiches, Wiesbaden, 1970, pp. 7-17 y 81-93;
Lauffray, op. cit., 1979, pp. 125-131; G. Bjórkman, Kings at Karnak, Upsala, 1971, pp. 84-90; G.
A. Gaballa y K. A. Kitchen, «The festival of Sokar», Orientalia, 38 (1969), pp. 1-76, sobre todo
las pp. 27-28.
34, Barguet, op. cit., pp. 179-182.
35. M. Gitton, «Le palais de Karnak», BIFAO, 74 (1974), pp. 63-73; D. B. Redford, «Studies
on Akhenaten at Thebes. l. A report on the work of the Akhenaten Temple Project of the Uni-
versity Museum, University of Pennsylvania», JARCE, 10 (1973), pp. 87-90; R. W. Smith y D. B.
Redford, The Akhenaten Temple Project, 1, Warminster, 1976, cap. 9.
36. Sobre los oráculos en el antiguo Egipto, véase J. Cerny, «Egyptian oracles», en R. A.
Parker, A Saite Oracle Papyrus from Thebes in the Brooklyn Museum, Providence, 1962, pp. 35-
48: Lexikon, YV, pp. 600-606. El texto de Hatshepsut: P. Lacau y H. Chevrier, Une chapelle
d' Hatshepsut d Karnak, l, El Cairo, 1977, pp. 92-153; J. Yoyotte, «La date supposée du couron-
nement d'Hatshepsout», Kémi, 18 (1968), pp. 85-91; Gitton, op. cil.
37. Urk IV, pp. 157-162.
38. Urk IV, p. 837.3; véase Bjórkman, op. cit., pp. 86-87.
39. D. B. Redford, Akhenaten, the Heretic King, Princeton, N. J., 1984, cap. 7.
40. F. Laroche-Traunecker, «Données nouvelles sur les abords du temple de Khonsou»,
Karnak VII (1978-1981), El Cairo, 1982, pp. 313-338, en especial la p. 315.
41. A. H. Gardiner, «Tuthmosis 111 return thanks to Amun», JEA, 38 (1952), pp. 20-23;
B. Cumming, Egyptian Historical Records of the Later Eighteenth Dynasty, 1, Warminster, 1982,
p. 12,
42. Nelson y Hólscher, op. cit., pp. 24-25.
43. W. Wolf, Das schóne Fest von Opet, Leipzig, 1931; Lexikon, IV, pp. 574-579.
44. L. Bell, «Luxor temple and the cult of the royal ka», JNES, 44 (1985), pp. 251-294.
NOTAS (pp. 250-276) 423
345. A. H. Gardiner, «The coronation of King Haremhab». JEA, 39 (1953), pp. 13-31; R.
Hari, Horemheb et la reine Moutnedjemet, Ginebra, 1964, pp. 208-216.
46. H. H. Nelson, «The identity of Amon-Re of United-with-Eternity», JNES, 1 (1942), pp.
127-155. :
47. R. Stadelmann, «Swt-R'w als Kultstátte des Sonnengottes im Neuen Reich», MDAIK, 25
(1969), pp. 159-178; B. Lesko, «Royal mortuary suites of the Egyptian New Kingdom», AJA, 73
(1969), pp. 453-458.
48. G. Foucart. «Études thébaines. La Belle Féte de la Vallée». BIFAO, 24 (1924), pp. 1-209;
S. Schott, Das schóne Fest vom Weiistentale, Wiesbaden, 1952; Kitchen, op. cit., 1982, p. 169.
40 WT rRMAuernana Llasad sorth Etroemitu: a Dianocoo Cliido ta tio Manisaonto nn Modinst
AF. WE. Je IVIUITIALIE, ATULCO Will EAETFUuLy. 4 COFRE CUA 10 (ME IVNEOUFLAITIEHES Oj ¡VMCaiREl
Habu, Chicago y El Cairo, 1980, pp. 76-77: Lexikon, MI. pp. 1.256-1.258.
50. R. Stadelmann, «Tempel und Tempelnamen in Theben-Ost und -West», MDAIK, 34
(1978). pp. 171-180.
51. R. Stadeimann, «Tempelpalast und Erscheinungsfenster in der Thebanischen Totentem-
peln», MDAIK, 29 (1973), pp. 221-242.
52. Murnane, op. ctt., p. 70.
53. Stadelmann, op. cit., 1973; B. J, Kemp, «The Window of Appearance at El-Amarna and
the basic structure of this city», JEA, 62 (1976), pp. 81-99.
54. J.-M. Kruchten, op. cit, pp. 162-177 y 199-200; J.-M. Krutchen, «Rétribution de Parmée
d'apres le decret d'Horemheb», en £ égyptologie en 1979: axes prioritaires de recherches, vol. Il
(Colloques Internationaux du Centre National de la Recherche Scientifique, n.? 595), París,
1982, pp. 144-148.
55. Stadelmann, op. cit., 1973.
56. Las fuentes originales están enumeradas cómodamente en E. Hormung y E. Staehelin,
Studien zum Sedfest (Aegyptiaca Helvetica, 1), Basilea y Ginebra, 1974, pp. 33-36, Véase tam-
bién W. J. Murnane, «The Sed Festival: a problem in historical method», MDAIK, 37 (1981), pp.
369-376.
57. W. Stevenson Smith, The Art and Architecture of Ancient Egypt, Harmondsworth, 19812,
pp. 282-295; W. C. Hayes, «Inscriptions from the Palace of Amenhotep ID», JNES, 10 (1951),
pp. 35-56, 82-111, 156-183 y 231-242; B. J. Kemp y D. B. O'Connor, «Án ancient Nile harbour.
University Museum excavations at the “Birket Habu”», International Journal of Nautical Ar-
chaeology and Underwater Exploration, 3 (1974), pp. 101-136.
58. The Epigraphic Survey, The Tomb of Kheruef (Oriental Institute Publications, 102), Chi-
cago, 1980, p. 43, lám. 28.
59, Es interesante observar que la representación más antigua de un elemento de la fiesta
Sed —el faraón sentado en un sitial elevado, colocado debajo de un pabellón— aparece en una
de las barcas de la tumba decorada de Hieracómpolis (véase la figura 11, p. 52). Sin embargo,
no estamos seguros de que allí se trate de una fiesta Sed, Las imágenes de las barcas están au-
sentes de las representaciones del período Dinástico Antiguo y de la Pirámide Escalonada.
60. The Epigraphic Survey, op. cit., pp. 59-61, láminas 56 y 57,
61. El material más apto para realizar una comparación habría sido el templo funerario del
faraón, del cual apenas quedan restos ahora. Los fragmentos de la fiesta Sed están publicados
en G. Haeny, Untersuchungen im Totentempel Amenophis' HI, Wiesbaden, 1981, láms. 40-42.
Las escenas del templo de Soleb, LD, vo). MI, láms. 83 y 84, tampoco reflejan nada de lo que
aparece en las de Jeruef, aunque uno de los nuevos elementos del repertorio es el ritual de lla-
mar a la puerta.
62. The Epigraphic Survey, op. cit., pp. 49-51, láms. 42 y 44.
63. Un buen estudio general de los palacios del Imperio Nuevo está en Stevenson Smith, op.
cit., caps. 15 y 17.
64. Como se menciona en las estelas de demarcación del faraón. Para una discusión de los
campamentos reales, véase B. J. Kemp, «A building of Amenophis HI at Kom El-*'Abd», JEA,
63 (1977), pp. 77-78.
424 EL ANTIGUO EGIPTO
65. A. H. Gardiner, ed., The Wilbour Papyrus, vol. 11, Brooklyn y Oxford, 1948, p. 18:
Kruchten, op. cit, 1981, pp. 111-112.
66. R. A. Caminos, Late Egyptian Miscellanies, Londres, 1954, pp. 198-201.
67. Gardiner, op. cit., 1948, p. 18; Helck, op. cit., 1960-1964, p. 235 = p. 1.017.
68. U. Hólscher, Das Grabdenkmal des Kónigs Chephren, Leipzig, 1912, pp. 81-83 y 86-87,
lám. XV, fig. 75; Ahmed Bey Kamal, «Rapport sur les fouilles du comte de Galarza», ASAE, 10
(1910), pp. 116-117. Véase asimismo la fotografía aérea de H. Ricke, Der Harmachistempel des
Chefren in Giseh (Beitrage zur ágyptischen Bauforschung und Altertumskunde, 10), Wiesbaden,
1970, frontispicio. En la lámina 3, hay la ilustración de una escalinata que, probablemente, per-
teneció a este palacio, cf. p. Xul
69. Kemp, op. cit., 1977, pp. 71-82.
70. Hay un plano útil en A. Badawy, 4 History of Egyptian Architecture: The Empire (the
New Kingdom), Berkeley y Los Ángeles, Calif., 1968, p. 53, fig. 29; véase también D. G. Jeffreys,
The Survey of Menphkis, 1, Londres, 1985, pp. 15 y 19-20, fig. 63.
71. B. J. Kemp, «The Harim-Palace at Medinet el-Ghurab», ZAS, 105 (1978), pp. 122-133.
72. A. de Buck, «The Judicial Papyrus of Turin», JEA, 23 (1937), pp. 152-164.
73. Stevenson Smith, op. cit., pp. 278-281; Lacovara, «Archaeological survey of Deir el-Ba-
llas», NARCE, 113 (invierno de 1980), pp. 3-11; P. Lacovara, «Archaeological survey and excava-
tion at Deir el-Ballas 1985», NARCE, 129 (primavera de 1985), pp. 17-29; Lacovara, «The Hearst
Excavations at Deir el-Ballas: the Eighteenth Dynasty town», en W. K. Simpson y W. M. Davis,
eds., Studies in Ancient Egypt, the Aegean and the Sudan: Essays in Honor of Dows Dunham,
Boston, 1981, pp. 120-124; A. J. Spalinger, «Baking during the reign of Seti l», BIFAO, 86
(1986), pp. 307-352.
74. W. Spiegelberg, Rechnungen aus der Zeit Setis 1, Estrasburgo, 1896; Kelck, op. cit., 1960-
1964, IV, pp. 633-641.
75. E. F. Campbell, The Chronology of the Amarna Letters, Baltimore, 1964. Si se quieren
ver muestras del estilo de las cartas, véase A. L. Oppenheim, Letters from Mesopotamia, Chica-
go, 1967, pp. 119-134. Cada carta posee un número de identificación moderno y lleva delante el
prefijo EA.
76. A. R. Schulman, «Diplomatic marriage in the Egyptian New Kingdom», JNES, 38
(1979), pp. 177-193.
77. K. A. Kitchen, Suppiluliuma and the Amarna Pharaohs, Liverpool, 1962, p. 14.
78. El ejemplo clásico es la Inscripción de Mes, resumida en Kitchen, op. cit., 1982, pp. 128-
129,
79. A. R. Schulman, Military Rank, Title and Organization in the Egyptian New Kingdom,
Berlín, 1964; Y. Yadin, The Art of Warfare in Biblical Lands, Londres, 1963, proporciona un ex-
celente resumen, así como ilustraciones, de la tecnología militar egipcia del período.
80. Kruchten, op. cit., 1981, pp. 82-95 y 162-177; véase además la nota 54 supra.
81. «Militárkolonie», Lexikon, IV, p. 135; D. B. O'Connor, «The geography of settlement in
ancient Egypt», en Ucko, Tringham y Dimbleby, op. cit., p. 695. Las tierras que son causas de
disputas en la Inscripción de Mes constituyen otro ejemplo.
82. El trasfondo militar del período de Amarna está tratado en A. R. Schulman, «Some ob-
servations on the military background of the Amarna Period», JARCE, 3 (1964=, pp. 51-69. So-
bre los orígenes de Horemheb, véase A. R. Schulman, «The Berlin “Trauerrelief” (No. 12411)
and some officials of Tut'ankhamún and Ay», JARCE, 4 (1965), pp. 58-61. Posteriormente, a
Horemheb se le empezó a considerar el iniciador de una nueva era: véase A, K, Phillips, «Ho-
remheb, founder of the XIXth Dynasty? O. Cairo 25646 reconsidered», Orientalia, 46 (1977), pp.
116-121. Con respecto a los orígenes de la dinastía XIX, véase Kitchen, op. cit, 1982, pp. 15-18;
E, Cruz-Uribe, «The father of Ramses 1: OI 11456», JNES, 37 (1978), pp. 237-244. También re-
sulta útil A. Kadry, «The social status and education of military scribes in Egypt during the 18th
Dynasty», Oikumene, 5 (Budapest, 1986), pp. 155-162.
83. En el papiro Anastasi II y el papiro Sallier l; véase Caminos, op. cit., 1954, pp. 51 y 317.
NOTAS (pp. 276-297) 425
Population Growth: Anthropological Implications, Cambridge, Mass., y Londres, 1972, pp. 78-
100.
19. Brunton, op. cit., 1927, p. 76.
20. T. G. H. James, The Hekanakte Papers and Other Early Middle Kingdom Documents,
Nueva York, 1962; K. Baer, «An Eleventh Dynasty farmer's letters to his family», JAOS, 83
(1963), pp. 1-19; T. G. H. James, Pharaoh's People: Scenes from Life in Imperial Egypt, Londres,
1984, pp. 113-114 y 242-247; U. Luft, «Illahunstudien, II. zur sozialen Stellung des Totenpries-
ters im Mittleren Reich», Oikumene, 5 (Budapest, 1986), pp. 150-153,
21. Baer, op. cit., p. 12; cf. Luft, op. cit., p. 150.
22. Baer, op, cit.,
4 p. 10
19.
23. Ibid., pp. 16-17.
24. W. Helck, «Wirtschaftliche Bemerkungen zum privaten Grabbesitz im Alten Reich»,
MDAIK, 14 (1956), pp. 63-75; 24. W. Helck, Wirtschaftgeschichte des Alten Ágypten im 3. und 2.
Jahrtausend vor Chr., Leyden, 1975, cap. 8. Estas fuentes se jactan también de la provisión par-
ticular de objetos para la tumba de uno.
25. J. J. Janssen y P. W. Pestman, «Burial and inheritance in the community of the necro-
polis workmen at Thebes (Pap. Bulaq X and O. Petrie 16)», JESHO, 11 (1968), pp. 137-170.
26. Caminos, op. cit., passim.
27. S. R. K. Glanville, «The letters of Aahmose of Peniati», JEA, 14 (1928), pp. 294-312; Ja-
mes, op. cit., 1984, pp. 172-175. Papiro BM10102.
28. H. E. Winlock, Models of Daily Life in Ancient Egypt, Nueva York, 1955, sección IV.
29. B.J. Kemp, «The city of el-Amarna as a source for the study of urban society in ancient
Egypt», World Archaeology, 9 (1977), pp. 123-139.
30. P. Crocker, «Status symbols in the architecture of El-Amarna», JEA, 71 (1985), pp. 52-
65; C. Tietze, «Amarna. Analyse der Wohnháuser und soziale Struktur der Stadtbewohner»,
ZAS, 112 (1985), pp. 48-84.
31. T. E. Peet, The Great Tomb-robberies of the Twentieth Egyptian Dynasty, Oxford,
1930.
32. H. Frankfort y J. D. S. Pendlebury, The City of Akhenaten, 1, Londres, 1933, pp. 59-61,
lámina XLIII Respecto a la estatuilla hitita, así como para una discusión de las circunstancias
que rodearon el hallazgo y su trascendencia, véase M. Bell, «A Hittite pendant from Amarna»,
AJA, 9 (1986), pp. 145-151.
33. James, op. cit., 1984, p. 186, y lámina 11 (arriba).
34. Múller-Wollermamn, op. cit., pp. 163-164.
35. A. Lucas y J. R. Harris, Ancient Egyptian Materials and Industries, Londres, 19624, pp.
59-61; 1. M. E. Shaw, «A survey at Hatnub», en B. J. Kemp, Amarna Reports, TIL, Londres, 1986,
cap. 10,
36. Como actualmente y de manera regular hacen los guardas de la Organización de Anti-
giiedades de Egipto, tesponsables de Hatnub. La duración del viaje es de unas tres horas en cada
dirección.
37. Dorothea Arnold, «Agyptische Mergeltone (“Wústentone”) und die Herkunft einer
Mergeltonware des Mittleren Reiches aus der Gegend von Menphis», en D. Arnold, ed., Studien
zur altáigyptischen Keramik, Maguncia, 1981, pp. 167-191; P. Nicholson y H. Patterson, «Pottery
making in Upper Egypt: an ethnoarchaeological study», World Archaeology, 17 (1985), pp. 222-
239,
38. G. Caton-Thompson y E. W. Gardner, The Desert Fayum, Londres, 1934, caps. XXIII-
XXVI
39. Lexikon, IV, pp. 197-198 y 358; cf. Janssen, op. cit., 1975a, p. 163.
40. Con respecto al comercio exterior estudiado a partir de los materiales arqueológicos,
veánse R. $. Merrillees, The Cypriote Bronze Age Pottery Found in Egypt, Lund, 1968, pp. 173
y ss., así como la p. 194; B. J Kemp y R. S. Merillees, Minoan Pottery in Second Millenium
Egypt, Maguncia, 1980, pp. 276 y ss.
428 EL ANTIGUO EGIPTO
41. P. E. Newberry, Beni Hasan, E, Londres, 1893, p. 69, láminas XXX, XXXI, XXVIII y
XXXVIH; J, R. Harris, Lexicographical Studies in Ancient Egyptian Minerals, Berlín, 1961, pp.
174-176; W. Helck, Die Beziehungen ÁAgypiens zu Vorderasien im 3. und 2. Jahrtausend v.Chr,,
Wiesbaden, 19712, pp. 41-42. H. Goedicke, «Abi-Sha(i)'s representation at Beni Hasan», JARCE,
21 (1984), pp. 203-210, presenta argumentos en contra de la idea de que los asiáticos fuesen una
misión comercial, apoyándose en dos factores: los egipcios disponían de galena mucho más cer-
ca (en los depósitos de las colinas del mar Rojo), y resulta improbable que los asiáticos proce-
dentes de Moab se dirigiesen primero al delta oriental y luego a Beni Hasan. Sin embargo, el
primer punto es muy poco válido. Para los egipcios habría sido una fuente de abastecimiento
más fácil si los asiáticos traían la galena que tener que obtenerla mediante su explotación diree-
ta a las orillas del mar Rojo, una región peligrosa para los habitantes del valle del Nilo. Además,
hay referencias explícitas a la galena proveniente de Asia occidental en el Imperio Nuevo. En
segundo lugar, los pueblos residentes al sureste de Palestina podrían haber tomado una ruta que
pasase por el centro del Sinaí, tal vez a través del Wadi el-Arish, y hacia el extremo del golfo de
Suez, con lo cual se evitarían los posibles controles egipcios situados en la entrada al delta orien-
tal. Desde aquí hasta el Medio Egipto, significa bajar hacia el sur, bordeando la costa del mar
Rojo, hasta llegar al Wadi Araba, el cual proporciona un trayecto relativamente fácil hasta el
Nilo, en las proximidades de Beni Suef. Beni Suef no pertenecía al nomo de Khnumhotep, pero
se puede sostener que la práctica documentada en su tumba representa que él tenía jurisdicción
sobre las rutas del desierto con las cuales se abastecía a esta zona clave del Medio Egipto. Tal
vez el rol de Khnumhotep fuese ofrecer a estas rutas el mismo tipo de control sobre la inmigra-
ción que otros ejercían en el delta oriental y en la segunda catarata de Nubia.
42. Janssen, op. cit., 1975b; James, op. cit., 1984, cap. 9. Para las pesas de piedra, véanse D.
Valbelle, Catalogue des poids á inscriptions hiératiques de Deir el-Médineh. Nos. 5001-5423, El
Cairo, 1977, M. Cour-Marty, «La collection de poids du Musée du Caire revisitée», RdE, 36
(1985), pp. 189-200.
43. Ibid., 1975b, p. 9.
44. Ibid., pp. 180-184,
45. Janssen, op. cit., 1975b, pp. 292-298.
46. Ibid., cap. 2. En cuanto a los disturbios provocados por el hambre durante finales del pe-
ríodo ramésida, véase C. J. Eyre, «A “strike” text from the Theban necropolis», en J. Ruífle, G.
A. Gaballa y K. A. Kitchen, eds., Orbis Aegyptiorum Speculum: Glimpses of Ancient Egypt: Stu-
dies in Honour of H. W. Fairman, Warminster, 1979, pp. 80-91. Sobre las incursiones libias como
otra causa de la inestabilidad en Tebas, véase K. A. Kitchen, «Les suites des guerres libyennes
de Ramsés lll», RdE, 36 (1985), pp. 177-179.
47. Todavía hay que determinar si la tan conocida «ribera» (mryt) del sector occidental de
Tebas, en donde tenían lugar las transacciones comerciales y otras actividades, estaba verdade-
ramente a orillas del río o se trataba de otro lugar distinto que, metafóricamente, recibía el nom-
bre de «ribera». Para las referencias básicas, remitirse a J. Cerny, A Community of Workmen at
Thebes in the Ramesside Period, El Cairo, 1973, pp. 94-97.
48. N. de G. Davies, Two Ramesside Tombs at Thebes, Nueva York, 1927, lámina XXX; Ja-
mes, op. cil., 1984, pp. 250-252, fig. 25,
49. La vasija de la izquierda está provista de un tubo en ángulo recto que servía para beber
y utilizado especialmente para la cerveza. Cf. James, Op. cit., 1984, p. 252.
50. N. de G. Davies y R. O. Faulkner, «A Syrian trading venture to Egypt». JEA, 33 (1947),
pp. 40-46; James, op. cit., 1984, pp. 253-256, fig. 26.
51. Frankfort y Pendlebury, op. cit., p. 19, lámina XXXIIL3 (Casa U.36.41).
52. A. Moussa y H. Altenmiiller, Das Grab des Nianchchnum und Chnumhotep, Maguncia,
1977, pp. 84-85, lám. 24, fig. 10, Múller-Wollermann, op. cil., pp. 138 y ss.; James, op. cit., 1984,
pp. 254-258, fig. 27; cf. además S. 1. Hodjash y O. D. Berley, «A market-scene in the mastaba of
Dig-m-nk (Tp-m-nk)», Altorientalische Forschungen, 7 (1980), pp. 31-49.
53. Con respecto al precio del ganado vacuno expresado en vasijas de aceite durante el Im-
NOTAS (pp. 314-337) 429
perio Antiguo, véase B. Vachala, «A note on prices of oxen in Dynasty V», ZÁS, 114 (1987), pp.
91-95.
54. J.J. Janssen, «Kha'emtore, a well-to-do workman», OMRO, 58 (1977), pp. 221-232; Jans-
sen, Op. cit.. 1975b, pp. 533-538; E. S. Bogolovsky, «Hundred Egyptian draughtsmen», ZAS, 107
(1980), pp. 89-116.
55. 3, J. Janssen, «The water supply of a desert village», B Medelhavsmuseet, 14 (1979), pp.
9-15; Janssen, op. cit., 1975b, pp. 448-449,
56. B. J. Kemp, Amarna Reports, l-IV, Londres, 1984-1987.
57. J.J. Janssen, Two Ancient Egyptian Ship's Logs, Leyden, 1961, pp. 101-104; James, op.
cit., 1984, pp. 247-248,
58. Papiro Lansing 6.9-7.1 = Caminos, op. cit., p. 390; cf. Janssen, Op. cit, 1961, p. 103.
59. Caminos, op. cit., p. 138; asimismo, el tratante que vuelve de Siria, en ibid., p. 16 = pa-
piro Bolonia 1094, 5,5-5.6.
60. T. E. Peet, «The unit of value s'ty in Papyrus Bulaq 11», Mélanges Maspéro, 1, El Cairo,
1934, pp. 185-199; Janssen, op. cit., 1975a, p. 162; James, op. cit., 1984, pp. 260-261.
61. B. J. Kemp, «The Window of Appearance at El-Amarna, and the basic structure of this
city», JEA, 62 (1976), pp. 81-99; D. B. Redford, A Study of the Biblical Story of Joseph (Gene-
sis 37-50), Leyden, 1970, pp. 208-226; R. W. Smith y D. B. Redford, The Akhenaten Temple Pro-
ject, 1, Warminster, 1976, pp. 123-134.
62. Davies, op. cit., 1943, pp. 32-36 y 103-106, láminas XXIX-XXXV.,
1. La edición más completa de una de las tumbas decoradas con mayor esmero es la de A.
Piankoff y N. Rambova, The Tomb of Rameses VI, Nueva York, 1954. Véase también el artícu-
lo de A. Piankoff en que se estudian estas composiciones con respecto al período de Amarna,
«Les grandes compositions religieuses du Nouvel Empire et la réforme d'Amarna», BIFAO, 62
(1964), pp. 121-128.
2. Como Najt-dyeuthy, un extraordinario constructor de barcas sagradas, véase la p. 238 y la
nota 3, Forma parte de una lista de hombres famosos que hay en una tumba de Saqgara: K. A.
Kitchen, «Nakht-Thuty - servitor of sacred barques and golden portals», JEA, 60 (1974), p. 172,
nota 11.
3. Acerca de ellas y otras enseñanzas didácticas, véase AEL, 1.
4, Existe una amplia documentación sobre el período de Amarna. Estudios generales son:
C. Aldred, Akhenaten, King of Egypt, Londres, 1988; C. Aldred, Akhenaten and Nefertiti, Nue-
va York, 1973; D. B. Redford, Akhenaten, the Heretic King, Princeton, N. J., 1984; D. B. Red-
ford, History and Chronology of the Eighteenth Dynasty of Egypt, Toronto, 1967, caps. 5 y 6; F.
J. Giles, Ikhnaton: Legend and History, Londres, 1970; H. A. Schlúgl, Echnaton-Tutanchamun:
Fakten und Texte, Wiesbaden, 1983; R. Hari, New Kingdom Amarna Period: the Great Hymn to
Aten (Iconography of Religions, Section XVI: Egypt, fasc. 6), Leyden, 1985; A, M. Blackman,
«A study of the liturgy celebrated in the Temple of the Aton at El-Amarna», en Recueil d'étu-
des égyptologiques dédiées ú la mémoire de Jean-Frangois Champollion (Bibliothéque de lÉco-
le des Hautes Études, 234), París, 1922, pp. 505-527,
5. A. Piankoff, The Litany of Re, Nueva York, 1964.
6. AEL, I, pp. 89-100.
7. Convenientemente traducido en ANÑET, pp. 365-367.
8. J, Wilson, «Akh-en-aton and Nefert-iti», JNES, 32 (1973), pp. 235-241.
9. Sobre el linaje de Tutankhamón, véanse J. D. Ray, «The parentage of Tutankhamún»,
Antiquity, 49 (1975), pp. 45-47; E. S. Meltzer, «The parentage of Tut'ankhamun and Smenkha-
re», JEA, 64 (1978), pp. 134-135; J. Vandier, «Toutánkhamon, sa famille, son régne», Journal
des savants (1967), pp. 67-91.
430 EL ANTIGUO EGIPTO
10. R. Anthes, Die Maat des Echnaton von Amarna (Suplemento de JAOS, 14, abril-junio
de 1952).
11. Véase Aldred, op. cit., 1973; también, €. Desroches-Noblecourt, Monumenis et mémol-
res (Fundación Eugene Piot), 59 (1974), pp. 1-44. Remitirse además a las fuentes citadas en W.
Stevenson Smith, The Art and Architecture of Ancient Egypt, Harmondsworth, 1981, p. 461,
nota 302.
12. N. de G. Davies, The Rock Tombs of El-Amarna, Y, Londres, 1908; AE£L, IL, pp. 48-51.
W. J. Murnane ha realizado una confrontación sobre el terreno de estos textos y ha fijado la fe-
cha de la primera proclama en el quinto año de reinado de Ajenatón, en vez de en el cuarto. Véa-
se «The El-Amarna Boundary Stelae Project: a preliminary report», NARCE, 128 (invierno de
1984), pp. 40-52.
13. Lexikon, VI, pp. 812-816.
14. J. Bennett, «The Restoration Inscriptions of Tut'ankhamun», JEA, 25 (1939), pp. 8-15;
ANET, pp. 251-252.
15. En la Inscripción de Mes, véase G. A. Gaballa, The Menphite Tomb-Chapel of Mose,
Warminster, 1977, p. 25; y en una carta de la dinastía XIX, A, H. Gardiner, «A later allusion to
Akhenaten», JEA, 24 (1938), p. 124.
16. Lexikon, Vl, pp. 309-319: C. Aldred, «El-Amarna», en T. G. H. James, ed., Excavating
in Egypt: The Egypt Exploration Society 1882-1982, Londres, 1982, pp. 89-106. Los principales
informes de excavación son: W. M. F. Petrie, Tell el Amarna, Londres, 1894; L. Borchardt y H.
Ricke, Die Wohnháuser in Tell el-Amarna, Berlín, 1980; T. E. Peet y C. L. Woolley, The City of
Akhenaten, l, Londres, 1923; H. Frankfort y J.D.S. Pendlebury, The City of Akhenaten, (1, Lon-
dres, 1933; J. D. S. Pendlebury, The City of Akhenaten, VI, Londres, 1951. Los trabajos actuales
están resumidos en la colección de B. J. Kemp et al., Amarna Reports, Londres, 1984—, Véase
también H. W. Fairman, «Town planning in Pharaonic Egypt», Town Planning Review, 20 (1949),
pp. 32-51; A. Badawy, A History of Egyptian Architecture: The Empire (the New Kingdom), Ber-
keley y Los Ángeles, Calif., 1968, pp. 76-126; B. J. Kemp, «The city of el-Amarna as a source for
the study of urban society in ancient Egypt», World Archaeology, 9 (1977), pp. 123-139; Kemp,
«The character of the South Suburb at Tell el-* Amarna», MDOG, 113 (1981a), pp. 81-97.
17. Lexikon, 1, p. 601; K. W. Butzer, «Archáologische Fundstellen Ober- und Mittelágyptens
in ihrer geologischen Landschaft», MDAIK, 17 (1961), pp. 62-65, fig. L Véase además
D. Kessler, Historische Topographie der Region zwischen Mallawi und Samalut (Beihefte TAVO
B30), Tubinga, 1981.
18. Forzosarmente, las estimaciones más sustentadas han de ser muy aproximadas. Véan-
se las discusiones en K. Baer, «The low price of land in ancient Egypt», JARCE, I (1962),
pp. 39-45; Fekri A. Hassan, «Environment and subsistence in predynastic Egypt», en J. D.
Clark y S. A. Brandt, eds., From Hunters to Farmers: the Causes and Consequences of
Food Production in Africa, Berkeley y Los Ángeles, Calif., c. 1984, pp. 57-64, en especial la p.
63.
19, Resumidas en Redford, op. cit., 1984, pp. 134-136. Véanse además Ramadan Saad y
L. Manmniche, «A unique offering list of Amenophis IV recently found at Karnak», JEA, 57
(1971), pp. 70-72; W. Helck, «Zur Opferliste Amenophhis” 1V», JEA, 59 (1973), pp. 95-99.
20. Una edición bastante completa es la de N. de G. Davies, The Rock Tombs of El-Amar-
na, 1-VI, Londres, 1903-1908.
21. G. Roeder, Amarna-Reliefs aus Hermopolis, Hildesheim, 1969; R. Kanke, ibid. (Hildes-
heim, 1978); J. D. Cooney, Amarna Reliefs from Hermopolis in American Collections, Maguncia,
1965
22. Acerca de la necrópolis real, véase G. T. Martin, The Royal Tomb at El-“Amarna, 1, Lon-
dres, 1974; Aly al-Khouly y G. T. Martin, Excavations in the Royal Necropolis at El-“Amarna
1984, El Cairo, 1987. Martin es quien ha lanzado la sugerencia de que el anexo inacabado esta-
ba destinado a Nefertiti; véase The Illustrated London News, 269, n.* 6.998 (septiembre de 1981),
pp. 66-67.
NOTAS (pp. 338-364) 431
23, Petrie, op. cit.. pp. 4-5, lámina XAXXV; Davies, op. ci£., Il, pp. 5-6, lámina 1; IV, p. 11, lá-
mina XI: P. Timme, Tell el-Amarna vor der deutschen Ausgrabung im Jahre 1911, Leipzig.
1917, pp. 24 y ss., junto con los mapas.
24, Kemp ef al., 1-1V; B. J. Kemp, «The Amarna Workmen's Village in retrospect», JEA, 73
(1987), pp. 21-50,
25. La publicación definitiva sobre las excavaciones en la ciudad norte a cargo de la Egypt
Exploration Society se encuentra en fase de preparación. En cuanto a los informes preliminares,
véanse J. D. S. Pendlebury, «Preliminary report of excavations at Tell el-Amarnah, 1931-2»,
JEA, 17 (1931), pp. 240-243: Pendlebury, «Preliminary report of the excavations at Tell el-
SAmarrnak 1071 3 IDA 18 1(10729% aqu 142 Tha arravatinneo at El+*Armar
¿AMMdIThdH, 1731-22», JEA, 10 L139I2), pp. 14I-1%2, 1. YWIINLCINIOIE, «¿lt CALA YdaUQNs dl El- Allar-
nah, season 1924-5», JEA, 12 (1926), pp. 3-12; M. Jones, «Preliminary report on the El--Amar-
na expedition, 1981-2. Appendix 1: the North City», JEA, 69 (1983), pp. 15-21.
26. F. G. Newton, «Excavations at El-*Amarnah, 1923-24», JEA, 10 (1924), pp. 294-298;
Whittemore, op. cit., pp. 4-9: H. Franktfort, ed., The Mural Painting of El-Amarneh, Londres,
1929, cap. III.
27. La ciudad central está completamente publicada en Pendlebury, op. cit., 1951.
28. Véanse los estudios adicionales: E. P. Uphill, «The Per Aten at Amarna», JNES, 29
(1970), pp. 151-166: J. Assmann, «Palast oder Tempel? Uberlegungen zur Architektur und To-
pographie von Amarna», JNES, 31 (1972), pp. 143-155.
29. Véanse los estudios adicionales: A. Badawy, «The symbolism of the temples at 'Amar-
na», ZÁS, 87 (1962), pp. 79-95: P. Barguet, «Note sur le grand temple d'Aton á el-Amarna»,
RdE, 28 (1976), pp. 148-151.
30. Para una reconstrucción alternativa, véase Kemp et al, 1V, cap. 8.
31. Esta secuencia se determinó durante la campaña de excavaciones de 1987 y se va a pu-
blicar en Kemp et al., V.
32, B. J. Kemp, «The Window of Appearance at El-Amarna, and the basic structure of this
city», JEA, 62 (1976), pp. 91-92; R, Stadelmann, «Tempelpalast und Erscheinungsfenster in den
Thebanischen Totentempeln», MDAIK, 29 (1973), pp. 221-242,
33. Pendlebury, op. cit., 1951, pp. 140-142.
34. Papiro Ermitage 1116 A, verso, línea 118: W. Golémscheff, Les Papyrus hiératiques
NoNo 1115, 1HIGA et 1116B de U'Ermitage Impérial a St-Pétersbourg, Moscú, 1913, lámina XIX,
línea 118.
35. F. Li. Griffith, «Stela in honour oí Amenophis Ill and Taya, from Teil el-*Amarnah»,
JEA, 12 (1926), pp. 1-2.
36. Peet y Woolley, op. cit., pp. 109-124; A. Badawy, «Maru-Aten: pleasure resort or tem-
ple?», JEA, 42 (1956), pp. 58-64.
37. Véase la nota 19. F. Ll. Griffith describe sucintamente el fragmento de El-Amarna, «No-
tes on Egyptian weights and measures», PSBA, 15 (1893), p. 306. Le debo esta referencia a A.
Spalinger.
38. A. Badawy, op. cit., 1962, ha abogado por la presencia de un simbolismo relacionado con
el calendario en los diseños de los templos al Atón en El-Amarna. Aunque se acepten sus ar-
gumentos —que se sitúan en la difícil frontera entre la interpretación y la invención —, éstos no
prevén las principales celebraciones del año solar.
39. E. Uphill, «The Sed-Festivals of Akhenaten», JNES, 22 (1963), pp. 123-127,
40. Davies, op. cit., vol. Il, pp. 38-43, láminas XXXVILEXL, y vol. Il, pp. 9-12, láminas
XII-XV; cf. además con Pendlebury, op. cit., 1951, pp. 22-25 y 208-210.
41. Frankfort y Pendlebury, op. cif., cap. 5.
42. EAL6: 43 y ss. El pasaje está traducido en I J. Gelb, B. Landsberger y A. L. Oppenheim,
eds., The Assyrian Dictionary, 16 (S), Chicago y Glúckstadt, 1962, p. 152b(£), también Redford,
op. cit., 1984, p. 235.
43. Acerca de la ventana de la aparición, véanse U. Hólscher, Excavations at Ancient The-
bes 1930-31 (Oriental Institute Communications, 15), Chicago, 1932, pp. 23-28; Kemp., op. cif.,
432 EL ANTIGUO EGIPTO
1976, pp. 81-99; R. W. Smith y D. B. Redford, The Akhenaten Temple Project, I, Warminster.
1976, pp. 123-132,
44. Sobre la identificación de la panadería, véase B. J. Kemp, «Preliminary report on the El-
“Amarna survey, 1978», JEA, 65 (1979), pp. 7-12; también Kemp et al., l, p. 31; IV, cap. 9.
45. Véase el cap. V, nota 74.
46. Davies, op. cit, IV, pp. 23-24,
47. R. Ventura, «On the location of the administrative outpost of the community of work-
men in Western Thebes», JEA, 73 (1987), pp. 149-160.
48. Kemp ef al., V, cap. 1.
49. Ibid., UL, cap. 6; TV, cap. 9.
50. Davies, op. cit., 1V, cap. 3.
51. Edificio P49.16, Borchardt y Ricke, op. cit., pp. 279-280, plano 92.
52. Kemp el al., 11, cap. $.
53. Las principales memorias de las excavaciones en El-Amarna, así como la mayoría de los
libros sobre arquitectura egipcia, muestran grabados de las viviendas «típicas». Un informe grá-
fico, basado en la maqueta de un arquitecto actual, es el de S. Lloyd, «Model of a Tell el-*Amar-
nah house», JEA, 19 (1933), pp. 1-7; asimismo, C. Tietze, «Amarna. Analyse der Wohnháuser
und soziale Struktur der Stadtbewohner», ZÁS, 112 (1985), pp. 48-84; Tietze, «Amarna (Teil
[ID). Analyse der ókonomischen Beziehungen der Stadtbewohner», ZÁS, 113 (1986), pp. 55-78.
54. Kemp et al, HMI, cap. 1. Un estudio valioso de los materiales artísticos para reconstruir
las casas de las ciudades egipcias es el de H. A. Assaad, «The house of Thutnefer and Egyptian
architectural drawings», The Ancient World, 6 (1983), pp. 3-20.
55. P. T. Crocker, «Status symbols in the architecture of El-“Amarna», JEA, 71 (1985), pp.
52-65; Tietze, op. cil., 1985 y 1986.
56. Labib Habachi, Features of the Deification of Ramesses H, Glickstadt, 1969.
57. T. E. Peet, «Two letters from Akhenaten», Annals of Archaeology and Anthropology, 17
(Liverpool, 1930a), pp. 82-97. Por lo que se refiere a Atón en tanto que uno de los elementos de
los nombres propios, véase V. Condon, RdE, 35 (1984), pp. 57-82.
58. Pendlebury, op. cit., 1951, pp. 10, 12 y 188-89, lámina LX.5-8; H. Frankfort, «Preliminary
report on the excavations at Tell el-Amarnah, 1926-27», JEA, 13 (1927), p. 210, lámina XLVI.
59. Véase la nota 24.
60. Davies, op. cit., V, pp. 9-11. En dos lajas de piedra descubiertas en la ciudad central se
conmemoraba, en escritura hierática, a un hombre con el mismo nombre y título (Pendlebury,
op. cit., 1951, p. 189).
61, Una buena selección de las mismas aparece ilustrada en Frankfort y Pendlebury, op. cit.,
lámina XXXV.
62. Borchardt y Ricke, op. cit., pp. 111-112, plano 28.
63. Ibid., p. 222, plano 64; S. Seidlmayer, «Zu einigen Architekturinschriften aus Tell el-
Amarna», MDAIK, 39 (1983), pp. 204-206.
64. Peet y Woolley, op. cit., p. 25. El cuaderno de excavación original hace referencia a tro-
zos de dos figuritas y no sólo de una.
65. G. Pinch, «Childbirth and female figurines at Deir el-Medina and el-'Amarna», Orienta-
lia, 52 (1983), pp. 405-414.
66. Kemp, «Wall paintings from the Workmen's Village at El--Amarna», JEA, 65 (1979), pp.
47-53; Kemp et al., 1, p. 25.
67. Kemp, «Preliminary report on the El-*Amarna expedition, 1980», JEA, 67 (1981b), pp.
14-16; Kemp ef al., 1V, pp. 136 y 139.
68. D. Valbelle, «Éléments sur la démographie et le paysage urbains, d'aprés les papyrus
documentaires d'époque pharaonique», en Sociétés urbaines en Égypte et au Soudan (Cahier de
Recherches de l'Institut de Papyrologie et d'Égyptologie de Lille, 7), Lille, 1985, pp. 75-87, sin-
tetiza la documentación básica disponible, incluidas las antiguas listas del censo de Deir el-Ma-
dina, aunque debemos tener en cuenta que el carácter especializado de esta comunidad podría
NOTAS (pp. 364-400) 433
28.-KEMP
434 EL ANTIGUO EGIPTO
1. K. A. Kitchen, Pharaoh Triumphant: the Life and Times of Ramesses 1, King of Egypt,
Warminster, 1982. Los otros dos libros son: Claire Laloutte, L'Empire des Ramses, París, 1985;
y Franco Cimmino, Ramesses [I tl grande, Milán, 1984.
2. W. Y. Adams, Nubia: Corridor to Africa, Londres, 1977.
ÍNDICE ALFABÉTICO*
Abgig, 112 mientos por parte de los, 277, 282, 298; fun-
Abimilki de Tiro, 284 ciones de los, 236, 246, 264, 300, 367
Abu Ghalib. 208, 210, 226 Aldea de Piedra, El-Amarna, 342
Abusir, 113, 144, 181-183 aldeas de los obreros, 217, 324-325, 342, 346,
+ Abydos: lista de reyes, 30, 31: templo de Osi- 376, 383, 385, 391
ris, 31, 102, 112, 114, 301: templos, 29, Alejandro Magno, 23, 24, 128
100-102, 245, 300; trazado, 178; tumbas rea- alimentos: abastecimiento, 276-277, 281-282,
les, 69-71, 72-73, 78 298; ciclos, 151, 152-163; hambre, 303, 304,
acadio, forma dialectal del, 284 308, 319: ofrendas, 261, 361, 362: raciones,
aclamación/revelación pública, 263, 264 144, 150-163, 164, 195-196, 225-226
acrópolis, 192, 198 almacenes, bloques de, 244, 247, 248, 249
Adams, W. Y., 404 «Altares del Desierto», 362
w administración estatal, sectores de, 295; capa- Alto Egipto, 37, 38, 39-40, 42, 49, 51, 53, 56-58:
cidad y limitaciones, 297-302 mapas hipotéticos, 46, 59; modelo del terri-
agricultura: Amarna, 256, 341, 344, 375-376, torio, 44-45
388, 390-394; formación del Estado y, 43, 45, Amarna, El-, 228, 282, 283; agricultura, 325,
46, 47; ganadería, 243, 3253, 376; irrigación, 341, 344, 376, 388, 390-394; almacenes,
19-22; tierras del templo, 243, 246, 302; véa- 244, 247. ceremonias, lugares de, 347-363,
se también graneros; grano, precios del 369, 373; concentración de riqueza, 310-312;
agua, suministro de, 19-27, 22, 324, 368-369 fundación, 338-349; fundador, 112, 332-338;
« Ajenatón (Akhenaton), rey, 283-284; ciudad instituciones. arqueología de, 363-372; po-
real, véase Ajetatón; escenario de la pompa blación, 341-344, 385-402; vida suburbana,
real, 347-363, 369, 373; estatuas, 336, 338, 197, 306, 372-385; véase también Ajetatón
353, 358, 382, 383; Estelas de Demarcación, Amarna, período de, 281, 290, 298, 346, 357.
338, 339, 341, 342, 345, 393, 397; institucio- 360, 403
nes administrativas, 363-372; programa de Amen-nefer, soldado, 326
edificaciones en Karnak, 259, 260; reinado Amenemhet I, rey, 35, 213, 288
de, 275, 276, 332-338; religión de, 290, 331- Amenembhet III, rey, 190, 203-204
340 passim, 350, 382, 383; templos, 112, 205 Amenemipet, escriba, 236
Ajetatón, 338-349: véase también Amarna, El-; Amenemope, escriba, 40
Estelas de Demarcación Ameni, «heraldo», 164
A¡mim, 395 Amenirdis 1, esposa divina, 125, 126
Alasia (Chipre), 284 Amenmes, sumo sacerdote, 30, 32
alontlldos ao anz 131.71 Lo y A E PA AE A menafieo szrrika O
aiCaldes, 19%, 230, JUS, 321, 3£/, 144, ADASieci- (MUICIOLS, ECSTILIVd, JU
* Como norma general, se ha adaptado la grafía de los nombres egipcios a la fonética castella-
na; en los más conocidos, sin embargo, se ha respetado la grafía tradicional para facilitar su
identificación. Los números en cursiva hacen referencia a las ilustraciones.
436 EL ANTIGUO EGIPTO
Amenofis II, rey, 204, 278, 279, 291 “arte, 36: contención del desorden, 61-69; raj-
Amenofis Ill, rey, 360, 394; fiestas Sed, 264, ces de la cultura, 107-118; signos jeroglíficos,
270-276, 281; Kom el-Abd, 279, 280, 281: 38-40, 107-108: véase también cerámica; esta-
templo en Luxor, 252, 261 tuas; figuras
Ameny, rey, 35 arte conmemorativo, 61
Y Amiens, papiro de, 243, 244 artistas, papel de los, 134-138
Amón, dios, 185, 333, 383; ciudad ceremonial arura, medida agraria. 341
(Tebas), 255-265: culto a, 250-276; fiestas, Asclepio (Esculapio), dios de la medicina, 136
237, 238, 270-276; «Finca de», 257, 267; “Ashmolean, Museo, 103
-Min, 112, 264; sumo sacerdote, 290; templo Ashuruballit 1. rey, 362
de, 245, 301, 309; Valle de los Reyes y tem- Asiria, 24, 284, 362
plos funeranos, 265-270 Asiut, 18, 19, 160, 396
Amón, forma itifálica de, 258, 264 Asiut-Minia, zona, 312
Amón-Re, dios, 250-251, 252, 333, 347, 383; Askut, fortaleza isleña, 225, 226
templo de, 31, 239 Asuán, presa de, 21
",“Amose, escriba, 305 ataúdes, como valor de cambio, 317
- Amosis, rey, 391 *"Atón, sol visible, 361; Himno al, 334; «Hori-
ameranaaga ce Miura DA ££ 2rinta del, 228_240: Mancióán dal 25%: tarn
damn aCICIOC, CUILula, 21, JU LAA LA A ISC Sy DUAL INTL Ad 2d LALALA
Anatolia, 289 plos, 260, 333, 335, 343, 344, 351, 355, 356,
ánforas, 274 365, 382, 399; veneración de, 337, 350, 356,
animales: como ganado, 196, 243, 245, 324, 382, 383, 399
328, 376; simbólicos, 65-67, 69, 76, 93-95, 99, Atum, dios creador, 36, 134
103,104, 109 Atuxm, señor de Tju, 283
Anjisenpa-atón, 337, 340, 357 Atumkhepri, dios creador, 133
Anjtifi (Ankhtifi), 55, 303 autoridad divina, 234, 242, 251, 288-289
antesalas, 198 Avaris, capital de los hicsos, 210
Anucis, divinidad, 95, 384 Ay, rey, 395, 398
+ Any, escriba, 383
Año Nuevo, día de la coronación en, 254
«aparición del monarca», 77, 134; véase tam- Babilonia, 284
bién ventana de la aparición babuinos, simbolismo de los, 76, 93, 94, 95
Apopis, demonio del mal, 63 Badari, El-, 303
árabe, influencia, 22; véase también islamismo Baer, Klaus, 305
arcilla, 104, 147 Bahr, Yusuf, 18, 341
aritmética, 150, 152 Bajo Egipto, 37, 38, 39, 40, 42, 49, 51, 53, 56,
Armant, 101, 301 57,61
armonía: de proporciones, 176-178; política, Ballas, 281
62,65, 67 Bagenjonsu, sumo sacerdote, 291
Arnold, D., 131 barca funeraria, 118, 125, 183
arqueología, 12; delta del Nilo, 57-58; El- barcas sagradas, 125, 236-238, 244, 258,
Amarna, 363-372; meseta de Gizeh, 166-174 259-262, 266
arquitectos, función de los, 135-137 barcazas: de la mañana, 273; de la noche, 273
arquitectura, 36; como expresión política, barcos, como signo de riqueza, 306, 307
69-82; de tumbas reales, 69-82; militar, véase barrio norte, El-Amarna, 353, 372, 384, 386
arquitectura militar; modelos de comunida- barrio sur, El-Amarna, 372
des, 175-178; «Preformal», 85-107; proyecto * bases intelectuales (Estado primitivo): forma-
de Gizeh, 166-174; recodificación, 133, 134; ción del Estado, 43-47; ideológicas, 47-82;
templo (exterior), 238-241; temporal, 118, mito del Estado, 37-43; visión egipcia del pa-
122, 124-125; tipos ideales, 118-138 sado, 29-37
arquitectura militar: fortalezas de la Segunda Behdet, 39, 51, 55, 56, 129
Catarata, 213, 217, 219-226; fortalezas nu- benben, piedra sagrada, 1/11, 112, 113, 128,
bias, 212-218, 223-226, 287 134, 355
ÍNDICE ALFABÉTICO 437
delo, véase comunidades, modelos de; direc- rey, 77, 134; ciudad de (Tebas), 255-265;
ción de la mano de obra, 163-174; distribu- escenario, 77, 80, 347-363; función de la
ción de raciones, 141, 144, 150-163, 164, pompa, 292; procesiones, 236-238, 255, 257,
195-196, 225-226; Aarirnanas ldararesllr
OUECHCESNUESdalIUlLO,
141
141, 260-267, 347-363; raspa amobnao
i CLULIpPEISas, 269-270,
144-150 328, 352, 361, 364; ventana de la aparición,
Buto, 56, 58, 78 247, 259, 269-270, 279, 288, 328, 352, 354,
358, 364; véase también fiestas
cervecerías, cerveza, 152-163, 192, 196, 197,
Cairo, El, 16, 18, 57-58, 61, 333, 355 281-282
Calendario de Fiestas y Ofrendas, 261 ciudad central, El-Amarna, 350, 353, 355, 356,
cambio, valor de, 316, 377, 323 363, 365, 366, 369, 372
camino real, 350, 351, 353, 354, 364, 372 ciudad norte, El-Amarna, 350, 351, 363, 372
campesinos, intercambios, 330 ciudad principal, El-Amarna, 346, 370, 372,
cantera, trabajos de, 212, 312, 313 378, 384, 386, 389, 397
Capart, J., Primitive Art in Egypt, 106 ciudadela, 215-218
capataces, 180, 243 ciudades (Imperio Antiguo): de las pirámides,
capilla de la estatua del faraón, 358-359, 383, 180-189; trazado de las, 178-180
véase también Casa de la Estatua del Faraón ciudades-estado, incipientes, 45, 60, 61, 64, 66,
cárceles, 162, 164, 199 68
carne, suministro de, 328; véase también carni- ciudades planificadas (Imperio Medio): Ka-
cería; ganado hun, 190-202; renovación urbana, 202-226
carnicería, 196, 324, 328 y civilización: orígenes/desarrollo, 16-24; pro-
carpintería, 196 greso de la (filosofía), 404-406; sistemas in-
carros, 279, 348-349, 353 telectuales, 7-16
*w cartas, 302, 396, 399; relaciones internaciona- vcelase/estatus, 199-202
les y, 284, 285, 287, 290 Cleopatra VII, reina, 23, 24, 128
y Cartas de Amarna, 364; véase también cartas, cobra, signo jeroglífico, 50, 56, 78, 385
relaciones internacionales y cobre, 58, 98, 308, 309, 316
casa de descanso, 244, 245, 247, 261, 276-279, cocción (pefsu), valor de, 157-159, 161
281 cocción /hornada, 152-163
Casa de la Estatua del Faraón, 271; véase tam- cocinas, en las casas de El-Amarna, 374, 376
bién capilla de la estatua del faraón colonización, interna/externa, 68, 202-226
«Casa de la Vida», 364 comerciantes, 250, 310, 322, 323, 326-327, 329
Casa del Faraón, El-Amarna, 259. 343, 350, competencia, por los recursos, 43, 44, 47
351,354, 363-367, 369, 372, 401 comunidades: igualitarias, pequeñas, 43; orgá-
«Casa del Regocijo», 272, 274-275, 354 nicas, 228
Casa Norte, 124, 196 comunidades, modelos de, 175; ciudades de
Casa Sur, 124, 196 las pirámides, 180-189; planificación como
438 EL ANTIGUO EGIPTO
instrumento de renevación urbana, 202-227, Deir el-Madina, 246. 316-321, 323, 324, 325,
planificación (kahun). 190-202; sociedad 328, 391
normativa, 228-229; trazado de las primeras demanda privada, 302-316
ciudades, 178-180 «Departamento de la Correspondencia del
conciencia común, 7-16 Faraón», 363-364
conflicto, véase desorden, contención del depósito principal, 98, 99
conocimiento, 8, 11, 13, 41 desechos, disposición de los, 187, 373, 379,
construcción, proyectos de: dirección de la 380-381, 390
mano de obra, 163-174; planificación, véase desierto, sistema de vigilancia del, 224, 225
comunidades, modelos de desorden, contención del, 61-69
construcciones, funciones de las, 176 desórdenes, período de, 35-37
consumismo, 318; véase también consumo o0s- días festivos, 261-262
tentoso dieta, 162-163
consumo ostentoso, 47, 302-316, 369 «dinastía 0» (Nagada HD), 24, 54, 60, 61
Y contabilidad: hojas de, 142-143, 144; sistema diosa buitre, Nekhbet, 56, 78
de, 160-163 dioses de la fertilidad, 103, 104
continuidad con el pasado, 29-37 dioses solares, véase Atón; Horus; Re
* contrato matrimonial, 306 disco solar, 333, 338-349
«conversión en aldea» de un monumento, 186 distancia, medida de la, 176
< Coptos, 102-107, 109 dominación sudanesa, 24, 404
coronación: de Horemheb, 265: en el día de donaciones: a los templos, 243, 245, 382-383;
Año Nuevo, 254 ceremonia de entrega de recompensas,
corte: entrada a la, 395; patrocinio de la, 83, 269-270, 328, 352, 361, 364; intercambio de,
85, 92, 101, 107, 115, 118, 134, 279, 291, 360 284
cosecha: administración de la, 151, 152, véase Dos Canes, paleta de los, 53, 62
también graneros; Dyet, faraón, 50
«cosmopolitismo interno», 327
creatividad, iniciativa individual en, 134-138
crédito, sistemas de, 161 economías aldeanas, 246, 316-321, 323-325,
cristianismo, 9, 13, 23, 334 327-328, 390; centralmente planificadas, 295;
cultivos comerciales, 21 de libre mercado, 295, 318, 319; de mercado,
culto, actos de, 347, 355, 356 294, 318, 320
culto solar, 258 Edfu, 55, 69, 128, 129, 130, 303
y Cultura: cortesana, 50, 68, 83-85, 106-107, Egipto: civilización (orígenes y desarrollo),
115-117; del delta del Nilo, 57-58; dos mode- 7-24; enfoque del universo en miniatura, vé-
los culturales, 83-85, 106-107, 114-118; mar- ase Amarna, El-; formación del Estado, 43-
co egipcio, 16-24; material, 58, 235; neolítica, 47, 58-59; véase también Alto Egipto; Bajo
24, 57; popular, 84, 114-118; raíces de la, Egipto.
107-118; visual, 131 Egypt Exploration Society de Gran Bretaña,
£ cultura, dinámicas de, 83; primeros santuarios 346
como centros autónomos de, 85-107; tipos ejército, 234; en El-Amarna, 369, 372, 386,
ideales, 118-138; raíces, 107-118 392; función del, 284-291; raciones, 158, 158,
Cush, 301; virrey de, 291 164, 225-226, 288; véase también arquitectu-
cushita/asiria, dominación, 24 ra militar
Elefantina, 89-97, 301, 384
emancipación económica personal, véase
Dahshur, 145, 146, 188; aspecto urbano. 203, hombre económico
204
LA «embarcaderos del faraón», 276, 279, 354
Dairut, 341 Emery, W. B., 217
Dapur, 286 xenseñanza moral, 334
Deir el-Bahari, 131, 132, 252, 254, 266, 267, esbozo, trabajos de, 176, 177
270 escarabajo, 251
ÍNDICE ALFABÉTICO 439
escombros, montículos de, 187, 373, 379-382, fiestas Sed, 51, 292, 361; arquitectura de las,
390 74, 79-80, 258, 338, 399; de Amenofis II,
escorpión. culto al, 94, 95 264, 270-276, 281: santuarios, 79, 92-93, 122
escribas, 108, 141-144, 236, 290, 329; civiles, figuras: animales, 65-67, 69, 76, 93-95, 99,
“290; «de los libros sagrados», 40; dirección 103-104, 108-109; de mobiliario, 108; en pa-
de la mano de obra, 163-174; racionamiento rejas, 62, 65, 68; humanas, 93, 94, 95, 101,
por los, 151-163 104, 108-109, 310, 37]
escritura: hierática, 107-108, 1/43, 144, 149, sig- Filipo Arrideo, rey, 258
nos jeroglíficos, 38, 40, 107-108 «Finca de Amón», 257, 267
escultores, 187, 321; talleres, 108, 386 389: Formal Antiguo, período arquitectónico, 86,
Tutmose, 343, 370, 371, 386 88, 90, 92, 97
espectáculo de luces y sonido, en Karnak, 204 Formal Pleno, arquitectura, 86, 88, 90, 92, 97,
«espíritus», 60-61 102, 236
establo, 196 Formal Tardío, arquitectura, 86, 88, 102
Estado: formación del, 27-28, 43-47, 58-600; re- fortalezas: murallas con apariencia de, 240,
distribución, 329, 330; sector (su capacidad y 241; nubias, véase fortalezas nubias; segunda
sus deficiencias), 297-302: véase también ba- catarata, 213, 217, 219-226
ses intelectuales fortalezas nubias, 158, 212-218, 223-224 , 227.
3
Estado moderno (Imperio Nuevo): monarquía 287; graneros, 195, 225-226, 248
y culto a Amón, 250-276; orígenes y estilo, “funcionarios: en El-Amarna, 344, 387, 3092,
234; poderes laicos, 276-292; templos y clase 397; en el sistema económico, 326-330
sacerdotal, 235-250 funerales, 120
Estados con sectores de mercado, 295
estatuas, 187, 188, 258, 343; de Ajenatón, 336-
337, 353, 358, 382, 383; de Coptos, 103, 104, galena, minas de, 245
105, 112; de Osiris, 36, 258; de Sesostris III, ganado, 196, 243, 245, 325, 328, 376
221-222; de Tutmosis Ill, 258; del Ka, 262, garitas, porterías, 187, 192, 378
263, 264 garza («fénix»), 113
estatuas colosales: de Ajenatón, 337, 338, 353; Geb, dios de la tierra, 40, 42
de Coptos, 102-106, 112 Gebel al-Arak, mango del cuchillo de, 62
Estelas de Demarcación, 338, 339, 342, 344, «Gem-Atón», 354
345, 393, 397 geografía simbólica, 41, 49, 56, 68, 129
estera, 123, 124, 126, 127 Gizeh, 118; ciudades de las pirámides.
estrado con doble sitial, 74-75, 78, 79, 80 183-188, 189; Gran Esfinge, 12, 278, 279;
extender la cuerda, ceremonia de, 259 proyecto de construcción, 166-173
«gran cultura», 83, 137
Gran Esfinge, 12, 278, 279
fabricación en El-Amarna, procesos de, 390 Gran Mansión, 135
factores ambientales, en la formación del Es- Gran Palacio, El-Amarna, 283, 343, 345, 351,
tado, 44-45 353, 354, 364
familia, tamaño/composición de: en El-Amar- Gran Pirámide, 169
na, 385-388; en Kahun, 200, 201 gran sala hipóstila, 261
fayenza, objetos de, 93, 94, 95, 99, 101 «Gran Templo de Atón, 343, 351, 354, 355, 365,
Fayum, 57, 112, 190, 211, 212, 281, 326; cante- 383, 399
ras de yeso, 312, 313 «grandes gobernantes», 403, 404, 406
fémix (garza), 113 graneros: El-Amarna, 365, 376, 377, 391; en
fiesta del Valle, 268, 396 fortalezas, 219, 223, 225-226, 248-249; Ka-
ias armnoa Eiazta O MUA ATM, AQ
fiestas, 361; Año Nuevo, 254; Hermosa Fiesta hum, 195- 2 PUSE, Rameseo, 244, LA,
del Valle, 296; Opet, 262, 263, 264, 265, 266, 297; Tebas, 243, 245, 247, 321
267, 268, 275, 298: Sed, véase fiestas Sed; grano, precios del, 316-318, 319
Valle, 266, 275; véase también ceremonias; guerra: burocracia y, 173; civiles, 35-36, 213,
jubileos 288, 303, 304; por asedio, 218
440 EL ANTIGUO EGIPTO
guerzeense, cultura, 24, 56, 115 39-42, 67-68; templo, 128, 129, 7/30, 217, 218
Hotepheres, reina, 118
Huni, faraón, 81, 136-137
Hagg Qandil. El-, 360 Huut-uret-Amenemhet, 300
halcón, imagen del, 98; Horus, 38, 40, 50, 51, Huy, hombre, 305
54, 98, 99, 129; Mentu, 86
. hambre, 303, 304, 308, 319
Hardai, 277 iconografía: de la monarquía, 61-64; religiosa,
harén, conspiración del, 281, 282, 290 84, 109, 110-111, 113-114
Hathor, diosa, 49 videología explícita, 28; bases, 47-82; continul-
Hatiay, supervisor de las obras, 386 dad, 29-37, formación del Estado, 43-47; ma-
. Hatnub, canteras de, 312 durez del Estado, 234-235; mito del Estado,
Hatshepsut, reina, 36, 217, 252, 254, 259, 261, 37-43
262, 263, 266, 267, 270 ideología implícita, 28-29, 176, 406
Hatti, 284 Iglesia copta, 23
Hekanajt, archivo de, 304, 320, 388 imágenes: estereotipadas, 107, 112, 115; sola-
“ hekat de trigo, 151, 156, 157, 158, 161-163, 195 res, 333
helenismo, 9, 23, 331 imágenes divinas: aspectos secretos y reve-
XHeliópolis, 75, 111, 112, 113, 355 lados, 90, 119, 121-122, 264; creación de,
Heracleópolis, 35, 394, 395; cementerio, 394 107, 240-241; del dios halcón Horus, 99;
herencia y enterramiento, 305 del disco solar, 333, 338-347, 348-349; obje-
Herihor, sumo sacerdote, 291 tos votivos, 93-95, 101-104, 114, 120-121,
Hermópolis, 301, 345, 365, 366 383-384
«Hermosa Fiesta del Valle», 268, 396 Imhotep, arquitecto, 135-136
Herodoto, 34, 60, 169 Y Imperio Antiguo, 23; ciudades de las pirámi-
Hetep-Sesostris, 190 des, 180-189, listas de reyes, 32, 34-36; traza-
hicsos, dinastía de los, 33, 35-36, 210; véase do de las ciudades, 178-180
también Segundo Período Intermedio Y, Imperio Medio, 23, 24; listas de reyes, 32, 34,
*Hieracómpolis, 46, 303; paleta menor de, 35, 36; planificación de ciudades (kahun),
52-53, 62; tradición local, 49, 51-56, 39, 60; 190-202; renovación urbana, 202-226
trazado, 178, 179: tumba decorada, 52-53, Y Imperio Nuevo, 23, 24; enfoque del universo
62, 64,67, 73, 115; tumba 100, 51, 52, 66, 69, en miniatura, 331-402; Edad del Bronce en
77, Santuario Preformal, 97-99 adelante, 403-406; el Estado en su plenitud,
í hierática, escritura, 108, 1/43, 144, 149 233-292; hombre económico, 293-330; listas
Himno al Atón, 334 de reyes, 29-36
historia, visión de Egipto de los, 29-37 Indo, civilización del valle del, 137
historia económica, 294, 296, 329-330 «informador», wehemu, 199
hititas, 284, 286, 326; estatuillas de, 310, 37] ingeniería social, 175
“fhombre económico: —antropología/historia, iniciativas personales, papel de ias, 134-138
293-294, 296, 329-330; demanda privada, *Inscripción de Mes, 391
302-316; enfoque de los sistemas, 294-296, “¿ Intef, portador del sello real, 218
400-402; sector público, 297-302; transaccio- Intef-iker, visir, 155, 156
nes, 294, 316-330 inundación estacional (Ajet), 19, 19, 262, 297
Hordedef, sabio, 136 “inventario del equipo, 146, 148-149
Horemachet, dios Sol, 278, 279 Tpiuy, escultor, 236
+ Horemheb, rey, 261, 263, 265, 268, 290; Edicto Ipuur, sabio, 34, 37, 332
de, 270, 277, 287, 298, 364, 369 Ipy, escultor, 20, 321, 322
Hori, familia de, 200, 201 Igen, 224
Horizonte del disco solar, 338-349 irrigación, 19-22,
Horus: del horizonte, 41, 251, 258, 278, 279; Isis, cantante del templo, 326
formas locales, 49-56, 60; imagen de halcón, Isis, diosa, 34, 383
38, 39, 40, 51, 54, 98, 128-129; mito, 11, islamismo, 9, 13, 22, 23, 28, 334
ÍNDICE ALFABÉTICO 441
132, 333-335
justicia o verdad, 333
Maadi, 58
Maa-najtutef, capataz, 386
ka, estatuas del, 262, 263, 264 maat, 338
Kab, El-, 56, 78 Maat, diosa, 246, 338
Kagemni, sabio, 137, 306 madera, arquitectura de, 118, 122-723, 124,
Kahun, 160; planificación, 178, 190-202 128
Kai-irisu, sabio, 137 Madinet el-Ghurab, 277, 281, 353
kariy, santuario, 121 Madinet Habu: templo mortuorio de Ramsés
X Karnak, 254, 291; itinerario procesional, 236, 111, 261, 266-267, 268, 269, 387; templos, 125-
239; lista de reyes, 31; templos, 240, 245, 246, 126, 237, 246, 388
255-262, 321-322, 361; trazado, 204-205, 207, magistrados, 300
240 Mahu, jefe de policia, 349, 372
Kefrén, faraón, 166, 168, 171, 279 Maiunehes, 308, 310, 387-389
Kenamum, alcalde de Tebas, 321, 322 Malkata, 257, 271, 272, 273, 274, 281, 394, 399
Keops (Jufu), faraón, 34, 35, 118, 136, 251; pi- mammisi, sala de nacimientos, 128
rámide, 166 * Manetón, Historia de, 23, 34, 35, 60
>.
Meket-re, canciller, 152, 753, 153, 156, 192-197 monetario y no monetario, sistemas, 150-151
passim, 307 “¿monopolios estatales, 312-314, 316
Meketatón, 337, 339, 345, 357 monoteísmo, 334
Menes, faraón, 30, 33, 60-61 «montículo genuino del oeste», 267
Menfis, 18, 57, 255, 304, 340, 360, 367; funda- montículos: de piedras como límites territoria-
ción, 60; palacios en, 248, 264, 279-282, 353, les, 72-73, 76,77, 78; en el paisaje, 273
399-400; Ptah de, 32, 136, 240-241, 384 Mostagedda, 303
Menkheperure (Tutmosis IV), faraón, 252 mujeres, función de las, 376, 384-385, 387, 392
Mentu, dios halcón, 86 murallas, 178, 180, 181, 240: de Karnak,
Mentuhotep, alcalde, 305, 327 204-205, 255
Mentuhotep II, faraón, 32, 60, 131, 213, 267 Mut, diosa, 205, 239, 258, 261
mercado negro, 295, 296 Mutemuia, reina, 252, 253
mercenarios sherden, 392
Merenptah, faraón, 281, 353
Merentra, faraón, 90, 95, 187 nacimiento divino, 128, 252-254, 262-264
Mereruka, tumba de, 22 Naga el-Deir, 302
Merimde Beni Salama, 57 Nagada, 46, 48, 49-53, 56, 57, 58, 69
Merire, sacerdote, 398; tumba d Nagada, cementerio T en, 48, 49
Merire ll, 398 Nagada I. 24, 56
Meritatón, 337, 339, 353, 357, 360 Nagada II, 24, 43, 49, 53, 56, 58, 115, 117, 115
Meroe, reyes de, 404 Nagada III, dinastía 0, 24, 58, 61
Meruer, 326 Najt, visir, 343, 363, 373, 386, 398
Mesen, 39, 49, 55 Najt-Dyehuty, 238
Mesopotamia, 118, 133 naos, santuario interior, 113
Micerino, faraón, 166, 168, 171, 172-173, 181, *<Narmer, faraón, 60; maza, 76, 77, 120; paleta
183, 185-188, 251 de, 53, 54, 59, 61, 65, 67, 69, 84, 105
microlitos, 210, 212 natrón, canteras de, 312
«milagros» de elección divina, 259, 262, 264 ANauri, Decreto de, 277, 301
militarismo, auge del, 284-291 Naville, E., 131
Min, dios, 60; de Coptos, 252; imágenes, 104, Nebhepetre Mentuhotep H, faraón, 32, 60,
109-114 131, 213, 267
Min-Amón, dios, 112, 264 necrópolis, 267, 346; obreros, 246, 309, 315,
Min-Horus, dios, 112 316, 391
ministros, 234 Nefer-hetep, alcalde, 282
Minshat Abu Omar, 538 Nefer-peret, mayordomo real, 243, 245
Mirgissa, 224 Neferhotep, faraón, 36
misticismo, 336 Neferirkare, faraón, 144, 147, 180, 181
Mitani, 284 Neferjeperu-her-sejeper, alcalde, 398
mito, 9, 250, 406; cultura y, 13-14, 128-129, Nefernefruatón la Joven, 337
130, 133, 137-138; de Horus y Set, 11, 38-42, Nefernefrure, 337
67-68; del Estado, 37-43, 234, 254; política y, Nefertiti, reina, 336, 337, 339, 345, 348-349,
265 357, 386, 398
mobiliario (figuras), 108 Neit, diosa, 252, 253
molienda, proceso de, 152, 154, 156, 282 Nekhbet de El-Kab, diosa-buitre, 56, 78
monarquía: gobernantes, 233-234, 242, 250, Nilo, 16, 341, 343; delta, 56-58, 207, 208, 209,
288-289; iconografía de la, 61-66; imagen 210; valle, 16, 17, 18, 48, 57, 342
de la, 80, 87, 136; pompa, véase ceremonias; Nineter, faraón, 31
rituales, 74, 76, 77, 80, 347-363; rol unifi- Njuserra, faraón, 180
cador, 37-40, 41-42, 55, 60-61; seguimien- nombres, en el proceso del pensamiento,
to del mito, 29-37, 254; y culto a Amón, 40-41
250-276; y sacerdocio, 242; véase también te- Nubia, 59, 404
yes, listas de Nubt (Ombos), 48, 49, 56
ÍNDICE ALFABÉTICO 443
obeliscos, 17f, 112, 256 patrocinio, 83, 85, 92, 101, 107, 115, 118, 134,
objetos votivos: de El-Amarna, 384; de los 279, 291, 360
santuario primitivos, 93, 94, 95, 101-104, 114, Pauah, sacerdote, 373, 386
119,120 pefsu, valores, 156-159, 161; véase también
ofrendas, 243, 245, 261, 344, 365; cuenco de, cocción, valor de
241; mesas de, 356, 362; portador de, 145, Penementenajt, quemador de incienso, 309
146, 188 Pepi I, faraón, 93, 98, 99, 101
ojos, pintura de, 245, 314, 316 Pepi II, faraón, 34, 35, 90, 93, 99, 101, 188
ojos que no ven corazón que no siente, filoso- Período Dinástico Antiguo, 23-24; formación
fía del, 181, 188 del Estado (modelo), 43-47
Ombos (Nubt), 48, 49, 56 Período Predinástico, 24; formación del Esta-
«onomástica», 40 do, 43-47; ideología, 49-82; Nagada I, 24, 56;
Opet, fiestas de, 262, 263, 264, 265, 266, 267, Nagada II, 24, 43, 49, 53, 56, 58, 115, 117, 1138;
268, 275, 298 Nagada III (dinastía 0), 24, 58, 61
s-orden social, 28, 176, 188, 190 Periodo Saíta, 24
oro, 309-312, 326, 328-329; minas, 245 Período Tardío, 24
«oro de alabanza», 272 Petrie, W. M. F., 101-103, 169-170, 172, 190,
ri
Osiris. TA:
£(/%, tat
Estatuas, TA
70, 1292, 195, 10£
196, 100
198, 369
2£0
dos, 31, 102, 112, 114, 301; versiones locales, «phylae. sistema de organización, 146, 173, 200,
41 297
Pi-Ramsés, 56, 255, 279
piedra: arquitectura, 121, 122, 123; tecnología.
pabellón, 77, 118 105; templos, 86-93, 97, 101-102, 248
palacios, 234; del harén, 277, 281, 282, 298, pilastra Dyed, 274
326, 353; fachada de, 50, 63, 72, 73, 118, 133, pilonos, 97, 128, 204, 236, 261
186, 187; residenciales, 276-279, 279, 281; Pirámide Escalonada, 56, 79, 105, 274; ar-
véase también casa de descanso; pabellón quitectura, 73, 74, 735, 76, 77, 79-81, 118,
Palacio de la Ribera del Norte, El-Amarna, 122-126, 133, 134, 272; constructor de la, 135
350, 351, 353, 369, 373 pirámides: de Amenemhet 111, 202-204; de
Palacio del Norte, El-Amarna, 357, 353, 362 Gizeh, 166-173, 183-188; de Medum, 87,
Palacio en la isla Uronarti, 226, 227 136-137
y Palermo, piedra de, 31, 32, 60 planificación, véase comunidades, modelos de
Palestina, 212, 284, 289, 314 plata, 308, 309, 310-312, 316, 320, 326, 328-329
«paletas de pizarra, 61, 98, 99; de los Dos Ca- plaza, de la Pirámide Escalonada, 75, 118
nes, 33, 62; Narmer, 53, 54, 59, 61, 65, 67, 69, población, 21; Kahun, 197-198, 199-202; perfil
84, 105; Tjehenu, 64 de El-Amarna, 341, 385-402
pan, 152-163, 192-197, 281-282, 367 poderes laicos, Imperio Nuevo, 276-292
panadería, 192, 197; El-Amarna, 365-367; para «poesía, sobre el papel de Tebas, 244
las comunidades reales, 282 Polanyi, Karl, 294, 296, 302, 306
Panehsy, sumo sacerdote, 360, 373, 386 Polibio, 162
X papiros: Anastasi IV, 327; archivo de (Abu- policía, 372, 389
sir), 144; de Kahun, 190-192, 199, 200; Lan- politeísmo, 334
sing, 327, Valencay, 391; Westcar, 34, 251; política: armonía, 62, 65, 67; ideal de con-
Wilbour, 243, 246, 277, 388, 391-393 senso, 302; realidad, 234, 265; unificación,
Parennefer, funcionario, 352 42-47, 59-60, 61
partida de juego (formación del Estado), “política internacional, 282-291
yr
en Kahun, 199; en Luxor, 252-253, 257, 261, tributos, 141, 146, 246, 277, 329; cobro de ren-
262, 263-264, 267, 275; en Tebas, 32, 131-132, tas, 297
236, 252, 257, 259, 260-264, 399-400; función trigo, almacenaje de, 151, 157, 158, 162-163,
económica del, 240-250; funciones sociales 195
del, 242-250; inventario del equipo del, trueque, 150, 161, 316, 317, 321, 322, 328
146-147, 148-149, materiales de construc- Tueris, diosa de los partos, 384, 385
ción, véase arcilla; ladrillos; piedra; primiti- tumbas: arquitectura, 69-82, 133-134; arte, 109;
vo, 128-133; sacerdocio y, 234, 235-250; sola- de Ajenatón, 342, 346, 358; de El-Amarna,
res, 112; véase también burocracia; templos 398-399; en Tebas, 30, 32, 66, 131, 265-270;
funerarios excavadas en la roca, 342, 343, 344, 346,
Templo Pequeño de Atón, 343, 351 397-398; norte, 342, 343, 344, 362, 397; sur,
templo T, Pirámide Escalonada, 124-126 El-Amama, 342, 343, 344, 346, 397; véase
«templos funerarios, 180, 185, 186, 267, 272, también robos de tumbas
358; de Ramsés II, 60, 244, 246, 247-249, 266, «tumba decorada» de Hieracómpolis, 52-53,
297; de Ramsés Ill, 268, 269, 387 62, 64, 67, 73, 115; véase también tumba 100
Tenroy, intendente de obras, 32 tumba 100, Hieracómpolis, 51, 53, 66, 69, 77;
teología, 12, 13, 40, 80, 233, 242, 251-252, véase también «tumba decorada».
331-333; juego lingúístico, 11, 112, 113, 114, Tumba Sur, en la Pirámide Escalonada, 75, 77
129, 131, 132, 333-335; véase también reli- tumba T5, Nagada, 48
gión %Turín, lista de, 33, 35, 60, 129
«Teología menfita», 42 Tutankhamón, faraón, 265, 279, 337, 340, 341,
Tercer Período Intermedio, 23 347, 382, 399-400
territorial: límites, 76, 77, 78; reivindicación, Tutmose, casa de, 343, 370, 371, 386
29, 41, 43-45, 47, 58, 80, 272; obra con carác- Tutmosis 1, faraón, 205, 254, 256
ter defensivo, 223 Tutmosis II, faraón, 254
'y tesorería, 205, 246, 256 Tutmosis II, faraón, 30, 31, 63, 254, 281; Sala
Teti, faraón, 137 de Fiestas, 258, 260, 261: templos, 92, 97,
textos, sobre construcciones: rollo de cuero de 102, 221, 243, 267
Berlín, 134; Edfu, 128 Tutmosis IV, faraón, 252, 253, 256, 278, 279
Y Textos de las Pirámides, 50, 55, 75, 114, 121 Tutu, chambelán, 398
Teye, mujer del harén, 281 Tuyu, tumba de, 395
This, reino de, 46, 164-165
“tierras: adjudicación de, 288; arrendamientos,
243, 246, 277, 298, 304, 326; asignación Uadyet, aco
344; khato, 246, 391; propiedad de, 388, 391, Udimu, rey, 76, 77
392, 393; recursos, 242, 244, 246 Umm el-Kaab, 70
Till, El-, tesoro de, 311 Umm el-Sawan, 212, 313
tipo ideal: como raíz de la cultura, 107-118; en unificación: política, 43-47, 59-60, 61; por re-
arquitectura, 118-138 yes, 37-40, 42, 55, 59-61; simbolizada por fi-
«tipo de los llanos», fortalezas, 213 guras en parejas, 62, 65, 08
Tiy, reina, 360, 395, 398 Upuaut, dios, 76, 160
Y Tjehenu, paleta de, 64 urbanización, 47, 256
«toldo», 266, 333, 355, 360, 361-362 Uronarti, fortaleza nubia, 157, 161, 162, 163,
topónimos, 41, 394 225, 226, 227
Tot, dios babuino, 33, 384 Userhat-Amón, barca sagrada, 236, 238, 239
trabajos defensivos, véase fortalezas
tradición: de precios fijos, 319; invención de,
114, 118, 137 vales, raciones de pan, 157, 158, 162
tradición local, 47-61, 115-117, 138; cultura po- valor y precio, concepto de, 318
pular como, 114-118 valores calóricos, 162
transacciones, 295, 316-330 valle, templos del, 144, 181-185, 186, 187, 190,
trazado urbano (Imperio Antiguo), 178-189 278, 279
ÍNDICE ALFABÉTICO 447
Valle de los Reyes, 246, 257, 265, 331, 345 Wah-set, 300
vasos de alabastro, 101, 312 Wilbour, territorio del papiro, 394
ventana de la aparición, 244, 247, 259, 279,
288, 354, 358; ceremonias de recompensas,
269-270, 328, 352, 361, 364 yacimientos que bordeaban el desierto, 57
viaje por el río, 276-277 yeso, canteras de, 312, 313
vida suburbana, El-Amarna, 372-385 Yuya, tumba de, 395
visir, 199, 246, 277, 299, 329, 395
vivienda, núcleo de, 193, 194-195
«Zona del distrito norte», 199
Zoser (Dyoser), faraón, 73, 74, 76, 77, 79.
wadi, sistemas de, 316 SO, 105; véase también Pirámide Escalona-
Wadi Hammammat, 164 da
ÍNDICE
Introducción
El marco ecográfico y temporal de Egipto
PRIMERA PARTE
29.- KEMP
450 EL ANTIGUO EGIPTO
SEGUNDA PARTE
EL ESTADO PROVEEDOR
TERCERA PARTE
Notas 407
Índice alfabético 435