BIS.extrA-169 Rudy Linbale (1959) Yo Soy El Muerto
BIS.extrA-169 Rudy Linbale (1959) Yo Soy El Muerto
BIS.extrA-169 Rudy Linbale (1959) Yo Soy El Muerto
LA LUNA Y SU VERGÜENZA
El viajero llegaba del Norte bordeando el Cañón Blanco, por la orilla
occidental del río Pecos, en el Estado de Nuevo México.
Hombre de mediana edad, Jack Princip se dedicaba al comercio y
vendía mercancía de abarrotes en todos los pueblos de tres Estados,
Viajaba ahora de noche, aprovechando la hermosa luna llena que
fulgía sobre la pradera, para escapar al calor del estío.
Llegó a la altura de Santa Rosa y palmeó al caballo gris que
montaba, murmurando:
—Vamos a terminar la noche en una buena cama de hotel,
muchacho. Mis huesos se van endureciendo y perdiendo esa
ductilidad de la juventud.
Pero en ese momento la brisa le trajo del Oeste el retumbo de un
arma de fuego. Y enseguida, muchos disparos se dejaron escuchar.
El viajero se alertó, poniendo el oído en la buena dirección.
—Ya no tenemos indios en la zona —monologó— y por lo tanto
sólo puede tratarse de un ataque al rancho de los Winter. ¡Iré a ver
eso de cerca!
Puso su cabalgadura al galope. Los retumbos se sucedían casi sin
interrupción. Y el crepitar de los revólveres se mezclaba al fragor de
las armas largas.
Jack Princip aceleró la velocidad de su corcel y diez minutos más
tarde escuchaba también una gritería espantosa. Y el fulgor de un
incendio completó el panorama. Se detuvo. Aunque era hombre de
valor, no Se consideraba con fuerzas como para cambiar el resultado
de un combate donde intervenían muchos hombres.
—¡Malditos cuatreros! —exclamó aun sin saber la verdad—. Me
dijeron en Antón Chico que está operando fuerte una banda bien
organizada.
Buscó un terreno adecuado y contempló el incendio desde un
altozano. Las llamas se elevaban al cielo sin nubes en aquel
momento y algunas figuras, disminuidas por la distancia, parecían
danzar a su alrededor. Decreció en intensidad el tiroteo. El viajero
podía imaginar lo que no veía. Después del asalto, sería desvalijado
el rancho de sus cosas de valor. Jack Princip imaginó a los Winter
disparando apresurados por las ventanas, sorprendidos en la noche
por los forajidos.
—¡Pobres amigos míos! —murmuró quejoso de no poder
prestarles auxilio— John, Jane, Tom, Dan y Clarita… ¡Cinco vidas
segadas! ¿Por qué lo has permitido, Dios mío? Pero, “hágase tu
voluntad y no la mía”.
Jack miró atrás. Santa Rosa no estaba lejos, pero jamás podría ir
en busca de auxilio y llegar a tiempo. Bajó del caballo y aguardó.
Las llamas también perdieron altura y un silencio impresionante
siguió al estruendo anterior.
Princip volvió a la silla y, al paso de su montura, se fue
acercando. Estaba a media milla del incendio cuando la pradera
retumbó por un tropel que se alejaba hacia el Sur.
—¡Ya se marcharon los buitres! —alzó el rostro y observó que
una nube errabunda había velado a la reina de la noche—. ¡Haces
bien en ocultar tu faz, amiga mía! La vergüenza debiera ponerte
roja…
Llegó a las cercanías del incendio. Un perro blanquinegro aullaba,
sentado, tratando en vano de apagar el crepitar del voraz elemento.
El viajero se lanzó de la silla y empezó a dar vueltas en torno al
lugar. También habían sido quemados el henil, la maestranza y el
corral chico, ahora sin caballos. Princip movió la cabeza.
—¡Todo se lo han llevado! ¡Hasta los bellos caballos de los
Winter! Blancas como la nieve… aquellos corceles daban envidia… y
John se manifestaba justamente orgulloso de ellos.
Encontró un cadáver y conoció a uno de los vaqueros. Dentro de
la mancha carbonizada del ranchón, cuatro cuerpos reducidos por el
fuego impresionaron al viajero.
—¡Más cadáveres!
La luna descubrió su faz y volvió a platear todos les contornos.
Un quejido llegó a los oídos de Princip y se dirigió a un grupo de
cedros cuyas ramas se chamuscaban y retorcían por el calor que
recibían.
Debajo del primero de los cedros distinguió un bulto alargado.
Otro quejido lo alertó. Tiró del bulto y se encontró mirando la cara
blanca de un muchachito de unos catorce años. Estaba herido en el
hombro derecho y parecía haber perdido mucha sangre.
—¡Dan Winter! —exclamó el viajero. Apoyó la cabeza en el pecho
—. Su corazón late bien… ¡Los malditos asesinos dejaron un testigo!
Sacó una camisa limpia y blanca de su impedimenta, la rasgó y
vendó el hombro del jovencito después de haber lavado la herida.
Dan abrió los ojos azules y miró en torno desde su posición,
inclinado contra la rueda de un carricoche viejo que estaba en
desuso, lejos de la construcción principal. Tenía algunas pecas en su
rostro simpático. La frente espaciosa y el cabello rubio-oro le caía
sobre las orejas.
—¿Se marcharon, Princip?
—Eso parece, Dan.
—¿Mis padres…? —no recibió respuesta alguna y un sollozo brotó
de su garganta—. ¿Todos…?
—Todos, Dan. Debes ser valiente. ¿Los viste?
—Apenas… sombras plateadas por la luna, con el sombrero bajo
y el pañuelo alto. Bien montados… ¡No menos de quince!
—¿Algo especial?
El muchachito reprimió un gesto de dolor, aspiró el aire con cierta
dificultad y respondió:
—Al jefe lo vi de espaldas… Alto, flaco, moreno… Tal vez tuviera
los ojos verdes…
—¿Por qué se te ocurre tal cosa?
—El color de la piel… Todo ha sido fugaz. Nos defendimos desde
el rancho.
Después mi padre pretendió salir… ¡Lo de siempre! Murió
acribillado.
—¿Quién estaba con vosotros en el rancho?
—Ronson, el cocinero…
—Por eso no te buscaron mucho, Dan. Ronson te suplió en el
número. Ahora nos marcharemos de este lugar.
Dan trató de incorporarse. Y lo consiguió haciendo un esfuerzo
superior a su edad. Era alto y delgado. Todo músculo.
—¿Por qué huir, Princip?
—Por… Si has salvado el aliento es por equivocación, Dan. El que
mandó la gente al asalto no va a perdonarte otra vez. Yo voy en
viaje de negocios hacia la costa. ¡Ven conmigo!
—No tengo nada… ni ropa. Nuestra cuenta del banco estaba a la
par… Mi padre había sacado cuarenta mil dólares para comprar un
rancho vecino.
—¿Quién vendía?
—Stanley Mallory, Princip. Los malos se enterarían… y vinieron al
atraco.
—¿Se llevaron el dinero?
—Posiblemente. Estaba en una pequeña caja de acero… ¡Quiero
ver el lugar de la oficina de mi padre!
Y fue, apoyado en el brazo robusto de Princip. Vio los cadáveres
y apretó los labios. El comerciante preguntó:
—¿Nada?
—¡Nada! Se llevaron el arca con el dinero y yo…
Princip miró en torno. Tenía prisa por dejar el lugar.
—¡Tú te vienes conmigo, Dan!
—¡No quiero! He de vengar a mis padres y hermanos…
—Después pensaremos en eso. Ahora urge curarte y ponerte a
salvo. ¡No sabes mucho de estas cosas!
—Es verdad. Vivíamos de nuestro trabajo honesto. Los lindos
caballos también se perdieron… y en cuanto al único rebaño no vale
la pena buscarlo. Lo habrán arreado al marcharse.
—Escuché un tropel hacia el Sur, Dan.
Le ayudó a subir al caballo gris. Lo tomó de las riendas y a buen
paso se alejó del lugar. Dan volvió el rostro unas cuantas veces. Y en
cierto momento murmuró:
—¡Yo volveré! Y todos los malos sabrán quien es Dan Winter.
Aunque lo dijo en voz baja, sus palabras llegaron a oídos del
comerciante.
—La venganza deja siempre un sabor amargo en la boca, Dan.
—Pero si el humano en desgracia no alimentara tal sentimiento…
¿qué sería de los buenos?
—Perdonar es divino.
—Gracias por el consejo, Princip… y mil gracias por lo que ahora
hace. Él tiempo dirá lo demás…
De madrugada llegaron a un caserío. No había médico. Princip
compró alimentos y un ungüento en la botica del lugar. Estableció su
campamento a orillas de un arroyuelo y preparó todo lo
concerniente al desayuno. Abundante, sabroso y sencillo.
—Tienes que reparar tus fuerzas, muchacho.
—Eso haré.
Princip trató de distraerlo. Pero dos veces lo sorprendió llorando.
En la segunda ocasión, secóse las rebeldes lágrimas con furia.
—¡Ya soy un hombre! —exclamó.
—No es verdad. Estás empezando a vivir, Dan.
¿Cuántos caballos blancos teníais en el corral chico?
—Ocho. Padre vendió los más ordinarios para hacer dinero. Le
obsesionaba la idea de comprar el rancho “Rey”.
—¿Por qué vendía Mallory?
El muchacho tragó el bocado y movió la cabeza varias veces
antes de responder:
—Escuché parte de la charla entre Mallory y mi padre, Princip. El
ranchero visitante dijo que lo habían amenazado los cuatreros con
robarle a su hija Marilyn… y que deseaba vender para marcharse a
otras tierras.
—¿Pidió cuarenta mil?
—Sí. Pero en efectivo y “al contado rabioso”. Mi padre no tenía
tanto dinero y por eso vendió una docena de caballos. Cuando
reunió la suma, estaba tan contento que… que me prometió una
carabina nueva y dejarme montar en “Sol Radiante”, el mejor de
nuestros corceles.
Princip apretó los labios. No quería ni debía echar leña en la
hoguera de la venganza, pero estaba haciendo deducciones que en
el momento le parecían lógicas.
Pasaron el día bajo los árboles y al caer las primeras sombras de
la noche reemprendieron el camino. ¡Siempre hacia el Oeste! El
comerciante sólo tenía un afán. Alejarse de la zona cuanto antes.
En la jornada siguiente, Dan tuvo un poco de fiebre. Y ello obligó
a Princip a permanecer en una villa durante tres días. Dijo que el
muchacho era su hijo. Y sintió inmenso alivio, como si fuera verdad,
al comprobar que una franca mejoría se insinuaba en el estado
general del muchacho. Más adelante, Princip dejó el caballo en un
pesebre de un amigo y compró ropa a Dan. Tomaron la diligencia y
viajaron durante muchos días.
Los nuevos panoramas trajeron un poco de paz al jovencito. Pero
su sonrisa era melancólica. Mientras aguardaban en las postas el
cambio de tiro, siempre miraba hacia su espalda.
Al fin llegaron a California.
Un nuevo descanso de treinta días.
Y Princip, hombre sin familia alguna, un poco aventurero y otro
poco comerciante, sostuvo una charla “en serio” con su protegido.
—¿Qué te agradaría hacer, Dan?
—Ranchero.
—¡Diablos! Creo que aún no tienes edad para manejar un rancho
y menos para llevarlo al progreso. ¿Quieres ir al colegio?
—He ido tres años, Princip. Conozco bien las cuatro operaciones,
sé leer y escribir correctamente…
—Pero… La buena lectura te daría beneficios que ahora no
alcanzas a comprender y que mañana te servirán de mucho.
—Puede ser. ¿Qué otra cosa puede hacer un muchacho huérfano
y sin medios?
Había cierta amargura en sus palabras. Princip le puso una mano
en el hombro.
—¡No te dejes vencer por la hiel, Dan! ¿Quieres ser ranchero?
¿Por qué no empiezas desde abajo? Tengo un buen amigo en el
Valle de Sacramento. Con un rancho grande.
—¿Caballos? —preguntó, ansioso, el muchachito.
—Muchos caballos buenos, Dan. Te daría un lugar y aprenderías
lo que te falta… con casa, comida y un pequeño sueldo.
—Ahorraré dinero. Princip. ¿Cuándo partimos?
—Dentro de tres días…
Dan pareció reanimado.
Con alegría, acompañó a su protector a las tiendas donde
compró más ropa. Y un revólver de pequeño calibre y cuatro balas
en el tambor.
—Practicaré, Princip.
—Prefiero que practiques con el lazo…
—También será campeón de lazo, tío Jack. ¿Le molesta que le
llame así?
—Me honra. Yo no tengo hijos… ni sobrinos… ni nada. Tú serás
mi familia…
—Pero te marcharás lejos.
—No. Trabajaré en comercio en California. En realidad, soy un
agente… un viajante, como se dice.
Ofrezco mercancía, la casa mayorista hace la remisión, yo cobro
mi parte y eso es todo. Me da lo mismo un Estado que otro…
Viajaron hacia el Norte, entraron al florido Valle de Sacramento y
el muchacho palmoteo al ver la cantidad de caza que había en esa
fértil región.
—Podré practicar con el rifle… cuando lo tenga, tío Jack.
—Hazme una demostración de contracción al trabajo, Dan, y a
los seis meses te regalaré la carabina que te prometiera John Winter.
—Gracias.
Llegaron al rancho que se llamaba “Cerril Pinto”. El amigo de
Princip, Thomas Lacey, lo recibió con los brazos abiertos, recordaron
cosas del pasado y enseguida se habló del futuro del muchacho.
Thomas echó la vista sobre Dan.
—Tiene la figura de los buenos caballistas, Princip. Si lo quieres
dejar conmigo… Yo tengo tres muchachones cerriles y con este
harán el cuarteto. Lo sacaremos bueno… ¡Mejor que bueno! ¡De
primera!
II
Capítulo
EL BUEN ALUMNO
Dan Winter pasó a ser parte del equipo del rancho “Cerril Pinto”, si
bien en forma asaz favorecida. La familia Lacey se encariñó con el
muchacho. Al principio pareció reconcentrada, introverso por los
recuerdos. Después, la existencia pidió y reclamó su tributo a la
juventud y Dan pasó a ser, como dijera Lacey, el cuarto muchachón
de la casa.
Fue un buen alumno.
Ya tenía buena madera y no llegaba de una ciudad populosa,
sino de otro rancho. El capataz lo tomó bajo su tutela y lo adiestró
en el manejo del lazo. Se empeñó en tener buena puntería con el
rifle y usó la carabina que le regaló su “tío Jack”, con certera
precisión. El día en que cazó una paloma al vuelo, Lacey le palmeó
la espalda, diciendo, alborozado:
—Desde hoy abandonas la carabina de un tiro, para usar un
“Winchester” de último modelo…
—Yo no lo tengo, patrón —respondió, serio, el jovencito que en el
momento contaba dieciséis años.
—Yo te regalaré uno. ¡El mejor!
Y lo llevó a la villa más próxima. Golpeó el mostrador en el
comercio más importante y gritó al empleado:
—¡Veamos esos rifles, amigo!
Le pusieron a la vista ocho modelos. Lacey gozaba con la
admiración de su jinete. El empleado le ayudó en la elección:
—Este es un 30 − 30, muchacho. Este otro un “Spragg" que
podría servir para derribar un búfalo a trecientos metros… Los
“Winchester” de tiro rápido son los preferidos del momento. Aquí
tienes dos del “73”. Y por último, aquí está la joya, con
incrustaciones de conchaperla, mecanismo de níquel y cañón en
espiral… Puede enviar un proyectil a seiscientos pasos… Su
velocidad es fantástica…
—¿Para qué tiene el cañón en espiral, señor? —preguntó el
joven, embobado con aquella preciosidad.
—Hace girar el proyectil… le acuerda una rotación con la cual
puede perforar a dos bisontes uno detrás de otro, y si me apuras,
podrás atravesar a cuatro o cinco hombres en fila…
Lacey soltó la carcajada.
—El muchacho quiere un rifle para su regalo, amigo… y no para
ir a la guerra. Es un buen tirador y merece la mejor arma a nuestro
alcance. Por tanto, Dan, escoge el que más te agrade…
El pecoso observó a su patrón.
—Si yo eligiera este rifle, señor… ¿me permitiría pagarle su
importe poco a poco?
—No.
—¡Lástima! Es el que más me agrada y…
Otra carcajada del ranchero fue coreada por el empleado que
había recibido un guiño de complicidad.
—No acepto paga de especie alguna, Dan —expresó al fin
Thomas Lacey—. El “Winchester” de las conchaperlas es tuyo. ¡Un
regalo de tu amigo!
Impulsivamente, Dan alzó el arma y la abrazó como si se tratara
de un tesoro.
—Gracias, el mejor presente que pudo usted hacerme, patrón…
—Yo quiero ver a ese tirador en funciones —pidió el empleado
del comercio—. Y le regalo una caja de proyectiles… si me convence.
Fueron al corralón de maderas, anexo al negocio. El empleado
sacó un trozo de tabla gruesa que ya tenía varios círculos marcados
con tiza. Lo colocó en el fondo del corralón, sobre una pila de
tablones.
—¿Qué espera usted de mí, señor? —preguntó el muchacho.
—Primero te enseñaré su manejo. Después te permitiré hacer
tres disparos de prueba… y te pediré que aciertes en el punto
central de aquel blanco. Otros muchos ya lo han hecho…
Manipuleo el cerrojo, metió los cartuchos uno a uno por la
recámara y colocó la mira “hasta ciento cincuenta metros”.
Las manos largas y flacas de Dan se convirtieron en garras
cuando recibió el arma. La acarició como se acaricia el cuello del
corcel favorito. Sus ojos grandes y azules buscaron en torno. Lacey
lo observaba, intrigado. Un pino elevaba su copa por encima de la
tapia más distante. Dan le apuntó, disparó suavemente y el cogollo
del árbol saltó cortado al tope.
—¡No está mal! —expresó el empleado—, ¿Qué otras cosas sabes
hacer?
Dan lo miró seriamente y dirigió las pupilas al blanco elegido por
el hombre de la casa. Apuntó con cuidado y apretó el gatillo. Lo hizo
cuatro veces espaciadamente. Después vació la carga a toda
velocidad.
Y los tres fueron hasta la tabla. Lacey la tomó en sus manos y
lanzó un silbidito de admiración.
—¡Diablos! —exclamó después—. ¡Has metido todos los plomos
en el mismo hueco…! Me alegra haberte ofrecido un arma de tal
precisión.
Volvieron al negocio y el vendedor entregó la caja de balas
prometida. Lacey le regaló otras seis, y Dan se creyó el individuo
más feliz del mundo.
En días sucesivos admiró a todos los del rancho. Y una semana
más tarde, volvió con un puma en la grupa de su caballo. La bestia
tenía un solo agujero. En la frente.
Los hijos de Lacey palmotearon alegres.
—Ese puma con la mancha negra en la cara mató a varias de
nuestras vacas, padre —expresó el mayor—. Dan merece un
premio…
—¡No quiero premio alguno! —replicó el muchacho—. Trabajo
aquí… me siendo cómodo y mi habilidad está al servicio de la marca.
—¡Bravo! —gritó la mujer de Lacey que se había encariñado con
el pecoso—. ¡Así hablan los buenos tiradores! No habrá premio, pero
festejaremos la muerte del puma con unas tortas de primera…
Dan abrió los brazos y dijo con acento de guasa:
—¿Qué mejor premio que ése, Lorna?
Se hizo querer por todos. Creció en el lugar. Fue acumulando su
dinero mes tras mes. Su amo lo presentó al banquero de la villa
cercana y ahí fue a parar la paga del joven de Nuevo México.
En los rodeos anuales ganó algunas sumas de interés. Eso
aumentó su capitalito. Bebía con moderación. Le temía al alcohol por
razones que solamente él conocía.
No se enredó en amores fáciles. Y su corazón permaneció virgen.
Un tanto retraído en las reuniones, cuando se le obligaba a
participar… se convertía en punto céntrico de la jarana.
Su habilidad con el rifle llegó al máximo. Y empezó a practicar
con el revólver. Lo hizo con las dos manos, pero siguió usando un
solo “Colt”, liviano, de cañón no tan largo como usaban la mayoría.
Lacey fue el encargado de apadrinarlo y el capataz le dijo una
tarde que ya no le quedaba nada per aprender.
La fama del rancho “Cerril Pinto” como criador de caballos se
expandió por doquier y en un momento dado llegaron compradores
del Perú. Necesitaban un centenar de caballos para los jefes del
ejército regular de aquel país. Lacey contrató el entrepuente de un
barco que zarpó de un puerto cercano y envió como cuidadores a los
cuatro muchachos.
—Es una manera de conocer mundo… a costa de los
compradores —expresó el ranchero, riendo—. Espero que el cuarteto
se porte con decencia y honestidad, haciendo honor al “Cerril Pinto”
y a la familia.
Partieron.
Navegaran, cuidaron a las bestias y las entregaron en el puerto
de El Callao a la Intendencia de Guerra del Perú. Después
resolvieron echar una mirada al país. Lima estaba cerca. Se
admiraron de sus construcciones, casi todas coloniales, con largas
balconadas sobre las aceras. Las iglesias los tuvieron por devotos
observadores y asistieron a las fiestas religiosas de Octubre.
Participaron en la monumental procesión y a su vez llamaron la
atención por su vestimenta. No quisieron deshacerse de los zahones
de cuero y tampoco de las botas de altísimo tacón y el sombrero de
pico con cadenita en torno a la copa.
El embajador americano los recibió cordialmente y les
proporcionó la ocasión de adentrarse otro poco. Visitaron algunos
fundos de interés y por vez primera vieron “caballos de paso” de
corto braceo y nervioso andar.
Anduvieron de un lado a otro durante quince días y Dan Winter
pidió a unos indianos que le enseñaran el manejo de la honda, a la
cual los quechuas llaman “Huaracca”. Un trozo de tejido multicolor,
del cual cuelgan dos riendas de un metro de largo. Se pone la piedra
en la tela y tomando las riendas entre los dedos se hace girar sobre
la cabeza o a los lados del cuerpo. En un momento dado se suelta
una de las riendas y la piedra parte con fuerza y velocidad capaz de
matar un caballo a cuarenta metros si le acierta en la cabeza. Al
jinete podría desmontarlo al doble de esa distancia.
Compraron muchas joyas de plata para las amistades y
regresaron a Sacramento. El hijo mayor de Lacey rindió las cuentas,
entregó las letras de cambio… y tan espléndida fue la operación que
el ranchero obsequió con doscientos dólares a cada uno de los
viajeros.
Dan empezó a practicar con la honda. Pasó horas ejercitando el
brazo y la vista. Entre ambos elementos se formó una conjunción
perfecta. Durante sus guardias junto al ganado, pasó horas en tal
ejercicio.
Tenía la tenacidad de los vascos y la ductilidad de los franceses.
Cuando llegaba a lo que ambicionaba, cesaba en sus esfuerzos y los
dedicaba a otra cosa.
Los hijos de Lacey eran sus primeros admiradores.
Nunca tuvo roces con ellos.
Tampoco trató de suplantarlos en el corazón de los padres. Y de
esa manera, fue el primero en felicitar a sus compañeros a medida
que fueron escogiendo esposa.
—¿Cuándo te llega el turno? —le preguntaba Lorna, riendo cada
vez que se festejaba una boda en el rancho.
—A su tiempo —respondía.
—Ya tienes edad suficiente.
—Pero antes tengo una misión a cumplir, señora.
—¡No me digas señora o te retiro mi amistad!
—Gracias, Lorna. Me casaré a su tiempo…
—¿Te gustan rubias o morenas?
—Ya lo dirá el corazón cuando llegue el momento.
Lacey reía de tales comentarios y gritaba:
—¡Ese muchacho es de mi equipo! Te daré un consejo, Dan.
Cuando la veas y el corazón te haga ¡pum-pum-pum! aférrate a ella
con las dos manos y los dientes. ¡No la dejes escapar, así tengas que
matar a una docena de rivales!
Lorna le daba un golpe a su marido y a su vez decía:
—¡Qué cosas aconsejas al muchacho! Dan Winter no será nunca
un matarife… y menos andará por el mundo echando mano a las
pistolas y mirando de costado.
Así transcurrieron los años.
Se desgranaron lentamente… como las cuentas de un rosario en
manos de la mujer piadosa que musita sus oraciones con los ojos
dirigidos a Jesús.
Y el muchachón espigado de catorce años se convirtió en un
hombre nervudo, alto, bien proporcionado, tostado por los vientos y
el sol de la pradera… que cumplía veintinueve poco tiempo después.
Dan respiró hondo una mañana y buscó a Thomas Lacey en el
corral de los caballos escogidos.
—Estás muy serio, muchacho —expresó el amo al verle llegar.
—Porque tal vez voy a causarle una pena, patrón.
—¡No lo creo! Si sabes a ciencia cierta que tal cosa ha de ocurrir,
¿a qué seguir adelante?
—¡No hay escapatoria, patrón! Me marcho a Nuevo México.
Lacey conocía parte de la historia, por haberla escuchado de
labios de su amigo Jack Princip. Abrió la boca… y preguntó:
—¿Vas en busca del desquite?
—Digamos que voy en busca de lo que me pertenece, patrón.
—¡Han transcurrido catorce años, Dan!
—Es verdad. Ni un día dejé de recordar a los míos, Lacey.
Muertos y quemados casi a mi vista. Voy a recobrar mi propiedad,
aunque para ello deba comprarla. Mi padre criaba caballos blancos…
los más hermosos que usted pueda imaginar. ¡Todo se perdió en una
noche de plenilunio!
Fueron vanos los esfuerzos del ranchero para disuadirlo. Y
recordó los afanes del muchacho por aprender a manejar las armas
a la perfección. ¡Dejó de insistir!
Y se mostró generoso como de costumbre.
—¿Cuánto dinero necesitas, Dan?
—Creo tener suficiente, patrón. He ahorrado diecisiete mil…
—¿Era grande tu campo?
—Bastante.
Lacey hizo un cálculo mental y murmuró…
—Tierras, construcciones, ganado… herramientas… ¡Es poco ese
dinero! Te habilitaré con diez mil más.
—¡No quiero empezar con deudas!
—¿Y quién diablos te está hablando de deudas, muchacho! Es un
regalo del “Cerril Pinto”. Me escribirás con frecuencia… Sabes que
llegamos a ser de tu familia. Y que Lorna te quiere como el cuarto
hijo que nunca llegó con la cigüeña.
Dan sintióse conmovido.
—Gracias, patrón. Acepto el dinero… y ojalá todo resulte para
bien. Si consigo la tierra que a estas horas será propiedad de algún
vecino, seguirá criando caballos.
—Pero sin dejar de lado a las vacas, Dan. Ayudan mientras uno
va formando los planteles de corceles voladores. Tu padre los
prefería blancos y resultan buen negocio. Cada ranchero rico, cada
comerciante rumboso pretende un blanco puro de largas crines.
¿Seguirás con el color?
—Tal vez no sea tan exclusivista, amo. Además… —se atrancó y
continuó al momento—, además tendré que disimular… si quiero
llegar a los culpables de aquel crimen colectivo.
Tres días más tarde partía del “Cerril Pinto”. Llevaba cartas de
crédito para Santa Fe, capital del Estado de Nuevo México, un
hermoso caballo blanco llamado “Rosicler” y sus armas. Incluso una
honda hecha con cuero de puma. Fijó la vista en el oriente e hizo la
señal de la Santa Cruz sobre su pecho.
III
Capítulo
LA PRIMERA SOSPECHA
Lin Montana siguió al jinete del caballo blanco durante largo trecho
con la vista. A su lado, Constance hacía lo mismo, pero con distinta
manera de pensar.
De pronto, Lin se volvió a su hija.
—¿En verdad ese muchachón ha comprado las tierras de Winter?
—Eso dijeron en Santa Rosa, padre.
—¿Viene muy "forrado"?
—Para comprar tierras, ganado, herramientas… hay que tener
dinero, padre.
—Hablaré con Gary…
—Ya lo intentó, padre.
Cambiaron una mirada. En los ojos verdes del ranchero arruinado
se notaba la curiosidad y la gula. En los negros de la muchacha
había resentimiento, disconformidad con la vida.
—¿Le ayudaste?
—Sí. Pero es la última vez que lo hago, Luis Montana. Seguiré
pobre como las ratas… tal vez me vaya al pueblo como fregona. ¡He
terminado con vuestras pillerías!
—Está bien, Constance. Sabes que hago cosas raras para sacarte
de esta situación de miseria. Gary…
—Gary es un puerco que me persigue a sol y a sombra y voy a
matarlo con estas manos…
—¡Cuéntame el asunto completo! Yo tengo una idea especial con
respecto a ese muchachón. ¿Cómo dices que se llama?
—Daniel Invierno.
—Eso huele a mejicano… ¿Qué sabes de español?
—Unas cuantas palabras solamente. ¿Qué se te ha ocurrido?
El hombre se tocó la frente.
—Algo anda revoloteando dentro de mi cabeza, Constance. Y
creo que voy a sacarle aceite a esa idea.
La muchacha volvió al interior del ranchito. Los muebles eran
antiguos, llenos de rayones, las sillas desvencijadas, el espejo del
ropero hecho pedazos… La joven echó una mirada en torno y
murmuró:
—Tengo que salir de este ambiente, porque de otra manera voy a
convertirme en una mala mujer. Y ya hay muchas de ellas en el
Oeste.
Tomó una escoba formada por ramas y empezó a barrer el piso
de la cocina. Estaba en la tarea, aunque con el pensamiento en otra
parte, cuando oyó gritar a su padre en el exterior. Dejó la escoba y
salió. Corriendo llegó al grupo. Lin desataba el cadáver de un
muchacho que presentaba una fea herida en el costado derecho de
la cabeza.
—¡Farmer! —exclamó ella— ¡Dios santo!
—Lo liquidaron lejos de aquí, chiquilla. Se metería en algo grave
y…
Cambiaron otra mirada. Ella bajó los ojos.
—¿Qué quieres decir, padre?
—Farmer es el compinche de Gary… entre los dos cometieron
alguna barrabasada… y éste la pagó muy cara. Veamos si ha dejado
algo —revisó el cinturón y los bolsillos—. ¡Demontres! Veinte
dólares… Alcanza para unas cuantas botellas de… ¡No, señor! Ahora
no puedo beber porque tengo un hermoso negocio a la vista. Trae la
pala, hija
—¿Qué estás por hacer?
—Darle cristiana, sepultura. Farmer no tiene parientes conocidos.
Es un holgazán que llegó de Utah. ¡Nadie lo reclamará! Y la
atmósfera será más limpia sin su presencia.
—¿Y el caballo?
—Lo venderé en Antón Chico… Sacaré otros treinta o cuarenta.
Casi empiezo a sentirme optimista, muchacha…
—Mejor sería dar aviso al “sheriff”… y que él haga lo que quiera.
Lin dio un respingo.
—¡No metas al “sheriff” en nuestra vida, Constance! Hace
preguntas… muchas preguntas y al final lo embarulla todo. Creería
que yo maté a Farmer… que nos peleamos ebrios…
—Es la fama que tienes.
—¡No volveré a beber jamás!
Constance alzó los ojos al cielo y murmuró:
—¿Cuántas veces escuché esa frase, Dios mío?
Lin soltó la risa.
—Ahora va de verdad, muchacha. ¡Nos haremos ricos!
—¿Trabajando?
—No hagas frases irónicas, muchacha, y recuerda que tu padre
estudió muchos años en Santa Fe.
—Poco has retenido de tus estudios, Lin Montana.
Observó al hombre mientras cavaba la sepultura. Le ayudó a
envolver el cadáver con la manta que sacó de la silla. Y trajo piedras
para afirmar el túmulo.
Lin Montana empezó a mostrarse nervioso. Entregó diez dólares
a su hija, diciendo:
—Compra alimentos, Constance. Y si viene ese perillán que se
llama Gary Montana, que me aguarde aquí.
—¡No puedo sufrir su presencia!
—Tenlo a raya… y si es necesario usa la escopeta que está al
lado de mi cama. Hay tierra suficiente como para hacer muchas
tumbas en nuestro rancho. Voy a salir… Me llevo al tordillo de
Farmer.
Y se marchó, dejando a su hija confusa.
El ranchero se dirigió al Norte, llegó a Antón Chico y vendió el
caballo en cincuenta dólares, tomó la diligencia de la mañana
siguiente y llegó a Santa Rosa al filo de las diez de la mañana.
Alquiló un corcel en casa de John.
—¿Quieres un buen caballo, Montana? Cinco dólares por la
jornada, y después dos por día.
—¿Te has dedicado al asalto, John?
El otro le clavó los ojos penetrantes y respondió:
—Unos empiezan tarde… cuando los que se iniciaron temprano
abandonan la tarea. ¿Lo quieres o has desistido?
—Bien. Lo tomaré por tres días… Ahí tienes diez dólares.
—Digamos cuatro días, Montana, ¿En qué andas?
—Estoy al principio de una nueva vida, John. Quiero volver a
trabajar, juntar dinero…
—Antes lo echaste a rodar… tal vez teniendo en cuenta que las
monedas de oro eran redondas.
—Locuras de la juventud, John.
—¡Oh, señor! No eras tan joven… ¿Cuantos tienes ahora?
—Cuarenta y cinco.
—Han transcurrido doce… catorce… quince… De todas maneras
eras un hombrote bastante mayorcito. ¡Ojalá tengas éxito, Montana!
Sobre todo, lo deseo por tu hija. ¡No mereces tener una joya como
ésa!
—¡No hables así, John! Constance es una perla… y voy a darle el
lugar que le corresponde, aunque para ello deba echar mano al
revólver.
—Ya no estás para esos trotes…
Lin Montana bajó la mano y el revólver apareció en ella. Lo hizo
girar en el dedo índice para retornarlo a la funda.
—No estoy mal en velocidad, John… y si hiciera falta plantar una
bala a veinte metros… ¡búscame!
Montó en el caballo colorado que preparaba el dueño del corral y
salió a la calle. Se sentía otro y la sangre le bullía en las venas.
Saludó a varios conocidos, hizo caracolear al corcel y se lanzó hacia
el Sur, para llegar al rancho “Rey” a media tarde. Sonreía al
desmontar. Marilyn lo vio desde su sitio en la galería, donde leía
como todos los días, evitando dormir la siesta, costumbre que no le
agradaba.
—¿A quién busca, vaquero?
—Al amo, señorita —se aproximó a la galería y agregó—: ¡Hola,
Marilyn! Mucho has crecido, muchacha… y estás linda como un sol.
Ella se puso de pie. Recordaba bien al hombre mal vestido de
barba descuidada. Lo vio en tres o cuatro oportunidades. Pero nunca
se había permitido tales libertades de lenguaje.
—Mi padre está en la oficina, señor… al extremo de la galería…
Señaló con el brazo extendido y marchó hacia el interior del
rancho. Súbitamente se había despertado una gran curiosidad en
ella. ¿A qué venía de tanto en tanto al “Rey”?
Lin Montana se detuvo ante la puerta que conocía. Su valor
pareció licuarse. Golpeó con los nudillos y al abrirse sus ojos dieron
con el rostro moreno de ojos verdes que pertenecía al capataz del
rancho.
—¡Hola, Kemper! —saludó vacilando—. ¿Está el jefe?
Kemper, de edad parecida a la del visitante, hizo un gesto
despectivo con la boca y volvió la cara al interior de la habitación,
para decir en voz alta:
—Una visita desagradable, patrón. El chupa sangre Lin
Montana…
—¡Despídelo, Kemper!
—¿Has escuchado, Lin?
—No tengo cera en las orejas…
—No. En ella juntas tierra solamente. Emigra antes que te saque
a empujones…
Lin se encrespó:
—Parece que has olvidado muchas cosas del pasado, Kemper.
Deseo hablar con el jefe… ¡Hazte a un lado!
—¡No quiero!
—Dile que lo amenaza un peligro terrible…
—Ese cuento es viejo…
Montana vaciló. ¿Otros habrían tenido su idea?
—¿Viejo? Se trata de algo reciente… y tan reciente que acaba de
llegar a la comarca.
Desde el interior, Stanley Mallory comentó:
—Le haremos el beneficio de la duda, Kemper. Deja pasar a Lin…
Los tres hombres parecieron llenar la pequeña oficina del rancho.
Stanley volvió a sentarse y clavó los ojos en Montana.
—Larga eso, Lin.
—“Eso” como has dicho, vale un millar de dólares, Stan.
—¡Un cuerno!
—No olvides que fuimos compinches, Stan. Tú enriqueciste…
—Porque supe guardar… en vez de andar de taberna en
taberna…
—Tú eras mayor, ya estabas establecido y además llevaste
siempre la parte del león.
—Bien. Suponiendo que todo eso fuera verdad, ¿qué hay?
—Hay que te amenaza un peligro tremendo… Se abatirá sobre tu
casa como el rayo destructor…
—A mí “no me asustan sombras ni bultos que se menean”, Lin
Montana. Habla de una vez… o cierra el pico.
Lin se movió nervioso sobre los pies. Creía tener las cartas del
triunfo en las manos, pero conocía de sobra a aquellos lobos,
capaces de devorarlo en un santiamén. Sentóse en un sillón de
cuero, cruzó las piernas y dijo:
—Por mil dólares te doy la noticia…
—No la quiero.
—Debes quererla. Una sombra ha salido del pasado para cobrarte
las pillerías cometidas…
—¿Solamente a mí… me pedirá cuentas, Lin?
—A todos. Pero eres el más rico… el que tiene algo importante
que perder. Tu hija puede sufrir las consecuencias…
—No metas a mi hija en este baile, Lin. No daré un millar de
dólares por información alguna.
El viajero creyó perderlo todo. Y dio marcha atrás.
—¿Quinientos?
—Pronto has rebajado. Montana. Tu noticia no es sana ni fuerte…
—Lo es. ¡Te lo juro por Dios!
—No menciones a Dios que tienes la conciencia demasiado
sucia…
—No lo está más que la tuya, Stan. Fuiste el jefe de la banda de
cuatreros que asoló la región… y en una sola noche “hicimos” más
de setenta mil dólares en el campo de los Winter.
El ranchero se puso de pie como impulsado por un resorte y
clavó las pupilas en su antiguo compinche.
—¡Calla, desdichado! ¿A qué sacar a relucir cosas viejas? Lo
hicimos… engordamos…
—Engordaste tú. Los otros no pasan de ser simples rancheritos…
Kemper es tu capataz y yo me debato en la miseria.
—Por borrachín… Siempre fuiste un peligro para todos…
—Puedo haberme emborrachado, pero no he soltado prenda.
—Lo habrías pasado mal, Montana —intervino Kemper—. Aquello
quedó atrás y todos vivimos dentro de las leyes.
—Eso es fácil para los “acomodados”. Pero si consigo quinientos
dólares, libraré la hipoteca que pesa sobre el “Flecha” y volveré al
trabajo.
—Tu tierra no sirve para nada, Lin —cortó el ranchero—. Olvida
tus sueños y márchate de la región…
—Eso es lo que Vosotros querríais…
Kemper hizo un guiño a Stanley Mallory, recordándole que él le
propuso muchas veces deshacerse de aquel tipo agresivo y
peligroso.
—De todas maneras, Lin, te ayudé muchas veces…
—¡Bah! Cincuenta dólares para comestibles…
—Eres una sanguijuela.
—¿Qué son para ti quinientos dólares? Has recibido miles en
estos días, por la venta de las tierras mal habidas…
—¡Mientes! Las compré al fisco. Estaban abandonadas… Lo
estuvieron cinco años. Nadie las reclamó.
—¡Ja! Nadie se atrevió sabiendo que estabas con el ojo fijo en
ellas. Pero tú también tienes conciencia, aunque parezca dormida… y
no te agradó poblar aquella tierra, de triste memoria.
Mallory observó con mayor atención a Montana. Nunca lo conoció
tan despierto y vivaz. Cuando era uno de tantos en su banda, jamás
levantaba la voz para nada.
—Larga la noticia, Lin —pidió al fin.
—¿Me darás los quinientos?
—Yo juzgaré si vale o no vale tanto dinero.
—No me conviene…
—Entonces toma la puerta… y ¡hasta más ver!
Lin Montana frunció las cejas. Y miró a Kemper. Si echaba mano
al "Colt”, el capataz sería su principal enemigo. Aspiró el aire y trató
de serenarse.
—¿Me darás los quinientos si vale la pena?
—Prometido.
—Bien. Ha regresado Dan Winter.
Contempló al ranchero en cuyo cerebro se formaban varias
imágenes, una detrás de otra. La quemazón, la luna llena, el arreo
del ganado, y el reparto del dinero del arca, de la cual él sacó veinte
mil.
Y por asociación de ideas, pensó en Daniel Invierno.
—¿De dónde has sacado esa noticia, Lin? —preguntó con toda
calma.
—Lo he visto… cómo te veo a ti. ¿Te acuerdas de Dan? ¿Alto,
delgado, rubio y con algunas pecas? Siempre sonriente…
—Lo recuerdo.
—Ahora está más alto… más robusto, ¡claro! y mira como las
águilas… ¿Sabes algo de español?
—No.
—Te aleccionaré, porque yo he preguntado en Antón Chico. Se
hace llamar Daniel Invierno y a él le has vendido el solar de su
familia.
—¿Quién lo asegura?
—¡Yo! —dijo golpeándose el pecho el padre de Constance—.
Daniel Invierno y Dan Winter es la misma cosa. En español y en
inglés. Viene por su venganza, Stan.
—Todos murieron aquella noche…
—Eso creímos… pero pudo salvarse.
Stanley echó con ruido el aire de sus pulmones.
—¿Qué te parece esa noticia, Kemper?
—Es digna de tenerse en cuenta, patrón. No podemos correr
riesgo alguno a esta altura de la vida.
—En eso tienes razón. ¿Qué más sabes, Lin?
—Que ya está edificando… ¿Recordáis a Farmer?
—Un pillo de menor cuantía —expresó Kemper.
—Bien. Ese tipo ha muerto… A mi entender quiso asaltar a
Winter y la cosa le salió mal. Volvió el caballo a nuestro rancho con
el cadáver amarrado a la silla…
—¿Un disparo? —preguntó el ranchero.
—No. Una abolladura en la cabeza… como si hubiera recibido un
golpe muy fuerte.
—¿Lo sabes o lo presumes, Lin? —quiso saber Kemper.
—Farmer andaba con mi sobrino Gary… entre los dos debieron
intentar el golpe. Todavía no he visto a mi pariente. Y ahora que te
he dado todos los detalles, venga el dinero.
Stan tiró de un cajón de su mesa y sacó cuatro billetes de a
cincuenta dólares cada uno.
—Es más de lo que mereces, Lin.
—¿Doscientos? ¡Es una estafa!
El ranchero salió del refugio que tenía detrás de la mesa. Y tomó
a Lin de un brazo:
—Vuelve a tu cueva… y cuidado con la lengua. Yo me ocuparé
del forastero y veremos si has tenido buen ojo…
Despidió a su compinche y habló con Kemper.
—Puedo hacerme cargo de la comisión, jefe —expresó el
capataz.
—Bien. No debemos correr riesgo alguno. ¡Queda en tus manos!
Doscientos dólares por su piel. Y no trates de sacarme más… o
acudo a tu hijo Roger.
VII
Capítulo
***
Dan Winter se puso de pie en los estribos varias veces. Y monologó:
—Si en verdad me esperan, lo harán en un sitio apropiado para la
emboscada, a menos… a menos que manden a un avezado pistolero
de eses que gozan atormentando a la víctima antes de echar mano
al "Colt”.
Llegó a la vista del Cañón Pintado y cuando estuvo en la parte
baja, se alertó. Su caballo relinchó muy suavemente. Dan se lanzó
de la silla y entró como aquilón a un bosquecillo de “mezquites” de
retorcido tallo. Subió por la pared del cañón hasta cuarenta metros y
volvió a bajar. Un hombre aguardaba junto a su corcel.
Dan lo sorprendió por la espalda, diciendo:
—¿Me esperaba usted, señor?
El otro se volvió despaciosamente, con los pulgares enganchados
en el cinturón de las pistolas.
Kemper sonrió. ¡Había matado a tantos hombres en el pasado!
—No sé si le esperaba a usted… o a otro. Tengo la comisión de
hablar con Dan Winter, pero ése murió hace unos quince años…
Dan se golpeó el pecho con la mano izquierda:
—“¡Yo soy el muerto!”
Kemper soltó la risa y la cortó en la mitad.
—Los muertos no vuelven, señor.
—Tiene usted una prueba en contra a la vista. Dan Winter volvió
para cobrar a todos los asesinos de su familia la sangre derramada.
¡Usted era el jefe aquella noche!
—Acertó. Yo era el jefe. ¿A quién podrá contarlo? Voy a corregir
el fallo de aquella noche de luna.
—¿Podrá?
—En seguida lo veremos.
—¿Cuánto le han ofrecido por mi piel?
—Doscientos.
—Lo han estafado, señor. ¡Valgo mucho más que eso!
—¡Bah! Doscientos por un movimiento y dos plomos…
Se inclinó al tiempo de hablar. Adoptó aquella conocida posición
de los pistoleros. Dan pensó en sus padres y disparó desde la
cadera, saltó de lado y volvió a presionar el disparador tres veces, en
tanto el capataz de Mallory se sacudía y tosía, tratando de apuntar
las dos pistolas que empuñara.
Al fin cayó de bruces.
Y hundió el rostro en la arena del cañón.
Dan respiró hondo y apartó los ojos. Después alzó al muerto y lo
amarró al corcel, como hiciera con Farmer. Sólo que no lo castigó.
Con el caballo de las riendas entró al patio principal del rancho
“Rey”.
Se amontonaron los hombres.
Doce o quince. Los perros ladraron y Stanley Mallory bajó de la
galería. Marilyn pareció brotar del suelo. Y todos hablaron a un
mismo tiempo. Hasta que el amo alzó los brazos.
—¡Callad! —gritó con voz de mando. Y miró a Dan Winter—.
¿Qué ha ocurrido, vecino?
—No lo sé, señor. Encontré al hombre caído… junto a la bestia.
Creí conocer al muerto como parte integrante de su equipo y me
pareció que era justo traerlo a su domicilio.
Stan pensó hacer matar allí al forastero cuya ironía entendía…
aunque sin estar seguro. Kemper era mucho hombre para ser
eliminado por un ranchero, por más ávido de venganza que llegara.
Se contuvo.
La mayor parte de su gente actual era honesta y trabajadora.
Pero del lado del henil llegó corriendo un muchachón moreno de
ojos verdes que aparentaba unos veintisiete años.
—Me han dicho que… ¿Quién lo mató? ¡Era mi padre! —Fruncía
los labios y apretaba la empuñadura del revólver que llevaba sobre
la izquierda.
Daniel continuó el juego. Y volvió a narrar lo de antes.
Intervino Marilyn:
—Tu padre tenía enemigos, Roger —dijo al moreno de los ojos
verdes—. Y se habrá encontrado con alguno de ellos…
—De todas maneras, quiero desquitarle —fijó los ojos en Daniel
—. ¿Dónde lo encontró, forastero?
—En el Cañón Pintado, señor.
—¿En qué sitio?
—Cerca de un bosquecillo de “mezquites”.
—Conozco el lugar… Y voy allá ahora mismo.
Otra vez intervino la rubia:
—Llegarás de noche, Roger, y no podrás seguir el rastro. Aguarda
a la mañana —se dirigió a Daniel—. ¡Muchas gracias por habernos
traído el cadáver, Invierno!
Rompió el hielo con su resolución. Había escuchado la charla de
Kemper-Montana-Mallory sostenida en la oficina. Resistió al golpe y
ahora trataba de ponerle remedio. En parte, al menos.
Su padre habría sido cualquier cosa en el pasado.
Ahora debía conservar su prestigio de ranchero honesto y rico.
—Llegué a ver el ganado, Mallory —comentó el forastero—, de
acuerdo a lo conversado ayer en mi rancho…
—Es verdad, Invierno. Y perdone mi ofuscación. Quedará para
otro día.
—¡Cuándo usted guste! ¡Hasta la vista!
Volvió sobre sus pasos. Y cuando llegó al “Cinco Cruces”, el
equipo en pleno lo aguardaba, sonriendo. Todos parecían mansos,
pero ya conocían la novedad. Y apreciaban un poco más al patrón
que fue al encuentro de la muerte como sólo pueden hacerlo los
valientes.
VIII
Capítulo
LA MEJOR DEFENSA…
¿Qué había sido de la vida de Lin Montana?
Vendió al hijo de su antigua víctima por doscientos dólares y se
dijo que la situación podía tornarse fea a plazo fijo ya que ese dinero
debía ser bien empleado.
Y lo empleó bien, según su criterio.
Sentóse a una mesa de póker en el casino.
Y contra todo lo previsible, gano un millar de dólares.
Su sobrino, Gary Montana, se enteró de la buena fortuna de su
tío a la mañana siguiente. Fue a buscarlo a la casa de juego. Y lo
encontró eufórico, bebiendo cerveza en compañía del dueño de
casa.
—¡Al fin ha llegado la fortuna, Gary! —exclamó al verle—. Bebe a
mi costa lo que quieras… En una semana voy a pelar al amo de
esto… a recobrar la hipoteca de mi ranchito… y a ser un ganadero
como otros muchos.
—Ha sido una racha de suerte, tío. ¡Volvamos a casa!
El dueño del casino sonrió.
¡Había visto tantos casos iguales!
¡Oyó tantas esperanzas como ésas del pobre Montana!
—¡Deja en paz a tu tío, Gary! Se le presenta la gran oportunidad
de su vida… Puede seguir ganando.
—Y también puede perderlo todo. ¡Vamos, tío! Constance se
encuentra sola en el “Flecha”.
—¡Déjame en paz, muchacho! Toma veinte dólares para que
comas como Dios manda en el hotelito.
Gary no se alejó mucho de su pariente, y estaba sentado junto a
él cuando reiniciaron el juego a las seis de la tarde. Lin Montana
volvió a ganar.
Miró cómo disparaba.
A la hora de cenar tenía dos mil trescientos dólares delante suyo,
sobre la mesa. Se mostraba ruidoso, simpático y agudo.
A las once le quedaban cincuenta dólares y a las tres de la
mañana ganaba casi cuatro mil. Gary se mordía las uñas y suplicaba
sin cesar:
—¡Vamos, tío! Has ganado mucho… Puedes levantar la hipoteca
y comprar vacas…
—¡No seas tonto! Debo aprovechar la racha… ¡Veo y doscientos
más!
Se terminó la partida con la aparición del sol. Y Lin Montana
ganaba cinco mil ochocientos. Metió el dinero en billetes grandes
dentro de su viejo sombrero y salió del casino llevando a Gary
colgado del brazo.
—¿Nos vamos, tío?
—¡Un cuerno!
—A Constance le gustará conocer la noticia.
—¡Constance! ¡Pobre muchacha! Tienes razón. Iré a verla…
podré regalarle quinientos dólares para que se vista como una
reina…
—¿Por qué tanto, tío Lin? Con cien dólares tiene de sobra para
todo un ajuar…
—¡No te muestres avaro de lo ajeno, muchacho!
Comieron un suculento desayuno. El rancherito en racha no
hablaba de otra cosa que de la partida de naipes.
—¡Hay que saber jugar, Gary! Cuando uno tiene diez dólares es
candidato a perder… pero teniendo fichas grandes disponibles, todo
se hace más fácil. Puedes correr al adversario a fuerza de coraje.
Cabalgaron hacia el “Flecha”. En el alma retorcida del joven iba
tomando cuerpo una idea. Robar a su tío y dirigirse hacia otras
tierras con el cinturón reventando de dinero.
De pronto, su tío le preguntó:
—¿Has visto a Farmer por ahí, Gary?
Palideció el individuo.
—¡No! Hace días que no le hecho la vista encima…
—¿Después de la corrida que os hizo dar el forastero, verdad?
—¿Qué sabe usted de eso?
—Farmer murió, Gary.
—¡No!
—Sí, jovencito. El bocado era muy grande para vuestras
mandíbulas y tu amigo pagó con la vida la equivocación, ¿Dónde
ocurrió la cosa?
—En ninguna parte… ¡Nada sé de eso!
—¡No seas estúpido, Gary! Farmer llegó amarrado al caballejo
que lo llevó a nuestra casa… con una abolladura en la cabeza. ¡Algo
feo! ¿Con qué lo golpearía su enemigo?
Gary se resolvió:
—Quisimos aliviar al forastero, que llegó diciendo que iba a
comprar tierras, caballos y vacunos… Su hija me ayudó en el
hotelito.
—Te cortaría las orejas por haber metido a Constance en tal
asunto.
—Falló… y me junté con Farmer. Pero la mala pécora estaba allá,
tío, y le advirtió al tipo cuando lo tenía más allá de la mira del rifle.
Erré el primer disparo… Farmer no tenía rifle. Nos persiguió y nos
“abrimos” para escapar. El forastero eligió a Farmer… pero no
escuché retumbo de especie alguna y creí que logró fugar… ¡Pobre
Dick!
—¿Pobre? ¡Un cuerno! Está ahora donde debía estar hace
tiempo.
—¿Enterrado?
—Tu inteligencia no es mucha, pero en perspicacia puedes
compararte con una mujer vieja. Ese forastero… tendrá su merecido.
—¿Quién es, tío?
—Una sombra de nuestro pasado luctuoso, muchacho.
El joven alzó un brazo al cielo.
—¡Ufff! Usted usa unas palabras tan difíciles que no entiendo
nada…
—Ni hace falta, muchacho. Mallory se ocupará del forastero.
—¡Ya se ha ocupado!
Lin miró a su sobrino por debajo del ala del sombrero.
—¿Lo sabes? ¿Ha liquidado cuentas con Dan.., quiero decir con
Daniel Invierno?
Algo de eso se pretendió, tío. He sabido por un muchacho del
rancho “Rey” que el capataz Kemper fue hallado muerto en Cañón
Pintado.
—¡Demontre! Kemper se tenía por bueno… Ahora intervendrá
Roger… y ése tiene la mano ligera y el ojo certero.
—¡Es un farolero!
—¿Farolero? ¿Te le animas mano a mano?
—No tengo nada con él, pero anda luciendo muescas en las
armas como si fuera un profesional… ¡Ya llegamos, tío!
Y recorrieron el último tramo del camino al galope. Llegaron a
todo correr al patio del ranchito. Gritaron llamando a la morena.
Pero debieron convencerse de que allí no había nadie.
***
En el rancho “Rey”, Stanley Mallory no las tenía todas consigo. Veía
mohína a su hija y se preguntaba si la muchacha conocía algo de
aquella historia del pasado. No quería llegar a una aclaración para
evitarse malos ratos.
¡Demonios azules!
No es lo mismo salir de la quietud en plena gordura, que andar
en las noches disparando el rifle y quemando ranchos ajenos para
arrear su ganado.
¡Todo quedó tan lejos!
Y ese muchachón nervudo revivía con su presencia, con la
sugestión de su linda estampa, a los fantasmas ya olvidados.
Recorría su pequeña oficina de un lado a otro, con las manos a la
espalda y el mentón apoyado en el pecho. Al fin se detuvo y miró al
exterior a través de los cristales de la ventana.
—¡Esas cosas han muerto! —murmuró—, pero tendré que reunir
a los viejos lobos para que se resuelva por mayoría el camino a
seguir.
Almorzó distraído, pareciendo ignorar a Marilyn que, muy seria,
comía a pequeños bocaditos, según le enseñaran en el colegio de
religiosas de Santa Fe, donde pasara cinco años.
Ella se levantó la primera de la mesa.
Y con un libro bajo el brazo, fue a ocupar su lugar preferido bajo
la umbrosa galería.
Su padre pretendió dormir un rato. No lo consiguió.
Y salió al campo para fatigarse. Recorrió tres de los cinco
rebaños que poseía y retornó cuando la tarde agonizaba. Vio a
Roger Kemper haciendo ejercicios con el revólver junto a unos
árboles y se detuvo a contemplarlo. No lo hacía mal el individuo. Por
lo menos conocía todos los trucos en boga entre la gente que hacía
una profesión de la pistola “45”. El ranchero se aproximó poco a
poco. Roger quemó cinco cartuchos apuntando a un nudo del árbol
más próximo. Luego sonrió ferozmente:
—Cuando yo conozca al asesino de mi padre, patrón…
—¿Qué harás?
—Llenarle el pecho de plomo. Después lo colgaré de una rama,
cabeza abajo.
—Ven a mi oficina, Roger. Tengo una noticia para ti.
Cruzaron ante Marilyn. Roger se pasó la lengua por los labios al
verla. La pretendía voladamente. Conocía parte de la complicidad
que existió entre su padre y aquel orgulloso ranchero. Pero la
muchacha se mostraba esquiva, desdeñosa, ausente… aparentando
ignorarlo por completo.
Ya en la oficina, Stan miró a “su hombre”.
—Yo conozco al matador de tu padre, Roger.
El individuo se movió inquieto sobre sus pies. Apretó los dientes
y se frotó las manos.
—¿Lo sabe y se lo guarda, patrón?
—Kemper se juzgaba muy bueno con el revólver, Roger.
—¡Bah! Mi padre era de otro tiempo. ¡Vea usted! —empuñó el
revólver que tenía sobre la izquierda a gran velocidad y lo volvió a la
funda recortada—. ¡Nunca hice armas contra mi padre! Ni en
broma… ¡Venga el nombre del asesino!
—Daniel Invierno…
—¿Ese ranchero tonto? ¡Ja, ja, ja, ja! ¡No lo creo, patrón!
—Puedes creerlo…
—Vino a traer el cadáver porque lo encontró en el camino…
—¡No te engañes, muchacho! Yo había comisionado a tu padre
para que liquidara al ranchero…
—¿Por qué?
—Por… por asuntos antiguos, Roger. ¿Te animas?
¿Está seguro que fue su mano la que empujó a mi padre hacia la
muerte?
—Perfectamente seguro. ¿Qué te dijeron las huellas del Cañón
Pintado?
—Nada. Una tercera persona borró el rastro por completo. Quedó
impreso un pie pequeño… de bota gastada… como si se tratara de
una mujer.
—No importa eso. Yo te daré doscientos por la muerte de Daniel
Invierno…
Roger sonrió.
—No quiero un centavo por esa comisión que desempeñaré con
todo gusto, patrón. Me pongo en campaña ahora mismo…
Se marchó el individuo. Y en la puerta de la oficina de Stanley
Mallory apareció la bella silueta de su hija, que cerró sin dejar de
mirar a su padre, y se dejó caer en un sillón.
—Quiero hablarte, Stan Mallory.
—¿No es mejor dejar eso, Marilyn?
—No. Me ahoga lo que tengo dentro del pecho. Te sabía fuerte y
generoso. Tal vez en el pasado hubieras cometido algunas
picardías… ¡Todos las cometieron en el Oeste! Pero lo que escuché
raya más alto que mi cariño filial…
—¡Nunca son los hijos jueces de sus padres, muchacha!
—No vengo como juez, sino como amiga tuya. Perdí a mi madre
hace once años. Me mandaste al Norte, aprendí muchas cosas y
retorné para hacerte compañía…
—No volví a casarme por ti, Marilyn.
—No puedo agradecer ese gesto. ¡No me hubiera opuesto! La
vida avanza sin detenerse y tú eras y sigues siendo un hombre
joven. Mandaste a Kemper contra Dan Winter… Yo le avisé el peligro
que corría y vino a visitarnos ya prevenido.
El ranchero se puso de pie, rojo el rostro por el enojo. Y durante
unos segundos pareció dispuesto a tirar el tintero contra su hija.
—¿Tú, mi hija? ¿Te has convertido en mi enemigo?
—Nada de eso. Quería evitar que tus manos se mancharan una
vez más con sangre humana. Te miro y no puedo imaginarte
corriendo en la noche con el rostro cubierto y la tea en alto,
dispuesto a quemar y matar… ¡Qué vergüenza, padre mío!
—Eso quedó lejos… y además no todo es verdad.
—Aquí, en este lugar se exhumó el asunto de la banda de
cuatreros de cual tú eras el jefe… el que se comía la parte mejor… y
escuchando detrás de esa puerta, supe que fuisteis los que
eliminasteis a los Winter hace algo así como catorce o quince años.
—¿Conociste a Dan?
—Sí. Al saber la noticia, no me costó mucho identificarlo en
Daniel Invierno. Y ahora has mandado a Roger Kemper para que lo
mate.
—Tengo que eliminar a ese testigo, Marilyn… ¡Es peligroso para
nuestra vida y nuestra fortuna!
—Habla de tu vida y tu fortuna, padre. No creo capaz a Dan
Winter de disparar sobre mí… para vengar a sus hermanos.
—Bueno. De todas maneras, estoy en el camino y no puedo
volver atrás, muchacha. Descansa… que todo pasará.
—Fácil… ¿verdad?
—No lo es tanto. Roger ha perdido a su padre, descubre al
matador y lo reta públicamente. Deja tendido a Invierno y… ¿y qué?
¡Cosas del Oeste!
—¡Lo niego! Nada ocurrirá por sí solo… Tú armaste el brazo de
Roger Kemper.
—¡Ni eso siquiera! Le ofrecí dinero y lo ha rechazado. Quiere
vengar al de su sangre. Eso es todo… y no sueltes la lengua más de
la cuenta, porque te encierro en el henil.
—¡No me extrañaría que lo cumplieras, padre! —exclamó ella
poniéndose de pie—. El viejo forajido tiene el alma bien templada y
el corazón abroquelado contra la generosidad y los buenos
sentimientos.
—¡Mil demonios! ¿Me desafías? ¡No salgas de tu cuarto hasta que
yo te lo permita!
Marilyn se alejó de la oficina, conteniendo las lágrimas. Y fue a
tirarse en su lecho para llorar a gusto. Pero, media hora más tarde,
ya cayendo el sol, salió por una puerta trasera, hizo ensillar su yegua
por un muchacho de la cocina y se lanzó hacia el Norte. Llegó al
rancho “Cinco Cruces” cuando la gente estaba cenando… y no le
extrañó encontrar allí a Constance Montana.
—Quiero hablar contigo, Dan —expresó en voz alta.
Lo llevó aparte.
—Quiero darte las gracias por todo lo que hiciste en el patio de
tu casa, Marilyn —dijo el ranchero—. Creo que tu padre estuvo a
punto de…
—Es verdad. No se atrevió. Pero ahora tienes a Roger en el
rastro. Y ese es más peligroso que su padre.
—¡Diablos! Yo vengo dispuesto a limpiar todo el campo…
encuentro dos ojos negros encantadores y trato de olvidar a los
asesinos de mi familia. ¿Qué hacen los demás? Pues quieren
eliminarme a todo trapo.
—Eres la prueba viviente de su culpa, Dan. ¿Te cuidarás?
—Me cuidaré.
—¿Qué te ha dicho Constance?
—Me trajo un aviso parecido al tuyo.
—Es una buena muchacha, y te deseo toda la felicidad que
merecéis ambos, Daniel. He discutido con Stan Mallory.
—¡No me digas! ¿Le echaste en cara…?
—Con buenas palabras, pero lo hice. Regresaré a casa de mis
parientes en Santa Fe, Dan. Y si cuando llega el momento de tirar
las cuentas definitivas te muestras generoso, desde allá yo te lo
agradeceré.
Dan le apretó las manos.
—Otra vez gracias, Marilyn. ¡Eres un ángel! ¿Quieres cenar?
—No me pasaría un bocado.
—Te haré acompañar con uno de mis vaqueros.
Y fue Larson, el mayor, el encargado de guiar a la rubia en la
oscuridad. Trató de distraerla con su charla y lo consiguió.
—Cuiden a su patrón, Larson —expresó Marilyn—. Está en
peligro mortal.
El vaquero soltó la risa.
—En peligro de muerte están sus enemigos, señorita. Daniel
sabe mucho de armas… y como está enamorado, tiene una
percepción tremenda. Adivina las cosas que van a ocurrir… Una vez,
hace tiempo y lejos de aquí…
Le contó algo parecido y llegaron a la vista del “Rey” como
buenos amigos.
Entretanto, en el campamento, Dan tranquilizaba a Constance.
—Me cuidaré bien, linda. ¡No pases cuidados mayores!
—Lo mejor que puedes hacer, muchacha —intervino el cocinero—
es constituirte en este lugar para vigilar al amo. ¡Es un tanto
caprichoso! Imagina que ganó un caballo “a elegir” en el corral de
Bobby Grace y ¿sabes lo que hizo después de ganar?
—No, Bob. ¿Qué hizo?
—Escogió a un blanco más viejo que Matusalém.
La morena miró a Daniel y éste explicó:
—Es “Sol de Frente”, Constance. Un antiguo caballo del rancho
de los Winter… ¿Conociste a esa gente?
—No mucho, Daniel.
Los hombres del equipo seguían sin tener noticias de la
verdadera identidad del amo. A las diez. Dan acompañó a su amada
hasta Santa Rosa. La dejó en casa de unos amigos donde pasaría el
resto de la noche. Y apenas lo hizo, se transformó.
—La mejor defensa es el ataque directo —monologó—. Y no le
daré tiempo a Roger Kemper para que junte valor. Puede que
todavía esta noche…
Recorrió siete cantinas y tabernas. Encontró a Roger en la sala
baja del casino, bebiendo con unos amigos. Se plantó frente a él y
dijo en voz alta y calmosa:
—Me enteré que andas buscándome, Roger Kemper. La ocasión
es buena para que digas lo que tengas entre pecho y espalda.
Roger se apartó del mostrador. Sus amigos se abrieron a derecha
e izquierda y cesaron todos los ruidos en la sala.
—Es verdad que andaba en tu busca, Dan Winter…
—Me llamo Daniel Invierno, Kemper.
—Puede ser. De todas maneras, voy a cobrarte la sangre
derramada.
No quería nombrar a su padre.
Ni traer al tapete los asuntes del pasado entre Mallory y sus
compinches.
—¿Te sientes con fuerzas, Roger Kemper?
—Perfectamente. Voy a matarte en ese mismo lugar donde estás
parado.
Daniel permaneció firme. Leyó el pensamiento de su enemigo en
los ojos verdes y saltó de lado, disparando con la derecha. Se inclinó
y tuvo la fortuna de evitar la réplica. Apretó el gatillo dos veces más
y después esperó. Roger Kemper se apoyaba en el mostrador,
jadeante y moribundo.
Terminó sus días en la Tierra antes de caer al piso de la sala.
Apareció uno de los ayudantes del “sheriff” Cussié.
—¿Qué ha ocurrido en este lugar? —preguntó innecesariamente.
—Un combate frente a frente —explicó el dueño de casa—. No lo
pude evitar, ayudante.
—¿El matador?
—¡Yo soy, ayudante, y crea que no me place confesarlo!
—¡Hum! Desde que llegó aquí…
—Soy un hombre de trabajo, señor mío. Roger Kemper me
estaba buscando con malas intenciones. ¿Debí aguardar a que
hiciera fuego por la espalda?
—No. No digo tanto. ¿Si la Ley lo necesita…?
—Me buscan en el rancho “Cinco Cruces’’, señor.
Capítulo X
LA RONDA DE LA MUERTE
Lin Montana volvió al pueblo con parte del dinero. El resto lo
escondió lejos de los ojos y las garras de su sobrino Gary.
Visitó al dueño del Banco local para levantar la hipoteca. Pero ya
en presencia del individuo, quiso renovarla pagando los intereses.
Riviere lo miró como se mira a una araña.
—¡Ni soñarlo, Montana! Tu rancho no vale ni lo que yo te di en
hipoteca…
—Antes lo hiciste y bien puedes hacerlo ahora.
—¡No hay renovación! Me enteré que has ganado unos cuantos
miles en el casino… Pagas y hemos terminado con esa pesadilla.
—¡No seas malo, Riviere! Necesito todo el dinero para comprar
ganado, arreglar el rancho que está en ruinas…
—¡No sigas, Montana! Son nada más que dos mil cuatrocientos…
Todavía te quedará tela para jugar al póker hasta volver a la miseria.
—¿No quieres ayudarme?
—Te ayudo de esta manera. El dinero del juego vuelve al
banquero a breve plazo, Lin.
—¡No volveré a jugar!
—Entonces mejor para ti y para todos. ¿Pagas o liquido tus
tierras en pública subasta?
Lin pensó en su hija Constance. Y bajó la cabeza. Quería dejarle
algo a la muchacha. ¡Algo más que vergüenza!
—Pagaré, Riviere, y que el diablo cargue contigo. Aquí tienes los
dos mil cuatrocientos. ¡Dame el papel!
Quemó su obligación firmada, con grata satisfacción. Y como le
quedaran cuatrocientos en el cinturón, fue a probar fortuna. La
suerte le volvió la espalda de entrada y a media tarde perdía sus
últimos dólares contra una escalera menor.
—¿Volverás, Lin? —le preguntó uno de los ganadores.
—¡Ni loco que estuviera! Me quedan algunos miles…
—¡Vuelve, hombre! Al fin conseguirás ganar diez mil…
—¡Un cuerno!
Lo despidieron riendo y apostando entre ellos sobre el posible
retorno del rancherito.
Salía del casino cuando tropezó con Gary a quien acompañaba
un muchachón de sus años llamado “Missouri Jones”.
—¿Perdiste?
—Perdí.
—¿Todo?
—¡Ja! No soy tan tonto. Me quedan tres mil que no jugaré.
Y como al decirlo golpeaba su cinturón, la pareja juvenil creyó
que allí dormían los billetes.
—¿A dónde vas, tío?
—Al “Flecha”. ¿Viste a Constance?
—No.
—¡Mil diablos! ¿Dónde se mete esa muchacha?
Gary soltó su veneno:
—Estará aconsejando al ranchero del “Cinco Cruces”, tío.
¿Supiste lo ocurrido anoche en el casino?
Ni una palabra.
—¡Daniel Invierno mató a Roger Kemper!
—¡No puede ser!
—Fue, señor mío. Yo te advertí que Roger era un farolero. El otro
lo aventajó como un maestro aventaja a su alumno principiante.
¿Qué harás ahora, tío?
—Creo que… que me tomaré unas vacaciones. Aquí el aire se
pone muy pesado…
—¿Qué sabes de Mallory?
—¡Nada! Ni me interesa.
Puso su caballo al galope y la pareja se quedó atrás. Cambiaren
una mirada y “Missouri” Jones comentó:
—¿Cuántas cosas se pueden hacer con tres mil dólares?
—Dirás con mil quinientos, Jones. ¿Te animas?
—Si te atreves tú… ¿Un tiro en la boca?
—¡No seas bárbaro! Un golpecito en la cabeza… y nos largamos
a otra parte. Quisiera llevarme otra cosa, pero araña…
—¿Una gata?
Gary soltó la risa.
—Araña… pero sólo tiene dos pies y unos ojos preciosos.
—No metas mujeres en nuestra combinación, compadre.
Lanzaron sus corceles a la carrera para alcanzar al viejo Lin
Montana cerca del ranchito. Tampoco estaba allí la muchacha que
prefería albergarse en casa de sus amigos en Santa Rosa, para
escurrirle el bulto a su primo y pretendiente.
Lin dio de beber a su caballo, imaginando la manera de alejar a
los moscones. No podía sacar el dinero en presencia de los mismos,
porque, presentía, iban a pedirle algunos cientos de dólares “en
calidad de préstamo”.
Jones y Gary se amañaron para quedar a espaldas de Montana. Y
el primero alzó al revólver para golpearlo. Lin dio un paso adelante
para acercarse a su montura y recibió el impacto en el centro de la
espalda. Cayó de rodillas, giró con la velocidad de una serpiente y
disparó dos veces sobre su atacante. Jones y Gary respondieron al
fuego. El sobrino de Lin escapó de milagro a los plomos, pero Jones
recibió dos en el pecho. Cayeron juntos formando cruz. Y Gary se
llevó las manos a la cabeza.
—¡Maldito sea! Una cosa tan sencilla… se convirtió en algo tan
difícil. Mayor parte para mí… ¡Veamos esos miles, tío Lin!
Revisó el cinturón de su pariente que estaba boca arriba con los
ojos abiertos. Y su asombro no fue poco. Creyó haber revisado mal y
al final debió convencerse.
—¡Ni un cobre!
Y dos muertos comprometedores.
Miró hacia el ranchito en ruinas y se le ocurrió una idea. Arrastró
los cadáveres al interior. Trajo después paja del henil y le prendió
fuego. Desde el exterior contempló el espectáculo. Las llamas
llegaron a la cumbrera, lamieron el techo y todo se convirtió en una
pira.
Gary tenía los dientes apretados.
—¿Perdió todo el dinero en el casino? —se preguntó por décima
vez—. Parecía tan seguro… Jones fue un estúpido al errar el golpe.
Trajo una pala, raspó la tierra en el sitio donde manchara la
sangre y se dio por satisfecho.
—Sólo me falta encontrar a mi prima y hacerla venir a este lugar
con el cuento del incendio.
Quedaban los caballos.
¡Otro compromiso!
Y tuvo la misma idea que antes asaltara a su tío. Ir al pueblo
llamado Antón Chico, vender las monturas y marcharse de la
comarca con esos pocos dólares.
—¡Ja! Setenta, ochenta o noventa no son tres mil… ¡Hice un mal
negocio!
Poco después, se le veía galopando hacia el norte por la vera del
río Pecos.
Y cantaba a todo pulmón, despreocupado y con la mente puesta
en la muchacha que ahora quedaba desamparada y al alcance de
sus garras.
Llegó a Antón Chico. Hizo la venta de les dos caballos, pero debió
andar con tino, para evitar posibles sospechas de las autoridades. Y
así realizó cuatro operaciones. Dos caballos y dos sillas. Al hacer el
recuento de su dinero se encontró con ciento diez dólares.
Abrió les ojos y lanzó al viento una carcajada.
—¡No está mal! Pero… aún sigo lejos de los tres mil…
En tren de paseo regresó a Santa Rosa. Llegó al atardecer de la
siguiente jornada. Y entró al casino. Allí se enteró de algunas cosas
que le hicieron morderse las uñas.
Montana sólo perdió cuatrocientos dólares.
Y pagó dos mil cuatrocientos en el Banco local.
¿Dónde estaba el resto?
—¡Mil demonios! —exclamó a solas—. Mi pariente fue al “Flecha”
en busca del dinero y no lo sacó a relucir por nuestra presencia. Lo
escondió por allá… ¿dónde? He de dar vuelta a la tierra del ranchito
hasta encontrarlo.
Pero algo lo desvió de aquel primer pensamiento. Vio a
Constance acompañada por Daniel Invierno.
Y la serpiente de los celos mordió en su corazón. La saludó
irónicamente:
—Tengo que hablar contigo, primita… Un asunto de mucha
importancia.
Dan se hizo a un lado y la morena inquirió:
—¿Has visto a mi padre, Gary?
—Escucha, mala pécora, traidora a los de tu sangre… Han
ocurrido cosas graves en el “Flecha”. Tu padre está herido en un
hombro… y clama por tu presencia…
Ella lo observó de soslayo.
—¡Mentiras tuyas!
—¡Lo juro por Dios!
—No nombres a Dios… se mancha su nombre en tus labios.
—¿Dejarás abandonado al que te dio la vida, Constance?
—¿Quién lo ha herido?
—Fue durante una jugada de póker… Ganó cinco mil ochocientos.
Ha pagado la hipoteca del ranchito y piensa volver al buen camino
con su dinero. Y ahora… ¡Bah! ¿Qué se puede esperar de una mujer
que hace traición a su pariente?
—¡Calla, asesino en potencia! Si alzo la voz y se entera Daniel
que fuiste tú quien disparó el rifle, te quita las orejas a balazos…
—Yo no le temo a tu amiguito… ni a nadie.
Constance reflexionó un momento. Y fue hasta donde aguardaba
el forastero.
—Parece que han ocurrido cosas desagradables, Dan. Mi padre
está herido. Y debo acudir a su lado… Lamento dejarte ahora. El
paseo queda diferido hasta otra oportunidad.
—Es tu deber correr junto al herido, querida mía. ¿Necesitas
alguna cosa? ¿Puedo ayudarte?
—No… Creo que no. Dice Gary que ha ganado algunos miles de
dólares jugando al póker… —le tendió la mano—. Iré a verte al
“Cinco Cruces”.
Se alejó al trote en compañía de Gary Montana, que volvió una
vez el rostro para mirar al forastero.
—No me gusta nada la cara de ese tipo —monologó Dan Winter
—. Es una mezcla de rata y serpiente.
La pareja salió del pueblo y se dirigió recta hacia el ranchito de
Lin Montana.
—¿Piensas casarte con el forastero, Constance?
—Sí.
—¡Ja! ¿Y yo…?
Ella lo miró desde la cumbre de su altivez.
—¿Qué tienes tú que hacer en mi vida?
—Soy casi tu prometido. Hace años que espero…
—Nunca he simpatizado contigo, Gary, y lo sabes de memoria.
Pero si debo repetirlo, ahí va: no te aceptaría por marido así fueras
el único y último varón sobre la tierra.
El hombre soltó una risotada y se sacudió en la silla durante un
minuto. Después clavó los ojos acuosos en la hermosa morena,
recorrió sus redondeces con mirada libidinosa y murmuró:
—“El que ríe último, ríe mejor”.
—¡Dejar ya de fastidiar, Gary! ¿Quién ha herido a mi padre?
—Un tipo desconocido… Parece que mi tío Lin ayudaba a la
suerte con algunos ases en la manga…
—¡Otra de tus mentiras! Lin Montana es una miseria andante,
pero incapaz de hacer trampas en el juego.
Gary tendió el brazo. Y como otras tantas veces, recibió un golpe
por respuesta.
—¡No puedes casarte con ese advenedizo, Constance! —gritó,
furioso—. ¿Sabes que Mallory lo tiene marcado?
—Lo sé.
—Y que tu amiguito está señalado por el “sheriff” Cussié por
haber dado muerte a Roger Kemper?
—No habrá sido por la espalda, ¿verdad?
La charla llevaba trazas de no terminar nunca. Pero llegaron al
ranchito…
—¿Quién lo ha quemado? —preguntó la morena
sospechosamente alerta.
El joven rubio se encogió de hombros.
—¡Demonios! ¿Se habrá quemado el tío dentro? —señaló hacia el
cobertizo que sirviera de henil en los últimos tiempos—. Se ha
refugiado allá…
Bajó del caballo simulando estar impaciente. Constance lo estaba
de verdad y se lanzó de la silla para correr al henil, llamando,
angustiada:
—¡Padre, padre!
Llegó a la puerta. Dentro estaba en penumbras y la muchacha,
acostumbrada a la luz solar exterior quedó cegada. Avanzó a
tientas… y de pronto se sintió tomada por la cintura, mientras los
labios de su primo pugnaban por besarla en el cuello.
Forcejeó enérgicamente. Consiguió separarlo y darle dos golpes
en el rostro. Trató de ganar la salida y lo consiguió. Pero fue
alcanzada a los pocos pasos. Y sintió el desgarrón de su camisa.
Perdió velocidad por cubrir sus carnes.
—¡AI fin serás para mí! —exclamó Gary Montana con los ojos en
llamas.
—¡Jamás!
—¡De aquí no saldrás…!
Constance abandonó sus ropas y con el hombro derecho
desnudo, arañó, golpeó, propinó repetidos y feroces puntapiés,
hasta conseguir separarse del individuo. Respiró hondo y elevó sus
ojos al cielo clamando por la ayuda de Dios.
—¡Haré que te mate Dan Winter, maldito! —gritó al fin.
Gary lanzó otra de sus tremendas carcajadas y cuando abrió de
nuevo los ojos, seguro de su conquista, quedó silencioso,
inmovilizado. Frente a él, y teniendo a su prima a la espalda estaba
el forastero del “Cinco Cruces”.
—¡Se acabó la partida, Gary Montana! —expresó Dan seriamente
—. Lo que has intentado no es de hombres… Solamente un ser
indigno y asqueroso puede pretender avasallar a una mujer.
Constance se arreglaba la ropa. Pero salió de su preocupación
para decir, excitada:
—¡Es una fiera traidora, Dan! ¡Cuídate de su veneno…!
—Usted es un entremetido —respondió Gary tratando de llevar
las cosas a otro terreno menos peligroso—. Mi prima y yo somos
prometidos…
—¡Mentiras, gusano! —gritó ella.
—¡Ja! Debes confesar que ahora te conviene más ese partido…
Un futuro ranchero de la comarca, pero Mallory le dará el pasaporte
y quedarás otra vez como ahora, desamparada y huérfana.
—¿Huérfana? ¿Ha muerto mi padre?
Se atascó el rubio. Y terminó señalando hacia la quemazón.
—Algo debió ocurrir… Se incendió el ranchito y Lin Montana no
estaba en condiciones de huir. Y él moría mientras tú andabas de
palique por ahí con ese tipo…
—¡Basta! —expresó el que interviniera tan a tiempo—. Si eres
hombres… aunque sea a medias, echa mano al arma. No quiero
matarte indefenso.
—¡Un cuerno! El que mató a Roger Kemper… forzosamente tiene
que aventajarme. Será un asesinato…
Olvidaba en aquel momento que él llamó “farolero” a Roger, pero
Gary era de los seres que acomodan todas las cosas a su propia
conveniencia, capaces de negar la luz del sol o la presencia de las
estrellas.
Dan dijo algunas palabras a su amada en voz baja y ella se hizo
a un lado, caminando hacia los caballos. Gary creyó que iba a huir y
pretendió cortarle el paso. Un plomo le arrancó el sombrero y volvió
a la realidad. ¡Su vida estaba pendiente de un hilo!
—¡Maldito asesino! —gritó furioso—. ¡Esa mujer es mía!
—Esa mujer es libre, Montana. Dueña de irse o quedarse…
—¿La quieres para ti?
—Será mi esposa.
—Lo dudo. Sobre todo, si te cuento una cosa… ¿Recuerdas la
noche en que un ladrón entró a tu cuarto del hotel? Constance no
sabe que…
Iba a soltar su secreto. El que haría ruborizar a la joven hasta la
raíz de los cabellos… y que la inhibiera tal vez de ser la compañera
por vida del forastero.
Dan intuyó el segundo preciso, alzó la mano izquierda, se
encogió de hombros y amagó un gesto como para volver la espalda,
Gary, traidor cien por ciento, dejó de hablar y echó mano al revólver.
Dan se inclinó, y la bala partió desde sus rodillas. El otro aferró el
arma con las dos manos, juntamente todo el valor que le quedaba.
Uno… dos… tres… cuatro veces salió un chorro de fuego del
“Colt” de Dan Winter. Y en cada una de esas oportunidades, un
plomo caliente atravesaba las carnes del villano que murió de pie.
Constance corrió a los brazos del vencedor.
—¿Por qué arriesgaste la vida, Dan? Esa bestia feroz…
—¡No te engañes, querida! Lo atraje al combate, pero no creo
que tuviera muchas posibilidades… ¡Bien muerto está!
Ella miró hacia la quemazón.
—¿Mi padre…?
Juntos, tomados de la mano, ignorando a Gary Montana,
observaron el interior de la quemazón. Vieron los despojos… y
también las hebillas de los cinturones, ennegrecidas… y el revólver
de ambos muertos que Gary no se atrevió a vender por temor a ser
descubierto.
—¿Quién sería el otro, Constance?
—No lo sé… pero sospecho que aquí ocurrieron cosas muy feas,
Daniel. ¿Qué haremos con el cadáver de Gary Montana?
—Podemos hacer dos cosas. Llevarlo al “sheriff” Cussié… o darle
sepultura en este lugar…
Ella señaló hacia un lado.
—Allá fue enterrado Farmer, Daniel. ¿Lo recuerdas?
—El nombre nada me dice.
—Llegó amarrado a su caballo después que nos hiciste la primera
visita.
—¿Estaba herido en la cabeza?
—Sí. ¿Lo cazaste tú después que trataron de asesinarte?
El hombre la atrajo hacia sí y la besó en la frente.
—En aquella oportunidad me salvé gracias a tu oportuno aviso,
querida mía… Como recuerdo tengo un agujero en el sombrero.
Farmer fue alcanzado por una piedra.
—¿Con una piedra?
—Un proyectil lanzado por la honda, muchachita. Ya te haré una
demostración en otra oportunidad. ¿Puedes conseguir una pala?
Constance encontró la misma que empleara Gary para raspar el
terreno y eliminar las manchas de sangre del suelo.
Al lado de la primera tumba cavaron la segunda. Y Gary Montana
pasó a ser una incógnita bajo la cruz formada con dos ramas que
Dan clavó en la tierra removida.
Terminada la operación, con el sombrero en la mano, dijo en voz
baja y a modo de oración:
—¡Dios lo reciba en su seno! Vivió equivocado…
Un memento más tarde, la pareja se alejaba del lugar. Y la
muchacha hablaba de quedarse en casa de sus amigos del pueblo,
hasta…
—Hasta que yo termine el rancho y te cases conmigo, Constance
—expresó el forastero sonriendo.
XI
Capítulo
EL NUMERO Y EL VALOR
Dan Winter o Daniel Invierno siguió trabajando afanoso en la
construcción de su rancho. Sus ayudantes lo secundaban con todas
sus fuerzas. Ahora velaban por la noche para evitar las
consecuencias de alguna visita con malas intenciones.
Larson salió varias tardes, antes de la caída del sol, “a dar un
paseo” según dijo. Y sus compañeros empezaron a gastarle bromas
“con una rubia que dejó de ser orgullosa”.
El hombre se defendía, respondiendo:
—¡Son charlas amigables, muchachos! Parece que le caí
simpático y ahora me cuenta sus penas…
—¿Le hablaste de amor? —quiso saber Dorian.
—No…
—¡Cobardón!
—¡Ja! Le hablo de amor y le ofrezco mi paga de vaquero…
Daniel, que estaba presente en esa ocasión, soltó la risa.
—No sé quién es la elegida, Larson, pero si por el momento no
tienes nada mejor, te ofrezco una casita aparte dentro de mis tierras
y el cargo de capataz con setenta y la comida para ambos.
Larson respiró aliviado.
—¡Ese es mi patrón! —gritó sacando a relucir el revólver, pero
cuando lo alzaba para disparar hacia las nubes, se contuvo. Y bajó el
arma para volverla a la funda—. ¡No me atrevo, amigos!
Constance llegaba cada día a charlar un rato y opinar sobre las
construcciones y su progreso. Dan la comisionó para que fuera
comprando los adornos. Colchas, cortinas, tapetes… y la joven sintió
que empezaba una nueva existencia aun antes de casarse.
Pero no aceptó un cobre para cambiar de indumentaria.
—Pobre me conociste, Dan… y pobre debes aceptarme.
—Se trata de comprar algunos trajecitos…
—No puedo ser mantenida por ti antes que Dios lo autorice,
querido.
Una tarde estaban junto al corral de los caballos, cuando ella le
tomó una de las manos fuertes y lo miró a los ojos.
—¿Qué quieres pedirme, Constance? —atajó él, intuitivo.
—Que abandones tu venganza, Dan…
El hombre le pasó un brazo por el talle y con ella caminó hacia la
pradera.
—Voy a confesarme contigo, Constance. Yo alimenté mi odio
durante casi quince años. Me adiestré con las armas para tal fin… y
vine a esta comarca para limpiar de lobos el terreno. Pero… el
tiempo no había transcurrido en vano. Los forajidos del antes se
habían convertido en honestos rancheros…
—¿Los conoces?
—No. Pero sabiendo que Mallory era el jefe, bien puedo deducir,
por eliminación, quienes estuvieron con él. Yo me he preguntado mil
veces en estos días: tengo derecho alguno a dejar huérfanos sobre
la tierra?
—No.
—Gracias. Pero… hay una segunda parte. Alguien me descubrió
y…
—Fue mi padre, Daniel.
—¡Dios le perdone!
—Mi padre llevó las noticias a Mallory… el ranchero comisionó a
Kemper para que terminara contigo. No lo consiguió y echó mano al
hijo. Roger fracasó… y ahora…
—De eso te quería hablar. Puedo olvidarlo todo en aras de tu
amor y empezar el trabajo mirando hacia el porvenir. Pero… ¿me
dejarán en paz los otros?
—¿Si hablaras con Mallory… del asunto?
Daniel la miró a los ojos y, de pronto, en gesto cariñoso le
pellizcó ambas mejillas.
—Como buena mujer sabes cómo conseguir tus propósitos,
Constance. Pero no es tan fácil… ¿qué le propongo? ¿Dejarlo
engordar con lo que era mío y de otros muchos? Mallory debió ser el
alma de aquella confabulación. Ofreció su rancho en venta para que
mi padre juntara su dinero… y dio el zarpazo. No imaginas mi
asombro al regresar y enterarme que Stanley Mallory era el hombre
más rico de la comarca. Cuando me marché, entre gallos y
medianoche, herido y arrastrado hacia el Oeste por un buen hombre
que se llama Jack Princip, me iba convencido de la pobreza de
Mallory…
Callaron y fijaron los ojos en el ocaso. El cielo se incendiaba por
momentos y el sol parecía una bola roja. Algunas nubes ponían una
bella nota y todo respiraba paz.
—¿Qué ocurrirá, Dan, si te dedicas al trabajo sin mirar a derecha
o izquierda?
—¡Ja! Los otros creerán que estoy disimulando para golpear más
fuerte. Yo represento al fantasma… al miedo… al pasado en una
palabra.
Constance dejó escapar un largo suspiro y se apretó al brazo del
hombre amado. ¡Cuánto había cambiado su vida desde que le viera
en el “hall” del hotelito!
Mientras tanto, Stanley Mallory enviaba recados a los amigos
antiguos y los reunió en su oficina. Eran siete individuos de edad
mediana. Los más, prósperos rancheros, si bien no faltaba algún
deshecho como Lin Montana.
—¿Para qué nos has llamado, Stan? —preguntó uno cualquiera
del grupo.
Stan se mostró serio y duro.
—Ocurre, amigos, qué nos amenaza un peligro de proporciones.
—¿A nosotros? —inquirió Tucson tocándose el pecho—. ¡Estamos
en paz con todo el mundo!
—Eso es lo que tú crees… y lo que yo creía hasta hace unos
cuantos días. Hemos trabajado mucho y bien en el pasado…
limpiamos algunos ranchos y engordamos…
—Ninguno como tú, Stan —cortó un tipo alto y pelirrojo llamado
Freman.
—Yo era el jefe, el que trazaba los planes y aseguraba el
resultado, amigos. Y además no es el momento de ponernos a
discutir cosas que no interesan…
Calló para tomar alientos y el gordo Chaney, moreno y bigotudo,
alzó una mano, llamando la atención del auditorio.
—¿De qué se trata, Stan?
—De uno de los Winter.
—Murieron todos —recalcó Parry, otro de los antiguos.
Stan rebuscó en su caja de cigarros, le mordió la punta a un
habano y lo encendió, chupando con fruición. Pero enseguida lo
arrojó por la ventana. Y la aseguró con cerrojo. Volvió a su asiento
detrás de la mesa:
—¿Habéis visto a un forastero que se hace llamar Daniel
Invierno?
Todos movieron la cabeza. Y Tucson expresó:
—He oído mencionar a un tipo con ese nombre… que mató a
Atlanta Nick y a Roger Kemper… ¿Es el mismo?
—¡Exacto! Ese Daniel Invierno es nada menos que Dan Winter.
Alto, rubio de ojos grandes y algunas pecas…
—Has hecho el retrato del pequeño Dan —intervino el gordo
Chaney—. Yo estuve en su rancho muchas veces, y él era el
encargado de mostrarme los caballos blancos…
—¿Compraste alguna vez…? —preguntó irónicamente otro
hombre del grupo, bien vestido y con aires de persona decente.
—No, Rasmussen… pero iba allá para conocer los alrededores, de
acuerdo con instrucciones del jefe.
En otra época, el comentario les hubiera causado gracia. Ahora
no. Quien más y quien menos, todos tenían algo que perder.
—Prosigo —habló Stanley Mallory—. Dan Winter se salvó de la
quemazón y tiroteo y ha regresado…
—¿Te lo dijo él? —quiso saber Parry.
—No hace falta. Lo descubrió Lin Montana…
—¿Por qué no está aquí ese compañero? —preguntó Freman—.
Lin Montana ha galopado muchas veces con nosotros…
—Pero no lo he citado, muchachos, porque es un borrachín, que
sólo trastornos puede darnos.
Callaron todos.
Cada uno de ellos miró hacia atrás.
Y varios se preguntaron si en verdad habían galopado en la
noche con el rostro cubierto y la tea en la mano.
—¡Parecía fruto de una pesadilla!
—¿Qué piensas hacer, Stan? —preguntó Tucson, armando un
cigarrillo con papel de arroz.
—Yo traté de eliminar el peligro sin consultaros. Pero he
fracasado porque el hombre está bien preparado. Podemos
imaginarlo practicando con las armas años y años para vengar a los
suyos. Dan Winter llegó, le vendí la tierra que fuera de sus
familiares…
—¿Le vendiste sin conocerlo?
—Estaba a mil millas de imaginar a Dan Winter con vida, amigos.
Pero Lin lo “caló” y vino con el chisme para sacarme doscientos
dólares. Y ahora llegamos al final… Debemos hacer algo para
terminar con esa amenaza.
Miró a todos sus compinches del pasado.
—Haz la propuesta en firme, Stan —pidió Parry.
—¡Diablos rengos! No es tan difícil de entender. Debemos
eliminar a ese individuo. Nos juntamos una noche y vamos sobre su
campamento…
—¿Cómo en los buenos tiempos? —preguntó Farmer sonriendo.
—Eso.
—Arriesgaremos la vida… —comentó el gordo Chaney.
—¿Y qué?
Tres rancheros bien vestidos se pusieron de pie, después de
cambiar una mirada. Hasta el momento no habían intervenido en la
charla. Y el mayor de ellos, canoso y de gruesos bigotes, habló por
el trío:
—¡Nosotros no entramos, Stan!
—¿Por qué, Gordon? Tienes la misma culpa que los demás…
—Eso no lo niego. Pero pasó el tiempo de los tiros en la noche.
Prefiero aguardar a Dan Winter a la puerta de mi casa, devolverle lo
que me correspondió del arreo y asalto…
—¡Te matará, estúpido! —saltó Freman.
—Aunque así fuera… lo creería en su derecho, ¡qué demonios!
Y los tres hombres salieron de la oficina, montaron y partieron al
galope.
Stanley observó a la gente que permanecía en su asiento
llenando la pequeña oficina.
—¿Qué me decís vosotros?
—Eses fueron siempre unos cobardones, Stan —comentó Parry—.
Sigamos adelante nosotros… que para terminar con un tipo no hace
falta un ejército.
—Y cinco contra uno es bastante —terminó Tucson.
—¿Cuándo daremos el golpe? —preguntó Chaney.
Mallory levantó una mano y quedó en suspenso con el oído
atento. De pronto se levantó y en puntillas se aproximó a la puerta
que daba al interior, abriéndola de improviso.
¡Nadie!
—¿Qué esperabas hallar, Stan? —quiso saber Parry.
—¡Hum! Los hijos crecen… y quieren convertirse en jueces de
sus padres. Aguardemos unos días para que el interesado deje de
vigilar, amigos míos.
—¿Tiene muchos hombres el fantasma? —quiso saber Freman.
—Varios… y todos de armas tomar. Yo no estoy en descubierto
aún… vale decir que no me doy por enterado de su identidad y
propósitos.
Los otros se pusieron de pie.
—¿Nos mandarás llamar, Stan? —inquirió Chaney.
—Sí… Es lo mejor. Y entonces daremos el golpe.
Los despidió en el patio y partieron al galope. Una milla más
lejos, se detuvieron y conversaron entre ellos.
—¡No debemos aguardar, muchachos! —propuso Freman.
—Eso creo yo también. Stanley no es el mismo de antes… Le
falta nervio y quiere que otros saquen las castañas del fuego para él.
—Procedamos por nuestra cuenta —agregó Parry.
Conversaron en voz baja. Y resolvieron reunirse a la tarde
siguiente en un lugar llamado Tres Caminos.
—¿A qué hora? —preguntó Tucson.
—A las cinco. Todos traeremos rifles… Creo que con una sola
descarga por sorpresa habrá suficiente.
Y se marcharon a sus respectivos domicilios, seguidos por un
anteojo largavista que se cerró con seco chasquido. Y la rubia
Marilyn salió de entre unas zarzas, aproximándose a su caballo.
En su rostro se notaba la seriedad de la situación. Escuchó a
medias la charla en la oficina de su padre y escapó de allá para
tener listo al caballo.
Sin vacilar, se dirigió al rancho “Cinco Cruces”. Dan no estaba
presente, pero habló con la morena Constance.
Tomadas de la mano se apartaron de la construcción. Larson
dejó de trabajar y empezó a limpiarse y a repasar sus botas con un
trozo de arpillera.
—No quiero que la rubia me vea con esta facha —comentó para
sus amigos, que lo observaban sonrientes.
—Ya que no está Dan Winter —expresó Marilyn a Constance—
voy a dejarte el recado a ti. Los lobos se han juntado para dar la
dentellada.
—¿Cuándo?
—Eso no lo sé aún… pero… ¿quieres que hablemos de esto con
Larson?
—Sí. Es de confianza.
Llamaron al hombre de Texas.
—¿Necesitan un escudero, chicas? —preguntó al llegar.
—Necesitamos a un hombre de verdad —respondió Marilyn—
para que le ponga el cascabel al gato.
Contó parte de lo escuchado.
—¿No teme usted por su padre, Marilyn? —inquirió el hombre
con seriedad.
—Si se hace abortar el golpe antes que la mayoría se ponga en
marcha, nada grave le ocurrirá a mi padre. Yo entiendo bien a Dan
Winter… y me encuentro entre dos fuegos. ¡No quiero más sangre!
Larson preguntó sobre los cuatro rancheros. Su nombre y
domicilio. Fijó en su mente las posiciones y prometió ayuda. La rubia
regresó al “Rey” acompañada por el individuo que tan simpático le
caía.
Por la noche, Larson conversó largamente con Dan.
—La situación se tornará peligrosa en los próximos días, patrón.
—¡Ja! De eso hablaba yo con mi prometida. No basta dejarlos en
paz. Es menester que ellos quieran hacer el daño definitivo para
quedar tranquilos. ¿Cuál de esos rancheritos vive más cerca?
—Farmer…
—¿Dónde?
—Al final del riacho, patrón.
—Bien. Quedas a cargo de la pesquisa. Te prestaré un buen
anteojo. Con vigilar a uno sabremos dónde se reúnen y el momento
en que vayan a dar el golpe…
—¿Vayan? —repitió Larson riendo—. ¡Vengan, tienes que decir!
—Tú me entiendes y eso es suficiente.
—¿Cuándo los tenga reunidos…?
—Nada más. Vienes a darme aviso lo más pronto posible. ¡Yo
quiero vivir en paz!
—Trajiste la guerra contigo, amo…
—¿Fui a buscar pendencia?
—No… ¿Por qué quieren darte el pasaporte?
Dan apretó los labios. De todas maneras no tardaría en saberse
la verdad. Por eso reunió a sus hombres en torno al fuego, antes de
la cena y les contó su vida, desde el momento en que lo hirieran en
aquella noche de plenilunio.
—Eso es todo, muchachos. Mi amor por Constance hizo olvidar
aquellos negros propósitos… pero no voy a quedarme con los brazos
cruzados esperando la muerte. Quiero terminar la casona…
—Dentro de unos pocos días todo estará listo, patrón —intervino
California—. Y podrás casarte.
—No lo haré mientras no haya sosegado mi espíritu y llegado a
un acuerdo con mis enemigos… Aunque sea un acuerdo tácito.
A la mañana siguiente, Larson partió, llevando en sus alforjas el
anteojo largavista. Y no fue poca su sorpresa y alegría al encentrar a
Marilyn entre los árboles del río.
—¿Qué hace aquí la mujer más bella del Estado? —preguntó
sonriendo.
—Eso mismo puedo preguntar yo al más garboso de los
vaqueros…
—Tengo una misión a cumplir.
—Yo también.
—Me manda mi patrón.
—Y a mí me manda Dios, para evitar cosas feas…
Charlaron y charlaron, echados entre el pasto, con el anteojo
enfocado al rancho de Freman. A las tres y media vieron salir a un
jinete. La rubia lo reconoció al punto. Alzó el rostro.
—¿El ranchero? —preguntó Larson, poniéndose de pie.
—Sí. No me extrañaría que el lugar de reunión se encuentre
cerca…
Y lo siguieron con disimulo. Cuando lo vieron detenerse en Tres
Caminos, marcharon hacia el rancho “Cinco Cruces”.
—¡Ya está la gente emboscándose, jefe! —previno Larson a Dan
Winter que estaba en la cumbrera de su casa, martillo en mano.
Bajó de allá con el ceño fruncido.
—Ya que no puedo vivir en paz, iré a la guerra —monologó.
—Nosotros vamos contigo —ofreció Larson.
—No, señor. Es un asunto mío, privado… y os prohíbo seguirme.
Sólo necesito conocer el lugar.
—Tres Caminos —señaló la rubia Marilyn—. Habla con ellos,
hazles entender que has olvidado aquel asunto y que quieres vivir
tranquilo…
Larson abrió la boca mirando a la mujer que amaba sin atreverse
a confesarlo.
—La ingenuidad te ciega, Marilyn —expresó impulsivamente y
dando trato familiar a la rubia—. Esa gente no quiere paz… y mi
patrón está en su derecho de reclamar justicia. Lo dejaron huérfano
a los catorce años.
—La vida va hacia adelante, Larson —contestó ella—. Todo lo
bueno se ha de gozar… y nadie puede vivir hoy de lo que tuvo ayer.
Mientras ellos discutían, Dan ensilló al blanco “Rosicler” y montó
sin tocar los estribos. Tenía puestas las botas suaves, sin tacones y
había prescindido de las espuelas. Desde la silla, dijo en general:
—¡Agradezco la ayuda recibida! Volveré antes de la noche… y
ojalá todo haya concluido.
Se alejó al galope. Larson quiso dirigirse a su caballo y la rubia lo
detuvo poniéndole las manos en el pecho y mirándolo hasta el fondo
de los ojos.
—¡Déjalo solo, amigo mío!
—¡No! Los otros serán muchos…
—Winter no va en tren de guerra.
—¡Ja! ¿No has visto que lleva botas livianas y ha dejado las
espuelas?
—¿Qué quiere decir tal cosa?
—Que necesita caminar con la suavidad de un indio… sin ruido…
para aproximarse a sus enemigos.
Trató de apartar a la mujer y ella lo abrazó.
—¡No vayas, Larson!
A espalda de la pareja, el viejo cocinero dijo en voz alta:
—“Tira más un pelo de mujer que diez yuntas de bueyes”.
El vaquero besó a Marilyn. Y por lo bajo le dijo:
—Te adoro, muchachita. Pero no puedo dejar solo al jefe… Si le
ocurre una desgracia, jamás podría mirarte a la cara.
—Nada le ocurrirá, Larson…
Llegaron California y Dorian.
—¿A dónde ha ido el jefe, Larson? —inquirió el primero de los
nombrados.
—A la guerra…
—¡No es verdad! —defendió la rubia con calor—. Fue en busca
de la paz…
Dorian miró a la mujer.
—¿Estará su padre en la reunión, Marilyn?
—No. Los otros se han confabulado por su cuenta. Mi padre es el
alma de todo, pero su voluntad empieza a flaquear. Yo estoy
trabajando para hacerle entender sus errores…
California tomó a Larson de un brazo.
—¿Conoces el punto de reunión?
—Sí.
—Entonces iremos todos.
Y prepararon a sus bestias en pocos minutos. Cuando los tres
hombres estuvieron a caballo, Marilyn dijo:
—Yo también iré.
Partieron al galope, dejando a Bob preparando la cena. Levantó
los ojos de su tarea y miró a los jinetes que se alejaban.
—¡Bah! Cuando ellos lleguen, ya todo habrá terminado. Esa rubia
quiere evitar que la dejen en la calle, huérfana y señalada… Mi
patrón tiene el buen criterio de un viejo… como yo. Saldrá a flote, se
casará y será respetado en la comarca.
Entretanto, Dan Winter llegaba a las cercanías de Tres Caminos.
Desmontó y se escurrió por entre los árboles. Vio cuatro caballos y
oyó voces. Pronto tuvo la escena a la vista. Tucson, Freman, Chaney,
Parry. Los cuatro estaban de pie junto a un peñón escarpado.
—El caso es saber si atacamos ahora o aguardamos las órdenes
del jefe —comentó Chaney.
—Stanley es un reblandecido —cortó Freman—. Debemos acabar
ahora mismo con el tipo…
—¿Quién lo conoce? —inquirió Parry.
—Nadie… pero si se parece a los Winter no será difícil localizarlo.
Todos sabemos dónde tiene su guarida… Nos aproximamos y con
una descarga terminamos con el fantasma.
Chaney alzó un brazo. Los otros lo miraron.
—¿Será verdad que es Dan Winter? Sigo sosteniendo que murió
en aquella noche…
—Stan dice que…
—Los matamos a todos, Parry… No es posible que quedara uno
con vida. El rancho se incendió por los cuatro costados… y Winter
padre fue terminado en el patio… Luego recogimos el arca, las joyas
que pudieron rapiñarse. ¡Yo no creo que se trate de Dan Winter!
¡Murió!
Oyeron un ruido sobre ellos y los cuatro miraron hacia el peñón.
Con las piernas abiertas y las manos a los costados, el sombrero en
la nuca. Dan Winter parecía la imagen de la frialdad.
—¡Yo soy el muerto, señores! No pueden dudarlo. Todos gozaron
con nuestra fortuna… y la fortuna de otros muchos…
—¡No tienes derecho a reclamar nada! —cortó Parry—. ¡No hay
ley que te ampare!
—No he recurrido a la ley, señores… Vine con deseos de
venganza. Quise olvidarlos y empezaron el acoso. Kemper… su hijo
Roger… sin contar a otros que pretendieron reeditar vuestras
hazañas apuntándole a mi cinturón con su dinero. Y ahora cuatro
rancheros de la zona se reúnen para terminar con el último de los
Winter. ¿Quién podrá conmigo? Ya me mataron una vez… ¡Adelante,
señores!
XII
Capítulo
***
El amo del rancho “Rey” salió de su casa a las doce de la noche,
miró al cielo como hiciera tantas veces en otras épocas y murmuró:
—Será oscura como boca de lobo… Tendré que acaudillar a esta
gente bisoña en hechos similares.
Llamó a Martín y conversó con él junto al corral de los caballos.
—¿Listo, patrón? —preguntó el segundo.
—Sí. Todos montaremos caballos negros. Pañuelo sobre la cara y
el rifle a manera de revólver bajo el brazo. Llegaremos allá en
silencio. Y en el momento oportuno, os daré la señal de ataque.
Como sombras llegaron a la pradera. Galoparon hacia el norte,
cruzaron el Cañón Pintado y el riacho. Después, uno de los hombres
se adelantó y regresó al poco diciendo:
—¡Todos duermen, jefe! La hoguera echa un poco de humo y
algunas chispas…
—¿Dónde estás descansando?
—Entre el rancho y el dormitorio… Como la noche es cálida han
preferido dormir al raso.
No era eso precisamente. Como principio, al dormitorio le
faltaban las colchonetas. El tiempo era aplacible y cualquiera hubiera
dormido contemplando las estrellas. Además…
Stanley respiró hondo. Sabía que estaba a punto de cometer una
barbaridad, pero se mantenía firme. Al paso de las monturas
llegaron a ciento cincuenta metros de las construcciones. Allí el amo
alzó el brazo, requirió el rifle y dijo a media voz:
—¡Al asalto disparando!
La línea de negros corceles saltó hacia adelante, llegó como un
alud al campamento y las rojas lenguas de fuego llenaron la noche
de fulgores. Se escucharon gritos de dolor y agonía. Un individuo se
alzó junto a la hoguera y cayó en forma asaz grotesca. El aquilón
pasó, se rehízo y volvió disparando sin cesar. Después se concentró
y retornó al paso para contemplar los efectos devastadores de
aquellas mortíferas descargas. De la hoguera se alzaron llamas,
algunas cuerdas surcaron el aire como víboras ansiosas de presas y
Stan Mallory fue arrancado de la silla al tiempo que una voz tenante
gritaba:
—¡Todo el mundo quieto! ¡Ha terminado la comedia, vaqueros!
Marilyn salió corriendo de su refugio para auxiliar a su padre.
Empezó por quitarle el revólver de la funda arrojándolo a un lado.
Las llamas de la hoguera crecieron intensamente. Se vio a Bob
que arrojaba ramas finas y hojas secas y Dan emergió de las
sombras con sus amigos, rifle en mano.
—¡Mil demonios! —gritó Martín—. ¿Qué ha ocurrido?
—Ocurrió que los muertos gozan de buena salud, muchacho. Yo
no puedo morir porque me mataron hace ya muchos años… y mis
amigos estaban bien escondidos —se enfrentó con Stanley Mallory y
le tendió la mano—. ¿Quiere olvidar el pasado, ranchero?
Vaciló el amo del “Rey”, pero su hija le dio una palmada en la
espalda al tiempo que le decía con voz emocionada:
—¿Qué esperas, Stan? ¿No te avergüenza la generosidad de tu
vencedor?
El hombre lanzó el aire contenido en los pulmones con violencia y
replicó:
—Es una hermosa lección —aceptó la mano—. ¿No hay muertos?
—Ninguno, Mallory.
—¡Qué alivio! ¡Gracias, Dios mío!
¡Se acabó la guerra! Y Dorian contó a los vaqueros del “Rey”
metidos a forajidos por un rato, cómo ocurrieron las cosas.
—Preparamos el recibimiento, muchachos. Bultos de ramas
cubiertos por las mantas y nos ocultamos dentro del rancho y el
dormitorio…
—Sin embargo, vimos a un tipo levantarse y volver a caer,
acribillado…
—¡Ja! Un burdo muñeco al que tiramos de un alambre. Recordad
que todo estaba en penumbras… Creo que por ahí el cocinero tiene
una botella de buen licor, y os voy a convidar con un trago para que
paséis el susto…
Los dos rancheros conversaban aparte con las mujeres y Larson.
—Todo ha sido duro… pero aleccionador —expresó Stanley
Mallory—. Si mi hija se casa con este vaquero… yo lo haré
administrador y me marcharé a vivir a Santa Fe. Es el sacrificio
menor que puedo hacer por el único superviviente del equipo Winter.
Tu perdón, Daniel, es…
—Es obra de Dios, ranchero. Y de dos lindas muchachas… ¡Olvide
usted eso! Yo trataré de hacer lo mismo, trabajando y mirando hacia
el futuro…
El amo del “Rey” reunió a su gente y partió. Hizo un gesto a
Marilyn, que lo siguió, acompañada por Larson que la llevaba
tomada de la mano, de montura a montura.
Junto al fuego, Constance se aproximó a Dan y se apoyó en su
pecho.
—Eres muy bueno, querido… Valiente, honrado y capaz. Pero lo
que más me agrada de ti es la elevación de tu alma. Perdonar al
enemigo culpable es…
—¡No sigas, Constance! —cortó Dan—. Todo ha terminado bien a
mi entender y los que descansan bajo esas cinco cruces pueden
estar conformes del resultado. ¿Cuándo nos casamos?
—El sábado.
—¿Por qué ese día y no otro más cercano?
—Prometí a Marilyn hacerlo al mismo tiempo que ellos, querido.
Se besaron largamente. Y de pronto estalló un gong gigante.
—Os convidaré con una taza de café, tortolitos —expresó el
cocinero—. Y después… ¡Todos a dormir!
Una alegre carcajada fue el broche de oro de aquella noche
extraña, que prometió ser de tragedia y terminó en doble boda.
—¡Dios es muy grande!
FIN