PROYECTO FINAL LINGUISTICA

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Facultad de Humanidades

Departamento de Letras y Filosofía


Estrategias de Comunicación Lingüística
Docente: Licenciada Anaité López Pinto

Cuento Cita a las nueve

Jessica Gabriela Zelada Vásquez


Carné: 2336024
Sección: 2

Antigua Guatemala, 13 de marzo de 2024


Introducción

A continuación se le presenta una breve explicación del cuento titulado


La cita a las nueve de Ramón Ferreira, en el cual relata la historia de una
joven mujer que fue engañada por su hermana y tía, en la cual la tía la
hacia sentir fea en todo momento y le recordaba que ningún hombre se
iba a fijar en ella, porque los sentimientos no eran importantes si no que
solo el físico, pero sin embargo ella mantenía la ilusión de encontrar el
amor.
índice

Introducción______________________________________________ 1
Cuento cita a las nueve____________________________________ 2
Estrategias de la lectura ___________________________________ 3
Lluvia de ideas____________________________________________ 4
Expresión escrita__________________________________________5
Conclusiones_____________________________________________6
CITA A LAS NUEVE
de Ramón Ferreira
Ella estaba otra vez frente al espejo porque eran ya las cinco de la
tarde, pero todavía no se asomaría al balcón hasta el anochecer,
cuando el sol rodara por detrás de las azoteas de enfrente.
Sintió la gata alrededor de los tobillos y la empujó con el pie, haciendo
un sonido amable con los labios para suavizar el rechazo, y luego
volvió a ver el peine y el pelo, como ayer o el año pasado, o como
siempre, porque desde hacía tanto tiempo que ya no se acordaba,
podía peinarse sin verse la cara ni sentir que era ella; y así era más
fácil salir luego al balcón e imaginarse que era otra. Entonces la
espera se llenaba de promesas y cada hombre que mirara hacia arriba
podía desearla.
El pensamiento la hizo sonreír, pero cuando se buscó en el espejo
para ver la sonrisa, ya se había ido; y ahora volvió a verse como las
pocas veces que lo hacía por casualidad o por un deseo secreto de
encontrar a otra en el reflejo; pero por más que quiso hacerlo sin fijar
los ojos en ningún rasgo, esta vez se vio en los ojos de la imagen y la
imagen en los ojos de ella; y, de pronto, la idea de asomarse al balcón
perdió alegría; sólo que todavía estaba a tiempo de olvidarse de todo
si pensaba en Daniel, como lo podía hacer siempre que volvía al
miedo; y lo vio otra vez, no como había tenido que hacerlo desde que
él se había casado con su hermana y se habían ido, sino como antes,
antes de todo, cuando se paraban juntas en el balcón a esperar la
noche y lo descubrieron por primera vez allá abajo, trabajando en el
café de enfrente, detrás de la cantina, buscando con los ojos sus
miradas.
Hubiera querido parar ahí, detener el recuerdo y volver a vivir los días
de aquellas semanas en que se había asomado aferrada a la
esperanza de que cuando Daniel le hablara sería para decirle que la
quería, porque la había visto en el balcón todos los atardeceres
esperando sus miradas, aunque ella pretendía no fijarse y hablaba con
su hermana o se reía o miraba a otro lado; pero la ilusión no volvía
aunque la tenía guardada en el recuerdo, porque volvió a ver a Daniel
dando vueltas al parque y cómo ella y su hermana habían pasado
pretendiendo no haberlo visto, porque eso era parte del juego hasta
que él la cogiera por la mano para decirle que había esperado tanto; y
cómo había sido su hermana la que le cogió la mano para decirle que
la esperara en el banco, y ella se había sentado sin pensar y se quedó
mirándolos dando vueltas al parque y riéndose por encima de lo que le
dolía a ella; y cómo al pasar otra vez a su lado sin siquiera verle, se
levantó y echó a andar hacia la casa, y cómo luego en la cama, con la
cabeza debajo de la almohada escuchó la voz de su hermana
hablando con la tía: —Me quiere, tía, me quiere y va a pedir entrada.
Volvió a escuchar las palabras, como si hubieran estado escondidas
detrás del espejo esperando a que las recordara, y aunque la gata
volvió en busca de la pierna, no pudo hacer un gesto para rechazarla,
porque se sentía atada al recuerdo, quieta y erguida, espiando los
ruidos de la calle, o cualquier cosa que se llevara las risas, que la
acosaban igual que el día que se echó a llorar frente a las dos que la
miraban como si por primera vez hubieran descubierto que estaba
viva. La tía arrugó los ojos en las esquinas para afilarlos antes de
herirla: —Tú te has visto bien, muchacha, quién te va a querer con esa
cara...
Ni la tía ni su hermana vieron lo que le pasó en la cara; pero fue ese
día, en ese mismo instante, que ella sintió por primera vez la frialdad
surgir dentro de ella y crecer hacia afuera hasta bañarla, como una
nube delante del sol va creciendo las sombras en el monte; y la
sombra le subió de los pies hasta taparle la cara, dejándola inmóvil en
medio de las olas, sintiendo la cara como se siente el cuerpo cuando
se tiene calentura: un pedazo de algo que estaba vivo sólo porque
latía, como la estrella de mar que había encontrado en la playa, y la
había pisado porque sabía que no gritaría ni haría un gesto de dolor, ni
echaría sangre.
Sacudió el recuerdo y el peine saltó sobre las losas, sin que el gesto
se llevará al miedo; ni aun los ruidos de la calle, que entraban sin
rozarla, o la presión de la gata contra la pierna, que al inclinarse para
tocarla también se escurrió lejos sin mirarla. Era temprano para
refugiarse en el balcón, porque todavía el sol estaba pintado en la
baranda y le iluminaba la cara; pero cuando la tía se fuera al parque
por la noche, apagaría la luz y pondría el radio bajito, y después se
pararía en el balcón y se enamoraría de todos los hombres que le
gustaran, igual que todas las noches; y luego, antes de dormirse,
volvería a escoger con el que se casaría, y recordaría todas las caras
y las iría descartando hasta quedarse dormida con una sola. “¿Qué
haces ahí como una idiota?... el espejo no te va a arreglar la cara...”
No bastaba dejar de pensar en ella para borrarla de su vida, ni
olvidarse de su propia cara para ser bonita otra vez; porque su tía
sabía que era fea, y bastaba mirarla, o sentirla a través de cualquiera
de los objetos que llenaban el cuarto, para recordar que ella no era
más que eso: una cara; y otra vez volvió a pensar en una cosa viva
que puede pisarse sin sentir pena, y se sorprendió de lo que duele
cuando no se habla ni se grita ni se llora. Al apoyarse en la coqueta
tocó las tijeras con la mano, y el contacto duro le despertó el odio,
como si sólo pudiera llegar a ella a través de un objeto de defensa; y
se quedó quieta en espera de la fuerza que podía llevarse para
siempre el terror de ser fea; si sólo pudiera alzar la mano y apagar en
los ojos de la tía el secreto que ardía en ellos. Fue como si las
palabras no salieran de ella ni su voz la que las decía, y las escuchó
sorprendida de que hubieran estado ahí todo el tiempo, sin saberlo, y
que pudieran salir así, sin pensarlo: —Tú tienes la culpa... tú. Tú me
has hecho fea...
No sintió la mano en la cara, porque el dolor de la cabeza al chocar
contra las losas del piso llegó primero; y el balcón dio un vuelco
desapareciendo delante de los ojos.
Se quedó quieta en espera del llanto, y abrió los ojos para dejar
resbalar las lágrimas; pero la cara de la tía se adelantó con una
solicitud nueva en la mirada, y eso las detuvo, porque había algo en sus
ojos que la hizo sentir horror de que fuera a acariciarla; y debió ser
la revulsión que le sacudió el cuerpo lo que contuvo la mano de la tía y
borró de sus ojos la caricia, alargándolos otra vez en las esquinas
antes de desaparecer por encima del cuerpo erguido. Fue en ese
instante que vio por primera vez a la tía como realmente era; en ese
instante en que había sentido la necesidad de defenderse del gesto de
intimidad que bajaba hacia ella; y ya no tendría que esperar a que
estuviera muerta para acercarse a la caja y mirarla sin miedo; como el
día que murió su madre ella había descubierto, al verla así, que nunca
la había visto de verdad, y que se puede vivir una vida entera viendo
una cara sin ver la persona, cuando tampoco quiere una que la vean.
El odio le sacudió el pecho llevándose el deseo de llorar; como el día
que su hermana le había roto la muñeca, el llanto no había dejado
volver el deseo de tener otra.
Desde el fregadero escuchó el radio y por entre el ruido de los platos
buscó el de la puerta al cerrarse o de la voz que dijera hasta luego, sin
que acabara de llegar; los pasos alejándose en el pasillo. Entró en el
cuarto y volvió a sentirse libre de vergüenza, como si nunca antes la
hubiera sentido, y respiró ávidamente y luego fue hasta el radio y puso
un programa de música que empezó a llenar su soledad de una
intimidad angustiosa, como si todo ello flotara en ese mundo de
sonidos o fuera un sonido mismo, sin cuerpo, sin manos, sin cara; y al
pasar frente al espejo volvió a mirarse, porque otra vez podía verse
como si tuviera el sol a las espaldas y fuera una silueta fosforescente.
Era por eso que ya podía asomarse al balcón y conquistar todos los
hombres que quisiera.
La cantina allá abajo estaba llena de gente, y aun antes de que
pudiera saber que lo había presentido ya sabía que el cantinero era
nuevo; y cuando lo vio con las manos metidas en el fregadero y la cara
por encima del mostrador, pensó que iba a levantar los ojos y
descubrirla, Sintió otra vez la nube de vergüenza llegar a subirle por el
cuerpo y se aferró con las manos a la baranda para resistir el impulso
de taparse la cara; pero ya era tarde para defenderse, porque los ojos
de él le subieron por el cuerpo y se quedaron pegados a los suyos.
La cara del cantinero sonrió sin enseñar los dientes, sólo con los ojos,
sin dejar de mover las manos en el fregadero ni quitar los ojos del
balcón; y ella también sonrió por dentro, empujando la nube lejos de la
cara, por la línea del cuello hacia abajo, alrededor de los senos,
rodeándole la cintura y luego los muslos hacia los tobillos, hasta
sentirse desnuda ante él, que seguía acariciándola con los ojos.
Hizo un gesto que ella no comprendió todavía, y luego lo volvió a
hacer y ella no quiso comprender, y cuando lo hizo otra vez, ella pensó
que serían las ocho y que no lo vería hasta las nueve, y que el banco
del parque que daba por la línea del tranvía estaría vacío y sería un
buen sitio para esperar; mientras decía que sí con la cabeza y volvía a
pensar en la hora entera que tendría que esperar, después de haber
esperado tanto tiempo sin saberlo; y sonrió otra vez, porque sabía que
eso lo haría sonreír a él; y era como si de pronto estuviera a su lado y
necesitara tocarlo, porque sólo así comprendería por qué estaba viva.
Cuando hizo el gesto con la mano para acariciarlo desde lejos, la voz
de la tía llegó como un tajo cortando el sentimiento, y al volverse la
buscó desafiante, para enseñarle que ya no le tenía miedo; pero sólo
vio su forma debajo del bombillo sin pantalla, deforme y con huecos de
sombra debajo de los párpados. Eso le hizo recordar la pantalla de
porcelana azul que vendían en el Ten Cent y que no había podido
comprar porque le faltó un “medio”; y se quedó mirando el bombillo
hasta que se inflamó dentro de los ojos cegándola del todo. La tía
siguió hacia el balcón, y la dejó pasar sin echarse a un lado,
adivinándola ya en la baranda con el cuerpo inclinado hacia afuera; y
quiso hablar para que no descubriera su secreto; y pensó en Daniel y
en su hermana, y en cómo hacía meses que no escribían; y pensó
también en todas las cosas que se pueden decir de los vecinos o del
radio o del tiempo o de la noche o del calor; pero toda ella se hizo
espera, concentrada en lo que iba a escuchar, porque sabía que lo
diría otra vez para desarmarla, y que ella lo oiría siempre, mientras
pudiera verle los ojos, olería, como la olía ahora, por encima de los
polvos de olor, como si fuera parte de ella, esa parte de la que no
podía separarse, a no ser que... La mano se crispó sobre la muñeca,
tratando de detener el gesto que crecía y que sólo aguardaba el
pensamiento; pero fue otra vez la voz de la tía la que la contuvo,
siguiéndola dentro del cuarto, y en seguida el cuerpo casi a su lado, y
de pronto la mano en el hombro y hasta el aliento en el cuello
magullando las palabras.
—No seas boba, ningún hombre te hará caso. No importa lo que
sientas... eso no importa cuando somos feas... feas como tú y yo...
Las palabras no la tocaban, porque no importaba lo que dijeran, ya
hacía tiempo que habían perdido el significado; el significado estaba
en la tía, en su presencia viva detrás de ella, como si el recuerdo
tuviera dedos y la estuviera tocando siempre, en silencio.
—Ningún hombre... ninguno. No para nosotras.
Seguía hablando en la oscuridad del cuarto, porque había apagado el
bombillo y se estaba desnudando; y el cuarto se llenó de luna que
entró por el balcón abierto, sin que pudiera darse cuenta cuándo había
dejado de ver a la tía para adivinarla, lentamente, como si los ojos la
fueran sacando de una pesadilla olvidada, de la que sólo quedaba el
recuerdo del miedo, y no fuera más que eso: un recuerdo sin filo:
sentada ahora en el borde de la cama, en silencio, tanteando el suelo
en busca de las chancletas, y los ojos húmedos de luna fijos en ella,
esperando en la otra esquina del cuarto a que todo eso que sentía
tomara forma y pudiera hacer algo: gritar o salir al balcón y tirarse, o
bajar a la cantina y pedirle a él que la defendiera; un gesto de rebeldía
que la arrancara de la tía, que la sentía pegada a ella como una
telaraña envolviéndole el cuerpo desnudo. Sintió miedo de que
volviera a hablar y la amenaza cobrara vida, porque mientras
permaneciera callada y diera una vuelta y se echara a dormir, ella no
podía moverse de la banqueta ni cruzar el cuarto hacia la puerta y
abrirla a la luz del pasillo, porque tampoco ese bombillo tenía pantalla
y le escupiría la luz en la cara; y ella no podría bajar la escalera
mientras no pudiera hacerlo lentamente, sin huir, dejando que la luz de
todos los bombillos la rodeara, sin sentir deseos de llevarse las manos
a la cara.
La respiración de la tía empezó a llenar el cuarto, hasta que ella dejó
de escuchar el tráfico y ni siquiera entendió lo que gritó el vendedor de
periódicos debajo del balcón; porque la respiración se aceleró hasta
dominarlo todo; y cuando el silbido llegó de la calle como un mensaje
sin destino, ella no lo oyó, aferrada como estaba a la amenaza que
crecía entre las sábanas.
Sintió un escalofrío dulce, como si hubiera caído en el espacio y
supiera que nunca llegaría al suelo, y cuando se llevó las manos a los
senos para detenerlo allí, volvió a escuchar el silbido por encima de la
respiración, porque había comprendido; y las manos apretaron
duramente hasta el dolor, sin poder atrapar el escalofrío. Se levantó
tratando de no mover un ruido, sin quitarse las manos de los senos; y
cuando se acercó al balcón sin adentrarse en la noche inclinó la
cabeza hacia afuera tanteando con los ojos la pared de enfrente hasta
ver la acera, y luego la fue ladeando en busca de la esquina, donde el
hombre debajo del farol esperaba recostado contra un letrero de
cocacola. Él levantó los ojos como si la hubiera presentido, y ella se
sintió pegada a ellos, sin poder retroceder hacia la oscuridad del
cuarto, porque ya él se había enderezado y hecho otra vez el gesto
con la cabeza, sin que ella pudiera decir que no, ni meterse dentro. Él
echó a andar en dirección al parque, y cuando llegó a la acera de
enfrente volvió la cabeza para verla, y ella dijo que sí otra vez porque
sabía que ya nada podría detenerla si podía cruzar el cuarto y salir al
pasillo. Estuvo un rato quieta en espera de que la luna rebotara en la
profundidad del cuarto y le enseñara el camino hacia la puerta, y ya de
espaldas a la calle volvió a escuchar la respiración prendida al animal
agazapado entre las sábanas, acechando su paso. La raya de luz
debajo de la puerta le cruzaba el camino como un filo de navaja
esperando la cara, y la respiración empezó a arrastrarse hacia ella,
algo vivo llegando de todas partes, hundiéndole dedos de sombra en
la cara y torciéndole las líneas de los ojos primero y luego la boca,
mientras toda ella cedía blandamente al contacto, y se desfiguraba sin
un grito de dolor ni echar sangre.
Caminó hacia el espejo, y la imagen tembló en la profundidad del
azogue, moviéndose hacia ella, hasta llegar a ser ella de los dos
lados, los ojos en los ojos, la boca en la boca, y el llanto en un solo
lado. El contacto del espejo le quemó la cara, y la mano apoyada en la
mesa se cerró sobre la tijera, porque la respiración a sus espaldas
rastreaba las sombras y le buscaba otra vez la cara con los dedos.
El reloj dio la media. Enderezó el cuerpo y alzó la mano poniendo la
tijera entre ella y el tiempo, porque acababa de recordar las noches
que se despertaba sobresaltada al escuchar la media, y luego se
quedaba adivinando si serían las doce y media, o la una, o la una y
media; sólo que ahora era tarde aunque fuera la media de las ocho,
porque allá en el parque él podía levantarse de un momento a otro y
marcharse, mirando hacia atrás antes de doblar la esquina, y luego no
regresar más, aunque ella se sentara en el banco a esperar la media
de las doce, la una, o la una y media.
El filo de luz seguía debajo de la puerta y la respiración había
regresado a la cama, amenazando en las sábanas, sin atacar, en
espera de que ella volviera a acercarse a la puerta para agarrarse a
ella con los dedos, como cada vez que ella se acercaba a una luz o a
cualquier objeto en que se reflejara el recuerdo de su cara. Con la
punta del pie empujó una chancleta debajo de la cama, y ahora se dio
cuenta de que estaba al lado de la tía que dormía, la respiración
palpitando el secreto por la boca abierta, y la garganta hinchándose
como una estrella de mar tirada al sol en espera de la resaca, sin
presentir el peligro del pie que se alzaba calculando la violencia del
golpe antes de herir, porque sabía que no haría un gesto de dolor ni
gritaría ni echaría sangre. La mano cayó rayando las sombras, y los
brazos en reposo saltaron hacia arriba corno las alas de un pájaro
herido. El cuerpo se sacudió enroscándose en busca del grito, que
llegó ronco hasta la garganta y se ahogó allí, regresando hacia las
entrañas en busca de nueva fuerza para pasar la punta de la tijera; y
luego una vez más, y otra, hasta gastarse y ceder lentamente, como
un tambor que se apaga cuando las manos que tiemblan sobre el
cuero dejan de rozarlo con las puntas de los dedos y se quedan
quietos, matando el sonido.
Con el tacón del zapato le dio un golpe a la otra chancleta que resbaló
sobre las losas hacia el balcón; y eso la hizo pensar que la tía no las
encontraría por la mañana; y ya de pie el cuerpo se le fue helando,
menos las manos, que parecían escurrir fuego; y en el cuarto sin
respiración escuchó la suya pegada a las orejas, y luego, lentamente,
la calle llegando, como si los recuerdos salieran en su busca para
perderse en ella, hasta quedar vacía y sin odio, como antes de Daniel,
y fuera igual que tener otra vez quince años y estar de pie en el balcón
con una cinta en la cabeza y los ojos llenos de un hombre allá abajo.
Echó a andar hacia el filo de luz debajo de la puerta, libre de miedo a la
herida. La puerta se abrió y la luz alumbró el cuarto, pero ella alzó la
cabeza hacia el bombillo al fondo del pasillo, y por un instante se
quedó así, desafiante, sintiendo el contacto acariciarle la cara y,
lentamente, borrarle la fealdad de todos los contornos, sin que tuviera
que cerrar los ojos ni pensar en pantallas de porcelana azul con que
cubrir todos los bombillos de la tierra. Caminó sin apurarse hasta llegar
debajo de la luz y pasar por encima de su propia sombra hacia la otra
luz al fondo de la escalera; y así en busca del hombre que hacía años la
esperaba en el parque, mientras del cuarto olvidado llegó el ritmo de
un reloj dando las nueve.
Estrategias sobre la lectura

Antes:
¿Para qué voy a leer?
¿Qué se de este texto?
¿De qué trata este texto?
¿Qué me dice su estructura?

Durante:
- Formular una hipótesis y realizar predicciones sobre el texto.
- Formular preguntas sobre lo leído
- Aclarar posibles dudas acerca de el texto
- Releer partes confusas
- Pensar en voz alta para asegurar la compresión

Después:
- Resumir y sintetizar el conocimiento; tema o ideas principales.
- Acciones como motivo de lectura; representaciones, murales, poster, etc.
- Generalizar el conocimiento; aplicar lo aprendido, lo nuevo a la realidad.
- Evaluar la respuesta del texto a las expectativas planteadas; si me ha
gustado, sorprendido del texto, si lo recomendaras.
Lluvia de ideas
Segunda Parte
Expresión Escrita

Transcurre en un presente aclarado con varios recuerdos, el matrimonio


de Daniel y la hermana; la muerte de la madre, la muñeca rota, el balcón
como lugar principal, y la media hora marcada en el reloj. El estimulo de
los recuerdos en el espejo, que desempeñaban un papel primordial
como prueba constante de la fealdad de la protagonista, lo acomplejada
que la hacían sentir, su tía tan cruel que era con ella, destacando la gran
importancia de los ojos, la luz y la sombra, el radio y las caricias, la
cantina, la estrella de mar es la sensación de la protagonista de
encontrarse en medio de las olas cuando la tía la hace sentir su fealdad
por primera vez, hacerle sentir que ningún hombre se podría fijar en ella
solo por su fealdad, y eso hizo a que ella se sintiera fea.

Ella en su corazón tenía la ilusión de que un muchacho se pudiera fijar en


ella, tanto que de repente un día se asomo a su balcón y de pronto vio en
la cantina que había un muchacho apuesto, ella no perdía la ilusión de
ser amada, de pronto las miradas hablaron por si solas, ella ilusionada
quería que el joven cantinero se fijara en ella, pero en el fondo de su ser
tenia miedo de que este joven cantinero la despreciara al momento de
ver su rostro y sentir nuevamente la vergüenza, pero sin pensar que aquel
joven cantinero solo con los ojos iba a quedar encantado de ella, de
pronto ella se quedó viéndolo fijamente a los ojos, quien lo iba a decir
que esas miradas serian el inicio de una nueva ilusión, ella se sentía feliz
por sentir un nuevo sentimiento.

El estímulo para los recuerdos es el espejo, que desempeña un papel


primordial como prueba constante de la fealdad de la protagonista. De
ahí también nos podemos dar cuenta de la magnitud que ´pueden tener
las palabras y como hacen sentir a las personas, ella se sentía
ilusionada con la idea de conocer a un muchacho atractivo, pero que
sobre todo la hicieran sentir querida pero de pronto aparecía la tía,
siendo la mala del cuento que ella se encargaba de hacerle ver lo fea que
era ella, pero de pronto aquella chicha indefensa dejo de importarle lo
que dijeran, ya hacía tiempo que habían perdido el significado y estaba
en la tía, pero ella gritaba a gritos que la rescataran de la tía, puesto que
la tía cada día la envolvía más y más y esto le impedía ser feliz con aquel
joven cantinero.
Conclusiones

Es importante reconocer la importancia que tienen las palabras


en las personas.

- Odia a su tía porque esta le echa en cara su fealdad. Después


se da cuenta de que esa fealdad y su frustración son reflejos de
la tía.

- Se siente irremediablemente identificada con ella y solo


matándola puede quedar libre de la tortura de la tía.
Aspectos que Excelente Bien Debe mejorar Sin evidencia
se evaluarán
100 80 60

Carátula La carátula Falta uno de La carátula No tiene


presenta todos los aspectos no está de carátula
los datos que requeridos. acuerdo al
se solicitaron. modelo
X solicitado

Índice La estructura Algunos La estructura No tiene índice


del índice aspectos del del índice no
corresponde al índice corresponde al
modelo que se corresponden al modelo que se
les compartió. modelo que se les compartió.
les compartió.

X
Introducción La introducción La introducción La introducción No tiene
presenta el presenta no presenta introducción
tema del algunos ninguno de los
trabajo, el aspectos aspectos
objetivo y la requeridos.
requeridos. X
forma en que
desarrolló su
trabajo.

Aplicación de Identificó y Identificó y Solo identificó o No hay


las aplicó las dos aplicó una de las solo aplicó la estrategias
estrategias estrategias que estrategias que estrategia. antes de la
antes de la le solicitaron. se le solicitaron. lectura
lectura X

Aplicación de Identificó y Identificó y Solo identificó o No hay


las aplicó las dos aplicó una de las solo aplicó la estrategias
estrategias estrategias que estrategias que antes de la
estrategia. X
durante la se le solicitaron.
lectura le solicitaron. lectura.
X
(incluya el
texto que
trabajó)

Aplicación de Identificó y Identificó y Solo identificó o No hay


las aplicó las dos aplicó una de las solo aplicó la estrategias
estrategias estrategias que estrategias que antes de la
estrategia. X
después de la le solicitaron. se le solicitaron. lectura.
lectura

Siete Tiene todas las Tiene de 3 a 6 Tiene de 1 a 2 No tiene


conclusiones conclusiones conclusiones. conclusiones. conclusiones.
(una por cada que se le
estrategia y solicitan. X
una general)

https://youtu.be/_9qV1B_xMjo?si=L4oH9q4nO3XRFvcI

CUENTO CITA A LA NUEVE


DE RAMÓN FERREIRA

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