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DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA

REVISTA DE
CIENCIAS SOCIALES
Vol. 32 - n.º 44 - enero - junio de 2019

Pensamientos
críticos

Montevideo - Uruguay
ISSN 0797-5538 - ISSN online 1688-4981
DOI 10.26489/rvs
Revista de Ciencias Sociales / Departamento de Sociología. - v.1 n 1 (1986) -
Montevideo: Universidad de la República. Facultad de Ciencias Sociales,
Departamento de Sociología, 2019 -

Semestral. - V.32 n 44 (2019)


ISSN 0797-5538
ISSN online 1688-4981
DOI 10.26489/rvs

1. Teoría 2. Ciencias sociales 3. Crítica


SDD 300

Catalogación en la fuente realizada por Hemeroteca, Biblioteca de la


Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay.

La Revista de Ciencias Sociales es una publicación académica, de revisión por pares, que publica
artículos inéditos de investigación en ciencias sociales, prioritariamente de sociología. Busca el de-
sarrollo metodológico y teórico innovador, así como evidencia empírica original respecto de temas de
interés nacional, regional e internacional vinculados a estas disciplinas.

La Revista de Ciencias Sociales es editada semestralmente (enero-junio y julio-diciembre) por el Depar-


tamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, de Uruguay.

Es heredera de los Cuadernos de Ciencias Sociales, que aparecieron desde 1971 hasta 1973. Con la
recuperación de la democracia, en 1985, inició su Segunda Época, con el nombre Revista de Ciencias
Sociales; comenzó a ser una revista arbitrada en 1986 y pasó a tener evaluación externa en el año
2000. Su publicación se convirtió en semestral a partir de 2010.

La Revista de Ciencias Sociales tiene versión impresa y electrónica de acceso abierto (<http:// cien-
ciassociales.edu.uy/departamentodesociologia/inicio/publicaciones/acceda-a-las-revistas- de-cien-
cias-sociales/>), y está orientada a académicos, investigadores y profesionales de la sociología y
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contribuciones no arbitradas, pero de interés para la academia y las ciencias sociales.

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publicados, a condición de que se mencione la procedencia.
Revista de Ciencias Sociales
Vol. 32 - n.º 44 - enero-junio de 2019
Universidad de la República
Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Sociología - Director: Francisco Pucci
Montevideo - Uruguay

Comité Editorial
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(Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
Miguel Serna (Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
Anabel Rieiro (Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
Alfredo Falero (Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
Mariela Quiñones (Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
Secretaría de redacción: Sol Scavino Solari
(Departamento de Sociología - Facultad de Ciencias Sociales - Uruguay)
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Consejo Académico
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Horacio González (Universidad de Buenos Aires - Argentina)
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Mario Margulis (Universidad de Buenos Aires - Argentina)
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Table of contents
Dossier
Critical theories
Presentation .................................................................................................................... 9
Anabel Rieiro, Eduardo Rinesi and Paulo Ravecca
Politics on streets
Approaches from recent Argentina ............................................................................... 15
Julián Rebón
State and alliances..., forty years after
Elements to think the right turn in Argentina ............................................................. 43
Gabriel Vommaro
Of the possible revival of a critical theory in social sciences in France
Between academic misadventures and tensions Bourdieu/Rancière .................... 61
Philippe Corcuff
Sociological contributions to think human rights
Inequalities and social justice in Brazil and Uruguay ............................................... 81
Lucía Pérez Chabaneau and Patricia Silvera Rivero
Vicissitudes and possibilities of critical theory today
An ecumenical conceptualization ................................................................................ 103
José Maurício Domingues
Revisiting an outlier
The previously unsuspected locus of Uruguay’s exceptionalism ............................ 123
Amparo Menéndez-Carrión

Articles
Political expectations of young abstentionists
The case of the X federal electoral district of Veracruz, Mexico ............................... 151
Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria
Labour process and occupational health in the current productive scenario
The increasing incidence of psychosocial risks at work ........................................... 171
María Laura Henry

Book review
Fifty years of political sociology. Uruguay and Latin America. Essential anthology
Gerónimo de Sierra ......................................................................................................... 197
By Marcos Antonio da Silva

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019.
Tabla de contenidos
Dossier
Pensamientos críticos
Presentación ................................................................................................................... 9
Anabel Rieiro, Eduardo Rinesi y Paulo Ravecca
La política en las calles
Aproximaciones desde la Argentina reciente .............................................................. 15
Julián Rebón
Estado y alianzas..., cuarenta años después
Elementos para pensar el giro a la derecha en Argentina......................................... 43
Gabriel Vommaro
De la posible renovación de la teoría crítica en Francia
Entre desventuras académicas y tensiones Bourdieu/Rancière ............................ 61
Philippe Corcuff
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos
Desigualdades y justicia social en Brasil y Uruguay ................................................. 81
Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero
Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy
Una conceptualización ecuménica .............................................................................. 103
José Maurício Domingues
Revisitando un outlier
El domicilio insospechado de la excepcionalidad uruguaya..................................... 123
Amparo Menéndez-Carrión

Artículos
Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas
El caso del distrito electoral federal X de Veracruz, México ...................................... 151
Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria
Salud laboral en el escenario productivo actual
La creciente incidencia de los riesgos psicosociales................................................. 171
María Laura Henry

Reseña bibliográfica
Cincuenta años de sociología política. Uruguay y América Latina. Antología esencial
Gerónimo de Sierra ......................................................................................................... 197
Por Marcos Antonio da Silva

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019.
Dossier

Presentación

Pensamientos críticos: apuntes para una definición


¿Qué es el pensamiento crítico? La sencillez de la pregunta es solo aparente,
pues, para empezar, nadie tiene el monopolio de “la crítica”. Al fin y al cabo,
toda práctica científica desafía algún saber previo. De manera complementa-
ria, y como enseñó Nietzsche, el dogmatismo (la negación de la crítica) pare-
ce adjuntarse a nombres diversos y, quizá, un tanto sorprendentes. Piénsese,
por ejemplo, en el oxímoron “marxismo ortodoxo”, poderoso síntoma de que
nadie es inherentemente inmune al conservadurismo. Y para complejizar más
aún el panorama, “pensamiento crítico” y “teoría crítica” son expresiones
a todas luces polisémicas y utilizadas en contextos variados. Pero, enton-
ces, ¿tiene sentido insistir en estas rúbricas? Nuestra respuesta es que sí y la
fundamentamos en que ellas refieren a un conjunto de rasgos generales —y
definitorios— que delimitan un espacio común de problematización. Las si-
guientes líneas exploran algunos de estos rasgos.
La Teoría Crítica suele asociarse a la Escuela de Frankfurt y, en parti-
cular, a su famosa distinción entre teoría crítica y teoría tradicional. La opo-
sición radica en que la primera cuestiona, en palabras de Horkheimer, toda
forma de la esclavitud humana, y apuesta por la emancipación. Entretanto, la
expresión “teorías críticas” denota un arco de enfoques diversos, contrastan-
tes e incluso en competencia, que abarca, entre otros, al marxismo, al poses-
tructuralismo, a la teoría queer, al feminismo y a los enfoques decoloniales.
Las contribuciones latinoamericanas suelen reunirse bajo el nombre de “pen-
samiento crítico” y por eso lo adoptamos en esta presentación, aunque con
el matiz del plural ya introducido desde el título. La expresión “pensamien-
tos críticos” expresa multiplicidad y dinamismo internos. En ese espectro de
tensiones y discrepancias una mirada atenta encuentra, sin embargo, conti-
nuidades claras e importantes. Por ejemplo, todos los pensamientos críticos
desafían formas de injusticia, opresión o dominación (términos que, sin ser
sinónimos, denotan un campo común de experiencia humana) e interpelan la
naturalización de los modos dominantes de organizar la vida y la sociedad.
De este modo, el impulso emancipatorio, tan viejo como el pensamiento mis-
mo y retomado con ahínco por la Escuela de Frankfurt, se despliega hoy con
nuevos vocabularios y matices.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 9-13.
10 Presentación

Los pensamientos críticos convergen, además, en el reconocimiento de


la condición política intrínseca al conocimiento: todo saber está imbricado en
relaciones de poder. En efecto, la naturalización de la opresión (y del privile-
gio) suele ser sostenida y legitimada por prácticas científicas e intelectuales.
La producción de saber se concibe, en este marco, como práctica humana
y social proveniente de la propia historia que trata de aprehender: la mente
y el mundo no están separados y, por lo tanto, el pensamiento participa del
mundo. Este punto de partida epistemológico constituye un cuestionamiento
profundo a la objetividad científica: la supresión de la subjetividad del saber
es una pretensión imposible que, como dijo Adorno, opera en favor de los
poderes dominantes de la época. La (ilusión de) objetividad favorece el statu
quo en nombre de la ciencia: una muy efectiva operación ideológica. La in-
terpelación a las explicaciones y conceptualizaciones dominantes constituye,
por ende, una tarea urgente en todos los espacios, desde la familia hasta el
Estado nación y más allá.
Los pensamientos críticos se oponen no solo al empirismo y a la neutra-
lidad del saber, sino también a la abstracción violenta que borra el “valor de
uso” o la “experiencia vivida”, para usar expresiones de distintas tradiciones
y tiempos. Como denotan los artículos de este dossier, los pensamientos crí-
ticos forjan y despliegan su potencia impugnadora —y vamos a introducir
una expresión de sabor sartreano— “en situación”. La atención al fragmen-
to, a lo local, a lo particular o al detalle no implica, empero, convertirlos
en único criterio de legitimidad; por el contrario, la tarea es interrogarlos
y ponerlos en tensión teórica. No se trata, entonces, de celebrar de manera
romántica posiciones subalternas supuestamente virtuosas, ni de reificar lu-
gares ni experiencias. Nadie encarna per se la verdad ni la justicia. Además,
toda singularidad se constituye en relación con escenarios más amplios y
muy complejos (la danza interminable entre sujeto y estructura —“material”,
para algunos, y lingüística o discursiva, para otros—). Los muy sofisticados
debates existentes en torno al rescate de la universalidad de sus versiones eu-
rocéntricas evidencian la negociación compleja entre las “partes” y el “todo”
que los pensamientos críticos han estado ensayando en los últimos tiempos; y
los lamentos sobre la confianza ciega que se puso en sujetos emancipatorios
(y sus efectos políticos nada venturosos) dan cuenta, por su parte, de que la
crítica puede fallar.
Si los pensamientos críticos prestan atención a la situación, piensan tam-
bién “en relación”: el procedimiento epistemológico de segmentar la realidad
en esferas autocontenidas y el olvido (que deriva en reificación) de que esa
separación es metodológica y no orgánica constituyen, como advirtió Gram-
sci, ideología en acto. La separación entre “economía”, “sociedad”, “cultu-
ra” y “política” ha sido cuestionada, por ejemplo, por el feminismo y por el
marxismo: si la política no incluye la esfera doméstica, la opresión de género

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 9-13.
Pensamientos críticos 11

es naturalizada; el capitalismo deviene naturaleza cuando la democracia no


puede tocarlo. El poder circula sin reparar un ápice en nuestras divisiones
disciplinares. La definición abarcadora de política por la que, con distintos
vocabularios, optan los pensamientos críticos trasciende la esfera institucio-
nal y amplía el campo de lo politizable, y, por lo tanto, de la libertad. En
suma, el poder, como el posestructuralismo y el posmarxismo han puesto en
evidencia, solo puede captarse relacionalmente.
Todo lo anterior deriva en un necesario cuestionamiento de la hiperes-
pecialización y la rutinización del quehacer científico. La teórica y el teórico
crítico desesperan por entender el mundo y sus avatares, no por publicar pa-
pers ensimismados en partecitas no muy apasionantes de la realidad. Nuestro
trabajo es sobre nuestros más profundos desvelos y se acerca más al arte que
a la producción industrial.
En este sentido, para Marcuse, el arte cumplía una tarea fundamental
para el pensamiento: la de nombrar lo ausente. No hay duda de que tener,
por así decir, los datos ordenados es imprescindible para cualquier análisis
empírico riguroso, pero los pensamientos críticos no se limitan a una prolija
descripción del mundo; más bien al contrario, abrigan una dimensión que
nada nos impide seguir llamando utópica. A la comprensión de por qué las
cosas son como son, integran la imaginación sobre cómo podrían ser —la
dimensión del futuro—, más que como una trayectoria que se predice, como
un horizonte que se construye y por donde asoma la contingencia. La utopía
no es entendida aquí, desde luego, como evasión de las determinaciones del
mundo social ni como ensoñación narcótica, sino como potencia problemati-
zadora y develadora de que las condiciones actuales no operan sobre nuestras
vidas en virtud de ninguna determinación o mandato trascendente: pueden
ser transformadas.
Los pensamientos críticos concebidos de esta guisa no pueden definirse
a priori o de modo escolástico, sino como modos de trabajo y ejercicio in-
telectual que cuestionan conceptualmente (en el sentido de volver cuestión)
y desafían políticamente a la realidad en la que vivimos (¡incluso a las defi-
niciones dominantes de “crítica”!). Dicha operación epistemológica y polí-
tica no está garantizada por ninguna rúbrica, escuela o paradigma. Tampoco
por ningún actor colectivo o causa social. Es por ello que el espacio de la
reflexión reclama ser defendido de manera constante de las tentaciones de
cancelarlo, incluso en nombre de la justicia (y de la utopía misma). El com-
promiso ético de los pensamientos críticos no puede nunca basarse en una
militancia ciega.
Como ha señalado Judith Butler en alguna ocasión, cuando la crítica está
ausente, se empieza a ejercer la opresión en nombre de su otro. Esta constata-
ción implica volver a traer la noción de autocrítica, que no por clásica resulta

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 9-13.
12 Presentación

menos pertinente. La reflexividad es, así, el último rasgo de los pensamientos


críticos que nos gustaría resaltar. El problema (y la opresión) no está solo en
el otro (el “positivista”, el “neoliberal”, etcétera), y por eso es preciso arquear
el pensamiento sobre sí mismo y navegar con lucidez las condiciones de po-
sibilidad del propio conocer que hacen a sus potencialidades y sesgos. Como
mencionamos al inicio de estas páginas, lo contrario es el dogmatismo, que
es (la idea es clásica, kantiana) el mayor enemigo que los pensamientos crí-
ticos tienen que enfrentar. La reflexividad es, en suma, un antídoto contra el
dogmatismo propio; su fin es evitarnos la ortodoxia y el oxímoron.
La crítica, entonces, tiene que llegar también a casa: no hay exteriori-
dad entre poder y academia. Las relaciones de dominación intraacadémicas
y las condiciones que habitamos en las universidades afectan sin duda nues-
tros análisis, como también lo hacen las relaciones que establecemos con la
sociedad. En este sentido, dejarnos interpelar desde afuera —bajarnos del
caballo epistemológico, para decirlo gráficamente—, muy lejos de minar la
especificidad del pensamiento académico, supone reconocer (y celebrar) la
multiplicidad de saberes y abandonar cualquier ilusión de monopolios y je-
rarquías en lo que a capacidad de crítica se refiere.
En todo caso, y con esto concluimos, el actual asalto al pensamiento pro-
fundo y crítico proviene de lugares distintos, incluso de los claustros univer-
sitarios. Y, como académicos, esto nos preocupa especialmente. ¿Se puede,
en realidad, pensar de forma crítica en las universidades de hoy? En la actua-
lidad, la academia parece jerarquizar cantidad sobre calidad, técnica sobre
pensamiento y utilidad sobre densidad. Además, hay un enfoque dominante
sobre qué significa hacer ciencia social que inhibe posibilidades analíticas,
políticas y existenciales. Jerarquías, narcicismos, rivalidades, escasez, estrés,
ansiedad, violencia institucional… nada de esto es ajeno a nuestro mundo
universitario, pues es parte del mundo a secas. Los pensamientos críticos
pueden servir como terapia filosófica de nuestros lugares de trabajo y dar
un lenguaje conceptualmente riguroso a la resistencia contra la neolibera-
lización de la academia. También pueden ayudar a pensar nuestras oficinas
como lugares de convivencia donde podemos (o no) estar bien, individual y
colectivamente. Pero, ¿qué pasa cuando, para colmo, el pensamiento crítico
mismo es mercantilizado, produce estrellas internacionales que solo viajan
en primera clase, convoca a políticos poderosos a cerrar congresos, genera
espacios de violencia y se transforma en marca registrada y nicho de mercado
académico? Pasa que es preciso seguir ejerciendo la crítica…
Los artículos que siguen son un ejemplo de la diversidad de los pensa-
mientos críticos, pero también de su coherencia interna: todos ellos cuestio-
nan relaciones de poder dominantes, expanden la noción de política, reflexio-
nan sobre posibilidades de emancipación y muestran el rendimiento analítico

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 9-13.
Pensamientos críticos 13

y conceptual de los pensamientos críticos para estudiar los dilemas de la


democracia hoy en América Latina y en otras latitudes. En tiempos marcados
por un “ajuste de cuentas” ideológico a favor de las derechas latinoamerica-
nas, eso no es poca cosa.

Anabel Rieiro
Eduardo Rinesi
Paulo Ravecca
Coordinadores del dossier

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 9-13.
DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.1

La política en las calles


Aproximaciones desde la Argentina reciente

Julián Rebón

Resumen
La Argentina reciente, como lo indican diversos estudios, se caracteriza por una significativa
dinámica de acción colectiva. Este trabajo se interroga sobre el impacto político de la protesta
social en el país durante el período 2001-2017. Propone como hipótesis central que la
protesta representa un recurso político relevante. Esta participa de la disputa general por la
direccionalidad del país, varía en su composición en las distintas etapas del período y tiene un
impacto predominantemente de carácter negativo sobre la acción de las autoridades estatales.
El desarrollo de las hipótesis se basa en una perspectiva panorámica que da cuenta de los
principales componentes de la protesta en su contexto histórico. El artículo sistematiza diversos
avances investigativos, propios y de otros equipos.
Palabras clave: protesta social / Argentina / acción colectiva / impacto político.

Abstract
Politics on streets. Approaches from recent Argentina
The recent Argentinian history presents a significant dynamic of collective action. This paper
asks about the political impact of social protest in the country during the period 2001-2017. It
proposes as a central hypothesis that protest is a relevant political resource. It participates in
the general dispute over the direction of the country, varying in its composition in the different
stages of the period and having a predominantly negative impact on the action of state authorities.
The development of the hypothesis presents a panoramic perspective that accounts for the
main components of the protest in its historical context. The sources of the work come from the
systematization of research of different teams in the field.
Keywords: social protest / Argentina / collective action / political impact.

Julián Rebón: Doctor en Ciencias Sociales. Profesor titular de la Universidad de Buenos


Aires. Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina).
E-mail: julianrebon@gmail.com

Recibido: 29 de marzo de 2018.


Aprobado: 23 de agosto de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 15-42.
Introducción1
La vida política contemporánea de Argentina está signada por el período más
largo de funcionamiento del régimen democrático-constitucional. A diferen-
cia de lo ocurrido en el pasado, las confrontaciones políticas tienden a ser
resueltas en este marco y la democracia institucional como forma de gobier-
no es el horizonte en el cual se inscribe el conjunto de los actores políticos.
Paradójicamente, el consenso ciudadano en torno a la democracia —como
proyecto— implica marcados cuestionamientos de diversos tipos a su fun-
cionamiento real. Así como en otros países de la región y el mundo, se regis-
tran altos niveles de desconfianza en los partidos y los políticos (Rosanva-
llon, 2007; Cheresky, 2011). La relación entre ciudadanía y sistema político
desborda ampliamente la votación de sus representantes, y se desarrolla un
conjunto de mecanismos de institucionalidad diversa y actuación recurrente
que implica elementos de control, participación, juzgamiento y limitación de
los gobernantes en su accionar cotidiano. En este marco, la protesta social
destaca como un recurso político de carácter informal que canaliza demandas
a las autoridades, veta o bloquea acciones de gobierno, incorpora temas en la
agenda pública y configura un renovado espacio de participación ciudadana
(Moscovich, et al., 2017; Schuster, 2011; Svampa, 2017).
Históricamente, la acción colectiva y la protesta han tenido un lugar
destacado en la historia del país (Lobato y Suriano, 2003). En la última
parte del siglo XX, en condiciones de deterioro de los indicadores sociales
y de heterogeneización de las clases subalternas, se produjo una diversifi-
cación de los actores y repertorios de la acción colectiva (Auyero, 2002;
Pereyra, et al., 2017). A inicios del siglo XXI, la protesta se había conver-
tido en un recurso político significativo de contenido diverso (Schuster,
2011; Gómez, 2008). Este trabajo se propone profundizar y especificar el
impacto político de la protesta a partir del análisis de sus principales com-
ponentes durante las distintas etapas del período 2001-2017. En este marco
nos interrogamos: ¿En qué ha consistido y cómo ha evolucionado durante
lo que va del siglo XXI el impacto de la protesta social sobre la acción de
las autoridades del Estado? ¿Cuáles han sido sus mecanismos y contenidos

1 Este artículo fue escrito en el marco de dos estadías de investigación en la Universidad de


Calabria y en la Universidad de Tampere, financiadas por el proyecto INCASI de Investigación
e Innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea (MSCA, GA-691004).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 15-42.
La política en las calles 17

centrales? ¿Qué formas y composiciones sociales y políticas asume princi-


palmente la protesta en cada etapa?
El período propuesto es particularmente rico para los interrogantes
planteados, dado que registra transformaciones en las dimensiones centrales
para el estudio de la protesta, las condiciones políticas (Tilly, 2008) y los
sistemas de acumulación e intercambio (Silver, 2005). La periodización de
la evolución reciente de la Argentina en estos términos identifica tres etapas
que nos muestran un territorio en disputa entre fuerzas sociales diversas, cuya
direccionalidad no se encuentra consolidada. En tiempos de crisis refiere al
período signado por la crisis general de 2001, que expresa el derrumbe de la
hegemonía del modelo de valorización financiera consolidado a partir de las
reformas neoliberales de los noventa. Involucra en su desarrollo la renuncia
del presidente Fernando de la Rúa (1999-2000, Unión Cívica Radical-
Alianza2) en diciembre de dicho año y se prolonga con nitidez hasta 2003,
con la asunción de un nuevo gobierno electo. La segunda etapa, En tiempos
de kirchnerismo, refiere al ciclo de gobierno iniciado por la presidencia de
Néstor Kirchner (2003-2007), del Partido Justicialista (PJ) y Frente para la
Victoria (FPV3), continuado luego por Cristina Fernández de Kirchner (PJ-
FPV, 2007-2015). En este ciclo se recompone el orden social y se plantea
una relación crítica con la herencia neoliberal, que alcanza incluso a alterar
tendencias sociales y económicas dominantes hasta entonces. Finalmente,
con En tiempos de Cambiemos nos referimos al período abierto a partir de
la asunción de Mauricio Macri (PRO-Cambiemos4, 2015-actualidad) que,
haciendo honor al nombre de la coalición electoral, está produciendo una
política contrastante con el ciclo previo, retomando la agenda de reformas
neoliberales.
El presente artículo postula como hipótesis central que la protesta
social, entendida como episodio de acción colectiva contenciosa de reclamo
público a las autoridades, representa un recurso político relevante a lo
largo del período. La protesta social participa de la disputa general por la
direccionalidad del país, variando en su composición social en las distintas
etapas y teniendo un impacto predominantemente negativo. Con el objeto

2 La Alianza fue una coalición entre la Unión Cívica Radical (UCR) —partido centenario con
base en las capas medias, signado en su origen por una orientación reformista y republicana—
y distintos sectores de centroizquierda.
3 El PJ es la principal expresión partidaria del peronismo, movimiento reformista de orientación
nacional y popular y composición policlasista —con fuerte base en los trabajadores y pobres
urbanos— surgido a mediados del siglo XX. El FPV representa en el período un frente electoral
de centroizquierda liderado por el PJ, con distintos aliados menores.
4 El PRO es un partido de reciente formación con una orientación política de centro-derecha y
origen en el empresariado. Actualmente, lidera la coalición Cambiemos, de la cual también
participan la UCR y otros aliados.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 15-42.
18 Julián Rebón

de desarrollar las hipótesis, utilizamos una perspectiva panorámica que da


cuenta de los principales componentes de la protesta social en su vinculación
con el contexto en el cual se desarrollan y en la sucesión histórica de las
etapas.
El trabajo no pretende hacer un recorrido exhaustivo de la protesta
en cada etapa. Más bien procura identificar qué componentes de la acción
colectiva, entendida en términos de Tilly (2008) como acción grupal
discontinua y contenciosa, son los centrales en la confrontación política en
cada período. En este sentido, el criterio de selección de las acciones y los
actores utilizado es su masividad e impacto en la direccionalidad política
del país. El artículo sistematiza diversos avances investigativos, propios y
de otros equipos. También, cuando la argumentación lo requiere, recurre al
desarrollo narrativo de acontecimientos o la presentación de datos primarios
o secundarios. El enfoque teórico parte de una perspectiva heterodoxa que
integra a diferentes autores en función del objeto de estudio. En este sentido,
en el texto se presentan referencias teóricas vinculadas tanto a la teoría de
los procesos políticos en el campo de la acción colectiva (Tilly, 2008), como
a las perspectivas clasistas del análisis social (Marín, 2009; Silver, 2005;
Wright, 2000).
Finalmente, corresponde señalar que el artículo se estructura a partir de
la periodización planteada y concluye con reflexiones que sistematizan los
hallazgos encontrados y propone desafíos pendientes para la investigación y
la acción.

En tiempos de crisis
El siglo XXI, en términos históricos (Hobsbawm, 1997), comenzó en Ar-
gentina con la denominada crisis de 2001. Para comienzos de dicho año eran
notorios los signos de agotamiento del modelo de acumulación estructurado
sobre las reformas neoliberales de los noventa5. Destacaban el creciente peso
en la economía de la deuda externa y del déficit fiscal, la falta de compe-
titividad de la producción local y el inusitado aumento del desempleo y la
pobreza. El ajuste del modelo llevado adelante por el gobierno de De la Rúa,
lejos de a los efectos deseados, condujo al estancamiento económico y a
la dificultad creciente para conseguir financiamiento a tasas razonables. En
este marco, creció la resistencia a los procesos de expropiación de derechos
y de exclusión social por parte de sindicatos y del movimiento de trabaja-
dores desocupados (conocidos como piqueteros) con acciones cada vez más
disruptivas y metas más politizadas (Gómez, 2009). En octubre, el gobierno

5 En el marco de estas reformas se estableció un programa de convertibilidad y paridad cambiaria


de uno a uno del peso con del dólar, popularmente conocido como la convertibilidad, y se
consolidó el modelo de acumulación con eje en la valorización financiera (Basualdo, 2013).

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La política en las calles 19

perdió las elecciones parlamentarias de medio término. La disconformidad


ciudadana no se redujo a votar a las alternativas opositoras, sino que incluyó
el uso no convencional de las instituciones: el creciente malestar con los
partidos políticos llevó a que el voto en blanco y el anulado alcanzaran a un
cuarto del electorado, un porcentaje inédito para la historia reciente (Puccia-
relli y Castellani, 2014).
Diciembre fue el mes en el cual se desató la crisis general, de carácter
orgánico, en la que la perturbación del ordenamiento social en sus distintos
ámbitos condujo al colapso de la hegemonía neoliberal (Pierbattisti, 2017;
Pucciarelli y Castellani, 2014). El mecanismo constitutivo de la crisis no
puede reducirse a lo económico; la acción de resistencia de las distintas iden-
tidades que ven alteradas sus condiciones de vida —dislocación social— es
central para entender su desarrollo. Esta dislocación social, como es habitual
en el marco de procesos de mercantilización (Polanyi, 2001), ocasionó resis-
tencias en múltiples sectores de la estructura social. Las medidas económicas
impulsadas por el ministro de Economía Domingo Cavallo —también autor
de las reformas de los noventa— precipitaron el final del gobierno. El esta-
blecimiento del “corralito”, con el cual se limitó el uso libre de los depósitos
bancarios, desencadenó la profundización de la protesta social contra las po-
líticas de gobierno y la realización de una huelga general el 13 de diciembre,
con alto acatamiento, convocada por el conjunto del sindicalismo6. La huelga
se transformó en la práctica en un paro activo que incluyó el apoyo de otros
sectores de la población, tales como comerciantes o grupos piqueteros (Lo-
bato y Suriano, 2003; Merino, 2012).
En los días posteriores, la rebelión social y la descomposición del orden
se expresaron bajo diversas formas a lo largo y ancho del país. En este con-
texto, emergió y se difundió una forma de acción colectiva que, sin expre-
sar un contenido nítidamente político, tendría significativas consecuencias
en este campo. Nos referimos al desarrollo de saqueos a supermercados y
comercios minoristas, primero en centros urbanos del interior y luego en
la propia Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), que en ocasiones

6 Las reformas de los noventa implicaron un retroceso para el poder estructural (Wrigth, 2000) de
los trabajadores. No obstante, el poder de los sindicatos y los recursos de sus cúpulas no fueron
debilitados en la misma medida (Etchemendy y Collier, 2008). La estrategia adaptativa del
sindicalismo fue exitosa en preservar el modelo sindical con sus prerrogativas. La estrategia sindical
de corte participacionista abrió espacio a la emergencia de otros nucleamientos que enfrentaron la
reestructuración. Desde el corazón del sindicalismo peronista, en el marco de la histórica Central
General de Trabajadores (CGT) y del modelo sindical tradicional, se conformó el Movimiento
de los Trabajadores Argentinos encabezado por el sindicalista camionero Hugo Moyano. Por otra
parte, se creó la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Esta central reivindicó un nuevo modelo
sindical que plantea el pluralismo organizativo y la afiliación de los trabajadores no registrados.
Su relevancia fue significativa entre los trabajadores estatales y organizaciones sociales, pero en
ningún momento logró alterar la primacía de la CGT (Merino, 2012).

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20 Julián Rebón

devinieron en violentos enfrentamientos con las fuerzas del orden y los co-
merciantes (Auyero, 2007; Iñigo Carrera y Cotarelo, 2006). Su generaliza-
ción, en el clima de protesta social ya reseñado, condujo al presidente, en
la noche del 19 de diciembre, a declarar el estado de sitio como mecanismo
de contención de la acción colectiva. Lejos del resultado esperado, emergió
súbitamente la desobediencia civil generalizada. Con eje en las capas medias
de la población, la base social originaria del gobierno, en diversos barrios
de la ciudad de Buenos Aires el discurso del presidente anunciando el esta-
do de sitio fue respondido con cacerolazos y manifestaciones espontáneas
de carácter masivo que rápidamente inundaron los barrios de la ciudad para
luego movilizarse hacia los centros del poder político. Las movilizaciones
abarcaron diversas ciudades del país.
La inédita irrupción de masas encontró en el hacer ruido y en la bandera
argentina los símbolos primarios de la protesta ciudadana. El desafío a la dis-
posición presidencial entrañó con nitidez un reclamo destituyente hacia las
personificaciones centrales de la política institucional: “Que se vayan todos,
que no quede ni uno solo” se transformó rápidamente en la consigna de las
movilizaciones del período. La movilización pacífica devino esa madrugada
en incidentes ante la represión policial. El día 20, a pesar de la renuncia del
ministro de Economía, las movilizaciones continuaron, esta vez convocadas
por organizaciones sociales y políticas. La fuerte represión policial que in-
tentaba despejar las inmediaciones de la casa de gobierno fue respondida por
grupos de manifestantes no dispuestos a ceder en su determinación de lucha.
Así, emergieron amplios y dilatados combates callejeros, ataques a edificios
públicos, empresas (en particular bancos extranjeros) y algunos saqueos a
negocios que caotizaron el área céntrica de la principal ciudad del país7.
Por la tarde, el PJ, principal fuerza de la oposición, rechazó la convo-
catoria presidencial a un gobierno de unidad ante la situación de crisis y el
presidente se vio forzado a renunciar por la falta de apoyo y legitimidad para
continuar en el cargo. El justicialismo impuso los términos de la sucesión.
Primero, el Parlamento designó a Adolfo Rodríguez Saá (PJ), quien a los
pocos días debió renunciar, en el marco de una protesta que terminó con inci-
dentes frente a la casa de gobierno, ante la falta de apoyo de los gobernado-
res justicialistas. Poco después asumió interinamente la presidencia Eduardo
Duhalde, senador del PJ y excandidato presidencial derrotado por De la Rúa
en 1999.

7 Entre el 19 y el 20 de diciembre se produjo el asesinato de treinta y ocho personas en el contexto


de la represión de la acción colectiva, la inmensa mayoría a manos de la fuerza de seguridad.
La mayor parte de los casos se produjo en los barrios vinculados a situaciones de saqueos. La
no existencia de muertos en las fuerzas de seguridad nos marca claramente la asimetría en las
condiciones de la violencia. La mayoría de los homicidios continúan judicialmente impunes
(La Vaca, 2011).

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La política en las calles 21

El estado de ánimo ciudadano se prolongó en los meses subsiguien-


tes. Se vivía en las calles una situación de ebullición y movilización social.
Se formaron asambleas barriales que procuraban prolongar la indignación
ciudadana del “19 y 20” en términos de cambio social y político (Svampa,
2017). Ahorristas afectados por el “corralito” atacaron los bancos reclaman-
do la devolución de sus depósitos. Trabajadores desobedeciendo el desem-
pleo asumieron colectivamente el mando de las empresas en crisis que los
empleaban (Rebón, 2007). También fue una etapa en la que el movimiento
piquetero surgido a fines de los noventa se consolidó y ganó en su capacidad
de movilización (Maneiro, 2012), al superar en magnitud de conflictividad
durante 2002 y 2003 al actor sindical (datos de PIMSA citados en Antón, et
al., 2011), que merma su protagonismo producto de la integración de sec-
tores sindicales al gobierno y de las adversas condiciones del mercado de
trabajo para los asalariados. En un contexto marcado por la politización y
la estructuración de solidaridades entre los movilizados, las organizaciones
piqueteras encontraron más recepción pública a su protesta plebeya, en es-
pecial por parte de los sectores medios activados (Svampa, 2017). El perío-
do estuvo signado por la autonomización, por la crisis de las heteronomías
preexistentes y la desobediencia anticipada a la autoridad en distintos grupos
sociales (Rebón, 2007). Fue el tiempo de la asamblea y la democracia directa
en las calles, de los debates acerca del cambio social, de la crítica al Estado
y de la creencia en la potencia de la sociedad civil. Fue el momento de la
acción directa, del desborde de los canales institucionales de procesamiento
del conflicto, del piquete en la vía pública, de la toma de edificios y fábricas,
del ataque a bancos. Fue la etapa de la experimentación en la búsqueda de
formas alternativas de producción de condiciones de vida, como emprendi-
mientos productivos autogestionados, huertas comunitarias y clubes de true-
que. Fueron los tiempos de experimentar en el campo de la cultura, de los
acontecimientos estético-políticos en el espacio público, de la formación de
bachilleratos populares y centros culturales (Svampa, 2017).
La protesta social y la autonomización plantearon un fuerte desafío al
gobierno provisional. Este focalizó su acción en una agenda de recomposi-
ción del orden que incluyó medidas heterodoxas. A pesar de materializar una
brutal transferencia regresiva de ingresos para los sectores populares, a partir
de la devaluación de la moneda y otros mecanismos, desarrolló, en simul-
táneo, la ampliación de compensaciones sociales, como el congelamiento
de las tarifas de los servicios públicos, la expansión de la política social y
el otorgamiento de reconocimientos selectivos a los actores de la protesta.
Estos reconocimientos no alcanzaron a aquellos sectores que prolongaron su
movilización; para estos, la respuesta fue crecientemente la confrontación.
El asesinato de dos militantes y las decenas de heridos en el marco de la
represión a una protesta piquetera que procuraba cortar el puente Pueyrredón

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 15-42.
22 Julián Rebón

el 26 de junio de 2002 fue la expresión más acabada de este intento represivo


por contener la protesta. La ola de indignación y protesta desatada llevó a un
cambio de estrategia. Se ampliaron la política de reconocimiento a las orga-
nizaciones sociales y las concesiones a los sectores populares, y se convocó
a elecciones como salida ante la crisis de legitimidad (Gómez, 2009). Con
estas elecciones se consagraría presidente Néstor Kirchner.
Los tiempos de crisis representan un punto de llegada y de acumulación
de las resistencias que se venían produciendo desde fines de los noventa y
un punto de encuentro con nuevos sectores que se activaron, configurando
la protesta desde múltiples posiciones de la estructura social. La protesta no
fue solo la expresión de la crisis, fue también un mecanismo de su estructu-
ración. Al resistir los procesos de expropiación y exclusión, al impugnar el
ordenamiento político, limitó la viabilidad de las políticas a llevar a cabo y
construyó el escenario que precipitó la caída del gobierno de De la Rúa. Si
bien otras formas de la política —y otros actores— fueron determinantes en
dicha caída y en la transición abierta a partir de ella, la forma que esta asu-
mió no puede explicarse ni entenderse sin la presencia de la acción colectiva
en las calles8. Esta acción colectiva configuró una forma de política salva-
je (Tapia, 2008) que limitó y bloqueó la acción de gobierno. Su contenido
a nivel macro fue más destituyente que instituyente: expresó capacidad de
veto más que de construcción de una direccionalidad política del país. Su
poder instituyente se focalizó en diferentes espacios a nivel meso y micro,
en los cuales se desenvolvió un rico proceso de autonomización. Los movi-
lizados no lograron articular una dualidad de poder. Con el paso del tiempo,
se fueron desgajando, dividiendo y, en ocasiones, desactivando, con distintas
temporalidades. Sin embargo, los acontecimientos de los tiempos de crisis
dejaron profundas huellas en la Argentina por venir. Ampliaron el repertorio
de confrontación de diferentes grupos sociales y alteraron el balance entre
formas de lucha prescriptas, toleradas y proscriptas por el Estado al incre-
mentar el espacio de tolerancia. Conformaron nuevas culturas de lucha con
una fuerte predisposición a la acción directa y a la desobediencia a la autori-
dad (Rebon, 2007; Svampa, 2017) que se activaron y recrearon a posteriori.
Pero, sobre todo, dejaron latente en la memoria colectiva de la sociedad civil
y de las personificaciones del Estado que el humo de la política en las calles
siempre puede volver. La acción colectiva quedó así anclada como horizonte
de amenaza destituyente.

8 Incluso actores de la política institucional incidieron en la promoción de acciones colectivas,


como por ejemplo en los saqueos (Auyero, 2007).

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La política en las calles 23

En tiempos de kirchnerismo
El ciclo kirchnerista, más allá de las características políticas y los rendi-
mientos sociales diferenciados entre sus distintos momentos (Kulfas, 2016),
estuvo signado en su conjunto por una impronta crítica de las tendencias
dominantes en el período previo, que lo sitúa en el amplio abanico de las
experiencias de gobiernos progresistas latinoamericanos (González, et al.,
2010).
El origen del gobierno de Kirchner estuvo marcado por la crisis general
de 2001. Por una parte, porque la posibilidad de su existencia se debió a
ella. Fue en el contexto de impugnación de las personificaciones políticas
dominantes que el por entonces gobernador de Santa Cruz, perteneciente a
un sector periférico del PJ, logró construir su candidatura política. Por otra
parte, porque su gobierno respondió a la demanda generalizada y con múlti-
ples componentes de reconstrucción del orden (Piva, 2015). En la respuesta
a esta demanda retomó selectivamente los reclamos de las luchas sociales del
período previo, planteando una agenda reformista con distintas intensidades
y temporalidades según los campos (justicia, internacional, derechos huma-
nos, laboral, económico, entre otros). Se planteó como una recomposición
reformista del orden, de corte más pragmático que ideológico, en la cual
la política ganó márgenes de autonomía con respecto al poder económico,
aprovechando las condiciones de oportunidad abiertas. Más que reflejar la
correlación de fuerzas en la sociedad civil, utilizó la iniciativa estatal para
transformarla. Sin una articulación orgánica con la cúspide social, la agenda
de cambio fue el mecanismo de construcción de legitimidad pública y fuerza
propia, dada la debilidad de origen9. Frente al fracaso de la política represiva
sobre la protesta desarrollada por De la Rúa y Duhalde, el nuevo gobier-
no privilegió el diálogo con las organizaciones. Su construcción política de
corte movimientista (Natalucci, 2017) y populista (Laclau, 2005) promovió
apertura y reconocimiento hacia los actores movilizados, impulsando con-
cesiones activas a sus demandas. Focalicémonos en el actor sindical por su
centralidad en la coalición y en la conflictividad del período.
La política de Kirchner profundizó la recuperación económica evi-
denciada en los últimos meses del gobierno de Duhalde, promoviendo la
producción industrial y el mercado interno. La fuerte expansión del empleo
asalariado y la rápida baja del desempleo incrementaron el poder estructural
de los trabajadores en el mercado de trabajo. El crecimiento del empleo, re-
gistrado en especial en ramas con fuerte presencia sindical, y los cambios en
la legislación laboral favorecieron el poder institucional de los sindicatos (Et-

9 Recordemos que Kirchner asumió la presidencia ante el retiro del otro contrincante del balotaje,
luego de haber salido segundo y sin contar con vínculos significativos con las principales
organizaciones gremiales y sociales.

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chemendy, 2013). Estos encontraron condiciones para un rápido crecimiento


en afiliados y recursos. Se produjo una “revitalización sindical”, como suele
denominarse en la literatura especializada al creciente peso de estas organi-
zaciones, la difusión de las comisiones internas en el lugar de trabajo, el cre-
cimiento exponencial de la firma de convenios colectivos y el renovado con-
flicto laboral (Etchemendy, 2013; Palomino y Dalle, 2016; Varela, 2017). En
un marco en el que los actores más dinámicos del período previo tendieron
a desaparecer —las asambleas barriales, por ejemplo— o a paulatinamen-
te desmovilizarse y reformularse —como los piqueteros—, los trabajadores
ocupados volvieron a representar a partir de 2004 el principal componente
social del conflicto (datos de PIMSA citados en Antón, et al., 2011). La rá-
pida recuperación salarial, en particular para los trabajadores bajo convenio
del sector privado, retroalimentó el mercado interno y el crecimiento econó-
mico. Los conflictos fueron mutando desde las estrategias defensivas de la
etapa previa, vinculadas a la preservación de la fuente laboral y los salarios
adeudados, hacia metas ofensivas que implicaron el aumento del salario real
y la mejora de las condiciones de trabajo y contratación, como por ejemplo
la emergencia de luchas contra la precarización laboral. De enfrentar pro-
cesos expropiatorios, el conflicto laboral pasó al terreno de las condiciones
de explotación de la fuerza de trabajo. Por supuesto, estas tendencias sufrie-
ron alteraciones en el período, principalmente según los ciclos económicos.
Pero, en línea generales, la interacción entre política de gobierno y conflicto
laboral produjo procesos de movilidad social colectiva que transformaron
las fronteras entre clases. La lucha corporativa de los trabajadores estables
en las condiciones políticas descriptas no solo mejoró sus condiciones de
vida, sino que logró también una movilidad colectiva ascendente que alteró
la estructura de clase (Palomino y Dalle, 2016). Este proceso formó parte de
una tendencia general en el período —no exenta de contradicciones en sus
distintos ámbitos— a una mayor igualación social (Kessler, 2014).
Así se configuró una dinámica relacional convergente entre gobierno y
sindicalismo. Este último —encarnado en los sectores mayoritarios de ambas
centrales— fue un integrante fundamental de la coalición política. Este actor
limitó el carácter político del conflicto laboral y se comprometió en la coor-
dinación de salarios con el gobierno a través de paritarias de gremios testigo
o instituciones colectivas como el Consejo del Salario. También participó a
través de la movilización de sus bases en apoyo al gobierno, en particular en
situaciones de conflicto de este con otros actores. Esta política de articula-
ción de intereses estableció un patrón de acuerdo corporativista de carácter
segmentado —expresión de los límites de la representación sindical existen-
te—, en el cual los sindicatos operaron como un actor que intercambiaba la
moderación del conflicto laboral y el poder de movilización por compensa-
ciones organizativas y políticas para las entidades gremiales y salariales de

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La política en las calles 25

los trabajadores bajo convenio (Etchemendy, 2013). De este modo, la inci-


dencia política del sindicalismo no transitó por el andarivel de la protesta
social contra el gobierno. Por el contrario, su dimensión política provino más
bien de su alianza y movilización de apoyo hacia él.
No obstante, esta coalición encontró límites10 que se fueron profundi-
zando con el paso del tiempo, tanto por obstáculos políticos como por limi-
tantes estructurales del modelo de acumulación. A partir de 2011 emergió,
desde el centro del sindicalismo peronista aliado al gobierno, el principal
cuestionamiento, encabezado por Hugo Moyano, entonces secretario general
de la CGT. Si bien un conjunto de condiciones organizativas y económicas
formaron parte del contexto de esta ruptura y de los años subsiguientes, entre
ellas la creciente dificultad para el aumento del salario real y la relevancia
del impuesto a las ganancias para los trabajadores mejor pagos (Natalucci,
2017), el conflicto fue centralmente político. El empoderamiento del sindi-
calismo nutrió el anhelo de recuperar su peso político en el peronismo de
otros momentos de la historia. Este proyecto se encontró con la oposición de
la estructura territorial del peronismo y de la presidenta, decidida, luego de
su reelección, a construir una fuerza más orgánica y con menos mediaciones
con su base social (Etchemendy, 2013). La ruptura entre Moyano y el gobier-
no implicó la división de la CGT. A pesar de ser minoritaria, esta fracción
produjo, en articulación táctica con otros sectores sindicales y sociales, las
cinco huelgas generales —de acatamiento dispar— que se realizaron contra
el gobierno durante toda la etapa. Los reclamos de paritarias libres y contra
el impuesto a las ganancias enarbolados en los paros evidenciaron la crisis
del pacto corporativo.
Como ya señalamos, la revitalización sindical implicó un mayor peso
de este actor en la protesta y una institucionalización del conflicto social.
Pero estas tendencias no pueden soslayar dos elementos centrales. En pri-
mer lugar, el carácter diverso de la protesta, alcanzado con nitidez en los
noventa, muestra claras señales de continuidad (Pereyra, et. al., 2017). En
el período, una multiplicidad de actores y situaciones fueron objeto de las
acciones colectivas. El siempre presente movimiento de derechos humanos,
los emergentes conflictos socioambientales, el renovado movimiento de las
mujeres, la activación del movimiento de la economía popular, las luchas

10 Un ejemplo de estas limitaciones es la recurrencia de conflictos que no pudieron ser


encauzados y regulados por el gobierno y, en ocasiones, por las cúpulas sindicales. El creciente
poder estructural de los trabajadores y los procesos de recomposición de clase en su conjunto
alimentaron la formación de comisiones internas y la emergencia de sindicalismo de base, en
ocasiones con orientaciones clasistas, que produjeron conflictos con importante repercusión
pública (Spaltemberg, 2012; Varela, 2017). Estos buscaron sin demasiado éxito romper el
techo salarial y enfrentar a las conducciones sindicales, que persistieron con bajos niveles de
renovación.

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contra la denominada inseguridad, los movimientos de los pueblos origina-


rios, entre muchos otros, dan muestra del amplio abanico de la protesta so-
cial. En segundo lugar, la institucionalización de la acción colectiva, es decir,
su canalización por las formas de acción prescriptas por la institución estatal,
continuó siendo parcial.
Dos elementos colaboraron en tal dirección. En primer lugar, la conti-
nuidad de las culturas de lucha emergentes de 2001, signadas por la disrup-
ción como forma de instalar socialmente el reclamo. En segundo lugar, la
política represiva del Estado nacional que, en línea general, fue relativamente
tolerante a dichas formas (Pérez y Rebón, 2012). En este marco, la acción
directa, con los cortes como forma emblemática, persistió con relevancia en
el repertorio de distintos grupos (Antón, et al., 2011; CENM, 2017)11. Estas
formas tendieron a tener mayor uso por aquellos actores con menor poder
estructural e institucional, con clara dificultad para obtener respuestas a sus
reclamos por los canales institucionales (Rebón y Hernández, 2017), pero,
también, como veremos posteriormente, por aquellos que, habiendo perdido
posiciones en el campo estatal para realizar sus metas, tuvieron que pasar del
lobby a la protesta en el espacio público.
La política del gobierno fue estructurando en sus confrontaciones un
proceso de polarización política. La acción colectiva y los movimientos po-
pulares no fueron ajenos al clivaje político en torno al alineamiento frente
al gobierno. Desde el inicio, la política de apertura del gobierno promovió
la división del campo de los movilizados entre quienes se integraron a la
coalición emergente y aquellos que la resistían señalando los elementos de
continuidad con la etapa previa. Las divisiones dificultaron la convergencia
en la movilización, como en el caso de las organizaciones piqueteras y de de-
rechos humanos. La polarización creciente a partir de 2008 produjo nuevos
impactos, entre estos la división de la CTA y que el conjunto de la protesta
social pasase a estar más inscripto en la disputa política general. Pero los
principales cuestionamientos al gobierno no vinieron desde la protesta de
los sectores populares. El cuestionamiento en las calles no provino tanto de
“abajo” como de “arriba” de la estructura social.
El retroceso político-institucional de sectores de las clases dominantes
condujo a la emergencia de procesos sociopolíticos basados en la movili-
zación de masas en defensa de sus intereses. Fue en 2008 cuando estos se
expresaron por primera vez con nitidez en el denominado “conflicto del cam-
po”. Dicho conflicto logró politizar, movilizar y polarizar la sociedad como

11 Esta relevancia se traduce en experiencias de participación. Un estudio por encuesta de carácter


estadísticamente representativo de la población del AMBA en 2012 mostraba que el corte de
vías de tránsito era la tercera modalidad de acción colectiva (8%) en lo que refiere al nivel de
participación de la población, luego de la movilización (25%) y la huelga (18%) (Rebón, 2013).

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La política en las calles 27

ningún otro en la etapa. En marzo de 2008, el gobierno de Cristina Fernández


de Kirchner, con el objeto de resolver un problema fiscal en ciernes, elevó la
alícuota de retención a la exportación de diversos granos, en especial la soja,
y vinculó su variación a la del precio internacional de los productos (Kulfas,
2016). En un contexto de elevada rentabilidad en la exportación de granos
y en el marco de una cosecha récord pronta a ser levantada, la medida fue
vivida por los propietarios rurales como la confiscación de una ganancia pla-
nificada. Las principales entidades corporativas del sector se unificaron en
reclamo de la derogación de la medida. Esto incluyó tanto a organizaciones
de la pequeña producción rural —como la Federación Agraria, con una rica
historia de alianza con los movimientos populares— como a la más tradicio-
nal representante de los terratenientes, la Sociedad Rural.
La “mesa de enlace” conformada por las entidades declaró la no co-
mercialización de granos ni carne, estableciendo verdaderos controles de las
rutas —“cortes”— para garantizar la efectivización de la medida. Se inició
así un intenso conflicto que tomó desprevenido al gobierno y configuró un
movimiento social (Tilly, 2008) que, a semejanza de los desarrollados en
los sectores populares en el período, centró su movilización en la acción
directa —cortes y escraches, por ejemplo— y la práctica asamblearia. La
movilización de masas unificó a los distintos estratos de la propiedad rural
tras un proyecto hegemonizado por los sectores más concentrados del capital
rural. Pero el conflicto excedió lo agrario, movilizando a la oposición social
y política, especialmente a aquellos sectores que se sentían disconformes por
las medidas reformistas del gobierno. En un país urbano desde larga data, la
lucha contra las retenciones involucró y alineó al conjunto de la población,
conformando una dualidad de poder que paralizó el país y desabasteció a los
principales centros urbanos, y expresó el más intenso proceso de generaliza-
ción de la acción directa poscrisis de 2001 (Antón, et al., 2011). La magnitud
del conflicto llevó a que en ese año se alcanzara, según el relevamiento del
Centro de Estudios para la Nueva Mayoría (2016), el nivel más alto de cor-
tes entre 2001 y 2015 —el 26% de todo el período— y a que, según datos
del Programa de Investigación del Movimiento de la Sociedad Argentina,
los propietarios desplazaran a los trabajadores ocupados como componente
principal de la protesta —31% frente a 25%, respectivamente— (Antón, et
al., 2011).
Cada fuerza cortó transversalmente la pirámide social con diferentes
composiciones. Mientras que las movilizaciones y cacerolazos del “cam-
po” tuvieron su base social en las capas medias y altas, el gobierno basó su
movilización en los trabajadores organizados gremialmente y en los pobres
urbanos, junto a grupos de intelectuales progresistas. Finalmente, ante la pro-
longación del conflicto, el gobierno solicitó la aprobación de la medida por

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28 Julián Rebón

el Parlamento, introduciendo algunas reformas. La medida fue rechazada en


el Senado, donde el propio vicepresidente votó en contra. Un año después, el
gobierno vio marcadamente disminuido su caudal electoral en las elecciones
legislativas, al perder la mayoría parlamentaria. Pero, lejos de significar la
derrota estratégica de su política reformista, el gobierno radicalizó su agenda
con el objetivo de consolidar su fuerza. En este marco, desarrolló sus medi-
das más audaces, entre ellas la estatización de los fondos jubilatorios y de
empresas privatizadas en los noventa, una Ley de Servicios Audiovisuales
de carácter antimonopólico —en el marco de un conflicto con el principal
grupo de medios— y la extensión de la protección social a los sectores más
excluidos con la asignación universal por hijo. El conflicto dejó configurada
con nitidez una situación de polarización política, con tendencias antagonis-
tas en su seno.
El segundo gran momento de las movilizaciones de “arriba” fue el ciclo
de cacerolazos que surgió en 2012, luego de la contundente reelección, en
el año precedente, de Fernández de Kirchner con más del 54% de los votos.
Las protestas antagonizaron con el gobierno y tuvieron sus expresiones más
masivas el 13 de septiembre y el 8 de noviembre de 2012 —la más multitudi-
naria de todas— y el 18 de abril de 2013. La convocatoria se organizó a par-
tir de grupos virtuales antikirchneristas, autodefinidos como “apartidarios”,
y fue replicada y amplificada por los medios de comunicación enfrentados
con el gobierno. La movilización fue presentada públicamente como “espon-
tánea y ciudadana”, contrastando en términos simbólicos con la moviliza-
ción popular representada como vinculada al clientelismo del Estado. El uso
del cacerolazo y el discurso “apolítico” dieron cuenta de la huella cultural
de los tiempos de crisis. La estructura de movilización presentó un carácter
individualizado y de pequeños grupos informales, sin presencia pública de
colectivos organizados. No obstante, con el desarrollo del ciclo emergió la
presencia de grupos organizados y partidarios (De Piero y Gradin, 2015). A
diferencia de lo ocurrido en el conflicto del campo, no hubo un reclamo es-
pecífico que articulara las movilizaciones: cada una desarrolló un abanico de
demandas expresado por sus participantes, que fue variando entre elementos
tales como la oposición al cambio de la Constitución para habilitar una nueva
reelección presidencial, la inflación, los discursos de la presidenta en cadena
nacional, los controles a la compra de divisa, la reforma judicial, la corrup-
ción, entre muchos otros.
Lo que sí articuló la diversidad de la protesta fue su oposición en tér-
minos antagónicos al gobierno nacional. Se expresó una suerte de cadena
equivalencial negativa que unificó a los agraviados por compartir la fuente
del malestar. A diferencia de los cacerolazos de 2001, las movilizaciones no
se produjeron en la base social del gobierno; por el contrario, a pesar de su

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La política en las calles 29

masividad, no lograron trascender el núcleo duro de la oposición social al


gobierno con su eje en las capas medio-altas de la población y tampoco vin-
cularse con sectores que se desgajaron de la alianza del gobierno, como los
de origen sindical ya referidos (Gamallo, 2012). No conformaron tampoco
un movimiento social en un sentido pleno, dada la ausencia de núcleos orga-
nizativos públicos de coordinación. Su impacto es difícil de evaluar, dadas la
heterogeneidad y ambigüedad de sus metas.
El gobierno mostró respuestas parciales a algunas de ellas, como por
ejemplo medidas contra la inflación o la inseguridad, o la flexibilización del
control de divisas. Pero no es nítido que estas movilizaciones hayan sido
lo determinante en estas medidas, su impacto es en todo caso indirecto (De
Piero y Gradin, 2015). En nuestra hipótesis, su rol central fue el de mantener
movilizada a la oposición social al gobierno y desgastar su triunfo electoral
obstaculizando la posible consolidación de un proceso hegemónico, dadas
las condiciones de debilidad de la oposición política. Posteriormente, la mar-
cha convocada por un grupo de fiscales en febrero de 2015 buscó activar al
mismo sector, en este caso pidiendo justicia ante la muerte del fiscal Alberto
Nisman y acusando al gobierno de participar en su supuesto asesinato. Esta
vez, si bien la movilización fue masiva, tuvo las mismas limitaciones socia-
les que las anteriores y no logró replicarse. El calendario electoral presiden-
cial corrió el eje, ya definitivamente, de la oposición social a la política.
Como hemos descripto, la etapa se caracterizó por un impacto político
divergente de la protesta social. Más allá de las condiciones favorables para
la lucha corporativa de diversos sectores populares y progresistas, en nues-
tra hipótesis, no fue la protesta la fuente directa de las principales reformas
planteadas por el gobierno, sobre todo luego de su etapa inicial y con nitidez
a partir de 2008. Esto es así por dos razones. En primer lugar, porque, una vez
que la coalición política se consolidó, muchas de las demandas fueron plan-
teadas en su interior por parte de las organizaciones a través de mecanismos
más cercanos a la lógica del grupo de interés que a la de la protesta social.
Pero, en segundo lugar, porque con su estilo centralizado de conducción el
gobierno avanzó en la agenda reformista más allá incluso de que existiera
como demanda de la sociedad civil12. De este modo, medidas de la agenda
reformista, como las nacionalizaciones o la asignación universal por hijo,

12 En sectores tanto del activismo político como del campo intelectual se planteó durante estos
años la discusión de si la posición política del gobierno era más “antineoliberal” que la de la
sociedad civil (Danani, et al., 2012). En nuestra hipótesis, el gobierno avanzó pragmáticamente
resolviendo problemas apoyado en un consenso pasivo favorable a muchas de las medidas. Sin
embargo, en algunas áreas su impronta fue más crítica que la dominante (conflicto del campo,
por ejemplo) y en otras, decididamente menos rupturista, como en el área socioambiental
(Svampa, 2017) o en la organización del servicio de trenes, al menos hasta la parte final del
mandato (Pérez y Rebón, 2017).

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entre otras, no fueron el resultado de la correlación de fuerza de la sociedad


civil, de masas en las calles reclamándolas, sino el resultado de decisiones
políticas que fueron legitimadas públicamente a posteriori. En todo caso el
rol de la protesta social fue indirecto y diferido en su traslación a la agenda
de gobierno. En muchos casos se trató de demandas y luchas de larga data
de las organizaciones sociales, que fueron retomadas fuera del calendario de
la protesta por el gobierno, que definió los tiempos y las formas de su imple-
mentación, y también las capitalizó políticamente.
El rol político central provino de la protesta de “arriba”. Esta tiene más
un rol negativo de obstrucción, veto y control, de generar condiciones de di-
ficultad para la aplicación de políticas, que de logro de medidas positivas. En
todo caso, la política positiva fue la instalación de temas en la agenda públi-
ca, para algunos de los cuales el gobierno formuló respuestas parciales, pero
que, sobre todo, nutrieron la agenda de la oposición. Los puntos máximos de
este proceso se alcanzaron en dos años no electorales con fuerte debilidad de
la oposición política, 2008 y 2012, cuando las movilizaciones fueron las más
masivas que se registraron. En 2015, el ciclo político tuvo su cierre a partir de
la confrontación electoral, con el triunfo en un ajustado balotaje de Mauricio
Macri (PRO-Cambiemos), el exponente político más antagónico al proyecto
kirchnerista. A pesar de esto, la confrontación se resolvió agonísticamente
(Mouffe, 2011) y la transición política se produjo sin sobresaltos, abriendo
una nueva etapa.

En tiempos de Cambiemos
A pesar de su moderado discurso de campaña, el gobierno de la alianza Cam-
biemos procuró tempranamente traducir su triunfo electoral en una reestruc-
turación societal. Desde una orientación neoliberal, en lo económico planteó
una nueva fase de apertura, liberalización de la economía, endeudamiento y
transferencia de recursos, a través de diversos mecanismos, a sectores con-
centrados de la economía (financiero, agrario y energético) a expensas del
conjunto social (Ferrer, 2016). Su programa de gobierno implica desandar
diversas regulaciones y derechos sociales instalados en la década previa, o
incluso previamente, y alterar la distribución del poder estructural en la so-
ciedad argentina, tanto en el interior de la clase dominante, donde el capital
financiero gana fuerte peso, como en las relaciones entre el capital y el traba-
jo (Basualdo y Manzanelli, 2017).
En este último sentido, plantea como uno de sus ejes centrales la bús-
queda del disciplinamiento para los trabajadores y los movimientos popu-
lares. Su parentesco con las políticas de la década de los noventa no puede
soslayar su originalidad. Para comenzar, se trata del primer gobierno consti-
tuido por la élite de la clase dominante que arribó al gobierno en elecciones

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La política en las calles 31

competitivas y con la unificación, de modo inédito, de las élites económica,


política, judicial y mediática, lo cual le otorga una significativa acumula-
ción de poder social a pesar de no tener mayoría parlamentaria ni presencia
importante en los sectores populares de la sociedad civil. En segundo lu-
gar, la novedad estriba en que las clases subalternas, en términos generales,
durante el siglo XXI han enriquecido su cultura de lucha, incrementado su
poder institucional y alcanzado nuevos derechos. Además, a diferencia de lo
ocurrido en los noventa, el modelo de acumulación y de regulación social
previo, a pesar de las evidentes tensiones y dificultades de los últimos años,
no había entrado en una crisis general como para justificar socialmente un
cambio radical (Pierbattisti, 2017). En estas condiciones, la determinación de
reestructuración del capitalismo argentino está encontrando uno de sus obs-
táculos más significativos en la protesta social. De este modo, el avance de
las contrarreformas está siendo regulado pragmáticamente, retrocediendo en
ocasiones, prolongando e incluso profundizando algunas políticas sociales
previas, y avanzando allí donde las líneas de defensa son más débiles y no
desatan procesos que vulneran la política general.
Las protestas de los trabajadores en sus distintas expresiones configuran
el eje principal de la resistencia. Esta se caracteriza por la diversidad en sus
componentes, por su masividad (Varela, 2017) y por su capacidad puntual de
convergencia táctica. Según datos del Ministerio de Trabajo (2017), durante
el primer año de este gobierno en el campo del conflicto laboral se alcanzó
la mayor cantidad de huelguistas desde que comenzó la serie, en 2006, con
el escalamiento de reclamos netamente defensivos, como los reclamos por
despidos. Al igual que en diversos momentos de reestructuración regresiva
de las condiciones para el trabajo, la dualidad estructural del actor sindical se
expresa en la tensión entre la resistencia y la integración13.
Para la parte dominante del sindicalismo, la política está pasando por el
nivel de la negociación con el objeto de preservar recursos de las organizacio-
nes y sus conducciones y moderar o administrar el impacto de las reformas
en los sectores que representan. Para otros actores del sindicalismo, como los
enrolados en las CTA y muchos de ellos en la CGT, la búsqueda está siendo
expresar la disconformidad y enfrentar abiertamente la política de gobierno.
Sin embargo, el avance de la apertura de las importaciones, la disminución
del salario real, el aumento de los despidos, el horizonte de reformas plan-
teado y las avanzadas políticas y judiciales sobre el sindicalismo, junto al

13 Con dualidad estructural nos referimos a que el actor sindical, por una parte, expresa
el malestar y las demandas del trabajo, configurando una lógica de la movilización, y, por
otra, se muestra como un actor en el sistema que administra y controla la disconformidad,
garantizando estabilidad en los recursos, configurando una lógica del grupo de interés. Ambos
polos presentes y necesarios al actor sindical originan distintos tipos de sindicalismo, según sea
su peso relativo en la práctica (Offe y Wiesenthal, 1992).

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32 Julián Rebón

malestar en las bases, están configurando la construcción de momentos de


masiva movilización unitaria y modificando recurrentemente las fronteras
entre los sectores más vinculados a uno u otro eje de orientación. A diferen-
cia de los noventa, estos momentos de unidad incorporaron desde el inicio
a expresiones organizativas de los sectores más pauperizados y precarios
del trabajo, como trabajadores de cooperativas, pequeños emprendimientos,
vendedores ambulantes, entre otros14. Estos actores gremiales, que expresan
en el campo organizativo la persistencia estructural de fuerte desigualdades
en el interior de la fuerza de trabajo, mostraron una gran capacidad de movi-
lización y de articulación con los actores sindicales, al obtener en un contexto
desfavorable la promulgación de la ley de emergencia económica que, entre
otros elementos, implicó la formulación de un salario complementario para
trabajadores de la economía popular (Abal Medina, 2017).
Otro componente significativo de la protesta es el movimiento de dere-
chos humanos. Este movimiento se está articulando crecientemente en oposi-
ción a cambios en la política de memoria y justicia respecto a los crímenes de
la última dictadura cívico-militar. El principal acontecimiento en este campo
ocurrió en mayo de 2017, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
luego de la incorporación de dos nuevos jueces propuestos por el presidente,
falló a favor de que los condenados por delitos de lesa humanidad pudie-
ran computar doble el tiempo que estuvieron detenidos antes de contar con
una sentencia firme. Esto, en términos prácticos, implicaba la liberación de
una parte significativa de los condenados. El fallo despertó una ola de repu-
dio, las organizaciones de derechos humanos convocaron a movilizaciones
en todo el país que representaron el principal hecho de masas del período.
El gobierno, luego de declaraciones iniciales que legitimaban su aplicación,
ante el malestar social cambió de posición y participó en la rápida sanción
de una ley que excluye la aplicación del “dos por uno” en los delitos de lesa
humanidad. El fallo quedó finalmente suspendido en sus efectos prácticos.
En el período, las organizaciones están manteniendo importantes niveles de
movilización e integrando cada vez más en su agenda la lucha contra la polí-
tica represiva del gobierno.
Finalmente, el renovado movimiento de género, surgido a mediados de
2015 bajo la consigna Ni una menos y que logró instalar en el país —con
repercusiones en otros países de Latinoamérica— la violencia y la desigual-
dad de género como problema público, mantiene una activa movilización
en el período (Cabral y Acacio, 2016). El movimiento produjo un proceso

14 El desarrollo de la Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular y otras


organizaciones expresó la capacidad de un sector del movimiento piquetero de articular con
otros actores, reestructurando su acción hacia el territorio socioproductivo en convergencia y
tensión con la política social del gobierno anterior que alentó la formación de cooperativas y
emprendimientos comunitarios (Abal Medina, 2017; Kasparian, 2017).

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La política en las calles 33

de politización de sus demandas contra el gobierno nacional por recortes de


presupuesto y falta de implementación de políticas vinculadas a la temática
de género, la represión de movilizaciones e incluso la política económica
y social en general. También, como parte de la actividad del movimiento,
se consolidó públicamente la instalación del reclamo del derecho al aborto
legal, seguro y gratuito, configurando las condiciones para su posterior de-
sarrollo —más allá del período abarcado por este trabajo— en un intenso y
masivo movimiento social.
Pocos momentos de la historia sintetizan con nitidez un ciclo de movili-
zación como marzo de 2017. En esos días se registraron masivas protestas de
distintos sectores. Cinco movilizaciones merecen destacarse por su carácter
multitudinario. Cada una de ellas convocó a centenares de miles. Entre es-
tas se encuentran la marcha federal docente en el marco de una prolongada
huelga contra el desconocimiento de los mecanismos paritarios institucio-
nalizados durante el período anterior, el acto de protesta convocado por la
CGT con la adhesión de la CTA y organizaciones sociales que terminó en
incidentes ante la falta de precisión de la conducción en torno a la convoca-
toria a un paro general, una marcha y paro de Ni una menos en reclamo de
igualdad de género y la movilización del 24 de marzo en conmemoración
del Día de la Memoria y contra las declaraciones negacionistas en torno al
genocidio de funcionarios gubernamentales. Fue un mes en el que la calle
estuvo politizada contra el gobierno como pocas veces en la historia. Pero
cuando la iniciativa en el espacio público parecía perdida para este, y a pocos
días de materializarse el paro convocado por el conjunto del sindicalismo,
surgió desde las redes sociales, con rápida y activa difusión en los medios
de comunicación, la convocatoria a una movilización en defensa de la de-
mocracia. Esta se materializó el 1° de abril, sorprendiendo a muchos por su
masividad y teniendo como eje la oposición al kirchnerismo y a las moviliza-
ciones reseñadas, y, secundariamente, en apoyo al gobierno. Los cánticos de
“no vuelven más”, en alusión al gobierno anterior, y “los chicos a la escuela”,
en alusión al paro docente, dan claridad del contenido de la movilización. La
contramarcha mostró que durante el kirchnerismo las capas más acomodadas
de la sociedad configuraron una cultura de acción colectiva con sus propias
dinámicas y valores. La contramarcha fue menos masiva que buena parte de
las movilizaciones opositoras, pero su carácter inesperado y la capacidad me-
diática de la política de gobierno la convirtieron en una evidencia de su apoyo
popular y del hastío hacia la protesta. La acción colectiva, en tanto conflicto
no regulado, tiende a resolverse en los términos de su percepción social (Mc
Adam, et al., 1999). Aun cuando, pocos días después, el primer paro general
del sindicalismo en el período alcanzó una gran adhesión —la mayor desde
de diciembre de 2001—, el gobierno encontró impulso para retomar la inicia-
tiva política y avanzar en cambiar las condiciones de la protesta.

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Desde el inicio del gobierno de Macri, dichas condiciones tendieron al


cambio. El encarcelamiento de la dirigente Milagro Sala, de la organización
social Tupac Amaru, en el marco de un acampe frente a la casa de gobierno
de Jujuy, y su posterior mantenimiento en esta situación a partir de la apertura
de nuevas causas fue el primer signo evidente del cambio de las condiciones
de contorno para la acción colectiva. El uso del sistema judicial contra los
integrantes de organizaciones sociales y políticas, una práctica preexistente,
adquirió una renovada sistematicidad para el Poder Ejecutivo Nacional y los
ejecutivos locales, con el objeto de modificar la correlación de fuerzas en
contra de los protagonistas de los reclamos (CELS, 2017)15. La avanzada de
represión y estigmatización de la protesta adquirió un renovado impulso a
partir de abril de 2017. La represión afectó la libertad de reunión y expre-
sión (Amnistía Internacional, 2018). Devino más intensa, incrementándose
la cantidad de detenidos (Observatorio de Desarrollo Social, 2017) y alcanzó
a sectores y localizaciones que hasta entonces no tendían a ser reprimidos,
como por ejemplo maestros que montaban una carpa de protesta en la ciudad
de Buenos Aires.
Por otra parte, sectores más habituados a padecer la represión, incluso
en la etapa previa (Svampa, 2017), fueron objeto de una avanzada represiva.
Este es el caso del pueblo mapuche, cuya lucha por la tierra es objeto de una
amplia estigmatización bajo el rótulo de “amenaza terrorista”. En este marco,
la intervención de fuerzas federales se volvió más recurrente, y se produ-
jeron, en agosto, en el contexto de la represión indiscriminada de un corte
de ruta, la desaparición del manifestante Santiago Maldonado —aparecido
sin vida más de dos meses después— y, en noviembre, en otra represión a
la lucha mapuche, el homicidio del manifestante Rafael Nahuel (Amnistía
Internacional, 2018). Desde el Poder Ejecutivo Nacional, las intervenciones
y acciones fueron justificadas y reivindicadas, estigmatizando a las víctimas
y obstaculizando las investigaciones. Se produjo así un proceso que tiende a
cambiar la ecuación entre las formas prescriptas, toleradas y proscriptas de
la acción colectiva, a favor de estas últimas. Formas de intervención activa
y disruptiva instaladas en el repertorio popular, como los cortes y las tomas,
registraron renovados obstáculos a su uso. Pero este proceso no solo afectó la
acción directa. La huelga —el derecho a no cooperar como forma de reclamo
en la relación laboral— encontró nuevas dificultades ante prácticas antisindi-

15 También se registra una proliferación de causas judiciales contra funcionarios del gobierno
anterior, incluida la expresidenta. Estas causas no se restringen a delitos económicos, sino que
incorporan, como un nuevo avance de la judicialización de la política ya existente (Nosetto,
2014), causas sobre decisiones de gobierno. Destacan crecientes rasgos de instrumentalización
política de los procesos judiciales, entre estos el uso generalizado de la prisión preventiva, el
automatismo en la apertura de causas, la selectividad de los avances y su sincronización en
términos políticos (Garzón, 2018).

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La política en las calles 35

cales del gobierno y nuevos fallos judiciales (CELS, 2017). La movilización


misma —la forma más convencional y generalizada de la protesta—, como
veremos a continuación, está siendo objeto de una creciente práctica repre-
siva.
Los acontecimientos de diciembre de 2017 muestran con nitidez este
nuevo contexto. Luego de su triunfo en las elecciones legislativas de medio
término, en octubre, el gobierno redobló su apuesta de contrarreforma, que
tiene como ejes, entre otros ámbitos, el terreno laboral, el previsional y el
impositivo. La reforma previsional, que consistió básicamente en el cambio
del índice de actualización de las jubilaciones —implicando una significativa
disminución inicial del aumento jubilatorio—, representó el eje de la resis-
tencia. El día de su tratamiento parlamentario en la Cámara de Diputados,
una masiva movilización de sindicatos y organizaciones sociales y políticas
en la Plaza del Congreso fue ferozmente reprimida, e incluso diputados fue-
ron objeto de la represión. No obstante, muchas de las columnas de manifes-
tantes, luego de sufrir la represión, se reorganizaron y volvieron a ingresar a
la plaza expresando su determinación. Finalmente, ante reclamos de la opo-
sición, luego retomados incluso por sectores del propio oficialismo, la sesión
se levantó, sin embargo, la represión y las razias policiales se extendieron
por varias horas.
Pocos días después, la amplia oposición social a la reforma se expresó
en otra masiva movilización, ante una nueva sesión en el Congreso, que in-
cluyó un paro general de actividades. La concentración derivó rápidamente
en enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y centenares de manifestan-
tes que atacaron con palos y piedras las columnas policiales. Los moviliza-
dos procuraron permanecer en la plaza a pesar de la represión, hasta que su
intensidad logró desalojar el área. Posteriormente, las fuerzas de seguridad
practicaron una cacería de manifestantes por el centro de la ciudad con inusi-
tada violencia. Con un saldo, según fuentes oficiales, de 68 detenidos y 162
heridos, entre ellos 88 policías, este representó el episodio de violencia co-
lectiva más importante en el marco de una protesta social desde las jornadas
de diciembre de 2001. Pero la represión no apagó la expresión del malestar.
Por la noche, Buenos Aires y ciudades del resto del país fueron sacudidas por
cacerolazos a través de los que se expresaron protestas contra la reforma del
gobierno.
Finalmente, el proyecto, con modificaciones menores, fue sancionado.
La reforma avanzó, pero no sin costos para la legitimidad del gobierno, inclu-
so entre sus votantes. También terminó de dañar el principio de acuerdo que
existía entre el gobierno y la cúpula de la CGT en torno a la reforma laboral,
lo que obligó al gobierno a postergar su debate. El resultado del conflicto
muestra que la protesta social en condiciones de debilidad de la oposición

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política es un modo central de canalizar la disconformidad e incluso un dina-


mizador de la unidad de la oposición política, tal como se pudo registrar en el
debate en la Cámara de Diputados (Grimson, 2017). Pero hasta el momento,
en líneas generales, la protesta social está imponiendo obstáculos y modifi-
caciones paliativas a las reformas sin poder detener la tendencia del cambio
social. Las imágenes de barricadas con humo en el centro de la ciudad de
Buenos Aires y de ciudadanos protestando con cacerolas en los barrios reme-
moran postales de 2001, lo que muestra la vigencia de la protesta como ve-
hículo político ciudadano en la Argentina actual y, también, las dificultades
para su contención represiva.

Reflexiones finales
El análisis precedente nos muestra la persistencia y relevancia de la protesta
social en la Argentina de la primera parte del siglo XXI.
La protesta tiene un rol relevante como mecanismo de expresión de de-
mandas hacia el sistema político-institucional. En nuestra hipótesis, su im-
pacto en términos políticos —más allá de lo estrictamente corporativo— es
más negativo que positivo y su principal rol es el veto fáctico de acciones
de gobierno o, en caso extremo, del gobierno mismo. Ante la debilidad del
sistema de partidos en el período de análisis, en particular de la oposición
política, la protesta se configura como forma privilegiada de oposición so-
cial en diversos momentos16. Este carácter conduce reiteradamente a que los
ciclos masivos de protesta se nutran en su composición de las posiciones en
la estructura social que tienden a no formar parte de la base de la alianza de
gobierno.
En 2001, el carácter destituyente adquirió tal intensidad, precisamente
porque una parte sustantiva de la base social del gobierno se movilizó en su
contra. Por otra parte, la predisposición a la protesta en la población hace que
se convierta en un relevante horizonte de restricción de la política pública.
Como hemos visto, la protesta como horizonte incide significativamente en
decisiones de gobierno en campos tan diversos como la política económica,
social o represiva. Finalmente, en casos como las movilizaciones en apoyo al
gobierno en el conflicto del campo o frente a las marchas opositoras en 2017,
opera negativamente contra aquellos que se movilizan —contraprotesta—, lo
que afirma la acción de gobierno.

16 El carácter negativo es un facilitador de la acción colectiva. La defensa permite definir con


nitidez el adversario con base en agravios al afectar posiciones previamente legitimadas
(Thompson, 1979) y promueve la convergencia de actores diversos en sus metas atenuando
posibles controversias (Rosanvallon, 2007). La selección de la defensa como estrategia de
acción nace de la debilidad en el campo de relaciones (Clausewitz, 1984), por esta razón el
remanido debate entre los activistas de base acerca de la necesidad de pasar de lo “negativo” a
lo “propositivo” en la lucha no deja de ser, en muchos casos, más que una expresión de deseo.

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La política en las calles 37

Secundariamente, la protesta incide de manera positiva en las medidas


de gobierno, básicamente a través de dos formas. En primer lugar, la más
clásica, a partir de la instalación y el logro de una política, en general me-
diante apoyos políticos transversales, es el caso, por ejemplo, de la Ley de
Emergencia Social durante el gobierno de Macri o la Ley de Matrimonio
Igualitario durante el kirchnerismo (Figari, 2011). En segundo lugar, incide
indirectamente, como elemento configurador de temas en la agenda pública
que a posteriori puedan ser incorporados por iniciativa del gobierno en su
campo de acción, como, por ejemplo, la asignación universal por hijo. Pro-
fundizar en el conjunto de hipótesis aquí esbozadas requiere de una futura
investigación empírica.
Por otra parte, la práctica generalizada de la acción colectiva abre de-
safíos investigativos a los estudios en la temática. En primer lugar, el de
conocer en qué medida se ha ampliado en el siglo XXI la proporción de po-
blación que participa en la acción colectiva, así como situar dichos niveles en
comparación con otros países. A pesar de la abundancia de estudios sobre la
acción colectiva, carecemos de registros sistemáticos a nivel nacional sobre
la experiencia de la población, más allá de algunos avances puntuales sobre
el AMBA (Gómez, 2008; Rebón, 2013). En segundo lugar, en sintonía con
lo ocurrido en otros países (Fillieule y Tartakowsky, 2015), se registra una
mayor heterogeneidad de los participantes, la protesta no es patrimonio de
ningún grupo social. La presencia de culturas de lucha diversas —e incluso
contrapuestas— expresa procesos de sedimentación que retoman y actualizan
las luchas del pasado. Estudiar sus repertorios, estructuras de movilización e
identidades de modo comparado es, sin lugar a duda, un desafío pendiente.
Como hemos descripto, el período de análisis presenta cambios en la
caja de herramientas de lucha de distintas identidades. En los tiempos de
crisis se consolidó un nuevo repertorio de acción en el cual las formas disrup-
tivas de la protesta alcanzaron alta relevancia. Durante la etapa kirchnerista,
a pesar de que se produce una institucionalización del conflicto, este carácter
disruptivo persistió. En el período actual se cambian las condiciones de la
acción colectiva con el avance de formas que en la práctica habían entrado
relativamente en un umbral de tolerancia fáctica hacia un terreno cada vez
más nítidamente de proscripción. Los procesos represivos amenazan incluso
con alcanzar las formas más convencionales y clásicas de la protesta.
La política de gobierno, crecientemente antagónica —exclusión del
oponente—, tiende a plantear un conjunto de desafíos para las organizacio-
nes civiles y sociales. En primer lugar, la necesidad de incorporar a su agenda
de reclamo y marco de alianza la defensa de las garantías democráticas e
invertir importantes recursos organizativos para enfrentar los procesos de ju-
dicialización. En segundo lugar, actualizar las culturas de acción a las nuevas

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38 Julián Rebón

condiciones. El cambio de condiciones conduce a las organizaciones a recu-


perar el rico acervo de medidas de seguridad de otros momentos de la historia
y actualizarlo a las nuevas condiciones tecnológicas. Finalmente, como lo
demuestra la investigación comparada sobre la acción colectiva (Tilly, 2008),
el cierre de las condiciones de la protesta tiende a conducir a su expresión
en términos de violencia colectiva. La reiteración de incidentes en diversas
movilizaciones en el último tiempo plantea a las organizaciones el desafío
de mayores medidas de coordinación y autocontrol y a practicar sistemática-
mente estrategias de no violencia activa que, sin ceder en términos de movi-
lización y disrupción, no incurran en el combate violento —recurrentemente
desigual— con las fuerzas de seguridad, para evitar así la profundización de
procesos de deslegitimación y criminalización de los reclamos. La fuerza
moral es uno de los elementos más poderosos de la protesta de la sociedad
civil (Ameglio, 2002). Protegerla y fortalecerla en la acción colectiva supone
recuperar y actualizar el acervo existente en las historias de las luchas socia-
les para enriquecer las estrategias del presente.
Para concluir, remarquemos: la política en las calles es uno de los me-
canismos a través de los cuales se expresa la discusión por la direcciona-
lidad del país. En los tiempos de la crisis de 2001 fue la expresión de la
crisis de la hegemonía de la valorización financiera y el cuestionamiento a
las personificaciones dominantes de la política desde múltiples posiciones
de la estructura social y diversidad de perspectivas. A partir de 2003 tendió a
tener contenidos sociales y políticos más definidos. Un gobierno reformista
que alteró parte de las tendencias dominantes desató un proceso de polari-
zación que atravesó la acción colectiva. El arribo en 2015 de un gobierno
de tendencia contraria parecería reeditar las tesis del “empate hegemónico”
(Portantiero, 2003) entre distintos proyectos de capitalismo para el país, que,
entre otros tópicos, implica la distribución del poder social entre las clases
subalternas. La pendularidad de ciclos (Ferrer, 2016) sugiere la existencia de
un bloqueo mutuo. Sin embargo, vale la pena distinguir que los términos no
son iguales —no hay polaridad— para las fuerzas en disputa. Las moderadas
reversiones de las reformas liberales de los noventa, obtenidas lentamente
durante el ciclo anterior, en muchos casos, son actualmente revertidas con
rapidez. Pero la direccionalidad no está resuelta ni consolidada. Realizar la
victoria en términos de la élite dominante, resolver los términos del empate,
presupone la derrota social de la resistencia popular. Para esta, la defensa
de las condiciones alcanzadas y del marco de garantías institucionales es el
prerrequisito para luchar a futuro por ampliar los horizontes de igualación.
Para todos, independientemente de los términos en los que lo expresen, la
lucha continúa.

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.2

Estado y alianzas..., cuarenta años después


Elementos para pensar el giro a la derecha en
Argentina
Gabriel Vommaro

Resumen
Este artículo vuelve sobre una gran pieza de economía política escrita por G. O’Donnell, Estado y
alianzas en la Argentina, 1956-1976. El objetivo es, por un lado, revisitar la riqueza de un estilo de
trabajo que combinaba preocupación por factores estructurales y procesos políticos y articulaba
las miradas sociológica, politológica y económica, lo que se ha vuelto poco frecuente con la
hiperespecialización de las ciencias sociales. Por otro lado, se trata de movilizar el esquema de
análisis que el autor desarrolló en aquel ensayo para comprender el proceso político iniciado
en Argentina en 2015 con el triunfo de una fuerza política de centro-derecha, que rompe con la
debilidad electoral de ese espacio.
Palabras clave: economía política / sociología política / coaliciones políticas y sociales / Argentina.

Abstract
State and alliances..., forty years after. Elements to think the right turn in Argentina
This article returns on a great piece of political economy written by G. O’Donnell, State and alliances
in Argentina, 1956-1976. The objective is, on the one hand, to revisit the richness of a work style
that combined concern for structural factors and political processes and articulated sociological,
political and economic views, which has become rare with the hyperspecialization of the social
sciences. On the other hand, the objective is to mobilize the analysis scheme that the author
developed in that essay to understand the political process initiated in Argentina in 2015 with the
triumph of a center-right political force that breaks with the electoral weakness of that spectrum.
Keywords: political economy / political sociology / political and social coalitions / Argentina.

Gabriel Vommaro. Doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales
(Francia), profesor en la Universidad Nacional de San Martín, investigador del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, especializado en temas de sociología
política.
E-mail: gvommaro@unsam.edu.ar

Recibido: 13 de abril de 2018.


Aprobado: 6 de agosto de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 43-60.
Introducción
En diciembre de 1976 Guillermo O’Donnell presentó en un simposio en la
Universidad de Cambridge un ensayo que intentaba reconstruir el ciclo político
pendular vivido por Argentina desde la caída del primer peronismo en 1955
hasta el golpe de Estado de 1976. Este ensayo fue publicado por la revista De-
sarrollo Económico a comienzos de 1977 y, ese mismo año, por el Centro Bra-
sileño de Análisis y Pensamiento (CEBRAP), institución en la que O’Donnell
tuvo un rol fundamental. De modo que en Estado y alianzas en la Argentina,
1956-1976 (Estado y alianzas…, en adelante) se unen dos de los “hogares”
intelectuales que forman parte central del derrotero académico del autor.
El trabajo sigue una perspectiva histórica para buscar en la evolución de
las alianzas de clase y fracciones de clase producidas durante ese período —así
como de la intervención del Estado a favor de una o de otra alianza— algunos
rasgos explicativos generales del proceso de gobiernos civiles débiles inte-
rrumpidos por gobiernos militares con voluntad de refundación que signó a Ar-
gentina durante buena parte del siglo XX. En diálogo con El Estado burocrá-
tico-autoritario (O’Donnell, 1982), escrito entre 1974 y 1976 pero publicado
recién en 1982, O’Donnell realizó un análisis de las “tendencias de largo plazo
que enmarcan a dichas coyunturas y, a la vez, permiten ligarlas con el proceso
histórico en el que han emergido y se han disuelto” (O’Donnell, 1977, p. 521).
En definitiva, es en la articulación de las estrategias de los actores y de
los factores estructurales que condicionan sus decisiones —asociados tanto
con la distribución desigual de recursos como con inercias históricas insti-
tucionalizadas— que el autor encontró las claves explicativas de la inestabi-
lidad del ciclo, que comenzó con la caída del primer peronismo y culminó
con la instauración de la última dictadura militar. En él se desplegó toda la
complejidad de la “Argentina peronista”, el fenómeno político crucial de la
segunda mitad del siglo XX, que sin duda había alterado los modos en que se
ordenaban y se percibían las relaciones entre los grupos sociales.
Precisamente, el ensayo de O’Donnell se ocupó de analizar la crisis de
la hegemonía de la fracción más antigua de la burguesía argentina —el sector
agrario pampeano— y las dificultades para instaurar una dominación duradera
por parte de la llamada “alianza defensiva”, constituida “básicamente por el
sector popular y por fracciones débiles de la burguesía urbana” (1977, p. 537)
y expresada de manera histórica en el peronismo.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 43-60.
Estado y alianzas..., cuarenta años después 45

En este texto nos preguntaremos, primero, ¿qué nos muestra el ensayo


sobre el modo de estudiar la política que empleaba O’Donnell?; segundo,
¿cómo pensar la Argentina reciente a partir de las coordenadas provistas por
el autor? Al respecto, nos enfocaremos en las características de una relativa
novedad en relación con el ciclo analizado en ese ensayo: el hecho de que la
crisis de expresión política de la burguesía agraria podría haber encontrado
una solución, al menos transitoria, con la conformación de un polo competi-
tivo de centro-derecha, la coalición Cambiemos, que llegó a la presidencia de
la nación en 2015. Las páginas que siguen reflexionan sobre estas cuestiones
en un estilo ensayístico, sin movilizar elementos empíricos conclusivos, aun-
que den cuenta de algunos datos que sostienen nuestros argumentos.

Un análisis político estructural, no determinista, anclado social y


económicamente
La perspectiva de análisis de la política basada en una combinación de socio-
logía y economía políticas fue uno de los estilos de trabajo fundamentales de
la investigación en ciencias sociales en la Argentina de la segunda mitad del
siglo XX (Vommaro y Gené, 2017b). En diálogo con la historia, con la teoría
social y con la teoría y la ciencia política, esta perspectiva multidisciplinar
avant la lettre se interrogó sobre todo por la constitución del peronismo y los
procesos sociopolíticos que le habían dado nacimiento, así como los que este
traía como novedad.
Las investigaciones fundadoras de Gino Germani (1962) combinaban
prácticas creativas y muchas veces inéditas de construcción de información
empírica con la movilización de un conjunto de herramientas conceptuales,
tomadas de las teorías de la modernización y de la movilización social, que
le permitieron proponer una explicación sobre el modo en que el movimiento
naciente, por un lado, había conseguido la incorporación de vastos contin-
gentes sociales a la vida política y, por otro lado, había sido el vehículo por el
que, por primera vez en la historia del país, se conformó un electorado legible
en términos de clase, y en especial un electorado consistente y mayoritaria-
mente constituido en torno a la clase obrera (Germani, 1955), como núcleo
de lo que O’Donnell llamaría luego “el sector popular”.
El uso creativo de diferentes fuentes metodológicas también estaría pre-
sente en los trabajos de O’Donnell —quien había tenido contacto con Ger-
mani—, y se vio reflejado, a lo largo de su obra, en la combinación de una
perspectiva histórica con la estadística económica, de la teoría institucional
de la política con la etnografía “silvestre” movilizada, por ejemplo, en el
célebre texto ¿Y a mí, que me importa? (O’Donnell, 1984), al que nos refe-
riremos luego.

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46 Gabriel Vommaro

Este estilo de trabajo hizo posible conectar procesos sociales y económi-


cos, que podríamos llamar estructurales —la transformación del capitalismo
argentino—, con procesos políticos vinculados a la constitución de cierto
tipo de alianzas entre actores —militares, sindicales, partidarios— que, en
esas condiciones socioeconómicas, definían estrategias en defensa de mo-
delos de país con certeza opuestos, en los que ambos componentes —los
procesos sociales y económicos y los procesos políticos— se anudaban de
modo diferente. En esta combinación se advierte con claridad la inspiración
marxista, por un lado, y weberiana, por el otro, de los trabajos de O’Donnell,
en especial en los años setenta y ochenta, en los que se ocupó de estas dos
cuestiones: las alianzas entre actores sociales y políticos y el rol del Estado
en el establecimiento de un modelo económico que asignaba “ganadores” y
“perdedores”. A estos dos asuntos nos referiremos enseguida.

El Estado y las alianzas en la Argentina pendular: algunos comentarios


Estado y alianzas… explica la dinámica política pendular que dominó el país
entre 1956 y 1976 en función de: primero, las condiciones estructurales de
las relaciones políticas, ya que las clases y fracciones de clase estudiadas se
vinculan entre sí en virtud del conflicto distributivo, y en especial en torno
a la apropiación de bienes exportables, que son también bienes de consumo
masivo; segundo, la historicidad de la conformación de esos grupos: en lugar
de pensar en actores determinados de forma pura por las relaciones de pro-
ducción, O’Donnell se ocupó de sus condiciones históricas de construcción,
y de los recursos económicos, sociales y políticos con los que se equiparon
en ese recorrido. Las clases sociales, así, viven en la dinámica histórica a
través de los grupos movilizados que les dan cohesión, programa y, en cierto
sentido, una identidad. No hay, entonces, una mirada objetivista de las clases
que haga proceder mecánicamente “del papel”, por hablar como Pierre Bou-
rdieu, su intervención en la historia1.
El autor identificó dos grandes colectivos en conflicto en la historia Ar-
gentina de la segunda mitad del siglo XX: de un lado, una burguesía pampea-
na conectada con el mundo pero, desde los años veinte, con serias dificulta-
des para construir una expresión política propia competitiva y duradera, que
logró atraer a otros grupos burgueses, también trasnacionalizados, que fueron
aliados circunstanciales de un proyecto “disciplinador” en los ciclos políticos
regresivos; del otro, unas clases populares relativamente fuertes en cuanto a
su capacidad de presión, identificadas en su mayoría con el movimiento po-

1 Para Bourdieu, en efecto, las clases existen “en el papel”, como probabilidad teórica, lo que
no debe confundirse con su existencia “real”, dada desde el momento en que se conforma un
grupo con capacidad de movilización, portavoces, organizaciones e ideologías que mantienen
unidos a sus miembros. Cf. Bourdieu (1984).

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lítico peronista, pero con limitaciones importantes para superar la dinámica


corporativa y construir un proyecto económico duradero.
Por eso es que solo tuvieron el apoyo de las fracciones más débiles de la
burguesía, aquellas que dependían más del mercado interno. En este contex-
to, emerge la importancia del Estado, que es, a la vez, sujeto de una historia
pendular y eje central del conflicto político. En tanto poseía baja autonomía
respecto de los grupos en lucha, en cada coyuntura era “arrastrado” por los
actores que lograban controlar su dirección. Veamos con más detalle algunos
de estos rasgos del Estado y las clases.

Las burguesías argentinas


O’Donnell dividió a la burguesía en “burguesía doméstica” y “burguesía
trasnacional”, en virtud del origen del capital, y en “gran burguesía urba-
na” (industrial) y “burguesía pampeana”, en virtud del tipo de actividad (y
aquí ya no importa el origen del capital). Luego se ocupó también de su
“tamaño”: gran, mediana y pequeña burguesía. En todos los casos, lejos de
aparecer como un actor monolítico, las diferentes fracciones de esa clase
podían actuar diferente según primase una u otra dimensión que caracteriza
su composición (el elemento nacional, el tamaño, los intereses sectoriales, et-
cétera). En ciertas coyunturas, entonces, la gran burguesía urbana, de origen
extranjero predominante, se plegaba a la burguesía pampeana, y en otras se
asociaba a la mediana y pequeña para aprovechar las protecciones aduaneras.
En líneas generales, O’Donnell habló del “clivaje interburgués” (1977, p.
533) que impedía a esa clase construir un bloque consistente a lo largo del
tiempo, lo que constituía una particularidad del caso argentino que estaba en
la base de la debilidad de la conformación de una hegemonía duradera.
Esta dificultad se asociaba también con la debilidad —o inexistencia— de
una expresión político-partidaria de estos sectores. Si los clivajes interburgue-
ses obstaculizaban la agregación de intereses intersectoriales, la falta de orga-
nizaciones partidarias representativas agudizaba la imposibilidad de proponer
un proyecto en condiciones de incorporar mayorías sociales. En ese contexto,
los sectores burgueses más dinámicos se apoyaron en el actor militar para im-
poner un orden que interrumpía el ciclo de predominio popular, revertía sus
conquistas y producía un ajuste del gasto público vinculado con estas. Ese im-
pulso llevaba entonces a una situación de debilidad política y de movilización
social que desembocaba en un nuevo ciclo de la alianza defensiva.

“El sector popular” y sus limitaciones


O’Donnell identificó dos rasgos centrales de este sector, y en especial de su
relación con las distintas burguesías. Por un lado, la clase obrera industrial
tenía un peso preponderante en Argentina. Su agrupamiento en sindicatos

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fuertes la dotaba “de recursos económicos y organizativos significativamen-


te mayores que los del resto de América Latina” (1977, p. 531). Por otro
lado, como dijimos, se encontraba en un conflicto estructural con la burgue-
sía pampeana, ya que los principales productos de exportación de la econo-
mía argentina eran, al mismo tiempo, “alimentos que constituyen el princi-
pal bien-salario del sector popular” (1977, p. 531). En estas condiciones, las
ganancias de una clase estaban en directa oposición, quizás de manera más
brutal que en otros casos, a los ingresos de la otra.
En otro trabajo, de orden más etnográfico que de análisis estructural, que
O’Donnell titularía ¿Y a mí, que me importa? (1984), el autor asoció este poder
de movilización del sector popular a una suerte de plebeyismo a medio camino,
que desconocía —“mandaba a la mierda”— las jerarquías sociales, es decir, la
primacía del actor burgués y en especial de la burguesía pampeana, sin llegar a
cancelarlas. O, en otros términos, pretendía instituir una sociabilidad igualita-
ria que no dejaba de reconocer su base social jerárquica. Este desajuste estaba
en buena medida en la raíz de los límites de la acción sindical en Argentina,
pero también de la inestabilidad de los proyectos burgueses, que no lograban
el reconocimiento popular y que siempre se sentían acorralados por esa irreve-
rencia que acechaba su posición simbólica sin desafiar su situación estructural.
Dicho rasgo de la así llamada “cultura política” argentina se jugó, para
O’Donnell, tanto en el orden micro como en el macro: en el plano de las prác-
ticas cotidianas generaba encuentros sociales violentos e igualitarios; en el
plano de la vida política, un conflicto de larga data y de base estructural, lo
que lo volvía sólido y duradero. En otras palabras, ¿Y a mí, que me importa?
recoge, en términos cotidianos, aquello que, siete años antes, O’Donnell había
identificado en Estado y alianzas… en términos estructurales: una “apariencia
de igualdad” entre los actores corporativos —de un “corporativismo anárqui-
co”— que escondía diferencias de recursos flagrantes. La distancia entre la
igualdad aparente y la desigualdad consistente se puso de manifiesto en los
ciclos descendentes del sector popular, que coincidieron, durante el siglo XX,
como dijimos, con golpes militares en los que la represión desarticulaba toda
forma de protesta mediante métodos represivos duros, al tiempo que se produ-
cían rápidas transferencias de recursos del sector asalariado a la gran burguesía.
Las consecuencias de estos ciclos descendentes sobre los ingresos del
sector popular nunca terminaban de revertirse en las fases ascendentes. Y
es por eso que, contra la idea del “empate hegemónico” (Portantiero, 1977),
para O’Donnell la historia pendular de la Argentina de los años peronistas era
la de una lenta pero continua derrota de las clases populares, al menos desde
1955 (O’Donnell, 1984, p. 24). La última dictadura militar, a comienzos de
la cual O’Donnell escribió Estado y alianzas…, vino a cerrar ese proceso
acelerando la derrota y volviéndola inexorable. En ese contexto, la cultu-

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Estado y alianzas..., cuarenta años después 49

ra plebeyista argentina fue el blanco principal del “disciplinamiento social”


que, como sostuvo Adolfo Canitrot (1980), se propuso llevar adelante esa
dictadura. En el diagnóstico de la derecha argentina que acompañó al gobier-
no militar, se trataba de terminar con ese “país ingobernable”, como lo señaló
O’Donnell (1984, p. 16).
Ante semejantes perspectivas, ¿cómo se podía salir de la encerrona a la
que habían llevado el conflicto de clases en Argentina? El O’Donnell de fines
de los años setenta y principios de los ochenta buscaría una respuesta en la
instauración de un régimen democrático estable, con la institucionalización
del conflicto político y con la mediación de actores partidarios que tamizaran
los intereses sociales en pugna. A la salida de la última dictadura militar, iden-
tificó los cimientos de una sociedad “autoritaria y violenta” (1984, p. 5) en
la ausencia de “espacios posibles de acuerdo, cooperación y establecimiento
de reglas más o menos estables y generalmente compartidas” (1984, p. 23).
En ese contexto, propondría mecanismos institucionales de superación de la
violencia política que había caracterizado a esa sociedad en tensión y que
se hallaba enraizada en esas relaciones igualitarias al tiempo que jerárqui-
cas entre actores burgueses dominantes y sector popular. De allí que, en sus
trabajos posteriores, pensó las condiciones para, por un lado, fortalecer las
mediaciones políticas que hicieran gobernables los intereses sociales y econó-
micos —los partidos y sus portavoces— y, por otro lado, establecer instancias
de acuerdo —pactos, dirían los transitólogos argentinos— que posibilitasen
definir algunos criterios de distribución del excedente y, por tanto, algunas
coordenadas de funcionamiento de un modelo económico y social duradero.

Sobre el Estado
O’Donnell sostuvo que el Estado argentino nació con la marca de la burgue-
sía agraria pampeana, poderosa y bien conectada con el mercado mundial,
que era, al menos hasta las primeras décadas del siglo XX, un elemento cen-
tral en su reproducción. Por un lado, entonces, ese Estado fue “creatura de la
burguesía pampeana y de sus prolongaciones financieras y comerciales en el
sector urbano, a través de un proceso que también implicaba la constitución
de esa burguesía, y del sistema que dominaba, en apéndice directo y altamen-
te internacionalizado del mercado mundial” (1977, p. 529). Creatura e instru-
mento de esa burguesía, el Estado tendría dificultades para construir compe-
tencias autónomas una vez que debió lidiar con una sociedad más compleja,
con actores sociales movilizados y pujas distributivas pronunciadas.
El problema es que ese Estado nunca funcionó como “instancia de refor-
mulación de intereses más generales”, ni como espacio de “generalización”, es
decir, de construcción de relaciones estables entre las partes en disputa en la
sociedad, sino que fue más bien un “campo de batalla” (O’Donnell, 1984, pp.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 43-60.
50 Gabriel Vommaro

21-22). El tercer elemento que pensó O’Donnell a partir de los años ochenta fue
el fortalecimiento del poder del Estado, en especial en su dimensión infraestruc-
tural, para utilizar los términos de Michael Mann (1984), y a la vez con capacidad
de garantizar un tipo de relación más o menos homogénea con sus ciudadanos,
tanto en lo geográfico como en el ámbito de las diferentes clases sociales.

Leer a O’Donnell desde el presente


Los efectos de la última dictadura militar serían duraderos, tanto en términos
económicos como políticos. Los juicios a los responsables del terrorismo de
Estado, llevados a cabo por iniciativa del gobierno radical iniciado en 1983, y
la acción de los organismos de derechos humanos contribuyeron a construir un
piso social compartido en torno a la cuestión de los derechos civiles y políticos
que transformó, de manera definitiva, la cultura política argentina. Y lo hizo
en un sentido similar al esperado por O’Donnell: implicó el rechazo unánime
de la violencia como mecanismo de resolución de conflictos y un creciente
apego a la democracia institucional. En este sentido, el país emergió de la úl-
tima dictadura con un acuerdo cada vez más amplio respecto a la aceptación
de lo que O’Donnell llamó “ciertos valores y prácticas más democráticas y
convivenciales” (1984, p. 17). Menos exitoso fue, en cambio, el intento de los
partidos políticos de convertirse en mediadores privilegiados de las demandas
de los diferentes sectores sociales. Aunque se establecieron como actores más
estables, con el horizonte regular que marca la vida electoral, el debilitamiento
de los lazos representativos les impidió consolidarse como representantes de
electorados bien delimitados. Eso impactó con fuerza, en los años noventa y
hasta los dos mil, en el sector no peronista del electorado (Torre, 2003); a partir
de 2015, luego de un largo ciclo de predominio de un peronismo nacional-
popular que en parte se propuso revertir algunas de las consecuencias del ciclo
regresivo iniciado en 1976 y que culminó, en términos económico-sociales, en
2002, parece estar sucediendo algo similar con el sector peronista.
En cuanto a los grupos de interés y los actores sociales organizados,
estos siguieron operando sobre el Estado en condiciones muy desiguales,
pero siempre con base en acuerdos particularistas que incluían la búsqueda
de ventajas de corto plazo, incluso en detrimento de ganancias sectoriales.
Ana Castellani (2007) estudió la consolidación, en el ciclo democrático, de
lo que llama “ámbitos privilegiados de acumulación”, es decir, entramados
de relaciones entre actores públicos y privados que permiten a los segundos
obtener rentas extraordinarias con base en la consecución de subsidios o de
protecciones especiales por parte del Estado. María Victoria Murillo (1997)
y Sebastián Etchemendy (2001), en tanto, se ocuparon de las estrategias de
negociación del Estado con los actores sindicales en los años noventa, que
permitieron a estos últimos controlar recursos organizativos a cambio de ce-
der en protecciones sociales para sus afiliados.

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Estado y alianzas..., cuarenta años después 51

Desde el Estado, los gobiernos construyeron mecanismos informales de


negociación que fortalecieron a los actores más poderosos. Para aquellos que
poseían menos capacidad de negociación en esas mesas informales, se impuso
el recurso a la movilización y la acción directa, en especial en el sector popular
(Merklen, 2005). Entretanto, el Estado solo mejoró sus capacidades y su poder
—infraestructural y despótico— en algunas de sus agencias, que fueron la ex-
cepción más que la regla tanto en la continuidad de políticas a lo largo de todo el
ciclo democrático como en la estabilización de sus cuadros y procedimientos2.
La estabilización de la democracia electoral consolidó élites políticas
heterogéneas que tuvieron problemas para construir modelos económicos
duraderos. La debilidad de los acuerdos generales se vio plasmada, con parti-
cular intensidad, en la suerte de las políticas económicas que propusieron las
diferentes alianzas sociales que convocaron, desde arriba, las circunstancia-
les élites en el gobierno. Con el proceso de desindustrialización y de apertura
económica, la dictadura militar iniciada en 1976 debilitó —sin suprimirlas—
las bases de poder de los sindicatos, así como de la pequeña y mediana bur-
guesía urbana (Sidicaro, 2002). La alianza “defensiva” que había ocupado el
centro de la escena en los períodos democráticos del ciclo pendular analizado
por O’Donnell perdió, de ese modo, buena parte de sus recursos organizati-
vos y de los resortes que empujaban un proceso de crecimiento basado en el
mercado interno.
Tras los primeros intentos de reanudar un proyecto mercadointernista, el
radicalismo cedió al realismo económico e inició un ajuste gradual que, tras
la crisis hiperinflacionaria de 1989, fue acelerado por las reformas neolibe-
rales de los años noventa, que parecían llevar a Argentina, definitivamente,
a un modelo de economía abierta y de flexibilización de las protecciones
sociales. En cierta medida, como sostuvimos antes, la alianza defensiva pudo
ser reanudada de manera parcial en los años dos mil en condiciones muy
particulares, con la apropiación por parte del Estado de parte del excedente
extraordinario producido por el auge de las commodities (productos básicos).
El conflicto entre el gobierno peronista nacional-popular de esos años
y las entidades agropecuarias en 2008 expresó los límites de la legitimidad
de esta iniciativa redistributiva (Aronskind y Vommaro, 2010)3. Con el decli-
ve del precio internacional de las commodities volvieron los viejos problemas

2 Sobre este punto, cf. Acuña (2013).


3 Se trata del conflicto iniciado por la oposición de las principales entidades que agrupan a los
productores rurales a la modificación del régimen de derechos a las exportaciones de granos
(conocidas por “retenciones”), decidida por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner
en marzo de 2008, en previsión de un alza del precio internacional de esas commodities. El
conflicto produjo una ruptura profunda entre el sector agrario y el peronismo nacional-popular,
que se expresó más tarde a nivel electoral (Mangonnet, Murillo y Rubio, 2018).

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de la economía argentina, que expresaban la puja entre proyectos económicos


opuestos de características similares a los que había descrito O’Donnell en su
ensayo. La crisis de legitimidad de ese gobierno y el fin del ciclo político in-
augurado en 2003 como respuesta al agotamiento del programa aperturista de
los años noventa dio lugar… al triunfo de un nuevo programa aperturista. Esta
vez, sin embargo, con una novedad: por primera vez en casi un siglo, una fuer-
za partidaria de centro-derecha ganaba elecciones libres, sin proscripción, y
accedía al poder por la vía institucional. En efecto, el partido Propuesta Repu-
blicana (PRO), como socio principal de la coalición Cambiemos, llegó al poder
por la vía electoral en 2015. Fundado en 2001, primero como think tank (centro
de pensamiento), por el heredero de uno de los principales grupos económicos
argentinos, se trata de una fuerza pragmática, con creciente capacidad compe-
titiva y autónoma de los partidos mayoritarios que habían sido vía de acceso
de los grupos de derecha al poder en el actual ciclo democrático (Vommaro,
et al., 2015). Su promesa de producir un “cambio cultural” en Argentina luego
del triunfo sobre el candidato presidencial peronista puede ser interpretada, en
cierta medida, como parte de ese péndulo histórico que describimos, pero, al
mismo tiempo, introdujo la novedad de lograr vencer a la “alianza defensiva”,
por así decirlo, en su propio terreno: el de la legitimidad electoral.
¿Puede debilitarse el plebeyismo que caracterizó a la cultura política
argentina? Ahora que una parte de las élites sociales y económicas se integró
a una fuerza política sin raíces plebeyas y llegó al gobierno, ¿es esto un signo
de la crisis de las identidades nacional-populares? ¿Llegará el tiempo de una
dominación burguesa durable, que privilegie la integración del país en los
mercados mundiales antes que el desarrollo de su mercado interno, y que
esta vez lo haga con apoyos masivos? ¿Podrá, finalmente, la derecha social
“producir una idea” (O’Donnell, 1984, p. 16) que pueda volverse rectora de
un orden político estable con base en jerarquías económicas legítimas?
Nuestra respuesta tendría que emerger, si seguimos a O’Donnell, de un
recorrido por la historia reciente de Argentina y del estudio de las nuevas
condiciones estructurales en las que se define el conflicto político. Digamos,
por una parte, que esta centro-derecha de ideología pragmática y flexible
(Vommaro, et al., 2015), para obtener su triunfo electoral, tuvo que aceptar
buena parte de los bienes colectivos instituidos durante los años del ciclo
nacional-popular anterior, lo que incluye el mantenimiento de políticas so-
ciales masivas para los pobres informales urbanos y la continuidad de las
negociaciones salariales para los trabajadores formales. Con matices no sin
importancia, que obviamos en estas páginas, estas instituciones del bienestar
popular perduran hasta el momento en que escribimos este texto en un estado
similar al que legó el período anterior (Vommaro y Gené, 2017a).

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Sin embargo, los diagnósticos del nuevo gobierno en materia de eco-


nomía política hacen augurar que ese posibilismo está en tensión con las
miradas de largo plazo del núcleo que orienta la coalición gobernante. Por
un lado, algunos análisis de sus voceros económicos parecen puntualizar, en
consonancia con la vieja derecha argentina a la que se refería O’Donnell, que
la principal causa del péndulo al que está sometido el país está ligada a la “so-
brecarga de expectativas” de las clases populares respecto a su bienestar4. Al
contrario, como vimos, O’Donnell parecía mostrar que el problema más bien
radicaba en una dinámica conflictiva en la que ninguna de las partes tenía su-
ficiente poder para imponer una hegemonía durable. Ni las clases populares
y sus aliados burgueses nacionales, ni la burguesía pampeana y la gran bur-
guesía que jugaba con ella en períodos regresivos. Un diagnóstico que carga
las tintas de manera unilateral en las “trabas” para la inversión privada que
suponen las regulaciones vinculadas con el mundo del trabajo asalariado, así
como en las prestaciones sociales para los informales y los inactivos como
freno a una mayor austeridad del Estado, parece sugerir caminos conocidos
que llevarían al país a repetir sus ciclos pendulares.
En cuanto a las cuestiones de cultura política, el giro a la derecha cons-
truyó, en términos discursivos, una nueva frontera radical con el pasado
inmediato, al que asoció, como había sucedido en otros momentos de la
historia reciente, con lo “imposible”, lo que debía dejarse atrás, in toto, defi-
nitivamente. Esta estrategia de legitimación/deslegitimación, que es a la vez
un intento de construir una nueva identidad política modernizadora, continúa
un rasgo que había caracterizado a la democracia argentina hasta el momento
(Aboy Carlés, 2001) y que impedía construir linajes y continuidades en el ci-
clo democrático. En este caso, el desprecio hacia el “populismo” gobernante
entre 2003 y 2015 llevó incluso a la actual coalición gobernante a menospre-
ciar el peso de algunos valores políticos compartidos, como el de las políti-
cas de derechos humanos, que fueron tratadas como elementos de la lucha
facciosa. Aunque el actor que encabeza el nuevo período regresivo acepta el
juego democrático, este desprecio hacia algunos bienes comunes de la nueva
cultura democrática expresa una tensión sociopolítica no resuelta en el país.
En líneas generales, la gran novedad radica en que la alianza aperturista
tiene un vehículo electoral de expresión, lo que parece cambiar las condicio-
nes de producción de las mediaciones partidarias en Argentina. Pongamos por
caso, la burguesía pampeana desde 1916 no tenía una “fuerza propia” y mucho
menos una base electoral sólida. Su dificultad para encontrar una expresión po-
lítica, así como para construir apoyos sociales y políticos más amplios que los

4 Lo que apareció públicamente en declaraciones como la que realizó el economista de


Cambiemos Javier González Fraga: “Le hicieron creer al empleado medio que podía comprarse
plasmas y viajar al exterior” (La Nación, 2016).

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de su sector, fue manifiesta (Hora, 2012). A partir de los años noventa del si-
glo pasado, el agro produjo una modernización productiva (Gras y Hernández,
2016) que le permitió retomar su lugar de “vanguardia dinámica y altamente
productiva” de la economía argentina (O’Donnell, 1977, p. 536). Una alianza
sostenida en el agronegocio, como la que O’Donnell imaginaba, parece posible
en la Argentina actual. Tiene, al menos hasta el presente, una mediación parti-
daria que la representa y lleva su programa al gobierno.
Como muestran Mangonnet, Murillo y Rubio (2018), la coalición Cam-
biemos fue la gran depositaria del voto opositor en la zona núcleo de produc-
ción agraria —el sector geográfico más rico— en las presidenciales de 2015
(ver Mapa 1). Su claro antagonismo con el kirchnerismo la diferenciaba de
otras opciones opositoras. Además, en buena parte, su capacidad de atraer el
voto agrario se explica porque el PRO decidió tomar sin cambios el progra-
ma en la materia construido por algunas de las entidades más dinámicas del
sector, como la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experi-
mentación Agrícola (AACREA) y por el Foro Agroindustrial en ese tiempo
(Mangonnet, Murillo y Rubio, 2018, p. 9). Dicho programa implicaba be-
neficios directos para el sector, sobre todo ligados a la baja programada de
las retenciones a la exportación de soja y la eliminación de las retenciones a
otros cereales, como el trigo y el maíz. Tales medidas fueron tomadas por el
gobierno de Mauricio Macri no bien asumió.

Mapa 1. Voto a Cambiemos en el balotaje y zonas de mayor productividad agraria.


Año 2015.

Fuente: Natanson, 2017.

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Junto con ello, el nuevo gobierno produjo una cierta devolución al sec-
tor del control del área de gobierno encargada de los asuntos agrícolas. La
composición del gabinete del Ministerio de Agroindustria da cuenta de la
influencia directa en las políticas en la materia de la Sociedad Rural Argenti-
na (SRA), de AACREA y, en menor medida, de la Confederación de Asocia-
ciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP), las entidades más
vinculadas con los grandes productores, con las familias más tradicionales
del mundo agrario y con los sectores asociados a la producción sojera (Gras
y Hernández, 2016) (ver Tabla 1). Este gabinete se contrapone al perfil técni-
co, apoyado en la burocracia estatal, dado a esa dependencia por el gobierno
de Cristina Fernández de Kirchner desde su creación, en 2009 (Mangonnet,
Murillo y Rubio, 2018, p. 18).

Tabla 1. Altos funcionarios del Ministerio de Agroindustria (áreas vinculadas con el


sector). Año 2018.

Nombre Cargo Rol en el sector corporativo


Luis Miguel
Ministro (desde 2017) Presidente de la SRA (2012-2017)
Etchevehere
Miembro de Comisión Directiva de
Santiago del
Jefe de Gabinete (desde 2017) AACREA (2011- 2017) y director de
Solar Dorrego
la SRA (2017)
Secretario de Agricultura, Asesor de CREA (desde 1986),
Guillermo
Ganadería y Pesca (desde luego asesor e investigador de
Bernaudo
2017), antes jefe de Gabinete AACREA (desde 2004)
William Andrew Secretario de Alimentos y Delegado de la SRA y miembro del
Murchison Bioeconomía (desde 2017) CREA Villa Valeria
Exfuncionario de gobierno del PRO
Secretario de Coordinación y
Santiago en CABA y gerente general de la
Desarrollo Territorial (desde
Hardie Fundación Pensar (think tank del
2015)
PRO)
Secretaria de Mercados Exfuncionaria de gobierno del PRO
Marisa Bircher
Agroindustriales (desde 2015) en CABA
Luis María Subsecretario de Agricultura Miembro del CREA Gualeguaychú,
Urriza (desde 2015) directivo de AACREA (2013-2015)
Gerente General de la Cámara
Rodrigo Subsecretario de Ganadería Argentina de Engordadores
Troncoso (desde 2015) de Hacienda Vacuna (Cámara
Argentina de Feedlot) (desde 2000)

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Nombre Cargo Rol en el sector corporativo


Subsecretario de Desarrollo
Felipe Crespo Miembro de la Fundación Pensar
Territorial (desde 2015)
Subsecretario de Coordinación Asesor del área de Agroindustria de
Hugo Rossi
Política (desde 2015) la Fundación Pensar y de CARBAP
Corredor/operador agropecuario,
miembro fundador de la Asociación
Jesús María Subsecretario de Mercados de Productores de Granos de la
Silveyra Agropecuarios (desde 2015) República Argentina (APROGRAN) y
de la Fundación para el Progreso en
Libertad (FUPEL)
Fuente: Sitio web del Ministerio de Agroindustria, 2018.

Las elecciones legislativas de 2017, en las que Cambiemos consolidó su


poder electoral y extendió su dominio territorial, confirman la correlación entre
el voto a la alianza gobernante y la llamada “zona núcleo” de la producción
sojera. La alianza es aún más sólida en los lugares más importantes de activi-
dad agraria, como lo muestra el Mapa 2, en el que se ve la primacía del voto a
Cambiemos en el corazón productivo del agro argentino en las legislativas de
2017. La solidez de la alianza se mantuvo inclusive a mediados de 2018, en un
contexto de crisis económica: cuando los socios del PRO en Cambiemos pro-
pusieron una suspensión de la reducción de las retenciones a las exportaciones
de soja, el presidente Macri primero lo desestimó5 y luego estableció un régi-
men sensiblemente más benévolo hacia el sector, basado en una suma fija que
se licuaría con el aumento del tipo de cambio6, al mismo tiempo que ratificó su
cercanía con las asociaciones de productores agropecuarios7.

5 Cf., por ejemplo, Infobae, 2018.


6 Cf. El Cronista, 2018.
7 Cf. La Nación, 2018.

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Mapa 2. Voto en zonas agropecuarias en elecciones legislativas de 2017.

Fuente: La Nación, 2017. *Referencias: gris claro: voto Cambiemos; gris medio: voto FPV (kirchnerismo); gris:
voto Frente Renovador; gris rayado: Frente Progresista Cívico y Social; gris oscuro: 1 País.

Si bien no puede establecerse aún la consolidación de un vínculo representa-


tivo entre el sector agrario y Cambiemos, hay elementos para pensar que el
proceso avanzará en ese sentido. Sin embargo, es menos claro el modo en que
esa alianza podría producir un proyecto de dominación durable. El rechazo
al peronismo en su versión nacional-popular aceleró la búsqueda de un canal
de expresión electoral de vastos sectores económicos asociados a la actividad
agropecuaria, así como sucedió con otros sectores del mundo de los negocios
(Vommaro, 2017), pero no dio paso hasta el momento a la consolidación de
comportamientos económicos consistentes de apoyo al nuevo proceso. Al con-
trario, en términos de comportamiento de los actores y de economía política de
sus relaciones, se advierten más continuidades que rupturas con el diagnóstico
brindado por O’Donnell en Estado y alianzas…: ante la derrota de la alianza
defensiva, esta vez por vías electorales, se inició una tendencia regresiva en
términos de distribución del ingreso —acelerada a partir de 2018—, que obsta-
culizó la ampliación del marco de apoyos de la coalición de gobierno.
Más aún, entre sus propios apoyos parece haber fuertes tensiones. Por
ejemplo, los intereses de los sectores medios y medio-altos urbanos y los de
las fracciones más dinámicas de la burguesía agraria, que fueron los princi-
pales sostenes electorales de Cambiemos desde 2015, penden de hilos di-
ferentes, lo que se evidencia, entre otras cuestiones, en el impacto opuesto
que tiene en sus ingresos el precio del dólar, cuyo aumento perjudica a los

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consumidores de productos importados y favorece a los exportadores. Con


una creciente disminución de los recursos disponibles, la economía política
del gobierno de Cambiemos no logró así estabilizar apoyos mayoritarios.

A modo de conclusión
Volver sobre Estado y alianzas…, a cuarenta años de su publicación, es una
forma de revisitar un estilo de estudio de lo político que combinaba preocu-
pación por factores estructurales y procesos políticos, por tendencias de largo
plazo y acontecimientos contingentes, y que articulaba las miradas socioló-
gica, politológica y de economía política, lo que se volvió, con los años de
hiperespecialización, cada vez menos frecuente en las ciencias sociales lati-
noamericanas. Este estilo no solo combinaba perspectivas de análisis, sino
también trabajo empírico y preguntas teóricas complejas.
Con esa mirada y a partir del esquema analítico construido por O’Donnell
para pensar el ciclo pendular iniciado con la caída del primer peronismo,
nos ocupamos del proceso político reciente en Argentina. Identificamos allí
una novedad en relación con lo que el autor llama la “burguesía pampeana”:
el haber encontrado una expresión político-electoral competitiva. A ello se
suma el hecho de que el sector agrario, convertido ya en los años noventa en
un área dinámica de la economía, fue el principal vector del ciclo de creci-
miento que tuvo lugar en el país a partir de 2002.
Quizá la novedad política profundice las condiciones del cambio que
O’Donnell había identificado en los años de posdictadura y permita dar ba-
ses más sólidas a la consolidación de una democracia electoral. Más incierta
parece, en cambio, como dijimos, la posibilidad de establecer un modelo
socioeconómico hegemónico —en el sentido de que sea capaz de producir
consensos en amplios sectores sociales— en el que tanto la burguesía conec-
tada con los mercados mundiales como los actores dependientes del mercado
interno se sientan incluidos y, por qué no, protegidos.
La debilidad de la “alianza defensiva” luego de la derrota de 2015 augu-
ró buenas condiciones electorales para el desarrollo de un ciclo aperturista,
pero no aseguró ni su éxito de largo plazo ni su capacidad para proyectarse
hacia toda la sociedad hasta envolverla casi por completo. Si esto sucediera,
por usar la misma fórmula que utiliza O’Donnell al final de su ensayo, “la
historia no se habría detenido, pero los conflictos que la tejen ya no serían los
que hemos analizado hasta aquí” (1977, p. 554).

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.3

De la posible renovación de la teoría crítica en Francia


Entre desventuras académicas y tensiones Bourdieu/
Rancière

Philippe Corcuff
Resumen
El lazo histórico en los sectores significativos de las ciencias sociales entre la crítica social y
la emancipación parece estar en riesgo, tanto en el campo académico como en el político,
particularmente en Francia actual. Es a partir de estas apuestas que se dibuja la perspectiva de
una reconfiguración comprensivo-pragmática de una teoría crítica con apoyos emancipadores
en las ciencias sociales. Para ello, se abordan alternativamente ciertas desventuras académicas
actuales de las relaciones entre la crítica sociológica y la emancipación, y luego las tensiones
entre la sociología crítica de Pierre Bourdieu y la filosofía de la emancipación de Jacques Rancière.
La sociología de inspiración libertaria de Alfredo Errandonea es utilizada como un recurso en este
marco.
Palabras clave: Alfredo Errandonea / emancipación / Jacques Rancière / Pierre Bourdieu / teoría
crítica.

Abstract
Of the possible revival of a critical theory in social sciences in France, between academic
misadventures and tensions Bourdieu/Rancière
The historical link in significant sectors of social sciences between social criticism and
emancipation seems at risk, in the academic and political fields, quite particularly in France
today. It is from these stakes that takes shape the perspective of a comprehensive-pragmatic
reconfiguration of a critical theory with emancipators supports in social sciences. For that purpose,
are alternately envisaged certain current academic misadventures of relationships between
sociological criticism and emancipation, and then the tensions between Pierre Bourdieu’s critical
sociology and Jacques Rancière’s philosophy of emancipation. Alfredo Errandonea’s sociology,
drawing from an anarchistic inspiration, is used as a resource in this case.
Keywords: Alfredo Errandonea / Emancipation / Jacques Rancière / Pierre Bourdieu / Critical Theory.

Philippe Corcuff. Profesor de Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de Lyon,


Francia. Miembro del laboratorio de sociología CERLIS (Centro de Investigación de Vínculos
Sociales, Centro Nacional para la Investigación Científica-Universidad de París V René
Descartes-Universidad Sorbona Nueva).
E-mail: philippe.corcuff@sciencespo-lyon.fr

Recibido: 13 de abril de 2018.


Aprobado: 2 de junio de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
Introducción1
Este artículo es parte de unos ensayos en curso sobre la reconfiguración de
una teoría crítica en ciencias sociales ajustada a ciertas apuestas intelectuales
y políticas del siglo XXI (Boltanski, 2009; Corcuff, 2012; Boltanski y Fraser,
2016). Se inscribe en el campo de la teoría crítica desarrollada a partir de
los años 1929-1930 por la Escuela de Frankfurt, que liga la crítica social y
el horizonte de la emancipación (Horkheimer, 1996), pero con una reformu-
lación a la vez comprensivista y pragmática. A partir de este marco general,
voy a explorar dos series de problemas que se interrelacionan: primero, las
desventuras o desencuentros académicos en Francia hoy en día en las relacio-
nes entre crítica sociológica y emancipación, y, segundo, las tensiones entre
la sociología crítica de Pierre Bourdieu y la filosofía de la emancipación de
Jacques Rancière.
Este doble esclarecimiento nos permitirá trazar en puntos suspensivos
posibilidades de reasociación entre la sociología crítica y la emancipación.
Y encontrará el apoyo inesperado de la sociología crítica de inspiración li-
bertaria del uruguayo Alfredo Errandonea. Entiendo reasociación en un sen-
tido no hegeliano: no se trata para mí de superar una contradicción en una
entidad englobante superior, sino de reasociar preservando la conciencia de
la tensión. Me he inspirado aquí en las críticas poco conocidas hechas a la
dialéctica hegeliana por un pionero del anarquismo, Pierre-Joseph Proudhon,
quien hizo de la antinomia, más que de la superación de las contradicciones,
la categoría central (Proudhon, 1988, pp. 35-36 y 57) y formuló una pista
interesante epistemológicamente con la expresión “equilibración de los con-
trarios” (Proudhon, 1997, p. 20; Corcuff, 2016a).
Este procedimiento supone como consideración previa la necesidad de
precisar algunas características sobresalientes del contexto de las relaciones
entre crítica social, donde la sociología crítica constituye un componente
científico autónomo, y emancipación, concentrándome en el caso francés.

1 Este artículo fue escrito originalmente en francés por Philippe Corcuff y traducido al español
por Marcos Supervielle (Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de la República, Uruguay), tanto en lo que refiere al texto central del artículo de
Corcuff como a las citas que este hace de otros autores.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
De la posible renovación de la teoría crítica en Francia 63

Propongo la hipótesis de que, en el período actual, existen perturbaciones


que atraviesan la mirada clásica de la crítica social con orientación emanci-
padora, es decir, de la crítica social que apunta los aspectos negativos de los
órdenes sociales existentes (el núcleo del gesto crítico) en el horizonte de un
positivo llamado, en este caso, emancipación.
Entiendo emancipación en el sentido que este término comenzó a tomar
en el curso del llamado Siglo de las Luces (siglo XVIII) en Europa y en Es-
tados Unidos: una suerte de “salida de los hombres por fuera del estado de
tutela”, según la expresión de Immanuel Kant (1991, p. 43).
Hoy, mucho después del nacimiento del movimiento socialista y con
los aportes de las ciencias sociales modernas, hablaremos de una salida de
las dominaciones en la construcción de una autonomía individual y colectiva
bajo el supuesto de ciertas condiciones sociales. Históricamente no todas las
sociologías se inscriben en este tipo de articulación entre crítica y emancipa-
ción. Sin embargo, importantes corrientes de la sociología se han alimentado
de este apareamiento; Karl Marx y la tradición marxista (por lo tanto, la Es-
cuela de Frankfurt), por supuesto, pero también, bajo modalidades diferentes
del socialismo reformista y republicano, Emile Durkheim y Marcel Mauss
(Chanial, 2001, pp. 203-221).
Si estos lazos se han distendido hoy en día en el universo académico
francés es por una pluralidad de razones, como comenzaremos a ver en esta
primera parte del artículo. Sin embargo, no es solamente en las ciencias so-
ciales que crítica social y emancipación han tendido a disociarse, sino tam-
bién en el campo político.
El compás de espera estalinista de lo que se ha llamado “comunismo”,
largamente marcado por la caída del Muro de Berlín en 1989, ha aportado so-
bre este plano un conjunto de desencantos y dudas. Por otro lado, la conver-
sión, en los años ochenta, de numerosas organizaciones socialdemócratas al
neoliberalismo económico, bajo la forma de un social-liberalismo, también
ha aportado su grano de arena. Las desventuras de los dos polos políticos
principales a escala mundial que reivindican conllevar el lazo crítica social-
emancipación, los partidos comunistas y partidos socialdemócratas, han teni-
do también sus efectos sobre esta pareja cada vez más tambaleante. Hacemos
notar que esta disociación tendencial entre crítica social y emancipación en el
campo intelectual y en el campo político ha dado hoy lugar, tanto en Europa
(con, por ejemplo, el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, y más
allá, con remiendos ideológicos ultraconservadores fuertemente vivaces)
como en Estados Unidos (con Donald Trump), a tentativas de reasociaciones
ultraconservadoras entre crítica social y discriminación (xenofobias, sexis-
mos, homofobias, etcétera) en un marco nacionalista (Boltanski y Esquerre,
2014; Corcuff, 2014).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
64 Philippe Corcuff

Una apuesta a la vez sociológica y política importante en el período, por


lo tanto, consistiría en intentar rearticular el plano negativo (la crítica social
en el sentido restringido del término) y el plano positivo (la perspectiva de la
emancipación), sin descuidar, sin embargo, las tensiones entre los dos polos,
cuyas ubicaciones actuales nos han permitido ser más conscientes.

Desventuras académicas de la sociología en Francia


La tendencia actual de la ultraespecialización de las ciencias sociales, en la
lógica de los recortes disciplinarios y subdisciplinarios, la rutinización de los
objetos de estudio más valorizados y las diferentes modalidades de conformis-
mo académico que le son asociadas participan en la disociación silenciosa, en
Francia, entre la sociología y las referencias explícitas a la emancipación.
El uso corporativo relativamente extendido de la referencia a la neutra-
lidad axiológica, poco argumentado epistemológicamente pero que funcio-
na más bien como un “gri-gri” que supuestamente ha desechado la falta de
cientificidad proveniente del exterior, refuerza esta disociación y contribuye
a hacerla poco consciente.

La neutralidad acrítica de Nathalie Heinich


La socióloga del arte Nathalie Heinich es una de las representantes de la
sociología que ha intentado argumentar sistemáticamente en Francia la cues-
tión de la neutralidad axiológica, inspirada en Max Weber (Weber, 1965b),
a través de su libro Lo que el arte le aporta a la sociología, de 1998, donde
defiende “una neutralidad comprometida” (Heinich, 1998, pp. 71-72) preten-
diendo suspender “todo discurso sobre la naturaleza o el valor de las cosas”
(Heinich, 1998, p. 77), “asociado a una postura crítica” (Heinich, 1998, pp.
23-29). Sin embargo, uno encuentra en ella numerosos distanciamientos con
respecto a los matices y las tensiones que abordan los análisis de Weber (Cor-
cuff, 2016b).
Weber combate inicialmente la tesis de una ciencia social “sin pre-
supuestos”, porque solo “una porción de la realidad singular tiene interés
y significación a nuestros ojos, y esto porque solamente esta porción está
en relación con las ideas de valores culturales con las que nosotros abor-
damos la realidad concreta” (Weber, 1965a, p. 163). De aquí proviene la
idea de una “relación a los valores” en la “selección y la formación de
los objetos de una investigación científica” (Weber, 1965b, p. 434), en
tensión en él con la necesidad de poner distancia con respecto a los jui-
cios de valor. Lo que Julien Freund ha traducido inicialmente en francés
como neutralidad axiológica (Wertfreiheit, en alemán) se presenta como
“la exigencia extremadamente trivial que se impone al sabio o al profesor
de realizar la distinción, porque estas son dos series de problemas simple-

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
De la posible renovación de la teoría crítica en Francia 65

mente heterogéneas, entre la constatación empírica […] y su propia toma


de posición evaluativa de sabio que conlleva un juicio sobre los hechos”
(Weber, 1965b, pp. 416-417).
La nueva traducción francesa propuesta por Isabelle Kalinowski del tér-
mino Wertfreiheit como “no imposición de valores” (Kalinowski, 2005, p. 199)
concuerda mejor con las sutilezas weberianas y nos orienta sobre otra pista,
diferente de la de Heinich. Tendremos ante todo que dar cuenta de una adver-
tencia de Weber (inicialmente realizada de manera reflexiva en relación con él
mismo) contra los efectos de una posición de autoridad pedagógica. Es por ello
que él no prohíbe a los sabios “expresar bajo las formas de juicio de valor los
ideales que los animan” (Weber, 1965a, p. 133), siempre bajo la condición de
“explicitar escrupulosamente a cada instante, a su propia consciencia y a la de
los lectores, cuáles son los niveles de los valores que sirven a medir la realidad
y cuáles son los que hacen derivar los juicios de valor” (Weber, 1965a, p. 133).
Weber aparece más orientado por una exigencia de distinción reflexiva
entre análisis de los hechos y tomas de posición directamente axiológicas,
y no por la tesis de una separación neta entre las dos. Su defensa del reclu-
tamiento universitario de un anarquista como jurista, no a pesar de que era
anarquista sino porque era anarquista y, por lo tanto, porque estaría “situado
por fuera de las convenciones y supuestos que parecen evidentes a los otros”
(Weber, 1965b, p. 411) y sería entonces susceptible de “descubrir en las intui-
ciones fundamentales de la teoría corriente del derecho una problemática que
se escapa a todos aquellos para los que son demasiado evidentes” (Weber,
1965b, p. 411), se desarrolla en este sentido.
Nos hemos alejado del vocabulario de Heinich, “suspendiendo todo dis-
curso sobre la naturaleza o el valor de las cosas” (Heinich, 1998, p. 77),
vocabulario que retoma (2017, p. 18) y hasta endurece en un reciente li-
bro consagrado a los valores, sin estar, por otro lado, mejor informada sobre
los análisis que el mismo Weber realizara, movilizando siempre la misma
caución: “regla de neutralidad axiológica” (2017, p. 18), la obligación de
“neutralidad axiológica enunciada […] por Max Weber” (2017, p. 58), un
imperativo de “neutralidad axiológica” (2017, p. 106), “distinción radical”
(2017, p. 107) o “una inducción a la neutralidad comúnmente considerada
como la norma académica” (2017, p. 113).
Sin embargo, las esferas de los juicios de hecho y los juicios de valor no
son eliminadas en Heinich por ella misma. Por ejemplo, el “rol social” que
ella atribuye a “la neutralidad comprometida” en Lo que el arte le aporta a
la sociología —un rol de mediación, de construcción de compromisos entre
los intereses y los valores en juego, léase: “una refundación de un consenso”
(Heinich, 1998, p. 81)— tiene ciertas connotaciones cercanas a una concep-
ción normativa de la política y de la democracia, más próxima a la filoso-

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
66 Philippe Corcuff

fía política de “la acción comunicacional” de Jürgen Habermas, orientada al


consenso, que a la de la “incomprensión” de Jacques Rancière, que valoriza
la conflictividad.

La sociología crítica en la niebla: tensión entre Bernard Lahire y Geoffroy de


Lagasnerie
La cuestión de la neutralidad axiológica revela también tensiones en el cam-
po de la sociología crítica francesa, y ello particularmente entre Bernard
Lahire y Geoffroy de Lagasnerie.
Bernard Lahire es hoy una de las figuras de la sociología crítica de cali-
dad, en el cruce de caminos de ambiciones teóricas y de investigaciones em-
píricas situadas en el corazón de la institución universitaria. En un libro que
defiende legítimamente la sociología contra ciertas estigmatizaciones públi-
cas (Lahire, 2016), propone “dos planos distintos: el primero no normativo,
que sería el propio del conocimiento científico, por un lado, y el segundo,
normativo, que sería el propio de la justicia, la policía y la prisión, etcétera”
(2016, p. 35).
Este autor también moviliza a Weber pero de forma menos terminante
que Heinich: “lo que Max Weber se esfuerza a justo título es en distinguir,
a saber, el juicio de valor y la relación a los valores, si el investigador ma-
nifiesta siempre su relación a los valores a través de los objetos de estudio
y la manera en la que concibe su trabajo en tanto que tal, que no consiste en
decir qué está ‘bien’ y qué está ‘mal” (Lahire, 2016, p. 39). Sin embargo, en
las conclusiones del libro, hace hincapié en el lazo histórico entre las cien-
cias sociales y el Siglo de las Luces, así como en el lazo actual entre ciencias
sociales y democracia (2016, pp. 117-128). Por lo tanto, a fin de cuentas,
la problematización de las relaciones complejas entre la cientificidad y lo
normativo aparece de forma rudimentaria y poco explícita en el surco de la
lectura corporativa dominante de la neutralidad axiológica.
Geoffroy de Lagasnerie es un joven pensador crítico, a la vez soció-
logo y filósofo, situado en la periferia de la institución universitaria pero
beneficiado de cierto reconocimiento público. En un libro de 2007 explici-
ta algunos de sus apoyos epistemológicos. Critica ciertos desvíos de la au-
tonomización científica que frenan la creatividad intelectual: “distribución
universitaria de los poderes en tanto que factor de ‘conservadurismo” (De
Lagasnerie, 2007, p. 61), “efectos de censura” (2007, p. 64), “rutinas disci-
plinarias” (2007, p. 75), “práctica autárquica y rutinaria de una disciplina”
(2007, p. 82). Más recientemente, ha extendido estas pistas epistemológicas
“a un número de valores del conocimiento y de la ciencia” (De Lagasnerie,
2016, p. 274), criticando el “crecimiento de la normalización universitaria y

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
De la posible renovación de la teoría crítica en Francia 67

las lógicas disciplinarias” (2016, p. 273) asociadas a la “reaparición de una


ética de la neutralidad” (2016, p. 275).
De Lagasnerie nos ayuda a captar mejor que una apertura de los campos
de las ciencias sociales nos lleva a interrogaciones exteriores, a compromisos
militantes o artísticos, entre otros, que pueden contrabalancear las tendencias
conformistas generadas por las instituciones universitarias. Se sitúa, en este
plan, en una cierta continuidad de las reflexiones del sociólogo americano
Charles Wright Mills, invitando a “estimular la imaginación sociológica”
(Mills, 2006, p. 216) contra la “burocratización de la sociología” (2006, p.
121), “las especializaciones arbitrarias de los departamentos universitarios”
(2006, p. 137) y “los encerramientos disciplinarios” (2006, p. 143).
Sin embargo, De Lagasnerie baja la guardia en otro sentido, y debilita de
esta forma su crítica a los puntos ciegos de la autonomización universitaria.
Puede incluso flirtear con el relativismo epistemológico cuando escribe que
es necesario “romper con la idea de que existirían diferencias de naturaleza y
por lo tanto de valor entre un libro de investigación, un tratado filosófico, un
ensayo, una intervención en la prensa, una manifestación o un volante políti-
co” (De Lagasnerie, 2007, p. 102) o producir una crítica demasiado unilateral
del lugar de la investigación empírica en ciencias sociales (De Lagasnerie,
2016, pp. 267-296), como si no fuera uno de los dos pulmones del trabajo
científico, ¡ciertamente contenido por las especializaciones disciplinarias en
el “va y viene” con la elaboración teórica!
Sería más sutil y pragmático reconocer que, a la vez, las instituciones
universitarias y las reglas disciplinarias protegen una cierta autonomía y
un cierto rigor intelectual, frenando al mismo tiempo la imaginación so-
ciológica a través de tendencias conformistas. Desde este punto de vista,
sigo a Norbert Elias, para quien la distinción científica tiene por vocación
transformarse en el polo dominante de la sociología, al mismo tiempo que
se nutre de la variedad de las implicaciones de los investigadores de la
ciudad, porque “su propia participación y su compromiso condicionan su
inteligencia ante los problemas que deben resolver en su calidad de cientí-
ficos” (Elias, 1993, p. 29).

Del antinormativismo a la ruptura con la emancipación: Elsa Rambaud


Un reciente artículo que apareció en la Revista francesa de ciencia políti-
ca (Rambaud, 2017) constituye un índice de estas derivas producidas en
algunos sectores de las nuevas generaciones de los científicos sociales por
una cierta radicalización del lugar común de la “neutralidad axiológica”,
en una lógica extrema de purificación sin cese, de un relanzamiento de lo
“normativo” aprehendido como una contaminación eliminable, más que,
como lo sugiere Weber, de una reflexividad sobre los componentes axioló-

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
68 Philippe Corcuff

gicos y políticos difícilmente eliminables con el fin de mejor delimitar el


dominio de la validez de los análisis producidos y, por lo tanto, de mejorar
el rigor científico.
Elsa Rambaud es una joven doctora en ciencias políticas que ha efectua-
do una tesis sobre la organización no gubernamental humanitaria Médicos
sin Fronteras (Rambaud, 2009). Pretende, en su texto de junio de 2017, pro-
poner una superación de los supuestos límites compartidos entre la sociolo-
gía crítica de Pierre Bourdieu y la sociología pragmática de Luc Boltanski,
a pesar de sus diferencias y sus oposiciones. ¿Cuáles serían estos límites
compartidos? Según la autora, guardarían lazos con las “Luces” (Siglo de
las Luces), la emancipación, la revolución, la izquierda y la lucha de clases.
Esto les impediría tomar por objeto una variedad de críticas de la sociedad
que no corresponden a las “Luces”, a la emancipación, a la revolución, a la
izquierda y a la lucha de clases. Es por ello que sería necesario que las cien-
cias sociales terminasen definitivamente con las “Luces”, la emancipación,
la revolución, la izquierda y la lucha de clases, mientras que los sociólogos
Bourdieu y Boltanski estarían todavía contaminados por un tal “normativo”
que se debe purificar.
Sobre el plano teórico, la argumentación aparece marcada por errores
de amplitud. Para comenzar, el artículo tiende a confundir en Bourdieu y
Boltanski el nivel epistemológico de las propiedades de una teoría de las
ciencias sociales, discutible en un espacio de debate científico, y el nivel del
objeto analizado utilizando esa teoría. Sin embargo, una teoría que se nutre
axiológicamente de una referencia a las “Luces”, a la emancipación, a la re-
volución, a la izquierda y a la lucha de clases puede perfectamente tomar en
serio, en el mundo social, críticas conservadoras e incluso racistas muy ale-
jadas de sus propios valores (ver, por ejemplo, Boltanski y Esquerre, 2014).
Por otro lado, es falso considerar que las obras de Bourdieu y Boltanski están
siempre y uniformemente adosadas a las “Luces”, a la emancipación, a la
revolución, a la izquierda y a la lucha de clases. Textos muy diferentes entre
sí son amalgamados de manera insuficientemente documentada.
Al mismo tiempo que muestra estas debilidades teóricas, el artículo de
Rambaud conlleva riesgos políticos particulares en un momento en el que
los esquemas ultraconservadores buscan dinamizar la crítica social sobre una
base discriminatoria y nacionalista en los espacios públicos, aprovechando
la fragilización de los lazos históricos entre la crítica social y la emancipa-
ción. Tenemos aquí una forma de ética irresponsable, la de forjar una no-
ción inversa a la de una “ética de la responsabilidad”, preocupada por las
consecuencias de su acción sobre la realidad, postura avanzada por Weber
(2003, pp. 192-193). Esta ética de la irresponsabilidad parece ser producida
por la generalización abusiva y mal construida de una exigencia, localizada

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 61-80.
De la posible renovación de la teoría crítica en Francia 69

y legítima, de extensión del espacio de las críticas en las ciencias sociales.


Esto podría contribuir a distender un poco más los lazos entre crítica social
y emancipación, facilitando involuntariamente el proceso ultraconservador a
través de una garantía intelectual suplementaria.
El muy estimulante trabajo científico de Rambaud, desarrollado sobre
Médicos sin Fronteras, no necesitaba, sin embargo, todo este andamiaje, dé-
bil desde el punto de vista de la argumentación y peligroso políticamente,
para consolidar la ampliación deseable del espacio de críticas analizadas por
las ciencias sociales.

Las tensiones entre la sociología de Bourdieu y la filosofía de Rancière


La tensión entre la sociología crítica de Pierre Bourdieu y la filosofía de la
emancipación de Jacques Rancière constituye una expresión singular de los
problemas encontrados en la primera parte de este artículo. Pero una ex-
presión desplazada, porque al integrar el punto de vista de la filosofía de la
emancipación, este nos permite ampliar la mirada en relación con un punto
de vista únicamente interno a la sociología. Al hacerlo, nos ayuda a encon-
trar pistas en cuanto a la reasociación crítica sociológica-emancipación,
con la ayuda de Alfredo Errandonea, así como con la de Claude Grignon y
Jean-Claude Passeron.

La tensión Bourdieu/Rancière a nivel global


Pierre Bourdieu ha renovado profundamente las teorías críticas de la domi-
nación en un sentido que podríamos calificar de “posmarxista”, en la me-
dida en que descodifica una pluralidad de formas de dominación (Corcuff,
2009). Dos conceptos constituyen los ejes de su aproximación sociológica
a la dominación: habitus (las relaciones sociales en el cuerpo y en las ca-
bezas) y campos (las relaciones sociales en las instituciones concebidas a
través de una visión espacial). Con el habitus, Bourdieu sigue las trazas no
conscientes de las dominaciones sociales de los cuerpos y las cabezas de
los individuos.
Citaré un pasaje significativo sobre el plan de su libro:
“El reconocimiento práctico por el cual los dominados contribuyen muchas
veces sin quererlo, a veces contra su voluntad, a su propia dominación,
aceptando tácitamente por anticipado los límites impuestos, toma muchas
veces la forma de la emoción corporal (vergüenza, timidez, ansiedad, cul-
pabilidad) […] Ella se traiciona en las manifestaciones visibles como rubo-
rizarse, tener bloqueos verbales, brusquedades, temblores, tantas maneras
y tantas otras maneras de someterse, a pesar de sí mismo y de su cuerpo,
defendiéndose del juicio dominante”. (Bourdieu, 1997, p. 203)

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Bourdieu pone aquí en evidencia cómo las experiencias sociales de


dominación se imprimen inconscientemente en los cuerpos, escapando a la
voluntad de los individuos al límite de bloquear sus capacidades. Las cons-
tricciones exteriores de los campos sociales organizados según los modos
de dominación específica (en los campos económicos, políticos, culturales,
etcétera) vienen a redoblar los pesos interiorizados de las opresiones. Sin
embargo, algunos impensados desde el ángulo de la dominación sobre las re-
laciones sociales son puestos en relieve por la filosofía de Jacques Rancière a
partir de una perspectiva radicalmente democrática de emancipación. En una
entrevista publicada en 2009, Rancière nos ayuda a clarificar el problema de
las relaciones entre teorías críticas de la dominación y filosofías de la eman-
cipación, en un cuestionamiento de la crítica situacionista de “la sociedad del
espectáculo” de Guy Debord y de la sociología crítica de Pierre Bourdieu.
Sostiene lo siguiente:
“[…] esta forma de toda la crítica marxista revolucionaria ha absorbido
un cierto número de presupuestos imaginarios; hay los activos y los pa-
sivos; hay aquellos que miran y aquellos que saben. Lo que en términos
generales quiere decir: hay aquellos que son capaces, y aquellos que no lo
son: A partir de allí, hay múltiples estrategias posibles […] se piensa que
se hace necesaria una vanguardia que reúna a la gente capaz para poder
poner en la cabeza de los incapaces los medios para zafarse”. (Rancière,
2009, p. 622)
Para Rancière, los filósofos de la emancipación partirían de la posibi-
lidad de la igualdad, apoyándose sobre las capacidades de los oprimidos,
mientras que varias teorías críticas partirían de la desigualdad y, por lo tanto,
supondrían que los oprimidos son completamente “incapaces”.
Por lo tanto, tendríamos el riesgo de que la dominación tome todo el
espacio en las teorías críticas, al ver a los dominados como totalmente so-
metidos a la dominación y como “alienados”. En esta invasión desigualita-
ria de los pensadores críticos, incluso los esfuerzos de emancipación de los
dominados tenderían a ser descriptos como efectos de “manipulación” o de
una “recuperación” por “el sistema” o, incluso, como una reproducción poco
hábil de los estereotipos dominantes. Los oprimidos serían así definitivamen-
te encerrados en las jaulas de hierro de la dominación, y su emancipación, a
pesar de ser señalada (tanto por Debord como por Bourdieu), sería política-
mente imposible, porque sería continuamente postergada bajo el pretexto de
la presión de la astucia de la dominación. Como Rancière, indica: “Siempre
el amo guarda bajo el codo un saber, es decir una ignorancia del alumno”
(Rancière, 2004, p. 38), haciendo recular al infinito el momento de igualdad
y emancipación.

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Es aquí que aparece el deslizamiento subrepticio y frecuente del ver-


bo pronominal emanciparse (del tipo “la emancipación de los trabajadores
será obra de los propios trabajadores” en los estatutos de 1864 de la Asocia-
ción Internacional de los Trabajadores, escritos por Marx) al verbo transitivo
emancipar (como amos que pueden emancipar esclavos en la América escla-
vista). Este desplazamiento, muchas veces de forma no consciente, hacia una
aproximación tutelar de la emancipación pudo tomar diferentes figuras his-
tóricas en el campo político: ayer, el instructor republicano que emancipaba
los prejuicios de la “tradición” o la vanguardia revolucionaria leninista, hoy,
el denunciador altermundista de la “propaganda mediática” a fin de guiar al
ciudadano fuera de la “caverna”, la feminista que pretende liberar a las mu-
jeres musulmanas veladas o las prostitutas contra ellas mismas o el profeta
ecologista en los primeros puestos de la “desalienación” en relación con la
“sociedad de consumo”.
Estos análisis llevan a Rancière a abandonar el terreno teórico-crítico de
la dominación. Escribe en este sentido: “La inteligencia colectiva de la eman-
cipación no es la comprensión de un proceso global de contención. Ella es
la colectivación de las capacidades invertidas en esos escenarios de disenso”
(Rancière, 2008, p. 55).
De alguna manera, elige la filosofía de la emancipación contra la crítica
de la dominación. Sin embargo, ¿la emancipación no supone en sí misma una
referencia al menos implícita a la dominación, porque se trata de una eman-
cipación de la dominación? ¿Pero por qué negarse a sostener algo sobre uno
de los dos polos de esta cupla? ¿Podemos verdaderamente pensar la emanci-
pación sin ninguna referencia a la dominación? Parece difícil.
Si Rancière esclarece los puntos ciegos de Bourdieu, recíprocamente,
Bourdieu esclarece los puntos ciegos de Rancière, sobre todo cuando el so-
ciólogo señala la manera en la que las dominaciones se insinúan inconscien-
temente en los cuerpos paralizando las capacidades de los individuos bajo
formas no controladas, como la vergüenza o el sonrojarse.
Después de la descodificación global de la tensión entre la sociología de
Bourdieu y la filosofía de Rancière, voy a proponer una modalidad particular,
entre otras, para afinar el análisis.

Una alodoxia ambivalente entre Bourdieu y Rancière


En La distinción, Bourdieu adelanta la noción de alodoxia tomándola del
griego antiguo: allo, del griego allos, es decir, “otro”, y doxia, del griego
doxa, “opinión” (Bourdieu, 1979, pp. 370-371, 377 y 538). Para Bourdieu
se trata de un error de identificación, instrumentado por criterios sociales
inadaptados en relación con la jerarquía cultural instituida. Es, por lo tan-
to, una noción marcada por la sombra del desconocimiento, que señala el

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carácter inhábil culturalmente de aquellos que son exteriores al círculo de


legitimidad cultural dominante aun manifestando una “buena voluntad cul-
tural”. Esto apunta a la pequeña burguesía, pero puede también concernir
a ciertos sectores de las clases populares (en particular, las autodidactas y
las militantes). La alodoxia se presenta entonces como “desprecio y reino
de las imitaciones”. Es, por ejemplo, confundir la imitación del cuero con
el cuero.
A la inversa, para Rancière, los itinerarios de los primeros enunciadores
de la palabra de los obreros, en torno a 1830, ponen en evidencia que esta
alodoxia no es lo que condena al encierro en la jaula de hierro de la domi-
nación, sino lo que permite abrir un proceso de emancipación. Escribe lo
siguiente: “los primeros militantes obreros han comenzado por tomarse por
poetas o caballeros, curas, o dandys. La alodoxia es la única vía de la hete-
rodoxia. Pasiones prestadas usando las únicas palabras que hacen posible la
reapropiación: palabras prestadas” (Rancière, 1983, p. 286).
Es por ello que el procedimiento del sociólogo crítico es puesto en duda
como forma de desvío eternizante en relación con lo que estigmatiza, como
una suerte de imitación de la emancipación.
La postura sociológica instauraría una sospecha, “dondequiera que se
encontrara se tendría una imagen de compartir y de equívoco” (Rancière,
1983, p. 288). Para Rancière, “la crítica sociológica dice del reino eterno de
la pequeña diferencia […] para negar que el sujeto de la democracia no puede
alcanzarla nunca” (Rancière, 1983, p. 305). Me apoyaré sobre un ejemplo
tomado de una investigación de campo para aclarar este punto al que llamo
“Pierre Dubois, el infinito y el mal de estómago”.
Este caso empírico es tomado de la investigación de campo realizada
para mi tesis Una etnografía local del sindicalismo ferroviario (Corcuff,
1991). Se trata de un extracto de una entrevista semiestructurada con Pierre
Dubois (realizada en abril de 1986), entonces de 58 años, militante sindical
jubilado. Su padre había comenzado como operario y terminado como agente
de conducción en el ferrocarril. Pierre tenía un certificado de aptitudes pro-
fesionales de ajustador, luego había recibido una formación de la empresa de
ferrocarriles y había debutado como obrero profesional. Después se volvió
agente de conducción, para culminar como cuadro profesional, jubilándose a
los 52 años. Jubilado retomó sus estudios, al inicio realizando cursos noctur-
nos en la Bolsa de Trabajo y luego inscribiéndose en la universidad, donde
obtuvo un diploma de comunicaciones (periodista). Léase de manera crítica
“el intelectual” en relación con “el espíritu práctico”, en referencia a su ex-
periencia universitaria tardía:
“El intelectual puro, digamos, y hay mucho vapor en esto, tú ves, es una nebu-
losa para encontrar la idea dominante, la idea que se va a concretizar y que va

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a dar algo […] Dicho de otra manera, no es suficientemente, este…, no tiene


un espíritu suficientemente pragmático. […] Un espíritu que se pierde en teo-
rías, y posibilidades y combinaciones. Entonces digo ‘no’. Entonces, aquel
que tiene un espíritu práctico se dice ‘bueno, no vale la pena, ¿eh?’ y entonces
tienes el campo de reflexión operacional, que queda canalizado, entonces sí,
en ese momento, se va rápido”. (Entrevista a Pierre Dubois, 1986)
Sin embargo, en otro momento reconoce la importancia del “trabajo de
reflexión” y califica de “benéficos en el plano personal” sus dos años de vida
universitaria. Para él, por otro lado, esta dimensión tiene tendencia “a faltar
en el mundo obrero”. Pero a las limitaciones obreras responden las limitacio-
nes de los intelectuales, de alguna manera simétricas.
El peligro para el intelectual sería entonces “perderse” en una multipli-
cidad de “posibilidades” y de “combinaciones”, en donde hay la necesidad
de “canalizar”. Para Pierre Dubois, “el espíritu práctico” surge de su expe-
riencia familiar, profesional y militante, y constituye, entonces, la barrera
frente a los vértigos de la reflexión intelectual, que pueden llevarlo hasta
la angustia:
“Me gustaría mirar la astronomía, pero eso desemboca en una reflexión
sobre el infinito, pero sobre eso no puedo, pierdo mi equilibro, ¿eh?, me da
vuelta la barriga, no puedo. El infinito, veamos, después de la tapa de una
caja hay eso [me muestra una caja], y después está el vacío, y después…
Entonces imagine el infinito, lo que no termina nunca, lo que para mí es in-
accesible al ser humano, yo no puedo […] Entonces ahí no, ¡no! Ahí me en-
fermo, enfermo, me volvería loco, ¿eh? Es verdaderamente un punto, digo,
¡que me molesta mucho!”. (Entrevista a Pierre Dubois, 1986)
Sería fácil interpretar el discurso de Pierre Dubois, a la manera de Bour-
dieu, como alodoxia, en el sentido de ser un desprecio, ligado a una relación
autodidacta con el trabajo intelectual, por ejemplo, en la conexión hecha entre
la “reflexión filosófica” y el “mal de estómago”. Pero esto sería un allana-
miento miserabilista (en el sentido que le dan Claude Grignon y Jean Claude
Passeron, sobre el que volveré) por las palabras de las experiencias y de las
relaciones con el mundo manifiesto. ¿Y si retomamos en serio la manera en
que Pierre Dubois construye una relación singular con el mundo intelectual?
No se juega con las tensiones existentes entre el polo “práctico” y el polo “in-
telectual”, ¿un desplazamiento de la jerarquía cultural dominante tradicional?
Podemos observar entonces, a través de tanteos, una lógica emancipa-
toria, pasando por “préstamos”, como dice Rancière, e hibridaciones. Nos
alejamos de la tendencia legitimista de la noción de alodoxia en Bourdieu,
siempre lista para desconfiar de la autenticidad intelectual de los discursos
populares, autodidácticos y pequeñoburgueses.

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No estamos, sin embargo, situados en mundos irónicos, con el riesgo de


olvidar el peso de las constricciones que genera la dominación. Parece, por
lo tanto, oportuno el integrar una parte de la verdad de la crítica sociológica,
so pena de mal rendir cuenta de otras características de la experiencia de
Pierre Dubois, que se filtran a través de su discurso. Este integra, por otro
lado, de una manera cierta las constricciones de la dominación: hay allí a la
vez distancia y reverencia en su relación con el mundo intelectual. Y Pierre
Dubois se reconoce sinceramente poco hábil en relación con los recursos y
procedimientos de un mundo que no es el suyo de origen. El corte inicial
de los mundos sociales es claramente sentido. Y, además, la angustia física
frente al infinito en la reflexión intelectual constituye una marca corporal
de la brecha con este universo intelectual. Con precisión, Bourdieu ha insis-
tido frecuentemente en la importancia del cuerpo en las relaciones con las
normas dominantes y los universos sociales más alejados. He citado, pre-
cisamente, un pasaje significativo de las Meditaciones pascalianas sobre el
carácter involuntario de “la emoción corporal (vergüenza, timidez, ansiedad
y culpabilidad)”.
Préstamos y mestizajes emancipadores, por una parte, restricciones im-
puestas por la dominación, por otra: no deberíamos tener que doblar uno
sobre otro para entender la ambivalencia de la experiencia, asumiendo, así,
la tensión.

Rancière/Bourdieu: dos aproximaciones a la emancipación


En este punto del análisis, parece necesario detenerse un momento con el
fin de comparar las figuras de la emancipación privilegiadas por Rancière
y por Bourdieu. Para Rancière, la figura de la emancipación consiste en un
sinceramiento de la división social, sobre todo por los préstamos tomados de
los medios dominantes, estableciendo la posibilidad de una igualdad entre
universos sociales marcados por la desigualdad. De esta forma, “cuando una
lógica supuestamente natural de la dominación es traspasada por el efecto
de esa igualdad”, habría emancipación, adelanta (Rancière, 1995, p. 37). Y
agrega que la emancipación, entonces, tendría que ver con “las brumas de la
frontera” (Rancière, 2008, p. 26).
Hay también pistas sobre la emancipación en Bourdieu, aunque más
marginales que en Rancière (de quien es uno de sus temas principales) y
menos visibles en la economía de su sociología. Bourdieu se inspira en el
esquema de la libertad relativa al conocimiento de las determinaciones en
Baruch Spinoza (1965, parte III, proposición II, escolia, pp. 139-140 y parte
V, proposición X, escolia, pp. 315-316). La emancipación, entonces, tiene
que ver principalmente con el conocimiento de los propios determinismos
sociales, y ello tanto a nivel individual como colectivo.

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Estas dos figuras de la emancipación no son necesariamente excluyentes


la una con respecto a la otra. Podemos pensar, en el caso de Pierre Dubois,
que las marcas emancipadoras pueden enriquecerse a través de un conoci-
miento desculpabilizante de las limitaciones contra las que choca. Bourdieu
nos habla en este sentido, en el post-scriptum de la obra colectiva La miseria
del mundo, de la posibilidad de imputar el sufrimiento a causas sociales y de
ser así “disculpados” (Bourdieu, 1993, p. 944). Pero no debería ocurrir que
la descodificación crítica de los determinismos sociales se trague el conjunto
de la experiencia en la dinámica de una sospecha generalizada. ¡Nuevamente
una tensión!

Una iluminación desconocida en Europa: la sociología crítica de Alfredo


Errandonea
Figura desgraciadamente desconocida en Europa, el sociólogo uruguayo Al-
fredo Errandonea ha abierto senderos teóricos al asociar firmemente la crítica
teórica y la emancipación como compromisos político-éticos y la autonomía
del conocimiento científico. Tomó distancia del marxismo en una referencia
original al anarquismo (Errandonea, 2003; Wschebor, 2003; Prieto, 2003).
Errandonea nos permite abrir un paréntesis sugestivo en relación con el de-
bate franco-francés.
Ha contribuido a afinar herramientas de la sociología crítica que se des-
prenden de la frecuente hegemonía teórica marxista en el siglo XX, tanto en
la crítica social universitaria como en la crítica militante. En su libro Explo-
tación y dominación (Errandonea, 1972), el autor evalúa los aportes y los lí-
mites de la noción marxista de explotación para reinscribirla en el seno de un
concepto más amplio de dominación, a la que entiende “como configuración
estructural de relaciones asimétricas” (1972, p. 51). Al hacerlo se separa de
la pendiente economicista, y pone al poder en el centro del análisis, en tanto
que “unos deciden lo que implica a los otros y/o a todos” (1972, p. 9). Para
realizar este análisis, se apoya explícitamente en la ética anarquista, hablán-
donos en la introducción de la obra de “una perspectiva inspirada en valores
libertarios” (1972, p. 9).
El desplazamiento teórico realizado por Errandonea se funda también
directamente en las críticas anarquistas clásicas del poder y el Estado, en
particular en Mijaíl Bakunin. Esto tiene que ver con el descentramiento de la
sola explotación a fin de aprehender las características del Estado en el seno
del capitalismo del siglo XX, como las de la Unión Soviética vista como
“una organización despótica moderna” (1972, p. 41).
La crítica sociológica ampliada de Errandonea parece así arrimarse al
horizonte de la emancipación. Este se presenta como el carburante ético-
político del conocimiento científico, bajo la modalidad de la apertura de

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la “imaginación sociológica”, cara a Charles Wright Mills (2006), a cuya


sociología Errandonea hace referencia importante (Prieto, 2003, pp. 12-
13). Los recursos anarquistas ayudan a desplazar la mirada de las formas
rutinarias de su época: en este caso, de la importancia de los esquemas mar-
xistas en los años 1960-1970 en el seno de las ciencias sociales. Converge
en la práctica con el argumento de Weber favorable a la contratación de
un jurista anarquista como profesor de la universidad a causa, justamente,
del descentramiento en relación con las problemáticas más admitidas en
materia de derecho.
Este apoyo ético-político no desconoce los obstáculos políticos que tam-
bién puede encontrar la sociología en la ruta científica. En Explotación y
dominación Errandonea apunta la tendencia “ideológica” de un cierto dog-
matismo marxista en su lógica de justificación de una “estrategia política”
con efectos “oscurantistas” , que se opone a todo “esfuerzo científico creati-
vo” (Errandonea, 1972, pp. 70-71). Aquí Errandonea reconoce plenamente la
autonomía del conocimiento científico. En este marco, la ética y la política
pueden ser estimulantes para la imaginación científica y para los obstáculos
del saber, la vigilancia epistemológica necesaria a esta “equilibración de los
contrarios”, donde el estilo de Proudhon hace su miel, según Rubén Prieto
(2003, p. 13), de una “epistemología libertaria” que desconfía de construc-
ciones teóricas cerradas y fijas, no abiertas a preguntas nacidas en la propia
investigación. Está de acuerdo con el punto de vista de Weber cuando enfati-
za la importancia de “reconocer hechos desagradables, hechos, quiero decir,
que son desagradables para la propia opinión partidista” (Weber, 2003, p.
96). Se esboza así una configuración original de distanciamiento científico
que se nutre de compromisos éticos y políticos.

Una puesta en perspectiva epistemológica: Grignon y Passeron


Después de este paréntesis heurístico uruguayo, volvamos a la tensión Bour-
dieu/Rancière. Para ponerlo en perspectiva en el marco de una epistemología
sociológica, nos parece útil pasar por los análisis de Jean Claude Passeron y
Claude Grignon en su libro de diálogo Le savant et le populaire (Grignon y
Passeron, 1989). Passeron es el coautor de los primeros libros de Bourdieu
y un gran epistemólogo contemporáneo de las ciencias sociales y Grignon
también ha sido colaborador de Bourdieu.
Grignon y Passeron han puesto en evidencia que las aproximaciones
sociológicas y literarias a las culturas populares (y a las culturas dominadas
en general) tienden a oscilar entre dos derivas:
1. el legitimismo (o dominocentrismo, incluso miserabilismo), que sola-
mente mira las prácticas populares jerarquizando las relaciones con las
normas dominantes, socialmente las más legítimas, como si las activi-

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dades de sentido de los dominados pudiesen ser aprehendidas en su re-


lación de dependencia con los dominantes.
2. el populismo, que sacraliza las culturas populares y dominadas en ge-
neral como entidades dotadas de una total libertad, olvidando las carac-
terísticas que estas deben a las relaciones de dominación (relaciones de
clase, de género, poscoloniales, etcétera) en las cuales están insertas:
es de notar que el término “populismo” tiene un sentido distinto a las
acepciones más corrientes en América Latina.
Si seguimos las categorías de Rancière, el dominocentrismo partiría de
la desigualdad y de las incapacidades de los oprimidos y el populismo partiría
de la igualdad de las capacidades de los oprimidos.
Grignon y Passeron convergerían en el primer punto en la crítica de
Rancière a Bourdieu. Pero en el segundo punto presentarían una crítica a
Rancière en su negación de una descodificación crítica de constricciones que
pesan sobre los dominados y sobre los efectos de sus relaciones diversifi-
cadas con la emancipación. En este sentido, Grignon y Passeron están más
próximos a Bourdieu.
En la misma obra, Jean Claude Passeron desembarca en “la hipótesis de
la ambivalencia […] llamando a realizar una doble lectura” (1989, p. 73). Lo
que es de alguna manera un llamado a que podamos tomar la problemática
por las dos puntas: por las capacidades del oprimido y por su incapacidad
para realizar nuevas aproximaciones críticas y comprensivo-pragmáticas. En
esta perspectiva, una sociología crítica de la dominación no sería necesaria-
mente un obstáculo a una lógica emancipadora, sino un espacio dinámico de
tensiones que pueden abrirse entre ambas. Tensiones, dado que las matrices
de miserabilismo y de populismo seguirían presentes y no habría punto de
armonía definitiva posible entre crítica y emancipación, no habría el “fin de
la historia” hegeliano.

Conclusión
La exploración de las desventuras académicas actuales de la teoría crítica en
el seno de las ciencias sociales francesas como configuración entre la socio-
logía crítica de Pierre Bourdieu y la filosofía de la emancipación de Jacques
Rancière, así como los aportes de la sociología libertaria de Alfredo Errando-
nea, no nos ha conducido a una nueva teoría crítica con apoyos emancipato-
rios unificados. Sin embargo, nos ha ayudado a delimitar un espacio de pro-
blemas y a generar algunas pistas para articular cuestiones que muchas veces
se presentan desarticuladas en el pensamiento y la política contemporánea.
No obstante, se trata de una articulación en el reconocimiento de tensio-
nes. Dos pistas han sido esquematizadas: 1) una pista epistemológica de dis-

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tanciamiento comprometido que desplaza la ruptura tradicional entre juicio


de hecho y juicio de valor; y 2) una pista teórica que nos incita a partir a la
vez de las incapacidades y de las capacidades de los dominados. En el primer
plano, el equilibrio entre distanciamiento científico y compromiso ético y
político aparece inestable. En el segundo plano, los riesgos cruzados son que
las incapacidades del ser se traguen las capacidades o ser insensibles a las in-
capacidades en la celebración de las capacidades. Los dos casos se inscriben
epistemológicamente más en “la equilibración de los contrarios” enunciada
por el socialista libertario Pierre-Joseph Proudhon que en “la superación de
las contradicciones” de inspiración hegeliana.

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.4

Contribuciones sociológicas para pensar los derechos


humanos
Desigualdades y justicia social en Brasil y Uruguay
Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

Resumen
Este artículo relaciona el debate teórico de derechos humanos con las ideas de justicia, desigualdad
y reconocimiento trabajadas desde la sociología. A pesar de la distancia que esta ha mantenido con
el estudio de los derechos humanos, las reflexiones sobre las identidades colectivas, movimientos
sociales, instituciones y reivindicaciones la acercan al debate sobre ellos. Se examinan
algunos ejemplos de Uruguay y Brasil que permiten identificar procesos de democratización y
desdemocratización. Si bien los derechos humanos son el fundamento de las democracias liberales
y tienen pretensión de universalidad, al no realizarse de forma homogénea, sus principios básicos
son cuestionados y se alejan cada vez más de la defensa de los derechos humanos.
Palabras clave: derechos humanos / desdemocratización / desigualdades / justicia social.

Abstract
Sociological contributions to think human rights. Inequalities and social justice in Brazil and Uruguay
This article focuses on the relationship between human rights theoretical debate and the ideas
of justice, inequality, and recognition, from a sociological field. Despite a distance sociology
has maintained with the study of human rights, its reflections on collective identities, social
movements, institutions and claims build bridges to the debate on rights. We show democratization
and de-democratization processes using different rights examples from Brazil and Uruguay.
Although human rights are the foundation of liberal democracies, while pretending to be universal,
as they are not carried out homogeneously, its basic principles are questioned and they move
away from the defense of human rights.
Keywords: human rights / de-democratization / inequalities / social justice.

Lucía Pérez Chabaneau. Magíster en Sociología por el Instituto de Estudios Sociales y Políticos de
la Universidad Estatal de Río de Janeiro (IESP-UERJ). Docente e investigadora del Departamento
de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay).
Coordinadora de Educación en Derechos Humanos de Amnistía Internacional Uruguay.
E-mail: lucia.perez@cienciassociales.edu.uy
Patricia Silvera Rivero. Posdoctorada en Sociología por el Instituto de Investigación sobre
Economía y Sociología de la Educación (IREDU) de la Universidad de Borgoña (Francia). Doctora
en Sociología por el Instituto Universitario de Investigación de Río de Janeiro (IUPERJ). Docente
e Investigadora del Núcleo de Políticas Públicas en Derechos Humanos (NEPP-DH-UFRJ) y del
Curso de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
E-mail: pathriv@gmail.com
Recibido: 10 de mayo de 2018.
Aprobado: 20 de julio de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Introducción
La genealogía de los derechos humanos puede rastrearse en varios hitos a lo
largo de la historia1; sin embargo, su consolidación en tanto categoría política
se corresponde con el proceso de instalación de las democracias modernas.
La idea de generaciones de derechos es un pragmatismo analítico que ubica
en la Constitución de Estados Unidos (1787) y en la Revolución Francesa
(1789) dos momentos fundacionales de lo que hoy conocemos como el pa-
radigma de derechos humanos, consagrado en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos (1948). Los principios modernos (libertad, igualdad,
fraternidad) fueron el marco que sustentó el desarrollo de los derechos huma-
nos, entendidos como convenciones sociales que moldearon las democracias
modernas.
Los fundamentos de los derechos humanos son de distinta índole: ius-
naturalistas (los derechos son inherentes a los seres humanos y son relativos
a la naturaleza y dignidad humanas); éticos (las personas tenemos derechos
por el simple hecho de ser personas; no se fundan en la naturaleza, sino en
las exigencias morales de una vida humana digna) o históricos (los derechos
son productos de su contexto socio-histórico, como forma de dar respuesta a
las necesidades humanas que varían según la época). Desde una perspectiva
socio-histórica, la ampliación del campo de los derechos humanos, a partir
del surgimiento de nuevas necesidades como parte del proceso de desarrollo
de las sociedades, cobra un sentido de especial pertinencia para la sociología:
por el objeto de análisis y por su vocación de transformar lo que se entiende
que es injusto.
Son tres las ideas fuerza (o hipótesis) que transversalizan esta reflexión:
la primera sostiene que, si bien desde hace varias décadas el terreno de los de-
rechos humanos ha dejado de ser privativo de la disciplina jurídica, la socio-
logía se ha ocupado bastante poco del asunto. No obstante, hay importantes
antecedentes en la teoría sociológica que demuestran la pertinencia de este
debate para la disciplina. Una de las vías de entrada desde la sociología al

1 Concilios V, VI y VIII (años 636-653); Fueros castellanos, leoneses y aragoneses (siglos XI y XII);
Carta Magna de Inglaterra (1215); Petición de Derechos de Inglaterra (1628); Acta de Hábeas
Corpus, Inglaterra (1679); Bill of Rights, Inglaterra (1689); Independencia y Acta de Independencia
de Estados Unidos (1776); Constitución de los Estados Unidos (1787); Declaración Universal de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, Francia (1789) (Martínez Salgueiro, 2008, p. 16).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 83

campo de los derechos humanos se abre a partir de la discusión sobre las des-
igualdades sociales y los modelos de justicia social. La segunda idea fuerza
propone que el análisis de los derechos humanos necesariamente está ligado
a una discusión sobre los procesos de democratización y desdemocratización
de las sociedades. Estos procesos dinámicos varían en el tiempo en cuanto a
su modalidad e intensidad. La relación entre el grado de permeabilidad de un
Estado para acceder a las demandas populares y la capacidad de incidencia
efectiva de los colectivos organizados para colocar sus temas en agenda es un
indicador importante para evaluar el grado de democratización/desdemocra-
tización. La tercera (y vinculada a la anterior) plantea que los principios que
dan sustento a la idea de derechos humanos son los mismos sobre los que se
erigen las democracias liberales, por lo tanto, cuando la prédica en contra de
los derechos humanos surge desde los sistemas democráticos —valiéndose
de las herramientas de la institucionalidad—, solo se genera un debilitamien-
to de los principios democráticos.
El artículo se organiza en tres apartados: el primero recupera el debate
sobre los derechos humanos en la teoría sociológica, a partir del pensamiento
de Marx, Bobbio, Habermas y De Sousa Santos, como propuesta de diálo-
go crítico. El segundo vincula la contribución del análisis que ha hecho la
sociología sobre las desigualdades sociales para pensar los derechos huma-
nos, y profundiza en el punto de conexión del debate derechos humanos/
desigualdades sociales como parte de una discusión más amplia acerca de
la justicia social y sus posibles caminos. El tercero propone el ejercicio de
pensar algunos ejemplos de temas relevantes de la agenda de derechos para
los casos de Brasil y Uruguay, mediante la observación de los procesos de
democratización y desdemocratización a partir de demandas, conquistas y
pendientes para el caso de las muertes violentas en Brasil y los derechos de
las mujeres en Uruguay.

Una aproximación posible a los derechos humanos desde la teoría sociológica


El debate explícito sobre derechos humanos en la teoría sociológica lo pode-
mos localizar a partir de Karl Marx. En La cuestión judía, analizando la con-
dición de derechos civiles y políticos de los judíos en Alemania, Marx hace
una distinción fundamental entre “emancipación humana” y “emancipación
política”. La emancipación política está relacionada con el reconocimiento
de los derechos de ciudadanía por parte del Estado. Este reconocimiento se
da por la separación entre la esfera de la política y la de la sociedad, una
separación que para Marx es artificial, pero que es puesta en práctica por
el Estado burgués. Los derechos individuales y particulares quedarían así
relegados a la vida privada y al espacio de la sociedad civil, y los derechos
de los ciudadanos y políticos serían la expresión abstracta del Estado. Esta
es la base para la diferenciación entre los derechos del hombre (en el espacio

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
84 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

de la sociedad civil) y del ciudadano (en el espacio abstracto de los derechos


políticos). El hombre de la sociedad civil es el “individuo egoísta e indepen-
diente”, mientras que el ciudadano es la “persona moral”. La emancipación
humana estaría más allá de esta separación y se daría cuando el hombre “no
separa más de sí la fuerza social en la figura de la fuerza política —es solo
entonces que está consumada la emancipación humana—” (Marx, 2009, pp.
71-72)2. Por lo tanto, la emancipación política —la obtención de los derechos
de ciudadanía— no hace libres a los seres humanos, pues están sometidos a
los particularismos y al egoísmo reinante en la sociedad civil, al mismo tiem-
po que al poder general del Estado.
Los derechos humanos universales son entendidos como:
“[…] derechos políticos, derechos que solo pueden ser ejercidos en la
comunidad [Gemeinschaft] con otros. La participación en la comunidad
[Gemeinwesen] es, seguramente, en la comunidad política, en el sistema del
Estado, forma su contenido. Caen en la categoría de la libertad política, en
la categoría de los derechos cívicos”. (Marx, 2009, p. 61)3
Concluye que los derechos humanos consagran al hombre ciudadano
tanto como al hombre burgués. Dentro de la sociedad civil, el derecho más
importante es el de la libertad individual y egoísta, porque la libertad del otro
aparece como una limitación a la realización de la libertad propia. En este en-
tendido, la política tiene como objetivo asegurar la vida en la sociedad civil,
garantizando el aislamiento del individuo y la desigualdad existente. A partir
de este análisis, Marx deja en evidencia no solo los objetivos subyacentes a
la definición burguesa de derechos humanos, sino que también denuncia la
violación de estos derechos desde el nacimiento.
“Solo cuando el hombre individual retoma en sí al ciudadano abstracto y,
como hombre individual —en su vida empírica, en su trabajo individual, en
sus relaciones individuales—, se tornó ser genérico; solo cuando el hom-
bre reconoció y organizó sus forces propres [fuerzas propias] como fuerzas
sociales y, por lo tanto, no separa más de sí la fuerza social en la figura de
fuerza política, solo entonces está consumada la emancipación humana”.
(Marx, 2009, pp. 71-72)4
Por lo tanto, la llave para la emancipación parece ser el individuo que
condensa en sí el ser abstracto o ciudadano con el ser empírico o individuo
de la sociedad civil, cuando no se separa más sociedad civil de sociedad
política, esfera pública de privada. Ese tema será más desarrollado por el
autor en textos posteriores, donde la emancipación humana ya aparece para

2 Traducción propia.
3 Traducción propia.
4 Traducción propia.

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Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 85

Marx como la superación de la sociedad de clases y la construcción de una


sociedad comunista, primero con el Estado para garantizar la eliminación de
las desigualdades de clase, después sin Estado (Marx y Engels, 2001; Marx,
2009).
Dentro de este marco teórico, los derechos humanos aparecen como im-
portantes pero relegados y, a la vez, limitados por la sociedad de clases, como
parte de una operación de abstracción y separación en esferas realizada por la
sociedad burguesa democrática con la finalidad de ocultar las desigualdades
en la sociedad civil, o de superarlas a partir de la participación ciudadana.
Este posicionamiento sustrae el tema de los derechos humanos del ám-
bito del debate iusnaturalista. Estos derechos tienen una referencia clara a la
clase burguesa que los proclamó históricamente en su revolución, o sea, a su
contexto social e histórico. De esta forma, se eliminan las versiones esencia-
listas de los derechos humanos, remitiéndolos a su historicidad.
En este sentido, Bobbio (2004), desde la sociología política, va a funda-
mentar claramente que el debate y el concepto de derechos humanos está fun-
dado en valores culturales específicos, la cultura occidental judaico-cristiana,
así como en un contexto histórico también específico, el Iluminismo y la
consagración de sus principios en la Declaración de los Derechos del Hom-
bre y del Ciudadano y en la primera Constitución a partir de la Revolución
Francesa.
Para el autor, los derechos humanos emergen de un proceso de luchas
históricas entre actores y movimientos sociales, y también son producto de
un consenso político generado en determinados momentos sobre la defini-
ción de lo que se considera como derechos fundamentales. En ese marco, los
derechos humanos tienen su origen en el contexto de las sociedades demo-
cráticas (Bobbio, 2004). De manera similar, Tilly (2013) entiende la demo-
cracia como producto de procesos históricos de lucha y acuerdos por parte de
los movimientos sociales y los poderes vigentes; y, para Bobbio (2004), los
derechos humanos tienen su origen en el contexto de las sociedades demo-
cráticas. Un punto importante sobre el que llama la atención es la diferencia
entre lo que aparece en las declaraciones como intención y lo que realmente
va a ser constituido en regla jurídica. Subrayar esta diferencia es relevante
para el análisis sociológico de los derechos humanos, porque saber cuáles
son las condiciones para la aplicación práctica de los derechos supone pre-
guntarse acerca de los contextos sociales y políticos en los que será aplicada
la norma. Incluso, más allá de la aplicación normativa, los contextos en los
que pueden desarrollarse políticas públicas para la aplicación práctica de los
derechos humanos son analizados en este artículo.
Otro punto fundamental del análisis de Bobbio (2004) es la diferencia
entre diversas generaciones de derechos, principalmente la diferenciación

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
86 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

entre la fase de reafirmación de los derechos políticos y la posterior, de los


derechos sociales. Primero se establecen los derechos políticos, como el de-
recho a la libertad, las libertades religiosas y civiles, donde el Estado aparece
de forma negativa, o sea, no impide la realización de los derechos. Después,
aparecen los derechos sociales, donde el Estado tiene un papel positivo, ac-
túa e implementa políticas porque hay derechos sociales. La igualdad y el
bienestar son derechos sociales fundamentales. Mientras que los derechos
de primera generación nacen de la lucha contra el poder de la iglesia sobre
el Estado y contra el absolutismo, los derechos sociales nacen de las luchas
de los movimientos de trabajadores, de campesinos y pobres que exigen a
los poderes públicos, como el derecho al trabajo o a la seguridad social, re-
lacionados con el Estado de bienestar social y con la emergencia de estados
socialdemócratas. Los derechos de tercera generación son, por ejemplo, el
derecho a vivir en un ambiente no contaminado; y los de cuarta generación se
refieren a los efectos de la investigación biológica y la manipulación genética
o los de uso de información. Por lo tanto, el surgimiento de nuevos derechos
está relacionado directamente con los cambios en la sociedad, la aparición de
nuevas carencias y los movimientos que reclaman por soluciones.
Bobbio (2004) contextualiza también el surgimiento y desarrollo de los
derechos humanos como norma a partir del surgimiento del Estado nacional
y del aparato racional-legal (Weber, 2009) a través del cual será aplicada la
ley y donde los derechos son más derechos del ciudadano que del hombre.
Establece la diferencia entre los derechos humanos garantizados por el Es-
tado, que coloca su aparato de coerción y tiene la posibilidad del uso de la
violencia legítima para la aplicación de la norma, y los acuerdos y conven-
ciones internacionales, que no tienen la misma fuerza coercitiva para su cum-
plimiento, ya que quedan en el plano de las recomendaciones. Deja de lado
la polémica acerca de los desequilibrios de poder internacional entre los dife-
rentes países y la hegemonía de algunos para imponer la fuerza sobre otros.
Desde la teoría sociológica contemporánea, Jürgen Habermas acciona la
idea de imperativo categórico kantiano en un trabajo reciente sobre derechos
humanos. Habermas (2010) reconoce que el actual debate sobre derechos
humanos refiere a la disposición de la humanidad para mejorar (Kant, 2008),
intentando demostrar así que la dignidad humana es un concepto sustanti-
vo: “Fuente moral de la que todos los derechos fundamentales derivan su
sustento” y también es la base de una “utopía” política que está contenida
desde el origen en los derechos humanos. Así, el concepto de “dignidad hu-
mana” tiene un “papel protagónico” en las actuales definiciones nacionales
e internacionales de derechos humanos, pero estuvo presente durante toda la
historia de los derechos humanos (Habermas, 2010, pp. 4-5).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 87

Este concepto tendría la función de conseguir consensos en torno de los


temas de derechos humanos en el espacio internacional. A pesar de no haber
una definición clara de lo que es la “dignidad humana”, el autor considera que
el “sustrato normativo de la igual dignidad de cada ser humano” (Habermas,
2010, p. 5) se concreta históricamente en los derechos humanos. Demuestra
cómo los jueces apelan a la dignidad humana en casos de violación de liber-
tades individuales o de derechos de poblaciones pobres y marginalizadas, así
como en casos de desigualdad entre géneros, racial, étnica o religiosa. Por
lo tanto, se convierte en un argumento sustantivo para fundamentar tanto la
universalización de derechos como la introducción de nuevos. El concepto
de dignidad aparece en declaraciones universales y también en los textos de
las constituciones de algunos países.
Sin embargo, más allá de su utilidad práctica (y hasta del potencial polí-
tico a partir de la utopía que representa el respeto a la dignidad humana), hay
algo de esencialista en esta definición. A pesar de que el autor reconoce el
carácter histórico de los derechos humanos, el concepto de “dignidad huma-
na” aparece como sustantivo y esencial, en la medida que atraviesa diversos
contextos sociales, nacionales e internacionales, así como también diferentes
épocas históricas.
Por lo tanto, los derechos humanos contienen una moral que puede ser
transformada en derecho normativo. El concepto de dignidad humana tiene
una función mediadora en esta transformación, una dignidad universalizada
que se aplica a todos los seres humanos por igual, cuando la dignidad ante-
riormente era una cualidad de un estamento o grupo en particular. Esa digni-
dad se extiende a todos aquellos ciudadanos que pertenecen a una comunidad
política democrática, o sea, dentro del marco de un Estado constitucional.
Habermas destaca la contradicción entre los derechos humanos exigidos den-
tro de los límites del Estado nación y la necesidad de que tengan validez uni-
versal y traspasen las fronteras nacionales. Habermas, al igual que Bobbio,
reconoce que ampliar la protección de los derechos humanos, ya sea dentro o
más allá de los Estados-nación, es producto de las luchas sociales y políticas
de los movimientos sociales (Habermas, 2010, p. 16).
El tipo de utopía que defienden los derechos humanos es para el autor
una utopía realista, basada en el ideal de sociedades justas dentro de las ins-
tituciones de los Estados democráticos.
Para De Sousa Santos (2014), existe una versión hegemónica de los de-
rechos humanos, y su aplicabilidad es histórica y geográficamente localiza-
da. En la sociedad contemporánea occidental, la idea de libertad y autonomía
llegó a su máxima expresión, pero como autonomía de mercado, donde el
individuo es responsabilizado por sus fracasos y predomina la fragmentación
social. Esto sucede en el contexto del “pos-Estado, postsocial” neoliberal,

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
88 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

donde las condiciones para la autonomía están desigualmente distribuidas y


los más presionados para ser autónomos son los que están en peores condi-
ciones para serlo (De Sousa Santos, 2014, p. 10). El autor está preocupado
por el hecho de que las “injusticias sociales” no están generando “indigna-
ción moral” ni voluntad política para combatirlas. Sin embargo, duda que la
política de derechos humanos sea capaz de contraponerse al discurso hege-
mónico de los derechos humanos “individualistas, seculares, culturalmente
occidentecéntricos, y estadocéntricos”, a partir del uso del tema de la “dig-
nidad humana” (De Sousa Santos, 2014, p. 11). También pone en duda la
utilidad del discurso de derechos humanos para combatir la exclusión, la ex-
plotación, las discriminaciones a partir del concepto de “dignidad humana”.
Desde una perspectiva gramsciana, se cuestiona si los derechos humanos, a
pesar de consolidar y legitimar la opresión, también pueden ser usados de
forma contrahegemónica5. Hace una crítica a la matriz liberal occidental de
los derechos, un concepto que, según el autor, tuvo más éxito que el de uto-
pía. Se contrapone a Habermas (2010), que deposita el contenido utópico de
los derechos humanos en la idea de “dignidad humana” como utopía realista,
que puede ser realizada. La versión de Habermas estaría encuadrada dentro
de lo que De Sousa Santos llama versión hegemónica de los derechos.
De Sousa Santos también se refiere a la existencia de “sufrimiento in-
justo”, que no es considerado violación de derechos humanos, así como a la
existencia de otros lenguajes de dignidad humana compatibles con el lengua-
je de los derechos humanos (De Sousa Santos, 2014, p. 16).
Se contrapone a la idea de consenso que aparece tanto en Bobbio como
en Habermas y la considera una ilusión, ya que habría otros conceptos de
dignidad humana, como los ideales de “liberación nacional” (socialismo, co-
munismo, revolución y nacionalismo), diferentes de los derechos hegemó-
nicos, que legitiman “prácticas que pueden ser consideradas violaciones de
derechos humanos”, como las intervenciones “humanitarias” realizadas por
las propias organizaciones internacionales (De Sousa Santos, 2014, p. 21).
Con la erosión del Estado de bienestar se fragilizan los fundamentos
políticos de la democracia liberal: las ideas de sociedad civil y los derechos
humanos, puestos en cuestión por los políticos liberales, tanto como por los
conservadores, debilitan las raíces previas al contrato social. Mientras “gru-
pos sociales que fueron expulsados del contrato social o que nunca tuvieron
acceso se vuelven poblaciones descartables. Sin derechos mínimos de ciu-
dadanía son, de hecho, lanzados en un nuevo estado de naturaleza, al que
llamo fascismo social” (De Sousa Santos, 2014, p. 92)6. La crisis del Estado

5 De Sousa Santos define la hegemonía basado en el concepto gramsciano (De Sousa Santos,
2014, p. 35).
6 Traducción propia.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 89

nacional reduce las políticas públicas, y esta reducción cuestiona la legitimi-


dad del Estado.
Frente a la acentuación de las desigualdades sociales y de la concen-
tración del poder, que vacía la democracia, los principios de los derechos
humanos se banalizan y parecen perder significado. Deben ser reconocidas
las debilidades reales de los derechos humanos, sin descartarlos como ideas
y prácticas de resistencia. En su versión totalmente sociológica, De Sousa
Santos (2014) vuelve a la idea de una dignidad humana resignificada y enri-
quecida por una versión intercultural de los derechos humanos que favorezca
los conceptos que enfrentan la injusticia social.

Un asunto de justicia social


La preocupación por cómo se asignan los bienes, los servicios, las oportuni-
dades y los mecanismos de producción del estigma en las sociedades es parte
del debate clásico de la sociología. Las desigualdades sociales representan
un problema de justicia social, porque todo sistema democrático necesita
una discusión acerca de los ideales de justicia y de los derechos que han de
garantizarse y cómo se garantizarán. Si bien el debate sobre la justicia social
es heredado de la filosofía —y ha sido principalmente desarrollado a partir
de un enfoque más liberal—, destacamos su relevancia, actualidad y vincu-
lación cuando planteamos una revisión del concepto de derechos humanos
desde la sociología. La adecuación de la institucionalidad a los criterios de
justicia y equidad apunta no solo a conseguir una sociedad más justa, sino
también a evitar la injusticia (Sen, 2010). Parece relevante, entonces, repen-
sar los acuerdos sobre los estándares de justicia desde una mirada más crítica
sobre la propia conceptualización de justicia social.
De acuerdo con Hopenhayn (2006), el desarrollo, entendido desde una
perspectiva de la ciudadanía social, no significa homogeneidad en las formas
de vida, sino la existencia de una institucionalidad que procure oportunida-
des más incluyentes. Los derechos humanos ingresan como categoría política
relevante a través de la reivindicación de los derechos civiles y políticos,
pero en las últimas décadas nos enfrentamos al desafío de incorporar la pers-
pectiva de promoción y garantía de los derechos económicos, sociales y cul-
turales en el despliegue de políticas públicas y programas. Por un lado, esto
representa un importante avance y una jerarquización de los derechos econó-
micos, sociales y culturales en la agenda internacional (por ejemplo, a través
de los compromisos asumidos por los Estados); pero, por otro lado, significa
un reto sustantivo en términos de instrumentación, ya que esos compromisos
suelen quedar a título nominal y reportan serias dificultades para traducirse
en cambios concretos en la vida de las personas.

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90 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

En América Latina, la consolidación de los derechos civiles y políticos


está relacionada con la institucionalización de las democracias mediante los
procesos electorales y la salida de varios países de la situación de Estado de
excepción. Sin embargo, es necesario revisar el estado de este conjunto de
derechos a la luz de la actual coyuntura, observando con particular agude-
za la situación en Brasil, donde la institucionalidad atraviesa un momento
crítico, en el que se evidencia la debilidad de la arquitectura del marco de
derechos en relación con el funcionamiento de la justicia7 y el despliegue de
la corrupción a gran escala.
El “giro a la izquierda” en América Latina de comienzos del siglo XXI
tuvo un claro impacto en la matriz de protección social y en la reconfigura-
ción del rol de los Estados, que se tradujo en una aproximación al campo de
los derechos humanos, y contribuyó a consolidar su implicancia y potencia
en tanto categoría política. No obstante, este esfuerzo no siempre fue sufi-
ciente para compensar lo arraigado y profundo de la estructura de desigual-
dades de los países de la región. Esto acompasa la idea de que los derechos
humanos son productos socio-históricos y que, de acuerdo con Tilly (2013),
todas las sociedades pasan por procesos dinámicos de democratización y des-
democratización. La ampliación (o retracción) de los derechos se da a partir
de la interacción y las tensiones entre la ciudadanía y el Estado en su calidad
de garante.
La estratificación social ha sido la forma de aproximación clásica de
la sociología a las desigualdades; sin embargo, algunos autores se plantean
mirar el problema de las desigualdades sociales desde la óptica de la justicia
social como dilema crítico.
François Dubet (2010, 2014) afirma que la profundización de las des-
igualdades sociales es provocada por una crisis de solidaridad, que hace que
el modelo de clase social ya no sea suficiente para garantizar la integración
social. La debilidad de los lazos explica la profundización de las desigualda-
des y no a la inversa.
Establece dos modelos de igualdad: la igualdad de posiciones y la igual-
dad de oportunidades. El modelo de posiciones se concentra en revertir las
desigualdades de ingresos para mejorar las condiciones de vida, y promueve
la reducción de las brechas entre categorías para que la movilidad social no
sea ya una prioridad.

7 Siguiendo con el caso de Brasil, nos referimos al fenómeno conocido como lawfare
(judicialización de la política): manipulación de los recursos legales para lograr un objetivo
político, valiéndose de la retórica e instrumentos de la justicia en tanto forma, pero tergiversando
y manipulando sus contenidos (Dunlap, 2008).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 91

Una de las críticas posibles a este modelo, planteada por el propio Dubet
(2010), es que no da respuestas a las distintas trayectorias de vida y a la
multiplicidad de desigualdades. Es un modelo vinculado al empleo estable
(se debilita ante el desempleo y la precariedad). Funciona cuando el Estado
benefactor protege a los que están incluidos y homologa la ausencia de desi-
gualdades a la ausencia de desempleo.
Por otra parte, el modelo de igualdad de oportunidades se concentra
en ofrecer a todas las personas la posibilidad de ocupar mejores posiciones
desde un principio meritocrático y reduciendo las discriminaciones que obs-
taculizan el acceso a las posiciones.
Si bien es imposible oponerse a la desigualdad de oportunidades en tér-
minos de principios, los efectos agregados de las desigualdades no siempre
son captados por las estadísticas de una manera completa (debido al efecto
acumulación). Las desigualdades reales son producidas por una acumula-
ción de pequeñas desigualdades que terminan creando diferencias mucho
más considerables que las generadas por los ingresos. Este modelo tiende a
redistribuir menos y a asegurar menos las posiciones, ya que se concentra en
otros aspectos, más relativos a las restricciones culturales para acceder a la
estructura social de oportunidades (Dubet, 2014).
Dubet se inclina por el modelo de igualdad de posiciones, porque refuer-
za la solidaridad y se complementa con el de oportunidades (a medida que se
acercan las posiciones, aumenta la igualdad de oportunidades y la movilidad
social se vuelve más accesible). La igualdad de oportunidades es un efecto
positivo e indirecto de la igualdad de posiciones.
Desde la teoría crítica, Nancy Fraser (1997, 2000, 2001) centra su diag-
nóstico en la ausencia actual de un proyecto emancipatorio. La retórica del re-
conocimiento social desplaza a las luchas por la redistribución de la riqueza,
y, en simultáneo, las identidades son reificadas en un escenario cultural cada
vez más diversificado (Fraser, 2000). Estos dos problemas (desplazamien-
to y reificación) se sustentan en una atmósfera de globalización económica
expansiva y en la convivencia de expresiones culturales de la más diversa
índole que simplifican y fragmentan las identidades, generando un espacio
hermético de interacción. En el primer problema el énfasis está puesto en la
desigualdad, como un menosprecio cultural que no tiene una base material
(injusticia distributiva), haciendo a un lado el vínculo sustantivo existente
entre la invisibilidad cultural y la falta de acceso a recursos y beneficios
materiales. Existen quienes aceptan la falta de distribución económica, pero
esta es vista como una consecuencia de la falta de reconocimiento social. Al
segundo problema subyace una reafirmación del poder intragrupal, ya que
se estandariza una identidad esencialista sobre la cual se erige una retórica
homogeneizante.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
92 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

Redistribución y reconocimiento son falsas oposiciones, porque no son


suficientes en sí mismos para reparar las injusticias del mundo contempo-
ráneo (Fraser, 1997). La justicia social tiene tres dimensiones (económica,
cultural y política), que desembocan en injusticias de índole redistributiva,
de reconocimiento o de representación, respectivamente.
El modelo de justicia de Fraser considera el problema del reconocimien-
to como una cuestión de estatus social, en la que la definición del estatus de
los miembros de un colectivo como “plenos participantes en la interacción
social” hace hincapié en la institucionalidad y no en la identidad. La dife-
rencia con el modelo de la identidad es que no se privilegia la especificidad
identitaria de un grupo, sino que se aspira a generar las condiciones institu-
cionales que propicien las formas sociales, culturales, políticas y económicas
en igualdad y libertad para el desempeño como ciudadano (Fraser, 2000). La
dimensión de la representación es otro nudo crítico de la participación igua-
litaria en la toma de decisiones y el acceso a espacios de poder. El modelo de
estatus exige un examen exhaustivo de la relación entre las tres.
La perspectiva de la justicia social aporta al estudio clásico de las desi-
gualdades (estratificación social) una mirada más crítica acerca de la facti-
bilidad de los derechos en tanto herramientas que materializan los criterios
(modelos) de justicia.

Dos ejemplos para repensar los procesos de (des)democratización en clave de


derechos
En este apartado pensamos los puntos de conexión entre derechos humanos y
desigualdades sociales a partir de dos ejemplos: las demandas en torno a los
derechos de las mujeres en Uruguay y las muertes violentas en Brasil.
En Uruguay, las reivindicaciones de derechos humanos se asocian ori-
ginalmente a la lucha contra la impunidad y los crímenes de lesa humani-
dad cometidos durante la dictadura de 1973-1985. El contexto de reapertura
democrática ofrece una ventana de oportunidades para ubicar algunas dis-
cusiones en torno a las desigualdades de género (así como a otros temas).
El feminismo (o los feminismos) se constituye como sujeto político contra
la discriminación y la violencia, y en la defensa de los derechos humanos.
La trayectoria del movimiento feminista abre camino a las demandas del
movimiento de la diversidad sexual, y en muchas ocasiones han logrado ar-
ticular esfuerzos y presentar iniciativas en conjunto, sumando fuerzas —y
logros— a una agenda compartida. Uno de los puntos de encuentro entre
estos movimientos es la agenda política de incidencia que reivindican a partir
de demandas referidas a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos,
el cuestionamiento a la división sexual del trabajo, la autonomía sexual y
reproductiva, los nuevos arreglos familiares, la despenalización del aborto,

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 93

la erradicación de todas las formas de violencia y discriminación por razón


de sexo, género, etnia, clase, orientación sexual y edad, la legalización del
cambio de identidad de género, nombre y sexo, el acceso equitativo al mundo
productivo y al empleo, entre otros.
Los sentimientos de injusticia e indignidad se transforman en los mo-
tores de lucha y de movilización necesarios para buscar el reconocimiento
social. Las injusticias no se plasman únicamente en lo cultural, sino que abar-
can otros espacios de lo social, como el político y el económico. La injusticia
es mucho más profunda y multidimensional que la que podemos interpretar
desde el reconocimiento (plano cultural). El factor económico es decisivo a
la hora de generar desigualdades distributivas (Fraser, 2000).
Sin duda, una de las conquistas más relevantes en materia de derechos
de las mujeres en Uruguay fue la Ley n.º 18.987 de Interrupción Voluntaria
del Embarazo (IVE), aprobada en 2012. Luego de un recorrido errático en
la historia del país, el aborto vuelve a estar despenalizado hasta las doce se-
manas de gestación, siempre y cuando se atenga a los requisitos de atención
indicados en la ley, entre los que se encuentra el comparecer ante un equipo
interdisciplinario que asesora a la usuaria del sistema de salud. La legaliza-
ción del aborto había quedado pendiente desde 2008, cuando se aprobó la
Ley n.º 18.426 de Defensa del Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva,
pero se aplicó el veto presidencial a los contenidos referidos al aborto.
La despenalización del aborto es de los ejemplos más claros en términos
de impulso y freno de los procesos de democratización, que no se agotó con
la aprobación de la ley, sino que plantea el escenario y las condiciones en las
que se instala el debate. En 2014, una consulta popular para convocar a un
referéndum intentó volver a penalizar la práctica. Esta iniciativa finalmente
no prosperó, pero indicó que la polémica no se terminaba con la ley. En 2015,
un fallo del Tribunal de lo Contencioso Administrativo modificó la posibi-
lidad de que los médicos pudieran declararse como objetores de conciencia
parcial, pudiendo negarse a realizar algunas etapas del proceso de IVE. En
2017, un fallo judicial desconoció la norma vigente, ante la acción interpues-
ta por un varón que deseaba evitar la IVE de su pareja. La causa se dirimió,
finalmente, por un aborto espontáneo, pero el hecho grave es que se cuestio-
nó la constitucionalidad de la ley (Amnistía Internacional Uruguay, 2018). A
pesar de los avances, los desafíos en la implementación se hacen presentes en
las dificultades para garantizar la presencia de los equipos interdisciplinarios
que requiere la ley a nivel nacional, particularmente en las zonas rurales, y
para atenerse a los plazos y a las disposiciones de la norma por parte de los
operadores de la justicia.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
94 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

Las leyes de salud sexual y reproductiva y de IVE, y los importantes


avances vinculados a los derechos del colectivo LGBTI8 (Ley n.º 17.817,
Lucha contra el Racismo, la Xenofobia y la Discriminación, de 2004; la Ley
n.º 18.620, Derecho a la Identidad de Género y al Cambio de Nombre y Sexo
en Documentos Identificatorios, de 2009; y la Ley n.º 19.075, Matrimonio
Igualitario, de 2013) consolidan un aporte relevante para engrosar “la nueva
agenda de derechos” de Uruguay.
La articulación de las demandas como estrategia política (Laclau y
Mouffe, 1987) se genera en la medida en que exista un “nosotros” construido
a partir de una lectura de la opresión en sus múltiples versiones. Para ello es
indispensable la resignificación de los ideales modernos como la libertad y la
igualdad (los modelos de justicia y su marco de derechos), pero tomando en
cuenta el contexto del surgimiento de la gama más amplia de relaciones de
opresión (Mouffe, 1993).
En diciembre de 2017, el Parlamento aprobó la Ley n.º 19.580 de Vio-
lencia hacia las Mujeres basada en Género, consagrando, una vez más, un
problema histórico en un asunto público y objeto de política pública y re-
gulación. Claramente, la violencia hacia las mujeres por razones de género
no es un problema nuevo para Uruguay ni para el feminismo. No obstante,
recién en los últimos quince años este tema ha ido ubicándose con varias di-
ficultades como asunto prioritario, generando conocimiento y datos sobre la
problemática, como insumos indispensables para un abordaje serio. En 2013
se realizó la primera Encuesta Nacional sobre Violencia Basada en Género
y Generaciones, que indicó que casi el 70% de las mujeres mayores de 15
años había sufrido algún tipo de violencia basada en género a lo largo de su
vida. Esta proporción es mayor en el caso de las mujeres afrodescendientes:
el 78% de ellas sufrió alguna situación de violencia por razones de género a
lo largo de su vida, mientras que en mujeres no afrodescendientes esto ocurre
con el 67%.
Según los datos del Observatorio de Violencia y Criminalidad del Mi-
nisterio del Interior, en 2017 29 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o
exparejas. Sin embargo, la Coordinadora de Feminismos del Uruguay regis-
tra 35 asesinatos de mujeres por razones de género en el mismo año, y 13
feminicidios hasta abril de 2018. Esto deja en evidencia que aún existen di-
vergencias en la conceptualización y el registro de los casos de feminicidios.
La violencia hacia las mujeres presenta múltiples manifestaciones y es
consecuencia de una estructura de desigualdades entre varones y mujeres que
está profundamente arraigada y naturalizada en la sociedad. El feminicidio es
la consecuencia más grave de esta violencia, pero no debe opacar una varie-

8 Lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 95

dad importante de otras formas sistemáticas —algunas veces más ocultas—


que recuerda permanentemente una estructura desigual y desfavorable para
las mujeres. Más allá de estos esfuerzos, la igualdad de género persiste como
uno de los grandes pendientes en términos de derechos (Comité de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, 2017).
Actualmente, existe un impulso conservador que, utilizando el rótulo
de ideología de género, insiste en frenar el tratar la violencia de género —y
especialmente el feminicidio— como un asunto público. Este “pánico moral”
(Thompson, 2014) surge como respuesta reaccionaria a los logros en torno a
la igualdad de género, generando (y exacerbando) un conflicto a partir de la
tergiversación de la perspectiva de género (Cornejo y Pichardo, 2017).
Seguramente fueron necesarias todas las concatenaciones de demandas
anteriores para que hoy se pida justicia y se exija un freno a la violencia ma-
chista en un país con un perfil positivo en materia de derechos humanos. Un
nuevo envión feminista ha cobrado fuerza en los últimos años, en búsqueda
de romper con las formas naturalizadas de relacionamiento entre varones y
mujeres desde la violencia y el maltrato. Se propone evidenciar cómo las
diferentes violencias contra las mujeres se cristalizan en los distintos ámbitos
(espacio público, ámbito privado, medios de comunicación, industria de la
cultura y del entretenimiento, política y otros). Tal vez la consigna Ni una
menos sintetice, en ese grito público, el límite de la amortiguación posible
ante un tema tan terrible como la violencia de género.
En el caso de Brasil, además de establecer la garantía constitucional de
estos derechos, así como “la dignidad de la persona humana” (Constitución
de la República Federativa de Brasil, 1988), también se aseguran los dere-
chos a la vida, la seguridad y el acceso a la justicia. Además, a fines de 1990
comenzó una política activa en relación con la ampliación y aplicación de los
derechos humanos. A pesar de eso, las muertes violentas en general, y las de
civiles cometidas por agentes de seguridad del Estado en particular, aparecen
con frecuencia, denunciadas por familiares de víctimas, organizaciones no
gubernamentales, académicas e internacionales y llevadas al seno del poder
público y de la justicia. Brasil ya fue condenado por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos en 2017 por el caso de muertes extrajudiciales (muer-
tes de civiles provocadas por la policía) en la Favela Nova Brasilia, y el
Estado brasileño ya había sido condenado por la demora en la investigación
y sanción de los responsables por muertes extrajudiciales en el Complexo do
Alemão en 1994 y 1995 (IPEA, 2017). Un estudio del Instituto de Investi-
gación Económica Aplicada (IPEA, por su sigla en portugués) muestra que
entre 2005 y 2015 las muertes extrajudiciales se duplicaron en Brasil (pasa-
ron de 558 por año a 942, con datos del Ministerio de la Salud, donde hay
subregistro de estos crímenes).

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96 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

Según el Atlas da Violência 2017 (IPEA, 2017), entre 2010 y 2013 Bra-
sil ocupaba la décima posición en el mundo en tasas de muerte por arma de
fuego (20,7 cada 100.000). Entre 1980 y 2014 murió cerca de un millón de
personas víctimas de armas de fuego, pasando de 8.710 víctimas anuales en
1980 a 44.861 en 2014, lo que representó un aumento del 415,1%. Se calcula
que 95% de esas muertes son homicidios. Pero un dato importante es que la
tasa de crecimiento de esos homicidios se mantuvo constante en 8,1% desde
1980 hasta 2003. A partir de 2003, cuando se llegó a 36.000 muertes anuales,
el número de muertes por año cayó a 34.000 hasta 2008. Ese período coinci-
de con la aprobación e implementación del Estatuto de Desarme, una política
pública que restringió por ley el uso y los derechos de propiedad de armas
de fuego. La tasa de crecimiento de homicidios de 8,1% anual cayó a 2,2%,
salvando un número considerable de vidas (Waiselfisz, 2016). Es necesario
llamar la atención sobre el retroceso que significan los intentos por parte del
Congreso y de sectores del gobierno actual de “flexibilizar” el estatuto, y
promover leyes más permisivas para la posesión, uso y circulación de armas
de fuego9.
Las víctimas de homicidio por arma de fuego son, en su mayoría, hom-
bres, jóvenes y negros (Waiselfisz, 2016). A pesar de que las mujeres tienen
menor mortalidad por arma de fuego, la tasa de mortalidad de mujeres negras
aumentó 22% entre 2010 y 2015 (IPEA, 2017). La mayoría de las víctimas
habitan en áreas pobres y segregadas de las ciudades, llamadas favelas. El
término favela define las condiciones de trabajo, habitación y vida del sector
más pobre de la población, que reside en esos territorios (Machado da Silva,
2004), y el concepto está asociado al estudio de los mecanismos de poder que
identifican a los “excluidos” en el espacio social y territorial (Elías y Scotson,
2000). El control permanente de estos territorios por parte de grupos armados
vinculados al narcotráfico, milicias o paramilitares y los constantes enfren-
tamientos armados entre estos grupos y la policía resultan en ese número de
víctimas, objeto de denuncias por parte de instituciones y grupos de derechos
humanos nacionales e internacionales (Machado da Silva, 2008; NEV/USP,
2007). Diversos estudios comprueban que la desigualdad está más asociada
que la pobreza a las muertes violentas (Cano y Santos, 2001).
Para las poblaciones que habitan en favelas, el Estado solo llega mar-
ginalmente o con violencia (Lautier, 1997) y los derechos políticos, civiles
y sociales son limitados. Se condensa así la injusticia referida a los aspectos
de distribución o desigualdad estructural con características identitarias de la

9 Se está tramitando en el Senado una propuesta de plebiscito para anular el Estatuto. Cf. sitio
web del Senado de Brasil, 2018 <https://www12.senado.leg.br/noticias/materias/2017/10/06/
proposta-de-revogacao-do-estatuto-do-desarmamento-tem-grande-apoio-popular> [acceso el
17/04/2018].

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 97

población, como género y raza, que refuerzan la desigualdad con elementos


de discriminación vinculados al reconocimiento social (Fraser, 2001).
En su Informe Anual 2017-2018, Amnistía Internacional denuncia la
continuidad de asesinatos de jóvenes negros de favelas perpetrados por la
policía. Además, llama la atención sobre el aumento de los ataques y amena-
zas a defensores de derechos humanos desde 2015. Brasil es el caso donde
más defensores mueren: 75% de las muertes en las Américas. Entre 2014 y
2016 la tasa de muertes había aumentado 80%. La mayoría de las víctimas
defendía el derecho al medio ambiente y a la tierra, también había abogados,
líderes comunitarios y periodistas, están quienes defendían derechos de las
mujeres y poblaciones LGBTI o combatían la explotación sexual. Muchas de
estas personas pidieron protección al Estado, pero no obtuvieron respuesta.
Se puede observar cómo las cuestiones identitarias tienen relación no
solo con el activismo, sino también con la victimización. Como lo señala De
Sousa Santos (2014), se trata de derechos contrahegemónicos, de poblacio-
nes autóctonas o por recursos naturales, que no son reconocidos por la legali-
dad hegemónica. Posiblemente por eso queda en evidencia la inoperancia del
Estado en la defensa y protección de los activistas.
Estas informaciones tuvieron su punto culminante este año, con el asesi-
nato con arma de fuego de una edil del Partido Socialismo y Libertad (PSOL)
en Río de Janeiro, la socióloga Marielle Franco, y su chofer, Anderson Go-
mes. En este crimen se condensan varias desigualdades y violaciones de de-
rechos humanos y a la institucionalidad democrática. Además de haber sido
la quinta candidata a edil más votada en Río de Janeiro, Marielle Franco
representaba las luchas por la redistribución de la riqueza y por el reconoci-
miento de las identidades subalternas: era mujer, negra, lesbiana, originaria
de la favela da Maré, miembro de un partido de izquierda, militante de los
movimientos de mujeres negras y de movimientos de derechos humanos,
crítica feroz de la acción violenta de la policía y nominada observadora de
la reciente Intervención Militar Federal en Río de Janeiro decretada por el
gobierno Temer10. Era una figura política que sintetizaba multiplicidad de
identidades significativas para la sociedad brasileña, además de la defensa de
derechos fundamentales, como los derechos a la vida y a la seguridad y dere-
chos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de las poblaciones
más pobres11.

10 Cf. Decreto de Intervención <http://www.planalto.gov.br/ccivil_03/_ato2015-2018/2018/


decreto/D9288.htm> [acceso el 17/04/2018].
11 Todas estas múltiples identidades han sido destacadas por la prensa internacional, que muestra
más interés en la cobertura de este crimen y menos sensacionalismo que la prensa nacional.
Cf., por ejemplo: BBC (2018), El País (2018), The Intercept (2018).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
98 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

En el momento en que fue escrito este artículo ya habían pasado cuatro


meses de este asesinato y no había ninguna información pública que identifi-
case a los responsables. Se teme que sea uno más de los casos de muerte de
defensores de derechos que quedan impunes.

Reflexiones finales
A lo largo de este artículo se estableció un diálogo entre los aportes de la
teoría sociológica y las diversas concepciones de derechos humanos, desde
las que se elaboran las primeras críticas a la noción más liberal de derechos,
evidenciando la persistencia de las desigualdades a pesar de la pretensión de
homogeneización en la esfera de lo político. Se presentaron las conceptuali-
zaciones de derechos humanos que surgen con el Iluminismo y la Revolución
Francesa, se positivizan dentro del territorio político del Estado nación y se
internacionalizan en la segunda posguerra, así como la falta de garantías para
su aplicación práctica.
Se restringe así el concepto de derechos humanos al mundo occidental
moderno, epicentro de las nociones de derechos humanos que serán disemi-
nadas para las regiones periféricas. Se constata que las nociones de derechos
humanos varían con los momentos históricos y las luchas que se van dando
dentro de las sociedades, pero también varía la idea de dignidad humana, a
pesar de su pretensión sustancialista y atemporal. Más allá de constar en los
textos constitucionales y en las defensas jurídicas, su aplicabilidad es parcial
y circunscrita, y no es aplicable a poblaciones enteras.
Si bien los derechos humanos surgen como pilares ideológicos de las
democracias liberales, se observa desde el inicio una relación problemáti-
ca entre ellos: permanecen las desigualdades sociales y se acentúan, tanto
en el plano distributivo como en el de las luchas por el reconocimiento. En
este sentido, tenemos diferentes contextos. En Brasil, para las poblaciones
de favelas, pobres, negros, mujeres, jóvenes y defensores de derechos hu-
manos, las instituciones democráticas legales no funcionan, o lo hacen de
forma escasa y punitiva. Se generan espacios sociales de ciudadanía limitada,
donde la defensa de la dignidad humana no actúa y donde claramente están
operando mecanismos de desdemocratización que utilizan las instituciones
burocrático-legales del Estado para punir poblaciones enteras. Esto es más
grave cuando se accionan instituciones legítimas, como el Parlamento y el
Poder Judicial, para desempeñar funciones de dudosa legitimidad, como el
impeachment (proceso de destitución) perpetrado en 2016 contra la presi-
denta Dilma Rousseff, electa mediante sufragio y por mayoría absoluta de
votos, o para imponer una intervención militar en Río de Janeiro sin claros
fundamentos. Se fragilizan así las instituciones democráticas y los valores
que las sustentan.

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Contribuciones sociológicas para pensar los derechos humanos 99

En el caso de Uruguay, bajo un contexto de democratización sostenido


desde hace tres décadas y con la aplicación de políticas tendientes a profundi-
zar los derechos humanos, se exponen las contradicciones entre las conquis-
tas normativas (su consecuente traducción en políticas públicas) y las trabas
institucionales y sociales para su concreción. Ciertamente, no se puede negar
la capacidad de organización de algunos colectivos que históricamente han
estado relegados y sin posibilidades de colocar sus demandas en la agenda
pública, como es el caso de las mujeres. Sin embargo, la distancia entre el
ideal de la norma y la realidad en la vida de las personas es un indicador
de la persistencia y profundidad de las desigualdades sociales. El impulso
democratizador siempre tiene su opuesto y los desafíos para instrumentar
los avances obtenidos en materia legal demuestran la fuerza de los embates
conservadores para recuperar terreno.
Los niveles de democratización/desdemocratización de las sociedades
guardan relación directa con la forma que adquiere la respuesta pública a
la hora de afrontar las desigualdades sociales. Si entendemos las políticas
públicas como resultado de negociaciones entre diversos actores y no solo
como mera concesión estatal, se podrá ver con facilitad el grado de apertura/
hermetismo de la estructura institucional para incorporar ciertas demandas
(en qué medida el Estado se convierte en una barrera para elaborar demandas
de derechos humanos).
Finalmente, las contradicciones entre derechos humanos y democracia
liberal llegan a su punto de inflexión cuando aparentemente las democracias
cada vez más neoliberales parecen prescindir, para realizarse, de las diversas
generaciones de derechos conquistadas. De esta forma, se socavan las pro-
pias bases que sustentan el sistema democrático.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 81-102.
100 Lucía Pérez Chabaneau y Patricia Silvera Rivero

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.5

Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy


Una conceptualización ecuménica
José Maurício Domingues

Resumen
Este artículo busca evaluar el desarrollo de la teoría crítica y su situación hoy, y propone retomar
esta discusión sobre bases distintas a las que tradicionalmente se utilizan para pensarla. La
teoría crítica precede a la Escuela de Frankfurt, empezando con Marx, es plural y debe ir más
allá de sus cánones clásicos. Además, el artículo plantea el tema desde un punto de vista global,
que incluye a América Latina. Dan forma a esta perspectiva alternativa una visión más aguda de
la modernidad contemporánea, así como la defensa simultánea de la libertad igualitaria como
criterio para la teoría crítica y de su carácter ecuménico.
Palabras clave: teoría crítica / globalización / modernidad / Marx / Escuela de Frankfurt.

Abstract
Vicissitudes and possibilities of critical theory today. An ecumenical conceptualization
This article aims at evaluating the development of critical theory and its situation today, proposing
that it is resumed in bases distinct from which it is traditionally thought. It precedes the Frankfurt
School, beginning with Marx, is plural and must go beyond its classical canon. The paper puts
the theme moreover from a global standpoint, which includes Latin America. A sharper view of
modernity, as well as the simultaneous defense of equal freedom as a criterion for critical theory
and of its ecumenical character, shape its alternative perspective.
Keywords: critical theory / globalization / modernity / Marx / Frankfurt School.

José Maurício Domingues. Doctor en Sociología por la Escuela de Economía y Ciencia


Política de Londres (LSE, por su sigla en inglés). Profesor adjunto e investigador del Instituto
de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP-UERJ).
E-mail: jmdomingues@iesp.uerj.br

Recibido: 26 de julio de 2017.


Aprobado: 12 de octubre de 2017.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
En búsqueda de una definición de la teoría crítica1
El objetivo de este texto es pensar los rumbos de la teoría crítica hoy y sus
relaciones, en particular, con la sociología, con referencia concreta al mun-
do contemporáneo. La teoría crítica no se restringe aquí a la tradición de la
llamada Escuela de Frankfurt y sus desdoblamientos, ni siquiera se la limi-
ta a lo que por convención se denomina “marxismo occidental”. Prefiero
conceptualizar a la teoría crítica de forma más ecuménica, posibilitando de
este modo que otros autores y corrientes se sitúen en ella, siempre y cuando
compartan algunos presupuestos comunes. Esto nos lleva a una discusión
inicial sobre algunas corrientes que podrían contribuir en la renovación de
este vasto campo teórico. Antes de esto cabe definir en qué medida y con
qué medida un abordaje teórico podría vincularse a la tradición crítica. No
obstante, me concentraré aquí en algunas dimensiones fundamentales del
debate contemporáneo, sin pretender efectuar una discusión sistemática de
todas las corrientes que hoy podrían ser vistas como integrantes de este
campo intelectual.
Una ambivalencia en relación con la evolución de la modernidad, en
sus aspectos multidimensionales —que incluyen el capitalismo, aunque sin
limitarse a él—, caracteriza buena parte de la teoría social europea desde
mediados del siglo XVIII hasta al menos las últimas décadas del siglo XX.
Libertad y dominación centellan en varios análisis como polos en los que
se realiza y se frustra la modernidad, ya que sus promesas son cumplidas
de manera parcial y unilateral a través de instituciones que, si por un lado
concretizan los valores de la libertad igualitaria que desde sus inicios fueron
cruciales para el imaginario moderno, por otro establecen parámetros de rela-
ciones sociales que constituyen nuevas formas de dominación (Domingues,
2002). Algunos llevaron la crítica muy lejos, como en el caso de Weber, pero
sin llegar a constituir una visión que se encuadre en lo que quiero definir con
ecuanimidad como teoría crítica: él se contentó con resignarse frente a un
mundo en el que los valores del liberalismo eran, de hecho, imposibles de
realizar en una sociedad altamente burocratizada y privada de libertad, donde
regía un sistema de dominación-legal consustanciado con el Estado moderno
(Cohn, 1978; Domingues, 2000).

1 Traducción de Maximiliano Duarte.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 105

La teoría crítica es entendida aquí como una vertiente que cuestiona


a la modernidad y que no solo sustenta sus valores contra las instituciones
actuales, sino que también busca localizar en el presente y en los agentes so-
ciales que se movilizan en este marco los potenciales y posibles sujetos que
lleven adelante la emancipación prometida antes por la modernidad. Claro
que estos valores no son, ni pueden ser, una derivación de las ideas del teó-
rico crítico, más bien consisten en extrapolaciones conceptuales de temas y
tendencias que se verifican en el mundo social efectivo de la modernidad en
sus sucesivas transformaciones, sin alterar, con todo, sus preceptos centrales,
que perduran de forma constante. O sea, se trata de una crítica inmanente,
que procura sin embargo trascender las condiciones sociales que impiden la
realización de los valores de la modernidad y las demandas que los agentes
sociales concretamente críticos ponen en el centro de la disputa intelectual y
política (Benhabib, 1986, pp. 328-329; Browne, 2008).
De hecho, incluso en la tradición de la Escuela de Frankfurt, concebida de
manera más limitada, hay muchas formas y “modelos” de hacer teoría crítica
(Müller-Doohm, 2005). De todos modos, debe quedar claro aquí que no se
trata ni de atenerse solo a las concepciones de justicia que se presentan en los
movimientos sociales, ni de buscar los elementos morales incipientes que las
articulan (o pueden llegar a articularlas) a partir del sufrimiento moral, sino
de todas esas cosas y otras más, siempre y cuando aparezca la demanda por la
libertad igualitaria; en estos aspectos difiero tanto de Fraser como de Honneth
(2003). Si aquella demanda ofrece un criterio claro, por otro lado, es obvio que
la realidad no es pura. Se suma a esto que la trascendencia puede ser prefigu-
rada en ese sentido tanto en términos de elementos institucionales como, tan
solo, en términos imaginarios. Más complicada es la substitución directa de
Habermas (1981) del análisis social y de impulsos sociales inmanentes para el
cambio por la idea de que el núcleo de la teoría crítica descansa en la propia es-
tructura de la comunicación humana y por una oscura idea de “reconstrucción”
conceptual, que aplicó de formas distintas a varios fenómenos.
Nobre (2008a y 2008b), por ejemplo, viene insistiendo en la pretensión
de “no competencia”, desde Marx, pero sobre todo en referencia al texto fun-
dador de Horkheimer, entre “teoría tradicional y teoría crítica”, perspectiva
que se extendió hasta al menos cierta altura de la obra de Habermas como una
marca que define la cuestión en el contexto de una delimitación más estricta
de lo que sería la teoría crítica. Pero en esto observo cierta ambigüedad: no
está claro si la no competencia se pone en términos de desarrollos paralelos,
pese a que la teoría crítica incorpora los hallazgos de la teoría tradicional, o si
la teoría crítica sería efectivamente superior, por su punto de vista cognitivo,
sobre la tradicional. Tan solo en esta última acepción creo que es válida la
perspectiva de una no competencia en Marx y Lukács.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
106 José Maurício Domingues

No obstante, en general, el punto de vista crítico vinculado a la eman-


cipación puede reivindicar su preeminencia solo en la medida en que está
calzado en la trascendencia del presente mediante el reconocimiento de los
elementos emancipatorios que se encuentran ahí al menos en germen, sean
valores, procesos, instituciones o agentes. Es esto lo que falta en la teoría
tradicional, que sigue presa exclusivamente en el círculo del presente. En
este sentido hay de hecho competencia, aunque también complementariedad
parcial. Esta es la forma en que se puede entender, por ejemplo y de manera
ejemplar, la crítica de la economía política de Marx, que presenta una cons-
trucción conceptual sistémica que va más allá de aquella articulada por la
teoría tradicional, sin perder su carga de negatividad. O sea, complementa-
riedad crítica y competencia teórica emancipatoria no se excluyen desde el
ángulo a través del cual enfoco la cuestión, aunque la calidad y la efectividad
de la producción no son ni por asomo garantizadas por una retórica crítica y
cualquier punto de vista sea capaz de generar sistemas conceptuales e inter-
pretaciones de gran alcance y sofisticación.
Me gustaría sugerir, además, que no es en una perspectiva metodológica
que debemos enraizar la teoría crítica, sino más bien en la inmanencia de un
valor central, que no perdió de modo alguno su potencial, por más que pueda
quedar adormecido cuando algunas metas de la emancipación social son alcan-
zadas. Me refiero a la libertad igualitaria, o sea, a la demanda de que cada uno
tenga el mismo poder social y sea libre para elegir su propio camino en la vida,
en lo individual y en lo colectivo, más allá de los sistemas de dominación —o
que impliquen control— y la falsa dicotomía entre libertad positiva y negativa.
Este ha sido el núcleo histórico substantivo de la teoría crítica desde Marx,
pasando por Adorno y llegando a Habermas (Domingues, 2002).
En este marco, cabe preguntar: ¿por dónde anda la teoría crítica en sen-
tido estricto? Hace veinte años, cuando la democracia comenzaba a decaer
en el mundo occidental, después de décadas e incluso siglos de difícil y con-
flictiva expansión, los abordajes más destacados de la teoría crítica defendían
la idea de que la expansión de la “sociedad civil” o de la “esfera pública”
—más exactamente, de la democracia procedimental y deliberativa— pasaría
al centro de la política emancipatoria en el cambio de siglo (Cohen y Arato,
1992; Habermas, 1992). Nada de capitalismo, nada de neoliberalismo, nada
de transformaciones desdemocratizantes del Estado. En este sentido, aunque
existen ciertos problemas en su obra máxima, en particular en función de su
adopción de la teoría de los sistemas y de una filiación tácita a la teoría neo-
clásica del mercado (Habermas, 1981), la discusión posterior de Habermas
sobre la democracia avanzó en el sentido de completar, de forma discutible,
una laguna que era muy problemática para la teoría crítica. Por otro lado, esto
significó un retroceso desde un punto de vista conceptual más amplio. Su
última intervención relevante en este debate se dirigió hacia discusiones im-

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Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 107

portantes acerca de la invasión del neoliberalismo eugenésico sobre la políti-


ca de la vida (en referencia a la biotecnología) (Habermas, 2001a y 2001b);
y más recientemente evidencia tal vez el comienzo del reconocimiento de la
posibilidad de procesos desdemocratizantes, ejemplificados en concreto por
la situación actual de Europa (Habermas, 2011).
Honneth, después de mucho insistir en la centralidad de la política del re-
conocimiento —que puede ofrecernos una interesante teoría de alcance medio,
pero nada más que eso—, parece haber terminado asumiendo, en una contribu-
ción conjunta con Martin Hartmann, que la crítica perdió su núcleo inmanente
trascendental. Esto se debe a la capacidad del capitalismo contemporáneo de
asumir las demandas de la generación de 1968, con su crítica estética y social,
como máximo restando como elemento de tensión las “paradojas” generadas
por la inevitablemente incompleta y algo ilusoria realización de esos valores
(Honneth, 2010), aunque, en lo que hasta ahora es su obra máxima, la libertad,
como principio de la vida ética moderna, sea reafirmada (sin un reconocimiento
más explícito de su impulso igualitario, como valor en esa civilización) y como
si hubiese sido institucionalizada (Honneth, 2011). También vienen llamando
la atención de otros autores en esta tradición reciente concepciones globales de
justicia centradas, sobre todo, en los individuos, con escasas referencias hacia
países, colectividades o a la dinámica del capitalismo o de la democracia en los
planos nacional o global (cf. Fraser, 2009).
Honneth se basa, para construir este último argumento, en parte de la
obra de Boltanski y Chiapello (1999), cuyo diagnóstico de la modernidad es
de gran interés, al tratar sobre lo que sería el “nuevo espíritu del capitalis-
mo”, todavía con un énfasis excesivo en la moral y en la motivación, como
si este fuese el problema para Weber (lo que no es verdad, aunque tampoco
sea correcto hablar simplemente de lógica sistémica). O sea, se trata de una
teoría protestante del capitalismo, basada en la idea de internalización de las
normas, mediada de forma curiosa por su absorción de Parsons, antes que
de una teoría del protestantismo y su impacto sobre el desarrollo del capi-
talismo; cuando esa internalización se esfuma, según Weber, da lugar a la
mera lógica sistémica y a objetivos instrumentales. Este es un problema que
también perjudica la obra de Habermas y, hoy, en particular, la de Honneth.
Más grave aún, Boltanski, el “jefe de la escuela” del grupo, se perdió
después en una definición de crítica absolutamente amorfa e inespecífica, en
la afirmación sobre la cuestión moral, como si ella agotase el universo social,
esfumándose sus argumentos en una retórica vaporosa de la cual está ausente
el tema del poder (Boltanski, 2009). Esta mirada no le otorga una centrali-
dad y ni siquiera discute los procesos cruciales que atraviesan hoy los países
europeos, inclusive, opera como si estos problemas no existiesen, en tanto
que la selección de modelos de crítica que realizó antes con Thévenot, todos

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108 José Maurício Domingues

igualitario-meritocráticos, no da espacio para las relaciones de dominación


que muy poco se explicitan moralmente en la modernidad o un problema
evidente en la Europa de hoy como lo es la situación de los migrantes.
Además, a pesar de movilizar varios autores de la filosofía política, se-
leccionados de manera arbitraria, no contempla una “sociología crítica”, sino
una “sociología de la crítica”, sin dar atención a los principales valores más
generales que con certeza se pueden encontrar en los diversos mundos de la
vida y en sus críticas cotidianas, los cuales componen el núcleo del imagina-
rio moderno (Boltanski y Thévenot, 1991). O sea, polarización de las clases,
demagogia racista, decadencia de la democracia, neoliberalismo, nada de
esto surge en sus textos, pese a que los aspectos cruciales del capitalismo son
abordados en su estudio conjunto con Chiapello. Desde mi visión, aquella
contraposición entre formas de crítica solo tiene algún sentido en el contexto
de su oposición a la teoría de Pierre Bourdieu, la cual no reconoce las facul-
tades reflexivas, y, por lo tanto, tampoco la capacidad crítica, de los seres
humanos ordinarios. De modo alguno este es el caso de la vertiente alemana
que se extiende de Marx a Honneth, así como tampoco el de otras corrientes
menos objetivistas de teoría crítica.
Al mismo tiempo, algunos autores marxistas, como Harvey (1990 y 2009),
vienen presentando discusiones interesantes y relevantes, con una perspectiva
crítica sobre el mundo contemporáneo, aunque conceptualmente entienden que
basta en lo fundamental con retomar el bagaje teórico de Marx para dar cuenta
de la cuestión, lo que, es obvio, no es posible después de tanto haber cambiado
el mundo y la teoría en las últimas décadas. En compensación, en su esfuer-
zo de renovación ciertos autores “posmarxistas” partieron para el mundo del
“discurso” y, en cuanto a discusiones conceptuales interesantes, se dirigieron
hacia una esfera de alta nubosidad, con una limitada capacidad de comprensión
del presente en su multidimensionalidad (por ejemplo, Butler, Laclau y Zizek,
2000). Además, y una vez más, de modo general también se expresa una con-
centración reductiva en Occidente en estas corrientes.
Por otro lado, nos encontramos con el “poscolonialismo”. Todavía hay que
esperar para ver cuáles son sus innovaciones concretas, además de la demanda
sobre la necesidad de reinventar la teoría social en su totalidad, más allá del
eurocentrismo, como si nada jamás hubiese sido proyectado en esa dirección y
como si las ciencias sociales y las humanidades nunca hubiesen sido capaces,
por ejemplo, en América Latina, de proponer soluciones para los problemas de
dependencia intelectual y la inadecuación conceptual que ellos denuncian, lo
que es claramente absurdo (véase Devés Valdés, 2012). Más interesantes son
las propuestas como las de Nandy (1978), cuya obra es ya —o debería ser—
una referencia global. Él es un ejemplo claro de una crítica en parte no moderna
a la modernidad, por más que al mismo tiempo se ponga como alteridad ya

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 109

modernizada (y, por lo tanto, parte también de la modernidad), centrada en


la cuestión de la libertad, mezclando influencias europeas y la herencia trans-
formada de la civilización india (véase Domingues, 2010). Análisis concretos
sobre el mundo contemporáneo, sobre las sociedades llamadas poscoloniales,
faltan por completo en este abordaje —fuera de las intervenciones de Chatter-
jee (1993 y 2004)— cuya fijación en la idea de “comunidad” y secundarización
de la lucha por los derechos es, como veremos más adelante, muy discutible,
en rigor correspondiente con una aceptación subrepticia —y ciertamente no
intencional— del statu quo que se afirma hoy.
En América Latina se destaca en este sentido Mignolo (2000 y 2005), cuyo
trabajo se centra en la exclusión, por la “colonialidad-moderna”, de los pueblos
originarios y en la búsqueda de una articulación retórica salvaje, a contrapelo
del racionalismo y de la racionalización oficial occidental. Aquí es el mun-
do del discurso, tan caro al entrecruzamiento de lo posmoderno y del poses-
tructuralismo, lo que informa mucho de este punto de vista pos/decolonial li-
mitado, en el mejor de los casos, a la relevancia de ciertos problemas enfatiza-
dos por ellos2. De todos modos, aunque estos temas sean por cierto relevantes
—la diversidad del mundo social global, así como los desafíos epistemológicos
y políticos tienen que ser enfrentados— la crítica no puede detenerse ahí. Ade-
más, esta discusión no es una exclusividad del pensamiento pos o decolonial:
muchos en América Latina y otros lugares, por ejemplo, el marxista egipcio
Samir Amin (1973 y 1988), han estado atentos a esas cuestiones, sea apuntando
de manera sustantiva el papel del imperialismo o como una crítica del “euro-
centrismo”, más allá de que concordemos o no con este autor.
Hay varios elementos relevantes en estas miradas, aunque, desde mi
punto de vista, sean limitadas. Mientras tanto, el mundo enfrenta problemas
crecientes y la modernidad es conducida en una dirección en la que hay cada
vez más polarización social y un debilitamiento de la democracia, problemá-
ticas que América Latina ha resistido en los últimos tiempos con cierto éxito.
Este es un aspecto fundamental de lo que denomino como tercera fase de la
modernidad, en lo que tiene de más perverso y más vinculado a la derrota de
los proyectos emancipatorios, aunque esto no sea ni absoluto ni inevitable.
Examinemos más de cerca esta cuestión para poder entender lo que se puede
denominar como teoría crítica en nuestro tiempo presente.
Aquí se trata de seguir, al mismo tiempo, una estrategia ecuménica y
rescatar intuiciones de corte empírico y teórico que se encuentran en los orí-
genes de esta tradición. En esto tiene mucho que ofrecer un abordaje so-
ciológico incisivo, antes que filosófico, que mantenga el choque entre valo-
res e instituciones modernas en su cerne. Por supuesto, hay otros autores y

2 Ejemplo brillante de esto se encuentra en Spivak, 1988.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
110 José Maurício Domingues

abordajes que se pretenden críticos, los cuales vienen dando atención a estas
cuestiones, así como a otros innumerables temas, como el patriarcado y el
sexismo, el racismo y la destrucción del medio ambiente, que tienen sus pro-
pias líneas críticas. No imagino aquí lidiar con todas ellas de modo alguno,
mucho menos agotar los múltiples temas y cada vez más específicos a los que
la vida social, en exponencial complejización, nos va llevando en ese sentido.
Importa en este contexto solo delinear lo que serían los ejes fundamentales de
un diagnóstico crítico del presente, apuntar hacia fuerzas emancipadoras en
ese cuadro histórico, tema crucial para la propia legitimidad de la teoría críti-
ca, e indicar caminos de pesquisa que me parecen relevantes en esa conexión.

La modernidad contemporánea
En las últimas tres o cuatro décadas hubo un cambio radical en la situación
de los diversos países del mundo. El capitalismo cambió sus patrones de acu-
mulación y regulación, así como de consumo; o sea, se alteró de sobremanera
su “modo de desarrollo”, para utilizar la expresión de los regulacionistas
franceses. El neoliberalismo es una expresión de eso, pero también lo son las
profundas transformaciones en la forma de organización de la producción y
del consumo, que por convención se llaman “posfordismo”.
Una globalización de esos procesos emergió en todos los países del mun-
do, de forma “desigual y combinada”, junto con su fragmentación: por el just in
time (justo a tiempo) y por la lean production (producción ajustada), por la ter-
cerización y por las redes entre empresas, por la pluralización y segmentación
de los mercados de consumo, así como por más concentración y centralización
del capital y por una polarización social creciente entre clases sociales, o entre
pobres y ricos, desde un punto de vista fenomenológico. Esto marcó, de modo
contingente, lo que se puede caracterizar como el pasaje de la segunda fase de
la modernidad —organizada en gran medida por el Estado— hacia la tercera,
de creciente complejidad social y en la cual el Estado retrocede hacia otras ta-
reas de gobernabilidad, dejando que la economía, ahora mucho más globaliza-
da, sea regulada de manera creciente por el mercado, con predominio en buena
medida del capital financiero sobre este proceso (Boyer, 1986; Harvey, 1990 y
2009; Piketty, 2014; Domingues, 2008, 2012 y 2015).
Existía, en tanto, la expectativa de que la democracia iba a florecer —o
al menos había una expectativa normativa en cuanto a la cuestión demo-
crática—. De aquí venía la esperanza de los sectores dominantes de la teo-
ría crítica, ya mencionados, que apostaron a esto. De modo general, eso no
ocurrió, se trataba de esperanzas frustradas y los elementos democráticos
de esos sistemas políticos se encogieron, en términos de la confianza de los
ciudadanos en el comportamiento de los ocupantes del Estado, del espacio
de participación y de su protección cuando participan (Tilly, 2004, pp. 7-30;

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 103-122.
Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 111

2007, especialmente cap. 1). Se podría sugerir que el problema está locali-
zado en los países del antiguo “tercer mundo” y en aquellos que vivieron el
“socialismo real”, tanto China y Cuba como Rusia. Pero eso es claramente
falso: la democracia es restringida y retrocede justamente en aquellos países
de Occidente en los que emergió, sea en Europa o en los Estados Unidos.
Participación, respeto al mandato electoral conferido por la población,
articulación con las fuerzas organizadas de la sociedad, respeto a los dere-
chos humanos y demás derechos, libertad de prensa, tolerancia en relación
con grupos étnicos y religiosos distintos, todo eso se ve en jaque por el fraude
electoral explícito, por una acentuación del poder represivo del Estado, por
la completa indiferencia por el mandato recibido por los partidos y “líderes”
para realizar políticas definidas en sus campañas —cambiándolas de forma
cínica a su antojo o el del mercado—, por el uso oficial de la tortura y el
secuestro, por el aumento de los secretos y servicios secretos y de vigilancia,
por el racismo oficial y abierto, por el uso instrumental y selectivo de la justi-
cia, por el creciente fortalecimiento e independencia de los ejecutivos frente
a los parlamentos (y dentro de aquellos, de los bancos centrales), por ataques
a la prensa de forma frontal si ella se muestra crítica al poder establecido,
al tiempo que los medios de comunicación de masas se hacen cada vez más
monopólicos y vinculados al neoliberalismo global.
Infelizmente, muy poco —o casi nada— viene siendo, de manera crítica
o no, teorizado en este sentido (para ciertos aspectos de esto ver, American Po-
litical Science Association, 2004; Crouch, 2004, Giroux, 2004; Sassen, 2006;
Pierson y Skocpol, 2007; Streeck, 2005 y 2011)3. En cierta medida, la continui-
dad formal —en muchas instancias en verdad dudosa en la mejor de las hipóte-
sis— de los sistemas liberales democráticos sustrae el tema de la discusión. Por
supuesto, tampoco debería olvidarse lo que se podría llamar desexcepcionali-
zación del “Estado de excepción”, que marca la evolución de las democracias
liberales desde su propia emergencia en el siglo XIX y que hoy, según Agam-
ben (2003), alcanza su ápice, y se encuentra en la base del fortalecimiento de
los ejecutivos en detrimento de la soberanía popular y del parlamento.
Sobre este punto, aunque con dificultades y limitaciones, América La-
tina es la única región del mundo que ha avanzado, en sentido contrario a
lo que ocurre en otros parajes, en la dirección de construir y profundizar
la democracia, desarrollando lo que definí como una revolución “molecular
democrática”. Es verdad que este proyecto “transformista” ha tenido mucho

3 Curiosa y extrañamente, en su libro sobre la democracia, democratización y desdemocratización,


Tilly (2007) en ningún momento se refiere a los Estados Unidos en el siglo XX y apenas
rara y oblicuamente lo hace con respecto a Europa, sustentando con frecuencia, en relación
con el avance que su trabajo representa, una posición formalista una vez establecida la
institucionalidad liberal-democrática.

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112 José Maurício Domingues

peso en las sociedades latinoamericanas, en particular con el neoliberalismo


de los años noventa, y que, en lo económico, la situación, pese a un creci-
miento acentuado desde 2009 e incluso antes, se complica a raíz de los proce-
sos de reprimarización o “comodificación” que reiteran, inclusive en el caso
de Brasil, su vocación periférica o, en la mejor de las hipótesis, semiperifé-
rica. De modo general también se verifica en la región el fortalecimiento del
ejecutivo. Pero un proyecto de más “cohesión social”, que implica la dismi-
nución de la polarización y los diferenciales crecientes de renta y riqueza que
marcan todo el mundo actual, era visible, hasta hace poco, en mayor o menor
grado, en la mayoría de los países latinoamericanos. Esto es claro en el caso
de Brasil, aunque hablar de una nueva clase media, basándose en los métodos
de las agencias de publicidad que quieren pensar los mercados de consumi-
dores en función de la renta y las posibilidades de lucro, no tenga sentido,
más bien lo que viene sucediendo son variaciones en el poder adquisitivo y
en la movilidad social. Esto llevó a lo que en cierta medida puede ser visto
como los inicios de una nueva onda de movilizaciones, que comenzó con ma-
nifestaciones masivas en 2013, donde tuvo un fuerte destaque el tema de los
derechos sociales universales (Domingues, 2008 y 2015). Esto no quiere de-
cir que los sistemas político-administrativos de dominación —de soberanía y
gobernabilidad— no sigan vigentes en esos países y que su control por parte
de la ciudadanía sea menos importante y apremiante que en otras regiones del
planeta. No es razonable olvidar las lecciones weberianas, y foucaultianas,
sobre el tema de la dominación, incluso racional-legal y hoy marcada por ele-
mentos más o menos democráticos en la conformación del sistema político,
así como por momentos con buenas intenciones de cuño social-civilizatorio,
aunque tampoco debamos restringirnos a la simple resignación.
¿Por dónde anda la llamada teoría crítica frente a todo esto? En la mejor
de las hipótesis, es preciso subrayar, a la deriva. La teoría crítica con Marx
se centró en la discusión de la modernidad liberal —su primera fase—, con
Adorno y Horkheimer, al igual que con Habermas y los otros integrantes de
la llamada Escuela de Frankfurt, en la segunda fase organizada de manera
estatal, se focalizó en este caso sobre todo en el plano de la filosofía. Esto
fue reproducido en otros lugares en el mundo poscolonial o semiperiférico en
general a través de movimientos de liberación nacional y proyectos naciona-
listas y afirmativos de varios tipos, a menudo remitiendo al siglo XIX (Devés
Valdés, 2012). Frente a la tercera fase, que se desdobla violenta y rápida-
mente ante nuestros ojos, se mantiene callada y distante o, al menos, abatida
y ensimismada. En compensación, las expectativas y el comportamiento de
ciudadanos y semiciudadanos de ese mundo transformado poseen hoy una
profunda inquietud y rechazo de esos modelos de dominación económica,
política y cultural, aunque esto encuentre dificultades de traducción progra-
mática y en los sistemas políticos formales. Se trata a menudo de poblaciones

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Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 113

cuasi ingobernables o al menos mucho menos dóciles, poco dadas a la defe-


rencia (lo que no siempre, vale observar, deriva en prácticas virtuosas, sobre
todo cuando la democracia y el bienestar les son negados, pudiendo derivar
hacia la criminalidad y la violencia ciega). Esto es tan verdadero en Francia
y España como en Tailandia y en el Egipto de hoy (Ungpakorn, 2006; Ther-
born, 2009; Pleyers, 2011; Castells, 2013). De modo general, la demanda de
libertad igualitaria en relación con la democracia, el rechazo del neolibera-
lismo y la defensa de los derechos sociales y de modos de vida plurales han
retomado el centro del escenario. Manifestaciones, nuevos movimientos so-
ciales y revueltas, inclusive aquellas protagonizadas por tendencias reaccio-
narias de derecha, vienen expresando eso alrededor del planeta, en relación
con el crecimiento de un social-liberalismo más leve.
El argumento puede parecer extraño, en tanto que los movimientos so-
ciales, en particular de la clase obrera, se debilitan y el horizonte de la revo-
lución social, tan fuerte durante todo el siglo XX, se desvaneció casi que por
completo. En tanto, esto se hace plausible si observamos la destrucción de los
lazos de dominación personal y premodernos en todo el mundo (de la que es
expresión la extinción o modificación radical del antiguo campesinado) por
la expansión del capitalismo, así como el alcance generalizado del Estado en
las distintas sociedades y una pérdida de legitimación de las jerarquías socia-
les en todas las partes. En concreto, esas poblaciones entendieron al menos
en parte que la idea de “élites” es mera justificación para un poder mayor e
ilegítimo, así como para el cercenamiento de la libertad igualitaria que la mo-
dernidad les prometió. O sea, los mecanismos de desanclaje puestos en movi-
miento por la modernización radical del mundo contemporáneo, en múltiples
direcciones (con destaque para el neoliberalismo occidental y la variante del
capitalismo que se encuentra en particular en el este de Asia), vienen promo-
viendo una constitución de la subjetividad popular que, en relación con la
utilización de varios modelos de “gubernamentalidad” (en especial mediante
políticas dirigidas al combate de la pobreza y la miseria, implicando subje-
tivación y control), es mucho más libre socialmente de lo que se veía desde
el inició de la revolución neolítica y la fijación de los grupos nómades por la
agricultura. Lo que resta de control son las duras restricciones a la migración
global. Se trata, en general, de una masa desorganizada, cuya movilización
política y horizontes de transformación son con frecuencia cortos y sin pro-
yecto bien definido. De aquí que algunos quieran hablar inclusive de “mul-
titud” (Hardt y Negri, 2000), mirándolo como algo positivo, pero dejando
escapar los serios límites que subyacen a su movimiento. En este sentido,
también se diferencia América Latina, cuyos movimientos sociales han sido
fundamentales para las transformaciones democratizadoras, inclusive de las
instituciones políticas en las últimas décadas (Domingues, 2008 y 2015). En
verdad, en vista de las restricciones que se establecen al ejercicio de la parti-

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cipación y la respuesta adecuada a sus demandas, es posible esperar hasta un


recrudecimiento de las formas de rebelión que marcaron el cierre del espacio
político en Europa y alrededores (Tilly, 2004, pp. 27-28), con la actual deca-
dencia de las prácticas democráticas por parte del Estado.
Es importante observar que los sistemas y los proyectos de dominación
que caracterizaron en gran medida la primera y la segunda fase de la moder-
nidad se basaron en tentativas de homogeneización de la vida social. Esto se
desarrolló por la generalización del mercado, por la ciudadanía en sus diversas
dimensiones, por el nacionalismo, por la producción y por el consumo de ma-
sas (en especial en la era fordista). En el mismo sentido se lanzaron los proyec-
tos emancipatorios, por la homogeneización de las clases —sobre todo de la
clase obrera, pero también del campesinado— como sujetos de la transforma-
ción, por la reivindicación de estatus compartido de ciudadanía en la socialde-
mocracia, por cierto énfasis en la igualdad y en los nacionalismos defensivos
y emancipatorios de la periferia. Obviamente, cierto pluralismo social y de
proyecto siempre subsistió a estas propuestas, que, además, cuando victorio-
sas, no lograron implantarse por completo, en especial por la resistencia de la
propia sociedad. Toda la crítica de Adorno y Horkheimer (1944-1945) y de sus
descendientes intelectuales, centrada en la violenta homogeneización promo-
vida por el “Iluminismo”, se basaba precisamente en esas tendencias y giros
modernizadores, trasladando su horizonte intelectual hacia una lectura de la
filosofía de la historia que denunciaba su “logocentrismo”, el cual llegaba a su
ápice en la solución final de la eliminación de la particularidad (Besonderheit)
irreductible del judío por obra del nazismo. Pero hoy, con más complejidad
social y pluralismo, la heterogeneidad no asusta más. Si ella ya no podía ser
controlada, en verdad pasó a estar en la base de nuevos proyectos de domina-
ción, segmentación, exclusión y cooptación, por el mercado y por la política,
en lo que sería una nueva fase de la civilización moderna (Cohn, 2003). Sin
duda, ella puede venir mezclada con demandas de homogeneización, como el
racismo populista al cual recurren los dirigentes políticos europeos de extrema
derecha, y ahora también de centro-derecha, así como la derecha evangélica
estadounidense. Se vienen constituyendo giros modernizadores que no dejan
de contener tendencias y elementos contradictorios, todos articulados, no obs-
tante, de modo de reforzar o retomar el vigor de los sistemas de dominación
estatales que posibilitarían una ofensiva continuada de los grupos dominantes
de Europa y de los Estados Unidos en una fase de crisis económica cuya supe-
ración se muestra muy difícil.
Esto es verdadero también en lo que refiere, por ejemplo, a India y Chi-
na, con veloces desarrollos del capitalismo, crecientes desigualdades (no obs-
tante, con una disminución de la pobreza de modo general), nacionalismos
fuertes y bastante exclusivistas, fragmentación de los mercados de consumo,
destrucción de la naturaleza y afirmación no solo de los ricos en cuanto ri-

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Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 115

cos, sino también de una clase media que se despegó de los pobres y vive el
sueño de un consumismo sin fronteras4. Esto último es uno de los elementos
cruciales de su diferenciación, al lado de otros mecanismos que caracterizan
estilos de vida, que se alejan por la residencia, hábitos, actitudes de la masa
de trabajadores e incluso de sectores inferiores de las clases medias, derro-
tadas y vinculadas a servicios y derechos sociales. La indiferencia, como en
China, o el desprecio, como en la India, por la democracia, que con todo en
este último país es celebrada de manera entusiasta por las clases populares y
castas subalternas, completa el cuadro de la vinculación de esas clases me-
dias a sus países. Esto remite a la tercera fase de la modernidad, acribillada
por la heterogeneidad, por la polarización, por los nichos de mercado y por
las amenazas u obstáculos a la democracia (Abaza, 2006; Lange y Meier,
2009; Domingues, 2012). Como ya lo señalé, a pesar de que América Latina
comparte muchas de esas características, su movimiento en los últimos años
venía siendo en la dirección opuesta, lo que ya no se verifica de hecho. Hasta
qué punto esto es sustentable en el largo plazo, en qué medida no se tornará
en un giro de poco aliento y poca significación en la larga duración de la his-
toria, son indagaciones que solo el futuro será capaz de responder.
En este sentido, sí se comprende que el “autonomismo” que afecta los
movimientos sociales argentinos hace algún tiempo lleva al estancamiento
(Svampa, 2008), aunque se puede entender en la contingencia de defender-
se de un peronismo de tendencias siempre autoritarias. Asimismo, se debe
cuestionar también la propuesta teórica de Chatterjee (1993, especialmente
pp. 218 y 238; 2004), en otra parte del mundo, que en principio identifica,
pero de hecho también celebra, la “sociedad política”, la cual existiría en
desmedro de la ley, declinando la demanda por derechos, opuesta, según él,
a la “sociedad civil” de las clases medias, recomendando la idea de “comu-
nidad moral” autónoma. Esto poco afecta hoy a los sistemas de dominación,
que se muestran bastante satisfechos de mantener la sociedad fragmentada en
regiones estancas, desde que los llamados “excluidos”, las nuevas “clases pe-
ligrosas”, están bajo control, ocupándose más de su “gubernamentalidad” las
organizaciones no gubernamentales que el Estado (aunque el bagaje general
de su actuación esté mediado por él). Al contrario, a los sistemas de domina-
ción actuales tal acuerdo puede serles muy favorable, alejándolos de manera
definitiva de cualquier principio universalista de cohesión social, que deman-
da una solidaridad más amplia, así como niveles diversos de responsabilidad
individual y colectiva (Domingues, 2002), que no pueden detenerse en el
plano de las micromovilizaciones. Es preciso evitar el provincianismo de
movilizaciones que no sobrepasan de hecho el nivel local, que son, además,

4 No se trata de un fenómeno casual, al tener en la estrategia de las grandes corporaciones su eje


fundamental, como lo señala Ortiz (1994, cap. 5).

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116 José Maurício Domingues

típicas movilizaciones que se realizan contra regímenes más radicalmente


autoritarios (Tilly, 2004, p. 30), perdiendo el sentido de la reproducción de
tal estrategia en particular cuando hay más espacio para la participación, por
más que sean democracias limitadas. Esto no quiere decir que se deba recusar
una “sociología de las emergencias” (De Sousa Santos, 2002), donde se iden-
tifican y apoyan configuraciones que presentan novedades en relación con
la propia estructuración de la modernidad, pero sin reconocer que presentan
muchos límites, aunque sea posible retirarlas de su localismo a través de la
conformación de redes que potencien su impacto social.
Es difícil hablar de la sustentabilidad de este modo de desarrollo capita-
lista, con mercados relativamente encogidos por diseño, sobre todo dado que
una crisis de superacumulación y superproducción (o subconsumo) pesa en
el horizonte, lo que se agrava por ser China una locomotora industrial para la
exportación cuyo consumo interno es todavía bastante restringido (su tasa de
ahorro interno permanece altísima) (Brenner, 2006; Hung, 2008). Pero más
interesante es, al mismo tiempo en que se subraya el potencial emancipatorio,
que en este momento se expresa de forma todavía bastante defensiva en Occi-
dente, llamar la atención sobre la cuestión de la ciudadanía real, que se diferen-
cia de la ciudadanía formal que rige en varios países. No se trata de denunciar
que, de hecho, sujetos sociales desiguales en términos de estructuras de clase,
género y otras más subyacen al ejercicio de esa ciudadanía, condicionándola.
Esto es verdadero, sin duda, pero me gustaría subrayar que el propio ejercicio
de la ciudadanía formal se ve amenazado por la profundización de los clivajes
sociales y la paulatina destrucción del estatus común de ciudadano, que fue
el logro histórico de la socialdemocracia, en especial en Europa, pero que en
los Estados Unidos se reprodujo, sobre todo en términos de posibilidades de
ascenso social e inclusión en el mercado, las cuales hoy ya no existen. Al final,
desde Aristóteles este ha sido un tema crucial para la teoría política, el cual no
se puede olvidar: quién, concretamente, es el ciudadano, cómo puede ejercer su
ciudadanía y cuál es su alcance (Dunn, 1979). Incluso en América Latina, cuyo
telos actual es de avance, se puede terminar por perder el impulso que la hace
moverse en esa dirección, naufragando o parando a medio camino el proceso
de democratización que se despliega desde hace algunas décadas. También es
importante pensar cómo los diversos países se encuadran en el sistema global
hoy, para lo que, careciendo de revisiones importantes, la teoría crítica latinoa-
mericana por excelencia, el estructuralismo de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) de la Organización de las Naciones Unidas sumado
a algunas versiones de la teoría de la dependencia, aún se muestra como una
fuente segura de inspiración y análisis (véase Domingues, 2008). Esto afecta
todas las dimensiones de la vida social, para comenzar, la cuestión de la justicia
global, desde un punto de vista colectivo.

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Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 117

¿Podemos avanzar hoy, más de lo que lo hemos hecho, más allá del
imaginario y de las instituciones de la modernidad, pero también de la retóri-
ca? Conceptos-tendencia, tanto para el diagnóstico del presente como para la
identificación de posibilidades de desarrollo más allá de la modernidad —el
“movimiento real de las cosas”, como se señaló un día—, han sido cruciales
para la teoría crítica. Pero esos esfuerzos fueron simplemente abandonados
en favor de una lectura de la historia que pone un exceso de énfasis en la
contingencia, con pocas excepciones (como la teorización anterior de Ha-
bermas sobre los nuevos movimientos sociales o aquellos que apuntan hacia
un agente abarcador y no especificado, la “multitud”, como el gran eman-
cipador de la era posmoderna). No hay nada claro en este momento exacto,
y es probable que el nivel de complejidad de la vida social esté bloqueando
afirmaciones absolutistas demasiado generalizantes sobre tendencias de tan
largo alcance (aunque el poder de las corporaciones parezca cada vez más
profundo, asustador y de manera alguna emancipatorio). Dejar atrás las cer-
tezas, sus soportes epistemológicos y sociológicos, era en realidad necesario.
Tal vez, con todo, precisemos retomar aquellos diagnósticos de forma más
sistemática, aunque con una inevitable actitud mental más modesta (y no
forzosamente optimista). Por supuesto que la sociología puede desempeñar
un papel central en esto.

Renovación de la crítica
Es claro que el proyecto multidisciplinario del Instituto de Investigación So-
cial de Frankfurt, dirigido por Adorno y Horkheimer, sigue siendo un mo-
delo interesante de emular, aunque haya otras formas de buscar la totalidad,
hoy vista como inevitablemente más parcial, formas estas que se realizan
de manera menos sistemática, pero con suerte también más efectiva. Una
teoría general de la modernidad no puede sino requerir un esfuerzo conjunto
y multidisciplinario. Además, la gama de problemas que requieren atención
desde lo que serían perspectivas críticas, necesariamente plurales, es muy
amplia, con énfasis, por ejemplo, en lo que Adorno y Horkheimer llamaron
“industria cultural” (1984), cuya importancia no para de crecer y se encuen-
tra tan vinculada a la cultura de consumo, y sus teorías están lejos de dar-
nos respuestas actuales, en particular en América Latina, como ha observado
Martín-Barbero (1987).
Para comprender este universo social contemporáneo nada mejor que la
sociología, disciplina cuya identidad parece evanescente, destrozada por la
colonización de su campo por disciplinas afines o adversarias, como la an-
tropología y la ciencia política, la lingüística y la filosofía, la economía y las
investigaciones en políticas públicas, o, en el caso brasileño, en especial, por
el llamado “pensamiento social”. Sin hablar de la mistificación que el “pos-
colonialismo” tardío comienza a intentar promover entre nosotros, el mito de

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118 José Maurício Domingues

que nada ocurrió entre los latinoamericanos en el sentido de buscar reformu-


lar conceptos de las ciencias sociales en función de nuestras especificidades.
No se trata de reivindicar la pureza de la sociología, en un momento en
el que su imbricación con la filosofía política y social, así como con aquellas
otras disciplinas, se muestra esencial. Se trata, sí, de acentuar el legado ana-
lítico en relación con el imaginario, las prácticas sociales y las instituciones
que puede ofrecer la tradición sociológica. Es sobre esto que en gran medida
creo que es posible y necesario refundar una teoría crítica ecuménica y vital.
Ella no tiene en las poblaciones inquietas del planeta ni su objetivo, ni su
sujeto, ni su destinatario, pero si a la vasta y descentrada subjetividad co-
lectiva con la que debe ser capaz de dialogar y cuyos caminos, en múltiples
y variadas dimensiones, puede analizar, discutir, criticar, sin pretensión de
superioridad, aunque tampoco sin el complejo de sentirse menos por restrin-
girse a la práctica intelectual que constituye su propio continente, en lo que
se denominó como “batalla de las ideas”. Librarse de ideas incómodas, del
pensamiento libre y no inmediatamente práctico, ha sido además un proyecto
consistente de los sectores dominantes en la tercera fase de la modernidad.
No hay por qué transigir en eso. Por otro lado, las formas específicas que la
modernidad y, dentro de ella, los sistemas de dominación asumen hoy con-
taminan todas las esferas de la vida social, en cualquier lugar del planeta, lo
que requiere de una especial atención.
De este modo, es preciso moverse de la filosofía, sin dejarla de lado,
superar temas y conceptos de la tradición crítica, recuperar otros y de todos
ellos extraer lo que perdura como su “núcleo racional”, descartar en serio el
provincialismo y la concentración exclusiva en un país apenas (en general, el
del propio autor) y, entre nosotros, además de en los Estados Unidos y en Eu-
ropa, intentar de manera sistemática delinear los elementos específicos de lo
que llamé tercera fase de la modernidad, ya sea que se utilice este concepto o
cualquier otro que capture las transformaciones de enorme alcance que atra-
viesan el mundo contemporáneo, sus sistemas de dominación y aspiracio-
nes y prácticas emancipatorias. El tema de la ciudadanía, sus posibilidades
y límites es crucial, en tanto la demanda por derechos se afirma, pero puede
llevarla a una explosión de sentido, al abrirla hacia otra figura imaginaria e
institucional, o, por otro lado, sofocar el potencial emancipatorio que en ella
se expresa en este momento5. La teoría crítica, a pesar de los percances histó-
ricos que enfrentó y enfrenta, puede y debe renovarse, de modo de lidiar con
las grandezas y miserias de la modernidad contemporánea, y contribuir para
reencontrar las avenidas del cambio social progresista.

5 Los temas de las “abstracciones reales” y de la relación entre ciudadanía “instituyente” e


“instituida” son fundamentales aquí. Véase Domingues, 2002, caps. 3-4; 2008, cap. 1 y 2012,
Parte 3.

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Vicisitudes y posibilidades de la teoría crítica hoy 119

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.6

Revisitando un outlier
El domicilio insospechado de la excepcionalidad
uruguaya
Amparo Menéndez-Carrión

Resumen
Muchos de los fragmentos de experiencia que dieron lugar a la idea de “excepcionalidad
uruguaya”, convertida en una suerte de lugar común, remiten al pasado. Mi propósito en este
artículo es mostrar la plausibilidad de recolocar el locus de esta excepcionalidad a través de sus
encuentros y desencuentros con la polis, entendida como espacio discursivo, forma de capital
público y régimen de regulación discursiva. Esta formulación permite una relectura integral del
Uruguay y su saga, una genealogía del lugar de lo público y la ciudadanía, y la elaboración de
nuevas entradas para la reflexión-acción, para concluir que el mayor interés del caso remite a
lo que revisitar el itinerario del Uruguay desde el trayecto de la polis en él permite mostrar: que
el domicilio de la excepcionalidad uruguaya pertenece a la teoría, más precisamente a la teoría
política.
Palabras clave: ciudadanía / espacio público / polis / teoría política / Uruguay.

Abstract
Revisiting an outlier. The previously unsuspected locus of Uruguay’s exceptionalism
Uruguay’s exceptionality within the context of Latin America and beyond has been well established
in the scholarly literature for some time. Most fragments of experience which have sustained the
notion of ‘Uruguayan exceptionality’, turned into a sort of commonplace, belong to the past. My
purpose in this paper is to show the plausibility of relocating this ‘exceptionality’ by focusing on
the changing relationship between Uruguay’s itinerary and the polis, posed as a specific kind of
discursive space, form of (public) capital and regulatory regime. This formulation allows an integral
re-reading of Uruguay’s historicity, the making of citizenship and things-public, and suggests new
entries for action-oriented theory, to conclude that the locus of Uruguay’s exceptionality is none
other than theory and, more specifically, political theory.

Keywords: citizenship / public space / polis / political theory / Uruguay.

Amparo Menéndez-Carrión. Académica independiente, consultora internacional de


universidades, fundaciones y organizaciones sin fines de lucro; exdirectora de FLACSO-sede
Ecuador, exvicepresidenta de la Asociación Chilena de Ciencia Política. PhD en Relaciones
Internacionales y Política Comparada por la Universidad de Johns Hopkins (1986).
E-mail: menendezcarrion@msn.com

Recibido: 27 de junio de 2018.


Aprobado: 3 de septiembre de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Introducción
La literatura sobre métodos de análisis comparado está repleta de adverten-
cias acerca de los riesgos de acudir a casos singulares para propósitos com-
parativos que no sean los de “contrastar” y, en el mejor de los casos, procurar
dar cuenta del “porqué de la diferencia”, lo cual, finalmente, reafirma su
condición de outliers1. “Por algo son singulares”, dirán los recién iniciados;
por algo son deviant cases, dirán los académicos familiarizados con la termi-
nología de la política comparada.
Al tomar distancia del quehacer comparativo típicamente aferrado a las
teorías de rango medio ––que con deliberación se apartan de contemplar la
conexión entre el rigor empírico que buscan y el “para qué” teórico que sue-
len eludir en aras de no perder un recato supuestamente acechado por las
“abstracciones imposibles”––, surge una serie de preguntas potencialmente
interesantes. Entre estas preguntas hay una que da pie a lo que me propongo
decir en este texto: ¿Será (o no) plausible asignar a la “excepcionalidad” un
lugar que no sea el de compañera inseparable de la condición de outlier que
poco o nada tiene que decirle a la teoría en letra grande sobre cuestiones de
interés, digamos, “universal”?
Para averiguarlo habrá que buscar senderos que se apartan de los ya
transitados2. Podremos proponernos, por ejemplo, caminar una historicidad
concreta desde cualquier “presente” hacia atrás, para volver luego al punto
de partida, a fin de interrogar las implicaciones de ese recorrido de onda larga
más allá del contexto específico que alojó la experiencia registrada. Tarea
arriesgada. Al menos en principio, se presta a extrapolaciones inconsultas,
más aún si se parte del reconocimiento de que el orden capitalista mundial

1 Acerca de la excepcionalidad, ver Marks y Lipset (2000). Uno de los estudios más tempranos
e interesantes acerca de la excepcionalidad (me refiero al de Sombart, 1976) versa sobre los
Estados Unidos de América en tanto deviant case en el que no surge un partido socialista de
envergadura, a diferencia de otras economías capitalistas avanzadas de la época.
2 Ver Collier (1993), especialmente pp. 115-116. Acerca del interés de los deviant cases para
“hacer” teoría, ver Kazancigil (1994), Ragin (2004), Mahoney (2007), y Seawright y Gerring
(2008), entre otros. Acerca de las comparaciones intrarregionales, ver Menéndez-Carrión y
Bustamante (1995).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 125

y su lógica dominante ––representada con brío por la destrucción-creadora3


neoliberal–– no necesariamente cancela de plano la índole contexto-especí-
fica de cualquier arreglo societal concreto. Pero ¿qué pasará una vez asumi-
da la tarea tomando tanta precaución metodológica cuanta sea posible para
mantener el recorrido a distancia de los cráteres de la extrapolación facilista?
En las páginas que siguen —y con base en lo que un programa de inves-
tigación concluido hace poco me permite mostrar— me propongo dos cosas.
Por un lado, sugerir la plausibilidad de revisitar la noción de excepcionalidad
para reconocerle una propiedad que el dejarla típicamente vinculada tanto
al outlier cuanto a la condición de estudio de caso útil para contrastar o tan
solo comparar experiencias disímiles pasa por alto. Esa propiedad refiere al
rendimiento teórico que un deviant case puede portar. Por otro, y dado que
en estas páginas el outlier remite a la llamada “excepcionalidad uruguaya”,
el ejercicio permite subrayar el interés de comenzar a prestar atención a este
“país menor” de América Latina desde nuevas entradas que giran en torno a
un tema de renovado interés en un momento epocal en el que el avance de
la destrucción-creadora neoliberal (Harvey, 2007; Peck, et al., 2009) insiste
en dejarlo atrás. Ese tema no es otro que el de la relación entre lo público, la
ciudadanía y la polis.
En suma, mi propósito en este artículo se centra en dejar mínimamente
expuesto un punto acerca de la excepcionalidad uruguaya que ha permane-
cido inadvertido en la prolífica literatura de las ciencias sociales y las huma-
nidades. El punto no es otro que el alto rendimiento del caso para “hacer”
teoría. Enseguida adviértanse tres cosas. La primera es que abordé los plan-
teos de esa literatura de manera extensa en otra parte4, lo cual me exime de
incurrir en reiteraciones innecesarias. La segunda es que no voy a aterrizar la
exposición en las múltiples arenas de lo público y su flujo a través del tiem-
po, asunto del que también me ocupé en otra parte5. La tercera, y vinculada a
las dos advertencias anteriores, es que a lo largo del artículo desfilará una se-
rie de afirmaciones sin que se introduzcan los controles de rigor ––me refiero
a los controles propios de la fundamentación atenta––. En mi descargo, tanto
las dimensiones teóricas cuanto los componentes de la experiencia uruguaya
a los que haré referencia a lo largo del artículo se abordan con detenimiento
en otra parte (Menéndez-Carrión, 2015a).

3 Recuérdese que la idea de destrucción-creadora fue introducida por Werner Sombart (1863-
1941) y movilizada pioneramente por Joseph Schumpeter en su obra clásica Socialism,
Capitalism and Democracy (2003).
4 Ver Menéndez-Carrión (2015a), tomo I, capítulos 4, 5; tomo II, capítulos 6, 7, 10; tomo III,
capítulo 9.
5 Ver Menéndez-Carrión (2015a), tomo I, capítulos 4, 5; tomo II, capítulos 7-10; tomo III,
capítulos 11-14.

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126 Amparo Menéndez-Carrión

Para evitar confusiones. La cuestión de lo público, la ciudadanía y la polis


Aclaremos de entrada un par de opciones conceptuales básicas y sus impli-
caciones metodológicas. En mi comprensión, “la teoría” figura como ante-
cedente constitutivo de las gramáticas que materializan la multiplicidad de
representaciones de “la realidad” y los efectos concretos que las verdades
alternativas resultantes producen, ya sea en el plano crudamente material o
en el plano simbólico y en el de las creencias revestidas del reconfortante
manto del “esto es así”. No por obvio dejemos de anotarlo: esta comprensión
se aparta de la artificiosa separación entre el campo de lo que la academia
neopositivista estima “abstracciones imposibles” (lo teórico) y aquello que
consagra como “lo útil que sí interesa” (lo práctico). Robert Cox lo dijo bien
hace algún tiempo: esa separación no es más que “un modo de pensar” (Cox,
1996, p. 145), y, agregamos, de esquivar el reconocimiento explícito del an-
tecedente constitutivo, a veces lejano y típicamente silenciado, que sustenta
ese modo de pensar.
En cuanto a “la experiencia”, acudo al insight de Michel Foucault para
situarla. Entonces, reconozcámosla como “ni cierta ni falsa”, en tanto la
experiencia “es siempre una ficción […] algo construido, que existe solo
después de haberse hecho, no antes” y que, por consiguiente “no es ‘ver-
dad’, pero ha sido una realidad” (Foucault, 1991, p. 36). Así situados am-
bos campos, no perderemos de vista que las barreras que solemos levantar
entre teoría y experiencia son meramente provisorias, y que, en términos de
método, ese carácter provisorio demanda la tarea de ir derribándolas poco
a poco y hacer que el diálogo entre ambos campos no cese, en el proceso
mismo de armar y llevar a cabo un programa de investigación. La exigen-
cia de divisar sus conexiones implica, por consiguiente, angular teoría y
experiencia desde el “empalme” entre ambos campos (sin abandonarlo en
momento alguno).

La cuestión de lo público y la ciudadanía


Recuérdese que la instalación de la ciudadanía como problema (o cuestión)
es bastante reciente. Data de fines de los años ochenta del siglo pasado y
se dio a través de una serie de desplazamientos significativos en los modos
de entenderla —hasta entonces, típicamente, en términos legales y forma-
les—, desplazamientos ajenos a la corriente principal de la ciencia política y,
en muchos casos, a la propia disciplina (Menéndez-Carrión, 2015a, 2007a,
2007b y 2007c). Su instalación como asunto central contribuyó a compleji-
zar la aproximación a “la política”, es decir, a repensar el locus de la política
desde “lo político”, donde, apelando a la ya clásica formulación del filósofo
y activista francés Claude Lefort (1988), la política refiere a los “compor-
tamientos, estrategias y políticas específicas de los actores e instituciones

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Revisitando un outlier 127

políticas”, y lo político al “encuadre constitutivo y espacio sociopolítico en el


cual la política ocurre y a través del cual se asigna significado a los eventos”
(Gabardi, 2001, p. 95).
También recuérdese que la emergencia de la ciudadanía como cuestión
se vincula ––en gran medida–– al interés de algunos circuitos de la academia
en divisar horizontes de transformación de los “arreglos heredados” (Manga-
beira Unger, 1987) y sus inercias, a partir de la convicción de que sin apelar
al asunto desde nuevas entradas sería poco probable vincular la reflexión crí-
tica a la acción colectiva orientada hacia el desmantelamiento de las prácticas
discursivas que obturan la confrontación radical del desolador panorama que
ofrecen a lo largo y ancho del mundo occidental los aparatos de gestión inter
y trasnacionales y las élites nacionales que sostienen el “más de lo mismo”
del simulacro democrático (hiperdiferenciación social, mercados de trabajo
precarios o excluyentes, violencia ambiental y alimentaria, mercantilización
de las interacciones, etcétera) atado a la destrucción-creadora neoliberal y
sus efectos (degradación de lo público, reducción de su espacio, trivializa-
ción de su espacialización como “lugar de todos” mediante la multiplicación
tecnológica y mediática de “foros públicos” de toda índole globalmente in-
terconectados e “integradores”, etcétera).
En mi formulación, el campo de la ciudadanía, más que como las for-
mas de régimen político, comparece como el lugar desde el cual se fragua lo
público. Esto significa conferir a este campo el estatus de matriz relacional
y operativa de la ratificación, sostenimiento, transformación, reapropiación,
erosión o pérdida de lo público. Puesto en otros términos: los modos de re-
lacionamiento y convivencia se fraguan a partir de las formas de ciudadanía
que el campo aloja y del tipo de ciudadanía preeminente en el campo en
cualquier momento dado.
Adviértase enseguida que por “modos de relacionamiento y conviven-
cia” no me refiero a la sociabilidad, ya que en estos modos incluyo al sistema
político como componente importante, si bien no como componente princi-
pal, ya que esta formulación no excluye —sino todo lo contrario— un amplio
repertorio de zonas de articulación de la convivencia que suelen desestimarse
y que son, precisamente, las que una vez interrogadas permiten recolocar
por completo la cuestión del sistema político para devolver la política a su
matriz, lo político.
Que la calidad, textura y sentido de lo público es mi preocupación cen-
tral quiere decir que mi aproximación a la cuestión de la ciudadanía se inte-
resa por los modos de relacionamiento y convivencia constitutivos de la es-
pacialización de lo público en cualquier momento dado y a través del tiempo.
En este planteo, lo público y su espacio, si bien la incluyen, trascienden la
díada Estado-mercado (téngase en cuenta además la fragilidad de esa díada a

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128 Amparo Menéndez-Carrión

la luz del típico sometimiento de los Estados nacionales a las exigencias del
mercado capitalista), ya que mi lectura de la relación público-privado impli-
ca un sesgo fuerte hacia lo público como espacio relacional cuyo vigor, a tra-
vés de múltiples arenas y modos de hacer las cosas, habilita la neutralización
y corrección ––a secas–– de las fallas del ámbito privado (con implicaciones,
dicho sea de paso, en modo alguno menores para repensar el quehacer propio
de las “políticas sociales”).

Discurso
Ateniéndome a la comprensión posestructuralista del discurso, que, como
se sabe, no tiene nada que ver con la sociolingüística, con lo que se “dice”
ni con “cómo se dice” (en clave de análisis de contenido, por ejemplo), doy
por sentado que conferir significado remite a la cuestión del poder y que, por
consiguiente, en cualquier situación o momento dado, lo que está en juego es
la representación de la realidad a través del discurso. Esto quiere decir que
apelo al discurso para representar la producción de verdad y significado, el
despliegue de lógicas discursivas contrapuestas y sus efectos de poder-saber
(lo que estas incluyen, excluyen, privilegian o silencian). Y esto de inmedia-
to me lleva a otra precisión necesaria, atinente al lugar de la cultura en esta
formulación.

Cultura
La configuración de la/s calidad/es, textura/s y sentido/s de lo público
y la morfología del campo de la ciudadanía (cualesquiera que esta sea)
corresponde ––en última instancia–– al terreno que condensa el desen-
volvimiento de la articulación entre formaciones, zonas y estructuras ma-
teriales, ideacionales y normativas. En este planteo, la cultura figura para
representar, precisamente, ese terreno complejo e “intangible” en el que
las lógicas de poder se despliegan y confrontan entre sí; es decir, el espa-
cio en que se juega la posibilidad de definir la lucha por la hegemonía en
sentido gramsciano.
Si se apela a la noción de cultura para designar el lugar donde el signi-
ficado de las cosas se tramita y su significación se asigna ––desde algo tan
complejo como las coordenadas de la “condición presente”, pasando por los
planes de gobierno y sus políticas, hasta los datos en apariencia más triviales
de la experiencia––, se entenderá que en esta formulación el terreno cultural
y el terreno del poder son lo mismo. Puesto de otro modo, reconocer el terre-
no cultural como el espacio en el que se libran las batallas por la hegemonía
(siempre discursiva) significa apelar a la cultura para situar el terreno del
poder. Desde luego, esta comprensión se aparta por completo de las concep-
tualizaciones a las que en general se apela en la ciencia política para designar

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 129

una “dimensión” (la “cultura”) situada por-sobre, detrás-de, junto-a o aparte-


de otras “esferas” (“la política”, “la economía”, “lo social”), lo que quiere
decir que la pretensión de examinar la “identidad”, los “rasgos culturales”
o “la cultura política” (nacional, local o de cualquier grupo o conjunto de
actores) me es completamente ajena.

La cuestión de la polis
Aterricemos el breve bosquejo anterior en su componente primordial. Casi
una década después de haber comenzado a reflexionar sobre la cuestión de
lo público y la ciudadanía, entendí que no tenía mayor sentido continuar en
la tarea sin desempolvar la idea de la polis. Con base en lo que recorrer el
trayecto de la idea me permitió destilar y prestando un poco de atención a una
literatura por entonces reciente, que, ajena a la corriente principal de la cien-
cia política y anclada con firmeza en la teoría, ofrecía una serie de pistas por
demás interesante, entendí que cabía apartarse del reduccionismo al que el
conocimiento recibido suele someterla. Para poner la idea en movimiento sin
distorsionar el silencioso código que la dotaba de vigencia, cabía liberarla de
sus ataduras conceptuales a “la república”, “la ciudad”, “el Estado nación”,
“una comunidad armónica” o “una familia ampliada que se lleva bien”. Pues-
to en otros términos, escudriñar la genealogía de la idea me permitió concluir
que el tipo de espacialización de lo público que la polis autoriza gira en torno
a dos principios constitutivos: la pluralidad y el igualitarismo6.
De allí que mi actual lectura de lo público y la ciudadanía gire en torno
a la cuestión de la polis entendida como espacio discursivo anclado a un eje
plural-igualitario que puede “encontrarse” o “desencontrarse” con cualquier
arreglo territorial concreto (me refiero en este caso al Estado nación) en dis-
tintos momentos de la experiencia. De allí también que mi interés se centre
en las operaciones de ese espacio y en el despliegue de su doble eje a través
del tiempo, lo que implica movilizar la idea, también, en cuanto forma de
capital y régimen de regulación discursiva, asuntos a los que me referiré más
adelante.
Agréguense dos consideraciones adicionales. Por un lado, adviértase
que reconocer ese doble eje como anclaje de la polis permite devolver “la
convivencia” a su locus político, rescatándola así de la trivialización a la que
el simulacro del “todos juntos” la somete cuando se apela a ella en términos

6 Véase Menéndez-Carrión (2015a, tomo I, capítulos 2 y 3).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
130 Amparo Menéndez-Carrión

blandos de “sociabilidad”7. Por otro, que ese locus no se advierte plenamente


a menos que se sitúen lo público y la ciudadanía de la polis, apelando a la
convivencia entre extraños, es decir, a la alteridad virtuosa.
Por convivencia entre extraños (Menéndez-Carrión 2015a y 2015b) me
refiero a modos de “ser” (público), “estar” (en público) y de “hacer” (lo pú-
blico) sin tener que demostrar “quién soy”, “de dónde provengo” o “cómo
pienso” para acceder al reconocimiento (mutuamente conferido) de índole
colectiva (alteridad virtuosa) que una espacialización de lo público sostenida
por un eje plural-igualitario faculta, es decir, para ejercer el derecho a ser
anónimos y “sentirse” a “salvo” entre extraños: el tipo de convivencia que un
eje plural-igualitario está hecho para habilitar.

El domicilio insospechado de la excepcionalidad uruguaya8


¿Cómo se “hace” una polis? ¿Cómo deviene en sí misma? Poner esa pregunta
en movimiento exige aterrizarla en un territorio concreto para asomarse al
momento de arranque y, aún más importante, al trayecto, a través del tiempo,

7 Se ha vuelto común como “política cultural” a lo largo y ancho de América Latina que los
gobiernos locales lleven eventos “integradores”, por ejemplo, a las plazas de la ciudad.
Improbable sustituto de la escenificación (virtuosa) de la convivencia entre extraños. La
siguiente no es más que una entre la infinidad de escenas ilustrativas de esa improbabilidad.
Transcurre semana a semana en la emblemática Plaza Fabini de Montevideo. En mi último
viaje a Uruguay, pocos días antes de terminar este artículo, volví a toparme con la escena.
Desde hace algunos años el gobierno local monta con regularidad breves espectáculos que, a
manera de flash, llenan de bailarines profesionales y/o cantantes, por ejemplo, el tramo más
concurrido de la plaza. Ni el gobierno local ni los bailarines y cantantes toman en cuenta que
un grupo de vecinos tangueros lleva su tocadiscos y parlante a esa plaza los fines de semana y
feriados desde hace décadas. Entonces los entusiastas de siempre (unas quince parejas y más)
y quienes se unen espontáneamente las tardecitas de tango en la plaza proceden a moverse a
un costado y siguen en lo suyo. Mientras tanto, los parlantes en competencia producen una
cacofonía insoportable, hasta que los tangueros se dan por vencidos e interrumpen su danza,
los turistas chinos dejan de tomar fotos y el hombre en harapos que baila en solitario alrededor
de los tangueros, y provoca miradas de desaprobación en no pocos transeúntes y turistas, ahora
se desplaza hacia los bailarines profesionales para seguir bailando a su alrededor. A pocos
pasos, y en el mismo lado de la plaza, sobre la calle principal de Montevideo (la avenida 18
de Julio), un grupo de voluntarios cumple la tarea que viene cumpliendo, según mi registro
etnográfico, desde hace al menos cinco años en la plaza: bajan de dos o tres vehículos, a eso de
las 7 de la tarde, un par de manteles, caballetes, tableros, vasos, platos y cubiertos para servir,
con calidez y sin apuro, al centenar de personas sin techo que acuden para recibir, semana a
semana, un plato de comida caliente, una gaseosa y un postre.
8 Este segmento reelabora y retoma parcialmente el texto de apoyo a la conferencia Más allá
del sentido común y sus enredos. ¿Como el Uruguay no hay? Como el Uruguay no hay. El
domicilio insospechado de la excepcionalidad uruguaya, que pronuncié en ocasión de las
XVI Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la
República (Montevideo, 12 de septiembre de 2017). Agradezco a las autoridades de la Facultad
y a la comisión científica que organizó el evento por la invitación, que me permitió exponer mis
reflexiones en un ambiente muy propicio para intercambiar ideas con estudiantes y profesores,
en compañía de dos comentaristas de excelencia (Susana Mallo y Paulo Ravecca). A todos
ellos, a Mariela Quiñones y a Anabel Rieiro, mi más cálida gratitud.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 131

del espacio discursivo que la polis nombra. Por cierto, los cambios en el or-
den mundial y sus implicaciones para la internacionalización del Estado, el
problema del territorio y los Estados nacionales en relación con la trasnacio-
nalización de las interacciones, etcétera, desaconsejan situar “el lugar donde
se vive” como problemática central para pensar el “presente”. En todo caso,
considerar con detenimiento la batería de argumentos potencialmente disua-
sorios permite rescatar el lugar donde se vive de manera plausible9.
Pero… ¿tendrá sentido movilizar ese tipo de pregunta en el contexto
latinoamericano? Más allá del interés en sí de los rasgos de la mayoría de los
entornos latinoamericanos y sus respectivas sagas, desde cuyo presente —en
el transcurso de las últimas tres décadas, al menos—, por lo demás, se recla-
ma (desde abajo) y se declara (desde arriba) la adhesión expresa a procesos
de “ciudadanización” que importen (en aras de “la justicia” y la “equidad”
históricamente negadas a las grandes mayorías, etcétera), ninguno permite
examinar ese modo específico de regular la convivencia. Es decir, Améri-
ca Latina no incluye entornos societales cuya experiencia concreta permi-
ta posar el lente en la polis para contemplar sus momentos prehegemónico
(configuración), hegemónico (estabilización), contrahegemónico (embate) y
poshegemónico (defensa y eventual reducción de su radio de acción a los
márgenes del terreno), exigencia básica para tramitar la pregunta. Claro que
uno parece salvarse del descarte…
Fue así que me dispuse a recorrer aquel entorno societal cuyos rasgos,
según algunas pistas preliminares disponibles, lo hacían figurar como el úni-
co con potencial interesante para asomarse al trayecto de la polis a través de
más de un siglo de experiencia concreta. De lo contrario, habría procedido
tempranamente a descartar aquel “país menor” que, en palabras de una des-
tacada colega uruguaya, no le interesaba “a nadie”, o tan solo a unos pocos,
más que nada especialistas nacionales y latinoamericanistas de la sociología
interesados en la cuestión urbana, el empleo informal, la cuestión del medio
ambiente, los asentamientos precarios, etcétera, y de la ciencia política, dedi-
cados al estudio de la poliarquía, la democracia en cuanto forma de régimen,
el sistema de partidos y los procesos electorales en perspectiva comparada,
etcétera.
Partí de un presente que ubiqué en un tramo de dos décadas (desde el
retorno del régimen poliárquico en 1985 al año 2015) para caminarlo hacia
atrás, rumbo al asentamiento territorial y con varios reconocimientos del te-
rreno, de ida y vuelta, para finalmente concluir en el punto de partida, es
decir, en el tramo más inmediato de la condición presente, para considerar
el itinerario del Uruguay y el trayecto de la polis en él de forma integral —

9 Sobre los contraargumentos en cuestión, véase Menéndez-Carrión (2015a, tomo I, pp. 58-69).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
132 Amparo Menéndez-Carrión

léase, desde lo político y en onda larga—. En ese recorrido los accesos a la


excepcionalidad se fueron tornando disponibles con lentitud, a partir de la
sospecha inicial de que había “algo” de interés que la experiencia uruguaya
tenía para decirle a la teoría. Esa sospecha me animó a averiguar qué pasaría
en caso de dejar fluir el diálogo entre el campo de la experiencia y aquella
propuesta teórica bosquejada en páginas anteriores, que pretendía lidiar con
asuntos cuyo interés no se limitaba, en modo alguno, al territorio que alojaba
esa experiencia.
Lo sabía de antemano. En circuitos académicos dentro y fuera de fronte-
ras el locus de la excepcionalidad se colocaba, alternativa o combinadamen-
te, en una serie de fragmentos de la experiencia uruguaya, entre ellos, “el
Estado batllista”, “el Estado de bienestar pionero”, “el sistema de partidos
ejemplar”, la respetable poliarquía, el civismo integrador de una “clase me-
dia ilustrada” y de su cuna pública: la escuela (del pasado). Desde el sentido
común, la excepcionalidad —se me dijo ad nauseam— tenía que ver con “un
país chico en el que nos conocemos todos”, es decir (por implicación), con
una convivencia pasible de ser resuelta gracias a “la pequeñez”, mediante la
“sociabilidad propia de un paisito”. Que una figura literaria enorme como
Mario Benedetti consagrara la rúbrica no altera su carácter desafortunado:
el parroquialismo de la frase y su invocación recurrente —inducida por la
también desafortunada comparación con “el tamaño” de sus (gigantes) veci-
nos— echa por la borda de manera irreflexiva el complejo tejido que confi-
gura la arquitectura societal del Uruguay. Huelga señalar que en mi lectura
del lugar de la excepcionalidad uruguaya hay algo que se prestó a destierro
tempranamente. Me refiero al gesto contrario al anterior, donde el esencialis-
mo toma la forma de proclama del país que hoy muchos evocan con nostalgia
(“¡qué país éramos!”) y otros, sin atisbo de nostalgia, mas teorizando en el
bar sobre los “valores” propios de “los uruguayos”, que “aunque algunos an-
tisociales les den la espalda ahí están si uno le pone atención al alma de este
país que no se compara con ninguno, ni que hablar”.
Claro que el domicilio que la excepcionalidad del caso reclama para sí
no tiene que ver con un presente que ya fue, ni tampoco con el “we are fan-
tastic” (frase pronunciada en 2002 por uno de sus expresidentes, el colorado
Jorge Batlle Ibáñez). Tampoco interesa demasiado convocar la excepcionali-
dad desde la propincuidad que el sentido común suele vincular a la pequeñez
territorial. Interpelar el itinerario del Uruguay desde el trayecto de la polis
en él revela “excepcionalidad” en dos aspectos de interés mayor al mostrar:
1) El significado y la significación de los trabajos de raigambre popular y
ciudadana en la forja de un momento específico de ese itinerario. Ese
momento está en la base de todos los fragmentos de historicidad a los
que hice referencia al pasar en el párrafo anterior y remite a un logro

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 133

colectivo mayor: la configuración y posterior estabilización de un eje


plural-igualitario como anclaje de los modos de relacionamiento y con-
vivencia, que es lo mismo que decir el momento de ciudadanización
del Estado que el Uruguay alojó en un notable tramo de la experiencia
concreta rastreable desde finales del siglo XIX hasta mediados de los
años cincuenta del siglo pasado.
2) Los momentos de hechura de una polis —configuración y posterior he-
gemonía— así como también el tipo de giro que el trayecto de una polis
hegemónica puede experimentar después —momentos de desestabiliza-
ción, embate y posterior reducción crítica del radio de acción de su eje
que marca su condición (poshegemónica) presente—.
Lo anterior quiere decir que no conviene demasiado continuar apelando
a la “excepcionalidad uruguaya” desde fragmentos “pasados” o “presentes”
de historicidad, sino admitir la plausibilidad de que otro tipo de constelación
analítica reclame el interés de esa experiencia para sí. Puesto en otros térmi-
nos: por razones completamente ajenas a las que han movido al aplauso, a la
complacencia o, por el contrario, a la irritación o a la desestimación de lo que
un país “tan insignificante” está en condiciones de decir para lidiar con asun-
tos de interés mayor para la reflexión-acción dentro y fuera de fronteras, con-
viene preservar la idea de “excepcionalidad”, mas con el reconocimiento de
su domicilio insospechado: la teoría, y, más precisamente, la teoría política.

El outlier le habla a la teoría


¿Cómo atreverse a plantear de manera tan contundente que conviene recono-
cer el campo de la teoría como domicilio apropiado para alojar la excepcio-
nalidad uruguaya? El punto central que a través de tan solo algunos ejemplos
intentaré articular refiere a las implicaciones de la excepcionalidad, así situa-
da, para teoría y praxis (si se insiste en separarlas).

Para pensar estrategias de acción colectiva


Partiendo de la crítica de fines de los años ochenta del siglo pasado a las
“democracias realmente existentes” y de la preocupación por los “déficits
de ciudadanía”, y trasladadas esas críticas y preocupaciones a los organis-
mos internacionales por los circuitos académicos que nutren sus equipos de
funcionarios y consultores, la “construcción de ciudadanía” y la “participa-
ción de la gente” se instaló con rapidez en una prolífica literatura de amplia
difusión y, desde luego, en la implementación de proyectos de acción que
desde los años noventa del siglo XX forman parte de múltiples organiza-
ciones de “acción popular” a lo largo y ancho de América Latina. Más allá
de los notables esfuerzos puntuales de activistas de base inclaudicables —y,
agréguese, de alguno que otro presidente que no ha advertido que la ciuda-

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134 Amparo Menéndez-Carrión

danización no se manufactura desde arriba y a empellones—, la construcción


de ciudadanía continúa siendo un problema poco pasible de atender a través
de la conversión de la “participación” en rúbrica repetida hasta el hartazgo.
El gradualismo amable del recetario internacional empeñado en demostrar
avances y emitir alertas periódicas, mientras procura transitar senderos im-
probablemente simultáneos (“emprendimientos” de “la gente”, “equidad”,
“diversidad” y “cohesión social”, intereses de los gobiernos de turno, etcéte-
ra), poco tiene para decir al respecto, salvo anunciar e implementar cambios
de rumbo con periodicidad —después de todo, su misión no es radicalizar la
democracia, sino mantener los gobiernos civiles de corte electoral alineados
a la gestión del desarrollo en la medida en que esto sea posible—.
Mientras tanto, contar con una experiencia concreta de onda larga a tra-
vés de cuyo rescate la polis se torna tangible permite:
a) Apreciar a pleno despliegue los distintos momentos de un espacio dis-
cursivo presidido por un eje plural-igualitario, incluyendo el estado crí-
tico del eje una vez deshilvanada su espacialización, a lo largo de medio
siglo, del entorno societal que experimentó su hegemonía.
b) Registrar las microoperaciones implicadas en la producción (siempre
abierta) de alteridad virtuosa (ciudadanía de la polis/ciudadanos extra-
ños), así como también la producción de exclusión mediante la desacre-
ditación (material, simbólica y, finalmente, discursiva) de los extraños
(alteridad perversa), y asir en movimiento el pasaje de la primera forma
de regular el terreno a la segunda.
c) Contemplar la orfebrería que articula los peldaños de la alteridad virtuo-
sa a medida que estos se ensamblan en cuanto espacios convergentes en
condiciones de sostener el momento hegemónico de la polis y su pos-
terior defensa. La escuela, las organizaciones de base (trabajadores ma-
nuales y profesionales), estudiantes (liceales y universitarios), la intelli-
gentsia (en cuanto obreros del pensamiento), los modos cooperativos de
hacer las cosas y “la palabra como patrimonio colectivo” (incluyendo
la música, el teatro, la poesía, las editoriales sin fines de lucro, etcétera)
emergen como sitios clave, operando en simultáneo para fijar y sustentar
lo público (de la polis).

¿Clase media? Difícilmente. El poder del nodo medio


Cuando las señales emitidas desde el campo de la experiencia carecen de
nombre y sus rasgos son lo bastante distintivos como para no asimilarlos a
los ya conocidos, hay que concedérselo, de lo contrario quedarán fraudulen-
tamente fuera. Así apareció el nodo medio.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 135

Las señales apuntaban a una suerte de engranaje silencioso cuyas opera-


ciones aparecían una y otra vez facultando el flujo de la convivencia entre ex-
traños. Fue entonces que no hubo cómo eludir el desafío de darle un nombre
a ese “algo” que aparecía una y otra vez como conector que no se prestaba a
ser asido mediante la batería de conceptos de la sociología o del instrumental
conceptual disponible al apelar a un amplio criterio transdisciplinar. Veamos
cómo apareció esta exigencia metodológica y las implicaciones de darle un
cheque en blanco al conector invisible que se fue tornando tangible a medida
que la investigación avanzaba.

¿Igualdad?: metateoría. ¿Igualitarismo?: contralógica mayor que la naturalización


de la desigualdad.
Nancy Fraser formuló una definición hipotética de sociedades igualitarias
que, décadas después, permanece inobjetable:
“Por ‘sociedades igualitarias’ quiero decir sociedades no estratificadas,
sociedades cuyos encuadres básicos no generan grupos sociales desiguales
[situados en términos de] relaciones estructurales de dominación y
subordinación. Las sociedades igualitarias, por lo tanto, son sociedades sin
clases y sin divisiones de trabajo en términos de género o raza. Sin embargo,
no requieren ser culturalmente homogéneas. Por el contrario, siempre
y cuando esas sociedades permitan la libre expresión y asociación, es
probable que sean habitadas por grupos sociales con diversidad de valores,
identidades y estilos culturales, y serán, por lo tanto, multiculturales”.
(Fraser, 1992, p.125)
Claro que, aun cuando estas se piensen desde cualquier “pos” disponible
(pos-Consenso de Washington, posliberales, posimperiales, poscoloniales,
poscapitalistas, etcétera), las luchas emancipatorias son escenificadas, quié-
rase o no, dentro del orden mundial capitalista y de sociedades estamentales
o de clase, sin que exista la posibilidad —inminente— de borrar su desplie-
gue, más allá de la necesidad de plantear e intentar transitar hacia futuros
alternativos a ese orden y de la significación potencialmente estratégica de
aquellos proyectos.
Ateniéndome a la recomendación de Charles Tilly (1999), consideré la
“persistencia de la desigualdad”. En todo caso, mi afinidad con su planteo no
evita descartar la persistencia de la desigualdad como condición que cancele
de plano la escenificación de momentos societales regulados por el doble-eje
de la polis. Recorrer la experiencia uruguaya en onda larga muestra modos
concretos de espacializar lo público cuando el eje plural-igualitario, más que
una metateorética “igualdad material y cultural plena”, obtiene estabiliza-
ción, es decir, hegemonía discursiva.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
136 Amparo Menéndez-Carrión

Si la igualdad (en cuanto condición plena) remite a la metateoría, el


igualitarismo remite no solo a uno de los (dos) principios eje del espacio dis-
cursivo que la polis nombra, sino también a la contralógica mayor que la na-
turalización de la desigualdad. El caso lo muestra: apostado el igualitarismo
en el terreno como contralógica mayor que la desigualdad, combate y socava
su naturalización hasta reducir sus efectos más perversos a los márgenes del
terreno (momento hegemónico de la polis en cuanto régimen de regulación).
Claro que no basta con mostrar esos modos. Habrá que representar las
operaciones mediante las cuales su estabilización se obtiene. Y no basta con
postular que esas operaciones refieren a un régimen de regulación (discursi-
va), sino que es necesario procurar entender de qué mecanismos podrá va-
lerse ese tipo de régimen para articular el espacio relacional implicado en
combatir y socavar la naturalización de la desigualdad.

La clase media no opera el “milagro” que se le atribuye


Registrar las operaciones del nodo medio a lo largo del itinerario del Uruguay
echa por la borda una verdad de reconocido prestigio. Me refiero al significa-
do y la significación de la clase media, es decir, a ese poder de “integración”
que, desde la retórica política, desde las políticas públicas y desde el sentido
común se le suele atribuir (en Uruguay y en otras partes). Movilizar la noción
de clase media a través de un caso típicamente considerado paradigmático
de su poder de integración —tomando la precaución de colocar el lente en
el momento hegemónico de la polis— desenmascara su falta de musculatura
para facultar el “milagro” material y simbólico que se le suele atribuir. Su-
giere, en cambio, que, si de pensar una convivencia regida por la pluralidad y
el igualitarismo se trata, conviene colocarla en la alteridad virtuosa facultada
por el nodo medio, cuyas operaciones, ni aun cuando adquieren momentum,
se apartan de la heterogeneidad cultural (sistemas de valores), política (ideo-
logías políticas) o social (orden de clases).
Pero… ¿no estará este planteo condonando el orden mundial capitalista
y el orden de clases?

Socavamiento del orden de clases


A menos que nuestra postura crítica ante el orden capitalista mundial nos
lleve a imaginar que no vale demasiado la pena postular una convivencia
plural-igualitaria por no corresponder a “la lucha aquí y ahora” en pos de una
suerte de nirvana revolucionario donde, eliminada la alteridad perversa, la
diferenciación en términos de clase y, en última instancia (cabe suponer), las
jerarquías de cualquier índole desaparecen, prestar atención a las operaciones
del nodo medio permite entender dos cosas. En primer lugar, cómo y por
qué algunos de los efectos más perversos de un orden de clases (inmanente,

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 137

quiérase o no, a cualquier arreglo societal “realmente existente”, en el mun-


do occidental al menos) pueden ser reconducidos a los márgenes del terreno
cuando el engranaje se aceitó lo suficiente como para trabajar a jornada ple-
na. Y, en segundo lugar, cómo se efectúan el desacoplamiento de un orden
social al nodo medio y la diferenciación perversa que se materializa a través
del desenganche.
Adviértase de paso que la plausibilidad de conceptualizar el nodo medio
y ponerlo en movimiento para representar un engranaje societal tan silencio-
so cuanto crucial reviste implicaciones de interés, por ejemplo, para el diseño
de políticas públicas. Y en el caso del Uruguay, en particular, sin tener que
recurrir a recetario internacional alguno, es decir, sin otra guía que lo que el
legado de la propia experiencia está en condiciones de aportar para reflexio-
nar acerca de qué hacer y cómo hacer para combatir los efectos más per-
versos de un orden de clases que, a estas alturas, se encuentra, en el “nuevo
Uruguay” (con “nuevo” quiero decir plenamente sumergido en el momento
poshegemónico de la polis), avanzando a paso firme hacia una hiperdiferen-
ciación sin precedentes.
Claro que apelar al nodo medio es insuficiente para representar “lo que
fluye” a través del engranaje. De allí la pregunta que el nodo medio deja suel-
ta: ¿cuál será “la materia” que habrá que “fijar” en el terreno para que la polis
pueda desplegarse? En cuanto principios abstractos, la pluralidad y el iguali-
tarismo no son pasibles de asomar directamente, es decir, de representar(se)
como microfichas narrativas que un engranaje pueda poner en movimiento
para que cumplan su función de doble-eje, es decir, para que “surtan efecto”.

Apelación al modelo ejemplar. Confrontación de la pregunta que el nodo medio deja


suelta
La respuesta se asoma al apelar al modelo ejemplar. Adviértase enseguida
que el concepto posestructuralista de modelo ejemplar, acuñado por Richard
Ashley (1989), al que adhiero, no tiene nada que ver con manuales de educa-
ción cívica o cosa semejante, ya que refiere a códigos no escritos inmanentes
a una lógica discursiva, cualesquiera que esta sea: significados, códigos de
conducta y modos de hacer las cosas que, al congregarse, constituyen un re-
pertorio distintivo —e integral— de pautas, es decir, un “modelo ejemplar”.
La experiencia uruguaya permite no solo movilizar el concepto, sino también
presionar sus posibilidades de teorización para ofrecer un registro integral de
los distintos componentes del modelo ejemplar de la polis y el de su némesis
(la lógica neoliberal), destilados de esa experiencia concreta10.

10 Ambos modelos ejemplares y sus componentes específicos se abordan en detalle en Menéndez-


Carrión, 2015a, tomo II, capítulo 10, pp. 455-496.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
138 Amparo Menéndez-Carrión

El modelo ejemplar de la polis otorga sentido a las operaciones del nodo


medio, porque, a menos que se disponga de un modelo integral marcado por
esa tríada de microfichas compuesta por “significados”, “códigos de conduc-
ta” y “modos de hacer las cosas”, no habrá cómo pautar “la materia” de un
régimen de regulación discursiva. Apelar al modelo ejemplar permite inven-
tariar los significados y códigos de conducta de significación para la puesta
en acto de la polis y mostrar cómo estos fluyen en el espacio relacional que
van fraguando cuando marchan juntos, sin que para que tomen la forma de
prácticas concretas se requiera de campañas o recetario alguno. Por consi-
guiente, prestar atención a la experiencia uruguaya permite entender cómo
se fragua (y “fija”) un modelo ejemplar integral sin que haya que recurrir a
agendas de desarrollo que se lancen desde los organismos internacionales o a
programa “innovador” alguno de los ministerios, intendencias, fundaciones
u organizaciones no gubernamentales.
La experiencia uruguaya permite también destilar los componentes
del contramodelo ejemplar que la lógica neoliberal porta. En este caso, el
principio opuesto a la dupla pluralidad-igualitarismo, es decir, el indivi-
dualismo posesivo, figura como eje, lo cual no requiere que los portadores
del modelo adhieran de forma intencional a ese principio, desde luego. El
contramodelo también dispone de engranajes para que sus pautas surtan
efecto. En términos de contexto específicos, el contramodelo muestra su
aptitud para desenvolverse cada vez con más confianza a medida que el
enredo de un terreno asido por la disonancia discursiva11 crea las condi-
ciones propicias para dejar de aceitar el nodo medio y aceitar más bien su
némesis —la estructura de clases—, que, en ausencia del nodo medio, deja
el terreno librado a las operaciones perversas de su lógica, aun cuando se
publicite la equidad, se adhiera al “combate a la exclusión” y se muestren
índices de pobreza a la baja.

Formas de ciudadanía
Interrogar las formas de ciudadanía implicadas en la fragua de la polis en su
momento hegemónico y, también, en el tránsito hacia su condición posterior
habilita un ejercicio de tipologización que no tiene demasiado que ver con
el conocimiento recibido, como tampoco con mis propias elaboraciones an-

11 Por “disonancia discursiva” me refiero a las intrincadas pulsiones apostadas en rumbo contrario
al que se declara o pretende representar y a la enredada trama discursiva que su cohabitación
produce, fuera del repertorio previsto o anunciado por quienes la ponen en acto, al empujar los
trazos del terreno en diferentes direcciones a la vez. Véase Menéndez-Carrión, 2015a, tomo I,
capítulo 5 y tomo II, capítulos 8, 9 y 10.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 139

teriores12. La tipología se basa en un deslinde metodológico importante. Sin


desestimar el nexo entre la democracia liberal en cuanto forma de régimen,
por un lado, y “ser ciudadano”/“hacer ciudadanía”, por otro, el caso muestra
que no cabe situar la ciudadanía obligándola, artificiosamente, a compare-
cer, tanto en la poliarquía como en la polis, con las mismas disposiciones y
prácticas.
Este deslinde entre la poliarquía y la polis fue reclamado por las señales
que fueron apareciendo a medida que la investigación avanzaba, y finalmen-
te permitió representar dos formaciones de ciudadanía que se paran en los
polos de un continuo hipotético pasible de registrar apelando a la relación
de tales formas con el espacio discursivo de la polis como criterio básico de
diferenciación. En un polo, “hacedores y custodios de lo público”, forma de
ciudadanía regida por el modelo ejemplar de la polis. En el otro, “ciudadanía
prescindente”, forma de ciudadanía que no precisa del modelo ejemplar de
la polis para aparecer.
Movilizar esta tipología permite destilar dos matrices secuenciales del
campo. La primera acompaña los momentos prehegemónico y hegemóni-
co de la polis. Se trata de una matriz de doble entrada donde la ciudadanía
prescindente figura como subsidiaria, o bien porque la formación “hacedores
y custodios de lo público” expande su radio de acción (momento prehege-
mónico) o porque logra asir el epicentro del campo (momento hegemónico).
La segunda matriz corresponde al momento poshegemónico de la polis
y alberga tres formaciones más, con base en una serie de rasgos registrados
en detalle en la investigación en la que me apoyo: “ciudadanía fusión” (un
híbrido resultante del calce provisorio entre las dos formaciones principales
del campo), “ciudadanía golpeada” (formación intergeneracional producto
de la dictadura y la perdurabilidad de un disciplinamiento productor de des-
enganche de lo público y repliegue a lo privado) y “ciudadanía trasnacional”
(formación sesgada hacia ciudadanos “del mundo”, profesionales de distin-
tos campos internacionalmente móviles con alto nivel de ingresos que se es-
timan autónomos del “lugar donde se vive” y le confieren, por consiguiente,
una estima despojada de compromisos que vayan más allá de la prosecución
de sus intereses personales y familiares). Se trata de tres nuevas formas de
ciudadanía (posdictadura) cuya lógica constitutiva favorece el ascenso de la
ciudadanía prescindente, en perjuicio del radio de acción de los hacedores y
custodios de lo público.

12 Para un abordaje detenido véase Menéndez-Carrión, 2015a, tomo I, capítulo 7, pp. 211-234 y
capítulo 10, pp. 523-548. El itinerario de las dos formaciones eje se muestra en el Cuadro X-1,
p. 529; las cinco formas de ciudadanía y sus constituyentes aparece en cuadro X-2, tomo II, p.
534. Véase también cuadro X-3, p. 543.

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140 Amparo Menéndez-Carrión

Más allá de la experiencia concreta cuyo seguimiento permitió formu-


larla, no hay nada —en términos metodológicos— que restrinja la moviliza-
ción de la tipología propuesta al contexto uruguayo.

La poliarquía no está atada a régimen discursivo alguno. La polis no precisa de la


poliarquía para aparecer
La experiencia uruguaya permite problematizar la poliarquía en relación con
distintos regímenes de regulación discursiva (recuérdese que el espacio dis-
cursivo de la polis condensa tan solo uno); muestra con claridad que la puesta
en acto de la poliarquía no está atada a régimen discursivo alguno (ya que la
poliarquía puede transcurrir con la polis o sin ella, convivir con situaciones
más o menos autoritarias, más o menos liberales o neoliberales, más o menos
populistas, etcétera) y, por consiguiente, que un sistema político puede repre-
sentar la sólida estructuración de una poliarquía y contar con una ciudadanía
que vota de manera juiciosa y participa activamente en la vida política a tra-
vés de la militancia en los partidos o en sus asambleas, etcétera, sin que las
maneras de “ser” político y “hacer” política tengan necesariamente que ver
con la hechura y custodia de lo público de la polis.
Añádase algo importante que el caso permite decirle a la teoría. El pro-
blema de la vinculación de la poliarquía con un régimen discursivo no se
plantea en tiempos de dictadura (las dictaduras cancelan la poliarquía). Por
el contrario, y en tanto la polis remite a un tipo de régimen discursivo, las
dictaduras no están en condiciones de arrestar su espacialización mediante el
cese oficial de la política. Es decir que, a diferencia de la poliarquía, la polis
no se presta a supresión mediante el exilio, la prisión política, la tortura, el
asesinato o la aberrante clasificación oficial de una población adulta en ciu-
dadanos “A”, “B” y “C”. El caso del Uruguay lo muestra con contundencia:
a diferencia de la poliarquía, en tiempos de dictadura a la polis le queda el
insilio.
Deslindar conceptualmente las formas de régimen político (democracia
liberal, por ejemplo) y las formas de régimen discursivo (por ejemplo, el de
la polis) permite registrar cómo se “hace” el insilio de la polis, al tiempo que
subraya la significación — para mantener los trabajos del eje plural-iguali-
tario en acción en tiempos de dictadura— de quehaceres que no tienen nada
que ver con “ser” ciudadano de la poliarquía, como rasgo mayor, en cambio,
de “ser” ciudadano y “hacer” ciudadanía de la polis. Me refiero, por ejemplo,
al quehacer académico y cultural emprendido “entre cuatro paredes” por el
amplio repertorio de hacedores y custodios de lo público que sostuvieron el
insilio durante la dictadura (1973-1984/1985) y, de manera en especial nota-

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 141

ble, al papel que la ciudadanía de la polis asumió al operar desde el campo


teatral uruguayo13.

Lo público de la polis. La cláusula intergeneracional


Recordar la advertencia de Arendt (2004, p. 64), llamémosle la “cláusula
intergeneracional”14, significa que la pregunta acerca de cómo representar el
eslabonamiento entre pasado, presente y futuro en el entramado de lo público
no puede ser dejada a un lado. La posibilidad de contemplar en onda larga
el trayecto de la polis permite interrogar ese rasgo en el cual la formidable
pensadora insiste como la condición sine qua non de la construcción de lo
público (de la polis, claro está). La experiencia uruguaya pone a disposición
una ventana privilegiada para apreciar en movimiento el carácter intergene-
racional de los trabajos implicados en hacer y sostener la polis.
Presionando el pensamiento de Arendt para vincularlo con el régimen
de regulación que la polis nombra, compele a reconocer la cláusula interge-
neracional en cuanto lógica de espacialización que rige las operaciones de
este tipo específico de régimen. El caso lo muestra: que lo público “se hace
para durar” rige los modos de hacer las cosas de los hacedores y custodios de
lo público. Por el contrario, las maniobras narrativas de la ciudadanía pres-
cindente están asidas por la contraposición de los tiempos: “dejar el pasado
atrás” para privilegiar “el presente”, maniobra mediante la que típicamente
se adjunta “lo que el Uruguay necesita” a un “cambio cultural” con relación
al pasado que cabe dejar atrás, y se cifra el “faltante” —gesticulación por de-
más reveladora— en una “cultura capitalista”, en no pocos casos de manera
literal y en otros sin que la literalidad haga falta para registrar el régimen
discursivo que sostiene la maniobra.
Agréguese que prestar atención a la cláusula intergeneracional permite
divisar —en el momento poshegemónico de la polis— dos tipos de operación
plenamente instalados en el terreno: el “presentismo” y la “situacionalidad”.
A los modos de hacer las cosas regidos por ambos códigos —que encuentran
tierra fértil para asentarse en lo que el sentido común y las convenciones
designan como “público”— no les preocupa demasiado la durabilidad, prin-
cipio demasiado abstracto tal vez, sino la objetivación de la trascendencia,
que se obtiene, por ejemplo, a través de obras cifradas en ladrillo y cemento
(“hacer cosas en la ciudad”, sin que esas cosas, las que sean, se articulen, por

13 Sobre la relación entre el notable campo teatral uruguayo, desde fines del siglo XIX hasta los
primeros quince años del siglo XXI, y el trayecto de la polis, véase Menéndez-Carrión, 2015a,
tomo III, capítulos 13 y 14, dedicados por completo al tema.
14 La advertencia es la siguiente: “[…] Si el mundo ha de incluir un espacio público no se puede
establecerlo para una generación y planearlo solo para los vivos, sino que debe superar el
tiempo vital de los hombres mortales” (Arendt, 2004, p. 64).

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142 Amparo Menéndez-Carrión

ejemplo, en proyectos de Estado que por su envergadura cancelan el falso


antagonismo entre presente, pasado y futuro) o también, y en el caso de las
autoridades públicas que pueblan las filas de la ciudadanía prescindente, en
el “reconocimiento” cifrado en la publicidad que busca el aplauso. Claro que,
mientras “lo público” no desaparece porque la polis esté ausente, lo público
de la polis no puede aparecer cuando la situacionalidad y el presentismo to-
man el terreno.

La polis desde la economía política del capital. Acumulación, rendimiento y pérdida


del capital público
La pregunta acerca de los modos de regulación que sostienen el andamiaje
del piso discursivo en distintos momentos del trayecto de la polis —piso
discursivo que en esta formulación, se recordará, refiere al terreno del po-
der— no puede ser dejada fuera. La pregunta es pasible de confrontación
si se presta atención a la economía política de una forma singular de capital
que reclama un nombre, al constatar que el conocimiento recibido (acerca
de las formas y estados del capital social, cultural y simbólico) no está en
condiciones de asir la especificidad del capital implicado en los momentos de
configuración, estabilización, desestabilización y defensa de la polis.
Llamémosle capital-polis, cuyas operaciones es plausible asir en mo-
vimiento al prestar atención a sus estados y flujo en distintos momentos de
la experiencia. El ejercicio de teorización efectuado a la luz de la experien-
cia uruguaya permite acreditar la singularidad de una forma de capital de
carácter estrictamente público, es decir, que desparrama los efectos de su
circulación por todas partes sin demandar la presentación de credencial de
portador (“soy ciudadano de la polis”, afirmación que, por lo demás, nadie se
plantea) para distribuir sus réditos. También muestra que las reservas de esta
forma de capital pueden alcanzar considerable magnitud cuando el tiempo
de acumulación ha sido suficiente para nutrir y consolidar el stock. En el
momento poshegemónico de la polis, este capital, entendido como modos de
ser (público), estar (en público) y hacer (lo público) afincados en la memoria
en su condición de stock o reserva (no así de activos “frescos”, que son los
que circulan en el momento hegemónico), revela su magnitud y alcance. Cla-
ro que en el momento poshegemónico esta forma de capital se extiende “al
límite”. Es decir, su radio de acción puede funcionar como escudo intangible
al menos por un tiempo, hasta que por sí solo (esto es, en condiciones de re-
serva cuando el capital ya está al límite) no puede contrarrestar los golpes. De
allí que las operaciones del capital-polis en el momento poshegemónico tam-
bién revelen la magnitud de los obstáculos a la perdurabilidad de un espacio
discursivo con un radio de acción severamente erosionado y apuntalado cuasi
en exclusiva por operaciones de defensa (resistencia) afincadas en la memo-
ria (en su condición de reserva). Llamemos a ese momento límite “momento

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 143

frontera”, en tanto no se presta a dar luz verde a la movilización de reservas,


al menos no para impedir el cruce de una polis críticamente golpeada hacia
un “después” hegemonizado por otras formas de capital apostadas con firme-
za en la línea de frontera cuyo trazo la condición de un terreno asido por la
disonancia discursiva difumina y facilita el cruce de frontera en medio de la
bruma y a traspié inadvertido15.

Un régimen de regulación discursiva productor de autorregulación democrática


Esta propuesta no proviene del andamiaje teórico montado como plataforma
de arranque de la investigación sino, en su totalidad, de la confrontación de lo
que ese andamiaje en extremo preliminar traía consigo y lo que el outlier per-
mite interrogar con detenimiento, mostrar en operación y devolver al campo
de la teoría para contemplar la cuestión de la democracia desde una ventana
alternativa potencialmente interesante.
Las señales de que el espacio discursivo que la polis nombra remite a
un régimen de regulación productor de autorregulación democrática apare-
cieron con nitidez más que suficiente para autorizar la propuesta. Los modos
de “ser”, “estar” y “hacer” implicados en ese tipo de autorregulación flu-
yeron de manera conmovedora por su humildad y belleza, es decir, por la
calidad de su hechura en la manera, por ejemplo, de concebir la ciudad de
una facultad de arquitectura cuyos profesionales pioneros eran (y educaron)
ciudadanos uruguayos que poblaron las filas de “los hacedores y custodios
de lo público” en el momento hegemónico de la polis —muchos de los cuales
eventualmente diluyeron su brío al incorporarse, sin darse cuenta, a las filas
de la ciudadanía golpeada—, que también poblaron la escuela, los liceos, la
fábrica, el extenso repertorio de modos cooperativos de hacer las cosas en
la universidad pública, la publicación de libros y revistas (de alta calidad
y bajo costo), los campos de la salud y la vivienda, el teatro independiente,
etcétera. Sería inconducente situar esta afirmación en el plano estéril de la
romantización, ya que el momento de estabilización del doble eje de la polis
corresponde a la significación política que lo conmovedor adquiere cuando
el modelo ejemplar que rige sus operaciones logra asir el terreno (del poder)
al punto de hegemonizar el brío colectivo de los habitantes de un lugar, con
intervenciones de refuerzo mutuo entre el Estado y la ciudadanía (juntándose
para hacer cosas que valen la pena), aunque los gobiernos se opongan y haya
que golpear sus puertas para que los portadores del modelo ejemplar de la
polis les recuerden algo que tienen claro: el Estado no pertenece a los gobier-
nos. Puesto de otro modo, en el momento hegemónico el aparato del Estado
opera como brazo instrumental de la polis.

15 Véase Menéndez-Carrión 2015a, tomo III, capítulo 15, pp. 463-469; y Menéndez-Carrión,
2017.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
144 Amparo Menéndez-Carrión

Aclárese que por “cosas que valen la pena” me refiero a hacer y custo-
diar lo público de la polis mediante el involucramiento organizado en un am-
plio repertorio de arenas y a través de un amplio repertorio de estrategias en
las cuales la práctica del disenso figura, adviértase de paso, de manera signi-
ficativa. Menciónese, finalmente, otra señal en la que no está de más insistir:
una vez asido por el doble eje de la polis —y con el nodo medio a jornada
plena—, el espacio público está en condiciones de funcionar para compensar
y corregir las “fallas” del “hogar”, con implicaciones, que saltan a la vista al
contemplar los casos registrados, acerca de en qué y cómo intervenir (o no
intervenir) desde las políticas sociales.
Las señales de autorregulación democrática también aparecen en el mo-
mento poshegemónico de la polis, si bien circunscritas en ese momento es-
pecífico a gestos facultados principalmente por la naturalización, cuyo radio
de acción un capital “al límite” no augura sostenible por mucho tiempo más.

La/s izquierda/s y la polis


Angular el itinerario de una experiencia concreta desde sus encuentros y
desencuentros con los distintos momentos de la polis echa luces acerca de
la relación entre discurso e ideología (entendida aquí como opción política
declarada y consciente, pero, también, como opción deliberada o inconscien-
temente silenciada, operación esta última habilitada por la naturalización in-
manente al discurso, tanto el de la polis, como régimen de regulación, como
el de su némesis). A efectos de este trabajo, restringiré a la izquierda del
espectro político lo que pude registrar acerca de la relación en referencia.
Veamos lo que movilizar la pregunta acerca de cómo situar a la izquierda en
relación con los distintos momentos de la polis en cuanto espacio discursivo,
régimen de regulación y capital colectivo permite mostrar. Considérense las
siguientes indicaciones de ida y vuelta entre teoría y experiencia provistas
como punto de partida para movilizar esa pregunta de interés mayor por el
caso uruguayo.
La experiencia uruguaya habilita un seguimiento de la trayectoria de la
izquierda desde fines del siglo XIX hasta el (actual) presente, en el que trans-
curre su tercer período consecutivo de gobierno. Por consiguiente, permite
interrogar el lugar de la izquierda en relación con “ser”, “estar” y “hacer” lo
público de la polis en tres momentos cruciales de la experiencia: configu-
ración, hegemonía y poshegemonía de la polis. Y ofrece una serie de pistas
relativas al complejo problema que se traduce hoy en una pregunta recurrente
dentro y fuera de fronteras: “¿qué significa ‘ser’ de izquierda?”.
Sería pueril imaginar que la polis “es” de izquierda. No se pierdan de
vista las propiedades de su capital —público de principio a fin— ni, desde
luego, el carácter discursivo más que ideológico de su espacialización. Dicho

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 145

esto, habrá que subrayarlo: sin las luchas de la izquierda el doble eje de la po-
lis no puede traducirse en modelo ejemplar y, por consiguiente, lo público y
la ciudadanía de un terreno anclado en la pluralidad y el igualitarismo (prin-
cipios que no “equivalen” en modo alguno al pluralismo y la equidad, por no
ser otro que el liberalismo político la matriz de ambas) no podrán aparecer.
Desbrocemos el planteo en ocho puntos.
1) Lo que marca a fuego los momentos de configuración y estabilización
del espacio discursivo de la polis son los trabajos de la izquierda —léa-
se, el aporte de simpatizantes o militantes anarquistas, socialistas y co-
munistas a su hechura, aunque no fuera esto lo que esos simpatizantes y
militantes se propusieran y aun cuando doctrinariamente la izquierda no
se situara en el epicentro del terreno (del poder), ya que, huelga señalar,
allí estaríamos ante la hegemonía de un momento ideológico más que
discursivo—.
2) No solo el grueso de la tarea de configuración y estabilización del es-
pacio discursivo de la polis recayó en filas y vanguardias de izquierda
en cuanto portadoras y custodias del modelo ejemplar, destáquese, sino
también su posterior defensa… ¿Y después?
3) En retrospectiva y sin desestimar que los trabajos posteriores de sus or-
ganizaciones en escenificar una fuerte resistencia a las políticas neolibe-
rales desde 1985 y durante las dos décadas siguientes fuesen por demás
notables, anótese que la mayor incidencia de la izquierda uruguaya se da
en los momentos de configuración, estabilización e insilio de la polis.
4) Lo anterior significa que la incidencia de la izquierda se difumina, par-
cela y distiende en Montevideo desde que el Frente Amplio asume la
Intendencia (1990 en adelante) y, a nivel nacional, desde el año 2005
en adelante, cuando asume el gobierno nacional. A partir de aquí, y ya
plenamente instalado el trayecto de la polis en su momento poshegemó-
nico, habrá que sugerir la conveniencia de marcar la diferencia —sig-
nificativa— entre, al menos, dos izquierdas. A este punto refieren los
cuatro siguientes, precisándolo.
5) La experiencia uruguaya habilita una manera alternativa de represen-
tación del complejo universo de las autoadscripciones de izquierda,
que no apela a las distintas plataformas ideológicas y de partidos, or-
ganizaciones y movimientos o a la correspondencia o distancia entre la
ideología que se declara y las acciones que se emprenden. Esta manera
alternativa de representación sugiere la diferenciación que opera en lo
interno de ese universo cuando el tipo de relación entre autoadscripción
a la izquierda y el modelo ejemplar de la polis es el criterio a partir
del cual la diferenciación se traza. Adviértase que estas indicaciones se

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
146 Amparo Menéndez-Carrión

registraron en el Uruguay de la condición presente, es decir, refieren al


momento poshegemónico de la polis.
6) En el universo interrogado (aquí me refiero a más de ochenta entrevistas
a un conjunto representativo de informantes calificados), la mayoría de
los entrevistados cuyo perfil corresponde a la formación “hacedores y
custodios de lo público” adhiere a la izquierda. Dicho esto…
7) “Adhesión a la izquierda” y “pertenencia a las filas y vanguardias de la
formación hacedores y custodios de lo público” no son lo mismo. Las
formaciones de ciudadanía “prescindente”, “fusión”, “trasnacional” y
“golpeada” están pobladas de adherentes confesos (al “progresismo” y)
a la izquierda.
8) Los hacedores y custodios de lo público que militan en distintas orga-
nizaciones sindicales, federaciones, asociaciones profesionales, coo-
perativas e instituciones culturales de la izquierda se diferencian de la
izquierda oficial en un aspecto significativo. A diferencia de los ante-
riores, los integrantes de la izquierda oficial (autoridades del gobierno
nacional, parlamentarios, altos funcionarios públicos y autoridades de
gobiernos locales) tienden a poblar las tres formas de ciudadanía antes
mencionadas.
De las indicaciones brevemente expuestas hasta aquí se desprenden tres
consideraciones. La primera es que interrogar el lugar de la izquierda en
los distintos momentos de la polis remite a presentes anteriores y por venir,
es decir, a los tres tiempos del falso antagonismo entre pasado, presente y
futuro.
La segunda es que no se trata de desestimar el aporte del liberalismo
político ni de pasar por alto un dato en modo alguno menor, es decir, que no
todos los perfiles de informantes concretos correspondientes al de “hacedo-
res y custodios de lo público” contaban entre sus rasgos la adhesión expresa
a la izquierda. La pesquisa aborda este punto con detenimiento, pero no in-
teresa plantearlo aquí más allá de señalar que esa falta de adhesión expresa
a la izquierda, más que atribuible a una ideología que se omitiera declarar,
lo es a las operaciones de la polis en cuanto capital de reserva: memoria en
su condición de stock que opera en el momento poshegemónico de la polis,
naturalización del modelo ejemplar que aquellos no adherentes a la izquierda
portan sin darse cuenta.
La tercera consideración remite a un punto que estimo de considerable
interés. A la luz de la experiencia uruguaya, tal vez el rasgo más significativo
de los notables trabajos de la izquierda es que impactara con contundencia en
la espacialización de la polis sin ser gobierno. Por el contrario, la izquierda
oficial (aquí me refiero a tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio) no

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Revisitando un outlier 147

exhibe —en modos significativos—mayores operaciones asimilables a una


izquierda de la polis, sino que concurre, tímida u osadamente, dependiendo
de decisiones de política puestas en marcha o dejadas de lado, según el caso,
a la aceleración de las operaciones de su némesis, punto que elaboro con
detenimiento en otra parte16.

En síntesis
Interrogar cómo se construye y estabiliza un eje plural-igualitario se presen-
ta, en principio, como misión cuasi imposible: pretender registrar las opera-
ciones de un eje invisible de articulación de los modos de relacionamiento y
convivencia preeminentes en una sociedad concreta y los límites y alcances
de ese momento central, que no es otro que el momento hegemónico de un
modo específico de regular la convivencia. Contar con una experiencia con-
creta que permita aterrizar la pregunta acerca de cómo la polis deviene en sí
misma reviste implicaciones mayores que trascienden el caso en sí. Que la
experiencia uruguaya rinda lo suficiente como para registrar tres momentos
de la polis de manera integral y ofrezca nuevos puntos de entrada a una pro-
blemática que no pocos obreros del pensamiento y de la acción consideran
crítica —me refiero, desde luego, a los dilemas en torno a la construcción y
sostenimiento de lo público y la ciudadanía en la nueva era global— es sufi-
ciente para trasladar el domicilio de su excepcionalidad al campo de la teoría.
Agréguese brevemente un punto importante: la riqueza analítica del
caso anima a detenerse no solo en lo que la experiencia registrada pone a
disposición de la teoría, sino también en movilizar una pregunta que remite
al momento que faltó. Me refiero a cómo pensar el tránsito hacia el momento
que la experiencia uruguaya no permite registrar, es decir, al cuarto momen-
to, que no es otro que la recuperación de hegemonía.
Desde luego, el continuo hipotético que marca un trayecto “completo”
incluye el retorno, donde retorno no significa “al pasado” sino a la hegemo-
nía. Esto quiere decir que, si nos apostamos en el lado teórico del tipo de
empalme entre teoría y experiencia que la excepcionalidad uruguaya admite
“hoy”, carece de sentido plantear que el trayecto de la polis ha de terminar
necesariamente en pérdida. Que la hechura del momento de tránsito (a) recae
en el campo de la ciudadanía; (b) es contingente en el reposicionamiento del
lugar que los hacedores y custodios de lo público ocupan en la actualidad
(los márgenes del terreno) hacia el epicentro del campo; y (c) requiere de
la izquierda de la polis para aparecer, son tres puntos que se desprenden de
la experiencia registrada. Y son más que suficientes para abrir una cantera
de pistas en condiciones de alimentar futuras entradas potencialmente in-

16 Véase Menéndez-Carrión, 2015a, especialmente tomo II, capítulos 7-10; y tomo III, capítulo 15.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
148 Amparo Menéndez-Carrión

teresantes a la pregunta de cómo pensar el tránsito hacia la recuperación de


hegemonía.
Se dirá que el recorrido mostró que el tipo de construcción que la plura-
lidad y el igualitarismo están en condiciones de fijar en el lugar donde se vive
cuando ambos principios marchan juntos depende de que “las condiciones
de posibilidad” se “den”. Pero, en ese caso, se estará perdiendo de vista que
la propia saga de la polis en los tres momentos registrados también sugiere
las consecuencias por demás inconvenientes de jerarquizar las “condiciones”
por sobre la acción, al situarlas por el lado de “lo que se puede” y lo que “no
se puede” hacer, en una suerte de letanía irreflexiva (naturalización meto-
dológica) de “las condiciones de posibilidad” que termina por convocar a la
desatinada racionalización de la condición presente.
El planteo avanzado en páginas anteriores corresponde, desde luego, a
opciones de carácter ontológico, normativo y metodológico. Y es probable
que choque de frente con los modos habituales de ser (público), estar (en
público) y hacer (lo público) en América Latina “hoy”, donde la pluralidad
suele confundirse con el pluralismo y donde, mientras las ciencias sociales
se empeñan en mostrar microescenas esperanzadoras de acción popular en
lo que a estas alturas es un amplio repertorio de investigaciones, la lógi-
ca amigo-enemigo gana adeptos, gatillada por las élites políticas de turno;
la frustración, la resignación y la complacencia se asientan entre la gente
común; y el activismo de base fragmentado continúa empeñado en montar
gestos de microrresistencia cuya luminosidad se diluye en una sucesión de
episodios que poco sirve a la fragua de la pluralidad y el igualitarismo como
horizonte eje de la calidad y la textura de la convivencia —y mucho a los
poderes establecidos—.
Haya acuerdo o no con las opciones ontológicas, normativas y metodo-
lógicas en las que la propuesta descansa, de estimarse mínimamente plau-
sible el argumento de que conviene recolocar por completo el locus de la
excepcionalidad uruguaya en el domicilio que le corresponde —la teoría en
letra grande—, esta excepcionalidad estará ahí para quedarse. Mas no por
“un presente que ya fue”, sino en la forma de nuevas y múltiples agendas de
reflexión-acción habilitadas tan solo por ese reconocimiento.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 123-150.
Revisitando un outlier 149

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Artículo

DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.7

Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas


El caso del distrito electoral federal X de Veracruz,
México
Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria
Resumen
En el presente texto se exponen los resultados del análisis lexicométrico realizado a 130
respuestas a la pregunta “¿Por qué motivo votarías?”, aplicada mediante un cuestionario a
131 jóvenes abstencionistas electorales del distrito electoral federal diez, ubicado en la ciudad
de Xalapa, Veracruz, México. El objetivo fue explorar sus expectativas en torno a los políticos
y la política. Aunque no profundiza en las dimensiones subjetivas, los resultados indican la
existencia de diferentes tipos de expectativas, mundos lexicales variantes y empleo de palabras
particulares por grupos según escolaridad u ocupación. Los datos proceden de una investigación
cuantitativa mayor cuyo objetivo fue captar la representación social del voto de dichos jóvenes
abstencionistas electorales.
Palabras clave: jóvenes / expectativa / abstencionismo / mundo lexical / lexicometría.

Abstract

Political expectations of young abstentionists. The case of the X federal electoral district of
Veracruz, Mexico
In the present text we present the results of the lexometric analysis performed on 131 answers
to the question ‘Why would you vote?’, Which was part of a questionnaire applied to the same
number of young electoral abstentions of the tenth federal electoral district, located in the City of
Xalapa, Veracruz, Mexico. The objective was to explore their expectations around politicians and
politics. Although it does not deepen the subjective dimensions, the results indicate the existence
of different types of expectations, varying lexical worlds and the use of particular words by groups
for schooling or occupation. The data is part of a larger quantitative investigation, which aimed to
capture the social representation of the vote of electoral abstinence young voters.
Keywords: young / expectations / electoral abstention / lexical world / lexicometry.

Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria. Licenciado en Sociología por la Universidad
Veracruzana, maestro en Ciencias Sociales por el Instituto de Investigaciones Histórico-
Sociales de la misma universidad. Actualmente trabaja en el Instituto de Investigaciones en
Educación de la Universidad Veracruzana (México).
E-mail: alivasquez@uv.mx

Recibido: 23 de abril de 2018.


Aprobado: 26 de julio de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 151-170.
Introducción
Actualmente, a nivel internacional, los jóvenes son quienes menos votan en
los procesos electorales y más desconfían de la política, además de emplear en
menor medida los canales tradicionales para vehiculizar las demandas socia-
les (IDEA Internacional, 2017; Rial, 2015; Maldonado, 2015). En cambio, se
sostiene que los jóvenes participan con mayor intensidad en movimientos so-
ciales1 que enfocan sus demandas en cuestiones específicas (Maldonado, 2015;
Garcés, 2010; Fernández, 2009; Mannarini, et al., 2008; Becerra, 1996).
Considerando lo anterior, indagamos sobre los mundos lexicales y las
expectativas políticas que los motivarían a votar expresadas por jóvenes abs-
tencionistas electorales. Partimos del siguiente supuesto básico: el paso de
abstencionista a votante estaría acompañado de expectativas; los abstencio-
nistas apostarían con su voto al cumplimiento de estas, como cualquier otro
elector. Así, se empleó el análisis lexicométrico para identificar los tipos de
expectativas expresados por 131 jóvenes abstencionistas del distrito electo-
ral federal diez de Veracruz, ubicado en el municipio de Xalapa, México, al
responder la pregunta: “¿Si decidieras votar, por qué lo harías?”. Se espera
que la información hallada permita comprender el abstencionismo juvenil e
incentivar adecuaciones en la oferta electoral.
En el primer apartado se presenta un panorama general sobre el abs-
tencionismo a nivel internacional, en México y en el Estado de Veracruz.
En el segundo apartado se expone una breve semblanza de cinco modelos
explicativos del abstencionismo. En el tercer apartado se presentan algunas
investigaciones sobre las expectativas. Dentro del cuarto apartado se expo-
nen la metodología y los métodos lexicométricos usados para el tratamiento

1 Profundizar en la participación política juvenil en México es un gran reto, específicamente en


lo que respecta al abordaje de las dimensiones de la movilización social juvenil. De acuerdo
con datos del Observatorio de Juventud para América Latina y el Caribe, solo un 30,5% de
los jóvenes encuestados en México indicó participar en alguna organización social. De ese
porcentaje, la mayoría cuenta con estudios de secundaria (4.730.523,6), seguida por quienes
indicaron estudios de nivel superior (3.612.768,2). Más allá de esos datos, sabemos poco
sobre la participación y activismo juvenil en México, dado que en este tema se enfrenta el
enorme reto de superar los problemas relacionados con la medición del fenómeno asociativo
en el país. Felipe Hevia (2012) señala que la medición del fenómeno del asociativismo en
México es complicada debido al empleo de determinadas denominaciones (qué se entiende
por organizaciones de la sociedad civil, por ejemplo) y la manera de contabilizar a partir del
reconocimiento legal.

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 153

de la información. En el quinto apartado se presentan los resultados. Para


culminar, se desarrolla un apartado que incluye las reflexiones con relación
a los hallazgos.

Abstencionismo electoral
La abstención electoral es un fenómeno presente tanto en democracias con-
solidadas como en desarrollo. Mizrahi (2015), empleando datos del Instituto
Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), identificó
los diez países con mayor abstencionismo, ubicados en distintas latitudes2.
Además, según IDEA, la participación electoral promedio en el mundo se
redujo un 10% durante las tres últimas décadas (Mizrahi, 2015).
Se ha registrado la constancia de la ausencia de los jóvenes en diferentes
llamados a las urnas. Ejemplo de ello son el Brexit3 y las elecciones presi-
denciales del 2016 en Estados Unidos. En el primer caso, la abstención fue
del 28,7%, mientras que en el segundo rondó el 45%. En ambos casos, los
resultados generaron muestras de descontento por parte de los jóvenes en sus
respectivos países. Paradójicamente, de acuerdo con información periodísti-
ca, el voto de los jóvenes podría haber cambiado el resultado de uno4 u otro
caso5. Un ejemplo más: Camas (2016) indica que los jóvenes españoles son
el colectivo con mayor proclividad a abstenerse electoralmente.
Para el caso mexicano, los hallazgos coinciden: son los jóvenes quienes
en menor medida participan en las elecciones (INE, 2016; IMJUVE, 2013;
De la Paz y Gómez, 2012). En las elecciones federales del 2012 y las eleccio-
nes legislativas del 2015, los ciudadanos con un rango de edad entre los 20 y
29 años fueron los que mayormente se abstuvieron (INE, 2016; IFE, 2013).
En el Estado de Veracruz se registró similar resultado en ambas elecciones
(IFE, 2013, p. 19; INE, 2016, p. 24).
Además de la característica señalada, los jóvenes comparten otras. Oles-
ker (2016) señala que en Latinoamérica la tasa de desempleo es superior
entre los jóvenes. El secretario general adjunto de la Organización Iberoame-
ricana de la Juventud (OIJ) indica que los jóvenes iberoamericanos enfrentan
un panorama complejo, compuesto por retos e incertidumbres en temas como
educación, familia, empleo, violencia y salud, con características diferentes

2 Los países en cuestión son Chile, República de Eslovenia, Mali, Serbia, Portugal, Lesoto,
Lituania, Colombia, Bulgaria y Suiza (Mizrahi, 2015).
3 Brexit es una abreviatura de dos palabras en inglés, Britain (Gran Bretaña) y exit (salida),
que refiere a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, en el marco del referéndum
correspondiente a esta decisión.
4 Para el caso de las elecciones presidenciales 2016 en Estados Unidos, véase la nota periodística
de López (2016).
5 Para el caso del Brexit, véase Sota (2016).

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154 Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria

a las experimentadas al menos por dos generaciones anteriores (OIJ, 2013).


El Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE) indica que el principal pro-
blema al que se enfrenta la juventud mexicana es su incorporación a la vida
social y productiva del país en condiciones desfavorables (IMJUVE, 2013).
Para Saraví (2015), los jóvenes se incorporan al trabajo, la escuela, los
procesos electorales, entre otros, en y desde condiciones sociales que limitan
su desarrollo individual y colectivo, situación a la cual denomina inclusión des-
igual. El abstencionismo electoral juvenil podría entenderse como el resultado
de las condiciones en las que viven los jóvenes, sin embargo, los estudios en
torno al abstencionismo han desarrollado modelos explicativos diversos.

Perspectivas teóricas
El abstencionismo electoral es considerado tanto una acción en el sentido ne-
gativo, del no hacer (Bobbio, 2001), como la expresión de una determinada
voluntad (Oñate, 2010). Debido a su comportamiento complejo y cambiante
(Giraldo, 2012), ha llamado la atención de los investigadores e instituciones
(Jiménez, 2015). En las investigaciones en torno al abstencionismo se en-
cuentran ecos de cinco modelos explicativos. El primer modelo explicativo se
desprende de los aportes de la Escuela de Columbia, los cuales subrayan los
elementos de integración que fungen como variables explicativas de la partici-
pación electoral (Ochoa, 2015). Considerando las variables socioeconómicas
y demográficas, la apuesta es encontrar regularidades en el empleo, la escola-
ridad, el ingreso, el lugar de residencia, para delinear el perfil de los abstencio-
nistas (Morales, et al., 2011) y encontrar los determinantes socioeconómicos
de la abstención. Por ejemplo, Chavarría (2014) reportó una relación positiva
entre el índice de desarrollo humano y la participación electoral en Costa Rica
en el 2010; en una publicación de la Organización de los Estados Americanos
(OEA, 2014) que aborda el caso de América Central se señala: la participación
política y electoral se asocia con el nivel de desarrollo humano (OEA, 2014).
El segundo modelo explicativo se desarrolla a partir de la Escuela de
Michigan. Busca develar las características socioculturales generales de los
abstencionistas, para lo cual se analizan las actitudes políticas aprendidas en
el desarrollo de su vida y el proceso de socialización, además de los valores
y creencias del individuo. Destaca la identidad partidista como variable ex-
plicativa del voto o la abstención (Ochoa, 2015). Este modelo, denominado
psicológico, se conforma con variables blandas ––sin dejar de lado las varia-
bles duras––, y el llamado embudo de causalidad es uno de sus aportes más
conocidos (Sulmont, 2010).
Un tercer modelo explicativo se desarrolla a partir de la teorización de la
elección racional. Al decir de Barry (1970), la obra de Downs (1957) sienta
las bases del argumento del costo-beneficio para la elección entre acudir o

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 155

no a las urnas. Una competitividad escasa, o la percepción de ella por los


electores, desalentará la participación electoral al desvalorizar el voto (Barry,
1970). Fiorina (1981) sostiene la relación entre la percepción de la situación
socioeconómica y la participación electoral en la noción del voto retrospecti-
vo para explicar la abstención como resultado de cálculos de costo-beneficio
realizados por los electores. Boix y Riba (2000), al analizar el abstencionis-
mo en España, subrayan la importancia explicativa del grado de competiti-
vidad electoral.
El cuarto modelo explicativo es el institucional. Características como el
sistema de partidos, el sistema electoral y la administración electoral cobran
relevancia para comprender la inasistencia a las urnas. La explicación re-
cae en las características y procesos institucionales externos al individuo que
configuran las condiciones bajo las cuales los sujetos optan o no por partici-
par electoralmente (Nohlen, 1994). North (1989) se sitúa en este espectro al
sostener la configuración de las reglas del juego por parte de las instituciones
y subraya el sentido del deber como catalizador de la acción de participación
electoral por encima del cálculo racional. Nohlen busca complementar este
modelo con el análisis del contexto como un producto histórico para logar
comprender la decisión del votar o abstenerse (Nohlen, 2003).
Un quinto modelo sostiene que la participación electoral se relaciona con
los factores del ciclo de vida. La participación electoral aumenta con el cum-
plimiento de años del elector en conjunción con la adopción del rol de adulto
(Leppäniemi, et al., 2010; Wattenberg, 2003). El votar no forma parte de las
perspectivas y necesidades propias del ciclo de vida que atraviesan los jóvenes
(Seagull, 1971). Los trabajos de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet (1962) y de
Anduiza y Bosch (2004) son muestra de la influencia de este modelo.
Son mencionables otros trabajos que, por sus características, difícilmen-
te podrían ser encuadrados en algún modelo previamente descrito. Almond y
Verba (1963), por ejemplo, sostienen que las orientaciones de los ciudadanos
respecto a su sistema político incluyen elementos cognitivos, evaluativos y
afectivos; la forma en que estos se combinan explica el comportamiento po-
lítico incluyendo el votar o no. Además, dichos elementos son la base para
sostener la existencia de tres tipos de cultura política (parroquial, de súbdito
y participativa), las cuales pueden ser mixtas, es decir, contener elementos
de las otras ––salvo el caso de la cultura parroquial––. Las culturas políti-
cas son analizadas en su congruencia con respecto a las estructuras de los
sistemas políticos: existe una situación de congruencia caracterizada como
lealtad cuando se equilibran las actitudes y las instituciones; en cambio, esta-
mos ante una situación de incongruencia denominada alineación cuando las
actitudes tienden a rechazar las instituciones (Almond y Verba, 1963). La no
congruencia entre la cultura política y el sistema político explicaría el abs-

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156 Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria

tencionismo electoral, por tanto, se torna necesario identificar los elementos


que conforman a una y a otro.
Burden (2009) reflexiona sobre la relación entre escolaridad y partici-
pación electoral, en el marco del problema del rompecabezas de Brody6. De
acuerdo con el modelaje que emplea, los cambios en la relación se explican
aceptando el dinamismo de los efectos de la educación sobre la participación
(Burden, 2009). El signo de la relación entre las variables mencionadas cam-
bia, por lo cual es menester reflexionar sobre los resultados bajo el contexto
en el que se presenta uno u otro signo de relación. Esto invita, siguiendo al
autor, a explorar la capacidad explicativa de la teoría de la educación cívica,
que sostiene la influencia de la educación formal en incrementar o decremen-
tar la probabilidad de abstenerse dada la instrucción en las aulas, a la par del
acceso ––como universitarios–– a redes sociales articuladas en las cuales se
socializa el sentido del deber cívico (Burden, 2009).
Dada la afinidad de los cinco modelos con cuatro disciplinas (sociología,
psicología social, estadística social y ciencias políticas), se ha conformado un
corpus teórico-metodológico complejo. Además, se ha acumulado una serie de
resultados que refuerzan uno u otro modelo. Para el caso mexicano, la escolari-
dad se ha identificado como variable relacionada tanto positiva como negativa-
mente con la abstención (Morales, et al., 2011, p. 36). Murillo (2009) muestra
“[…] una relación estadística significativa (para las elecciones de 2000 y de
2001 en Ciudad Juárez, Chihuahua) entre la abstención, la edad, los ingresos,
la escolaridad y la migración” (Morales, et al., 2011, p. 27).
Los estudios que emplean información proveniente de abstencionistas
son pocos. En una revisión breve de la producción contemporánea en México
tan solo se encontraron dos tesis de licenciatura (Martínez, 2013; De la Rosa,
2010), una de doctorado (Jiménez, 2009), una ponencia (Murillo y Pulido,
2009), un artículo (Fernández, et al., 2011), además de un libro (Padilla,
2010). Quizá esto se deba a la gran dificultad para identificar a los abstencio-
nistas y la escasa información institucional respecto a ellos.
Los estudios sobre el abstencionismo ofrecen elementos importan-
tes para considerarlo un fenómeno multifactorial que no responde a leyes
universales de causalidad (Giraldo, 2012). En este orden de ideas, se busca
profundizar en una arista explicativa del abstencionismo juvenil como una
expresión del desencuentro entre las instituciones tradicionales de la políti-
ca (partidos políticos) y las expectativas político-electorales de los jóvenes
(Makowski, 2008). Considerando esto, se realizó una revisión de algunos

6 Burden lo describe de la siguiente manera: “los académicos ya sabían que (1) la educación
predice fuertemente la participación electoral y que (2) los niveles agregados de educación
aumentaron drásticamente, pero no se siguió que (3) la participación electoral aumentó”
(Burden, 2009, p. 542).

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 157

trabajos que han estudiado las expectativas con la finalidad de identificar los
elementos teóricos básicos para poder explorar las expectativas políticas de
los abstencionistas juveniles.

Expectativas
Desde hace poco más de una década, los investigadores sociales han mostra-
do interés por las expectativas como factores explicativos del comportamien-
to económico, político o escolar (OIJ, 2013). En el ámbito de la investigación
cuantitativa, las expectativas ya eran consideradas un factor explicativo, pero
no se medían de manera directa (OIJ, 2013). Su medición llega de la mano
de la valoración de las variables “blandas”7 en la construcción de indicadores
que complementen la información derivada de las variables sociodemográ-
ficas, como los indicadores subjetivos de bienestar y felicidad promovidos
por el Banco Mundial (Graham, 2010), además del índice de expectativas
juveniles (OIJ, 2013).
Otro de los objetivos de la investigación cuantitativa de las expectativas
es diseñar tipologías. Por ejemplo, Sander, Stevenson, King y Coates (2000)
reportan tres tipos de expectativas encontradas en alumnos de educación supe-
rior: expectativas predictivas (lo que es más probable que ocurra), expectativas
normativas (lo que se espera que ocurra con base en la experiencia de situacio-
nes similares) y expectativas ideales (lo deseable) (Sander, et al., 2000).
Los estudios cualitativos se han enfocado en indagar el proceso de confor-
mación de las expectativas. Archer (2007) estudia el proceso reflexivo indivi-
dual por el cual se eligen cursos de acción futuros. Los individuos reflexionan
sobre las condiciones de su entorno inmediato, reconociendo conjuntamente lí-
mites y restricciones, además de facilidades y oportunidades para la realización
de sus proyectos. Ello sucede gracias a una “conversación interna” en la cual
los sujetos definen, redefinen y estructuran aspiraciones y metas, conforman
planes y establecen un modus vivendi compuesto por un conjunto de prácticas
satisfactorias (Archer, 2007). Las expectativas se adecuarán en relación con el
contexto en el que se efectúan los actos para su consecución.
La propuesta teórica y resultados de investigación de Chalari permiten
conocer más sobre los arreglos entre las expectativas individuales y las so-
ciales. La autora analiza la mediación, a la que comprende como el modelo
específico que explica las posibles formas en las que las expectativas indivi-
duales se conectan con las sociales (Chalari, 2012 y 2009). El tipo de relación
entre ambas dependerá de su conjunción bajo un contexto, dando lugar a tres
formas. La primera de ellas surge cuando las preocupaciones personales se

7 Variables relacionadas con la percepción subjetiva otorgada a determinados objetos, situaciones


o procesos.

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enfrentan con las expectativas sociales, en un contexto social predominante-


mente restrictivo. La segunda emerge de la conjunción de expectativas socia-
les complementarias de las personales, en un contexto favorable. La tercera
forma sucede cuando, en contextos neutrales, las expectativas sociales no se
configuran como preocupaciones personales (Chalari, 2009). En el proceso
de resolución de las tensiones individuo-grupo, las expectativas individua-
les pueden verse modificadas, acercándose o alejándose de las expectativas
sociales, produciendo un paso de estrategias de acción conciliadoras a com-
bativas. En síntesis, es posible realizar tipificaciones de las expectativas, ya
sea en un estudio cuantitativo o cualitativo. La tensión a la que aluden tanto
Archer como Chalari entre lo individual y lo social dentro de un contexto es
un elemento teórico útil para definir el tipo de expectativas.

Metodología
El presente trabajo reporta parte de los hallazgos de una investigación rea-
lizada por el autor en 2017, intitulada La representación social del voto en
jóvenes abstencionistas del distrito electoral federal diez de Xalapa, Vera-
cruz. Dicho estudio fue de tipo cuantitativo, exploratorio y transversal; se
empleó la técnica de encuesta y un cuestionario compuesto por 24 preguntas,
de las cuales 4 eran abiertas. Los sujetos de investigación fueron jóvenes
abstencionistas, entendiendo por estos a aquellas personas con un rango de
edad de entre 18 y 29 años, inscritas en lista nominal y que no ejercieron su
derecho al voto en una o más elecciones ––ya fueran de tipo local, federal o
extraordinarias–– realizadas en dicho distrito electoral.
Para el cálculo de la muestra se empleó la siguiente información. De
acuerdo con el Instituto Nacional Electoral (INE) un total de 82.373 personas
con una edad entre 18 y 29 años estaban registradas en la lista nominal del
distrito aludido. A nivel estatal, en 2009, el 45% de los jóvenes sí votó, mien-
tras que el 55% no votó, de acuerdo con información del Centro de Estudios
Sociales y de Opinión Pública (CESOP, 2012, p. 9).
Esta información se usó en la siguiente fórmula para el cálculo de la
muestra:

Npq
B2
N= yD=
(N - 1) D + pq z2
α/2

Se sustituyen los valores considerando B=0,085 el error permitido en la


estimación de la proporción de encuestados y z_(∝⁄2)^2= 3,8416 el valor de
tablas usando la confiabilidad de α=0,05, o sea, con un 95% de confiabilidad.

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 159

El resultado fue 131 jóvenes a quienes aplicar el cuestionario. Se determinó


aplicarlo en las 20 secciones electorales con menor participación8, las cuales
estaban ubicadas en tres zonas: noreste, noroeste y suroeste de Xalapa. Las
dos primeras zonas están compuestas predominantemente por Áreas Geoes-
tadísticas Básicas (AGEB) de alta marginación; en tanto que la zona sureste
la componen AGEB de media y baja marginación, de acuerdo con los datos
del Consejo Nacional de Población (CONAPO, 2010).
Al carecer de información institucional o académica sobre el domicilio
de los jóvenes abstencionistas, la aplicación del cuestionario se realizó de la
siguiente manera. Una vez en las calles que conforman las secciones electora-
les, se llamaba en la entrada de cada casa y se consultaba por alguna persona
que reuniera los criterios de inclusión. De ser positiva la respuesta y si el joven
abstencionista se encontraba presente, se le aplicaba el cuestionario. En caso
de que no estuviera presente, se agendaba una cita para su posterior aplicación.
Debido a las dificultades derivadas de ubicar a los abstencionistas ju-
veniles en campo, solo se cubrió el 91% de la muestra, en tanto que el 9%
restante se completó con un levantamiento en lugares públicos que mantuvo
los criterios de inclusión y añadió el requisito de que los encuestados pertene-
cieran a una sección electoral ubicada en el distrito electoral federal diez. Se
optó por realizar lo anterior dado que permitía cumplir con el diseño muestral
planteado alterando mínimamente la cuota por secciones.
Para construir tipologías con información procedente de preguntas
abiertas se empleó la lexicometría, rama de la estadística que permite el aná-
lisis cuantitativo de los textos, en conjunto con los aportes de Reinert (1986),
quien propuso la noción de “mundo lexical” a partir del análisis estadístico
de la organización y distribución de la sucesión de palabras que componen
los enunciados de un texto (el cual puede ser la transcripción de una entrevis-
ta o de la respuesta abierta en un cuestionario estructurado) tomando en cuen-
ta la “coocurrencia” de varias palabras principales en un mismo enunciado,
“técnicamente los mundos lexicales son un conjunto de palabras principales
que tienen una organización habitual (repetitiva) en el discurso y que se re-
fieren a algo similar” (De Alba, 2004, p. 14).
Una de las técnicas que son de gran ayuda para lograr captar los mun-
dos lexicales es el árbol de similitud: “[…] técnica que permite identificar
coocurrencias entre las palabras según sus conexiones en el texto, ayudando
a identificar la estructura del contenido del corpus textual gracias a su vi-
sualización en forma de gráfico” (Marchand y Ratinaud citados en Molina,
et al., 2017, p. 94). A mayor frecuencia de una palabra, mayor es su tamaño

8 Estrategia que ha mostrado viabilidad en los trabajos de Padilla (2010), Jiménez (2009) y
Murillo y Pulido (2009).

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en la representación, mientras que, a mayor coocurrencia en las palabras,


más grueso es el enlace entre ellas. Además, el árbol de similitud ofrece la
posibilidad de identificar el uso de determinadas palabras según determina-
das variables como escolaridad, edad, empleo, etcétera. En conjunto con el
árbol de similitud, se emplea el Análisis Factorial de Correspondencias y
Especificidades (AFCyE), que permite identificar o reforzar los resultados
de asociación entre determinadas palabras y las variables de sus enunciantes
(Molina, 2017). Ambos procesamientos requieren la lematixación9 previa de
la base de respuestas, lo cual, junto con las técnicas descritas, fue realizado
para el conjunto de respuestas a la pregunta abierta “¿Si decidieras votar, por
qué lo harías?”, empleando el software Iramuteq en su versión 0.7 Alpha 2.

Resultados
De los 131 encuestados, el 66% fueron mujeres; el 59% tenía entre 19 y 23
años10. La mayoría contaba con estudios de nivel superior (54); en segunda
instancia, con estudios de nivel básico (39); y en tercera instancia, de nivel
medio-superior (37). Las principales ocupaciones reportadas fueron estudio
(44) y labores del hogar (40), esta última indicada solo por mujeres11. Se
diseñó una escala en torno al nivel de conocimiento de los encuestados sobre
las reglas e instituciones electorales y los partidos políticos que compitieron
previamente12. La mayoría de los encuestados (94) cuenta con conocimientos
mínimos, mientras que 5 mostraron conocimientos intermedios, 10 registra-
ron un nivel alto y únicamente 2 alcanzaron el nivel experto; los 20 restantes
no respondieron acertadamente a alguna de las preguntas.
Las principales palabras empleadas por los 130 jóvenes abstencionis-
tas13 para responder a la pregunta “¿Si decidieras votar, por qué lo harías?”
fueron: propuesta (20), candidato (14), cambio (13), mejor/mejora (12), po-
lítico (10), partido (7), realmente (6), hacer (5) y candidatos (5). El conjun-
to de palabras indica que, a nivel grupal, las expectativas giran en torno a
buenas propuestas, un cambio político y candidatos o partidos políticos que
cumplan. El reporte de las frecuencias de palabras deja entrever la existencia
de una pluralidad en cuanto a las expectativas, al reconocer la convergencia

9 Proceso de reducción de las palabras con base en sus raíces (Molina, 2017).
10 Es preciso recordar la ausencia de información pormenorizada sobre los abstencionistas
juveniles, motivo por el cual se desconocía de antemano su composición por rangos de edad.
11 Además de trabajador no formal (16), privado (8), público (8), estudia y trabaja (6), no estudia
y no trabaja (4), profesionistas por cuenta propia (3) y empresario (1).
12 Se usaron tres preguntas, cada una con un valor relacionado con su nivel de dificultad. La primera
pregunta aportaba 2 puntos, la segunda, 4 y la tercera, 6. Para identificarlos se empleó la siguiente
escala: de 0 a 1 puntos: ínfimo; de 2 a 4 puntos: conocimiento bajo; de 5 a 7 puntos: conocimiento
medio; de 8 a 10 puntos: conocimiento alto; de 11 a 12 puntos: conocimiento experto.
13 De los 131 jóvenes encuestados, uno no respondió la pregunta realizada.

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 161

de elementos específicos como las “propuestas”, con aquellas más genera-


les como el “cambio”. En la Ilustración 1 se muestra que las expectativas
expresadas se agrupan en cinco conjuntos, cada uno de los cuales presenta
una organización particular, con relación a la cual se les puede denominar
(de derecha a izquierda) las “buenas propuestas”, “el cambio político”, “la
practicidad”, el “cambio general” y “cumplimiento del derecho”.

Ilustración 1. Árbol de similitud por cofrecuencia de palabras en las respuestas.

Fuente: Árbol de similitud generado por Iramuteq.

El sentido grupal de cada comunidad se compone por sentidos particu-


lares. A continuación, se detallan las características de cada comunidad, ade-
más de las expresiones que le dan identidad y sentido. La comunidad “buenas
propuestas” refiere a expectativas con relación a la agenda del candidato y el
efecto del convencer para dinamizar el acto de votar. Se relacionan con una
actitud evaluativa de la agenda o del conjunto de propuestas.
Algunas de las respuestas en esta comunidad son:
Caso 26: “Que encontrara un candidato con la convicción, com-
promiso social y que mantuviera como campañas propuestas que
reflejen la realidad de las problemáticas de la sociedad, así como
sus escenarios para dar solución a estas”.

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Caso 127: “Porque estaría convencida de las propuestas y además


haría una revisión con sus antecedentes y comprobar que no tenga
antecedentes criminales”.
La comunidad “cambio político” indica expectativas en los partidos o
políticos como agentes de cambio de la situación en la que se perciben los
encuestados:
Caso 1: “Para evitar que un partido político obtuviera una guberna-
tura o la presidencia de la república”.
Caso 22: “Para apoyar al partido político que apoye a la gente”.
La comunidad “certidumbre” indica expectativas en las que el detonante
de la acción del votar es la apuesta segura por el triunfo de la persona que
garantizará el cambio. Se compone por aquellas expresiones que subrayan,
además del convencimiento, una condicionante del votar:
Caso 42: “Realmente cumpliera [la persona votada] con las prome-
sas que de un discurso convincente”.
Caso 123: “Sería una persona realmente confiable que cumpla”.
La comunidad “cambio general” implica expectativas más amplias,
como lo es un cambio con efectos positivos en el país o en la sociedad. En
su interior se encuentran expresiones tendientes a realzar la parte del “deber
ser” de los políticos:
Caso 77: “Por que ‘hubiera’ [sic] un cambio en la política, uno real,
que no mientan”.
Caso 114: “Un cambio en la sociedad, mejor que ellos se interesen
por las necesidades de las personas”.
La comunidad “cumplimiento” se conforma con expectativas del ejer-
cicio del derecho a votar. A nivel general, las respuestas sugieren una actitud
evaluativa y/o escéptica de los jóvenes abstencionistas. Las respuestas van
desde aquellas que subrayan la certidumbre hasta aquellas que apuestan por
el cambio general. Para saber acerca de las características de los emisores
se procedió a realizar un AFCyE bajo el supuesto de que las convergencias
y divergencias de los arreglos dependerían de ciertas características de los
emisores, las cuales influirían en la elección de unas palabras ante otras.
Las palabras mayormente empleadas en los dos grupos con mayor presen-
cia en la muestra, estudiantes y encargadas de las labores del hogar fueron “cam-
bio/convenciera” y “gane/cumpla”, respectivamente. Mientras que el primer bi-
nomio sugiere una aspiración grupal al “cambio”, también implica una actitud
evaluativa de las propuestas difundidas por los candidatos (“convenciera”).

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 163

Tabla 1. Expresión de palabras por ocupación.

Palabra Grupos
Estudia y labores Estudia y Labores del
n=130 Estudiante
del hogar trabaja hogar
Cambio 0,9265 1,2905 -0,1627 -1,2959
Convenciera 0,8345 -0,0076 -0,0539 -0,7247
Cumpla -0,9808 -0,0076 -0,0539 1,1157
Gane -0,9808 -0,0076 -0,0539 1,1157

Fuente: Resultado del AFCyE en Iramuteq.

El binomio “gane/cumpla” apunta a una actitud condicionante del voto


por parte de los emisores, que en este caso fueron aquellas mujeres que indica-
ron por ocupación “labores del hogar”. Se realizaron dos árboles de similitud
más, con la intención de profundizar los resultados del AFCyE. La Ilustración
2 muestra que quienes indicaron una ocupación de estudiantes se caracterizan
por el empleo de la palabra “convenciera”, en tanto que quienes indicaron por
ocupación labores del hogar hacen lo propio con las palabas “gane” y “cumpla”.

Ilustración 2. Frecuencia de empleo de palabras por ocupación.

Fuente: Árbol de similitud generado por Iramuteq.

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164 Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria

La Ilustración 3 muestra que quienes cuentan con educación básica em-


plearon con mayor frecuencia la palabra “persona” y, en cambio, quienes
cuentan con estudios de nivel medio superior emplearon “candidato” y los de
nivel superior, “derecho”. Esto sugiere que quienes cuentan con estudios de
nivel básico enfocan sus expectativas en la representación personalista, los
del nivel sucesivo lo hacen en una figura más general, como el candidato, y,
finalmente, los de nivel superior remiten al marco normativo.

Ilustración 3. Frecuencia de empleo de palabras por escolaridad.

Fuente: Árbol de similitud generado por Iramuteq.

La mayoría de las personas con escolaridad básica son “amas de casa”


y la mayoría de los estudiantes cursa o cuenta con estudios de nivel superior,
por lo cual podemos considerar la presencia de determinadas palabras como
un indicador de la influencia de la escolaridad y ocupación. Siguiendo la
reflexión de Burden (2009), es posible sostener que la pertenencia a un nivel
escolar y una determinada ocupación indica la inserción de los sujetos en una
red social, en la que la convivencia y la interacción propician cierto tipo de
expectativas.

Conclusiones
La exploración de las expectativas en los encuestados arrojó que existen cin-
co tipos. Si bien en sentido general la mayoría de las expectativas se orienta
al “cambio”, el análisis del árbol de similitud mostró que existen comunida-
des con características de sentido y coherencia propias: “buenas propuestas”,

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 165

“cambio político”, “certidumbre”, “cambio general” y “cumplimiento”. Las


expectativas de los jóvenes abstencionistas guardan relación con la oferta
electoral ––excepto aquellas que apuntan al “cambio general”–– desde un
posicionamiento un tanto escéptico con respecto a esta y al compromiso de
los actores políticos. En parcial concordancia con Makowski (2008), es posi-
ble sostener la existencia de una tensión entre las expectativas de los jóvenes
y los partidos políticos, la cual denota una inconformidad que podría ser
solventada al modificar la oferta electoral. Esto es consistente con la des-
confianza juvenil ante dichas instituciones, captada por el IMJUVE (2013) a
nivel nacional e incluso por las reflexiones teórico-explicativas para el abs-
tencionismo juvenil (Giraldo, 2012).
El análisis de las expectativas expresadas permitió identificar caracterís-
ticas particulares en el empleo de palabras, relacionadas con la escolaridad y
la ocupación de quienes respondieron; este hallazgo encuentra consonancia
con el modelo sociológico, no obstante, se considera que ambas remiten, más
que a un estatus, a las relaciones sociales en las que se encuentran insertos, es
decir, apuntan a sus formas de vida para explicar la sofisticación (o particu-
laridades) de las respuestas conforme varían el nivel escolar y la ocupación.
Es de suponer que las interacciones en sus contextos, ya sea la escuela,
el trabajo o el hogar, ofrecen los elementos para posicionarse ante temas
específicos. No se argumenta que la pertenencia a un nivel escolar o acti-
vidad implique un determinado nivel de conocimientos sobre la política y
los procesos electorales; en cambio, se sostiene que la adscripción a estos
grupos implica asumir ciertas formas actitudinales, las cuales fungen como
elementos estructurantes que permiten a los sujetos asumir posicionamientos
aun cuando poseen información insuficiente (Parales y Vizcaíno, 2007). Lo
anterior hace posible dar cuenta de una situación aparentemente contradicto-
ria: escolaridad de nivel superior junto con un nivel básico de conocimientos
sobre el voto y los procesos electorales. Similar resultado encontró Murillo:
los ciudadanos cuentan con escasos conocimientos sobre política. Lo que lo
llevó a señalar la existencia de un analfabetismo político en el caso de Chi-
huahua. En este caso se considera que el nivel de conocimientos políticos no
se relaciona con la escolaridad, sino con el interés por estar informado. Bajo
esa línea argumentativa, es posible señalar un desinterés juvenil por profun-
dizar en temas de política: “En el aspecto escolar, se observa también un
factor instructor en quienes tienen mayores años de escolaridad, ya que, para
aquellos en nivel superior, 8 de cada 10 manifiestan desinterés en la política”
(IMJUVE, 2013, p. 18).
Lo anterior permite explicar el uso de palabras específicas según esco-
laridad y ocupación para analizar la expresión de expectativas. La existencia
de sofisticación no necesariamente implica la portación de un mayor nivel

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166 Alim Getze Mani Eden Vasquez Feria

de conocimientos, sino el empleo de una jerga específica en el interior de


cada grupo. No implica el conocimiento formal de las definiciones ni mucho
menos la elección de la expresión adecuada conforme a los cánones norma-
tivos. La semejanza de los resultados de los árboles de similitud, tanto por
nivel educativo como por ocupación, apuntan a la existencia de un vocabu-
lario particular identificable por la pertenencia a una red caracterizada por
los miembros que comparten la actividad, ya sea estudiar un nivel escolar o
bien dedicarse a labores del hogar, la cual permite que se produzcan y repro-
duzcan expectativas en torno al voto. Aquello que Archer (2007) y Chalari
(2009) llaman a tener presente, que es el proceso de coexistencia interactiva
de los sujetos con otros, en el cual se trazan fronteras entre acciones y ex-
pectativas pertinentes y ajenas al grupo caracterizado por la ocupación o la
escolaridad, por ejemplo. Dicho de otra forma, se argumenta que la confor-
mación de las expectativas políticas de los jóvenes encuestados es interactiva
dentro de un grupo de referencia (la universidad, la familia o el trabajo),
compartiendo formas específicas de expresión relacionadas con lo que espe-
ran de los políticos y los partidos políticos, en las cuales se deja huella de una
mediación conflictiva (en referencia a la denominación de Chalari [2009]):
los jóvenes no están conformes con la oferta electoral, por tanto sus expec-
tativas subrayan la consecución de un cambio y no el rechazo tajante a los
partidos políticos, ello bajo un contexto adverso en condiciones de inclusión
desfavorables (Saraví, 2015).
El abstencionismo electoral juvenil es parte del comportamiento de las
juventudes, que es multifactorial. En este caso se indagó la arista de las ex-
pectativas políticas de los abstencionistas juveniles, sin embargo, se recono-
ce que aún quedan cuestiones pendientes, sobre todo estudios longitudinales
o modelajes para esclarecer las variables que explican la abstención de los
jóvenes y con ello develar si estas se acompañan de formas particulares de
asumir el abstencionismo en contextos específicos.

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Expectativas políticas de jóvenes abstencionistas 167

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Artículo

DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i44.8

Salud laboral en el escenario productivo actual


La creciente incidencia de los riesgos psicosociales
María Laura Henry

Resumen
Los procesos productivos imponen a los trabajadores un cúmulo de exigencias con el fin de que
estos brinden su mayor esfuerzo y se ajusten a las metas fijadas por la empresa u organización
empleadora. Bajo estas condiciones, quedan expuestos a numerosos riesgos y a procesos de
desgaste que van cambiando históricamente en función de los patrones productivos vigentes. Este
artículo tiene como objetivo examinar la creciente incidencia que tiene una nueva clase de riesgos,
los denominados riesgos psicosociales en el trabajo, y cómo se relacionan con el actual régimen
de acumulación capitalista. Para ilustrar estas cuestiones, reseñaremos dos investigaciones
realizadas en Argentina, que permiten vislumbrar las articulaciones entre la forma en la que se
organiza el proceso de trabajo y los riesgos y enfermedades que afectan a los trabajadores.
Palabras clave: riesgos psicosociales / servicios / salud laboral / proceso de trabajo.

Abstract
Labour process and occupational health in the current productive scenario. The increasing
incidence of psychosocial risks at work
The productive processes impose a series of demands on workers so that they provide their
best effort and comply with the goals set by the organization that employs them. Under these
conditions, workers are exposed to numerous risks and to processes of wear down that change
historically, depending on the existing production patterns. The objective of this article is to
examine the growing incidence of a new class of risks, called psychosocial risks at work, and how
they relate to the current regime of capitalist accumulation. In order to illustrate these issues, we
will review two researches carried out in Argentina, which allow visualizing the relations between
the way labour process is organized and the risks and diseases that affect workers.
Keywords: psychosocial risks / services / occupational health / labour process.

María Laura Henry. Doctora en Ciencias Sociales y magíster en Ciencias Sociales del Trabajo
por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Licenciada en Sociología por la Universidad
Nacional de La Plata (UNLP). Becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Profesora de Sociología de la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP.
E-mail: mlaurahenry@gmail.com

Recibido: 10 de mayo de 2018.


Aprobado: 6 de agosto de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 171-196.
Presentación
Desde sus orígenes, el capitalismo se modifica de manera incesante y revo-
luciona sus formas de producción con el objetivo de lograr un aumento de la
productividad y de la rentabilidad de las empresas. Esto ha sido ampliamente
analizado desde la economía crítica y otras corrientes afines, pero, en com-
paración, es aún reducido el corpus de estudios que se preguntan cómo estos
movimientos impactan sobre los trabajadores y sus condiciones de salud.
Con certeza, se trata de un tema de primera importancia que pone bajo la lupa
el costo social que implican estos cambios productivos.
Al respecto, es importante subrayar que, en esta búsqueda incesante de
ganancias y de eficiencia, las organizaciones imponen a los trabajadores un
amplio abanico de exigencias, de esfuerzos y de presiones para que su pro-
ductividad sea alta y constante. En estas condiciones, los trabajadores quedan
expuestos a numerosos riesgos que dañan su salud, sufriendo en el camino un
desgaste (físico y mental) que afecta su bienestar de maneras muy diversas y
aún desconocidas.
En este artículo argumentaremos de qué forma en cada etapa de la acu-
mulación capitalista los riesgos laborales van transformándose y hacen surgir
perfiles patológicos diferentes para los trabajadores. En este sentido, nuestro
objetivo es poner en discusión la creciente incidencia que en la actualidad
tiene una nueva clase de riesgos, los denominados riesgos psicosociales en el
trabajo (RPST), y cómo esta se relaciona con la actual etapa de acumulación
capitalista.
Entre otros rasgos, el actual régimen se caracteriza por la creciente fle-
xibilización productiva, la intensificación del trabajo, la ampliación del sec-
tor servicios y la también creciente racionalización de la producción que las
empresas aplican para ganar competitividad (Neffa, 2015; Antunes, 2000).
En este marco, los trabajadores ya no solo sufren las enfermedades y acci-
dentes tradicionales (asociados a factores de riesgo físicos, químicos o bioló-
gicos), sino que se ha acrecentado de manera extraordinaria la incidencia de
trastornos psíquicos y emocionales. En particular, en el sector servicios los
procesos productivos exigen cada vez más que los trabajadores movilicen su
creatividad, emociones, aspectos éticos, comunicativos, cognitivos, etcétera,
todo lo cual acrecienta su carga global de trabajo, con consecuencias para su
salud física y psíquica.

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Salud laboral en el escenario productivo actual 173

Para ilustrar estas cuestiones, en este artículo reseñaremos dos investi-


gaciones realizadas en Argentina sobre riesgos psicosociales, en las cuales
hemos participado. Esas investigaciones se realizaron en el sector servicios
y permiten establecer las articulaciones (no siempre visibles ni reconocidas)
que existen entre la forma en que se halla organizado el proceso de trabajo y
los riesgos y enfermedades que afectan a los trabajadores.
De esta forma, el enfoque propuesto es una superación a las explica-
ciones individualizadoras sobre la salud laboral y pone en evidencia que las
claves explicativas y también las posibilidades de intervención (en pos de la
prevención) se encuentran en el ámbito del proceso de trabajo: en su conteni-
do y en la forma en que se halla organizado.

La conceptualización de la relación entre trabajo y salud


¿Cuál es la relación entre salud y trabajo, en el marco de un régimen de acumu-
lación capitalista? Se trata de una pregunta clave que debemos pensar detenida-
mente para luego comprender cómo operan los riesgos laborales en sectores y
casos específicos. Esta tarea preliminar requiere un esfuerzo orientado a eluci-
dar toda una serie de procesos de la esfera productiva que permanecen ocultos
a la observación directa y, asimismo, poner en evidencia vinculaciones que se
pasan por alto en un análisis tradicional sobre riesgos laborales.
Desde un enfoque materialista crítico, debemos comenzar nuestra re-
flexión con una proposición central: el proceso de trabajo es uno de los
determinantes principales del proceso salud-enfermedad de los colectivos
humanos. Se trata de un aspecto que la corriente de la medicina social1 ha
demostrado con sobrada evidencia e hizo que hoy esté muy aceptado el lugar
destacado que los procesos de trabajo juegan en la configuración histórica y
social de la salud-enfermedad de las poblaciones (Laurell, 1993; Blanco Gil,
1989; Laurell y Noriega, 1987).
Dada su importancia para nuestro enfoque, es importante explicitar qué
entendemos por proceso de trabajo y qué aspectos permite iluminar este con-
cepto. Al respecto, es posible afirmar que un proceso de trabajo (con inde-
pendencia de lo que se produce) siempre consta de tres elementos: el objeto
de trabajo (materia prima, información que se transforma y procesa), los ins-
trumentos de trabajo (maquinaria, herramientas, tecnología) y la actividad de

1 Esta corriente surgió en América Latina en la década del sesenta y cuestionó fuertemente las
limitaciones de la medicina hegemónica. Subrayó que los patrones de salud y enfermedad
de la población eran expresión de la estratificación de clases y de las desigualdades en sus
condiciones de vida. Esta revisión crítica de la medicina tuvo sus raíces no solo en el campo
científico, sino que recibió un ímpetu decisivo de las preguntas y demandas planteadas por los
movimientos sociales en esa década. Esto define a la medicina social como una corriente de
pensamiento con un profundo compromiso con la resolución de los problemas de salud de las
clases populares (Laurell, 1989).

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trabajo propiamente dicha, donde los trabajadores ponen en acto capacidades


físicas, mentales y psíquicas. Estos tres elementos enunciados se articulan,
en cada caso, según una forma específica de organización y división del tra-
bajo, y ello con vistas a la producción de bienes, servicios o conocimientos
que tienen una utilidad social porque permiten satisfacer necesidades (Norie-
ga 1993; Laurell y Noriega, 1987; Neffa, 2015).
Ahora bien, aunque el proceso de trabajo es un proceso presente en to-
das las sociedades y tiempos, se concreta bajo formas históricas particula-
res. En este punto, es importante resaltar que, en el modo de producción
capitalista en el cual vivimos, el proceso de trabajo se organiza con vistas
a la generación y acumulación de ganancias (Laurell, 1993). Esto conlleva
significativas derivaciones que debemos examinar con cuidado.
Ante todo, es importante comprender el proceso de trabajo como una rela-
ción social y no solo como un aspecto técnico. En particular, en el capitalismo
el proceso de trabajo se desarrolla en el marco de una relación históricamente
necesaria, asimétrica y conflictiva entre dos clases: los dueños de los medios
de producción (empleadores) y los trabajadores. Los primeros imponen a los
segundos un cúmulo de exigencias con el fin de que brinden su mayor esfuerzo
durante la jornada y así generen la mayor cantidad de valor posible.
Bajo esta lógica, se renuevan de manera incesante los mecanismos de
control sobre los trabajadores para optimizar la productividad, se les exige
una mejora continua en la calidad y cantidad de su trabajo y se les pide que
comprometan más dimensiones de sí mismos en sus empleos. En un modo
de producción que funciona bajo estas demandas, no es sorpresivo entonces
que los trabajadores sufran un desgaste (físico y mental) que, a corto o largo
plazo, afecta su salud.
De este análisis se hace evidente que, en última instancia, las enfermeda-
des y los accidentes laborales son expresiones específicas de la explotación
capitalista, son el costo humano que implica la acumulación de ganancias
(Laurell, 1978; Noriega, 1993).
Asimismo, este enfoque permite comprender la dimensión colectiva que
subyace a los riesgos laborales: los problemas y patologías afectan a los gru-
pos en función de su inserción histórica y en los procesos productivos. Al
respecto, Noriega (1993) utiliza el concepto de perfil patológico para referir-
se a las condiciones de enfermedad y muerte que afectan a un grupo de tra-
bajadores (definido por sus características sociales comunes) en determinado
momento. Por su parte, Laurell (1993) explica que las formas concretas que
tiene el capital para consumir la fuerza de trabajo se expresan en patrones
específicos de desgaste que pueden detectarse a través de la frecuencia e in-
cidencia que tienen ciertas patologías entre los trabajadores en un momento
histórico dado.

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Salud laboral en el escenario productivo actual 175

De esta forma, en el ámbito colectivo se puede relevar un conjunto de


indicadores que, interpretados de forma holística y relacional, permiten co-
nocer cómo es utilizada la fuerza de trabajo en un determinado momento de
la acumulación capitalista. Algunos posibles indicadores son, por ejemplo,
molestias o síntomas frecuentes, enfermedades y tipos de accidentes preva-
lentes, la esperanza de vida o las causas frecuentes de muerte. En todos los
casos, y retomando la proposición inicial, las claves explicativas de estos
fenómenos deben buscarse en el proceso de trabajo y en la forma en que este
se halla organizado.
Llegados a este punto, se vuelve evidente que esta concepción sobre la
relación trabajo-salud que propone el materialismo histórico cuestiona fuer-
temente el enfoque tradicional que hoy predomina sobre los riesgos labo-
rales, basado en los postulados de la medicina clásica y de la ingeniería. El
principal problema del enfoque dominante es que ofrece un entendimiento
restringido que considera que el trabajo es un ambiente (como cualquier otro)
que expone a las personas a factores de riesgo causantes de enfermedad. En
este análisis nada se dice de las relaciones de explotación existentes en la
relación laboral o de los procesos cambiantes de extracción del plusvalor.
Asimismo, el enfoque tradicional tiende al individualismo metodológi-
co y a un énfasis excesivo en el nivel micro, porque el objeto de su interés
son los individuos aislados o, en el mejor de los casos, pequeños grupos sin
alusión alguna a la relación social productiva de la cual participan. De igual
forma, es un análisis que tiende a la fragmentación analítica, porque toma los
factores de riesgo (los visibles, pero no aquellos más intangibles) de forma
aislada y no alcanza a verlos como expresión o “síntomas” de procesos más
generales. Con ello se invisibilizan los vínculos existentes entre los proce-
sos que ocurren a nivel micro y a nivel macro (condicionantes estructurales)
derivados de la lógica capitalista y que definen la configuración que adopta
la organización del trabajo en cada fase de acumulación y, por lo tanto, los
riesgos asociados.
En la misma línea, Noriega (1993) explica que toda la fundamentación
de la medicina del trabajo clásica está hecha sobre una posición unicausalis-
ta, según la cual cada agente produce una enfermedad determinada. Como
explica Laurell (1993), la pregunta que se plantea es si “el factor de riesgo X
genera la enfermedad Y, y bajo qué condiciones”. No obstante, es evidente
que en la actualidad los procesos de trabajo producen riesgos y exigencias
que ejercen sinergia entre sí, y que se manifiestan no en una enfermedad, sino
en conjuntos de patologías muy variadas, pero que tienen un origen común.
De esta manera, bajo el enfoque dominante sobre salud laboral los ries-
gos son analizados como hechos aislados, en el marco de un proceso de pro-
ducción que se concibe como neutral, ahistórico e inmodificable. Frente a

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esto es necesario proponer un enfoque alternativo donde se visibilice que


las patologías individuales son la expresión concreta de relaciones de pro-
ducción antagónicas, orientadas a la creación de valor e históricamente cam-
biantes. Solo de esa manera se puede obtener una comprensión adecuada e
integral sobre múltiples problemas que afectan hoy a los trabajadores, como
veremos en el próximo apartado.

El actual régimen de acumulación y los procesos de trabajo


El análisis conceptual realizado en el apartado anterior permite extraer una
proposición clave: sí existen diferentes usos de la fuerza de trabajo en cada
etapa de la acumulación capitalista, por lo tanto, los riesgos laborales van
transformándose y surgen patrones diferenciales de patologías.
En este sentido, es importante tener una perspectiva histórica sobre los
grandes modelos de organización de los procesos de trabajo en el capitalis-
mo y cómo han ido transformándose con el tiempo. Al respecto, la literatura
económica propone una serie de regímenes de acumulación sucesivos para
describir este desarrollo histórico: en primer lugar, la división técnica del
trabajo, que se difundió a partir del siglo XVIII con la revolución industrial
y permitió una mejora extraordinaria de la productividad; luego, la llegada de
la organización científica del trabajo o taylorismo, que introdujo el estudio
de tiempos y movimientos; a continuación, el fordismo adicionó la automati-
zación de la producción y la creación de una relación salarial que estimulaba
una mayor productividad de los trabajadores por medio de incentivos salaria-
les y de su nuevo rol como consumidores de bienes masivos (Neffa, 1990).
En todos los modelos arriba mencionados, la parcialización de las ta-
reas, la intensificación del trabajo, los mecanismos de disciplinamiento y el
control rígido sobre los obreros, así como las mejoras de la productividad,
se lograron a un elevado costo: el aumento de la fatiga y el sufrimiento, y
un marcado deterioro de la salud de los trabajadores que predispuso el incre-
mento de los accidentes de trabajo y de ciertas enfermedades profesionales
(Neffa, 2015).
A la luz de estos problemas, a inicios del siglo XX comenzaron a sur-
gir los primeros desarrollos conceptuales sobre salud laboral y los esquemas
de prevención de los riesgos, de la mano de la medicina clásica y de la in-
geniería industrial. Al ser acuñados en el marco de regímenes de acumula-
ción donde el trabajo industrial era hegemónico, el énfasis de esos primeros
abordajes estuvo puesto en la dimensión física del trabajador, en los riesgos
directamente visibles (químicos, biológicos, físicos) y en un acotado número
de enfermedades y accidentes.
A fines de la década del setenta, la caída de la tasa de ganancia y la con-
secuente crisis económica marcaron el agotamiento del modelo fordista, lo

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Salud laboral en el escenario productivo actual 177

cual generó la transición hacia una nueva fase que se halla vigente hasta la
actualidad y que ha sido denominada de manera genérica como acumulación
flexible o, también, posfordismo. Esta fase no ha convergido hacia un único
paradigma productivo, sino que se caracteriza por la convivencia simultánea
de heterogéneas (nuevas y viejas) formas de organizar el proceso de trabajo
(Antunes, 2000; De la Garza, 2013).
Así, hicieron su aparición nuevas formas de organización del trabajo
formuladas explícitamente para “modernizar” la estructura vertical y rígida
del fordismo, tales como el toyotismo (producción justo a tiempo y en equi-
pos, mayor implicación de los trabajadores, énfasis en la variedad y calidad
de los bienes) y la denominada especialización flexible (basada en encadena-
mientos productivos entre empresas especializadas). También fue notable en
esos años la irrupción de las industrias intensivas en conocimiento (software,
contenidos culturales, tecnologías de la comunicación, etcétera) con esque-
mas de producción deslocalizados, intangibles y modulares. En simultáneo,
sin embargo, fueron ganando terreno otros procesos productivos poco forma-
lizados que, en algunos casos, parecieron marcar el regreso hacia rasgos de la
economía tradicional2: producción en pequeños talleres artesanales, trabajo
en establecimientos precarios y marginales, producción cuentapropista, entre
otras. Y no puede olvidarse la gran expansión que ha tenido el sector servi-
cios en estas últimas cuatro décadas, en un abanico que va desde la prestación
de servicios de baja calificación (personales, de venta, de cuidado, etcétera)
hasta aquellos más sofisticados (financieros, logísticos, educativos, de proce-
samiento de información, etcétera).
Como puede verse, estas modalidades de producir bienes y servicios vi-
gentes en la actualidad son muy heterogéneas, pero comparten ciertos rasgos
que otorgan una identidad específica a esta fase: el énfasis en la flexibilidad,
la intensificación del trabajo, la desregulación de los vínculos laborales, el
creciente uso de las tecnologías informáticas y de la comunicación y, funda-
mentalmente, la creación de valor a partir del uso de las habilidades psíqui-
cas, emocionales y cognitivas de los trabajadores.
Las características de este nuevo régimen pronto hicieron surgir renova-
dos problemas para la salud de los trabajadores (Neffa, 2015; Moreno Jimé-
nez, 2011; Vogel, 2002). Padecimientos cada vez más extendidos, tales como
el estrés, el burn-out (síndrome de desgaste profesional), la violencia laboral,
la depresión, la fatiga crónica, los trastornos del sueño, las adicciones, entre

2 En gran parte, este renovado protagonismo ha estado vinculado a los procesos de subcontratación,
al achicamiento de las empresas y a la reducción de los costos laborales que tuvieron lugar
en este período como vía para recuperar las tasas de ganancia y reiniciar un nuevo ciclo de
crecimiento. Esto trajo consigo un aumento de la informalidad y de la precariedad en muchas
actividades económicas.

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otros, comenzaron a ser objeto de preocupación en el mundo del trabajo,


empujando al mismo tiempo a un cambio de perspectiva para analizarlos.
Así, la perspectiva hegemónica de prevención de riesgos laborales lenta-
mente fue mostrando sus limitaciones para abordar estos nuevos problemas,
volviéndose evidente la necesidad de nuevos enfoques que permitan com-
prender cómo la dimensión psicosocial (y no solo física) de los trabajadores
puede verse afectada por el trabajo en determinadas circunstancias.

La creciente incidencia de los riesgos psicosociales en el trabajo


El enfoque de los RPST constituye una perspectiva innovadora y ampliada,
que se propone superar los enfoques tradicionales antes mencionados. Así, en
años recientes esta corriente multidisciplinar ha comenzado a generar estu-
dios que buscan echar luz sobre la compleja articulación entre salud y riesgos
laborales. El punto de partida es que las tres dimensiones de los seres huma-
nos ––física, psíquica y mental–– se movilizan en la situación de trabajo, las
tres están íntimamente relacionadas y deben funcionar de manera coherente
y articulada para preservar la salud. Si durante la actividad de trabajo una
de ellas es vulnerada, el daño repercute también sobre las otras, generando
sufrimiento psíquico y mental, además de dolor físico (Neffa, 2015).
Los estudios sobre RPST también han encontrado que en los empleos
actuales la carga global de trabajo es cada vez más intensa y de naturaleza
cada vez más inmaterial, cognitiva e incluso emocional. Esto les exige a los
individuos mayores esfuerzos en cuanto a sus dimensiones psíquicas y men-
tales, lo cual tiene, a corto o mediano plazo, un impacto directo sobre su
salud, tanto biológica como psíquica y mental (Neffa, 2015; Gollac, 2011).
Se trata, entonces, de un nuevo patrón de desgaste de la fuerza de trabajo que
debe ser analizado en toda su complejidad.
A nivel internacional, es posible encontrar un equipo de investigación
muy interesante localizado en Francia, donde especialistas de las ciencias
sociales del trabajo han realizado conceptualizaciones y estudios exhausti-
vos sobre estos nuevos riesgos (Gollac, 2011 y 2012; Coutrot y Mermilliod,
2010). Uno de sus exponentes, Michel Gollac, define a los RPST como “los
riesgos para la salud física, psíquica, mental y social de los trabajadores, que
son generados por las condiciones y medio ambiente de trabajo susceptibles
de interactuar con el funcionamiento psíquico y mental, con impactos sobre
la organización o empresa donde estos se desempeñan” (2011, p. 31). Para
su estudio, Gollac ordena los diversos factores de RPST en seis grandes ejes:
1) la intensidad del trabajo y tiempo de trabajo; 2) las exigencias emociona-
les; 3) el grado y tipo de autonomía; 4) las relaciones sociales y relaciones
de trabajo; 5) los conflictos éticos y de valores; y 6) el grado de seguridad y
estabilidad de la situación de trabajo.

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La corriente de los RPST plantea que la raíz última y principal de estos


riesgos psicosociales reside en la forma en que se halla organizado el proce-
so de trabajo (Neffa, 2015; Gollac, 2011). En este sentido, si bien sus impac-
tos son captados a través de las percepciones de los individuos (por lo cual
el trabajador tiene un papel protagónico en la detección de estos fenómenos),
es en la dimensión del proceso de trabajo donde deben buscarse las causas
de los problemas y donde se debe intervenir para eliminarlos. De esta for-
ma, este enfoque es una superación de las explicaciones individualizadoras
sobre los padecimientos en el trabajo, que hacen recaer sobre el trabajador
la responsabilidad (ya sea por “problemas psíquicos o personales” o por una
supuesta “incapacidad de adaptarse” a las exigencias laborales)3.
Como puede verse, el enfoque de los RPST enfatiza la importancia de
conocer el proceso de trabajo y lo que allí sucede en tanto manifestación
de procesos sociales más amplios. Al hacer estas mediaciones y recuperar
la unidad entre lo micro y lo macro, permite comprender de forma integral
cómo los procesos de salud y enfermedad están estrechamente ligados con
los rasgos del régimen de acumulación actual.

Los RPST en Argentina: primeras investigaciones y diagnósticos


En los países desarrollados la problemática de los RPST se encuentra en la
agenda de organismos de primera importancia, como la Agencia Europea
para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (2003), la Organización Interna-
cional del Trabajo (OIT, 2016), los ministerios de trabajo de España (INSHT,
2010) y de Francia (INRS, 2013). En América Latina, se destacan las ex-
periencias de Chile y Colombia, donde estos riesgos son monitoreados por
agencias estatales de salud y trabajo (Ministerio de Salud de Chile, 2013;
Ministerio de la Protección Social, 2010).
En todos estos países los informes técnicos han puesto en evidencia la
magnitud económica, social y humana de los RPST. Pero en Argentina, los
riesgos psicosociales generados por los procesos de trabajo quedan reduci-
dos a la experiencia individual del trabajador, permanecen invisibilizados y
ni siquiera son mencionados ni reconocidos como tales en la legislación de
riesgos del trabajo (Neffa, 2017).
De esta manera, la formación e información sobre RPST que poseen
los actores sociales del mundo del trabajo en Argentina permanece en ni-
veles muy bajos. Por el lado de las empresas, aún están lejos de asumir su

3 También se suelen individualizar las posibles soluciones a estos problemas. En general, las
empresas y los servicios de salud laboral recomiendan que los trabajadores se sometan a
tratamientos médicos o a terapias psiquiátricas que les ayuden a eliminar o paliar los síntomas
que sufren. Pero se trata de soluciones parciales y temporarias, porque las causas últimas de los
problemas siguen sin ser alteradas.

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función insustituible en la prevención de los riesgos psicosociales y desco-


nocen su responsabilidad sobre los múltiples problemas que generan estos
riesgos, relegándolos a la esfera individual de cada trabajador. Por el lado
de los sindicatos (salvo algunas excepciones), no se han emprendido es-
fuerzos sistemáticos para la medición de los RPST ni campañas masivas
e integrales de sensibilización sobre su incidencia en los distintos sectores
productivos.
En el marco de esta vacancia en Argentina, es importante destacar las
iniciativas emprendidas desde la academia (a veces en vinculación con sindi-
catos) para conocer y visibilizar la incidencia de los RPST. En este sentido,
nos interesa reseñar algunas investigaciones desarrolladas en universidades
públicas argentinas de las que hemos participado y que han intentado generar
datos y elaborar propuestas de intervención sobre esta problemática.
En concreto, vamos a describir los resultados arrojados por dos investi-
gaciones realizadas en el sector servicios (una en el sector público y la otra
en el privado), que permiten ilustrar la incidencia de estos nuevos riesgos.
Comenzaremos reseñando la investigación realizada en una organización
pública dedicada a la provisión de servicios sociales. A continuación, expon-
dremos los resultados encontrados en un centro de salud privado de alta com-
plejidad. Como argumentaremos en las siguientes páginas, ambos espacios
de trabajo constituyen un terreno fecundo para estudiar las modalidades que
adquieren los riesgos psicosociales en los servicios, un sector clave para el
actual régimen de acumulación y donde se genera en la actualidad gran parte
de la riqueza y del empleo de las economías nacionales.

Los riesgos psicosociales en una organización estatal

Marco general de la investigación


Los resultados expuestos en esta sección se basan en una investigación rea-
lizada entre los años 2014 y 2016, que tuvo como objetivo diagnosticar la
incidencia de los riesgos psicosociales en una organización estatal: Adminis-
tración Nacional de Seguridad Social (ANSES).
En sus orígenes, este organismo estatal se encargaba sobre todo de ges-
tionar las jubilaciones y pensiones de los ciudadanos argentinos. Pero en la
última década fue expandiendo sus funciones e incorporando la prestación
de numerosos servicios: asignaciones familiares, subsidios por discapacidad,
becas para estudiantes, administración de créditos de vivienda, seguros de
desempleo, préstamos especiales para jubilados, entre otros. En todos los
casos, se trata de servicios que apuntan a resolver problemas que aquejan a
los sectores más vulnerables de la sociedad. Los ciudadanos que necesitan
algunas de estas prestaciones pueden acudir de manera presencial a las ofi-

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Salud laboral en el escenario productivo actual 181

cinas de ANSES que se hallan emplazadas en todo el país y también pueden


gestionar los servicios por vía telefónica.
La investigación surgió a partir de la solicitud de un sindicato con repre-
sentación en la institución: el Sindicato de Empleados de la Ex-Caja de Sub-
sidios Familiares para el Personal de la Industria (SECASFPI). Del sindicato
se acercaron al equipo interdisciplinario al cual pertenecemos expresando la
necesidad de un estudio que avalase científicamente una serie de problemas
y malestares que afectaban a los trabajadores de ANSES, pero que las autori-
dades del organismo se negaban a reconocer.
En particular, desde el sindicato se percibía que los trabajadores en pues-
tos de atención al público eran quienes manifestaban sentirse más “desbor-
dados” por la gran afluencia de público a las dependencias. Estos expresaban
malestares tales como estrés y fatiga, y una diversidad de dolencias crónicas
que identificaban como efecto de su trabajo. Fue por ello que, en términos
metodológicos, la investigación se circunscribió desde el inicio a esa franja
de trabajadores de atención al público, dado que era prioritario conocer su
situación para solicitar medidas de intervención a las autoridades en el corto
plazo.
Para alcanzar los objetivos enunciados, se utilizó un abordaje metodo-
lógico que combinó técnicas cualitativas y cuantitativas de recolección de
información: talleres de visualización (desde el enfoque de la psicología del
trabajo); estudios de ergonomía; un estudio de medicina del trabajo y una
encuesta de RPST4.
Para el análisis que presentamos en este artículo utilizamos como in-
sumo principal los datos arrojados por la encuesta5, que permitió relevar la
percepción de los trabajadores sobre distintos factores de riesgo psicosocial.
Específicamente, se realizaron 694 encuestas en oficinas de ANSES de dis-
tintas ciudades de Argentina. El formulario fue administrado en formato im-
preso, de manera presencial, por encuestadores capacitados para tal fin, y la
duración promedio de cada aplicación fue de entre 40 y 50 minutos. En todos
los casos, los trabajadores participaron de manera voluntaria y anónima.

4 Para conocer en detalle la metodología general de la investigación, se sugiere ver Neffa,


Korinfeld y Henry (2017).
5 El formulario usado estuvo basado en una encuesta diseñada en Francia, donde un equipo de
expertos desarrolló este instrumento para relevar los RPST en la población trabajadora de aquel
país. Como forma de retomar esos desarrollos, el doctor Julio C. Neffa y sus equipos de varias
universidades nacionales se abocaron a examinar las condiciones de aplicación al contexto
local. Fruto de una cuidadosa reflexión metodológica, lograron la confección del Cuestionario
sobre riesgos psicosociales aplicable en Argentina, que se ha usado en las investigaciones
que reseñamos en este artículo, así como en otras similares. Para conocer más detalles de la
encuesta, véase Henry (2016).

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El problema de la intensificación
Durante la investigación realizada en ANSES se abordaron muchos aspectos
del proceso de trabajo y en el diagnóstico se constató la existencia de diver-
sos factores de riesgo psicosocial en los puestos de atención al público. Por
cuestiones de espacio, los enumeraremos aquí sintéticamente: alta intensidad
en los ritmos de trabajo; importante incidencia de la carga mental; fuertes
exigencias emocionales por el contacto directo con personas en situación de
sufrimiento y vulnerabilidad social; situaciones de violencia verbal y agre-
siones; falta de capacitación y formación para la resolución de las tareas que
provoca en los trabajadores una autonomía forzada y padecida; falta de reco-
nocimiento por parte de la organización (ausencia de evaluaciones y de posi-
bilidades de carrera); insuficiencia en actividades de prevención y formación
en riesgos del trabajo; entre otros aspectos.
En el marco de este conjunto de RPST detectados, quisiéramos centrar-
nos en uno de ellos, que emergió con especial incidencia en este colectivo de
trabajadores: la intensificación del trabajo.
En términos específicos, el concepto de intensificación se refiere al au-
mento de la cantidad de bienes y servicios producidos, sin que se cambie la
dotación de la fuerza de trabajo ni la duración de la jornada. Dicho aumento
surge, entonces, de un incremento en el ritmo de trabajo o de una disminu-
ción de la porosidad de la jornada, eliminándose así los tiempos “muertos”
(Neffa, 1990; Coriat, 1991).
El fenómeno de la intensificación merece una especial reflexión para
el sector de los servicios, porque las presiones que reciben los trabaja-
dores para aumentar los ritmos de trabajo provienen de dos esferas (Go-
llac, 2005; Bernard, 2005; Henry, 2017). Por un lado, surgen de la esfera
interna de la organización, a través de las estrategias de gestión y de
producción allí vigentes. Desde esta esfera, los ritmos se hallan impues-
tos por el control de los superiores jerárquicos, la fijación de normas de
producción, la cadencia impuesta por maquinarias y equipos, el pago por
productividad, entre otras.
Por otra parte, en los servicios, la cadencia del trabajo también se halla
regida desde la esfera externa a la organización, a partir de la demanda. En
este plano, la afluencia de clientes o de público ejerce una presión sobre el
proceso de trabajo por medio de su presencia en los espacios laborales (largas
filas de gente, salas de espera llenas, etcétera), demandando a los trabajado-
res un cierto ritmo de trabajo. Las organizaciones y empresas cada vez más
someten a los trabajadores a la acumulación de estos dos tipos de exigencias
de ritmo y, en este marco, se hace necesario interrogarse sobre las consecuen-
cias que ello tiene sobre los trabajadores y su salud.

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En el caso de la ANSES se pudo verificar la existencia del fenómeno de


intensificación y los datos de la encuesta así lo demuestran. En primer térmi-
no, se les consultó a los trabajadores si estaban obligados a apurarse (Gráfico
1) y las respuestas obtenidas fueron las siguientes:

Gráfico 1. ¿Está usted obligado a apurarse en su trabajo?

Nunca
A veces 27,4%
39,6%

Siempre
33,0%

Fuente: elaboración propia.


De estos datos se desprende que ––de manera agregada–– un 72,6%
de los encuestados dijo que “siempre” y “a veces” tiene que apurarse en su
trabajo. Solo un 27,4% indicó no tener este inconveniente.
También se consultó a los trabajadores si tenían el tiempo suficiente
para realizar su trabajo (Gráfico 2):
Gráfico 2. Para realizar correctamente su trabajo, ¿usted tiene en general el tiempo
suficiente?

A veces
32,1%
Nunca
12,4%

Siempre
55,5%

Fuente: elaboración propia.

Solo el 55,5% dijo tener el tiempo suficiente para realizar su trabajo.


Con certeza, esto indica que gran parte de los trabajadores (45,5% si adicio-
namos a quienes respondieron “nunca” y “a veces”) siente que necesitaría
márgenes temporales mayores para desempeñar su labor.

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184 María Laura Henry

En el mismo sentido apunta la siguiente pregunta relevada (Gráfico 3):


Gráfico 3. ¿Con qué frecuencia tiene que hacer demasiado rápido una operación que
requeriría más tiempo y cuidado para ser bien hecha?

Nunca
26,4%

A veces
47,1%
Siempre
26,5%

Fuente: elaboración propia.

En el Gráfico 3 puede apreciarse que el 73,6% indicó que “siempre” o


“a veces” tiene que hacer demasiado rápido una operación que requeriría más
tiempo y cuidado para ser bien hecha. Solo un cuarto de ellos negó vivir esta
situación (26,4%).
En otra pregunta de la encuesta, se consultó a los trabajadores si sentían
que trabajaban bajo presión, lo cual sintetiza en gran medida su percepción
sobre los ritmos de trabajo (Gráfico 4):
Gráfico 4. ¿Con qué frecuencia siente usted que trabaja bajo presión?

Nunca
36,6%

Siempre
A veces 17,3%
46,1%

Fuente: elaboración propia.

Como se puede ver en el Gráfico 4, solo el 36,6% de los encuestados


dijo no trabajar nunca bajo presión. El resto expresó sufrir este problema:
un 17,3% dijo que “siempre” le sucede y un 46,1% que le sucede “a veces”.
De los datos hasta aquí presentados, surge que los trabajadores de aten-
ción al público encuestados efectivamente tenían altos ritmos de trabajo en
ANSES. Esto también fue corroborado por los talleres cualitativos, donde de

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 171-196.
Salud laboral en el escenario productivo actual 185

manera reiterada los trabajadores hicieron referencia a la enorme cantidad de


trámites que debían resolver por día y al gran caudal de público que debían
atender durante su jornada laboral, reduciendo para ello las pausas al mínimo
y acelerando su velocidad de trabajo. Los relatos expresaban situaciones de
agobio, remarcaban la imposibilidad de tomarse descansos e, incluso, las
grandes dificultades para dejar unos pocos minutos el puesto (por ejemplo,
para ir al sanitario), dado que el propio público ejerce una vigilancia sobre su
labor y comienza a quejarse o a expresar su enojo verbal.
Resulta también interesante examinar cuáles son los factores que demar-
can esos ritmos de trabajo en la organización. La encuesta permitió estable-
cer que los tres principales son los que se muestran en el Gráfico 5.

Gráfico 5. Incidencia de las diferentes exigencias de ritmo (respuestas a la pregunta:


¿Su ritmo de trabajo está dado por...?)
0% 25% 50% 75% 100%

1. El ritmo de una máquina, 69,9 13,9 16,2


computadora o sistema.

2. Una urgente solicitud externa


(clientes, público) que obliga a 67,6 20,3 12,1
responder rápidamente.

3. Normas de producción o plazos


a respetar en un día o más. 52,7 21,8 25,5

Siempre A veces Nunca

Fuente: elaboración propia.

En el Grafico 5 la primera barra nos indica la incidencia que tienen las


exigencias de tipo tecnológico y técnico en los ritmos de trabajo. En ANSES,
esto se materializa en los sistemas de turnos electrónicos, los sistemas tele-
fónicos que gestionan el flujo de llamadas entrantes y los programas infor-
máticos que se utilizan en las computadoras de la ANSES para realizar las
gestiones administrativas. En todos los casos, se trata de sistemas que fijan
una determinada cadencia para los trabajadores. A continuación, el Gráfico
5 muestra el rol destacado que juega la presencia del público en las depen-
dencias de ANSES, que ejerce una gran presión sobre los trabajadores, al
igual que los incontables llamados telefónicos diarios. En este punto vemos
cómo la demanda externa tiene un rol importante sobre los ritmos internos
de la organización. En tercer lugar, se visualiza la gran incidencia que tienen
las normas y plazos en los ritmos de trabajo. En la ANSES estos objetivos de
productividad hacen referencia a una cantidad de trámites o llamados telefó-

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186 María Laura Henry

nicos a resolver en cierto lapso de tiempo (por día o por mes) que constituyen
métricas de productividad establecidas desde la gerencia.
Lo relevante, en función de nuestros objetivos, es reflexionar sobre las
consecuencias que todo esto tiene sobre los trabajadores. La literatura expli-
ca cómo la intensidad puede degradar las condiciones de trabajo y afectar
la salud de los trabajadores. Las exigencias de ritmo obligan a trabajar de
la “forma más rápida”, que no tiene por qué ser la más adecuada a las ca-
racterísticas fisiológicas y psicológicas de cada trabajador (Gollac, 2005).
En el caso de los servicios, los trabajadores, asimismo, deben encontrar un
compromiso entre las exigencias surgidas desde el interior de la organización
y aquellas provenientes de la demanda externa. Esto constituye una doble
fuente de tensiones y contradicciones que debe arbitrar con mucho esfuerzo,
con el consecuente desgaste y los riesgos que ello implica.
Respecto de esto último, es importante señalar que la alta intensidad en
los ritmos de trabajo potencialmente conlleva una serie de problemas para la
salud de los trabajadores: incremento de la fatiga, alteraciones emocionales
(ansiedad, nerviosismo, angustia), aumento de la frecuencia cardíaca, predis-
posición a desarrollar un cuadro de estrés crónico, entre otras derivaciones.
En este sentido, el ritmo de trabajo constituye un aspecto clave en el cual
debería intervenirse para prevenir la aparición de estas consecuencias nega-
tivas para la salud.

Los riesgos psicosociales en un centro de salud

Marco general de la investigación


En esta sección presentaremos los lineamientos principales de una inves-
tigación realizada en una clínica privada6, en el marco de un proyecto de
desarrollo tecnológico y social cuyo equipo de trabajo estuvo compuesto
por investigadores, docentes y alumnos de diversas disciplinas (economía,
administración, psicología y sociología)7. Asimismo, cabe señalar que este
proyecto fue desarrollado en simultáneo en distintas universidades públicas
de Argentina y conllevó la interacción con distintas organizaciones de la so-
ciedad civil, las cuales asumieron el rol de “adoptantes” de los resultados.
De esta forma, el proyecto apuntó a transferir herramientas y conocimientos
a la sociedad que permitan la evaluación, intervención y prevención de los
riesgos psicosociales en el trabajo.

6 Por razones de confidencialidad no usaremos el nombre real de la institución y nos referiremos


a ella con esta denominación.
7 Proyecto de Desarrollo Tecnológico y Social PDTS-CIN n.° 422 “Los riesgos psicosociales en
el trabajo. Relevamiento de la percepción y vivencias por parte de los trabajadores asalariados
con vistas a su prevención”, dirigido por L. Ferrari y codirigido por Julio C. Neffa.

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Salud laboral en el escenario productivo actual 187

La investigación fue desarrollada por un equipo localizado en la Uni-


versidad Nacional de La Plata (UNLP). En este caso, la organización poten-
cialmente adoptante de los resultados fue la Asociación de Trabajadores de la
Sanidad (ATSA-La Plata). Este sindicato expresó su interés en colaborar con
el estudio dado que podría obtener así datos que le permitirían conocer las
condiciones de trabajo de sus representados, sus principales problemas y los
aspectos en los que sería necesario intervenir. De igual forma, las autoridades
y propietarios de la clínica mostraron interés en conocer los resultados y en
utilizarlos para mejorar la gestión de su personal.
En cuanto a sus características, la clínica privada se encuentra ubicada
en la ciudad de La Plata y provee una multiplicidad de servicios de salud:
atención primaria y de urgencias, internación, cirugía, cuidados de embarazo
y maternidad, análisis de laboratorio, radiología, etcétera. Si nos centramos
solo en el personal en relación de dependencia, la organización emplea a
casi cuatrocientos trabajadores y a sus instalaciones acude a diario un gran
número de pacientes y sus familiares de toda la región, siendo así un centro
de salud de gran importancia local.
Para relevar los factores de riesgo psicosocial existentes, se realizó una
encuesta (la misma que se utilizó en ANSES) a una muestra de ochenta tra-
bajadores durante el segundo semestre de 2016. La selección de los traba-
jadores se construyó atendiendo a las características y particularidades de
los procesos de trabajo realizados en el centro de salud. De esta forma se
procuró que estuvieran representadas las diferentes categorías profesionales,
los distintos turnos de trabajo y las diferentes áreas operativas. El formulario
fue aplicado de forma presencial por encuestadores en el lugar de trabajo
y fue respondido de manera voluntaria y anónima8. Asimismo, se realizó
observación participante en las instalaciones y se desarrollaron entrevistas
cualitativas con informantes clave (autoridades de la clínica, representantes
sindicales, jefe de personal, entre otros).

Las exigencias emocionales como factor de riesgo


El sector salud es un espacio donde el estudio de los riesgos psicosocia-
les resulta muy pertinente, dada la naturaleza de las actividades que allí se
realizan. En este sentido, se trata de espacios donde los trabajadores deben
movilizar no solo funciones físicas, sino fundamentalmente sus dimensio-
nes mentales, emocionales y psíquicas de primera importancia. Día a día se
ven interpelados por demandas múltiples y simultáneas, tareas complejas,
emergencias y el contacto con pacientes y público, con las exigencias que
ello implica (situaciones de sufrimiento, de angustia e, incluso, de agresión).

8 Para conocer más detalles sobre la metodología de la investigación, se sugiere ver Neffa y
Henry (2017).

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188 María Laura Henry

Al igual que en la investigación en ANSES, durante el estudio en la


clínica privada se abordaron múltiples aspectos y el diagnóstico abarcó di-
versos factores de riesgo psicosocial. En síntesis, los principales problemas
detectados fueron: alta incidencia de la carga mental; prolongadas jornadas
laborales; fuertes exigencias emocionales por el contacto directo con pacien-
tes y familiares en situación de sufrimiento; falta de reconocimiento por parte
de la organización (escasas posibilidades de carrera y salarios bajos); escaso
apoyo técnico por parte de superiores; conflictos entre categorías profesiona-
les, entre otros aspectos.
Teniendo en cuenta este cuadro de situación, aquí nos gustaría centrar-
nos en uno de los riesgos que devino central durante la investigación: las
exigencias emocionales.
Las exigencias emocionales se refieren a la necesidad de los trabajado-
res de dominar y moldear las propias emociones, en especial aquellas que
sienten en relación con las personas con las que interactúan en la situación de
trabajo (Gollac, 2011; Neffa, 2015). Este control de las emociones a veces es
requerido, ya sea tácita o explícitamente9, durante el proceso de trabajo para
el logro de distintas metas: premios salariales, aumento en los niveles de ven-
tas, el bienestar del cliente o paciente, el cumplimiento de normas de calidad
o de estándares profesionales, etcétera. En otros casos, puede suceder que los
trabajadores deban esconder o negar sus propias emociones por miedo a los
accidentes, a la agresión del público o al fracaso de su actividad.
Como señalan Galeano y Ruiz (2017), es preciso pensar la especificidad
que adquieren las exigencias emocionales en el sector de la salud. Al res-
pecto, el cuidado de la salud tiene una significación y una valoración social
particular, pues implica la preservación de la vida humana. Asimismo, sus
prácticas laborales implican reconocer la vulnerabilidad y la necesidad de
cuidado a las que está sometida cualquier persona. De esta forma, un con-
junto de normativas, creencias y valores que apela a un compromiso con la
salud y la vida se pone en juego directa o indirectamente en cada puesto de
trabajo10.

9 Hay casos donde las empresas enfatizan el uso de las emociones y prescriben formas
específicas de comportamiento a los trabajadores en su relación con los clientes por medio
de capacitaciones y de protocolos de interacción. Así, les indican cómo saludar, qué registro
(formal o informal) usar en los diálogos y el despliegue de una serie de actitudes en su trabajo
(buen humor, empatía, trato amable, disponibilidad, etcétera).
10 Para emprender un estudio de las exigencias emocionales en el sector salud es conveniente
articular el análisis con, al menos, otros dos campos conceptuales: la corriente que estudia los
trabajos “de cuidado” y el enfoque de género, dada la notable división del trabajo por género
que aún persiste en este sector. Lamentablemente no podemos desarrollar esta articulación aquí
por falta de espacio, pero para ahondar en esta temática se sugiere ver Galeano y Ruiz (2017)
y Esquivel y Pereyra (2017).

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Salud laboral en el escenario productivo actual 189

En cuanto a los datos arrojados por la investigación, en primer término,


podemos señalar que en la clínica privada se detectó un alto porcentaje de
encuestados que, como parte de sus tareas habituales, está en relación directa
con el público (alrededor del 80%), ya sean pacientes o sus familiares. Por sí
mismo, esto demanda a los trabajadores conductas específicas, expresiones
acordes con los estándares de la organización y de su profesión, así como
formas de comunicación enmarcadas en ciertos parámetros.
La encuesta arrojó una serie de resultados que podemos sistematizar en
dos grandes grupos de exigencias emocionales que enfrentan los trabajadores
en función del tipo de trabajo que se realiza en la clínica: por un lado, exigen-
cias vinculadas a contener a pacientes y familiares en situación de angustia
y, por otro, exigencias vinculadas a contener las reacciones negativas del
público (enojo, agresión).
Respecto de lo primero, el trato diario con población que sufre distintos
problemas de salud se convierte en el punto de encuentro con múltiples for-
mas de sufrimiento y en un lugar de escucha y de exposición de problemas
privados de los pacientes y sus familias. En este marco, es comprensible que
para muchos trabajadores las exigencias emocionales alcancen un alto grado
al encontrarse de manera constante expuestos a estos fenómenos, como se
puede ver en los Gráficos 6 y 7.
Gráfico 6. Mientras trabaja, ¿está en contacto con otras personas en situación de
angustia?

A veces
26,2%
No
15,0%


58,8%

Fuente: elaboración propia.

A menudo, los procedimientos sanitarios (e incluso los trámites) que se


gestionan en la clínica implican recursos vitales para los receptores. Y esto
puede dar lugar a tensiones e incluso confrontaciones en la relación entre,
por un lado, los trabajadores y, por otro, los pacientes y sus familiares. Esto
sucede, por ejemplo, cuando estos últimos se encuentran bajo desesperación
en situaciones de urgencias (accidentes, descompensaciones), en el marco de

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190 María Laura Henry

Gráfico 7. Mientras trabaja, ¿usted debe calmar a personas angustiadas,


preocupadas, nerviosas, coléricas?

A veces
30,0% No
18,8%


51,2%

Fuente: elaboración propia.

enfermedades complejas que generan gran sufrimiento y frustración que es


descargada sobre los trabajadores, o cuando se necesita con celeridad algún
procedimiento sanitario que se demora por cuestiones operativas o adminis-
trativas. Al respecto, en la encuesta se les preguntó a los trabajadores si su-
frían situaciones de tensión en sus relaciones con el público. Como vemos en
el Gráfico 8, de forma agregada (si sumamos “siempre”, “casi siempre” y “a
veces”), el 42,5% debe afrontar este tipo de problema con cierta recurrencia.

Gráfico 8. ¿Sufre usted situaciones de tensión en sus relaciones con el público?

A veces Casi nunca Siempre


37,5% 12,5% 2,5%
Casi siempre
2,5%

Nunca
45,0%

Fuente: elaboración propia.

Estas situaciones de tensión se expresan cotidianamente en los lugares


de atención por medio de actitudes de impaciencia, indignación y protesta
por parte del público. Y cuando ocurren estos eventos, la regulación de las
propias emociones puede volverse una exigencia muy fuerte para los traba-
jadores. Estos se encuentran limitados por prescripciones organizacionales
que les dictan pleitesía, amabilidad y la obligación de “contenerse” ante cual-
quier tipo de interpelación agresiva. Como se puede ver en el Gráfico 9, los

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Salud laboral en el escenario productivo actual 191

trabajadores sobrellevan una serie de exigencias emocionales ligadas a ges-


tionar sus estados de ánimo y producir emociones correctas para interactuar
con pacientes o familiares.
Gráfico 9. ¿Con qué frecuencia tiene que esconder sus emociones o fingir estar de
buen humor?

Nunca
21,2%
Casi
siempre
10,0% Casi nunca
Siempre 3,7%
23,8%

A veces
41,3%

Fuente: elaboración propia.

En el gráfico se puede observar que, de forma agregada (si sumamos


“siempre”, “casi siempre” y “a veces”), tres cuartos de los trabajadores deben
esconder sus emociones o fingir estar de buen humor con cierta recurrencia.
Los datos aquí expuestos deben ser interpretados a la luz de un proceso
de trabajo que, como decíamos antes, tiene como objeto algo tan sensible
como la vida humana y el bienestar de las personas. Así, en un contexto
donde el sufrimiento, el dolor, la angustia e incluso la muerte son aspectos
recurrentes del proceso de trabajo, es esperable que las exigencias emociona-
les alcancen un nivel altísimo para los trabajadores.
Esta dimensión emocional del trabajo moviliza un conjunto de procesos
psíquicos de los trabajadores que contribuye a su carga global de trabajo y
que, en determinadas circunstancias, puede generar sufrimiento y problemas
de salud. De esta forma, la literatura identifica una serie de síntomas aso-
ciados a estas exigencias: trastornos de ansiedad, cuadros de estrés agudos,
burn-out y somatizaciones físicas que conducen a enfermedades de diversa
índole (Martínez Íñigo, 2001; Gracia, et al., 2007).

Conclusiones
En este artículo nos propusimos visibilizar relaciones y procesos que, en ge-
neral, son ignorados por los estudios tradicionales sobre riesgos laborales.
Estos proveen una perspectiva restringida, porque siguen demasiado apega-
dos al nivel micro, recurren a explicaciones unicausales y hacen una interpre-
tación fragmentada de la realidad.

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192 María Laura Henry

Como alternativa, hemos optado por revisitar el problema de los ries-


gos laborales desde el enfoque crítico, holístico e histórico, para alcanzar
una comprensión más amplia sobre sus causas y consecuencias. La primera
ventaja que surge de este tipo de análisis es que permite comprender cómo
operan los determinantes sociales en los procesos de salud y enfermedad en
el trabajo. De esta forma, es posible entender los riesgos laborales como un
proceso dinámico y colectivo, en el que determinados grupos sociales quedan
expuestos a su incidencia en el marco de modos de acumulación específicos.
En relación con esto último, hemos intentado identificar todas las con-
secuencias que conlleva, en la actualidad, estar inmersos en un modo de
acumulación donde el proceso de trabajo está orientado a la acumulación
de ganancias. Que la meta última sea esa, hace que los procesos de trabajo
adquieran rasgos específicos que afectan la salud de los trabajadores.
En este sentido, hemos resaltado que las enfermedades y los accidentes
laborales son expresiones específicas de la acumulación capitalista. Son el
precio humano que se paga en un sistema que prioriza el lucro por sobre el
bienestar y la seguridad de los trabajadores, donde las pausas y descansos
son consideradas una pérdida de dinero, donde los mecanismos de control
con frecuencia impiden a los trabajadores operar de la forma más adaptada a
sus capacidades, donde las máquinas rigen los ritmos y donde las empresas
niegan de manera sistemática muchísimos problemas de salud vinculados al
trabajo para evitar el pago de indemnizaciones o para evitar modificar sus
métodos de producción.
Asimismo, hemos argumentado que en cada etapa del capitalismo los di-
ferentes usos de la fuerza de trabajo han llevado a la configuración de perfiles
patológicos diferenciales dentro de la población trabajadora. En este sentido,
nuestro objetivo fue poner en discusión la creciente incidencia que hoy tie-
nen los denominados riesgos psicosociales en el trabajo y cómo se relacionan
con el actual régimen de acumulación.
Para ello hemos reseñado dos investigaciones sobre este tema realizadas
en Argentina, que se llevaron adelante en el sector servicios, y sus resultados
permiten ver cómo las exigencias y cargas laborales propias de este sector
pueden generar enfermedades y sufrimientos poco reconocidos.
En el caso de la investigación en ANSES hemos analizado el problema de
la intensificación, a partir de la gran incidencia que este factor mostró tener en
dicha organización estatal. Al respecto, describimos el aumento de los ritmos
de trabajo, la insuficiencia de pausas y descansos y la multiplicación de tareas
que debieron afrontar los trabajadores en el marco de una expansión de funcio-
nes de la organización. Todo ello es percibido como muy problemático por los
trabajadores e implica riesgos potenciales para su salud y bienestar psicofísico.

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Salud laboral en el escenario productivo actual 193

El fenómeno detectado en esta investigación es plausible de ser encon-


trado en muchas organizaciones (públicas y privadas), dado que el progre-
sivo aumento de la intensificación del trabajo es una de las tendencias pro-
ductivas que marca nuestra época. Producir más cantidad y más rápido se
impone como el objetivo supremo desde las organizaciones en la búsqueda
de mayores niveles de eficiencia (Gollac y Volkoff, 1996; Green, 2004). En
este sentido, parece afectar ya a cualquier actividad y ámbito: si originaria-
mente la intensificación era un fenómeno propio del sector industrial, hoy es
innegable su propagación en los servicios, donde se aplican diversas estrate-
gias que apuntan a racionalizarlos y estandarizarlos para ajustar los tiempos
de ejecución. De igual forma, es una lógica que se ha desplazado desde el
sector privado hacia el estatal a partir de las denominadas políticas de “mo-
dernización”, que buscan promover la racionalización de estructuras y de
procedimientos en el Estado, la evaluación por resultados (cuantitativos) y el
incremento de la productividad de los empleados públicos.
Pero el ahorro de tiempo, la velocidad alcanzada y el desenfrenado ritmo
que parecen imponer algunos procesos de trabajo se consigue a un alto costo,
que pagan los propios trabajadores: el deterioro de su salud. De esta manera,
la fatiga, las enfermedades y el sufrimiento psíquico son el precio que conlle-
van estas prácticas cada vez más difundidas. Como consecuencia, es necesario
plantear con toda contundencia la pregunta por el impacto que pueden tener
estos procesos de trabajo para la salud de los trabajadores. Esto resulta aún más
importante si se tiene en cuenta que la relación entre intensificación y condicio-
nes de trabajo es con frecuencia desconocida por los propios trabajadores y que
no aparece en la agenda de los sindicatos argentinos como un tema prioritario.
En el caso de la investigación en la clínica privada hemos analizado el
problema de las exigencias emocionales. Al respecto mostramos que la na-
turaleza de las actividades que allí se desarrollan ––relacionadas con la pre-
servación de la vida humana y el cuidado de personas en situación de enfer-
medad–– expone a los trabajadores a condiciones muy particulares. En este
sentido, deben movilizar no solo funciones físicas, sino, sobre todo, poner en
juego capacidades mentales, emocionales y psíquicas de primera importan-
cia. El sufrimiento, el dolor e incluso la muerte son aspectos recurrentes en
su proceso de trabajo y, por eso, las exigencias emocionales suelen alcanzar
un nivel altísimo para estos trabajadores, con los consecuentes problemas de
salud que ello puede generarles.
Este fenómeno detectado en la clínica privada también puede ser vin-
culado con tendencias más generales, propias del régimen de acumulación
vigente, en el que la dimensión emocional de los trabajadores juega un papel
significativo en la creación y acumulación de valor. En todos los ámbitos,
pero en particular en el sector servicios, las empresas demandan cada vez más

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194 María Laura Henry

que los trabajadores brinden un compromiso íntegro, que abarca no solo el


despliegue de sus calificaciones estrictamente técnicas, sino también de una
serie de sentimientos y emociones que deben sostener para alcanzar los obje-
tivos prescriptos (satisfacción del cliente, aumento en las ventas, etcétera)11.
Así, el trabajo emocional es parte inherente de diversas actividades, ta-
les como la educación, el cuidado (de niños, ancianos), el turismo, las ventas
(presenciales y telefónicas), el cuidado de la salud, las industrias culturales y
el entretenimiento, los servicios financieros, entre otras. En todos los casos,
la eficacia productiva se alcanza por medio de una actuación específica, de
dramatizaciones estandarizadas en la interacción con el cliente, de la capa-
cidad para generarle emociones positivas y una experiencia de consumo sa-
tisfactoria. Asimismo, y con cierta frecuencia, la eficacia productiva implica
atemperar el enojo del cliente, responder sus dudas, recomponer su confianza
y obturar demandas que perjudiquen a la empresa.
Como decíamos antes, lo alarmante es que tanto los procesos de in-
tensificación como las exigencias emocionales, así como sus implicaciones
para la salud de los trabajadores, permanecen en gran medida invisibilizados
y no son reconocidos como fenómenos problemáticos por los empleadores
(a veces tampoco por los propios trabajadores). Pero ambos derivan de las
exigencias que plantean los procesos de trabajo actuales y las metas de pro-
ductividad que fijan las organizaciones.
Asimismo, son cuestiones que suelen relegarse al ámbito individual, ne-
gando la dimensión colectiva de estos problemas que afectan cada vez más
a los trabajadores y que comienzan a ser transversales a distintas actividades
productivas. En este sentido, es importante considerarlos como síntomas de
procesos más amplios, que también deben ser incluidos en el análisis para
comprenderlos en su totalidad. Para ello es necesario que los estudios sobre
riesgos laborales progresivamente amplíen su foco, sofistiquen sus herra-
mientas de análisis y en sus argumentos incluyan toda la serie de mediacio-
nes que conectan los problemas de salud específicos de los trabajadores con
aquellos procesos sociales y económicos más amplios de su tiempo.

11 Para controlar y verificar que estas capacidades emocionales son efectivamente desplegadas
por los trabajadores, las empresas suelen recurrir a encuestas donde los clientes evalúan el
trabajo o servicio recibido, donde opinan sobre el desempeño del trabajador y sobre el trato
recibido. En otros casos, se suelen grabar las interacciones, como sucede en los call centers
(centros de atención telefónica), para que los supervisores puedan evaluar de primera mano
cómo se comportan los trabajadores con los clientes.

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Salud laboral en el escenario productivo actual 195

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Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 171-196.
Reseña bibliográfica

Cincuenta años de Sociología


Política. Uruguay y América Latina.
Antología Esencial
Gerónimo de Sierra

Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales


(CLACSO), Colección Antologías del Pensamiento
Social Latinoamericano y Caribeño, Buenos Aires,
Argentina, 2017.
868 pp. ISBN 978-987-722-263-0

Marcos An
tonio da Silva1

El carácter colonial y dependiente de la inserción de América Latina en la


modernidad se ha reflejado en todo el desarrollo posterior de la región y
ha alcanzado a todos los países y a los más diversos campos de actuación e
interacción social. Este carácter afecta la comprensión de la diversidad y es-
pecificidad de cada nación, impacta en los procesos de integración regional,
dificultando su profundización, e influye en el desarrollo y el intercambio
cultural e intelectual, subordinando el trabajo académico y la construcción y
el reconocimiento del pensamiento social latinoamericano.
En este sentido, la construcción de las ciencias sociales latinoamerica-
nas se fundamentó, en general, en la centralidad intelectual de los países del
norte, debido, en parte, a la presencia mayoritaria de pensadores europeos y
estadounidenses, que varía su intensidad según los países y las diversas disci-
plinas, pero, sobre todo, por la incorporación acrítica de visiones, conceptos
y escuelas con frecuencia descolgados de nuestra realidad. De esta forma, in-
cluso en el área del pensamiento social, la producción crítica latinoamericana

1 Profesor de la carrera de Ciencias Sociales y del Programa de Posgrado en Sociología de


la Universidad Federal de Grande Dourados (UFGD). Doctor en Estudios de la Integración
Latinoamericana (PROLAM/USP). Miembro del Laboratorio Interdisciplinar de Estudios
sobre América Latina (LIAL).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 197-200.
198 Reseña bibliográfica

sigue marginada y desconocida, con raras excepciones, y la elaboración, las


temáticas y las concepciones desarrolladas por intelectuales latinoamerica-
nos pueden ser señaladas como un vasto campo a ser explorado y divulgado.
En este marco, la obra reseñada es un paso fundamental, y muy estimu-
lante, para el reconocimiento de la producción latinoamericana reciente y la
comprobación de la estatura e importancia de la producción del sociólogo
uruguayo Gerónimo de Sierra para la comprensión de las sociedades lati-
noamericanas, en especial las de Uruguay y el Cono Sur. Además, es impor-
tante destacar que Gerónimo posee vínculos académicos con los países de
la región, ha actuado y trabajado, desde los tiempos de exilio, en diversos
centros e instituciones y recientemente fue vicerrector de la Universidad de
la Integración Latinoamericana (UNILA) en Brasil.
La obra es parte integrante de la serie Trayectorias de la colección Anto-
logías del Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño, publicada por el
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), y se inserta en la
dinámica de la colección, al presentar, de antemano, dos características que
los autores incluidos en ella comparten: por un lado, demuestra unidad entre
sus temáticas y reflexiones y la dinámica social y política de su país y región,
y, por otro, produce un pensamiento que busca estar al servicio de la trans-
formación social y de la construcción de sociedades más justas y solidarias.
Como el título lo indica, el trabajo está estructurado en dos ejes que es-
tán interrelacionados y asociados: el análisis de la dinámica política y social
de Uruguay, desde la segunda mitad del siglo XX, y, a continuación, de for-
ma complementaria, el análisis de América Latina, que incorpora temáticas
más recientes, asociadas sobre todo a la integración regional, a la política
comparada y al desarrollo de la sociología.
En este sentido, el primer eje, de análisis de la dinámica política y social
de Uruguay, está compuesto por cuatro partes que reúnen una importante
cantidad de trabajos. En la primera parte, “El Uruguay batllista y su crisis”,
se reúnen textos sobre la estructura social y política del país que discuten su
historia reciente y consideran en especial la consolidación y la crisis de la
democracia, derrocada por la dictadura militar. El análisis se realiza a partir
de las nociones de “capitalismo democrático” y “populismo democrático”.
La segunda parte, titulada “Ascenso y consolidación de la dictadura
cívico-militar”, analiza los elementos que permitieron el avance de la última
dictadura militar uruguaya y discute su especificidad a través de la demos-
tración del agotamiento del capitalismo democrático en el país, para, a con-
tinuación, considerar la dinámica de la dictadura en la década del ochenta.
La tercera parte, denominada “La transición democrática: política y Es-
tado”, observa el complejo proceso de transición política del país y la región,

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 197-200.
Reseña bibliográfica 199

y considera los desafíos de la redemocratización del Estado y la sociedad,


así como las distintas posiciones y grupos políticos activos en el período, y,
luego, reflexiona sobre los impactos del pensamiento neoliberal y su visión
elitista y tecnocrática en la reconstrucción del país.
La cuarta y última parte, titulada “Los procesos electorales y su contex-
to socioeconómico”, reúne trabajos que versan sobre los recientes cambios
políticos en el sistema político y de partidos de Uruguay, vinculados con
la ascensión del Frente Amplio como principal fuerza de centroizquierda y,
luego, como fuerza electoral mayoritaria, así como con los desafíos para su
consolidación y actuación como frente de representación de distintos grupos.
El segundo eje de esta antología se fundamenta, en interacción con la
dinámica uruguaya, en el desarrollo de temáticas relacionadas con América
Latina y está compuesto por tres partes. La primera, denominada “América
Latina: países y procesos”, analiza, como ya fue indicado, tanto procesos
generales referentes a la región en las últimas décadas (como las pausas de
la redemocratización, los efectos del neoliberalismo, la crisis del desarrollo
y la emergencia de una nueva visión sobre la integración regional, tema que
será fundamental más adelante) como la realidad social y política de países
específicos (Cuba, México y Brasil, entre otros).
La segunda parte, titulada “Integración regional”, presenta trabajos que
discuten la dinámica y los desafíos del proceso de integración regional, temá-
tica que adquirió importancia creciente en la obra del autor y que involucra la
consideración de la inserción en la región de Uruguay y sus fuerzas políticas,
de la que es ejemplo el reciente proceso de integración, ampliación y forta-
lecimiento institucional y político del Mercosur, combinado con el ciclo de
“gobiernos progresistas” en Uruguay, Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela
y, hasta cierto momento, Paraguay. Se considera como una pérdida analítica
la ausencia, por razones relacionadas con los plazos para la publicación, de
un análisis más reciente que incluye la dinámica política y el ascenso de
nuevas fuerzas, desmovilizadoras del proceso de integración regional, prin-
cipalmente en Brasil y Argentina.
La última parte, denominada “Las ciencias sociales en Uruguay y Amé-
rica Latina”, analiza el desarrollo de las ciencias sociales, con énfasis en la
sociología, en Uruguay y América Latina. Para ello, considera su impulso
inicial y su desarrollo académico y discute las temáticas que marcaron su
consolidación (desarrollo, modernización, regímenes autoritarios, globaliza-
ción, entre otras). Además, cuestiona el tardío proceso de profesionalización
de esta ciencia en nuestras sociedades y muestra cómo este ha afectado la
actuación de los sociólogos y su relevancia, al estar sometidos a los desafíos
del poder creciente de los mercados, incluso en la academia.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 197-200.
200 Reseña bibliográfica

Se destacan en la obra otros elementos, además de los ya mencionados.


Como lo demuestran los textos, al destacar las asimetrías entre los países y
la dinámica política y social de las pequeñas naciones, el autor logra captar
con acierto la dicotomía entre unidad y diversidad que caracteriza a América
Latina.
Además, los trabajos están marcados por la convergencia fructífera de
una perspectiva interdisciplinaria, con énfasis en la sociología política, y la
utilización de múltiples enfoques metodológicos, lo que enriquece y amplía
el alcance analítico. Por último, vale mencionar que la obra pone de relieve la
contribución de Gerónimo al área de los estudios comparados, en tanto pro-
duce un abordaje que logra combinar lo global y lo regional, lo regional y lo
local y un análisis multidimensional de la coyuntura para comprender las so-
ciedades latinoamericanas, derivado de su diálogo y actuación en institucio-
nes como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL),
la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), el Foro Universitario
del Mercosur (FOMERCO) y CLACSO, entre otras.
Esta obra nos permite acercarnos a la condición humana de Gerónimo,
marcada por la humildad, la generosidad y el compromiso intelectual y so-
cial, al mismo tiempo que hace evidentes su importancia y estatura intelec-
tuales, selladas por la combinación de profundidad teórica y compromiso
social, como lo destaca Alberto Riella en el prólogo de la antología, al men-
cionar que:
“En síntesis, su larga trayectoria y su destacada actividad académica lo con-
vierten hoy en una de las figuras más notorias de los estudios latinoame-
ricanos. La compilación de su obra será, sin duda, un gran legado para el
pensamiento del continente, y servirá de inspiración para que los actuales
y futuros pensadores exploren nuevas reflexiones sobre los grandes proble-
mas de América Latina.” (Alberto Riella, 2017, p. 15).
Por todo lo anterior, es posible afirmar que la obra reseñada, al igual que
toda la colección de CLACSO al presentar trayectorias fundamentales del
pensamiento latinoamericano contemporáneo, se vuelve fundamental para
el conocimiento en América Latina de los problemas recurrentes y seculares
que afectan a la región (desigualdad, dominación, estancamiento, olvidos,
subdesarrollo, entre otros) y para la construcción de alternativas que promue-
van los derechos efectivos, el respeto a las culturas y pueblos originarios, el
desarrollo económico y social, la democracia participativa e inclusiva y la
justicia social. ¡Buena lectura!

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019, pp. 197-200.
Normas editoriales para la presentación de artículos
originales para la Revista de Ciencias Sociales

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jo se encuentra dentro de la temática de la realizadas en el artículo. Posteriormente,
Revista y si cumple con las normas edi- los árbitros confirmarán que sus observa-
toriales. En caso de ser aceptado, el autor ciones y sugerencias han sido contempla-
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el artículo se envía, para su evaluación, al
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luación por árbitros externos, en el caso
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tor ignora la identidad de los árbitros, de
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mediante un formulario con diversos ítems La primera página del texto deberá incluir
(propósito del artículo, análisis y discusión el título del artículo en español e inglés y
teórica, metodología, lenguaje, conclusio- el/los nombre/s de el/los autor/es, con una
nes, bibliografía, etcétera) y un juicio final nota al pie con una reseña de cada uno de
según las siguientes posibilidades: ellos, que indique titulación, cargo docen-

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202 Normas para los autores

te, institución, país de referencia y direc- se incluyan en el texto serán presentados


ción electrónica. en tonos de grises. Eventualmente, se po-
El texto deberá tener una extensión drán utilizar en los gráficos estilos como
total máxima de 50.000 caracteres con es- rayados o punteados. Los cuadros y las
pacios. gráficas deben entregarse en formato edi-
table (Word o Excel) sin incrustar.
El artículo deberá incluir un resumen
en español e inglés, de un máximo de 800 Los cuadros o gráficas deberán ir nu-
caracteres con espacios, y hasta cinco pa- merados correlativamente con números
labras clave, en los dos idiomas. En el caso arábigos antes del título, como por ejem-
del resumen en inglés, al inicio se debe plo: Cuadro 1. Tasas de escolarización por
incluir el título del artículo en ese idioma. edades y nivel de ingresos per cápita de los
hogares. Año 2006.

Títulos En cada cuadro, gráfica o ilustración


deberá indicarse la fuente, como por ejem-
Extensión máxima medida en caracteres plo: Fuente: Instituto Nacional de Esta-
con espacios: dística. Encuesta Continua de Hogares,
n
Título principal: 50. setiembre 2007.
n
Título secundario: 45. En el caso de que el texto incluya ma-
pas, estos deberán contener solamente los
n
Subtítulos: 60.
elementos imprescindibles y evitar aque-
Se recomienda incluir un subtítulo llos que estén excesivamente recargados
cada 4.000 caracteres, aproximadamente. de dibujo o de texto. Siempre se deberá
indicar la fuente.
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El uso de itálicas se reservará para desta- nes y mapas sean entregados en formatos
car aquellos conceptos o ideas-fuerza que de alta calidad (JPG con alta resolución),
el autor quiera resaltar. En ningún caso en archivos por separado, de lo contrario,
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Las citas y referencias bibliográficas de-
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berán regirse por el sistema de referencias
que aparecen en el texto.
Harvard (ver < https://libweb.anglia.ac.uk/
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Las citas se indicarán en el texto o al
Se deben usar cifras seguidas del símbo- final del párrafo correspondiente, de la si-
lo de porcentaje (%) para indicar un valor guiente forma: entre paréntesis, con apelli-
porcentual, excepto cuando este se encuen- do del autor, año de la edición, y página/s
tre al principio de una frase. En tal caso, citada/s, si corresponde. Por ejemplo:
hay que escribirlo en letras (por ejemplo, (Touraine, 1980, p. 250).
Treinta y cinco por ciento…).
Las citas textuales deben figurar entre
comillas y no se utilizará negrita ni itálica
Cuadros, gráficas e imágenes para resaltarlas.
Dado que el interior de las publicaciones Cuando se trate de una obra de dos o
se imprime en blanco y negro, todos los tres autores, debe nombrarse a todos en el
cuadros, gráficas, mapas e imágenes que texto. Por ejemplo: (Caetano, Gallardo y

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 44, enero-junio 2019.
Normas para los autores 203

Rilla, 1995). En el caso de que se cite a Referencia a un capítulo:


cuatro o más autores, se incluirá el apelli- Caetano, G. (1991). Notas para una
do del primero seguido por “et al.”. Ej.: revisión histórica sobre la “cuestión nacio-
(Gambina, et al., 2002, p. 119). nal” en el Uruguay. En: H. Achugar (1991).
Siempre que en una cita se omita parte Cultura(s) y nación en el Uruguay de fin de
del texto, se escribirán puntos suspensivos siglo. Montevideo: Fesur, pp. 17-45.
entre corchetes, de la siguiente manera:
[…]. Del mismo modo, cualquier aclara-
ción que no pertenezca al texto citado se Referencia a un artículo de revista:
escribirá entre corchetes. Quinteros, A.M. (2008). Trabajo so-
Cuando, sin citar textualmente a un cial, familias y dilemas éticos. Trabajo So-
autor, se resume con palabras propias par- cial: Revista Regional de Trabajo Social,
te de su obra, deberá indicarse el apellido 44(22), pp. 52-62.
del autor, seguido del año de la obra entre Cuando el libro, artículo o capítulo
paréntesis. Por ejemplo: “Junto con el pro- tenga múltiples autores, se debe mencionar
ceso de globalización, se comenzó a gestar a todos ellos en el orden en el que figuren
lo que Castells (2000) denominó Sociedad en la publicación.
de la Información y el Conocimiento…”.
Cuando se citen varios autores, se in-
Para los recursos tomados de la Web:
dicarán todos los datos que correspondan.
Por ejemplo: (Touraine, 1980; Delgado, Citar los datos según se trate de un li-
1982). De igual forma se procederá cuan- bro, un artículo de libro, una revista o un
do se citen varias obras de un mismo autor. artículo de diario o periódico. Incluir la
Por ejemplo: (Touraine, 1980, 1989). fecha en que se accedió al sitio web, así
como la dirección electrónica o URL entre
Notas al pie de página: no se usarán
corchetes angulares < >. Por ejemplo:
para referencias bibliográficas sino solo
para aclaraciones terminológicas. Las no- PNUD Informe sobre desarrollo hu-
tas al pie deben ir exclusivamente al pie mano [en línea]. Disponible en: <http://
de cada página, no como notas al final del hdr.undp.org/es/> [acceso 15/2/2011].
documento.
Otras consideraciones
Lista de referencias bibliográficas Los plazos máximos de entrega se dan a
En la lista de referencias bibliográficas se conocer cuando se realizan los llamados
deben incluir los datos de todas las obras para la presentación de propuestas de dos-
y autores citados en el artículo, incluso si sier o artículos temáticos.
las citas no son textuales. Las referencias Los autores deberán consignar la insti-
deben presentarse en orden alfabético tución y país de referencia. Recibirán dos
por autor y respetar la secuencia de los ejemplares de la revista con su artículo.
datos, tal como figura en los siguientes
ejemplos:
Comité Editorial
Referencia a un libro: Revista de Ciencias Sociales
Departamento de Sociología
Bourdieu, P. (2002). El oficio de soció- Facultad de Ciencias Sociales
logo. Buenos Aires: Siglo XXI. Universidad de la República

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