generaciónprivilegia20221
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Autor:
El Guajiro Intelectual
Llegar a viejo siempre es lamentable, aunque es preferible haber llegado, con una
buena calidad de vida, a no haberlo hecho.
Se nos ha dicho que el “Diablo sabe más por viejo, que por Diablo”. Nada más falso
que ese refrán tan viejo y tonto: el Diablo sabe más porque es muy inteligente y culto. Y
la vida me da la razón en esto, cuando me encuentro con tantos viejos idiotones –
algunos más jóvenes que yo- que no fueron capaces de aprender nada en su vida y
hoy de lo único que pueden hablar y pensar es de lo que vino o no vino a la bodega y lo
único que pueden hacer malamente es una cola.
Los hoy viejos que nacimos alrededor del 1950, años más o años menos,
pertenecemos a una generación privilegiada, que tuvimos la oportunidad de haber
vivido y haber disfrutado de sucesos y situaciones maravillosas y terribles, que nos han
marcado para toda la vida. Veamos algunas.
En el ámbito musical, los viejos del 50 que vivimos en Cuba, pudimos disfrutar de la
década prodigiosa de la música cubana, en la que nuestro país dio al mundo el
mambo, el chachachá, los bolerones de victrola, los sones con la onda de la Sonora
Matancera (precursores de la Salsa neoyorquina), los Matamoros y Arsenio Rodríguez.
Los viejos del 50 pudimos ver a Pérez Prado, a Jorrín, a Benny Moré, a Ernesto
Lecuona, a Olga Guillot, a Celia Cruz, a Rolando Lasserie, a Roberto Faz, a Tito
Gómez, a Fajardo y sus Estrellas, a la Aragón y a una extraordinaria pléyade de
cantantes y músicos que movieron al mundo (¡Cuba, tan chiquita y tan influyente!).
En justa retribución a esa calidad y creatividad musical, los bailadores y melómanos de
mi generación crearon el Casino, el baile en parejas y colectivo más hermoso de todos,
el cual lleva más de 70 años de permanencia en el mundo y no tiene planes de pasar
de moda. Claro, internacionalmente le cambiaron el nombre y le llaman Salsa (aclaro
que yo era malísimo bailando casino).
Pero también vimos llegar el rock and roll de la mano y las caderas de Elvis Presley.
Recuerdo haber visto su película “Prisionero del Rock” (“Jail house rock”) en el cine de
Bejucal, mi pueblo y haberme quedado “con la boca abierta” al ver a adolescentes y
jóvenes como yo bailar ese ritmo loco (Todavía faltaban unos años para que lo
prohibieran).
Pudimos ver bailar a Alicia Alonso, en vivo en el teatro o en la TV y cantar a Bola de
Nieve, entre muchas otras leyendas.
Disfrutamos del placer de llegar con diez centavos a la bodega de Chacho o la de Iván,
pedir una Coca Cola fría (Las hacían en Santa Catalina) y con el otro medio echarlo en
la democrática victrola (Más de 20 mil en Cuba) y poner a Paul Anka o a los Chavales
de España (la libertad de elegir la música se perdió: hoy tienes que oír los traps o los
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reguetones que pone el dueño del timbiriche). Pero si no teníamos los diez quilos, pues
no importaba: nos tomábamos una limonada (¡Sí, aunque no lo crean, “limonada” de
limón natural!) con azúcar prieta y hielo y poníamos el radio. Y tan felices.
Después vinieron años grises, hasta que al final de los 60 apareció la Orquesta Cubana
de Música Moderna, con los arreglos prodigiosos de Armando Romeu. ¿Se acuerdan
del temazo aquel: “Pastilla de menta”? De esa orquesta salieron Chucho Valdés, Arturo
Sandoval y Paquito D´Rivera, que juntos tienen mas Grammys que la inmensa mayoría
de los países del mundo. Y de esa orquesta salió Irakere y nos puso a bailar con el
“Bacalao con Pan” (Se aclara a los que no entiendan, sobre todo jóvenes, que el
bacalao es un pescado). Y los que nos volvíamos locos por los Irakere, nos
arrebatamos después con Van Van, la orquesta que organizó Juan Formell y que fue lo
único que quedó que valía la pena, de la gran zafra que nos iba a proyectar hacia el
cenit de la producción azucarera en el mundo y que no fue.
Y mientras todo eso pasaba, mi generación cincuentera (Que no “cincuentona”) fue
testigo también de la llegada de los Beatles, de los Rolling Stones y de un montón más
de grupos de rock americanos e ingleses. Pero llegaron calladitos, agachados,
escondiéndose; porque estaban prohibidos. ¡Sí, prohibidos! Si tenías la suerte de que
te regalaran o prestaran un disco de alguno de ellos, y además tenías un tocadiscos en
tu casa, pues podías escuchar aquella música que estaba produciendo una revolución
en el mundo. No se podía poner muy alto, porque podías ir preso y perder el disco,
pero bajito sí podías descubrir ese nuevo universo musical que se abría.
Y tras los Beatles llegaron Santana, Chicago, Sangre, Sudor y Lágrimas y un montón
más. En los ochenta se apareció Rubén Blades y un poco más tarde Juan Luis Guerra.
La música nunca más fue igual.
Claro, que hubo cincuenteros que ni se enteraron de nada de eso. Pero esa sería otra
historia y muy triste para ellos.
Además de la música, en el ámbito social pasaron muchas cosas importantes. Por
ejemplo, llegó la televisión a Cuba (Benny Moré le cantó un tema dedicado a la TV).
Los cincuenteros tuvimos el privilegio de ver a personalidades como Consuelito Vidal,
Félix B. Caignet, Germán Pinelli y Cepero Brito (Lo recuerdo en el bar de La Roca,
bebiendo cerveza y ron con el Chino de los Zafiros y con Chucho Herrera).
En los 50s, se generalizó el refrigerador, los ventiladores y otros electrodomésticos.
Hoy las personas nacen con un TV a colores en su casa y es algo normal, pero hay
que imaginarse estar entre los primeros seres humanos que pudieron ver una
transmisión de imágenes en un aparatico en la sala de su casa. ¡Increíble!
El cine se revolucionó con el cinemascope y el technicolor. Los que vimos Ben Hur u
Horizontes de Grandeza no lo olvidamos. Era la época en que ir al cine era un gran
paseo.
La tecnología también resultó impactante, por sus cambios revolucionarios. Llegaron
los pioneros aviones de propulsión a chorro (Recuerdo haber visto uno de los primeros
IL 62 en el aeropuerto de Boyeros desde la ventanilla de una guagua 76).
Escuchamos del primer satélite artificial (1957) y de los primeros cosmonautas hasta
que sucedió algo increíble: ¡El ser humano llegó a la Luna! En 1969 Armstrong, Aldrin
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y Collins, a bordo del Apolo 11 llegaron a la Luna y pasearon por ella. Tras de ellos
otros astronautas americanos caminaron por la Luna, y hasta llevaron un carrito y
manejaron por allí y dejaron instrumentos científicos, algunos de los cuales creo que
todavía funcionan. Hasta ese momento los seres humanos que viajaban al espacio
eran “cosmonautas”, pero desde entonces pasaron a ser “astronautas”. ¡Del carajo! Si
nos ponemos a pensar, fue la gesta humana y científica más grande que haya
realizado la humanidad, incluso más grande que la de Colón. Y los cincuenteros fuimos
testigos de ello. Bueno, algunos, pues otros ni se enteraron.
Recuerdo estar oyendo la descripción de lo que pasaba en la Luna con un radiecito de
onda media, pues en Cuba no lo dieron por TV. El corazón me latía tan fuerte que se
me quería salir. Cada vez que el Apolo se metía en la cara oculta de la Luna y se
interrumpía la transmisión, nos quedábamos nerviosos, esperando que horas más
tarde volviesen a aparecer. Y siempre lo lograron.
Da gracia, y también algo de tristeza, ver como algunos zurdos, por estupidez, por
ignorancia o por mala intención, niegan que esos viajes puedan haberse realizado. Esa
posición es muy tonta, pues ¡ni los enemigos jurados de los americanos, los soviéticos,
negaron eso!
Esta generación privilegiada fue testigo también del surgimiento de la informática.
Pocos sabíamos que desde 1958 en Cuba existía una computadora, la IBM RAMAC
(quizás ni 10 países en el mundo poseían una en ese entonces). En el 70 o 71
instalaron en la Universidad de La Habana una Elliot 803-B, inglesa, y algunos
comenzamos a estudiar para utilizarla. Aparecieron las CID 201-A, con sus 4 k
palabras de memoria, y su infernal cinta de papel. Se compraron las IRIS 50 y las IRIS
10. Algunos estudiamos FORTRAN y COBOL, además de LEAL. Aparecieron las CID
201-B y las primeras máquinas soviéticas. ¡Y muchos de nosotros aprendiendo a
programar sobre la marcha! Detrás de los Katrib, los Luciano y las Lucinda; iban los
Gaby Zerquera, los Pepe Bidot, los Chacho, y los Tato Ibáñez. Eran como los Cristóbal
Colón de la tecnología en Cuba. Hoy a la mayoría nadie los recuerda, pero fueron los
precursores, los iniciadores criollos de esta maravilla que compartimos todos hoy con
nuestros laptops y nuestros teléfonos inteligentes.
¿Se acuerdan de la colección de literatura universal “Huracán”? Libros baratos, de
papel gaceta o parecido, pero que publicaban lo más grande de la literatura mundial:
Víctor Hugo, Hemingway, García Márquez, Balzac… Recuerdo las colas para comprar
libros en L y 27. Hoy, paradojas de la vida, en los únicos lugares de Cuba donde no se
hace cola es en las librerías, las cuales se mueren de aburrimiento y de tristeza, pues
nadie abre sus puertas para quitarle el polvo a los libros y llevarse alguno. ¿Se perdió
la lectura como práctica humana? Por lo que parece sí. Mi generación cincuentera leía
mucho y variado, pero en la actualidad no hay premio Nobel de literatura que pueda
competir contra Facebook o contra TikTok.
Mi generación ha vivido toda la Revolución cubana y muchos con muy buena
memoria, lo recordamos todo. El Triunfo, los años de la Planificación, de la
Organización, de la Lucha contra el Burocratismo, de los Diez Millones, etc., etc., etc.
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Vivimos la eliminación de la contabilidad por partida doble y las relaciones monetario-
mercantiles porque eran actividades capitalistas y la reimplantación de la contabilidad
por partida doble y las relaciones monetario-mercantiles porque eran actividades a
utilizar en el socialismo.
Estábamos presentes cuando la ofensiva revolucionaria y la eliminación total de la
empresa privada, incluso la personal; y por supuesto, vimos el resurgimiento de la
empresa privada, la microempresa y los cuentapropistas, porque eran necesarias en el
modelo del socialismo cubano.
Nos integramos a la Zafra de los Diez Millones, los cuales de que iban, iban; pero no
fueron. Fuimos testigos de las tiendas del oro y la plata (¡Cuántas toneladas de oro,
plata y brillantes se recaudaron! ¿A cuánto habrán ascendido en el mercado mundial?),
de las tiendas de millonarios, de las tiendas para extranjeros, de las shoppings, y más
recientemente de las tiendas en MLC. Vimos el resurgimiento de los mercados libres
campesinos y de los “bandidos de rio frio” (hoy sabemos que eran “niñitos de teta”).
Participamos o recordamos las etapas de los trabajos voluntarios de los domingos, de
la “creación de riqueza con conciencia y no conciencia con riqueza”, de los
“campamentos de nuevo tipo”, de la “rectificación de errores y eliminación de
tendencias negativas”, de los túneles, de la carne rusa, del “período especial”, de la
eliminación de la circulación del dólar y de la reimplantación de la circulación del dólar,
de la implantación del CUC (Muchos, probablemente la inmensa mayoría, nunca
supimos que coño quiere decir “CUC”) y de la eliminación del CUC, del diseño del
nuevo modelo económico social cubano y del reordenamiento económico.
Los cincuenteros vimos matar miles de cerdos por la fiebre porcina, a otros nos dio el
dengue y muchos se quedaron jodidos y medio jorobados con la neuritis óptica; para
desembocar ahora en otro virus chino: la COVID 19.
La generación cincuentera ha vivido estos más de 60 años de escaseces y de colas.
Probablemente muchos no saben que el primer producto alimenticio que se acabó en
Cuba fue la manteca de cerdo que venía de Estados Unidos (Se dice que fue la
primera manifestación de bloqueo y de agresión, aunque los americanos dicen que
sencillamente no mandaban manteca porque no le pagaban). La primera cola que hice
fue por pan y después recuerdo otra muy alevosa para comprar dos pares de medias.
La vida me dijo más tarde que esas no eran colas, simplemente “colitas pequeñas”.
Esta generación de personas con alrededor de 70 años ha vivido en un mundo donde
no ha habido ni un minuto de paz. Guerras, guerras, guerras por todas partes. En
Angola, en Etiopía, entre Irak e Irán, en el Medio Oriente, en Vietnam, y en un montón
de lugares. Y ahora en Ucrania, a la cual Putin invade para evitar que Ucrania con la
OTAN lo invada. ¡Qué previsor Putin!
Supimos de guerras muy ilógicas y de las cuales ya nadie habla en Cuba y muchos
ni siquiera saben que ocurrieron: la invasión de la República Popular de China a su
hermana Vietnam, la invasión de Vietnam a su hermana la República Popular de
Cambodia, para sacar del poder a Pol Pot y su camarilla de “kmeres rojos”,
probablemente los asesinos más grandes de la segunda mitad del siglo XX y la entrada
mutua de cañonazos entre los dos países comunistas más grandes y ejemplificantes,
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las hermanas China y la URSS. ¡Qué cosas tiene la vida, la hermandad socialista y el
internacionalismo proletario!
Pero la guerra que impactó más a nuestra generación de setentones fue la Guerra
Fría, que estuvo a punto de ponerse caliente, caliente, ¡hirviendo!; con la Crisis de
Octubre o Crisis de los Misiles.
Realmente estábamos muy pequeños (Teníamos 8, 10 o 12 años) y no entendíamos
mucho. Sabíamos que algo pasaba, que muchas personas se vestían de milicianos y
andaban con armas, como las metralletas checas y los fusiles FAL belgas. Pero los
niños hacíamos lo de siempre: Jugar y divertirnos.
Sólo cuando el tiempo pasó y crecimos, algunos de los cincuenteros buscamos
información y nos enteramos de todo. En especial hay un libro del teniente coronel de
las fuerzas armadas cubanas, Rubén G. Jiménez Gómez que da todos los detalles del
peligro que corrimos (Octubre de 1962. La mayor crisis de la era nuclear. Editorial de
Ciencias sociales. 2003).
Los cincuenteros que vivíamos en los poblados de Bejucal, Santiago de las Vegas y
quizás Managua y algún otro más cercano; estábamos realmente sentados sobre un
polvorín nuclear. Algunas de las bombas atómicas estaban almacenadas en túneles
que se habían hecho en las lomas cercanas a esos pueblecitos; en particular en la
llamada “Ciudad de los niños” (ver la página 186 del libro de Jiménez), la cual quedaba
a menos de un kilómetro de mi casa, a más o menos 500 metros de la de Manolito y a
quizás 200 metros de la de Velete y Llillo, todos amigos míos y compañeros de juegos.
¡Bombas atómicas a 200 metros de donde vivían niños!
Sí los americanos hubiesen decidido atacarnos, en 1962, cuando las bombas no tenían
mecanismos tan certeros como ahora, hubieran regado una lluvia de bombas por
Bejucal y por Santiago de las Vegas y probablemente yo no estuviera escribiendo esto.
Los cincuenteros tuvimos el privilegio de vivir la crisis final del capitalismo, tal y como
se nos explicaba en las aulas y se podía leer prácticamente todos los días en las
páginas de los periódicos. Pero la realidad, a veces tan terca, no coincidió con la teoría
y lo que se desmerengó (palabra acuñada por Fidel Castro) fue el campo socialista.
Los que hoy estamos alrededor de los 70 años vimos pelear a Stevenson, pero no a
Mantequilla Nápoles, vimos correr a Juantorena y lanzar la jabalina a María Caridad
Colón. Vimos saltar a Sotomayor y a Pedroso. ¡Maravillosos todos! Algunos pudimos
ver a Robert Fischer cuando la Olimpiada de ajedrez (Yo estaba entre ellos: estudiaba
a media cuadra del Habana Libre) y más recientemente vimos a Pele en el estadio de
la Tropical. ¡Y cuando íbamos a ver correr a Fangio en el gran premio de La Habana de
fórmula 1, lo secuestraron!
Nosotros los cincuenteros fuimos de Pedro Chávez o de Urbano González, de
Marquetti o de Omar Linares, de Hurtado o de Alarcón; pero no pudimos ser ni de Tony
Oliva, ni de Willy Miranda, ni de Camilo Pascual, ni de Palmeiro, ni de Canseco, ni de
Luis Tiant; porque no los pudimos ver. Y ahora… bueno, ¡ahora es otra cosa!
Los que nacimos alrededor del cincuenta supimos de los informe científicos publicados
en los periódicos, que nos explicaban que el petróleo se agotaría en los 80. Vamos por
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el 2022 y ojalá que los científicos, que se equivocaron con el petróleo, no se
equivoquen también con el cambio climático.
Probablemente nuestra generación fue la primera que vio cómo se quiso “matar” a
Dios en las aulas. Doctos profesores dictaban doctas clases basados en los doctos
libros de Konstantinov y Afanasiev que exponían sus doctas teorías que demostraban
que Dios no existía. Se quería hacer lo mismo, aunque más inteligentemente, que lo
que hizo Lunacharski, el Comisario de Instrucción Pública cuando Lenin y después
Stalin en la antigua URSS, que llevó un pelotón de fusilamiento a la Plaza Roja de
Moscú (antes de la revolución bolchevique se llamaba “la Plaza Bonita”), les ordenó
apuntar al cielo y disparar, para “matar a Dios”. No pudieron, claro. Los rusos siguen
siendo muy religiosos. Obstinados que son los bolos.
Nosotros los cubanitos, tan rumberos y congueros, hicimos lo que teníamos que hacer:
pusimos caras de estúpidos, aprobamos los exámenes que nos pusieron en las clases
de Filosofía Marxista, y después nos cagamos en todo eso: los que quisimos seguimos
con nuestros santos, nuestros crucifijos y nuestras creencias. ¡Y pa´la p…, queridos
amiguitos!
Y Dios siguió vivo.
¡En fin, nuestra generación privilegiada vimos y vivimos todo eso y mucho más! Pero
esto ya se ha prolongado mucho y hay que terminarlo aquí.
Ojalá que a Gaby y a Manolito le guste esto y lo difundan a los que quieran.
¡Un abrazo a todos, cincuenteros y a los que no lo son!