MISTERIOS PADRE SAM ROSARIO.

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Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán.

En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado'


por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto
(cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el
comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de
los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la
cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de
quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él
continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a
la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor.
La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles
extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la
Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio
de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo
las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por
cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.
«La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El
Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para
fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano
descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los
que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que
experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a
la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el
destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el
último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la
condición escatológica del Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso,
Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión
impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros
misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo,
en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios
gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como
miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio
valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.

(Rosarium Virignis Mariae, Juan Pablo II, Cap. II, 23


Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la
Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión,
intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge
algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos.Los
misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para
penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

(Rosarium Virignis Mariae, Juan Pablo II, Cap. II, 22)


Recordemos que el Rosario es una de las oraciones más importantes para nosotros los Católicos. En el Rosario
meditamos los misterios de la vida, muerte y resurrección de Jesús; por lo tanto, el Santo Rosario es una Oración
Cristocéntrica, que al lado de nuestra Virgen María oramos. Cuando rezamos la Virgen María ora con nosotros a
Jesús, pidiendo todas esas gracias que necesitamos para vivir como verdaderos cristianos. ¡Tenemos una Madre
intercesora! Ella nos llevará a su hijo, nos llevará al camino de la fe, amor y la esperanza.

¿Dónde puedo encontrar los Misterios Gozosos? En las Sagradas Escrituras. Se rezan los lunes y sábados.
«...meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido
más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío
preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana,
recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelio, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su
contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo...». *
(Rosarium Virignis Mariae, Juan Pablo II, Cap. II, 20)
Cada vez que se reza un Ave María se entrega una rosa y por cada Rosario completo se entregan una corona de
rosas. Por lo tanto, el Rosario es la rosa de todas las devociones. El ofrecer una rosa no es sólo el regalo material
de algo bello, sino un símbolo de delicadeza, de ternura, de acogida, de amor.
Rezar el Rosario es dirigirnos a la Virgen María y con ella a Cristo Jesús.
El Rosario “es el compendio de todo el Evangelio… se trata de que aprendamos, con María, a contemplar la belleza
del rostro de Jesucristo y a experimentar la profundidad de su amor…”, Papa Pablo VI
San Juan Pablo II: y de esto se trata el Rosario, de contemplar a Cristo con los ojos y el corazón de su santísima
Madre.

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