El toque de oro 2

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El toque de oro

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Nathaniel Hawthorne

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Érase una vez un hombre muy rico, que en su cofre. Cuando venía Doradina saltando y
además era rey. Se llamaba Midas. Tenía una riendo a buscarle con un ramo de flores
hija, de la cual nadie más que yo ha oído hablar amarillas del campo en la mano, lo único que le
y cuyo nombre nunca he sabido, o mejor dicho, decía era:
he olvidado. Así es que, como me gustan los —¡Bah! ¡Bah, hijita! Si esas flores fueran de
nombres extraños para las niñas, me parece oro, como parecen, entonces sí que valdría la
bien llamarla Doradina. pena recogerlas.
Al rey Midas le gustaba el oro más que Y, sin embargo, el rey Midas, cuando era joven
cualquier otra cosa del mundo. Apreciaba su y no estaba completamente dominado por el
corona real principalmente porque estaba enfermizo deseo de riquezas, había sido muy
compuesta de tan precioso metal. Poseer oro, aficionado a las flores. Había plantado un jardín
mucho oro, era la ambición más grande del rey donde crecían las rosas más grandes y
Midas. Si algo había en la Tierra que quisiese hermosas que haya visto u olido ningún mortal.
más que el oro, era la preciosa niñita, su hija,
que jugaba alegremente junto a su trono. Pero, Las rosas seguían creciendo en el jardín, tan
cuanto más la quería, más ansia le entraba de bellas, tan grandes y tan fragantes como
adquirir, buscar y amontonar riquezas. cuando Midas solía pasarse horas enteras
Pensaba tontamente que lo mejor que podía mirándolas y gozando de su perfume. Pero
ahora, si las miraba, era solo para calcular
hacer por aquella niña a quien tanto quería era
cuánto más valdría el jardín si cada uno de los
amontonar para ella inmensas cantidades de
monedas amarillas y brillantes. Así que jamás innumerables pétalos de las rosas fuese una
pensaba en otra cosa. Si por casualidad miraba lámina de oro fino. Y, aunque también en otros
por un momento las nubes doradas que se tiempos fue muy aficionado a la música (a
forman al ponerse el sol, solo deseaba que pesar de la historia que cuenta que sus orejas
fuesen de oro verdadero para poder guardarlas se parecían a las de los burros), la única música
agradable ahora para el pobre rey Midas era el deslizara entre sus dedos el polvo de oro, o
tintineo de las monedas. miraba la imagen extraña de su cara reflejada
Por fin (porque la gente se vuelve cada día más en la bruñida circunferencia de la copa, y se
tonta, a no ser que tenga buen cuidado de decía: «¡Oh, Midas, riquísimo rey Midas, qué
hacerse cada día más y más cuerda), el rey hombre tan feliz eres!». Pero era muy gracioso
Midas llegó a ser tan poco razonable que no ver cómo la imagen de su rostro le hacía
podía ver ni tocar cosa que no fuese de oro. Y muecas desde la pulida superficie de la copa.
adoptó la costumbre de pasar gran parte del Se diría que aquella imagen comprendía cuán
día en una habitación oscura y subterránea, en necia era su conducta y se burlaba de él.
los sótanos de su palacio. Allí guardaba sus Midas decía que era un hombre feliz, pero por
riquezas. En aquel agujero feísimo, que apenas dentro sentía que no lo era del todo. No podría
podía servir de calabozo, se encerraba el rey llegar a la felicidad completa hasta que el
Midas cuando quería ser completamente feliz. mundo entero se convirtiese en un inmenso
Después de cerrar cuidadosamente la puerta, guardatesoros y estuviese lleno de amarillo
cogía un saco lleno de monedas de oro, o una metal, que fuese todo suyo.
copa de oro, grande como una palangana; o No necesito recordar a niños tan instruidos
una barra de oro pesadísima, o un celemín como vosotros que allá en los tiempos
lleno de polvo de oro, y los llevaba desde los antiguos, muy antiguos, cuando vivía el rey
rincones oscuros del cuarto hasta el único sitio Midas, pasaban cosas que en nuestros tiempos
donde caía un rayo de sol, brillante y estrecho, y en nuestro país nos parecerían maravillosas.
desde un tragaluz. Le deleitaba aquel rayo de Por otra parte, ahora suceden muchísimas
sol, únicamente porque sin su ayuda no podía cosas que no solo nos parecen maravillosas a
ver el brillo de su tesoro. Luego removía con las nosotros, sino que a las personas de los
manos las monedas del saco, o tiraba la barra a tiempos antiguos las habrían dejado ciegas de
lo alto y la recogía al caer, o hacía que se asombro. Yo, por mi parte, creo que nuestros

tiempos son mucho más extraños que los había mortal capaz de penetrar en la estancia
antiguos; pero, sea esto como sea, sigamos el donde guardaba sus tesoros, sacó en
cuento. consecuencia que el visitante era algo más que
Un día estaba Midas gozando de la un mortal. No hace falta deciros su nombre. En
contemplación de sus tesoros en el oscuro aquellos días, cuando la Tierra era
subterráneo cuando vio que una sombra caía relativamente nueva, se suponía que debían
sobre los montones de oro, y mirando de venir a visitarla de cuando en cuando seres
repente hacia arriba se encontró la figura de un dotados de poderes sobrenaturales, que solían
desconocido erguido precisamente en el interesarse por las alegrías y las penas de los
brillante y estrecho rayo de sol. Era un joven de hombres, las mujeres y los niños, medio en
cara alegre y sonrosada. Quizá porque la broma y medio en serio. Midas ya había
imaginación del rey Midas ponía un tinte tropezado antes con seres de esa índole, y no
amarillo sobre todas las cosas, o por cualquier le disgustaba encontrarse con ellos. El aspecto
otro motivo, no pudo evitar pensar que la del forastero era tan regocijado, tan amable,
sonrisa con que el desconocido lo miraba tenía casi demasiado bondadoso, que habría sido
una especie de radiación dorada. Lo seguro es poco razonable sospechar que venía con malas
que, aunque la figura interceptaba el rayo de intenciones. Era más que probable que viniese
sol, los tesoros amontonados brillaban más a hacer un favor al rey Midas. Y ¡qué favor
que nunca. Hasta los más remotos rincones del podría ser, sino aumentar sus montones de
cuarto participaban del misterioso resplandor y tesoros!
parecían iluminados cuando el desconocido El desconocido contempló toda la estancia. Y,
sonreía, como si hubiese en ellos llamas o cuando su brillante sonrisa hubo resplandecido
chispas. sobre todos los objetos de oro que allí había,
Como Midas sabía que había cerrado se volvió hacia Midas.
cuidadosamente la puerta con llave y que no
—Eres un hombre rico, amigo Midas — posible, o al parecer imposible, que se le
observó—. Me parece que no habrá en la ocurriese pedir. Así es que pensó, pensó y
Tierra otras cuatro paredes en las que se pensó, y amontonó en su imaginación
guarde tanto oro como el que tú has montañas y montañas de oro sin llegar a
conseguido amontonar aquí. figurarse una lo bastante grande para
—He hecho lo que he podido… lo que he satisfacerle por completo.
podido… —respondió Midas en tono Por último, se le ocurrió una idea luminosa. Le
descontento—. Pero, al fin y al cabo, esto no es parecía tan brillante como el esplendoroso
nada si se considera que he dedicado la vida metal que tanto amaba.
entera a reunirlo. Si pudiera vivir mil años, Levantando la cabeza, miró al desconocido a la
tendría tiempo para llegar a ser rico de veras. cara.
—¡Cómo! —exclamó el desconocido—. —Vamos, Midas —observó el visitante—; veo
¿Todavía no estás satisfecho? Midas movió la que por fin has pensado algo en que pueda
cabeza. satisfacerte por completo. Dime lo que deseas.
—¿Y con qué te contentarías? —preguntó el —Solo esto —respondió Midas—. Estoy harto
forastero—. Solo por curiosidad me gustaría de que me cueste tanto trabajo reunir mis
saberlo. tesoros y de ver que después de tanto
Midas se puso a meditar. Tuvo el cansarme aumentan tan despacio.
presentimiento de que aquel desconocido, con ¡Deseo que todo lo que toque se convierta en
su lustre dorado en la cara y su sonrisa de buen oro!
humor, había venido con poder y con intención
de satisfacer sus mayores deseos. Por La sonrisa del desconocido se hizo tan amplia
consiguiente, había llegado el feliz momento y que pareció llenar el subterráneo, como un sol
no tenía más que hablar para obtener todo lo que brillara en un sombrío y hondo valle donde
las amarillas hojas del otoño (porque esto

parecían los pedazos de oro) estuviesen La historia no dice si Midas durmió aquella
esparcidas por el suelo, reflejando su luz. noche tan bien como de costumbre. Dormido o
—¡El toque de oro! —exclamó—. despierto, su espíritu estaba probablemente en
Verdaderamente, amigo Midas, eres hombre el mismo estado que el de un niño a quien se
de imaginación. Pero ¿estás completamente ha prometido por la mañana un juguete nuevo.
seguro de que con eso te quedarás satisfecho? Apenas acababa de asomar el día por encima
de los montes y el rey ya estaba
—¡Completamente…! —dijo Midas. completamente despierto; extendió los brazos
—¿Y nunca te arrepentirás de poseer ese don? fuera de la cama y empezó a tocar cuanto se
—¿Por qué había de arrepentirme? —preguntó encontraba a su alcance. Estaba impaciente
Midas—. Es lo único que pido para ser por probar si realmente le había llegado el
completamente feliz. toque de oro, según la promesa del
desconocido. Para convencerse pasó el dedo
—Entonces, hágase como deseas —respondió
por la silla que estaba a la cabecera de la cama
el forastero moviendo la mano en señal de
y sobre otros varios objetos; pero tuvo una
despedida—. Mañana al salir el sol te
triste desilusión al ver que continuaban siendo
encontrarás dotado con el toque de oro.
de la misma sustancia que antes. Entonces
El rostro del desconocido se puso entonces temió que la visita del brillante desconocido
extraordinariamente brillante y Midas, a su hubiese sido un sueño o que, aunque hubiese
pesar, tuvo que cerrar los ojos. Al volver a venido de veras a visitarlo, solo lo hubiera
abrirlos no vio más que el único rayo de sol en hecho para reírse de él. ¡Qué cosa tan triste, si
el subterráneo, y a su alrededor el fulgor del después de tantas esperanzas el rey Midas
precioso metal que había dedicado toda su hubiese tenido que contentarse con el poco
vida a reunir. oro que pudiese juntar por medios ordinarios,
en lugar de crearlo con solo tocar las cosas!
Mientras pensaba esto, aún estaba la mañana mesa. Al primer contacto se convirtió en el
gris, con un solo rayo brillante a lo largo de una volumen más ricamente encuadernado y
nube, que Midas no alcanzaba a ver. Volvió a dorado que se haya visto nunca; pero, al pasar
echarse en la cama, muy desconsolado por la los dedos sobre las hojas, ¡ay!, se convirtieron
decepción de sus esperanzas, y se fue estas en un montón de delgadas placas de oro,
poniendo cada vez más triste, hasta que el en las cuales eran ilegibles todas las sabias
primer rayo de sol pasó a través de la ventana letras del libro. Se apresuró a vestirse y se
y vino a dorar el techo. A Midas le pareció que quedó encantado al verse con un magnífico
aquel brillante y amarillo rayo de sol se traje de tela de oro que conservaba su
reflejaba de modo extraño sobre la colcha flexibilidad y su suavidad, aunque le pesaba un
blanca de su cama. Mirando más de cerca, poco más que de costumbre. Sacó el pañuelo
¡cuál no sería su asombro y su alegría al ver que su hijita había bordado para regalárselo.
que el tejido de hilo se había transformado en También se transformó: las puntadas
otro que parecía ser del oro más puro y primorosas que había hecho la niña con tanto
brillante! ¡El toque de oro le había llegado con cuidado eran ahora de hilo de oro.
el primer rayo de sol! A pesar de todo, esta última transformación no
Midas se incorporó en una especie de gozoso dejó del todo satisfecho al rey Midas. Habría
frenesí y echó a correr por la habitación, preferido que el regalo de su hija se hubiese
tocando cuanto encontraba a su paso. Tocó conservado siempre como cuando, subida en
uno de los barrotes de la cama e sus rodillas, se lo dio con un beso.
inmediatamente se convirtió en estriado Pero no era cosa de afligirse por una pequeñez.
lingote de oro. Descorrió una cortina para ver Midas sacó sus gafas del bolsillo y se las puso
mejor todas las maravillas que estaba obrando en la nariz para ver mejor cuanto le rodeaba.
y la borla se le convirtió entre las manos en un En aquellos tiempos aún no se habían
montón de oro. Cogió un libro de encima de la inventado las gafas para el común de los

mortales, pero los reyes, sin duda, ya las escaleras y sonreía al observar cómo la
usaban; porque, si no, ¿de dónde iba a balaustrada y el pasamanos se iban
haberlas sacado Midas? Con gran asombro, convirtiendo en oro bruñido, según los tocaba.
notó que aunque los cristales eran excelentes Levantó el picaporte de la puerta —era de
no veía nada a través de ellos. Era la cosa más bronce un momento antes, pero fue de oro en
natural del mundo, porque, al tocarlos, los cuanto sus dedos lo tocaron— y salió al jardín.
transparentes cristales se habían convertido Encontró en él, como de costumbre,
en discos de amarillo metal, y por lo tanto eran muchísimas rosas: unas completamente
inútiles como lentes, aunque como oro abiertas, otras en capullo. Su fragancia en el
valiesen bastante. aire matutino era exquisita. Su color delicado
A Midas le molestó pensar que, con toda su era una de las más bellas cosas que se
riqueza, ya nunca podría conseguir un par de pudieran ver; tan amables, tan modestas, tan
lentes que le sirvieran para algo. llenas de tranquilidad parecían aquellas flores.
«Pero, al fin y al cabo, qué más da —se dijo con Pero Midas sabía el modo de hacerlas mucho
mucha filosofía—. No podemos tener un gran más preciosas, según su modo de pensar, que
beneficio que no vaya acompañado de algún ninguna otra rosa que hubiese en el mundo.
ligero inconveniente. El toque de oro bien vale Para conseguirlo se tomó la molestia de ir de
el sacrificio de un par de lentes, ya que no de rosal en rosal y ejercitó su toque de oro
los ojos. Los míos me servirán para los usos infatigablemente, hasta que todas las flores y
ordinarios de la vida, y mi hijita Doradina todos los capullos, y hasta los gusanillos que
pronto será lo suficientemente mayor para había en el corazón de algunas de ellas, se
leerme todos los libros que necesite». convirtieron en oro. Cuando estaba
terminando esta faena, llamaron al rey Midas a
El sabio rey Midas estaba tan contento de su desayunar; y, como el aire de la mañana le
buena suerte que el palacio le parecía pequeño
para contenerla. Por consiguiente, bajó las
había despertado el apetito, se apresuró a hayan visto nunca en un día de verano, y con
volver a palacio. las lágrimas que solía llorar en doce meses no
En qué consistía generalmente el desayuno de se hubiese podido llenar un dedal.
un rey en los tiempos de Midas es cosa que no Cuando Midas oyó sus sollozos, decidió
sé, y no puedo detenerme ahora a investigarlo. consolarla dándole una sorpresa agradable, e
Supongo, sin embargo, que aquella mañana el inclinándose sobre la mesa, tocó el tazón de su
desayuno consistía en panecillos calientes, una hija (que era de porcelana con figuritas muy
hermosa trucha, patatas asadas, huevos lindas) y lo convirtió en oro reluciente.
frescos pasados por agua y café para el rey Doradina, muy desconsolada, abrió la puerta y
Midas, y un tazón de sopas de leche para su se presentó ante su padre limpiándose las
hija Doradina. Creo que este desayuno es lágrimas con el delantal y sollozando como si
bastante para un rey, y a mí me parece que se le rompiese el corazón.
fuese este o no el que el rey Midas solía tomar,
—¿Qué es eso, hija mía? —exclamó Midas—.
ciertamente era exquisito.
¿Qué te pasa, hoy que la mañana es tan
Doradina no había llegado todavía. Su padre hermosa?
mandó que la llamasen y sentándose a la mesa
esperó a que la niña llegara para empezar a Doradina, sin quitarse el delantal de los ojos,
desayunar. Para hacer justicia al rey Midas, hay alargó una mano, en la cual tenía una de las
que decir que quería de veras a su hijita, y rosas que su padre acababa de transformar.
mucho más aquella mañana, pues estaba muy —¡Muy bonita! —exclamó su padre—. ¿Qué
contento por la buena suerte que le había hay en esa magnífica rosa que pueda hacerte
sobrevenido. Poco después la oyó llegar; pero llorar?
Doradina venía llorando amargamente. Esta —Papá —respondió la chiquilla, llorando a
circunstancia le sorprendió mucho, porque su mares—, no es bonita: es la flor más fea del
hijita era una de las niñas más alegres que se mundo. En cuanto me he vestido, he bajado al

jardín a cortar rosas para ti, porque sé que te extraños que estaban pintados en la superficie
gustan, y que te gustan más cuando te las corta del tazón, y todos aquellos adornos habían
tu hijita. Pero ¿a que no sabes lo que ha desaparecido en el tono amarillo del metal.
sucedido? Una desgracia muy grande, muy Midas se había servido mientras tanto una taza
grande. ¡Todas las rosas tan bonitas, que olían de café; naturalmente la cafetera, que no sé de
tan bien y tenían tantos colores, se han echado qué metal era cuando la cogió, se había
a perder! Se han puesto amarillas como esta, y convertido en oro cuando volvió a dejarla
no huelen a nada. ¿Qué les habrá pasado? sobre la mesa. Pensó un momento que era
—Bueno, hijita, no llores por eso —dijo Midas, demasiado lujo para un rey de costumbres
a quien le dio vergüenza confesar que había modestas como las suyas tener vajilla de oro
sido él el responsable del cambio que tanto para el desayuno, y empezó a pensar en el
afligía a la niña—. Siéntate y cómete las sopas mucho trabajo que iba a costarle guardar y
de leche. Ya verás qué fácil es cambiar una rosa conservar todos sus tesoros. El aparador y la
de oro como esa, que dura por lo menos cocina no le parecían sitios bastante seguros
cientos de años, por una vulgar, que se deshoja para guardar cosas de tanto valor como
en un día. tazones y cafeteras de oro.
—No quiero rosas como esta —dijo Doradina, Con estos pensamientos se llevó a los labios
tirándola despectivamente—. No huele a nada, una cucharada de café, y al sorberla se quedó
y con estos pétalos tan duros me araña la nariz. atónito; en el instante en que sus labios
La niña se sentó a la mesa; pero estaba tan tocaron el líquido, este se convirtió en oro
apurada por las rosas marchitas que no reparó derretido, y un instante después se solidificó,
en la transformación maravillosa del tazón de formando un terrón dorado.
porcelana. Y más valió así. Porque Doradina —¡Ah! —exclamó Midas casi con horror.
estaba acostumbrada a divertirse mirando las
figurillas raras y las casas y los árboles tan
—¿Qué te pasa, papá? —preguntó Doradina, Cogió uno de los panecillos calientes y, apenas
mirándole, aún con lágrimas en los ojos. lo partió, con gran mortificación suya, se puso
—¡Nada, mi niña, nada! —dijo Midas—. Toma amarillo (aunque era de la harina de trigo más
la leche antes de que se enfríe. blanca), mucho más amarillo que si hubiese
sido pan de maíz. En realidad, si hubiera sido
Se sirvió una de las truchas, y para probar tocó
pan de maíz le habría gustado a Midas mucho
la cola con el dedo. Con gran espanto vio que
más que entonces, pues el brillo y el peso le
se convertía, de trucha admirablemente frita, hicieron comprender, sin género de duda, que
en un pez dorado, pero no como esos que se era de oro. Casi desesperado, se sirvió un
suelen ver en las peceras y estanques. No, huevo pasado por agua, que inmediatamente
porque era un pez de metal y parecía hecho sufrió un cambio análogo a los de la trucha y el
con todo primor por el mejor joyero del panecillo. Lo cierto era el huevo parecía uno de
mundo. Las espinas eran ahora alambritos de
los que solía poner la gallina de la fábula.
oro; las aletas y la cola eran delgadísimas
placas de oro; conservaba hasta las marcas del «¡Vaya dilema! —pensó, recostándose en el
tenedor, y tenía toda la apariencia delicada y respaldo del sillón y mirando casi con envidia a
ligera de un pez bien frito, exactamente su hijita, que estaba tomando sus sopas de
imitado en oro. Cosa muy bonita, como podéis leche con gran satisfacción—. ¡Un desayuno
suponer, pero el rey Midas en aquel momento tan rico sobre la mesa y no poder probar ni un
habría preferido tener en el plato una trucha bocado!».
de veras, y no aquella primorosa y valiosa Esperando que a fuerza de darse prisa podría
imitación. evitar el grave inconveniente, el rey Midas se
«No comprendo —se dijo— cómo voy a echó sobre una patata caliente e intentó
arreglármelas para desayunar». tragársela a toda prisa sin tocarla con la boca.
Pero el toque de oro era más rápido que él. Y
se encontró con la boca llena, no por una

patata harinosa, sino por un pedazo de metal indigestos como los que entonces tenía
sólido que le quemó la lengua de un modo tan delante.
horroroso que empezó a dar alaridos y a saltar ¿Cuántos días podría sobrevivir a un régimen
y patalear por toda la sala, tanto le quemaba y tan sustancioso?
dolía.
Estas reflexiones turbaron de tal manera al
—¡Papá! ¡Papá! —exclamó Doradina, que era atribulado rey que empezó a poner en duda si,
una niña muy cariñosa—. ¿Qué te pasa, papá? después de todo, eran las riquezas lo único
¿Te has quemado la lengua? deseable de este mundo, o lo más deseable de
—¡Ay, hija mía! —murmuró Midas todo. Pero esto no fue más que un
tristemente—. ¡No sé qué va a ser de tu pobre pensamiento pasajero. Tan fascinado estaba
padre! con el brillo del metal amarillo que no hubiese
Y, en verdad, ¿habéis oído caso más querido renunciar al toque de oro por
lamentable en toda vuestra vida? Tenía consideración tan mezquina como la de un
delante el desayuno más rico que pueda desayuno. ¡Qué precio por unos cuantos
servirse en mesa de rey, y su misma riqueza lo comestibles! ¡Y, además, perder tantos
volvía totalmente inservible. El labrador más millones! ¡Es decir, cambiarlos por una trucha
pobre, sentado delante de un pedazo de pan y frita y un huevo, una patata, un panecillo
un vaso de agua, estaba mucho mejor servido caliente y una taza de café!
que el rey Midas, cuyos delicados manjares «¡Sería demasiado caro!», pensó Midas.
valían literalmente tanto oro como pesaban. Y Sin embargo, tales eran su hambre y la
¿qué iba a hacer él? Ya a la hora del desayuno perplejidad de la situación que volvió a
Midas tenía muchísimo apetito. ¿Acaso tendría quejarse en voz alta y con gran tristeza.
menos a la hora de comer? Y figuraos qué Nuestra lindísima Doradina no podía soportarlo
hambre de lobo tendría a la hora de la cena, más. Observaba a su padre, intentando con
que consistiría, sin duda, en manjares tan
todo el poder de su entendimiento Pues una estatua era ya aquella bellísima niña,
comprender qué le pasaba. Luego sintió un y su última y atónita mirada de cariño, de pena
deseo suave y triste de consolarle, saltó de su y de lástima, endurecida y como tallada en su
silla y corriendo hacia el rey, su padre, le rodeó rostro, era la cosa más bonita y triste que ojos
las piernas con los brazos. Él se inclinó a dar un mortales hubieran visto nunca. Todas las
beso a la niña y entonces comprendió que el facciones y todos los detalles y peculiares
amor de su hija valía mil veces más que todo lo gracias de Doradina estaban en su estatua;
que había ganado con el toque de oro. hasta un encantador hoyito que tenía en la
—¡Doradina, hijita, preciosa mía! —exclamó. barbilla y que embellecía delicadamente sus
Pero Doradina no respondió. rasgos fisonómicos. Pero, cuanto más perfecto
era el parecido, mayores eran la agonía y
¡Ay, qué había hecho! ¡Cuán fatal era el don desesperación del rey Midas al contemplar
que el desconocido le había otorgado! En el aquella imagen de oro que era lo único que
momento en que los labios de Midas tocaron la quedaba de su hijita. Siempre que Midas
frente de su hija se obró en ella un cambio
acariciaba a su hijita, solía decirle:
terrible. Su suave y sonrosado rostro, tan lleno
de cariño, se puso amarillento, y lágrimas «¡Vales más oro que pesas!». La frase,
amarillas se habían pegado a sus mejillas. Sus desgraciadamente, era ahora literalmente
hermosos rizos oscuros tomaron el mismo cierta, y el dolorido monarca comprendía,
color. Todas sus tiernas y blandas formas se aunque demasiado tarde, cuán infinitamente
volvieron duras e inflexibles entre los brazos de más vale un corazón amante y compasivo, que
su padre, que la rodeaban. ¡Oh, terrible le tenga a uno cariño, que todas las riquezas
desdicha! Víctima de su insaciable deseo de que puedan amontonarse entre el cielo y la
riqueza, había convertido a su propia hija en tierra.
una estatua de oro… Sería demasiado triste contaros cómo Midas,
ahora que tenía todo lo que había deseado,

empezó a retorcerse las manos y a maldecirse los demás objetos que habían sido
a sí mismo. Y, como no podía mirar a Doradina transformados por el tacto de Midas.
ni apartar los ojos de ella, no podía creer que —¡Eh, amigo Midas! —dijo el desconocido—.
se hubiera convertido en oro. Pero, volviendo a ¿Qué tal te va con el toque de oro?
mirar, veía la preciosa figurita con una lágrima
amarilla en sus mejillas de oro, y con una Midas movió la cabeza.
mirada tan compasiva y tan cariñosa que —Soy muy desgraciado —dijo.
parecía que la misma expresión tuviese que —¿Muy desgraciado, de veras? —exclamó el
ablandar el oro y convertirlo en carne otra vez. desconocido—. ¿Y cómo es eso?
Eso, desde luego, no podía ser. Así que Midas
¿No he cumplido fielmente la promesa que te
volvió a retorcerse las manos y a desear ser el
hice? ¿No has tenido todo lo que tu corazón
hombre más pobre del mundo, si la pérdida de
deseaba?
todas sus riquezas pudiera devolver al rostro
de la niña el desaparecido color de rosa. —El oro no lo es todo en este mundo —
respondió Midas—, y he perdido lo que mi
Cuando estaba en lo más tremendo de la
corazón quería más que nada.
desesperación, de pronto vio a un desconocido
en la puerta. Midas inclinó la cabeza sin —¡Ah! ¿De modo que de ayer a hoy has hecho
pronunciar palabra, porque reconoció la misma un descubrimiento? —observó el
figura que se le había aparecido el día antes en desconocido—. A ver, a ver. ¿Cuál de estas dos
el subterráneo para otorgarle la desastrosa cosas te parece que vale más: el don del toque
facultad del toque de oro. El rostro del de oro o una copa de agua clara?
desconocido aún tenía la misma sonrisa, que —¡Oh, bendita agua! —exclamó Midas—. ¡Ya
parecía derramar amarillo lustre sobre la nunca volverás a humedecer mi seca garganta!
estancia, sobre la imagen de Doradina y sobre —¿El toque de oro —prosiguió el
desconocido— o un pedazo de pan?
—Un pedazo de pan —respondió Midas— vale Una mosca se le posó en la nariz; pero
por todo el oro del mundo. inmediatamente cayó al suelo; también ella se
—¿El toque de oro —preguntó el había convertido en oro. Midas se estremeció.
desconocido— o tu hija palpitante, viva, suave —Entonces —dijo el desconocido—, ve y
y cariñosa como era hace una hora? báñate en el río que pasa por detrás de tu
—¡Oh! ¡Mi hijita, mi hijita! —exclamó el pobre jardín. Toma un cántaro de agua y ve rociando
Midas retorciéndose las manos—. ¡No hubiera con ella cada uno de los objetos que desees
dado yo el hoyito que tenía en la barbilla por el que vuelvan a su antigua sustancia. Si haces
poder de convertir toda la Tierra en una esto con buen deseo y sinceridad, puede que
inmensa bola de oro! repares el daño que has causado con tu
avaricia.
—Eres más sensato que antes, rey Midas —dijo
el desconocido—. Ya veo que en tu corazón El rey Midas se inclinó profundamente y,
aún hay carne y no se ha convertido cuando levantó la cabeza, el reluciente
totalmente en oro. Si así fuera, tu caso sería desconocido había desaparecido.
desesperado. Pero aún pareces capaz de Comprenderéis fácilmente que Midas no
comprender que las cosas sencillas, las que perdió el tiempo y fue a buscar un gran cántaro
están al alcance de todo el mundo, valen de barro; pero ¡ay de mí!, en cuanto lo tocó
mucho más que las riquezas por las cuales se dejó de ser barro. De todos modos corrió hasta
afanan y luchan tantos mortales. Dime ahora la orilla del río. Según iba cruzando el huerto,
sinceramente: ¿deseas verte libre del toque de que estaba plantado de grosellas y frambuesas,
oro? era maravilloso ver cómo el follaje se ponía
—¡Lo odio! —respondió Midas. amarillo, como si hubiese pasado por allí el
otoño. Al llegar al río se tiró de cabeza sin
detenerse siquiera a quitarse los zapatos.

—¡Puf, puf, puf! —resopló el rey Midas al sacar aquella agua que iba a deshacer todo el daño
la cabeza del agua—. Está bien. Este es un que había causado su locura era más preciosa
baño refrescante y supongo que me habrá para Midas que un océano de oro líquido. Lo
lavado por completo y quitado el toque de oro. primero que hizo, casi no hace falta decirlo, fue
Ahora, a llenar el cántaro. echar agua a manos llenas sobre la dorada
Metió el cántaro en el agua y se le alegró el figura de su hija.
corazón al verlo convertirse, de oro que era, en Apenas cayó el agua sobre ella, os hubieseis
el mismo honrado cántaro de barro que había reído al ver cómo volvía el color de rosa a sus
sido antes de que lo tocara. También notaba mejillas. ¡Y cómo empezó a estornudar y a
un cambio dentro de sí mismo. Era como si le sacudirse! ¡Y qué asombrada se quedó al
hubiera quitado del pecho un peso grande, encontrarse toda mojada y ver a su padre que
duro y frío. Sin duda su corazón había ido seguía echándole agua encima!
perdiendo poco a poco su sustancia humana —¡Basta, papá! ¡Por favor, no más! —
transmutándose en metal insensible; pero exclamó—. Mira lo que has hecho con mi
ahora iba ablandándose, era de carne de vestido nuevo, tan bonito. ¡Y lo estreno hoy!
nuevo. Viendo una violeta que crecía a la orilla
del río, Midas la tocó, y no cupo en sí de gozo Doradina no sabía que había sido durante un
al ver que la delicada flor conservaba su color rato estatua de oro; no podía acordarse de lo
que había sucedido desde ese momento en
característico, en vez de tornarse amarilla
que corrió con los brazos abiertos a consolar al
brillante. La maldición del toque de oro, por lo
tanto, se había apartado de él. pobre rey Midas, su padre.
A este no le pareció necesario contar a su
El rey Midas se apresuró a volver a palacio, y
querida hija cuán loco había sido, pero decidió
supongo que algunos criados no entenderían lo
demostrar que ahora era mucho más cuerdo.
que pasaba al ver a su real dueño llevando tan
cuidadosamente un cántaro de agua. Pero Para esto llevó a Doradina al jardín, donde
echó el agua que quedaba sobre los rosales, mañana detesto ver oro, excepto en el cabello
con tan buena suerte que más de cinco mil de vuestra madre.
rosas recobraron su hermoso color. Hubo dos
circunstancias, sin embargo, que mientras vivió
conservaron para el rey Midas el recuerdo del FIN
toque de oro. Una fue que las arenas del río
brillaban como el oro, y la otra que el cabello
de Doradina tenía ahora un reflejo dorado que
nunca había observado en él antes de que se
hubiese transformado por efecto de su beso.
Este cambio era, en realidad, para mejor, y el
cabello de Doradina era mucho más bonito que https://cuentosinfantiles.top

antes.
Cuando el rey Midas se hizo ya muy viejo y
tenía a los hijos de Doradina sobre sus rodillas
jugando a los caballitos, le gustaba contarles
este cuento maravilloso, casi como ahora os lo
cuento yo. Y, cuando acariciaba sus rizos de
seda, les decía que su cabello también tenía un
bonito reflejo de oro, que habían heredado de
su madre.
—Y para deciros la verdad, queridos niños míos
—comentaba el rey Midas, haciendo cabalgar
vivamente a sus nietecitos—, desde aquella

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