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Para excitarlas J.

Aphrodite

Olvídese de que las fantasías sólo existen en la imaginación

y descubra cuán a la mano se encuentra la posibilidad de

hacer de un disparate una realidad placentera; posibilidad

doblemente atractiva si de placer se trata. Tan sólo déjese

llevar por lo que la autora expone en estas páginas y tendrá

acceso, en las situaciones aparentemente más difíciles, a las

experiencias más inolvidables; el secreto es: no hay barrera

para poner en práctica cualquier fantasía sino la que una

misma pueda ponerse.

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Para excitarlas J. Aphrodite

Título original: To Turn You On: 39 Sex Fantasies For Women

J. Aphrodite, 1975

Traducción: Agustín Contín

Retoque de portada: Meddle

Editor digital: Meddle

ePub base r1.0

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Para excitarlas J. Aphrodite

¿Por qué nació este libro?

¿Hay alguna mujer de hoy en día que esté dispuesta a ne-

gar, incluso a sí misma, que alguna vez ha tenido una fanta-

sía sexual?

La revolución sexual, precursora del movimiento femi-

nista, se inició con la publicación de Sex Without Guilt del

doctor Albert Ellis y de sus obras posteriores. En una carta

a su hijo, el famoso guionista cineasta Dalton Trumbo des-

cribió así al doctor Ellis: «un hombre que se ganó su lugar

en la Historia como el mayor humanista desde Mahatma

Gandhi».

Siguieron muchos libros de Ellis: Sex and the Single

Man, The Art and Science of Love y The Intelligent Wo-

man’s Guide to Man-Hunting fueron algunos de los que pu-

sieron las cartas sobre la mesa y nos liberaron de la hipo-

cresía y los sentimientos de culpabilidad.

Sin embargo, la simiente de la satisfacción sexual abso-

luta para las mujeres se sembró cuando una mujer se sentó

ante la máquina de escribir. Cuando el editor Lyle Stuart se

volvió hacia Terry Garrity en un taxi y le pidió que escribiera

un libro sexual, le dijo: Deseo que haga que las mamadas

no sean objeto de burla en Estados Unidos. Entonces nació

The Sensuous Woman de «J», y a las mujeres de todo el

mundo se les dio confianza para que tomaran una parte

más activa en su vida sexual.

Todas las revoluciones tienen sus excesos: la revolución

sexual ha tenido su oleada de libros tontos y carentes de

gusto.

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Para excitarlas J. Aphrodite

Claro que el gusto es algo muy subjetivo. Por mi parte,

soy aficionada a una revista sexual muy audaz llamada

Screw. Creo que es muy entretenida, pero conozco a per-

sonas que se sienten ofendidas ante un ejemplar de Screw;

sin embargo, Gore Vidal escribió: Si tuviera que escoger

entre escribir para New York Times o para Screw, es seguro

que, por motivos morales, lo haría para Screw. Terry Sou-

thern dice que Screw es «una de las pocas publicaciones

importantes de la actualidad».

Ahora vamos a dar una razón más personal para la apa-

rición de este libro…

Durante muchos años, como la mayoría de las mujeres

jóvenes de Estados Unidos, consideré que mi función era la

de complacer a mi marido. Su satisfacción sexual era lo pri-

mero, y sus deseos y necesidades tenían la mayor priori-

dad.

Con frecuencia no me sentía satisfecha, pero creía que

las cosas tenían que ser así.

La obra The Sensuous Woman me enseñó unas cuantos

trucos nuevos sobre la masturbación, pero para masturbar-

me, según descubrí, necesitaba fantasías. Entonces aprendí

a agudizar mi imaginación.

Conocí a otros hombres y uno de ellos me enseñó a

romper todas las barreras en mi mundo de fantasías: a so-

ñar lo inconfesable y, a veces, a vivir lo que no puede vivir-

se.

Empezaron a aparecer libros sobre mujeres y sus fanta-

sías, pero todos estaban envueltos en una gruesa capa de

pretensiones. Se suponía que se escribían después de «in-

vestigaciones» y «estudios»; todos eran muy respetables,

pero apenas rozaban el mundo real de las fantasías sexua-

les… y no lograban excitar me.

Cuando mi editor sugirió que había llegado el momento

de hacer un libro real sobre fantasías, me sentí vacilante,

por no decirlo en otras palabras; sin embargo, a medida

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Para excitarlas J. Aphrodite

que progresaba, aprendí unos cuántos puntos básicos es-

enciales.

1. Una fantasía lo es sólo cuando reside en nuestra

imaginación; no deseamos que la mayoría de nuestras

fantasías se hagan realidad.

2. A veces, cuando alguna de ellas se lleva a la

práctica en la vida real, puede proporcionar material

para muchas fantasías agradables posteriores; no obs-

tante, siempre queda poco o ningún deseo de repetir-

la en la vida real.

3. Todas las mujeres con las que hablé admitieron

que tenían fantasías sexuales que les ayudaban a tener

mayor placer con sus cónyuges frecuentemente (de he-

cho, Masters y Johnson afir man que las fantasías son

muy útiles: A veces se hacen absolutamente esenciales

para la finalidad del placer sexual…).

4. Asimismo, las mujeres con las que he hablado

admiten que una vez que cuentan sus fantasías, éstas

pierden parte de su poder de excitación. El hecho de

que una fantasía sea secreta tiene un elemento de va-

lor indudable.

He compilado una antología de fantasías para que uste-

des se exciten. La mayoría de ellas ha logrado excitar me a

mí, y muchas de ellas excitaron a las mujeres que «se pusie-

ron a prueba».

No pretendemos que todas ellas sean universales, ni

que la colección aborde todas las bases. Sólo se trata de

un surtido: el mío. Para cada mujer serán algo distinto.

Si estas fantasías las encauzan en sus propias fantasías

sexuales cuando estén con su hombre o mujer preferido, o

en momentos en los que estén solas —si fomentan la apari-

ción de su fuerza sexual o si las excitan—, habré logrado

hacer lo que deseaba desde el principio; sólo eso, pero, a

veces, ¿no es lo más importante?

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Para excitarlas J. Aphrodite

¿Cómo leer este libro?

Una colección de fantasías sexuales no es el tipo de libro

que sirve para sentarse en un sillón y leer de la primera a la

última página en una tarde; en lugar de ello, debe asimilar-

se sólo con esperanza y planeación. Además, las fantasías

deben leerse con lentitud, no más de dos o tres en cada

sesión.

No se lleven este libro para leerlo mientras esperan su

turno en el dentista, durante los descansos para tomar café

en la oficina o colgadas de la barra del autobús en horas pi-

co: eso sería un desperdicio.

Estas fantasías son de lectura y comprensión fáciles. Sin

embargo, dedicamos una cantidad increíble de investiga-

ciones y cuidados para hacerlas así. Lo que desearía que hi-

cieran es que apartaran media hora cuando tengan tiempo,

abrieran el índice y escojieran un título que les llame la

atención. Después, siéntense en una silla —o mejor todavía

— recuéstense en un sofá o entre las sábanas de la cama, y

lean con lentitud. Luego, cierren el libro y los ojos. Revivan

la fantasía en su propia mente, y esta última le agregará va-

riaciones personales. Dejen volar libremente su imaginación

y les mostrará el camino hacia los placeres posteriores,

sean los que sean.

Recuerden: mi esperanza es que estas fantasías les den

más horas de placer; solamente eso…

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Para excitarlas J. Aphrodite

1. Primera experiencia

Tenías catorce años de edad. Catorce años y cuatro meses

para ser exactos. No recordabas cuando te diste cuenta por

primera vez de los ruidos procedentes del dor mitorio situa-

do al otro lado del pasillo, pero debía haber pasado ya un

año. Te acercabas a la puerta del cuarto de tus padres so-

bre la punta de los pies y, al principio, te limitabas a escu-

char. Tu padre y tu madre hacían los mismos ruidos que ha-

bías escuchado con tanta frecuencia. Tu padre respiraba

con mucha fuerza y, de vez en cuando, gruñía, y tu madre

exclamaba «ohhhhh» una y otra vez.

Durante muchas semanas, eso se convirtió en una preo-

cupación noctur na. Tu imaginación era vivaz y podías verlos

en toda clase de posiciones sexuales. ¡No entendías que tu

madre, que frecuentaba la Iglesia, hiciera todas las cosas

sexuales que acudían a tu mente!

Después de escuchar, regresabas sin hacer ruido a tu ca-

ma y, bajo las sábanas, te dabas masaje en la vagina y tira-

bas con suavidad de tus incipientes pezones.

De pronto, una noche, se produjo una sorpresa. Esa no-

che, tus padres dejaron encendida la lámpara de la mesita

de noche. Viste que salía luz bajo la puerta y, al principio,

casi te daba miedo acercarte a ella, pero te sentiste atraída

como una polilla a la llama. Miraste por el ojo de la cerra-

dura y viste algo que nunca olvidarías: tu madre estaba de

espaldas con las pier nas totalmente levantadas en el aire y

apoyadas en los hombros de tu padre. Este último estaba

entre las pier nas de la mujer moviéndose, acercándose y

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Para excitarlas J. Aphrodite

alejándose de ella. ¡Repentinamente —de modo incontrola-

ble— estor nudaste!

—¿Qué fue eso? —oíste que decía tu madre.

Te sentías demasiado congelada como para poder mo-

verte, pero viste que tu padre se apartaba de tu madre y

viste que su pene oscilaba en el aire con gotas blancas en

la punta. Avanzó hacia la puerta y huiste aterrorizada a tu

habitación.

—No es nada —lo oíste decir, mientras abría la puerta y

la volvía a cerrar, por encima de los fuertes latidos de tu co-

razón.

Nunca volviste a animarte a ir hasta la puerta, pero per-

manecías despierta por las noches acariciándote y pregun-

tándote qué sentirías si tuvieras a alguien que te hiciera

esas cosas.

Fue en tu primera cita cuando descubriste cómo suce-

día.

Rudy, un joven de dieciocho años que jugaba en el

equipo de basquetbol, te pidió que bailaras con él. El baile

tenía poca asistencia y te preguntó si querías ir con él al ci-

ne. Le dijiste que sí.

Conversaste con él todo el tiempo para ocultar tu ansie-

dad. En la sala del cine, te sentaste en los lados, lejos de

las demás personas.

Durante mucho tiempo, sólo viste la película y, de pron-

to, te diste cuenta de que estabas tan consciente de que

Rudy estaba a tu lado que ni siquiera te habías dado cuenta

de que Paul Newman te sonreía desde la pantalla.

Al cabo de un rato, de modo torpe, Rudy pasó el brazo

sobre el asiento por detrás de ti; te sentiste helada. Des-

pués, imperceptiblemente, te echaste hacia atrás. Sentiste

que su mano se acercaba más a tu hombro y que, luego,

reposaba sobre tu piel desnuda. Mientras tanto, observaba

fijamente la pantalla, como si no se diera cuenta de lo que

estaba haciendo su brazo izquierdo.

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Para excitarlas J. Aphrodite

Te impulsó más cerca de él y te desplazaste sin resisten-

cia. Cuando se volvió a mirarte, sentiste escalofríos por to-

das partes. Luego, se inclinó y te besó, y deseaste que vol-

viera a hacerlo. En ese momento comprendiste que lo ama-

bas.

Sin embargo, Rudy se echó hacia atrás y pareció embe-

berse nuevamente en la película. Muy pronto, con la cabe-

za apoyada sobre su hombro, sentiste que sus dedos se

acercaban hacia el centro de tu blusa y que se abría paso

lentamente bajo ella, hasta que levantó tu ligero brasier y

colocó la mano sobre uno de tus senos. Estabas absoluta-

mente inmóvil. Luego, su otra mano acarició tu pecho iz-

quierdo; tiraba suavemente del pezón y dejaba que su de-

do descendiera sobre él. Después, pasó la mano al otro

seno y comenzó a hacer lo mismo. Escuchabas tu propia

respiración. Pusiste tu mano sobre la suya y se la oprimiste

con mayor fuerza sobre tu seno. Entonces, sentiste su otra

mano sobre tu muslo: como si hubiera caído allí accidental-

mente sin ninguna finalidad.

Muy pronto sentiste que su mano se desplazaba bajo tu

falda. Involuntariamente, separaste las pier nas cuando sus

dedos llegaron al reborde de tus pantaletas. Sus dedos ju-

guetearon por afuera y te echaste más atrás en tu asiento,

pasó por debajo de la tela y comenzó a acariciarte el vello

púbico, que era tan suave y mullido. El resto de sus dedos

se unió al primero y tuviste que controlarte cuando avanzó

entre tus pier nas estirando con fuerza las pantaletas, mien-

tras sus dedos ascendían y descendían por tu montículo.

Cerraste los ojos. Luego, hubo un flujo de jugos que no

comprendiste muy bien, pero era muy agradable… y te pa-

recía estar flotando…

De pronto, te diste cuenta de que la película estaba ter-

minando. Rudy retiró las manos y las luces se encendieron.

Se inclinó una vez más para besarte y trataste de apoyar tu

seno izquierdo contra él.

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Para excitarlas J. Aphrodite

Después, como si no hubiera sucedido absolutamente

nada, te preguntó:

—¿Te gustó la película?

—Ya lo creo —mur muraste.

—Podemos volver pronto juntos. ¿Te parece?

—Sí —respondiste con dulzura—. Muy pronto.

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Para excitarlas J. Aphrodite

2. El esposo de tu mejor amiga

Estabas enojada contigo misma por sentirte tan indefensa

desde el divorcio. Nunca te habías dado cuenta de la canti-

dad de cosas que había resuelto Tim; cosas de las que no

tenías ninguna idea de cómo realizar. Ahora, tenías el frega-

dero atascado y el conserje estaba en su día libre. Te que-

daste sentada mirando los platos sucios y en las comisuras

de los ojos se te comenzaban a for mar lágrimas de frustra-

ción.

Entonces, recordaste que Jill te había dicho poco des-

pués del divorcio: Si tienes algún problema o necesitas al-

go, Don o yo nos sentiremos felices de ayudarte. Aun cuan-

do sabías que lo decía con seriedad, siempre te habías sen-

tido renuente a pedir algo. Te preocupaba el hecho de

que, si algún día verdaderamente necesitaras algo, ya no te

harían caso por abusar demasiado; no obstante, el horrible

altero de la vajilla sucia seguía allí, por lo que, de mala ga-

na, levantaste el teléfono.

—¡Por supuesto que sí! En cuanto Don ter mine de cenar

le pediré que suba a verte —respondió Jill, evidentemente

contenta de poder ayudar a una amiga.

Las dos viven a sólo tres pisos de distancia en el mismo

edificio de apartamentos y han llegado a ser muy buenas

amigas con el tiempo. Jill y Don se mostraron serviciales

durante la separación matrimonial, y se mostraban ansiosos

de hacerte saber que seguían siendo tus amigos, aun cuan-

do ya no tuvieras marido. Por tu parte, lo apreciabas, por-

que el cambio estaba resultándote difícil. A los cuarenta y

tres años de edad hubieras debido mostrar quizá un poco

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Para excitarlas J. Aphrodite

más de seguridad y de confianza propia, pero el hecho de

que Tim te abandonara por una mujer más joven no contri-

buía mucho a hacer las cosas más agradables.

A los quince minutos Don estaba ante tu puerta con un

destapador en la mano y una sonrisa amistosa en el rostro.

Cuando entró, repentinamente te diste cuenta de lo des-

arreglada que estabas. Habías adquirido el hábito de po-

nerte una vieja bata en cuanto llegabas a casa; puesto que

estabas sola la mayoría de las tardes, no le prestabas mu-

cha atención al «vestido» (ya habías tomado la decisión de

cambiar un poco ese estado de cosas…). Te sentías a dis-

gusto, pero desechaste la idea mientras conducías a Don

hacia el fregadero.

—Lo repararé en un instante —dijo el hombre, y te sen-

taste en la cocina para observarlo mientras trabajaba y con-

versar un poco.

Mientras destapaba el fregadero, Don no dejaba de

bromear. Te echó un par de ojeadas rápidas a las pier nas

desnudas, pero sólo de manera fortuita.

—Jill te ha estado invitando a cenar desde hace varias

semanas, pero nunca aceptas. ¿Por qué? No deberías ais-

larte tanto.

—Creo que tienes razón —respondiste—. Me he queda-

do encerrada en casa demasiado tiempo. Creo que la pr-

óxima vez aceptaré.

En poco tiempo, el fregadero quedó destapado y los re-

siduos desaparecieron por la cañería. Don te preguntó si no

tenías algún trapo que pudiera utilizar para limpiar todo.

Siempre conservabas la caja de trapos en la parte supe-

rior de una de las estanterías de la despensa, cerca de la

cocina. Al trepar sobre la escalera de madera para alcanzar-

la, sentiste una mano bajo tu bata. Diste un gritito mientras

girabas sobre ti misma totalmente desconcertada. Te en-

contraste con la mirada ligeramente divertida de Don.

—¡No hagas eso! ¡No tiene nada de divertido!

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Para excitarlas J. Aphrodite

—No pensaba divertirte —respondió, con frialdad—.

Sólo quería ver si tus pier nas se sienten tan suaves como se

ven.

—Bueno, no me agradó en absoluto —tartamudeaste

tratando de bajarte de la escalera, pero Don per manecía

frente a ti sin moverse.

—De hecho —siguió diciendo—, creo que te voy a ha-

cer el amor.

No respondiste nada. Te daba la impresión de que no

estaba bromeando, pero deseabas disuadirlo.

—¡No seas así, Don! Jill es mi mejor amiga y… tú mismo

eres un buen amigo. ¿No sería esa una tontería?

Pero el hombre no se dejó desar mar.

A continuación, Don te soltó con rapidez la bata y dejó

al descubierto tu cuerpo desnudo.

Forcejeaste un poco tratando de cerrarte la bata, pero

tomó tus dos muñecas en una de sus manos y te sujetó con

fuerza haciéndote daño. Protestaste, le dijiste que te hacía

daño y le pediste que te soltara. Te dijo que te dejaría, pe-

ro sólo si no te oponías a él.

—No puedo… ¡Por favor, no lo hagas! —le rogaste y co-

menzaste a sollozar como una niña. Entre toda la frustra-

ción que sentías por estar tan frecuentemente sola e inde-

fensa, se unía esa situación para abrumarte. A Don no pare-

ció importarle; te hizo bajar de la escalera sujetándote to-

davía las manos y te condujo hacia el dor mitorio.

Después de acostarte en la cama y arrebatarte la bata,

comenzó a desvestirse él mismo. Dejó de sujetarte con tan-

ta fuerza, lo que te per mitió liberarte de un tirón y correr

hacia la puerta. Pensabas que si lograbas escapar, pedirías

ayuda, pero fue más rápido que tú y te encontraste de nue-

vo sobre la cama. Te abofeteó por haber tratado de huir y

sentiste que tu cara enrojecía por el golpe. A continuación,

utilizó su cinturón para atarte las manos. Sujetó la correa in-

movilizándote las manos por completo.

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Para excitarlas J. Aphrodite

Se bajó los pantalones con rapidez. Tenía ya una fuerte

erección y lo miraste con temor y odio.

Le pediste una vez más que se detuviera, pero no te

respondió nada. Te empujó hacia un lado y se trepó al le-

cho. Derramabas lágrimas sin cesar. En un movimiento re-

pentino, te metió el pene a la boca hasta que casi sentiste

que te ahogabas. Con una mano sostenía el cinturón que te

sujetaba las muñecas, mientras que con la otra te empujaba

la nuca. Se introdujo y se salió de tu boca con brusquedad

haciendo que sintieras que te ahogabas cada vez y que casi

vomitaras. Levantaste la mirada para ver sus ojos clavados

en los tuyos, excitándose mucho evidentemente al ver que

su pene te violaba la boca.

Cuando pareció que estaba a punto de eyacular, se de-

tuvo y se hizo a un lado. Sujetó el cinturón a la cabecera de

la cama, de modo que tus manos quedaran por encima de

tu cabeza. Te obligó a pasarle las pier nas sobre los hom-

bros y se colocó entre ellas.

¡Cómo lo odiabas! Volviste la cara hacia otro lado y ce-

rraste los ojos con fuerza para no tener que verlo. Cuando

entró en ti, su pene entró a tanta profundidad que creías

que iba a llegar a tu estómago. Lo retiró casi hasta la punta

y volvió a introducirlo con fuerza. Siguió en esa for ma reti-

rándose cada vez con mucha lentitud para luego volver a

introducirse con fuerza. Lo oías respirar cada vez con mayor

fuerza.

Alargó la mano hasta tus senos y comenzó a pellizcarte

y estirarte los pezones. A pesar de tu voluntad, respondie-

ron a su tacto y deseaste morirte de vergüenza. Después

de violarte y pellizcarte los senos un buen rato, bajó su ma-

no libre. Trazó una línea entre tus senos, por encima de tu

ombligo, hasta llegar a tu vello púbico. Per maneció un mo-

mento inmóvil antes de comenzar a manipularte el clítoris.

De la misma for ma en que tus pezones habían respondido,

también tu clítoris comenzó a hacerlo. ¡Había pasado ya

tanto tiempo desde que un hombre te había tocado!

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FIN DEL FRAGMENTO

Sigue leyendo, no te quedes con las ganas


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