Reflexión Sobre La Corporeidad de La Palabra y Su Relación Con La Complejidad Del Sujeto Humano
Reflexión Sobre La Corporeidad de La Palabra y Su Relación Con La Complejidad Del Sujeto Humano
Reflexión Sobre La Corporeidad de La Palabra y Su Relación Con La Complejidad Del Sujeto Humano
Uno de los problemas más frecuentes, para comprender al lenguaje como parte integral de la vida,
está en cierto “hipostasiado” del lenguaje. Esta sustancialización que se hace del mismo es la que
nos lleva a pensar o a suponer que el lenguaje subsiste en sí y que, de alguna manera, es
independiente del sujeto, su contexto (espacio-temporal) y su relación con otros sujetos. De este
modo, el lenguaje es visto como mero sistema de signos, convencionalmente constituido y fijado.
Queda desprovisto de toda originalidad, de todo accidente o particularidad. Como consecuencia, el
lenguaje va quedando como una suerte de entidad confinada en el ámbito del pensamiento. Sin
embargo, hay que advertir que la palabra tiene una relación originaria con la corporeidad. El
lenguaje no puede comprenderse sin una referencia directa o indirecta al cuerpo.
El tema de la palabra y su relación con el cuerpo lo presentamos aquí desde una mirada holista, la
cual pone en relación lo anímico y lo espiritual con lo corpóreo por mediación del cuerpo viviente
(Leib). De este modo, el mundo de la naturaleza y el mundo del espíritu confluyen en el sujeto
humano. No se trata de hacer un craso integrismo, una yuxtaposición acrítica de los distintos
aspectos del hombre, sino de ver al mismo tal cual se nos presenta en toda su complejidad.
Esta confluencia corpóreo-anímico-espiritual sitúa al hombre en un lugar fronterizo. Entendemos
que este lugar fronterizo entre lo corpóreo y lo incorpóreo, lo físico y lo espiritual, lo temporal y lo
intemporal, se da en un único sujeto. En la unidad del sujeto se da simultáneamente esta
multiplicidad de aspectos sin que ello signifique contradicción alguna. La palabra como expresión
profunda de la realidad del hombre conlleva estas dos dimensiones. La palabra, en cuanto es
profunda y exclusivamente humana, integra lo corpóreo y lo incorpóreo de modo análogo a como el
sujeto humano integra todas sus dimensiones en una única experiencia existencial. Esto es así, no
porque la palabra sea un sujeto, sino porque nace de un sujeto y como tal conserva los trazos más
relevantes del mismo.
En este contexto se entiende que la palabra, como imagen sonora, como voz, es un
“desprendimiento” del cuerpo viviente,1 algo que es proferido desde él. La palabra es como una
prolongación y un desprendimiento de la unidad psicosomática del sujeto humano. Esta
“prolongación” a su vez sintetiza y simboliza la constitución profunda del sujeto humano.2
La palabra conlleva un sentido que la desborda en su límite físico, pero en sí misma no deja de ser
una realidad física. Surge del sujeto y se dirige a otros sujetos, pero desde el momento en que fue
proferida adquiere cierta autonomía de existencia exterior respecto del uno y del otro. La
exterioridad de la palabra además de ser vehículo de comunicación entre el uno y el otro, es
garantía de la real distinción entre el yo y el tú, ya que de algún modo demuestra que los sujetos no
están fusionados en un espíritu omnienvolvente. Los sujetos necesitan de este medio para
comprenderse y abrirse el uno al otro. Así la palabra es exterioridad que se abre “intencionalmente”
a la exterioridad del otro.
La palabra, hablando en términos análogos, es como “la imagen” del sujeto, una reproducción que
expresa la realidad del mismo. Ella es como el “rostro”3 del sujeto que expresa exteriormente lo que
1
En Husserl, según comentaristas, vamos a encontrar una doble distinción entre Leib y Körper. El Körper es el cuerpo experimentado
espacialmente, mientras que el Leib es el cuerpo-viviente. Körper y Leib son distintas pero ambas forman una unidad. Así el Körper que
es percibido por medio del Leib, es el mismo cuerpo subjetivo-objetivo. Cf. LEOCATA FRANCISCO, Persona-Lenguaje-Realidad, EDUCA,
Bs. As., 2003, p. 100. (Comentarios a: HUSSERL, E., Ideen II, n. 36.).
2
Siguiendo la lectura que Leocata hace de Husserl, se está suponiendo aquí que hay una analogía de la palabra con la exteriorización
bipolar del Leib y el Körper. Así el sonido de un fonema, que es como el elemento de corporeidad (Körper) está animado por un sentido
que lo da el Leib. De este modo, “la palabra es una suerte de Leibkörper proyectado, proferido, hacia una dimensión de relativa y fugaz
autonomía respecto del cuerpo originario, hacia una exterioridad que ocupa un tiempo y un espacio respecto de otros acontecimientos
mundanos, pero dotada al mismo tiempo de una cierta orientación hacia la subjetividad corpórea, y a través de ella, a la subjetividad en
cuanto tal, del oyente... El cuerpo viviente es el símbolo originario en cuanto corporeidad cósica, es decir extensa-espacial, correlativa a
una subjetividad, en cuanto capaz de hacer presente en un «ahí» del mundo, un sujeto encarnado.” LEOCATA F., Op. Cit., p. 100.
3
Cabe mencionar al respecto que, para Wittgenstein, el rostro es mucho más que una expresión facial: “el rostro es el alma del cuerpo.”
C&V, n 118. Sin duda, el rostro forma parte del “todo” de los Juegos del Lenguaje y no es posible pensar una palabra sin un rostro. En
este sentido, sin forzar mucho la argumentación podemos decir que hay una analogía entre la palabra y el rostro de las personas. C&V:
lo anima interiormente. Ella se ubica en un punto en el que es acontecer físico y al mismo tiempo
es portadora de significado. Por eso, la palabra no puede entenderse completamente a menos que
supongamos una referencia a un centro vital del que emana.4
La palabra, en el momento de ser proferida, va más allá de la sola vivencia interior. La misma tiene
un aspecto por el cual no es ya solamente un momento interior a la vida anímico-espiritual, sino
algo que ha cobrado una cierta “trascendencia”, a través de su exterioridad corpórea.
De este modo la palabra se nos presenta como un modo peculiar de existencia. El yo que ha
pronunciado la palabra no es ya el dueño de la palabra, donde cabe preguntarse si alguna vez lo
fue del todo. Ni siquiera la comunidad intersubjetiva es dueña de la misma. De hecho, en virtud de
la intima unidad corpóreo-espiritual que se da en la palabra, la misma palabra se estructura como
sistema autónomo respecto de la vida espiritual; y esto puede hacerlo porque está dotada de una
corporeidad que le permite una cierta autonomía. Esta autonomía o subsistencia de la palabra está
posibilitada, desde luego, por la corporeidad. Así mismo remarcamos que, la autonomía es de toda
la palabra y no sólo de su corporeidad. Desde luego esta autonomía es relativa, ya que el sentido
tiene que ser permanentemente reactivado por actos de dar sentido. Al afirmar que la palabra es
sentido y es cuerpo a la vez no estamos sosteniendo una contradicción, sino que asumimos la
complejidad que la misma presenta. Complejidad que deriva de la misma composición y
multiplicidad del sujeto de la cual ella procede.
El Lenguaje como Intencionalidad Encarnada que se abre a la Experiencia del Mundo y del Otro
Veníamos hablando de la corporeidad de la palabra y como ésta, de modo análogo, se relaciona
con la complejidad del sujeto humano en su función de configurar sentido. En esta línea hablamos
de intencionalidad como un movimiento de apertura del sujeto, como un “dirigirse a”, que busca
fundamentalmente trascender los límites del mismo. Así, nos vamos a inclinar a entender o a leer a
la intencionalidad como el modo en que se direcciona el sujeto hacia el mundo que lo
circunda. Así, en la intencionalidad se pone en juego toda la multiplicidad de las vivencias de la
vida anímica, pero deja de ser una simple nota para el conocimiento del sujeto psicológico, para
convertirse en hilo conductor para la exploración del mundo objetivo al que se refiere la vida interior
del sujeto.5 Vida interior que no se limita a los aspectos privados, sino a la riqueza propia del sujeto
en su conjunto. Este modo de pensar la intencionalidad es mucho más amplio y complejo que otras
formas ya ensayadas donde se concibe a la misma sólo como el acto por el que el entendimiento
se dirige al conocimiento de un objeto,6 o bien como característica fundamental de la conciencia de
tender hacia un objeto de conocimiento.7
En nuestro caso la intencionalidad no se limita a la explicación del conocimiento o de la
conciencia, sino que supone a todo el sujeto que se abre al exterior por medio del lenguaje.
Vemos a la intencionalidad desde el contexto vital de los juegos del lenguaje, que suponen
primordialmente a un sujeto actuando. Donde el mismo es capaz de direccionar su vida dentro de
un contexto fundamentalmente intersubjetivo y de relación con el entorno.
Ahora bien, esta relectura del tema de la intencionalidad no tira abajo las concepciones antes
mencionadas sobre la misma, sino que se apoya en ellas. Se sigue sosteniendo que, el sujeto que
conoce y se autoconoce lo hace desde un impulso interior que le es propio. La diferencia está en
que ahora señalamos el modo en que se da ese impulso “intencional” a través del lenguaje.
Impulso intencional que no se queda solo en el aspecto cognitivo.
Aforismos Cultura y Valor, prologo de JAVIER SÁDABA, Edición G. H. VON W RIGHT con la colaboración de HEIKKI NYMAN, Editorial
Austral, colección Ciencias y Humanidades, 5ta. Ed, Madrid, 2007.
4
Por ejemplo, por medio de la palabra distinguimos si alguien es varón o mujer, si está bien de salud o está enfermo, si está alegre o
triste, si le duele algo o no, etc.
5
Cf. LEOCATA F., Op. Cit., p. 111. Vale aclarar que, en varias de las interpretaciones o lecturas de los términos y del pensamiento de
Husserl vamos a seguir las reflexiones de Leocata.
6
Desde esta perspectiva se asumió a la intencionalidad desde la escolástica.
7
Por esta línea va más Husserl sobre la intencionalidad.
Así, la intencionalidad-eje de la vida del sujeto se abre a una multiplicidad de modos de actos
intencionales que difieren entre sí, pero que se modulan conforme a sus diferencias y matices.
Pero lo interesante ahora es poder descubrir la relación que hay entre la intencionalidad con la
corporeidad viviente y de este modo también con la expresión significante del lenguaje. Esta
particular co-implicación en el lenguaje, entre la intencionalidad como apertura del sujeto y la
condición espacio temporal propia de la corporeidad, nos da indicios del especial protagonismo del
lenguaje en la vida humana. El mismo, no será sólo signo y expresión, sino también, por así decirlo,
intencionalidad encarnada, un “movimiento” que se dirige a lo objetivo, a lo donador de sentido,
desde la corporeidad viviente. A partir de esta lectura particular que hacemos de la intencionalidad
y de la corporeidad en relación con el lenguaje, podemos decir que, de alguna manera, la
intencionalidad no puede no encarnarse en el lenguaje, el cual es el medium a partir del cual el
sujeto encarnado se abre al mundo.
Así la intencionalidad está estrechamente relacionada con la temporalidad, porque no surge
originariamente de un “espíritu puro”, sino de un sujeto encarnado en un cuerpo-viviente.
De este modo hay una mutua compenetración intencionalidad-tiempo. Encontramos en nuestro
mundo espacio-temporal, un lenguaje que nos precede, que nos preexiste. Las palabras: nombres,
verbos, etc. han sido pronunciado a lo largo de generaciones, y encierran, de algún modo,
intencionalidades cristalizadas, corporeidades dotadas de una subsistencia “institucional” exterior al
sujeto.
Ahora bien, el ser humano que nace en un mundo de palabras que lo precede se apropia del
lenguaje y canaliza mediante él su intencionalidad hacia el mundo circundante. Por eso, el lenguaje
cumple un rol esencial en la apertura del sujeto al mundo, tanto natural como humano. El ser
humano potencia su apertura al mundo mediante el lenguaje. La palabra mediatiza nuestro
asomarnos al mundo. Este lenguaje que nos preexiste, que está afuera del sujeto como
institucionalizado, estimula, despierta y multiplica los modos intencionales de apertura al mundo. A
su vez permite discernir la multiplicidad de las diferencias en la unidad de un todo inteligible.
Prestando atención al lenguaje también podemos encontrarnos con la intencionalidad del otro,
porque de algún modo el lenguaje trasparenta intencionalidad.
La Apertura al Otro
Vimos como el sujeto se abre intencionalmente hacia el mundo y hacia el otro a través del lenguaje.
La cuestión ahora es dar cuentas de cómo esta apertura a la intersubjetividad forma parte de la
acción misma del lenguaje.
Como advertimos, el lenguaje supone una comunidad intersubjetiva donde de alguna manera se
van “construyendo” las relaciones entre sus integrantes. Este deseo de encuentro con el otro me
lleva a “buscar las palabras” que en un contexto común adquieren un significado representativo
para ambos. Este acercamiento al otro entraña cierta afinidad con el mismo, implica cierta relación
empática con el otro.
Asimismo, la relación con el otro, por mediación de la corporeidad viviente, alcanza mediante la
palabra la posibilidad de una mayor cercanía con la interioridad del otro, al mismo tiempo que,
paradójicamente, crea una mayor distancia que la que se da con el contacto físico y la mirada. La
palabra, nacida de la expresión del cuerpo viviente, establece definitivamente la diferencia y la
correlación entre lo externo y lo interno, porque la palabra alcanza una sutil pero real existencia
exterior, que cuestiona de entrada la total inmanencia de la conciencia. La palabra es exterioridad
que contiene una marca de intencionalidad originaria del hablante, pero que, en cierta medida, se
ha “independizado” de él. La palabra, es el modo expresivo de la presencia del otro, que me revela
algo de su vida, de su interioridad, de sus sentimientos. La certeza del otro que se hace presente
ante el sujeto no necesita el rodeo de una explicación, pues la corporeidad del otro está ya
presente en el resonar de su voz y en la recepción del oído, la palabra es de por sí diálogo,
expresión interior, relación implícita con el otro, aunque este no sea conocido todavía en su total
identidad. También desde este punto de vista, la palabra “precede” al pensamiento reflexivo, pues
este no es sino una interiorización del diálogo.
En alguna medida todo esto muestra que originariamente el lenguaje está orientado a la
comunicación intersubjetiva. El diálogo no es, en este sentido, sólo una peculiaridad del lenguaje,
sino una dimensión que, directa o indirectamente, marca todo el lenguaje en cuanto tal. Podríamos
decir incluso que la “misión” del lenguaje es la de expresar y reavivar el encuentro interpersonal.
Desde luego que encontramos malentendidos, falseamientos, simulación, etc., que de alguna
manera frustran la autentica comunicación. Pero esto se entiende en cuanto consideramos la
naturaleza corpórea del lenguaje y la situación fronteriza del mismo, entre lo externo y lo interno en
la experiencia de la vida humana.8
El lenguaje tiene una orientación originaria hacia la Übereinstimmung, es decir hacia el
“entendimiento reciproco”. El lenguaje nace para poner en acto la comunicación intersubjetiva.
Como ya mencionábamos, si bien uno encuentra malos entendidos u ocultamientos en el lenguaje,
es de destacar que la razón de ser del mismo es el mutuo entendimiento entre los sujetos que
dialogan o entran en algún modo de relación.9
Como consecuencia o corolario de la dimensión intersubjetiva del lenguaje, hay que destacar el
hecho de la institución social del lenguaje. El lenguaje va más allá de la relación tu-yo, se amplía en
la constitución de grupos. Así, el lenguaje, dotado de una fuerte carga de exterioridad (como
veníamos sosteniendo), alcanza estabilidad y consistencia en el marco de una sociedad que lo
reconoce como propio.
Análogamente a la expansión del sujeto a través de la actualización de la intersubjetividad, se da
una expansión en la realidad cultural y social. En este sentido tenemos que decir que el lenguaje es
la condición de posibilidad de un mundo cultural, con sus inherentes objetivaciones sociales.
8
Sin duda, esto no podemos comprenderlo fuera del contexto o la idea de juegos del lenguaje de Wittgenstein. Por un lado, está el
presupuesto de que el lenguaje es ante todo un intercambio entre diversos sujetos humanos en el contexto de una forma de vida. Por
otro, está la idea de que los malentendidos se dan por un mal uso del lenguaje, especialmente cuando el mismo marcha en vacío. Cf.
Investigaciones Filosóficas, n. 132.
9
Como apreciamos, en Wittgenstein tenemos que, la clave para un mutuo entendimiento y concordancia de los sujetos que se
comunican dentro de un mismo juego de lenguaje, se encuentra en el hecho de seguir una regla.