Módulo 2
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Módulo 2
En el módulo anterior nos adentramos en el estudio de los inicios de laÉtica. Allí, vimos que, la filosofía asumió la tarea
de explicar enunciados que aparecen frecuentemente en la vida cotidiana; tanto en la vida privada del hombre, como en
sus actividades sociales, profesionales y económicas.
Decir que el hombre común en su vida cotidiana se topa con gente buena, gente mala, acciones malas, acciones buenas,
obrares conforme a normas, obrares contrarios a normas, puede implicar una perogrullada, pero vale la pena
analizarlo.
Innumerable cantidad de actos suelen ser calificados como buenos o malos. Desde que suena el despertador en
nuestra casa cada mañana, se da inicio a una innumerable cantidad de cursos posibles de acción donde la encrucijada,
más que el proceso de resolver un dilema moral, se presenta como un fútil obstáculo en nuestra rutina.
El "berrinche" de nuestros hijos para no tomar el desayuno y la probable salida tardía de nuestro hogar, abre cursos
posibles de acción -¿debo ser un padre comprensivo y condescendiente o un corrector instransigente ante los berrinches
"en horario inoportuno"?-.
Igualmente ocurre con los infaltables muchachos limpiavidrios de las esquinas que demoran nuestra partida más allá del
inicio de la onda verde del semáforo -¿me demoro aún más buscando la monedita de propina o reprendo firmemente al
insolente muchachote y arranco mi auto haciendo chirriar las gomas?-; y cuando estamos llegando al trabajo, al
disponernos a estacionar en el último lugar disponible, un exageradamente velóz señor se nos adelante y nos ocupa ese
espacio que a todas luces nos esperaba -¿le gritamos, y reclamamos nuestro lugar o damos una vuelta más de manzana
buscando otro espacio, sabiendo que llegamos tarde?-.
A estas alturas del relato, usted dirá ¡Y todavía no empezó la jornada laboral!
Seguramente, existen innumerables argumentos para reprender de una u otra manera a un hijo; quizás hallemos
argumentos para enfadarnos sobremanera con aquél que parece invadir nuestro espacio vital para justificar una propina,
y ese aparente avasallamiento tenga más peso que la también aparente obligación de atender la necesidad ajena; es
posible también que hayan argumentos en contra de aquel que se metió en el lugar en el que íbamos a estacionar
nosotros.
Pero, en definitiva, ¿podemos creer que es laÉtica la que nos ayudará a definir qué actos vamos a llevar adelante
racionalizando en el momento de la decisión, cuales pueden incorporarse a la categoría de buenos, correctos, malos e
incorrectos?. Muchos deben pensar que es imposible andar por la vida deteniendo el mundo ante cada suceso de la
cotidianeidad para "reflexionar", "tabular" y recién allí dar un paso. Seguramente, coincidirán con nosotros en
que muchos de esos actos se llevarán a cabo de manera casi "intuitiva".
Sinánimo de adentrarnos y profundizar en un debate ampliamente desarrollado entre filósofos de distinta raigambre, para
su tranquilidad, les informamos que entre ellos, el acuerdo es relativo.
Algunos piensan que "debería dejarse de lado la filosofía moral... hasta que dispongamos de una filosofía de la
psicología adecuada" (G. Anscombe), otros abonan lo dicho, expresando que "la filosofía, no debería intentar crear una
teoríaética, porque la teoríaética no tiene autoridad para ofrecer una razón determinante para aceptar una intuición en
vez de otra" (A. McIntyre)
En este contexto, cabe aclarar, que los antiteóricos, creen en una moralidad, más de práctica social que de expresión
teórica.
Aún así, consideramos que debe procurarse una reconciliación entre praxis y teoría. Una informal encuesta entre sus
conocidos les demostraría que en infinidad de situaciones se apela a una, aunque más no sea, rudimentaria teorización.
Nos preguntamos a veces sobre las consecuencias buenas o malas de un paso a dar; si determinado acto es malo o
bueno; afirmamos que hacemos lo que hacemos porque "debemos" actuar de esa manera. En definitiva, apelamos a
formas especiales de persuasión, de razonar, todo fruto de al menos una incipiente educación moral.
En el módulo anterior nos adentramos en el estudio de los inicios de laÉtica. Allí, vimos que, la filosofía asumió la tarea
de explicar enunciados que aparecen frecuentemente en la vida cotidiana; tanto en la vida privada del hombre, como en
sus actividades sociales, profesionales y económicas.
Decir que el hombre común en su vida cotidiana se topa con gente buena, gente mala, acciones malas, acciones buenas,
obrares conforme a normas, obrares contrarios a normas, puede implicar una perogrullada, pero vale la pena
analizarlo.
Innumerable cantidad de actos suelen ser calificados como buenos o malos. Desde que suena el despertador en
nuestra casa cada mañana, se da inicio a una innumerable cantidad de cursos posibles de acción donde la encrucijada,
más que el proceso de resolver un dilema moral, se presenta como un fútil obstáculo en nuestra rutina.
El "berrinche" de nuestros hijos para no tomar el desayuno y la probable salida tardía de nuestro hogar, abre cursos
posibles de acción -¿debo ser un padre comprensivo y condescendiente o un corrector instransigente ante los berrinches
"en horario inoportuno"?-.
Igualmente ocurre con los infaltables muchachos limpiavidrios de las esquinas que demoran nuestra partida más allá del
inicio de la onda verde del semáforo -¿me demoro aún más buscando la monedita de propina o reprendo firmemente al
insolente muchachote y arranco mi auto haciendo chirriar las gomas?-; y cuando estamos llegando al trabajo, al
disponernos a estacionar en el último lugar disponible, un exageradamente velóz señor se nos adelante y nos ocupa ese
espacio que a todas luces nos esperaba -¿le gritamos, y reclamamos nuestro lugar o damos una vuelta más de manzana
buscando otro espacio, sabiendo que llegamos tarde?-.
A estas alturas del relato, usted dirá ¡Y todavía no empezó la jornada laboral!
Seguramente, existen innumerables argumentos para reprender de una u otra manera a un hijo; quizás hallemos
argumentos para enfadarnos sobremanera con aquél que parece invadir nuestro espacio vital para justificar una propina,
y ese aparente avasallamiento tenga más peso que la también aparente obligación de atender la necesidad ajena; es
posible también que hayan argumentos en contra de aquel que se metió en el lugar en el que íbamos a estacionar
nosotros.
Pero, en definitiva, ¿podemos creer que es laÉtica la que nos ayudará a definir qué actos vamos a llevar adelante
racionalizando en el momento de la decisión, cuales pueden incorporarse a la categoría de buenos, correctos, malos e
incorrectos?. Muchos deben pensar que es imposible andar por la vida deteniendo el mundo ante cada suceso de la
cotidianeidad para "reflexionar", "tabular" y recién allí dar un paso. Seguramente, coincidirán con nosotros en
que muchos de esos actos se llevarán a cabo de manera casi "intuitiva".
Sinánimo de adentrarnos y profundizar en un debate ampliamente desarrollado entre filósofos de distinta raigambre, para
su tranquilidad, les informamos que entre ellos, el acuerdo es relativo.
Algunos piensan que "debería dejarse de lado la filosofía moral... hasta que dispongamos de una filosofía de la
psicología adecuada" (G. Anscombe), otros abonan lo dicho, expresando que "la filosofía, no debería intentar crear una
teoríaética, porque la teoríaética no tiene autoridad para ofrecer una razón determinante para aceptar una intuición en
vez de otra" (A. McIntyre)
En este contexto, cabe aclarar, que los antiteóricos, creen en una moralidad, más de práctica social que de expresión
teórica.
Aún así, consideramos que debe procurarse una reconciliación entre praxis y teoría. Una informal encuesta entre sus
conocidos les demostraría que en infinidad de situaciones se apela a una, aunque más no sea, rudimentaria teorización.
Nos preguntamos a veces sobre las consecuencias buenas o malas de un paso a dar; si determinado acto es malo o
bueno; afirmamos que hacemos lo que hacemos porque "debemos" actuar de esa manera. En definitiva, apelamos a
formas especiales de persuasión, de razonar, todo fruto de al menos una incipiente educación moral.
Coincidimos con Maliandi, en brindar a laética una independencia disciplinar que requiere método y terminología
eminentemente filosóficas.
Además, el autor citado, no desconoce que el "ethos", no es algo reservado a especialistas, sino que es acervo de toda
la humanidad.
A su vez, afirma que laÉtica aporta lo necesario para reconstruir ese saber intuitivo, pre-teórico y fundamentalmente deja
ver que ese saber si bien es saber, aún no es explícito.
A partir de laÉtica como disciplina, se produce una toma de conciencia de que el ethos se pone en juego en las
decisiones de los agentes morales. Con ella, como bien afirma Maliandi, "...cada agente moral tendría que poder
reencontrar en ella lo que ya sabía de modo vago sin poder expresar adecuadamente..." y con esa capacidad de
expresión, con esa comunicabilidad, se entrelaza su sentido social. (Ob. Cit)
Lo dicho hasta aquí no hace sin más que abonar lo expresado con contundencia en el módulo anterior, del conflicto, del
reconocimiento del problema, surge la necesidad de buscar una salida, una solución. Allí es donde surgen los
pensadores, las mentes iluminadas que dando rienda a su espíritu inagotable pretenden explicar qué hacer, otros, cómo
actuar y, tal vez otros más avezados, el porqué actuar en un sentido u otro.
Muchas teoríaséticas han sido formuladas con objeto de darle un rumbo a nuestra conducta -éticas normativas- ; otras
teorías y pretender examinar laética en conjunto, c onsiderando qué es exactamente, qué normas argumentales pueden
aplicársele, de qué modo es posible que los juicioséticos sean verdaderos o falsos, y cual puede ser, de ser posible, su
fundamentación -Metaética-, y además cientos o miles de escritos se han publicado sobre la aplicación de estas teorías
a cuestiones prácticas. Todo, como ya lo dijéramos, por la incertidumbre que anida en el hombre sobre qué estamos
haciendo y sobre si tenemos derecho a hacerlo.
Entonces, como habrán visto hasta aquí, dentro del campo "Ética", observaremos tres ramas que nos permitirán ordenar
las posibles respuestas a los distintos interrogantes que se plantea la disciplina que estudiamos: laÉtica normativa, la
Metaética y laÉtica aplicada.
La ética normativa
La ética normativa, más allá de ser un campo donde se desarrollan teoríaséticas distintas, debe entenderse además
como un nivel de reflexión, deliberado y conciente que se encamina hacia la búsqueda de validez de los principios
morales. Es en este espacio reflexivo, donde se indaga acerca de los fundamentos de normas y valoraciones.
Ricardo Maliandi en su "Ética: Conceptos y Problemas", deja en claro que estos niveles de reflexión, son propios de
todos los seres humanos, quienes desarrollan distintos niveles de reflexión.
El primero de estos niveles, es una instancia pre-reflexiva, donde anidan las cuestiones morales, actitudes, códigos y
costumbres. Lo identifica como un piso, desde el que se da comienzo a la reflexión sobre cuestiones morales. Este
espacio, lo reconoce como una reflexión no filosófica que se distingue por el tipo de pregunta que tratamos de responder
ante una encrucijada, ¿Debo hacer tal cosa?. Maliandi, la equipara a las indicaciones que da el director a los actores.
Un segundo nivel, comparable a la fundamentación y consideraciones críticas de tales indicaciones, incluso las
discusiones que pueden tener los actores con el director, es el de laética normativa.
En este nivel, reluce el inconformismo del hombre donde no es suficiente el saber que se debe hacer algo, necesitamos
saber el porqué. Aquí se entra en un nivel de reflexión filosófico, donde la búsqueda de fundamentos es el
objetivo. Obviamente la pregunta que abre esta nueva dimensión del proceso de reflexión es ¿Porqué debo hacer tal
cosa?
Como habrán sospechado, hay más niveles de reflexión y la metaética, que luego analizaremos, se encuentra en uno de
ellos.
Definido que laética normativa busca los fundamentos y valoraciones, apuntemos que es un espacio de fundamentación
y crítica, que si bien opuestos -el fundamentar y el criticar-, se complementan ya que la primera busca consolidar y la
segunda derribar, pero en un ejercicio constante. Mientras más embates resista el fundamento, mayor consolidación
presentará.
Kant, citado por Maliandi (Ob. Cit. Pgs 54/56), expresa que este saber moral, el de laética normativa, no necesitaría de
la filosofía, si no fuera por su debilidad. Ese saber presente en todos los hombres, sucumbe con frecuencia a lo que
Kant llama "dialéctica natural", que apunta a cuestionar el carácter riguroso del deber y a acomodarlo a los particulares
deseos e intereses.
"En otros términos: laética normativa (filosófica) se hace necesaria porque el hombre, junto a su saber moral, tiene
también la tendencia a engañarse a sí mismo. La reflexiónético - normativa, sistemática, operando con argumentos
racionales, impide o al menos dificulta, obstaculiza ese engaño". Ricardo Maliandi Etica: Conceptos y Problemas Ed.
Biblos (pag. 55)
Partiendo del modelo reflexivo explicitado, se fueron desarrollando teorías que, con distintos enfoques, buscan principios,
tratan de responder el por qué de la norma, e indagan sobre la existencia de respuestas universalmente válidas.
Nunca se debe perder de vista además, que fundamentar, justificar o legitimar implica también un esfuerzo de
determinación terminológica y semántico, con lo cual muchas veces, teorías posicionadas dentro de laética normativa, se
ven inmersas en problemáticas abordadas por teorías que se desarrollaron en el campo de la Metaética -y a la inversa
también-, lo cual hace que en determinados tópicos una teoría se analice dentro de uno u otro campo.
Volviendo a la cuestión central de las respuestas a los "porqué", sobre los que indaga laética normativa, encontraremos
que esas respuestas estarán centradas en una fundamentación deontológica o en una fundamentación teleológica.
Las teorías que buscan fundamentaciones deontológicas, se centran en el deber. De laética de Kant, derivan un
importante número de teorías.
Existe una base universalista en ellas, clara pretensión de instaurar normas absolutas que sean fuente y principios
últimos, a la cual algunos llaman: "regla de oro", muy cercana al "imperativo categórico" kantiano que desarrolláramos en
el módulo uno.
Ahora bien, ¿cree usted que será tarea fácil encontrar esta regla de oro? Distintos autores han pretendido que ella
derive en distintos sistemas de deberes o derechos, o del carácter virtuoso de las personas, sobre lo que nos
detendremos más tarde.
Como habrán podido observar, ninguna teoría se concluye en sí misma y, todas ellas, siempre dan lugar a nuevos
detractores. En ese debate, entre formulación de teorías y detractores constituidos en el cuadrilátero del
conocimiento, en un rincón podemos ubicar a las Teorías deontológicas. Las mismas sostienen que el
accionarético se basa en la obligación de acatar la norma, el postulado o exigencia deontológica, sin tener en
cuenta el resultado final o consecuencia de ese cumplimiento. Este enunciado, las hizo identificar como teorías no
consecuencialistas, en oposición al consecuencialismo como modeloético.
La primera teoría deontológica que mencionaremos es la Teoría de los Derechos, que vio su punto de inicio en el Siglo
XVII, con pensadores como Samuel Pufendorf, Hugo Grocio, y John Locke. Con Grocio, reconocemos, además, a uno de
los padres del derecho internacional, que proviene del derecho natural. Del Derecho Natural, a su vez, algunos autores
pretenden que derive el sistema internacional de Derechos Humanos.
Con Locke, luego, vemos la reivindicación del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Ello, en función de la
salvaguarda que merecen los derechos "morales", definidos como de carácter natural (no creados por el hombre),
universales (omnicomprensivos de toda la humanidad), iguales (sin distinguir ni categorizar a las personas) e inalienables
(que no pueden ser enajenados).
En el siglo XVIII el sistema de Derechos Humanos era protector y negativo, e imponía límites al trato del monarca hacia
sus pueblos. Durante su desarrollo posterior fue añadiendo un elemento positivo, incluyendo el derecho a adquirir
diversos tipos de bienes que el hombre relaciona con su bienestar y en vistas a conseguir una mayor riqueza social o
progreso económico.
Los derechos son un elemento importante de cierta forma de moralidad universal, por cuanto forman parte, junto con
otros principios morales, de una construcciónética en la constitución del obrar humano. Esta perspectiva se basa en que
los seres humanos tienen necesidades y capacidades en común y que ellas son más importante que sus diferencias.
En segundo término mencionaremos la Teoría de los Deberes. En ella se enmarcaría el imperativo categórico kantiano,
desarrollado en el módulo uno. Allí veíamos que para Kant las acciones morales deben estar basadas en un principio
supremo de moralidad que sea objetivo, racional y elegido libremente. El imperativo categórico, es la principal ley moral
que determinará el accionar del hombre sin tener en cuenta sus consecuencias. Para Kant dicho imperativo será:
Esta ética de deberes postula que la razón humana, en el ejercicio de la más absoluta libertad, (de manera universal,
obligatoria, categórica y necesaria), exige el cumplimiento del deber, es decir, requiere una acción recta (por respeto al
deber mismo), y desinteresada (independiente del bien que pueda acarrear).
Kant planteó así al deberético como un mandato, o sea, un imperativo categórico en oposición a los imperativos
hipotéticos, implícitos en el actuar, para la consecución de un determinado fin que puede ser la felicidad o el placer.
Una última teoría a tener en cuenta es una revisión de la Teoría de los Deberes o Teoría de los Deberes Prima Facie,
formulada por Ross en la década de 1930, donde ensaya que una acción correcta no es necesariamente la que produce
el mayor bien.
Ross desarrolla que habrá una acción moral en cuanto se corresponda con los deberes "prima facie", deberes que
proceden de una intuición y sean parte de la naturaleza fundamental del universo. Esos deberes, son:
• Fidelidad.
• Cumplimiento de las promesas.
• Compensación cuando producimos un daño.
• Gratitud, agradecer a quienes nos auxilian.
• Justicia.
• Reconocimiento del mérito.
• Beneficencia.
• Mejoramiento de la condición de otros y automejora.
• Mejoramiento de nuestras virtudes y nuestra inteligencia.
• No maleficencia o no dañar a otros.
Sinánimo de agotar la grilla de teorías que se despliegan en busca del fundamento deontológico, corresponde ahora
sobrevolar entre aquellas que buscan el fundamento teleológico.
A diferencia con las anteriores, las teorías que buscan este tipo de fundamentación, otorgan mayor importancia a las
consecuencias que a los "principios". Estas teorías señalan como un grave error ignorar las consecuencias que pueden
acarrear determinados actos. Ello dio lugar a la instalación de Teorías Consecuencialistas, que afirman que acciones
moralmente correctas son aquellas cuyas consecuencias son favorables. Sólo el resultado final de una acción
determinará su carácter moral; bajo este paradigma, el hombre deberá actuar para producir el mayor bien.
A las Teorías Consecuencialistas podemos resumirlas -y por cierto sin agotar su número e importancia-, en
el egoísmoético y el utilitarismo.
El egoísmoético puede ser condensado en la siguiente idea: una acción será considerada moralmente correcta, si su
resultado es favorable para quien la lleva a cabo.
Hobbes, con su Teoría del Contrato Social, sostiene que por razones estrictamente egoístas y de conveniencia,
admitimos un mundo de reglas morales que permiten librar al hombre de los desvaríos de otros, que pueden poner en
riesgo su vida, bienes y derechos. Remitimos a lo ya expresado respecto de la teoría de Hobbes en el Módulo uno.
Ahora bien, el hecho de que el egoísmoético de Hobbes se entronque con su teoría del contrato social, no significa que
las Teoríaséticas que utilizan la ficción del contrato social sean consecuencialistas o teleológicas.
Por ejemplo, John Rawls, filósofo contemporáneo que modernizó la teoría del contrato social, a su vez incorporó la
noción de justicia distributiva. De esta manera, la justicia se consideraba el mayor valor, por encima de la libertad,
teniendo a la justicia entendida como equidad. Afirmaba que una sociedad justa se sostiene en tres principios:
Igual libertad.
• Diferencia.
• Igualdad de oportunidades.
El primer principio define que cada persona deberá tener igual derecho a las libertades básicas más amplias compatibles
con libertades básicas similares para todos. El principio de diferencia está por encima del de igualdad de oportunidades y
establece que las desigualdades económicas y sociales serán justificadas sólo si se expresan para el máximo beneficio
de las personas que estén en un estado más desventajoso y que la desigualdad esté relacionada con los puestos que
ocupen en el sistema económico, pero que su acceso a ellos se haya dado por convocatorias abiertas a todo el
mundo. De hecho Rawls encuadra su teoría dentro de las teorías deontológicas.
Por otro lado, y continuando con las Teorías Consecuencialistas la que ha tenido mayor difusión y ejerció gran influencia,
fue el utilitarismo. Jeremy Bentham (1748 - 1832) y John Stuart Mill (1806 -1873), enuncian que un principio es de
utilidad para valorar el acto como moral. Las acciones son correctas en la medida que tiendan al mayor bien para el
mayor número. Ahora bien, para analizar las acciones bajo este principio y para que efectivamente queden bajo el
paraguas del "mayor bien" y "mayor número", el mayor bien se identificaba con el placer y el mayor número bajo la
premisa de que "cada uno cuenta como uno y nadie es más que ninguno".
Ahora bien, podríamos afirmar que la influencia del utilitarismo en el mundo fue por demás significativa, redefiniendo las
pautas relativas a todoámbito de actividad del hombre, hasta las educativas, marcando como necesario y excluyente
enseñar disciplinas que tiendan a la "utilidad", más que a valores.
Más allá de su expansión a todos los rincones de occidente, esta corriente continúa manteniendo el interrogante acerca
de la verdadera eticidad de permitir el sacrificio de una persona o de un grupo minoritario para que sea posible ese
mayor bien para el mayor número. En este punto, una segunda pregunta aparece y es sobre la profundidadética del
principio de que el fin justifica los medios.
Ante estas críticas el propio utilitarismo elabora un "utilitarismo de reglas", donde sostiene que la conducta será moral si
se adecua a reglas que si fueran adoptadas por todos llevarían el mayor bien para el mayor número. Aún así, esta
postura no escapa a la crítica respecto del carácter no tan previsible de las consecuencias de las acciones. Es cierto que
hay un amplio margen de previsibilidad que para el utilitarista puede hacer razonable una decisión, pero en el contexto de
las relaciones interpersonales o interinstitucionales, las variables, no necesariamente dependerán ni de un solo sujeto, ni
de un solo proceso, lo que convierte al probable resultado en algo siempre incierto.
Metaética
Continuando con estructura que presentamos en el punto anterior, debemos aclarar aquí también, que la Metaética más
allá de ser un campo donde se desarrollan teoríaséticas distintas, debe entenderse además como un nivel de reflexión,
que analiza el significado y el uso de los términos morales. Maliandi, autor ya citado, la identifica como la "semiosis del
ethos". El tipo de preguntas que trata de responder la Metaética serían ¿Está bien planteado preguntarse porqué debo
hacer tal cosa? (y en su caso ¿Por qué sí? O ¿por qué no?). Tomando el mismo ejemplo de Maliandi respecto a lo que
ocurriría en una obra de teatro, el nivel de reflexión propio de la Metaética, "sería comparable al análisis técnico de las
expresiones teatrales" (Ob. Cit)
Para entender esto hay que tener en cuenta que en el ethos, hay una moralidad "operante" y una moralidad verbal. Ello,
torna entendible la necesidad de este nivel de reflexión deliberado y conciente que se encamina hacia la búsqueda de
validez de los principios morales. Según algunos autores, las teorías que operan en este campo no son tanto, teorías
"de" laética, sino, teorías "sobre" la ética. El mismo termino "meta" sugiere que no está inmerso en laética, sino alude a
su carácter exógeno.
Esta rama nos aporta respuestas acerca de la justificación de los conceptoséticos. A su vez, brinda elementos
para desarrollar el debate acerca del origen de los preceptoséticos y ayuda a discernir si son verdades
atemporales o meros acuerdos suscriptos por los hombres.
En su campo se desenvuelven teorías como el realismo moral o el escepticismo moral; así como también
residen teorías que explican la cuestión desde lo psicológico.
El realismo moral sostiene que todo principio moral tiene un fundamento objetivo que va más allá de las
meras convenciones humanas. Desde este punto de vista, admite que los principios morales existen
espiritualmente y que son aplicables en todo el universo.
Su contraparte, el mencionado escepticismo moral, niega el carácter objetivo de los principios morales y su
fundamento surge de convenciones humanas, condicionando su existencia a convenciones que están
limitadas social, temporal y espacialmente.
Los psicologistas, de quienes más adelante tomaremos algunas explicaciones, justifican que algunas
motivaciones morales profundas en el actuar que están enraizadas en el desarrollo cognitivo del sujeto. Se
basan en Aristóteles, que afirmaba que el hombre tiene una capacidad innata para saber el propósito de su
existencia y así alcanzar la felicidad. De esta forma, los psicologistas afirman que el hombre posee una
conciencia moral natural.
Dentro del psicologismo encontramos autores que citan a Hobbes, quien sostiene que los actos del hombre
están inspirados por los propios intereses, ajenos a toda posibilidad de altruismo y de benevolencia. En
relación con esto, ya veíamos con Kant que la razón ocupa un lugar preeminente y tiene un rol determinante
en el comportamiento moral.
La ética descriptiva
Este sucinto y no agotado repaso por las teorías que se desarrollan en el campo de la Metaética, debe
mencionarse un nivel de reflexiónética que es exógeno, es decir exterior al ethos, que no posee carácter
filosófico y que su método es el científico.
Este nivel, releva información de la facticidad normativa. Estaremos ante estudios sobre costumbres, normas,
códigos y ante la descripción de su funcionamiento y causas. La antropología, la sociología y la psicología
utiliza este nivel de reflexión habitualmente.
La ética aplicada
Concluyendo, mencionaremos que han surgido Éticas Aplicadas que se sirven de los
conceptos desarrollados tanto por la Metaética y laÉtica normativa para abordar
cuestiones especiales propias de campos específicos del saber. Se ocupan de ver cómo
aplicamos el conocimiento de lo moral y su fundamentación (por qué tenemos que ser
morales), a los distintos ámbitos de la vida social. Así, mencionaremos la ética de los
negocios, la bioética, la ética de las Tecnologías de Información, la ética en la política,
en la economía, etc.
Como hemos visto hasta aquí, la gran discusión en el campo de laética en las últimas centurias, estuvo
signada por aquellos que afirman que existen ciertos tipos de actos que son malos en sí mismos y, por lo
tanto medios moralmente descartables para la búsqueda de cualquier fin, incluso de fines moralmente
deseables.
Entonces, vemos que los dos conceptos principales de laética son los de lo correcto y el bien. Visto así, la
estructura de una teoríaética está entonces considerablemente determinada por su forma de definir y vincular
estas dos nociones básicas.
Los filósofos denominan a estas corrienteséticas "deontológicas" (del término griego "deon" -deber-), y las
contraponen a las corrientes de estructura "teleológica" (del griego "telos" -fin-). Los teleologistas, niegan la
idea de que existan actos correctos o incorrectos en sí mismos. Para ellos, la rectitud o maldad de nuestros
actos viene determinada por una valoración comparada de sus consecuencias.
Ahora bien, esta discusión... ¿en qué afecta al gestor de la educación?
Como podrán ver en el próximo módulo, existe una corriente profundamente arraigada internacionalmente y
asentada en la deontología, que ha establecido la necesaria incorporación de Códigos deÉtica en una
innumerable cantidad de profesiones; y las áreas de actividad vinculadas a la docencia no han quedado al
margen.
Conocer al menos de manera básica los fundamentos de estas teorías, resulta esclarecedor respecto de la
importancia -o no- de incorporar cuerpos de esta naturaleza en el ejercicio profesional que a futuro
practicarán.
La convicción legada por los deontólogos (que no hay que definir lo correcto en términos del bien), los ha
hecho afirmar que no existe una relación clara entre hacer lo correcto y hacer el bien.
Para el deontólogo, los dosámbitos no son sólo distintos sino que lo correcto es anterior al bien, y en
función de ello, la principal preocupación estará puesta en actuar correctamente.
Entonces, ¿qué exigencias nos impone la deontología para actuar correctamente? O lo que es lo
mismo ¿cómo debemos obrar?
Para obrar correctamente, siempre en el marco del deber, no debemos hacer cosas que puedan considerarse
malas. A su vez, los deontólogos tienen tan en claro aquellas acciones que no debemos realizar, que aportan
reglas para reconocer las acciones reprochables, reglas que podemos reconocer bajo el nombre de normas,
prohibiciones, mandatos o en definitiva, "exigencias deontológicas".
Pero reflexionemos: ¿qué ocurriría si sabemos que no respetando la exigencia deontológica, el deber,
conseguiríamos lo que individualmente consideramos el bien?
Un ejemplo al que recurren los deontólogos habitualmente, por la simpleza del hecho que se trae al análisis,
nos da una respuesta. En innumerables ocasiones, para justificar sus acciones, el hombre común apela a la
mentira. Bajo una matriz deontológica, las mentiras son malas por lo que representan en sí mismas y dicha
condición no varía aunque pudiese producir un desenlace bueno, por consiguiente, no se debe mentir.
Este ejemplo nos hace observar claramente que las corrientes deontológicas no son consecuencialistas, ni
tampoco maximizadoras. Entonces, ¿cómo actuaría un deontólogo ante un dilema moral?
En primer lugar, no realizaría consideraciones imparciales de los intereses, y en segundo lugar no efectuaría
apreciaciones acerca del bienestar de los demás. Las concepciones deontológicas tampoco se basan en la
consideración imparcial de los intereses o del bienestar de los demás, al contrario de cómo lo haría un
consecuencialista.
Analicemos ahora un dilema en el que podría verse involucrado un profesional de la gestión educativa. La institución
educativa de la que forma parte desde hace algunos años inició una política que prevé la integración de niños con
capacidades diferentes al régimen áulico. Durante el último año,
y debido a coyunturas económicas, los informes financieros
determinan que la presencia del niño "X" en el aula "4" resulta
antieconómica, debido a los apoyos de distinta naturaleza que
debe realizar la institución para "mantenerlo" escolarizado. De
no lograr su "exclusión", se deberán tomar medidas que
impliquen una reducción de costos y con ello una disminución de
la calidad académica de toda el aula "4".
En este ejemplo, un consecuencialista pensaría que la decisión que tome debe tener en cuenta el
mayor bien para el mayor número. En consecuencia, el "sacrificio" de uno en pos del mayor bien, se
amolda a la premisa primordial.
Por el otro lado, un sujeto imbuido de lo que denominamos exigencia deontológica pensaría todo lo
contrario. Una vida nunca puede ser tomada como un medio, ni siquiera como medio para que, a
través de su sacrificio, "mantengan el nivel" el resto de los niños del aula "4". Para el deontólogo, no
se puede violar la exigencia. Ni siquiera estaría permitido mentir o disfrazar la verdad, ni siquiera
para ganar tiempo porque podría lograrse con otros recursos argumentales otorgados por el
conocimiento técnico adecuado, que evitarían la violación de la exigencia.
Obviamente, la rigidez formal del deontologismo obliga a analizar adecuadamente la naturaleza y
estructura de sus exigencias. En este punto, y siguiendo a Nancy Davis, observamos tres
características de las exigencias deontológicas:
1. Se formulan negativamente
La fórmula conlleva prohibiciones. Davis, citando a Charles Fried, explica: "En cualquier caso, la
norma -deontológica- tiene límites y lo que está fuera de esos límites no está en absoluto prohibido.
Así mentir es malo, mientras que no revelar una verdad que otro necesita puede ser perfectamente
permisible -pero ello se debe a que no revelar una verdad no es mentir". (DAVIS, Nancy: La
Deontología Contemporánea. En: SINGER, Peter: Compendio deÉtica. Alianza Editorial, 2004)
3. Su ceñida orientación
Las exigencias deontológicas están dirigidas a las decisiones y al accionar del sujeto, no a las
consecuencias de esas decisiones y actos.
Debe quedar claro además que, más allá de las formas que Davis reconoce que deben tener las
exigencias deontológicas, existen Códigos deÉtica en el marco de los profesionales de la Educación,
como veremos en Módulos subsiguientes, que se integran con normas formuladas de carácter
positivo, situación que no los excluye de su claro marco deontológico. Esto es así, porque "para el
deontólogo, la distinción moral más importante es la existente entre lo permisible y lo no permisible,
y es la noción de lo no permisible la que constituye la base de la definición de lo obligatorio: lo que
es obligatorio es lo que no es permisible omitir." (SINGER, Peter: Compendio deÉtica. Alianza
Editorial, 2004. pp.296)
El marco de actuación del que obra conforme al deber, excluye toda posibilidad de atención a los
resultados. En cambio, los consecuencialistas plantean que un curso de acción será aceptable en
tanto y en cuanto procure maximizar el bien, ya que nunca es permisible hacer menos bien del
que se puede.
Esto ha llevado a criticar a las corrientes consecuencialistas atribuyéndoles el hecho de no dejarles
"respiro" moral a sus seguidores, arguyendo sobre la carga que implica prever hasta lo que a veces
es imposible de prever.
En cambio, el deontólogo acarrea menos problemas que el consecuencialista, ya que no debe
especular respecto de las consecuencias del acto permitido. En virtud de los Códigos, queda claro lo
permitido y lo prohibido. Pero también podemos reconocer que no todos los casos son "tibios" o
inocuos.
Hay casos donde la exigencia deontológica resulta naturalmente aplicable sin ningún tipo de reparo,
o mayor análisis. Pero ¿qué ocurre en los otros casos, donde la línea es lo suficientemente delgada
como para obligarnos a caminar en un constante riesgo de caer en lo no permitido? Esos casos son
los casos extremos, donde la existencia del hombre se debate incluso por fuera de los códigos
mismos.
Ustedes se preguntarán ¿puede haber un caso de esa naturaleza? Si lo crucial es esa
universalidad ¿cómo sería posible evadir la exigencia deontológica justamente en el momento y
lugar donde más claro se requeriría algún orden elemental?
Al respecto, Davis, citando a Fried, responde de la siguiente manera:
"Según Fried, podemos imaginar casos extremos en los que matar a un inocente pueda salvar a
todo un país. En estos casos parece fanático mantener el carácter absoluto del juicio, hacer lo
correcto aun cuando se hunda el mundo. Y así una catástrofe podría hacer ceder al carácter
absoluto del bien y el mal, pero incluso entonces sería un "non se-quitur" decir (como no se cansan
de repetir los consecuencialistas) que esto prueba que los juicios de bien y mal son siempre cuestión
de grado, en función del bien relativo a alcanzar y de los daños a evitar. Yo creo, por el contrario,
que el concepto de catástrofe es un concepto distinto precisamente porque identifica las situaciones
extremas en las que dejan de tener aplicación las categorías de juicio habituales (incluida la
categoría del bien y del mal)..." (SINGER, Peter: Compendio de Ética. Alianza Editorial, 2004.
pp.304)
Esta aclaración en cierta medida pone en jaque el sistema de principios de los deontólogos. Ya no
todo es tan claro, pero ¿lo pone en jaque, o lo dota del humanismo necesario para considerarlo
con aún más atención?
Para la deontología, el hombre en tanto sujeto racional, tiene la facultad de evitar las malas obras,
objetivo alcanzable sólo con un "esfuerzo razonable y sincero". A su vez, separa la consecución de
lo pretendido. Esto implica que debemos evitar llevar adelante cierto tipo de acciones, determinadas
en el "código", allí establecidas con contundencia y especificadas de antemano, librándonos del
enredo en el que pueden ponernos las circunstancias a veces abrumadoras de la deliberación y la
acción.
Con claridad vemos que esta corriente legalista, nos impone la abstención de violar las
disposiciones, y por lo general no es complejo acatarlas.
Pero, como bien acota Davis en la obra ya citada: "...La creencia de que las exigencias de la
moralidad son cosas a las que podemos o debemos aspirar a quitarnos de encima a fin de realizar lo
realmente importante (y presumiblemente neutro desde el punto de vista moral) -vivir nuestra vida
como nos plazca- parece poco sólida desde el punto de vista normativo y psicológico. Pues somos
miembros de una comunidad moral, y no voluntades racionales discretas ni guardianes de nuestra
propia virtud, y nos preocupamos por las demás personas de esa comunidad, así como por la propia
comunidad. Y la expresión adecuada de esta preocupación no es sólo el credo de la no interferencia
que se refleja en la noción deontológica mínima del respeto y en las exigencias deontológicas
estrechas que se consideran deducidas de aquellas (por ejemplo, no mentir, no engañar, o impedir
de otro modo que la gente viva su vida) sino una actitud que supone y exige el interés activo de la
gente en la promoción del bienestar de los demás..."
Esta velada crítica a la deontología, nos hace reflexionar sobre la pertinencia de acotar tan
drásticamente el marco de obligaciones del hombre, cuando en realidad la vida resulta mucho más
compleja de lo que un pretendido código ensayaría ordenar. Pero si en unámbito específico de
actividad como es la Educación, apelamos a esas reglas claras, máxime cuando esa actividad
importa poner en juego cotidianamente el conjunto de derechos y garantías que constituyen el
basamento del Estado de derecho, aparece como razonable la apelación de estos marcos de
referencia clarificadores.
Pero para tranquilizar a los detractores, quizá encontremos más respuestas en el desarrollo de la
unidad siguiente.
Durante el proceso histórico que signó el desarrollo filosófico en materia de laética, la pregunta del
cómo debo vivir, quedó relegada como un vago recuerdo histórico sobre lo que
planteó Aristóteles muchos años atrás.
Recién a fines de la centuria pasada, comenzaron a
aflorar autores que ponían en duda los denodados
esfuerzos del utilitarismo por conseguir su mayor bien, sin
hacer referencia alguna sobre cómo sería vivir una vida
de esa naturaleza. En ese contexto, La Teoría de la
Virtud pretende describir lo que sería un carácter
admirable, qué tipos de carácter son admirables.
Alasdair MacIntyre en 1981, nos invita a que retornemos a unaética sustancialista, convirtiéndose, a
través de su libro "Tras la virtud", en la voz más representativa de esta corriente de pensamiento.
MacIntyre analiza el lenguaje moral en el campo de la filosofía contemporánea y sentencia que se
encuentra en un grave estado de desorden.
Para entender su crítica debemos profundizar en la historia del lenguaje moral y para ello, nos
ordena en la existencia clara de tres etapas.
En la primera, surge el lenguaje moral. Observa este nacimiento con el pensamiento de Aristóteles
y Santo Tomás que, en verdad, constituyen su principal marco teórico. La segunda etapa se
identifica como aquélla signada por la devastación del lenguaje moral, provocada por la
Ilustración. Por último, observa una tercera etapa donde este lenguaje moral se restaura, aunque
no sin cicatrices y quebraduras.
El caos de la modernidad que arriesga a identificar McIntyre, afirma que nos ha sumido en un
desorden absoluto de ideas y corrientes doctrinarias provenientes de innumerables culturas y
contextos temporales diversos. Culpa de esto a los filósofos que trataron la cuestión de manera
atemporal y, con ello, provocaron que el mensaje de la Ilustración se convirtiera en un verdadero
fracaso, tornando inútil seguir con la búsqueda de unaética autónoma y universal.
Para el autor, no queda otra que volver a las fuentes y recobrar la moral perdida. El primer desafío
que nos impone es redescubrir a Aristóteles, y fundamentalmente en su Ética a
Nicómaco (disponible en http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/650.pdf), donde el maestro
nos argumenta que la búsqueda del bien, se encuentra en todo ser humano, pero no desde un
"egoísmo" descontextualizado. Será mucho más grandioso y perfecto alcanzar y preservar el bien de
la "polis". El bien "superior" es el bien de todos: un bien superior, pero humano; un bien en el
mundo.
Para conseguir su objetivo, un bien común basado en la felicidad, recordemos que Aristóteles
pone laética como principal herramienta y su teoría de las virtudes oficiará cual garantía, y servirá a
la política para conseguir la felicidad de todos los hombres, más fulgurante que la "opaca" felicidad
individual.
Esta búsqueda permite al hombre descubrir su telos, su fin, que en el primer caso será el de
cumplir su papel en la sociedad teniendo en cuenta que lo importante es el bien de la comunidad; y
en el segundo, el sujeto se encuentra unido a la comunidad con una vida llena de sentido.
Presentado de esta manera, McIntyre detecta aquí dónde radicó el fracaso de la Ilustración: en
queésta no le ofrecía ningún fin al hombre. La revalorización de Aristóteles es tal en cuanto
ofrece al hombre un sentido a su vida y un sentido común con otros.
Con esto, el filósofo inglés invita a recobrar unaética de virtudes. Pero, reconociendo la complejidad
temporal y geográfica del concepto, propone una matriz particular para enfocar adecuadamente el
concepto de virtud.
Reconoce la existencia de tres nociones, cada una involucra a la anterior, pero no a la inversa
(MacIntyre, 2004: 233-234):
Práctica, donde cualquier forma compleja y coherente de actividad humana cooperativa, instituida
socialmente, sirve para realizar los bienes inherentes a la misma. (MacIntyre, 2004: 248). Por la
práctica, el sujeto adquiere bienes internos y externos, y la virtud será entonces entendida como la
búsqueda de los bienes internos, esto es, aquellos bienes que sólo pueden ser adquiridos por la
práctica en sí. Por ejemplo, si juego al fútbol, el disfrute o goce del fútbol en sí mismo sólo podrá ser
alcanzado jugando al fútbol (bien interno), pero si busco fama (bien externo), podré utilizar otras
prácticas para alcanzarla, más que jugar al fútbol, me inclinaré por ir a un programa de chimentos
faranduleros de las tardes.
Aquí vemos cómo se aleja del utilitarismo y se ancla en Aristóteles, al recordarnos que si yo alcanzo
la excelencia con la práctica -como un Lionel Messi-, disfruto tanto deléxito como de la práctica, aún
cuando eléxito no se alcance; la virtud reside en que para ser eficaz y generar bienes internos - que
son su recompensa -, se debe ejercitar sin pensar en la consecuencia.
De orden narrativo. Aquí, McIntyre propone que nos abstengamos de seguir a aquellos que
pretenden fragmentar la vida del hombre, separándola de los papeles sociales que posee. Debemos
analizarlo de manera narrativa para comprenderlo. Las intenciones deben contextualizarse tanto
causal como temporalmente, es decir, deben estar contextualizadas. Afirma "vivimos narrativamente
nuestras vidas y porque entendemos nuestras vidas en términos narrativos, la forma narrativa es la
apropiada para entender las acciones de los demás". (McIntyre, 2004, 279).
"Las virtudes han de entenderse como aquellas disposiciones que, no sólo mantienen las prácticas y
nos permiten alcanzar los bienes internos a las prácticas, sino que nos sostendrán también en el
tipo pertinente de búsqueda de lo bueno, ayudándonos a vencer los riesgos, peligros, tentaciones y
distracciones que encontremos y procurándonos creciente autoconocimiento y creciente
conocimiento del bien. El catálogo de las virtudes incluirá por tanto, las necesarias para mantener
familias y comunidades políticas tales que hombres y mujeres puedan buscar juntos el bien y las
virtudes necesarias para la indagación filosófica acerca del carácter de lo bueno" (McIntyre, 2004,
289).
La tradición moral. Para el autor analizado, las tradiciones morales de nuestra comunidad serán
nuestro punto de partida moral. Ello implica que vivir una vida buena variará con las
circunstancias. A su vez, MacIntyre observa que esas tradiciones evolucionan. Ello, en razón de
una búsqueda de mejora en los patrones de excelencia, pero esta evolución nunca implicará la
posibilidad de llegar a máximas universales. Dice queésta es "una ilusión de consecuencias
dolorosas" (Ibíd.: 291). Esta tercera noción le permite dar su definición completa de las virtudes. Al
respecto afirmará que las virtudes encuentran su fin y propósito en la permanencia de diferentes
variables: manteniendo las relaciones necesarias para que se logre la multiplicidad de bienes
internos a las prácticas; sosteniendo la forma de vida individual (en donde el individuo puede buscar
su bien en tanto que bien de la vida entera); y también, manteniendo aquellas tradiciones que
proporcionan, tanto a las prácticas como a las vidas individuales, su contexto histórico necesario
(Ibíd.: 293).
A su vez, nos ilustra que las nociones desarrolladas -práctica, orden narrativo y tradición moral-, son
las que le dan el sustento al concepto general de virtud. No puede definirse una virtud únicamente
por referencia a una práctica, o tan sólo a la unidad de una vida humana o en razón de la tradición.
Las tres nociones conjuntamente se necesitan para completar el concepto de virtud.
Si recordamos a Aristóteles, nos decía que esta vida virtuosa se alcanzaba a través de la repetición de
conductas que se transformaban en un hábito. Es decir, algo muy parecido a una especie de desarrollo moral
que se adquiere con el tiempo y la conformación de una experiencia totalizadora.
El planteamiento aquí sería el siguiente: si vemos que el carácter prudente del hombre experimentado se
logra tras un proceso de modelación temporal, ¿no hay nadie que haya desarrollado una teoría acerca de la
madurez y el obrar ético? Y ahora bien, si en el individuo se van modelando etapas de ese desarrollo moral
con el transcurso de los años ¿a todos los individuos les ocurre lo mismo? Es decir ¿todos pasamos por los
mismos grados de desarrollo? Y, en ese caso, ¿podemos universalizar las etapas de desarrollo moral?
La respuesta afirmativa significa que puede valorarse el crecimiento Psicológico de todo ser humano desde el
mismo punto de vista.
Resulta bastante razonable pensar que un niño de Jardín de Infantes no estaría en condiciones de elaborar un
pensamiento abstracto que implique en sí mismo la respuesta a un dilema moral. Ustedes acordarán con
nosotros que el niño difícilmente alcance a comprender a Kant o la premisa utilitarista del mayor bien.
Lawrence Kohlberg, ha ofrecido una respuesta a estos interrogantes afirmando que existen etapas de
desarrollo moral que se relacionan con el desarrollo psicológico del hombre.
Afirma que el hombre va modelando aptitudes cognitivas que le permiten desarrollar pensamientos lógicos y, como tales,
abstractos; y con ello, logra realizar categorizaciones conceptuales, lo que lo ayuda a diferenciar actos que se ubican en
distintas categorías morales. Por ejemplo, no es lo mismo golpear involuntariamente un objeto, queéste caiga y golpee a
alguien, a que yo tome un objeto y lo arroje contra alguien causando con ello un daño que puede ser igual en los dos
casos.
La teoría de Kohlberg, gira alrededor de dos conceptos fundamentales, como señala Palomo González, el Juicio Moral
y el Sentido de Justicia. (GONZÁLEZ; Palomo: Lawrece Kohlberg: Teoría y práctica del desarrollo moral en la escuela.
Disponible en http://www.aufop.com/aufop/uploaded_files/articulos/1213665403.pdf),
El juicio moral:
Lo considera como un proceso cognitivo que nos permite reflexionar sobre nuestros propios valores y ordenarlos en una
jerarquía lógica.
Lo relaciona con la conducta, con la capacidad de asumir roles y con las funciones cognitivas.
La raíz del juicio moral es lo que denominaría "Role-Taking" -para otros autores "reversibilidad", como se verá-, que
sería la habilidad de ver las cosas en la perspectiva del otro. El "Role-Taking" es considerado por el autor -junto con el
desarrollo cognitivo- como condición necesaria para el desarrollo moral y como intermediario entre las capacidades
cognitivas y el nivel alcanzado en este desarrollo moral. Esta capacidad nace de las interacciones sociales surgidas en
las instituciones socializadoras básicas.
El sentido de justicia:
El sentido de justicia es interés de Kohlberg, como también afirma la autora señalada, considerando que cambia y
se desarrolla con el tiempo a medida que el sujeto se interrelaciona con el entorno.
De las investigaciones que realizara, Kohlberg deduce que el niño construye sus propios valores morales y se
desarrolla con el ejercicio de su conducta y que es integrante del proceso del pensamiento que empleamos para extraer
sentido de los conflictos morales que surgen de la vida diaria.
Kohlberg, descubrió que en el hombre hay tres niveles de desarrollo moral, con dos etapas cada uno. En este
proceso de crecer, nos indica que el hombre, pasa de una etapa a la siguiente sin saltarse nunca la anterior, lo cual no
quiere decir que todos lleguen a los más altos niveles. Siendo así, una persona puede detenerse en cualquier etapa. Lo
que sí plantea, es que invariablemente una persona para alcanzar la sexta etapa debe sí o sí atravesar cada una de las
etapas previas.
Explore a continuación, haciendo clic en el link, una breve descripción de cada una de las etapas , agrupadas por
niveles.
Kohlberg, da a entender que el inicio de nuestra existencia está signado por el egocentrismo. Y en la medida que vamos
desarrollándonos, resolviendo conflictos cada vez más intrincados, nos acercamos a perspectivas morales cada vez más
cercanas al altruismo, que tiene su máximo desarrollo en la sexta etapa.
El autor afirma que cada etapa superior representa una forma de desarrollo cognitivo que de hecho, constituye también
una forma de desarrollo moral.
En este sentido, Kohlberg arriesga además que en la misma medida que una etapa cognitiva va en ascenso/progreso, la
etapa moral es correlativa a ese ascenso/progreso; por lo tanto, cada etapa superior es "más moral" que la etapa
anterior, proyectándose en criterios morales formales de obligatoriedad y universalidad.
Para Kohlberg, el desarrollo cognitivo y el moral van juntos, porque el conflicto constituye parte del tejido social y laética
siempre será un buen lente para enfocar el problema en busca de su resolución. De esta forma, el autor nos hace ver en
qué etapa de desarrollo moral se encuentran las personas en virtud de sus respuestas a diversos conflictos.
A través de uno de los dilemas que utilizara para realizar sus investigaciones, Kohlberg nos presenta la aplicación
práctica de su análisis en un caso imaginario. Lo veamos.
Una mujer enferma gravemente. Un farmacéutico descubrió el remedio para ese mal y pide una fortuna por una pequeña
dosis. El esposo de la mujer, el señor Heinz, no alcanza a juntar el dinero necesario y en un acto desesperado, al no
haber podido doblegar la negativa del farmacéutico, que está convencido de su derecho a cobrar lo que él considere por
el fruto de su trabajo, asalta la farmacia y sustrae la medicina para su mujer.
Kohlberg afirma que Heinz obra correctamente, en función de que ubica a “la vida” por encima de “la propiedad”. Y
justifica su postura afirmando que es así porque únicamente un razonamiento moral de la sexta etapa puede resolver
correctamente el dilema planteado. A continuación expone brevemente por qué, y en opinión de Kohlberg, las etapas
anteriores a la sexta no pueden enfrentar ni resolver el dilema, afirmando que se debe poner la vida por encima de la
propiedad del farmacéutico y eso es logrado únicamente por aquel que está en la sexta etapa.
Analizando cómo afrontaría un sujeto el dilema, etapa por etapa, veríamos que encontrándose en la primera, la segunda
o la tercera no hay una aceptación autónoma del valor “vida”:
Mediante el concepto de “reversibilidad”, Kohlberg afirma que cualquiera que entienda los valores de la vida y la
propiedad reconoce que la vida es moralmente más valiosa que la propiedad.
Ahora bien, ningún proceso de “evolución” es gratuito. Se debe estar preparado para asumir los costos. Esto permite
afirmar que puede haber sujetos que tengan una capacidad de estar en la sexta etapa pero voluntariamente prefieren
razonar a un nivel inferior.
Podría preguntarse seguramente, luego de haber analizado cada etapa, ¿recién con el quinto estadio sería cuando se
produce efectivamente el “salto ético”? Podríamos responder que sí, efectivamente, ya que es aquí donde se evidencia el
cambio cualitativo, es aquí donde se procede a razonar acerca del contenido y orden de intereses y valores.
Como bien destaca Lawrence Thomas en “Compendio de Ética”:
“…por vez primera, el desarrollo moral incluye un elemento crítico, pues un aspecto de este desarrollo es ahora el
recurso para criticar a aquellos con los cuales uno se identifica. Una sociedad que quite sumariamente la vida y limite la
libertad de cualquiera de sus miembros es mala, y punto. Una persona en la quinta etapa juzgaría la cuestión de este
modo —y presumiblemente lo haría independientemente de cuantos miembros de la sociedad pensasen de otra manera.
Así, el valor moral también entra en escena; pues al contrario que los de los individuos de la cuarta etapa, los de la quinta
etapa no se preocupan tanto por identificarse con los intereses y valores de los demás como para adoptar de manera
acrítica la perspectiva moral de la sociedad. Y los individuos dispuestos a ser conocidos por tener creencias morales que
disienten de las de la mayoría de sus conciudadanos muestran una dosis de valor moral….”.
El aspecto analizable de estas palabras radicaría aquí en lo que forma parte de un código generalmente aceptado en las
instituciones de carácter policial y militar. La constante apelación a la lealtad, al concepto de “camarada”. En algunos
casos esas invocaciones encasillan a dicha cultura institucional en la cuarta etapa, evidentemente cuando se pretende
resolver un dilema moral invocando la “camaradería”, por sobre los intereses de la sociedad o, lo que es peor, por sobre
el “valor moral” que el sujeto pudo haber construido.
En este punto observamos que, para reconocernos en la sexta etapa, lo primero que se vislumbraría es la existencia de
un “mayor coraje moral”, como afirma Lawrence Thomas en “La moralidad y el desarrollo psicológico” (Compendio de
Ética, págs. 621 a 636); ello, siempre y cuando se esté dispuesto a pagar los costos de ese “coraje”.
Podemos ver que para llegar a esta “deseable” sexta etapa se requiere, por un lado, el desarrollo cognitivo básico y, por
otro, la entereza como para sostener las propias convicciones aun a costa de uno mismo.
Thomas, interpretando a Kohlberg, expresa que ese desarrollo cognitivo, no necesariamente implica la apropiación de
ese coraje moral. A su vez afirma, alejándose aquí de Kohlberg, que sería imposible un desarrollo moral sin un proceso
de formación moral. Deben incorporarse contenidos sustantivos sobre el bien y el mal. Y más allá de esta afirmación,
que al menos intuitivamente aparece como razonable, surge una nueva pregunta ¿alcanza esta incorporación de
contenidos sustantivos para adquirir “coraje moral? Obviamente, no.
Thomas considera una respuesta adecuada, la idea de la “autoestima moral” (Thomas, 2004), y para desarrollar
este concepto apela a una explicación por demás convincente. Afirma que la autoestima se enraíza en el hecho
de que existen ciertas actividades que realizamos de manera destacada y en función de ello nos exponemos a la
consideración de los que nos rodean, juzgando como meritoria nuestra vida a través de la excelencia en el
desempeño de esa actividad.
En determinadas ocasiones, la fuente preponderante de autoestima es una actividad que desarrollamos en particular,
colocando todos sus esfuerzos a ella. Puede ser nuestro trabajo, puede ser una actividad deportiva, puede ser la
paternidad; y el éxito obtenido en esta meta puede constituirse como la fuente primordial de nuestra autoestima, sin tener
en cuenta ninguna otra “responsabilidad” de nuestra vida que pueda obstaculizar la llegada a dicha meta.
Incluso, Thomas afirma que quizás ni siquiera la meta misma haya sido elegida por nosotros. No todos han tenido la
posibilidad de tener que resolver un dilema de carácter moral que lo dote de la “autoestima” tal que lo convierta en un
verdadero “lider moral”, a punto tal de ser un no tan buen padre o no tan buen deportista, en virtud de que esa
reafirmación de su autoestima le insuma todas sus energías. Incluso el autor analizado explica que “…quizá el vincular
nuestra autoestima al desarrollo de un aspecto de la moralidad puede volvernos menos sensibles a las exigencias
morales en otros ámbitos” (Ob. Cit.).
Un punto que debe destacarse de la teoría del desarrollo moral y su paralelismo con el desarrollo cognitivo de Kohlberg,
es su franqueza absoluta al afirmar que la sexta etapa se inscribe en la ética deontológica y la quinta etapa en una ética
utilitarista (ambas ya desarrolladas), dando a entender que para él la deontología es el estadio más elevado de
moralidad.
Esta afirmación le hizo ganar no pocos detractores, como Lawrence Thomas mismo, quien reniega no sólo de esa
afirmación sino que también reniega del paralelismo entre los dos desarrollos. Pero no se puede negar, a pesar de ello,
que una gran cantidad de observaciones empíricas de la realidad se basaron en las matrices de Kohlberg, y que, al
menos, dan respuestas a conflictos que deben ser abordados en las sociedades modernas desde lo cotidiano
En Córdoba, el periódico “La Voz del Interior” publicó dos notas que analizan el grado de desarrollo moral de los
estudiantes de Córdoba Capital, como una búsqueda de respuestas a los conflictos en la escuela. En “Los chicos crecen,
los valores no ”, disponible en http://archivo.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=566199, se expone que los prepúberes y los
adolescentes manifiestan actitudes sociales propias de los 8 años. Mientras que, en el artículo “ La moral se aprende con
el otro .”, disponible en http://archivo.lavoz.com.ar/09/11/09/secciones/sociedad/nota.asp?nota_id=566198, se relata una
experiencia de proyecto participativo para disminuir la violencia en la escuela primaria.
Volviendo a las críticas, otra detractora de Kohlberg fue la psicóloga estadounidense Carol Gilligan, quien sostuvo que
el problema fundamental de los estudios de Kohlberg fue su limitación a sujetos masculinos, la cual introdujo una
desviación de los resultados motivada por la distinta educación vital y moral que recibimos los hombres y las mujeres en
la sociedad.
Para ella, los hombres se moverían en lo formal y abstracto, en el respeto a los derechos formales de los demás,
en el ámbito individual y en las reglas, en cambio las mujeres se moverían en lo contextual, en la
responsabilidad por los demás, en las relaciones y en una concepción global y no sólo normativa de la moral.
A partir de esta concepción, Gilligan elaboró un cuadro del desarrollo moral en el ámbito de la ética del cuidado que
corresponde en grandes líneas al cuadro que propuso Kohlberg en el ámbito de lo que algunos coinciden en llamar la
ética de la justicia. Aunque formalmente los tres niveles de desarrollo que propone Gilligan se estructuran sobre la
dinámica de los de Kohlberg, su contenido es muy diferente.
Esto tiene que ver con las diferencias básicas entre estas éticas: ambas defienden la igualdad, pero la ética de la justicia
pone el acento en la imparcialidad y la universalidad, lo que elimina las diferencias, mientras que la del cuidado pone el
acento en el respeto a la diversidad y en la satisfacción de las necesidades del otro.
Los individuos de la ética de la justicia son formalmente iguales, han de ser tratados de modo igualitario, los de la ética
del cuidado son diferentes e irreductibles y no deben ser dañados a través de una pretendida universalización.
Hasta aquí podemos decir que las contribuciones de los autores analizados no hacen sino aportarnos nuevos elementos
de análisis sobre un tema que, lejos de estar agotado, se encuentra en constante debate.
Quizás vaya siendo hora de avanzar en los procesos de razonamiento moral, como mecanismos de construcción
adecuados de un juicio moral que responda a los dilemas que nos plantea la vida cotidiana.
El Razonamiento Moral
La persona, a lo largo de su existencia, va desarrollando capacidades que le permiten resolver lo que puede presentarse
como un conflicto decisorio. Estos conflictos, denominados indistintamente como disyuntivas, alternativas o dilemas,
suelen representarse como los distintos caminos que se abren frente al sujeto; y siendo la vida algo distinto a las
carreteras, no se dispone ni de cartelería ni de sofisticados sistemas de información que nos avisen en un lenguaje
neutro, “a cien metros tome el desvío hacia su derecha”, por ejemplo.
Ante la ausencia de referencias evidentes que nos pongan en claro cuál puede ser la decisión correcta, el proceso de
búsqueda de la opción debida se complejiza y en términos cognitivos claramente estamos ante un dilema que merece un
determinado tipo de razonamiento.
Y si de razonamiento se trata, queda claro que será necesario hacernos eco de las notas y sugerencias provenientes del
campo de la Lógica, que nos permitirán distinguir el razonamiento correcto del incorrecto.
Naturalmente, estas palabras no implican que la materia derive en un estudio de Lógica, fundamentalmente porque
coincidiendo con Irving Copi debemos negar que sólo es posible razonar correctamente si se ha estudiado
lógica. “Sostener esto sería tan erróneo como pretender que sólo es posible correr bien si se ha estudiado la física y la
fisiología, necesarias para la descripción de esta actividad. Algunos excelentes atletas ignoran completamente los
complejos procesos que se operan dentro de ellos mismos cuando ejecutan sus habilidades y es innecesario decir que
los profesores de edad algo madura que más saben acerca de tales cosas se desempeñarían muy pobremente, si
arriesgaran su dignidad en el campo atlético. Aun con el mismo aparato nervioso y muscular básico, la persona que sabe
puede no superar al atleta natural.” (COPI, Irving: Introducción a la Lógica. Eudeba, Buenos Aires, 1962, pp. 10).
Tengamos en claro, además, que entre todos los dilemas en que cotidianamente podemos encontrarnos se presentan
algunos de significativa importancia en la estructura del sujeto, porque ponen en juego la estructura de valores a la que
se adscribe. Es allí cuando se evidencia la capacidad de razonar acerca de ese contenido y orden de intereses y valores
del que hablábamos en la unidad anterior.
Este tipo de dilemas ni pertenecen a una especie diferenciada de sujetos ni a determinadas situaciones, sino que pueden
plantearse en cualquier ámbito y con mayor o menor magnitud. Lo que ocurre, es que su correcta resolución dependerá
de la capacidad del sujeto de aplicar el razonamiento moral como elemento fundamental del proceso de toma de
decisiones, en cuestiones que ponen en crisis su sistema ético.
La Ética contribuirá no sólo al análisis del comportamiento, sino que aportará solidez y congruencia a las decisiones que
se adopten, ya que dará el peso relevante a los valores y deberes morales que hayan asumido y que conformen su
sistema moral.
Cuando nos encontremos ante una cuestión que deba resolverse bajo un lente ético, nos veremos obligados a
desarrollar un razonamiento moral. Mediante este razonamiento trataremos de determinar la verdad o la procedencia de
ciertas pretensiones, intereses o hechos, sobre la base de principios éticos generales planteados en el marco de
determinada teoría ética normativa a la cual adscribamos.
No podemos dejar de considerar que el proceso de “razonar” tiene un grado de complicación relevante y el análisis de su
validez no resulta sencillo. Partamos de la base de que todo razonamiento debe tener una estructura lógica precisa.
Copi nos advierte de lo dicho: “…estamos interesados en la corrección de razonamientos de cuyas premisas no sabemos
si son verdaderas, y a menudo hasta dependemos de ellos. Ejemplos de situaciones semejantes pueden hallarse
fácilmente. (…) En nuestros asuntos cotidianos, a menudo nos encontramos con diversos cursos de acción posibles. Allí
donde estos cursos de acción constituyen genuinas disyuntivas que no pueden adoptarse simultáneamente, podemos
tratar de razonar para saber cuál debemos seguir. Generalmente, este razonamiento consiste en calcular las
consecuencias de cada una de las diferentes acciones entre las cuales debemos elegir. Se suele razonar así:
supongamos que elijo la primera alternativa, entonces ocurrirá tal y tal cosa. Por otro lado, supongamos que elijo la
segunda alternativa, entonces se producirá tal otra cosa. (…) En todos los casos, nos interesa razonar correctamente,
pues de lo contrario podemos engañarnos”. (COPI, Irving: Introducción a la Lógica. Eudeba, Buenos Aires, 1962, pág.
14).
Por ello, partiendo de ciertas premisas aceptadas, debemos construir juicios morales válidos a partir de un razonamiento
sólido. Tengamos en cuenta que la estructura de un argumento moral es similar a la de otros tipos de argumentos. Se
debe partir de una primera premisa dada por el o los principios éticos que nos brindarán el criterio normativo para
formular la regla moral que fundamentará la conclusión o juicio moral.
Otra premisa deberá establecer los hechos, intereses o pretensión que conducen a la acción emprendida o a emprender.
La conclusión que se derive de las premisas, consiste en el juicio moral relativo al hecho, interés o pretensión referida en
la segunda premisa.
Este proceso de razonar, en primer lugar, debe contribuir a clarificar los valores y a establecer un marco para la toma de
decisiones éticas. Pero ello entraña dificultades.
En muchos casos los hechos, los principios y las reglas morales aparecen mezclados con los juicios morales y ello
complica cualquier análisis. A su vez, para que un razonamiento sea válido deben cumplirse ciertos principios formales y
evitar ciertas falacias, o prejuicios cognitivos, bastante comunes y que vician toda pretensión de verdad de las
conclusiones.
Aclaremos, entonces. Un sistema moral se integra con un conjunto de principios éticos, reglas morales y valores que
conforman el acervo de una persona o de un grupo o subgrupo social. En una pretensión por identificar con claridad
estos conceptos, podemos decir:
Principios éticos: forman parte de alguna de las teorías de la ética normativa e indican cómo decidir entre
reglas y valores alternativos. Son mucho más generales que las reglas morales y resultan aplicables en
diferentes situaciones.
Valores: son las creencias del individuo o del grupo acerca de lo que se considera importante en la vida, tanto en
los aspectos éticos como en otros. Fundan la formulación de los juicios y las elecciones. Surgen tanto de los
conocimientos adquiridos, como de consideraciones morales. Su incorporación al sujeto comienza desde la
niñez, y se consolidan y amplían con la educación y el acceso a los medios culturales e informativos. Muchas
veces permanecen implícitos y la persona no ha adquirido capacidades para ordenarlos.
Reglas morales: se erigen como pautas específicas para actuar, encauzando en un camino específico al sujeto
ante diversas situaciones en las que está implicado un asunto moral. Estas reglas deben basarse en los valores y
en principios éticos.
Teniendo en claro el alcance de los conceptos desarrollados, se deberán tener en cuenta una primera regla
formal, que el razonamiento que se construya deberá incluir los principios éticos generales o, en su caso, la
regla moral que corresponda y, también, los enunciados descriptivos de los hechos que nos provocan el dilema.
No podrá formularse ninguna conclusión si no se utiliza un principio correcto ni se han descripto adecuadamente
los hechos.
Como segunda regla formal, tendremos la Universalidad de la conclusión. Situaciones similares, nos
conducirán siempre a juicios similares. Como ya se dijera, debe prestarse especial atención a la recurrente
utilización de argumentos que inexorablemente invalidarán las conclusiones a que se lleguen y por cierto, nadie
concientemente quiere engañarse a sí mismo en un razonamiento moral. Esos argumentos serán falaces cuando
en una primera instancia aparezcan como fundados pero que analizados en profundidad no darán sustento a la
conclusión a la que se llegue.
Un aspecto al cual se le debe prestar particular atención en el curso de un proceso de razonamiento moral es el
referido a la eventual presencia de falacias que podrían llegar a invalidar las conclusiones. Un razonamiento es
falaz cuando, a primera vista, parece apropiadamente fundado en razones que un análisis más profundo y
cuidadoso revela que no ofrecen un real sustento para los juicios morales que del mismo se derivan.
Irving Copi ha analizado en su “Introducción a la Lógica” estas falacias, y aquí transcribimos las más
comunes:
Las falacias hasta aquí transcriptas, no agotan el número de falacias que existen, pero al menos son las más utilizadas y
más visibles y que con más frecuencia invalidarán el curso de todo argumento moral. Sin embargo, con una sencilla
lectura de cualquier discurso político, ustedes podrán descubrir estas y muchas otras, dando una idea de cuán presentes
están en la vida cotidiana.
Todas las consideraciones hasta aquí realizadas, no tienen otra dirección que aportar lo necesario para que se reflexione
acerca de cuestiones con las que el hombre lidia cotidianamente, mas pocas veces reflexiona.
Cuántas veces hemos tomado decisiones sin apelar a tanta regla y a tanto análisis, pero en la medida que los ámbitos de
responsabilidad se van ampliando, esas decisiones comienzan a afectar en muchos casos al propio tejido social. Esto
ocurre cuando se comienza a administrar el poder que implica el ejercicio profesional, poder que deviene del
conocimiento que la sociedad necesita y que el hombre medio requiere para resolver conflictos para los cuales no está
preparado y sólo el “profesional” puede darle la solución.
En el ejercicio de ese poder, deberán entonces tenerse en cuenta tres cuestiones: identificar a las obligaciones morales
que tenemos, analizar el impacto de las posibles acciones en los valores del individuo y, finalmente, deberán
considerarse los efectos de las acciones.
Para ello, identificar los propios valores y ordenarlos es crucial para “profesar” un saber determinado y ello será lo que
nos permita resolver los dilemas que se nos presenten.
Hasta cierto punto, podría arriesgarse la idea que en un proceso de razonamiento moral y en la resolución de dilemas,
dependiendo del sujeto que realice el análisis, distintos serían los puertos a los que se arribaría.
Y no sería erróneo pensarlo así, pero la toma de posición preponderante radica en no quedar en mar abierto sometido a
la furia de los océanos y la inclemencia de las tempestades.
Lo importante es que deseemos arribar a un puerto, y que hagamos lo que se debe hacer para lograrlo, concientes de
que hemos sido formados para enfrentar el piélago y hemos adquirido los hábitos de carácter, como para que nada nos
doblegue en nuestra búsqueda.