Prologo Tentativo para El Taller de Canciones

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El premio Nobel de Literatura que la academia le entregó a Robert Zimmerman

en 2016 fue controversial: los fanáticos de Dylan festejaron en todo el mundo lo que

para ellos era un acto de justicia. Los ortodoxos de la literatura vieron un acto de

demagogia y protestaron a rabiar. Lo demás, es historia conocida: Dylan no fue a recibir

el premio pero cobró el millón de dólares. Las plataformas digitales de música y Sony,

su compañía discográfica, prendieron habanos, descorcharon y brindaron a la salud del

viejo Bob. La Academia sueca nuevamente había tomado una decisión polémica, y esta

vez los beneficiaba.

Sin embargo, a diferencia de los escritores, que tras el galardón aumentan a

cifras invendibles las ediciones de sus libros, para Bob Dylan no significó una

popularidad descomunal. Dylan, con su “Never Ending Tour”, se pasea por el mundo

desde hace décadas. Lleva de cinco mil a diez mil personas en cada lugar donde se

presenta a tocar. A veces, sus productores pierden dinero, como cuando vino a la

Argentina en el 2008 e hizo shows en Córdoba y Rosario, e incluso en Velez, y no se

vendieron ni la mitad de los asientos en el interior y en CABA se veían los espacios

vacíos en todo el estadio. Pero la mayoría de las veces, todos ganan. Dylan toca de

costado a su público. No se mueve de su metro cuadrado. Reversiona sus clásicos al

punto de volverlos inaccesibles a sus fans más acérrimos. Todavía recuerdo aquel 2008

(en el 2012 estaba mejor preparado) en Velez cuando nos mirábamos desconcertados

tras intentar sin resultado reconocer las canciones. “¿Es Blowind in the wind?, ¿es

Times are they a Changing?, ¿Es Desolation Row?”, nos preguntábamos mientras en el

escenario el viejo Bobby ni siquiera había saludado al gran público argentino, ese que

tiene cautivo por demagogia a la mayoría de los músicos del mundo.


En “No Direction Home”, el documental de Martin Scorsese, entrevistan a Joan

Baez, su novia de cuando era un cantante de protesta. Ella dice, aclara, que Bob nunca

estuvo ahí: nunca fue hippie, ni pacifista, ni revolucionario. “Cuando estábamos juntos,

Bobby no estaba conmigo ni con nosotros”, relata, con algo de tristeza mal curada. El

movimiento vio en él algo que él no era, como si lo viera detrás de un lente empañado.

Si Dylan no estaba ahí, entonces no traicionó al movimiento Y como Dylan no estuvo

con ellos, tampoco está demasiado presente en los escenarios actuales.

Acerca de su obra, las opiniones de los expertos coinciden: solo le bastó un

puñado de discos para revolucionar (esto sí, mal que le pese) a la música

contemporánea. Solo le bastaron seis discos (tres de folk, tres de rock) para demostrar

que se podía aunar la música pop con recursos poéticos, con imágenes surrealistas (oh, l

´enfant terrible), con metáforas complejas, con simbolismos y alegorías. Si

contextualizamos su primera época, aquella de la trilogía The Freewheelin- The times

they are a changin- Another side, tenemos a los primeros Beatles, desde Please, Please

Me hasta Rubber Soul, con letras sosas, facilonas y adolescentes; tenemos a Johnny

Cash y su folk directo, sin metáforas; y a los creadores del Rock and Roll como Chuck

Berry y Elvis, ya aburguesados, sin pretender más que ser un reflejo de la American

Life: consumo teen y rebeldón, pensado para ser la oveja negra de la familia de clase

media hasta entrar en una universidad o comenzar a trabajar en una fábrica. De alguna

manera, antes de Dylan, en las letras de canciones no había demasiado.

Tras esta media docena de discos, Bob Dylan desaparece de la escena musical

por unos años. Cuando vuelve a grabar, ya tiene su estilo propio. Rock-folk, voz nasal,

letras más limpias, menos efusivas. Así seguirá durante décadas: editará buenos discos,

discos malos, pésimos, y alguno excelente. Tenía una vara muy alta a la que llegar, y era

una vara que (se) había construido él mismo. Tuvo lo que cualquier artista puede desear
más que nada: no solo el prestigio, sino también el recambio generacional. A caballo de

nuevos músicos como Tom Waits, Nick Cave y Jeff Tweddy, y de otros de su

generación, tan disímiles como David Bowie, Rolling Stones o Ac/Dc, se mantuvo

siempre de pie, siempre grabando y girando, siempre digno. Su influencia se vio, se ve,

a nivel mundial. La cultura pop lo ha embargado, y no hay una sola banda de rock que

no lo tenga como ejemplo o director de cine que no pelee derechos de autor para

musicalizar escenas.

En el 2016, cuando le dieron el Nobel, Dylan mandó su discurso. En él, habla de

su formación musical (folk y blues, música negra, con fondos de campos de algodón,

esclavos y melancolía) y de su influencia literaria: nombra a El Quijote, a Dickens, a

Swift; también se explaya (un poco nomás, no sea cosa de aburrir) sobre La Odisea,

Moby Dick y Sin novedad en el frente, la novela antibelicista de Erich Remarque. Dice

de esta:

“Día tras día, las avispas te muerden y los gusanos recorren tu sangre. Eres un

animal acorralado. No encajas en ninguna parte. La lluvia que cae es monótona. Hay

interminables asaltos, gas venenoso, gas nervioso, morfina, corrientes ardientes de

gasolina, barrido y escabechado de alimentos, gripe, tifus, disentería. La vida se

derrumba a tu alrededor, y las conchas están silbando. Esta es la región inferior del

infierno. Barro, alambre de púas, trincheras llenas de ratas, ratas comiendo intestinos

de hombres muertos, trincheras llenas de suciedad y excrementos. Alguien grita: "Eh,

tú ahí. Párate y pelea." Otra vez repite, como si fuera un epígrafe de su vida, la

sensación de no encajar en ningún lado.

Sin embargo, lo que nos compete para este taller es una frase del primer párrafo

de su discurso: “Me surgió la pregunta de cómo se relacionaban exactamente mis

canciones con la literatura”. Nosotros, dear Bobby, hacemos extensiva la pregunta a la


música en general. Entonces, ¿cómo se relacionan las letras de canciones con la

literatura, o mejor, con la poesía?

Es decir, si tomamos una canción y la despojamos de la música y de la voz que

la interpreta, queda una letra desnuda. Sería injusto decir que debiera devenir en un

poema. Las canciones son compuestas para ser acompañadas por instrumentos que la

dotan de melodía. La voz que las interpreta les pone vida y la producción con que se

presentan a nosotros son como el perfume que olemos en la primera cita, sentados frente

a frente en la mesa de un bar. Pero, ¿qué sucede cuando el fulgor se va y nos quedamos

con la canción desnuda, juntos en la cama? ¿Sigue cautivándonos igual que cuando

estábamos en el éxtasis? Probablemente no. Y esto no debería desanimarnos, ya que,

como dijimos, las canciones deben ser canciones, con toda la arquitectura propia del

género, que no es la de la de un poema.

Existe, sí, la subjetividad, eso que nos cambia la percepción sobre las cosas. Tu

magdalena no debe ser la misma que mordió Proust, y cualquier otra cosa puede

despertarnos la busca del tiempo perdido. Pero además de la subjetividad, está lo

objetivo, lo concreto, lo real. Hay capas de complejidad que son insoslayables.

Podemos decir que “nos queremos matar”, de una manera llana. También

podemos decir, como hizo Homero Expósito en el tango “Afiches”: “dan ganas de

balearse en un rincón”, El coloquial “dan ganas” rompe con el sencillo verbo “matarse”

para complejizarlo. Además, la ubicación (en un rincón) lo dota de verosimilitud, de una

realidad que rompe el cliché para hacerlo único. De esta manera, el ansia de suicidio por

un amor no correspondido deja de ser un lugar común para darle una nueva vida al

concepto romántico. De esta manera, notamos la complejidad de un verso y podemos

anteponerlo a un sencillo “me quiero matar”. Aunque nos conmueva más este último, es
innegable que el verso de Expósito tiene muchísima más fuerza si se lo analiza de

manera objetiva.

Si bien son escasas las letras de canciones que pueden actuar como poemas,

siempre podemos encontrar versos dignos, incluso ahí donde no creíamos que pudieran

existir. Por ejemplo:

Loca, vos no entendés nada del amor

Yo no puedo cantar Blackbird como Paul

Son los versos de una canción de una banda pop cuyo cantante y compositor no

tiene fama precisamente de ser un poeta. Leamos los dos versos. El “Loca”, convertido

de adjetivo en sustantivo femenino por el habla coloquial, nos posiciona en una

ambigüedad: ¿le dice loca a la narrataria, o la narrataria está loca de verdad? El “vos no

entendés nada del amor” es una sentencia que nos muestra la diferencia entre ambos. El

verso siguiente nos suma más información sobre aquella persona: es exigente (¿quién

podría cantar como McCartney?) al punto de sugerir que aquel sustantivo del primer

verso es en realidad un adjetivo: esta mujer está loca, porque pide que A cante como

alguien que no es él. El mayor acierto de estos versos es que sugiere una personalidad

literaria en la narrataria.

Claro, la mirada masculina sobre la mujer no solo es machista, sino que es un

cliché per-se. El tango y el rock han sido bandera de esta mirada común sobre la

circularidad de estos vínculos, donde A enamora a B, A luego hace todo para

desenamorar a B, B se va y A hace canciones melancólicas por perder a B. Además, la

rima asonante (amor-Paul) es escolar, y la métrica de los versos, endecasílabos, no tiene

una musicalidad real para leerlos sin música. Por esto, si nos enfrentásemos a estos dos
versos escritos en un papel, es probable que los juzguemos como mala poesía, pero en

una canción no podemos decir que no funcionen.

En nuestro idioma, y en nuestro país, tenemos una gran tradición de

compositores. Desde los poetas del tango, empezando por Discépolo hasta Expósito u

Homero Manzi, hasta los folcloristas como Atahualpa Yupanqui o Jaime Dávalos. En el

rock, nuestros máximos exponentes, García y Spinetta, tienen grandes momentos de

rescoldo poético. Nadie duda que Luis Alberto fue un compositor impetuoso, original y

disruptivo. La canción “Por”, del álbum Artaud (oh, suicidado por la sociedad), es única

en nuestro idioma y seguramente en otros. Durante un minuto y 43 segundos, Spinetta

va componiendo un collage surrealista que no tiene un hilo narrativo. Canta (recita) 46

sustantivos nacidos en cadáver exquisito y termina con la preposición que da nombre al

tema.

En García, el resultado de sus composiciones es dispar, pero la heterogeneidad

es más una virtud que un defecto. ¿Es el mismo García de “Botas Locas” que el de

“Casa Vacía”? ¿Es el mismo de “Cómo me gustaría ser negro” que el de “Canciones de

jirafas”? ¿Y “Demoliendo hoteles” fue compuesto por el mismo de “Canción de

Alicia”? Es el mismo y no, es el intento de García por poner en palabras todo lo que le

pasa, en una catarsis que ya lleva cincuenta años.

Dicho esto sobre ambos, la pregunta sigue siendo la misma: ¿podrían leerse sus

letras como poemas? O mejor: ¿tendrían la misma fuerza si en vez de escuchar “Las

golondrinas de Plaza de Mayo” o “Filosofía barata y zapatos de goma” leyéramos las

letras? Posiblemente no. Pero no nos importa. Ahí están los discos de García y de

Spinetta para escucharlos. Y además, tenemos muchas letras de canciones para leer en
el silencio, para saborear cada palabra, cada verso, cada imagen, para que nos sacuda la

buena poesía.

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