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Recalcati

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Massimo Recalcati

Publicado el 22 de marzo de 2017 por interabide


El presente texto, de Massimo Recalcati, nos introduce en el mundo de una Escuela que vive
inmersa en una perpetua crisis como institución, baqueteada por continuos cambios de planes
educativos y supresiones de signaturas en aras del imperativo de la productividad. En una sociedad
que ha vivido el colapso de toda referencia de autoridad. Bien lo saben, y lo padecen, los
profesores, humillados social y económicamente, llamados a menudo a compensar las deficiencias
de educación de las familias, la desintegración del pacto entre generaciones que nos enfrenta a una
alianza (impensable hace veinte años) entre los alumnos y sus padres.
Frente a un modelo escolar basado en la triada de la informática, el inglés y la empresa, en la
filosofía de las competencias, en el fácil acceso a la información, Recalcati defiende la Escuela
como centinela del erotismo del saber, como lugar de resistencia contra el hiperhedonismo
contemporáneo, reivindicando el papel del maestro que sabe abrir nuevos mundos a través de la
erótica de la palabra y del saber que ésta es capaz de vivificar en los alumnos.
Hacer del conocimiento un objeto capaz de despertar el deseo
Si hay algo que perdura en la Escuela, a pesar de todo, es la relación del sujeto con el saber, que el
papel del profesor debe ser capaz de animar. ¿Existe aún la posibilidad de introducir al sujeto en
una relación vital con el saber? lo que queda de la Escuela ¿no es acaso la posibilidad, una y otra
vez nueva, de transformar los objetos del saber en objetos de deseo, en cuerpos eróticos? Hacer del
conocimiento un objeto capaz de despertar el deseo, un objeto erotizado en condiciones de
funcionar como causa del deseo, capaz de estimular, de atraer, de poner en movimiento al alumno.
Si el deseo de saber no se anima, no hay ninguna posibilidad de aprender de forma singular aquello
del conocimiento que se transmite. No existe asimilación subjetiva del saber más que a partir del
deseo. La erótica de la enseñanza se sustenta en cambio sobre el amor por el saber, que es
amor por una carencia que nos atrae, y causa el deseo por conocer. ¿Cómo es posible, hoy en
día, devolver la centralidad adecuada a la dimensión de ausencia de la que se alimenta el deseo?
¿No es acaso una misión imposible? los mejores educadores son aquellos que son conscientes de
esta imposibilidad, aquellos que no se identifican en la posición del ideal del educador, Los mejores
son aquellos que están en contacto con su propia insuficiencia, que han experimentado la
imposibilidad de controlar de forma determinista y disciplinaria el proceso de “humanización de la
vida”. ¡Todos aquellos que han cobrado conciencia de la imposibilidad y del daño que causaría
actuar como educadores ideales! Es solo el amor, el eros, con el que un profesor envuelve el saber
lo que hace que ese saber sea digno de interés para sus alumnos, elevándolo a objeto capaz de
causar el deseo.
¿Es posible todavía una palabra digna de respeto?
Cuando un profesor entra en el aula debe ganarse una y otra vez el silencio que honra su palabra, no
pudiendo apoyarse ya en la fuerza de la tradición, sino apelando únicamente a la fuerza de sus actos
y de su deseo. Siempre que un profesor entra en un aula tiene que lidiar con su propia soledad, con
un vacío de sentido entre cuyos límites se ve convocado a medir su propia palabra. Si nuestro
tiempo es la época de la disolución de la potencia de la tradición, si es la época en la que el padre
se ha evaporado, ningún docente puede vivir de las rentas.
En la era del debilitamiento generalizado de toda autoridad simbólica, ¿es posible todavía una
palabra digna de respeto? ¿Qué queda de la palabra de un maestro o de un padre en la época de su
evaporación? ¿Puede contentarse la práctica de la enseñanza con quedar reducida a la
transmisión de información (competencias), o debe mantener viva la relación erótica del sujeto con
el saber? Se trata de una encrucijada a la que nos vemos abocados. Pero para elegir el camino de la
erotización del saber es necesario que el profesor sepa preservar el lugar correcto de lo imposible.
Porque lo imposible es precisamente el rasgo que marca toda auténtica transmisión. El maestro no
es aquel que posee el conocimiento, sino aquel que sabe entrar en una relación única con la
imposibilidad que recorre el conocimiento, que es la imposibilidad de saber todo el saber y de
transmitirlo. El saber es, por su misma estructura, un imposible, un coladero, un no-todo. De
manera que el maestro que pretende poseer el saber solo puede ser una ridícula caricatura del saber.
De ahí la importancia del estilo. Todo maestro enseña a partir de un estilo que lo distingue de otros.
No se trata de una técnica ni de un método. El estilo es la relación que el docente sabe establecer
con lo que enseña, a partir de la singularidad de su existencia y de su deseo de saber. La tesis
principal de este libro es que lo que perdura en la escuela, lo que la hace avanzar, es el papel
insustituible del enseñante.
¿Es acaso el automatismo la auténtica enfermedad de la Escuela?
La patología típica del discurso de la Universidad es su tendencia al anonimato y a la repetición que
anulan la sorpresa, la contingencia, lo inesperado, lo no conocido aún, haciendo imposible el
acontecimiento de la palabra. La tendencia a reciclar y a la reproducción de un saber siempre
idéntico a sí mismo se convierten en los más acérrimos enemigos del trabajo de un profesor. En ese
momento, no hay transmisión de un saber vivo, sino burocracia intelectual, parasitismo,
aburrimiento, plagio y conformismo. El principio del rendimiento hace del aprendizaje una
competición en la que no cabe dedicar un tiempo a la reflexión crítica, a la necesidad de aprender.
Eso es lo que la ideología de las competencias parece excluir, dando prioridad a una concepción
meramente cientificista y utilitarista del saber. En el cientificismo, del que la ideología de las
competencias es una expresión actualísima, el saber anónimo y robotizado del Otro domina sin
límites y reduce el sujeto a recipiente pasivo, que ha de ser llenado de contenidos.
La crisis de la Escuela coincide a tales efectos con una crisis más profunda de la palabra. Se trata de
otro rasgo de nuestra época. La palabra circula por todas partes revelando su carácter inflacionario.
Dramas privados hallan hueco en el circo televisivo, puede hablarse de todo sin ningún límite. Pero
en este carrusel enloquecido de una palabra que circula mucho más rápidamente cuanto más vacía
de significado aparece; desfallece una de las condiciones decisivas de la formación de los
individuos. ¿Cual? la que establece una estrecha relación entre lo que se dice y sus consecuencias.
El cercenamiento de este vínculo da lugar a una versión de la transmisión del saber que excluye la
crítica y exige la asimilación y el rendimiento.
La escuela contribuye a la existencia del mundo
En cualquier caso, la escuela contribuye a la existencia del mundo, porque la enseñanza no se mide
por la suma nocional de la información que dispensa, sino por su capacidad de poner a nuestra
disposición la cultura como un nuevo mundo, un mundo diferente a aquel del que se alimenta el
vínculo familiar. Cuando este mundo no existe o su acceso está bloqueado, solo hay cultura sin
mundo, es decir, cultura de la muerte, cultura de la droga. He aquí, un libro apasionado sobre la
hora de clase como el único lugar en el que se supera la falsa antítesis entre conocimientos y
competencias, y en el que puede surgir la pasión por el saber.
La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza
Massimo Recalcati

Erótica: s. f. LITERATURA Género poético que tiene por tema el amor erótico.
Hedonismo: 1. s. m. FILOSOFÍA Doctrina filosófica que proclama, como fin supremo de la vida,
la consecución del placer. 2. Búsqueda del placer como norma de vida.

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