Arte Rupestre Ovalle
Arte Rupestre Ovalle
Arte Rupestre Ovalle
Abstract: Rock art is one of the most abundant archaeological evidences in Coquimbo region.
In this paper, we characterise different types found in this area, their chronologies, and their
relationship with the social and historical processes experienced by local communities from
2000 BC to around the 17 th century. Through this revision, it is possible to distinguish two major
rock art traditions: one produced by hunter-gatherer communities and another associated to
peoples with agricultural technologies. We also emphasise the heritage values of rock art sites,
which may be considered true open-air museums.
*
Doctor en Arqueología y académico del Departamento de Antropología de la Universidad de Chile. Sus investi-
gaciones se concentran en comprender los procesos sociohistóricos de las comunidades prehispánicas de la Región
de Coquimbo, especialmente a través del arte rupestre. Dichos trabajos han sido financiados principalmente por
Fondecyt y sus resultados se encuentran publicados en artículos en revistas científicas, capítulos de libros y a través
de la página de Facebook Arqueología de la Cuarta Región (https://www.facebook.com/Arqueologia-Cuarta-Re-
gion-1063027210461437).
Ex Colecciones Digitales
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imágenes dentro de la roca (p. e., si un motivo se dibujó sobre otro, luego el
primero ha de ser más reciente que el segundo), entre otros. Así, integrando
distintos procedimientos analíticos como los mencionados, es posible generar
una cronología que –a falta de técnicas directas– dé cuenta de los momentos
en que el arte rupestre fue producido.
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río Hurtado, pero también en río Rapel y en distintos sectores de río Grande.
Los petroglifos están emplazados generalmente en laderas de cerro y bordes de
quebrada, rutas naturales de movimiento de las cuales muchas se continúan
utilizando hasta el día de hoy para pasar de un valle a otro. A menudo los
sitios constan de más de una piedra intervenida, llegando a sumar hasta 500;
la variabilidad de su frecuencia probablemente se relacione con la intensidad
de uso de los espacios y las rutas. La disposición de los petroglifos obedece a
un patrón de marcado regido por dos características básicas: en primer lugar,
las rocas grabadas siguen una ordenación lineal, es decir, se inscriben dentro
de un eje; segundo, no se marca cualquier cara de la roca, sino generalmente
la que mira hacia el valle. Dichas condiciones –sumadas al hecho de que se
trata de grabados poco profundos– sugieren que las figuras pudieron efec-
tuarse durante los desplazamientos de la gente diaguita a través de los cerros
y quebradas, posiblemente hacia territorios vecinos (Troncoso et al., 2014),
lo que explicaría la gran cantidad de marcas que estas poblaciones dejaron
en el territorio. Ello no debiera extrañar, pues es sabido que las comunidades
agrícolas alteran la naturaleza en mayor grado que los grupos cazadores-reco-
lectores, tanto por las necesidades infraestructurales de la agricultura como
por el uso de una serie de dispositivos espacio-materiales –entre los cuales se
cuenta el arte rupestre– (Criado, 2012; Hernando, 2002).
En lo que se refiere a su contenido
visual, los diseños presentes en los
petroglifos diaguitas muestran gran
heterogeneidad. El grueso de los
grabados corresponde a motivos no
figurativos complejos creados mayor-
mente a partir de círculos y líneas, ta-
les como círculos agrupados, círculo
con apéndice o punto central, zigzag,
líneas unidas a círculos, etc. (fig. 4).
La alta variabilidad interna que se
observa en este arte rupestre, junto
con poner de manifiesto sus amplias
posibilidades creativas, podría indicar
que fueron elaborados por múltiples
personas. Otro aspecto interesante
Figura 4. Diseño no figurativo complejo. Petroglifo
es que, salvo escasas excepciones, los
diaguita, valle de Illapel. Fotografía de Andrés Troncoso. diseños de la cerámica no se replican
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centrales–, algo que no ocurre con las cabezas tiara, lo que también refleja
un cambio en los significados atribuidos a este elemento representacional.
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Como hemos visto en las páginas precedentes, la práctica del arte rupestre
en Coquimbo se remonta al 2000 a. C. y se extendió de manera ininterrum-
pida hasta, al menos, el siglo xvii de nuestra era. A lo largo de dicho lapso,
la actividad se desarrolló con distintos grados de intensidad, presentando
una recurrencia alta en tiempos diaguita-preinca y diaguita-inca, y, por el
contrario, muy baja en época colonial y entre el 500 y el 1000 d. C. Entre las
manifestaciones rupestres, se distinguen aquellas producidas por cazadores-re-
colectores de las realizadas por comunidades agrícolas, separación que no es
puramente analítica, sino que tiene también un correlato en la distribución
espacial de las marcas: en el caso del primer conjunto, estas suelen aparecer
juntas en un mismo sitio, mientras que los petroglifos del segundo grupo
tienden a desplegarse en otros sectores, construyendo un nuevo paisaje y
nuevas relaciones dentro del territorio.
Dentro de los cientos de sitios de arte rupestre conocidos en la Región,
sobresale el Valle del Encanto (Ovalle), uno de los pocos lugares donde coe-
xiste arte rupestre de cazadores-recolectores con el de comunidades agrícolas
diaguita y diaguita-inca. Además de reunir expresiones de distintos tiempos,
se encuentran allí ejemplos de las cuatro técnicas descritas, distribuidos de
manera diferenciada. En el caso de las pinturas, el grueso de ellas se concentra
en el sector central del valle, en asociación con una extensa formación rocosa
por donde corre un estero; el resto se dispone circundando dicho sector,
mientras que algunos pocos ejemplares se sitúan en lugares de difícil acceso
hacia la parte occidental del sitio, siempre manteniendo la asociación con
el curso de agua mencionado. Los grabados de surco profundo efectuados
entre los años 500 y 1000 d. C. por cazadores-recolectores replican el patrón
anterior, agrupándose en la formación rocosa antes mencionada y su entorno
inmediato.
Por contraposición, los petroglifos diaguitas no se concentran en torno
al afloramiento señalado ni tampoco guardan una relación constante con el
estero, sino que se ubican a lo largo de toda la quebrada, en sectores de ladera
y cumbre de cerro. Semejante lógica de ordenación coincide con la registrada
en otros sitios de petroglifos diaguitas, donde se registra una distribución lineal
relacionada más con el desplazamiento longitudinal a través de la quebrada
que con la demarcación de un punto determinado.
Esta segregación es altamente relevante, por cuanto muestra en pequeña
escala el patrón de diferenciación que se observa a nivel regional entre el arte
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Las expresiones visuales plasmadas en las rocas son la huella de las diversas
formas de vida que florecieron en los valles de la Región de Coquimbo a
lo largo de 3500 años de historia. A través del análisis de sus atributos téc-
nicos, visualidad y espacialidad, podemos intentar dilucidar aspectos como
la relación que existió entre la ubicación de estos petroglifos y los procesos
sociales en curso durante el momento de su realización. Sin embargo, aún
son numerosos los aspectos que restan por conocer –casi tantos como aque-
llos que permanecerán por siempre en el más profundo desconocimiento–.
Entre las líneas de investigación que, sin duda alguna, continuarán de-
sarrollándose están aquellas dirigidas a profundizar el conocimiento de los
procesos técnicos involucrados en la manufactura de estas representaciones.
Comprender sus significados, en cambio, seguirá siendo una tarea imposible,
a falta de fuentes escritas u orales de época que proporcionen antecedentes
concluyentes.
Una de las hipótesis más comunes para explicar el sentido del arte rupes-
tre es aquella que lo relaciona con el chamanismo. Tal interpretación no nos
parece convincente, fundamentalmente por dos razones. Por un lado, a la
fecha no se registra evidencia alguna que sustente la existencia de un vínculo
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entre ambas prácticas en la región –de hecho, las hipótesis tradicionales que
intentaban articular estas dos actividades se encuentran en franca retirada
en todo el mundo, precisamente debido a su fragilidad–. Por otra parte, y
como hemos mostrado en las páginas anteriores, el arte rupestre presenta
una alta variabilidad histórica, por cuanto se trata de una expresión muy
susceptible al contexto –social, cultural, político, ambiental, etc.–; reducir
la interpretación de su desarrollo a un único principio causal –las hipótesis
chamánicas– no permite dar cuenta de dicha heterogeneidad y atenta contra
nuestro entendimiento del pasado en toda su complejidad. Por último, cabe
recordar que los estudios etnográficos muestran que el chamanismo no es
más que uno de los muchos sistemas religiosos existentes en el mundo y que
en la propia América precolombina operaron un conjunto de otros sistemas
y especialistas. A la luz de estos datos, limitar la práctica ritual indígena al
chamanismo resulta insostenible.
Pese a todas las interrogantes que persisten, algo que sí sabemos a ciencia
cierta es que la práctica de marcar rocas fue una actividad relevante para estas
poblaciones indígenas, pues solo así puede explicarse su desarrollo ininte-
rrumpido a lo largo de más de tres milenios. El hecho de que cada una de
estas rocas permanezca en el mismo sitio donde fue intervenida en tiempos
prehispánicos convierte los sitios de arte rupestre en verdaderos museos al aire
libre, que nos hablan no solo de otras historias y otras estéticas, sino también
de geografías remotas, propias de su momento histórico. Sin embargo, esa
misma condición hace del arte rupestre un recurso patrimonial extremada-
mente frágil, pues una vez que estas rocas son grafiteadas o removidas de su
lugar de origen se pierde una parte de la historia de los valles y de aquellos
paisajes antiguos que recién estamos comenzando a conocer. Por desgracia,
la contaminación atmosférica y el cambio climático global también consti-
tuyen graves amenazas para su conservación: la primera provoca la adhesión
de micropartículas a la superficie de la roca, mientras que el aumento de la
radiación solar sobre la Tierra está ocasionando la rápida desaparición de
muchas pinturas rupestres, altamente sensibles a la luminosidad. Sin ir más
lejos, las figuras de una de las principales pinturas del Valle del Encanto
resultan hoy prácticamente imperceptibles a simple vista y solo pueden ser
reconocidas (y estudiadas) de manera indirecta, valiéndose del procesamiento
computacional de imágenes.
Por todo lo anterior, proteger el arte rupestre constituye una tarea urgente
en aras de preservar la memoria e historia de las mujeres, hombres, niños y
ancianos que caminaron y se detuvieron alrededor de estas piedras marcadas.
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Agradecimientos
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