EL CONTROL FISCAL EXTERNO - Pdf.crdownload
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Su objeto, además de evaluar la eficacia del primer nivel de control (art. 3 INTOSASI)
(enfocado en la regularidad y legalidad del gasto), la fiabilidad de su registro y su
contabilización; es evaluar, a partir de la cuenta que se le rinda, la gestión y los resultados
de las administraciones (nivel micro), y del Gobierno (nivel macro), así como determinar la
responsabilidad fiscal que pueda derivarse de ella (art. 2 INTOSAI).
Obviamente, que esto sea así, depende en buena parte de que se cumplan
plenamente los objetivos o fines de cada nivel de control (objetivos, los primeros, y
subjetivos, los segundos), y de que estos se articulen racionalmente para el efecto, en
forma tal que conlleven al ajuste y mejoramiento cíclico y continuo de la acción estatal, y
consecuentemente, de la prosperidad general.
Si bien la doctrina mayoritaria considera que los dos niveles de control (interno y
externo) se complementan, sus fines son diferentes: “a diferencia del modelo de análisis de
gestión-fin social que prima en el control fiscal –en cuanto que este se las ha de ver con la
valuación de los gastos en relación con la satisfacción de las demandas sociales-, el modelo
de control interno es de índole empresarial”. (Corredor, 2009: 298).
En efecto, este ejerce control sobre el gasto público, entendido como poder de
disposición; inicialmente, a nivel macro (al diseñar y definir las políticas públicas). Pero
también a nivel micro, o sobre su gestión y ejecución: (i) al designar discrecionalmente a los
directivos y gerentes para las ejecuten o gestionen, atendiendo sus directrices1; (ii) al fijar
las políticas de Control Interno, que, como primer nivel de control, se constituye, cuando
menos, en el nivel inicial y por ello fundamental, para el ejercicio de los demás y posteriores
niveles de control sobre el gasto público: el control fiscal externo, el control parlamentario
(político o sobre las políticas) y el control ciudadano, y estos a su vez, para el propio
Gobierno (cuyo análisis se efectuó en el capítulo anterior), retroalimentando su accionar, al
reiniciarse el ciclo contínuo de planeación, discusión, aprobación, ejecución, evaluación y
ajuste multinivel del gasto público, o, ciclo presupuestario.
En este sentido, y, como quiera que en el capítulo anterior se abordó el análisis del
Control Gubernamental, este capítulo se dedicará al análisis de las instituciones y al alcance,
del control fiscal externo, fundamental para su ejercicio.
Pero antes de abordar esta tarea, se hace necesario determinar el alcance de los
términos “modelo” y “sistema” que utilizaremos. Entendemos por “sistema” un conjunto
de órganos articulados racionalmente para el cumplimiento de una función o fin, y por
“modelo”, un referente ideal, o, en términos jurídicos, un deber ser. Para el caso, de lo que
debe hacer cada órgano, individualmente considerado, y, estos en su conjunto, o como
sistema, para controlar la gestión y el gasto público.
De paso, podemos definir una “crisis” institucional como una disfunción grave, o la
incapacidad manifiesta del órgano, o del sistema en su conjunto, para cumplir la función
para la cual fue concebido. Hechas estas aclaraciones, analizaremos en primera instancia,
el texto constitucional que regula esta función.
• “El control fiscal es una función pública que ejercerá la Contraloría General
de la República, la cual vigila la gestión fiscal de la administración y de los
particulares o entidades que manejan fondos o bienes de la Nación”.
• Según la misma norma, “Dicho control se ejercerá en forma posterior y
selectiva” e “incluye el ejercicio de un control financiero, de gestión y de
resultados, fundado en la eficiencia, la economía, la equidad, y la valoración
de los costos ambientales”.
• Conforme a la norma transcrita, el control fiscal se concibió como una
función pública (que lo es), a cargo de la Contraloría General de la República,
consistente en la “vigilancia de la gestión fiscal de la administración y de los
particulares que manejen o administren fondos o bienes de la Nación”.
Sin embargo, esto no es cierto, ni en sentido restringido o literal (a partir del texto
constitucional), ni en sentido amplio o funcional, pues, conforme a dicho texto, esta función
la ejercen, la administración, en un primer nivel o interno, y, en un segundo nivel, de manera
posterior y externa a la administración, según lo previsto en la misma Constitución, y en
Declaración de Lima, (i) la Contraloría General de la República, (ii) las contralorías
territoriales, y (iii) la Auditoría General de la República (arts. 267, 272, 274 CP).
En efecto, conforme a lo dispuesto en el artículo 269 CP, “En las entidades públicas,
las autoridades correspondientes” están obligadas a diseñar y a aplicar métodos y
procedimientos de control interno, frente al cual le corresponde al Contralor General,
precisamente la función de “Conceptuar sobre la calidad y eficiencia del control fiscal
interno de las entidades y organismos del Estado” (arts. 266 y 267 CP).
En segundo lugar, según lo previsto en el art. 272 CP, “La vigilancia de la gestión
fiscal de los departamentos, distritos y municipios donde haya contralorías, corresponde a
éstas y se ejercerá en forma posterior y selectiva”, con lo que es igualmente claro que
también éstos órganos ejercen control fiscal, posterior y selectivo, en el orden territorial,
con respecto a la gestión fiscal de esos entes territoriales.
No obstante, otros órganos y niveles de poder público también, inclusive del mismo
Gobierno, evalúan o ejercen control sobre la gestión y el gasto públicos, en forma directa o
indirecta, o en sentido amplio.
Pero además, los jueces también pueden ejercer eventualmente control sobre la
gestión pública, por lo que hoy en día se reconocen como parte de los sistemas de control
fiscal (Dye y Satapenhurst, 1998). Con mayor razón en nuestro medio.
Por ello, no son pocos los que consideran que quienes en últimas están facultados
para determinar la responsabilidad derivada de la gestión fiscal, no son las contralorías, sino
los jueces administrativos, ante quienes estas deben justificar la legalidad de sus
actuaciones, a partir de lo cual estos deciden si las mantienen o las anulan.
En cuanto a la ciudadanía, el artículo 270 señala que “La ley organizará las formas y
los sistemas de participación ciudadana que permitan vigilar la gestión pública que se
cumpla en los diversos niveles administrativos y sus resultados”, por lo que la ciudadanía
también hace control fiscal, aunque en sentido amplio.
Inclusive, expertos internacionales en el tema del Control Fiscal (Langseth, et. al.
1997: 129), consideran como parte integrante de lo que denominan (y no por casualidad)
Sistema Nacional de Integridad (noción todavía más amplia que la de Sistema de Control
del Gasto Público), en cuanto se asume como algo que atañe a toda la sociedad, y no a un
único organismo; a los medios de comunicación (especialmente a los ombudsman o
columnistas), orientadores de la opinión de los votantes; a los partidos políticos y al sector
privado; junto con la voluntad del propio Gobierno, sin cuyo compromiso de transparencia
y para escoger gestores públicos verdaderamente capacitados y honestos, resulta
virtualmente imposible lograr mejoras y disminuir los niveles de corrupción, en la Gestión
Pública.
En el artículo 267 se definió la función de Control Fiscal Externo, como una función
pública que ejercerá la Contraloría General de la República, que vigila la gestión fiscal de la
administración y de los particulares o entidades que manejen fondos o bienes de la Nación.
Finalmente se dispuso que la Contraloría, por ser una entidad de carácter técnico
con autonomía administrativa y presupuestal, no tendría funciones administrativas
distintas de las inherentes a su propia organización.
No obstante, a partir del inciso quinto de esta norma en la que –se reitera- se define
esta función pública, cesa abruptamente toda referencia al ente de control, como
institución llamada a ejercerlo, para regular la elección del Contralor General de la Nación
2 Como corresponde a un Estado de Derecho; por definición un sistema de instituciones balanceadas en poder, y
recíprocamente controladas en las que su ejercicio, por tanto, está despersonalizado.
(como si una y otro fuesen lo mismo), por parte del “Congreso en pleno”, para un período
de cuatro años, que debe coincidir con el del recién elegido Presidente de la República.
Para el efecto, el candidato debe cumplir con unas exigencias que no lo son tanto
para el desempeño de un cargo de semejante naturaleza: (apenas) ser colombiano de
nacimiento y en ejercicio de la ciudadanía; tener más de 35 años de edad; tener título
universitario y haber ejercido la profesión o cátedra universitaria por (tan sólo) cinco (5)
años. Peor aún, no se exige ninguna experiencia en auditoría financiera, pública ni privada,
como sí se hace en otras latitudes, lo que resulta a todas luces injustificable, por decir lo
menos, tratándose precisamente de la cabeza de un órgano unipersonal llamado a ejercer,
personalmente o por delegación suya, control fiscal del gasto público de todo un país.
1. Prescribir los métodos y la forma en la que se le deben rendir cuentas por parte
de los responsables del manejo de fondos o bienes de la Nación e indicar los
criterios de evaluación financiera, operativa y de resultados que deberán
seguirse.
2. Revisar y fenecer las cuentas de los responsables del erario y determinar su
grado de eficiencia, eficacia y economía.
3. Llevar un registro de la deuda pública de la Nación y de las entidades
territoriales.
4. Exigir informes sobre su gestión fiscal a los empleados oficiales de cualquier
orden y a toda persona o entidad pública o privada que administre fondos o
bienes de la Nación.
5. Establecer la responsabilidad derivada de la gestión fiscal, imponer las sanciones
pecuniarias que sean del caso, y recaudar su monto para lo cual dispone de
jurisdicción coactiva sobre los alcances deducidos de la misma.
6. Conceptuar sobre la calidad y eficiencia del control fiscal interno de las entidades
y organismos del Estado.
7. Presentar al Congreso de la República un informe anual sobre el estado de los
recursos naturales y del ambiente.
8. Promover ante las autoridades competentes, aportando las pruebas respectivas,
investigaciones penales o disciplinarias contra quienes hayan causado perjuicio
a los intereses patrimoniales del Estado, en desarrollo de los cuales puede, bajo
su responsabilidad, exigir, verdad sabida y buena fe guardada, la suspensión
inmediata de funcionarios mientras culminan las investigaciones o los
respectivos procesos penales o disciplinarios.
9. Presentar proyectos de ley relativos al régimen del control fiscal y a la
organización y funcionamiento de la Contraloría General.
10. Proveer mediante concurso público los empleos de su dependencia que haya
creado la ley y que no sean de su libre nombramiento y remoción.
11. Presentar informes al Congreso y al Presidente de la República sobre el
cumplimiento de sus funciones y certificar la situación de las finanzas del Estado,
de acuerdo con la ley.
12. Dictar normas generales para armonizar los sistemas de control fiscal de todas
las entidades públicas del orden nacional y territorial.
13. Presentar a la Cámara de Representantes la Cuenta General de Presupuesto y
del Tesoro y certificar el balance de la Hacienda presentado al Congreso por el
Contador General.
Esto significa claramente que, dado que las funciones de los órganos están asignadas
a las personas que los dirigen, y no a la institución a cargo dela función pública; por lo cual,
son éstas personas la que terminan ejerciendo un control personalizado sobre dichos
órganos y todos los asuntos a su cargo, sean administrativos o misionales: desde los asuntos
relevantes, hasta el color de las flores que deben adornar los despachos.
En el tema misional, esto se traduce concretamente, en que, dado que todos los
funcionarios ejercen sus atribuciones por mandato o delegación suya, este puede abocar
en cualquier momento todos los asuntos sujetos a su conocimiento a trámite, reasumir sus
funciones, o revocar sus decisiones, cuando así lo estime.
Destacando el mismo objetivo, pero en forma más realista, esa es la razón por la
cual algunos consideran que “Sustancial y absolutamente necesaria resultó la reforma que
la Constitución de 1991 introdujo al sistema de control fiscal. Este, por razón del origen
político de los contralores y el uso y abuso del control previo, había degenerado de técnico
en clientelista y de independiente en comprometido” (Henao Hidron, 2013).
Por eso, si lo que se quiere es que el ciudadano perciba que la Administración está
de verdad controlada, es preciso que los órganos de control externo se caractericen por su
profesionalidad e independencia. “Sin estas dos premisas básicas es absolutamente
imposible colaborar a hacer más eficaz la Administración y hacer más creíble ante la
sociedad la labor de control” (Jiménez Rius; 2007).
Todas estas funciones corresponden, y por tanto, pueden agruparse, en dos grandes
niveles de control fiscal externo, al igual que en el caso de los demás niveles de control:
micro, o sobre la ejecución y gestión del gasto público, que su vez se ejecuta en dos fases:
primero, la auditoría, y, segundo, el Proceso de Responsabilidad Fiscal (en adelante PRF). Y
a nivel macro, o sobre las políticas.
Esta, que parece una cuestión irrelevante, no lo es, porque desvela precisamente la
falta de “un modelo”, en el que se defina claramente la función de la Contraloría, y, además,
su relación, respecto del Legislativo, cuestión que depende de, y, en la que no siempre han
coincidido; quienes han estado frente a ella, y por tanto, resulta determinante sobre los
resultados finales de su gestión, pues, como se ha señalado en capítulos previos, una de las
funciones principales de las EFSs, es servir de apoyo a la función de control político o sobre
las políticas, por parte del órgano legislativo, que para algunos es su principal función.
De todos modos, más por tradición que por derivar de una determinación expresa,
y probablemente porque así es en la mayoría de países del mundo, la Contraloría ha
asumido una función de asesoramiento del Congreso, para efectos del Control Político que
debe ejercer éste sobre la gestión económica del Gobierno, y está obligada a responder sus
requerimientos puntuales de información.
3.1.1 Control Fiscal Externo Micro
En el capítulo anterior se expuso que el Control Micro Interno tiene por objeto (i) la
intervención previa del gasto (y del ingreso) público, para asegurar su regularidad y
legalidad; (ii) su registro, y (iii) el reporte y rendición de cuentas sobre su gestión, entre
otras cosas, para efectos de posibilitar el control fiscal externo, o de segundo nivel.
Por esta razón, en la práctica, los equipos de auditoría, suelen “retornar” al nivel del
control previo, y focalizan buena parte de su esfuerzo apenas en el control de legalidad y
presupuestario (control de cumplimiento), especialmente de los procesos contractuales,
dejando de lado la tarea de evaluar la gestión y resultados del ente, sin que, además, tengan
en cuenta sus resultados en los informes para el control macro.
Por otra parte, la labor de los equipos de auditoría suele estar sesgada hacia la
obtención de hallazgos (recuperación de sumas líquidas de dinero por gestión irregular o
simplemente ineficiente), antes que en las mejoras en la gestión, lo que limita aún más su
potencial de cambio.
Pero ello, según los mismos autores, obliga a los órganos de control a ser selectivos
en la determinación de los controles que realizan, estableciendo planes de actuación que,
“teniendo en cuenta los objetivos de las entidades que deben controlar, les permitan
concentrar su actividad en aquellos ámbitos en que existe mayor riesgo de que se
produzcan incumplimientos de la normativa aplicable, desviaciones en la consecución de
los objetivos establecidos o inexactitudes en la presentación de la información financiera”.
Otro de los problemas derivados del actual modelo de planeación de las auditorías,
es que no están articuladas con el ejercicio del control macro, de manera tal que sirvan
para asegurar la fiabilidad de la información contable de las entidades administrativas, y
por ende, del Gobierno en su conjunto.
Son múltiples las fallas, de principio a fin, de esta concepción de la auditoría, por
parte de la misma Contraloría. Falla cuando se indica que es un proceso “sistemático que
evalúa, acorde con las normas de auditoría generalmente aceptadas vigentes, la política
pública y/o la gestión y los resultados fiscales de los entes objeto de control fiscal y de los
planes, programas, proyectos”, en primer lugar, porque, confunde dos funciones y niveles
completamente diferentes, en su objeto, medios, y alcance: la evaluación de las políticas
públicas, y la auditoría.
Mientras que esta última siempre tiene por objeto evaluar la gestión y los resultados
de un sujeto de control3, individualmente considerado, y por tanto, puede derivar en
responsabilizaciones de orden fiscal, disciplinario o penal; aquella tiene por objeto evaluar,
monitorear o medir el impacto, de las políticas públicas (que son expresión de un querer
ser siempre previo a su ejecución), o control a nivel macro, sin que de ello puedan derivarse
tales consecuencias.
Además, precisamente por ello las normas generalmente aceptadas, lo son para
efectos de auditar entidades públicas (y privadas), u órganos administrativos
individualmente considerados, y no el resultado de su gestión agregada, necesariamente
influenciada por las políticas públicas.
Por otra parte, mientras que la primera tiene como fundamento la Cuenta General
que precisamente consolidada las cifras de la gestión económica del Estado (Balance
General de la Nación, Ejecución Presupuestal, Estado de la Deuda Pública consolidado), la
segunda se fundamenta en la rendición de la cuenta, por parte de un gestor público, es
decir, a nivel individual.
De otro lado, mientras que la primera tiene como finalidad el rediseño, o ratificación
de las políticas públicas, la segunda tiene como finalidad que se corrijan las fallas en su
gestión o ejecución, de las cuales puede atribuirse responsabilidad fiscal, que siempre es de
carácter subjetivo, o individual.
3De hecho, en el art. 31 del Decreto 267 de 2000, mediante el cual se dictan normas sobre organización y funcionamiento
de la CGR y se establece su estructura orgánica, se dispuso que el nivel micro de la vigilancia fiscal es aquel que cubre a
cada una de las entidades que actúan y desarrollan sus actividades con autonomía e independencia dentro del respectivo
sector al cual pertenecen, para efectos del ejercicio del control fiscal.
Y, en tercer lugar, la auditoria de gestión y resultados (aunque se pueden desarrollar
en forma separada), centrada en la evaluación de la eficiencia o economía de la gestión, la
primera, y en la eficacia o cumplimiento de los objetivos, la segunda.
Cualquiera que sea la modalidad escogida, o una combinación de ellas, debe estar
precedida por una fase de planeación, para la cual se torna fundamental el examen o
revisión de la cuenta; para luego llegar a la fase de ejecución o auditoria propiamente dicha;
luego de la cual se pasa a la elaboración, discusión y consolidación del informe de auditoría,
que a su vez, y, eventualmente, puede culminar con la suscripción de un plan de
mejoramiento, o con el traslado de los hallazgos.
Por ello, es usual que, para efectos de verificación de las operaciones, casi siempre
se requiera de la complementación con visitas in situ a las entidades fiscalizadas. Así, el
proceso de reporte deja de ser de rendición de cuentas y sobre la gestión, para convertirse
de hecho en un ejercicio de “revisión de cuentas”, y más exactamente, de documentos (en
especial, contratos y certificados de disponibilidad presupuestal), más propio de la
fiscalización de primer nivel, como en la acepción original del control fiscal.
Otra de las graves fallas que persisten es la separación de los procesos de rendición
de cuentas de la rendición de informes, como si fuesen dos cosas completamente
diferentes. Las cuentas, a través del llamado aplicativo SIRECI, centradas principalmente en
la información de la gestión contractual y de personal, y la información de ejecución
presupuestal, patrimonial y deuda pública, a través de tres diferentes organismos, por lo
cual, las entidades deben destinar una parte importante de sus recursos humanos y
logísticos a responder los diferentes requerimientos de información que reciben de los
diversos órganos de control.
Por otra parte, como la evaluación de la gestión que se lleva a cabo a través del
proceso de auditoría, y en desarrollo de esta, se pueden detectar hallazgos de carácter
fiscal, administrativo, penal o disciplinario, esta puede conducir a otra etapa del control
micro, cual es la del proceso de responsabilidad fiscal, llamado juicio fiscal, a pesar de que
se surte ante la misma Contraloría, y de que sus decisiones, como se ha indicado
previamente, no hacen tránsito a cosa juzgada.
Por esta ambigüedad del diseño institucional; por esta falta de identidad
institucional, se genera otro problema derivado del enfoque diferente de las dos fases del
control micro externo, pues, mientras la auditoria se realiza con un carácter técnico y
administrativo, el PRF obedece a una “lógica” rigurosamente judicial, debido a la
concepción de ese proceso como si fuese judicial, y no administrativo.
4 Desde 1957 la Resolución Orgánica 1771 de la CGR, ya hacía referencia a la auditoría operacional.
Este nuevo enfoque pretendía integrar la auditoría contable y legal, o financiera, con
la de cumplimiento y gestión, con lo que su objetivo ya no es solo verificar que las
operaciones y procesos se hayan surtido en forma legal, sino también el cumplimiento de
los objetivos, por lo que los equipos de auditoría tendrían un mayor campo de evaluación
para determinar desviaciones o incumplimientos de las normas o de los objetivos a los que
se sujetan los gestores públicos, o hallazgos.
La necesidad de que tenga ese carácter suele revelarse en forma más evidente en
las épocas de crisis económica y fiscal, como lo indicó C. Salvador, citado por Jiménez Rius
(2009: 12), para quien “las entidades públicas de control deben asumir un objetivo
complementario a los tradicionales de sus fiscalizaciones: informar con rigor, claridad y
oportunidad al ciudadano” el costo de las medidas adoptadas para paliarla, a quienes
beneficia, y sus efectos reales, pues, de no ser así, “nos dirigiremos, en palabras de Gómez
Maldonado hacia cierta “deslegitimización de la auditoría pública como una práctica
objetiva, independiente e imparcial. La situación económica y social demanda, además, que
los informes de auditoría pública sean emitidos dentro de un margen razonable de tiempo
para que resulten verdaderamente eficaces y permitan adoptar, en su caso, a los gestores
públicos y a los parlamentos las medidas correctoras precisas”.
Nótese cómo la norma faculta al Contralor para imponer las sanciones pecuniarias
que se deriven de la gestión de los funcionarios públicos, lo que resulta mucho más acorde
con la naturaleza jurídico-administrativa de ese proceso, y no para “fallar” sobre su
responsabilidad, lo que a juicio de algunos implica que la Contraloría solamente estaría
constitucionalmente facultada para imponer sanciones.
En todo caso, esta atribución constitucional fue desarrollada mediante los artículos
1 y 4 de la Ley 610 de 2000, en los que se definió el proceso de responsabilidad fiscal como
el conjunto de “actuaciones administrativas” adelantadas por las Contralorías con el fin de
determinar y establecer la responsabilidad de los servidores públicos y de los particulares,
cuando en ejercicio de su gestión fiscal o con ocasión de ésta, causen por acción u omisión
y en forma dolosa o culposa un daño al patrimonio del Estado.
Además, debido a lo limitado del concepto de “daño”, una gran cantidad de hechos
gravemente dañosos del patrimonio público quedan al margen de los PRF, al no conllevar
gestión fiscal directa, en cabeza de quienes intervienen en ellos, como en el caso de las
condenas mediante conciliaciones y laudos arbitrales en contra de la Nación, las cuales se
han constituido en una de las principales y más graves formas de detrimento del erario
público.
Según Sandoval y Arias (et al. 2002: 48), entre 1995 y 1997, 72 entidades estatales
debieron afrontar 17.515 demandas en su contra, con pretensiones indemnizatorias
5 Según se argumentó en la misma sentencia, “6.6. Para la Corte, ese tratamiento vulnera el artículo 13 de la Carta pues
configura un régimen de responsabilidad patrimonial en el ámbito fiscal que parte de un fundamento diferente y mucho más
gravoso que el previsto por el constituyente para la responsabilidad patrimonial que se efectiviza a través de la acción de
repetición.
6 Entre otras, en la Sentencia C-840 de 2001, se conceptuó que “El proceso de responsabilidad fiscal es de naturaleza
administrativa;[3] de ahí que la resolución por la cual se decide finalmente sobre la responsabilidad del procesado constituya
un acto administrativo que, como tal, puede ser impugnado ante la jurisdicción contencioso administrativo”.
(acciones de nulidad y restablecimiento del derecho, contractuales y de reparación directa)
y resarcitorias, por fallas en el servicio (ineficiente gestión, arbitrariedades o daños
ocasionados a los particulares). A pesar de ello, la Contraloría, por disposición legal, está
inhabilitada para perseguir a los responsables, quienes solamente pueden ser encausados
si así lo deciden los directivos de la administración afectada.
7 En el mismo documento se señala que una de las entidades con mayores condenas en su contra, el INVIAS, nunca había
iniciado una acción de repetición en contra de los funcionarios implicados.
8 La última vez con ocasión del trámite de reforma constitucional denominado de Equilibrio de Poderes que culminó con la
Somos perfectamente conscientes de que el uso del término control fiscal macro es
altamente controversial. Pero, de lo que si tenemos certeza, es de la importancia capital y
creciente que este nivel superior del control fiscal, independientemente de cómo se le
denomine, tiene para para la salud económica y fiscal de los estados modernos, y por ende,
Sobra cualquier reflexión sobre su importancia para los países del tercer mundo, o,
en vías de desarrollo.
10 http://www.contraloria.gov.co/web/guest/control-macro
para la elaboración de la Cuenta General del Presupuesto y del Tesoro, por parte de la
Dirección de Cuentas y Estadísticas Fiscales, de la Contraloría Delegada para la Economía y
Finanzas Públicas; y (ii) la proyección y evaluación financiera de esas cifras, y del impacto
sobre las mismas de las políticas públicas, para la elaboración del Informe sobre la Situación
de las Finanzas del Estado; la evaluación de políticas públicas, y otros informes
coyunturales.
Con la expedición de la Ley 42 de 1993, que desarrolla la nueva CP, se reitera (arts.
36 y 37) que la contabilidad de la ejecución presupuestal, “es competencia de la Contraloría
General de la República”, al igual que la elaboración de la Cuenta General del Presupuesto
y del Tesoro correspondiente al ejercicio fiscal (art. 38), (en lugar de su certificación, como
corresponde a un ente de control posterior externo al Gobierno), a pesar de lo cual, en
forma contradictoria, se dispuso en la misma norma que, además de indicar si existe
superávit o déficit, debe incluir “la opinión del Contralor General sobre su razonabilidad”.
Es decir, que el Contralor se pronunciara sobre si le parece o no “razonable” su propia
cuenta.
Con otra contradicción. En el art. 41 de la Ley, se dispuso que “la Contraloría General
de la República deberá certificar la situación de las finanzas del Estado y rendir el respectivo
informe al Congreso y al Presidente de la República”12; con los “indicadores de gestión y de
resultados que señale la Contraloría General de la República”
Además, se precisó el alcance del término Estado 13 y que, para el efecto, el Contralor
General de la República prescribirá las normas de forzoso cumplimiento en esta materia y
señalará quiénes son las personas obligadas a producir, procesar, consolidar y remitir la
12 Tomando en cuenta, entre otros, los siguientes factores: 1. Ingresos y gastos totales; 2. Superávit o déficit fiscal y
presupuestal; 3. Superávit o déficit de tesorería y de operaciones efectivas; 4. Registro de la deuda total; 5. Resultados
financieros de las entidades descentralizadas territorialmente o por servicios.
13 Indicándose que “se entiende por Estado las Ramas de Poder Público, los organismos autónomos e independientes como
los de control y electorales, las sociedades de economía mixta y los organismos que integran la estructura de la
administración departamental y municipal”.
información requerida para certificar las finanzas del Estado, “sin perjuicio de que esta labor
la realice la Contraloría General en los casos que así lo considere conveniente”.
En todo caso, hasta este nivel del Control Macro, se puede hablar de auditoría; para
el caso, la auditoría sobre los estados financieros consolidados, cuyo resultado se debe
expresar en su certificación, o en su certificación con salvedades, o en su no fenecimiento,
en cuyo caso, al menos en teoría, podría derivarse responsabilidad para el ministro o
ministros, responsables del no fenecimiento, en forma de moción de censura (art. 310, Ley
5 de 1992), sanción a la que nunca se ha llegado en la historia republicana del país,
probablemente por las exageradas condiciones impuestas en la misma norma para el
efecto: se requiere de su aprobación por mayoría absoluta en un sistema político que se
caracteriza por los pactos partidistas cuyo objeto es asegurar la “gobernabilidad”.
Una segunda observación sobre esta figura, por la forma en que se redactó, es que
sería aplicable respecto de la Cuenta General del Presupuesto y del Tesoro, que está
conformada por los estados financieros consolidados en cuya elaboración directa no
participa ningún ministro, ya que, por el contrario, se compone del Balance General, a cargo
del Contador General de la Nación; y los informes de ejecución presupuestal y sobre el
estado de la deuda pública, a cargo del Contralor General.
3.2.1.3.2 El Informe sobre la Situación de las Finanzas del Estado y la Evaluación de las
Políticas Públicas
Sólo hasta el año 2000, con la expedición del Decreto Ley 267, se reconoce en forma
expresa, la importancia de la evaluación de las políticas públicas, como parte del ejercicio
del control macro. Aunque, tratándose de políticas públicas, ya no es posible hablar de su
auditoría, sino de su evaluación, monitoreo, seguimiento, o medición de impacto, y es en
ese sentido como se debe entender esta segunda (y más alta) expresión del Control Fiscal
Macro.
Entre otras razones, porque, a diferencia de lo que sucede con las auditorías; de la
evaluación de las políticas públicas (a cargo del Gobierno o de la Banca Central), no es
posible derivar responsabilidad fiscal, sino, a lo sumo, responsabilidades política o electoral,
por lo que, también a diferencia de aquella, no es posible cuantificar su monto.
Adicionalmente, mientras que la auditoría suele tener como punto de partida una
cuenta que se rinde precisamente sobre una gestión determinada; la evaluación de las
políticas públicas no. O no necesariamente, pues, su punto de partida suele ser, además, la
Cuenta General consolidada del Estado, y las estadística fiscales.
A esta última Dirección le fueron asignadas también, las funciones de evaluar “la
coyuntura fiscal, monetaria y cambiaria, y sus interacciones”; “el efecto de la acción del
Estado sobre la distribución del ingreso, la asignación eficiente de los recursos, el
crecimiento económico, el desarrollo sostenible y la estabilidad”; “Analizar y medir el
impacto de la política fiscal sobre las variables económicas” y en las economías nacional y
territorial; y, finalmente, pero más importante, la de “Analizar y evaluar la política
económica en el contexto del Plan Nacional de Desarrollo y de los Proyectos de Presupuesto
Anual”.
En todo caso, esta labor se fortaleció con la creación de las Direcciones de Estudios
(económicos) Sectoriales, o DES, precisamente en la medida en que se les asignaron, entre
otras, las funciones de:
Para el mismo organismo multilateral “Las dos grandes fases de este proceso
idealizado de política pública son la formulación de las políticas y la administración de
programas. Esta distinción entre políticas y programas es fundamental”, distinguiéndose
estos de aquellas en que, el programa corresponde al conjunto detallado de metas y
arreglos para implementar las políticas, por lo cual se concretan mayormente en la esfera
administrativa del gobierno: “Sin lugar a dudas, las políticas se funden en programas, pero
la distinción importante para los propósitos de este trabajo es que la formulación de
políticas es ex-ante y la implementación de programas es ex-post”.
Por eso, el análisis de políticas públicas también puede concretarse ex-ante, es decir,
en la fase de formulación de políticas, o ex-post, esto es, con posterioridad a ejecución de
los programas.
En todo caso, concluye el Banco, las políticas públicas deben ser sometidas al
escrutinio público por tres motivos. En primer lugar, porque, “dada la frecuente influencia
de intereses privados en el gobierno, las propuestas de políticas no son siempre de interés
público”, y en tal sentido, ese análisis puede ayudar a desafiar, o al menos, poner en
evidencia, los intereses privados. En segundo lugar, porque el sector público aumentó
sustancialmente en tamaño y complejidad (mayor gasto). Y, en tercer lugar, porque
“siempre existen alternativas y los políticos y el público deben informarse acerca de cuáles
alternativas han sido consideradas” (Banco Mundial; 2010: 10).
Por tanto, es en ese sentido que debe encausarse la intervención del Sector Publico
en la economía, para que cumpla sus tres funciones básicas: 1) La función asignativa,
corrigiendo las fallas del mercado, mediante la implementación de dos tipos de políticas
públicas: la provisión pública de bienes y servicios socialmente relevantes (educación,
seguridad, salud, infraestructura) y la intervención del mercado, para corregir o limitar sus
fallas; 2) La función distributiva, o, más exactamente, redistributiva de las rentas,
principalmente a través de la política tributaria (en el ingreso) y de transferencias y
subsidios (en el gasto); y 3) La función de estabilización del ciclo económico, principalmente
a través de la política fiscal y presupuestaria (Musgrave et. al. 1992).
Así lo señala Bordón (2001), para quien la “relación entre pobreza y equidad es clara,
son dos variables inversas pero determinantes tanto para el crecimiento como para el
mejoramiento de las condiciones de vida”. Entonces, “tanto mayor sea la desigualdad en la
distribución de la riqueza de un país, tanto más lento será su crecimiento económico”. Por
eso insiste en “recuperar el desarrollo humano y la democracia integral; los gobiernos –
concluye- no deben elegir entre igualdad y crecimiento, las políticas más eficaces serán
aquellas que promuevan ambos aspectos al mismo tiempo”.
Sin embargo, según lo sugiere el profesor Fernández Ajenjo (2011), esos límites
competenciales sí que deberían ampliarse extendiendo la acción de los órganos de control
fiscal externo, a la prevención, investigación y persecución del fraude y la corrupción,
tomando como modelo la Government Accountability Office (GAO) americana, entre otras,
enfocándolas hacia la mejora continua de la Gobernabilidad, la profundización de la
institucionalidad y la ampliación de sus facultades de control financiero, a la vez que se
refuerza su propia independencia.