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EL CONCEPTO DE EDUCACIÓN Y SUS FINES EN LA LEY . . .

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I. El concepto de educación en la LGE

La Ley General de Educación trata del concepto de educación en el


artículo 2º, segundo párrafo; artículo 7º y sus fracciones de la I a la XII.
El artículo 7º remite al párrafo segundo del artículo 3º constitucional, del
5 de marzo de 1993, en el cual aparece la definición de educación: [pro-
ceso que] “... tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades
del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria y la con-
ciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la jus-
ticia”. Estas palabras están tomadas del artículo 3º, primer párrafo, del
30 de diciembre de 1945 (Diario Oficial de la Federación, de igual fecha).
El mismo artículo 2º, segundo párrafo, indica otra definición de edu-
cación: “es proceso permanente que contribuye al desarrollo del indivi-
duo y a la transformación de la sociedad, y es factor determinante para
la adquisición de conocimientos y para formar al hombre de manera que
tenga sentido de solidaridad social”. Proceso permanente en dos sen-
tidos: individualmente, la educación dura toda la vida; el hombre siem-
pre debe estar educándose. Y colectivamente, año con año nacen
nuevas generaciones que requieren ser educadas. El texto citado fue to-
mado por la nueva ley del también artículo 2 de la Ley Federal de Edu-
cación (LFE) de 1973, a la que de ahora en adelante citaremos entre
paréntesis para que el lector pueda hacer las comparaciones corres-
pondientes.

Los autores disienten sobre si la educación debe contribuir siempre


a la transformación, y contestan que la educación tiene una doble fun-
ción: conservadora, pues transmite los principios, normas y valores de
una cultura específica y, simultáneamente, propone nuevos objetivos de
acuerdo con el progreso tecnológico del país y del mundo (Brubacher,
1969).

Respecto de su función como factor de conocimientos, debe afir-


marse que aquélla es primordial para la adquisición de los conocimien-
tos básicos y mucho más para los conocimientos más completos y
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complicados como los que comprende una carrera, una maestría y
mucho más un doctorado.

En la otra función, como factor para formar a los hombres en el


sentido de solidaridad, la educación interviene también de modo impor-
tante. El hombre tiende de ordinario a ver por sí independientemente de
los demás. Requiere de la educación para adquirir el sentido de la so-
lidaridad, es decir, la unidad con el grupo que produce la comunidad de
intereses, objetivos y normas.

El concepto de educación, según la LGE, implica:

1) Un proceso permanente;

2) Contenidos: conocimiento y valores criterios; y

3) Un método, de suerte que el educando entienda lo que se le trans-


mite:

En el proceso educativo deberá asegurarse la participación activa del


educando, estimulando su iniciativa y su sentido de responsabilidad
social para alcanzar los fines a que se refiere el artículo 7º (Art. 2º,
párrafo tercero).

El concepto de educación se redondea con las características se-


ñaladas en los artículos 4º obligatoria; 5º gratuita y 6º laica. El artículo
8º, a su vez, marca los criterios que orientarán la educación:

1) El progreso científico.

2) La lucha contra la ignorancia y sus consectarios: las servidum-


bres, los fanatismos y los prejuicios.

3) La democracia, concebida no sólo como estructura jurídica y ré-


gimen político, sino como sistema de vida fundado en el constante
mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.
EL CONCEPTO DE EDUCACIÓN Y SUS FINES EN LA LEY . . . 59
4) El nacionalismo, en cuanto –sin hostilidades ni exclusivismos–
atienda a la comprensión de nuestros problemas, al aprovecha-
miento de nuestros recursos, a la defensa de nuestra independen-
cia política, al aseguramiento de nuestra independencia económica,
y a la continuidad y acrecentamiento de nuestra cultura.

5) La mejor convivencia humana, tanto por los elementos que aporte,


a fin de robustecer en el educando, junto con el aprecio para la
dignidad de la persona y la integridad de la familia, la convicción
del interés general de la sociedad, cuanto por el cuidado que pon-
ga en sustentar los ideales de fraternidad e igualdad de los dere-
chos de todos los hombres, evitando los privilegios de razas, de
religión, de grupos, de sexos o de individuos.

Los criterios: 1, 2 y en parte el 3, 4 y 5 se hallan en el artículo 3º


constitucional de 1946 (Diario Oficial de la Federación, 30 de diciembre
de 1945).

Para precisar el concepto de educación, los artículos 4º, 5º y 6º


añaden tres características de la misma: obligatoria, gratuita y laica.

La obligatoriedad se introduce en 1842; se repite durante el impe-


rio de Maximiliano en 1865; reviste forma de ley en 1888, con sancio-
nes más severas en la ley de 1891; se vuelve a mencionar en la
fracción IV del artículo 3º de la Constitución de 1917, en la fracción VI
del artículo 3º de 1946, y en la Ley Federal de Educación de 1973, ar-
tículo 16.

La gratuidad se cita por vez primera el 27 de diciembre de 1865;


luego, en la ley del 2 de diciembre de 1867 (gratuita para los pobres); en
la ley del 21 de marzo de 1891, así como en la del 15 de agosto de 1908.
Aparece en el artículo 3º de la Constitución de 1917, en la fracción IV del
de 1934, en la fracción VII de 1945 y en el artículo 12 de la Ley Federal
de Educación (1973). La gratuidad de la educación, hasta la Ley Orgá-
nica de 1941, que reglamentaba el artículo 3º de 1934 (segunda ley, la
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primera se expidió en 1939) establecía (artículos 92 y 11) que el Esta-
do atendiera preferentemente la educación primaria hasta
generalizarla, así como la secundaria, la normal, la técnica, la
alfabetización, la edu- cación de indígenas y campesinos y la cultura
elemental de los iletrados (la actual educación de adultos). Respecto de
la educación superior, la ley de 1941 prescribía que el Estado la
fomentara con universidades o instituciones particulares, para poder
“dedicar con mayor amplitud sus recursos” a las modalidades arriba
mencionadas de la educación.

El origen de la fracción VII de 1945 (repetida en la ley de 1973, así


como en el artículo 3º constitucional de 1991 y la LGE de 1993) fue
resultado de una negociación entre el presidente Manuel Ávila Camacho
y Vicente Lombardo Toledano. A cambio de la aceptación del artículo por
parte de éste y los sindicatos, don Manuel concedió la adición de la frac-
ción VII, la cual establecía que “toda la educación que el Estado impar-
ta será gratuita” (Torres Bodet, 1969: 396).

Finalmente, el laicismo es la tercera característica de la educación


en México. El término tiene cuatro acepciones:

1)Independencia de la Iglesia;

2)Abstención de instrucción religiosa;

3)Exclusión de ministros de culto en la enseñanza;

4) Prohibición de relacionar las escuelas con corporaciones re-


ligiosas.

La primera acepción se encuentra en el artículo 3º de la Constitución


de 1857: “La enseñanza es libre”, tanto respecto de los gremios como
de la Iglesia. Y se reiteró en el artículo 3º de la Constitución de 1917.

La segunda acepción –abstención de instrucción religiosa– entró en


vigor en la ley del 15 de abril de 1861, al no mencionarse dicha instruc-
ción (Dublán y Lozano, 1879) y así la consignaron también la ley del 2
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de diciembre de 1867, su reglamento del 24 de enero de 1868 y la ley
orgánica del 15 de mayo de 1869 con su reglamento respectivo. La
instrucción religiosa quedó prohibida explícitamente en la ley del 14 de
diciembre de 1874.

La tercera acepción entró en vigor por la ley del 23 de marzo de


1888, artículo 10: “En las escuelas oficiales no pueden emplearse mi-
nistros de culto alguno, ni persona que haga votos religiosos”. La ley del
21 de marzo de 1891 (Art. 2º) engloba las anteriores prohibiciones con
la introducción del término “laico”.

Finalmente, la última acepción se añadió en el artículo 3º de la


Constitución de Querétaro: “La escuela no debe estar relacionada con
ninguna corporación religiosa”. El artículo 3º de 1917 extendió también
el laicismo a la escuela particular en el nivel primario.

Esta etapa (1857-1917) podría denominarse de laicismo mode-


rado, concebido como neutralidad respecto de la religión. Pero, al
publicarse en 1926 el Reglamento Provisional de las Escuelas Parti-
culares del D. F. y Territorios Federales, se prohibió cualquier indica-
ción de naturaleza religiosa o dependencia de la Iglesia: decoraciones,
pinturas o estampas religiosas, etc., y se repitió la prohibición de que
los directores fueran ministros de algún culto. Se pasó al laicismo
agresivo.

Durante el periodo de Pascual Ortiz Rubio, Narciso Bassols recru-


deció el laicismo y prohibió en las Normas Revisadas de las Escuelas
Particulares (18 de abril de 1932; Art. 4º, fracción IV) la enseñanza de
ministros de culto. En 1931 (29 de diciembre), Bassols extendió el lai-
cismo a las escuelas secundarias, con la prohibición de la enseñanza
religiosa, de la docencia de ministros de culto y de la presencia de
corporaciones religiosas en las escuelas.

El artículo 3º del 11 de diciembre de 1934 (Diario Oficial de la Fede-


ración, de la misma fecha) establece la educación “socialista” que
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[...] además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y


los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y
actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional
y exacto del universo y de la vida social.
El artículo 3º de 1934, redactado por Bassols y Vicente Lombardo
Toledano (1894-1968), perseguía dos objetivos: primero, combatir el fa-
natismo religioso, reiteración del jacobinismo liberal y positivista bajo el
nombre de socialismo. El laicismo neutral y ponderado de Justo Sierra
se convirtió así en laicismo agresivo, orientado a extirpar la religión;
segundo, proporcionar a los educandos un concepto racional y exacto
del universo, objetivo risible o desconocedor, en absoluto, de las capa-
cidades de la mente humana, pues ninguna doctrina científica o filosó-
fica puede ofrecer semejante concepto del universo. La ley exigía a los
maestros mexicanos enseñar la verdad absoluta. ¿Cuál? ¿El materia-
lismo dialéctico, esa doctrina filosófica basada en supuestos discutibles
como el contener la materia un principio racional? Si la novedad de la
escuela socialista era enseñar un concepto racional y exacto del univer-
so, no se distinguía ésta del positivismo de Gabino Barreda (1820-1881)
y otros (Ramos, 1976: 92).

La verdad resultó un poco distinta como consta de una carta de


Bassols a Jaime Torres Bodet (1902-1974), en la cual confesaba ser
el autor del texto y responsable de su redacción. Y añadía:

[...] la verdad es y no debemos olvidar un solo instante que el problema


político real no radica ni en el término “socialista”, ni en la fórmula del
“concepto racional y exacto”. Está en la prohibición a la iglesia católica
de intervenir en la escuela primaria para convertirla en instrumento de
propaganda confesional y anticientífica. Lo demás son pretextos ... (Torres
Bodet, 1969: 326-327).
La embestida de este laicismo agresivo no paró allí: Cárdenas ex-
pidió un decreto sobre la enseñanza secundaria (Diario Oficial de la
Federación, 13 de marzo de 1935): “Ninguna institución, llámese de
cultura media o superior, podrá impartir educación secundaria sin au-
torización expresa de la SEP”, y prescribía que ningún establecimiento
de educación media superior podría recibir en calidad de alumno regu-
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lar, irregular o de cualquier otra clase a persona carente de secundaria
oficial (Art. 3º) y establecía (Art. 4º), como requisito mínimo de admisión
al bachillerato, la constancia de haber terminado la secundaria en un
plantel oficial o escuela expresamente autorizada por el Estado. El
decreto del ejecutivo modificó así la situación del bachillerato de cinco
años de la Universidad de México. Ésta se amparó, pero perdió el juicio
y, con el pasar de los años, la Secretaría de Educación Pública se hizo de
la vista gorda y no volvió a exigir el cumplimiento de la disposición
presidencial.

Este decreto del ejecutivo, al establecer el carácter obligatorio de la


educación secundaria socialista, impidió a la universidad crear un ba-
chillerato de cinco años, el cual serviría sólo para las carreras liberales,
no para las científicas que requieren título como las ingenierías, medi-
cina, etc. Sólo las secundarias oficiales podían impartir con validez la
enseñanza socialista (Excélsior, 17 de febrero de 1935. Véase
Meneses, 1988: 126).

El laicismo agresivo aparecía también en los programas y las prue-


bas de exámenes, así como en los libros de texto y la formación de
maestros (Meneses, 1988: 166).

La primera ley orgánica del artículo 3º de 1934 repitió lógicamen-


te, en forma más pormenorizada, las prescripciones constitucionales
(30 de diciembre de 1939). Sin embargo, en honor de la verdad, debe
decirse que no resultó tan radical como los borradores de la misma
sugerían. Se advirtió en ella un empeño por suavizar el proyecto de
Cárdenas.

Con el pasar del tiempo, el nuevo régimen de Manuel Ávila Camacho


(1897-1955) se sentía incómodo con la educación socialista. Y, como
se había propuesto tranquilizar el país después de la agitación del
sexenio cardenista, empezó por el elemento que producía más conflic-
tos: la educación. El medio fue promulgar otra ley federal del artículo 3º
firmada por el presidente el 31 de diciembre de 1941, a un año y un mes
de iniciada su administración (Diario Oficial de la Federación, 23 de
enero de 1942). La educación sería socialista, fomentaría el desarrollo
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íntegro de los educandos “dentro de la convivencia social”, preferen-
temente en los aspectos físicos, intelectual, moral, estético, social.
Tendería a formar conceptos y sentimientos de solidaridad y preemi-
nencia de los intereses colectivos respecto de los privados o
individua- les, con el propósito de disminuir las desigualdades
económicas y sociales; excluiría toda enseñanza o propaganda de
cualquier credo o doctrina religiosa, “... combatiría el fanatismo y los
prejuicios...”. Y se tomaba el trabajo de definir negativamente el
fanatismo: no era “la profesión de credos religiosos y la práctica de
las ceremonias, devo- ciones o actos del culto respectivo, realizados
conforme a la ley” (Art. 17). Y añadía: “... en consecuencia, los
educadores no podrán, so pretexto de combatir el fanatismo y los
prejuicios, atacar las creencias o prácticas religiosas lícitas de los
educandos, garantizadas por el artículo 24 de la Constitución” (Diario
Oficial de la Federación, 23 de enero de 1942).

Las sanciones eran también distintas: en la ley de 1939, las viola-


ciones al artículo 3º se sancionaban con la clausura del establecimien-
to y multas de mil pesos; en la ley de 1942, en cambio, se llamaría la
atención del infractor, para evitar que se repitiera la violación y conse-
guir que se corrigiera; en caso de reincidencia, se aplicaría una mul-
ta y, si volviera a infringirse la ley, se procedería a la clausura del
establecimiento.

La ley de 1942 fue el puente entre el artículo 3º de 1934 y el de 1946,


que, obviamente, representa un enorme avance sobre el de 1934 y aun
sobre el de 1917. Señala el objetivo de la educación: desarrollar
armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentar en él el
amor a la patria y la conciencia de la solidaridad internacional, en la
independencia y la justicia. Y prescribe que la educación se mantendrá
ajena a cualquier doctrina religiosa y luchará contra la ignorancia y sus
efectos: las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Sin embar-
go, el artículo 3º mantuvo el laicismo en toda la educación tanto públi-
ca como privada, y el control totalitario en primaria, secundaria y normal
y la facultad de negar o revocar la autorización a los particulares deseo-
sos de establecer escuelas, sin que contra tales resoluciones hubiera
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juicio o recurso alguno; y la prohibición a las corporaciones religiosas de
intervenir, en forma alguna, en planteles de educación primaria, secun-
daria y normal y la destinada a obreros y campesinos.

Por ese tiempo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU)


publicó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y México la
firmó, obligándose por tanto a cumplir con dichas normas, entre las
cuales se encuentra la siguiente: “Artículo 26.3. Los padres tendrán
derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse
a sus hijos”.

Sin embargo, la Ley Federal de Educación, promulgada en el gobier-


no de Luis Echeverría Álvarez, mantuvo el laicismo tanto en la escuela
pública como en la privada y la negación de recurso contra las resolu-
ciones del gobierno en caso de clausura de alguna escuela (Diario
Oficial de la Federación, 29 de noviembre de 1973).

En 1976 ocurrió un importante evento: el Pacto Internacional de


Derechos Civiles y Políticos aprobado por la ONU el 16 de diciembre de
1966 que entró en vigor el 23 de marzo de 1976 en los países que lo
habían ratificado. México lo aprobó cinco años después, el 24 de mar-
zo de 1981, y lo promulgó en el Diario Oficial de la Federación el 20 de
mayo de 1981.

El Pacto, a diferencia de la Declaración, pretende eficacia jurídica. Su


contenido, por tanto, es distinto del de aquélla. Dos series de diferencias
sobresalen: 1) una gama de limitaciones a los derechos humanos, por
razones de seguridad nacional (seguridad pública, orden público y salud
o moral públicas) que en la Declaración, texto que no pretendía aplicar-
se, eran innecesarias; 2) un conjunto de disposiciones por las cuales se
obliga a los estados miembros a poner los medios para proteger, en el
orden interno, los derechos reconocidos por el Pacto, como el caso de la
educación. El artículo 18, número 4, relativo a la educación dice:

Los Estados partes [o miembros] en el presente Pacto se


comprometieron a respetar la libertad de los padres [se refiere a la
libertad religiosa] y, en
66 COMENTARIOS A LA LEY GENERAL DE EDUCACIÓN

su caso, la de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la
educación religiosa y moral que está de acuerdo con sus propias
convicciones.
El párrafo 4º precisa, como contenido de la libertad religiosa, la li-
bertad de los padres o tutores para que sus hijos reciban educación
religiosa o moral de acuerdo con sus convicciones. El Pacto es más
expreso que la Declaración, pues prescribe a los estados partes no
sólo comprometerse a respetar esa libertad sino, además, garantizar-
la. Esta norma implica la obligación de los estados de procurar que
existan los medios indispensables como locales, instructores y libros
–no necesariamente deben proveerlos–, a fin de que los niños reciban
efectivamente esa educación. Este párrafo no señala restricción algu-
na a este derecho.1

Ahora bien, el artículo 2º del Pacto establece tres obligaciones de los


estados en ese sentido: 1) “... a respetar y a garantizar a todos los in-
dividuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdic-
ción los derechos reconocidos en el presente pacto sin distinción alguna
...” 2) “... a dictar las disposiciones legislativas o de cualquier otro ca-
rácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos recono-
cidos en el presente Pacto”; 3) a garantizar a toda persona, que haya
sufrido violación de alguno de los derechos definidos en el Pacto, tener
la posibilidad de imponer un “recurso efectivo”, que lo proteja y le dé la
reparación debida. Es más, expresamente se dice que este recurso
debe existir “aun cuando tal violación haya sido cometida por personas
en ejercicio de sus funciones oficiales”.

Finalmente, durante la administración del presidente Salinas, se


modificó el artículo 3º constitucional con la restricción del laicismo sólo
a la educación que imparte el Estado. Se suprimieron las facultades del
mismo gobierno de cancelar la autorización para impartir educación sin

Véase
1
el excelente escrito de Jorge Adame Goddard. La libertad religiosa en México.
(Estudios Jurídicos). México: Grupo Editorial Porrúa, 1990. De esa obra están tomadas algunas
ideas.
EL CONCEPTO DE EDUCACIÓN Y SUS FINES EN LA LEY . . .
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posibilidad de recurso alguno (Diario Oficial de la Federación, 5 de
marzo de 1993).

Sin embargo, la restricción del laicismo a la educación pública no


está de acuerdo con la Declaración de los Derechos del Hombre de la
ONU, firmada por México y citada más arriba.

Tampoco satisface el nuevo artículo 3º el Pacto Internacional de


Derechos Civiles y Políticos (ONU, 16 de diciembre de 1966) aceptado
por México el 24 de marzo de 1981 (Diario Oficial de la Federación, 20
de mayo de 1981).

El nuevo artículo 3º deja sin enseñanza religiosa (de cualquier cre-


do, no necesariamente el católico) al casi 90 por ciento de los niños de
México, cuando 52 por ciento de la población, después de 130 años de
laicismo oficial, está a favor de la enseñanza de la religión en primaria
(Guevara Niebla, 1991).2

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