Papelucho Casi Huerfano Marcela Paz

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Marcela Paz

PAPELUCHO CASI HUÉRFANO

PAPELUCHO 02
Antes yo siempre escribía mi diario, pero un cabro de la
clase me lo tiró a la basura y ya no escribí nunca más.

Un buen día, llegó un señor a verme. Era un señor con cara


de águila y miles de arruguitas debajo de los ojos. También tenía
una camisa con caracoles y la nariz con pelitos asomados.

—Papelucho —me dijo—. Me ha costado trabajo dar


contigo… Fui yo el que encontró tu diario en la basura, y ahora
es todo un libro. ¿Has seguido escribiendo?

—No.

—Eso me parece mal. Te he traído un precioso cuaderno


con tapas de jabalí, para que sigas escribiendo tu diario.

—Muchas gracias —le dije. Era una pena pensar que esas
tapas habían sido un verdadero jabalí y este señor lo aplastó
para hacerlo un puro cuaderno. ¿Por qué no me traería el jabalí
mejor?

—¿Usted es explorador? —le pregunté.

—¿Explorador? Bueno, en cierto modo —dijo—. A veces se


encuentran tesoros en un basural…

—¿y el jabalí?

—¡Ah! Te refieres a mi regalo… Bueno, me pareció justo


buscar lo más valioso en la materia para regalarte. Es muy
escaso encontrar una encuadernación como esa. Pero para tu
diario…

—Para otra vez me trae el jabalí. No pienso escribir más mi


diario…

Me da mucha rabia ver que los hombres son tan injustos


con los animales. Y creo que es de pura envidia. Porque los
animales no tienen que hacer tantas tonteras como ellos: no
tienen que cortarse el pelo ni las uñas, ni andar limpios, ni pagar
cuentas, ni trabajar, ni hacer tareas, ni ser ricos, ni enfermarse,
sino que simplemente se mueren y se acabó. Y tampoco tienen
alma y eso es una cuestión con que uno nace sin que le
consulten siquiera. Y el alma es una cosa que estropea muchos
programas. Sería bueno podérsela sacar y poner, como los
zapatos nuevos que aprietan o se estropean.

—¿Qué no piensas escribir más tu diario? —el señor de cara


de águila casi hacía pucheros. Se veía que no era muy hombre,
y no daba lástima, sino lo contrario.

—No pienso —le dije— y si quiere le devuelvo su regalo.

—De ninguna manera —dijo poniéndose chinchoso—. Es


tuyo. Pero sobre la cuestión de tu diario voy a proponerte un
negocio.

—¿Un negocio?

—¿Algo que te dé interés en escribir. Por ejemplo, ¿te


vendría bien tener unas diez lucas?

Apenas lo dijo, me acordé de ese pollo asado en la vidriera


de la fiambrería, de esa máquina fotográfica, de ese rifle…

Total que no por interés de la plata, sino de las cosas que


voy a comprar con mis diez lucas ahora escribo mi diario otra
vez.

Y cuando le dije que sí al señor, se puso tan feliz que habló


con mi papá, mi mamá y la Domitila y a todos les dio por
mirarme como si yo fuera telenovela. Y todo lo que yo decía lo
encontraban original. Y me daba un poco de rabia, porque yo no
conocía más que al pecado original. Pero después supe que
había gente original también y que Cantinflas era como yo y me
consolé.
Y cuando por fin se fue, casi le cuento a mi mamá que me
habían prometido las diez lucas. Pero ella estaba tan injusta,
retándome porque se me habían roto los zapatos, que ni pude
decírselo.

Fui feliz todo el día, pero mi papá estaba rabioso y no me


dejó gozar de la vida. Lo que pasa es que él está un poco
pobre… Y a mí ni me importa no comprarme el pollo y las demás
cosas por ahora con tal de darles la sorpresa de mis diez lucas.

¡Cómo se van a arrepentir de haberme retado! Debe ser


terrible ser injusto con un hijo que les da tanta felicidad como la
que yo les voy a dar.

Y después, cuando los vea contentos y con plata, escribo


otro diario y me doy gusto yo con lo que me paguen, y ¡listo!

El otro día mi mamá le decía a alguien que estamos en la


miseria y trataba de llorar o cosa por el estilo y a mí me dio
mucha pena pensar que estamos en la miseria y que esto es la
miseria, aunque no se nota mucho. Porque algunos creen que la
miseria es con frío y harapos y hambre, pero en realidad hay de
todo igual que antes, lo único es que eso que hay es “a la
cuenta”.

A uno lo encuentran flacuchento y los chiquillos le andan


poniendo nombres, pero es que uno se preocupa de pensar que
sus padres no tengan ni un peso y dicen que las preocupaciones
matan y sería terrible morir tan joven. Uno tiene tanto por venir.
Yo no quiero morir de eso todavía y por eso tengo que
distraerme y tomar helados o salir. Lo malo que hay es que el
padre de uno es algo que está ahí como un dedo apuntando y si
a él le va mal, ese dedo se pone como un aviso luminoso y nos
persigue y todo se ve igual y cuando uno come helados les
encuentra gusto a dedo y cara de padre de uno. Es muy atroz.

Lo bueno de ser pobre es: 1° que uno no va al colegio el


último trimestre; 2° no importa si a la casa se le caen pedazos o
se rebalsan los lavatorios, porque es casa antigua, y 3° no hay
necesidad de andar pituco. Y lo malo es que los papás dale con
que no hay plata ni para helados. Total que yo decidí poner un
taller de composturas y puse un letrero en la puerta que dice: El
componedor mágico, se arregla de todo: “Papelucho y Co.,
Limitada y Anónima” y me trajeron una silla rota y le amarré
bien la pata, pero después vino la cocinera de al lado y quería
que le arreglara su reloj y claro que no tenía remedio.

Resulta que en la tarde vino un inspector de esos que


andan por ahí con la tontera del comisariato. Y me preguntó si
tenía patente de negocio y aquí y allá y que el parte y que la
multa.
Hasta que total, que yo le di el frasco de mermelada que
había guardado mi mamá en el armario. Peor era que me llevara
preso, pensé. Así que cuando llegó mi mamá yo le dije:

—¿Quién hizo las leyes? Yo creo que debe haber sido un


perverso, porque si no las hubiera hecho, nadie estaría preso…

—Pero no habría manera de defenderse —dijo ella


sorbiendo el té.

—De defenderse ¿de qué? Así que tú encontrarías que


tienen razón si mañana toman preso a papá por la cuestión de
la ley…

—¿Por qué dices eso? Tu papá no hace nada en contra de la


ley. ¿De dónde has sacado semejante disparate? —y siguió
hablando y hablando y sorbiendo y hablando cada vez más
ligero y poniéndose colorada de nervios y me preguntaba quién
me había dicho eso y etc., etc.

Y yo también me contagié de verla y no sabía lo que


pasaba y quería explicarle que podía ser yo el preso, pero ella
no me dejaba, y dale con seguir hablando y hablando. Al fin le
pude decir que ya no había mermelada porque yo la había
tenido que dar para no ir preso.

—¡Explícate! —me dijo con cara de insulto y se me quitaron


todas las ganas de explicarle. Entonces Javier le contó lo del
inspector y a ella le vino el estérico y dale con reírse y reírse
hasta que la Domi le trajo las píldoras.

En fin, que uno más vale que no tratara de ayudar a los


grandes porque es inútil entenderse con ellos. O sale mal o le
largan un tremendo reto y más vale no tratar…
Octubre 4
Resulta que anoche sonó el teléfono y era para avisar
que se había muerto el tío Tristán. Javier recibió el recado y
cuando lo contó en el comedor, alguien dijo: “¡Al fin!” o
puede haber sido: “¡En fin!”. En todo caso mi papá y mi
mamá salieron altiro y ella se puso el abrigo negro que tenía
en venta y que quería que le comprara a plazo la Domi. Y
después llamaron diez personas más para avisar que se
había muerto el tío Tristán. A la once vez que sonó el
teléfono antes de que me lo dijeran, yo dije: “¡Ya sé que
murió el tío Tristán!” y una voz me contestó: “¡Mocoso
insolente!” y cortó.
Dice la Domi que a nadie le falta un tío millonario en
caso de apuro y que el tío Tristán era tan rico porque era
demente y no tenía ninguna idea en la cabeza, dice la Domi,
ni siquiera la de casarse. Pero que a cambio de hijos tiene
sobrinos, familia y lo demás, y parece que ahora vamos a
ser requetemillonarios. Igual que en los libros, justo cuando
nos moríamos de pobres, ¡zas! Nos volvemos millonarios.

—Capaz que nos metan en el colegio otra vez —le dije,


pero la Domi piensa que si somos tan ricos no necesitamos
educarnos mucho porque en todo caso no vamos a trabajar.
Total que con Javier casi no dormimos haciendo la lista
de las cosas que vamos a comprar mañana.
Octubre 5
Parece que estamos de luto porque se murió el tío
Tristán. Lo malo es que todavía no le entregan la plata al
papá, así que no podemos comprar. Hoy vino una señora a
dar el pésame y cuando la Domi nos dijo que veía a eso,
fuimos a ver cómo lo daba. Mi mamá parecía muy triste, así
que pensé que algo le pasaba y sobre todo cuando nos dijo:

—Lindos, por favor váyanse a jugar…

—No tenemos a qué jugar —dijimos.

—Por favor, lindos… —suplicó.

Javier la miró asustado y después dijo que queríamos


ver el pésame que le iban a dar y la visita soltó la risa y la
mamá se hacía la que se reía; pero yo creo que tenía algún
dolor, así que no me moví porque pensé que podía darle un
ataque y quería esperarlo. Entonces ella dijo:

—Cámbiate el pantalón, hijito, está roto…

—Usted sabe que no tengo otro —le dije y me senté en


la rotura. Entonces me dio un tremendo pellizco y yo grité
de dolor y ella me miró con ojos de loca y yo me fui. Y tenía
tanta rabia cuando me encerré en mi cuarto, porque quería
entenderla y entenderla y al último se me pasó la rabia
porque no la pude entender jamás.

Apenas se fue la visita, mi mamá vino a buscarme y ya


me iba a retar cuando por suerte me acordé de ese día en
que me dolió tanto el estómago y le conté sin decirle que
era el año pasado.
Entonces armó el escándalo de que me fuera a la
cama, que el caldito y el pan caliente en el estómago. Y ahí
quedé yo metido, y el pan estaba rico y bien quemadito y
crujidor. Pero es más aburrido acostarse en verano y
también no poder comer ni helados. Por suerte la Domi me
trajo un cartucho de caramelos de limón para matar el
hambre; pero me suenan las tripas y de pura desesperación
me comí el queso de la trampa que estaba limpiecito
porque si el ratón lo hubiera probado se habría quedado
preso.
Octubre 10
Parece que somos millonarios, pero es igual a la
cuestión miseria: no se nota nada. Todo es ídem que antes y
no hemos podido comprar lo que necesitamos. Javier ya ha
hecho diecisiete listas y yo veintitrés y todavía nada. Dicen
que estamos todos muy contentos por esto de la herencia,
pero la única ventaja es que uno puede pensar en lo que va
a comprar. Nada más.

Han venido cuatro visitas y mi mamá todo el tiempo


cuenta el mismo cuento de que el tío tenía un poquito de
cáncer no más y murió y es mejor para que no sufra.
También hablan mucho en el comedor de comprar una casa
propia, pero mi mamá quiere ir a viajar. A papá lo llaman
por teléfono todo el tiempo y hablan de negocios y millones
y cuando corta, sale silbando a la ventana y mira para
afuera con las manos en los bolsillos. Hoy vinieron unos
señores a pedirle que por favor fuera diputado. Yo sé que es
algo importante, como ministro o por el estilo. Mi mamá y
mi papá discutieron mucho el asunto porque mi mamá dice
que es muy caro. Pero de todos modos a él le parece
rechoro, se le nota, aunque dice todo el tiempo que hay que
salvar a la Patria.

En todo caso nos regaló una luca a Javier y otra a mí,


pero no nos alcanzó ni para tres cosas de la lista y eran
ochenta y nueve las que necesitábamos.

Ayer vinieron a ofrecerle un auto remacanudo al papá.


Tenía ocho faroles, radio, calefacción, televisión y lavadora,
y salimos a probarlo felices, pero a mi mamá le ha dado con
el viaje y se ponen a discutir y al último gana mi mamá
porque el tío Tristán era tío de ella. Así que el auto se fue
con el señor que lo vendía y bien triste, pero no tanto como
Javier y yo.
Octubre 11
Cuando éramos pobres nos hicimos tan amigos con Javier
porque como no íbamos al colegio teníamos que jugar juntos,
sino ¿con quién? Bueno, cuando nos hicimos millonarios
seguimos amigos un tiempo, pero ya me está pateando la
amistad porque Javier está tan fantoche que no se puede
aguantar. Por eso le dicen “el Haga Kan en chauchas” y a uno no
le cae bien tener un hermano con sobrenombre. Pero lo malo fue
que la mamá nos pillara peleando. Tantas veces nos hemos
peleado y nunca nos agarraban… Ahora, claro, se aprovechó
para castigarnos y decir que nos iba a dejar otra semana sin
plata. Eso lo hace de puro aprovechadora porque la plata no la
tenía de ninguna manera. Este es el verdadero cuento del tío.

Y no sería raro, porque nosotros nunca conocimos al tal tío


Tristán y nadie hablaba de él cuando estaba vivo y ahora no más
viene a ponerse de moda.

La mamá se compró un abrigo de piel de ocasión que le


vendió una amiga y parece una artista. Los visones son lo más
suave que hay. Valía no sé cuántos millones, pero la amiga se lo
dio casi regalado. La Domi quiere que le suban el sueldo, pero
no se atreve a decirlo, así que yo le dije al papá, porque mi
mamá habla mal de ella todo el tiempo. Y papá dijo que era
justo.

Bueno, yo había sacado la piel para mostrarle a la Domi lo


que es un visón verdadero y le estaba explicando cuando entró
Javier y me lo quitó de un tirón. El cuello estaba mal pegado
porque se me quedó en la mano, pero yo lo pegué con scotch. Y
Javier se burló y dijo que los pelos se le iban a pegar también y
que se iba a enojar la mamá y esto y lo otro y me fue subiendo
la calefacción a la cabeza y se me fueron las manos y en eso
llegó la mamá. Por suerte la Domi había guardado el famoso
abrigo, pero el reto y el castigo nos llegó de todos modos.
Octubre 12
Javier está enfermo, pero yo creo que son puros
calambres y como él es tan aprovechador. Ahora que hay
plata es buen negocio enfermarse porque ya le compraron
un Mecano. A mí me revientan los Mecanos que son pura
tuerquecita y fierros con hoyos y dale que dale
atornillando… Si yo me enfermara pediría un tren eléctrico
igual al que tiene el papá del Soto y lo armaría en mi cama
y no necesitaría levantarme más de lo entretenido que lo
pasaría.

Resulta que anda una cosa misteriosa por ahí y se


callan cuando entro yo y mi mamá me hace cariños y no
hay para qué. No sé lo que le pasa, pero me da por creer
que yo soy Hansel, pero Javier no es Gretel. Preferiría que no
me hicieran tanto cariño. Y la Domi también está en el
secreto, pero no larga y yo tengo que saber lo que es.
Octubre 14
Está pasando algo muy raro en esta casa. A veces
pienso que yo tengo una enfermedad terrible y mortal y no
se atreven a decirme que me voy a morir. La cuestión es
que nadie me reta aunque pase lo que pase. Llegó a tener
ganas de que me den un gritazo, al menos para estar
seguro de que estoy vivo, porque de tanto pensar que me
voy a morir, creo que ya soy ánima.

El gringo Ripley que vive enfrente andaba con su


famoso chicle masca y masca, buscando pelea. Yo lo busqué
por la buena y le pedí que me lo prestara un rato. Después
le pedí que me lo vendiera. El muy fresco quería que le
pagara una luca por él.

—Es importado de North-América —decía con sus ojos


de agua limpia.

—Sí, pero está usado —le contestaba yo—. Además es


de segunda mano y de ocasión tiene que ser barato.

—Pero es legítimo —seguía diciendo el gringo y darle y


dale y el negocio no se arreglaba y yo me moría de ganas y
más ganas de chuparlo hasta que no supe más y de repente
me vi en el suelo lleno de tierra y con el chicle y el gringo
llorando encima. Y la mamá de él vino a reclamar contra mí
en inglés y ahí fue lo raro porque la mía no me retó. Y nunca
he visto tanta sangre de narices. Los americanos son
resangrientos. Y llorones también.

Por fin parece que tenemos algo de plata porque nos


compraron maletas nuevas y me van a llevar a ver una
bicicleta para regalarme. Resulta tan raro comprarme
bicicleta después de la tremenda rosca del chicle y el gringo
que hasta la hija del juez, que vive al lado, se metió.

Javier está tan bueno conmigo que me regaló su


Mecano y ahora no pelea nunca sino que parece como santo
enfermo. Yo creo que él se cree santo porque está en cama
tanto tiempo, pero a mí no me la pega mucho de sus
calambres. ¡Si supiera los calambres que tengo yo en las
pantorrillas!.
Noviembre 20
No había escritor mi diario de la rabia que tengo y de la
pena. Resulta que mi papá y mi mamá se fueron a Estados
Unidos el 15 en un súper jet. Parece que van a hacer un
negocio Nylon y claro que llevaron al abusador de Javier con
sus calambres y yo sé que si fuera cierto su enfermedad se
curaría igual aquí que allá. Y a mí me dejaron con la tía
Rosarito en el campo. Así que ahora soy casi huérfano.

Cuando supe que se iban, me dio una pena terrible y


tomé agua todo el día para bajarla y trataba de pensar que
iba a ser muy feliz solo y sin nadie que me mandara y ser
un verdadero Tarzán aquí en el fundo. Pero resulta que no
he sido feliz más que una vez en mi vida y no me acuerdo
cuándo fue.

En todo caso ya tengo ochos años y medio, y me falta


bien poco para los nueve y tengo bastantes ganas de
cumplirlos porque voy a cambiar. Ya peso treinta kilos con
chaqueta y sé tirarme de cabeza al tranque y Javier no.

La famosa bicicleta que me regalaron para consolarme


de no ir a Estados Unidos era una buen mugre y me aburrí
de parcharle las cámaras y en todos caso un hijo no se
consuela de no tener padres por tener una bicicleta usada y
aro 24.

La tía Rosarito al principio me hacía cariños, pero eso


me daba más pena porque sus cariños de cara son como
pasarse el cepillo de dientes por los cachetes y la cara de
mi mamá era muy suave. Después me mandaba a lavarme
las manos y las rodillas a cada rato y peinarme para
almorzar pero al fin se aburrió. Lo malo es que uno se pone
ronco de gritarle porque ella está sorda, pero dice que soy
muy divertido aunque yo le esté diciendo que se murieron
las gallinas y se quemó el cáñamo. De todas maneras dice:
“Haz como quieras. Tú sabes que a mí me han gustado
siempre los niños porque nunca tuve hijos…”.

Esta tía Rosarito es una especie de abuela mía, porque


como la mamá nunca tuvo mamá, tuvo esta tía en vez. Y
todos los días me cuenta de la mamá cuando era chica y
siempre el mismo cuentecito que ya me tiene curcuncho. A
mí me gusta vivir con ella porque su casa es inmensa y
todos los cuartos tienen olor a cueva y son oscuros y sucios
y no hay que ordenarlos, y cuando uno grita dan eco. Y uno
puede hacer lo que quiere porque no hay nadie y los que
hay se anuncian cuando vienen, con su campanilla propia.
Por ejemplo, don Bernabé, el administrador, tiene espuelas
de plata y además escupe con harta carraspera. La tía
Rosario tiene un llavero amarrado a la cintura, la Zoila es
coja, la Martina hace tencas en vez de respirar y el José
silba todo el tiempo Cabeza Hinchada.

Resulta que en esta casa hay un misterio y un


“entierro” en alguna parte y penan todas las noches. La
Zoila me contó lo que pasó hace muchos años y D. Berna
dice que lógico y tienen que penar. Don Bernabé dice a todo
“lógico” y al principio se me pegó a mí también, pero en
esto de la penadura yo creo que es lógico. Lo malo es que
aunque es lógico que yo me desvele, todavía no he podido
desvelarme ninguna noche. Porque al principio me dormía
del puro susto. Y ahora ya no hay caso. Nada me da susto.
Ni los espíritus, ni las ánimas, ni las cadenas, ni los finaos, ni
los terremotos, ni siquiera la viuda que se sube al anca del
caballo cuando uno pasa el zanjón de noche con la luna
nueva. Nada.

Desde que descubrí el tesoro, cambié. Antes me daba


miedo todo, hasta las arañas y ahora le hago cariños al toro
importado.

La cosa pasó así:

En aquel tiempo llegué a este fundo un poco enojado


por haberme quedado en Chile mientras Javier y los demás
se iban en avión. No encontraba justo quedarme solo y
tampoco quería que me consolaran ni me acompañaran.
Tampoco me importaba mucho si el avión se caía al mar. A
uno le importan los demás cuando uno les importa a ellos y
también si uno está solo en el mundo tiene que ser muy
hombre. Así que también aprendí a fumar hasta que me
enfermé del pulmón y dejé el vicio. Caminaba solo por los
potreros o por las bodegas, pero sentía todo el tiempo en el
pecho el ruido del avión y no podía pensar. Y tampoco tenía
ganas de ninguna cosa. Hasta que el tonto del fundo, que es
Luchito y que se ríe todo el tiempo como si le hicieran
cosquillas, me persiguió y me persiguió. Un día yo estaba
sentado en una piedra pensando en cómo será el famoso
Estados Unidos y no quería moverme de ahí, cuando llegó el
Luchito con su risita y me dijo que me iba a contar un
secreto. Y como yo no le hacía caso entraba corriendo a la
bodega y se reía y salía, y me hacía un gento, y entraba y
se reía, otro gesto y ídem, ídem. Hasta que al fin me dio
curiosidad y lo seguí. Y me mostró un montón de fierros que
había en un rincón con telarañas, cuero de vaca, cordeles y
sacos, y nos metimos gateando por entremedio. Resulta que
debajo de un jergón había un montón de ratoncitos recién
nacidos. Y el Luchito me dijo que ése era un tesoro de los
dos.

Yo les llevaba todos los días comidita y queso y poco a


poco se desparramaban entre las porquerías y corrían un
poco hasta que un buen día no encontré ninguno. Entonces
nos pusimos a buscar y revolver cosas y entremedio… Ahí
vino lo grande y lo secreto y es mejor ni escribirlo en el
diario porque a lo peor pasa algo…
Noviembre 22
¡Y pasó!

Resulta que de tanto revolver fierros, sillas rotas, sacos,


tarros y porquerías buscando a mis ratones, apareció de
repente una caja negra, más pesada que un toro muerto.
Con el Luchito tratamos de moverla, por si los ratones
estaban debajo, pero… ¡ni pío!

Decidimos abrirla y le hicimos palanca en la chapa, que


era de esas con costra café, y apenitas la tocamos, se
abrió…

Estaba casi llena de puras monedas grandes igual que


lunas llenas, del mismo tamaño, pero mucho más pesadas.
Y eran tantas iguales, como si fueran lentejas en un saco.

Los ojos del Luchito se pusieron redondos y rojos y le


cayó saliva de su boca sin dientes.

—¡El te te te tesoro! —clamó y se puso a temblar. Cerró


la caja y atropellando todo el cachureo se arrancó para
siempre.

Yo quedé paralelo. Solo, con el tesoro. Ni me atrevía a


tocar las monedas por si me electrocutaba. Podían estar
malditas. Así que empecé a traspirar. Y traspirando
pensaba:

—Así que era verdad lo del tesoro. Y este maldito


tesoro tuvo un dueño que lo cuida y anda penando por la
casa…
Se me paraban los pelos de miedo que el fantasma se
enfureciera contra mí.

Por fin después de mucho pensar, le dije al fantasma:

—Disculpe señor ánima en pena, por haber descubierto


su tesoro. Fue pura mala suerte. Y se lo dejo enterito con tal
que su alma no se pasee más por esta casa.

Y empecé a echarle cosas encima a la caja para dejarla


igual que antes. Pero cuando la estaba tapando me vino la
tentación de pedirle prestada una moneda al ánima.

Así que saqué una, cerré y tapé bien todo.

Me fui con la moneda al almacén, pedí un chicle y la


pasé en pago.

Y ahí vino lo atroz.

—¿De dónde sacaste esto? —chilló doña Rosenda.

—Lo encontré —dije.

—¿Dónde, niño?

—Por ahí…
Doña Rosenda se lo mostró al Zoilo, y todos los
compradores estiraron el cogote para verla.

—¡Santo cielo! Es plata pura —decían.

Y creo que me habrían cogoteado a preguntas si no


aparece el Luchito. Al ver la moneda se puso a temblar y
apenas pudo, echó a correr otra vez.

Pero lo alcanzaron y dale con preguntarle.

Para quitarle los temblores le convidaron cerveza, y yo


me fui sin que dieran ni el vuelto.

En la tarde me dieron ganas de comprar otro chicle,


pero cuando fui a sacar otra moneda, no encontré ni la caja,
sino que el puro desorden en la bodega.

Yo creo que ahora el ánima no volverá nunca más


porque su tesoro ya no está en esta casa.
Ni tampoco mis ratoncitos.
Noviembre 25
Por fin tengo un amigo verdadero, quiero decir que me
sigue y me acompaña y no anda metiendo cuentos. Tiene
no más que tres patas. Yo creo que nos entendemos con el
Napoleón porque él también es un poco huérfano como yo.
Tiene buen carácter y es rehabiloso y resimpático y buena
gente y somos como hermanos, pero como hermanos de
cuentos, porque no peleamos nunca. Es un perro casi
policial y casi perdiguero. Tomamos té en la misma taza y
comemos la misma chuleta y jugamos y nos chacoteamos y
corremos como si yo fuera la liebre.

Yo le enseñé a despertarme y él me ladra y me rasguña


la puerta todas las mañanas a las seis en punto. La Zoila
rezonga, pero no hay caso, él viene de todas maneras y
ladra hasta que yo despierto. A mí me carga dormir porque
es muy aburrido.

Yo hice promesa de no comprar dulces si le salía la otra


pata al Napoleón, porque yo sé que los demás perros le
hacen burla. Pero a él no le importa mucho. En todo caso
sería peor que le faltaran dos patas, porque entonces
tendría que andar como la gente y eso sí que sería una
vergüenza.

Es bueno tener un verdadero amigo y poder hablar de


sus cosas. A él también le carga la tía Rosario y las papas
con arroz.

Tengo inventado un juego con el Napoleón. Se llama los


duendes.

Yo le pongo las cadenas que estaban tiradas en la


bodega y él se pasa por la casa cuando es de noche. Y la
Zoila se persigna y llora y reza y yo me hago el que no oigo
nada y la tía Rosario tampoco oye. Total que la Zoila cree
que a ella no más le penan.

Le di un frasco de vitamina al Napoleón para que el


brote luego la pata porque tenemos que ir muy lejos
mañana y se puede cansar con tres. Queremos ir a la
quebrada del Monte Jorobado y traer unas perdices, unas
liebres y unos faisanes. Vamos a llevar una honda y un
refresco y un sándwich de queso y una bolsa para la caza.

Tengo que dormirme altiro para despertar tempranito


mañana.
Noviembre 27
Ahora no sólo tengo un amigo sino que miles, porque
soy presidente de la Sociedad Conyugal de Perros Buenos.
Se llama Socopebue y me eligieron presidente por
unanimidad, que quiere decir que todos me quieren. Y hay
como treinta y siete miembros y como cuarenta más que
van a nacer así que se puede decir que soy el presidente de
mil perros.
Todos los días tenemos reunión en distintas partes
porque no nos gusta que nos vean.
Antes me daba pena que el Napoleón no pudiera
hablar, pero después me convencí que es mejor así. Porque
él me entiendo todo y las palabras no sirven más que para
escribirlas y para la gente que es más dura de cabeza que
los perros y no entendería como ellos a una seña. Los perros
no necesitan de palabras porque nunca retan a los perros
chicos, ni mienten, ni levantan calumnias. Ellos hacen lo que
quieren y nada malo, tal como uno. Y tienen sus gustos
igual que uno.

Por eso Napoleón y yo hicimos hoy una cooperativa


para perros para tener de todo lo que ellos necesitan. Y la
cooperativa era el portón de la bodega y pusimos galletas,
huesos, pan duro y una olla de leche que sobró. Ni
alcanzamos a dar el aviso, porque el Napoleón convidó al
Cacique y el Cacique andaba con el Negro y en fin que en
un minuto se dieron todos el dato y se llenó de compradores
y se agotó la mercadería en un ratito.

Lo malo fue que como era la primera vez no sabían


hacer cola para comprar y también es la primera tienda que
conocen, por eso se alborotaron y la asaltaron un poco y se
armó la pelotera y en la pelotera se confundieron y se
metieron a la cocina y creyendo que era otra tienda se
comieron la carne y el queso y el manjar blanco. Y la Zoila
armó otra pelotera peor que la de los perros y los corrió con
la escoba y les hacía sonar las costillas. Y después vino la
pelea de ella y yo y en castigo no como más su porquería de
comida…

Cuando tengo hambre me da por pensar que Javier


estará feliz comiendo jamón. Y me acuerdo de la mamá y
me da pena.

No sé por qué siempre me la imagino cantando en un


cabaret y al papá lo veo corriendo a caballo con traje de
Búfalo Bill y una pistola regia a cada lado.
Noviembre 30

Resulta que aquí no hay libros para leer cuando uno va


al baño, así que yo leo El Mercurio. Y salía un aviso que
decía: “Cartera extraviada. Se dará buena gratificación al
que devuelva cartera de hombre extraviada en micro Los
Leones”, etc., etc. Entonces yo escribí diciendo que la había
encontrado y era una broma porque de puro aburrido a
veces hay que hacer bromas. Pero el señor lo tomó en serio
y llegó en un auto a buscarla con la dichosa carta. Y lógico
la tía Rosario me hizo llamar cuando yo me estaba bañando
en el río y el señor me esperaba con cara de domador de
leones.

—¿Tú escribiste esa carta? —me preguntó la tía.

—Lógico —le dije yo con la boca cerrada.

—¿Dónde está la cartera que encontraste?

Yo dije: “quién sabe” con los hombros.

Ella me tomó de un brazo con una garra de tigre y me


dijo “mentiroso, embustero”, etc. Entonces se me subió la
rabia al pelo y no pude aguantarla.

—No es mentira. Es broma —le dije sujetándome, pero


el señor se largó a insultos y decía que debían secarme a
palos por lo malo y la convenció de que yo era un canalla
porque él se tiró la carreta desde Santiago. Nadie sabe lo
que es sentirse canalla, sobre todo cuando uno es casi
huérfano. Así que yo no pienso más que en cosas ídem todo
el tiempo y cuando el señor se fue hablando solo en su
fétido Fiat, me habría gustado ser camión para estrellarlo. Y
en el almuerzo quería que la tía Rosarito se atorara, hasta
que se atoró y después por suerte dejé de querer que se
murieran todos. Y ahora me da por pensar que a lo mejor
ese señor sin cartera está muerto en el camino y no van a
saber cómo se llama ni quién es el muerto. La gente debe
tener una cartera de copia.

Ojalá que esta casa no se queme mientras estamos


durmiendo.

La tía Rosarito no me habla y quiere ponerme en el


colegio, pero no saca nada porque ya se está acabando el
año y no reciben en este tiempo. Así que llamó a la maestra
de la escuela, la señorita Mafalda y le dijo que me diera
clase todos los días y me formara el criterio.

Pero a mí no me forma nadie el criterio.

Al principio me quería cargar la señorita Mafalda


porque silba con la ese y le sale airecito con olor a choclo,
pero después descubrí que es rebuena persona. Ella tenía
un novio muy pituco que lo perdió por otra mujer, pero ella
dice que él va a volver un día y por eso ella tiene siempre
una mata de cardenal en la puerta de su casa porque esa es
la seña para que él sepa que ella vive ahí. Y dice ella que en
la vida veinte años es poco cosa para esperar. Que yo
también tengo que esperar como veinte años para que me
salga bigote y tenga oficina. Pero me falta mucho más
porque nunca voy a tener oficina sino que voy a tener un
avión. Ella me cuenta de su vida que ha sido harto aburrida
y por eso hace versos y son todos al novio que la dejó. Pero
yo pienso que es peor que a uno lo dejen sus padres y ella
dice que soy un niño muy sensible y me toca su victrola que
tiene las narices tapadas. Y dice que esta otra semana le va
a llegar a veranear una sobrina que se llama Gérnica y que
es muy “educadita” y ya me está cargando la tal Gérnica.
La señorita Mafalda tiene unos retratos en marco de
terciopelo y unos cojines con gato, hechos de alfombra, con
mucha pelusa, y un reloj con cien rubíes. También tiene dos
coronas en las muelas y los colmillos forrados en nylon y se
va a poner un puente este otro año. Ella ha sido operada de
la vesícula y de la hernia y várices también y cuando ella
era chica su papá trabajaba en el banco. Me da mucha pena
que ella tenga que trabajar y también le hace bien
conversar y descansar y sirve para conocernos. Ella quiere
que le encargue medias de nylon a mi mamá y se las
mande en una revista, porque así no pagan derechos. Y hoy
me contó que la tía Rosarito tiene muchos millones, pero se
hace la pobre para que no le pidan plata en la parroquia.

La señorita Mafalda se hace cachirulos en la mañana


por si acaso llega el novio, pero en la tarde no vale la pena
deshacérselos. Y usa faja con barbas porque dice que el
cuerpo de las mujeres hoy día es horrible y parejo. Y yo
pienso que da lo mismo para lo que sirve.
Diciembre 1
Por fin es diciembre. Nunca he visto un mes tan lago
como noviembre. Es lo malo de estar esperando la Navidad.
Si uno no esperara nada los meses serían más cortos. Por
eso es que me da tanta pena la señorita Mafalda que ya
lleva veinte años esperando a su famoso novio. Hay que ver
lo que será esperar a una persona veinte años… Yo hace
quince días que estoy esperando a mi mamá y ya no la voy
a esperar más porque me estropea el carácter. ¡Pobre
señorita Mafalda! Total que uno también tiene corazón y lo
que pasa es que por andar compadeciéndote de la gente
desgraciada se pone desgraciado uno. Es lógico que yo
pensar que si la señorita Mafalda había esperado ya veinte
años al novio también podría tener que esperar otros veinte
más y a uno le dan ganas de que una persona tan
desgraciada sea muy feliz, y por eso yo quise ayudarla. Y lo
único que hice fue tratar de convencer al Chamudez que se
casara con ella. Porque si ella fuera bonita tal vez él se
convencería solo y por eso le conté que ella tenía un tío
muy rico. Porque yo me acuerdo que alguien dijo que a
nadie le faltaba un tío millonario. La cuestión fue que parece
que el Chamudez tenía una novia y apenas lo vio hablando
con la señorita Mafalda se puso envidiosa y fue ella la que
armó toda la pelotera. Y ahí pagué el pato yo porque el
Chamudez dijo que yo le había dicho que la señorita
Mafalda quería hablar con él y la ídem dijo que yo le había
dicho que el Chamudez la necesitaba. Y todos gritaban
como un coro de colegio y yo me moría de aburrimiento y
ganas de no haber tenido nunca corazón. Y en esto
estábamos cuando a la señorita Mafalda le comienza a bajar
el años por su novio perdido y de la furia le bajó la pena y
se puso a llorar fuerte. Y después que lloraba por él, resulta
que comenzó a llorar por los veinte años que había perdido
esperándolo; y después lloraba porque su mala suerte le
había hecho tener novia al Chamudez y al último acabo
chillando porque yo era un mocoso intruso que había
armado todo ese enredo. Total que yo tenía la culpa de todo.
Y el único que estaba del lado mío era el Napoleón que
ladraba y ladraba y le tiraba de la falda a la novia de
Chamudez y a la señorita Mafalda. Y de puro aburridos,
cuado pasó el camión lechero nos fuimos al pueblo hasta
que fuera de noche.
Diciembre 2
Hoy no pasó nada.

Faltan solamente 23 días para la Navidad. Pienso en


todo el tiempo que mi mamá anda por Estados Unidos
comprándome regalos…

Ayer fuimos a misa con la tía R. y me tocó baño y ropa


limpia y después de la misa es como choque de autos en la
puerta de la iglesia y todos vienen a saludar a la tía y me
pellizcan la cara. Como la tía tiene mala memoria estaba
muy de buena conmigo y se le olvidó que ayer dejé
corriendo el agua del lavatorio y llegó hasta su cama el
canalcito. Así que me preguntó:

—¿Te gustaría que te comprara un chocolate?

—Me encantaría —le dije y paramos en la plaza y ella


me dio una moneda para que me comprara algo y no
alcanzó la plata así que compré dos chicles, uno para cada
uno. Y eran de esos chicles que traban los dientes y se nos
pegaron las muelas de arriba con las de abajo y no había
caso. A la Tía se le cayó la plancha de dientes y yo no le
podía contestar, forcejeando y forcejeando hasta que se me
salió la tapadura. Entramos al correo y había dos cartas
aéreas de mi mamá. Me da tanto cototo cuando las leo que
prefiero que no me escriba. Y decía que me compró un
abrigo, cuando lo que yo quería era un transformador. Dice
que Javier está mejor y que el tratamiento termina pronto,
pero va a aprovechar para viajar un poco, después, porque
se compraron un auto usado con una regia radio. Tanto le
dice a la tía que está agradecida por tenerme, que me porte
bien que al último yo decidí aburrirme todo el día y no hacer
nada. Y entonces me quedé dormido y dormí hasta que era
casi de noche y apenas tuve tiempo de ir a decirle a la
señorita Mafalda que no iba a clase. Ella me había esperado
todo el día y me tenía un sándwich caliente que estaba frío
y duro como piedra.

La tía me hizo poner el termómetro; creen que cuando


uno se porta bien tiene que estar enfermo… Son
malagradecidos…
Diciembre 3

Antes cuando yo tenía familia, le podía preguntar las


cosas a mi papá o a mi mamá o a la Domi, pero cuando uno
es solo en el mundo, tiene que preguntarse solo, y cuesta
contestarse. Y a veces me aburro de preguntarme y
preguntarme… Y en esta casa todos son como momias y
nadie sabe nada de nada, más que de la polilla en la ropa o
en los porotos. Así que cuando yo me pregunté cómo podría
hacer algún negocio, me di la idea de los Ambrosoli. Había
oído toda la cuestión en la radio del almacén y es bastante
estupendo. Y tampoco quiero demasiada plata, sino que
necesito un poco y lo demás se lo compraría en casas
nuevas a los trabajadores de este fundo que no tienen ni
excusados, ni roperos, ni teléfonos. Y me fui al pueblo en el
camión de la leche y pasé por la pastelería y compré mil
Ambrosoli a la cuenta del fundo (no de la tía) y después con
todos los amigos aquí sacamos los papelitos y comimos los
caramelos. Y con mis papeles me dan las 25 mil lucas y yo
pago la cuenta y todo. Era mucho trabajo sacar los papeles
y también mascar apurado para ganar el concurso de quien
come más. Son cargantes, al fin. Yo no iba a dejar los
papelitos en cualquier parte, así que los guardé en la caja
de fierro que no tenía llave y la tía creyó que tenía y que yo
la había abierto y armó la gritería y tiró los papeles y no me
dejaba ni explicarle y era inútil que entendiera que estaba
botando 25 mil lucas, sino que decía que yo eran un ladrón
y tenía que confesarme. Por fin, cuando se calmó un poco,
le pregunté:

—¿De qué me voy a confesar?

—Tú no tienes idea de moral ni de conciencia —me dijo


— Pero todavía es tiempo de que te salves. Hay que
formártela…
—¿Cómo?

—Ya veremos cómo. Por ahora te vas a la cama


castigado.

—Pero, ¿por qué?

Se agarró la cabeza y se la sacudió como si quisiera


hacerla sonar y no fue capaz de explicar nada y después me
agarró del brazo y me llevó a mi cuarto. Y aquí estoy en
cama reaburrido y tengo ganas de que me roben. Es mi
única salvación porque yo no entiendo nada de lo que
piensan aquí y lo único que entiendo es que soy malo y
malo, porque me lo dicen todo el día. Y debe ser así porque
ahora quiero que me roben los gitanos. Yo creo que con
ellos me entenderé porque ellos también son malos. Y por
suerte que hay un campamento de gitanos al ladito del
fundo y tengo que hablar con ellos. Es una lástima que me
cortaran el pelo, porque decía la Domi que cuando era chica
tenía rulos rubios… Y a lo mejor a los gitanos no les gusto
ahora…
Diciembre 4
Esta mañana me levanté tempranito y me fui a ver a
los gitanos.

Estaban tomando un desayuno con mal olor, pero es


cuestión de acostumbrarse. Y muchas veces yo tengo las
narices tapadas.

Yo los estaba mirando desde la puerta de la carpa y me


imaginaba vestido de gitano y tomando el desayuno con
ellos y después saliendo a correr el mundo y hacer cosas
malas y me daba como remordimiento. Pero después
pensaba que también podría no dejar que hicieran cosas
malas y ser su salvador. En todo caso el desayuno era harto
malo y es terrible pensar para allá y para acá como pensaba
yo. Hasta que al fin me decidí para allá y entré en la carpa.
Pero me volví a quedar parado y ellos me miraban y
hablaban su enredo. De repente pensé que a lo mejor ellos
tenían el tesoro y si no lo tenían les gustaría tenerlo y
podríamos buscarlo juntos y nos haríamos reamigos. Pero
después pensé que con la cantidad de pulseras y aros y
monedas que les cuelgan por todas partes no les debe
interesar mucho un tesoro. Y ya iba a pensar en otra cosa,
cuando una gitana me llamó y me dijo que me sacara la
suerte.

Yo entré bien en la carpa y le estiré la mano. Mis líneas


se veían negritas y ella me dijo que yo iba a tener una gran
fortuna y una carta y que mi pena iba a pasar y que iba a
ser famoso y feliz.

—Famoso, ¿de qué? —le pregunté, pensando si sería


ladrón famoso.
Ella se rió y dijo:

—Famoso de rico.

Todavía estaba pensando si iría a ser rico de robar,


cuando ella me preguntó si mi papá era el dueño de ese
fundo. Yo moví la cabeza con tristeza. Ella se rascó la pierna
y le sonaban las pulseras. Por fin me atreví a preguntarle.

—¿Le gustan a usted los niños ajenos?

—Son muy lindos los niños —dijo—, son suaves y


olorosos —y se rió.

—¿Y cuando no son suaves ni olorosos, también le


gustan? —Yo estaba pensando en mis rodillas que son como
rallador de cocina.

—Oh si, tú me gustas mucho.

Pero usted no me robaría… —me daba pena de mí y


pensaba que podía haber sido chico mejor.

—Tú no quieres que te robe, ¿verdad? —preguntó.

—Ya lo creo que quiero —dije—. Soy abandonado. Mis


padres me dejaron y la tía no me entiende. Podría ser un
buen gitano porque soy campeón de saltos mortales…

—Tú piensas eso porque tienes pena de algo. Ya pasará.


Mañana serás feliz. Los gitanos no robamos niños… Algunos
tal vez…

—¿Eso quiere decir que no hay caso?

Ella se rió y me acarició la mano.


—Quédate aquí —dijo—, pero trae alguna cosa para
gitanos buenos. ¿Tu tía tiene ricas frutas? Trae muchas y
gitanos te hacen feliz. Después vuelves a casa

—No me conviene —le contesté—. Yo no quiero volver


más.

Ella llamó en jeringonza a un gitano que estaba


fumando pipa. Le habló en jerigonza y él se acercó a mí y
me dijo:

—Lárgate de aquí. La gente siempre está pensando que


los gitanos roban. No queremos nada contigo ni con ellos.
A mí me dio rabia, así que le dije:

—No sabe lo que se pierde, porque mi tía es millonaria


y le habría dado mucha plata para rescatarme —y me fui.
Pero en el camino me dio congoja de pensar que todo
me sale así y nadie me quiere, ni siquiera los gitanos. Y me
fui caminando por las chacras y pensando en Javier que está
en Estados Unidos gozando de la vida en un hospital de
Boston. Y yo aquí solo entre los choclos. Casi me gustaría
ser choclo, porque al menos lo hacen maíz y se lo comen las
gallinas.

Y cuando se acabó ese potrero, me encontré con el


Pitico que andaba rodeando las vacas y me subí al anca de
su yegua y lo convidé al pueblo a tomar helados. Le apreté
los talones a la yegua y salimos galopando hasta la calle
larga. Amarramos el caballo en la plaza y entramos a la
pastelería y nos tomamos cuarenta helados. Lo malo fue
que después que teníamos todo arreglado de quedarlo
debiendo a la cuenta de la tía Rosarito, llegó el marido de la
dueña y dijo que no le dejaba nada a la cuenta de ella
porque ella le había subido el arriendo. Y se enfureció con
su esposa y llamó por teléfono a la casa de la tía Rosarito y
armó todo el enredo. Y yo que antes no quería ni verla,
menos quería verla ahora después de esto y por eso dejé
pasar la tarde y al fin fui donde la señorita Mafalda y le dije
lo que me pasaba. Y ella dijo que iba a hablar con la tía,
pero la tía se había puesto nerviosa y le había dado el
ataque y dice la Zoila que antes del ídem decía: “Este niño
se ha muerto, yo tengo el presen –no sé cuanto- y me
vuelvo loca de responsabilidad”, y ¡pum! Se cayó al suelo.

Así que me acosté no más y la Zoila me trajo un pollito


asado entero para mí y comído a dedo y me dijo que me
durmiera y que mañana ella arreglaría las cosas y le dio
plata al lechero para que pagara la cuenta de los helados y
me contó cuentos de brujos hasta que me dormí.
Diciembre 5
Resulta que pasó un chasco. Esta mañana la tía
Rosarito había pedido la camioneta para ir al pueblo a hacer
una diligencia.

La camioneta es de esas que si se les para el motor, no


parte más. Tiene la misma edad de la tía Rosarito y se
remece entere y le hierve el agua. Soto y yo estábamos
esperando a la tía cuando a él se le ocurrió bajarse.
Apenitas toqué el cambio, cuando… ¡zas! dio un brinco la
muy tarada y fue a estrellarse justo contra un rincón de la
casa, y se metió al comedor. Y ahí quedó.

Se armó la grande y nadie se fijó siquiera en mi sangre


de narices que era un tremendo chorro.

En fin, que a la tía le iba a venir el ataque de todas


maneras porque se está acostumbrando y como ayer le
vino, hoy ídem.

Pero lo malo fue que no le alcanzó a venir así que yo


me fui por ahí un ratito porque sabía que me iban a echar
toda la culpa, pero llegó don Céspedes a buscarme y tuve
que volver. Y la tía me dijo:

—¡Eres un perverso, un bandido! —y lloraba de rabia.

—Yo no lo hice adrede, y si quiere le pago el arreglo.

—Además de todo eres un insolente —me contestó. Y


total que uno no sabe lo que quiere la gente. De todos
modos sale peor. Si uno trata de arreglar lo malo lo
encuentran insolente y lo que les gusta es que no haya
remedio. Así que yo me puse a mirar para abajo y entonces
vi la lagartija que tenía en la mano y no sé por qué la solté y
tampoco sé por qué ella se le subió a la falda de la tía. En
fin que casi dan ganas de morirse a veces. Y uno tiene que
pensar que eso es pecado para querer vivir.

La cuestión es que la tía se aburrió de mí. Ya no quiere


tenerme ni un día más y va a ir a Santiago, para hablar con
otra familia para que se haga cargo. Y tampoco me quiere
llevar porque dice que es mejor que en esa familia no me
vean. A mí me dan ganas de escribirle una carta arreglando
las cosas, pero tampoco me gusta prometer mucho, porque
tendría que estar todo el tiempo durmiendo para tenerla
contenta. En todo caso me da bastante pena cuando pienso
que soy echado porque a nadie le gusta ser como sobra. Y
se lo conté a Carrasco y él me dijo: “Tienen que darle su
desahucio, patroncito”, y se rió. Con tal de que no sea una
pateadura o azotes… Si los grandes trataran de entenderlo
a uno ellos también lo pasarían mucho mejor, creo.
Diciembre 6
Parece que la tía cambió la idea de ir a Santiago y en
vez de eso se fue a la parroquia y habló con el cura y me va
a dejar con él para ensayar de corregirme y también de
formarme la famosa conciencia. Y fuimos a ver al cura y es
tan buena gente y tiene una patilla corta como cepillo de
uñas y una verruga también. Y me hizo cariños y dijo que
íbamos a ser muy buenos amigos y que aprendería a
ayudarle en la misa. A mí me queda todavía un poquito de
vocación porque me sentí contento de ayudarle en algo,
aunque sea la misa. Y también me alegré cuando supe que
no podía venirme hasta el sábado, porque el señor curita se
va a Santiago a una diligencia. Creo que lo voy a pasar regio
por fin. Él tiene muchos libros y me puede leer y también
tiene un equipo para desarrollar fotografías y me puede
enseñar y yo le hago el trabajo. Y también vivir con un cura
es bueno para los que han sido malos como yo porque es
como para un enfermo vivir en la farmacia: el remedio está
ahí mismo…
Diciembre 7

A veces me dan ganas de no escribir más en mi diario y que


se vayan al diantre las diez lucas del señor. Al fin y al cabo
mis padres están en Estados Unidos y no importa que ya no
tenga un peso. Es terrible tener que hacer algo a la fuerza y
escribir todos los días todo lo que uno hace o lo que piensa.
Pero quiero tener las diez lucas para la Navidad, porque ya
veo que nadie me va a hacer regalos y me los quiero hacer
yo. Hay días que no ha pasado nada ni sé qué decir y por
eso hoy, para tener algo que decir solté todos los pollos del
criadero. Y qué me importa que se enojen ahora cuando ya
me voy a ir a la parroquia. Era lindo verlos correr
cacareando y aleteando todos blanquitos… Pero los perros
ligerito los corrieron y el Carrasco los recogió y les puso
llave y ni me retaron siquiera.

A la Zola le dolía mucho el estómago y le preparé el


remedio de la tía con un poquito de vino y de azúcar y se
mejoró. Y en la tarde, cuando estábamos en el rancho de
Pedro y su chica lloraba y lloraba de puro enferma, le ofrecí
a él darle el remedio de la Zoila y se lo traje. Yo no sé si
había cambiado el frasco o la chica se iba a morir de todas
maneras porque nadie se había dado cuenta de que estaba
grave. La cuestión es que cuando vino el doctor del seguro
le dio unos baños y le volvió la vida. Y Pedro ni me echó la
culpa a mí y yo estaba esperando que me la echara. Y
después yo no sabía qué regalarle de agradecimiento, así
que le di mi maleta, que es lo único que tengo. Y él se la
vendió a la señorita Mafalda, porque ella necesitaba una
para cuando se case. Por fin me siento feliz de ser bueno.
Los pobres son mejores que los ricos. Nunca echan la culpa
y tampoco se van a Estados Unidos y abandonan a sus
hijos.
Diciembre 8

Hoy llegó la Gérnica, la famosa sobrina de la profesora.


Tiene el pelo largo hasta la rotura del vestido. Parece que
anduviera con chaqueta negra, porque le tapa todo el
cogote, los brazos, los hombres y la espalda. Cuando corre
se le despega de ahí y se enreda por todas partes y sobre
todo en los árboles y uno tiene que sacarle las espinas, las
abejas y las semillas del famoso pelo. Y es tan gorda que las
piernas se le abren por abajo porque no le caben arriba y
también se remece toda y le suda la nariz con globos
grandes.

Al principio nos miramos y nos y después la señorita


Mafalda nos mandó a jugar. A mí me revienta jugar con
mujeres, pero como mañana me voy, quería hacer hoy todo
lo que me mandaran. Y obedecía. Pero claro que la tontona
se enredó en un espino y yo me clavé entero para sacarla.
Así que le dije:

—¿Por qué no te cortas el pelo?

— Mi mamá dice que es muy lindo…

—Pero se te enreda todo el tiempo. Además yo no


pienso clavarme de nuevo por ti y si se te enreda, ahí te
quedas.

Ella me convidó a jugar a la arboleda y yo le dije que


no. Y ella me preguntó por qué y yo le dije que por la
enredadura. Entonces fue ella la que me pidió que le
cortara. Y dijo que su mamá ahora no la veía y que le iba a
crecer cuando volviera donde ella, y alegó y me suplicó y
tuve que hacerle caso. Además que el pelo era de ella y
también se podría vender para arcos de violín o para
personas calvas. Y yo tuve cuidado de que se pusiera el
chaleco después cuando empezó a estornudar. Y así y todo
¡hay que ver!...

Yo nunca me imaginé que alguien podía llorar tantas


lágrimas negras como las que le corrían por la nariz a la
señorita Mafalda cuando vio a la Gérnica con el pelo
cortado. Y yo siempre había oído a los hombres que las
mujeres son falsas y ahora sé que son, porque la muy
pícara, ni dijo que ella me había suplicado que yo le cortara
su famoso pelo. Y me echaron toda la culpa a mí. Y después
anduvo toda la tarde siguiéndome… Hay que ver… Y hasta
la señorita Mafalda me vino a buscar y dijo que estaba feliz
con que alguien se atreviera a cortarle el dichoso pelo a su
sobrina que la estaba apestando y no la dejaba crecer y que
ella nunca habría tenido tiempo de peinarla. En fin que se
ve que todas las mujeres son iguales y no saben lo que
quieren.
En todo caso estoy feliz de que mañana me voy a la
parroquia. Y tuve que arreglar mis cosas en un canasto
porque ahora no tengo maleta y debajo puse unas guinditas
para regalarle al señor cura. Al principio me daba pena irme
porque perdía todas mis siembras, pero después pensé que
se las voy a dejar de testamento a la tía en pago de la
camioneta. Pero en todo caso me voy a llevar mi perro y
alguno de sus hijos, porque los hijos deben andar con sus
padres. La cuestión es que él no sabe bien cuáles son, pero
todos los que nos sigan a los dos, fijo que son de él. No
importa tener muchos perros en una parroquia porque así
no habrían sacrilegios ni crímenes. Y también es bueno
tener con quien hablar por si el cura me resulta como la tía
que se muere por los niños y no los aguanta ni un minuto.
Diciembre 9
No me pude ir ayer a la parroquia porque era 8 de
diciembre y el día de la Inmaculada el cura tiene mucho que
hacer, porque ese día se confiesan todos los pecadores y se
arrepienten los ateos y hay procesión y mucho que trabajar
para un solo curita. Así que me vine hoy y estoy feliz. Mi
cuarto queda al lado del del señor cura y tiene un jarro de
lavatorio de porcelana con flores y una taza trizada y un
balde para las “aguas servidas”. También hay una silla de
balanza vieja para leer y una mesa escritorio con muchos
cajoncitos que están llenos de papeles del cura, pero él los
va a sacar cuando tenga tiempo. Mi cuarto tiene una cortina
roja en la ventana y la luz roja porque antes era el revelador
del señor cura, que es donde desarrollaba sus películas.
Tengo una casa de fierro inmensa para guardar mi ropa,
porque aquí no hay roperos y además esa caja es maciza
contra incendio y pesa dos mil kilos y se la regalaron al cura
porque no tiene llave.

La mesa del comedor no tiene mantel ni pañitos y el


frutero no tiene más que un limón. Cuando estábamos
almorzando vino una pareja que se quería casar y ella era
tan nerviosa que se reía todo el tiempo. Él no tenía más que
dos dientes y el sombrero que lo daba vueltas hasta que se
le cayó. Y los apuntamos y les dijimos que trajeran su fe de
bautismo y ahí está la complicación. Pero el señor cura les
dijo que cuando la tuvieran los casaría. Y después vino una
mujercita y le trajo una gallina y siete huevos y la vamos a
comer mañana para celebrar mi llegada. Resulta que la
verruga le salió sola. Dice que yo le recuerdo de él, cuando
era chico, hace tiempo.
En la tarde hicimos bendición y rezamos el Rosario y no
vino más que una vieja. El traje de acólito tiene olor a fierro
chupado y tengo que amarrármelo en la cintura para no
pisarlo, pero de todos modos me lo piso, y por eso me caí. El
sacristán es lo más creído y apaga las velas como con
desprecio.

Vino una señorita a arreglar las flores del altar para


mañana y hablaba sola todo el tiempo. El Napoleón le
ladraba porque ella le cayó mal, pero yo lo sujeté. Aprendí a
tocar la campana y mañana me levanto tempranito para dar
la primera seña.

Yo me confesé de nuevo con el cura y me acusé de


algunas mentiras por si acaso, y también porque no tenía
ningún pecado.

La Juanita es la cocinera y no usa delantal y tiene un


gato que no tiene más que una oreja y le anda buscando la
camorra al Napoleón, pero no hay caso porque mi perro ni lo
mira.

A la hora de la comida vino una señora a quejarse de


su marido que es borracho, y se nos enfrío la sopa y se le
formó nata y la juanita no quiso calentarla. Ojalá que el
señor cura se acuerde de comprarme una lámpara blanca
porque cuesta mucho escribir con luz roja y además da un
sueño completamente fatal…
Domingo 10
Yo desperté creyendo que había incendio en mi cuarto
y resulta que era la cortina y el sol. Y claro que sin reloj,
¡qué iba a saber yo de la hora! Así que me levanté bien
apurado y me fui al campanario y toqué la primera señal de
la misa. Al poco rato llego el señor cura con capa de agua
(porque no tiene bata) y medio dormido y me dijo que eran
las seis de la mañana y la misa era a las diez. ¿Y qué hacer?

Resulta que empezó a llegar gente y tuvimos que decir


una misa de seis y otra de diez y otra de doce. Y como no
estaba el sacristán, yo tuve que ayudar la primera y claro
que me turbé un poquito. Por lo demás, mientras más misas
dice el señor cura, mejor para su alma. Y por suerte me dejó
pasar la bandeja de pedir limosna y junté como diez lucas,
porque la tía echó media luca, y la Zoila una entera.

Después salimos en el cochecito a visitar un enfermero


y el cura me conversó de muchas cosas y lo bueno que
tiene es que contesta todo lo que uno le pregunta. Y la
cazuela estaba rica al almuerzo y también íbamos a comer
en la noche, pero llegó un viejito que no tiene donde
almorzar y se comió la mitad de la gallina que habíamos
guardado para la comida.

Mientras el cura estaba en una reunión yo fui a la


cancha a ver jugar y me contaron que el señor cura es nada
menos que tío del Sapo Livingstone. También tiene un
retrato de él cuando era chico y no parece más que un
pilucho cualquiera.

A la hora del té estuvimos revelando fotografías y es lo


más macanudo porque se ven aparecer. Pero cuando
estábamos en lo mejor, llegó un chiquillo a buscar al señor
cura, porque le había dado un ataque a su abuelo y tuvo
que salir corriendo y me encargó de las fotos en ácido y se
me desparramó el ídem y el gato de la juanita se lo tomó y
se envenenó. Y la pobre lloró tanto que no pudo hacer ni la
comida y comimos puros huevos revueltos.

En la tarde hubo bendición y me puse el traje de acólito


otra vez y me revienta el pituco del sacristán que todo el
tiempo está dele a corregir y corregir, hasta que no le hice
más caso.
Lunes 11
Esta mañana trajeron al muerto a la iglesia y es el
famoso abuelo del ataque que ya estaba muerto cuando llegó
el señor cura. Pusimos los paños negros y unos tremendos
candelabros y dice Gabriel, el sacristán, que le cargan los
funerales por dos cosas: porque hay que barrer la iglesia
después y porque el alma del muerto queda haciendo
perjuicio por el pueblo.

El sacristán no es tan mala persona como parece, pero el


señor Cura dice que es muy ignorante de andar diciendo esas
cosas porque el cadáver no es nada, igual que el cajón o las
velas y el alma está ante el Señor. Pero Gabriel dice que son
cuentos y que él ha visto muertos y ellos mismos le han
contado muchas cosas. Y mientras el Cura leía su Oficio en su
cuarto, yo aproveché que la iglesia estaba sola y cerrada y
entré por la sacristía y me acerqué al cajón y destapé la
tapita. El muerto era una cosa bastante atroz y cuesta
acostumbrarse con él, pero yo lo miré y lo miré hasta que me
cerró un ojo y esa es la primera seña de que va a hablar. Y
cuando tal vez me iba a decir algo, resulta que se dio vuelta el
piso en que yo estaba parado y me caí con todo. Y parecía
como truenos y el medio boche de candelabros y paños
negros y cajón y yo entremedio. Entonces cuando se me pasó
el dolor recogí todo lo que pude y lo arreglé, menos el muerto,
y salí y me fui a sentar en la mecedora, a leer, pero todo lo
que leía no lo entendía porque tenía como Satel Noticias en la
cabeza y veía todo el tiempo la cara del Cura y la de Gabriel y
lo que iban a decir cuando encontraran el cajón en el suelo. Y
por suerte que aquí no está la tía para que me eche la culpa
de todo.
Por fin el cura entró a rezar a la iglesia y descubrió todo
el asunto y llamó a un caballero de la Acción Católica y los dos
levantaron el cajón y dejaron todo como estaba. Porque dijo el
señor Cura que si Gabriel llegara a ver eso no acabaría nunca
de hablar y decir tonteras de ánimas. Dice que este pueblo es
muy supersticioso y cree en las ánimas. Cuando el señor Cura
me contó esto, yo me quedé esperando el reto, pero ni una
palabra. Y era tan terrible estar esperando todo el día, que al
fin le dije al señor Cura que me quería confesar y se lo conté
todo y quedé livianito. Y tampoco lo va a saber Gabriel,
porque es secreto de confesión.
Martes 12
Faltan nada más que trece días para la Navidad y
estamos pintando los animales del nacimiento. El señor cura
manda una carta que se llama “circular” a todo el mundo
pidiendo plata para comprarle regalos a los niños pobres y
yo las meto en el sobre y les pongo la estampilla y pienso
que de ahí me va a salir algún regalo a mí también.

El señor cura es terriblemente pobre y no tiene más


que una sotana y cuando la desmanchan un poco, se mete
en la cama; también sólo el domingo comemos carne
porque no hay plata y nunca comemos postre. Así que yo le
pedí prestada la máquina fotográfica al señor cura y compré
un rollo de película y puse un aviso en la puerta de la casa
parroquial: “Fotos al minuto. Retrátese para dejar recuerdo
cuando se muera. Ordenes aquí”.

Y vinieron dos señoritas a tomarse foto y una mamá


con ocho niñitos y unos novios también. Yo los retraté a
todos en el banco del jardín, con la ganancia compré un
cuarto kilo de carne y tres damascos y dos caramelos.
Después retraté a Napoleón y a la Juanita para acabar luego
el rollo y desarrollar la película y el cura me ayudó, pero me
hizo sacar el letrero de la puerta, porque dice que aquí la
gente es tan habladora que van a decir que él hace
negocios malos. Lástima que la primera foto salió velada y
la mamá con los niñitos resultó de medio cuerpo, o sea sólo
las piernas de todos y el matrimonio salió con un dedo mío
entremedio, pero el Napoleón y la Juanita salieron bastante
bien. Pero lo malo es que el cura quiere que yo le devuelva
la plata a esta gente y, ¿de dónde quiere que la saque?
No escribo más porque voy a pensar de dónde
sacarla…
Miércoles 13

Aunque el cura diga que es superstición lo del 13, hoy


es día fatal de todos modos. Vinieron las dos señoritas de la
foto y querían que yo les devolviera la plata, cuando
supieron que salió mal. Después querían que les tomara
otra, hasta que les expliqué que el negocio se había
acabado. Una de las clientes me miró con cara de que yo le
robaba y me dio toda la rabia, y le dije:

—En cuanto encuentre trabajo le voy a pagar su plata,


a no ser que quiera llevar algo en vez…

—¿Qué cosa sería? —preguntó la muy pituca.

—Un ratoncito educado o… —yo pensaba a todo full— o


una planta.

—¿Y para qué quiero eso?

Yo tenía tanta rabia que estaba como endemoniado y


no soy responsable de lo que le dije, que fue algo así:

—Para que se tape la cara que rompe las películas de


pura fea.

La cuestión fue que ella me dio un pellizco y me dijo:


“¡Insolente!”.

Yo no le aguanto insultos a nadie, ni tampoco me voy a


ensuciar las manos pegándole a una mujer, así que la
empujé para afuera y le cerré la puerta. Y ella le reclamó al
cura y el cura tuvo que darle su cochina plata. Ahora yo se
la debo al cura, creo, aunque la carne y la fruta la comimos
los dos y la Juana también. Pero de todos modos van a
llegar los demás clientes con los insultos y la cobradura, así
que tengo que pensar cómo ganar plata. Y no es fácil
ganarse eso sin capital ni crédito. Pero en esta parroquia no
hay ni eso, ni nada más que pura pobreza y la mala suerte
mía de estar pobre por segunda vez. Y ahora que se murió
el tío Tristán y toda la familia está millonaria, tenía que ser
yo el pobre… ¡La injusticia de que se gasten todo en EE.UU.,
mientras yo estoy en la miseria!

Cuando estaba más triste pensando estas cosas llegó


Carlitos Troncoso, que es hijo de Troncoso el de la bomba de
gasolina, y me convidó al cine. Yo no quería ir sin plata, pero
él me dijo que tenía un sistema. Y el sistema era que nos
tiramos en cuatro patas en la puerta del teatro como
buscando algo, hasta que una señora nos preguntó qué
buscábamos y Carlitos le dijo que era un billete. Entonces
ella se rió y sacó uno de la cartera y compramos dos
entradas y vimos El beso de la muerte, que era bastante
atroz de tanto amor.

De todas maneras ahí me dio la idea de ser electricista


y ser rico de una vez. Pero como hoy es día trece, apenas
estaba tratando de arreglar una campanilla, el carabinero
creyó que me la quería robar y no me dejó ni ponerla
siquiera. Y la dueña de casa dijo que me iba a acusar al cura
y ya me está cargando esto de que todos me acusan al
cursa como si yo tuviera que ser un ángel porque vivo en la
parroquia. Y también al cura le pareció mal que viera esa
película y mal que le deba plata a la gente. Total que en la
noche no me podía dormir así que me levanté y le pedí que
me confesara de una vez. Y también me confesé de otras
cosas por si las hago, pero ya estoy tranquilo, de todos
modos.

Ya me había quedado dormido muy feliz, cuando


desperté con una terrible pesadilla y era que me había
robado un millón del banco y no sabía dónde esconderlo.
Entonces me acordé que yo tenía alas y me lo metí debajo
de un ala. Y en eso estaba cuando apareció el policía
vestido de sacristán y prendió las luces de la iglesia y como
yo tenía un candelabro, ya me iba a encender mi vela
cuando me vino una picazón en el pescuezo y levanté la
mano y se cayó el millón. El policía abrió la boca con sus
dientes de cadena y yo me vi perdido. Por suerte me acordé
de que tenía alas y me puse a volar y me salí por el vidrio
roto de la parroquia y seguí volando por encima de la plaza.
Y entonces e me ocurrió que por qué no me iba a Estados
Unidos donde mi mamá y volé para allá. Pero cuando iba
encima del mar, de repente me acordé de que no tenía
bencina, y justo cuando me iba a caer, por suerte desperté.

Yo creo que era un sueño profético, pero de todas


maneras el corazón era peor que un motor de avión y recién
ahora se me pasó el susto y pude escribir. Ojalá que me
duerma porque ya es casi mañana.
Jueves 14
Lo malo de cuando uno sueña con las personas es que
al otro día las quiere tanto que casi no puede pensar en otra
cosa. Este sueño con mi mamá no me deja pensar en nada.
Antes me había pasado de solar con el Napoleón y desde
entonces lo quiero tanto. ¿Y qué saca uno con querer tanto
a su mamá si ella está en Estados Unidos? En todo caso me
gustaría que se volviera, o irme yo donde ella… Antes yo no
me daba ni cuenta de que tenía mamá porque estaba
acostumbrado, pero ahora que perdí la costumbre, la cosa
cambia. Me gustaría estar a su lado en el día del juicio.
Cuando era chico pensaba estar al lado de Caupolicán, pero
ahora prefiero que sea mi mamá.

El cura tuvo que ir a un asunto y la Juanita aprovechó


para ir al dentista y total que me dejaron a mí a cargo de la
parroquia.

Yo me estaba ensayando en decir misa y otras


cuestiones para darme cuenta si tengo si tendría verdadera
vocación, cuando llegó un hombre y preguntó por el señor
cura.

—No está, hijo —le dijo y el “hijo” me salió solo.

—¡Chitas! —dijo el hombre.

—Quizás yo podría ayudarlo en algo —se veía que el


hombre me necesitaba.

Se quedó callado un rato como si fuera a pensar, pero


después dijo:

—Cuando él llegue usted le puede consultar… Que no


crea ninguna de las calumnias que le traigan del Rebeco,
dígale. Y dígale que yo aparté a mi mujer de mí porque no
convenía, pero todo lo que cuenten es mentira. Yo ni la
toqué. Se le cayó un lavatorio encima y eso fue todo. Yo no
quiero confesión ni la culpo de nada, dígale, pero que no
crea las calumnias que le traigan del Rebeco.

—Él le va decir seguramente que la perdone y que


compre otro lavatorio —le dije—. Porque Nuestro Señor dijo:
“Perdónanos como nosotros perdonamos”, y no dijo nada
del lavatorio porque en ese tiempo no se quebraban.

—¿De dónde quiere que saque para comprar lavatorio


cuando hace una semana que estoy sin trabajo?

Entonces le regalé nuestro lavatorio de loza y creo que


el señor cura estará feliz de que yo haga una buena acción
y pueda yo reemplazarlo cuando él sale a sus asuntos.
Viernes 15
Hoy hubo reunión de socias en la parroquia y vino la tía
Rosarito y me trajo diez lucas. El cura le dijo que yo era muy
buen niño, pero le contó que había tenido que pagar un
timbre de calle que me cobraban a mí. Yo ya iba a explicarle
a la tía, cuando vi que ella sacaba una cartera llena de
billetes, entonces aproveché para contarle lo de las fotos
que debíamos, y también unos chocolates que se deben en
la pastelería. En fin, que nos dejó dos billetes más, fuera de
la pensión. Lo malo es que el cura le da la plata a los pobres
que llegan con su cuento y se olvida de nosotros dos que no
tenemos a quien contarle nuestro cuento.

En fin, que a la salida de la reunión el Napoleón se picó


con alguien y salió detrás de las viejas ladrando. Y una se
cayó y él la mordió un poquito. Pero más fue el boche que
metieron y el pobre cura estaba pálido de tanto dar
excusas. Y la tía quería que mataran al Napoleón por su
señoría. Ella ni sabe que él es secretario de la Socopebue y
también presidente del sindicato “La Estrella de Chile” y que
todos sus perros tienen reunión en la puerta de la parroquia
y después desfilan por el pueblo y son inspectores de
cajones basureros. Ellos son igual que la gente, así que a
veces se arma la pelea y hay que dispersarlos. Pero como
tienen sus ideas y es fácil servirles de capitán, en caso de
guerra yo creo que serían muy útiles. Y ellos se dan cuenta
de todo, por eso le ladraron a las socias.

La cosa pasó así: estábamos haciendo maniobras y


ensayando que las gallinas eran el enemigo, cuando
apareció la dueña de las gallinas que es medio loca y armó
toda la rosca. Claro que los perros, a mi orden, se
dispersaron, pero el Napoleón, apenas vio a las viejas socias
creyó que eran el enemigo y por eso atacó.

Después de la reunión salimos con el cura en cochecito


para ir a visitar un enfermo que viven en una quinta, y nos
regalaron un canastón de fruta. Pero lo que paso fue que se
me olvidó manear el caballo y cuando nos quisimos volver
el coche se había ido solo. Y tuvimos que venirnos de a pie
con el canasto tan pesado y yo quería todo el camino que
mejor no nos hubieran dado fruta, o por lo menos, que nos
dieran poca, más bien. En fin, que llegamos traspirados y el
coche no había llegado aquí. Así que a lo peor se lo han
robado… Yo comí tanta fruta en el camino para que el
canasto no resultara tan pesado, que ahora me duele el
estómago, y lo malo es que cuando me duele alguna cosa
me da por acordarme de mi mamá. Y al último uno no sabe
si lo que llora es por el dolor o por ella. Me dieron agüita de
manzanilla y soñé con el coche y sus aventuras que ojalá no
las sepa nunca el señor cura porque son de lo más atroces.
A ratos me gusta la vida de ser cura. Y a ratos no me
gusta tampoco. Porque siempre vienen a llamarlo por
teléfono cuando estamos almorzando y justo que él me está
contando algo bien interesante. Y tiene que ir a la casa de al
lado porque aquí no hay teléfono y cuando vuelve ya no se
acuerda de lo que estábamos hablando. También se le
ocurre a la gente inscribirse en algo y pasa lo mismo. Así
que voy a tener que acostumbrarme a vivir mi vida solo. Y
por eso inventé de hacer un circo de fieras enanas. Voy a ir
a buscar mis ositos enanos que son los ratoncitos del fundo
y tengo que conseguirme una cobra legítima. Por eso salí al
campo a buscar una y no encontré más que una lombriz,
bastante enorme para ser lombriz, así que podría servir
para cobra enana. Aunque es un poco pálida y hay que
pintarla. Y me faltaría no más que el león y el tigre enano
que podría ser un gato. Y el “estreno” será el domingo en la
plaza. Necesito varias jaulas y aserrín para la redondela y
un traje de domador y una boletería y nada más. Tengo que
arreglar todo eso mañana tempranito.

Faltan nada más que 10 días para la Navidad. Tengo


verdaderos nervios pensando en las cosas que me puede
comprar mi papá en Estados Unidos. La cuestión es que
hace tiempo que no escriben porque andan viajando y me
da miedo que se les acabe la plata antes de comprarme mis
regalos. Mientras tanto yo trato de no hacer nada malo y de
entretener un poco a la gente de este pueblo que se aburre.
Y Carlos Troncoso se hizo socio de mí para esto del circo. Él
va a vender los boletos y yo seré el domador. Él va a traer
los letreros y aserrín y la función es mañana sábado a las 3
p.m., aunque llueva, y cuesta una luca cincuenta por cuatro
personas. Si vienen mil personas son doscientas lucas y si
son no más de cincuenta, de todos modos son bastantes
lucas. La juanita me está arreglando el traje de acólito
colorado como de domador de fieras y yo estoy domando a
la cobra que es muy bruta. También se necesita una mesa
para la boletería. Yo me conseguí boletos de micro y Carlos
tiene que traer algunas fieras que faltan y una bandeja para
vender refrescos.
Sábado 16
Resulta que Carlos Troncoso metió la pata cuando pintó
los letreros en la plaza. Decían nada más que Debut Hoy:
Gran Circo de Fie- y cuando estaba escribiendo “Fie”, antes
de poner “ras”, llegó el policía y le quitó el tarro de pintura.
Porque el letrero era propiedad de los neumáticos Insa y no
se podía pintar encima. Y el policía tuvo que convencerse
que Carlos es hijo del bencinero para no llevarlo preso.

La función habría resultado regia si no pasara lo que


pasó. Estábamos vendiendo los boletos, es decir ya íbamos
a comenzar a venderlos cuando la plaza se empezó a llenar
de gente. Y nosotros creíamos que venían al circo y
estábamos tan felices, cuando resulta que era para una
concentración. Y seguían llegando y llegando y mujeres y
hombres y niños y uno se puso a hacer un discurso al medio
y no podíamos iniciar la función. Era un desorden, así que
fuimos mejor a oír los discursos y a aplaudir, porque decían
que después iban a repartir helado. Y gritaban mucho
¡Bravoooo!, con voz ronca, y era todo para reclamar unos
derechos. Porque parece que uno tiene una cantidad de
derechos, y tampoco tiene por qué ser esclavo porque el
mundo es de todos. Y tan grande como es y uno metido en
un pueblecito miserable. Y hay que romper las cadenas de
la esclavitud y conquistar, etc. Y lo que es justo es justo y la
ley pareja no es dura y el abuso con las clases trabajadoras
se acabó. Me llegaban a doler las manos de tanto aplaudir y
también la garganta de gritar y lo que saqué en limpio es
que yo debería estar en Estados Unidos y no en este pueblo
retroceso. Y si Javier está allá, ¿por qué no voy a estar yo? Y
el mundo es de todos y uno tiene que ser valiente y hacer
las cosas.
Dejé mi diario para poder pensar lo que debo hacer
para irme a Nueva York y pensé que lo mejor es ser amigo
de un aviador. Y no importa haber perdido todo el trabajo
del circo si me voy a Estados Unidos porque vale la pena. Y
tengo que seguir pensando cómo ser amigo del aviador.
Domingo 17
Esta mañana después de misa llegó el Troncoso a
buscarme y nos fuimos al cementerio porque había otra
concentración. Y era inútil que yo le dijera la idea del viaje,
porque a él lo que le gustan son los discursos y se lleva
ensayando de hacerlos y de repente se queda pegado como
los discos viejos, y repite y se atora, y aunque escupa, la
palabra no le sale. Y mientras yo pienso en el viaje, él hace
discursos de la tontera: Que el sudor del pueblo, y la mano
callosa y la justicia, etc. Y ya no podemos ser amigos
porque yo tampoco puedo pensar mucho de cómo hacer mi
viaje, si estoy oyendo discursos. También a mí me cargan
las apreturas porque no se ve nada y porque a uno se le
andan enredando las orejas en los botones de las chaquetas
y la gente es un poco dura en la cintura. Si no peleo con
Troncoso es de miedo a que me eche de la sociedad.

Por fin cuando vino la policía a dispersar la


concentración, yo aproveché para irme al campo de
aviación. Es chico y los avioncitos son casi de juguete, pero
vuelan. Y el capitán Parada tiene voz de guerra y el
asistente del campo le tirita. Yo me acerqué haciéndome el
tonto y le pregunté:

—¿Es cierto que estos aviones no vuelan muy lejos?

—Depende de lo que encuentres lejos…

—Por ejemplo, Estados Unidos.

—Ahí ha ido muchas veces. Lejos es ir al planeta


Marte…
—Nadie ha ido allá —le contesté. Pero era porque me
estaba tentando como el diablo la idea de ir a Marte en vez
de a Estados Unidos y quería saber más datos. Y también
creo, que al Troncoso le caería bien. pero el capitán Parada
se rió con su voz de trueno y me contestó:

—Pronto irán, hijo, pronto irán…

Entonces dio un grito; el asistente dio un salto y un


tiritón y el capitán Parada se metió en el avioncito. Y lo miré
con cara de súplica por ver si me llevaba, pero no hubo
caso.

Cuando se elevó, yo me hice amigo de Buquillo, que es


el asistente y es como mecánico y limpia el aeródromo y es
como rey ahí porque todos lo conocen y sabe de las
máquinas. Y hasta me dejó subirme a una. Y cuando él se
fue yo me metí en un avioncito y me acurruqué por si
alguien venía a volar y me llevaba. Pero lo que pasó es que
nadie vino y yo me quedé dormido. Y cuando desperté me
dolía mucho el brazo y estaba todo oscuro y el avión me
parece que no estaba en el mismo sitio, así que a lo mejor
volé y ni supe.
Cuando llegué a la parroquia tenía tanta hambre que
por suerte el cura andaba donde un enfermo y no había
comido y cuando volvió, él no tenía hambre, así que me
comí su plato y el mío. Y me dijo que había pasado por un
buen susto por mí y había rezado porque no me hubiera
sucedido nada.

—Mejor no rece para eso —le dije—. Porque no crea


que voy a volver todas las veces…

—¿Por qué dices eso?

—Porque tal vez me vaya muy lejos. Rece por mí, si


quiere, para que me vaya bien, no para que vuelva.

—¿No estás contento en esta casa?


—Yo le diré que tanto como contento, no sé. Un
individuo no se acostumbra sin conocer el mundo. Porque es
de todos y hay que hacer justicia social con uno mismo.

Apagó el cigarrillo y me miró para adentro.

—Tú piensas en tus padres —me dijo.

—¿Cómo adivinó?

—No puedes largarte solo a encontrarlos. Ten un poco


de paciencia. Cualquier día llegan o te mandan a buscar.

—A mí me han dicho que la paciencia sale a los


cincuenta años. Tal vez yo tenga mucha. Pero ahora quiero
viajar.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—Es un secreto. Cuando vuelva me confesaré con


usted.

—Eres un egoísta si no piensas más que en hacer lo


que te da la gana. ¿Qué dirán tu mamá y tu tía cuando
sepan que has desaparecido?

—Es que no voy a desaparecer. Usted les dirá que


estoy en Estados Unidos…

—Es un país inmenso y pueden pasar muchos años


antes de que encuentres a tus padres…

Eso es lo malo que tiene la gente grande, que le agua a


uno todos los panoramas, como si de por sí no fuera difícil
hacer las cosas…
11 de la noche
Menos mal que esta tarde hubo un incendio de verdad
y se quemó entera la casa de los Robledo. Y yo fui al
incendio y vi todo. Parece que tenían una fiesta y en el
alboroto se les olvidó que tenían la bencina de la tintorería y
por reventar petardos estalló el tambor y era precioso,
como una verdadera atómica. La gente de la fiesta apagaba
el incendio y las mujeres se desmayaban y los bomberos
corrían y la plaza se veía como un Versalles, dicen. Y lo peor
fue que se quemaron los dulces y los sándwiches y los
helados. Y ahora voy a dormir en la mecedora en el cuarto
del señor cura porque él le dio mi pieza a los Robledo y su
cama también y él va a dormir en un sillón. Tengo mucho
sueño y es macanudo dormir en una mecedora y tengo unas
ganas que sea mañana para ir a buscar en los escombros y
encontrar cosas…
Lunes 18
En seis días más es Navidad. El señor cura cree que mi
mamá va a llegar ese día, cargada de regalos. Yo me alegro
porque me da pena de mí, siempre solo. Hasta los ratones
tienen sus padres y los chanchos también.

Por fin pararon de llorar los Robledo porque parece que


con la plata del seguro se van a hacer una casa mejor que la
otra. Todo el día les llegan visitas y les traen paquetitos de
cosas prestadas. Y la Mireya Robledo es como artista de
linda y puede ser reina de belleza. Ella está como de novio
con uno de la farmacia que es repesado y me manda todo el
tiempo para afuera. Total que yo me fui a la pastelería y
cuando estaba ahí se me acercó una señorita muy anciana y
me preguntó si yo era el “chico” que estaba en la parroquia.

—Sí —le dije yo, y me quedé mirando los pelitos tan


largos del lunar. Y por fin ella me dijo:

—¿Eres pariente del señor cura? —y yo meneé la


cabeza.

—¿De quién eres hijo?

En ese momento me bajó toda la rabia con mis padres


que me abandonaron en este pueblo miserable y le
contesté:

—Era…

—¿Eres huerfanito, entonces?

—Casi, al menos es igual…


—¿Se han divorciado tus padres? –me preguntó
agachándose y yo aproveché para contarle los pelitos y
eran nueve.

—Tal vez —le contesté—. Están en Estados Unidos.

—Pobrecito. Y tú solo en este pueblucho ruin.


Seguramente sufres mucho… lindo…

—Seguramente —repetí. Y eso que me dijeran “lindo”


cuando hace años que nadie me lo dice, me llenó los ojos de
lágrimas.

—No llores. Yo te puedo ayudar porque soy visitadora


del juzgado de menores y me interesa tu caso. Si tú me
facilitas tu historia verás que conseguiremos arreglar tu
situación. ¿Tus padres no te ayudan en nada? ¿Te envían
dinero o cosas, desde allá?

—Ni un solo centavo —contesté—. Ni siquiera chicles.

—El egoísmo moderno —dijo—. Los padres de hoy. Deja


que tome nota, hijito…

Saco de su cartera un montón de papeles y por fin una


libreta, una lapicera y un anteojo y comenzó a apuntar. Igual
como el cura cuando va a casar a alguien. De todo
apuntaba.

—¿Desde cuándo estás abandonado?

—Exactamente desde el 15 de noviembre, a las 3 p.m.

—¿Tienen fortuna tus padres?

—Millones —respondí, acordándome de tío Tristán—.


Antes éramos pobretones y cuando no teníamos ni con qué
pagar la cuenta del agua, justo se murió un tío y les dejó
sus millones. Entonces ellos me abandonaron…

—¿Entonces? ¿El señor cura te recogió por lástima,


seguramente?

Ella escribía y escribía y yo le contaba las arruguitas de


las patas de gallo.

—¿Tienes algún hermano?

—Tenía —le contesté.

—¿Murió, seguramente…?

—Es igual —le dije.

—¿Está en el hospital?

—Sí.
Ella movió la cabeza y casi se le cayeron los anteojos.

—¿En qué hospital?

—En realidad no sé la dirección —le dije.

—¿Tampoco sabrás, cuándo regresarán tus padre, si es


que regresan?... En todo caso, puedes estar feliz porque
desde este momento quedas ajo mi protección, y tu caso
me interesa más que todos porque es de medio ambiente,
de inadaptado social y no sé cuanto más.

Y por fin me dejó tranquilo, pero después que me echó


un discurso parecido a los de la plaza. Vamos a ver cómo
me va a proteger…
Martes 19
Anoche me desvelé y conversamos con el señor cura
hasta bien de noche. Es una lástima que les hayan prestado
otra casa a los Robledo porque se van a ir de aquí y
entonces voy a tener que dormir solo otra vez. Y es tan
entretenido el cura, sobre todo en la noche. Y eso de salvar
almas es lo único que verdaderamente le importa. Y me dan
ganas de ser apóstol, y tantas me dieron esta mañana que
salí a buscar. Pero no encontré ninguna persona en peligro
ni gente mala tampoco. Valdría la pena de ser cura si
hubiera gente que salvar, pero, tal como son las cosas, no
vale mucho la pena. Había un borracho durmiendo en la
plaza y yo estuve esperando un rato a que despertara, y
como no despertó, lo sacudí. Y él me miró como asustado,
entonces yo le dije:

—Es pescado emborracharse, oiga…

—Claro que es pecado —me contestó y volvió a cerrar


los ojos.

Y yo lo volví a sacudir.

—Si usted se muere en pecado, se condena —le


advertí.

—¿Y a ti qué te importa, mocoso insolente? —me


contestó. Yo me enojé de santa ira, que es distinta a la
rabia, y ya le iba a hablar del vicio, cuando me vino un
terrible apretón y me dominé por todos lados sin decir
palabra. Entonces el viejo aprovechó y me largó un discurso
de “qué te crees tú que vienes a predicar y no dejas en paz
a un anciano enfermo que descansa en un banco de la plaza
y le quitas su sueño que es sagrado, etc.”. Total que no era
ni borracho y yo apenas alcancé a llegar a la parroquia.

En la tarde volvió la visitadora y resulta que es cuñada


del capitán Parada y cuando yo le dije que quería ser amigo
de él, me convidó a tomar té a su casa. Y voy a ir mañana y
tengo que conseguir que la Juanita me lave la camisa y el
pantalón porque sino va a creer que soy cochino.

Entonces, voy a conseguir que me lleve a Estados


Unidos en su avión y no me importa quedar bajo su
protección, con tal de que sea allá. Porque yo sé que
encuentro a mi mamá poniendo algún aviso. Y el aviso sería
así: “Baratura, liquidación. ¡Regalamos! A la señora X la
necesita su hijo en tal parte”.

La mamá lee todos los avisos de baratura o liquidación


y me encontraría altiro.
Miércoles 20
Yo sé que en cuatro días en Navidad, pero no me
importa tanto porque ahora la voy a ir a pasar a Nueva York
en familia…

Quedó todo arreglado con el capitán Parada, mejor


dicho con la cuñada que es la visitadora y mi protectora.
Porque él no estaba en el té ni tampoco su señora, sino que
sus hijos que son todos inadaptados sociales en su propio
ambiente, según me dijo la señorita Ruth y me explicó que
no son niños alegres. Ella apuntó todo lo que yo le dije, y no
me importa que lo apunte porque me puede servir para
encontrar a mis padres. Y saldré con el capitán Parada
pasado mañana a las 10 para llegar a Miami al día siguiente
y estar con mis padres. Y ella se va a conseguir la dirección
que le dejó mamá a la tía Rosarito por si así es más fácil
encontrar a mi mamá.

Yo estoy muy feliz de irme y lo único que me da un


poco de pena es el señor cura, porque se había preparado
tanto para la fiesta de Navidad que le íbamos a hacer a los
niños pobres los dos y el reparto de juguetes y la sorpresa
que él me tenía. Y también me da mucha pena el Napoleón,
pero dice la señorita Ruth que no hay caso de llevarlo en el
avión.

Le escribí una carta al señor cura y se la voy a dejar en


mi almohada el día que me vaya. Dice así:

“Querido señor cura:

Es mejor que me perdone porque si el avión se cae y


usted no me ha perdonado, la culpa es suya si yo me
condeno. Me voy a buscar a mis padres con el capitán
Parada que me cuidará. Siento mucho no ayudarle a la misa
esta mañana, pero a mi vuelta vendré y le ayudaré todas las
misas que quiera. No se olvide de dirigir el desfile del
Napoleón en la mañana. Ahora que no estoy me echará de
menos, así que sea usted presidente del Socopebue para
que no me echen de menos. Dígale a la tía que le escribiré y
saluda a la Juanita. El tirabuzón quedó atrás de la máquina
fotográfica.

Muy agradecido su atto. y ss.q.l.d.f.

Papelucho”

Y ahora tengo que arreglar mi paquetito de ¡Súper


feliz!
Sábado 24
¡Chitas! ¡Requetechitas que estoy contento! ¡Mañana
llega mi mamá! ¡Choriflái! ¡Requetechoriflái flor! ¡Y más
buena suerte porque también es el día de Navidad! Estoy
feliz todo entero. ¡Súper feliz!

Resulta que estábamos almorzando con el cura,


comiendo cabellos de ángel con sal, cuando lo vinieron a
buscar del teléfono y yo lo acompañé porque siempre los
llamados son para algo terrible.

—¡Tanto gusto de saludarla, misiá Rosarito! —dijo el


cura, y yo pensé que alguien ya le había llevado el cuento
de que me iba yo con el capitán Parada.

—¡Vaya, vaya, cuánto me alegro! —decía el cura, y yo


dale con pensar que se alegraba de saberlo o de que la tía
nos iba a venir a ver. Pero apenas colgó el fono y me dijo:
“¡Mañana llegan tus padres y tu hermano!”, me dio un
gusto-pena y una risa-atoro y una felicidad completamente
feroz. Y me dio por reírme y reírme todo entero y con
nervios de que se acabara “hoy” altiro y fuera “mañana”.

—Nos vamos en el primer tren, apenas diga la misa —


dijo el cura— y te llevaré directamente al aeropuerto para
volverme ipso facto y celebrar Navidad con los míos.

Yo le quería decir que mejor nos fuéramos en ipso facto


y él se volviera en cualquier cosa, pero resulta que yo no
podía hablar sino que solamente reírme.

Ni tuve que arreglar mi maleta porque tenía listo mi


paquetito para mi viaje a Estados Unidos. ¡La suerte que ni
alcancé a irme, porque me habría cruzado con mi mamá! Yo
mapa arriba volando y ella volando mapa abajo…

En vez de ir en un avioncito foche, ahora vamos


viajando a Santiago con el señor cura en un regio vagón de
tercera clase de los Ferrocarriles del Estado que tiene su
ruido propio y ni se puede hablar, por eso escribo mi diario

Mientras llega el avión al aeropuerto, voy a telefonearle


al señor que me regaló este libro para que me traiga mi
plata y se la voy a dar al cura para que le compre muchos
regalos a su gente.

Ahora estoy feliz que la mamá se fuera a Estados


Unidos porque si no se hubiera ido no podría volver.
Marcela Paz

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