La Masacre Del Playón de Orozco

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La Masacre del Playón de Orozco: una cicatriz en la memoria colectiva de

Colombia

La masacre del Playón de Orozco, perpetrada el 14 de febrero de 1990, se yergue como


un sombrío recordatorio de la violencia sistemática que ha asolado a Colombia durante
décadas. Este acto de barbarie, donde al menos 17 personas fueron asesinadas por
grupos paramilitares, no puede ser relegado a un evento aislado, sino que debe ser
analizado como un síntoma de las profundas fracturas sociales y políticas que han
alimentado el conflicto armado en el país. A través de un análisis, podemos comprender
cómo este hecho se inserta en una narrativa de deshumanización, miedo, silencio y
polarización que perpetúa la violencia y obstaculiza la construcción de una paz
duradera. No se trata simplemente de un acto de barbarie, sino de una estrategia
deliberada que buscaba sembrar el terror, controlar el territorio y afianzar el poder de
los grupos armados ilegales, dejando profundas cicatrices en la memoria colectiva y en
el tejido social de la región.

El discurso de la deshumanización: la negación del otro

La deshumanización es un proceso mediante el cual se niega la humanidad del otro,


convirtiéndolo en un objeto o en un enemigo que puede ser eliminado sin
remordimiento. Es un mecanismo psicológico y social que facilita la violencia al reducir
a las víctimas a meros obstáculos o amenazas que deben ser eliminadas. En el Playón de
Orozco, los paramilitares, bajo el mando de Fidel Castaño, utilizaron un discurso que
deshumanizaba a los pobladores, presentándolos como guerrilleros o colaboradores de
la guerrilla. Testimonios de sobrevivientes recogidos por el Centro Nacional de
Memoria Histórica relatan cómo los paramilitares irrumpieron en el pueblo gritando:
"¡Aquí vinimos a limpiar la zona de guerrilleros!". Esta construcción discursiva
justificaba la violencia al convertir a las víctimas en enemigos que debían ser
eliminados, despojándolos de su individualidad, sus derechos y su dignidad. Los
victimarios no veían a campesinos, amas de casa, niños o ancianos; veían "guerrilleros"
o "auxiliares de la guerrilla", categorías abstractas que permitían la ejecución sumaria
sin ningún tipo de consideración ética o moral.

El discurso de la deshumanización se construye a partir de estereotipos, prejuicios y la


propagación de información falsa o distorsionada que busca crear una imagen negativa
del "otro". En el caso del Playón de Orozco, se acusaba a los pobladores de ser
guerrilleros o colaboradores de la guerrilla sin ninguna prueba, con el único objetivo de
legitimar la violencia en su contra. Esta estrategia discursiva no sólo facilita la
violencia, sino que también profundiza las divisiones sociales y dificulta la
reconciliación.

El discurso del miedo: el arma invisible

El miedo es un instrumento de control social extremadamente eficaz. Se basa en la


amenaza de un daño inminente y busca paralizar a la población, sometiéndola a la
voluntad de quien lo ejerce. La masacre del Playón de Orozco no sólo buscaba eliminar
a las víctimas, sino también generar terror en la comunidad, enviando un mensaje claro:
cualquier tipo de oposición a los intereses de los paramilitares sería castigada con la
muerte. El miedo se instaló en el corazón de los sobrevivientes, quienes, según relatos
recogidos en el informe “El Playón de Orozco: 16 años resistiendo al olvido”, "…
después de la masacre, nadie se atrevía a hablar de lo sucedido… por temor a
represalias" . El silencio se convirtió en una forma de supervivencia, pero también en
un mecanismo que perpetuaba la impunidad. El miedo paralizó a la comunidad,
impidiendo la denuncia, la búsqueda de justicia y la reconstrucción del tejido social.

El miedo se convierte en una herramienta de control social cuando se utiliza de manera


sistemática y generalizada. En el contexto del conflicto armado colombiano, el miedo ha
sido utilizado por todos los actores armados para controlar a la población civil, imponer
su orden y silenciar cualquier forma de resistencia. La masacre del Playón de Orozco es
un ejemplo trágico de cómo el miedo puede ser utilizado para someter a comunidades
enteras y perpetuar la violencia.

El discurso del silencio: la complicidad que perpetúa la impunidad

La impunidad es un factor clave en la perpetuación de la violencia. Cuando los crímenes


quedan sin castigo, se envía un mensaje de permisividad que incentiva la comisión de
nuevos actos de violencia. En el Playón de Orozco, la falta de investigación y castigo a
los responsables envió un mensaje de impunidad frente a la violencia contra la
población civil. A pesar de las denuncias, la justicia fue lenta e ineficaz. Como se señala
en el informe No. 3/19 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la
petición 1027-07, "…las alegadas detenciones ilegales y amenazas cometidas contra
los pobladores, la presunta destrucción, incendio y saqueo de sus propiedades…
podrían caracterizar violaciones de los artículos 5 (derecho a la integridad personal),
7 (libertad personal), 8 (garantías judiciales)… de la Convención Americana…". El
silencio de las autoridades y de la sociedad en general contribuyó a normalizar la
violencia y a perpetuar el ciclo de impunidad.

Este silencio cómplice no sólo proviene de la omisión del Estado, sino también del
miedo que se apoderó de la comunidad, impidiendo la denuncia y la búsqueda de
justicia. El silencio se convierte en una forma de protección, pero también en un
obstáculo para la verdad y la reparación. Romper el silencio es fundamental para
superar la impunidad y construir una sociedad más justa.

El discurso de la polarización: la trampa del enemigo único

La violencia en Colombia se nutre de la polarización social y política, que simplifica la


realidad y la reduce a dos bandos antagónicos. Esta lógica binaria impide la
construcción de un diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones que atiendan las
causas profundas del conflicto. El Playón de Orozco no fue ajeno a esta realidad. El
conflicto armado entre guerrilla, paramilitares y fuerzas estatales dividió a la
comunidad. En el libro "¿Y la justicia transicional qué?: reflexiones sobre la masacre
del Playón de Orozco 20 años después", se evidencia cómo "…la población campesina
de las sábanas del Magdalena… vivió y sufrió directamente acciones bélicas, como la
masacre y el desplazamiento forzado como instrumentos de control e intimidación del
conflicto armado interno." El discurso de la polarización, que presenta el conflicto
como una lucha entre dos bandos irreconciliables, dificulta la búsqueda de soluciones
pacíficas y perpetúa la violencia.
Conclusión:

La masacre del Playón de Orozco es una herida abierta en la memoria colectiva de


Colombia. A través del análisis del discurso, podemos comprender cómo este evento se
enmarca en una narrativa de deshumanización, miedo, silencio y polarización que
perpetúa la violencia en el país. Para construir una sociedad más justa y pacífica, es
fundamental romper con esta narrativa y promover un discurso que reconozca la
dignidad de todas las personas, que fomente la convivencia pacífica y que rechace la
violencia en todas sus formas. La memoria histórica y la búsqueda de la justicia son
pilares fundamentales para la construcción de un futuro en el que hechos como el
Playón de Orozco no se repitan. Es necesario reconocer el dolor de las víctimas,
dignificar su memoria y trabajar por la reconciliación y la no repetición. Sólo así
podremos superar las heridas del pasado y construir un futuro en paz.

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