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Os Pido Posada

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Os pido Posada

El par de caminantes recorrían con pasos cansinos el sendero polvoriento. Estaban


agotados, con mucha hambre y sed, pero sobre todo temerosos. Demasiado temerosos. Habían
logrado escabullirse de sus perseguidores. ¿pero por cuanto tiempo más? ¿hasta dónde sería
posible seguir así? Los perseguían desde hace mucho tiempo, desde lugares muy lejanos.
Implacablemente, sin darles tregua. La misión era clara, no permitir la llegada de su hijo no nato. A
cualquier precio, a como diera lugar. La noche caía presurosa, y con eso, avanzarían más lento,
con el riesgo de ser finalmente alcanzados. Una noche fría, sin luna, oscura y desesperanzadora.
En ninguno de los anteriores lugares por los que pasaron en busca de refugio, se los permitieron,
seguramente por temor a las represalias que podrían sufrir si lo hacían. Ahora ya llevaban largo
trecho sin encontrar algún lugar donde poder descansar. Todo era soledad, lugares yertos, sin
algún árbol frutal o plantas para aplacar el hambre. Ningún poblado, ni una cueva siquiera donde
poder pernoctar y posar la planta, dar un poco de reposo a los pies cansados, renovar los ánimos.
El tenía el rostro adusto, preocupado, temeroso. Pero a la vez decidido. Tenía que proteger a su
amada esposa, y al preciado fruto que llevaba en su vientre. No podía permitir que nadie los
dañara. Con su vida misma los protegería. Si tan solo pudieran encontrar refugio, al menos por
esta noche. Conforme avanzaba la misma, empezaron a surcar el cielo grandes relámpagos,
seguidos de sus respectivos truenos. La amenaza de tormenta se sumaba a su cansancio y
desventura, pero eso no mermaba la fé que ambos tenían. Tenían que encontrar refugio, lo
sabían. No podían quedar desamparados después de tantos problemas, de tanto odio y
persecución hacia ellos. Alzaban la vista al cielo, en busca de ayuda, de consuelo. Elí Elí, susurraba
ella en voz baja. Protégenos, danos tu amparo. ¿lo tendrían?

Era noche buena. Y como todos los años, íbamos al pueblo mamá y mis hermanos. Bueno,
y los primos, y tíos, y quien sabe cuanto pariente más. Este año mi prima menor era la madrina del
niño Dios. Era todo un ritual donde se elegía a una niña, que se encargaba de arrullar al niño dios,
mientras las rezanderas hacían su labor. Largos e interminables minutos de rezos, solo soportados
por los mayores. Los niños dándose la aburrida de su vida, dormitando en las faldas de las madres
o jugando en los alrededores, en lo que terminaban los rezos. En impaciente espera de la posada,
las piñatas, los aguinaldos, las bengalas. Los jóvenes de mi edad, igualmente aburridos, y aunque
igual nos gustaban los aguinaldos y todo eso, el plato fuerte era asistir al baile en la cancha de
basket del pueblo. Ahí si se ponía buena la cosa.
A Lorena la conocí hace tres noches, en la casa de tía Mati, que es donde se realizó la
posada en aquella ocasión. No creo en los flechazos, pero en esta ocasión creo que algo así fue lo
que nos pasó. Mientras estaban los rezos, yo salí a fumar – a escondidas de mamá, claro está- en
la calle, y ahí la encontré viendo las estrellas. Las miraba con mucha atención, ensimismada, sin
darse cuenta de nada más. A mi me encanta igualmente ver las estrellas en el pueblo. Se ven tan
claramente, sin el smog y luces de la ciudad. Cada que las veo me pregunto ¿Qué cantidad de
civilizaciones habitarán en ellas? ¿Habrá alguna parecida a la de nosotros? ¿Serán igual de
supersticiosos o los guiará la ciencia, el conocimiento? ¿Que grado de evolución habrán
alcanzado? Estas y muchas más ideas rondan en mi cabeza cada que las contemplo. Tiré mi cigarro
y me detuve junto a aquella chica. Inicialmente vi también aquellas distantes estrellas, tratando de
identificarlas. Pero esta vez me llamaba más la atención aquella contemplativa y silenciosa chica, y
mi mirada se fue dirigiendo hacia ella. Que guapa se veía así, tranquila, en paz, en actitud arrobada
mirando el firmamento. Supongo que de tanto mirarla fijamente, al final se percató de mi
presencia. Y me dijo: ¿Qué me ves?, lo cual me tomó de sorpresa. Se me trabó la lengua, y
supongo que me puse algo así como morado, porque rojo no puede ser, pues soy muy moreno. La
cara que he de haber puesto. Eso provocó su carcajada, me extendió la mano y me dijo: Lorena. Yo
alcé la mano y contesté: Yo Lalo. Y estuvimos juntos platicando ahí bajo el manto de las estrellas,
hasta que empezó la posada y entramos juntos a la casa de tía Mati. El resto de la velada la
pasamos comiendo aguinaldos, bebiendo ponche, contado chistes, riendo, riendo, riendo,
maravilloso. Al final nos despedimos, ella se fue con su papá y yo con mi tía, que me dijo: ¿le
preguntaste de que familia es? Recuerda que acá todos podemos ser parientes, no vaya a ser que
te emociones demasiando, y luego… Pero ¿Qué me importaba? Habíamos quedado de ir a bailar
después de la posada grande, la de todo el pueblo, en la casa de mis abuelos.

Y heme aquí, en el techo de la mencionada casa. Soy el encargado oficial de sostener la cuerda de
las piñatas, y con ese pretexto me libré de los rezos. Además, desde arriba puedo ver el camino
donde vendrá Lorena, claro está. Me emociona la idea, así que no pierdo de vista el camino por el
que vendrá. Conforme avanza la noche, empiezan a surcar el cielo varios relámpagos y truenos,
iluminando esta preciosa noche sin luna. ¡Oh no!, Espero que no llueva, arruinaría el baile de la
cancha. Que no llueva, que no llueva.

El relámpago iluminó profusamente el camino. Deslumbrando, iluminando todo a su paso, como si


el cielo quisiera partirse en dos. Los caminantes se sintieron mareados de repente, y sus pasos
titubearon. Mejor nos detenemos dijo ella, así que detuvieron su marcha mientras pasaba el
mareo. El la abrazó tiernamente y ella se refugió en sus brazos, apenas conteniendo las lágrimas.
¿es que no encontraremos refugio? ¿Qué hemos hecho para merecer eso? De repente vió por
encima del hombro de él, varias luces no tan lejanas, pareciera que se tratase de algún poblado.
¡Al fin podremos encontrar refugio! Dijo ella entusiasmada y esperanzada. El fue el primero en
notar que el camino estaba ahora en ascenso, y algo de extraño se veía en él. Ha de ser el
cansancio que me hace ver cosas raras- pensó, y además no la quiero preocupar a ella con
tonterías. Vamos, vamos, ánimo, y reemprendieron la marcha presurosos. Ella también notó lo
extraño del paisaje, pero guardó silencio. Elí, Elí murmuraba por lo bajo.

Literalmente me quedé esperando sentado el sonido del trueno, solo vi el relámpago, que raro,
muy muy raro. Muy potente además, demasiado, no había visto algo así. Será porque no le he de
haber puesto mucha atención a los relámpagos y truenos de la ciudad, y acá lo veo todo
magnificado. Hey ¿y estos quienes son? Van a media subida y no los vi antes, he estado pendiente
del camino esperando la llegada de Lorena. Y además que raro visten, no como los huehues, ni
como las personas del pueblo. Son una pareja, veo que se aproximan a la posada. Han de ser
invitados entonces quien sabe de quien. En fin. Espero que no llueva y no tarde Lorena en llegar,
ya han de ir como a la mitad de los rezos y empezará la posada. Y luego el baile!!!!.
Shalom, dijo el varón, doblando la cintura primero hacia la derecha y luego hacia la
izquierda, en una profunda y lenta reverencia.

Todos le miraron con extrañeza, escuchándose un murmullo entre los presentes. ¿Qué
dijo? mixteco no es, inglés tampoco.

Shalom dijo ella también, haciendo la misma inclinación que él, solo que no tan
prolongada por su evidente embarazo. Alguna comadre le murmuró a alguien entre los presentes:
Se ve que está en los últimos días. Está por nacer su criatura. De hecho, podría nacer en noche
buena, como el niño Dios.

Yo que observaba todo desde el techo, tampoco entendí lo que dijeron, y por más que buscaba en
mi cabeza, no tenía la más mínima idea del idioma en el que hablaron. Shalom, shalom. ¿en que
idioma estará? Eso si, parece algún tipo de saludo, con reverencia y todo. Bueno, apenas voy en
prepa, a duras penas entiendo el inglés, y una que otra palabra en italiano, en francés, y algunas
más en mixteco, y eso porque mamá me las enseñó, para mínimamente entender las pláticas de
los adultos. Rayos, y además Lorena todavía no llega, que es lo que realmente me interesa. Vive en
Puebla también, podremos vernos seguido. Creo que nos gustamos mutuamente, eso es chido. Y
espero que no seamos parientes, eso si sería una desgracia.

El viajero siguió hablando en aquel extraño idioma. El murmullo y la impaciencia crecían


cada vez más. Se había interrumpido el rezo y el arrullo del niño Dios. Mi primita empezaba a
cabecear de cansancio y sueño. Pobrecita, es muy peque todavía para andar desvelada y con tanta
gente a su alrededor. Se acercaron los más estudiados como el tío Efrén, el que había estudiado
medicina en la UNAM. Nada que entendió. Tampoco tanto pariente profe supo que onda. Todo
fue en vano. Nadie entendía ni media palabra de lo que decía el visitante.

Después de largo rato sin poder establecer comunicación, la gente finalmente se


impacientó. Algunos, como la abuela, decían que les dejaran pasar, aunque no les entendieran, y
que al terminar el rezo, se unieran a la posada, comieran un taco y descansaran un poco. Pobres
chicos, se ven cansados. La mayoría desconfiaba de ellos, eran muy extraños, en sus ropajes, en su
idioma, no vayan a traer mala suerte, sobre todo en una noche tan especial como esta. Nada más
que Noche Buena.
Finalmente ganaron los segundos, después de una rápida discusión de los mayores. Como
no se podían entender con ellos con palabras, fue con señas que les indicaron que se fueran, que
no eran bienvenidos. Váyanse, dijeron los múltiples índices señalándoles el camino.

Los caminantes muestran una profunda tristeza en sus cansados rostros. Ella se encuentra
al borde del llanto. Elí Elí murmura. Esa palabra también la pude escuchar cuando pasaron cerca
del techo donde yo me encontraba. Una idea relampaguea en mi cabeza, y siento pena por ellos,
¿Es que haré algo al respecto? No lo sé.

En el nombre del cielo


os pido posada
pues no puede andar
mi esposa amada
Wow, se saltaron el resto del rezo, ya empezaron a pedir posada. Hasta se despabiló mi
primita, con la emoción de las piñatas y los aguinaldos. Cesó la tortura del arrullo y los rezos. Y
obviamente no solo ella se animó. Empieza la algarabía de niños corriendo, jugando, encendiendo
sus luces de bengala, viendo hacia arriba al techo, donde me encuentro con los tesoros anhelados
de las piñatas. Y por supuesto los aguinaldos que trajeron las tías de la capital. Muchos dulces
siempre les ponen. Ya nadie se acuerda de los extraños visitantes.
Justo debajo de mí, la abuela vuelve a contar una vez más aquella vieja creencia de los
antepasados. No la puedo escuchar, pero me se la historia de memoria. Conozco sus gestos
alegres, esperanzadores, llenos de fé. La vieja creencia dice que si pides con suficiente fé en tu
corazón, tarde o temprano podrás encontrar al niño Dios, sentirlo, tal vez hasta verlo. El día menos
pensado, en la situación menos esperada, pero lo encontrarás. También recordé aquella otra “Si tu
fé fuera del tamaño de un grano de mostaza, en verdad que moverías montañas”, o algo asi. La fé
la fé. Por segunda vez me pregunto ¿haré algo por los visitantes?

¡Los visitantes ¡. Volteo nuevamente hacia el camino por el que llegaron, y en el cual ahora
se alejan. Arrastran los pies de cansancio, caminando lentamente, desesperanzados. Ohhh, pero
se acerca Lorena. Observo como se cruza con ellos en el camino y al parecer se saludan. Me olvido
de ellos, solo espero con emoción la llegada de ella. Cuando se encuentra cerca de mí, la saludo
desde arriba del techo, ella se sube ágilmente y se sienta junto a mí. Que bonita se ve con su
cabello negro, largo y rizado, sus grandes y profundos ojos, también negros hipnotizadores. Su
sonrisa, uf, esa sonrisa. Y también que bonito huele su perfume. Simplemente se ve preciosa.
Finalmente despierto del encantamiento que me provoca, nos saludamos ahora de beso en la
mejilla. Adoro esos saludos citadinos, que suavidad la de su juvenil mejilla. Y después me habla
acerca de los viajeros. Sentí algo raro al verlos, que extraño se visten, y que extraño saludo. Salón
o algo así, y esa extraña reverencia – me comenta -. Shalom. Así saludan, le digo. Si muy raros.

Entren santos peregrinos, peregrinos


reciban este rincón
que aunque es pobre la morada, la morada
os la doy de corazón.

Mira- dice Lorena. Ya están entrando los peregri… Cuando ocurre nuevamente ese fogonazo, ese
raro relámpago sin trueno. Nos deslumbra, me da la sensación de que es más intenso que el
anterior. Hasta los focos se apagaron brevemente. Mi mirada se dirige hacia el camino. Ya no se ve
a los extraños caminantes. Iban a medio sendero, pero ya no están más. Lorena se talla los ojos y
mira también el camino. Ya no se ve a los caminantes. ¿Quiénes serían?
Quien sabe, le respondo, alzándome de hombros. ¿entonces si vamos al baile en la cancha?
Claro que si, ya habíamos quedado, quiero bailar contigo toda la noche
Excelente, le digo, y en mi rostro surge una gran sonrisa de alegría. ¡Voy a bailar toda la noche con
Lorena!

Los viajeros se detienen nuevamente, ante el nuevo resplandor. Voltean hacia atrás, donde
dejaron sus fallidas esperanzas de asilo, de descanso y un poco de consuelo. Solo observan el
páramo desierto, sin casas, sin luces, sin cuevas, sin el sendero por el que ascendieron. El
desánimo se ahonda en sus pechos, bajan la mirada desolados, no logran comprender que fue lo
que pasó. No hubo quien se compadeciera de ellos, igual que en todos lados. Solo ese chico que
estaba en lo alto de la vivienda, mostró un rastro de titubeo, pero tampoco intervino en su ayuda.
En ese momento, ella se da cuenta de las huellas. Le dice a él, y ambos las analizan. ¡Son de sus
perseguidores! Pero ya no hay rastros de ellos. Pasaron de largo. Ellos no se encontraban ahí, les
hubieran dado alcance. ¿Qué fue lo que pasó? ¿En qué sitio estuvieron? ¿Quiénes eran esas
gentes de ropajes raros, lenguaje incomprensible, construcciones extrañas, miríada de luces
distintas a las que conocían? ¿Lo sabrían algún día? ¿Los volverían a encontrar? El desconcierto los
abruma. De algo si están ciertos. Lo que haya acontecido, les salvó la vida. Y elevaron los ojos al
cielo en señal de agradecimiento. Hijo mío, estás a salvo- murmura ella por lo bajo, mientras
acaricia su vientre, próximo a dar a luz.

Le dirijo una última mirada al sendero, ahora vacío, sin viajero alguno, como si nunca hubiesen
existido. Mi rostro se ha tornado serio de repente. Durante unos momentos se abre paso en mi
mente la historia de la abuela. Me inunda y me saca de onda, aún a mi pesar. Si supiera, ¡si
supieran! Nadie reconoció a los viajeros… excepto yo. Yo si los reconocí, yo si se quiénes son. Y
también sé de que época vinieron. Además, también dudé en un par de ocasiones en hacer algo o
no. Cuanta ironía. Pues a final de cuentas… yo no soy un hombre de fé. Soy ateo y la noche buena
de los creyentes, no significa nada para mí.

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