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De corazón

Intriga en un acto
Antonio Ruiz Negre

PERSONAJES
(Por orden de intervención.)
M ARÍA, 30 años.
TERESA, 45 años.
HÉCTOR, 50 años.
JAVI, 20 años.
M INERVA, 48 años.

Descripción de escena:
S ala de estar de casa en las afueras, que responde a un alto
nivel de vida.
Muebles caros y de buen gusto, procurando que la escena no
resulte en exceso sobrecargada. Imprescindible una
estantería biblioteca a la izquierda, dos sillones cómodos al
centro sobre el foro y algunas sillas. C omplementos
apropiados; teléfono, algún detalle floral, algún cuadro, etc.
Deberá quedar espacio libre en la estancia para que pueda
moverse con relativa facilidad una silla de ruedas.
Hay una salida al foro derecha, con cortina recogida a
ambos lados, que comunica con el resto de la vivienda.
En el primer término del lateral izquierda se verá la puerta
de un armario trastero empotrado; frente a ella, junto al
lateral derecha, una especie de buró o secreter con diversos
cajones.

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La acción transcurre en época actual cualquier día por la
tarde.
Términos derecha e izquierda vistos desde el público.

Escena I
M ARÍA, después JAVI.

Al levantarse el telón, M ARÍA se encuentra repasando los


muebles de la estancia, equipada con plumero y bayeta.
De unos treinta años es atractiva sin excesos, educada y
con un nivel sin duda más elevado que el imprescindible
para el cargo de sirvienta que ocupa en este momento.
Viste una bata de trabajo que no disimula su cuerpo bien
formado.
Tras algunos segundos de tarea que realiza aplicadamente
y en silencio, suena el teléfono de la estancia.
S in precipitación se dirige a él y responde a su llamada.

MARÍA.- Casa de la Señora viuda de Cuevas. Dígame... ¡Ah,


doña M inerva, buenas tardes!... Sí, la Señora está en casa. Tras
el almuerzo me indicó que le dijera a usted si llamaba, que no
pensaba salir de casa en toda la tarde y que podía venir cuando
gustase. (Pausa breve.) ¡Oh, sí!, Javi está muy bien. Se repone
con mucha rapidez... Descuide usted, enseguida s e lo
comunicaré a la Señora... M uy bien... Hasta luego. (Cuelga el
teléfono qu edando pensativa y como un tanto abstraída
durante unos s e gundos. Transcurridos éstos vuelve a su
labor interrumpida.)

(Al momento aparece en la entrada JAVI. Es un joven de


veinte años, de buena presencia, aunque ahora se vea
bastante maltrecho. Tiene ambas piernas vendadas, y
ocupa una silla de ruedas con la que se traslada no sin
evidente esfuerzo.)

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MARÍA.- (Al verle aparecer.) ¡Hombre!, ¿al fin s e ha
atrevido nuestro paciente a pasear por su cuenta?...
JAVI.- Tanto como pasear... (S e introduce trabajosamente
un par de metros, quedando situado en segundo término
derecha de frente al público.)
MARÍA.- (S onriente.) Pues lo haces muy bien.
JAVI.- No creas que no me cuesta trabajo, porque si no mido
bien el movimiento de hombros cuando empujo los brazos hacia
delante, me repercute en la pierna y veo las estrellas.
MARÍA.- No es necesario que te esfuerces todavía, ni
conveniente que te extralimites en el ejercicio. Tan sólo hace
cinco días que se te operó.
JAVI.- ¡Hija, pero es que me siento tan inútil!...
MARÍA.- Son aprensiones tuyas.
JAVI.- No querrás decir que mi estado actual es normal.
MARÍA.- Los he visto peores que tú.
JAVI.- ¿M ucho peores?
MARÍA.- Incluso con tetraplejía. Sin otra función propia que
la del cuello y cabeza.
JAVI.- ¡Jo, tía! ¡Eso sí que ha de ser «demasiao»!
MARÍA.- Pues ya ves lo que son las cosas, cuanto mayor es
el grado de inmovilidad de un paciente, menos suele quejarse o
lamentarse.
JAVI.- (Riéndose.) Entonces yo no debo tener nada, porque no
paro de quejarme...
MARÍA.- Como que lo tuyo no es nada. (Paus a breve.) Ha
llamado tu madre por teléfono.
JAVI.- ¡Qué pesada! ¿no?
MARÍA.- Es normal que se preocupe por su hijo.
JAVI.- (S impático.) ¿Y por ti quién se preocupa?
MARÍA.- ¿Cómo?...

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JAVI.- Antes no respondiste a mi pregunta de si tenías novio.
MARÍA.- Pues no; no tengo novio.
JAVI.- Pero habrás tenido antes ¿no?
MARÍA.- ¿Antes de qué?
JAVI.- Antes de ahora. Antes de no tener novio, quiero decir.
(S e ríe.) ¡Vaya trabalenguas que he hecho!
MARÍA.- Sí. Tuve uno.
JAVI.- ¿Y lo dejaste?...
MARÍA.- D igamos que... lo dejamos ambos de común
acuerdo.
JAVI.- ¡Qué bien!
MARÍA.- ¿Cómo que qué bien?...
JAVI.- Sí, porque es muy gratificante saber que las mujeres
guapas que uno trata no están comprometidas con nadie.
MARÍA.- ¿Así que te parezco guapa?
JAVI.- Jesús siempre presumía, diciéndome que tenía en casa
la chica mejor hecha de toda la Urbanización.
MARÍA.- ¿Eso te decía Jesús?
JAVI.- Como lo oyes. Y cuando s alía el tema nunca lo
dejábamos con menos de media hora de estudio pertinente.
MARÍA.- ¡Así lleváis vuestras asignaturas!
JAVI.- Oye, oye. No vayas a creer que vamos tan mal. Que si
hacemos horas extras en nuestros estudios es por asegurar mejor
la nota a fin de curso.
MARÍA.- ¡Ya!...
JAVI.- (Pausa breve.) Sí. Jesús contaba y no acababa de «su»
M aría.
MARÍA.- Exageraciones suyas, porque lo que sobra entre este
vecindario son precisamente chicas monas.

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JAVI.- Es que Jesús no dice que eres «la chica más mona»,
sino «la chica mejor hecha» de por aquí.
MARÍA.- (Con buen humor.) ¡M enudos pájaros estáis
hechos Jesús y tú!
JAVI.- Y de exagerado nada. Cuando te conocí al empezar a
venir aquí a estudiar con él, me convencí de que decía la verdad.
¡Y sentía una envidia!...
MARÍA.- ¿Envidia de quién?
JAVI.- De Jesús.
MARÍA.- ¿Por qué?
JAVI.- Porque él estaba bajo tu cuidado y siempre disfrutando
tu presencia, y mira por donde en estos cinco días, resulta que
hasta me ayudas a vestirme, a peinarme, y a casi todo.
MARÍA.- Es lo que se suele hacer con los pacientes ¿no?
JAVI.- Sí... Pero a uno le gusta más recibir los cuidados de una
guapa que de una fea. (Pausa breve.) Cuando esté
completamente restablecido te voy a llevar a bailar.

(M ARÍA le mira en silencio con aspecto serio.)

JAVI.- ¿Qué pasa? ¿No te gustaría ir de «disco» por ahí


conmigo?...

(M ARÍA sigue mirándole en silencio.)

JAVI.- Pues te advierto que soy un buen bailarín además de un


tipo muy divertido...

(M ARÍA sigue mirándole.)

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JAVI.- ¡Y sé bailar hasta el tango!
MARÍA.- (Mirando su reloj de pulsera.) Es hora de que don
Héctor baje a verte a la biblioteca. ¿Te llevo o t e atreves a
volver solo?
JAVI.- (Maneja la silla marcando el mutis.) No. Yo volveré
solo. He de ir adquiriendo soltura, a ver si antes de una semana
puedo batir los cien metros lisos en diez segundos. (Con un
gesto simpático.) Luego nos veremos. ¡Cuerpo!

(Hace mutis.)

(M ARÍA le ve salir sin cambiar de expresión. Una vez sola


continúa su tarea de repaso.)

Escena II
M ARÍA y TERESA, después HÉCTOR y JAVI.

Entra en escena TERESA. Viste de estar por casa pero con


calidad y bastante elegancia. Representa tal vez algún año
más de los cuarenta y cinco. Es firme de carácter,
comedida en la expresión e inflexible en sus decisiones.
Llegará sin prisa hasta uno de los sillones donde se
sentará mientras interpreta.

TERESA.- (Entrando.) ¿Quién llamó por teléfono?


MARÍA.- La madre de Javi, Señora.
TERESA.- ¿Ha dicho si iba a venir?
MARÍA.- P reguntó si la Señora estaba en casa y yo le
transmití lo que usted me había indicado.
TERESA.- Bien. (Al tiempo que saca un paquete de tabaco
de algún bolsillo y se coloca un cigarrillo entre los labios.)
¿Quieres mirar si me he dejado el encendedor en el buró?

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MARÍA.- Ahora mismo. (Va al buró, y no viéndolo sobre él,
abri rá la tapa del mismo mirando en su interior. Ve e l
encendedor, y tomándolo lo lleva a TERESA.)
TERESA.- (Recibiéndolo.) Gracias. (Enciende el cigarrillo
y se queda el encendedor.)

(M ARÍA vuelve al buró y lo cierra.) (A continuación,


dejando el plumero sobre la tapa, tomará un cenicero que
hay allí y lo colocará con naturalidad próximo a
TERESA.)

TERESA.- (Como no esperando respu e s ta.) M e carga esa


mujer... Con su obsequiosidad, su pesadez, y su insistencia en
decir que no quiere molestar más de lo necesario... La detesto.
(A M ARÍA.) ¿Ha dicho a qué hora llegará?
MARÍA.- No, Señora. Se limitó a decir que vendría después.
TERESA.- (Mirando su reloj de pulsera.) Pues no tardará,
porque no se pierde una merienda ni por casualidad. (Pausa
breve tras expeler el humo del cigarrillo.) Jesús no ha tomado
toda la dosis de su medicina... No le he insistido porque sé el
esfuerzo que le supone hacerlo, no obstante, ahora cuando
termines lo que estás haciendo, será conveniente que subas a su
habitación e intentes convencerlo para que la tome.
MARÍA .- Don Héctor no considera vital la medicación de
media tarde... Es la de la noche la que cree imprescindible, y
como Jesús lo sabe, se aprovecha ahora para no tomarla.
TERESA.- Es igual. Precisamente ahora, cuando puede
precipitarse todo, no debemos bajar la guardia... Debemos ser
estrictos en evitación de una recaída.
MARÍA.- Descuide. Ahora se la daré.

(Recoge el plumero que dejó sobre el buró y marca el


mutis.)

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TERESA.- Quítale también el cuaderno de ap untes. Ya ha
estudiado suficiente por hoy.
MARÍA.- Como usted disponga.

(Hace mutis.)

(Una vez sola, TERESA se estira desperezándose sobre el


sillón, al tiempo que fuma y expele con fuerza el humo.)
(Al momento, y como oyendo algún movimiento en el
interior recompone la figura.)

HÉCTOR.- (Desde dentro, «in crescendo».) ...son las


molestias propias de cualquier fractura ósea; pero por fortuna
todo eso desaparecerá muy pronto...

(Entra empujando la silla de ruedas en la que se sienta


JAVI.)

(HÉCTOR, de unos cincuenta y pocos años, es médico, y se


comportará siempre como tal en sus expresiones.)

(Entrando.)

¡Hola, Teresa! ¿Aquí está usted?...


TERESA.- ¡Hola, doctor! (A J A VI, al tiempo que se
levanta.) ¿Cómo se encuentra esta tarde nuestro enfermo?
JAVI.- Según don Héctor parece que voy mejorando...
TERESA.- ¿Y no es así?...
HÉCTOR.- ¡Claro que lo es! Pero hay que comprender a Javi.
Para un joven con su juventud y vitalidad, encontrarse de súbito
condicionado a no poder moverse de una silla es algo que
produce un inevitable desficio...

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(Conduciendo la silla al segundo término del lateral
izquierda donde permanecerá hasta nueva indicación.)

Pero un cuerpo sano como el suyo pronto se verá restablecido.


JAVI.- Lo peor es no poder caminar y necesitar ay uda para
todo. M e siento un verdadero inútil.
HÉCTOR.- Nada de eso, amigo mío. Debes confiar en t us
propias fuerzas... y en nuestra ayuda, por supuesto.
TERESA.- Ha llamado tu madre hará unos diez minutos.
JAVI.- ¿Va a venir?...
TERESA.- Sí, pero no ha dicho a qué hora.
JAVI.- Estamos ocasionando a ustedes demasiadas molestias.
TERESA.- ¡Calla, hombre! ¡Pero cómo dices eso!... Nada de
cuanto ahora hagamos por ti me exime de la responsabilidad que
contraje al atropellarte con el coche... (Preocupada.) Sólo de
pensar que podía haberte matado...
HÉCTOR.- Bueno, bueno. No hay que ponerse trágica,
Teresa. Las cosas suceden y ya está. Ni vale lamentarse ni ayuda
a nadie la mortificación. Todo fue un desgraciado accidente
cuyas consecuencias poco a poco se van subsanando.
JAVI.- (A TERESA.) ¿Quiere creerse que no me di cuenta de
nada?
TERESA.- ¿De verdad?... (Mientras sigue el diálogo, llega
hasta donde está el cenicero y sacudirá en él el cigarrillo,
volviendo sin prisa al mismo lugar.)
JAVI.- Yo no vi aproximarse el coche. Sólo noté un fuerte
empujón por detrás, mi caída sobre el césped y una oscuridad
total que me envolvió... Cuando desperté ya es t aba lleno de
gasas y vendas... Y dolorido, por supuesto.
TERESA.- Desde luego fue un incidente bastante estúpido. Si
alguien me hubiera dicho que iba a atropellar en el jardín de mi
casa a un amigo de mi hijo, le habría llamado iluso cuanto
menos.
HÉCTOR.- ¿Recuerda cómo ocurrió?

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TERESA.- Yo salí con el coche del garaje mirando por el
retrovisor, cómo se accionaba la p uerta con el nuevo cierre
automático que habían instalado el día anterior, y no vi a Javi
cruzar ante mí... Sólo percibí el sonido de un golpe en el capó
del coche. Frené instintivamente y al ver rodar a Javi sobre el
césped intuí lo que había ocurrido.
HÉCTOR.- Fue una suerte para todos que yo me encontrara
en la casa aquella tarde, p orque eso nos evitó tener que
trasladarle al hospital. Una fractura abierta puede ocasionar
lesiones graves por mucho cuidado que se ponga en inmovilizar
al accidentado. Por lo que atenderle aquí e intervenirle de
inmediato, evitó casi seguro trastornos posteriores.
JAVI.- Lo que yo nunca hubiera pensado es que en esta casa
tuvieran montado un quirófano.
HÉCTOR.- No es extraño que te asombre. Pocos podrían
imaginarlo porque la verdad es que un quirófano no suele
formar parte de una vivienda normal.
TERESA.- (Volviendo a sentarse en el sillón.) Todo tiene
explicación. ¿M i hijo no te contó que su padre fue médico?
JAVI.- Sí. Jesús me habló de ello, p ero s in entrar nunca en
detalles...
HÉCTOR.- Lo cual no es extraño en Jesús. A decir verdad,
ese carácter poco comunicativo lo heredó de su padre. (S e
sentará en el otro sillón.)
TERESA.- Pues sí... El caso es que mi marido tuvo aquí
instalada su consulta particular a lo largo de varios años, y
cuando murió no quisimos desprendernos de nada, pensando que
algún día Jesús pudiera seguir sus pasos.
JAVI.- Sin embargo Jesús estudia Derecho...
TERESA.- En efecto. La M edicina no le ha atraído nunca. La
cuestión es que don Héctor pensó, que la consulta como tal
había quedado anticuada y no tenía utilidad alguna, y aconsejó
su desmontaje salvo que pensáramos en mejorarla
modernizándolo todo y poniéndola al día. Y así acordamos
hacerlo.
JAVI.- Bueno, pero, ¿con qué finalidad?

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HÉCTOR.- La de utilizarlo, naturalmente. Aunque de tarde
en tarde, yo he realizado algunas intervenciones en él a varios
pacientes míos, con lo que se han cubierto distintos objetivos.
P rimero, conservar lo que mi colega y amigo creó, auxiliar a
algún que otro paciente, y mantener un servicio en la casa que,
como preventivo, puede ser de utilidad a sus moradores. Una
prueba de tal utilidad es que tu intervención fue posible tras el
desafortunado accidente.
JAVI.- Pues sí... Tiene razón.
TERESA.- Y la verdad es, que su instalación en casa, y la
presencia habitual de don Héctor ha beneficiado mucho a Jesús,
que en los últimos meses ha visto su estado físico t an
deteriorado.
JAVI.- Precisamente ahora, cuando más nos están apretando en
la Facultad...
TERESA.- Por eso te agradezco de verdad que sacrificaras tu
tiempo libre, viniendo cada tarde aquí a visitarlo, ayudándole a
resolver sus ejercicios.
JAVI.- Eso no tiene importancia. Jesús y yo nos llevamos muy
bien y estamos muy compenetrados... Además, se podría decir
que es Jesús el que me resuelve a mí un buen número de dudas.
HÉCTOR.- El caso es que mantenéis un contacto beneficioso
para ambos.
JAVI.- ¿Cuál es realmente el mal que padece?

(HÉCTOR y TERESA se miran directamente antes de


responder.)

HÉCTOR.- Creo que deberíamos decírselo.


TERESA.- (A JAVI.) Con la promesa por tu parte de que no
se lo vas a contar a Jesús.
JAVI.- Pierda cuidado. Yo aprecio mucho a su hijo y nada más
lejos de mi deseo que ocasionarle cualquier perjuicio.
HÉCTOR.- (Doctoral.) Jesús padece una malformación
congénita en una parte del corazón, que le produce determinadas

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insuficiencias.
JAVI.- ¿Y es grave?...
HÉCTOR.- Desde muy pequeño ha seguido los tratamientos
adecuados, que tanto su padre como yo fuimos indicando de
acuerdo con su evolución. Ha tenido épocas en que su vida era
relativamente normal... y otras en las que ha estado
verdaderamente enfermo.
TERESA.- Ahora precisament e está pasando por un mal
momento.
JAVI.- ¿Y cuál cree que puede ser la solución?...
HÉCTOR.- (Tras una pausa breve.) La cirugía.
JAVI.- Ya. ¿Cambiarle alguna válvula?
HÉCTOR.- No. Un trasplante total.
JAVI.- ¡Caramba! ¿Y Jesús lo sabe?
TERESA.- No. Aunque tiene sus sospechas, a él siempre le
ocultamos la gravedad de su estado.
JAVI.- (Tras unos segundos de silenci o.) Jamás hubiera
imaginado la existencia de tal problema. Es cierto que nosotros
nos conocimos en la Facultad hace sólo tres años al comenzar la
carrera, lo que es distinto a haber sido compañeros desde niños,
pero en este tiempo hemos llegado a ser buenos amigos.
TERESA.- Él, desde luego, te aprecia mucho.
HÉCTOR.- ¿Y te habló alguna vez de su dolencia? (S e
levanta con naturalidad y marcará algunos pasos por la
estancia yendo a situars e en el lugar que ocupara
anteriormente.)
JAVI.- En un par de ocasiones, y como a modo de disculpa por
no participar en algunos juegos a los que fuimos invitados. Pero
sin entrar en detalles.
TERESA.- Es lógico que no lo hiciera, no sólo por no conocer
con exactitud su estado, sino por el prurito de no reconocerse
inferior ante los demás compañeros.
JAVI.- Sí, es posible que fuera por eso.

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HÉCTOR.- Bien. En su momento podremos solucionar el
problema, para que pueda a partir de entonces llevar una vida
normal.
TERESA.- Esa es toda mi esperanza. Y entre tanto a Jesús hay
que seguir ocultándole su verdadero estado, porque conocerlo
no le beneficiará en nada.
JAVI.- Por mi parte pueden ustedes estar tranquilos.

(Aparece M ARÍA en la entrada, que habla desde allí sin


llegar a entrar en la sala.)

MARÍA.- Desde la ventana he visto llegar a doña M inerva a


la puerta del jardín. No tardará en llamar.

(S uena el timbre de la entrada.)

TERESA.- (A M ARÍA.) Abre y acompáñala. La recibiremos


aquí.
MARÍA.- (Al tiempo que hace mutis.) M uy bien, Señora.
JAVI.- (A TERESA.) ¿No les molesta que mi madre venga
aquí con tanta frecuencia?
TERESA.- En absoluto. M e pongo en su caso, y estoy segura
de que yo haría lo mismo.
HÉCTOR.- Otra cosa sería si sus visit as perjudicaran tu
restablecimiento, pues ya se sabe que a los enfermos se les debe
molestar mas bien poco. Pero en tu caso no hay problema.
JAVI.- Los dos primeros días me encontraba bastante mal y es
cierto que cualquier visita me producía desficio.
HÉCTOR.- Así es, pero la gente, o no ha pasado nunca por un
trance de crisis, o si lo ha padecido lo olvida pronto cuando de
ocasionar molestias a otro se trata.

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(S e oye algún comentario en el interior que precede a la
aparición de M ARÍA y M INERVA.)

Escena III
Los mismos, M ARÍA y M INERVA.

MARÍA.- (Anuncia entrando y haciéndose a un lado.)


Señora; doña M inerva.
MINERVA.- (Entra quedando a dos pasos de la entrada.)
Buenas tardes...

(M INERVA es una mujer corriente sin llegar a la


vulgaridad. Viste prendas normales sin ningún toque de
elegancia, y en su expresión no se vislumbra haber
recibido una educación esmerada. Es, llanamente, una
mujer del pueblo que se sabe fuera de lugar en el
ambiente de la casa que visita.) (A tener en cuenta:
durante su actuación mantendrá como un sentimiento de
desconfianza hacia cuanto la rodea.)

TERESA.- (Poniéndose en pie la recibirá en su lugar


ofreciéndole la mano sin afectación.) Pase, M inerva. No se
quede ahí...
HÉCTOR.- (Desde su sitio.) Buenas tardes.
JAVI.- ¡Hola, mamá!
MINERVA.- (Llega hasta TERESA y estrechará su mano
mientras sigue el diálogo.) ¡Ay, qué largo se me ha hecho hoy
el día! Hubiera querido venir antes pero no me ha sido posible
por culpa de mi casero, que es un hombre la mar de pesado. (A
HÉCTOR.) ¡Hola, doctor! ¿Cómo se encuentra mi chico?...
JAVI.- Estoy bien, mamá.
HÉCTOR.- Reponiéndose al ritmo p revisto, y si no surge
ninguna complicación, en un par de semanas podrá llevárselo a
casa.
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MINERVA.- ¿Dos semanas aún?...
HÉCTOR.- Tal vez menos... si todo sigue bien.
MINERVA.- (Llega has ta J A VI al que dará dos sonoros
besos en ambas mejillas.) ¡Hijo, qué ganas tengo de que estés
bien y conmigo en casa!...
TERESA.- Caramba, M inerva. Lo dice usted como si aquí lo
tuviéramos descuidado...
MINERVA.- No, mujer, no quiero decir eso... (Peyorativa.)
Pero como se está en la casa de uno...
JAVI.- M amá, aquí es t oy mucho mejor cuidado que podría
estar en casa.
MINERVA.- (Haciendo un gesto de disconformidad.)
Bueno, bueno, como tú digas...
TERESA.- (A M INERVA.) ¿No quiere s ent arse?...
(S eñalándole el otro sillón.)
MINERVA.- ¡Ay sí, gracias !... Que me he puesto hoy los
zapatos que me aprietan y tengo los pies hechos polvo. (S e
sienta en el sillón descuidadamente, al tiempo que deja el
bolso que lleva, junto a sí en el suelo.)
TERESA.- ¿Le apetecerá tomar café, verdad? (A M ARÍA, sin
esperar respuesta, y al tiempo que vuelve a ocupar su sillón.)
M aría, puedes preparar café y algunas pastas.
MARÍA.- Ahora mismo, Señora.
HÉCTOR.- Perdone, Teresa. Si no les importa (Consultando
su reloj.) pediría a M aría que trajese antes los utensilios para
tomar la tensión a Javi. Es la hora.
TERESA.- Por supuesto.
MARÍA.- Lo traigo enseguida.

(Hace mutis.)

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JAVI.- Caramba, no se le pasa nunca ¿eh?
HÉCTOR.- La medición regular de las constantes es el mejor
seguimiento de un estado de salud. En tu caso actual; la tensión
diaria, temperatura cada doce horas, y analítica cada cuarenta y
ocho.
JAVI.- (S onriendo.) ¡Cualquiera diría que no tengo nada!
HÉCTOR.- M ientras siga todo controlado, así es, no tienes
nada, pero una posible infección se debe atajar antes que se
manifieste. De ahí, la precisión en la norma.
MINERVA.- ¿Pero corre algún peligro mi chico?
JAVI.- ¡Qué va, mamá!
HÉCTOR.- Para eso le tratamos; para que no peligre su salud.
JAVI.- Lo que de verdad me fastidia son los pinchazos en la
vena para los análisis. M e ponen el cuerpo pésimo.
HÉCTOR.- Es una aprensión natural, pero no te puedes
quejar por M aría que es magistral en las extracciones...
MINERVA.- (Que no se ha perdido palabra, a TERESA.)
¿Y es la criada la que le pincha?
TERESA.- M aría no es una criada.
MINERVA.- ¡Ah!, ¿no?...
TERESA.- M aría es enfermera titulada, y está en la casa
desde antes de morir mi marido, al cual auxiliaba en la consulta.
Cuando él falleció, yo le ofrecí quedarse con nosotros para que
cuidara a mi hijo, y como eso le deja bastante tiempo libre, de
común acuerdo lo dedica a la atención de la casa.
HÉCTOR.- Y le puedo asegurar que es una auxiliar excelente
y muy cualificada, a la que yo no dudaría en confiar a mis
pacientes.
MINERVA.- ¡Ya!... Como una no sabe...

(Vuelve M ARÍA portando los útiles mencionados, que


colocará directamente en el brazo izquierdo de JAVI,
como es habitual en tal operación.)

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JAVI.- (A M ARÍA, con buen humor.) Estaba hablando mal
de ti.
MARÍA.- No me extraña. Jamás he conocido a un enfermo
que hablase bien de su cuidador.
JAVI.- ¿Jesús también te critica?...
MARÍA.- (Con gesto de complicidad.) ¡Echa pestes de mí!
(Termina de ajustar el brazalete y entrega el estetoscopio a
HÉCTOR.)
HÉCTOR.- (Colocándoselo en los oídos y apretando varias
veces la perilla del aire.) Vamos a ver cómo va esa presión
arterial... (Unos segundos despu és devolviendo todo a
M ARÍA.) Bien. Catorce, siete y medio. (Toma nota en un bloc
que sacará del bolsillo, volviéndolo a guardar a
continuación.)
MARÍA.- (Recogiéndolo todo, a JAVI.) Lo próximo dentro
de dos horas, el termómetro, después los anti inflamatorios... ¡Y
fin por hoy!
JAVI.- Gracias, guapa.
MARÍA.- (S onriendo.) Buscaré también algo para tu vista...
(A TERESA, haciendo mutis.) Preparo enseguida la merienda.
TERESA.- M uy bien, M aría.
MINERVA.- (Tras una pausa breve.) (A TERESA.) ¿Le he
dicho antes que me había entretenido un rato charlando con mi
casero?...
TERESA.- Sí. Eso creí haber entendido.
MINERVA.- Verá, es que mi casero es un hombre muy
hablador y me ha estado contando que hace unos años tuvo un
accidente, y por su culpa estuvo algo más de un mes sin poder
salir de casa y casi sin moverse.
TERESA.- ¿Qué fue, un accidente laboral?

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MINERVA.- No. Creo que le atropelló una moto que iba
circulando por la acera, o que le cay ó encima una moto que
estaba mal aparcada en la acera o algo así. Pero el caso es que
le fastidió bien fastidiado para una temporada.
HÉCTOR.- Eso son incidentes casi domésticos que ocurren
todos los días, y de los que la prensa viene llena.
MINERVA.- Sí, pero la cosa estuvo en que como no podía
seguir trabajando en lo suyo, porque además de administrar el
alquiler de los pisos hace chapuzas de fontanería y cosas así,
pues denunció al de la moto, y la compañía de seguros le pagó
un buen pico por todos los perjuicios que le produjo el
accidente.
JAVI.- ¿A dónde quieres ir a parar con todo eso, mamá?
MINERVA .- No, que digo yo que el coche de doña Teres a
también tendrá un seguro de accidente. Supongo.
TERESA.- Supone us t ed bien. M i coche está asegurado por
daños a terceros con un capital bastante elevado, por lo que en
caso de necesidad la compañía de seguros se haría cargo de
compensar a Javi convenientemente.
MINERVA.- ¡Ah!, pues menos mal.
JAVI.- Claro, mamá. Las compañías de seguros están para eso.
MINERVA.- Pues me alegro de saberlo, mira.
TERESA.- No obstante, yo preferiría no tener que comunicar
el accidente a la compañía.
MINERVA.- ¿Y eso?...
TERESA.- Porque no es agradable verse envuelt a, en todos
esos trámites jurídicos de papeleo cuando ha habido un herido
por medio, aunque sea leve.
MINERVA.- Ya, p ero por muy desagradable que sea el
papeleo, peor es sufrir el accidente y encima no cobrar un duro...
TERESA.- Pero ese no sería nuestro caso.
MINERVA.- ¿No?
TERESA.- Yo ya he pensado en la posibilidad de indemnizar

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a Javi por mi cuenta sin recurrir al seguro.
HÉCTOR.- Lo cual demuestra la buena voluntad de doña
Teresa...
MINERVA.- Bueno, siendo así...
TERESA.- (Con cierta malicia.) ¿Y le ha insinuado tal vez
su casero, cual sería la cantidad que debería pedirme?
MINERVA.- (S in pensarlo.) No. Porque como él no conoce
todos los detalles... (Como quitándole importancia.) La verdad
es que para nosotros, cualquier cantidad razonable que nos
dieran por esto, supondría «un capitalito»...
JAVI.- ¡M amá, cómo eres! No parece sino que desconfiaras de
que doña Teresa lo arregle convenientemente.
MINERVA.- No. Yo no desconfío de nadie, lo que p as a es
que estas cosas se deben hablar y no dejarlas para luego.
TERESA.- Si usted se queda más tranquila, podemos tratar el
tema cuando quiera. Ahora mismo si lo desea.
MINERVA.- (Haciendo marcha atrás.) Bueno... T ampoco
es neces ario que sea ahora mismo... Podemos dejarlo para
mañana... o pasado.
TERESA.- Estoy a su disposición. Ya sabe.
MINERVA.- (Mi rando a JAVI tras un momento de
silencio.) ¡Hay que ver lo largo que se me hace ahora el tiempo
no teniéndote en casa!
JAVI.- Total, sólo hace cinco días que estoy aquí...
MINERVA.- ¿Y te parecen pocos?
JAVI.- M e parecen muchos, pero no por el lugar, sino por el
estado en que me encuentro.
HÉCTOR.- (Al tiempo que se dirige al mueble biblioteca
y hace como que selecciona y hojea algunos libros.) Teniendo
en cuenta que te he practicado dos intervenciones, tu estado es
mucho mejor de lo que cualquiera pudiera pensar.
MINERVA.- (A HÉCTOR.) El ot ro día, al final no me dijo
cual había sido la operación que le había hecho a Javi.

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HÉCTOR.- (Como algo sorprendido.) ¿De verdad?...
MINERVA.- Sólo me dijo que le había operado en las
piernas.
HÉCTOR.- Así es. Y sí se lo dije... Aunque tal vez lo hiciese
empleando términos demasiado profesionales, lo cual he de
reconocer que es una mala costumbre, cuando hablamos con los
clientes que no tienen porqué conocer nuestra jerga.
MINERVA.- (Contemporizando.) A lo mejor fue por eso...
HÉCTOR.- Bueno, pues en lenguaje llano. (Pausa breve.)
Javi tiene dos fracturas; una en el fémur, en la parte alta del
muslo izquierdo y otra en la tibia derecha, en la parte más baja
de la pierna. Esta última es la fractura abierta, y por lo tanto la
peor de las dos.
MINERVA.- ¿Y lo de abierta qué quiere decir?...
JAVI.- Quiere decir que al astillarse el hueso, una punta rasgó
la carne y por eso se produjo un corte que hubo que cerrar.
HÉCTOR.- (A JAVI.) ¡Exacto! No lo has podido explicar con
mayor claridad.
MINERVA.- ¡Se me pone la piel de gallina sólo de pensarlo!
JAVI.- Tú siempre has sido muy aprensiva para esas cosas...
MINERVA.- ¿Y te dolería mucho, no?...
JAVI.- Pues no... Dolor no sentí, porque cuando desperté de la
anestesia ya estaba operado y como me ves ahora. Así que no
me enteré de nada.
TERESA.- Afortunadamente para Javi, don Héctor es uno de
los mejores cirujanos que se pueden encontrar hoy en día.
MINERVA.- (Un tanto re traída.) Sí... Algo de eso me dijo
don Ramón...
HÉCTOR.- ¿Quién es don Ramón?...
MINERVA.- Es... el médico al que siempre he llevado a Javi
desde pequeño, cuando le operaron de las anginas. (A JAVI.) Es
que esta mañana lo he visto y le he contado lo que te pasó.

20
TERESA.- (Con cierta reserva.) ¿También le ha dicho que
fui yo quien le atropelló?
MINERVA .- No, no, eso no se lo he dicho. Sólo le he dicho
que lo atropelló un coche, y que don Héctor le había operado de
las piernas.
JAVI.- ¡Cómo eres, mamá! Doña Teresa te había pedido que
no hablaras con nadie del accidente, por lo menos hasta que yo
pudiera volver a casa.
MINERVA.- Y no lo he hablado con nadie, ¿qué te crees ?...
Pero, don Ramón es distinto. Él es el médico, y ¿no se dice que
al médico hay que contárselo todo?
HÉCTOR.- (Con aire des pre ocupado.) En eso tiene usted
razón. Un médico necesita conocer cuant o sucede a sus
pacientes... ¿Y dice usted que ese don Ramón me conoce?...
MINERVA.- (S i n i n tención.) Sí. M e dijo que se conocían
desde antes de que usted se saliera del Colegio de M édicos.
(Breve silencio embarazoso.)
TERESA.- (Intentando desviar el tema.) No he oído hablar
de ese don Ramón ¿vive por aquí cerca?...
MINERVA.- No. La consulta particular la pasa en un piso
que tiene cerca de la plaza del mercado, aunque no vive allí. Él,
donde trabaja por las mañanas es en el Clínico.
TERESA.- ¿Y cómo dice que se llama?
JAVI.- Don Ramón Esteban, y creo que su especialidad en el
Clínico es la de aparato digestivo.
HÉCTOR.- (Con tono intrascendente.) P ues sí, sí que
recuerdo a Esteban... es un buen médico, aunque un poco cotilla.
(Riéndose.) Bueno, ahora no sé, porque hace mucho que no nos
hemos visto, pero en la Facultad sí era un tanto metomentodo.
MINERVA.- Pues a mí me parece un hombre muy serio... y
a Javi siempre le ha acertado a la primera todas las cosas que ha
padecido.
JAVI.- M amá, es que yo no he padecido nunca nada s erio.
Sólo tuve la tos ferina de pequeño y después los constipados
normales algún invierno.

21
MINERVA.- ¡Ya! ¡Y aquella indigestión por comer
manzanas verdes cuando tenías diez años, que no veas cómo te
pusiste de malo! ¡Y mira si don Ramón te puso pronto bueno!
(A TERESA.) Se nos puso el crío con un empacho que casi se
nos muere.
JAVI.- ¡Qué exagerada eres!...
TERESA.- Eso son pequeñas cosas que la may oría de los
niños suelen padecer, porque es dificilísimo estar siempre
pendientes de que no hagan lo que no deben... Pero
afortunadamente, nada de ello es grave.
HÉCTOR.- Así es. Porque los niños suelen tener «vitalidad
de mono», y superan por sí mismos cualquier dolencia que a
nosotros, los adultos, nos dejarían hechos polvo.
MINERVA.- ¡Huy, si yo le contara las andanzas de este hijo
mío!...
TERESA.- No creo que a fin de cuentas hayan s ido muy
distintas a las del resto de las criaturas...
MINERVA.- (A JAVI.) Don Ramón me ha dicho que le
gustaría visitarte.

(HÉCTOR y TERESA cruzarán una mirada en silencio.)

JAVI.- ¿Visitarme dónde? ¿Le has dicho que estoy aquí?


MINERVA.- (Algo insegura.) No... Ahora que lo dices... La
verdad es que no le he dicho dónde estás, ni él me lo ha
preguntado... A lo mejor cree que estás en el hospital.
HÉCTOR.- Por supuesto que no hay ningún inconveniente en
que su médico visite a Javi.
MINERVA.- Eso es lo que yo digo.
HÉCTOR.- Pero no hay necesidad de que sea precisamente
ahora... Total, si espera unos días incluso podrá visitarlo ya en
su casa, ¿no le parece?
MINERVA.- Bueno, a mí me da lo mismo... porque mientras
aquí esté bien atendido...

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JAVI.- ¡Pues claro que estoy bien atendido, mamá! ¿No lo
ves?... Y don Ramón no puede hacer por mí, nada que no haya
hecho ya don Héctor.
TERESA.- En eso coincido plenamente con Javi.

(En la entrada aparece M ARÍA empujando un carrito tipo


camarera, en el que lleva un par de bandejas con el
servicio de café y unas pastas dulces.)

MARÍA.- (Entrando.) El café, Señora.


TERESA.- Gracias, M aría. Puedes servirlo.

(M ARÍA situará el carrito al alcance de M INERVA, y


desde esa posición manejará los utensilios oportunos
mientras sirve la merienda.)

MINERVA.- (Percibiendo el aroma.) ¡Qué bien huele el


café que hacen en esta casa!
TERESA.- Celebro que le guste.
HÉCTOR.- Es otra de las habilidades de M aría, que siempre
consigue darle el punto exacto.
MARÍA.- Son ustedes muy amables . (S irviendo a
M INERVA.) El suyo con leche ¿verdad?...
MINERVA.- Sí, gracias. Yo es que si lo tomo negro, luego
por la noche me cuesta un trabajo dormirme... Y no vea lo
desagradable que es empezar a dar vueltas en la cama sin poder
pegar un ojo.
MARÍA.- (S eñalando la bandeja de las pastas.) Las pastitas
están recién hechas...
MINERVA .- Gracias. Tomaré sólo dos o tres porque sino
luego no ceno.

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(M ARÍA sirve café solo, sin azúcar, en una taza y la
llevará sobre un platito a HÉCTOR, que la recibe.)

HÉCTOR.- Gracias, M aría. A mí, al revés que le ocurre a


doña M inerva me gusta solo y sin azúcar... Que es como
verdaderamente sabe a café.
MINERVA.- (Al tiempo que agrega azúcar al suyo.) ¡Ay!,
yo amargo no me lo podría tomar. ¡A mí lo dulce, como se dice,
«me va por un tubo»!
JAVI.- (Recriminándola.) ¡M amá, cómo eres!...
MINERVA.- ¡Javi, hijo! ¡Qué tecla te has vuelto desde que
estás aquí!...
TERESA.- (Recibiendo su taza de manos de M ARÍA.) (A
M INERVA.) ¿Cree de verdad que el carácter de Javi ha
cambiado en estos días?
MINERVA.- Bueno, un poco raro sí lo encuentro... y hasta un
poco cursi.
JAVI.- ¡Caray, mamá!...
MINERVA.- (A M ARÍA.) ¿Javi aún no puede tomar
merienda?
MARÍA.- Don Héctor es muy estricto en todo lo relativo al
tratamiento de sus pacientes.
HÉCTOR.- La cafeína, generalmente, está contraindicada
cuando se toman ot ros medicamentos... (Con buen humor.)
Pero no vaya a creer que le estamos matando de hambre ¿eh?
TERESA.- Esté usted segura, de que le tratamos lo mejor que
sabemos.

(M INERVA y TERESA irán consumiendo el café sin


prisas, y esta última tomará una pasta.)

(M INERVA lo hará también, pero sin tener en cuenta su


propósito de tomar sólo dos o tres.)

24
HÉCTOR.- (Yendo a sentarse en alguna silla próxima a
TERESA.) (A M ARÍA.) ¿Jesús tomó su medicina?
MARÍA.- Sí, doctor. (Consultando su reloj.) Ahora subiré a
verlo.
HÉCTOR.- Bien, gracias.
MARÍA.- (A TERESA.) Si no necesitan nada ahora...
TERESA.- Nada. Ya nos serviremos nosotras.

(M ARÍA hace mutis.)

MINERVA.- ¿Y cómo sigue su chico?


TERESA.- Estos días no muy bien, pero afortunadamente está
respondiendo al tratamiento.
MINERVA.- ¿Tiene algo de corazón, no?
TERESA.- (Mirándola directamente.) ¿Cómo lo sabe usted?
MINERVA.- No lo sabía, pero como don Héctor es
especialista del corazón, por eso me he imaginado que sería de
eso de lo que su chico padecería.
HÉCTOR.- Es curioso que conozca mi especialidad... porque
no recuerdo que hayamos hablado de ello ¿no?
MINERVA.- M e lo dijo don Ramón.
HÉCTOR.- ¡Vaya, vaya con don Ramón! (Tras una pausa
breve.) ¿Y qué más le ha contado de mí?
MINERVA.- No lo «pesqué» muy bien, pero fue algo de unas
operaciones de trasplant es que usted iba a hacer y que no le
dejaron... o que las hizo y otros médicos le denunciaron, o algo
así.
JAVI.- M amá, eso que dices p uede resultar ofensivo para
cualquier profesional de la M edicina... ¿Cómo se te ocurre
contar una cosa semejante?
MINERVA.- ¡Oye, que yo no me he inventado nada!...

25
HÉCTOR.- No te preocupes, Javi. La culpa no es de tu
madre. En todo caso ella no habría hecho sino relatar lo que
otros le hayan contado...
MINERVA.- Claro.
HÉCTOR.- ... aunque, naturalmente, todo es una calumnia.
Son envidias de algunos ex compañeros que nunca llegaron a
entender la M edicina; que tan sólo vieron en su práctica un
modo de vivir, y que desde luego no perdonan los triunfos
ajenos... Gente a la que no hay que tener en cuenta.
TERESA.- M i marido también tuvo que padecer en vida, las
insidias de algún mal compañero de la profes ión.
Desgraciadamente en ésta, como en todas las profesiones, suele
haber gente envidiosa totalmente impresentable.
MINERVA.- Eso debe ser... A demás , según dice la tele eso
de los trasplantes se ha puesto de moda y se hace a todas horas,
¿verdad?
JAVI.- No es que se haya puesto de moda, mamá. Es que las
técnicas han adelantado tanto en unos pocos años, que ahora la
gente confía mucho más en los trasplantes y en los médicos.
HÉCTOR.- Y si los gobiernos no hubieran sido tan estrictos
en las normas, impidiendo las prácticas experimentales en su
momento, estaríamos aún mucho más avanzados en ese tipo de
cirugía que salva tantas vidas.
JAVI.- Parece ser que el problema está en los bancos de
órganos, que no cuentan con demasiadas donaciones...
TERESA.- En efecto. Las listas de espera para los afectados
son tremendas, pero la gente todavía no se ha hecho a la idea de
convertirse en donante, con el bien que podrían causar a quienes
no tienen otra esperanza de vida.
HÉCTOR.- Por fortuna, aunque muy p oco a poco, se va
creando conciencia de este problema y no hay que recurrir como
única vía a recibir órganos de accidentados.
JAVI.- Pero ésa es una buena fuente ¿no?
HÉCTOR.- Desgraciadamente hay muchos fact ores que la
hacen casi inutilizable.
JAVI.- ¿Sí?...

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HÉCTOR.- Claro. (Enumerando.) La distancia del lugar del
suceso hasta el quirófano, la analítica precipitada que no
garantiza la ausencia de rechazo, la negativa de los familiares en
el primer momento... y lo aún peor; el desconocimiento de
características del donante, que puede hacer implantar un órgano
en un cuerpo diametralmente opuesto del que fue su portador.
MINERVA.- Pues sí que es complicado todo eso ¿verdad?
TERESA.- Sí. Por todo ello se está trabajando tant o en
concienciar a la ciudadanía para que se haga donante. Eso no les
compromete a nada, salvo a hacerse un chequeo, que servirá
para conocer los datos imprescindibles a la hora de una posible
intervención. Así, con un historial bien hecho, gracias a la
informática se puede tener localizado al receptor adecuado para
un órgano disponible, en cuestión de minutos.
HÉCTOR.- Lo que es vital, porque en ninguna otra rama de
la M edicina se juega tanto contra el reloj.

(En la entrada aparece M ARÍA que hablará con


resolución.)

MARÍA.- Doctor. Tiene una llamada urgente en el teléfono


del despacho.

(TERESA y HÉCTOR cruzan una mirada.)

HÉCTOR.- (A M ARÍA mirándola directamente.) ¿Del


Hospital?
MARÍA.- (Del mismo modo.) Sí, doctor.

(S in ningún otro comentario HÉCTOR se levanta con


decisión y va a la salida haciendo mutis delante de
M ARÍA.)

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(A partir de este momento, TERESA, cambiará su actitud
de anfitriona por un estado de ánimo tenso y vigilante, y
como decidida a resolver algo planificado con antelación.)

TERESA.- (Levantándose, se acerca al carrito y atiende a


M INERVA.) ¿Un poco más de café?... (Lo sirve sin esperar
respuesta.)
MINERVA.- No debería tomar más... pero está tan bueno...
TERESA.- Casi no ha tocado las pastas...
MINERVA.- ¡Qué va!, si no he parado de comer.
JAVI.- Pues no deberías tomar tantas, mamá, porque el dulce
no te sienta nada bien.
MINERVA.- Lo dices como si estuviera comiendo dulces
todo el día. (A TERESA.) En eso mi chico ha salido al padre...
M i marido, que en paz descanse, se pasaba la vida diciéndome
lo que tenía o no tenía que hacer.
TERESA.- ¿Hace mucho que enviudó?
MINERVA.- Va para tres años.
JAVI.- Casi cuatro, mamá.
MINERVA.- ¿Sí?... Pues es verdad. Hay que ver cómo pasa
el tiempo... ¿Y el suyo?...
TERESA.- M ás o menos lo mismo.
MINERVA.- ¡Qué solas nos quedamos cuando ellos se van!,
¿verdad?
TERESA.- Sobre todo cuando te dejan responsabilidades,
como un patrimonio que proteger y un hijo enfermo que cuidar.
¿Ustedes tienen algún pariente próximo?
MINERVA.- No. P orque una hermana que tengo se fue a
vivir a Colombia con su marido que era de allá.
JAVI.- Está el tío José M anuel; un hermano de mi padre que
viene a visitarnos de vez en cuando.

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MINERVA.- (A JAVI.) Cada dos años lo más pronto. Tu tío
«pasa» de nosotros.
JAVI.- N o lo creo. Lo que pasa es que tiene su familia, su
trabajo y sus obligaciones, pero el tío nos aprecia mucho.
MINERVA.- Si nos apreciara tanto como dices se habría
hecho cargo de tus estudios en estos tres años. (A TERESA.)
Las madres somos las únicas que sabemos lo que es querer a
nuestros hijos ¿verdad que sí?...
TERESA.- Por supuesto. Sólo yo sé cuánto quiero al mío y
cuánto estoy dispuesta a hacer por él.
JAVI.- (Tras una breve pausa.) ¿Jesús también está en lista
de espera?
TERESA.- (Mirándole abiertamente.) No. Don Héctor y yo
decidimos que no queríamos correr riesgos como los que antes
él ha comentado.
JAVI.- ¿Los del rechazo?...
TERESA.- Entre otros. Cuando llegue el momento, si llega,
buscaremos una solución bien es tudiada con todo detalle por
nosotros mismos. Queremos la garantía total de que Jesús
recibirá lo mejor que se le pueda dar.
MINERVA.- ¿Su chico tiene la misma edad que Javi, verdad?
JAVI.- Sí, somos de la misma edad.
MINERVA.- Pues y a verá como todo les sale bien, porque
hoy teniendo medios se consigue cualquier cosa.
JAVI.- M amá, el dinero no lo es todo.
MINERVA.- Calla, infeliz. Qué sabrás tú de eso.
TERESA.- Es cierto que el dinero no lo es todo, pero debemos
reconocer que teniéndolo, se puede optar a cosas que s in él
serían inalcanzables.
MINERVA.- Es lo que digo yo.
JAVI.- Bueno, visto desde ese aspecto...

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MINERVA.- ¡Hasta la salud! Porque sin salud y sin dinero te
mueres sin remedio, pero si puedes pagar buenos médicos y
medicinas caras, es fácil que te salves.
TERESA.- No va usted muy desencaminada...
MINERVA.- Por eso le he hablado antes del «capitalito» que
me iría bien conseguir, para compensar los perjuicios de tener
que cuidar a Javi todo el tiempo que tarde en reponerse. Y es
que nosotros sólo contamos con una pensión de viuda que me
quedó por mi marido, que es una miseria, y lo que yo gano con
mis trabajos de asistencia por horas...
JAVI.- (Interrumpiéndola.) No es necesario que insistas
sobre eso... Doña Teresa ya te ha dicho lo que ha pensado hacer
a ese respecto.
TERESA.- Así es. Usted no debe preocuparse por nada,
porque yo ya lo he previsto todo... ¡Absolutamente todo!

Escena IV
Los mismos, HÉCTOR y M ARÍA.

En la entrada aparece HÉCTOR con gesto serio y aspecto


decidido. S in prisa, mientras interpreta, se dirige hacia el
lugar donde está JAVI situándose tras su silla.

TERESA.- (Viéndole entrar.) ¿Era una llamada importante?


HÉCTOR.- Sí. Era lo que estábamos esperando.

(Mientras sigue la acción, M ARÍA entra colocándose junto


a M INERVA.)

TERESA.- ¿Contamos con suficiente tiempo?


HÉCTOR.- Como para obrar sin precipitación, pero sin
demora. Tal como se planificó ante una situación de nivel dos.

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TERESA.- Entonces... (Decidida.) La iniciativa es suya,
doctor.
JAVI.- (A TERESA.) ¿Le ocurre algo a Jesús?...
TERESA.- ¿Por qué dices eso?
JAVI.- No sé... He pens ado de pronto que podría haber
empeorado...
MARÍA.- (A JAVI.) No debes preocuparte. Su estado ahora
es normal.
HÉCTOR.- Y dentro de seis horas será perfecto.

(Tras la indicación de iniciativa de TERESA, HÉCTOR


saca del bolsillo una compresa de regular tamaño, que
empapará vertiendo en ella el contenido de un frasco que
tomó del mueble biblioteca, y al concluir su propia frase se
la aplica sobre boca y nariz a JAVI, sujetándole la cabeza
al mismo tiempo.)

(JAVI se debatirá con escasa fuerza durante un momento,


cediendo pronto al efecto del cloroformo.)

MINERVA.- (En el momento de ver aplicar la compresa.)


¿Eh?... ¿Qué pasa?... ¿Qué le está haciendo a Javi?
TERESA.- (Al tiempo que llega hasta ella y recoge la taza
que tiene en la mano, que dejará sobre el carrito.) No se
alarme. Es sólo un anestésico.
MINERVA.- (Confundida.) ¿Y para qué lo anestesian ahora?
HÉCTOR.- Debemos intervenirle ahora mismo.
MINERVA.- (Alarmada.) ¿Por qué?... ¿De qué?...
TERESA.- (Fríamente.) «Su hijo t iene algo que
necesitamos».
MINERVA.- ¡Oiga! ¡M e parece que están haciendo algo
malo!...

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(Inicia la acción de levantarse, pero M ARÍA se lo impide
sujetándola contra el sillón por los hombros con ambas
manos.)

MARÍA.- (A TERESA.) (S eñalando con la cabez a l a


compresa de JAVI.) Traiga la mascarilla.
HÉCTOR.- (Al tiempo que TERESA la recibe de su mano.)
No será suficiente. Esto se evapora con gran rapidez.
TERESA.- Bueno, algo hará. (Le aplica la compresa a
M INERVA sobre el rostro.)
MINERVA.- (Debatiéndose.) ¡No!... ¡Oh, no!...

(Evidentemente no queda suficiente anestesia, por lo que


en M INERVA, sólo producirá una pérdida de facultades,
contrarrestada por su gran voluntad en desasirse de
M ARÍA y TERESA.)

(Durante esta acción, HÉCTOR ha tomado el pulso a JAVI


y le ha abierto los ojos estudiando sus pupilas.)

HÉCTOR.- (A TERESA.) Es el momento de empezar.


(Tomando la silla la empujará hasta la salida
permaneciendo allí mientras observa la acción de las otras,
y repite el examen a JAVI.)
TERESA.- (A HÉCTOR.) Terminamos enseguida. (A
M ARÍA.) Déjamela a mí y trae el cordón de esa cortina.

(M ARÍA suelta los hombros de M INERVA y arranca el


cordón solicitado.)

MINERVA.- (Debatiéndose mareada, se levan ta.)


¡M alditas!... ¡Qué asco!... ¡Las denunciaré!... ¡Las voy a...!

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(Ya de pie, TERESA la abraza por delante llevándole las
manos a la espalda.)

TERESA.- (A M ARÍA.) ¡Átale las manos!


MARÍA.- Ahora mismo. (Lo hace con destreza.) Ya está.
TERESA.- (Con tono triunfal.) Bueno, amiga M inerva. De
momento vamos a dejarla en el armario mientras nosotros
t rabajamos... Y después ya veremos qué podemos hacer con
usted.

(Entre M ARÍA y TERESA conducen e introducen a


M INERVA en el armario empotrado de la izquierda. Todo
esto mientras ella se debate con escasa fuerza y emite
voces y algunas palabras inconexas.)

MARÍA.- (Una vez M INERVA encerrada.) (A HÉCTOR.)


Listo. Cuando usted quiera, doctor.
HÉCTOR.- Usted esterilícese y vay a preparando a Jesús.
Entre tanto Teresa y yo intervendremos al donante.
MARÍA.- Como usted disponga.

(Hace mutis decidida.)

HÉCTOR.- (A TERESA.) ¿Vamos, Teresa?...


TERESA.- Sí, doctor. Vaya usted delante que en cinco
minutos estaré en el quirófano.
HÉCTOR.- No se demore.

(Hace mutis transportando la silla con JAVI.)

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(TERESA, desde el centro de escena, mira hacia el
armario en donde no han cesado los sonidos de quejas y
algún golpe más o menos fuerte sobre la puerta.)

TERESA.- (Hablando consi go misma.) No voy a


demorarme, pero tendré que solucionar antes este incidente...
(Dirigiéndose al buró del que abrirá un cajón.) Serán sólo dos
minutos... (Extrae un cuchillo de monte de regular tamaño,
y empuñándolo gira sobre sí misma yendo decidida hacia el
armario.) Serán sólo dos minutos.

(Un paso antes de llegar a la puerta se hace el oscuro total,


suenan unos acordes estridentes, y cae rápido el telón.)

FIN DE LA INTRIGA

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