Federico Luna - Análisis Fuerzas Armadas 201124
Federico Luna - Análisis Fuerzas Armadas 201124
Federico Luna - Análisis Fuerzas Armadas 201124
Ahora bien, actualmente todo Estado – nación se entiende con la existencia de un grupo interno
capaz de defenderlo ante las posibles agresiones de otro Estado- nación. No obstante, esta lógica
es posible solo si el funcionamiento ad infinitum de esa proposición tuviera como fin último la
existencia de alguno o algunos países que funcionaran bajo la lógica de la agresión y no solamente
de la defensa. En sentido estricto, la política de la expansión que lleva acabo Estados Unidos para
la protección de sus intereses, lo cual considera de Seguridad Nacional, se ha convertido en un
eufemismo de alta categoría que justifica invasiones veladas en las cuales ha logrado ser el país
con la mayor presencia militar en otros Estados – nación.
De la misma forma, actualmente se promueve la idea de que Rusia es ese Estado al cual se debe
temer por regla general, un país que eventualmente querría invadir Europa misma. Dicha narrativa
se ha esparcido mediáticamente, ocultando la lógica verdadera del conflicto actual con Ucrania,
mismo que estalló en febrero de 2022 como respuesta a las sistemáticas violaciones a los
Derechos Humanos contra población de origen y habla rusa en suelo ucraniano (prohibición de
usar el idioma ruso y bombardeos a los asentamientos separatistas en Donetsk, principalmente),
llevadas a cabo bajo el mando del grupo político que tiene el control del Estado ucraniano, por lo
cual la Federación Rusa realiza hasta el día de hoy una Operación Militar Especial en contra de ese
Estado con tres objetivos principales o estratégicos: recuperar la zona del Donbás que comprende
los oblast de Donetsk, Lugansk y Jarkov, desmilitarizar a Ucrania, y desnazificar a Ucrania.
Con estos dos antecedentes pretendo delinear el resultado de un breve análisis materialista –
histórico sobre la naturaleza de la existencia actual de los ejércitos en el mundo, para después
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hacer un ejercicio de crítica a las fuerzas armadas mexicanas como materia de este análisis
político.
Como bien lo menciona el compañero doctorante, es lógico pensar que a mayor militarización hay
una menor calidad democrática. No obstante, siguiendo a Sartori en su magistral texto “La Política.
Lógica y método en las ciencias sociales” (Sartori, 1979/2003), no siempre lo lógico es congruente
y viceversa, es decir que lo ilógico que pudiera parecer el aumento de la presencia de las fuerzas
militares en territorio nacional no es necesariamente incongruente con la existencia de un
régimen que pueda considerarse democrático. Esto es, una contradicción lógica no es siempre una
contrariedad dialéctica, lo cual significa que es posible la coexistencia, sobre todo en los actuales
sistemas democráticos complejos, de un territorio altamente custodiado por fuerzas militares y el
funcionamiento de una democracia. Al menos hasta que no haya una sublevación y se imponga un
nuevo Estado militar como ya se tuvo en el pasado en naciones como Argentina, Brasil y Chile, por
citar solo algunos. No hay que olvidar que la democracia se caracteriza por la cohesión de sus
componentes, su flexibilidad institucional y su dinamismo, a diferencia de una dictadura que es
más bien característica por la adhesión coercitiva de sus componentes, la rigidez de sus
instituciones y su carácter eminentemente estático.
Además de lo anterior, me permito cuestionar ¿cuál es la referencia democrática?, ¿es sólo teórica
o podemos hablar de un país que represente ese emblema? Pongamos, por ejemplo, a Ucrania,
que ha elevado sus índices de corrupción con la venta de armas al mercado negro en pleno
contexto de desabasto de las mismas para defender su territorio – las cursivas con mías –, o bien
de Estados Unidos que como ya se apuntó antes en su lógica de la defensa de sus intereses
nacionales promueve guerras con derroteros velados y hasta nunca comprobados – como la
supuestas armas de destrucción masiva en Irak – para tener campos de batalla en donde se pueda
comprobar la efectividad de sus desarrollos militares de última generación. Esto es, en los hechos,
la realización de la política exterior de la que Kissinger nos habla en Un mundo restaurado, el
desarrollo de guerras denominadas proxys como un campo experimental que mantenga seguro en
suelo propio.
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a la democracia como el sistema político que soporta al liberalismo económico, y a éste como el
que da lógica suficiente a aquella, es decir que se sustentan mutuamente.
Por otra parte, los críticos a esa definición mínima de democracia, plantean una serie de reglas
para el ejercicio del poder político, a partir del imperio de la Ley o Estado de derecho –
nuevamente las cursivas son mías – así como la transparencia, rendición de cuentas, equilibrio de
poderes, y protección a las minorías. Todas estas, valga decir, tanto en lo formal como en lo
vivencial se han dado en la mayor parte del mundo, con sus gradaciones, incluyendo a México.
Esto lo menciono para no negar la tesis propuesta, respecto a la regresión democrática que define
la idea que algunos nombran “militarización”, pero que me parece más correcto pensar
científicamente como “presencia de las fuerzas armadas en el territorio nacional”, aunque
efectivamente es más largo el término, también es más preciso y adecuado a la realidad.
Ahora bien, sobre la característica de la no sumisión del poder político al poder que
aparentemente puedan representar las fuerzas armadas, la verdad es que, al igual que los
organismos autónomos y para estatales, al menos administrativamente, son parte del Poder
Ejecutivo, en tanto que no existen en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de
1917 como uno de los poderes del Estado mexicano. En ese sentido, además de la mencionada
característica de tener un comandante supremo en la figura de la persona titular de la Presidencia
de la República mexicana, también es cierto, que a la fecha no se tiene registro de
insubordinaciones que pasen por encima de esa arquitectura constitucional. Ello, aún sin negar la
ocurrencia de hechos en donde varios elementos del Ejército en el ejercicio de su función violen
Derechos Humanos de civiles, lo cual es absolutamente injustificable, pero nuevamente es
menester distinguir entre la existencia de hechos que inclusive podemos llamar parte de una
‘conducta sistemática’, pero no me parece correcto que a partir de ello se deba construir un
argumento que ponga en duda al texto constitucional.
Esto porque una conducta no es una política en tanto no esté obedeciendo una orden dada por los
mandos militares, particularmente los altos mandos. Es decir, no es una política militar
institucionalizada, en el ejercicio de su función de defensa nacional, la violación de los derechos
humanos de civiles, pues ello automáticamente sería motivo de la declaratoria de insubordinación
y el llamado urgente de, ahora sí, de los tres Poderes Constituidos de la Unión, a las fuerzas
armadas que respondan al mando civil, para atacar a la facción sublevada y restaurar el orden.
Expongo el caso límite, de nueva cuenta en sintonía con el texto de Sartori, porque me parece que
afirmar la falta de subordinación de las fuerzas militares, a partir de la realidad de su inclusión en
labores habitualmente realizadas por civiles, como el doctorante sostuvo, es precisamente un caso
límite, pero el maestro italiano nos dice: “para una ‘teoría de la práctica’, un discurso que se
desarrolla en ese filo es un discurso mal llevado, que por sobrevalorar la excepción se olvida de la
regla” (Sartori, 1979/2003, p. 144), de lo cual recojo que el caso límite debe ser utilizado como un
referente para exponer uno o varios casos de la realidad pero no para hacer una descripción
general de toda la realidad.
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la población a prácticas que invadían la normal convivencia del pueblo, o bien lo que se puede
interpretar como el funcionamiento de las fuerzas armadas para contener la ola migratoria hacia
los Estados Unidos, ambos siguen siendo casos excepcionales y no la regla.
Sobre esto último dejo abierta una pregunta para la reflexión: ¿De qué masacre perpetrada por
fuerzas del Estado, enviadas por orden de su comandante supremo o de algún otro mando
superior, en contra de la población o parte de ella, se tiene registro de haber ocurrido en el
sexenio comprendido entre 2018 y 2024?
Continúo, y me parece importante destacar la mención del argumento en crítica sobre el destino
de la rentabilidad por la operación del Tren Maya a las pensiones de los militares. Lo cual puede
incomodarnos desde una perspectiva democrática, como se plantea por el compañero doctorante,
pero considero que se encuadran en una actitud rígida, pues parecería omitir el hecho de que ese
tratamiento inequitativo en temas de seguridad social ya subyace desde la existencia de sistemas
de salud y para el retiro distintos a los que se disponen por el apartado B del artículo 123
constitucional para los trabajadores del Estado, inclusive un sistema bancario exclusivo. Nada más
valga recordar la existencia de instituciones como Banjercito, los hospitales militares y las
unidades habitacionales para militares y sus familias dentro de los complejos castrenses.
Ello, sin embargo, forma parte de una desigualdad estructural que deviene de los orígenes mismos
del México contemporáneo como consecuencia del movimiento revolucionario de 1910, siguiendo
uno de los argumentos centrales de “La formación del poder político en México” cuando distingue
entre revolución social y revolución política:, siendo el caso mexicano la segunda porque: “Una
revolución social […] no solo significa la destrucción del orden político existente, sino además, la
eliminación de la propiedad misma…[mientras que] En la teoría política clásica la revolución
política se plasma en el ideario de la democracia, que cobra cuerpo en la igualación formal de los
hombres en el “pueblo de ciudadanos” (Burdeau) 1, y la realización de este ideario constituye el
verdadero triunfo de la revolución política” (Córdova, 1975/2018, p. 24 ) Esto quiere decir, en
México el poder de las armas que aprovechó el descontento social acumulado históricamente y
agudizado en el régimen encabezado por Porfirio Díaz se tradujo en una serie de movimientos de
carácter armado que poco a poco fue configurando una fuerza militar, que por fuerza de la lógica
de la misma democracia no podía ser sino a partir de la subordinación al poder civil, y por eso
surge el Ejército constitucionalista con Venustiano Carranza a la cabeza. La consecuencia de este
suceso es que los jefes militares o caudillos revolucionarios van transformando su fuerza armada
regional en fuerza política, y depusieron las armas a cambio de un control institucionalizado de sus
haberes y su zona de influencia.
Profundizo y vinculo la idea de que la militarización no es un fenómeno nuevo. Así como otras
instituciones que el México moderno ha heredado de la Revolución, no solamente no es nueva la
presencia de ese poder coercitivo del Estado encarnado en el Ejército, si no que se sometió a un
proceso de reforma para apaciguar las posibles intenciones de sublevación como ya se ha
señalado. Por lo que, la alusión al uso de esta fuerza por parte del poder civil en las épocas donde
el régimen encabezado por el PRI vio amenazada su estabilidad por el surgimiento de movimientos
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Los paréntesis son de Arnaldo Córdova.
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sociales, políticos e incluso insurgentes o guerrilleros, si bien no es falsa, tampoco es parte de algo
que no existiera antes como se ha explicado. Es decir, dicho uso fue de carácter superveniente, y
parte del pacto mismo que menciona el compañero doctorante, en la modalidad de conservar la
estabilidad del sistema en el contexto de los años sesentas y setentas.
De hecho, la misma proposición del expositor lo plantea cuando afirma que el pacto cívico militar
fundacional después de la Revolución estaba basado en la renuncia de las fuerzas militares a la
lucha por el poder político, en particular de la presidencia de la república se dio a cambio del
manejo discrecional del presupuesto, libertad en la organización interna y el encargo de la defensa
del territorio nacional al Ejército mexicano, lo cual implicaba en los hechos también la omisión del
Estado de castigar abusos de las fuerzas armadas, al mismo tiempo que le permitía al poder civil su
utilización para espionaje en contra de la oposición, o lo que se conoce como contrainsurgencia.
En ese sentido, a lo largo de cien años las demandas populares han pasado de las reivindicaciones
sociales y políticas, a la satisfacción de necesidades y al cumplimiento de metas particulares.
Mientras en la lista de derroteros revolucionarios estaban los salarios y las condiciones dignas de
salarios, hoy se discute si la productividad está asociada con el número de horas efectivas de
jornada laboral, y se continúa con una de las jornadas más extensas a nivel mundial con una
contrastante producción de riqueza efectiva. De la misma forma, mientras en las motivaciones
revolucionarias estaba la reforma de la propiedad más no su abolición, eso se ha transformado en
la búsqueda individual o grupal de acumulación de dinero (no necesariamente de capital desde un
enfoque de teoría marxista del valor) que se expresa principalmente en una admiración a
personajes que encarnan lo que conocemos como narcocultura.
Es aquí donde no nos debemos llamar a engaño si asumimos una posición seria ante la pugna por
el poder político y el funcionamiento del sistema democrático en el México contemporáneo.
Porque si bien hay afirmaciones de que dinero y representantes del narcotráfico han permeado los
partidos políticos, y por ende las elecciones y los cargos de elección popular y designados, esto
tampoco es exclusivo del llamado Movimiento de Regeneración Nacional, sino que lo trasciende
en el tiempo y lo incluye en su razonamiento de logros a partir del vencimiento del rival en una
lógica de suma cero, lo cual es equivalente entre la pugna de una plaza para la distribución de
estupefacientes y la competencia por un cargo de elección popular por el principio de mayoría
relativa. En el primer caso gana todo quien abate al bando contrario, y en el segundo gana todo
quien obtiene más votos.
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Puesto como está, el estado del arte en cuanto al fenómeno violento en el México actual no se
acaba como se intentó en el sexenio de Felipe Calderón, pues abatir o encarcelar a los jefes de los
cárteles del narcotráfico no detiene el fenómeno si no que lo atomiza, lo disemina y hasta podría
afirmarse que lo socializa entre la población porque lo hace más asequible a sectores menos
violentos.
Explico esto con el ejemplo de los Zetas que fueron el cuerpo de sicarios al mando del Cártel del
Golfo, encabezado por Osiel Cárdenas Guillén, quien fue capturado en 2003, extraditado a Estados
Unidos en 2007, y finalmente sentenciado en 2010. Por un lado este acontecimiento muestra que
en la época del PAN en la presidencia de la República la estrategia de seguridad se enfocaba en la
captura de los líderes de las organizaciones criminales, pero descuidaba las derivaciones pues
mientras el cártel mencionado quedaba acéfalo el grupo armado encontró un vació de poder que
cubrió con el uso de la violencia de las armas pero con un nivel que se recrudeció y que comenzó a
disparar exponencialmente las cifras de asesinatos relacionados con la pugna por el control de las
plazas. De ello rinde cuentas la rivalidad entre los llamados zetas, el cártel de Sinaloa y el cártel de
Juárez. Paralelamente, en lo político se ha exacerbado la polarización, que confronta a los
adversarios políticos a un nivel casi violento porque cada bando asume posiciones maximalistas e
ignora las bondades de la cooperación que muestra la teoría política.
Es por esto que en una visión histórica de los procesos políticos, tanto la estrategia de seguridad
de los gobiernos democráticos en nuestro país como la inclusión escalada de los militares en áreas
en donde no tenían presencia habitual, como la construcción de infraestructura o su utilización
para contener el robo de combustible a inicios del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, no
son elementos disociados si no que conforman una lógica fluctuante dependiendo del grupo
político que encabeza el poder civil, pero que no hace imposible afirmar el funcionamiento y
vigencia de un régimen democrático. Se incluye aquí el ajuste entre la oferta política que en 2018
planteaba regresar a los militares a sus cuarteles, y que fue cumplida solo parcialmente pero que a
la postre se convirtió en el otorgamiento del mando de la Guardia Nacional al ejército.
Es importante subrayar la contradicción lógica que menciona el doctorante entre los criterios de lo
militar, a saber, disciplina, verticalidad, obediencia y ejercicio profesional de la violencia; en
contraste con la libertad y horizontalidad que reviste a los principios de una sociedad que se jacte
de vivir en democracia. Ciertamente coincido en la afirmación de que la mayor presencia de las
fuerzas militares en el territorio nacional pone de manifiesto una regresión democrática pero no la
articula, es decir ésta no sucede a partir de aquella, si no que se revela una democracia frágil en
realidad a partir, entre otros, de los fenómenos de violencia que deben recurrir a la llamada
militarización, así como al mantenimiento de aspectos culturales que elogian el lujo y los excesos,
aspectos asociados a la riqueza incontenida e incontenible y a la corrupción, los cuales finalmente
violentan la idea misma de democracia.
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Abrevando a la crítica estructural, retomo un argumento del expositor cuando atinadamente
subraya que la sumisión de los militares no es solo al Poder Ejecutivo, si no a los tres poderes
civiles: porque su mando es civil (presidente), está sujeto a supervisión legislativa (presupuesto,
atención a ciudadanía con quejas de violaciones de Derechos Humanos, comparecencia de
secretarios), y eventualmente debe responder a la justicia civil ante la comisión de delitos del
fuero común, de acuerdo con el artículo 13 de la CPEUM.
Sobre esta arista, en septiembre de 2022 se dio a conocer el caso de la vulneración de la seguridad
informática de la Secretaría de la Defensa Nacional, por los llamados Guacamaya leaks y
Wakaleaks, es decir una serie de filtraciones de presuntos casos de corrupción, tráfico de
influencias y conflictos de interés entre el gobierno federal y el Ejército, y el de Claudia Sheinbaum
con el mismo cuerpo castrense.
A raíz de ello, cuando Jorge Álvarez Maynez era coordinador de la fracción parlamentaria en la
Cámara de Diputados propuso en la Comisión de Seguridad llamar a comparecer al Secretario de la
Defensa Nacional para explicar lo sucedido. A lo cual siguió la imposición del poder mayoritario en
la Cámara baja y en particular en la Junta de Coordinación Política, cuando Ignacio Mier declaró
que una solicitud de comisiones no puede estar por encima de los acuerdos de la JUCOPO, y como
no había tal para llamar a cuentas al Secretario en cuestión, se desestimó la llamada de Maynez al
General Secretario Crescencio Sandoval, y por el contrario se consintió la estrategia política del
ejército, que se atrevió a invitar a sus oficinas a los legisladores que así lo desearan para discutir el
tema en comento. Nada más contradictorio, pero insistimos en que no por ello es incongruente
dentro de un régimen democrático. Sin embargo, como afirmo ello puso de relieve la fragilidad de
la naturaleza de las relaciones del gobierno civil con las fuerzas armadas, cuestión que se resuelve
con el análisis de la disyuntiva entre militarización y militarismo. Siendo el primero, un fenómeno
instrumental del uso de las fuerzas armadas por el poder civil para contener el crecimiento de la
violencia como resolutoria de los conflictos sociales asociados con la criminalidad en función de las
desigualdades estructurales propias del capitalismo, mientras que el segundo se asocia más con la
profundización de los aspectos culturales ya mencionados en la vida cotidiana de las personas.
Por último, propongo una lista de mitos a derrumbar para aplicar un criterio razonable en el
presente tema. En primer lugar, no hay criminalidad que se busque contener sin desigualdad
estructural que no se haya pretendido abolir por medio de una revolución social. En segundo
lugar, no hay narcocultura si no se fomenta en el núcleo de la sociedad el culto al lujo y al exceso,
si no el avistamiento de la cooperación social como fundamento del reforzamiento del tejido
social. En tercer lugar, la idea de recuperar el espacio público no sólo en lo físico para el
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desenvolvimiento de la sociedad en paz, si no el discurrir de una cultura política democrática, la
cual evidentemente no está en manos de las autoridades electas por medio del voto popular, si no
en la apropiación del colectivo de sus potencialidades como agente transformador de su realidad.
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Referencias
Córdova, Arnaldo. “La formación del poder político en México”. Obra original de 1975. 35ª
reimpresión, 2018. Ediciones Era. México.
Sartori, Giovanni. “La política. Lógica y método en las ciencias sociales”. Obra original de
1975. 3era edición, 2002. Reimpresión, 2003. Fondo de Cultura Económica. México.